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El Semental de las Mayén (03)

en Amor filial

El Semental de las Mayén

III

La mañana llegó, y entre mi madre y Rosario solo había silencio, ninguna de las 2 se atrevía a decir nada. "Buenos días", "buen provecho", etc., solo esto se decían la una a la otra. Mientras, Beto se extrañaba del silencio que reinaba en la casa, solo roto en la mañana cuando Ingrid se fue a la escuela, y cuando su abuela o su tía le ofrecían algo de tomar. Le extrañaba especialmente el silencio de la bullanguera de Rosario.

La mañana continuó su marcha, y Jorge, un amigo de Beto, lo llegó a visitar. Los dos salieron a caminar al sitio, dejando a las 2 mujeres en la cocina. Ambas se sentaron y se miraron las caras. Rosario estaba muy triste, y mamá se echó a llorar.

¡Mijita! ¡¿Qué hicimos mijita?!

¡Waaaaa!… no se mamá… snif… no sé que nos pasó…

es… es… es que… no pude… no pude evitarlo…

Yo tampoco mamá…

Las 2 se quedaron sentadas mirándose las caras y sollozando, hasta que Rosario rompió el hielo.

Me siento tan sola…- dijo con voz casi imperceptible.

…,…

Me siento tan, pero tan malditamente sola…

Yo también mijita…

Pero tú por lo menos estuviste como 30 años con un hombre, yo no duré ni los 10.

Ojalá yo no hubiera durado ni 10.- respondió mamá; Rosario se quedó callada, nunca se imaginó que su madre hubiese sido infeliz, aunque resultaría obvio para cualquiera.

¿Cómo así mamá?

Sabés cómo era tu papá. Era un hombre serio y muy trabajador… pero machista, machista como pocos… no podía subirle la voz ni para que me oyera un poco mejor… era sordo el maldito… porque ya me la torteaba… ¿Cuántas noches pasé deseando otra vida?, ¿cuántas noches pasé en vela, doblándome del sueño, porque eso es lo que una mujer debía hacer cuando su marido estuviera de farra, esperarlo despierta? Y por las noches… el solo llegaba, me habría de piernas… y… y…- la voz se le quebró- entraba en mi sin pedir permiso y… y yo… yo solo me podía quedar allí acostada, sin hacer nada. Si trataba de participar, el se ofendía porque una dama no debía interesarse en esas cosas. Rosario… tuve mi primer orgasmo anteanoche con Beto…

Rosario se quedó boquiabierta, jamás se imaginó que su madre hubiese tenido que aguantar eso por más de 35 años. Que duro debió ser. Ahora ella tomó la palabra.

Sabés por qué me dejó Enrique, me metí con un japonés que venía de turista y quedé esperando a Ingrid. Te juro mamá que nunca quise hacerlo. Y la verdad es que ese turista no estaba ni guapo, pero… necesitaba tanto sentirme así… querida. Enrique no era cariñoso conmigo, no me trataba bien. Cada ocurrencia mía era una estupidez para el, cada acercamiento mío era una molestia para el… y yo que estaba a su entera disposición, para lo que quisiera y… no… no me tocaba nunca… ¡estúpido! Y ese día, que me salí de la casa llorando, solo quería tomar aire, te juro que solo era eso… tomar aire. Ese japonés apareció frente a mí, con su cara llena de sonrisas fáciles. Me pidió que le sacara una foto. Yo acepté, se la saqué. Luego me comenzó a platicar, con ese su español malísimo, pero gracioso, me hizo reír. En 15 minutos ya me estaba sacando fotos frente a la fuente. Me decía que era bonita, que parecía modelo. Me hizo sentir bonita… Fijate que varias veces lo vi mirando a mi escote. Ese día traía una blusa verde que me quedaba apretada, y se me miraba bonito el escote, y varias veces lo caché mirándolo. Me hizo sentir deseada, especial… para las 6 de la tarde ya estaba entrando a su cuarto en el hotel. Yo estaba temerosa, pero me sentía especial, y me sentía emocionada y hacía mucho que ya no me sentía así. Me tomó sin decirme nada… solo me montó y yo me dejé montar. Ni siquiera me gustó mucho, pero… bueno, quedé esperando a Ingrid y mi marido puso el grito en el cielo… el maldito no quería hijo con una gorda amorfa como yo… y cuando la vio, cuando vio que era chinita… ¡ay!… ¿te acordás como llegué a la casa?

No tenías cara, solo hinchazones.

Si, solo hinchazones…

Bueno, no quiero ponerlos tristes con la triste historia de mi hermana rosario y de mi madre. Solo les resumiré que es suficiente como para que cualquier mujer quiera acabar con su vida.

Ese mismo día regresé de mi diligencia con mis hermanas Blanqui y Bertita. Llegamos como a las 5 p.m., y la casa estaba muy callada. Solo los juegos inocentes de Beto con su primita Ingrid perturbaba la perturbadora paz de nuestro hogar. Rosario estaba como ida, triste, ausente, totalmente apática. Mamá estaba triste, llorosa, como muerta. Blanqui trató de averiguar algo, pero ninguna le soltó palabra.

Yo me preocupé un poco, pero en ese momento mi alegría era que Beto ya estaba bien. Regresó a la escuela al otro día, y reinició su vida de lo más normal. Ignoraba la razón por la que su tía y su abuela estaban así, no se imaginaba que el había hecho aflorar todo un caudal de dolores y heridas aun sangrantes.

Tres días después, Beto regresó emocionado de la escuela. No es que le hubiese pasado algo extraordinario, por lo menos nada que nos pudiera contar. Lo que pasaba es que Wilson, uno de sus amigos más cercanos (y vividitos) le había prestado una play boy. Y mi nene como buen muchachito de 13, estaba dispuesto a pasar un buen rato con esta nueva fuente de entretenimiento.

Se fue directo al sitio (creo que es conveniente aclarar que en mi país, sitio es un lugar lleno de árboles, o un huerto con árboles, que se encuentra dentro de una casa), debajo de un jocotal. Allí, sintiéndose a salvo de las miradas, abrió la revista y se puso a verla. Después de 10 minutos estaba ya muy caliente y tuvo que sacarse el miembro, y comenzó a masturbarse… ¡y justo en el momento en que Blanqui subía por unos aguacates!

Ella lo vio cuando ya estaba a unos pasos de el. Beto estaba tan concentrado en lo que hacía que no se percató de ruidos de hojarasca pisada ni nada. Y Blanqui se puso en un lugar donde unos cafetales altos la tapaban casi por completo. Se quedó con la boca abierta al ver a su sobrino echándose una paja con tanta emoción. Pensó en decirle algo, en regañarlo y castigarlo, pero al voltear, vio lo inimaginado… ¡allí estaba mamá, masturbándose como una loca otra vez!

Estaba en cuclillas, mirando fijamente a Beto masturbarse. Nunca se dio cuenta de que Blanca la estaba observando. Tenía el vestido levantado hasta la cintura, no llevaba calzón, por lo que su afelpado montoncito de rubio vello púbico quedaba totalmente a la vista, brilloso pues chorreaba líquidos lubricantes. Con su mano manipulaba su vulva, frotándola vigorosamente, tratando de capturar su clítoris con los dedos; su otra mano aferraba su seno derecho, sobándolo con movimientos circulares, apretándose su rosado pezón; su seno izquierdo se mecía libremente en el aire al compás de los movimientos de su brazo, acariciando el otro. Su cara denotaba un placer extremo, un libido infinito. Blanqui dudaba si ella era realmente su madre, no la reconocía.

Tuvo la intención de preguntar "¡qué pasa aquí!", pero no se atrevió, pues ella misma comenzó a acalorarse. Estaba tan turbada, qué simplemente no supo qué hacer. Estaba frente a dos visiones que jamás imaginó que vería, a su sobrino y a su madre masturbándose como locos.

Recuerdos comenzaron a pasar por su mente, recuerdo que la turbaron más todavía. Una persona tan conservadora, tan reprimida como mi hermana Blanca no debería recordar esas cosas. Pasó una imagen por su mente, la de aquella vez que salió corriendo de su casa, pues Arturo, su ex había llegado bolo y con olor a perfume de mujer barato. Ella se puso mal y salió a caminar. Arturo salió tras ella. El alcohol y la finísima lluvia que caía, que hacía transparentar el vestido de mi hermana, lo excitaron.

Se fue tras su mujer para ejercer sus derechos de macho sucio con ella. La alcanzó en lo cafetales y comenzó a intentar quitarle la ropa por la fuera. Recatada por naturaleza como era, Blanqui opuso una inútil resistencia, pues de todas maneras sería tomada por la fuerza, como siempre. En ese momento en que se hallaba observando a su madre meterse la mano como loca entre las piernas, ella se dio cuenta de algo, algo que ya sabía pero que no quería aceptar, ella había disfrutado, de una manera extraña y retorcida, pero había disfrutado de aquella toma.

Acostada sobre la hierba, el tipo le arrancó los botones a su vestido, y había roto su brasier. Liberó sus senos grandes, de los que tantas veces había abusado. Los estrujaba y pellizcaba, agarraba sus pezones y los estiraba hasta donde diera de sí, arrancándole gemidos dolorosos y grititos ahogados por la vergüenza de ser vista siendo violada. Luego le subía la falda y le arrancaba las bragas, y le metía de un golpe seco toda su masculinidad, que aunque no muy grande, por estar ella seca siempre era por demás dolorosa. Se la metía y sacaba como un loco, como un animal en brama. A fin de cuentas no era más que el amo montando a su yegua, a su perrita faldera, a su inanimado y sin voluntad… cosa. Al final la dejó llena de moretones, raspones, con tierra y grama en el pelo, mordiéndose los labios y el alma, con un grito sordo en la garganta que jamás vería la luz; la dejó un poco más vacía, un poco más muerta, sintiéndose pero y un poco más muerta.

Los ojos se le llenaron de agua a Blanqui, mientras recordaba esa y muchas otras escenas. E inexplicablemente su mano se fue acercando despacio, muy despacio, a su entrepierna. La tomó con la palma de la mano entera, apretándola con fuerza. Su otra mano comenzó a subir igualmente despacio en busca de su seno. Se metió por debajo de su blusa blanca de algodón y lo tomó por encima del sujetador. Comenzó a apretarlo, a sobarlo y a restregarlo, trataba de meterle las uñas como queriendo lacerarlo, tratando a arrancarle la piel, arrancárselo entero. Parecía una parte sucia de su cuerpo que intentaba extirparla. Huelga decir que a ella le gusta un poco el sado.

Imagínense, mi madre masturbándose como una posesa loca de placer, mi hermana mayor haciendo otro poco en ella, solo que intentando lastimarse más que complacerse; y mi hijo echándose una paja monumental en honor de saber qué puta de la play boy, ajeno a lo que pasaba a su alrededor… ¡y fue allí donde me aparecí yo!

¡Qué pasa aquí!- grité asustadísima.

Mamá, Blanca y Alberto saltaron sobresaltados, y se asustaron más cuando se vieron las caras. Mamá con un seno de fuera, el vestido abierto hasta el ombligo, sudando profusamente y con una mano brillante de tanto fluido; Blanca pálida del espanto, me la encontré con una mano en entrepierna y la otra bajo su blusa, sobándose las chiche; y Beto asustado y con la verga colgándole fuera, extrañadísimo de ver a su abuela y tía en esas condiciones. Y yo hecha una fiera, echando humo y espuma por la boca, y espantadísima a más no poder.

¡Qué está pasando aquí!- volvía a gritar, y solo conseguí por respuesta las lágrimas de mi madre, un tartamudeo tonto de Blanqui y otra cara de espanto y sorpresa de Beto.

Agarré a Beto del cuello y lo llevé abajo, a la casa. Allí le di 20 quetzales y lo mandé fuera para que jugara. Se quedó pensativo, preguntándose por qué no lo castigaba, pero primero tenía asuntos que arreglar con mis parientas. Las llevé al comedor y allí le dije:

¿Pero qué putas les pasa a la dos?- no conseguí respuesta alguna, solo miradas lastimeras y avergonzadas- ¿Se estaban masturb… ¡Claro que se estaban masturbando! ¡Se masturbaban como locas! ¡Y VIENDO A MI HIJO HACIÉNDOLO! ¿Qué les pasa… están mal de la cabeza o qué putas?

No Silvia, no estamos locas… yo también lo hice… mejor sentante… tengo que hablar contigo…- me respondió Rosario muy seria, pálida y triste.

Lo que me contaron ese día, quedó grabado en mi mente para siempre. Ese fue el día en que las cosas se pusieron claras para todas. Necesitábamos un hombre y con urgencia. Solo que no sabía que ese sería mi hijo.

Continuará…

Gran Jaguar

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