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Beatriz (04)

en Erotismo y Amor

Beatriz 04

Desnudas, respirando tranquilamente, relajadas, serenas, 2 hermosas mujeres compartían el lecho. De senos pronunciados y caderas anchas, una de 15 y la otra de 50. Ni siquiera se imaginaban lo que habían hecho durante la noche.

Maritza empieza a abrir los ojos, se los restriega con las manos, se estira, pero en lugar de despertar, se vuelve a acomodar, volteándose hacia su compañera, a la que abraza. El abrazo fue correspondido, y 2 pares de senos se estrujan unos contra otros. Los de Mari, blancos, de buen tamaño y firmes, con el pezón claro y la aureola amplia. Los de Bea, blancos, rosados, exageradamente grandes, con el pezón de un marrón claro y de aureola estrecha. Las 2 mujeres continuaron durmiendo, ajenas a lo que ocurría en el exterior.

El sol todavía no había salido, eran apenas las 4 de la mañana, y las 5 todavía quedaban lejos. A las 6, los gallos más huevones comenzaron a cantar. Bueno, la verdad es que los hay más huevones todavía, pues algunos no se percatan de la llegada del nuevo día sino hasta casi las 10 de la mañana. Pero fue suficiente para que las 2 amantes despertaran.

¡Maritza!

¡Doña Beatriz! – gritaron las 2 mujeres al despertar y verse una frente a la otra, desnudas y con sus pechos pegados uno con el otro.

¡Dios mío!

¡¿Qué es lo que ocurrió?!

¡Dios mío, ¿qué hice?!

¡Señora, ¿qué pasó aquí?!

La tía Bea se quitó de su lado y se fue al rincón de la pared, sentándose en el suelo, abrazando sus rodillas y llorando amargamente. Mari se quedó en donde estaba, sentada, trataba de cubrirse los senos. Ninguna sabía qué decir ni qué hacer, imagínense lo incómodo de esa situación, 2 mujeres aparentemente decentes y serias, que terminan teniendo sexo como unas salvajes durante la noche, amanecen y no saben ni por qué fue que pasó.

La niña se puso de nuevo su camisón y se quedó sentada sobre la cama, Beatriz continuaba sollozando, desnuda aun. Mari se puso pensativa, ¿qué fue lo que pasó? Entonces se dio cuenta de que el supuesto sueño erótico que recordaba haber tenido en la noche, en realidad había sido verdad.

Señora, por favor… dígame qué fue lo que pasó anoche…

Snif, snif… buaaaaaa…

Por favor, deje de estar llorando… dígame qué pasó… yo recuerdo haber tenido un sueño extraño, en donde estoy… haciendo cosas con una mujer de mucho busto… ¿era usted?

Buaaa… snif, snif… buaaaaaa…

¡Si!, ¡si era usted!… ¡¿Por qué me pasan estas cosas siempre a mi?!

¿Cómo?… – logró articular la abuelita con una voz muy aguda y casi inaudible.

Si… mire… – Mari se sentó a su lado – siempre le he hecho caso a mi mami, sobre todo en lo que me ha dicho de ser una buena muchacha, una muchacha decente… pero a veces, cuando tengo esos sueños… ¡no puedo!, ¡buaaaaaa!… – Mari rompió en llanto también, y las 2 mujeres terminaron llorando a mares una abrazada de la otra – Es… es… snif, snif… es como si algo malo se me metiera, y… me convierto… me pongo a hacer cosas malas… como con mi papito…

¡¿Tu papá te ha hecho cosas?!

Si, una vez que tuve un sueño así, terminé haciendo… haciendo cosas feas con el… ¡Buaaaaaa!

¡Pero eso es horrible nena!

Si… y por eso mi mami lo dejó… porque después el quería seguir haciendo esas cosas conmigo.

¡Degenerado!

Yo no quería que mami lo dejara… fue mi culpa…

No, no, no… la culpa fue de el… solo un hombre degenerado haría algo así con su hija… ¡asqueroso!

Un tenso silencio apareció. Ninguna de las 2 lo rompía.

Yo… snif, snif… yo no sé que me pasó… perdoname nena, pero no pude parar… cuando tu me comenzaste a tocar… perdón, perdón…

Señora, todo fue culpa mía… es que yo me volví mala cuando estaba durmiendo.

No… no… snif, snif, no nena… snif, snif… yo te debí parar… fue toda mi culpa… ¡buaaaaa!… snif, snif… ¡buaaaa!…

No señora… fue mi culpa… ¡buaaaaaaaaa! …

Las 2 mujeres se pusieron a llorar inconsolablemente. Maritza la abrazó y se quedaron así por un buen rato, hasta que la abuela de tranquilizó un poco y se puso su camisón. Mari hizo lo mismo y salió del cuarto, yéndose al suyo.

Beatriz se vio al espejo, se veía sucia, traidora, era una mala mujer. ¿Cómo le podía hacer eso a Fernando, manchar su recuerdo de esa manera? ¿Cómo era posible que ella hubiese abusado de esa niña tan tierna y linda?, es que no le cabía en la cabeza. Y ¿qué fue eso de ver al abuelo mientras restregaba en la carita de la nena su sucio sexo? Eso le daba mucho en qué pensar, y la mortificaba más, pues era como si su difunto marido la hubiese sorprendido en la traición.

La abuelita rompió en llanto nuevamente, estaba muy mal, muy triste. Entonces vio el reloj y salió para hacer el desayuno.

El desayuno transcurrió en silencio, Beatriz no dijo ni una palabra. Solo Gisel le preguntó cómo había seguido Mari, y ella le dijo que ya mejor. Pero solo, la abuela estaba en otro mundo, tenía el corazón roto y sentía que su mundo se le había caído a pedazos. Ya no era la esposa ejemplar que siempre trató de ser para Fernando, ahora era una puta.

Y el alma se le fue cuando llegó Otilia, acababa de regresar del trabajo y traía grandes ojeras. El corazón casi se le sale del pecho a Bea.

Señora, gracias por cuidarme a la nena, se lo agradezco mucho… mire que ponerla en esos problemas de tener que llamar hasta al doctor…

¿Ya se lo contó?

Su, y ahorita la llevó con un doctor para que me la chequee. Ya me contó que se quedó haciéndole compañía toda la noche, se lo agradezco mucho. Mire que ella no tiene abuelita, y usted es lo más cercano a eso para la niña… ella la quiere mucho…

¿Y… solo eso le contó la nena?

Si… ¿pasó algo más?

¡No!… ¡No!…

A bueno… es que le preguntó porque a ella no le gusta darme preocupaciones, entonces a veces no me lo cuenta todo… bueno señora, la voy a llevar ahorita, gracias.

Otilia se fue y luego salió con Mari, que volteó a ver a Bea. Pero en lugar de hacerle una cara de enojo o de tristeza, su cara expresaba cariño y gratitud… quien sabe por qué…

La abuelita respiró profundo y se logró relajar un poco más, pero en el fondo continuaba muy mal, quería llorar a mares, estaba de verdad mal.

Por la tarde salió a la iglesia, se quería ir a confesar y a rezar para pedir perdón. Pero al llegar al parque que está antes de la iglesia, creyó ver a lo lejos a Sonia y a Hilda. Ninguna de las dos mujeres habían regresado a dormir, lo cual molestaba mucho a Bea. Pero lo que le llamó la atención fue lo mal que se veía Sonia, parecía borracha y muy maltratada.

Ella se acercó un poco más, dándose cuenta de que, efectivamente, Sonia no estaba bien. Hilda estaba junto a ella, agachadas las dos, tratando de ayudarla y diciéndole cosas al oído. Entonces se reincorporaron y comenzaron a caminar hacia una casa, una casa grande que solía ser de un amigo de Fernando, pero que este había vendido hacía años. Entraron y Beatriz no supo más de ellas.

Mi abuela se quedó extrañada, y se preguntaba qué le habría pasado a la muchacha. Volvió sus pasos y entró a la iglesia, se puso a hacer cola para hablar con el padre, pero algo la paró. ¿Cómo le iba a decir al padre que tuvo sexo con una niña inocente de apenas 15 años?, cuando sus pecados más grandes habían sido siempre discutir con Fernando, no darle limosna a un mendigo, o naderías por ese estilo. No podía, así que se regresó a su casa.

Beatriz no se podía sacar de la mente las imágenes de la nena desnuda, su vulva virginalmente cerrada, de un rosado intenso. Y luego cuando la abrió, su botoncito del amor, un clítoris precioso; su trasero redondo y gordito, suave y durito, con un ano precioso; sus tetas grandes, blancas, tersas y suaves, pero firmes y viendo al frente, con una pequeña desviación hacia los lados. Sus pezones rosados y paraditos. Si, Maritza era una obra de arte de la naturaleza.

Llegó la hora de la cena, la abuelita hizo huevos, frijoles, crema, lo de siempre. Comieron Gisel, Carlos, Otilia y Maritza. Carlos no dejaba de ver a Bea, lo que la hacía sentir incómoda. Debe ser porque la vio desnuda, pensaba ella. Mari tampoco le quitaba la vista de encima, lo cual la molestaba también, pero en forma diferente, pues con Mari sentía vergüenza y pena. Pero la mirada de la pequeña, lejos de ser de reproche, parecía de gratitud, como la de la mañana.

La noche cayó y cada uno se fue a dormir. Beatriz no podía, estaba acalorada, se sentía mal, triste, culpable, traidora y sucia… y además estaba caliente, lo cual la mortificaba más. "¡Me estoy volviendo una mujerzuela!" se decía. Y en la habitación sentía la presencia de su difunto marido recriminándole.

Salió de su habitación y se fue a la cocina. No quería un te ni, ni mierda. Lo que quería era estar sola… a pesar de que en realidad lo estaba… ¿o no?. Bueno, lo cierto es que el recuerdo de su marido la acompañaba a donde ella fuera. Además estaba caliente y necesitaba ser saciada, pero se sentía sucia por esa necesidad.

Iba a salir al patio a caminar un rato y pasó frente al cuarto de Oti. Sintió unas tremendas ganas de irle a tocar la puerta. "¡Peor si me voy a convertir en rara!" se dijo. Ya tenía demasiadas preocupaciones en su interior.

Vio que había luz en el cuarto de las 2 lesbianas, y se asomó por la perilla. Nuevamente estaban haciendo sus ceremonias lésbicas. Se asomó al agujero y las vio ya casi finalizando. Hilda vestía nuevamente de dominatriz, pero esta vez con un largo vestido rojo, de cuero que le tapaba hasta el cuello y sin mostrar ni un ápice de sus poderosas tetas. Zapatos de tacón de aguja muy altos y guates de tela, todo en tonos rojos.

Sonia por su parte estaba encadenada a la cabecera de la cama, amordazada con una esfera de goma. Completamente desnuda, su piel morena mostraba moretones y cardenales, además de marcas de azotes. Se veía mal, cansada y adolorida. Sus oscuros pezones, que coronaban sus pequeños senos, estaban inflamados también, hinchados. Y de su sexo salía un objeto que hasta la fecha Bea no conocía, era un consolador plateado, grueso y metido hasta el fondo.

Por la cara de la chapina era fácil adivinar que había recibido una inmensa ración de placer… y de dolor. Y la alemana tampoco se veía insatisfecha, sus fríos ojos azules brillaban con lujuria y morbo. Ya había torturado a su linda perrita, ahora se la iba a comer.

La abuelita Beatriz ya se había llevado la mano entre sus piernas, y la otra contra sus senos. Precisamente esto que le daba un gran placer, la hacía inmensamente infeliz, muy miserable. Pero de pronto escuchó una puerta cerrarse, pensó que alguien pudo hacerse salido de su pieza por lo que se fue rauda hacia adentro, no vio a nadie a su alrededor.

Se encerró en el baño y se quitó el camisón. Su mano comenzó a repasar sobre su caliente vulva, que palpitaba ante cada roce de sus dedos. Encontró su clítoris y lo atrapó, mientras se estrujaba los senos con la otra mano. Comenzó a masturbarse casi sádicamente.

Si, dije sádicamente, pues parecía querer arrancarse las chiches y el clítoris por la fuerza de sus caricias. Cerraba las mandíbulas y apretaba el ceño, el orgasmo llegó y tan solo su agitadísima respiración lo denotó… eso y una negra lágrima que resbaló sobre su mejilla.

Se derrumbó en el suelo, recostada contra la pared, aun sin poder soltar su enardecido clítoris ni sus enrojecidos senos. Dejó un charco de líquidos en cuanto tocó el suelo. Se mordía los labios para no llorar. Para ese momento, Beatriz Asensio de Lozano se sentía la mujer más sucia del mundo. Todo el paraíso que ella llamaba hogar, se le estaba desmoronando…

Continuará…

Gran Jaguar.

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