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Mi Hijo Disfruta de mi

en Amor filial

Mi hijo Disfruta de mi

¡Ohhhhhh… ¡Cómo me da de duro! No se ya ni la hora o la fecha de hoy, perdí totalmente la noción del tiempo. Y… ¡Mmmmm!, mi nene no se cansa. Me tiene en 4 sobre la cama, rebotando sobre su musculoso abdomen, ensartándome su poderoso miembro viril, un musculoso y duro salchichón. Mis senos rebotan acoplándose al ritmo de las embestidas, y mis nalgas tiemblan y se estremecen cada vez. Estoy roja de la agitación y sudando a chorros. Pero se siente tan delicioso…

Será mejor que me presente. Yo soy Silvia Mayén, y el semental que me está montando es ni más ni menos que mi hijo Alberto, "Beto". Los que leyeron mi primera historia sabrán quienes somos, pero para los que, los invito a leerla también. Se llama "Hombre para Todas".

Ahora que tengo a mi bebé atrás de mi, taladrándome las entrañas y haciéndome su mujer (como tantas otras veces), recuerdo cómo solía ser antes, cuando el era casi un niño, ahora es un hombre de 19, un auténtico hombre. Me caliento más de lo que ya estoy recordando aquellos días en que dormía el tenía apenas 13 años. No pasaban ni 3 meses desde que iniciamos esta relación incestuosa que lo convertía en el esposo, novio, amante y amo de las casi más de 15 mujeres en edad de tener relaciones que hay en mi familia.

El era un muchacho delgado, pero no flacucho, desde esa edad comenzó a mostrar lo cuadrado que sería en su madurez. Su piel blanca y lampiña era tan suave, casi como la de un bebé. Y esos ojos celestes me volvieron loca el día en que lo comencé a ver como hombre. A las 9 de la noche me acostaba a su lado, a menos que tuviera una tarea larga que hacer o hubiera algo muy buena en la tele, en cuyo caso yo o alguna de mis hermanas nos quedábamos despiertas a su lado.

El se metía en la cama, entre las sábanas esperando impaciente, el picarón sabía que una de sus tantas mujeres iría a hacerle compañía por la noche. Casi siempre era yo, soy la mamá y tengo prioridad aunque mis hermanas se pongan celosas. Llegaba en un camisón delgado, blanco, casi transparente, con nada abajo. Eso le gustaba mucho, pues así mis senos grandes y jugosos se transparentaban, así como el contenido de mi ingle, que se veía borrosamente cuando la delgada tela se me pegaba por acción de mis movimientos. Y yo gozaba sabiéndome deseada, pues cuando llegaba a su lado el estaba más duro que un bat de béisbol. Es increíble cómo la mayor parte de los hombres ignoran que uno de los pocos afrodisíacos reales y efectivos que tiene un mujer, es sentirse deseada. ¡Eso nos pone…!

Entonces llegaba y me metía entre las sábanas, a su lado. Comenzaba a acariciarlo y a hablarle dulcemente mientras los besaba despacio y suave. Bajaba mis manos a su pene, que en ese entonces no medía más de 15 respetables cm. Bastante para un niño de 13. Lo comenzaba a acariciar con una mano, por unos minutos. No muy duro para que no terminara, pero lo suficiente para calentarlo más.

Después, yo me metía entre las sábanas y comenzaba bucear entre ellas, buscando su pene con la boca. Al encontrarlo lo besaba suavemente, dándole pequeños lengüetazos sobre la cabeza y acariciándole los huevitos, tan chiquitos y lampiños en esos días, y ahora tan grandes y peludos. Realmente Beto se puso huevudo años después. Tanto así que no podría rodear uno de sus testículos con una sola mano. Y ahorita los siente perfectamente bien cada ves que se estrellan contra mi vulva, en cada empellón que me mete mi amado semental. ¡El sí sabe cómo montarme bien!

A veces el terminaba en mi boca, y yo saboreaba con deleite su delicioso semen. Entonces dependiendo de qué tan cansado estuviera, trataba de ponerlo duro otra vez o lo dejaba dormir para que no se durmiera en clases. Otras veces no dejaba que terminara así. Me separaba de su miembro y me acostaba sobre la cama, bajo las sábanas. Abría las piernas y estiraba los brazos, lo invitaba a venir. El, rogado, je, je, je, se ponía encima de mí y comenzaba a tocarme bajo la ropa, a manosearme torpemente. Me restregaba los senos, los apretaba y estrujaba. Luego metía sus manitas entre mis piernas y hacía lo mismo. Me sorprendió lo rápido que aprendió a tocarme, a mis hermanas también, en esa sensible zona. A los 14 ya era capaz de hacernos llorar de los orgasmos tan intensos que nos provocaba.

Al final siempre terminaba acostado sobre mí, montándome desenfrenadamente, con la torpeza de un niño. Pero sería injusto decir que no me gustaba. Recuerden que tenía una erección de 15 cm. nada mal para un hombre normal. Y piensen también que el solo me ensartaba y comenzaba a darme sin tregua, loco por llegar a su deseado orgasmo. Yo solo me abría de piernas y lo dejaba hacer. Sabía que lo más seguro es que yo no alcanzaría el clímax así, pero mi prioridad era el, que gozara de su enamorada madre. Siempre terminaba dentro de mi cuando estaba en esta posición, y luego se quedaba dormido abrazado a mis senos, que desde que lo hice mi hombre, han sido su delirio, lo apasiona.

Debido a su inexperiencia, nos vimos obligadas, todas mis familiares que participaban en este incesto, de satisfacernos entre nosotras. Además, era importante que aprendiéramos a gozar entre mujeres para poder darle una mejor satisfacción a Beto. Sabíamos bien lo mucho que les gustan a los hombres ver a 2 lesbianas en plena acción.

El tiempo pasó, y Beto se hizo un experto cogedor. Yo no podía pedir más de el. Verán, mi nene siempre fue buen estudiante, nunca fue un niño malcriado, ni un adolescente rebelde. Siempre fue muy educado y amable con las personas. Además es guapísimo y está bien rico… ¡¿qué más puede pedir una madre de su hijo?!

Y ahora, a sus 19 años, es más de lo que yo hubiera imaginado jamás encontrar en un hombre. Y en este preciso instante me está dando tan rico… Ya me cambió de posición, ahora me tiene de costado sobre mi lado izquierdo. Con uno de sus gruesos y musculosos brazos levanta mi pierna derecha, exponiendo mi rosada y delicada vagina, en donde se aloja su poderoso miembro que la taladra una y otra vez sin descanso, obligándola a chorrear babas hasta quedar casi seca.

El, parado al pié de la cama, me ataca más duro que nuca, me toma como una muñeca inerte sin voluntad. ¡Eso me encanta! Sentirse obligada, tomada en contra de su voluntad, es una de las fantasías que más calientan a una mujer… y para mi es doble, pues el que me posee es mi hijo de 19 años.

¡Huuuummm… Ya no tengo fuerzas para nada más, ahora si solo soy una muñeca inerte. Y el no se dobla con nada. Ya casi no tengo nada con qué sudar, estoy casi seca. Beto sabe lo mucho que me gusta estar así, pero de todas maneras me susurra al oído, me pregunta si estoy bien, ¡qué dulce! Yo solo le contesto moviendo la cabeza afirmativamente. El continua con sus movimientos con la confianza de que la estoy pasando bien así.

Después de muchos minutos, el termina.

¡Ya… ¡Ya casi mama… ¡Ya casi…

Vení… le digo yo de forma apenas audible.

El se coloca sobre mi tórax, pone su pene hinchadísimo y palpitante entre mis senos. Lo aprieto con ellos y el empieza a frotarlo contra su piel, suave y tersa, con movimientos de caderas, de penetración. Eso se llama "paja rusa! Aquí en Guate. Después de unos minutos, el me hecha todo su blanco semen sobre la cara, pelo y cuello. Y yo tratando de capturar todo lo que puedo con la boca, ¡me gusta tanto el sabor de su semen…

Después se acostó a mi lado y el sueño me venció, caí como una piedra. Una hora después me despiertan las lamidas de Blanca, mi hermana, que llegó a ver cómo me encontraba después del encuentro con mi hijo. Me lame la cara, yo la beso, y termina como debe terminar… ustedes ya saben cómo…

Fin

Gran Jaguar

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