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El Semental de las Mayén, Epílogo

en Amor filial

El Semental de las Mayén

Epílogo

Hola, soy yo, Silvia Mayén otra vez. Quiero enviarles esta última carta para contarles algo sobre nosotras, sobre lo que fue de nuestras vidas desde que empezamos a ser amantes de Beto, mi hijo. Si no han leído los relatos anteriores de esta serie, les recomiendo que lo hagan. Pueden encontrarlos buscando por autores al Gran Jaguar.

Pues bien, ¿qué les puedo decir? El inicio oficial de nuestra relación con Alberto fue la noche en que el me tomó a mi. Así lo habíamos acordado. Por ser la madre, yo tenía un trato preferencial. Recuerdo esa noche. Después de la cena especial que preparamos, hablamos y le dijimos claro lo que queríamos todas. Necesitábamos a un hombre en nuestras vidas y el era el único en el que podíamos confiar. El se haría cargo de nosotras y de los asuntos relacionados con la casa y el negocio de la familia. A cambio nosotras le daríamos a nosotras mismas, sin restricciones de ningún tipo. Un poco temeroso al principio, el aceptó.

Pues bien, para esa noche, mi madre y mis hermanas me prepararon. Tomé un baño especial y ellas mismas lavaron mi espalda y mi cuerpo. Me depilaron cuidadosamente y me perfumaron en todas mis partes, especialmente las pudorosas. Usé un camisón especial para la ocasión, de encaje blanco y semi transparente. Me apretaba mucho, por lo que mis senos tan grandes y mi abultado trasero se miraban muy bien, muy sensuales. Me sentía como su me fuera a casar, como si aquella fuera mi primera vez.

Llegué así al cuarto, Beto ya se encontraba allí. Lo besé tiernamente, y con cierta timidez, en los labios y me acosté a su lado. El me correspondió en el beso. Pronto nos encontramos retozando y rodando entre las sábanas. A mis 33 años todavía me encontraba muy bien, aparentaba muchos menos años. Beto de 13, era un niño entrando a ser joven, pleno y rebosante de fuerzas y de hormonas. Sin darme cuanta, ya nos estábamos metiendo mano mutuamente.

Me levanté de la cama de improviso, y dejé caer mi camisón frente a sus ojos, quedándome con absolutamente nada. Beto tenía los ojos muy abiertos contemplando mis senos colgando libremente al frío aire de la noche, temblando al compás de mi respiración acelerada, enrojecidos y con los pezones erectos. Mi vello púbico revuelto en un matorral rubio, deseoso de ser penetrado. Y mis ojos… debí tener una gran mirada de sexo.

Le saqué el bóxer a Beto jalándolo suavemente. Su pene erecto saltó y se clavó en dirección al techo. Yo lo contemplé un momento. Y pensar que ese era el mismo pene que años antes no era mayor que mi dedo pulgar. Ahora con sus 17 cm. ya no parecía esa misma palomita que yo miraba cuando le cambiaba su pañal, la misma que yo misma le enseñé a usar para ir al baño. No, ya era un hombre mi hijo.

Posé una mano sobre su miembro, y lo comencé a acariciar. Sin olvidar los consejos de Bertita sobre como mamar bien una verga, me la llevé a la boca y pude experimentar por primera vez su sabor. Me encantó, me gustó mucho. Primero lamí el glande como si fuese un helado. Le pasé la lengua varias veces por encima, formando círculos o dándole lametones como una paleta. Después me la metí entre la boca, succionándola suavemente, tratando de sentir el sabor de sus fluidos lubricantes, que no tardaron en llegar. Con la otra mano acariciaba sus testículos despacio.

Alberto estaba gozando muchísimo todas mis atenciones, y no tardó en llegar a su primer orgasmo dentro de mi boca. Eyaculó con fuerza toda su carga de semen. Me agarró de improviso, y varios goterones se me salieron de los labios. Yo no quería desperdiciar nada. Al final, me puse a lamer los restos que dejé de su esperma en su pene y sobre mi mano.

Como se imaginarán, no dejé que la cosa acabara allí. Volví a chupársela para que se le pusiera dura otra vez, y no tardó en ello. Pronto estuvo en posición de firmes otra vez y lista para la acción. Lo miré con ternura a los ojos, y me monté encima de el, todavía no me penetraba. Tomé uno de mis senos entre mis manos y se lo ofrecí. El se prendió a el como un niño de pecho, y comenzó a mamar. Recordé la primera vez que le di pecho, me veía dándole mi pezón mientras el se alimentaba ávidamente de aquel alimento que con tanto amor le ofrecía. Ahora ya no hay leche en mis senos, pero igual se los ofrezco con grana amor.

Mamó por unos minutos, y luego se cambió de chiche, y volvió a hacer lo mismo. Mi sexo chorreaba líquidos, sentía como me escurrían por los muslos. Mi vulva ardía como una braza, sentía que palpitaba muriéndose de las ganas de ser penetrada como hacía más de 13 años no era.

Por fin llegó el momento, comencé a acomodar el miembro de mi hijo en la entrada de mi vagina. Ya era bastante grueso para ese entonces, y por mi falta de experiencia y de práctica no me fue fácil. Empecé moviendo mis caderas, restregando mi sexo con la cabeza del suyo. Como no me encontraba ovulando no hubo necesidad de usar condón. Dejé que mi pusa chorreante mojara por completo la verga hinchada de mi hijo, e intenté metérmela dentro.

No entró fácil, como les dije, pero si poco a poco. Intensos escalofríos recorrieron mi cuerpo a medida que ese monstruo se ensartaba dentro de mí. Gemí cada cm. que entró, gruesas gotas de sudor caían de mi frente y todita yo estaba bañada de un fino rocío, también de sudor. La sensación de tener un pedazo de carne al rojo vivo solo puede ser comprendida por una mujer con una vida sexual muy buena. Re repente me di cuenta que mis nalgas habían topado con sus huevos, ya me encontraba totalmente ensartada y ni me había dado cuenta.

Entonces vino lo mejor de todo. Inicié a moverme, subiendo y bajando sobre ese falo. Sentir su cabeza dentro de mí abriéndose paso entre mis paredes vaginales era una sensación de lo más dulce, lo máximo. Sin darme cuenta, estaba ya casi saltando sobre el, levantándome rápidamente hasta casi sacarme su pene, y dejándome caer con todo mi peso, rebotando cobre su vientre. Mi madre y mis hermanas estabas muriendo de la curiosidad, se morían por saber lo que hacíamos allí, y tuvieron que detener a Rosario varias veces para que fuera a pegar el oído a la puerta de la recámara. De todas maneras se escuchaba perfectamente todo lo que allí sucedía, pues mis gemidos y gritos de placer eran bastante fuertes. No sé cómo las niñas no se dieron cuenta de lo que allí pasaba.

Cabalgué sobre mi hijo como unos 10 minutos, hasta que vi en sus ojos que estaba a punto de llegar al clímax. No quería que aquello acabara tan rápido, así que paré y saqué su pene de mí. Me acosté a su lado y abrí las piernas. El comprendió y se puso sobre mí. Esta vez fue el quine posicionó su pene en mi entrada. Presionó sobre ella y su glande se escurrió sin ningún problema allí dentro. Lo abracé del cuello y me comenzó a penetrar, con veloces movimientos de embolo que me volvían loca. Estaba perdiendo la cabeza mientras era poseía por mi hijo. Tuve mi tercer orgasmo en esta posición.

Por fin Beto ya no dio más de si, y se chorreó todo en mi interior. Gimió mucho, y sus golpes de cadera se hicieron más fuertes arrancándome gemidos y gritos. Fue lo máximo. Sentí su esperma inundarme la vagina, sentí sus chorros calientes salir de su pene convulsionado. Y en ese momento me sentí propiedad completa y permanente de el.

Quedamos sudando la gota gorda, el jadeaba encima de mi todavía, con su fierro metido en mi interior todavía. Se salió solito en cuanto se puso suave otra vez. Entonces me besó tiernamente y se acostó a mi lado. Yo me di la vuelta puse mi cabeza sobre su pecho y lo abracé. Me quedé dormida allí, totalmente desnuda junto a mi bebé, como me quedaría por casi todas las noches de mi vida que vinieron después.

Al día siguiente no me dejaron en paz con los detalles. Quería que les dijera hasta cuántos poros tenía el en el cuerpo. Y por supuesto, fue una celebración de la familia. La noche siguiente le tocó a mamá, luego a Blanqui, después a Bertita y por último a Rosario. Entonces, el fue oficialmente nuestro dueño.

Bueno, hasta aquí llega este relato, este es el final oficial, pero la historia sigue. Beto se hizo cargo de la casa y de nosotras desde ese día. Al principio lo iban a asistir mi madre y mi hermana Blanqui, pero la idea pronto dejó de ser práctica. Quedamos todas muy sorprendidas cuando nos dimos cuenta de lo sumisa que resultó ser nuestra madre con su nieto. Prácticamente le permitía hacerle de todo y ella ni rechistaba. Incluso a menos de 3 meses de haber empezado esto, los sorprendimos en la cocina, el la tenía amarrada y la estaba penetrando violentamente. Pronto quedó claro que si alguien tenía que ponerle un límite a Alberto no podría ser ella. Por ello, yo tomé su lugar.

También ocurrió lo mismo con Bertita. Ella, por su largo historial de abusos físicos que traía, se entregó ciegamente a su sobrino y se convirtió casi en su esclava. Digo casi, porque Rosario y yo nos metimos en eso y ya no fue así. De todas maneras mi hijo tiene pleno control de su vida, especialmente en lo que al sexo se refiere.

Blanqui también resultó ser totalmente sumisa a Beto, pero solo en la cama. Allí, lo dejaba hacer lo que quisiera con ella. Pero fuera de allí, ella mandaba, y dirigía con mano firme la finca de la familia hasta que Alberto tuvo la suficiente edad y criterio para hacerlo por si mismo. Rosario y yo éramos las menos sumisas, pero igual nos dejamos de él cuando tenemos sexo. No es que Beto fuera malo y por ello lo tuviéramos que controlar, no. Lo que pasa es que a sus 13 años se encontraba al frente de 5 mujeres muy bellas y de la familia en general. No tenía la madurez para ello aun, así que fue como un rey bajo el cuidado de regente hasta que cumpliera la mayoría de edad.

El tiempo pasó, y muchas cosas pasaron también con nosotras y con el. Pero ese es tema de otros relatos. Mis sobrinas se convirtieron en sus amantes, y hasta mi hija cuando ella apareció. Incluso una tía mía y mis primas también. Pronto Alberto Mayén tuvo a su disposición una extenso harem de hembras calientes y sedientas de su esencia.

Pero como les dije antes, todo ello es materia de otras historias. Por lo pronto me despediré. Les mando un beso y gran abrazo. Gracias por acompañarme.

FIN (ahora sí)

Gran Jaguar

Puedes hacer los comentarios que tengan al correo de abajo. Asimismo quisiera saber que otras cosas les gustaría saber sobre la vida de las Mayén.

hardstone@soloadultosweb.zzn.com

NOTA:

Quiero agradecerles los mensajes que me han mandando de esta serie, que, al parecer, fue muy apreciada y leída. Gracias por leerla y por las felicitaciones, y por los comentarios y las sugerencias, y hasta por las críticas adversas.

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