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El Legado (08: El Diablo menea la Cola)

en Dominación

El Legado VIII

El Diablo menea la Cola:

I

Señor Medina, ¿cómo se encuentra?

Mmmm… Mmmm… ¿qué?… ¿qué pasó? – pregunté desorientado y mareado - ¿dónde estoy?

Ya veo que está despertando. Mi señor vendrá a verlo enseguida.

¿Qué?… no, no entiendo… yo…

No se preocupe por nada señor Medina, todas sus preguntas serán contestadas. Ahora por favor, descanse…

¿Descansar?… un momento… Mmmm, mi cabeza… ¿quién es usted?

David, Marcos, por favor, lleven al señor medina a la presencia del amo.

¿Qué amo? ¿Qué está pasando aquí? – traté de ponerme de pié, pero las piernas casi no me sostuvieron. Quise convertirme en la criatura, pero no pude, no me podía concentrar.

Dos hombres entraron a la habitación, un salón cuadrado, no muy grande, con las paredes pintadas de blanco y con una cama y una mesa de noche como únicos muebles. Los 2 hombres me tomaron de los brazos y me sacaron de allí, casi a rastras. Uno de ellos era alto, como de 1.78 mt., piel morena clara y cabello colocho. El otro era más bajo, un indígena de 1.66 mt. pero muy robusto; piel morena clara y cabello negro liso.

Frente a nosotros caminaba la mujer que me estaba hablando, la que me preguntó como me encontraba. Delgada y esbelta, de piel blanca y cabello negro liso hasta media espalda. Traía zapatos altos, pero sin ellos debía medir más o menos 1.62 mt. Vestía un bonito traje sastre amarillo ocre, con falda gris, parecía oficinista. Los zapatos negros, sin medias. La falda la tenía como a 2 dedos sobre la rodilla, por detrás se miraba que tenía buenas piernas.

Trataba de proyectar en mi mente lo que me había pasado. Había venido de Joyabaj a la capital para hacer unas diligencias y para visitar a mi hermana, cuando me comencé a sentir mareado, débil. Eso es lo único que recuerdo de eso. Le dije a Sheny que me llevara a… ¡Sheny! No recordaba que ella había venido a acompañarme desde Joyabaj. No sabía qué le había pasado después de que perdí el conocimiento, me preocupé.

Los 2 hombres continuaron llevándome. En vano traté de pararme y oponerme. Aunque podía estar de pié, no tenía la fuerza suficiente para luchar. Caminamos por una galera amplia, sin ventanas. Todo estaba pulcramente dispuesto, nada fuera de su lugar. La decoración era por demás simple, paredes impecablemente blancas, mesas de madera con un mantelito blanco encima y floreros con una sola rosa roja; piso brillante de granito. Techo blanco también.

Luchaba por recordar, por saber si Sheny estaría bien. Recordaba que me quedé sentado en una cafetería, en donde me comencé a sentir mal… ¡la cafetería! Si, seguramente algo me hizo mal de allí. Pero eso no tenía mucha lógica puesto que por mi trabajo, agente de ventas, tenía que viajar mucho y a veces terminaba comiendo en los sitios más repulsivos que encontraba. Suponía que mi estómago ya era hasta a prueba de balas.

Terminada la comida, le dije a Sheny que me estaba mareando. Poco a poco comencé a ver las cosas borrosas. Ella se preocupó y se levantó para hablar con el mesero, creo que para pedirle alguna medicina. Y después… después ya no recuerdo qué fue lo que pasó.

Los 2 hombres cruzaron hacia la izquierda al final del pasillo, y entramos a otro, que terminaba en una gran puerta de madera. La mujer siempre caminó al frente, volteando a veces para saber cómo me encontraba. Su rostro también era bonito, muy aniñado. Ojos cafés, oscuros, nariz una poco larga, pero fina, labios finos y boca pequeña, muy bonita la muchacha. También por su cara concluí que no tendría más de 20 años.

La mujer abrió la puerta, y entramos. Era una habitación amplia en forma de pentágono, alfombrada. Las paredes siempre del impecable blanco, pero la decoración era un poco más rica. En cada pared había un retrato colgado, y en el centro una mesa pentagonal de madera, con mantel y con frutas de todo tipo. Bajo cada pintura había un sofá, amplio y cómodo.

En el fondo había otro sofá, de color rojo, cubierto por una sábana blanca. Sobre el había un hombre robusto, joven. Frente a este sofá, una anciana estaba sentada, observándome detenidamente. Malencarada, con gesto despectivo y colérico, pero también temeroso y desconfiado. Traía un vestido verde con bolitas blancas, sandalias de cuero y nada más. Su larga melena, medio gris, medio negra y con pequeños mechones blancos, se recogía en una cola de caballo. Cara arrugada y quemada por el sol y la vida. Le calculé unos 60 años.

El joven que se encontraba en el centro del sofá se hallaba vestido de blanco, con un pantalón sastre de manta y saco similar. También vestía una camisa de color azul, de algodón. Moreno claro, colocho, ojos medianos cafés y mirada penetrante, barba de uno o dos días. Sentado, se hacía chupar la verga por una mujer que se encontraba arrodillada frente a el. Ella se esmeraba en hacerlo lo mejor que podía. Era morena, con unas nalgas muy hermosas y cabello negro ondulado hasta media espalda.

Estaba atada con una correa de cuero que le recorría la espalda, desde el centro de sus nalgas, donde se metía, hasta un collar de perro que traía en el cuello. Las muñecas se aseguraban a la correa por medio de arneses puestos alrededor de estas. La correa se metía entre sus nalgas, como dije antes, y se unía a un cinturón, de cuero también. Por la manera en que la hacía arquear la espalda, y por cómo se le metía entre el culo, la correa debía estar en verdad muy tensa.

"Chump, chump, chump", solo se escuchaba el chapoteo de su boca mojada contra la, seguramente, dura verga de ese tipo. El me vio y sonrió complacido. Hizo un ademán con la mano dirigido a la vieja y dijo:

Rosa, mirá, aquí está nuestro invitado… alegrate Rosa, alegrate. – la mujer solo me lanzó una mirada furiosa y despreciativa, como si algo le debiera yo…

II

Por favor señor Medina, tome asiento. – me pidió muy educadamente la muchacha. Los 2 tipos me empujaron de los hombros y casi me hacer caer sobre un sillón que se hallaba a un costado del sofá, en un ángulo de 135º.

Perdónelos por su descortesía y brusquedad… ¡Le aseguro que serán castigados! – vociferó el joven del sofá. David y Marcos se pusieron pálidos. La muchacha se acercó a ellos y algo les susurró al oído, cabizbajos, los 2 hombres se retiraron.

Desde el sillón podía ver mejor a la mujer. Sus senos morenos eran bastante grandes, y parecían tener argollas en los pezones. Su cara también era hermosa… ¡era Sheny! ¡Era Sheny la que le chupaba la verga! Les parecerá exagerado que no la haya reconocido, pero yo me encontraba medio sedado, medio bolo, muy lento en mis sentidos.

¡Sheny! – grité tratando de pararme y abalanzarme sobre el tipo ese, pero unas manos fuertes me detuvieron por detrás. Era un hombre moreno, alto y muy fornido que me devolvió con firmeza, pero suavemente, al sillón.

¡Salva! ¡Salva! – gritó mi pobre Sheny, y se trató de parar y correr hacia mi, pero por tener sus brazos atados a la espalda, y esta arqueada por la tensión de la correa, perdió el equilibrio y calló de bruces al suelo – ¡Salva! ¡Perdón Salvador, perdón… ¡Yo no quería! ¡Yo no quería, de verdad… ¡Yo no quería!

Sonia, ayudá a levantarse a la esclava por favor.

Si amo. – y Sonia, la mujer que caminaba al frente de mi, ayudó a poner de pié a Sheny, que en cuanto pudo se lanzó a mis pies y se acurrucó. Yo la jalé y la abracé.

Señor Medina, mis más sinceras felicitaciones. ¡Qué bien entrenada tiene usted a su esclava!, aunque un poco malcriada, déjeme decirle… llamar al amo por su nombre de pila es… es lo peor que un esclavo sumiso puede hacer, ¿no te parece Sonia?

Si amo, totalmente.

¿Qué pasaría sin tu me llamaras por mi nombre de pila?

¡Amo!… preferiría cortarme la lengua a mordidas…

Si, así es.

El hombre volteó a ver a Sheny, que se hallaba aterrada sobre el sillón. Yo la abrazaba y la acariciaba para que se le pasara. Noté que tenía metido entre la vagina un vibrador, asegurado allí dentro por medio de la correa. Este vibraba frenéticamente, su sexo estaba chorreando líquidos. En sus pezones oscuros brillaban 2 argollas de plata. Estos estaban enrojecidos e hinchados, seguramente porque las habían puesto unas horas antes. Su carita estaba cubierta de llanto, con su boca brillosa por los fluidos de ese hombre. Sudaba copiosamente.

Perdón Salvador… no pude con el… snif… perdón…

Enfrente, Sonia le susurraba algo al oído: "Amo… su nombre…" le dijo en voz en cuello, casi imperceptible, pero mi agudo oído lo escuchó todo. "¡Perdone don Salvador mi descortesía! Mi nombre es Torres, Carlos Torres…"

CONTINUARÁ…

Gran Jaguar

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