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El lado sexy de la Arquitectura 28

en Lésbicos

- Amor, ¿tu hermana sabe de…?- susurró Emma para no despertar a Phillip y a Natasha, quienes dormían frente a ellas. Iban en el tren camino hacia Venecia, sentados los cuatro a una mesa del Frecciargento 9416, para llegar a Venezia Santa Lucia a las dos y veinte de la tarde.

 

- ¿De que me gustan las mujeres?- sonrió, haciéndolo sonar tan natural y tan…público.

 

- Pues, ¿te gustan las mujeres?- rió Emma un tanto dolida del corazón.

 

- Me gusta una mujer- apoyó su frente contra la de Emma mientras le tomaba la mano. – No es que cada mujer que me pase por los ojos me guste…en realidad soy un poco asexual- rió. – Pues, no, tampoco…mmm…cuesta que alguien me llame la atención

 

- Qué privilegio, mi amor- sonrió, viendo cómo a Sophia también le gustaba jugar con sus venas saltadas de las manos, empujándolas delicadamente hacia los lados.

 

- Privilegio el mío…porque, hasta donde sé, tú eras heterosexual

 

- Sólo alguien como Sophia Rialto podía hacerlo- guiñó su ojo, con su sonrisa ladeada hacia la derecha, levantando su delgada mejilla. Sophia se sonrojó. – Volviendo al tema, ¿lo sabe?

 

- Sí, lo sabe, mi amor…y sabe que tengo novia, pero no sabe ni cómo es, ni como se llama, ni nada

 

- ¿Por qué?- sólo había una explicación para eso: que a Irene no le gustara que su hermana fuera lesbiana.

 

- Porque quiero que te conozca como persona, no como mi novia…créeme, mi hermana no me comparte muy fácilmente

 

- ¿Me la tengo que ganar?- rió Emma por su nariz, cerrando sus cansados ojos verdes.

 

- Tiene diecinueve, no creo que ese sea un obstáculo…además, te la vas a ganar sólo con la suite, sino con las cinco GiftCards de Zara que le compraste, exagerada- rió un tanto fuerte, haciendo que Phillip se moviera.

 

- De Navidad y Cumpleaños, ¿no me dijiste que cumplía el quince de febrero?- Sophia asintió, sonriente ante los nervios eminentes de su novia. - ¿Qué?- rió.

 

- Estás un nudo de nervios, relájate…jamás creí que una niña te pusiera así de nerviosa- enrolló sus ojos. – Cambiando el tema…Natasha no va a sobrevivir Venecia con eso- señaló la vestimenta de Natasha, un vestido de encaje negro, manga larga y flojo, hasta por arriba de los muslos y unas zapatillas Dolce & Gabbana de tweed rosado cosmético con rhinestones incrustadas.  

 

- Yo, lo siento mucho, pero Venecia es…

 

- Lo sé, lo sé, a mí tampoco me gusta, y no lo sientas- rió, dándole un beso en el ángulo de sus labios.

 

Anunciaron la llegada a la terminal, despertaron a Phillip para que despertara a su novia con besos que fueron subiendo de tono, pues Natasha, aparentemente,  se había olvidado que estaban en espacio público y casi se sienta sobre el regazo de Phillip para comérselo a besos. Natasha salió de la mano de Phillip, emocionada por ver aquella fantástica ciudad rodeada por agua, la que Hollywood le había vendido con películas como “The Tourist”, “Casino Royale” y “The Italian Job”. ¿Cuál Glamour? Si eran mares de gente cruzando de aquí allá, tráfico acuático que removía el olor pestilente del agua, sacando la más estancada del fondo, aquella sustancia turbulenta, densamente turquesa, hacia la superficie. Eso, y el sol abrazador que rostizaba la piel de todo ser humano víctima de Hollywood, así como Natasha, quien sólo salió de Santa Lucia y sintió derretirse.

 

- Boo!- gritó una voz aguda, asustándolos a todos, más a Sophia, pues la atacante enterraba suavemente sus dedos en su cintura.

 

- ¡Irene!- sonrió Sophia todavía con el corazón a punto de reventarle el pecho del susto. - ¡Hermanita!- se deshizo en un abrazo para su hermanita, realmente hermanita, aunque de hermanita nada.

 

Era una adulta joven, relativamente alta, quizás del tamaño de Emma, 1.74, con razón a Sophia no se le dificultaban ciertas cosas con alguien más alto. Era bronceada, un bronceado dorado y parejo, uniforme y sin exagerar, hombros cuadrados, no era delgada a lo raquítico, tampoco era gorda, ni rellenita, simplemente estaba normal y mortalmente distribuida; poco busto, poco trasero, caderas y cintura marcadas, pero con una sensualidad increíblemente rara; su rostro era largo, cejas pobladas pero depiladas de una manera tan perfecta que cualquiera quisiera tener unas cejas así, ojos verdes como en tono esmeralda, nariz pequeña, recta y corta, sonrisa larga, amplia y grande, labios carnosos y rosado pálido; rostro decorado por un cuello esbelto y largo y una abundante y larga melena café claro que caía en ondas, que llegando a las puntas se acolochaba con gracia, y se dividía por la izquierda, por entre sus gafas de sol, dejando que su flequillo hiciera una onda que le daba estilo. Estaba vestida de negro, en camiseta desmangada común y corriente estilo henley, con los tirantes de su sostén saliéndosele por los omóplatos sin ser vulgar, una mini falda de encaje que le cubría lo suficiente y, dejando ver sus largas y bronceadas y tonificadas piernas; tenía cuerpo de tenista, unas sandalias de cuero de piso que adornaban unos pies de tamaño promedio, limpios y sin pedicurar; muy natural.

 

- Soph, qué alegría verte- sonrió, con una blancura tan Rialto que todos se impresionaron, la sonrisa era la misma; la de Sophia, la de Irene y la de Camilla.

 

Sophia se acordó, soltando a Irene y viendo a los tres estupefactos sonreír y se los presentó a Irene, comenzando por Emma y terminando por Phillip. Hasta ese momento, Irene supo que la relación de Natasha y Phillip le intrigaba, no sabía por qué pero le daba curiosidad; los dos muy guapos, se tomaban de la mano, Phillip era muy guapo, tenía buen cuerpo, y Emma, que creyó que era una amiga de Sophia, de esas que acaban de terminar con su pareja y deciden irse de viaje, pues no le pareció mayor cosa. El conserje del Cipriani los esperaba justo a las escaleras húmedas que daban salida, o bien entrada, ficticia a Santa Lucia. Gio, por Giovanni, el conserje, se encargó del equipaje y de ayudar a las Señoritas a subir al bote. Era un hombre que se deshacía en amabilidades, de relativo buen parecido, alrededor de los cuarenta y cinco, bronceado y con cabello plateado y justamente largo, aplacado por una gorra de capitán blanca, en camisa tipo polo azul marino y pantalón blanco, de zapatos café. Llegaron al muelle privado y fueron recibidos por Roberto, quien los llamó por, literalmente, nombre y apellido y con una reverencia de cabeza para darles la bienvenida. Se acomodaron en las habitaciones, Phillip y Natasha en la Palladio Suite, que estaba conectada a la Suite de Emma, Sophia e Irene con vista al agua.

 

- Quiero caminar desde la Plaza San Marco hasta Piazzale Roma- dijo Natasha ante los planes para la tarde.

 

- Are you fucking kidding me?- dijo Emma boquiabierta, incrédula.

 

- Eso es…como que un montón- rió Sophia.

 

- Don’t be such a pussy- rió Natasha. – Iré a pedir un buen mapa, porque aquí si nos vamos a perder, y nos vamos

 

- Yo que tú…- intervino Irene- Considero cambiarme zapatos

 

- ¿Qué tienen de malo mis zapatos?- frunció su ceño y vio hacia abajo, viendo sus hermosas ballerinas Dolce & Gabbana.

 

- Afuera está caliente, el suelo está caliente, creo que tus pies morirán en esos mini-hornos- sonrió Irene, enseñándole sus pies prácticamente desnudos en sus sandalias de cuero, que ahora se notaban ser Abercrombie.

 

- Yo creo que Irene tiene razón- sonrió Emma, haciendo que Natasha viera sus pies, en una sandalias de cuero Gucci y a Sophia en unos TOMS de lona beige.

 

- Así me voy, si entro a la habitación ya no salgo

 

- Sólo llama a Phillip que te baje unas sandalias- Phillip estaba en la habitación cambiándose el jeans por unos shorts blancos hasta por arriba de la rodilla, su camisa manga larga por una camisa Polo celeste ajustada al torso y sus zapatos “casuales”, que para Emma eran formales, por unos Mocasines Prada café. Irene casi sufre de un infarto cuando lo vio, arreglando su cabello hacia atrás, viendo sus músculos casi reventar las mangas de la camisa, en exageración alla Irene, y que luego se ponía sus gafas de sol Tom Ford con aquellos brazos masculinos y fuertes que estaban decorados, en las muñecas, el izquierdo por un hilo rojo y el derecho por un Rolex Daytona negro, sí, Phillip era zurdo.

 

- Te traje unas sandalias- le dijo a Natasha, sacándolas del bolsillo trasero de sus pantaloncillos y sosteniéndolas al aire, unas Gucci parecidas a las de Emma.

 

- Gracias, mi amor- le dio un beso fugaz en los labios. – Pero no me caben en el bolso, así estoy bien- dijo, con una sonrisa de necedad. – Adelántense, ya llego

 

Phillip se encogió de hombres y abrazó a Emma y a Sophia, dejando a Irene deseando ese trato, todavía más cuando atacó a besos a Sophia y a cosquillas frente a Gio. Emma, Emma, Emma, me daba risa el esfuerzo sobrehumano que hacía para acercarse a Irene. Cuando habían subido a la suite, Irene había estallado entre tanto lujo, diciendo “wow” a cada pequeñez. Pero lo gracioso era que Sophia dormiría en aquella enorme cama, mientras Irene se enamoraba del sofá y Emma del diván frente al sofá; como para que compartieran la atmósfera. Irene casi enloquece cuando, por estar conectada la Suite a la Palladio, tenían una terraza con muchas plantas que no sólo llevaba al Jacuzzi de la Suite de los futuros Señor y Señora Noltenius, sino también a la piscina del hotel; para lo que a Irene le encantaban las piscinas. Y, bueno, era un poco difícil intentar establecer conversación con Irene porque se le notaba que se desvivía por Phillip, aunque Sophia ya le había advertido que él estaba comprometido con Natasha, y nada peor que un Harry Winston, de ciento veinticuatro diamantes de 1.30 quilates cada uno, coronados por un diamante de 2.01 quilates en una armazón de platino, para que a Irene le cohibiera Natasha, más por cómo exudaba seguridad a través de aquel rostro inmaculado, para afianzar a su prometido.

 

Gio los dejó en la Plaza San Marco junto con el mapa en las manos de Natasha, quien se encargó de tomar fotos mentales de cada detallito de aquella enorme, vacía, llena de palomas y turistas, grisácea y aburrida plaza. Emma y Sophia, aún Phillip, que ya habían estado en Venecia, no se explicaban cómo Natasha podía estar tan maravillada, pero les daba risa, era como ver a una niña con una Barbie nueva, en la época en la que las Barbies eran lo mejor, claro. Emma y Sophia, quienes no toleraban aquella ciudad, menos Emma, quien siempre quiso, desde que fue la primera vez, hundir o incendiar la ciudad…pero es gusto de cada quien. Sophia hacía un esfuerzo sobrenatural para no tomarle la mano a Emma, pues sabía que Emma e Irene debían llevarse un poquito más para conocerse, luego bombardear a Irene con la noticia, aunque Irene, después de que Emma le comprara un gelato de “vaniglia, fior di latte e crema” y le enrollara una servilleta alrededor del pequeño recipiente verde traslúcido, todavía más después de que Emma le limpiara a Sophia una gota de gelato del ángulo de sus labios y luego llevara su dedo a su boca, ya lo sospechaba.

 

- ¡Al fin!- sollozó Sophia, dejándose caer en unas gradas que tenían contacto directo con el agua.

 

- ¿Para esto caminé dos horas sin parar?- se preguntó Natasha.

 

- ¿Caminaste? Eso me suena a que tú sola lo hiciste…nosotros veníamos detrás- gimió Emma, dejándose caer a la par de Sophia. El sol los había rostizado sin piedad, los había hecho sudar a pesar de estar en la sombra, el olor era increíblemente molesto, las cantidades de gente, la gente que, de la nada, decidía detenerse y tomar una fotografía y chocaban contra ellos en aquellas calles angostas, los recolectores de firmas que atacaban en cualquier idioma, que Sophia e Irene se libraban al hablar en griego, Emma en portugués, Natasha los escuchaba…era hasta imposible que hubieran caminado de punta a punta en dos horas, las réplicas Haute Couture, los acosadores vendedores ambulantes que salían corriendo a cada luz de la policía…

 

- Aquí tienen- dijo Phillip, repartiendo botellas de agua fría.

 

- Venecia es una farsa- se quejó Natasha, dejándose caer a la par de Emma y reposando su cabeza en el hombro de Emma.

 

Los demás rieron suavemente pero con descaro. Sophia se quitó sus zapatos, dejando ver las plantas de sus pies enrojecidas por el calor. Emma se quitó sus sandalias y se las alcanzó a Sophia para que cambiaran de zapatos, Sophia no tuvo valor de negarse, pues realmente lo necesitaba; Irene se conmovió ante aquello y supo lo indudable, más bien lo corroboró. Un bote de carga de equipaje pasó de largo por el canal y remató, de alguna manera totalmente típica, el agua contra las escaleras, mojándole los zapatos sólo a Natasha.

 

- ¡Por el coño de Atenea! ¡Esta ciudad es una mierda! There, I said it!- gritó, quitándose su zapato derecho, gritándole al conductor del bote y arrojándole con odio su precioso Dolce & Gabbana de más de mil dólares, pegándole en la espalda.

 

- Pazza!- le gritó el conductor.

 

Vio el zapato cayendo sobre el canal, flotando con gracia y siendo el hazmerreír del resto de turistas…y de sus acompañantes, quienes intentaron ahogar sus risas, pero Emma soltó esa risita que obligó a los demás estallar, hasta a Natasha, quien no tuvo más remedio que reírse a carcajadas.

 

 – Qué ciudad más mierda- suspiró, buscando su par de sandalias en su bolso para acordarse de que las había dejado en la recepción del hotel. - ¿Dónde mierdas puedo comprar un par de sandalias?- preguntó al aire, con una sonrisa de “Je-Je yo sé que me lo dijeron pero no hice caso”.

 

- Puedes comprar unas marca “Carnaval de Venecia”- rió Sophia a carcajadas, haciendo que los demás se rieran también.

 

- Very funny…- estaba indignada, pero le daba risa su propia indignación.

 

- She is indeed- Phillip sólo le arrojaba más leña al fuego.

 

- Había un Prada en la Plaza San Marco- dijo Irene, observando a Phillip estirarse con sus brazos amarrados a sus manos y hacia arriba, poniéndose de puntillas en sus mocasines, haciendo que sus pantorrillas se marcaran y sus brazos también.

 

- Alguien amable entre el grupo, gracias Irene- sonrió Natasha.

 

Emma consiguió un Taxi con la ayuda de Sophia, sí, un Taxi acuático, y Phillip cargó a Natasha en sus brazos, lo mismo del muelle a Prada, en donde no tuvo más remedio que comprarse unas ballerinas verdes que parecían un mero atropello de la ebriedad de Miuccia Prada misma. Mientras Natasha se medía aquellos zapatos, Irene se enamoraba de una cartera naranja.

 

-  ¿Te gusta?- se acercó Emma a Irene.

 

- Sí, es preciosa

 

- ¿Por qué te gusta?

 

- Bueno…- rió, un poco extrañada por la pregunta. – No es el típico color café, negro o gris para una cartera…es funcional…y no es tan llamativa como ésta- dijo, señalando una cartera de piel de pitón. – Pero es muy cara

 

- ¿Cuánto vale?

 

- Doscientos setenta- suspiró, cosa que a Emma le acordó a Sophia, la vez que habían ido a Bergdorf’s y Sophia se había escandalizado por el precio de una chaqueta Jil Sander que, con impuestos, llegaba a los mil dólares.

 

- A mí me gusta ésta- sonrió Emma, señalándole una cartera roja y de distinto diseño.

 

- Diría que eres como que la Máster de los Consumistas, pero tu amiga te gana- se carcajeó, señalando hacia atrás con su pulgar, a una Natasha que firmaba, en ese momento, el voucher de su nueva compra, dejándoles, de recuerdo, su zapato Dolce & Gabbana, ¿pues de qué le servía sólo uno?

 

Salieron de la tienda, respirando un poco de sombra y ausencia de sol por primera vez, esperando a Emma, quien se había quedado atrás, comprando probablemente la cartera que le había gustado pero no, Sophia sabía que no, sino era la cartera que le había gustado a Irene. Comieron, la primera vez, en uno de esos cafés en la Plaza San Marco, en donde tocaban un poco de música en vivo. Entre eso, y la segunda cena, otro gelato, para que Emma calentara a Sophia sólo con la manera en cómo paseaba su lengua por sus labios a manera de limpiar los restos de la mezcla de Limone e Fragola. La segunda cena la hicieron cada quien en su habitación, pues estaban muertos de la maratón que Natasha Roberts había decidido hacer sin saber que había tomado la ruta menos adecuada.

 

- Yo voy a ir un rato a la piscina- suspiró Irene, saliendo del baño con la misma ropa pero con un bikini negro amarrado al cuello.

 

- Si quieres algo de tomar o de comer lo cargas a la habitación- sonrió Emma mientras intentaba pasar un nivel de “Angry Birds”.

 

- ¿Comer? Quieres que explote- rió a carcajadas Irene mientras salía por la terraza, se iría por el sendero hacia la piscina. “Sendero”.

 

- ¿Ya se fue?- gimió Sophia desde la habitación.

 

- Aja…- y, bingo! Tres estrellitas para el nivel en Angry Birds.

 

- ¿Puedes venir?- volvió a gemir con cierta risa.

 

Emma se puso de pie y, cerrando bien la puerta de la terraza, que daba de frente al arco de la habitación principal, no había puerta, vio a Sophia acostada a lo ancho de la cama, exactamente a la mitad de la cama, con sus pies colgando y su cabeza hundida en el colchón de aquella enorme cama, su melena rubia alocada esparcida sobre sus hombros. Vestía una camisa blanca a puntos azules, casi transparente, que, a través de ella, se podía ver un sostén blanco, de un escote flojo que dejaba ver el comienzo de la hendidura de entre sus senos, unos pantaloncillos de denim oscuro. Emma se acostó a la par suya en su vestido azul marino que era ajustado a sus curvas, con un escote amplio y triangular, por el que, en cuanto se acostó sobre su abdomen, dejo ver esos perfectos senos que se mantenían en su lugar por un sostén amarillo.

 

- ¿Qué te pasa?- preguntó Emma, con su cara entre el colchón, así como Sophia.

 

- Quería platicar contigo…- dijo, levantando su cara del colchón. Emma se irguió, eso le gustaba escuchar. - ¿Qué te parece mi hermana?

 

- Es muy linda, me cae bien- sonrió Emma, pasando el flequillo de Sophia tras su oreja para luego acomodarse sobre sus codos, viendo su prominente escote a merced de la pared blanca. – Y es muy graciosa

 

- Es imposible no reírse entre Natasha y tú…sólo a ustedes se les ocurren unas cosas que…

 

- Que, ¿qué? Yo no aventé un zapato…- sonrió, acercándosele un poco, paseando su lengua como cuando quitaba los restos del gelato de sus labios.

 

- Don’t do that…

 

- Sophia, no estoy haciendo nada- se quejó, frunciendo su ceño.

 

- ¡Agh!- gimió, atacando a Emma con un beso que se había aguantado todo el día.

 

Acostó a Emma sobre su espalda, bordeando la línea de almohadas, estando ella de rodillas besándola, manteniéndola abajo con la presión que ejercía con sus labios mientras los acariciaba con desesperación entre los suyo. Emma paseaba su mano derecha sobre la espalda de Sophia, sintiendo lo rico de aquel beso cálido que se daban a ojos cerrados,  su mano izquierda tomaba a Sophia por la mejilla, acariciaba su pómulo con el pulgar. Sophia tomó a Emma por el cuello, delicadamente debo decir, y elevó su quijada hasta que su cuello quedara casi recto, sólo para pasear su lengua desde su laringe hasta su mentón, el cual mordió luego succionó, y lamió hasta su labio inferior, empujándolo un poco hasta introducir lenta y delicadamente su lengua en la cavidad bucal de Emma. Le había sabido un tanto extraño, era quizás por el sudor que esa caminata sin sentido había provocado, pero le gustaba Emma, todos sus sabores le gustaban, hasta el de sus labios con sabor a Fruti de Bosco, el gelato que se acababa de comer; base de yogurt con frutas del bosque, valga la redundancia.

 

Pues, para que la suerte no cambie y su amor con público tampoco, Irene regresó a la habitación porque se le había olvidado su iPod pero, al ver aquella escena; porque desde la puerta de vidrio de la terraza se veía directamente la cama: el trasero de su hermana aprisionado en aquellos pantaloncillos de denim, que en esa posición se marcaba su entrepierna igualmente aprisionada pero sin llegar a ser vulgar, y veía la mano de Emma merodear por ese trasero, meterse lentamente por detrás, decidió, por curiosidad jovial, observar un ratito. Contempló cuando Emma tumbó a Sophia sobre la cama y se dedicaba a degustar los labios de su hermana mientras le tomaba las manos en las suyas y las apretaba con sus dedos entrelazados, y bajaba con sus labios al cuello esbelto de Sophia. Soltó sus manos para acariciar los muslos de Sophia, y ella levantaba su vestido, hasta el punto en el que se lo sacó y aquel vestido voló por los cielos ciegamente, dejándola en ese sostén de seda amarillo y su típica tanga negra. Ambas se irguieron y, mientras Sophia se quitaba su blusa, Emma le desabrochaba los pantaloncillos y halaba las piernas sus piernas para sacárselo, dejándola en un Culotte azul grisáceo.

 

Irene, que sólo iba a sacar su iPod, encontró algo mejor que hacer que tomar un sol inexistente a la orilla de la piscina y se quedó de espectadora aún sabiendo lo perturbador que aquello era, en permanencia voluntaria, pero era simplemente amoroso, apasionado, con ansias una de la otra, no como en las películas, que era una necesidad salvaje; esto era como si hubiera sido la primera vez que estaban juntas, con una sed romántica que saciaban al roce de sus labios. Emma besaba a Sophia lentamente por su cuello, deteniéndose por su pecho mientras repasaba el contorno de sus senos con sus dedos, deslizando los elásticos hacia los lados y recorriendo nuevamente sus manos por sus hombros hacia su cuello. Emma rozaba su pelvis contra la de Sophia, dos hirvientes intimidades que empezaban a empaparse y empezaban a esparcir ese calor alrededor del cuerpo.  Sophia le incrustaba sus dedos en aquellas ondas, sintiendo los reanudados besos de Emma bordeado sus senos y besando la hendidura entre ellos hasta subir nuevamente a su cuello, en línea recta, hasta sus labios. Irene alcanzó a notar cómo Sophia acariciaba cierto punto en la espalda de Emma, como en una rutina: izquierda, abajo, derecha. Y sus dedos permanecían ahí, en esa rutina, acariciando aquella única cicatriz que tenía Emma, que Sophia creía que, con mucho amor, ese recuerdo se volvería en polvo en algún momento.

 

Emma se irguió y se sentí sobre la cama, más bien estaba hincada, Sophia se apoyó sobre sus codos sobre la cama, viendo a Emma a los ojos, Irene viendo el cuerpo perfecto de Emma; que aquel sostén amarillo era nada más y nada menos que algo que cubría y no reacomodaba, ni levantaba, ni aumentaba, simplemente las mantenía en su lugar y cubría las ahora ya más clara señales de aquellos pezones erectos; que apenas se lograban ver como una ligera y diminuta montaña. La Arquitecta acarició el abdomen de Sophia con sus manos, recorriéndolo desde por debajo de sus senos hasta su vientre, bordeando sus caderas hasta llegar a sus muslos, dibujando una sonrisa que reflejaba lo que pensaba del cuerpo de Sophia: perfección. Tomó su pierna izquierda y besó su rodilla, saltándose directamente a su tobillo, no sin antes ver la planta del pie de Sophia, una piel roja de tanto caminar sobre aquellos callejones. Besó su pantorrilla, Sophia echó la cabeza hacia atrás en signo de obvia excitación, Irene sintió un vuelco en su corazón cuando vio que Emma tomaba a Sophia, suavemente, por la espalda y la volvía a recostar completamente sobre la cama mientras besaba su cuello, era como un abrazo que tenía apéndice en el cuello de su naturalmente rubia hermana, quien había reanudado sus caricias, con una mano en el cabello de Emma y, con la otra, en su cicatriz.

 

Vio aquella mirada sonriente que le dio Emma a Sophia, que terminó en un beso suave de lengua en el que Emma frunció su ceño, cosa que confundió a Irene, pero si hubiera sabido el gemido que ahogó en Sophia, no se habría confundido. Esos besos en el cuello de Sophia mientras Emma rozaba su pelvis contra la suya, los ojos cerrados de Sophia mientras Emma veía cómo le cedía el control, las manos de Sophia se deslizaban por la espalda de Emma hasta su trasero, tomándolo suavemente, para luego subir y tomar su cabello, encajando sus senos con los de la otra, rozándose. Emma se deslizó hacia atrás y empezó a besar desde el borde del Culotte de Sophia hacia arriba, tomando delicadamente sus senos, atrapados todavía por el sostén, entre sus manos, juntándolos hacia el centro y besando aquella hermosa unión, viendo, tanto Emma como Irene, cómo Sophia se arqueaba sin referencia para no despegarse de los labios ni del amor de Emma. Sophia tumbó delicadamente a Emma sobre la cama, recuperando su control y, abrazando el muslo derecho de Emma con sus piernas, inclinándose sobre el torso de Emma para besar su cuello y sus labios, un beso despacio y amoroso en el que las puntas de sus narices jugaban una con la otra, en el que un sonidito sensual y sabroso se producía cada vez que sus labios cesaban una leve succión.

 

Sophia se irguió sólo para ver a Emma Marie en estado de excitación suprema y, tirando la copa izquierda de su sostén hacia abajo, liberó aquel seno de hermoso y jugoso tamaño para deleitarse, recorriéndolo con su mano, pellizcando su pezón erecto de manera juguetona con sus dedos mientras sonreía y Emma también. Sophia le dio la vuelta a Emma y, con una mano, desabrochó su sostén mientras besaba lentamente el trasero de su novia, creando en Irene una mirada de asombro, pero eso no era nada, al menos empezó a asombrarse más en cuanto Sophia haló aquella parte que se perdía entre sus glúteos con sus dientes y paseaba su dedo del medio por entre ellos mientras Emma, con la mirada perdidamente cerrada, encaraba la puerta de la terraza en aquella perdición de placer táctil. Sophia subió con besos por la columna de Emma, desviándose únicamente para besar su cicatriz, cosa que Emma siempre agradecía, y llegó a su cuello, apartándole el cabello para lamer exactamente debajo de su lóbulo para después morderlo, dejando que Irene presenciara el verdadero placer que proyectaba Emma con su expresión facial; dibujando una “o” con su boca para luego apretar su mandíbula mientras Sophia repetía el proceso. Pero Irene no había visto la mano de Sophia que se metía por el vientre de Emma hasta acariciar sus labios mayores y, tal vez, su clítoris.

 

Se volvieron a dar la vuelta, Emma irguiéndose y dándole la espalda a la puerta, dejando que Irene viera aquella casi-inexistente cicatriz, que sólo se notaba por estar delineada de un blanco que se difuminaba al resto de su piel. Emma desabrochó el sostén de Sophia mientras besaba su cuello y, bajando hasta su abdomen mientras se tiraba hacia atrás, dejaba a vista de su cuñada los senos de su hermana mayor, algo que nunca había visto antes, que fue cuando Irene declaró que Sophia era un desperdicio para el mundo heterosexual, pues estaba demasiado bien para estarse entregando a otra mujer, aunque en realidad las dos eran un desperdicio, tan guapas y, aún así, tan lesbianas.

 

- Oh my God…- suspiró Emma mientras se alimentaba de aquellos pezones al tratar de recostar a Sophia sobre la cama. – You’re so perfect…- y mordía aquellos pezones, los atrapaba entre sus labios, los tiraba con sus dientes y los enduraba como nunca con su lengua.

 

Sophia, cuando Emma lamía su gelato, se remontaba siempre a las veces que lamía sus pezones, con esa curvatura, con ese retiro paulatino con su lengua, algo que a Sophia le encantaba recordar mientras Emma lo hacía con sus pezones. Emma, quien había abierto sus piernas para mayor comodidad, dejaba realmente al descubierto sus labios mayores, justo para que Irene los viera empapados de sus jugos, brillosos, que vio cuando la mano de Sophia se introdujo bajo aquella tela y, saliendo sus dedos índice y meñique por fuera, repasaba una y otra vez, de adelante hacia atrás, la intimidad de Emma, dejando que la experiencia de su hermana impresionara a Irene. Emma se detuvo para sentir aquel sencillo, pero hermoso, placer y gimió agudamente mientras Sophia gemía sólo porque sí para acompañar aquel sensual gemido y provocarle muchos más. Sophia llevó sus dedos, recorriendo el vientre de Emma hacia arriba, a su boca mientras Emma empezaba a rozar, con su pulgar, su clítoris a través del encaje del Culotte, que fue removido con la mayor de las rapideces para dejar aquel cuerpo desnudo y sin rastro de vellos a la merced de Venecia.

 

La Licenciada Rialto intentó hacerse la difícil, pues se dio la vuelta y quedó sobre su abdomen, enseñando su hermoso y bien compuesto trasero, sólo para que Emma lo acariciara con su mano y recorriera aquella hendidura, sin hundirse, su dedo, a lo largo; desde el yacimiento hasta su terminación: monte de Venus, provocando en Sophia un gemido diminuto pero lujurioso que cesó por la sorpresa de un mordisco en su glúteo derecho. Sophia flexionó su pierna derecha para que, sin saberlo, su hermanita viera aquella perfección de obra de arte, obra de arte que Emma examinaba con su vista y su deseo mientras separaba sus glúteos con sus manos. Acercó su rostro para inhalar aquella esencia, notando en Sophia su respiración cortada y que llevaba su dedo de en medio hacia su ano, sólo para posarlo ahí pero, en cuanto Emma recorrió dolorosamente lento desde su perineo hasta su monte de Venus con sus dedos medio y anular, Sophia lo retiró para estrujar sus rosados pezones, liberando un “Oh my God” entre dientes, tan agudo que hace que Emma casi se corriera.

 

Emma volvió a acariciar la intimidad de Sophia, esta vez desde su ano hasta su monte de Venus, para luego lubricar rápidamente sus dedos y volverlo a hacer, dejando un tanto brillante aquel agujerito que tanto se le antojaba comerse. Separó los labios mayores de Sophia mientras acercaba más su rostro, inspeccionando aquella candente y rosada cavidad, aprisionando su clítoris entre sus dedos y haciendo gemir a Sophia en cuestiones de erotismo.

 

- Shhh…- sonrió Emma a través de su nariz, haciendo que su tibia exhalación accionara como un lengüetazo en el clítoris de aquella rubia, haciéndola gemir no tan fuerte, pero si lo suficiente como para que Irene escuchara. – Tú eres escandalosa también- suspiró, dándole besos en la parte interna de sus muslos mientras mantenía su clítoris atrapado.

 

Volvió a poner a Sophia sobre su espalda, abriendo sus piernas lo más que pudiera, viendo aquel área hinchado como pocas veces, realmente Sophia necesitaba a Emma, más porque el día anterior sólo Emma había obtenido placer, ella se lo había proporcionado, pero ahora, su ano ya no le dolía como ayer, necesitaba que Emma la hiciera suya con pasión, hasta con lujuria, como en esos días que lo único que se antoja es un poco de sexo que dure muchos orgasmos durante todo el día. Emma le clavó la mirada a Sophia, dándole a entender que no le apartara la vista de la suya y, lamiendo su pulgar, lo paseó desde su vagina hasta su clítoris, creando en Sophia un leve temblor y un gemido agudo, cómo le encantaban a Emma esos gemidos. Y, apuñando el cubrecama entre sus manos, Sophia vio a Emma en aquella tortura, metafóricamente, lingüística, tal habrá sido el efecto de eso en Sophia, que la obligó a morder la almohada y a retirar la vista de la de Emma, pues abrir los ojos había dejado de ser una opción.

 

Y, de repente, sin previo aviso, Sophia cerró las piernas, dejando aquella noción Pavlovic en plena confusión, pues había bastado cuatro lengüetazos para hacerla correrse, que sólo era claro por la sonrisa y la respiración cortada junto con la reacción de erguirse para abrazar a Emma y caer sobre sus costados mientras reían nerviosamente y Emma se desvivía entre los senos de Sophia.

 

- ¿Disfrutando del show?- preguntó Phillip, pillando a Irene en el papel de público.

 

- Ah…yo…yo…yo…yo…

 

- ¿Tú…tú…tú?- sonrió burlonamente.

 

- Venía a traer mi iPod para ir a la pisicna- menos mal que no había mucha luz en aquella terraza, sino Phillip habría visto a una Irene excitada y con antojo de Noltenius en sus ojos.

 

- La piscina es muy aburrida y creo que lo que ves no deberías estar viéndolo- susurró, tomándola de la mano. – Ven con nosotros, ahí está el Jacuzzi- dijo, apuntando hacia la par en donde Natasha la saludaba con su blanca sonrisa y una copa de champán en lo alto.

 

- Sí, sí, tienes razón…- sonrió de la pena. - ¿Te puedo pedir un favor?

 

- Oye, yo no diré nada- rió, trayéndola hacia el otro lado por entre una escotilla sin seguro para pasarse a la terraza de la Palladio.

 

Sophia se irguió ante Emma y, besando la parte interna de sus muslos, quitó un tanto violenta la mano de Emma de su entrepierna, pues ya se empezaba a tocar.

 

- No, no…- sonrió, mientras Emma se retorcía ante los besos de Sophia y ante el tacto ligero de sus uñas por el ápice de sus muslos, haciendo de Emma un ahogo en persona que lubricaba sus dedos para jugar con sus pezones…si es que Sophia se lo permitía.

 

Y se ahogó aún más cuando Sophia besó aquella unión entre su labia y su muslo, haciendo que Emma se mordiera su dedo anular mientras se ahogaba en un sollozo por los labios de Sophia que atacaban su clítoris sobre el algodón de su tanga, haciendo que fuera difícil no sólo respirar, sino también tragar. Y, aplicándole la misma técnica tortuosa, habiendo sacado ya la tanga de su camino, acarició lentamente sus labios mayores con su lengua para luego darle besos ruidosos y húmedos en su clítoris, besos que sonaban por ser succiones, ruidos húmedos que explotaban en aquella Suite al Sophia penetrar la vagina de Emma con su lengua, para luego subir, atrapar su clítoris entre sus labios, acariciarlo con su lengua y mover su cabeza de lado a lado, como devorándola.  Emma se detenía de los bordes de la cama mientras veía a Sophia literalmente comérsela.

 

- No respires- exhortó Sophia para luego acelerar el trazo de su lengua sobre su clítoris.

 

Y Emma respiró hondo ante esa orden, sintiendo su vagina contraerse y tirándola hacia un erguimiento sonriente: or-gas-mo, que sacudía su pelvis de arriba abajo, rozando los labios de Sophia que sonreía.

 

- Ya, mierda, Emma, respira- rió Sophia, viendo que Emma todavía no relajaba su abdomen.

 

Emma estalló en risa temblorosa por estar viviendo todavía sus diez segundos orgásmicos y exhalaba con fuerza todo aquel aire que no había expulsado desde pequeña. Se abrazaron, todavía Emma jadeando y tragando a paso duro y grueso mientras Sophia besaba sus pezones.

 

- Rico, ¿no?- susurró Sophia, paseando su dedo por las pecas de los hombros de Emma.

 

- Tengo antojo- sonrió, restregándose la cara con sus manos.

 

- ¿De qué?- susurró, dándole besos a su clavícula.

 

- Your behind

 

- ¿Mi espalda?- jugueteó Sophia, sabiendo exactamente a qué se refería.

 

- Your asshole- sonrió, jugando con el cabello de Sophia.

 

- No hablo inglés…

 

- Tu trasero- dijo Emma, creyendo que ya había terminado el juego.

 

- Más…específico, por favor- suspiró Sophia a ras del cuello esbelto de su novia.

 

- Tu…ano- totalmente sonrojada, Sophia notando cómo de un segundo a otro se coloreaba de rojo y sintiendo no sólo su vagina contrayéndose por aquellas palabras, sino secretando jugos y un micro espasmo en su ano, como si él también tuviera antojo de Emma.

 

- Más sucio- mordió su cuello.

 

- Tu culo, Sophia- gruñó entre dientes, entre desesperada y sabroso dolor por el mordisco.

 

- Más cariñoso- rió sólo para no gemir por aquellas palabras tan simples pero que tenían tanta poca educación detrás.

 

- Mujer- se quejó Emma. –Tu culito, ¿está bien?- sonrió, tomándola por los hombros y clavándole la mirada en la suya.

 

- Pues, ven a mí- sonrió, echándose hacia atrás, cayendo sobre su espalda sobre la cama y, con sus manos, tomó sus muslos, abriendo sus piernas y dejando que Emma viera todo el delicioso panorama.

 

- I’m gonna make you cum so hard…that you won’t even know your name- murmuró con lascivia extrema, sonrojando a Sophia y haciendo que tragara con dificultades.

 

- Te dije que no hablo inglés- y eso fue el acabose.

 

- Sophia, querida Sophia, mi amor, guapísima Licenciada…ahorita me voy a comer su “culito” y voy a follarla hasta que eyacule tantas veces y tan fuerte que ni va a saber cómo carajos se llama- sonrió, viéndole la cara a Sophia, una cara plana y sorprendida, la mejor definición del asombro; expulsó cantidades industriales de jugos ante aquellas sucias palabras  que, por haber salido de la educada boca de Emma, sonaban diez veces más eróticas.

 

Y Emma, hundiéndose en aquel empapado sexo, recorriéndolo con la punta de su nariz, que se llenó de los jugos de Sophia, para luego clavarle su lengua en su ano, haciéndola gemir, quitándole toda fortaleza muscular, haciéndola un jadeo con piernas, con pinceladas de sollozos y quejidos deliciosos. La lengua de Emma rodeaba aquel agujerito con presión, sentía cómo emanaba calor y antojo por ser complacido, sus dedos merodeaban por su vagina. Hizo que Sophia tirara más sus piernas hacia ella, despegando su trasero de la cama para darle más espacio a la lengua de Emma. La lengua Pavlovic se puso rígida y penetró aquel agujerito hasta donde él cediera espacio, dilatándolo y relajándolo entre los jadeos incesantes de Sophia. Emma ladeó un poco su cabeza e introdujo de golpe sus dedos del centro en la vagina de Sophia, todavía sin dejar de morder y besar sus glúteos para luego seguirse deleitando de aquel agujerito prohibido. Emma no penetró a Sophia, simplemente dejó dentro sus dedos y buscó su G-Spot, lo que encontró cuando introdujo sus dedos hasta el fondo y, manteniéndolo presionado, movió ágilmente sus dedos de izquierda a derecha para luego atraparlo entre ellos y volver a lo anterior. Sophia intentó erguirse, pero su abdomen se contrajo, la dejó sin respirar y no la dejó recostarse de nuevo, su mandíbula se endureció, sus dientes se presionaron entre ellos, sintió aquella contracción ardiente dentro de sí y logró gritar de placer puro, expulsando de su feminidad una cantidad considerable de jugos que Emma intentó atrapar en su boca, tragando sin cesar mientras Sophia dejaba caer sus piernas de golpe sobre la cama y sus caderas enloquecían junto con sus gritos, gritos que se escucharon hasta el Jacuzzi.

 

- ¿Cómo te llamas?- preguntó Emma, viendo a Sophia temblar y sin poder abrir los ojos.

 

- So…Sophia…Rialto- gimió.

 

Emma sonrió e introdujo nuevamente sus dedos en la vagina de Sophia y, lubricando su dedo del medio de su otra mano, lo introdujo lentamente en su ano, haciendo que Sophia volviera a gemir y, sin fuerzas, intentara apuñar el cubrecama. Emma acercó su lengua a su clítoris y lo lamió sin piedad, así como movía sus dedos igual que hacía unos segundos. Sophia volvió a cerrar los ojos entre sus gritos y no pudo poner resistencia alguna, simplemente dejó que sus espasmos se adueñaran de ella, así como ese calor y ese ardor que inundaban su cuerpo, que tenían origen por ahí por donde estaba Emma, pues no sabía exactamente dónde se originaban.

 

- Fuuuuuuuuck!- sollozó Sophia entre dientes mientras volvía a eyacular, esta vez menos pero empapaba la barbilla y parte del cuello de Emma, empapando la cama.

 

- ¿Cómo te llamas?- preguntó de nuevo la Arquitecta Pavlovic.

 

- Sophia…- murmuró entre gemidos temblorosos y caderas descontroladas, sintiendo los labios o los dedos o la lengua de Emma recorrerle sus labios mayores, es que ya no sabía qué sentía ni dónde, ni qué la hacía sentir lo que sentía, sólo sabía que Emma cumplía sus amenazas, esas dulces amenazas.

 

Soplando suavemente sus labios mayores para torturar a Sophia, Emma siguió aquella acción con besos sobre sus hinchados e hipersensibles labios mayores, introduciendo el reverso de su lengua para recorrer aquella palpitante e hirviente, estremeciendo a Sophia, haciendo que sus dedos apuñaran tensamente su cabello en cuanto se detuvo en su ano de nuevo. Introdujo nuevamente sus dedos del centro en Sophia, cada vez entraban más fácil, más a fondo, se quemaban al entrar. Succionó su pulgar y lo introdujo en aquel agujerito que deseaba ser follado, pero a dos dedos, pero se complació con el pulgar, llenándolo hasta medio canal, pero al menos llenándolo. Y aquel movimiento de arriba hacia abajo, febril e intencionalmente malintencionado, no sólo se hacía en su vagina, sino que Emma había decidido mover su muñeca, moviendo sus dedos hacia arriba y hacia abajo con igualdad de apasionada ferocidad.

 

Sophia, quien tenía una leve capa de sudor que se materializaba sobre toda su piel sin excepción de rincón, su rostro, su cuello, su pecho; todos coloreados de un rojo comunismo que se difuminaba en sus hombros y en sus senos, no tenía fuerzas para detenerse, ni siquiera para mantener sus piernas flexionadas; que habían caído con las rodillas sobre la cama pero aún abierta para Emma, quien se había erguido para ver a Sophia totalmente perdida entre tanta eyaculación, frunciendo tiernamente su ceño y alocando su rubia melena. Emma sacó su pulgar de aquel agujerito,  agilizó su muñeca y, inclinándose sobre Sophia y recorriéndole su enrojecida piel con sus labios hasta llegar a sus labios para besarlos, hizo que abriera los ojos para ver aquella lujuria celeste.

 

- Ti amo, Principessa- susurró, admirando a Sophia cerrar lentamente sus ojos para expulsar sus dedos de su vagina y temblar, con un gemido casi mudo por el cansancio, ante la última gota de lubricante que salió de su cavidad vaginal, dejándola intentando respirar, recuperar el oxígeno, hasta creyó que necesitaría una máscara. - ¿Cómo te llamas?

 

- Señora Pavlovic- jadeó, acomodándose entre los brazos de Emma que la abrazaban.

 

- Bien, te olvidaste de tu nombre; misión cumplida- suspiró Emma, sabiendo lo que Sophia insinuaba y sonrió, pues las ideas se le comenzaban a apilar una sobre otra; algo complejo pero original, que la tomara por sorpresa. – Te amo- murmuró, dándole un beso en aquella sudorosa frente, probando ese sabor a inmenso placer.

 

- Mmm…- balbuceó, cerrando sus ojos y sintiéndose morir.

 

- Sophia, hay que ponerse ropa, tu hermana ya va a regresar…

 

- Mmm…

 

- Licenciada Rialto…arriba- sonrió, dándole unas palmadas cariñosas en la cabeza.

 

- Joder, Emma…si el cuerpo no me responde- se quejó, riéndose y echándole la culpa por lo obvio.

 

Emma se levantó y buscó algo que ponerle encima a Sophia, que sólo pudo encontrar una bata de baño, lo más cerca, pues no podía darse el lujo de que Sophia cediera al poder de Morfeo. Le puso la bata y la acostó sobre las almohadas, retirando el cubrecama y apilándolo en una esquina, pues estaba lleno de los jugos, tibios ahora, de Sophia.

 

- Te amo, Sophie…descansa- susurró, dándole un beso en su frente y apagando las luces de aquella habitación, caminando hacia la sala de estar de la Suite, en donde buscó algo que ponerse mientras, a través de la puerta de la terraza, veía al resto de los viajantes reírse con champán en la mano. Sonrió y se lanzó de espaldas a un sofá, entregándose también a Morfeo para cuidar a Sophia de aquel dios, doliéndole la distancia, el no poder dormir junto a ella, abrazarla, abrir los ojos y que fuera lo primero que viera y sí, antes de darle permiso a Morfeo de secuestrarla, volvió a pensar en aquel “Señora Pavlovic”, que en mejor momento no pudo haber sido dicho, ni de mejor manera, dándole la mejor de las ideas para el mejor de los tiempos.

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