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Abnegada Esposa, Madre y Puta (I)

en Intercambios

Mmmmm… ¡Qué noche! Me miro frente al espejo, estoy totalmente desnuda. Todavía tengo restos de semen alrededor de mi boca lo saboreo ¡qué rico! Volteo a ver a la cama, allí está todavía ese semental que me montó como un animal toda la noche.

Desnudo acostado boca arriba, un brazo bajo su cabeza y otro sobre su vientre. Me da la impresión de dormir con tal comodidad… como un niño pequeño. Je, je, cuando amanecí estaba al revés de cómo está el. Al abrir los ojos lo primero que vi fue su pene, ahora flácido y dormido, pero en su momento parecía una piedra que me taladraba sin compasión, así como me gusta que me agarren. Me quedé dormida luego de que bajé a limpiarle la verga de su último orgasmo. Me sentí tan tonta cuando me desperté.

Bueno, creo que debo presentarme. Mi nombre es Gloria Manrique de Gordillo, y soy un ama de casa de la capital de Guatemala. Estoy casada con un hombre maravilloso al que amo profundamente, y soy amada por el de igual manera. Su nombre es Rubén Gordillo. Tengo también 3 hermosos hijos, todos ya mayores y realizándose profesional y personalmente. Pero esto no es el propósito de mi relato.

Se preguntarán, ¿por qué si está felizmente casada, se revuelca con otro al que describe como un semental?

Como bien sabrán, mantener bien una relación larga es difícil. Muchas cosas aparecen para convertirse en problema entre la pareja, mismos que deberán ser superados para que el amor sobreviva. Pues bien, a pesar de lo mucho que amo a mi marido, y de lo mucho que el me ama, nuestra vida de pareja llegó a un punto donde casi tiramos la toalla. Aparentemente ya no había nada que nos uniera. De no haber sido por nuestros hijos, nos hubiésemos separado hace bastante.

Lo que pasó fue lo mismo que le pasan a muchas parejas. Un hombre un tanto simple, sin mucho romanticismo y con el detallismo de una pared pintada de blanco, que además debe ausentarse de la casa para poder ganarse el sustento de la familia pues "es el hombre quién debe llevarlo". Y por el otro lado, una mujer (o sea yo) que hace de sus hijos el centro de su vida, olvidándose de su pobre marido, y que además se deja engordar como un cerdo luego de su tercer retoño y que pasa echándole peleas constantemente a su esposo.

Con las cosas así, yo estuve tentada a decirle que ya no más, que el era el culpable de mi gordura y que era un poco hombre. Pero por el bienestar de mis hijos, no me atreví. Fue hasta que la menor se casó que se agudizaron los problemas.

Recuerdo cierta pelea en que nos dijimos hasta de qué nos íbamos a morir. Yo me sentí muy ofendida por algo que me dijo (hipopótamo) y me di al papel de la poseedora de toda la dignidad del mundo. Sin embargo me puse a llorar como una niña y me subí berrinchuda al carro, para irme a la casa de mis papás.

En el camino me incrusté detrás de una camioneta del servicio urbano, es que iba muy alterada y jamás he sido un as al volante. Fui grave al hospital con amabas piernas rotas. Debido a mi gordura, el doctor me mandó una estricta dieta, la cual seguí al pié de la letra. Como las fracturas fueron severas, pasé enyesada alrededor de 5 meses, tiempo en el que estuve en completa inactividad, solo echándole pestes a mi marido.

Llegó el momento en el que me quitaron el yeso del pié y comenzó mi rehabilitación. Recuerdo bien el momento en el que me puse de pié y me vi a un espejo. Estaba tan cambiada… las inmensas lonjotas que tenía en la cintura (que a veces se confundían con mis senos gordos y caídos) habían desaparecido casi completamente. Mis senos ya no se miraban caído, y estaban más pequeños y esbeltos. Y mi culo, del que siempre me sentí orgullosa en mi juventud, había adelgazada bastante y hasta se miraban paraditos. Me sentí muy bien realmente.

Y en este instante que me miro al espejo, me siento todavía más feliz, pues después de ejercitarme constantemente mi cuerpo ahora se ve más joven y saludable, además de atlético. Solo así era posible aguantar las embestidas constante y brutales del tipo con el que me acosté anoche… creo que se llama Luis, no se bien. Me agarró como su muñequita e hizo conmigo lo que se le dio la gana. Me puso en todas las poses que se le ocurrieron, boca arriba, conmigo encima, mis piernas sobre sus hombros, de perrita, etc.

Pero cuando me sentí más sometida y de su propiedad fue cuando me sodomizó (que yo pensé que el animal no sabía que también tenía un ano perforable). Me empujó boca arriba y me hizo apoyarme sobre mis hombros, y presionó mis caderas y mis piernas para que apoyara también las rodillas. En esta posición, mi ano y vulva quedaron totalmente a su alcance. Y el, de pié frente a mi, pe penetró sin miramiento ni consideraciones de ningún tipo. Su gordo y grueso bat de biesball se incrustó en mis carnes sudadas y enrojecidas y me hizo suya al tiempo que me daba fuertes nalgadas y manotazos bruscos sobre la espalda. Luego terminó sobre mi cara, sin permitirme cambiar a una posición más cómodo. Todavía tengo restos de esa corrida en las cejas y cachetes. Luego fue que le limpié la verga y amanecí casi sobre ella.

¡Qué noche! Estoy asquerosa, toda pegosteada de semen y fluidos, y maloliente de sudor, mío y de el. Eso le va a encantar a mi marido, se va a poner tan feliz de la noche que ese desconocido me dio… a Rubén le encanta que me dejen así, sucia y hasta adolorida. Se excita tremendamente imaginándose lo que me estarán haciendo en un momento dado, más aun cuando se lo cuento con lujo de detalles. Parece un degenere esto, ¿verdad? Pero… de verdad que me importa ni mierda si lo es o no, así nos gusta y así somos muy felices como pareja.

Como se podrán haber dado cuenta, somos una pareja muy liberal, pero muy, muy liberal. Y nos convertimos así casi por casualidad. Fue durante una fiesta en la que me dio por berrinchar (otra vez) por no se que mulada. Mi enojo llegó a tal punto que decidí hacer escarmentar a mi marido.

Rubén siempre fue un tipo mucho más tranquilo y estable que yo. Todo un intelectual, puros cienes en todos sus estudios y era el alumno e hijo modelo. Pero a mi me resultaba aburrida tanta tranquilidad. A mi me gusta más la acción, ir de aventura… salir de la casa en carro sabiendo que no hay llanta de repuesto. Pero cuando lo conocí acababa de salir de una relación en que me habían hecho pedazos el corazón, y encontrarme con u tipo tan bueno y amable me dio vuelta la situación.

Estuvimos juntos por 2 años y medio. En varias ocasiones dudé acerca de si me convenía estar con el, pero mis amigas y amigas, sin mencionar mi familia, me daban el empujoncito que necesitaba para seguir con el. Que era muy bueno conmigo (muy cierto), que tenía un futuro profesional brillante (muy cierto), que sería una gran padre y esposo (muy cierto) y que su carácter tan pasivo lo podría cambiar (mentira). Me casé con el a los 19, el tenía 23 y ya estaba graduado de arquitecto.

Al principio todo estuvo bien, pero con el paso del tiempo, el tedio me atrapó y se me hizo una carga muy pesada. Comenzamos a alejarnos, en parte por su trabajo, y yo me refugié en mis hijos, a los que me entregué con esmero. Ellos crecieron y se fueron a vivir sus vidas como era de esperarse, y entonces el abismo que nos alejaba atacó. Ya no lo aguantaba y me le hacía insoportable a el.

Pues bien, resulta que en la fiesta que les hablaba, me puse mis moñitos y comencé a recriminarle una sarta de muladas. A diferencia de otras veces, esta vez no se quedó callado y me dio donde me duele: me dijo verdades que, como tales, no tenía como rebatir, por lo que no me quedó otro camino que dármelas de dama cuya dignidad había sido herida y me fui… llorando y pataleando.

La fiesta era un hotel muy bonito por los 15 años de una sobrina nuestra (hija de mi hermana menor). Me salí del salón muy enojada, y Rubén detrás de mí.

¿A dónde vas Gloria?

¡Qué te importa!

¡¿Hasta cuando vas a dejarte de estas idioteces de niña tonta?!- mas ofendida todavía.

¡Hasta que te hallás vuelto lo suficientemente hombre para mí!

¡Tal vez sea que no sos suficiente mujer para nadie!

¡Imbécil! ¡Estúpido!… ¡Hijo de puta!

¡Ha! ¡Callate, frígida de mierda!

Rubén se dio la vuelta dejándome peleando sola. Yo también me di la vuelta y me dirigí a… cualquier otro lado. Terminé en un bar del hotel, donde me puse a reflexionar sobre qué estaba pasando en mi vida, por qué Rubén tenía que ser así. En esas estaba cuando un hombre me abordó. Me impresionó mucho. Se trataba de un extranjero, un árabe que venía por negocios, muy, muy guapo. Moreno y colocho, con el cabello perfectamente recortado. Ojos muy oscuros y grandes, nariz delgada y un poquito larga, y una boca fina, muy sensual.

Me saludó con un español que no ocultaba su origen, y me preguntó si esperaba a alguien. Como sabía que Rubén no me dejaría sola por mucho, le dije que no. Deseaba darle celos a mi esposo, además me halagaba mucho haber atraído a un hombre hacia mí. Y no era para menos, pues por la dieta había adelgazado muchísimo, como les había dicho antes. Soy de piel morena clara y de rasgos bonitos. Mi cabello negro y liso hasta media espalda me quedaba divino con el vestido negro de tirantes que traía, con un escote no muy pronunciado, pero que dejaba ver que mis senos eran muy buenos. Aunque mi vientre y abdomen estaban aguaditos, ya no protuían. Y como siempre he tenido bonitas piernas, me miraba muy bien esa noche.

Como dije antes, deseaba darle celos a mi marido, demostrarle que era capaz de conseguirme lo que quisiera y que no lo necesitaba, así que le di entrada al árabe. Salid se llamaba. Pues bien, al final fue el quien me envolvió, yo con la inocente e ingenua idea de solo dar celos, pero igual me envolvió. Cada vez sus galanteos fueron siendo más y más atrevidos, y yo me iba calentando más y más. En un momento el sacó las llaves de su cuarto y me las enseñó.

No supe que hacer, pero cuando me di cuenta, iba caminando de su mano hacía el elevador, bazuqueándome y tocándome. Me sentía extraña y quise separarme, pero algo me lo impidió… mi marido.

Justo cuando se abrieron las puertas del elevador, Salid me besaba, suave y románticamente. Y justo en ese momento, mi marido apareció. El iba a buscarme al bar seguramente, pero lo que vio fue a su amadísima e insoportable mujer entrando a un elevador con otro hombre, que además la besaba y la acariciaba. Eso hizo un efecto raro en mi, pues aunque la sangre se me heló y me aterroricé, también me calenté más todavía, mucho más. Y lo que me pareció más extraño fue que Rubén ni se movió, solo que quedó viendo.

Salid me llevó hasta su cuarto. No perderé el tiempo describiendo como subimos, ni como me besó. Mejor voy al grano.

Salid entró a su cuarto (una lujosa y linda habitación) casi arrastrándome, pues trataba de negarme. Eso era más porque disfrutaba que casi me obligara, que por escrúpulos. Al entrar no pudo preocuparse en cerrar bien la puerta y esta quedó entre cerrada. Rubén esperó a ver a qué piso íbamos y luego subió el. Cuando llegó empujó la puerta y entró sin problemas. Salid y yo ya estábamos cogiendo.

Cuando Rubén entró, el árabe me había puesto de rodillas, casi obligándome (recordemos lo machistas que son) y yo me estaba engullendo su verga, algo que jamás había hecho ni con Rubén. Me metía su pene hasta la garganta y me lo sacaba lentamente, asegurándose de sentir bien el roce de su glande con mi boca. El me tomaba del pelo y manejaba mi cabeza como si fuera… algo con lo que pudiera pajearse la verga. Me daban ganas de vomitar y me sentía sucia, una sensación a la que me aficioné en el futuro.

Luego me puso de pié y me besó con pasión y furia, le gustaban las mujeres maduras (yo tenía 31, ahora 37) que se resistían, lo tomaba como una provocación. De un empujón me tiró sobre la cama, despojándome de mis interiores (el vestido había volado por los suelos en cuanto entramos al cuarto). Comenzó a meterme los dedos entre mi vagina, lo que no me gustaba y me molestaba… hasta que volteé a ver hacia la puerta.

Allí se encontraba parado mi esposo, con la boca abierta y la cara desencajada. Pero el gesto era como de excitación, algo raro. Igual de raro fue que en cuanto lo vi, los dedos del árabe metidos en mi vagina dejaron de molestarme, y me empezaron a dar placer, y la sensación de ser una sucia me comenzó se comenzó a transformar en no se qué, en algo placentero.

Rubén estaba apenas asomado a la orilla de la puerta, donde Salid no podía verlo. Este apuntó su pene parado y duro (de respetables proporciones y una muy gruesa cabeza morada) y me lo enterró de un solo empellón. La sorpresa me arrancó un gritito, y luego gemidos cuando me lo comenzó a meter y a sacar.

Dudé si pararlo todo, mi marido me estaba mirando, pero algo me lo impidió. Creo que fue un calor anormal que me subió desde mis genitales, poniéndome duros los pezones, casi me dolían.

Volteé la cara y le ofrecí mis labios al árabe, que los tomó con los suyos en un profundo beso. De reojo continuaba viendo a Rubén, que no se perdía detalle alguno. Sus embates se iban haciendo cada vez más fuertes y bruscos, y Salid gemía… ¡bufaba como un toro en brama, montado sobre su sumisa e indefensa baquita! Podía sentir con toda claridad el grueso de su cabeza taladrándome sin piedad. Y yo lo disfrutaba como una loca, como una sucia y asquerosa puta, la más corriente y barata. Nunca me habían tomado así. Rubén era muy tierno y considerado… además de que no tiene una herramienta como para poder hacerlo.

Cansado, aparentemente, de esa posición, me tomó de los pelos y me subió hasta la cabecera de la cama. Me dio vuelta y me puso en 4, algo nuevo para mí también. Colocó su verga sobreexcitada en la entrada de mi dilatado, irritado y dolorido (pero al que le encantaba esto) hoyito, y empujó con violencia. Nuevamente su cabezota entró, sin ningún problema pues mi vagina estaba echando chorros lubricantes, que me corrían sobre los muslos lentamente.

Por un momento me olvidé por completo que Rubén estaba espiando y me dejé llevar. Pero rápidamente lo recordé y nuevamente regreso esa extraña sensación, esa de que una sabe que hace mal, pero que por ello le gusta más.

Pero bien, desde donde estaba ya no podía verlo. Salid me cabalgó como un loco. Me penetraba con muchísima fuerza, aferrándose a mi cabello como si se tratase de mis riendas, jalándome hacia el, hacia su cara, susurrándome al oído lo puta y perra que era. "Todas las de América son unas perras… Alá las perdone…" idiota.

Perdí la noción del tiempo, no se por cuanto tiempo me apaleó. Pero si se que fue una cogida larga y dura. Pero no podía durar por siempre. Cuando estaba a punto de terminar, me jaló con muchísima violencia del cabello, levantándome de la cama y dándome la vuelta. Me quejé y lloriqueé pues me dolió. Pero al sucio ese le importó un bledo y, ahora jalándome de una chiche y de mi cabeza, acercó su pene a mi cara y explotó sobre mí.

Rubén nunca había eyaculado sobre mi cara, de hecho le decía hasta de qué se iba a morir si me embarraba incluso los muslos. Así que ese día experimenté el sabor del semen. Los gruesos chorros de su espeso esperma se estrellaron contra mi cara, tomándome desprevenida. El primero dio contra mi frente, el segundo en mi mejilla izquierda, el tercero sobre mi boca abierta por el asco que me dio. Ese último chorro me entró hasta la garganta y casi me hace vomitar. Los chorros que vinieron después ya ni me di cuenta de donde fueron a parar. Lo cierto es que apenas si podía ver.

Terminada su faena, se puso de pié al pié de la cama y se quedó observándome, triunfal y victorioso, sabedor de que esa noche había sido el dueño total y absoluto de mi persona, mi dignidad y mi feminidad. Había hecho de mi lo que quiso.

Me dijo que no le enorgullecía haber cogido con una mujer tan fácil, tan puta, y que había quedado impuro y profanado y no se que más idioteces. Por el es que desde ese día, y hasta la fecha, me he negado rotundamente a coger con musulmanes. Pero no me sentí tan humillada como cuando sacó un billete de 100 de su billetera y me lo tiró a la cara. ¡Solo las rameras más corrientes y baratas cobran 100!

Se fue de su cuarto y bajó al bar. Me dijo que me vistiera y que regresaría en una hora, que no me quería ver allí después. Quedé sobre la cama sollozando y avergonzada, humillada en extremo y con una sensación de estar sucia increíble. Entonces apareció Rubén… ¡con el pantalón por las rodillas y la verga en la mano, con una cara de calentura tan grande!

Pues bien, esa fue la primera vez que cogí con un hombre que no fuera mi marido, y no fue la última. Como dije antes, si creen que es un degenere… váyanse a la mierda. Mi matrimonio ahora es más liberal, y estoy más cerca de mi marido que nunca, es como una segunda luna de miel que dura años ya. Pero bueno, debo despedirme, pues ya escucho el carro de Rubén. Debe estar más tieso que un palo, deseando saber con lujo de detalles lo que este semental hizo conmigo anoche. Hasta la próxima.

Gran Jaguar

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