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Beatriz (07)

en Erotismo y Amor

Beatriz 07

Mi abuelita no durmió, se la pasó dando vueltas sobre su cama, entre que lloraba y se lamentaba de su vida, o que recordaba lo que había hecho con Martiza calentándose sin quererlo, lo que la hacía llorar más después. Llegó a la conclusión de que lo que le pasaba no era normal, que probablemente estaba enferma. Debe ser por el dolor que me causa la muerte de Fer, pensaba ella, y se consolaba ante esta posibilidad. Lo que necesitaba era atención profesional, si.

Se levantó temprano como siempre, preparó el desayuno para todos sus huéspedes, y como a las 9 ya todos andaban en sus respectivos trabajos, tan solo Mari se quedó en la casa, como siempre. Creo que debo aclarar que ella si estudiaba, lo que pasaba era que estaba de vacaciones.

Saliendo estaba cuando llegó un hombre moreno pidiendo ver un cuarto. Como ella todavía tenía piezas sueltas, y le interesaba alquilarlas, se la enseñó. El hombre preguntó por el precio y se retiró diciendo que regresaba al otro día para decirle si se quedaba en ella o no. Nuevamente Beatriz se dispuso a salir, pero entonces apareció Mari.

Señora, ¿va a salir?

¡Ah!… si, si nena, voy a salir un momento…

¿Va al mercado?

No, voy a otro lado.

¿La puedo acompañar?

No nea, hoy no… esperame adentro de la casa, ¿si?

Pero… es que… bueno, la espero…

No le vayás a abrir a nadie nena…

A nadie doña Bea.

Al fin Beatriz logró salir. Se fue directamente a la casa del doctor Andrés, el viejo médico de cabecera de la familia, el mismo que la revisaba cada vez que llegaba por un chequeo, el que le vio sus embarazos y que trajo al mundo a sus hijos. Nadie la conocía mejor que el (bueno, solo Fernando, naturalmente). Además, era una persona de su entera confianza, a el si le podría confiar su historia.

Tocó su timbre, salió a abrirle doña Berta, la esposa.

Hola Bea, ¿cómo estás?

Bien, bien Bertita, allí pasándola.

¿No le han dado problemas sus inquilinos?

No… a algunos apenas si los veo, solo llegan a dormir a la casa… solo una niña de 15 si se mantiene todo el día, dentro de 2 semanas entra a la escuela.

Ojalá que no la esté molestando demasiado…

No, no, ella es… muy buena… – Bea se enrojeció.

Berta era la esposa del doctor Andrés Rojas, era una señora de unos 54 años, bonita y bien conservada. Ella y Beatriz eran muy buenas amigas.

¿Está el doctor en la casa?

¿Cuál de los 2?

El doctor Rojas…

Hay 2 doctores Rojas en esta casa. – dijo muy ufana Berta, pues el otro doctor era su hijo – ¿Con cuál de los 2 desea usted hablar?

Con el viejito…

¡Qué mala sos!

¡Je, je, je, je!

Ya está algo antigüito, pero es mi muchachito lindo todavía, ¿oíste?

Si, si… je, je, je…

Ahorita te lo llamo…

Andrés Rojas era un doctor como de 70 años. se casó tardíamente con una buena amiga de Bea, Berta, a la edad de 37. Ella contaba con 20 añitos.

Bertita hizo a mi abuelita pasar al consultorio de su esposo, el cual, aunque ya estaba retirado, continuaba atendiendo a la gente, en especial a aquellos de escasos recursos que llegaban pidiendo ayuda por alguna razón, el siempre fue una muy buena persona.

Recibió a Beatriz muy cordialmente, como era su costumbre.

Bueno Bea, tu chequeo médico no te toca sino hasta dentro de 2 meses, ¿qué te trae por aquí? ¿Estás enferma?

Pueeeeees… no sé cómo decírtelo…

¿Decirme qué?…

Bueno… verás… mis pechos están dando leche otra vez… – por supuesto que esta no era la razón por la que llegó a visitar a su médico.

¿Si?… Mmmm… podría tratarse de un desorden hormonal, eso es común en ustedes las mujeres. Por favor, quitate la blusa y el brasier.

Beatriz lo hizo, se despojó de la blusa rosa que traía, tejida, de algodón, y del brasier blanco de encajes. Ya lo había hecho antes, de hecho se había desnudado frente a el varias veces (era su doctor) y este la había revisado hasta en lo más recóndito de su intimidad, pero esta vez era diferente. Beatriz se sentía distinta, como desnudarse frente a un hombre desconocido. Estaba sintiendo extrañas cosas en el cuerpo.

Te voy a auscultar Bea… – le dijo el galeno, acercando sus manos a las carnosas, gordas, suaves y deliciosas chiches de mi abuela; manipuló sus pezones hasta que, efectivamente, salió un chorrito de lecho de ambos – ¡Pero si los tenés como cuando tuviste a las muchachas Beatriz! Me parece que están un poco más grandes… y rebosantes de leche, ¡mira cuanta sale! – Bea tragó saliva, los dedos curiosos de su doctor estaban despertando en ella las mismas sensaciones con las que había estado desde el sábado, el día en que pescó a Hilda y a Sonia teniendo relaciones.

El doctor Rojas continuó pasando sus manos sobre esas monumentales chiches. De una vez aprovechó para hacerle palpaciones en busca de bultos que podrían indicar la presencia de quistes, a la edad de mi abuelita eso es un riesgo.

Bea por su parte, sintió como su corazón se aceleraba, como la temperatura de la salita iba en aumento, como la temperatura de su piel iba en aumento. Se estaba calentado, y ella en su interior suplicaba que se le pasara, no quería ningún bochorno en la casa de su doctor.

¿Cuándo fue que te diste cuenta de esto Bea?

Ayer… en la tarde…

¿Y has sentido molestias de algún tipo?

¿Cómo así, molestias?

Si, dolor o incomodidad…

Incomodidad…

¿En qué sentido?

…-…

¿Bea?

Pues… no se…

Beatriz, parece mentira que yo te haya atendido los últimos 30 años… pareces una adolescente en su primera ida al ginecólogo…

Perdón…

Decime pues, ¿qué tipo de incomodidad?

Pues… en todo el cuerpo… – la incomodidad de la que Bea hablaba se le llama calentura.

Pero cómo… ¡¿Beatriz?!

El doctor se sorprendió mucho cuando, al voltearla a ver a la cara, la vio roja, sudorosa, su corazón agitado y su respiración acelerada. Por más que ella intentara disimularlo, era imposible que una persona inteligente no se diera cuenta de lo caliente que estaba.

¡Beatriz, ¿qué te pasa?!

¡Perdón Andrés, perdón! ¡Esta es la incomodidad que no te podía explicar!… ¡No sé que me pasa, pero me la he pasado muy excitada desde el sábado!

¿Excitada?… ¿sexualmente?

Si…

Pero… pero… ¿cómo?

Beatriz, casi llorando (es muy llorona por si no se habían dado cuenta) le contó que todo había empezado cuando vio por el hoyito de la puerta a Hilda y a Sonia teniendo relaciones sexuales, de cómo la dejó eso de caliente. Luego, de cuando vio a Gisel y a Carlos, y por último, de los encuentros que tuvo con Maritza. Y al final, de cómo se le aparece Fernando cada vez que se encuentra ardiendo.

Pero… pero…

¿Tu crees que me estoy volviendo loca?

Bueno… no… creo que estás perturbada… seguramente la muerte de tu marido te ha dejado muy mal… ¿dices que cualquier cosa te excita mucho?

Si, si… ¡eso es!… ¡lo que pasa es que extraño mucho a Fer!

Si, si, claro… pero eso no explica lo de la leche… mejor sigamos auscultándote… acostate sobre la camilla.

Beatriz lo hizo, ya un poco más tranquila, dejando al doctor Rojas hacer su trabajo. Sentía como sus manos recorrían cada centímetro de sus voluminosos senos, como pellizcaba suavemente sus pezones, ya bien paraditos, o la manera como acariciaba con la palma de la mano esas deliciosas ubres de…

"¡Momento!" se dijo la abuelita en su mente, estas no son movimientos auscultatorios, esas son metidas de mano. Y no le quedó la menor duda cuando sintió como una mano intrusa se le metía debajo de la falda y por debajo de sus bragas, en la más flagrante y desvergonzada metida de mano que se haya visto.

¡Doctor Andrés!

¡Dejate de babosadas Beatriz que estás empapadísima!

¡Déjeme!

¡Pero si lo estás disfrutando!

¡Voy a gritar!

No vas a poder…

El doctor le tapó la boca, poniéndola su mano encima con mucha violencia y fuerza, mientras no sacaba su otra mano de la intimidad de Bea. Esta luchaba y forcejeaba, pero no conseguía liberarse de ninguna de las 2 manos.

Pero poco a poco ella dejó de oponer tanta resistencia. Casi sin sentirlo, sus deseos de huir se fueron diluyendo entre una nueva sensación, algo que jamás había sentido antes. Bueno, si, pero en otra forma.

No se dio cuenta de cuándo fue que cerró los ojos, pero si cuando el doctor le colocó un grueso esparadrapo en los labios. Entonces reaccionó y trató de liberarse y salir corriendo, pero el viejo se lo impidió.

¡Durante más de 30 años te veía ir y venir a mi consultorio, siempre acompañada del imbécil de tu marido! Ahora, el ya no está y tu te estás convirtiendo en una puta… ¡Ahora si vas a ser mía! – el doctor le sacó de un fuerte jalón su vestido, tirándolo en el suelo, y luego sus bragas blancas, que se llevó a la nariz saboreando su aroma – ¡Sos una diosa!… ¡Sos una diosa! … ¡Siempre lo has sido!…

El viejo, como una energúmeno, le empezó a meter los dedos entre la raja, rebosante de fluidos y caliente hasta casi quemar. Y la abuelita Beatriz no hacía nada, sorprendiéndose a ella misma y al doctor, que esperaba una denodada resistencia.

La boca del viejo se aferró a sus pezones, mordisqueándolos y succionándolos con fuerza. Lo hacía con una teta, y luego se pasaba a la otra, estaba como un niño pequeñito con un juguete nuevo, el juguete que había deseado durante toda su vida.

Entonces se separó, volteó a ver a la puerta, y se acercó corriendo a esta para echarle llave, luego volteó a ver a Bea, que solo lo miraba desde la camilla, con las piernas abiertas y chorreadas, respirando a 100 por hora, sudorosa y roja como un tomate… también muy caliente.

¡Es que sos una puta de verdad Beatriz!… ¡Ese Fernando hijo de puta tenía muchísima suerte de andar con una perra tan buena como vos! – Bea no entendía como se podía dejar hacer todo esto, estaba allí, tirada y mansa como una ovejita que se iba a dejar devorar por un lobo feroz.

El viejo la vio con la cara desencajada por la excitación, tanta que una de sus manos temblaba. Entonces se desabrochó el cinturón y dejó caer su pantalón y calzoncillo. Tenía una verga grandísima, como 18 cm de carne bien dura apuntando a la pobre de Bea que solo miraba impotente.

Se acercó a ella, la abrió bien de piernas y la acomodó boca arriba, sobre la camilla, con la cintura en la orilla, Andrés la sostenía de las piernas. De un solo golpe le metió hasta el fondo su hinchadísimo miembro. Beatriz se estremeció, ya había pasado varios años desde la última vez que había tenido sexo con su esposo, y volver a sentir un pene en su interior le trajo muchos recuerdos.

Me gustaría verle la cara al idiota de tu marido Bea… ¡que me mire cogiéndome a su mujercita!

Si el se hubiese podido meter en la cabeza de la mujer que estaba violando, lo hubiera visto, pues Bea, al voltear a su izquierda para no recibir el asqueroso aliento del viejo en la cara, vio a su esposo, como otras veces lo había visto, observándola detenidamente. Pero esta vez la sonrisa en sus labios era un poco más obvia, además de estarse masturbando, ¡se estaba masturbando!

Como todas las veces que le pasaba, Beatriz ya no pudo volver atrás, terminando convertida en la puta que durante tanto tiempo soñó Andrés que ella era. Dejó al viejo darse gusto con su cuerpo, y ella lo disfrutó increíblemente. Tuvo un orgasmo que el viejo no hallaba como acallar, antes de que este terminara en el interior de su sexo. Este se mordió los labios para no gritar, y luego se separó de ella, dejándola inerte en la camilla.

Mi abuela no recuerda bien como fueron los momentos posteriores a esta violación, solo recuerda que salió del consultorio tambaleándose, por la puerta que daba hacia la calle para no ver de nuevo a Bertita, Andrés la sacó por allí. Se fue como una zombi a su casa, sintiendo que volaba, que se encontraba en otro mundo. Lo que sí podía recordar bien era el temblor en la mano del doctor, un temblor involuntario bastante raro que le quedó luego de irse.

Y cuando Beatriz regresó a la realidad por completo, se encontraba en su cuarto, desnuda con las piernas abiertas, cubierta del sudor que 4 orgasmos seguidos habían hecho manar, con Fernando masturbándose a su lado, y Mari hundida entre sus piernas, lamiendo ávidamente su sexo.

Esto sabe igual que la leche que le salía a mi papá de su pipi… ¿me explica después qué es?

Si… – le contestó ella casi sin hablar.

¡Gracias!…

La quinceañera se quedó lamiendo y chupando, a ella le encantaba, mientras Bea se agarraba de la cabeza preguntándose "¿qué me pasó? ¿Qué me pasó?".

CONTINUARÁ…

Gran Jaguar

Pueden mandarme los comentario y sugerencias que tengan de esta historia a mi correo electrónico gran_jaguar@terra.com, gracias.

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