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Beatriz (02)

en Erotismo y Amor

Beatriz 02

La abuelita Beatriz se escondió detrás de unos macetones grandes que tenía. Escuchó pasos desde atrás así que pensó que lo más prudente era esconderse. Además, cómo explicaría lo que hacía por allí a esas horas de la noche y con la parte inferior de su camisón mojada, justo en una punto estratégico.

Se trataba de Raúl, el maestro de escuela que se hospedaba en la casa. Era un joven alto y fuerte, se veía responsable y serio, aunque de rostro no era muy agraciado. Lo vio entrar al cuarto de los jóvenes, y pensó que le iría a hacer algo a Gisel, la señorita que se hospedaba junto a Carlos, otro jovencito más o menos de su edad.

Bea corrió a la cerradura y pegó el ojo en la llave. Raúl y Carlos intercambiaban palabras, se estaban poniendo de acuerdo en el precio que el primero pagaría por la muchacha. "¡Cerdos!" exclamó la abuela en su interior.

Quedaron en la tarifa y en lo que Raúl tendría derecho a hacer, y se fueron manos a la obra. Del fondo salió Gisel, vestida con una tanga negra y zapatos negros de tacón alto, nada más. Sus senos eran pequeños, pero mirando al frente, también se veían firmes y duritos. Su cintura estrecha, así como sus caderas, pero la compensaba por un par de nalgas bien paraditas.

Su piel eran tan blanca como el de mi abuelita, y su cabello dorado, de ojos azules claros, rasgos hermosos, como de niña. La abuelita, a sus 50 seguía siendo una mujer muy hermosa y tampoco tenía nada que envidiarle a la niña, pues ella sí estaba llena de carnes, de hecho tenía un cuerpo muy voluptuoso, demasiado creo yo, con grandes caderas, nalgas gordas y senos enormes. Era la envidia de los amigos de mi abuelito, que en paz descanse.

Raúl dejó caer sus pantalones y su calzoncillo, dejando ver una paloma ya bien parada, de unos 17 cm y medianamente gruesa, un ejemplar respetable. Gisel se arrodilló y se llevó ese miembro a la boca, comenzado una larga y deliciosa mamada. La abuelita jamás había visto una felación. Una vez trató de hacérselo a su marido, pero al final le dio vergüenza.

Gisel mamaba como una profesional. Se metía el pene en casi la totalidad de su extensión, pegándole al mismo tiempo una fuerte chupada, para luego sacárselo despacio, lamiéndolo y chupándolo. Mientras tanto acariciaba sus testículos y les daba besitos de vez en cuando.

La cosita de la Bea empezó a sudar, más todavía. Hacía mucho que no se ponía así. Volteó a ver a su alrededor para cerciorarse de que nadie la viera, y se llevó la mano al paquete entre sus piernas. Sintió sus labios mayores hinchados, y sus menores tratando de salirse de sus bragas. Su camisón no la cubría bien de las correntadas de aire frío, por lo que sus pezones estaban paraditos y duros también.

Gisel continuó mamándosela a Raúl. Este cerraba los ojos para dejarse llevar por el placer, pero no tanto como para acabar rápidamente entre la boca de su alquilada amante, el tenía otros planes todavía.

Agarró a la muchacha del pelo con relativa brusquedad, lo que molestó a la abuelita, pero que también la calentó. La besó casi con furia y la tiró sobre la cama. Procedió a quitarse la ropa, dejándola tirada en el suelo. Tomó los tobillos de la chica y separó sus piernas, para apuntar con su tieso pene y atacar de inmediato sin compasión a nada.

La rubia muchacha apretó los dientes, tensó el ceño y se dejó hacer, aferrándose a las sábanas y ahogando sus gemidos en su pecho antes de dejarlos salir. No quería que nadie se diera cuenta de lo que estaba pasando en el interior del cuarto.

Beatriz estaba más caliente todavía, y la presión que ejercía sobre su sexo la ponía peor, era tan deliciosa. Raúl agarraba a Gisel como si fuese un muñeco de trapo, metiendo y sacando su tranca sin compasión y con furia. Cada embate de las caderas del maestro sonaban como si fuesen aplausos, y sus jadeos comenzaban a ser más fuertes. Lo mismo con los de ella.

Y Beatriz perdía la cordura, iniciando un rico, frote sobre sus partes que le arrancaban gemiditos muy callados que no alcanzaba a callar. Estaba muy acalorada. Su pecho estaba cubierto de una fina capa de sudor, marcando perfectamente sus prominentes senos debajo de la tela del camisón. Sus bragas estaban empapadas, al igual que su mano, que se pasaba frenéticamente de un extremo al otro de la línea de su sexo.

Raúl terminó minutos después, en medio de gritos, gemidos y gruñidos que hábilmente logró convertir en pujidos. Beatriz terminó al mismo tiempo, y apenas si logró contener sus gritos de placer y de júbilo.

Raúl solo se quitó el condón y lo tiró en un bote, Gisel quedó cubierta de sudor, jadeante y con el pulso acelerado. Carlos se limitó a ver toda la escena sin decir siquiera pío. La abuela se paró, se medio arregló el vestido y salió rápidamente hacia su cuarto, no quería que la vieran allí.

Aun sudorosa y jadeante se acostó. Se sentía mal, se sentía sucia. Ella no era así, siempre fue una mujer de su marido y de su casa, esas cosas no iban con ella. Sintió que le había sido infiel a Fer y se consideró como una puta… aunque el abuelito ya estuviera muerto. Mi abuelita lloró esa noche, estaba mortificada, ya que, aunque consideraba que los que hizo estaba mal, lo disfrutó mucho.

A la mañana siguiente se levantaron temprano como siempre hacía. Nada parecía extraño o fuera de lugar, nada, talvez solo ella que tenía una sonrisita culpable. Andaba atendiendo a todos, haciendo el desayuno, etc. Además tenía un gran cargo de conciencia.

A media mañana Bea se fue al mercado, regresó como una hora después. Raúl había salido desde muy de mañana a la aldea, era lunes y tenía que dar clases toda la semana, por lo que no regresaría sino hasta el otro viernes. Carlos y Gisel salieron, quien sabe a dónde. Siempre volvían al atardecer. Lo mismo Hilda y Sonia.

La casa estaba muy callada, mucho, no parecía que viviera alma alguna en ella. Tan solo estaban Bea y Maritza, la hija de Otilia, que tampoco estaba. Bea salió al patio a caminar, le gustaba tomar el sol de la mañana entre las hermosas flores que cuidaba esmeradamente. Entonces escuchó un ruido al fondo, en los baños. Alguien se estaba bañando. Seguro es la niña, se dijo.

Se quedó pensativa, y se le ocurrió una mala idea, algo que jamás le habría pasado por la mente antes. Caminó hacia los baños, mirando a todas direcciones por si alguien quedaba. Comprobó que solo era una persona la que se bañaba, así que se asomó a un hoyito en la madera de la puerta.

¡Efectivamente era Maritza! La hermosa jovencita bañaba meticulosamente todo su cuerpo, un cuerpo que dejó sin aliento a la señora. La linda quinceañera, dejaba correr los chorros del fresco líquido sobre sus blancas carnes, llenas de turgencias y circunvalaciones que le quitarían el sueño a cualquiera. Medía ya más de 1.70, y tenía senos grandes, firmes, con los pezones rosados y paraditos como los de una niña. Sus piernas eran largas y torneadas y sus caderas anchas, con un trasero duro, suave y grande, bien paradito. La niña era, desde cualquier punto de vista, una obra de arte de la naturaleza.

Beatriz tenía la boca abierta sin saber porqué (no se consideraba lesbiana), apenas si respiraba y sus ojos estaban abiertos como grandes discos y su expresión era de idiota. Justo en ese momento Maritza comenzó a pasar la toalla por sus carnes, secándolas. Bea decidió una prudente retirada, alejándose mientras miraba hacia todos lados si no la vigilaban.

Entró a la casa y se encerró en su cuarto. Estaba muy sorprendido, nunca había visto un cuerpo como ese… bueno, si, y mejor, era el suyo propio. Se acordó de las caras que ponía su marido cuando la veía desnuda. Fernando abría los ojos como platos, visiblemente nervioso y emocionado. Y ella con su carita de niña malcriada, sus ojos verdes profundos y su cabello castaño jugando libremente con el viento.

Recordó aquel hermoso falo, el único falo que había visto en toda su vida. Le parecía tan grande y duro. Y lo era, el abuelito Fernando era un semental que medía 20 cm horizontalmente, con grandes venas que lo recorrían completo.

Recordó la manera con la que su esposo la acariciaba cuando la quería en la cama, abrazándola y tomándola de las nalgas, esas 2 hermosas nalgas blancas y rosadas, duras y bien paradas, preludio de unas piernas firmes y fuertes de hembra guatemalteca. El siempre estuvo especialmente orgulloso de los atributos físicos de su mujer, pero más de su forma de ser. Bea no se metía un banano en la boca si su esposo no había comido ya.

Sin quererlo, su entrepierna volvió a despertarse, recordando viejas glorias. Y esa vulva comenzó a extrañar ese pene que tantas satisfacciones le había dado, y que Beatriz idolatraba en secreto. Ella empezó a sentir incomodidad bajo su vestido, necesitaba de un hombre, pero no había. Trató de ignorar esa sensación, no era algo de una señora como ella, pero no podía, estaba muy caliente.

También debo decir que esas sensaciones de calor la avergonzaban un poco, y la preocupaban. La avergonzaban porque, como dije antes, no eran de una señora como ella, tan correcta siempre. Ya dije que mi abuela fue educada de una manera muy machista, así que desde muy joven consideró que el que un hombre estuviera caliente era normal, pero en una mujer era algo sucio. En lo personal considero que son puras muladas.

Y estaba preocupada porque no se podía sacar de la cabeza la hermosa figura de Mari. Y ella no era ninguna "hueca", ella siempre se consideró normal. Y, nuevamente, por su educación creía que la homosexualidad era un pecado mortal.

¿Doña Beatriz?, ¿doña Beatriz? – la voz de Otilia la sacó de sus pensamientos y la asustó.

¡Si!… ¿si?

¿Le puedo pedir un favor?

Si, si… ¡Si, claro! – Bea estaba muy nerviosa.

Mire, lo que pasa es que por cosas del trabajo, a veces tengo que quedarme hasta tarde, o hacer un turno de noche. Y a mi me da miedo que la nena se quede sola. Por eso es que nos hemos tenido que salir de otros sitios en donde vivíamos, porque no era seguro que se quedara sola. Hoy tengo turno de noche y la nena está un poco malita, ¿me la podría cuidar por favor?

Pero si está mala usted no debería irse a trabajar.

¿Y qué puedo hacer? Si no voy me echan y no puedo darme ese lujo. Y usted sabe lo que le cuesta a una mujer, y madre soltera además, conseguir un buen lugar para trabajar.

Si, si, me lo imagino… bueno pues, se la cuidaré con mucho gusto… pero de todas maneras aquí no importa que se quede sola, de todas maneras el único hombre que vive aquí es Raúl, y el ya se fue y no va a regresar sino hasta el viernes.

Pero de todas maneras me sentiría más tranquila si se que usted me la va a estar viendo señora.

Bueno, bueno, despreocúpese entonces que yo se la voy a cuidar.

Muchas gracias doña Beatriz, se lo agradezco mucho.

Mi pobre abuelita no podría olvidar lo que le pasó por ese favorcito. Fue lo que le cambió la vida para siempre…

CONTINUARÁ…

Gran Jaguar

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gran_jaguar@terra.com

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