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Beatriz (10) y final

en Erotismo y Amor

Beatriz 10

Beatriz se puso de pié despacio, el shock todavía no le había pasado. No se dio cuenta de cuando Raúl se había ido, ni de cuando dejó de ver la imagen de Fernando. Pasó su manos sobre su sexo, aun estaba mojado, también algo adolorido. La señora cincuentona no podía creer lo que le acababa de pasar, era inconcebible para ella haberse entregado de esa manera al hombre que, minutos antes, la quiso violar. Se sentó a orillas de la cama y se tomó la cara con las manos. Quería llorar, quería vomitar, no sabía que hacer o a donde ir… o a quien recurrir. Se sintió más sucia que nunca.

¿Y su ropa? ¿Dónde estaba su ropa?… ¡El hijo de puta de Raúl se la había llevado! ¡Desgraciado!, se dijo mi abuela, no le bastó con usarla como a un animal, sino que encima le robaba la ropa.

Bea se puso de pié y abrió la puerta, sacó la cara para ver si había alguien caminando por el pasillo… a la izquierda, nada… a la derecha… ¡zap!

¡Te agarré perra!

¡Don Andrés!

¡Metete allí desgraciada! – el viejo la metió a la fuerza de regreso a la habitación - ¡Mirate, estás desnuda y sudada en el cuarto de otro hombre!… ¡Maldita! - ¡zap!, ¡zap!, la volvió a abofetear, Bea cayó sobre la cama, con el cabello y las manos cubriéndole el rostro – Que te quede claro perra, si no sos mía, no vas a ser de nadie más… ¿oíste?

…-…

¡¿Oíste?!

…-…

¿Beatriz?

Como siempre le pasaba a mi abuelita, había quedado ausente. Cuando vio al viejo infeliz ese, se asustó mucho, y cuando le pegó, casi entra en pánico… casi. Por alguna extraña razón, sus bofetadas y sus insultos despertaron en ella algo más que miedo, la calentaron. Si, así como lo oyen (o mejor dicho, leen), esa bofetada despertó en ella excitación sexual.

Pero no fue solo las bofetadas, también, al caer sobre la cama con la cara tapada, vio por entre sus dedos a su amado Fer al fondo, recostado contra la pared, con su inmenso miembro entre sus manos, masturbándose, sonriéndole. Esto era suficiente para que ella perdiera todo el miedo.

Pero esta vez Bea no estaba fuera de si, ni ajena a lo que le pasaba afuera. Continuaba conciente de que don Andrés le estaba gritando y golpeando, y que seguramente la violaría otra vez. También lo estaba de que la imagen que veía de su difunto ex marido no era real, que el no podía estar allí si no fuera por su propia mente. Por alguna razón, esa vez ella no perdió completamente el control.

¡Mire viejo estúpido! ¡Si me vino a violar, vióleme, que todavía ando caliente! – le gritó a quemarropa, dejando al anciano callado.

¿Qué?… ¡¿Qué?!… ¡Cómo te atrevés a hablarme de esa manera!…

¡Ah, cállese! ¡Mejor véngaseme encima de una vez o váyase en lo que yo consigo un hombre de verdad!

¡Pe…pe… pe… pero!… – el viejo se quedó sin saber qué decir, nunca se imaginó eso de Bea, jamás.

Mire, soy viuda, mi marido muerto se me aparece a cada rato cuando alguien me va a hacer algo… y cuando me lo hacen, termino gozando como una puta aunque me estén violando… no puedo controlarme cuando me caliento… y todo eso no me gusta porque siempre fui una mujer decente… ¡usted es el menor de todos mis problemas, así que, o me viola o se va!

El anciano galeno se quedó pasmado ante la actitud de Bea. Pero es que ella ya estaba fastidiada, el sexo le chorreaba y le picaba constantemente, y su mente se alborotaba mucho más de lo que ella quería, ya estaba bueno de violadores y niñas calenturientas.

Beatriz… te volviste una puta…

Si… si… y lo peor de todo, ¿sabe qué es don Andrés?

No… ¿qué?

Que me gusta… me gusta ser una puta…

Don Andrés se agarró el pecho, y salió de la habitación, caminando rápidamente hacia su pick up. Respiraba aceleradamente y no se veía bien. Bea se quedó sola otra vez…

Salió de su cuarto entonces, Fernando todavía estaba parado allí, masturbándose. Se fue corriendo a su cuarto, así desnuda, tomó el primer vestido que encontró y se lo puso y luego salió al corredor. ¿Qué hacer?, ¿qué hacer?, ella no sabía qué hacer ni a donde irse, estaba desesperada. Por fin resolvió salir a la calle, a caminar sin rumbo, solo a vagar.

Al salir, don Jorge la vio, el estaba pintando la puerta de su casa. La saludó tímidamente poniéndose colorado, mirándola de pies a cabeza. Bea sintió que la estaba desnudando, así que se fue. Pero eso no la molestó, sino el hecho de que le gustó. "¡Soy una puta!… ¡Soy una puta!… ¡Soy una puta!" se decía ella.

Caminó y caminó mucho, quería respirar, sentir el frío y la frescura del aire de Cobán. Quería un minuto de paz y serenidad para poder pensar con claridad, para tener un momento de lucidez. No tenía el menor deseo de regresar a su casa, trataba de hacer el mayor tiempo posible afuera. Estaba muy confundida, no sabía bien qué hacer o a dónde ir, se sentía sucia y traicionera, sentía que perdía el control de su vida y que se estaba volviendo loca. "Si Fernando viviera, se avergonzaría de mi", se decía.

De vez en cuando se encontraba con algún conocido y le sacaba la excusa de que solamente andaba por allí, haciendo mandados. Pero la cara de tristeza que tenía nadie se la podía quitar. Entonces se percató que, por su desesperación y prisa por salir huyendo, olvidó ponerse ropa interior, lo notó por un furtivo chorro de aire frío que se coló por debajo de su falda, acariciando la ternura de sus carnes pudorosas. Y como agarró el primer vestido que encontró, se había puesto uno viejo y raído, que le quedaba muy apretado. Estaba tan gastado que los pezones se le transparentaban perfectamente, sin mencionar que el exagerado volumen de sus senos forzaban al máximo los botones que tenía al frente. El vestido parecía a punto de reventar cada vez que ella daba un paso.

Mi abuela le dio vergüenza y pensó que lo mejor era regresar. Entonces se dio cuenta de en dónde estaba, entró a la zona roja de Cobán sin percatarse, durante su vagabundeo. Estaba en dónde se ponían las putas por las noches, esperando que las alguien las pasara llevando. También era el sitio en donde se encontraban los bares, cantinas y prostíbulos. Bea nunca había estado en ese lugar antes, ella nunca había llegado allí sola antes, nunca. De hecho, ni con Fer había visitado esas calles.

Se dio la vuelta y, caminando rápidamente, decidió irse de allí. Pero al doblar la esquina, se topó con alguien conocido… ¡Otilia! La mujer se encontraba hablando con una hombre, que parecía increparle cosas, hablándole con violencia y de forma amenazante. Estaban parados frente a un conocido tugurio por tener peleas de borrachos cada noche, y en donde se puyaba con tortilla tiesa. Oti se percató de la presencia de Bea, puso una horrible cara de espanto y bajó la mirada, para acto seguir esconderse dentro de la cantina. El hombre la siguió extrañado.

¡Así que Otilia era prostituta! "¡Pobre mujer!", pensó Beatriz, "¡pobre mujer!, lo que se tiene que hacer para sobrevivir". La abuelita regresó a su casa, se apresuró a preparar el almuerzo, Mari regresó del colegio horas después, venía llorando.

¡Doña Bea! – gritó la muchacha.

¿Qué te pasó criatura?

Mi mami me dejó…

¿Qué?

Si, me dejó, me dijo que ya no me podía cuidar más y que me iba a dejar con usted… ¡buaaaaaa! – Maritza se puso a llorar sobre el hombro de Beatriz, lloraba a cántaros, a mares, estaba desesperada, muy mal. Y Bea se sentía peor, porque creía que por ella se había ido Otilia.

Mari le entregó una carta que Oti le mandaba a ella, Bea la abrió y la leyó:

Doña Beatriz, ya no puedo vivir conmigo misma, ya no puedo cuidar a mi hija como yo quisiera, así que por favor, por lo que usted más quiera en esta vida, cuídemela. Si puedo le mandaré dinero… si puedo.

¿Sabe algo? Mi marido acostumbraba violar a Mari, la drogaba y luego se aprovechaba de ella. Creo que la dejó mal, pues ahora ella solita enta en estados de trance, en dónde se termina masturbando como una loca. Y fue mi culpa, yo le permití a mi marido que lo hiciera. Con el tiempo logré hacer que el la dejara, huí de su lado y me vine a Cobán. Pero me encontró. El hombre con el que me vio platicando frente a ese bar era el… y es mi padrote.

Si, el es mi padrote, el me explota sexualmente y no puedo hacer nada para evitarlo. No tengo ni las fuerzas para alejarlo de mi vida, ni las ganas, pues aunque sé que me hace mucho daño, que me destruye poco a poco, gozó cada vez que lo hace. He quedado como una sucia prisionera de su voluntad, perdida, perdida…

Me voy, porque si me quedo, la vida de mi nena será peor que la mía, se lo aseguro. Por favor, le suplico que me la cuide, su futuro aun puede ser distinto.

La carta terminaba allí, Bea se quedó perpleja, estupefacta. El hombre que la estaba regañando era su ex marido. ¿Hasta dónde puede llegar el hombre?, se preguntó. Así que ya no tenía de otra, tendría que cuidar a Mari. De todas maneras, aunque Oti no se lo hubiese pedido, ella iba a cuidar a su hija con mucho gusto. Horas más tarde mandó a Mari por sus cosas.

Maritza, andá a tu cuarto y trae tus cusas, de ahora en adelante vas a dormir en la habitación que está junto a la mía.

Junto a la suya… yo quería dormir con usted…

¡Nena, qué es eso! ¿Qué van a pensar los inquilinos?

Perdón…

…además, ese cuarto tiene una puerta que da al mío. – Mari sonrió por primera vez en toda la tarde.

Por la noche, ya estaban listas para irse a la cama, Mari se había metido entre las sábanas de Bea, y no porque quisiera tener sexo esa noche, lo que quería era no estar sola. Pero entonces tocaron el timbre.

¿Sí?

¿Beatriz?…

Si Jorge, ¿qué pasó?

Es que acabo de encontrar a esta niña tirada enfrente de su puerta… creo que ella vivía en su casa también. – Beatriz abrió la puerta y vio que se trataba de Gisel.

¡Gisel! ¡Esta niña esta embarazada!… Ayúdeme Jorgito, a llevarla a mi cuarto.

Jorge la cargó en sus brazos y se la llevó al cuarto de la señora. La pusieron sobre la cama, Mari fue a hacerle un té caliente para hacerla entrar en calor, pues se encontraba titiritando. Un poco más recuperada, Gisel le habló a la señora.

Doña Beatriz… perdóneme… perdóneme por favor… por todo lo que le dije… usted tenía razón, el solo me… me usaba co-como a una puta… perdóneme por favor… no he comido nada en 2 días… le, le… por favor…

Tranquilizate nena… ¡Mari!, calentá un poco de los frijoles de la cena, y hacele un par de huevos.

Vaya doña Bea…

Y tu, mejor descansá…

Señora… es que… no tengo a donde ir… si me deja quedarme con usted… busco trabajo… y le pago todo… como sea pero le pago…

Naturalmente que mi abuela no se negó a ayudarla, le dijo que se podía quedar todo el tiempo que ella quisiera.

Jorge le dijo que se tenía que ir ya, que ya se había hecho tarde, que si necesitaba algo, que lo llamara, no importaba a qué hora.

Gracias Jorgito, usted siempre tan bueno conmigo…

No es nada señora, si aquí la buena es usted, – eso se oyó medio mal – o sea… usted es la buena persona, mire que recibir a esa niña, teniendo ya una a su cuidado, no cualquiera lo hace.

Si, pero bueno… hay que ayudar.

Si, hay que ayudar… bueno mi señora, se me cuida un montón…

Vaya Jorgito… y ya verá que algún día le pagaré todas sus atenciones… con creces…

Ese último comentario estaba sobre cargado de feromonas y hormonas femeninas, pues mi abuela se lo dijo con picardía en su mirada y sonrisa, voz melosa y acento suave. Jorge se puso rojo y no supo qué más decir, balbuceó algunas cosas y salió de la casa rojo como un tomate. Mi abuelita también se puso roja como un tomate, pues había caído en la cuenta de que, por primera vez en su vida, se puso a coquetear con un hombre que no fuera su marido. Y simplemente se le salió, se le salió. "¡Ya estoy muy vieja para esas cosas!"· se decía muy chiviada.

El siguiente día pasó de lo más normal, toda su rutina normal. Para la tarde Gisel ya se sentía mejor, y se puso a ayudar a Bea en todo lo que podía. Mari estaba a su lado siempre que podía y los inquilinos iban y venían. Hilda y Sonia se despidieron, pues se iban a ir a la capital. Eso fue lo único inusual.

Pero la noche le traería una mala noticia. Jorge le llegó a visar que su doctor, don Andrés, había muerto, aparentemente fue un derrame cerebral. Al principio Bea se sintió responsable, pero después de hablar con Berta, se alivió. Parece ser que don Andrés había tratado de recobrar sus viejos brillos desde el día que violó mi abuela, y había dado en corretear a su mujer en donde ella estuviera. Y la desdichada de Berta, se sentía feliz, pues hacía muchos años que su esposo había dejado de buscarla.

Pues el día que intentó violar a Bea por segunda vez, regresó a su casa más caliente que de costumbre. Tiró a su esposa a la cama sin decirle ni agua va y copuló como un salvaje con ella, prácticamente la violó ante su felicidad y beneplácito. El día siguiente repitió la tónica, pero a la segunda vez, en medio del último orgasmo de su vida, se desplomó convulsionando sobre su esposa. Así murió.

2 días después fue el entierro. Por la noche Bea se acostó sola, pues a Gisel le dolía la cabeza y se acostó temprano, y Mari se fue a la casa de una compañera para hacer un trabajo y se quedó a dormir allí.

Bea se acostó sola… aunque no completamente…

Fernando apareció acostado a su lado, viéndola con ojos de amor. Ella no se asustó, de hecho, deseó en el fondo de su corazón que ese fuera el verdadero Fer y no una imagen de su cabeza.

Fernando, te amo y te extraño mucho… ojalá estuviera aquí de verdad. Como ya sabrás he hecho algunas cosas… no muy buenas últimamente. No sé cómo volver a ser como antes, creo que no podré, pero el amor que siento por ti no ha cambiado nada. Te amo Fer.

Beatriz se levantó de la cama, estaba acalorada. Se paró y encendió una lamparita, pero esa leve luz fue suficiente para darse cuenta de que su marido andaba con la verga parada. No la podía esconder, ni quería. Fue directamente al ventanal, que daba al jardín, un área de la casa repleta de flores que mi abuela cuidaba con esmero.

Bea se hizo la desentendida, más por no saber que hacer que por desinterés… porque no había ningún desinterés allí, pero era solo una imagen, no era el verdadero Fernando. Aun así su vulva reaccionó, reclamando la presencia del pene del marido. Empezó a palpitar, a calentarse y a llenarse de sangre. Su corazón se aceleró, su respiración también, le temblaba el pulso, estaba bastante mal.

Y Fer habría estado igual aun viviera, pues ella se veía preciosa por la luz que se filtraba de la calle por la ventana abierta, hacía transparentar el camisón de su mujer. Tan solo usaba unos delgados calzoncitos blancos, sin sostén, sus enormes tetas se veían esplendorosas, jugosas; sus nalgotas suculentas, como chuletas de la carne más fina, y era carne que se encontraba ardiendo.

Beatriz fingía estar viendo al jardín, trataba de pensar en otra cosa, de olvidarse de su excitación. Entonces sintió 2 manos que la rodeaban por atrás, por la cintura. Volteó sobresaltada, era Fer. ¡Pero qué visión tan real! ¡Era como si mi abuelo de verdad estuviera allí presente! A Bea le encantaban esas muestras espontáneas de cariño de su esposo, y ahora, sintió esa caricia hasta en el alma. Y aunque sabía que su esposo ya estaba muerto, y que esto era producto de su mente, se dejó llevar, lo necesitaba demasiado.

Las manos de Fer empezaron a acariciarle el vientre, como a ella tanto le gustaba. Entrelazó sus manos con las de el, dejándose llevar por las caricias, sentía su pene tieso debajo de su ropa, luchando por salirse. Le encantó la manera en que este la presionaba por atrás, cómo se sentía a través de su ropa.

De repente, sin saber bien cuando, ella se dio la vuelta, quedando abrazada de frente a el. Empezaron una especie de danza, meneándose al ritmo de la música que sus almas tocaban juntas, hacía bastante estas dejaron de tocar en pareja, se habían distanciado. Hasta ese momento Beatriz se dio cuenta de cuánto había añorado a su marido, incluso antes de que este muriera. Por la edad, decían ellos, esas cosas ya no se debían hacer.

Bea sentía su cuerpo suave y cálido, de hembra en celo, quería entregárselo a su marido, su amado y poderoso macho. Quería rabiosamente estar en sus manos, enredada entre sus brazos y piernas, ser su mujer. Sus bocas se buscaron inconscientemente, se toparon en un beso dulce, beso que le hacía falta a la abuela desde hacía bastante. La verdad habían perdido el romanticismo que tenían y cayeron en una rutina sofocante, a tal punto que ya no sabían como seducir al otro, lo habían olvidado. Luego sobrevino la desgracia, el accidente que dejó a mi abuela sola.

Ella se pegaba a su cuerpo caliente, buscando el contacto de su miembro con sus genitales, casi se colgaba de su cuello y cada vez más esa búsqueda era más desesperada y franca. Llegó al punto de estar frotando su vulva, bajo sus bragas mojadas, contra el pene parado de el, bajo su pantalón. Casi gemía, casi pujaba, necesitaba ser penetrada y lo necesitaba rápido.

Fernando la tomó del cuello y con delicadez, pero con fuerza, la fue empujando hacia abajo. Bea no sabía lo que el quería, pero se dejaba mansamente. La puso de rodillas frente a el, y la miraba con autoridad desde arriba. Bea sintió esa mirada tan arrebatadoramente masculina y viril, se mojo más todavía. El se abrió la bragueta del pantalón, y dejó salir un tieso y duro falo de 20 cm, venoso, enrojecido, tal y como la abuela lo recordaba. Comprendió lo que Fer quería, tomó ese pene y se lo llevó a la boca. Ella jamás había hecho sexo oral, una vez casi lo hace, pero le dio tanta vergüenza que salió corriendo. Y bueno, Fer nunca la obligaba a hacer nada.

Beatriz empezó a lamer el glande grueso de ese pene, como si se tratara de algún helado, sentía las manos de su marido acariciarle el cabello, agarrárselo con dulzura, sentía su mirada bañándola y quemándola. Se metió toda la cabeza, no sabía bien qué hacer, pero estaba dispuesta a hacerlo lo mejor que podía. La lameteaba, mientras chupaba suavemente. Fernando tomó su pene de la base y lo sacó de la amorosa cavidad bucal de Bea, ofreciéndole los testículos. Ella obediente como era, se puso a lamerlos con suavidad, temerosa de lastimarlos.

Luego Fer le volvió a dar la verga en la boca, y empezó a cogérsela por allí. Bea se dejaba sin oponer resistencia, a pesar de que sentía que a veces no al dejaba respirar. Fer se la sacaba por intervalos para restregarla sobre sus senos, para luego volvérsela a meter. A Beatriz le gustó eso, desabrochando su camisón para dejarlo caer al suelo, cada vez que Fer lo hacía, ella tomaba sus pechos gigantes y los untaba con la saliva que traía el glande de su esposo, sus senos quedaron brillosos por ello. Además, cuando los apretaba, dejaba caer leche sobre el pene, de manera que la saboreaba cuando su esposo se lo volvía a meter entre la boca.

La tuvo así como por 30 minutos. Bea estaba completamente fuera de si, como en otro mundo. Si el la hubiese empezado a fustigar con furia, a ella le habrían parecido delicadas caricias llenas de amor. Y cuando el abuelo la sujetó del pelo con más fuerza, bombeando su pene con mayor velocidad y brusquedad, ella se sintió más de su propiedad. Y cuando este comenzó a eyacular en su boca fue ver el cielo con estrellas y todo. Sintió ese semen como si fuera el néctar de los dioses, tan delicioso que podría fácilmente hacerse adicta a el. Fer eyaculó tanto y tan duro, que el semen se le salía de la boca y se regaba sobre sus senos y cuello. Era muy espeso y caliente, a ella le encantó.

Beatriz quedó cubierta de semen, con la cara toda embarrada, así como su cuello y senos. Y su boca estaba repleta, ella no sabía que hacer con eso, así que al final se lo tragó. Pero quedó pasmada y estupefacta, el pene de Fer seguía durísimo, y el no tenía cara de estar satisfecho.

Fernando la tomó de la mano y la puso de pié. Con gentileza la llevó hasta la cama, le quitó el calzoncito mojado y la acostó. Ella le abrió las piernas anhelante por recibirlo adentro de su ser. Fernando se terminó de quitar la ropa, se subió encima de ella, colocó la punta de su pene en su dulce entrada del placer… y la empaló hasta el fondo.

Beatriz se puso a gemir con fuerza, nunca había sentido el pene de Fernando tan duro y grueso, sentía que la estaba partiendo en 2 a pesar de estar tan mojada, y este pene la barrenaba sin compasión. Fer se sostenía en sus brazos y se lo metía en fuertes embestidas, sacándolo rápidamente y volviéndolo a meter con fuerza.

Poseyó a su mujer por 30 largos y deliciosos minutos. Beatriz tuvo orgasmo tras orgasmo, al quinto los dejó de contar. Y gemía y gemía como una loca, respirando con dificultad, muy aceleradamente, cubierta de sudor y de semen. No se dio cuenta de cuando acabó Fer por segunda vez.

Quedó profundamente dormida entre los brazos de su esposo, que se quedó con ella toda la noche. Mi abuela sabía que el ya estaba muerto, y que lo que ocurrió allí solo pasó en su mente. Pero fue tan real que no le importaba, para ella, esa noche, había sido la noche más importante de su vida.

Y lo que le deparaba el futuro ya no le daba miedo. Si se iba a convertir en una puta… pues lo gozaría. Y Mari, si ella quería vivir entre sus piernas, la abuela se las abriría con gusto. Lo que pasó después, las nuevas experiencias que tendría, todo eso se los contaré en otras historias, por ahora creo que lo mejor es dejar que mi abuela duerma y sueñe feliz.

FIN.

Gran Jaguar

Pueden mandarme los comentario y sugerencias que tengan de esta serie a mi correo electrónico gran_jaguar@terra.com, gracias. Más adelante, probablemente, escriba continuaciones.

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