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El Legado (05: La Batalla de los Chamanes)

en Dominación

El Legado V

La Batalla de los Chamanes:

I

La mañana llegaba somnolienta, cansada de un largo viaje, perezosa, huevona. Mi improvisado colchón de palmera tejida logró nunca su propósito de aislarme de la rudeza de las piedras del suelo, ni de sus propios bodoques que deformaban la postura de mi espalda.

Me incorporo, me espabilo y me restriego los ojos. Volteo hacia atrás y compruebo que mis niñas (Fabi, Rocío y Sheny) hayan pasado una mejor noche que yo. Aparentemente así fue. Las 3 se enojaron mucho y casi lloran cuando les dije que me quedaría en ese sucio y polvoriento colchó, antes la mirada molesta de Jacinto. Las 3 quería acostarse a la par mía, y que las tomara como se las había hecho costumbre.

Salgo de la humilde morada (una choza de madera y techo de palmeras) y recibo los primeros rayos de ese hermoso día, teñido de azul y verde. Respiro el refrescante aire, filtrado previamente por la tupida maleza de los alrededores. ¡Ohh!, era el aire más fresco que jamás respiré.

Camino unos pocos metros, y veo a los lejos, sentados sobre una piedra grande a Mama Flora y a Jacinto. Ellos hablaban muy serios, sobre algún tema muy serio, que seguramente (y para mi desgracia) involucraba muy seriamente a mi persona. Todo me involucraba a mí ahora. ¿Y yo qué culpa tenía de eso?

Me volteo y… ¡puta! Fernando está parado detrás de mí, sosteniendo un rifle en su mano y mirándome fríamente. No me sonríe, pero me saluda cortésmente con un ademán de su cabeza, aunque con una frialdad infinita. Mide como 1.87 mt., ¿cómo pudo ponerse detrás de mí y ni siquiera me di cuenta? Todas estas personas son extrañas… bueno, mi vida es extraña, ya nada me parece normal. O más bien es la anormalidad la que me parece normal ahora, y lo normal, eso no es ya más que un recuerdo vago de lo que una vez fue mi vida.

Me regreso a la choza a esperarlos. Tengo hambre. Sheny abre los ojos y se despierta. Me ve sentado en el suelo y me regala una dulce sonrisa. Está tan cansada que apenas se logra levantar. Se aproxima a mi, con sus pechos desnudos y ofreciéndome sus 2 hermosas esferas de amor. Con mi mano las toco, ella se inclina un poco y yo las beso, un besito para cada una. La abrazo y la siento en mis piernas. Ella pega su cabeza contra mi pecho y se queda profundamente dormida. ¡Dios mío!, si tan solo Ana Luisa, mi ex mujer, me hubiese dejado hacerle eso, solo eso. Solo dormir en mi regazo, no pido más. Pero no, ¿cómo iba a ella a recostarse sobre el pecho de una perdedor como yo, de un ser tan miserable como yo.

También estoy cansado, el viaje fue largo y muy agitador. Después de desembarcar en un improvisado muelle de madera en el Polochic, caminamos un largo trecho, fueron varios kilómetros rodeados de selva. Llegamos hasta un camino. Mama Flora tocó el suelo con una ramita que arrancó de una árbol, y aparecieron una recua de caballos quién sabe de dónde, uno para cada uno. Nos subimos a ellos y volvimos a emprender el viaje. Esa noche nos quedamos en el suelo en medio de la vegetación. Fernando estaba muy tenso, como esperando lo peros. Lo mismo los otros 2 negros que venían. Por mi parte no pude pegar un ojo.

El día siguiente lo mismo, pero para arriba. Subimos mucho por las montañas. Volvimos a dormir entre la maleza y, lo mismo, casi nadie durmió. Solo Mama Flora se recogió como una bendita. De seguro sus espíritus la cuidaban.

Llegó otra mañana y emprendimos el camino otra vez. Esta vez alcanzamos un camino, y como por arte de magia aparecieron unos picups, eran 2. Adentro venían 2 indígenas que dijeron venir de parte de jacinto. Subimos a los vehículos aliviados pues ya no aguantábamos las nalgas de estar montados en los caballos, que tan misteriosamente como llegaron, se fueron. Esa noche llegamos a la choza.

Mientras recordaba esa odisea, me quedé profundamente dormido, con Sheny entre mis brazos.

II

Salvador, usted ha caído en el poder maligno. – me dijo Jacinto muy serio.

No… o sea… he tratado de que no…

Pero ¿y ellas? – me inquirió refiriéndose a mis 3 mujeres.

Perdón… perdón… – dije avergonzado – pero no lo pude evitar. Estaba más allá de mi fuerza… no se qué me pasó.

Usted cayó en el poder maligno.

¿Mi maldición?

Si, en la maldición que pesa en su familia. Y ahora estas 3 criaturas inocentes quedaron malditas con usted para siempre. – esas palabras me hicieron sentir como una verdadera basura.

Seguimos hablando. Le conté al chamán sobre el asalto al bus, allá por Coatepeque. Después que comprendí que el delincuente había muerto, no sabía la razón, (pero el gran boquerón de carne desgarrada que era su ano me lo indicaba claramente aunque no lo comprendí en ese momento) pero entendí que lo mejor era salir corriendo de allí.

Pero no, algo me detenía. Sentí una presencia detrás de mí. La sangre se me heló, un frío desagradable me recorrió toda la espalda, quedé petrificado. Volteé lentamente la mirada y allí estaba el delincuente, de pié, con todos sus compañeros muertos tras de el. Me miraban con dolor y sufrimiento, y con mucho miedo. Trataban de articular palabras, pero estas no salían de sus bocas, y su expresión transmitía una gran desesperación, un inconmensurable dolor.

Me petrifiqué del miedo… pero se fueron. Se esfumaron en la nada tan misteriosamente como había llegado. Aun me quedé parado allí un rato más, el alba ya comenzaba a despuntar, no me atrevía a moverme.

Esas almas quedaron penando Salvador.

¿Malditas igual que yo?

No, no. Es que ellos se lo ganaron desde antes. Sus caminos torcidos y corrompidos ensuciaron su alma. Ellos le quitaron todo el valor a la vida de las personas creyendo que no valían nada. Y así, las suyas propias quedaron sin ningún valor. Usted lo único que hizo fue acelerar su castigo.

¿Por eso son ánimas en pena?

Si, se quedarán penando por mucho, mucho tiempo.

¿La eternidad?

No necesariamente. Un alma condenada puede ser redimida de muchas maneras. Por el amor puro de un ser que quedó en vida, el perdón de otra alma a la que ellos le hicieron mal, o simplemente arrepintiéndose ellos de sus culpas. Por desgracia, si no se arrepintieron en vida, muy difícil lo hacen muertos, pues la muerte los marca y los enloquece, y el mal los jala hacia el y los hace suyos, no los dejará ir.

Otro ruido me sobresaltó. Volteé la cara y vi a la pequeña niña, allí paradita mirándome. Su carita todavía tenía restos de semen, y se hallaba completamente desnuda. Su rajita estaba teñida de un color intensamente rojo, el rojo de su virginidad perdida la noche anterior. Pero ¿quién lo hizo? ¿Quién fue el que se atrevió a semejante crimen?… fui yo. Recuerden, anoche no era yo, no era nadie…

Cuénteme Salvador…

Mi corazón latía, mi pulso temblaba, mis ojos querían cerrarse pero no podían, ellos no podían dejar de ver a la pequeña, allí, paradita, atemorizada y desnuda. Entonces recordé lo que había pasado, el inmenso crimen que cometí. No se por qué, pero lo cometí.

Me cansé de violar al delincuente. Lo poseí hasta que me harté, hasta que me asqueó su ensangrentado ano. En un momento dado, le ordené a la niña que le diera de besitos a la verga del tipo. "Te la querías coger, pues ahora te la vas a coger" le gruñí rabioso al tipo que se convulsionada del dolor en el suelo.

La pequeña me obedeció. Se acercó tímidamente hacia el tipo, que con los ojos llenos de lágrimas y la voz en carne viva le suplicaba que lo ayudara, que hiciera algo. Pero la niña ya se encontraba bajo el influjo maligno de mi maldición. La tomé de su larga trenza y la obligué a arrodillarse. Luego a que pusiera sus labios sobre el pene inerte del hombre, el mismo pene que ratos antes le había dado a probar por primera vez el sabor del semen. Ella trató de oponer resistencia, pero esta era por demás inútil. "Besala" le ordené, y ella, como mansa perrita, se puso a dar tiernos besitos en la cabeza de la verga sucia del infeliz ese, el que había matado a su madre y que ahora era salvajemente barrenado por mi gigantesca verga de 21 cm. estaba loco del color y del placer que sentía al ser desgarrado de esta manera.

Pronto, con mis manos sujetándola fuertemente de su trenza, obligué a la pequeña a meterse el miembro de ese tipo entre su boquita tierna y virgen. "Chupala como a un bombón" le dije, y la pobre con toda su inocencia lo hacía así, lo comenzó a chupar como si se tratase de un bombón. Poco a poco se le fue poniendo dura la delincuente, que ya no tenía fuerzas para seguir gritando, muchos menos para detenerme, pero tampoco quería que parara. El quería seguir siendo mío aunque encontrara la muerte en el intento.

Fabi siguió mamando ese pene. Ella no sabía bien lo que hacía, ni por qué lo hacía. En su interior había algo que le decía "seguí, seguí" y que le calentaba entre las piernas, pero no sabía más allá de eso. El hombre eyaculó por segunda vez, esta vez los chorros dieron de lleno dentro de la boquita de la niña de 10 años. La pequeña Fabi sintió ganas de vomitar, pero yo no la dejé irse, no permití que despegara ni por un segundo su boquita de la herramienta de ese tipo. Tuvo que tragarse un montón de esa leche.

Le seguí dando duro al tipo. No dejé que Fabi dejara su pene por un lado, no, la obligué a seguir chupando hasta que se le volvió a parar, esta vez después de un buen rato. Entonces le dije a la niña "Quiero que te sentés encima de su pipí". Ella me obedeció y se sentí en el, pero no se lo metió, solo se sentó sobre, pegado al abdomen del delincuente, que seguía gritando, ahora cada vez con menos voz y fuerza. "¡Así no niña estúpida!" le grité. La levanté del pelo, con la otra mano acomodé el pene del tipo apuntando en la entrada de su delicada rajita, y la hice caer sobre el violentamente. Un agudo grito de dolor salió de su boquita al tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas.

"¡Ahora cabalgá a este hijo de puta!" le grité loco de la lujuria, estaba tan caliente, como jamás lo había estado antes. Ella lloraba profusamente, su vaginita le quemaba y le dolía el alma. ¡Zap!, le trabé una fuerte bofetada. "Si vas a llorar, llorá por algo" le grité y ¡Zap!, ¡Zap!, ¡Zap!

¿Para qué contarles como la golpeé? La cara se me caía de la vergüenza y los ojos se me llenaban de lágrimas mientras se lo contaba a Jacinto. Este me escuchaba atentamente, en silencio, con ojos brillantes y corazón abierto, o por lo menos así lo percibía. Sentía una profunda comprensión en su mirada.

Hice que Fabiola cabalgara a ese hijo de puta Jacinto, por mucho tiempo.

El mal nos hace malos Salvador…

Pero tenía 10 años… ¡10 años! Y ese tipo era el mismo que mató a su madre… ¡enfrente de ella Jacinto!

Salvador, no era usted el que lo hizo.

¡Si fui yo! ¡Si fui yo!

No Salvador, fue el demonio que vive en usted. Fue esa maldición que lo persigue a usted.

¡Si fui yo!

No, Salvador Medina es el hombre que está llorando enfrente de mí. El que hizo eso, fue el demonio, la maldición que se alimenta del mal que está en los corazones de cada uno de nosotros. No fue usted Salvador.

A pesar de las palabras de aliento de Jacinto, no podía quitarme de la cabeza la imagen de mi dulce niña cabalgando encima del falo de ese delincuente, del que ni el nombre se. No la podía dejar de ver saltando sobre esa verga, ni sobre la mía, ni chupándole la vulva a Rocío. No, no podía…

III

¿Y Rocío? ¿Qué hizo con ella? – Rocío, Rocío, Rocío. Ella también calló víctima de mi oscuridad.

Fabiola se encontraba montando sobre el ladrón, que esta vez ya casi no se movía. Podía ver claramente como entraba y salía su verga hinchada y casi vacía de la delicada, enrojecida, inflamada y lampiña vagina de la pequeña. Yo seguía sodomizándolo a placer, introduciéndole violentamente mi largo y grueso pene moreno, dentro de su ya lacerado y desgarrado ano. El no podía hacer nada para defenderse.

Sentí una presencia detrás de mí y volteé la mirada. Era Rocío, la niña de 13 años sobre la que los 2 jóvenes y otro caballero pasaron encima, arrancándole dolorosamente su virginidad. Estaba tirada en el suelo exhausta, con los ojos abiertos mirándome en mi faena. De su ingle salía un fuego que la quemaba. Le ardía y le dolía. Se sentía sucia y como la peor de las mujeres, y sin embargo quería más, seguía caliente.

Paré de torturar a mi víctima, y caminé hacia ella, no sin antes advertirle a Fabi que se paraba se arrepentiría. La tomé del brazo. En sus ojos leía miedo, pero en su mojada raja, excitación.

La puse de pié a la fuerza, apenas si podía. la llevé a rastras hasta donde había dejado al ladrón, que no había tratado de huir aunque hubiese podido. Aunque me suplicaba que ya no, el mismo deseaba más. Y Fabi no había dejado de meterse y sacarse el miembro del asesino de su madre, y se encontraba saltando enérgicamente sobre el, gimiendo con su vocecita infantil como una verdadera puta.

La senté sobre la cara del ladrón, con la pusa sobre su boca. Levanté de las caderas al tipo ese, y le enterré hasta el fondo mi paloma en busca de pelea. No me importaron ni sus gritos de dolor ni sus súplicas de piedad, solo quería cogérmelo y hacerlo mío. Fabi no dejó de brincar sobre el miembro del ladrón ni un segundo. "Restregate sobre su boca y chupale las chiches a la niña" le ordené a Rocío. Ella obedeció sin chistar, moviendo rítmicamente sus caderas sobre el rostro del infeliz ese mientras se aferraba con la boca a las chichitas de la niña. Me excité como nunca. Lo agarré muy duros de las caderas con las manos y le enterré con mayor furia mi pene, arrancándole los últimos alaridos de dolor y placer. "Chupale la pusa" le ordené al ladrón, que dócilmente sacó su lengua y las comenzó a pasar sobre el tierno sexo de Rocío. Fue lo último que el hombre hizo.

No se por cuánto tiempo seguí cogiéndome al delincuente. Y tampoco me di cuenta de cuándo fue que murió, para mi no era más que un culo que podía ser penetrado como a mi me diera la gana. Lo cierto es que su pene se puso flácido y se salió solo del adolorido interior de Fabi, y que Rocío ya no sentía su lengua por más que se restregara sobre su cara. Así ya no me gustó, pues no había gritos, ni gesticulaciones de dolor ni de placer.

Me salí de su interior y me senté en el suelo decepcionado, mi pene todavía estaba duro y no había podido terminar para nada. Jadeante, con el gesto feroz y vicioso, volteé mi atención sobre las niñas… si, ellas podían saciarme.

Las tomé de los brazos y las llevé detrás de unos matorrales, donde amanecí. Les dije: "chúpenmela", y ella obedecieron ipso facto. Rocío se arrodilló y Fabi apenas se agachó un poco. Las 2 comenzaron a lamerme la verga. Yo gozaba con su sumisión, me sentía el rey del mundo y que de verdad no había nada imposible para mí.

Las agarré de las greñas y las obligué a meterse mi falo entre sus bocas, apenas si les cabía. La metía en una y después en la otra. Así, turnándome la mamada me mantuve un buen rato hasta que sentí deseos de terminar. Las separé un poco de mi miembro y exploté en sus caras. Una abundante carga de semen blanco se estrelló contra sus caritas. "¡Abran las bocas perras!" les grité y ellas siguieron mi orden. Abrieron todo lo que podían sus boquitas dejando caer allí dentro mi abundante esperma. Las dos quedaron cubiertas de un espeso semen, que les resbalaba lentamente por la frente, las mejillas, la boca, el cuello, y caía sobre sus pechos y vientre, además de tener mucho dentro de sus boquitas.

Miré hacia abajo, hacia mi pene, y todavía no se había dormido. Volteé a ver con lujuriosa maldad a mis 2 víctimas y les dije fríamente "no he terminado todavía". Una gruesa lágrima resbaló por la mejilla de Rocío, pero también una extraña sonrisa aparecía en sus labios. ¿Qué le pasaba? La aterraba saber que todavía las violaría más, pero también la excitaba mucho y la alegraba en el fondo de su corazón. Ella ya no tenía escapatoria.

Violé a Rocío muy fuertemente. Ella ya estaba cansada de su faena con los 3 tipos y de su cabalgata sobre la boca del ladrón. Yo solo le ensarté mi paloma entre su adolorida pusa y ella se dejó hacer. Afortunadamente para ella el amanecer ya venía, y con el, el fin de mi transformación. Caí de bruces al suelo inconsciente, ella también. Solo Fabi quedó despierta, ala expectativa de lo que yo pudiera pedir de ella. Lo demás, ya ustedes lo saben…

No fue su culpa Salvador. – me dijo serenamente Jacinto – Usted nunca se quitó su amuleto, pero tampoco pudo conservarlo en su cuello. Quedó indefenso y la maldad lo atrapó.

Pero con Sheny sí me lo quité.

Ser desconfiado y no creer es perta de la naturaleza del hombre… triste… – agregó mama Flora.

Si. Ahora lo hecho, hecho está y no se pude cambiar. Ellas son de usted, son suyas y no puede hacer nada para cambiarlo. Ahora las tiene que cuidar, porque ellas ya no pueden. Su vida se limita a la suya y más allá de ella ya no tienen nada. Son esclavas por el resto de sus vidas.

No, no, no… ¡NO! - grité desesperado. Yo no quería que ellas perdieran sus vidas así, a mi lado e inútilmente. Tenía que haber alguna alternativa.

Si Salvador… esa es su maldición…

No, no, no…

¡Es su maldición! – agregó mama Flora.

IV

El almuerzo había terminado. Rocío y Fabi se encargaron de preparármela y de servírmela. Luego se llevaron los platos para limpiarlos. Sheny se quedó conmigo. Con la mirada encendida y movimientos sugerentes se me fue acercando. Ya sabía lo que buscaba. Desde que todo pasó esas mujeres vivían eternamente calientes. ¡El sueño de cualquier hombre! Lástima que esos sueños difieran mucho con la realidad.

No tenía deseos de nada ese día. Estaba triste y apesarado, pero aun así mi pene respondió y se puso a punto. También yo vivía eternamente caliente desde que todo esto me pasó. Justo en ese instante apareció Jacinto y mama Flora.

Salvador, hay cosas que usted quiere saber, otras que las ignora pero que debe conocer… y otras que no quisiera, pero hay que decírselas. Es el tiempo, Jacinto le hablará. Abra su corazón y su mente, ahora escuchará toda la verdad…

Jacinto empezó a hablar. Invocó a los espíritus del bosque y de la selva, de la montaña y de la tierra. Llamó a su nahual y a la mío, y a los ángeles y ánimas benditas. Quemó incienso sobre la piedra en que estábamos y entonó cánticos rituales en su lengua materna. Mama Flora lo veía llena de respeto, en sus ojos se leía admiración y un profundo respeto. Para provocar eso en una mujer como mama Flora, Jacinto Semuyuc debía ser todo en personaje.

La maldición corre por sus venas, está en su sangre y en la de sus herederos.

Lo se…

Pero lo que no sabe es que fue su abuelo el primero en quedar maldito. – mi abuelo, apenas lo conocí una vez y nunca más. Era un personaje enigmático en mi familia a quien todos temían, no sabía por qué – Y tampoco sabe que usted es su heredero…

Jacinto inició su relato, y esto fue lo que me contó:

"Su abuelo se llama Emilio Medina. El era un buena amigo mío. Lo conocí cuando estábamos aprendiendo la magia, de un chamán muy bueno y poderoso. El era mi maestro, nuestro maestro. Se llamaba Simón Pop. El no enseñó el arte de la magia blanca.

Si Salvador, si, su abuelo fue un chamán al principio, y uno muy bueno. Los 2, el y yo, luchábamos por hacer el bien. Eso fue hace mucho tiempo Salvador, hace mucho, pero yo lo recuerdo muy bien.

El mal siempre está, el diablo trata de meter su cola cuando las personas son buenas, y lo hizo con Emilio. El venía de una familia de pisto. Eso es lo malo de la gente de pisto, se acostumbran a el. El pisto es una herramienta de la maldad. Agarra a la persona y no la deja ir, la hace pensar que está bien, que lo tiene todo, que ya no necesita nada. Pero yo nunca he visto que un billete le calme el hambre si no hay qué comer, tampoco que se ponga a platicar con uno o que lo abrace por la noche. Es un engaño Salvador un engaño.

Su abuelo era bueno, pero como persona rica, las cosas lo tenían agarrado, y al tener muchas cosas, uno quiere más. Eso no es malo, no, pero si cuando se vuelve codicia. Por el pisto la maldad entró al corazón de su abuelo y lo corrompió, y dejó de ser un chamán y se fue volviendo poco a poco en un brujo. Los brujos solo hacen magia negra, o magia que no es buena. Al revés de los chamanes que solo practicamos magia blanca, magia buena, magia que ayuda a las personas y a la tierra.

El maestro Simón Pop sacó a Emilio y le dijo que ya no le enseñaría nada, y su abuelo se fue a vagar en el mundo. Encontró la lanza negra. El amuleto que lleva en el cuello es parte de la punta de la lanza negra. Es buena, pero Emilio lo usó para el mal. No se sabe cómo, pero la maldición cayó sobre mi amigo. Ya estaba malo, corrompido, sabía que era una maldición, pero no le importó.

La ambición entra fácil al corazón de un rico, y se acomodó en el de su abuelo. El quería más y más. Entre más se tiene, más se quiere. Y su nuevo poder hacía que dominara el corazón y las mentes de las personas. Pero los perdía y los destruía porque quedaban atrapados en su propia alma. Esa es la maldición. El atrapa las almas de los demás, pero pierde cada vez más la suya porque se amarga. Si quiere amar, el se puede enamora, pero la mujer no, ella solo estará atrapada en el. Cada vez se sentía más solo y miserable, y necesitaba más cosas y más almas para sentirme mejor.

El Tata Simón, mi maestro, se le opuso y lo combatió. Yo lo acompañé a pelear. Pero Emilio se había puesto muy fuerte. Vi como se convertía. Se ponía más alto y le salía pelo en todo el cuerpo. Le salían garras en las manos y en los pies y sus ojos se ponían negros como la noche, encendidos como con odio. Emilio trajo a sus esclavos, ya tenía mucho, y los puso a pelear contra nosotros. Tata Simón invocó a los espíritus del bosque y de la selva. De la tierra salieron guerreros hechos de tierra, hojas y palos, y se enfrentaron contra los esclavos del ladrón de almas. Yo hice lo mismo.

Empezamos ganando la batalla. Los esclavos de Emilio se iban cayendo uno por uno. Pero el ladrón de almas no se iba a quedar tranquilo mirando como morían ellos, que le pertenecían. Tomó un cuchillo de piedra y atacó a Tata Simón. El le tiró un encantamiento, pero Emilio tiró otro y lo invirtió y atacó a mi maestro. Después… solo recuerdo que como rayo Emilio apareció atrás de Tata Simón, y le enterraba el cuchillo por la espalda, en el corazón. Tata Simón cayó al suelo y se murió.

Solo quedamos Emilio y yo. Sus esclavos ya estaban muertos y los guerreros de la tierra también. Agarré la vara de Tata Simón, y me pelié con Emilio. Pero el era muy fuerte, yo no le podía ganar. Pero a el se le olvidó algo. Un chamán al morir, puede hacer algo, algo muy poderoso. Tata Simón le tiró una cura al ladrón de almas con su último aliento. Poco a poco Emilio se fue haciendo más débil, hasta que ya no podía conmigo. El alma de Tata Simón lo estaba debilitando. Entonces yo le tiré un limpia. Junté un montón de hojitas y le pedía a los santos del purgatorio que me ayudaran, y las hojitas se pusieron de pié y atacaron a su abuelo. Este se debilitó, pero todavía pudo escapar. No lo logré alcanzar.

En la noche enterré a Tata Simón, y llamé a los espíritus y a mi nahual. Invoqué a los demás chamanes para que me ayudaran a pelear contra Emilio Medina, y como a los 2 días llegaron 4. Eran Mama Buena, hechicera de Livingstone y guardiana de los 7 Altares. Ella es la madre de Mama Flora. También vinieron otros 3 chamanes: Carlos Torres, guardián de los volcanes; el maestro Vicente Colop de San Marcos, amigo de Tata Simón; Santos Oscal, un anciano Señor Jaguar; y Virgilio Pérez, un chamán bien joven de Cobán, amigo mío. Todos ellos vinieron aquí a Joyabaj para ayudarme a pelear contra Emilio. Junto con ellos vinieron también algunos hombres que los ayudaban. Vinieron los hombres de Mama Buena, y los de Vicente Colop y de Virgilio Pérez. El Señor Jaguar vino solo y el guardián de los volcanes trajo a su hijo de 8 años con el.

Fuimos a buscar a Emilio a "Los Horcones", su finca, al día siguiente. El todavía no se había recuperado porque la cura de Tata Simón era fuerte. Pero de todas maneras era muy peligroso. Se volvió a convertir en el animal y se escondió en la selva, en su finca. Mama Buena se puso a hacer un hechizo de encierro alrededor de la finca para que el ladrón de almas no se pudiera escapar y quedara encerrado. El Señor Jaguar, Tata Machete (que así le decían a Carlos Torres por su gran machete) y Virgilio Pérez me acompañaron para cazar a su abuelo. Tata Chente (Vicente Colop) se fue a la casa de la hacienda para hacerle una limpia.

Emilio Medina nos puso una trampa. Tiró un embrujo a los árboles y estos nos atacaron. El se nos escapó porque nos tuvimos que defender de los árboles. Pero el Señor Jaguar, Santos Oscal, invocó a su nahual y se transformó en un Jaguar, grande y fuerte, y se fue a perseguir a la selva a Emilio. Con un hechizo logré romper el embrujo de su abuelo en el bosque, y con Tata Machete y Virgilio nos fuimos a buscar el rastro de Emilio. Pero fue muy tarde, Emilio se había ido a atacar a Mama Buena.

Rugidos y maldiciones, el Señor Jaguar se había enfrascado en una lucha a muerte contra el ladrón de almas. Convertido en Jaguar, estrellaba sus garras y colmillos contra los de Emilio. Mama Buena sangraba mucho del pecho. Una zarpa de Emilio le dio allí y le destrozó uno de sus pechos. Ella estaba muriendo, ya casi estaba muerte. Parada allí, pero ya casi muerta. Pero ella usaba el último aliento de vida que palpitaba todavía en su interior para lanzar el hechizo de encierro. Entonces este hechizo fue muy fuerte, mucho muy fuerte. Lo lanzó, y calló muerta en el suelo. Virgilio la fue a ver y le dio sus últimas bendiciones antes que viajara al más allá.

Tata machete y yo perseguimos a Emilio. En un descuido del Señor Jaguar, el cuchillo de Emilio, que era mágico, salió volando por el aire y se enterró en uno de sus costados. Un rugido de dolor retumbó en la selva. Emilio se aprovechó y lo atacó. Le clavó las garras y desgarró cu cuello con sus colmillos. Luego lo levantó en sus brazos y lo lanzó contra un árbol. El Jaguar cayó al suelo mortalmente herido y se convirtió en Santos Oscal otra vez, el anciano Señor Jaguar.

Tata Machete fue con el para ver si lo podía ayudar, y yo me quedé solo peleando contra Emilio. Lo detuve pues quería irse a refugiar a su casa, pero allí todavía estaba Tata Chente limpiándola. Tomó mi vara contre sus manos, yo también la tenía agarrada, y nos miramos frente a frente. El pronunciaba maldiciones y embrujos, y yo curaciones y encantamientos. Sus ojos centellaban como el infierno, pero míos permanecieron abiertos y firmes. Sin embargo, mi amigo era más fuerte, y me logró tirar. Luego me tiró un zarpazo que me dio en el pecho, pero yo le logré arrebatar la lanza negra de su pecho sin que se diera cuenta, y se fue hacia su casa. Temí por Tata Chente, pero Tata Machete lo alcanzó y se trenzó en una pelea contra el. Virgilio llegó y me curó la herida en el pecho.

Sin la lanza negra el poder del ladrón de almas se fue haciendo chiquito. Tata machete lo sabía y lo atacó con mucha fuerza, pero Emilio todavía no estaba indefenso. Tiró a Tata Machete sobre su cabeza y corrió hacia su casa. Pero Tata Chente ya había terminado su curación. Recibió un golpe fuerte en el pecho que lo tiró al suelo cuando trató de detener a Emilio. Este entró a la casa sintiéndose seguro, pero entonces Tata Machete lo alcanzó y se volvió a trenzar con el.

Tata Machete era muy fuerte y valiente, muy cuadrado y musculoso. Cayó al suelo con Emilio, forcejeando por el machete del primero. Su abuelo ya se estaba debilitando, pero de todas maneras era muy fuerte, y después de rodar por el suelo con Tata Machete, logró ponerse encima de el. Y forcejeando, poco a poco logró voltear la punta del machete, puntado con ella al corazón del guardián de los volcanes. La punta fría y filosa del machete se enterró poco a poco en el pecho del chamán, partiendo en 2 su corazón y quitándole la vida. Pero aun así, Tata Machete no lo soltó, y lo detuvo el tiempo necesario para que el hechizo de encierro que Virgilio, Tata Chente y yo lanzamos a la casa hiciera efecto.

Tata Machete murió en las garras de Emilio, y este quedó encerrado de por vida dentro de su casa. La limpia de Tata Chente liberó a todas las almas que Emilio tenía atrapadas en su casa, y estas salieron. Pero no se fueron, no. Las almas atacaron a Emilio dentro de la casa buscando venganza y justicia.

Todo había terminado ya. Emilio Medina fue derrotado, y sus almas liberadas. Quedó encerrado por el resto de su vida dentro de su casa, martirizado por las almas que robó y esclavizó. Pero en la batalla murieron 3 poderosos chamanes: Mama Buena, Santos Oscal (un Señor Jaguar) y Carlos Torres, Tata Machete. Fue un precio caro pero justo para detener a un monstruo tan grande.

CONTINUARÁ…

Gran Jaguar

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El Semental de las Mayén (09)

El Semental de las Mayén (08)

El Semental de las Mayén (07)

El Semental de las Mayén (06)

El Semental de las Mayén (05)

El Semental de las Mayén (04)

La Muerte del Gusanito

El Semental de las Mayén (03)

El Semental de las Mayén (02)

El Semental de las Mayén (01)

Juanita de la Bodega

La Marrana

Mi Hijo Disfruta de mi

Hombre para Todas

El Sacrificio de mi Mamá

La Caperucita Roja y el Lobo Feroz

Abnegada Esposa, Madre y Puta (II)

Abnegada Esposa, Madre y Puta (I)

Mi Perrita Faldera

Feliz Cumpleaños

La Caperucita Roja (01: y el Viejo Verde)

Aprendiendo a Portarse Mal

Milo, el Empalador - La Bruja de Druesselshare 03

Milo, el Empalador - La Bruja de Druesselshare 02

Milo, el Empalador - La Bruja de Druesselshare 01

Un Niño Panameño

La Clínica del Hipnotizador