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El lado sexy de la Arquitectura 1

en Lésbicos

- Tres cosas- comenzó a decir mientras recomponía su compostura y su postura en aquella sala de reuniones. – La primera es que no entiendo cuál es el problema en realidad, no le veo sentido claro a gastar más- continuó, cerrando su pluma estilográfica y repasando el “Bentley” grabado en la tapa con su pulgar derecho. – Segundo, ¿por qué necesitamos a alguien nuevo en el equipo? ¿No le parece que llenamos todas las exigencias de todos los clientes con el equipo? Y, tercero, ¿una diseñadora de muebles? Usted, Volterra, más que nadie, sabe que los clientes tienen fijación por los muebles ya hechos…además, ¿en qué proyecto la introduciría?

 

- No entiendo por qué se altera tanto, Licenciada Pavlovic, ¿a caso tiene miedo de dejar de ser la consentida del jefe?- intervino aquel arquitecto novato, Harris.

 

- Arquitecta, no me ofenda, licenciado- lo corrigió con aquella mirada hiriente mientras hacía énfasis en la ofensa y en el título.

 

- Harris, habría esperado que con dos semanas en el estudio ya supiera que la Arquitecta Pavlovic está a cargo del proyecto de Boston y ahora con el de la 5ta. Avenida- interrumpió el engreído Ingeniero Segrate. –Aunque eso no le quita lo consentida…- susurró para si mismo.

 

- Como sea, el Arquitecto Harris puede compensar su confusión amateur con tan sólo adaptar la oficina él mismo para que tú, Emma, y Sophia estén en tu oficina, ¿verdad?- preguntó el arquitecto Volterra, el Jefe, el Presidente y el dueño del Estudio.

 

Los nueve presentes salieron de la sala de reuniones, saliendo primero Harris; apenado y cabizbajo por su mala boca porque no se explicaba por qué había llamado “Licenciada” a alguien en un estudio de Arquitectos e Ingenieros, saliendo después la “Trifecta”, como se les conocía en el estudio; los Ingenieros Bellano, Pennington y Segrate, la Arquitecta Ross, Arquitecto Volterra junto con su aprendíz; la Arquitecta Fox y, por último, la Arquitecta Hayek, quien molestaba a susurros a la Arquitecta Pavlovic.

 

Emma Pavlovic no era considerada “Peso Pesado” hasta que pasó de ser la Asistente de Volterra a tener un puesto de Asociada en el estudio, todavía se convirtió en “Peso Inminente” cuando le ofrecieron el proyecto de Louis Vuitton de la 5ta. Avenida, proyecto al que había aplicado Volterra mismo. Últimamente, en lo que a los últimos dos años se refería, Emma se había destacado tanto por su pasión por la Arquitectura como por su excelente creatividad única para cada cliente, era una persona de procedencia complicada; su padre era de procedencia eslovaca que residía en Italia, en donde era uno consultor financiero reconocido, su madre era curadora en el Vaticano. Emma había estudiado arquitectura en la Sapienza y había estudiado un Máster en Diseño de Interiores en la ISAD. A sus cortos veinticuatro años, Emma había conseguido el puesto por el que la mayoría de Arquitectos novatos matarían, el puesto de Asistenta del inigualable Arquitecto Volterra, más que todo por su sueño de vivir en Nueva York, en donde no veía límites económicos que pudieran frenar todas y cada una de sus locuras creativas y arquitectónicas.

 

Si bien era cierto, Emma venía de buena familia, pero ella había buscado la manera de no valerse de ello, más porque tenía un eterno enojo con su padre después de haberle pedido el divorcio a su madre porque alegaba que la vida pública no era ni para ella ni para sus tres hijos. Sí, tenía un hermano mayor, Marco, con quien nunca había tenido una buena relación por ser igual a su padre y tenía una hermana menor, Laura, que había sido únicamente capaz de estudiar un año para después decidir que estudiar no era lo suyo, sino la filantropía, o más bien gozar de un sol veraniego en Creta, cuya única filantropía era el “por favor” y el “gracias. Su padre, por el otro lado, siempre se interesó más por Marco, por ser parecido a él pero, desde que Marco había cometido fraude, o mejor dicho “traspapeló las cuentas de tres clientes”, Stefano, el padre de Emma, había decidido sentirse orgulloso de Emma y buscar su aceptación, intentando comprarla con dinero o bienes, pero la Arquitecta no era muy fácil de convencer ni de satisfacer.

 

Quizás dio problemas en la etapa más dura, en la adolescencia, como todo ser humano, pero era inteligente y astuta, tenía una destreza para hundirse perdidamente en los idiomas y en los espacios, hablaba cinco idiomas a la perfección; español, inglés, italiano, francés y griego y un portugués cojo. Había invertido la herencia de su abuela en no tocarla nunca, en someterla a plazo fijo al 4% de interés al año. Vivía básicamente con su salario, que le ajustaba para ir de compras los sábados por la 5ta. Avenida o a Soho, para la vida nocturna neoyorquina de sábado a domingo, para mantener su apartamento de dos habitaciones, walk-in-closet, dos baños completos, cocina, living-room y cuarto de biblioteca (que utilizaba como oficina cuando tenía demasiado trabajo) en Madison y 62nd. east, para mantener compras esporádicas de despilfarro en Soho o en la 5ta. Avenida los sábados o los domingos, “mani y pedi” cada quince días y corte de cabello una vez al mes y, todavía, ahorrar tres mil dólares mensuales, fuera lo que fuera que gastara en sus compras, lograba multiplicar los billetes sin llegar a desangrarse en deudas, menos porque su tarjeta de crédito la mantenía en cero y a veces hasta en positivo. Nadie sabía cómo hacía, sólo ella y Natasha y Volterra.

 

Emma llegó a su oficina después de haber escuchado a su compañera susurrarle repetidamente “Licenciada” desde la sala de reuniones hasta allí. Puso su agenda y su pluma sobre su escritorio, caminó un par de veces de ida y vuelta, haciendo el típico taconeo aún sobre alfombrado. Bastó un suspiro de agobio de tipo “UGH” para que Moses, el Handyman, se encargara de llevarle un vaso con hielo, un poco de menta, una rodaja de lima y Pellegrino hasta ¾ del vaso. Lo tomó con sus dos manos, caminó hacia su silla y se dejó caer en ella, cruzando su pierna derecha sobre la izquierda, sintiendo aquellos Pantyhose negros rozarse uno con el otro.

 

Tenía estilo, aunque su paleta de colores no variaba mucho; gris, azul marino, negro, blanco, beige, rosa cosmético y crema. Era de esas mujeres que quizás no imponían una moda o un estilo pero le fascinaba verse siempre ordenada, pulcra y elegante; todo tenía que estar en su lugar y todo tenía su momento. En aquella ocasión, Emma veía por la ventana desde su silla, por ahí se asomaba el Empire State. Se acercó un poco más hacia la ventana, vio para abajo y vio a toda la gente, moviéndose como hormigas, por todo Rockefeller Center. ¿A quién le deberá un favor Volterra? pensó, repasando el episodio de su nueva compañera de trabajo y, hasta cierto punto, era algo que no la dejaba apreciar aquella selva de concreto en su complejidad y totalidad.

 

- ¿Por qué tan pensativa, hermosa?- preguntó Segrate, rompiendo con todo ruido mental que se traía Emma y proporcionándole un susto que fue tan evidente, que le causó una risita al Ingeniero.

 

- David, ¿algo en lo que pueda ayudarte?- preguntó, molesta porque Segrate era la persona a la que menos quería en el estudio.

 

- Cuidado, sacaste las garras. Sólo quería saber si ya habías decidido aceptar ir conmigo por una copa, digo, ahora vamos con Bellano, para ver si le conseguimos una interesada interesante

 

- Muy gracioso, David, pero no, la respuesta siempre es no, ni una copa, ni una carrera de veleros en Central Park, ni un juego de los Yankees, ni de los Knicks, nada, estoy saliendo con Fred

 

- Vamos, Arquitecta Pavlovic, tiene veintisiete años, casi veintiocho y no le he conocido a ningún novio, ni pretendiente, empiezo a creer que Fred es su novio imaginario, tal vez le gustan las mujeres- rió, de la manera más curiosa e hiriente posible, arqueando su ceja izquierda y paseándose su dedo índice derecho por su barbilla.

 

- Con el debido respeto, David, le pido que se mantenga al margen de mi vida privada

 

- Emma, quisiera ser parte de tu vida privada, eres lo único que me hace falta para verme bien; traje Armani, zapatos Dior, una excelente paga, un apartamento en Lexington…

 

- Estoy ocupada con el proyecto de Louis Vuitton, si no vienes a hablar sobre eso, no tienes nada que hacer en mi oficina, te ruego que me dejes trabajar…- procuró sacarlo de su oficina con la mayor diplomacia posible mientras paseaba sus dedos por el nudo argelino que le colgaba del cuello y volvía a ver hacia el bosquejo de la vitrina de la 5ta. Avenida.

 

El problema de Emma era complicadamente simple; no sólo era inteligente y exitosa, no sólo había logrado en menos tiempo más de lo que la Trifecta misma había logrado desde su existencia y en tan sólo dos años, pero también era hermosa, era realmente hermosa. Era alta, alrededor de 1.75 mts., que nunca había superado las tonificadas 115 libras, de piel blanca y tersa, cabello café claro y ondulado con algunos destellos rubios, cortado en capas triangulares hasta por debajo de sus omóplatos, cejas arqueadas a lo más mínimo, ojos verde claro que eran decorados por unas pestañas largas, nariz recta y un tanto levantada de la punta, rostro delgado, perfilado y expresivo, labio superior delgado y labio inferior mínimamente carnoso; rosado pálido inocente, dentadura blanca y recta; de aquellas cuya sonrisa mata, de cuello largo y esbelto, hombros perfectos, un busto al que Segrate nunca le quitaba la vista de encima, al que siempre pretendía imaginarse de tamaño gigantesco cuando en realidad era un cómodo 34C al que le aplicaban la ley inversa del “push-up” al usar reductores, para mayor comodidad ante Segrate. Era de cintura marcada, de abdomen y vientre planos, con unas diminutas caderas; lo suficientemente acentuadas para que, lo que se pusiera, se le viera bien, un trasero digno de admirar según la Trifecta; apretado y apretable, redondo y demasiado bien formado, piernas largas y delgadas, pantorrillas un tanto tonificadas por la esgrima, en fin, Emma era el paquete completo.

 

- Arquitecta Pavlovic- irrumpió el Licenciado Harris.

 

- Pase adelante, Marcus, tome asiento, ¿en qué le puedo ayudar?- respondió Emma al llamado a la puerta.

 

- Gracias. Bueno, es que… quería disculparme por llamarla Licenciada, tuve un momento de confusión

 

- No se preocupe, yo sé que usted es nuevo, tal vez no reconoció mi tono de broma- rió.

 

- Eso me tranquiliza, Arquitecta Pavlovic

 

- Llámeme Emma, por favor, sólo no me confunda con una Licenciada

 

- Bueno, Emma- dijo Marcus, con los nervios subiéndole por la garganta.- La licenciada Papazoglakis  empieza mañana, quería saber en qué parte de su oficina quisiera tenerla, para que no le estorbe

 

- Todavía no entiendo por qué en mi oficina, ¿usted sabe por qué la contrató Alec?

 

- Creo que usted y yo sabemos que es porque debe un favor y, por la foto de su hoja de vida, puedo decirle que es una medida de protección- rió

 

- ¿Protección? No me diga que Volterra quiere ponerme un freno- dijo, como para si misma tras haber bebido de su coctel virgen.

 

- No es para protección del fondo monetario del estudio, es para la protección de la licenciada- concluyó, poniendo sus manos sobre el escritorio de Emma y dándole a entender que debía decirle dónde poner el otro escritorio.

 

- Bueno, licenciado, lo que usted diga, usted pasa más tiempo con Alec que yo…al jefe también se le contagia la locura a veces

 

- ¿Por qué lo llama Alec?- preguntó aquel hombre, pensando en el abuso de confianza que había de parte de Emma.

 

- Alec es el impulsivo, Volterra es el arquitecto

 

- Entiendo. En fin, ¿dónde la coloco?

 

- Póngala aquí, a este costado- señaló con su mano, creando una especie de “L” con su plan de escritorios.

 

- Perfecto, sólo están terminando de pintar el escritorio, usted sabe, para que no desentone- dijo Harris, con expresión de miedo y dolor.

 

- ¿Desentone? No sé qué le habrá dicho Segrate, pero nada desentona en mi oficina, sólo en su cubículo.

 

Harris sólo supo agachar su cabeza, no entendiendo bien a Emma, o a Segrate, o algo en lo absoluto. Emma terminó de revisar su propuesta de Boston, al que le había hecho más de cuarenta y tres modificaciones en las últimas cuarenta y ocho horas, la Señora Thatcher era un verdadero “pain in the ass”.

 

- Pavlovic- respondió Emma a su teléfono de oficina.

 

- Uf, qué seria, amiga- escuchó decir burlonamente a Natasha por el teléfono.

 

- Nate, ¿cómo estás? Tiempos sin saber de ti- rió.

 

- Me viste hace tres días, dramática. Estoy con Thomas, que acaba de terminar con Nadine, dime que sí nos acompañas a cenar al Burger Joint de ahí entre FAO y Apple

 

- ¿Y qué tienen pensado para después? ¿Tragos, club, a aquel fabuloso y clandestino lugar de la 8va?- rió Emma sarcásticamente, sabiendo que la historia del Stripclub había sido un fiasco desde el momento de la concepción de dicho plan.

 

- Jaja, cuidado que te vuelvo a llevar, yo sé que en el fondo te gustó. En realidad pensaba usurpar tu espacio personal por ahora, hay una fuga en el apartamento y nos han evacuado, ¿puedo quedarme por ahora en tu apartamento?

 

- Evacuado…- rió.- Claro que sí, tengo que contarte la última, tal vez me puedas ayudar

 

- Excelente, Babe, ¿entonces a las siete en el BJ?

 

- Si, sólo termino, cruzo la calle para pasar a Barnes a recoger mi nueva adquisición intelectual y llego, me pides una sin mayonesa si me llego a atrasar, por favor

 

- Perfecto, te amo, Babe, un beso, bye- terminó diciendo aún antes de que Emma pudiera despedirse.

 

Su iPhone vibró un par de veces sobre la mesa, lo volvió a ver, lo ignoró. Sabía que era Fred y tenía muchas ganas de contestar y decirle que la dejara en paz, todavía se preguntaba en qué momento y en qué estado emocionalmente ebrio tenía que haber estado como para aceptar ser su novia. No sólo fue ese error, sino que después vinieron más errores y más complicados; cinco minutos en el baño del apartamento de Tom, dos noches seguidas en el Plaza, un almuerzo fugaz en su oficina, en fin, varias veces en las que Emma perdió la cabeza y se dejó llevar por el simple hecho de sentir algo rico, y no necesariamente un steak, como el que estaba a punto de almorzarse.

 

Pocos segundos después de su llamada fugaz con Natasha, Moses entró con una charola en la que había un plato blanco con un steak a la plancha, tres cuartos, tierno y jugoso, con una porción de puré de patatas hecho como en casa, que un cubo de mantequilla se derretía a su paso, deslizándose por aquella montaña de puré, decorados ambos con cebollino finamente picado y, a un lado, un tarro blanco y pequeño de porcelana que contenía una salsa de vino tinto y especias.  Devoró aquel filete como siempre, como si nunca se cansara de aquel magno sabor, y se dispuso a trabajar en el último cambio que Mr. Thatcher había decidido hacer. Se dirigió hacia su mesa de dibujo y encendió la luz del escritorio, desplegó su gaveta con todo su arsenal de Prismacolor; lápices de colores, lápices de distintos grosores, pasteles, sus grafitos y su histórica colección de marcadores, reglas y borradores. Comenzó a trazar líneas sin sentido, viendo a un lado de su pliego de papel dibujo el plano de la habitación principal. El Señor Hatcher, el dueño de la casa que construían en Boston, había tenido lo que Emma llamaba un “brainwash”, había pasado de querer algo minimalista a querer algo clásico y acogedor, lleno de texturas, colores tierra y, lo más drástico, a querer un mini living-room dentro de la habitación, lo cual era un reto para Emma, porque la habitación se había pensado y diseñado para ser minimalista.

 

Alrededor de las seis, Harris se acercó a la oficina de Emma sólo porque estaba aburrido y creía que Emma también lo estaría, pero ahí la vio, trabajando, esmerándose sin despegar su vista de un papel que ya no sólo tenía colores, sino también texturas. Emma ni se molestó en volver a verlo, estaba trabajando, pero Harris, al ver que no obtendría ni un insignificante saludo o una pedante sonrisa, decidió apagar la música que Emma tenía resonando en el fondo, con lo que logró desconcentrarla y hasta enojarla. Encendió su música y se volvió hacia Harris con una mirada despreciativa y hasta con cierto odio.

 

- ¿Algo que pueda hacer por usted, Licenciado?- dijo Emma al fin, con una sonrisa que era únicamente para intentar auto-relajarse.

 

- Disculpe, Emma. Es que ya me voy, usted es la única que quedaría

 

- Yo cierro, ya casi me voy

 

- Bueno, buenas noches, Arquitecta

 

- Igualmente, Marcus…- repuso, haciendo una pausa y tomando aire. - ¿Licenciado?

 

- Dígame- se volvió aquel hombre, sólo con la mirada, viéndola de reojo por encima de su hombro.

 

- No vuelva a apagar mi música mientras trabajo, ¿entendido?

 

- Sí, discúlpeme, por favor- y en ese momento, sólo hasta entonces, el Licenciado Marcus Harris comprendió que Emma era intocable en ese estudio, que era más intocable que Volterra mismo y fue entonces cuando empezó a cuestionar la ética de trabajo de Volterra, ¿Tendrían Volterra y Emma algo entre ellos? Idea que compartió a la salida con el Arquitecto Segrate, quien le dijo que madurara, que Emma jamás se molestaría en considerar a Volterra como hombre, que simplemente era muy buena en su trabajo y, que además, él era fiel creyente que Emma no tenía la hormona del sexo ni la hormona del amor, pero que se rumoraba que tenía un novio que no estaba a su altura, ni en altura física, ni en altura mental.

 

Emma volvió a ver su reloj y se dio cuenta de la hora, sabía que tenía que terminar, sino, Natasha y Thomas se enojarían de por vida. Se desabotonó un botón de su blusa, se puso su chaqueta, tomó su bolso, apagó todo y cerró el estudio con llave. Cruzó la calle hasta Barnes & Noble, sólo para recoger el fruto de su última inversión de cuarenta dólares; un rompecabezas de tres mil piezas de una imagen de Seychelles. Caminó hasta la 58 para doblar, exactamente frente al Plaza, a su derecha para llegar a POP, el Burger Joint del que habían hablado. Al fondo estaban Natasha, Thomas y James, eran mejores amigos junto con Emma entre sí. Natasha trabajaba para Project Runway, era de las que buscaba convencer a los jueces invitados, su más reciente éxito había sido Diane von Furstenberg, James tenía alrededor de una vida entera de trabajar para Dean & Deluca, era del staff de Chefs oficiales, Thomas era otra historia. Los papás de Thomas eran de Texas y tenían una petrolera pequeña, por lo tanto, Thomas había estudiado nada y se había dedicado, como hijo único, a vestirse de Bruce Wayne, hasta se creía que tenía su traje de Batman escondido en algún lugar de Nueva York, ciudad a la que le llamaba “Ciudad Gótica”.

 

James molestaba a Emma con frecuencia, porque desde el comienzo de su relación idílica con Fred, que nunca supieron si de llamaba Alfred o Frederick, Emma había decidido no hablar nunca sobre ellos; Thomas pronosticaba que había habido cama y que Emma estaba traumada por el micro-artefacto del tal Fred, Natasha simplemente reía a las bromas de James y Thomas sobre Fred, porque ella sabía la verdad; Emma tenía más de un año de estar queriendo terminar su relación con Fred, pero se veía en la dificultad de poder concretarlo, no tenía corazón para hacerlo, menos cuando Fred aparecía con unas flores o un cheesecake. Las reuniones de ellos eran para morirse de risa, se molestaban unos a otros con la máxima de las confianzas, a veces de manera grosera pero aún así se reían, del otro y de ellos mismos, comían como si hubieran salido de la correccional, se contaban sus problemas de tal manera que no sonaran a problemas, los camuflaban con risas nerviosas o comentarios pasados, una que otra expresión vulgar o uno que otro gesto o postura adoptada que no era cierta, pero en fin, era más barato que un psicólogo neoyorquino y más catártico que una confesión en Saint Thomas Church.

 

El problema de aquella ocasión era, en parte, el fracaso amoroso de Thomas, que alegaba que Nadine lo había dejado por haber querido jugar a Batman y a Gatúbela…en la cama. Natasha y Emma rieron, sabiendo que Nadine tenía razón, quizás sólo había reaccionado de mala manera pero Thomas tenía esa fijación demasiado entre los huesos, Nadine sabía que Thomas era como un niño. Por otra parte, que Emma tenía una intrusa en su espacio personal. Sus amigos se rieron de su “problema”, hasta le dijeron que mucho habían tardado en aglomerarle su oficina, que esperaban que con la existencia de un “esclavo” que en realidad era un compañero de trabajo, Emma estuviera de mejor humor más a menudo. Alrededor de las nueve, cuando ya no les cupo más rollos de langosta, papatas fritas y aranciatas o limonatas, cada quien se retiró por su lado: Thomas en busca de una nueva Rachel Dawes, James a  recoger a Julie al JFK, quien también era amiga de los de “Popurrí”, como Natasha los denominó una vez, todo por haber un poco de todo, junto y hasta a veces revuelto, como en el caso de Julie y James. Natasha y Emma caminaron cinco calles y dos avenidas para llegar al apartamento.

 

Ella era la mejor amiga de Emma, se habían conocido por medio de Fred, en su cumpleaños hacía cinco años, exactamente cuando Emma recién llegaba a Nueva York y, desde entonces, Natasha y Emma tenían la mejor de las conexiones amistosas, eran como hermanas.

Nate, o Natasha, era un par de meses mayor que Emma, pero eran idénticas, desde el gusto musical, hasta el gusto gastronómico, pasarían por hermanas a no ser por el físico; Natasha era  un espécimen: piel blanca, cara larga, ojos café oscuro, pestañas largas, cejas arqueadas a la perfección, facciones finas y cabello apropiadamente teñido a lo California. No era talla cero, ni talla dos, lo que la hacía, junto con Emma, en absoluto sobrepeso pero Natasha tenía curvas todavía más peligrosas, 38C y un trasero que hacía que cada pantalón se viera bien,  quizás la única diferencia entre Emma y Natasha era que Natasha apenas llegaba al 1.70 y sobrepasaba las 125 libras con sumo desdén y, la otra diferencia no tan trascendental, era que Natasha tenía al novio perfecto, a un consultor financiero bajo el nombre de Phillip Charles Noltenius III, quien poseía un físico asombroso mientras que Fred tenía estómago de felicidad cervecera y podía tejer una peluca para los niños con cáncer sólo con su pecho.  

 

- Presiento que hay algo que no me dices, Em…¿está todo bien en el estudio?- preguntó Natasha mientras Emma trituraba un poco de hielo con hierbabuena en un mixer, para luego verterle media parte de vodka, mezclarlo y verterlo en un vaso alto al que luego le puso fresas y un poco de Pellegrino, siempre hasta ¾ partes del vaso.

 

- Necesito un novio- rió, con mera vergüenza

 

- Oh…¿y Fred qué es?- preguntó, poniéndole la mano en su hombro izquierdo mientras masticaba aquellas fresas.

 

- Necesito un novio que me proporcione “algo más físico”

 

- Y…- murmuró, guiando su mirada hacia arriba con cierta peculiaridad, todo para no mencionar la palabra.

 

- Ya me aburrí de tener una relación carnal con el vibrador que me regaló Julie…

 

- Y el consolador de Fred?

 

- Se murió hace bastante tiempo, tiene problemas de DE

 

- ¿DE?

 

- Disfunción Eréctil- susurró Emma, apenada ajenamente. – El sexo era lo único que nos mantenía en sintonía, ahora Fred es un extraño tamaño XL, con síndrome de hombre lobo y complejo de Edipo.

 

- ¿Edipo? ¿A qué te refieres con eso?- preguntó Natasha un poco preocupada por la respuesta

 

- La última vez que nos acostamos fue hace exactamente un año, dos semanas y tres días, me acuerdo porque era el concierto de los Stones y fue ahí, estando ebrio hasta de los zapatos, que me dijo que le gustaba reventar la cama conmigo porque tenía un 80% de parecido con su mamá

 

- FREAK! ¿Qué le dijiste?- Natasha estaba asombrada, boquiabierta.

 

- Nada, eso no fue nada, lo peor fue cuando me di cuenta que TODAS mis tangas de encaje habían desaparecido, y no fue hasta que casi me vuelvo a acostar con él que le quité el pantalón y ahí las vi, sus COSAS colgando en MI tanga

 

- Emma, cariño, ¿qué esperas para terminarlo?

 

- No quiero que diga que yo lo terminé, ya me imagino la reputación que me haría, estoy esperando al momento perfecto, a que haga algo estúpido, ¿sabes?

 

- ¿Por qué no me habías contado nada?

 

- Siempre que intentaba contarte estaba Phillip o James, me daba pena, sería darles material para hacerle la vida homosexual a Fred

 

- Bueno, sinceramente espero que haga algo estúpido pronto, no soporto verte así, hasta te ves más delgada, se te están saliendo los huesos del cuello, cariño- dijo Natasha, abrazándola por la espalda y pasándole sus brazos por su abdomen.

 

- Ahora llegó David…- murmuró, entre cambiando el tema pero manteniéndose dentro de él.

 

-  David, ¿el que se cree muy guapo y de veinte años?

 

- Ese mismo…pero me hizo ver algo bastante vergonzoso…

 

- Que es…

 

- Me dijo que nunca me había conocido un novio, que tenía casi veintiocho y que no tenía novio…

 

- No sabía que era obligatorio que presentaras al eslabón perdido ante la sociedad- bromeó, haciendo que Emma se riera por cómo se había referido a Fred.

 

- Es que…bueno, ahora Volterra anunció que iba a haber un nuevo miembro en el equipo y, pues, imagínate lo trastornada que está mi mente que con “miembro” me trasladé a “pene” y, por lo tanto, asumí que sería hombre…mi sorpresa fue que la nueva adquisición es una mujer y yo ya había imaginado hasta el quinto beso

 

- Y… ¿eso te asusta porque…?

 

- No sé- rió, justo cuando terminaba de lavar su vaso.

 

- No puede arrepentirte de algo que no ha pasado, además, quizás es una oportunidad para hacer una nueva amiga…o una nueva esclava

 

- Dicen que es muy guapa, muy guapa, tanto que la pusieron en mi oficina para protegerla de toda la testosterona del estudio

 

- Argumento válido. No tienes nada de qué temer- se burló, dándole un beso en la mejilla. – Cuéntame cómo va la vitrina de Halloween de Louis Vuitton mejor

 

- Pues, puedes esperar un Halloween diferente

 

- ¿Diferente? ¿No hay brujas ni escobas?- preguntó, asombrada. Caminaban hasta la habitación principal, tenían sueño ya, sólo querían meterse en sus pijamas y perderse en la noche neoyorquina.

 

- Si, espera pulpos y otras criaturas excéntricas, colores rojos, anaranjados y verdes, mucho vidrio, mucho brillo, nuevos maniquíes y mucha, mucha haute couture- confesó mientras se desabotonaba su blusa y bajaba el zipper de su falda.

 

- Suena interesantemente excéntrico, amiga. ¿Me prestas algo para dormir?

 

- Si, en el primer estante del lado izquierdo hay pijamas

 

Emma, con Natasha, era cero penas físicas, las dos habían compartido desde el nudismo accidental en unas vacaciones en Punta Cana, hasta los accidentales ronquidos cuando dormían juntas en sus improvisadas “sleepovers”. Las dos se caracterizaban por ser igual de calientes, en temperatura corporal, como un adolescente en plena pubertad, se sofocaban rápido, no podían dormir con tanta ropa a menos que fuera entre noviembre y febrero. Emma se sacó sus Pantyhose junto con sus seamless panties negros, quedándose prácticamente desnuda frente a Natasha, pero era algo que a ninguna de las dos les importaba. Se metió en un par de bóxers ajustados y en una camiseta desmangada, sólo para sacarse su sostén por el cuello mientras terminaba de exfoliarse la cara y lavarse exhaustivamente los dientes.

 

Cuando se metió a la cama, Emma sintió la respiración pesada de Natasha, la había perdido ya. Se quedó pensando todavía unos minutos en la cosa esa de cómo terminar a Fred y de quién sería su Príncipe azul y cuándo llegaría, en lo que el entrometido de Segrate le había dicho. Tomó su iPod, se colocó sus audífonos y se perdió con Seu Jorge y su canción favorita “Amiga da mina mulher”. Todavía, lo último que pensó fue: “espero que no sea complicada, ni muy mimada, que esté lista para asumir el estrés que le voy a proyectar”. Definitivamente, Emma Pavlovic era una rareza de mujer, pero era bella y le apasionaba su trabajo.

 

A eso de las cinco de la mañana, el despertador de Natasha no sólo la despertó a ella, sino también a Emma y, entre quejidos soñolientos y bostezos madrugadores, Emma amenazó de muerte amistosa a Natasha si eso volviera a pasar. Nate se despidió de su mejor amiga con un beso en la frente mientras ella intentaba revolcarse entre las sábanas tibias. Nuestra querida Arquitecta se puso de pie, se arrojó a la ducha con el motivo de despertarse cuanto antes, hacía muchas noches que sentía que no dormía lo suficiente, se sentía como eternamente cansada. Salió de la ducha sólo para empezar la lucha contra su cabello mojado, había una manera específica de secarlo, sino, no quedaría estilizado.

 

Mientras lograba secar su cabello, servía un poco de yogurt simple y un poco de granola sin pasas en un tazón; esto era lo que delataba a Emma, no era 100% neoyorquina, quizás era de las pocas personas que lograba desayunar en casa, que mantenía Pellegrino, fresas, duraznos, Vodka, yogurt y granola en su congelador. Poco antes de las seis y media, Emma ya se estaba deslizando en sus skinny pants grises, una blusa blanca desmangada ajustada, una chaqueta rosado claro y en sus Louboutins de gamusa magenta de catorce centímetros. Tomó su bolso y sus llaves, iba decidida a pasar primero por Duane Reade de Madison y la 58 para comprar suplementos de índole femenina y de bolsillo para el estudio. Recorrió aquel pasillo que nunca le había dado pena recorrer con tanta paciencia, buscando con vista de halcón aquel paquete de etiqueta rosada de cuarenta unidades, lo que le suplía por tres-cuatro meses en la oficina. Se colocó sus audífonos y se dedicó a pensar más en la música que en lo que sucedía a su alrededor.

 

Tomó el único paquete que había en el estante y se dirigió hacia la caja. Había una fila demasiado larga, más que todo por aquellos atletas de corazón que compraban aquella cantidad exagerada de agua vitaminada. Mientras Emma trataba de mantenerse en sus casillas por el olor y el ambiente húmedo que creaban aquellos seis corredores, logró concentrarse en lo único que le llamó la atención. Había una muchacha atrás suyo, sólo llevaba unas pastillas para las náuseas, realmente se veía mal, pero dentro de su malestar, Emma pensó que era una mujer bastante atractiva. La música de Emma sonaba un tanto fuerte y lograba traspasar sus audífonos, a lo que aquella mujer tarareó un par de tonadas de “Your Song” de Elton John, canción a la que Emma nunca le había dado tanta importancia como desde ese momento. Justo cuando a Emma le tocó su turno para pasar a pagar, tuvo un gesto de misericordia con aquella mujer que estaba a punto de expulsar su desayuno.

 

La mujer sólo bajó la cabeza y susurró un “Gracias” junto con una sonrisa que hizo que Emma se sintiera bien por el resto de su vida. Eso no sólo hizo sentir mejor a aquella mujer, sino también a Emma, quien desde ese momento se sintió con ganas de darse por vencida y ceder un par de metros en su oficina para su nueva compañera de trabajo. Salió de la tienda como si nada, caminando por Madison hasta la 49 y, justo cuando iba a doblar a su derecha para integrarse a la 5ta Avenida, se reencontró con aquella mujer, ya un poco más repuesta. Hablaba por teléfono un tanto fuerte por el tráfico y las bocinas de los Taxis que intentaban llevar a sus clientes a tiempo, era una voz áspera aunque un tanto mimada, a Emma le pareció que su físico y su voz tenían sentido, sólo sonrió y pasó de largo.

 

Emma se dirigió hasta el “Rockefeller Plaza I” poniendo una y otra vez aquella canción sólo para que el tarareo de aquella guapa mujer le resonara y le hiciera eco en su mente y en sus oídos, de paso le dibujaba una sonrisa bastante sentimental y emocional. Entró al estudio con aquella sonrisa y deseó “Buenos días” a todo aquel que se le cruzara por su camino, hasta a Segrate, lo cual logró extrañarlo y desorientarlo.

 

- Buenos días, Arquitecta- dijo Gaby, la secretaria. – A las diez y media tiene cita con Mrs. Thatcher

 

Emma simplemente asintió y caminó de largo, sólo se detuvo a recoger una taza de té. Abrió la puerta de su oficina y vio ya todo instalado, listo para que la nueva se instalara cuanto antes, sólo se preguntó a qué hora se dignaría a llegar, de por sí ella ya había llegado diez minutos tarde. Tomó su taza de té como todos los días: parada frente a la ventana y admirando cada detalle del horizonte que su oficina le proveía, suspirando y sonriendo por recuerdos vagos, sonriendo para no sentirse triste, para no sentir que extrañaba a su madre. Escuchó ruidos en el pasillo, un ruido inusual, entre murmuraciones y voces, sólo pudo distinguir a Volterra por su manera de arrastrar los pies para caminar. Tocaron a la puerta.

 

- Emma, mi Arquitecta estrella, ¿tienes un momento?- preguntó el Arquitecto Volterra, asomando su cabeza por entre la puerta

 

- Buenos días, Alec, pasa adelante, por favor- lo invitó a sentarse.

 

- Vengo a presentarte a tu compañera de oficina, la Licenciada Rialto- anunció, apareciendo detrás de él aquella mujer de Duane & Reade.

 

Emma puso su taza vacía sobre su escritorio y extendió su mano a medida que su sonrisa crecía por aparte. La Licenciada Rialto estrechó su mano y le sonrió de vuelta, no sólo con los labios sino con ese brillo en sus ojos verdes.

 

- Mucho gusto, Emma Pavlovic- murmuró, hasta cierto punto tartamudeando.

 

- Gracias por el favor de Duane, Sophia Rialto- con la misma sonrisa y un guiño de ojo que casi mata a Emma.

 

- ¡Ah! Veo que ya se conocen, qué bueno, las dejo para que se conozcan un poco mejor y para que se pongan de acuerdo

 

- Gracias, tío, eres muy amable- susurró Sophia, dándole un abrazo a Volterra.

 

Y Emma entendió que el favor era realmente un favor que iba “en contra de toda ética de trabajo pero, qué mujer más guapa, ojalá pudiera tocar otra vez su mano, era tan suave”.

 

- Volterra, necesito aprobación de presupuesto para el penthouse de Meryl Streep

 

- Claro, ¿para cuándo lo necesitas?

 

- Para hace dos semanas- y fue con eso que Sophia entendió que entre Emma y ella no había ninguna diferencia, ella podía ser la sobrina del dueño, pero Emma era la que hacía que el lugar funcionara.

 

- Entendido, ahora a las once, buena suerte- se despidió Volterra, cerrando la puerta de golpe.

 

- ¿Te sientes mejor?- preguntó Emma, asombrándose de lo humana que se había vuelto, pues no le solían importar tanto las demás personas.

 

- Sí, muchísimas gracias. No tenía idea de quién eras, mi tío me dijo que me iba a enseñar una foto tuya para que supiera quién eras pero nunca me la enseñó, eres más…- dijo e hizo una pausa, sonrojándose y pretendiendo enmendar la palabra que había utilizado David para describir a Emma: “guapísima” – joven de lo que David me dijo

 

- No sé si veintisiete sea joven, pero muchas gracias- estaba decepcionada, más porque sabía cómo solía describirla David. – Tu escritorio es ese de ahí- dijo, señalándolo con la palma de su mano derecha- si necesitas algo le dices a Moses o al Arquitecto Harris y ellos lo conseguirán por ti

 

- ¿Algo como qué?

 

- Lo que sea- dijo, sentándose en su mesa de dibujo y extendiendo unos planos sobre ella- si necesitas más papel, otra silla, almuerzo, lo que sea

 

Sophia observó a Emma por más de dos horas, la observaba mientras ella trabajaba dándole la espalda. Sophia sabía lo que ella era, lo tenía muy presente y era lo que le impedía tener un novio, porque nunca ningún hombre le había parecido tan atractivo como Emma, aunque Emma estaba fuera de su alcance, una Diosa como ella debía ser heterosexual y probablemente con un novio igual de heterosexual e igual de guapo, más no sabía lo que ocurría en realidad. El iPhone de Emma sonó y Emma se levantó sólo para cancelar la llamada y arrojar su teléfono de nueva cuenta en su bolso.

 

- No tienes nada que hacer, ¿o me equivoco?- llamó Emma a Sophia mientras hacía unos cálculos en una calculadora que tenía aspecto de poder hacerlo todo.

 

- No, no tengo ningún proyecto todavía- estaba apenada, sonrojada por tener que haberle dicho que estaba ahí, temporal e indefinidamente, de adorno.

 

- Acércate, podrías aprender algo de arquitectura mientras cae un proyecto del cielo, ven, te explico lo que estoy haciendo- sonrió Emma, dejando ver su blanca dentadura y arqueando su ceja izquierda, tal y como siempre había sonreído cuando estaba alegre. – Primero que nada, ¿qué haces tú?

 

- Bueno, estudié Diseño de Interiores en Savanna y luego me especialicé en diseño de muebles, ¿qué es lo que haces tú?

 

- Soy arquitecta y diseñadora de interiores

 

- Creo que mi tío se sacó la lotería contigo, eres el paquete perfecto- rió, sonrojada y temblorosa. - ¿Puedo preguntarte algo?

 

- Adelante, lo que sea, por el momento te enseñaré todo lo que sé

 

- ¿Cómo es que te volviste tan…trascendental y vital para el estudio?- preguntó Sophia, poniendo su mano sobre la de Emma para que dejara de trazar líneas en el plano y la volviera a ver. – Así está mejor, tienes unos ojos muy bonitos, déjame verlos- dijo, como pensando en voz alta, haciendo que Emma se sonrojara y sonriera de la pena.

 

- Bueno, yo vine aquí por casualidad, cuando estaba terminando mi grado, era la niñera de un arquitecto, con él hice mi proyecto de tésis, luego, terminando mi Máster, me pidió que le hiciera una remodelación a su casa y supongo que salió bien porque me dijo que un amigo suyo de la universidad tenía un estudio en Nueva York, que si quería, podía conseguirme una entrevista para una pasantía de seis meses cuando terminara el Máster. No sé si conoces al Arquitecto Perlotta- Sophia asintió- pues con él estaba. Luego vine a Nueva York porque sabía que sin práctica no iba a conseguir nada como lo que quería y ya no había plaza de pasantía porque ya tenían a otro, pero Volterra vio mi portafolio y me ofreció un trabajo sin paga como su asistente

 

- ¿Y dónde vivías por mientras?- preguntó, asombrada y preocupada por Emma.

 

- Vivía con la Arquitecta Fox, ella se ofreció a darme su sofá por seis meses, pero le pagaba con favores como hacerle una que otra cosa en Sketch-up. Bueno, como asistente de Volterra…bueno, era de ir a supervisar a los obreros en los proyectos que estaban bajo su cargo; yo medía los cuartos, veía las tuberías, el cableado, la pintura, en fin, todo…el estudio me daba doscientos dólares a la semana para cubrir los gastos inmediatos como de martillos o cosas así, pero como nunca se arruinaba algo y nunca me aceptaban el dinero de regreso, lo usaba para comprarles café a los obreros, me llevaba bien con ellos, a tal punto que me construían andamios en el momento para yo poder ver cómo iba el progreso del techo

 

- ¿Y cuándo fue que te contrataron?

 

- Bueno, como a los cuatro meses, Volterra me pagó en retroactiva y, el momento en el que creo que se decidió por contratarme fue cuando me encontró hablando con el dueño de la casa que estaban remodelando en ese momento

 

- ¿Qué tuvo de especial?

 

- Aparentemente el Señor Wyatt no hablaba con nadie nunca o trataba mal a sus trabajadores, conmigo hasta reía, entonces al día siguiente Volterra me ofreció tramitarme la visa de trabajo y así fue como me quedé…y a partir del episodio con Wyatt, ofertas llovieron en el estudio, pero no pedían trabajar con la Arquitecta Fox, ni con la Arquitecta Hayek, sino conmigo, entonces supongo que hacía bien mi trabajo. Me dio mi oficina cuando Prada nos contactó para que nos encargáramos del mantenimiento de la fachada en Soho…y desde entonces hemos tenido buenos proyectos, alrededor de treinta y cuatro al año, más de ciento cincuenta millones de dólares de por medio, no sé, de repente floreció el estudio- concluyó, con una sonrisa de satisfacción que Sophia pensó que era la sonrisa más hermosa que había visto jamás.

 

- Entonces, el consejo sería que me lleve bien con los trabajadores- rió, haciendo que Emma sonriera todavía más.

 

- No, sólo no te olvides que no eres nada sin los obreros, puedes tener las ideas más acertadas y más locas, pero si los trabajadores no están contentos, no tienen café todo el tiempo, o cigarrillos, o comida de vez en cuando, el resultado será menos de la mitad de lo que esperabas, sólo tómalo en cuenta

 

- Lo haré, gracias por la explicación, perdona, es que soy muy curiosa- se sonrojó.

 

- Bueno, te explico este proyecto, quizás puedas trabajar en este, hala una silla y siéntate a la par mía- le dijo, observando cómo Sophia se desplazaba por la oficina para hacer lo que le había dicho.

 

Emma, por primera vez en su vida, tuvo su primer impulso lésbico y se confesó a sí misma “a Sophia si la consideraría para mi aventura lésbica”. Era hermosa, diferente a Emma pero hermosa; ligeramente bronceada, considerablemente delgada pero no atlética, aún así manteniendo su forma femenina de busto promedio, cintura notable y caderas pequeñas, abdomen plano, Emma le calculó talla cuatro de pantalón y supo que era perfecta. Tenía los brazos tonificados. Era alta, 1.70  como máximo, rubia pero con estilo; tonos miel y uno que otro destello rubio, cabello largo y ondulado, sin peinar mucho casi flojamente colocho. Su rostro era impresionante; un tanto largo, cejas arqueadas, nariz recta y delgada, labios rosado candente y un tanto carnosos, la sonrisa más hermosa de la historia que formaba un par de camanances que, según Emma, daban ganas de besar. El iPhone de Emma volvió a sonar, esta vez lo contestó, un tanto enojada porque habían interrumpido su impulso lésbico.  

 

- Fred, ¿cómo estás?...no, qué raro, no me ha sonado en todo el día… ¿el otro viernes?...tengo planes con Natasha…¿Que Natasha va?...Qué raro, no me avisó nada…No lo sé, Fred, estoy cansada…Bueno, si salgo temprano de aquí, paso un rato…si, Fred, te veo ahí, adiós.- colgó, enojada porque Fred ya se había convertido una verdadera molestia, a tal grado que no sabía quién causaba más molestias; si los Thatcher o Fred.

 

Murmuró un “perdón” a Sophia y se dedicó a mostrarle los planos y a explicarle el proyecto de Boston. Llegó la hora de la cita con la Señora Thatcher, Emma decidió que Sophia la acompañara, tal vez para plantearle a su cliente la posibilidad de diseñar sus propios muebles y para darle a Sophia algo en qué trabajar. Mrs. Thatcher estaba maravillada con los cambios que Emma había hecho a su cocina, haber reemplazado el mármol por granito y ya tenía el proveedor de granito negro, también estaba maravillada porque Sophia había diseñado el diván de Mr. Thatcher y le había dicho que se lo tendría listo en una semana para que lo aprobara, definitivamente Mrs. Thatcher no reparaba en gastos de prueba.

 

 

 

 

 

 

 

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