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El Legado (02: Lujuria)

en Dominación

El Legado II

Lujuria:

I

¡Sos una perra, una perdida…

¡Pero no fracasada, idiota…

¡Pero perra al final…

¡Una perra feliz… hijo de puta…

¡Puta sucia, asquerosa…

¡Bueno, basta ya…

¡Pobre diablo, perdedor de mierda…

¡Dije basta…

¡Sucia perdida de mierda…

¡Basta dije… ¡agente, hágame el favor de sacar al señor de la sala!… ¡Y usted señora mejor se calla porque le fallo se puede revertir ahorita mismo!

El agente de seguridad me sacó del juzgado casi a rastras. El juez le dio la custodia de mis hijos a mi mujer Ana Luisa, a pesar de que quedé con ella de lo contrario. Acepté dejarle el carro, la casa y casi todo lo que había logrado atesorar tras una vida de trabajo de bestia, y al final ella me traicionaba. Aunque sinceramente no se por qué me sorprendía.

Ahora me encontraba en Izabal, en un hotelucho sucio y pulguiento. Los zancudos no me dejan en paz y el calor se me antoja infernal. Y yo, tirado sobre la cama, sintiéndome cada vez más solo y miserable. Tengo a esta niñita a mi lado, pero ella no es suficiente para hacerme sentir un poquito mejor.

Se preguntarán de qué niñita les estoy hablando. Ella es otra razón por la que me siento miserable, como una basura. Ahora es mi mujer. La poseo todas las noches, le puedo hacer lo que yo quiera, incluso la podría lastimar mucho si lo deseara y ella continuaría brindándome la tibieza de su cuerpecito inmaduro para aplacar mis solitarios deseos… y tiene apenas 10 años.

Su nombre es Fabiola, Fabi. Es una linda niña de rasgos indígenas, de piel morena clara, con la que me tope por coincidencia, y a la que mi maldición alcanzó, mi maldita maldición, valga la redundancia. Y ahora ya no se cómo dejarla. Es cierto que calma la tristeza crónica que me estoy echando, y que por las noches sacia la incontables noches de frustración que viví junto a Ana Luisa, pero tan solo tiene 10 años, ella debería estar en la escuelo y jugando con muñecas.

El calor me tortura sin compasión. Me levanto y me dirijo al espejo. Me miro en el. El medallón al cuello, y una creciente picazón en todo el cuerpo, hoy hay luna llena. Aprieto el amuleto con una mano y respiro profundamente. En verdad ese amuleto me había salvado la vida de volverme una especie de bestia. Sin el, ya hubiese ido a matar a Roger McGinn cualquier noche de luna llena, o hubiera ido a matar a mi ex. Y es que de verdad, ya pasó como un año desde ese triste día en el juzgado, pero lo recuerdo como si hubiese sido ayer.

Roger se encontraba en una esquina del juzgado viéndome caer en la desgracia, envuelto en una densa y oscura nube de desesperación. Se reía, se reía de mí. Se regocijaba de verme caído y revolcado en el lodo. ¿Por qué? ¿Por qué le daba tanta alegría mi sufrimiento y tanto placer mi dolor? Si era por Ana Luisa, ¿por qué chingados no se la llevó desde hacía bastante? Pero no, no se trataba de eso, había algo más que lo hacía regocijarse. En ese momento no lo comprendía, cómo no comprendía muchas cosas que ahora si.

El calor me mata… y ese maldito mosquito lo tengo que matar. Y cae el fresco de la noche, muriendo con ella lo que quedaba del calor del día, otro día inútil y pesaroso. Me dirijo hacia la cama y cobijo bien a Fabi. Que duerma bien, ella no tiene la culpa de nada. Y si ahora ella es mi amanta y casi esclava, por lo menos yo la voy a cuidar como ella se merece. Les contaré…

Como les dije, hace casi un año me divorcié de Ana Luisa. Desde que me separé no volví a encontrar trabajo, por lo menos no uno estable. El padre de Roger, Aidan McGinn (que de paso es el dueño de la empresa donde trabajaba), habló barbaridades de mi, poniéndome un letrero de paria en el pecho y dándome tarjeta roja en todos lo negocios a donde acudía buscando trabajo. En empresas de pinturas, ni hablar, así como en donde requerían de algún buen vendedor. Y a los 37 sin título universitario, mis opciones eran en verdad escasas.

Por estas razones, rodé mucho por todos lados, empleándome en lo que pudiera. Y hace como 4 o 5 meses andaba por Coatepeque, una ciudad colindante con México. Un hombre me había dicho que me podía dar un puesto más o menos bueno de vendedor del otro lado, así que sin pensarlo mucho me fui para allá, no lo podía pensar demasiado de todas maneras.

El bus que había tomado paró sin razón aparente en medio de un camino desolado. Entonces, un grupo de delincuentes subieron en la unidad, fuertemente armados, y ordenaron a todos los pasajeros que se bajaran, sobra decir que nos apresuramos a realizar dicha orden.

En el cielo brillaba una hermosa luna llena, a pesar de no haber oscurecido por completo todavía, y yo todavía no había cambiado. Bajé junto con todos. Después de despojar a los pasajeros de sus cosas, los malvivientes comenzaron a seleccionar a las mujeres que les resultaran más bonitas, obviamente para violarlas. Tomaron a una niña del brazo, Fabi, y se la trataron de llevar hacia unos matorrales, donde ya se encontraban algunos de esos encapuchados abusando de unas indefensas mujeres. La madre de la pequeña se opuso y la jaló hacia ella. El tipo le puso una escopeta en la frente y le comenzó a gritar barbaridades.

Esa escena la recuerdo muy bien, horriblemente bien. "¿Querés que te mate vieja, querés que te mate?" le gritaba el hijo de puta, y por toda respuesta la señora pegó a su hija a su cuerpo, con la carita metida entre su regazo, y cerro los ojos. Prefería morir antes que dejar ir a su nena con ese desgraciado, el lo sabía… y jaló el gatillo de su escopeta.

Mujeres gritando, hombres temblando, y un bulto caía pesadamente, un bulto con una bala en la cabeza, una cabeza que ya no lo era y que le faltaba la mitad, la mitad que sacrificó por su hija ese bulto, bulto que en vida fue una madre muy buena.

Calló como si no fuese lo que es, una persona muerta, sino como un costal pesado. Y carcajadas, carcajadas y carcajadas de los maleantes. Sin la presencia de la pobre señora, el asesino agarró a la niña de la muñeca y, sintiéndose Richard Gere se la llevó a los matorrales. Bueno, casi, pues una mano agarró la otra de la pequeña y la jaló de regreso, era yo.

Se me quedó mirando de los pies a la cabeza, apuntándome con su cañón. Me miraba displicente, pero con cierto desprecio, era unos cm. más alto que yo, y más corpulento. Se rió, se comenzó a burlar de mí.

Miren a este cerote, se cree superman.

Ja, ja, ja, ja, ja… – rieron todos los cerotes.

Matalo para que aprenda a no llevárselas de Terminator. – gritó otro idiota desde atrás.

¿Qué llevás allí? – me preguntó el que me encañonaba, hablando del amuleto que sobresalía detrás de mi camisa. Traté de ocultarlo, pero fue demasiado tarde, de un rápido movimiento el tipo me lo arrebató. – No es ni mierda. – me dijo burlonamente – comprá buenas mierdas mano.

En ese momento una picazón horrible invadió mi cuerpo. Fue muy rápida, súbita. Antes de poder hacer nada caí de bruces al suelo y con el cuerpo convulsionado temblaba desesperado. Nuevamente inició el proceso que sufría cada luna llena. Mi vello corporal se espesaba y erizaba, la cara me cambiaba, pues mis rasgos se hacían fieros y amenazantes, los colmillos crecían un poco y mis ojos se volvían 2 violentas piedras negrísimas, brillantes en tempestad e ira.

Todos estaban estupefactos, atónitos. El maleante no sabía qué hacer, y menos cuando me puse de pié como un rayo, y el se dio cuenta que me llegaba a media frente, también aumentaba mi estatura.

No sabía qué, pero mis ojos tienen algo. Siempre me lo habían dicho, desde pequeño. Algo hace que las personas se queden impresionadas y hechizadas por ellos. De hecho, mis ojos fue la razón de que Ana Luisa se fijara en mí. Esa noche no fue la excepción, el maleante se quedó estático mirando mis ojos encendidos con fuego de furia, una furia que jamás había sentido antes, que estaba más allá de todo cuanto conocía.

Tan impresionado estaba el desgraciado, que no se fijó cuando le agarré la escopeta. Otro ladrón de que encontraba delante de mi si se dio cuenta y gritó "cuidado Gato", pero fue demasiado tarde. Como una ráfaga tiré al que tenía delante de mí de un empujón, y abrí fuego contra el que tenía enfrente sin darle tiempo de nada. ¡PUM!, y su cuerpo pesado y barrigón caía al suelo herido mortalmente en el pecho.

Rotando sobre las plantas de mis pies, di una vuelta de 180 grados y quedé de frente al idiota que estaba detrás. Curiosamente, me pareció que se movía en cámara lenta. Levantaba la escuadra con su mano derecha, al tiempo que movía su pierna derecha para alinearla con la otra y poder dispararme mejor. Todo en cámara lenta. Pensé "¡Qué lentos estos imbéciles!". Pero no, el que se movía demasiado rápido era yo.

¡PUM!, otro tiro salió de la escopeta, atravesando a ese delincuente en medio del tórax, derribándolo como un costal de papas. Otros 2 aparecieron detrás de los matorrales, con el pantalón a medio poner pues estaban violando mujeres. Ellos también se fueron shucos. A uno le di en el estómago, sobre uno de sus costados, muriendo desangrado minutos después. Al otro le atiné en la cabeza, le volé la mitad. Debo aclarar algo, yo si sabía usar pistolas y escuadras, pues mi padre me enseñó, pero jamás había disparado con una escopeta. Y sin embargo, la manejaba como si fuese un pistolero profesional.

También debo decir otra cosa, algo que no me agradó, ni me agradará jamás, sentí un placer indescriptible matando a esos tipos. 5 ladrones murieron ese día bajo el fuego de mi arma, y ver sus cuerpos caer y morder el suelo para ya no escupirlo jamás me excitó de una manera que nunca había sentido. Mi pene se entiesó e hincó como nunca. De sus 17 cm. habituales, ahora tenía 21 y estaba más rígido que un fierro. Y yo ardía en deseos carnales como nunca.

II

Silencio… Silencio… nada más que silencio. Hasta los grillos callaron, hasta las estrellas se escondieron, hasta a la luna le dieron ganas de irse.

Todos me miraban estupefactos, idos, idiotas. Llenos de miedo, pero también de alivio. Y el maleante tirado a mis pies, ese que mató a la pobre señora, temblaba aterrorizado en el piso, como su hubiese visto un ser horrible, proveniente del más allá. Y mi pene, luchando por escapar de su encierro…

La noche se puso más negra y la noche más fría cuando levanté al maleante en el aire, y le estampé un fuerte beso en los labios. Luchó y trató de quitarme de encima suyo, pero no podía, yo era mucho más fuerte. Al final cedió, arrastrado por un deseo enfermizo y oscuro, tan oscuro como la noche, tan oscuro como yo. No quería y a la vez si. Se encontraba en una situación donde la razón le dice"no, pará", pero el deseo y el instinto se imponen diciendo "dale, dejate llevar… dejá que venga el placer".

Lo puse en el suelo, y lo obligué a arrodillarse frente a mí. Abrí el cierre de mi pantalón, y mi pene salió solito como lanzado con un resorte. Se quedó mirándolo fijamente, contemplándolo como si fuese algo que jamás hubiese visto… bueno, estoy seguro de que tan de cerca no. En sus ojos había temor, pero un inmenso deseo de placer que al final era más potente que su temor y todas las reticencias que pudiera tener.

A mi alrededor todos miraban lo que iba a hacer, iba a violar al violador. Pero extrañamente, el ambiente tan tenso, y el aire tan denso, flotaba alrededor de ellos, de todos nosotros. Me miraban, pero ya no solo con miedo en sus ojos, ahora también con deseo.

El tipo se llevó mi verga a su boca, obligado por mi mano que los presionaba por detrás de la cabeza, y la comenzó a lamer con bastante torpeza, era obvio que esa era su primera vez. La lamía como un helado gesticulando con asco. Pasaba su áspera lengua sobre el glande, palpitante y violáceo, de arriba abajo, mientras sujetaba mi miembro con una de sus manos para tener mayor control. Yo lo seguía empujando, quería ensartarle esa verga caliente hasta en la garganta, pero el no se dejaba. A mi me divertía que se tratara de defender.

Pronto le logré meterle la cabeza dentro. Sentía tanto asco que le daban arcadas. Lo sujetaba de su grasiento cabello negro y sucio, con fuerza, quería que sintiera mi dominio sobre el. En poco tiempo ya le metía y le sacaba la verga de su boca, cogiéndomelo por allí. Podía sentir la pase de su lengua, su paladar y hasta la garganta. Su respiración agitada era interrumpida cada vez que lo ensartaba hasta el fondo, haciéndolo jadear, se desesperaba por tomar una buena bocanada de aire. Y el no hacía más que tratar de empujarme y quejarse. Estaba indefenso, a mi merced, no por mi fuerza superior, sino por algo más. Era sometimiento voluntario. Lo mismo que le daba tanto asco, temor y lo humillaba tanto, le producía un inmenso placer y hacía que su deseo crecer minuto a minuto.

Algo raro pasó a mí alrededor. Alcé la vista, y pude contemplar a todos los pasajeros del bus dejarse llevar por los deseos de la carne. Se acariciaban unos a otros, se metían mano sin ningún pudor, y se restregaban a si mismos en sus partes nobles. El ayudante del chofer estaba besando con lujuria a una muchacha indígena que venía en la unidad, le acariciaba las nalgas y trataba de meterle las manos bajo su falda. A su lado el chofer le chupaba las chiches a una señora gorda y mayor, sus senos no parecían tales, sino más bien bolsas llenas de agua, llenas a reventar. Una pareja de esposos se revolcaban en el suelo, luchando contra su ropa para quitárselas, y un solitario caballero se masturbaba un buen pene mientras observaba a una muchachita de nos más de 13 años siendo besada y manoseada a conciencia por 2 jóvenes, despojada de su güipil y con sus senos inmaduros al alcance de sus ansiosas manos y bocas. Y yo me divertía de lo lindo con esa visión.

Mis embates en la garganta del pobre hombre eran tan fuertes que ya casi no lo dejaba respirar. Súbitamente me empujó con fuerza, y calló al suelo jadeando y tosiendo, apoyándose con las manos. Lo tomé violentamente del pelo y lo besé duro nuevamente. Igualmente violento le arranqué la camisa, lo tiré al suelo y le quité el pantalón de un jalón. Me miraba con miedo, suplicante por que parara y no le hiciera daño, pero también porque siguiera y lo hiciera de mi propiedad; desesperado por querer salir corriendo, pero también por que lo hiciera mío de una vez por todas. Me miraba como un perrito intimidado por su amo.

Lo agarré de los pelos y lo somaté contra le bus a pesar de su resistencia. Lo obligué a poner las manos contra el metal del vehículo, mientras le separaba las piernas con las mías. Me despojé de la camisa, dejándolo más asustado aún al verme todo cubierto de pelos y con la musculatura tan desarrollada.

Bajé una mano y le comencé a acariciar el ano. Dibujaba círculos alrededor del esfínter anal y le pasaba los dedos a los largo de la raya. Tenía el culo peludo, así como lo era el. Continué con mis caricias al tiempo que miraba al ayudante del chofer que ya se estaba dando un festín con la muchacha que tenía. La despojó de su ropa y la tiró sobre la hierba. Piernas abiertas y senos generosos dispuestos a dar placer, la joven indígena se entregó a su improvisado amante regalándose totalmente. A unos metros el piloto del bus era cabalgado por la señora gorda chichuda, que le ofrecía gentilmente sus 2 grandes bolsas de amor mientras rebotaba una y otra vez sobre el falo parado del barrigón piloto.

Una verdadera orgía se había armado a mí alrededor, inspirada en una lujuria salida de un poder oculto que yo no comprendía, pero que estaba íntimamente ligado a mí hasta el tuétano. Y mi ladrón ya casi estaba listo para recibir mi masculinidad en su interior…

Coloqué mi paloma tiesa justo en el centro del anillo del esfínter y comencé a presionar, no para tratar de dilatar el orificio, no, eso no me importaba en lo más mínimo. Lo hacía solo por el gusto de verle la cara de miedo y deseo. Miedo de ser empalado por semejante animal, y deseo de serlo. Me encantaba verle la cara. Y a 2 metros de mí, la joven adolescente indígena era salvajemente montada por uno de los 2 muchachos que la estaba manoseando minutos antes, gimiendo y llorando desesperadamente por su virginidad tan dolorosamente, pero (paradójicamente) placenteramente, arrebatada, mientras el segunda hundía su verga dentro de la boca inexperta de la niña y el caballero que se masturbaba le chupaba ávidamente los senos.

Entonces enterré de un solo golpe mi palo dentro del ano del infeliz delincuente. Lo enterré hasta los huevos y le arranqué un desgarrador grito de dolor. Gritó tanto y con tal desesperación que todos los comensales pararon de montar a sus mujeres, o estas dejaron de chuparles algo, y se me quedaron viendo consternados y asustados. Por un momento los saqué de su transe, pero el dolor que experimentaba el ladrón les dio alas para seguir y con mayor enjundia.

Sujeté a mi víctima de las muñecas para que no se me escapara, y le clavé mi fierro hasta el fondo. Cada clavada le arrancaba lamentos y roncos gemidos llorosos. Miraba hacia abajo y podía contemplar con total claridad su delicado orificio anal siendo desgarrado por mi terrible arma invasora.

El pene de el estaba hinchadísimo y tieso, caliente y palpitante. Si, mucho le dolía pero lo estaba gozando como un loco. Con una mano le agarré los huevos y la verga desde la base, y los comencé a menear, además de usarlos para mantenerlo de pié pues se empezaba a caer al piso. Volteé un poco la mirada y allí se encontraba la niña que iba a ser violada por ese desgraciado, justo a la par de un viejo que cogía como desesperado a una señora, de piel intensamente morena y de senos chiquitos pero respingones. El viejo le daba durísimo como queriendo recordar viejas glorias. La niña los miraba atentamente, escuchando dedicadamente cada palabra y expresión de placer que la señora dejaba salir de su garganta.

Niña, vení a aquí. – le dije autoritariamente. Ella me hizo caso. – Arrodillate allí, enfrente. – tímidamente ella me obedeció.

Agarré a mi víctima del pelo y de los huevos como lo tenía, y lo puse enfrente de la niña. Jalé su cuerpo un poco hacia atrás y le volví a meter durísimo mi pene dentro de sus entrañas, al tiempo que le restregaba el glande a su verga con mi pulgar. En menos de 5 minutos el hombre eyaculó con furia. Yo apunté su pene hacia la pequeñita y se lo dejé a unos pocos centímetros de su boquita, e hice que sus chorros de semen le cayeran justo sobre la carita.

Me reía como un degenerado cuando la vi bañada del blanco fluido, cubierta todita. Gotitas espesas de ese líquido resbalaban sobre su frente, mejillas y labios, y ella cerraba sus ojitos y se dejaba hacer. Todavía estiré mi brazo y con un dedo recogía el semen de su rostro y se lo metía entre su boquita para que lo saboreara. Me enfermaba yo mismo… bueno, no en ese momento.

III

La orgía continuó. Yo puse al ladrón sobre el suelo, boca arriba. Le abrí las piernas mientras el me suplicaba que parara con la garganta deshecha de tanto gritar. Le dirigí una mirada fría y lujuriosa, y le hinqué la tranca entre su ano. Un agudo grito de dolor salió de su garganta, acompañado de una gesticulación lastimera. La pequeña niña seguía de cerca mis movimientos. Su carita estaba llena de semen y se veía excitada. Lo sabía pues se restregaba su cuquita inconscientemente para apaciguarse un poco.

Le di durísimo, con odio, con furia, con deseos de desgarrarlo por dentro. Los rígidos e inusuales 21 cm. de mi verga se abrían paso como Juan por su casa dentro de las entrañas de ese hombre, que gritaba y se convulsionaba en el piso, preso de un dolor y sufrimiento indescriptible. Pero no escapaba. Varias veces le di la oportunidad de irse corriendo, pero no lo hizo, no quiso hacerlo. Estaba preso del placer que sentía por tan inhumano sufrimiento. Suena como una estupidez, lo se, pero así era. Y como usted ya sabe, si no cree nada de lo que en este relato se escribe, la lógica elemental dice que lo deje de leer.

No se cuánto tiempo pasé violando al infeliz. Ni se cuánto duró la orgía. Lo cierto es que los 2 muchachos que se cogían a la adolescente de 13, y el otro señor que se les unió después, se la rolaron entre los 3, pasando sobre ella más o menos 3 veces cada uno, durando más o menos ni la mitad de lo que yo duré apaleando al delincuente ese. El primero, ya se los conté. El segundo muchacho la puso en 4 y la comenzó a penetrar como un salvaje. El señor vino después tomándola en la misma posición. La pusieron acostaba sobre la hierba, en 4 en varias ocasiones, de costado, con ella encima. Y ella nunca pudo dejar de gemir ni articular palabras coherentes pues siempre tuvo uno o dos penes cogiéndosela por la boca.

El chofer y su ayudante cogieron como locos con la vieja chichuda y con la otra joven. Se las rolaron también. Al final, el ayudante, mas joven y resistente, se quedó solo cogiendo con las 2 mujeres que se chupaban y lamían entre ellas, y a el también. La pareja de esposos terminaron cogiendo con otras personas desconocidas, y a la vieja hasta la agarraron entre varios al mismo tiempo. Fue una orgía como no había visto ni en mis más perversas fantasías.

IV

Desperté a la mañana siguiente, justo antes de que amaneciera. Mi ropa estaba tirada por todos lados, y por todos lados había gente desnuda durmiendo agotadísimos por las correrías de la noche. Me encontré alejado del bus, detrás de unos arbustos. Un cuerpo se encontraba junto a mí, no quise ni saber de quién se trataba.

Caminé hacia el transporte, buscaba mi amuleto, lo tenía que encontrar. Recordé que el ladrón al que había violado en la noche me lo había arrebatado, así que fui al lugar donde recordaba haberlo visto por última vez. Ya era yo mismo, y apenas si recordaba lo que había pasado.

Llegué al frente del bus, y vi a los 2 muchachos que violaron a la pobrecita de 13, profundamente dormidos… y los cadáveres de los 2 delincuentes que maté allí. Los 2 tenían un certero disparo en el pecho que los había privado de la vida. Y también estaba el cuerpo inerte y sin vida de la mujer que mi víctima mató. Es impresionante, de verdad que lo es, cuando se ve el cuerpo muerto de una persona. Parece irreal, como un muñeco de cera muy bien hecho. Pero no cuando conociste a la persona en vida. Y esa señora, que tan valientemente había defendido a su niña no podía ser solo un cuerpo de cera, todavía me parecía que se iba a parar y a correr por su pequeña. Pero por supuesto, eso era ya imposible.

Encontré el amuleto junto a una pequeña hierba. Lo recogí y lo metí entre la bolsa de mi pantalón que acababa de encontrar. Y al voltear la mirada, me encontré con la cosa mas horrible que jamás había visto. Mi ladrón me miraba desde el suelo, los ojos muy abiertos en una terrible mirada de ira, de odio. Pensé que se iba a levantar y me iba a disparar, pero no, solo me miraba. Desnudo, doloroso, terrible, frío pero hirviente, sereno pero lleno de furia, vivo de odio pero ya sin vida… estaba muerto.

Lo toqué con un zapato en cuanto recuperé a compostura… nada. Le dije "oiga"… nada. Eso era, nada. Nada había ya en su interior, nada había ya en su cabeza. No era más que carne muerta… nada.

Me pongo de pié y me dirijo hacía la puerta. La abro y salgo de mi habitación. Estoy en el 3er piso del hotelucho ese. Ya veo regresar a Rocío con las cosas que fue a traer a la tienda. Viene apurada. Rocío es la adolescente de 13 que estaban cogiendo entre 3.

Después de que comprendía que el delincuente había muerto, no sabía la razón, (pero el gran boquerón de carne desgarrada que era su ano me lo indicaba claramente aunque no lo comprendí en ese momento) pero comprendí que lo mejor era salir corriendo de allí.

Pero no, algo me detenía. Sentí una presencia detrás de mí. La sangre se me heló, un frío desagradable me recorrió toda la espalda, quedé petrificado. Volteé lentamente la mirada y allí estaba el delincuente, de pié, con todos sus compañeros muertos tras de el. Me miraban con dolor y sufrimiento, y con mucho miedo. Trataban de articular palabras, pero estas no salían de sus bocas, y su expresión transmitía una gran desesperación.

Me petrifiqué del miedo… pero se fueron. Se esfumaron en la nada tan misteriosamente como había llegado. Aun me quedé parado allí un rato más, el alba ya comenzaba a despuntar, no me atrevía a moverme.

Otro ruido me sobresaltó. Volteé la cara y vi a la pequeña niña, allí paradita mirándome. Su carita todavía tenía restos de semen, y se hallaba completamente desnuda. Su rajita estaba teñida de un color intensamente rojo, el rojo de su virginidad perdida la noche anterior. Pero ¿quién lo hizo? ¿Quién fue el que se atrevió a semejante crimen?… fui yo. Recuerden, anoche no era yo, no era nadie…

CONTINUARÁ…

Gran Jaguar

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