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Beatriz (03)

en Erotismo y Amor

Beatriz 03

La noche llegó y Oti se fue a su trabajo. Bea vio a la hermosa Maritza un poco mal, como afiebrada. Además parecía que se le bajó la presión, Bea tendría que estar pendiente de ella por toda la noche.

La hora de dormir llego, ella dejó a Mari bien abrigada.

Si te sentís mal, me vas a tocar la puerta de mi cuarto, ¿si?

Si señora, gracias.

Bueno, a dormir. – le apagó la luz, cerró su puerta y se fue a su habitación.

Allí, se desvistió y se puso su camisón. Notó que su calzón estaba muy húmedo y se lo quitó. Se lo llevó a la nariz y sintió ese característico aroma de hembra embramada. No le desagradó el olor, pero no le gustó la idea de haber sido ella quien lo mojara de tal manera. Lo colocó en el cesto de la ropa sucia.

Estaba desnuda, caminó hacia su ropero pasando frente al espejo de cuerpo entero. De reojo se vio, retrocedió sin saber bien por qué. Se quedó contemplando su hermoso cuerpo por un rato, "no estoy tan mal" se dijo. Aun tenía unos senos que seguían peleados con la fuerza de la gravedad, y eso que ahora eran más grandes que antes.

Recordó la manera como su marido le gustaba chupárselos, a ella le encantaba. Le bajaba los tirantes de su camisón hasta descubrírselos, luego los acariciaba tiernamente con sus manos, rozando con delicadeza sus pezones, que por lo general ya estaban bien paraditos. Luego empezaba a apretar un poco, le gustaba ver como se le rebalsaban por entre los dedos, los senos de mi abuela son demasiado grandes como para poder abarcarlos enteros con una mano… incluso con las 2.

Y cuando se los llevaba a la boca, era ver la gloria para ella, pues el abuelito empezaba lamiendo sus botoncitos, luego los succionaba un poco, hasta terminar rozándolos con los dientes. Esas sensaciones ponían a Bea como una turbina sobrecalentada, y la dejaban completamente entregada a lo que el después le quisiera hacer.

Para ese momento, en la realidad, mi abuela estaba tirada sobre su cama, con los ojos cerrados y sintiendo de verdad la boca del abuelito pasar sobre sus sensibles globos del amor. De verdad podía sentir sus manos recorrer esas hermosas chiches, de verdad las podía sentir acariciándola, con su calidez y delicadeza, casi podía oler el aroma masculino de quien en vida fuera el amor de su vida, y al que, aparentemente, jamás podría olvidar.

Entonces alguien tocó a la puerta y la sacó de su nube.

Doña Beatriz… doña Beatriz… – decía débil una voz femenina.

¿Si? ¿Quién es? – preguntó ella.

Maritza… me… me siento mal… ¡plom! – Bea escuchó un golpe sobre la puerta y se paró rápido a abrir, la encontró tirada.

¡Nena! – gritó, y la trató de levantar, estaba ardiendo en fiebre.

Rápidamente corrió hacia el cuarto de Hilda y Sonia, pero no estaban, entonces se dirigió con Carlos y Gisel. Este le abrió, y se quedó con los ojos cuadrados al verla, estaba desnuda.

¡Carlitos, Mari se está muriendo de la fiebre!, por favor, andá por el doctor.

Le dio la dirección y el muchacho salió corriendo en busca del doctor, el que había atendido a Beatriz y a Fernando, y a todos sus hijos, desde hacía años, era una afable viejito de 90 años. Mientras, ella y Gisel llevaron a Mari la cama de Bea.

Acostaron a Mari y la abrigaron, entonces Bea se dio cuenta de que estaba completamente desnuda y con la pusa mojada. Roja como un tomate se metió en el baño y se puso un diáfano camisón, nada más. Poco después llegó Carlos, pero no con don Andrés, el médico de siempre, sino con su hijo, Esteban que también era doctor.

Este revisó a la nena y le dejó unas pastillas, si en una hora no le bajaba, tenían que llamarlo y llevarla al hospital.

Perdone que mi papá no halla venido, pero es que la artritis los mata por las noches.

Si, me lo imaginé, pero gracias por venir Esteban… y dígale a su papá que le deseo mejoría.

Dios la oiga señora, y de nada, de nada. – y mientras le decía esto, no podía dejar de verle las tetas que se le transparentaban por su delgada prenda, ella se sintió incómoda.

Carlos la miraba igual, pero este si no era ningún santo de su devoción. Muy educadamente lo despidió de regreso a su habitación, agradeciéndole por su ayuda. Ya sola, se sentó junto a la nena y le empezó a acariciar el cabello.

Eso le recordaba cuando sus hijas se enfermaban, por lo general ella pasaba la noche a su lado. Acariciaba su cabello y jugaba con el. La fiebre estaba menguando, y la muchacha se ponía mejor. Pero su sueño era tan profundo que comenzó a hablar dormida.

¡No papi! ¡No! – decía ella, Bea solo escuchaba – ¡Ahora no papi!… ¡Papi!… ¡Papi!… ¡Paaaaapiiiiii… mmmm!… si haceme esas cositas… – Bea se dio cuenta de por donde iban los sueños de la niña, pero le chocó que se refiriera a el como su papi – Mmmm… mmmm… mmmm… – gemía Maritza.

Esos cachondos gemidos volvieron a mover el interruptor de excitación de Beatriz. Le dio envidia y deseo ser ella quien hubiera estado gimiendo toda la noche, como si estuviera pariendo enanos, si Fer estuviera vivo, claro. Se rió de su ocurrencia y se puso roja.

Maritza se empezó a mover sobre la cama, se llevaba las manos a los pechos y los restregaba. Sus senos eran grandes, no tanto como los de mi tía, pero nada despreciables. Metía las manos bajo su blusón y se apretaba los pezones. En menos de un santiamén ya tenía las chiches de fuera.

Esto ya no le causó tanta gracia a la tía, que trataba de volverla a tapar. Pero Mari se subió el blusón, dejando a la intemperie un tupido matorral negro de vellos, y se puso a restregarse. Ahora definitivamente no le gustó a Beatriz.

Forcejeando con ella estaba cuando las manos de la niña se posaron sobre sus senos gigantes y los comenzaron a estrujar. Ella se quitó esas manos intrusas, pero los deliciosos escalofríos que recorrieron su espalda nadie se los quitaba. Seguramente Mari la debió confundir con su "papi" porque se puso a manosearla semi desnuda como estaba, forcejeando con mi abuelita.

De repente le pegó un buen jalón y la tiró sobre la cama, encima de ella. Bea seguía tratando de liberarse de esa calurosa muchacha pero no podía. Las manos de esta buceaban debajo de su camisón, aferrando sus senos y pellizcándole los pezones. Beatriz se dio cuenta de que la niña ya no estaba confundiéndola con ese tal Jorge, pues las caricias que le hacía eran exclusivas para otra mujer. "Dos lesbianas pervertidas, una pareja de niños putos y esta muchachita loca y caliente, ¡la gran puta!" se decía.

Por más que trataba no se podía liberar, pero, sin darse casi cuenta, poco a poco dejó de ejercer resistencia, lo empezó a disfrutar. Era de ese placer prohibido, que en el momento sabemos que no debe ser, pero que nos dejamos llevar inevitablemente. Es más o menos igual a cuando una quinceañera tiene relaciones sexuales por primera vez con su novio, después de empezar como solo un inocente (relativamente) escarceo que creció en calor y lujuria. Ella sabe que no lo debería estar haciendo, pero la voz de la razón es acallada en ese momento por la inmensa fuerza del deseo.

Al final Beatriz se quedó abrazando las manos traviesas de Mari, que recorrían con maestría todos los resquicios de su escultural cuerpo. La dejó levantarle el camisón y casi quitárselo, la dejó amasarle los senos y pellizcarle los pezones. Se dejo meter las manos en medio de las piernas, donde Maritza buscó y encontró su clítoris que apretó y empezó a restregar.

Bea estaba en blanco, fuera de si misma, como en otro mundo. Empezó a jadear y a gemir sin querer. Sus genitales se inundaban y su aliento se mezclaba con el de Mari, pues sus caras estaban muy cercanas. Ella, automáticamente estiró su mano y la metió entre el matorral de pelos negros de la muchacha. Lo hizo sin pensar pues en condiciones normales jamás lo habría hecho.

Empezó a frotar su sexo, Bea se dio la vuelta y le agarró las chiches. Mari, dormida completamente, hizo al frente su boca y atrapó los labios de Bea, y se besaron largo y profundo, apasionadamente. Las 2 mujeres empezaron a gemir, presas de un placer indescriptible. Mari le empezó a chupar las tetas a mi tía, y ella respondió acariciando su cabeza, su cabello. Las 2 tenían sendas manos metidas en el sexo de la otra, por lo que casi al mismo tiempo sintieron los espasmos deliciosos del orgasmo, convulsionándose las 2 como gusanos.

Pero no pararon, Maritza aun no dejaba de tener ese extraordinario sueño húmedo (¡vaya modalidad de sueño húmedo!) y Beatriz no regresó del trance en el que había caído. La muchachita la agarró de las nalgas y la jaló, poniendo sus caderas sobre su cara. Beatriz solo se acomodó y se dejó caer, instintivamente, sobre la boquita abierta de la muchacha, que sacaba la lengua.

Entonces Beatriz volteó, y se topó con una figura que la heló. Vio a Fernando, parado en una esquina de la habitación, mirándola atentamente. Su rostro inexpresivo no decían ni reprobación ni nada, solo miraba a su esposa cabalgar sobre la lengua de esa niña quinceañera.

La abuelita se asustó al principio, le dio una vergüenza horrible que su marido la hubiese visto así. Pero igualmente el morbo que sentía creció, y ella no se pudo detener. Movía sus caderas sobre la carita de la nena cada vez más rápido, mientras metía una mano entre sus piernas. Y en ningún momento dejó de ver a su marido. Este continuaba impasible viéndola, sin decir ni una palabra.

Bea aceleró los movimientos de sus caderas, y sus jadeos y gemidos se hicieron muy ruidosos sin que ella lo notara. Con su mano libre se agarró fuertemente uno de sus senos y se puso a estrujarlo, a pellizcarlo. El sudor caía de su frente y mojaba todo su hermoso cuerpo, mientras su otro seno se estremecía de una manera erótica. Y Bea rompió en un poderosos orgasmo, superior al anterior, que se unió al que Mari ya estaba experimentando.

Beatriz se derrumbó de espalda sobre Mari, con la cabeza sobre el mojadísimo sexo de esta. Se dio la vuelta y su cara quedó entre las piernas de la jovencita, el olor a hembra en celo que ella emanaba la embriagó, y poco a poco fue perdiendo el sentido. Cerró los ojos mirando a su amado esposo, aun parado allí, mirándola inexpresivo, y estirando su mano para tratar de alcanzarlo. Luego ya no supo más de si.

Mi abuela había caído en un profundo trance, producido por el ataque de lujuria que la hija quinceañera de Otilia le provocó, y aumentado por el gigantesco morbo que creció a niveles insospechados al verse observada por su esposo. Tan profundo era su trance que Bea no se asustó al verlo por el simple, pero imposible de ignorar, hecho de que el ya estaba muerto. Pero bueno, creo que a veces la mente nos juega bromas.

Continuará…

Gran Jaguar

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