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Beatriz (09)

en Erotismo y Amor

Beatriz 09

Después de la pelea que la abuela tuvo con Gisel, esta y Carlos se fueron de la casa, dejando a mi abuela sin esa entrada económica. Pero no le importaba mucho, con Hilda y Sonia era más que suficiente para pervertidas. De hecho, con ellas también quería hablar, no le importaba lo que hicieran ella, pero que no se les fuera a ocurrir meter hombres a la casa.

Y con respecto a Maritza, pues, la cosa mejoró, la abuelita ya no le huía. Y aunque después la conciencia le recriminaba, se aficionó a tener a Mari metida entre sus piernas, chupándole los muslos, los labios mayores y menores, y el clítoris, metiéndole deditos en el interior de su empapada raja, haciéndola ver estrellitas. Era común que Bea se encontrara sentada en el mero borde de una silla, banco o de su cama, aferrada desde atrás con sus manos y arqueando la cabeza hacia atrás. Ya se había acostumbrado (y aficionado) a sentir su corazón acelerarse, junto con su respiración. A sentir como poco a poco la temperatura subía por todo su cuerpo y como los fluidos sexuales manaban por su ardiente vagina, bebiéndoselos todos la bella Mari. A Bea le gustaba mucho ver como la muchacha lamía y recogía con deleite todas estas emanaciones.

Y cuando alcanzaba el clímax, ¡literalmente veía estrellas! Beatriz se metía un puño entero entre la boca para no gritar, no quería llamar la atención. Cerraba los ojos y dejaba fluir por todo su cuerpo esas ondas de placer que la estremecían completamente.

Pero entonces, cuando enderezaba su cabeza, o volteaba… a cualquier lado, la imagen sonrientemente burlona de Fernando se le aparecía, manipulando su pene y masturbándose. Bea había caído en la cuenta de que eso pasaba cuando ella estaba en el punto máximo de excitación, cuando ya no había vuelta atrás y su conciencia se perdía por completo, pero no sabía por qué. Se consolaba con la explicación ideada por Andrés, que era por lo mucho que ella extrañaba a su marido.

Después, aun con la imagen y la atención fija de Fer, Mari salía de debajo de las faldas de la señora, con la carita empapada y chorreante. Bea se la limpiaba maternalmente con un paño, mirándola con mucho amor, casi amor de madre. Entonces la muchacha procedía a desabotonar la blusa de Bea, liberando sus enormes tetas. La misma Beatriz se quitaba el brasier, dejando su hermoso par de senos al aire, listos para ser degustados por la criatura, que se prendía de ellos, aun arrodillada en el suelo, en medio de sus piernas, y succionaba y tragaba toda su leche. Hay que anotar que los senos de mi abuela daban mucha leche, bastante de verdad.

Más o menos una hora después de haber empezado, terminaban. Bea se levantaba de donde se encontraba sin ponerse de nuevo la blusa ni el brasier, iba a la cocina por un paño, lo humedecía, y regresaba a limpiar a su niña con mayor esmero, pasándole por toda su carita. Eso le encantaba a Mari, de verdad que ella no pedía mucho de Beatriz para ser feliz. Finalmente la cincuentona se arreglaba la ropa y salían las dos de su cuarto como si nada.

Cierto día, cuando salía a la cocina por el acostumbrado paño le pasó algo que la abochornó mucho… pero que igual la calentó. Subido sobre la terraza de su casa, revisando la antena de la Tv., don Jorge, Jorgito, el vecino y amigo de Bea, la vio, caminando con los senos desnudos.

Beatriz se dio cuenta cuando lo vio reflejado en un espejo que tiene sobre una mesa. Vio como don Jorge la miraba con la boca abierta, babeando, perplejo, estupefacto. Por unos segundo quedó estática, fría, sin saber qué hacer y muriéndose de la vergüenza. Pero luego pensó que lo mejor era actuar como si nada, como si no lo hubiese visto, así sería menos vergonzoso.

Bea continuó haciendo sus cosas como si nada, siempre con la mirada baja y muy roja. Y Jorge miraba como ese enorme par de senos rosados, enrojecidos por el chupeteo, se contoneaban de una lado a otro según Bea se moviera.

El roce del aire frío con sus pezones, se los endureció, lo que impresionó más a un ya muy impresionado Jorge, que en un desafortunado movimiento se cayó del techo. Bea escuchó el estruendo y todavía vio los brazos del hombre levantados en el aire mientras caía. "Ojalá no se haya golpeado mucho" se dijo.

Su situación con Mari duró así como 2 semanas, justo antes de que ella empezara el colegio. Lo hacían por las mañanas cuando nadie más estaba en la casa. A veces también por la tarde, antes de que todos regresaran del trabajo. La partida de Gisel y de Carlos no se hizo notar, pues pronto Bea ocupó otros 4 cuartos. Hilda y Sonia solo se asomaban por la casa por las noches, y Raúl llegaba solo los viernes, a veces se quedaba todo el fin de semana, y luego volvía a irse a la aldea el lunes de madrugada. Y a veces pasaba noches eternas de amor con la niña, enredada con ella cuando su madre tenía turnos de noche en su trabajo, quién sabe en qué trabajaba la señora.

Así, los sucesos extraños que habían torturado a Beatriz se estaban acoplando a su vida, normal y a veces un poco aburrida. Pero no todos… aun estaba el doctor rondando por allí.

En ocasiones, Bea salía muy temprano para poder ir al mercado, y trataba de hacerlo lo más rápido que podía para no encontrarse con don Andrés. Otras veces este estaba estacionado enfrente de su casa, por lo que mandaba a Mari. Esta caminaba como si nada y compraba todo lo que necesitaba. Bea pasó las 2 semanas escondiéndose de el.

Pero a veces, la oveja no puede esconderse mucho del lobo…

Maritza inició clases un día lunes. Salió muy alegre vestida con su uniforme de colegiala, Bea la vio alejarse de la casa orgullosa, como si ella fuese la mamá, y don Andrés vio todo esto. El pobre viejo estaba sin saber qué hacer, deseaba enfermizamente a Beatriz y la quería para el, pero no se atrevía a entrar. Por lo pronto, era ya una rotunda victoria que ella no hubiese dicho nada. Pero, ¿cómo reaccionaría ella si el tratara de forzarla una segunda vez? Según su experiencia como médico, si pasó una vez sin que la mujer lo denunciara, podrían pasar muchas más pues la vergüenza no la dejaría decir ni pío.

Pero del dicho al hecho hay mucho trecho y el viejo no se atrevía… además, el miércoles dejó de tener a Beatriz sola en la casa…

¡Raúl, qué sorpresa tenerlo aquí el miércoles!

Si señora… lo que pasa es que vine por mis cosas… bueno, no hoy…

¿Por qué?… ¿se va?

Si, me voy… es que la organización me va a mandar a otra escuela que tiene, pero es hasta en petén.

¡Qué lástima Raulito!

Si, qué lástima, me sentía muy a gusto aquí.

¿Y cuándo se va?

El viernes seño… tengo que esperar a que el traslado sea efectivo y entonces me voy.

¿Entonces no regresa a su casa por lo menos el fin de semana?

No, fíjeses, ya tengo que empezar.

¡Qué matado su trabajo!

La verdad si… pero me gusta…

Raúl se fue hacia su cuarto, dejando a Beatriz con los quehaceres normales de la casa. Ese día ella vestía un viejo vestido azul claro, que con el paso del tiempo se fue encogiendo un poco cada vez. El escote en forma de v era ahora bastante pronunciado, lo que dejaba casi la mitad de sus chichotas a la vista pública. Además, tomemos en cuenta que ahora eran más grades debido a que estaban produciendo leche. Esto la había dejado de incomodar ya, de hecho, ahora le gustaba amamantar a Mari. Lo único malo es que ahora, la mayoría de sus vestidos y blusas le quedaban bastante ajustados en esa zona, y casi todos sus sostenes ahora la apretaban.

Pues lavando ropa estaba, completamente distraída, cuando desde atrás 2 fuertes manos la agarraron, apretándole y amasándole las tetas.

¡¡AAHH!! – gritó Bea al sentir las caricias intrusas, pero hasta allí, porque una de esas manos le tapó la boca.

E la llevó a rastras hasta su cuarto, en donde la tiró sobre la cama. Entonces ya pudo ver la identidad de su atacante, ¡era Raúl!, que aparentemente no se quería ir sin llevarse buenos recuerdos para tenerlos siempre presentes.

¡Raúl!… ¡¿qué está haciendo?!

¡Miré señora, mejor se calla y coopera o le va a ir muy mal!

¡Pero¡… ¡pero!…

¡Pero nada!… desde que llegué sueño con el día de podérmela pasar a gusto, vieja chichuda… no me explico qué se hizo, pero sus tetas están más grandes que antes… ¡me las tengo que comer! – de un fuerte jalón le rompió el vestido por su escote en v y le sacó las chiches que sufrían comprimidas entre el brasier.

¡Por favor Raúl!… ¡se lo suplico!…

¡Cálese vieja! – y ¡zap, zap!, le pegó 2 fuertes bofetadas – Si no se calla le voy a hacer daño, ¿oyó? – Bea asintió con la cabeza, llorando del miedo – ¡Flojita y cooperando! ¡Flojita y cooperando!

El muchacho le agarró las tetotas, apretándolas y pellizcándolas con mucha fuerza. Pero se detuvo cuando un largo chorro de blanca leche materna salió volando por el aire, su cara dibujó una pérfida sonrisa.

¡Así que es esto! ¡Está dando leche!… ¡Con razón ahora anda más chichuda de lo que era! ¡Qué de a huevo, nunca he cogido con una mujer dando de mamar!

Raúl se puso a apretarle los pechos solo para ver los chorritos de leche volar por el aire. Agarraba una con las 2 manos y la apretaba hasta que esta casi se le desparramaba entre los dedos, luego hacía lo mismo con la otra. La leche cayó sobre el pecho de Bea, así que el se puso a lamerlo.

Está sabrosa su leche señora… bien rica…

¡Por favor Raúl!… se lo suplico… – decía ella casi sin voz, con la cara volteada hacia un lado.

¡Señora, por la gran puta, qué le dije!

¡Se lo suplico!… ¡vióleme!…

¿Qué?

Vióleme… – dijo otra vez con la voz entre los dientes.

¿Q-qué?… ¡¿Qué!?…

Vióleme…

¡¿Quiere que la viole?!

Si… hágame suya…

¡¿Mía?!

Si…

¡¡POR LA VIDA DE LAS ONCE MIL PUTAS DEL INFIERNO!! ¡¿QUÉ ES LO QUE LE PASA A USTED?!

Vióleme…

Raúl se quedó con la cara de estúpido más grande que se podría haber visto en este mundo. No comprendía a la señora, se suponía que ella peleara, que tratara de quitárselo de encima, que llorara y suplicara por su vida, no que le pidiera… ¡que le suplicara!, que la violara. Y mirándola tirada sobre la cama, con las mejillas enrojecidas, la respiración aceleradísima y completamente entregada, el maestro de escuela llegó a la conclusión de que la mujer ardía de calor.

Se preguntaba por qué sus ojos estaban fijos en un punto en la puerta abierta de la habitación, se preguntó si habría alguien allí, pero no, estaban solos. Pero para Bea si había alguien allí, y era Fer, que desde el umbral de la puerta se masturbaba como siempre, mientras miraba con atención como violaban a su mujer.

Raúl perdió la concentración de lo que iba a hacer, la actitud de Beatriz lo dejó desarmado. Se sabe que a algunos violadores les pasa esto cuando su víctima no actúa de la forma como ellos esperan. Ningún violador viola buscando gratificación sexual, eso es secundario. Son diversas cosas lo que buscan: venganza y poder principalmente. Cuando una mujer chilla y se retuerce entre los brazos de un atacante, suplicándole por su vida, prometiéndole hacer lo que sea a cambio de no ser lastimada, este siente que la tiene en sus manos y que puede hacer con ella lo que se le da la gana. El terror de la víctima transmite a su atacante un sentimiento de poder que no conseguirá de otra manera. Pero cuando la víctima le pide más, que la viole, que la lastime, que la haga suya de la manera que a el le plazca, ya no existe el elemento del terror, por lo que la sensación de poder desaparece y el violador (que generalmente es una persona insegura e infeliz con su vida) se siente humillado. No consiguió su objetivo primario (poder) por lo que el ataque deja de tener sentido y el tipo se siente inadecuado, desorientado y humillado.

Pues bien, después de esa aclaración es fácil de comprender por qué Raúl solo la miaraba confundido, no sabía qué hacer. Aun le pegó un poco más, tratando de infundirle torroe nuevamente, mientras le gritaba que era una puita asquerosa, una mujerzuela, inquiriéndole por qué le pedía que la violara. Pero nada, la mujer parecía más caliente y trastornada a cada golpe que recibía.

Al final, un Raúl asustado y confundido dejó la habitación de Bea y se fue a la suya, muy humillado. Y Bea se quedó tirada sobre su cama, con la mirada fija en la puerta, viendo a un Fernando que continuaba masturbándose y sonriendo. Y por primera vez Beatriz fue capaz de hablarle. "Fernando" le dijo, pero este se fue de la puerta.

Bea se puso de pié y salió en su búsqueda. Sin arreglarse nada, con los senos fuera de su sostén, Beatriz caminó detrás de su amado, que se dirigía hacia las habitaciones de los inquilinos. Lo vio entrar a la de Raúl. Beatriz caminó despacio, como una autómata, eran las 10 de la mañana y solamente Raúl y ella se encontraban en la casa.

Empujó la puerta y esta se abrió, y se encontró con el muchacho metiendo apresuradamente sus cosas entre la maleta, alistándose para irse. Vio muy sorprendido a Bea semidesnuda, con sus inmensos senos al aire, enrojecida de la tremenda excitación. De sus pezones inflamados aun colgaban diminutas gotas de leche.

Por favor Raúl… – dijo con la voz temblorosa – lo necesito de verdad… se lo suplico…

Dejó caer su vestido al suelo junto con al calzón, y se quitó al brasier. Raúl se quedó con los ojos cuadrados al verla así, completamente desnuda frente a el, como tantas veces la deseó ver antes. Bea entró a su cuarto y cerró la puerta tras de si. Parado junto a la cama, estaba Fer, aun masturbándose.

Caminando como una autómata, se paró enfrente del muchacho, que la veía sin poder darle crédito a sus ojos. Luego, muy despacio se acostó sobre su cama, abrió las piernas, y se llevó una mano a su sexo chorreante, la otra a sus senos, ofreciéndoselos. Lo miraba ansiosa, suplicante.

Raúl no podía quedarse sin hacer nada cuando una mujer como esa se le ofrecía con toda mansedumbre. Se despojó de su ropa rápidamente, quedando desnudo, con una erección de 17 cm duros entre sus piernas. Se subió a la cama y se colocó entre las piernas abiertas de mi abuela, en medio de las cuales estaba la pusa más caliente que había visto, palpitando por el inmenso deseo de ser penetrada hasta el fondo.

Corrió el prepucio de su pene y dejó su cabeza expuesta, entonces penetró a Bea de un solo golpe. Su pene se deslizó en su interior como cuchillo entre la mantequilla, pues estaba más que lubricada ella. Y así, la empezó a embestir con fuerza, furia y violencia.

Ella apretó los dientes y se aferró a las sábanas, poniéndose a berrear como una desesperada. Sentía perfectamente bien como entraba y salía la masculinidad de Raúl, como se le clavaba hasta el fondo de su sexo, salía, y se volvía a clavar con violencia. Sus senos se sacudían cada vez que el macho entraba con fuerza en ella, y sus carnes se estremecían antes las intensas oleadas de placer que esas penetraciones provocaban. A su lado, mi abuelita veía a su amado, que la contemplaba en silencio, siempre en silencio, masturbándose con fuerza, sonriéndole afablemente como siempre hacía. Y Beatriz deseaba en el fondo de su corazón que fuese Fer y no Raúl quien la cabalgara en ese preciso instante.

Pronto, el sudor de Raúl la cubrió, y sus gruñidos de macho desbocado se fusionaron con los agudos gemidos de hembra poseída de ella, en una sinfonía de sexo, sudor y saliva. Raúl se enderezó, agarró las piernas de Bea de los tobillos y las abrió y levantó, al tiempo que su cabeza se arqueaba para atrás y rugía como un león, inundando el cálido canal vaginal de Beatriz, en un orgasmo interminable, dulce, fuerte como nunca antes había tenido.

Beatriz no se dio cuenta de cuando Raúl se salió de su interior, ni de cuando le empezó a hablar, preguntándole si se sentía bien, pidiéndole que volviera en si. Beatriz estaba embelesada mirando la sólida erección del espectro de su difunto marido, que se la ofrecía. Pero ella no la podía alcanzar, a pesar de que estiraba su mano… o creía estirarla.

Raúl hizo sus maletas con mucha prisa, asustado, creyó que algo malo le había pasado a la señora Bea por su culpa. Dejó el dinero de la renta que aun adeudaba, y se fue casi corriendo de la casa. Dejó a Beatriz con una sonrisa perdida en el aire, perdida en la niebla de su calor y del inmenso amor que aun le profesaba a su esposo, un amor que no respetaba las barreras de los mortales.

Ella amaba a Fernando y lo deseaba, y ahora el estaba frente a el, con su pene parado y afuera, ofreciéndoselo a la señora, y eso era lo único que le importaba a ella.

CONTINUARÁ…

Gran Jaguar

Pueden mandarme los comentario y sugerencias que tengan de esta historia a mi correo electrónico gran_jaguar@terra.com, gracias.

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