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Beatriz (01)

en Erotismo y Amor

Beatriz 01

"Clanc, clanc, clanc"…

Don Jorge, vecino de mi abuela, clavaba un letrero en la puerta de su casa. Decía "se rentan cuartos". La tía Bea lo miraba desde el suelo.

Ya está Bea, ahora a esperar que alguien se interese y venga. Va a ver como se le llena la casa de gente.

Ojalá Jorgito, ojalá…

Va a ver que así será, su casa es muy bonita.

Pues si, pero…

No, no, no, no se me ponga negativa otra vez. Usted ha sido una buena mujer toda su vida, y el cielo no la va a dejar desamparada. Ya verá como le va a ir bien.

Dios lo oiga Jorgito.

La abuelita había estado desde hacía bastantes días así de apática y pesimista. Y no era para menos, había enviudado hacía menos de 6 meses, después de pasar más de 40 años juntos (exactamente 42), felizmente casados.

Los ahorros que tan esmeradamente había juntado el abuelito durante una vida de intenso trabajo, no le durarían para siempre, así que decidió poner un pensión en la casa, un casa antigua y grande, con muchos cuartos. Ella solamente ocuparía su recámara, la cocina y otro cuarto más, el resto los podría dar en alquiler.

Ella le pudo pedir ayuda a sus hijos, pero no quería importunarlos, algo que a mi me parece tonto. Aunque hay que reconocer que en cierto modo si tenía algo de razón. Mi padre había muerto hacía un año, y la situación económica de mi mami no era tan buena. Mi tía Marta está en apuros económicos, y mi tía Pamela tiene un marido que es una verdadera mierda, por lo que la abuelita ni quiso insinuarle que tenía problemas. Y mi otra tía, Brenda, ella si tiene mucho dinero, pero la abuela dice que es malhabido por su marido así que a ella no le piensa pedir nada de ayuda.

Entró a la casa y se sirvió un buen vaso de atol de elote, en espera de respuesta a sus plegarias, no tardarían en llegar.

No tardaron en contestar su anuncio. Una señora, con su hija adolescente llegó interesada en alquilar una pieza. Ella se la enseñó, quedaron en un precio y se dispusieron habitarla. Luego apareció un joven como de 24 años, maestro de una escuela situada en una alejada aldea atendida por una ONG y esta misma le pagaba la estancia al pedagogo. Se interesó por un pequeño cuarto del fondo y se quedó allí. Posteriormente una pareja de jovencitos, que a leguas se miraba que eran fugados de sus casas, se instalaron en otra pieza, y una pareja de señoritas, una guatemalteca y una extranjera, tomaron otro.

Bea miraban como poco a poco la casa se le estaba llenando, eso la sacaría de apuros. En el fondo deseaba que Fernando la pudiera ver, pues estaba saliendo adelante por sus propios medios. Y es que debido a su educación machista y muy conservadora, mi abuela siempre, siempre vivió bajo la protección de su marido. Era mansa y sumisa a todos los deseos que este tuviera. Pero no porque el abuelito fuera malo o dominante con ella, todo lo contrario, es que simplemente ella era así.

La casa era propiedad de la madre de Fernando, una amable y bondadosa señora que trató a Beatriz como a su propia hija. Los padres de ambos quedaron en casarlos en cuanto llegaran a la mayoría de edad y así lo hicieron. Se conocieron como 3 días antes de la boda, y se enamoraron en el transcurso del tiempo. Ella tuvo mucha suerte de caer al lado de el.

Pues bien, las piezas se estaban ocupando y las cosas parecían que mejorarían. A los días, Beatriz salió a comprar el pan, eran como las 3:30 de la tarde, era su rutina. Pasó frente al cuarto de las 2 señoritas y escuchó un sonido extraño. Ella, que lleva en la sangre la curiosidad innata de las mujeres, decidió asomarse por la cerradura.

¡Se quedó mula! La extranjera tenía arrodillada en el suelo a la chapina, amarrada y amordazada, y la azotaba con una larga fusta de caballo. Se trataba de una mujer alemana llamada Hilda, que llegó a su casa con una guatemalteca llamada Sonia. Desde el principio les vieron planta de raras, pero no se podían dar el lujo de estar rechazando gente.

La alemana mantenía sujeta a la diminuta chapina por medio de una cadena en su cuello, y la obligaba a lamerle el sexo. Hilda vestía un apretado corsé negro, de cuero, muy apretado y ceñido a su cintura. Sus enormes senos se comprimían y se rebalsaban de la apretadísima prenda. Llevaba botas negras hasta las rodillas, de cuero, de tacón de aguja muy alto. No tenía calzón, tanga, o cualquier cosa que se le pareciera. Exhibía un denso matorral negro, entre el cual Sonia hurgaba con su cara. Sonia vestía solamente unos zapatos blancos de tacón, amarrados a sus tobillos. Además, un collar de perro celeste, con una cadena plateada.

La diminuta Sonia pasaba su lengua entre los vellos de Hilda, lamiendo su húmeda raja, buscando su clítoris para apresarlo y mordisquearlo mientras introducía un dedos entre su ano. La poderosa alemana gemía y respiraba profundamente.

Y sí era una alemana imponente. Era 1.80 cm. de un firme y fuerte cuerpo, corpulento y robusto, con un par de senos enormes (no tanto como los de mi tía) y unas piernas que parecían columnas de templo romano. Piel blanca y ojos azules, era de buen ver.

Sonia era una menudencia en comparación con su amante y ama. 1.61, delgada y de apariencia frágil. Morena, de ojos oscuros y cabello negro rizado. Tenía un elegante lunar junto a su boca y unos senos que, aunque pequeñitos, muy bien formados y firmes.

La teutona se deleitaba con la mamada de su pequeña esclava, que se esmeraba en brindarle el mayor de los placeres. De vez en cuando recibía un fuerte fuetazo en la espalda, lo que parecía que la incitaba más, incluso que la calentaba. Beatriz no podía creer que ese tipo de gente estuviera viviendo en su casa, estaba asustada, sintiendo cierta repulsión, pero extrañamente maravillada.

La abuelita no quitó ni un solo minuto el ojo de la cerradura. Vio como Hilda colocaba a Sonia acostada sobre la cama, le amarraba las manos y las piernas y se montaba sobre su cara. Moviendo sus caderas con un rítmico e hipnotizante vaivén restregaba sexo sobre su sumisa amante, la que tenía la lengua afuera y se bebía con enorme placer todos sus fluidos.

Mientras tanto, Hilda se sobaba y estrujaba sus grandes senos, pellizcando suavemente sus pezones y llevándoselos a la boca. Hacía otro poco con los de Sonia, 2 pequeños montículos morenos con un pezón oscuro, que por un minuto Bea deseó chupar, se sorprendió de ella misma.

Por primera vez en mucho tiempo ella sentía un fuerte cosquilleo entre las piernas. Recordaba haberlo sentido al lado de su esposo, en los primero años de su matrimonio, cuando se entregaba a su entonces joven y vigoroso marido, y algunas otras veces después. Pero con el pasar de los años, los problemas y las nuevas responsabilidades les habían quitado tiempo para poder estar juntos en la intimidad. El sexo pasó a un segundo plano y adquirió una importancia menos que secundaría, y lo dejaron de practicar hacía varios años. Bea creía que era normal, que a su edad (50 años) ya se estaba muy vieja para esas cosas). Además, Fernando ya no había sido el mismo de hacía años, había perdido mucho de su vigor natural.

Pero bueno, lo cierto es que ese delicioso cosquilleo había reaparecido nuevamente, y muy fuerte. Tanto así que Beatriz comenzó a sudar sin darse cuenta. Gotas gordas de sudor resbalaban por su frente. Instintivamente llevó su mano a su entrepierna y la apretó con esta, tratando, sin saberlo, de conseguir un poco de placer masturbándose. Su pecho se inflaba al ritmo de su respiración acelerada, y podía sentir los latidos de su corazón casi en la garganta.

Su vestido dejaba un escote muy elegante, pero por estar inclinada en la cerradura el escote se hacia muy generosos. Además, era una mujer muy chichuda, exageradamente chichuda.

Ella siempre fue considerada un partidazo, y no era para menos, su piel blanca y ojos verdes, más las facciones de niña que a sus 50 años todavía tenían la hacían una mujer muy hermosa. Y por si esto fuera poco, posee un par de chiches bien grandes y paradas, con los pezones rosados todavía y listos para ser chupados, sin mencionar la cinturita de avispa que siempre tuvo y ese hermoso par de nalgas duritas y bien paradas. La tía Beatriz era una mujer, dicho en buen chapín, bien rica. Siempre fue un partidazo.

Hilda se agachó sobre su pequeña amante y zambulló la cara entre sus piernas, formando un delicioso 69. Sonia ya le había regalado como 3 orgasmos y ahora le tocaba a ella agradecerle. La chapina se puso a gemir desde que sintió el primer lengüetazo. Se aferró a la espalda de su ama y se dejó llevar por el placer, minutos después casi berreaba del gozo que había alcanzado.

Entonces la pareja terminó y se tendieron sobre la cama, una a la par de la otra. Beatriz recobró la compostura y salió a la calle, pero se le olvidó a qué iba. Se regresó y se metió a su casa a hacer quién sabe qué.

Esa noche no tuvieron pan en la casa, todos los inquilinos comieron sin el. Y ella se ponía roja cada vez que recordaba la razón de su olvido, aunque era la misma rutina la que tenía desde hacía más de 30 años. Pero bueno, nadie le iba a reclamar y ella no iba a explicar nada.

Poco después de la cena, la joven hija de una de las inquilinas limpiaba un poco de agua que había derramado en el suelo. Había llegado a pedirle el preciado líquido porque su mamá necesitaba tomarse una pastilla para el dolor de cabeza.

Era una criatura preciosa, de piel blanca, ojos cafés claros y cabello negro rizado, sedoso, hasta media espalda. Tenía 15 años y su cuerpo ya era muy bueno, demasiado según la abuelita.

Doña Beatriz, ¿me permite usar su baño?

Si Maritza, está al fondo.

Maritza se dirigió al baño y dejó a la abuela en sus quehaceres. En cierto momento quiso ver la hora pero no tenía su reloj. Recordó que lo había dejado en una mesita, frente al baño. Se dirigió hacia esta y, cuando lo tomó, una ráfaga de aire entreabrió la puerta. Vio a la niña con la falda de su vestido por encima de su cintura, de espaldas, mostrando una diminuta tanga blanca que se le metía en lo más profundo de su ser, en medio de 2 nalgas paraditas y duras, perfectas.

Bea se quedó perpleja, afortunadamente para ella, la muchacha no notó su presencia pues estaba de espaldas. A mi abuelita le pareció extraordinaria la belleza de sus sentaderas, lisas y suaves, visiblemente firmes y duritas. También le extrañó que una niña tan joven utilizara de ese tipo de prenda interior.

Recuperó la compostura y se alejó rápidamente del lugar, no quería que esa niña tan dulce creyera que la estaba espiando. Además, no era correcto, no era algo que una dama haría. La dulce pequeñita salió del baño, le dio las gracias y se fue de regreso a su pieza.

Beatriz se quedó pensativa, extrañada, maravillada. "¡Cómo han cambiado los tiempos!" se dijo, deseó por un momento haber nacido en sus tiempos, con la experiencia que tenía ahora, su belleza y con muchachos como los de ahora… ¡mi abuelita habría hecho estragos! Después se fue a dormir.

Bea quedó ardiendo, estaba prendida al rojo vivo y solo las diestras manos de un buen amante la podrían saciar. No podía dormir, pero tampoco se atrevía a masturbarse, eso era pecado y sería una falta de respeto para su marido. Pero el ya estaba muerto y ella sola, pero recordemos que la fuerza de la costumbre a veces es muy poderosa, a veces hay vínculos que no se rompen y que cuesta mucho volver a empezar.

 

 

Se levantó para ir a la cocina por un vaso de agua. Pero el agua tampoco la podía satisfacer. Entonces se dirigió muy silenciosamente hacia la misma cerradura, pero al pasar por el cuarto de la joven parejita se dio cuenta de algo y se ocultó. Pero lo que vio se los voy a contar otro día, hasta la próxima…

CONTINUARÁ…

Gran Jaguar

Pueden hacerme sus comentarios y sugerencias sobre esta historia al correo que aparece abajo, gracias.

gran_jaguar@terra.com

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