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Antecedentes y Sucesiones - 1

en Grandes Series

Espero que les guste.

 

Me acuerdo que entró al apartamento a eso de las once y diecisiete de la mañana del nueve de julio de aquel año, dos mil siete, justo dos meses después de haberse graduado de su Máster en Relaciones Públicas y Comunicación Corporativa, dos meses de intensa búsqueda de trabajo, pues no quería ser la típica niña, porque eso se consideraba todavía, que viviera de la cuenta bancaria de sus papás, quienes ya habían hecho suficiente al regalarle los estudios que quería y donde quería, no sólo Bachelor sino Master también, y el apartamento 8A en el 985 de la Quinta Avenida a su nombre, como regalo de graduación del Bachelor in Science. Regresaba de una entrevista totalmente fallida en “Sequined”, la casa de RRPP en la que todos querían trabajar, pues tenían no sólo a Playboy y a Ivanka Trump Collection, sino también a Verizon y a una que otra marca de LVMH, y la paga, hasta para el que pasaba leyendo PageSix todo el día, era más de lo que se ganaba en Bank of America en un puesto Corporativo. Iba escuchando música en el primer iPhone que alguna vez existió, tenía apenas dos semanas de tenerlo y lo estaba disfrutando, pues pocas personas lo tenían, y por culpa de “Smooth”, aquella canción que todos conocían y que era considerada ya vieja por ser del noventa y nueve, no escuchó la infidelidad de Enzo, su novio, quien se estaba mudando con ella esa semana. Abrió la puerta de su habitación y ahí lo vio, en su cama, a Enzo ¡y a Ava!, su mejor amiga, en un doggy-style en el que practicaban más que la infidelidad: sexo anal, un tanto violento y destructivo, algo que ella no consideraba ni saludable ni sano y que era algo que siempre se lo había negado a Enzo.

 

Ava, su mejor amiga, era la hija del socio de su papá, bueno, del que próximamente iba a ser el ex–socio, pues esa infidelidad era imperdonable, a nivel moral y social, pues en el reglamento de la hermandad de mujeres, a la que ambas habían asistido en sus años universitarios, decía específicamente, en el artículo romano diecinueve, apartado segundo, que ninguna de las miembros podían involucrarse con la pareja de alguien del mismo conjunto, nunca. Luego de haberlos descubierto y haberlos sacado casi a patadas del apartamento, hizo que se llevaran las cajas de mudanza de Enzo de regreso pero, él al no tener dónde vivir, las habían ido a dejar a la oficina de Pierce Williamson, el futuro ex-socio de su papá, con una nota que decía “Ava can explain.”, que no necesitaba firma, pues la caligrafía era bastante clara de quién venía. Habiendo sacado a la escoria de su apartamento e ido a comprar una nueva cama y nuevos accesorios para ella en Bloomingdale’s, pues no podía dormir en una cama en la que habían fornicado aquellos dos infieles, llamó a su número de emergencias; una convocatoria de sus otras dos amigas de la hermandad: Julia y Vanessa.

 

*

 

Y pensar que eso había sido básicamente el comienzo de todo, porque de no ser por ese día ni por esa fallida entrevista, no hubiera llegado nunca a “Sparks PR” y nunca hubiera conocido a las personas más importantes de su vida. Y el día de ahora, la fecha histórica, pues la vida de muchas personas cambiaría, para bien o para más que bien, o para excelente, treinta de mayo del dos mil catorce, siete años después del génesis, supervisaba flores, alumbrado, olores, texturas, etc. e intentaba, con todo su ser, no derramar ni una tan sola lágrima, ni de tristeza ni de emoción, pues no era un día para estar triste, pero sí emocional, aunque la emoción se la debía dejar a las personas más importantes del día. Aunque quizás ese era el momento para llorar como una bebé, pues todavía no había ido a donde su estilista y asesor de imagen personal a que le ayudara a estilizarle el cabello, y a que la maquillara para irradiar su belleza o tapar su fluctuante bienestar emocional extrapolado a físico, pero ya no le ayudaría a vestirse, porque ahora tenía a alguien en casa, no como en aquel momento, que le ayudara a subirse la cremallera de su vestido shocking pink Donna Karan muy tallado a sus curvas superiores e inferiores, que se sostenía de ambos hombros, todavía asimétrico, que terminaba exactamente sobre sus rodillas. ¿Lo mejor de todo? Se elevaba doce centímetros sobre el nivel del suelo en un par de Very Riche Strass Christian Louboutin, o en el único par que había sido manufacturado en cerúleo. Se sentía extraña aquel día, no estaba segura por qué, pero tenía ganas de llorar, y de llorar con sentimiento, hasta sentía, a ratos, que el aire le faltaba, pero no podía darse el lujo de recaer en lo de hacía un par de meses, no señor.

 

*

 

Pero, volviendo al dos mil siete, llegaron sus amigas, Julia y Vanessa, como siempre, al rescate. Julia era de su misma edad, pero apenas había terminado el Bachelor, pues se había atrasado un año y medio “por motivos de fuerza mayor”, lo que se le conocía en el idioma y lenguaje oficial y real como “rehabilitación” o “divorcio multimillonario”, y era una pelirroja de ojos más celestes que el agua de las costas malasias y de piel blanca, muy blanca, con una explosión de pecas, y Vanessa era todo lo contrario, una mujer de veintiséis años, la mayor de las tres, y era morena, de cabello negro y muy corto, de ojos café oscuro, y era la futura Psiquiatra de las tres. Llegaron como en cada emergencia; con una botella de 1800 reposado, una red de cinco limas, dos six-packs de Heineken, lo suave, y una botella de Grey Goose, todo para que hubiera desahogo y ebriedad, y, ojalá, un olvido.

 

Les contó todo, aunque ya lo sabían porque Ava había tenido un intento fallido de excusarse antes de tiempo, y le hicieron todo tipo de preguntas catárticas, el típico: cómo, cuándo, por qué, qué hiciste, qué piensas hacer, qué harás ahora. Y entre McDonald’s y la decepción amorosa, se sumergieron en el alcohol hasta que ella quedó más muerta que John F. Kennedy sobre la cama que recién instalaban los de Bloomingdale’s. No revivió hasta el día siguiente, justo a las siete de la mañana, entre que la habitación giraba alrededor suyo y ella se tambaleaba, y la cegadora luz que penetraba las ventanas de su habitación, logró arrastrarse, literalmente, hasta el baño para ducharse rápidamente, pues ya era diez de julio y era la última entrevista del mes, ahora en “Sparks PR”, en donde sabía que no tenía oportunidad alguna, pero, sólo porque sí, iría y se desquitaría, pues no quería el trabajo, estaba en una faceta a la que yo llamo, banalmente,  “despecho universal”. En aquel entonces era una mujer raquítica, con un ligero bronceado permanente natural, de cabello café oscuro y liso, aunque a veces, cuando había mucha humedad, se le formaban unas ligeras ondas, y, en aquella época, era más bien una “sun-kissed blonde”, pues no le iba mal con el bronceado ni con sus ojos; era una mirada honesta y muy legible, incapaz de mentir, a veces del color de la miel, a veces verdes. Y en aquel estado zombificado, después de revivir a base de maquillaje y la ropa justa y necesaria, aunque juvenil, pues tenía veintidós, casi veintitrés, se aventuró a la última entrevista del mes.

 

Su sentido de la moda era como el de todos; muy dependiente y pasajero, pero era femenina, aunque ese día no se sentía particularmente bien, ni físicamente ni femeninamente bien. Bajó recostada en el ascensor de la torre hasta el vestíbulo, en donde ya la esperaba su chofer de toda la vida, que a veces era mayordomo de sus papás, todo para llevarla a “30 West and 21st. Street” para subir al décimo piso y pasar por lo mismo de siempre: el interrogatorio profesional y el “¿Por qué crees que X te necesita en su equipo?”. Gafas Ray Ban oscuras, aviator, prorque la resaca era canalla. Aquel hombre, como todo buen chofer/niñera/guardaespaldas, ya le tenía lista una inmaculada impresión de su hoja de vida, que no era su trabajo, pero seguramente se desvivía en atenciones por aquella mujer, no porque estuviera enamorado, o quizás sí, pero se acostumbró a consentirla desde el día en el que, a sus veintitrés años, lo contrataron para servirle a ella, y sólo a ella sobre todas las cosas. Caminó en sus Blahnik que siempre se ponía, porque le encantaba caminar sobre Stilettos, pues le parecía que daba sensualidad y que le daban cierta elegancia que pocas veces podía lograr, además, le ayudaban a tener una postura erguida, lo que mantenía contenta a su mamá, y esperó en la oficina en la que la recepcionista la metió. La resaca etílica no era lo único que estaba mal ahí, sino que se había acordado del dolor emocional que Ava y Enzo le habían causado con tanta violencia, ¡sobre su propia cama!, tal vez era eso lo que más le molestaba, y no era lo único, pues la hicieron esperar una hora y nueve minutos por que llegara Dios a entrevistarla, pues, ella le llamó Dios, porque eso se creía hasta antes de salir de la oficina.

 

*

 

Verificaba todo, la temperatura del Champán, del vino blanco y tinto, y la posición de las etiquetas de todas las bebidas alcohólicas, verificaba doblemente la temperatura del salón para asegurarse que la flora perduraría hasta la noche y estuviera en su más hermoso momento para brillar junto a las personas más importantes  de la noche. Pensaba en lo temprano que era todavía, en que probablemente no se habían despertado, o quizás no habían podido dormir por los nervios, pero decidió guardar su iPhone, pues la tentación era demasiada, era tanta que estuvo a punto de llamarles, pero se dedicó a inspeccionar la alfombra, que no tuviera ni una mancha, porque había tiempo de sobra para limpiarla, porque todo tenía que ser perfecto, así como lo fue en su día, que ahora se habían invertido los papeles y era ella quien velaba por la perfección. Supervisaba el doblado de las servilletas de tela y la posición geográfica de ellas sobre los platos blancos de cerámica, hasta se escabulló en la cocina para supervisar que los vegetales y las frutas fueran la frescura más fresca de la historia, todavía supervisó al Sous Chef, que se encargaba de quitarle la cáscara a las naranjas, a las toronjas y a los pomelos para que el Chef se encargara de cortarlos en gajos sin septas, todo mientras otro esclavo de la cocina sacaba semilla por semilla de las granadinas, escogiendo las más sanas y más rojas. Así era ella, que tenía al Sous Chef y al Chef haciendo lo que deberían estar haciendo otras personas.

 

*

 

- Quiero la lista entera de la Boda de los Morgan y quiero saber por qué la mayoría de los invitados del lanzamiento de la colección de Armani∣Exchange no están bajo ningún dato en el RSVP- irrumpió aquella menuda mujer en la oficina, con exceso de maquillaje y volumen de cabello, y bronceado, y joyas, y de todo, hablándole como al aire, despertándola del susto, pues ya estaba soñando con los ojos abiertos, y fue cuando notó que, detrás de la puerta, estaba una chica muy delgada en un mal intento por verse chic y que tomaba nota con rapidez. – Consígueme una Diet Coke- exhortó, sin ningún “por favor” y sin ningún “gracias”. – Soy Jacqueline Hall, Senior Planner de “Sparks PR”- dijo, dejándose caer en la silla de cuero negro al otro lado del escritorio y hundiéndose en un hostigamiento prematuro por hacer otra entrevista a otra aspirante a conocer a todos los famosos.

 

- Buenos días, yo soy…- dijo, pero Jacqueline levantó la mano, interrumpiéndola y evitando escuchar su voz, porque le pareció muy aguda, aunque era que la suya era muy grave, hasta parecía no tener voz, como si tuviera atrofiadas las cuerdas vocales, no, tenía voz de fumadora empedernida.

 

- Tu hoja de vida- sonrió, pensando en lo rutinario que aquello se estaba volviendo, ¿a caso era tan difícil encontrar a alguien que fuera diligente, chic, inteligente y que tuviera algo que aportar? Le alcanzó la hoja de vida, la que su adorado chofer se había encargado de tenerle lista. –Cum Laude en ambos estudios…cinco idiomas…pasantías en Wilhemina Models y en Mercer LLC…investigación de inducción, fusiones y adquisiciones…marketing estratégico… ¿y qué quieres hacer?- preguntó, volviéndola a ver con mirada hastiada, preguntándose con qué maravilla saldría esta farsante.

 

- Pues, me acabo de graduar de NYU como dice ahí, y creo que entiendo mucho de las Relaciones Públicas- sonrió, manteniendo la cordura, pues a ella tampoco le gustaba que la trataran como había tratado a quien ella suponía que era su asistente.

 

- Con “creer” no se hace nada en este negocio, ni en la vida- y eso fue lo que le cayó como Chili con carne con dos días de ayuno y de desayuno: pesadísimo.

- Digo, no conozco el negocio en sí, pero puedo aportar mucho

 

- Te diré algo- dijo, recibiendo la lata de Diet Coke de la mano de su asistente, que no le dijo “gracias” de nuevo, y eso le molestó. – He visto a por lo menos a cien personas que quieren este puesto, que es un mal puesto y con mala paga, y todos vienen aquí porque quieren llegar a ser como lo que Samantha Jones les vendió en “Sex & The City”, eso es idealización de las Relaciones Públicas, pues no es sólo eso. – hasta ese punto, ella no entendía por dónde iba el argumento, si es que era uno en realidad. – No se trata sólo de organizar un evento, eso es una parte, pero cuidar la imagen es primordial, tanto la de la marca, como la de la empresa, como la personal…y, sin ofenderte, tú no tienes imagen, eres como todos los demás que han venido, queriendo ser alguien sin ser alguien

 

- Piensas que soy una pretensión nada más y  que no tengo absolutamente nada que aportar, que soy como todos los demás- sonrió mientras murmuraba para sí misma, cruzó la pierna.

 

- No me lo tomes a mal, es sólo un consejo, no pretendas ser de alta sociedad cuando no lo eres- dijo, vertiendo luego el líquido en su garganta, dejando la marca de su brillo labial en el borde de la lata, era asqueroso, sin clase, como ella, como lo que le decía a ella que no fuera.

 

*

 

Verificó que las ostras fueran frescas también, pues había costado dos vueltas al mundo conseguir un proveedor de ostras recién sacadas del océano, y verificó que las abrieran y las limpiaran correctamente para volverlas a cerrar y guardarlas en un enorme recipiente con hielo. Luego se dio un vistazo por la estación de las entradas, que las estaban preparando en ese momento; salmón por aquí, caviar por aquí más, eneldo cruzado, baguette recién horneado. Y, por último, habló con los tres bartenders que estarían de turno; pues, por lo menos uno, debería estar pendiente de que las bebidas en la mesa principal no faltaran, fuera agua o fuera champán. ¡El Champán! Y corrió al auto, en donde su chofer de toda la vida, hasta que la muerte los separara, la esperaba pacientemente, como siempre, y buscó y sacó la caja de diez botellas de Dom Pérignon Rosé Vintage Brut, que las llevó rápidamente al congelador de Champán para tenerlos listos para el brindis. Y luego de eso, supervisó la estación de postres, en donde probó, por última vez, el mejor Cheesecake de la historia y le dio el “ok” más sincero, saboreando la felicidad que tendrían las personas más importantes del día al probar aquel inmaculado y perfecto postre; la conclusión para un menú acertadamente compuesto, pues claro, lo habían compuesto entre dos grandes; un teórico y un técnico culinario.

 

*

 

- ¿No soy de la alta sociedad?- preguntó, consiguiendo una negación de cabeza. – Explícame, no quiero equivocarme, parece que sabes mucho al respecto- sonrió, con ese toque personal de resentimiento y ego y orgullo herido.

 

-Primero, te hice esperar más de una hora, una Socialité se hubiera marchado, pues no necesita el trabajo, yo tengo que soportarlos, no ellos a mí. Segundo, tus universidades.

 

- ¿Qué pasa con ellas?

 

- Te graduaste con honores en las dos, eso significa que eres inteligente, muy inteligente, y ambas universidades son un tanto fuera del alcance del bolsillo de cualquiera

 

- ¿Ser de clase alta es ser estúpido?- rió.

 

- No siempre, hay excepciones, y tú lo sabes muy bien, por lo que creo que tuviste muy buenas ofertas de becas para pagarte tus estudios y quizás una vivienda, o todavía vives con tus papás en Queens…porque el acento neoyorquino lo tienes…lo que me hace pensar que ese bolso Balenciaga que llevas es una copia cara pero muy buena, muy parecido a lo real, y que tus zapatos son otra buena copia, dime… ¿son asiáticos o afroamericanos?

 

- ¿Por qué? ¿Quieres comprar unos también?-rió de nuevo ante la elucubración más insensata e incoherente de la historia.

 

- Lo que me confunde es que me tratas de “tú” y no de “usted”, lo que nos hace iguales

 

- Las confusiones son relativas, bueno…es que uno se confunde solo- sonrió, poniéndose de pie.

 

- La entrevista no ha terminado- dijo Jacqueline, elevando el tono de voz. Qué carácter.

 

- Esto no es una entrevista, es una “deducción” de lo que crees que soy…y, si es una entrevista como tú dices, yo la doy por terminada- dijo, alcanzándole la mano para despedirse. – Mamá tenía mucha razón…- dijo, sólo por aventar una granada y esconder la mano, pues Jacqueline siempre iba a querer saber más, más por cómo se le había “igualado”.

 

- ¿Qué con tu mamá?- se burló, liberando un enojo poco común.

 

- Nada, después de todo, vive en Queens…

 

- A mí nadie me ve la cara de estúpida- balbuceó iracundamente ante el ninguneo de alguien de clase media que se creía de clase alta.

 

- Yo no te la he visto, tú te la has puesto, yo no juzgo, tú sí- sonrió. – Un placer, Licenciada Hall

 

- Yo tampoco juzgo- gruñó, sintiéndose retada como nunca antes.

 

- Te daré un consejo- sonrió, volviéndose hacia Jacqueline, pues ya estaba con un pie fuera de la oficina. – Cuando quieras encontrar a alguien digno de una plaza tan “sobrevalorada”, entrevístalo, no le digas que es de clase baja que se ha esforzado por pretender ser de clase alta…uno sabe lo que es y no necesita que alguien se lo diga, alguien como tú mucho menos…dale la oportunidad de presentarse tal cual, porque tú has asumido muchísimas cosas y no sabes si son ciertas…la estupidez no tiene que ver con clases sociales, sino con la capacidad de aprovechar las habilidades mentales y fisiológicas que uno posee…y, por cierto, me encantó tanto tener las dos becas que las puse en mi hoja de vida. Un placer. –guiñó su ojo y salió de aquella oficina con más aire que nunca, con resaca nula y con una sonrisa de orgullo curado.

 

*

 

Revisó que todo estuviera en su lugar y dio las últimas instrucciones a la encargada del evento, como si fuera ella quien estaba encargada, pues podía estarlo pero para algo le estaban pagando a la encargada, ella sólo era la “Double-Checker”. Subió a la habitación y se encargó, personalmente de arreglar la cama, con sábanas Vera Wang y almohadas más cómodas que la comodidad misma, difusores de olor de granadilla con un toque de pimienta roja y pino, toallas Frette blancas, batas de baño Matouk Cairo, y todo lo necesario para no salir de ahí hasta que se les diera la gana, pues hasta una Duffel Bag con ropa les había instalado.

 

*

 

Salió de aquel edificio con la mejor de las sonrisas y buscó en su bolso la cajetilla de Marlboro Gold, que nunca se acostumbraba a llamarlos Gold porque seguían siendo los mismos Light, para ponerse uno en los labios y encenderlo para relajarse, o al menos para empezar a relajarse. Inhaló la primera vez y declaró una nueva vida, sin Enzo y sin Ava, dos amores que debía olvidar y que no podía reemplazar porque eran únicos, habían sido únicos. Sacó su iPhone y empezó a marcar para que su chofer le hiciera el favor de detener el auto frente el edificio y así ella poder irse a casa de sus papás a almorzar comida caliente y deliciosa y, como era martes, seguramente habría Cheese Lasagna y Pomerol, y luego una siesta en la habitación de cine, enrollada en una cobija con el aire acondicionado a menos mil grados centígrados mientras alguna película aburrida y dramática como “Pearl Harbor” en TNT la hiciera dormir.

 

- ¿En dónde conseguiste un iPhone?- preguntó Jacqueline a sus espaldas, viéndola con asombro.

 

- Ah, por ahí en Queens- rió, colgando con su chofer de una buena vez.

 

- Me equivoqué contigo- dijo, acercándose y encarándola.

 

- No me juzgues

 

- Pues dime quién eres

 

- Si hubieras leído bien la hoja de vida, lo sabrías- sonrió, exhalando el humo del cigarrillo, que ya no era tan placentero.

 

- Tú no me vas a dar clases de cómo leer una hoja de vida

 

- No, porque ese es tu trabajo, saber cómo hacerlo, yo sólo te digo que, así como a ti te dieron la oportunidad de ser alguien, se la des a alguien más- el auto se detuvo frente a ella y el chofer se bajó del auto para abrir la puerta trasera para ella. – Como dije antes, un placer- sonrió, pateando la colilla de su cigarrillo con su Manolo Blahnik y recogiéndolo del suelo, pues no le gustaba ensuciar las calles de su ciudad.

 

- Miss Roberts…- susurró, bajando la cabeza para saludarla y darle paso al interior del auto.

 

- Hugh, llévame donde mamá, por favor- murmuró, aunque Jacqueline alcanzó a escuchar.

 

- ¿A la oficina o a casa?- preguntó, viendo cómo su empleadora se metía en el auto.

 

- A la Quinta Avenida, por favor- dijo, nombrando la Avenida para remarcar la clase social y el “por favor” para darle una lección de vida a Jacqueline.

 

Hugh cerró la puerta al cerciorarse que Miss Roberts estaba completamente dentro del Mercedes Benz negro y de vidrios ahumados, no polarizados, pues a ella no le gustaba sentirse incógnita. Jacqueline se quedó boquiabierta, parada en su soledad y estupidez en aquella acera, no sabiendo exactamente quién era “Miss Roberts”, pero lo averiguaría y le daría el puesto, en caso de que lo aceptara después de la escena de inmadurez que había presenciado.

 

Exactamente a esa hora, en ese momento, a las once y treinta y tres, en el Financial District, un joven de veinticinco años, alto y un tanto flacucho aunque con una meta física muy fornida que todavía no había alcanzado, estrechaba la mano de Timothy Whittaker después de haber firmado la sociedad en la Consultora Financiera tras haber tenido demasiado éxito en la consultoría con el CitiBank, tanto que habían firmado contrato por cinco años gracias a él. Era un joven de buen parecido, de ojos grises con una pizca de turquesa, de barbilla ligeramente marcada por el medio, muy masculino; cejas pobladas pero siempre divididas, cabello negro un tanto largo en rizos anchos que los peinaba hacia atrás y hacia el lado izquierdo por costumbre, exento de barba, aretes y tatuajes. Vestido siempre en traje formal negro, gris oscuro o azul marino, siempre de Ralph Lauren, pues en eran los patrocinadores del equipo de Polo, obviamente, al que él pertenecía. Esa vez vestía de negro, camisa blanca y corbata azul a diminutos círculos celestes que se detenía por una Tie-Bar que era notable, todo un consultor financiero.

 

Salió de aquella oficina y se dirigió a la suya, pues era nueva, y respiró, por primera vez, el aire de la privacidad de un espacio de treinta metros cuadrados sólo para él y la horrible decoración, pues era inexistente. Se acercó al ventanal que comprendía la altura completa de su oficina, de suelo a techo, y contempló la hermosa vista de Governor’s Island. Sacó su recién adquirido iPhone, aparato que le había molestado cambiar por su funcional Blackberry, y tomó una fotografía con aquella inmunda resolución. Deshizo el botón de su saco e indicó a los trabajadores dónde colocar el escritorio, el archivero y dónde quería conexiones para tener mejor acceso a todo. Salió del edificio y se dirigió a Dean & Deluca de Broadway para almorzar con Patrick, su mejor amigo, quien acababa de terminar su especialidad de Cirugía y ya tenía trabajo en Lennox Hill.

 

*

 

Ahora, el treinta de mayo del dos mil catorce, apenas se despertaba. No encontró a su esposa en la cama, pues no había dormido en casa, ah, primera noche que no dormía con ella, no desde aquello, cómo la había extrañado, en quince días, tendría un año de ser su esposo, y sonrió ante el recuerdo del día de su boda, acordándose de lo nervioso que había estado pero de lo feliz que había sido desde ese día, el recuerdo de Natasha, caminando hacia el altar del brazo de su ahora suegro, que su esposa vestía un hermoso vestido blanco que no era pomposo ni engordante, sino que tallaba disimuladamente sus curvas entre el encaje, pues era una explosión estilizada y elegante de encaje blanco, tanto en el vestido como en la ligera chaqueta que le cubría los hombros, sólo para guardar el debido respeto ante la Entidad Suprema en St. Patrick’s Cathedral y que estuvo a punto de llorar al verla más bella que nunca, pero se sintió un poco incómodo ante la sensación y lo reprimió, porque era macho, y volvió a ver a Emma, quien esperaba a Natasha frente a él, y le sonrió reconfortantemente, acordándole lo afortunado que era.

 

Se levantó, no sin antes lavarse los dientes y la cara, y salió en su típica ropa deportiva: pantalón ajustado a sus piernas y en una camiseta negra, sólo para verla sentada a la mesa del comedor, jugando en su iPhone mientras tomaba una taza en su mano izquierda y la llevaba a sus labios, no sin antes soplar el líquido, que sabía que no era café. La vio unos momentos y sonrió ante la imagen que viviría ese día, que más bien reviviría, y se acercó a ella al compás de la mordida de una tostada de pan integral con mantequilla y jamón de pavo.

 

- ¿Nerviosa?- preguntó, sonriéndole mientras se inclinaba para darle un beso en su cabeza.

 

- Buenos días- rió en cuanto tragó. - ¿Qué tal dormiste?

 

- Bien, siempre duermo bien- sonrió de nuevo, sentándose a la mesa y sirviéndose jugo de naranja recién exprimido. –Buenos días, Agnieszka- murmuró, saludando al ama de llaves al verla cruzar por la puerta de la cocina, quien llevaba un plato con el típico desayuno que comía Phillip: cuatro trozos de tocino, dos huevos revueltos, tres salchichas, dos tostadas de pan integral y dos tostadas a la francesa, polveadas de azúcar pulverizada. – Se ve muy rico, como siempre, muchísimas gracias- agradeció, por educación, por costumbre y por verdadero agradecimiento. - ¿Qué tal dormiste?- repitió, volviéndola a ver, notando una pequeña frustración en su mirada.

 

- Bien, pues…nerviosa, un poco, pero dormí bien después de que Agnieszka me hiciera un té. – sonrió para Agnieszka, quien le servía café a Phillip. – Pero bien, por lo demás, todo bien

 

- ¿Tienes todo? ¿Necesitas algo?

 

- Just her

 

- Isn’t that romantic?- rió.

 

- Deja las bromas- llevó la taza nuevamente a sus labios y bebió cálidamente tres tragos de ella, para que Agnieszka se la llenara de nuevo. - ¿Has sabido algo?

 

- Oye, tranquila, todo está bien- interrumpió de nuevo. – Mi esposa lo tiene todo bajo control, confía en ella, sabe lo que hace, siempre lo ha sabido

 

- Lo sé, lo sé, es sólo que no hemos hablado, no la he visto, no sé si está bien- murmuró entre su mordida doble de tostada.

 

- Si no estuviera bien, ya lo sabrías, ¿no crees?- susurró Phillip, tomándola de la mano y haciendo que lo viera a los ojos. – Relájate

 

Y pudo respirar tranquila, pues Phillip tenía razón, si algo no estuviera bien, ya lo sabría, por cualquier vía de comunicación, además, no era como que vivieran lejos; si el apartamento se hubiera incendiado o algo parecido, algo así de catastrófico, se hubieran dado cuenta, pues vivían literalmente en la misma calle, sólo que en una avenida más a la derecha.

 

*

 

Pues, en aquel entonces, justo cuando Miss Roberts llegaba a casa de sus papás, en realidad al Penthouse de la Quinta Avenida, una rubia y estresada Diseñadora de Interiores se esforzaba por explicar las cuatro fases de la fabricación de muebles: Developing, Testing, Evaluation and Presentation, todo dentro de un análisis complejo de qué tipo de herramientas utilizar sobre el grupo designado, fibra de vidrio en su caso, cómo tratarlo, cómo prevenir daños y cómo explicar su desarrollo, en fin, sudando de nervios y de emoción anticipada, pues era el último examen del semestre y, con eso, que estaba segura que aprobaría con excelente calificación, estaría a un año de terminar su Maestría, que se había tomado el tiempo del Mundo para hacerlo despacio y con buenas calificaciones, pues no quería regresar a casa, no era algo que le llamaba mucho la atención.

 

- Dijiste que la funcionalidad no era igual a la calidad, ¿qué quisiste decir con eso?- preguntó uno de sus ocho compañeros de curso.

 

- La calidad puede referirse a la calidad del material, o a la calidad de la mano de obra, la calidad del acabado o, también, la calidad de la funcionalidad… la funcionalidad, por aparte, se refiere a qué tan bien funciona el material para la estructura del mueble, qué tan bien funciona el diseño para el cliente; desde la accesibilidad hasta el mantenimiento…

 

Y con esa respuesta, un tanto a la ligera, Professor Greene, dio por terminada la presentación y los dejó libres en una digna vacación de verano, pues habían tenido que posponer las presentaciones un mes debido a problemas de organización académica de la administración. Salió al calor y al sol de Savannah, subiéndose el jeans hasta por debajo de las rodillas, quitándose sus tacones de cuero café Nine West de ocho diminutos centímetros para deslizarse en unas sandalias de goma que habían diseñado los de diseño de modas de ahí mismo y, quitándose su cárdigan azul, quedó en un look de verano en su camiseta blanca desmangada, por la que, a los lados de las mangas, dejaba ver los elásticos de su blanco sostén. Arrojó sus tacones y su bolso en la canastilla, tomó el manubrio y, caminando sobre la acera, dio un salto y empezó a pedalear su bicicleta hasta Pizza Hut, la más cercana, en donde se encontraría con Mia, su compañera de vivienda, y su novio, Lucas, y con su novio, Andrew, con quien nunca había compartido nada más que besos tímidos y restringidos en el sofá de la sala de estar de su apartamento. 

 

*

 

- Hannah, necesito que averigües quién es Natasha Roberts, la que estuvo aquí hace unos momentos- dictó Jacqueline a su asistente, a la chica que había estado antes ahí. – Quién es, quiénes son sus papás, qué hace, dónde vive, ¡todo! Si ha torturado patos en Central Park, ¡quiero saberlo! - gruñó, levantando los brazos al aire. – Y tráeme una Diet Coke- exhortó en su voz aguda, hundiéndose en su silla de cuero negra y encendiendo el monitor de su ordenador mientras le hacía el gesto de “retírate” a Hannah, quien se retiraba como sin saber para dónde ir.

 

Jacqueline Hall era más falsa que el bronceado de Donald Trump, y pues, es que tenían el mismo problema, un exceso de bronceado que dejaba de verse natural, era casi de tono naranja, a lo John F. Kennedy, pero se veía mal, más por su cabello voluminoso al exceso, con una notable rinoplastia, sonrisa de mentira, ojos por igual; de aquella moda que alguna vez hubo de los lentes de contacto de colores. Y todavía usaba aretes gigantes, como si la primera regla de la moda fuera no usar aretes más grandes que sus orejas, collares asfixiantemente enormes, en largo y en ancho, y en peso también, pues se veían mal en aquel raquítico cuerpo, como si fuera Eva Longoria en su época más delgada, y en una blusa flamenca y falda de vuelos, no había nada agradable, pues era simplemente demasiado.

 

- No tenemos nada sobre ella- dijo Hannah, alcanzándole la página impresa de datos inexistentes sobre su víctima, ¿o había sido Jacqueline su víctima? Le arrebató la página y la lata de Diet Coke de las manos con enojo, y le hizo el mismo gesto de siempre para que se retirara, sin ningún “gracias”, ni nada.

 

Entonces, ¿cómo saber quién es alguien de la alta sociedad si no existe un récord? Sencillo: llamar al contacto de la hoja de vida y citarlo a una segunda entrevista. Jacqueline estaba más que interesada en Miss Roberts, al menos porque era la excepción de la alta sociedad, ¿qué hacía mendigando un trabajo? Buscó la hoja de vida y no la encontró, hizo que Hannah la buscara hasta que la oficina quedara hecha un caos, todo para darse cuenta que había metido aquella inmaculada impresión en su bolso. Corroboró el número y decidió llamar después de almuerzo, pues ya su diminuto y flacucho estómago le rogaba por comida.

 

Phillip Charles Noltenius II estuvo siempre agradecido porque sus papás, Katherine Parker, heredera de tres petroleras tejanas, y  Phillip Charles Noltenius I, Veterano por la guerra de Vietnam, de 1970 a 1975, quien se había dedicado, tras la guerra, a construir botes por motivo de terapia psicológica posguerra, a tal grado que se convirtieron en demanda consumista de la elite mundial, no lo habían llamado “Junior”, pues era todo menos eso. Tenía, en ese entonces, toda su vida de vivir en Manhattan aunque, desde que cumplió los quince, sus papás se mudaron a Corpus Cristi, Texas, para que Katherine pudiera tomar control sobre el patrimonio de la familia tras la muerte de su hermano mayor, en un típico y trágico accidente en una de las perforadoras, y Phillip I pudiera seguir construyendo sus yates, lo habían dejado viviendo solo en Manhattan. Le habían contratado dos guardaespaldas y le habían comprado un apartamento sencillo y pequeño en el Financial District, el Penthouse, para que atendiera su vida escolar prematura a Léman Manhattan, en donde era de los pocos que no eran internos. No quiso irse a Texas porque sabía que quería quedarse viviendo en esa hermosa ciudad y que ahí trabajaría, en alguno de los enormes edificios de Wall Street, y lo había logrado después de estudiar Economics y Finance en Princeton, Bachelor y Master.

 

Tenía una hermana, Adrienne, que era cinco años menor que él, que lo admiraba a pesar de casi no compartir con él, lo admiraba tanto, pero tanto, que lo odiaba, pues era el orgullo de sus papás, y siempre que lo veía peleaba con él por A o por B motivo, pero era una admiración y una envidia profunda que no era sana, ni a nivel filial, ni civil, ni social, un sentimiento que no había podido superar hasta el día en el que su abuela materna, Elizabeth, había fallecido por un cáncer de páncreas que había alcanzado a hacer metástasis y se había dejado ir sin el menor de los avisos previos, pues lo había visto como un verdadero ser humano, llorando como un niño, con aliento a Whisky, ojos rojos, su traje de ya dos días sin cambiar; lo veía humano, pero el encanto le había durado poco, pues le parecía simplemente imposible demostrarle su amor, aunque si lo amaba, él a ella era distinto, pues él se desvivía por su hermanita menor, intentaba ser su protector. Las dos veces que había ido a Texas, había tenido que intervenir entre Adrienne y su novio de turno, bueno, su beso de turno, pues le importaba demasiado, porque era muy bonita, era como una versión joven de Brooke Shields pero mejorada.

 

Pues bien, Phillip, entre su buen parecido, era asediado por las mujeres, era su debilidad, más bien Phillip era la debilidad de muchas, pues decía que no tenía que probarlas a todas para saber cuál era la correcta, no había conocido a una mujer que lo dejara pensando en nada y que le pusiera la mente en blanco, que lo dejara sin palabras y lo hiciera hacer cosas estúpidas sin que ella se lo pidiera, pues, no estaba muy lejos de conocerla. No era precisamente lo que se conocía como un “Playboy”, pues no se acostaba con cualquiera, en realidad sólo se había acostado con dos mujeres en sus veinticinco años: Denise, su primera vez y su novia de tres años en el colegio, y Valerie, su novia de dos años en Princeton; ambas relaciones terminaron porque Phillip no podía ofrecerles, a largo plazo, esa cosa, sí, esa cosa del matrimonio, pues eso era algo que a él no le interesaba, hasta le daba terror pensar en que debía atarse a alguien y de por vida. Pero, fiesta a la que iba, lograba enamorar a cualquier señorita que se le acercara, con sus habilidades políticas de hablar volúmenes vacíos sobre lo que fuera y, junto con su habilidad para bailar bien, le conseguían uno que otro: “¿Continuamos esto en tu casa pero sin ropa?”, a lo que el noventa por ciento del tiempo se negaba porque sabía que estaba mal, el otro diez por ciento accedía porque no podía dejar que señoritas así de guapas intentaran llegar a casa, se perderían antes, y era de los que se las llevaba a casa y las bañaba si se vomitaban, las ponía a dormir cuando ya se habían desmayado, y lavaba, secaba y planchaba sus ropas para que, cuando se despertaran, tuvieran ropa limpia.

 

- Ella, ¿cómo te fue en la entrevista de ahora?- murmuró Margaret, su mamá, inhalando el aroma del Pomerol con el que acompañaba la Lasagna.

 

- Madre, por favor, no me llames así- dijo, llamándola “madre” por su enojo pasajero, pues solía llamarla “mamá”, pero nunca “mami”, mucho menos “mamita”; oscilaba entre “Margarita” y “Maggie” también.

 

- ¿Por qué no? Dame una buena razón y te llamaré por tu segundo nombre, como a ti te gusta

 

- Bueno, aparte de que es porque me gusta más mi segundo nombre…intento hacerme mi propio nombre, no quiero que me den un trabajo por ser la hija de Romeo Roberts y Margaret Robinson, todos saben que “Ella Roberts” es su hija, pero “Natasha Roberts” es…una más- sonrió, ensartándole elegantemente el tenedor a un par de hojas de arúgula.

 

- Me corrijo; Natasha, ¿cómo te fue en la entrevista de ahora?- rió, sacudiendo su cabeza de lado a lado, dándole la razón a su hija pero sin decírselo.

 

- Jacqueline Hall me entrevistó, tal y como me lo advertiste

 

- No es muy amable, ¿cierto?- sonrió con ternura para su única hija.

 

- No, no lo es…le faltó tener una madre como tú- rió Natasha, tomándola de la mano. – Pero bueno, basta de romanticismos- se recompuso, pues la relación entre ellas era un tanto de amor-odio. – Seguramente me llamará para una segunda entrevista, para una entrevista de verdad, pues lo de ahora no fue eso

 

- ¿Y qué fue?

 

- La muy perra…

 

- Señorita, watch that language…así no es como habla mi hija- interrumpió Margaret, regañándola con la mirada y con su dedo índice.

 

- Pues, está bien…se dedicó a elucubrar sobre mí…pero cosas que ni te imaginas

 

- Cuéntame, porque puedo hacer algo al respecto al cubrir el servicio de comida en su evento de Armani- sonrió con preocupación, pues siempre tuvo la imagen de una Natasha baja en autoestima, aunque se equivocaba.

 

- Pues, se reduce a que mis papás habían tenido que vender sus riñones y que tuve que conseguir un par de becas para poder ir a Brown y a NYU, que dejara de intentar parecer una Socialité, dijo que mi Balenciaga era una copia muy buena, todavía me preguntó si era asiática o afroamericana- rió, llevando el último bocado de Lasagna a su boca. – Dice que un rico no puede ser inteligente, que eso no va en los genes- Margaret estalló en una risa.

 

- No seré tan ruda con ella, ¿está bien?- Natasha asintió. – Bien, ¿cuáles son tus planes para el resto del día?

 

- Pues pensaba ver alguna película aquí, una siesta…superar a Enzo

 

- Cariño, Enzo no vale la pena, tú eres mucho más que ese ridículo francés- dijo, en tono reconfortante, algo no muy común en ella. – Sal, distráete, ve de compras, yo invito- sonrió, sabiendo que esa era la terapia femenina más efectiva para olvidar desde un mal de amores hasta una frustración de mayor magnitud.

 

Después dos pizzas de Pepperoni y dos jarras de Pepsi, todavía después cinnamon sticks, todo un consumismo en Pizza Hut, aquellas cuatro personas, todas estudiantes, se dirigieron al cómodo y pequeño apartamento que quedaba casi a un lado de la universidad. Era de tres habitaciones, la suya y la de Mia, más una sala de estar, una cocina y un baño, todo por el módico precio de seiscientos dólares mensuales; con teléfono, cable básico, internet inalámbrico, lavadora y secadora, lavadora de platos, agua caliente y aire acondicionado/calefacción incluidos.

 

- Ven aquí, déjame besarte- murmuró Andrew, cerrando la puerta de la habitación y halándola de la mano, trayéndola hacia él y clavándole un beso un tanto salivoso que siguió, porque ella se lo permitió, por su cuello, detrás de sus orejas y de nuevo a sus labios mientras sus manos la tomaban por la cadera, la rodeaban alocadamente, metiéndose por debajo de esa camiseta blanca hasta su cintura y luego bajaban lentamente hasta escabullirse entre sus panties blancos y la tela de su jeans para acariciar su trasero.

 

El beso bajó por su pecho desnudo, besando sus huesudas clavículas y tomó la camisa entre sus manos y la retiró, dejándola en su sostén blanco. Ella estaba jadeante, nerviosa, dubitativa, él, por el otro lado, estaba emocionado que por fin iba a suceder, por fin, por fin, por fin, después de una larga espera de cuatro meses iba a suceder, más con esa diosa, con esa perfecta mujer que podía ganarse la vida con su belleza física, modelo pues, pero que era, sobre eso, inteligente y visionaria, más con ese ligero acento tosco pero que le daba sensualidad, pero sólo era para algunas palabras, por lo demás, pasaría por norteamericana, más con su cali-look; ligeramente bronceada, curvas generosas pero no exageradas, esa cabellera rubia oscura y ondulada, un tanto alocada, ojos celestes que penetraban el alma de cualquier hombre y mujer, era de las que volteaban cabezas.

 

La acostó sobre su cama y él se colocó sobre ella, besándola simplemente mal, desesperado, provocándole asco a su novia, tentándola a detener aquella potencial escena de sexo que no quería que sucediera, pero sentir que la tocaban la hacía sentir mujer, era una lucha mitológica en su cabeza. Le quitó el jeans y la besó desde sus piernas hasta su entrepierna, liberando un callado gemido de excitación al sentir su cálida exhalación en ese lugar que nadie había tocado hacía más de cinco años, nadie más que ella y sólo ocasionalmente. Subió por su vientre, besándola, mordiendo su abdomen, haciendo aquel momento doloroso y eterno, un arrepentimiento total para ella. Se quitó su camisa, que de haberla dejado puesta lograba llevarla a la cama al cien por ciento, pero no, pues cuando se recostó sobre ella y la dejó sentir sus pectorales ligeramente cargados de vellos viriles y masculinos, ella se estremeció y lo detuvo.

 

- No, no…- murmuró, tapándose los ojos con un brazo y tumbándolo a su lado.

 

- ¿No qué, Sophia?- jadeó frustradamente Andrew mientras caía sobre su espalda al lado de una parcialmente desnuda Sophia.

 

- No puedo, lo siento

 

- ¿Por qué no puedes? ¿Tienes miedo de que te lastime al sentirme dentro?- dijo, como si eso fuera lo más obvio.

 

- No, no me vas a lastimar, simplemente no puedo

 

- ¿Vas a poder alguna vez?- preguntó, volviéndose hacia ella, viendo su celeste mirada encarar el blanco techo. Sophia se quedó en silencio un momento, pensando lo que no debía pensar, pues no había nada que pensar. – Pues, si nunca vas a poder…por la razón infantil que sea, porque debe ser infantil para que no me la puedas decir, te da vergüenza…creo que esto tampoco no va a poder ser- susurró, sentándose y dándole la espalda a Sophia, dejándole ver su tatuaje sobre su omóplato izquierdo, el que Sophia nunca le había visto con tanto detenimiento, que no fue hasta entonces que supo que estaba mal escrito: “Life’s to short to worry and to long to wait”. “Too!” gritó en su mente.

 

- ¿Me estás terminando?- murmuró, escondiendo su sonrisa.

 

- Así es, hermosa rubia- sonrió, viéndola en ropas menores de reojo, qué cuerpo que el que tenía. - ¿Estás bien?- susurró, dándose la vuelta e inclinándose sobre Sophia para darle un beso en la frente. Ella asintió. – Nos vemos por ahí- murmuró a ras de su frente y le dio otro beso. Se puso de pie, recogió su camisa del suelo y salió de la habitación mientras se la volvía a poner, liberando a Sophia de una culpa sexual.

 

*

 

Regresó al auto, en donde Hugh la esperaba, como siempre, como desde que tenía once años y atendía St. Bernadette’s Academy, él le abrió la puerta, tal y como mucho tiempo atrás frente a Jacqueline Hall, y la cerró, bordeando el Mercedes Benz, negro y ahumado de las ventanas, como el de hacía siete años pero seis años más nuevo que aquel, y condujo únicamente dos calles hacia arriba y media avenida hacia la izquierda, dejándola frente al 680, que gloriosamente quedaba frente a Barneys, a la vuelta Hermès, a un par de calles Bergdorf’s, mejor locación no existía. Saludó a Józef, el portero del edificio, y estalló en lágrimas emocionales. Quizás era la mezcla de las emociones encontradas: revivir aquel día de hace casi un año, tomando en cuenta el hecho de que todavía no creía verdadero lo que estaba a punto de pasar, pues, no tan “a punto” pero ese día cambiaría todo, o quizás no, pero estaba feliz, muy feliz, y muy conmovida. Se sentó en el sofá del Lobby y esperó dos minutos a que lo enrojecido de sus ojos se desvaneciera. Hundió su cara en sus delgadas manos, ahora sin manicurar, restregó sus ojos, su cara entera y terminó por peinar su cabello con sus dedos, teniendo cuidado de no enredar su anillo de compromiso entre su cabello. Se puso de pie, paseando sus manos húmedas por su camiseta negra para secarlas y caminó a ras de la alfombra con sus zapatillas deportivas Nike magenta y amarillo y esperó el ascensor.

 

- Buenos días, Guapísima, ¿qué tal amaneciste?- sonrió al contestar su iPhone y escuchar el timbre de llegada del ascensor.

 

- Bien, bien, ¿y tú?- preguntó, con cierta preocupación en su voz.

 

- Bien, también, voy llegando al apartamento ahorita…estaba en el Plaza

 

- Tú, como siempre, paranoicamente precavida- rió, acordándole que el día de su boda, antes de meterse en el vestido, salió corriendo, ya maquillada y peinada, al Plaza sólo para asegurarse de que todo estuviera bien.

 

- Pues, es un día muy lindo, todo tiene que ser perfecto- dijo, presionando el número once en el tablero. - ¿Cómo te sientes?

 

- No tengo idea…es como cuando tienes hambre pero no sabes de qué, que tienes ganas de ir al baño y vas, pero no haces nada, que estás aburrida pero no hay nada que te entretenga porque no estás aburrida en realidad, ¿me entiendes?

 

- Sí, se llama “nerviosismo”- rió. - ¿Has dormido bien? ¿O debo enviar a mi masajista de nuevo para un masaje relajante que te deje dormida cuatro horas? Todavía tienes tiempo

 

- No, estoy bien, de verdad... creo que necesitaba escucharte para que la calma me entrara en el sistema- rió nasalmente, llevando la segunda taza de té a sus labios. - ¿Durmió bien?- escuchó el timbre de llegada del ascensor y escuchó respirar pesadamente un par de veces a Natasha. - ¿Durmió bien?- repitió, escuchando el sonido de las llaves en su mano.

 

- Bebimos un par de Martinis, no muchos, dos o tres, vimos la Saga completa de “Twilight” mientras comíamos algo de “Cilantro”, tú sabes, para aliviar los nervios…- sonrió para el teléfono, insertando la llave en el cerrojo y abriendo la puerta al girar la pe

rilla. – Después de eso, se quedó dormida, like a baby- continuó diciendo, caminando hacia la habitación. – Está muy bien, muy relajada,  tranquila, ¿sí?- murmuró, viendo que en la cama no había nada. Se escuchó un sonido gutural de esfuerzo sobrenatural.

 

- ¿Qué fue eso?

 

- No es nada, sigue dormida- mintió. – Te llamo luego, ¿sí?- murmuró, en un tono muy relajado que logró venderle la mentira.

 

- Está bien, gracias, de verdad- murmuró. – Te veo más tarde, pero llámame o escríbeme antes para relajarme, ¿sí?

 

- Will do, promise. Gotta go, ciao- colgó, arrojando su bolso y su iPhone sobre la cama y caminando hacia el baño.

 

*

 

Andrew salió del apartamento y Sophia se vistió de nuevo, yendo antes al baño para darse cuenta que su excitación no era más que una ilusión psicológica, pues la excitación que había sentido al sentir a Andrew en su entrepierna, no había tenido efecto físico notable alguno, ¡ni húmeda! Y no fue que se frustrara, pero al menos siguió corroborando, como siempre, que los hombres, en y con ella, no tenían efecto alguno, más que uno que otro de repulsión, no, “repulsión” no era la palabra correcta, pues no le daban asco, simplemente le incomodaba estar con uno en términos de intimidad. Salió del apartamento en el look veraniego del sol abrazador, se montó en su bicicleta y se dirigió hacia el taller de carpintería de la universidad, pues no tenía nada que hacer y no quería pasársela haraganeando en su cama, menos con ese infernal calor que traspasaba las paredes y superaba al aire acondicionado.

 

Recorrió la bodega, la parte de desechos y recogió un par de paneles de plywood que no servían para funcionalidad, pero sí para estética. No había nadie en carpintería, era la única que no quería disfrutar del verano, o tal vez no sabía cómo, pues era primer verano que pasaba en Savannah. Los veranos anteriores, por los últimos tres años, los había pasado en Atenas o en Roma. Atenas era la ciudad en donde había nacido y vivido siempre, vivía con sus papás; Talos Papazoglakis, quien tenía años de ser congresista del Movimiento Socialista Panhelénico, o PASOK, y buscaba ser Ministro de Relaciones Exteriores, y Camilla Rialto, ama de casa porque a Talos no le gustaba que trabajara, pero había estudiado Arquitectura en la Sapienza, aunque nunca la terminó porque se casó con Talos estando ya embarazada con Sophia, por lo que se mudaron a Atenas, pues Talos era, en ese entonces, embajador de Grecia en Roma a sus treinta años, todo porque Artemus, el papá de Talos, estaba ahogado en el gobierno y había conseguido que le dieran a Talos la plaza con sólo haber estudiado Ciencias Políticas y Diplomacia, por lo que ahora, veintitrés años después, buscaba todavía el puesto de Ministro de Relaciones Exteriores, vaya frustración, para él por no conseguirlo, para Sophia porque seguía intentando, pues a ella no le gustaba la política, menos verse involucrada en ella. Tampoco podía negar que le encantaba ir a Roma a pasar el verano con sus abuelos maternos, a que la consintieran al máximo; desde lo material hasta lo emocional, no se quejaba en ninguna ciudad, a veces quisiera poder tener a sus abuelos, a Giada y a Salvatore en Atenas, pero eso era imposible, pues ninguno de los dos soportaban a Talos. Le gustaba Atenas pero no para estar en su casa.

 

No sabía qué haría, simplemente hizo lo que mejor sabía hacer: improvisar. Y empezó a cortar la madera, a pegarla a presión según los métodos que había aprendido en clase, y así lo hizo, Dios sabe cómo, pero Sophia pasaría el resto del día, hasta parte de la noche y madrugada, construyendo una mesa de noche, con cajones sin rieles, que era posible sacar y meter debido a que el diseño era realmente sensato y había considerado todo, aunque claro, no podría pintarse, pues la laca, fuera de la densidad que fuera, arruinaría el arduo y perfecto lijado de aquella madera ficticia.

 

- Hola- saludó Natasha al teléfono, no reconociendo el número del que la llamaban.

 

- Habla Jacqueline Hall, Natasha- dijo al otro lado del teléfono, ansiosa por saber algo sobre ella, no sabía por qué o cómo, pero necesitaba saber.

 

- Ah, Jacqueline… ¿en qué puedo ayudarte?- rió nasal pero calladamente mientras repasaba con la mirada el maniquí que tenía el vestido que ella quería. – Quiero ese, por favor- susurró para la asistente de compras que le habían designado.

 

- Pues, quería saber si estás dispuesta a tener una verdadera entrevista de trabajo

 

- ¿Qué te hizo cambiar de opinión? ¿Qué tengo chofer y un iPhone? ¿O que sabes que puedo aportar intelectualmente?- sonrió, caminando por entre los percheros de ropa, viendo qué más podía comprar, sabía que Jacqueline no la creía intelectualmente capaz de trabajar, pero que los bienes colaterales que ella podía traerle a “Sparks PR” eran grandes debido a sus amistades, ¿pues cómo negarse a alguien que podía llevar a Jay-Z a un evento para cantar quince minutos? Y eso que sólo había sido para cinco mil personas cuando estudiaba en Brown, pues Romeo había sido parte de su equipo de asesoría legal por muchos años.

 

- Sólo quiero entrevistarte, ¿cuándo tienes tiempo?- obvió el comentario, pues las tres preguntas iban amarradas una con la otra.

 

- Si pongo una hora, ni un minuto más, ni un minuto menos- exhortó, poniendo las reglas del juego, advirtiéndole a Jacqueline que se había dado cuenta de lo pisoteable que era.

 

- Escoge el lugar

 

- Bueno, de hecho, estoy en Bergdorf Goodman, si pudieras venir hace cinco minutos sería de mucho provecho, tengo la tarde ajetreada- sonrió, mintiendo, sólo para torturarla.

 

- Llego en cuanto antes

 

- Pregunta por mí a cualquiera y te dirán dónde encontrarme- colgó, arrojando su teléfono en el bolso.

 

Al otro extremo, Phillip Noltenius, ahora Junior Partner de “Watch Group”, hacía sus compras viriles, esperando por un par de zapatos nuevos mientras merodeaba con la vista el extremo femenino, en donde alcanzaba a ver a una mujer, no muy alta, definitivamente más baja que él, al menos unos quince o veinte centímetros, pero tenía un cuerpo llamativo, aparte de un trasero demasiado exquisito en ese jeans Roberto Cavalli. New York no es como la gente cree, al menos no Manhattan, mujeres hermosas, todas hermosas, no se pasean todos los días por las calles, con suerte y se ve una al mes, con ropas de diseñador que no parecen ser una explosión de esfuerzo fallido por verse bien, y ese día era ese día del mes para Phillip, viendo a la mujer de cabello liso sonreírle a un abrigo negro y estirarlo del perchero, reflejando en el vidrio de su Rolex las luces blancas de Bergdorf Goodman, segundo piso. Fue la primera vez que Phillip quiso caminar hacia alguien y hablarle, porque siempre era al revés, pero se acobardó en cuanto llegó la asistente a mostrarle el vestido del maniquí, el que había pedido, aunque no le quitó la mirada de encima, pues nunca la volvería a ver, las probabilidades de volver a verla era de 1:1,600,000 si, y sólo si ,residía en Manhattan.

 

*

 

- ¿Qué pasa?- murmuró, poniéndose de rodillas a su lado y acariciando su cabeza mientras terminaba de jadear con el rostro literalmente metido en el inodoro. - ¿Estás bien? ¿Es la resaca?- y la vio sacudir la cabeza. - ¿Entonces? Háblame, por favor…

 

- No sé, me desperté bien, me quedé acostada un momento y me mareé, no creo que sea lo que cenamos

 

- ¿Estás segura?

 

- Si, Nate, estoy muy segura- dijo, saliendo del inodoro y poniéndose de pie para lavarse los dientes. – Gracias por quedarte, pues, no es como que tenías otra opción- sonrió.

 

- Darling, es un enorme placer- la miró a través del espejo y la abrazó, bordeando sus antebrazos. - ¿Nerviosa?

 

- Un poquito- se sonrojó. – ¿Sabes si…

 

- Shhh…tranquila, está bien, muy, muy bien- la interrumpió, como si tampoco quisiera que dijera su nombre. - ¿Necesitas un masaje? ¿Otras horas de sueño? Todavía tenemos tiempo- murmuró, dándole un beso en su cabeza, reconfortándola.

 

- No, no, desayuno me vendría bien- sonrió, paseando sus dedos por su cabello mientras Natasha se despegaba de ella y le alcanzaba una toalla.

 

- Bueno, bueno, yo te preparo el desayuno mientras tú te metes ahí- señaló la Neptune Kara que habían instalado hacía un par de meses.

 

- Está bien, sólo iré a darle de comer a Darth Vader- rió, caminando en la tanga negra de encaje y una camiseta desmangada roja, dejando su trasero y sus piernas a la vista de una indiferente Natasha.

 

No muy lejos de ahí, y cuando digo “no muy lejos” es porque es realmente no muy lejos, o sea a quinientos metros de ahí, Phillip terminaba su desayuno de campeón mientras la veía tomar de la taza de té y acabarse su segunda tostada, ésta con Nutella mientras jugaba en su iPhone, frustrada por no poder pasar de nivel, aunque no era lo que más le frustraba. Phillip se levantó de la mesa, ese día sin tocar el periódico y sin revisar sus e-mails, pues se había tomado dos días libres, casi igual que su esposa, igual que sus otros dos amores, aunque ellas se habían tomado desde el miércoles al medio día y no regresarían hasta el miércoles entrante. Se dirigió hasta la habitación que habían designado para que fuera el gimnasio privado, todo para que Phillip hiciera su rutina diaria: media hora para correr, media hora de pesas, quince minutos de abdominales y quince minutos de barra.

 

*

 

- Estoy lista para mi entrevista- le dijo a Jacqueline en cuanto la vio acercarse escoltada por su asistente.

 

- ¿Quién eres?- preguntó, yendo al grano, viéndola husmear un tanto con asco entre la colección de Tory Burch.

 

- Natasha Roberts- respondió, volviéndose a ella y haciéndole una expresión irónica, pues eso ya lo sabía. – La persona que puede aportar más intelecto que los que organizaron la fiesta fallida de mi mamá- dijo, en un tono de asco.

 

- ¿Quién es tu mamá?- se sentó en uno de los sillones, viendo a Natasha pasar de prenda en prenda, sacando una que otra prenda de vez en cuando y alcanzándosela a su asistente.

 

- Depende de quién pregunta, ¿mi futura jefa o Jacqueline Hall?

 

- ¿No es lo mismo?- murmuró confundida, eso hasta yo lo entendí.

 

- Pues, si pregunta mi futura jefa, es Margaret Anne Robinson, si pregunta Jacqueline Hall, es “The Food-Culture”, “Martha’s Slaughter”, “The Chef Stresser”, “The Food Butcherer”…”Spicy Devil”- y, con cada sobrenombre, Jacqueline abría cada vez más la boca, tanto por el suspenso que Natasha le agregaba al hacer una breve pausa tosca entre cada uno, como de la vergüenza que sentía al verse involucrada con alguien de la alta sociedad.

 

- Tú eres “Ella”- suspiró, hundiendo su cara en sus manos, todavía no creyendo lo estúpida que había sido ante tal eminencia, pues Margaret era de las críticas que evaluarían el evento de Armani por la parte gastronómica, estaba frita.

 

- Prefiero “Natasha”…

 

- ¿Por qué? Tu vida fuera más fácil si usaras tu nombre real

 

- Es mi nombre real, no me lo invento, es mi segundo nombre, y me gusta más…además, no me gustan las cosas fáciles

 

- Porque no has tenido que luchar por algo, nunca- suspiró frustradamente, tragando gruesamente y clavándole la mirada a Natasha.

 

- Tú acabas de darte la respuesta…además, pienso que tengo mis propios méritos, que me gustaría tener más por mi cuenta, lejos del nombre que todos conocen

 

- Discúlpame por haberte ofendido

 

- No me ofendiste, simplemente me juzgaste sin conocerme, no cualquiera puede juzgar…o, bueno, la palabra “juzgar” es muy fuerte, llamémosle “proceso de perfilación”…y creo que tú no puedes hacerlo sólo porque crees que has visto todo ya

 

- ¿Y tú sí?- la provocó, estaba enojada, una niña le estaba diciendo qué hacer y qué no hacer, estaba demostrando más madurez que ella.

 

- Si hubieras leído mi hoja de vida lo supieras- sonrió, caminando hacia ella con una blusa Armani en sus manos. – Mi trabajo final fue sobre perfilación criminal, y me han dicho que soy muy buena- rió, alcanzándole la blusa. – Creo que es de tu talla, yo invito- guiñó su ojo, mostrándole un poco de gratitud sólo porque sí.

 

- Perfílame entonces, si lo haces bien, tienes el trabajo

 

- Ah, pero yo no quiero cualquier trabajo, y eso lo sabes- dijo Natasha, retirándose y volviendo a repasar el perchero.

 

- Tú vas por lo grande, tú quieres mi puesto, eso lo sé, tú has puesto las reglas

 

- Sí, yo las puse y ni cuenta te diste, en fin, si me das el trabajo, no te quitaré de tu puesto, haré que te den otro mejor, en el que estés más a gusto, eso lo prometo

 

- ¿Y tú cómo sabes eso?- rió Jacqueline, sacudiendo la cabeza y viendo el precio de la blusa; definitivamente no era cualquier niña rica.

 

- Porque te perfilé en el momento en el que entraste a tu oficina esta mañana, desde antes incluso- caminó más lejos, hasta la sección de Emilio Pucci y Lanvin.

 

- Trato hecho, si me perfilas bien y te doy el trabajo

 

- Estás tan segura que fallaré que no sabes en qué te estás metiendo, pero, bueno…acepto- se acercó, alcanzándole la mano para que se la estrechara, cerrar el trato como algo más que palabra, ya involucrando la dignidad física.

 

Phillip observaba cada gesto de su amor, desde ese día, platónico, pues, como dije antes, nunca la volvería a ver, nunca más, de eso estaba seguro y, si la volvía a ver, se acercaría y haría todo lo posible por sacarle una sonrisa, pero no la buscaría, pues no sólo la veía inalcanzable, sino también muy joven, le calculaba veinte años como máximo, pues su piel era muy jovial y tenía una expresión angelicalmente traviesa de “yo te juro que yo no fui”.

 

- Eres más joven de lo que aparentas, porque crees que la edad es sinónimo de poder, de autoridad, de que te respeten, no tienes más de treinta y cinco y aparentas tener más de cuarenta, porque también crees que la edad es sinónimo de cantidad de experiencia, no eres de Nueva York, eres de Los Ángeles, no eres de clase baja, tampoco eres de clase alta, eres clase media que ha tenido tragos amargos pero también mucho tiempo tranquilo…por cómo hablas y que eres de California, diría que estudiaste en San Francisco y viniste a Nueva York a probar suerte, pero da la casualidad que no estudiaste Relaciones Públicas en lo absoluto, es algo que has aprendido y que lo sabes muy bien, a veces se te pasan los detalles más pequeños y básicos, pero antes no, por eso tienes el puesto que tienes, porque antes lo hacías tú sola y no tenías a alguien que lo hiciera por ti…vives en Chelsea, en un apartamento de una sola habitación, y vives en una dieta eterna de Diet Coke, cigarrillos y goma de mascar Extra porque antes no eras tan delgada, y el estrés te da mucha hambre, y eso engaña a tu estómago…¿sigo?- volvió a verla y estaba estupefacta, alcanzó a ver que se negaba con la cabeza.

 

- ¿Cuándo puedes empezar?- murmuró, tratando de ocultar lo quebradizo de su voz.

 

- Al minuto que tengas mi contrato

 

- ¿Quieres discutir la paga?

 

- Aunque me pagues diez dólares, tendré un trabajo, ¿cuándo lo tendrás?- preguntó, alcanzándole otra blusa a la asistente y marcándole la etiqueta, alcanzándosela luego a Jacqueline. Es que no soportaba verla en esa blusa con vuelos exagerados, por eso le estaba regalando cosas.

 

- Mañana a primera hora- dijo, aclarándose la garganta. – Gracias…nos vemos mañana a las ocho en punto.

 

Natasha bajó la cabeza en aprobación y siguió en lo suyo. Volvió a ver hacia la izquierda, pues sentía, desde hacía rato, que la observaban, pero no vio nada ni a nadie. Cuatro bolsas no fueron suficientes para llenar el vacío que había dejado Enzo, fue por eso que se trasladó a Barneys y luego a Saks, sólo para otra ronda y triplicar el número de bolsas.

 

Ya era octubre, el frío apenas empezaba, nada brusco, simplemente daba el aviso del otoño, y Natasha trabajaba como jefe de equipo para el lanzamiento de la nueva línea de Levi’s: “Justin Timberlake for Levi’s”. Desde que había firmado aquel contrato con una “N”, una línea que partía del medio y garabatos que subían y bajaban como si fueran un electrocardiograma, había estado en la planeación de catorce eventos exitosos, era talento innato, sabía exactamente cómo cubrir los detalles, los errores, cómo detener los rumores, sabía todo y llevaba mucho a la compañía, desde sus amistades en los eventos, hasta amistades para ideas conceptuales. Su relación con Jacqueline había mejorado, y no sabía si era porque era muy buena o si era por proteger la fachada que Jacqueline intentaba mantener frente a sus esclavos. El trabajo era pesado, Jacqueline dictaba y ellos labraban, tenía semanas de setenta horas, de trabajar doce horas al día, a veces los sábados, a veces pasar dos días sin dormir. Había dejado de frecuentar a sus papás, y eso que vivían en el mismo edificio, cosa que le molestaba últimamente, pues cuando podía dormir, Margaret bajaba del Penthouse para hablar con ella, y ella sólo quería dormir. Fue por la misma razón que Natasha se volvió cafetera, que digo, adicta al café.

 

- Buenas noches, papá, ¿puedo pasar?- murmuró, habiendo tocado antes la puerta del estudio.

 

- Buenas noches, Cariño, pasa adelante- se puso de pie para recibirla, y le sonreía con el amor más grande del mundo. – Siéntate, por favor- dijo en su dulce voz. - ¿En qué puedo ayudarte?- su sonrisa era imborrable cuando veía a Natasha.

 

- No quiero que te enojes, estoy muy agradecida con el apartamento, de verdad lo estoy…- dijo Natasha, sentándose al otro lado del escritorio, en el sofá turquesa.

 

- ¿Quieres venderlo? ¿Rentarlo? ¿Planeas mudarte?- las preguntas eran en tono dulce, muy suave, con la misma sonrisa. Romeo Roberts era un hombre de mediana edad en aquel entonces, pues, cincuenta y cinco años, alto, muy alto, alrededor del metro noventa, de facciones muy varoniles, de cabello corto que ya pintaba algunas canas interesantes, ojos café y tez blanca, cero barba.

 

- No es que no me guste el apartamento, es muy lindo, de verdad que sí…

 

- ¿Pero?- murmuró, quitándose sus lentes e irguiéndose sobre su silla. – Vamos, Cariño, dímelo sin vergüenza, soy tu papá, puedes confiar en mí- su acento británico, porque había crecido en Liverpool hasta el momento en el que su papá había obtenido una plaza en Wall Street, era amable y cariñoso con Natasha y con Margaret, pero, cuando era de defender a un cliente, era tosco y autoritario, todo lo contrario.

 

- Sí, bueno…es que quería saber si todavía tienes el apartamento del Archstone- murmuró, sonrojándose ante la petición, pues no era un “apartamento” sino el Penthouse.

 

- ¿El de Chelsea o el de Kips Bay?- Romeo era un hombre que no era difícil descifrarlo: Johnnie Walker Blue Label en las rocas, habanos “Reserva” que se manufacturaban en Nicaragua y sólo de vez en cuando, camisas blancas y zapatos Hugo Boss. Y siempre había querido tener un hijo, pero no pudieron tenerlo por cuestiones físicas por mucho que intentaran, y Natasha había sido su abrir de ojos, pues había resultado todo lo que habría esperado de su hijo varón que nunca tuvo, y todavía más, era simplemente una hija excepcional, que nunca decepcionaba y, por lo mismo, le concedía todo lo que le pedía, más que todo porque raras veces acudía a él con alguna petición estrafalaria.

 

- El que quieras darme- sonrió, abrazándose a sí misma y acariciando sus antebrazos.

 

- El de Kips Bay estará libre el próximo mes, puedes mudarte cuando lo desees, Cariño- así de fácil era, Romeo no podía negarle cosa como tal, más porque sabía que el apartamento de Natasha era precisamente codiciado en el mercado de las rentas, le pagarían más por él que por el de Kips Bay, muchísimo más.

 

- ¿Estás seguro?- Romeo asintió, viendo la sonrisa crecer en su única hija, la sonrisa que había aprendido de Margaret. - ¿Estás ocupado?- preguntó, por motivos de curiosidad.

 

- No, Cariño, para ti nunca lo estoy

 

- ¿Quieres ver el juego de los Giants conmigo?

 

- Claro que sí, Cariño, en un momento llego- sonrió de nuevo.

 

Natasha se levantó con una sonrisa de tranquilidad y de buena relación con su papá. Salió del estudio, cerrando calladamente la puerta tras ella y se dirigió a la cocina, en donde Vika y Margaret cocinaban la cena, el menú: patatas al horno con mantequilla, sal y paprika, filete a la plancha y ensalada capresse y, de postre, rollos de canela, un menú que, para que se cocinara en la casa de “Food-Culture”, sonaba demasiado alocado e incoherente, porque lo era. Margaret no juzgaba la composición holística, sino la composición individual de cada platillo. Sacó un vaso bajo y, odiando como desde siempre lo hielos que hacía el congelador, abrió la bolsa de hielo y sacó cuatro cubos, vertiéndolos en el vaso. Inhaló el delicioso olor de la mantequilla derritiéndose sobre las patatas en el horno y salió de la cocina con una sonrisa, directo al bar, a vaciarle la botella de Whisky a su papá, pero no era suficiente, tuvo que abrir otra botella y, desde ahí, le gritó a Margaret, en el buen sentido, que sólo quedaba una botella de Whisky sin abrir, lo que significaba que debían comprar otra docena.

 

- Ay, perdón, no sabía que había alguien aquí- dijo Sophia, tratando de no mostrar su agitación por el susto de ver a alguien más en el taller.

 

- ¿No puedes dormir o te convertiste en una postergadora más?- sonrió la mujer que la había asustado.

 

- No tenía mucho que hacer en casa, vine a avanzar en mi proyecto

 

- Eres de las que viene por las noches porque casi no hay gente, ¿cierto?- rió, trazando una línea blanca a ras de la regla sobre una tela roja y muy gruesa.

 

- Si, es que mucha gente me desespera, no se puede ni caminar aquí, además, a esta hora no tienes que respetar tanto los horarios reservados… bueno, es que no hay

 

- Tienes toda la razón. Soy Alexandra, diseño de interiores- sonrió, alcanzándole la mano para saludarla correctamente.

 

- Sophia, diseño de muebles- le estrechó la mano y Alexandra sintió una corriente que recorrió su mano hasta su cabeza y hasta sus pies. - ¿Te importa si utilizo el soplete?

 

- No, para nada, yo estaré usando la máquina de coser de igual forma, ¿te molesta si pongo música?

 

- Adelante, igual no creo que se escuche tanto- rió, abriendo el casillero para sacar la estructura de metal, era una lámpara o, bueno, debía ser una lámpara. Lo difícil era moldear la estructura, pues la conexión eléctrica era pan comido para Sophia, sabía que no había sido malo que aprendiera un poco con Pan, su ex-novio griego, quien, en aquel momento, no sabía si estudiar Veterinaria o Ingeniería Eléctrica, aunque Sophia, de Pan, tenía desde que terminaron de no saber de él.

 

Alexandra no es alguien tan importante en la historia, pues, no para después pero sí para este momento. Tenía quizás veinte años como máximo, estudiaba el Bachelor que Sophia ya había absuelto y, en ese momento, trabajaba en el tapizado de un sofá que alguien de diseño de muebles había diseñado, Sophia para ser exacta. En el dos mil siete, la homosexualidad era todavía menos aceptada que hoy en día, eran más los que callaban y vivían con ese peso en los hombros por el resto de su vida: casándose, teniendo hijos, no siendo felices, o creyendo que sí, confundiendo la tranquilidad y la compañía con la felicidad. Y lo que vio Alexandra en Sophia fue puramente un chispazo sexual, que su jovialmente voló por los cielos, más cuando Sophia se colocó toda la protección y empezó a trabajar con el soplete sobre la mesa de asbesto, calentando el tubo de hierro hasta moldearlo a su gusto. Le gustaba ver cómo era incógnita tras la máscara protectora y polarizada, pero le gustaba más cuando apagaba el soplete y levantaba la máscara, limpiándose el sudor con el brazo y tomando el tubo con ambas manos para enfriarlo en el estanque de agua fría.

 

Sophia vestía pantalón gris de algodón deportivo y una camiseta desmangada negra, por la que, por las mangas, dejaba ver los elásticos de su típico sostén blanco. Sus antebrazos se definían cada vez que se apoyaba tensamente sobre la mesa o levantaba con esfuerzo el pesado tubo de hierro, se definían más cuando tomaba una de las barras del techo para estirarse, y no era tosco, era hasta femenino. Alexandra terminó de morir cuando Sophia se agachó para amarrarse las agujetas de sus zapatillas, pues, al agacharse, su pantalón se bajó un poco, le quedaba flojo y colgaba apenas de sus caderas, y la dejó ver una tanga roja muy sensual que la descontroló a tal grado que se martilló el dedo en vez de martillar la tachuela que iba a tensar la tela en aquel sofá.

 

- No, amore no, Io non ci sto, o ritorni o resti lì, non vivo più, non sogno più, ho paura aiutami, amore non ti credo più, ogni volta che vai via, mi giuri che è l’ultima preferisco dirti addio- cantó Sophia al ritmo de la canción que sonaba al fondo, la que Alexandra había puesto.

 

- ¿Hablas italiano?- preguntó, revisando que el tapizado del brazo izquierdo del sofá estuviera bien.

 

- Pues, así dice la canción- rió, sacando el tubo del agua.

 

- No, la canción no está en italiano

 

- ¿Ah, no?- rió a carcajadas. –Pues, sí, hablo italiano

 

- Por eso el acento- murmuró, viendo cómo carajos tapizar el interior del brazo.

 

- ¿Se me nota mucho?- pujó, levantando el tubo para ponerlo entre los soportes y, así, lijarlo.

 

- No, apenas…- balbuceó, frustrándose por no saber cómo tapizar el sofá. - ¿Y cómo se supone que deba tapizar aquí si no se puede?- susurró para sí misma, pegándole al brazo del sofá.

 

- ¿Te puedo ayudar en algo? – Sophia caminó hacia el sofá, dándose cuenta que era su sofá. - ¿No puedes tapizar el interior?- rió, agachándose y volcando el sofá sobre el respaldo.

 

- No, no puedo, no sé qué hacer- hundió su cara en sus manos pero, con el ruido del vuelco del sofá, levantó la mirada.

 

- Cada mueble tiene su “truco”, por así decirlo– dijo, dándole un golpe con el puño ladeado al asiento. – En especial los sofás y los sillones, pues, todo lo que puedes tapizar y que te sientas sobre él- dio tres golpes más y el asiento se desprendió de la base.

 

- ¿Cómo sabes eso? ¿Cómo sabes qué método usar?- preguntó Alexandra un tanto anonadada, después de todo la rubia no era sólo cuerpo sensual y sexual, sino también era quizás inteligente.

 

- Éste bebé- dijo, volviendo a colocar el sofá sobre sus patas. – Lo diseñé y lo construí yo- se puso de pie y caminó nuevamente a su mesa para lijar el tubo. – Yo también tuve problemas para descifrar cómo tapizar ciertas cosas, simplemente tienes que pensar con funcionalidad y, si así no resulta, el diseñador tiene el cincuenta por ciento de la culpa, pues el resto de la culpa es tuya por no descifrarlo o no solucionarlo, no puedes llegar donde el cliente a decirle “no supe cómo tapizarlo”- rió, limpiando el sudor de su frente con el dorso de su guante izquierdo.- Bueno, a tu profesor, porque cuando trabajes, seguramente no lo harás tú, sino que subcontratarás a alguien

 

Alexandra se rió ante el comentario, pues tenía razón. Definitivamente bruta no era la rubia. Además, hablaba italiano, cosa que le llamaba mucho la atención, si no es por decir que le excitaba, pues se imaginaba entre sus piernas y ella gimiendo en italiano, vaya mente. En cuanto el juego de los Giants terminó, que ganaron por once puntos a los Jets, Natasha dio las gracias a sus papás por la hospitalidad, a su papá por consentirla tanto y a su mamá por la exquisita comida, y bajó a dormir a su apartamento, pues le esperaba una semana demasiado fea y, justo cuando Natasha se metía al ascensor directo del Penthouse, Sophia salía por la puerta del taller, que ya le dolían los brazos de estar lijando y levantando el tubo, y Phillip se levantaba a botar los recipientes desechables en los que su orden de Hooters había llegado, pues él también era fanático de los Giants y, ante la decepción de la pérdida de su apuesta, pues  había apostado a que los Jets perdían por tres puntos y no por once, se tiró en la cama sólo para hacer lo de todas las noches desde el diez de julio: acordarse de la chica que había visto en Bergdorf’s, que, por no saber su nombre, le había llamado “Robin”, por “Robin Charles Scherbatsky Jr.”, simple y sencillamente porque físicamente eran muy parecidas, y le parecía que podían tener hasta la misma personalidad, aunque con un toque “literalmente” de Cobie, quizás y podía ser canadiense, quizás y le podía gustar el Scotch como a él, quizás. 

 

Sophia entró al apartamento, no sin antes recibir un mensaje de texto de Alexandra, su nuevo contacto, que había olvidado las lijas en la mesa; a Sophia no le pareció importante, pues las lijas eran baratas y no era que las necesitara urgentemente, pues ya se habían gastado pero, para Alexandra, era en verdad una excusa para escribirle, para mantener el contacto. Se detuvo en la cocina rápidamente para prepararse un sándwich de jamón y queso y la poca lechuga que pudo encontrar y se lo devoró en el camino hacia su habitación, en donde cayó de golpe en su cama y encendió el televisor, quitándole todo el volumen, pues Mia ya dormía. No encontró algo interesante para ver, pero, al llegar al último canal, se quedó interesada en las imágenes adúlteras que se presentaban en él, más porque eran dos mujeres dándose el mayor de los placeres sexuales, o al menos así parecía, después de todo, la pornografía no es más que eso: una actuación más.

 

Se detuvo un momento por curiosidad, pues nunca antes, realmente nunca antes, había visto pornografía, mucho menos de mujeres. Sophia ya sabía que las mujeres tendían a gustarle muchísimo más que los hombres, en el aspecto físico, mental y hasta sexual a pesar de nunca haber estado con una en ese sentido. Y sucedió lo que nunca creyó posible: se excitó, no de nervios estáticos, sino de sexualidad, algo que le costaba lograr en sí misma y, las pocas veces que lo había logrado, que habían sido quizás seis o siete en toda su vida, sólo dos habían tenido resultados de tipo “orgasmo”, o al menos eso creía Sophia; ¿había tenido un orgasmo alguna vez? Llevó su mano hacia el interior de su pantalón y de sus panties y corroboró lo que su respiración cortada le había advertido: estaba excitada, muy excitada. Se recostó contra la pared, quedando con su espalda tanto en la cama como contra la pared, se quitó su pantalón junto con sus panties, recogió sus piernas y llevó su mano a su entrepierna que, en aquel entonces, estaba toda ya depilada con láser, se mantenía muy limpia, muy coqueta, recortada. No gustaba mucho de su complexión reproductora, pues, no se veía como en la escena que estaba viendo, era delgada en todo sentido, pues, los labios mayores un tanto carnosos, lo usual, pero su clítoris y sus labios menores se salían muy disimuladamente por entre sus labios mayores.

 

Pues el hombre que estaba, por destino, encargado de hacer que cosas importantes sucedieran, y no sólo en el sentido arquitectónico, se alegraba al escuchar que, por los altavoces del JFK, anunciaban el próximo aterrizaje, el del vuelo “LH6590”, procedente de Roma. Pues, en el avión, venía una hermosa mujer de veintidós años, casi veintitrés, que venía con cara de iguales amigos, expresión indiferente, muy cansada por el viaje pues, de las siete horas de vuelo, sólo pudo dormir veinte minutos, y no le parecía precisamente raro, simplemente era que tenía problemas para conciliar el sueño, pues sueño siempre tenía, por lo mismo, como un círculo vicioso. Se reacomodó en el asiento, sacudiendo su jeans Armani, verificando que sus Stilettos Ferragamo de gamuza negra estuvieran igual de impecables que su chaqueta de cuero. Sacudió su cabellera para perder la estática, se cruzó de brazos y cruzó la pierna, esperando a que al piloto se le ocurriera aterrizar de una buena vez. Sólo esperaba que el Arquitecto Alessio Perlotta no se equivocara en cuanto al tal Arquitecto Volterra.

 

A Sophia por primera vez no le importó la complexión física de su entrepierna y se dejó llevar por el momento, por aquella voz sobrenatural que le decía que lo hiciera, y lo hizo. Introdujo su dedo entre sus labios menores, acariciando a su paso su clítoris, provocándose una respiración que nunca antes había sentido. Repitió el movimiento y le gustó aquella rara pero sabrosa sensación. Dejó de prestarle atención a la escena de las dos mujeres y cerró los ojos mientras repetía aquel primer movimiento, que era un tanto golpeado, pero le gustaba, y la hacía respirar cortadamente contra su voluntad, como cuando golpeaba el Birdie cuando jugaba Bádminton, ese era el secreto de sus brazos, eso y que solía hacer una parada de manos para relajarse, para que la sangre bajara a su cabeza y se le oxigenara. Empezó a respirar todavía más rápido, sus movimientos eran igual de rápidos pero inconscientes. Sintió un inmenso calor invadirle el cuerpo, pero no podía detenerse para darse aire, simplemente algo la había poseído. El calor incrementaba con cada roce que hacía sobre su clítoris; que su dedo bajaba verticalmente por su entrepierna, en dirección hacia la cama, rozando su clítoris y la entrada de su vagina con la punta de su dedo.

 

El tren de aterrizaje al fin se escuchaba salir, y las luces de la ciudad ya eran más cercanas que la cercanía. Ella simplemente echó la cabeza hacia atrás sin deshacer su confiada postura y cerró los ojos, apreciando cada sonido del avión al aterrizar, pues le gustaba lo que la gente aborrecía: el despegue y el aterrizaje. Escuchó como si el avión acelerara y fue cuando escuchó el roce violento de las llantas sobre el asfalto junto con la agitación de la cabina y, justo en ese momento, Sophia Papazoglakis jadeaba el primer orgasmo verdadero de toda su vida, sacudiendo sus caderas al compás del movimiento de la cabina de aquel avión de Lufthansa, balanceándose hacia adelante con su torso al mismo tiempo que el avión seguía avanzando con enorme velocidad sobre la pista de aterrizaje, volviendo a recostarse sobre la pared en el momento en el que la velocidad del avión disminuía.

 

- Todavía no entiendo por qué estamos aquí, un sábado por la noche, Arquitecto- murmuró Belinda Hayek, la Arquitecta más veterana en el estudio de Ingenieros y Arquitectos “Volterra-Pensabene”, calificado en el número dos del área de Virginia-Pennsylvania-Nueva York-Maine.

 

- Me pareció correcto que conociera a quien le dará dónde vivir, Arquitecta- repuso, moviendo la manga de su chaqueta para ver la hora: diez y cincuenta en punto.

 

- ¿No le parece extraño que con veintidós años tenga un Máster?- su incredulidad había nacido desde que Alec Volterra, el jefe y dueño totalitario del estudio, había anunciado que tendría una nueva Asistente que sería desvalorizada por la plaza que le ofrecería, así que esperaba que la trataran como lo que era: una Arquitecta y una Diseñadora y Ambientadora.

 

- Tengo buenas referencias, Arquitecta, quizás sólo terminó muy rápido el colegio y sacó un par de materias en los veranos

 

- Tiene razón, Arquitecto…- murmuró, arrepintiéndose de haberse ofrecido a darle morada a la tal Arquitecta Alfa-y-Omega. - ¿Es Pavlovic o Pavlovich?- preguntó, pues la pregunta era válida. El Arquitecto se encogió de hombros, pues Alessio Perlotta siempre se había referido a ella por su nombre.

 

Sophia se recompuso, quedándose un momento estática y pensando, procesando, lo que acababa de suceder. Volvió a ver al televisor y ahora era una escena totalmente distinta y de mal gusto, no, bueno, era de dos mujeres, pero ya le parecía tedioso, sin llamarle la atención y cambió el canal para luego apagar el televisor y arrojar, a ciegas, el control remoto a través de la habitación, escuchándolo caer en el cesto de ropa sucia. Se quedó un momento así, procesando todavía, pues debía definir si eso había sido un orgasmo y, al no saber, abrió su MacBook Pro, hizo click sobre Firefox, pues se rehusaba a usar Internet Explorer, y escribió, avergonzada, “¿Cómo sé si he tenido un orgasmo?” y eligió el primer enlace que Google le ofreció.

 

Aquella mujer salió antes que cualquier mortal del avión, pues por eso le gustaba viajar en Primera Clase, para no pasar las desesperaciones populares. De su hombro colgaba un enorme y hermoso bolso Chanel negro que no delataba su pedigree, de su mano izquierda llevaba un delicado Duffel Louis Vuitton negro y, con la mano derecha, tiraba de un carry-on de cuero negro de la misma marca. Caminó en sus hermosos Ferragamo por los suelos del JFK, se presentó al agente de migración, que era muy amable, pues claro, era tan hermosa que hasta intento ligar con ella, haciéndole cero preguntas sobre el motivo de su viaje o dónde se quedaría por el tiempo de la visita, simplemente se dedicó a preguntarle si era estrella de cine, si el vuelo había estado bien, hasta le pidió el código de su equipaje pesado para que un agente de la policía se lo tuviera listo y no tuviera que buscarlo ella. No era que le gustaba coquetear con un agente de migración, que nunca eran pesados con ella como la leyenda urbana decía, pero agradecía inmensamente sus atenciones. Recogió su equipaje de un agente de la policía, tal y como lo había prometido el agente de migración, y, dándole las gracias, salió de aquel aeropuerto para encontrarse con el que sería su jefe por cinco meses.

 

- ¿Architetto Volterra?- preguntó en su voz suave y dulce, con una sonrisa. Él asintió y se deslumbró ante la belleza jovial de su ahora, en efecto inmediato, Asistente. – Emma Pavlovic- y se estrecharon la mano con una sonrisa de tener buena química. – Piacere- fue sincera, realmente le dio placer social conocer a un hombre que sabía que era comprensivo y entendible, que era amable y muy inteligente, como el Arquitecto Perlotta, a quien le había no sólo remodelado su casa en Roma, sino también la había rediseñado ambientalmente en el mes de junio, justo cuando regresó de Milán al haberse graduado de Diseñadora de Interiores. Quién diría que, por buscar un trabajo para el verano, o sea ser niñera, terminaría en Nueva York para conocer, de primera mano, cómo funcionaba el exuberantemente caro mundo de la Arquitectura y la Ingeniería en una ciudad que no conocía muchos límites.

 

Lunes a las siete y media de la mañana, el estudio “Volterra-Pensabene” empieza temprano y termina temprano, usualmente entre siete y ocho para terminar a las cuatro o cinco, con una hora para almorzar, pues, los tiempos son flexibles, no siempre se respeta el horario del trabajador, pero todo se compensa en el estudio. Situado en el “I Rockefeller Plaza”, compartían piso con la parte de “Marketing” de DirecTV, que comprendía casi tres cuartas partes del piso entero, constaba de la recepcionista principal, tres secretarias/asistentes: una para el equipo de ingenieros, otra para el equipo de arquitectas y una para Volterra, el jefe, y ahora Emma Pavlovic, tres ingenieros: Robert Pennington, David Segrate, Mario Bellano, dos Arquitectas: Belinda Hayek y Nicole Ross, y el Jefe: Alec Volterra, en total: un estudio de diez integrantes, ahora once.

 

- David Segrate- se presentó el jefe de los Ingenieros, arrodillándose sobre una rodilla, siendo el típico bufón. – Jefe de Ingenieros y tu futuro esposo- sonrió, besando la mano derecha de Emma, que ella reaccionó con un retiro brusco de ella y una mirada de desesperación. – Soy el que trae la diversión a ese cementerio…y si necesitas divertirte, de forma personal, ya sabes dónde encontrarme

 

Desde entonces, Emma Pavlovic supo que David Segrate nunca sería su esposo ni nada que la involucrara con él de manera sentimental, pues no le parecía su tipo. ¿Tenía tipo? Prefirió dejarlo en que no estaba lista para volver a intentar una relación amorosa. Hacía tres años que le habían roto el corazón en mil pedazos, no sólo se había entregado ciegamente en el sentido emocional, que era algo que ella valoraba mucho, pero también en el sentido sexual, su virginidad para ser exacta. Marco, así se llamaba el desgraciado, que era el mejor amigo del hermano de Emma, que también se llamaba Marco, ambos unos indeseables. Marco, el hermano, cometió fraude a principios del verano del presente año, Franco, su papá, no tenía el dinero suficiente para sacarlo bajo libertad condicional, por lo que acudió a Sara, su ex esposa, quien le negó el acceso a la herencia de su abuela para Marco, porque no había una como tal, la herencia se la había dejado prácticamente toda a Emma, fue por eso que Marco detestó, desde ese momento, a su propia madre y a su hermana. Fue, por lo mismo, que Emma salió huyendo de Roma, porque quería y porque podía evitárselo todo.

 

¿Qué hizo el otro Marco? Pues, dos años de relación, un tipo ya con un trabajo estable, guapo, de esos que hablaban en mandarín cuando Emma lo escuchaba hablar de negocios, un mono vestido de Armani de pies a cabeza, era el novio de una Emma que era recién estudiante universitaria, desde sus diecisiete hasta sus diecinueve: flores, desayunos, almuerzos, cenas, viajes del fin de semana, siestas juntos, noches juntos, muchas cosas nuevas para Emma, que en su inmensa ingenuidad e inocencia, no le parecían malas, porque no lo eran, ni cuando dejó, en una exquisita y atómica borrachera, que Marco, su novio, le sacara una que otra fotografía comprometedora junto a él, con él, y él en ella. Y no sólo se veía en juego su dignidad, sino su integridad física y moral pero esas fotografías habían quedado en el olvido hasta ese año, que Marco, el ex-novio, sabía que Emma haría lo que fuera por desaparecer esas fotografías: la amenazó con enviarle las fotografías a Franco, o publicarlas para que el trabajo de Franco, y el futuro de ella, se viera un tanto afectado, pero no lo haría por una generosa cantidad de dinero pues, al estar asociado con Marco, su hermano, debía reponer el dinero del fraude antes de que se dieran cuenta de la segunda parte de la burrada. Y, si no fuera por Emma, que acudió, como siempre, a su mamá y le explicó, omitiendo ciertos detalles, el por qué de su reclamo de la herencia, pues era algo que no le interesaba tener, no era que menospreciara el dinero bien habido de sus abuelos maternos, la consultora fraudulenta de los Marcos, en plural, pues eran socios, no se hubiera librado del juicio. A cambio, Emma obtuvo las fotografías originales y sus respectivas copias, incinerándolas en la chimenea de su casa en Roma, y libró a su hermano y a su ex de cinco años de prisión.

 

*

 

- Mi amor- saludó Natasha, con una sonrisa al teléfono mientras sacaba una bolsa de frutas congeladas, un tazón y limoncello.

 

- Buenos días, mi amor- dijo Phillip, dejando de correr en la máquina y poniéndole pausa al cronómetro. - ¿Qué tal amaneciste?- Natasha rió nasalmente. – Oye, está bien…es justo que te sientas así- su tono era como el de Romeo, el de un caballero muy comprensivo y muy empático. – Estás reviviendo lo de hace un año y sientes que estás perdiendo a tu mejor amiga, es entendible, mi amor…pero, tranquila, sólo es una sensación, verás que nada cambia

 

- Odio cuando juegas al psicólogo conmigo- rió, abriendo la bolsa y pescando, en sentido literalmente figurado, las frutas rojas: fresas, cerezas, arándanos, frambuesas y bayas rojas.

 

- Sólo quiero que sepas que no está bien ser egoísta

 

- Sí, sí…bueno, te llamo, no para hablar de mis problemas emocionales y sentimientos encontrados, sino para pedirte que le des a Hugh mi frasco de Zoloft

 

- No creo que los necesites- dijo, preocupado, acordándose de hacía un par de meses, justo después del cumpleaños de Natasha, que su adorada esposa había tenido un colapso nervioso a causa de un problema que iba más allá de su propia estabilidad emocional.

 

- No son para mí

 

- Ah, ¿se siente mal? ¿Debería decir algo?

 

- ¡No!- siseó, viendo hacia los lados para ver si la tenía cerca. – Sólo dale el frasco a Hugh, supongo que estará subiendo en unos minutos. Que no se dé cuenta por favor, lo tengo bajo control

 

- ¿Estás segura? ¿Por qué no llamas a Berkowitz para que la revise? O puedo llamar a Patrick si quieres…sólo por si acaso- susurró, tratando de no alarmarse, pues las paredes de ese apartamento eran particularmente extrañas: escuchaban. 

 

- No, está bien, mi amor…le daré la mitad de la mitad, sólo para que se relaje…sólo, por favor, que no se dé cuenta, no vale la pena tener a dos estresadas, bueno, a tres

 

- Dejaría de ser usted si no se estresara, querida Señora Noltenius- rió, caminando hacia su habitación para abrir uno de los built-in-closets que Emma misma había construido para que tuvieran una caja fuerte un tanto disimulada, pues ahí se encontraba el famoso frasco.

 

- No me aguanto por verte…te pones muy guapo, por favor

 

- Yo nací guapo- bromeó, digitando la clave de la caja fuerte, clave que Natasha desconocía por ingenuidad, pues era muy fácil,  “6282742”, o sea, “Natasha”. - ¿Debo entregarle a Hugh tus cosas también para que te vistas ahí o vendrás a vestirte aquí?

 

- No me perdería por nada que mi esposo suba mi cremallera

 

- Ni yo de que mi esposa me haga el nudo correcto para el cuello correcto - rió, abriendo la caja fuerte y sacando el frasco. – Te espero a eso de las cinco y media, así estamos temprano

 

- Perfecto, ten cuidado, por favor- dijo, vertiendo yogurt simple en el tazón con las frutas y vertiéndole ligeramente un poco de miel de abejas.

 

- I always am, Nate- y colgó, llevando el frasco en su mano, en una misión especial, se sintió como Tom Cruise en “Misión Imposible”, pues no podía dejar que ni Agnieszka lo viera, mucho menos la novia, y abrió la puerta principal, justo cuando Hugh tocaría el timbre y le entregó el frasco. – Llévalo a salvo- rió. – Gracias

 

*

 

Natasha ya se había mudado de edificio, ahora vivía en el Archstone de Kips Bay, de cuatro habitaciones, tres punto cinco baños, un walk-in-closet que valía la pena, cocina de buen tamaño, espacio para mesa y sillas de comedor del tamaño de su habitación en su vivienda anterior, enorme sala de estar y una enorme terraza con vista al East River pero, al vivir sola y en ese mundo en el que enfiestarse era parte de su trabajo, suena a trabajo perfecto para muchos, no había descubierto que tenía más habitaciones más allá de la suya, que tenía más baños, un espacio de comedor, con suerte y había encontrado la sala de estar. Vivía encerrada en su mundo, y, como no hacía la limpieza, sino que llegaba la hermana de Vika, la ama de llaves de sus papás, Agnieszka, a hacerlo por ella pero, por lo mismo, nunca se dio cuenta en la clase de soledad en la que vivía, ni un adorno en las paredes, ni un mueble que no fuera lo esencial en su habitación, pues hasta solía comer en su habitación, si es que el sueño le daba tiempo para comer, nunca se dio cuenta de lo lúgubre de su apartamento, es que no tenía tiempo, y si tan sólo Margaret hubiera llegado un día cualquiera, pero Natasha prefería ir a donde sus papás, más que todo por la comida.

 

Se había apartado un poco de sus amigos de verdad, de Vanessa y de Julia, que, de pronto, Vanessa había transferido sus estudios a Seattle y Julia tenía novio, por fin tenía novio, se llamaba James, James Doherty, ah sí, Natasha había ido al colegio con él, toda la vida, pues, James no había ido a St. Bernadette’s Academy, pero sí al ala masculina que quedaba conjuntamente, St. George’s School, pero nunca se habían hablado; primero porque James era el capitán del equipo de Lacrosse y segundo porque Natasha era la capitana del equipo de Lacrosse, y los capitanes no tenían fama de llevarse bien entre sí, pues se peleaban el derecho del engramado los Martes de tres y media a cinco y media. Se había vuelto más amiga de sus compañeros de trabajo, pues entre fiesta y fiesta, ¿quién no se vuelve amigo? Y ahora sus amigos eran típicos norteamericanos: Mandy, Jason, Brittany y Preston, con quienes trabajaba literalmente 24/7. “Sparks PR” se había vuelto una de las compañías de Relaciones Públicas más solicitadas por las buenas críticas de manejo que tenían con todos los aspectos de cada evento, desde el equipo, que cuidaba su imagen personal, el de la compañía y el del cliente, a veces, desde que Natasha trabajaba ahí y jugaba con sus contactos, lograban salir en primera plana de PageSix, logrando buena y mala fama, pero fama era fama, y la mala fama se debía a algún error técnico por alguno de los invitados. Además, acababan de abrir “Sparks PR: Los Angeles”, pero el comienzo estaba siendo demasiado rocoso, por lo que Natasha sabía que transferirían a alguien de Nueva York para los Ángeles, y lo más probable era que fuera Jacqueline, pues sería con una paga menor por ser comienzo, pero de regreso en casa y Natasha esperaba que la nombraran Junior, como mínimo, a pesar de tener sólo tres meses de estar trabajando allí. Tenía aspiraciones. Pero el que muy rápido sube, rápido lo bajan.

 

Pues aquella mañana del lunes, Phillip tenía el primer disgusto con los demás socios, pues lo habían excluido de una de las decisiones más importantes del año fiscal, bueno, es que, según ellos, Phillip era muy joven para saber tanto de la crisis que se avecinaba, aunque Phillip estaba muchísimo más consciente de la magnitud de la crisis que atacaría al año siguiente y, por no escucharlo en el momento que debían, tendrían problemas muy serios a partir del primer día del año entrante. Salió del edificio a eso de las once de la mañana y encendió un cigarrillo, caminó hasta el monumento a los veteranos de Vietnam, siempre lo relajaba, quizás porque el hecho de que el nombre de su papá no estaba ahí, lo tranquilizaba. Y se acordó de su otro mejor amigo, al que le dio vivienda los últimos tres años de colegio porque no le gustaba vivir tan solo, y él no quería estar internado, Christopher, quien, al salir del colegio, había entrado a Harvard para estudiar Leyes, que sólo hizo un año y se retiró para unirse al Ejército, era como su pasión escondida, Phillip se hizo pasar por su primo, pues compartían un lejano apellido: “Parker”, y se había hecho responsable por firmar los papeles de consentimiento familiar, al él ser mayor de veintiuno cuando Christopher todavía no lo era, pues a pesar de ir al mismo curso, Phillip le llevaba dos años de diferencia. Ir a esa Plaza era arma de doble filo, alivio de que el nombre de su papá no estuviera en el monumento, pero se acordaba de Christopher que acababa de irse a Afganistán y una extraña aflicción le invadía el sistema, pues, ¿en qué momento se hizo cargo él de algo así? Si le llegaba a pasar algo, parte de la culpa la tendría él.

 

Pero ese día fue especial, fue como ver la luz al final del túnel, pues vio a Jacqueline Hall, que no sabía su nombre en ese momento, en la misma plaza, un tanto descompuesta al estar agachada y acariciando un nombre. Pues, su interés no era ella en sí, sino que ella era a la que había visto con “Robin”, tal vez ella le podía decir al menos el nombre verdadero, o dónde trabajaba, quién era, preguntas básicas que podían resolverse con respuestas sencillas. Phillip apagó el cigarrillo con la suela de su Narvell Monk café, tocó los bolsillos internos de su chaqueta por la parte externa y se acordó que estaba en el bolsillo trasero de su pantalón. Sacó el pañuelo blanco, que tenía bordadas sus iniciales en azul marino, y caminó cautelosamente hasta Jacqueline, se agachó junto a ella y le ofreció el pañuelo con una sonrisa comprensiva.

 

- ¿Está bien? ¿Puedo ayudarle?- preguntó, de manera interesada en realidad, pero odiaba ver a una mujer llorando, sobre cualquier cosa.

 

- Gracias- susurró cortadamente, tomando el pañuelo de los perfectos dedos de aquel hombre de voz grave. – Estoy bien

 

- Déjeme al menos invitarla a un poco de agua- murmuró, tomándola suavemente por el antebrazo y ayudándola a levantarse, relajándole sus piernas acalambradas por los tacones, que no llegaban a ser Stilettos.

 

Ella asintió y caminó a su lado hasta el típico carro de perros calientes neoyorquinos, en donde una simple botella de agua costaba más que una cerveza en el Irish Pub de la treinta y seis. La invitó a una botella de agua fría, para que se tranquilizara y, cuando ella quiso devolverle el pañuelo, él le dijo que se lo quedara, pues, ¿qué haría con un pañuelo blanco ya manchado de arcoíris por el maquillaje de aquella mujer? Jugó la carta del caballero educado y desinteresado y preocupado, alcanzándole una tarjeta de negocios que no decía nada más que “Phillip Charles Noltenius II – Finance Consultant Junior Partner at Watch Group: Economic Development and Security and Competitive Economic Strategy – noltenius.phillip@watchgroup.com” y eso era una simple ecuación: dinero+intelecto+buen parecido y atento=homosexual, o eso era para Jacqueline. Ella, en gesto recíproco, le entregó su tarjeta, que no era tan pomposa como la de él: “Jacqueline Hall – Senior Strategical Planner at Sparks PR: jacqueline.hall@sparkspr.com”. Y eso ya era un comienzo para Phillip, pues tenía conexión, desconocida, con su “Robin”, pero se acordó de que se había prometido no buscarla, sino dejar que las cosas sucedieran sólo porque sí, pero tal vez una curiosidad de buena fe no le venía mal.

 

- Aquí están todos los proyectos que tengo ahora- dijo el Arquitecto Volterra, poniéndole a Emma siete carpetas sobre el escritorio. – Familiarízate con ellos, ahora en la tarde me acompañarás a supervisar el mantenimiento de la fachada de Prada en Soho…porque sí sabes qué es “Prada”, ¿verdad?- sonrió entre su espesa barba.

 

Emma asintió, tomando las carpetas y se dirigió a un escritorio que le habían improvisado a un lado del espacio de trabajo de “La Trifecta”, o sea el equipo de Ingenieros, que eran tan perdedores que ellos mismos se habían llamado así, y la explicación era que eran un trío de Ingenieros, “Tri-“, cuya combinación era perfecta, “-fecta”, o sea: “Trifecta”. Abrió todas las carpetas y buscó la de Prada, pues era el más importante en ese momento; no llegaría al proyecto sin conocerlo. Emma no sabía mucho de la Arquitectura en práctica, bueno, tenía dos grandes experiencias, las mismas que con el Diseño de Interiores, pues había diseñado y construido su casa en Roma, en el área de Castel Gandolfo, así como la remodelación para el Arquitecto Perlotta, pero era astuta, muy astuta, y comía información más rápido de lo que se comía la comida comestible, tenía buena memoria, pero selectiva, y tenía un impresionante buen sentido común. Tal habrá sido aquella enorme capacidad que, para el momento en el que fueron a Soho, Emma ya sabía qué hacían, cómo, por qué, etc. y para cuándo tenían que entregarlo, pero sabía que había algo malo con el “cómo”, pues estaban usando un material que, con el frío y la lluvia, era demasiado propenso al deterioro, y se lo hizo saber al Arquitecto Volterra de buena y respetuosa manera, en forma de un humilde aporte, que él casi le aplaude al iluminarlo, pues tenían dos meses trabajando en ello y, cuando llovía, era como empezar de nuevo.

 

Alexandra Smith: Hola, Sophia… ¿qué harás el viernes por la noche?

Sophia Papazoglakis: Nada, ¿por qué?

Alexandra Smith: ¿Cena y unas copas?

Sophia Papazoglakis: Lugar y hora

Alexandra Smith: Tony’s, a las siete

Sophia Papazoglakis: Ok, te veo entonces

 

- ¿En qué te puedo ayudar?- acudió Natasha al llamado de Jacqueline, eran las cinco y dieciocho.

 

- Siéntate, por favor…pues, te he mandado a llamar para hablar, tú sabes…- Natasha sacudió su cabeza, quitándose al mismo tiempo sus gafas Tag Heuer. – Como ya sabrás, Sparks PR en Los Ángeles está literalmente en la quiebra…por la inexperiencia del conceptualismo…y, pues, los accionistas están perdiendo mucho dinero, tú sabes…

 

- No entiendo, ¿qué quieres que haga al respecto?

 

- Quieren transferir a alguien de la oficina de aquí, y soy la primera en la lista

 

- Felicidades, Jacqueline- sonrió, dando unos silenciosos aplausos mentales, pues, casualmente, uno de los accionistas, Peter Colt, había coincidido con ella en la cena que el New York Times le había dado a los ganadores de Pulitzers, Margaret con su quinto, y Natasha se había dislocado la lengua hablándole maravillas de Jacqueline, y su trabajo dio frutos. Se aplaudió de nuevo.

 

- Gracias…pero te he llamado para informarte que harán un pequeño recorte de personal- dijo, haciendo que Natasha se asustara y tragara con la mayor de las dificultades. – El evento de Levi’s del viernes…es tu trabajo decisivo, y el de tu equipo, si sale bien, mejor dicho “excelente”, te quedas, si hay un tan sólo error, te vas, como todo tu equipo…

 

- Espera, ¿me estás amenazando?- murmuró, clavándole la mirada en la suya. Jacqueline asintió.

 

- Los accionistas necesitan gente capaz, que sea segura…pues, ahora es sí o no, te quedas o te vas y, si te quedas, te promueven

 

- ¿Me promueven a qué?- sólo quería escuchar lo de “Junior Planner”, porque eso significaba que sus semanas serían de no más de sesenta horas, pues el contrato lo estipulaba, no como el contrato actual, que era “de horario flexible”.

 

- Todos aquí están diseñados para seguir órdenes, no pueden pensar por sí mismos a la hora de la iniciativa, tú sí, por eso te he propuesto para mi plaza, gánatela- dijo, sonriéndole. – Ni una palabra a tu equipo, que lo menos que quieres es crear un estrés colectivo, ¿verdad?- Natasha sacudió la cabeza. – Pues, los accionistas están preocupados por ti, porque eres nueva en esto, no sólo en la compañía, por eso tienes que ganártelo…hazlo grande, haz-lo

 

- Gracias, Jacqueline, de verdad, muchísimas gracias- dijo, poniéndose de pie.

 

- No me des las gracias…todavía…ahora, retírate, ve a trabajar, que no sospechen

 

¿Quién habría pensado que así de rápido sería? Pues, el secreto de “hacerlo grande” era tan sencillo como hacer un par de llamadas para darle al evento una pincelada histórica: ¿qué pensaría el público si el diseñador y su amigo cantaran juntos mientras las y los modelos caminaban por la pasarela y ellos también usaran los jeans? Pues, eso. Levantó el teléfono y llamó a los representantes de ambos, con la excusa de que sería diez veces mejor que Justin Timberlake y Timbaland se lucieran como la imagen real de los jeans mientras cantaban “Sexy Back” mientras desfilaban por la pasarela: y les pareció genial. Natasha simplemente se tuvo que preocupar de organizar e idearse la logística de la entrada de ambos a la pasarela, cómo y por dónde entrarían, cómo hacer que la gente notara que eran sus mismos jeans, y eso era pan comido y digerido. El problema de la historia es que no todo sale como se quiere, pues Jacqueline había quedado encantada con Phillip y, a pesar de creerlo homosexual, se arriesgó.

 

- ¿Si?- respondió aquel teléfono, que su secretaria le había pasado la llamada sin mucha explicación.

 

- Mr. Noltenius, le habla Jacqueline Hall, de Sparks…nos encontramos ahora en la Plaza, ¿se acuerda de mí?

 

- Ah, claro, Jacqueline. Espero que no sea por mi pañuelo el motivo de su llamada- bromeó, girando en su silla para encarar la vista ya naranja y púrpura por la puesta de sol.

 

- En efecto, no puedo quedarme con un pañuelo Armani, Mr. Noltenius…por lo que me gustaría regresárselo, lavado y planchado, ¿gusta el almidonado?- Jacqueline y su forma de coquetear, pero era una asaltante de menores, pues ella tenía treinta y dos y estaba yendo tras un niño de veinticinco como máximo, que veinticinco tenía.

 

- Lavado y planchado nada más. Dígame, ¿dónde puedo recogerlo?

 

- Tengo la semana un poco ajetreada…tengo un evento el viernes por la noche y me gustaría que nos acompañara para devolverle su pañuelo

 

- Dígame el lugar y la hora y ahí estaré, Dios no quiera que mi pañuelo sufra sin su dueño- rió, enamorando a Jacqueline, pues el ego inflado no era tan común en los homosexuales, según su experiencia.

 

- Le haré llegar la invitación mañana por la mañana, la necesitará para entrar…y no se preocupe por su pañuelo, lo verá con vida de nuevo. Un placer, Mr. Noltenius- y colgó, sonriendo inmediatamente y llevándose el pañuelo a la nariz, oliendo una mezcla de su maquillaje y un adorable perfume planchado. – Hannah- dijo por el intercomunicador y esperó a que aquella flacucha jovencita emergiera en su oficina. – Lavado y planchado- ordenó, arrojándole el pañuelo al borde del escritorio. – Guárdalo con tu vida y me lo das el viernes antes de ir al evento- Hannah agachó la cabeza.

 

Viernes. Aquella relación entre Alexandra y Sophia crecía con paciencia, pues, sólo eran amigas, Sophia en realidad no se fijaba en Alexandra como mujer, aún estando más que segura que eran las mujeres las que le atraían, más en el sentido sexual, pero a Alexandra no sabía por qué no la podía ver así, quizás por ser menor que ella, pues apenas tenía diecinueve, hacía segundo año de Diseño de Interiores. Sophia, por estar muy joven, decidió tomarse su tiempo para terminar su Master, haciendo de un año, dos, así lograr mejores calificaciones y tardarse más, pues no sólo era por la edad y lo difícil que era conseguir un trabajo a tan corta edad, pues en eso no había pensado cuando había sacado créditos extra, llevando ocho materias al semestre durante su Bachelor, aunque tal vez era más pesado el hecho de no querer regresar a casa, al menos no todavía. No sabía por qué el sólo hecho de vivir en Atenas, de nuevo con sus papás, le daba no miedo, sino una asquerosa frustración.

 

Alexandra, por el otro lado, si veía a Sophia como una mujer, obviando el tema emocional, pues no quería nada serio, sólo quería probar a Sophia que, por ser precisamente mayor que ella, la veía mil veces más atractiva, más porque había comprobado que no era estúpida, en lo absoluto, que eso de que las rubias son tontas no era más que una leyenda urbana, pues Sophia era la esencia de la inteligencia. Lo único que no le agradaba mucho de Sophia era que fumaba mucho, la cajetilla de Marlboro Ice Fresh de veinte cigarrillos le duraba diez días, pues fumaba dos diarios, la de Marlboro Gold de veinte cigarrillos le duraba siete, fumándola paralelamente con la otra, el olor a cigarrillo le gustaba, no le molestaba, y Sophia no se caracterizaba por tener dentadura amarillenta ni dedos o uñas amarillentas, se cuidaba mucho de no ser por los cigarrillos, pues se le veía trotando,  a veces,  por ahí, y el aliento tampoco le olía típicamente a cigarrillo, pues mascaba muchos Extra de hierba buena, la única goma de mascar que lograba ahuyentar ese olor.

 

Esa noche, la esperaba en Tony’s ella sola, pues, la cita no involucraba a nadie más, y a Sophia tampoco había parecido importarle. Y, cuando la vio entrar por la puerta, la saludó con la mano en alto, viéndola acercarse a la barra, en donde ella estaba sentada, y su deseo sexual, en cuanto a Sophia, creció demasiado, tanto que se dijo a sí misma que haría que Sophia cayera ante sus pies en un sentido figurado. Era el cuerpo que tenía, no era realmente delgada, tenía curvas disimuladas y hasta un tanto pequeñas, pero era proporcionada, y se veía igualmente bien en zapatillas deportivas o ropa deportiva y holgada, como en un vestidito corto y desmangado y en tacones, pues la había visto hacía unas semanas en un club cercano, que ella estaba en la fila y la había visto salir del club para fumar dos cigarrillos y luego entrar. Pues esa noche vestía un suéter un tanto grueso, tejido a rayas blancas y azules, que le quedaba un tanto grande, pantalón beige hasta los tobillos, ajustado a sus piernas, y mocasines de gamuza roja, con su cabello suelto, con sus ondas alocadas y sus ojos celestes; simplemente hermosa, tanto que recibió uno que otro halago al entrar.

 

Pues, Alexandra no era precisamente una Diosa griega, como da la casualidad que lo era Sophia en todo el sentido de la expresión y su peso, pero era linda, de cara linda, de niña buena y tranquila, porque lo era, simplemente tenía un lado sexual que Sophia había despertado por primera vez. Casi de su misma estatura pero de cabello café oscuro y liso, ya no bronceada, sino unos tonos morenos muy ligeros, ojos café, delgada, nariz un poco redonda pero pequeña, dentadura blanca y meticulosa, un cuerpo simplemente delgado sin ser atlético, pues era más perezosa que los perezosos mismos. Su mamá era de Chile, casada con un norteamericano, por eso era que Alexandra dominaba la bilingualidad de la vida. Ella ya esperaba a Sophia con una cerveza fría. Se saludaron de beso y abrazo, pues realmente se caían bien, listas para comerse el menú número cinco: “All you can eat: Pasta”.

 

Justo cuando Sophia se sentó, Phillip entraba al evento de Levi’s: cámaras, alfombra roja, rótulos enormes de “JT for Levi’s”, y posó, obligado por uno de los del equipo de Natasha, no recuerdo si Mandy o Brittany, y fue entonces cuando tuvo su momento en el que se volvería significativamente famoso en la sociedad femenina neoyorquina. Pues él, en su momento, brilló, y brillaría luego todavía más, recién salido del trabajo: traje negro, camisa de cuello blanco y torso rosado pálido y corbata azul marino a cuadros diminutos rosado pálido, y en Richelieu Lanvin, fue catalogado como no sólo “El mejor vestido”, sino también como “Nuevo miembro de los solteros codiciados”. Luego de posar tres minutos, entró al club más intenso del momento “Bungalow 8”, en donde no habían dejado entrar más que a los invitados y había seguridad por doquier, pues en ese club había tanto dinero en personas, como la deuda externa de Haití. Accedió a tomarse una foto con un wrap-up Jeans, que se lo colocaron entre dos hermosas y diligentes Señoritas, le ofrecieron Champán o Whisky, preguntó las marcas y prefirió el Whisky, pues un Johnnie Walker Black Label, uno de los patrocinadores principales, no era mala idea. Un chico, vestido todo de negro formal, lo ubicó en su asiento y se quedó ahí, sentado, sin conocer a nadie, pues, sabía quiénes eran, pero no era amigo de ninguno.

 

- Team Alpha- dijo aquella voz tras él pues, al ser invitado de última hora, le había tocado sentarse en la última fila. – El video empieza en minuto y medio, tenemos dos minutos y treinta segundos para estar en posición, ¿listos? Bien- dijo, tocándose el oído y hablando por la manga de su vestido; negro y de lentejuelas, de manga larga y ajustado, hasta por encima de sus rodillas, elevada quince centímetros en unos hermosos Versace negros. – Yo me encargo de las luces, a sus puestos- ordenó, y taconeó hacia un costado, que fue cuando Phillip, disimuladamente, logró verla de reojo, era ella. – Come on, people! It’s our job! – dijo molesta, aunque con una sonrisa falsa, pues no podía darse el lujo de verse con mala cara.

 

Phillip escuchó atentamente la discusión que pasaba detrás de él, a veces le costaba escuchar, pues el ruido crecía con cada segundo que pasaba. La voz le encantaba, era el punto medio y perfecto entre una voz dulce y mimada, era un tanto aguda, quizás dos de cinco puntos, pero era, al mismo tiempo, rasposa, era simplemente embobante. Pues, salió del rincón en el que estaba y se paró justamente al lado de Phillip, él distrajo la mirada para no verse tan obvio, y sólo veía cómo su mano derecha reposaba ligeramente sobre su cadera, y sus manos eran pequeñas, muy femeninas, dedos delgados, uñas cortas y con laca negra a la perfección, tenía un anillo de diamantes, muy delgado, con los diamantes incrustados en el oro blanco, sólo un regalo de graduación del colegio, uno de tantos. Sus piernas ligeramente bronceadas no eran muy largas, pero eran delgadas y tonificadas, quizás por el arte de caminar todo el día en un mínimo de diez centímetros. Sus pies eran hermosos también. Phillip le calculó ser un treinta y nueve. Un par de venas se le saltaban en el empeine, las falanges se le marcaban un poco y, por entre la abertura de sus Stilettos, pues eran Peep Toe, pudo ver sus perfectos dedos, también de negro, pero perfectamente cuidados.

 

- Mandy…a mi señal- dijo, revisando rápidamente con la mirada que todo estuviera en su ubicación. – Three…Two…One…Hit it- y Natasha se perdió entre la oscuridad y el aparecer del video de tal manera que Phillip se quedó buscándola y no la encontró, no le quedó más remedio que enfocarse en la presentación.

 

El tema, en la misma semana, había cambiado por completo, había cambiado de “Comfortably Chic” a “Bringing Sexy Back”, de un lado al otro, tomando en cuenta que el sexo vende, y muy bien, pues después de un video por el que Natasha había movido cielo, mar y tierra, para poder grabarlo, la música empezó a sonar y dos paneles de la pasarela se levantaron, mejor dicho, se irguieron, de donde se materializaron no sólo el diseñador mismo, Justin Timberlake, sino también su amigo y productor, Timbaland, cantando “Sexy Back” sin censura, para despegarse de los paneles, que volvieran a su posición original y que las y los modelos empezaran a desfilar, mostrando cada uno de los diseños, y sí, no eran cualquier modelos, pues, entre las novatas, había experimentadas como Eugenia Kuzmina, Jessica Stam, Kate Upton y Sabina Berner, y, de los masculinos, Jordan y Zac Stenmark y Misha. En lo que el desfile se llevaba a cabo, maniquíes con los diseños eran colocados en el pasillo principal y las bolsas de agradecimiento eran colocadas en la estación de salida, justo al lado del Coat-check. “El Marketing Líquido”, como le decía Natasha, o la bolsa de agradecimiento, contenía un jeans de la talla exacta de cada invitado, cosa que Natasha se aplaudía sola, una botella de Johnnie Walker Black Label, una pulsera Pandora y un charm especial que decía “Levi’s” y una cena para dos personas en “Masa”. 

 

Emma no era de las que solía salir a beber, mucho menos sola, pero sentía ese vacío en ella, y sólo llevaba una semana en Nueva York. Tomó un Taxi para que la llevara al Plaza y, con ella, llevó la carpeta número ocho que Volterra le había dado al final del día. Se trataba de un proyecto para Edward Weston, más bien para su esposa, que se casarían en la primavera del año entrante y querían remodelar su Penthouse en el Archstone “The Westmont” antes de poder siquiera pensar en ambientarlo. Y, con unas copas de Petrus Pomerol del noventa y ocho y seis cigarrillos Marlboro rojos, Emma tragó toda la información sobre el proyecto que empezaría a supervisar, tras Volterra, a partir del lunes.

 

- Oye, ¿qué harás después de aquí?- preguntó Sophia, ya pasada de cervezas, quizás se estaba tomando la sexta, Alexandra era de menor tolerancia, desde la segunda cerveza se había sentido ya diferente, además, Alexandra era menor de edad.

 

- Nada, irme a casa- respondió, viendo a Sophia tragar media jarra de cerveza sin el mayor de los esfuerzos.

 

- ¿Has visto “Pirates of the Caribbean”, la nueva?- dio el último bocado a su plato de Penne Alfredo con parmesano falso.

 

- No, dicen que está muy buena

 

- La tengo en casa, ¿la quieres venir a ver?- y esa pregunta alegró demasiado a Alexandra, era como si el universo se pusiera a su favor, o tal vez sólo era la borrachera.

 

- Claro, de igual forma vivimos relativamente cerca- sonrió, pidiendo la cuenta con el típico gesto.

Sophia simplemente sonrió y terminó su cerveza, sacó cuarenta dólares y los arrojó sobre la mesa, dejándole ver a Alexandra que tenía un arsenal de tarjetas de crédito y, del compartimiento del que había sacado cuarenta inofensivos dólares, había, por lo menos, unos diez billetes más, quién sabe de qué denominación. Hermosa, inteligente y adinerada. Pagaron la cuenta, dejando los setenta y tres centavos de cambio como propina extra, pues habían molestado demasiado al mesero, y caminaron, tambaleándose, hasta la casa de Sophia, que en realidad era un Duplex, ella vivía en la parte de arriba junto con Mia, quien, para mantener la rutina, estaba en modo “mudo” pero sólo dejaba escuchar los resortes de su cama ser violentamente aplastados por una fuerza bruta llamada “sexo”. Sophia puso la película y, en lo que comenzaba, se desvistió frente a Alexandra, pues no lo consideraba malo, eran mujeres y tenían lo mismo, y su sexto sentido, o sea el “gaydar”, no lo tenía para nada desarrollado. Pues, dándole la espalda, se quitó hasta su típico sostén blanco para deslizar una camisa desmangada por su torso, marcándosele sus pequeños pezones a través de ella y, al bajar su pantalón, le mostró su tonificado y pequeño trasero a Alexandra, quien no la dejaba de ver con el mayor de los descaros. A Sophia se le cayó el pantalón de las manos y se agachó únicamente con su espalda, dejándole ver, fugazmente, los bordes de su intimidad, que se terminó cuando se metió en un pantalón deportivo.

 

Phillip no había visto a Jacqueline, pues, ahora el pañuelo ya no importaba, había valido más ver a su “Olivia” que los sesenta y siete dólares que costaba el pañuelo, y merodeaba por el baño, pues los clubes no eran particularmente lo suyo, sólo hacía tiempo para que una de las “Levi’s Sexy Girls” no lo siguiera acosando, y lo había logrado hasta que la vio acercarse, y fue cuando se metió al baño por cinco minutos. Salió y vio que no había ninguna acosadora, supuso que alguno de los Planners ya la había mandado a trabajar y, saliendo del baño, se tropezó, en sentido figurado, con Jacqueline.

 

- Aquí tienes, guapo- gritó, pues la música era fuerte, más por la gente.

 

- Gracias, de verdad, me hacía falta- dijo sarcásticamente. – Muy bonita fiesta

 

- No es mi obra, es obra de mi sucesora- sonrió, dándole a Natasha el crédito que se merecía.

 

- Pues, sigue siendo una muy bonita fiesta que se ve asociada con “Sparks PR”- sonrió, guardando el pañuelo dentro de su chaqueta. – Gracias por la invitación

 

- No pensarás que era de gratis, ¿o sí?

 

- Pues, era mi pañuelo- rió, encogiéndose de hombros.

 

- No eres muy “playboy”, ¿verdad?- coqueteó, acercándose a él y hablándole muy cerca de sus labios.

 

- No, no lo soy, soy un caballero- la apartó delicadamente de él.

 

- ¿Caballero o gay? Porque hay una diferencia, guapo- y lo tomó de su entrepierna, algo que no hizo sentir bien a Phillip, pues él no era de hacer escenas en público, y no le gustaba que una extraña le tomara su arma reproductora tampoco.

 

- Caballero, que gusta de damas- sonrió, quitándole la mano con una sonrisa.

 

- ¿Damas? Tú no tienes novia, guapo, entonces sólo queda la otra opción

 

- Si tengo novia, se llama Robin, y la voy a hacer mi esposa algún día- dijo, viendo, al final del pasillo, a Natasha, que caminaba hacia el Coat-check. – Me tengo que ir, mi novia me está esperando- sonrió, estrechándole la mano a Jacqueline y dejándola de brazos cruzados mientras veía únicamente la espalda de un futuro y ya millonario guapo soltero codiciado que sería la decepción de muchas mujeres. Caminó hasta el punto de salida, en donde vio que su chica misteriosa entregaba personalmente las bolsas de agradecimiento.

 

- Me permite su número, ¿por favor?- sonrió Natasha. Fue la primera vez que la vio de cerca y no era que fuera hermosa a nivel mundial, era hermosa, muy hermosa, por no decir “hermosísima”, a su manera, pues, al menos a Phillip le gustaba. Le entregó el número, a lo que Natasha buscó su bolsa con una sonrisa, apartándose el cabello para buscar. – Mr. Noltenius, en el nombre de Levi’s y Mr. Timberlake, le agradecemos su presencia, esperamos que haya disfrutado del evento- sonrió anchamente aunque era una falsa sonrisa por el cansancio, era algo que hacía ya automáticamente, algo ensayado y aprendido. – Nuestros cooperadores esperan su apoyo- dijo, refiriéndose a un eufemístico “los patrocinadores de esta orgía esperan que sea muy tonto y consuma lo que ellos le intentan imponer”.

 

- Natasha, ¿puedo hablar contigo un momento?- dijo un hombre alto y grande, el bouncer.

 

- Claro- sonrió, volviéndolo a ver. – De nuevo, muchísimas gracias por su presencia Mr. Noltenius- dijo con una sonrisa, excusándose y haciéndole de señas a Brittany que se hiciera cargo del punto de salida.

 

“Natasha”, así se llamaba. Salió de aquel club con una sonrisa que pocas veces había tenido, en realidad sólo había tenido cinco sonrisas así en toda su vida: 1. Cuando nació Adrienne, 2. Cuando se graduó del colegio, 3. Cuando se graduó de su Bachelor, 4. Cuando se graduó de su Master y 5. Cuando firmó la Junior Partnership vitalicia en Watch Group. El nombre “Natasha” no sabía si le daba un miedo sensual, si era simplemente sensual, o si era dulce como ella. Caminó un poco, hasta la esquina, para alejarse de la gente y poder pedir un Taxi cómodamente, en donde vio a Natasha con un tipo. Discutían tranquilamente, ella sacudía su cabeza en desaprobación, el tipo intentaba explicarle algo pero ella parecía no entender. Sacudió su cabeza lentamente, vio su reloj, peinó su cabello y tomó de la mejilla al tipo, le habló dulcemente, o al menos eso parecía, y le dio un beso en la mejilla para retirarse y caminar de nuevo hacia el club. Pero él la haló de la mano y le plantó un beso en los labios que a Phillip le robó la vida entera en ese momento, no era una señorita para molestar, ella tenía novio y él no era de los que rompían relaciones ajenas, era un caballero, como su papá le había enseñado. Y fue cuando Phillip se confundió de la manera más terrible, no sólo porque Enzo y Natasha no eran novios y, por apresurado, no vio cuando Natasha le dio una iracunda bofetada, sino porque el dolor que sintió al ver eso, lo tomó como si Natasha fuera sólo un apelativo sexual, cuando en realidad le dolió porque se había enamorado literalmente a primera vista y, como el no conocía eso, lo tomó por el lado de “objeto sexual” que no estaba bien, no era de un caballero y decidió no buscarla más.

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