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Antecedentes y Sucesiones - 5

en Grandes Series

Veintiuno de Febrero, dos mil doce. Alec Volterra, quien en realidad se llamaba “Alessandro”, y “Alec” no era más que su apodo de toda la vida, tanto lo habían llamado así que hasta se le olvidaba, a veces, que se llamaba Alessandro y no Alec, pues nadie lo llamaba por su nombre verdadero, quizás porque creían que se llamaba Alec en realidad, sólo Emma, que sabía por la sociedad, pero que creyó que su nombre era Alec, aunque lo siguió llamando así, por comodidad, ese Arquitecto, que era una mezcla de joven y adulto joven, pues apenas tenía cuarenta y nueve años, recién cumplidos, siete de haber enviudado, y no sólo enviudado, sino que perdió la oportunidad de ser papá por primera vez, pues Patricia, a sus treinta y un años, había tenido una complicación en su embarazo, tan grande, que había significado su fallecimiento junto al del feto de veintitrés semanas, salió del Fiumicino, justo para encontrarse a Camilla Rialto, saludándose con un abrazo que pareció eterno, pero era la emoción de verse después de tanto tiempo a pesar de haber mantenido la comunicación esporádica.

 

- ¿Qué?- sonrió sonrojadamente Camilla. 

 

- Estás guapísima- dijo, viendo a Camilla querer perderse entre las letras del menú.

 

- Tú no cambias, Alec

 

- Tú tampoco- sonrió, con aquella sonrisa torcida que, con los años, sólo había logrado mantenerse entre una barba corta. – Fettuccine Alfredo e Pollo all’Arrabbiata- ordenó al mesero, con la sonrisa que no olvidaba que Camilla comía Fettucine Alfredo.

 

- E Fontodi Chianti, per favore- cerró el menú, alcanzándoselo al mesero. – Te ves muy bien

 

- Tú también, llegando al medio siglo con gracia, ¿no?- rió, apoyándose nerviosamente de sus codos sobre la mesa. - ¿Cómo estás? ¿Estás bien aquí?

 

- Sí, Alessio me metió a trabajar en “Il futuro è passato qui Seminari”… me queda mucho por aprender, pero está interesante

 

- Tú sabes que puedo ayudarte, puedo llevarte a trabajar conmigo, ganando bien, te daría todo

 

- Alec, no puedo irme, no puedo dejar a mis hijas…que aunque estén lejos, Sophia en Milán e Irene en Atenas, tengo que estar cerca, soy su mamá…

 

- Sabes que la opción está ahí para el futuro, por si te animas, ¿verdad?- Camilla asintió.

 

- Se te olvida el pequeño detalle de que yo no soy Arquitecta- dijo cabizbaja, arrepintiéndose de aquello, aunque no tenía por qué arrepentirse tanto.

- En mi Estudio, yo digo quién es Arquitecto y quién no… además, nunca es tarde para terminar lo que se empezó

- ¿Y volver a la Sapienza después de veinti-Santos años?- resopló.

- ¿Por qué no? Siempre tenías buenas calificaciones, buenos diseños, hasta me acuerdo que tenías los mejores modelos

- Los tiempos cambian, yo no tengo experiencia… seguramente, si me meto a estudiar ahora, arrasan conmigo. Ya estoy un poco mayor para estar queriendo terminar mi grado

- Sólo tienes que llevar la última materia- susurró.

- Materia que ya no existe- dijo a secas, tratando de evitar el tema. – Además, mi registro está más que obsoleto, ya lo revisé… está “clausurado” porque, estúpidamente, nunca me exmatriculé

- Está bien, está bien- sonrió. – Quizás, si fueras Arquitecta, serías mi competencia

- Pero no lo soy- se encogió de brazos. – En fin…- suspiró.

 

- ¿Estás bien con lo del divorcio?

 

- Estoy mejor que antes, mejor que hace unos meses, mejor que antes de divorciarme…me ha sentado bien… - un silencio un poco incómodo invadió el ambiente entre ellos dos, dejándolos sin nada que decir, con mucho que pensar, que, de no haber sido por el mesero que llevaba la botella de Chianti, no habrían reaccionado. – Alec…no sé, no sé cuántas veces voy a tener que pedirte perdón para dejar de sentirme tan mal conmigo misma

 

- ¿Por qué me tienes que pedir perdón? Ca, aquello fue hace mucho tiempo, no te guardo ningún rencor… no tendría caso que te castigara con mis cosas del pasado, ya lo pagaste creo yo…y de no haber sido por aquello, no tendrías a tus hijas

 

- ¿Quieres ver a Irene?

 

- Claro que sí- sonrió, notando lo nerviosa que estaba Camilla, pero logró sacar su cartera de su bolso, una cartera que Sophia le había regalado. – Bueno, aquí reconoces a las tres- era una fotografía de Camilla y Sophia abrazadas, sentadas al lado de la otra, juntando sus sienes, siendo abrazadas, por arriba, resaltando el rostro, por Irene.

 

- Está enorme- sonrió. – Muy guapa también, seguro tuviste problemas de corazones rotos

 

- No me mandaron a llamar nunca del cementerio- rió. – Es diferente a Sophia…

 

- Me imagino que, aunque no las hayas criado diferente, cada una creció por el lado que mejor le pareció

 

- Hay cosas que se aprenden, otras que se heredan, Alec

 

- ¿Talos tiene algún gen bipolar?- bromeó, tomando la copa de vino en su mano. Ay, cómo detestaba al Congresista.

 

- No te sabría decir… Irene es muy graciosa, se ríe mucho, bromea mucho, a veces se le pasa la mano, pero es inteligente, le gusta mucho jugar tennis…es más mimada que Sophia

 

- Sophia no es seria tampoco, Camilla…y tampoco mimada

 

- No, pero es más como su papá…

 

- Tú sabes lo que pienso de Talos- dijo, tratando de evitar el tema. – Y Sophia me cae muchísimo mejor que él, hasta me sorprende que me caiga tan bien- rió, pues es que no podía ocultar su desagrado.

 

- Sophia es una persona demasiado adulta para la edad que tiene… no sé qué ha vivido y qué no, tampoco soy tan acaparadora, pero ha vivido tanto que no ha vivido nada, se encierra en el mundo que más le gusta cuando siente que se ahoga, no habla mucho de las cosas que le pasan, no habla nada en realidad, su cabeza es una máquina de pensamientos que no descansan, puedes escuchar que no deja de pensar, siempre está pensando en algo…se tira de clavado en lo que hace, le es fiel a sus ideas, a sus principios…

 

- Sin ofender, es como si todavía quisieras al respetable padre de la criatura- dijo, levantando las manos para terminar el tema, pues le incomodaba.

 

- Escúchame…por favor…

 

- Está bien- suspiró, intentando que, con ese oxígeno, lo llenara de fuerzas y tolerancia, y paciencia.

 

- Sophia es diferente a las de su edad, yo lo veía cuando estaba en el colegio…estudiaba mucho porque le gustaba, no era tan fiestera como sus amigas, tenía amigas pero le gustaba mantenerlas al margen de su vida porque no le gusta que invadan su privacidad, tiene muchos secretos; secretos que ni sabe que tiene, cosas que no entiende de su vida… y tiene algo muy especial, bastante único, algo que sólo he visto en otra persona y que Sophia nunca tuvo contacto con esa persona…y es que le gusta hacer las cosas bien, le gusta hacer el bien, hacer lo correcto, pero cuando sabe que, al querer hacerlo lastimaría a alguien, no lo hace…

 

- No te estoy entendiendo, Camilla… Talos es un político… tengo mis reservas en cuanto a su profesión- Volterra era todo bromas, pues no entendía en realidad, y yo tampoco habría entendido.

 

- Mira este video- le dijo, alcanzándole su móvil. – Y dime a quién te acuerda- lo tomó en sus manos y miró fijamente la pantalla.

 

Era Sophia, sentada en un sofá, con sus pies al suelo, pies descalzos, con sus piernas abiertas, con sus codos sobre sus muslos para colocar, aéreamente, el cubo enmedio de sus piernas mientras lo sostenía entre sus manos. Se inclinaba hacia adelante y veía fijamente el cubo, lo analizaba, le daba un par de vueltas, hacia los lados, hacia arriba y hacia abajo. Levantó la mirada para ver a la cámara, sonrió y la volvió a bajar, empezando a resolver el cubo de cuatro por cuatro, moviendo sus dedos y sus manos rápidamente, deteniéndose para analizar el cubo nuevamente, tocando una que otra pieza que sólo ella podía comprender su importancia, y seguía rotando las caras y las columnas, sonriendo cada vez más ancho, empezando a gritar y a reírse histéricamente, pues la meta era hacerlo en menos de un minuto, que no lo logró, pues lo resolvió en un minuto y dos segundos.

 

- Se parece a su papá, ¿verdad?- murmuró, tomando su vino hasta dejar la copa sin nada.

 

- A su…papá…- susurró para sí mismo, como si estuviera intentando descifrar aquella frase, que comprendía y no comprendía al mismo tiempo.

 

- ¿Te acuerdas de aquella tarde, después de la prueba de Architettura del paessagio?

 

- Cómo olvidar que me llevaste a ver “Flashdance”- rió, sacudiendo la cabeza.

 

- Terrible, lo sé, la película estuvo terrible… pero… lo que pasó después…

 

- ¿El fiasco de cena donde Alessio?

 

- Después de eso- quiso gruñir, pero se contuvo, pues Volterra sólo le daba vueltas al asunto.

 

- Oh…sí, sí me acuerdo- se sonrojó, lo cual era raro.

 

- Bueno, esa fue la vez que tú y yo…bueno, que pasó eso

 

- ¿A dónde quieres llegar, Camilla?

 

- A que, cuando me fui de Roma…

 

- ¿Si?

 

- Ya tenía dos meses de embarazo…

 

- ¿Te casaste estando ya embarazada?- siseó, intentando no alterarse, aunque no había comprendido lo que yo sí.

 

- Alessandro, no me estás entendiendo…no me estás queriendo entender…Sophia es como su papá…porque su papá no es Talos- sintió aquel peso enorme levantarse de sus hombros, pero sabía que la reacción no sería buena.

 

- No, no, no… ¿qué?- la reacción que todos esperábamos, incredulidad, negación, tartamudeo, nerviosismo. – No, no, no… Sophia no puede ser mi hija- dijo, deshaciéndose el segundo botón de su camisa polo, Camilla suspiró y le alcanzó un papel doblado en tres partes, que Volterra tomó en sus manos, lo leyó, pero no lograba entender.

 

- Es negativo entre Sophia y Talos…eso es lo que dice ahí- la mente de Volterra era un nido de pensamientos, de ganas de querer gritar, de salir corriendo, huyendo, corriendo y gritando como un loco. – Y sólo tuve algo contigo… Irene fue algo menos físico y más científico

 

- ¿Desde cuándo sabes con certeza?- balbuceó, intentando no verla a los ojos.

 

- Desde que Sophia tenía dieciséis…

 

- ¿Por qué nunca me dijiste?

 

- Por miedo, por cobarde- hundió su rostro en sus manos.

 

- ¿Por miedo a que Talos te dejara como te ha dejado ahora?

 

- Talos los sabe, él le hizo esa prueba a Sophia

 

- ¿Qué? ¿Debería darle las gracias por criar a mi hija?- estaba enojado, realmente enojado, pues, lo esperado obviamente.

 

- Te lo estoy diciendo ahora, ahora que ya no estoy con él, que Sophia no depende de él…no pensé con claridad, no pensé, lo siento

 

- ¿Sophia lo sabe?- Camilla sacudió la cabeza. - ¿Cómo me trago todo esto? No conozco a mi hija… ¡Tiene casi treinta años, Camilla!…la he visto una vez, recibí a mi hija en mi casa, creyendo que era hija tuya y no mía, y se ha quedado llamándome “tío Alec”…

 

- ¿Quieres que le diga?

 

- No- murmuró, pasando sus manos por su calvicie. – Sophia ha creído toda su vida que su papá es el Congresista…no puedes decirle, de la nada, que yo soy su papá, un hombre al que ha visto una vez…eso es volverla en tu contra, en mi contra…y tendrías que darle muchísimas explicaciones que creo que no quieres darle, que no sabes cómo darle…y yo no podría ayudarte porque soy nuevo en esto…no sé cómo tratar a un hijo, a una hija…y quiero acercarme pero, ¿cómo? Dime, ¿cómo justifico mi acercamiento?

 

- No lo sé…no lo sé…

 

- ¿Por qué decidiste decírmelo?

 

- Vi las fotografías que se habían tomado juntos, y me pareció justo que supieras, terminé por armarme de valor

 

- Me habría gustado saberlo muchísimo antes, el día que lo supiste

 

- Ya estabas con otras cosas en la cabeza, Alec…creí que era lo mejor para todos…perdóname

 

- Mi perdón lo tienes…el que te va a costar conseguir es el de Sophia, si es que te armas de valor para decirle

 

- Pero tú no quieres que le diga, te contradices

 

- Tengo miedo, es justo que lo tenga, ¿no?

 

- Tienes toda la razón, discúlpame…

 

- Como sea, háblame de Sophia, por favor…que yo sólo la he conocido un poco, muy por encima

 

- Es como tú, se concentra en las cosas que le gustan, es muy apasionada en lo que hace, le encanta lo que hace… aunque le cuesta relacionarse con los demás, siempre encuentra un “pero”, o muchos…

 

- Dímelo todo, por favor, no retengas nada, es mi hija y tengo derecho a saber- dijo Volterra, sirviendo un poco más de vino en sus copas.

 

- Sophia es diferente, no es rara, pero es diferente…

 

- Noté que le gusta saber las cosas, curiosa, pero que vive como en su mundo, no habla mucho, pero, cuando habla, es otra persona- sonrió, acordándose de las veces que Sophia lo había hecho reír.

 

- Sí… Sophia es especial… pero guarda muchas cosas para ella porque creo que siente que no puede ser honesta con el mundo

 

- ¿Por qué? ¿Qué tiene Sophia?

 

- ¿Realmente quieres saber?

 

- Si lo sabes tú, tengo derecho a saberlo yo

 

- Sophia no te va a dar un nieto- suspiró lentamente.

 

- Ni siquiera sabe que me daría un nieto a mí…

 

- Alec, ensériate, por favor- suspiró Camilla, sabiendo que era la manera de evadir los temas incómodos para él.

 

- Perdón… ¿Sophia está bien de salud?

 

- Sophia es muy sana, raras veces se enferma… come relativamente sano, está muy bien físicamente si no fuera por el cigarrillo…

 

- ¿Entonces? ¿No encuentra con quién quisiera…tú sabes?

 

- Y aunque lo encuentre, no se podría… Sophia no es muy afín con los hombres

 

- ¿Me estás diciendo que Sophia es lesbiana?- susurró, como si todo el restaurante lo escuchara en realidad. Camilla asintió lentamente. – Está bien- sonrió, pensando en cómo no lo sería, si la figura masculina que tuvo en casa era una completa basura.

 

- ¿No la rechazas?

 

- Es mi hija, ¿cómo podría rechazarla?- Camilla se encogió de hombros. – Sophia no está arruinada, por lo tanto no tengo nada que arreglar… al menos no tendré que preocuparme de que algún hombre se quiera aprovechar de ella

 

- Las mujeres no somos tampoco tan sencillas, Alec, eso lo sabes

 

- Eso lo sé, trabajo con muchas… mi Socia, Dios mío, qué mujer más complicada… habría querido que Sophia la conociera cuando llegó

 

- Suena como si estuvieras enamorado, Alec- rió Camilla, tapándose los ojos mientras sacudía la cabeza. Sintió un poco de celos.

 

- ¿Enamorado? Al menos no de mi Socia, es mi protegida, es la frescura que el Estudio necesitaba… y vaya que le funciona distinto el cerebro, tiene unas ocurrencias que sólo a ella le salen bien…

 

- ¿Al menos?

 

- Ca, tú sabes que hay cosas que no se pueden sólo apagar, ni con el pasar de dos décadas, casi tres… y estoy segura que te pasa lo mismo

 

Marzo dos mil doce. Otro día normal en el estudio Volterra-Pensabene, Emma, como siempre, discutiendo con David, esta vez no sólo porque las tangas no dejaban de llegar, sino porque insistía en que la casa de los Hatcher, quienes ya habían aprobado el diseño estructural y ambiental, podía empezarse a construir después, pues él estaba ahogado en trabajo, pero la fecha estaba fija, ya habían emparejado el terreno, ya habían colocado las primeras tuberías, David sólo tenía que revisarlo, casi, todo. Emma iría a Boston, a supervisar la tierra que habían utilizado y a verificar la ubicación de las tuberías que, como siempre, Emma las reunía fuera de la base de la casa, ésta en especial porque tenía sótano, y no podía tomar el riesgo de arruinar las estructuras, además, Emma necesitaba un escape de Nueva York, y Boston siempre le había gustado, más porque la dejaban quedarse en la  suite ejecutiva del “Hotel Commonwealth”, el Estudio pagaba el precio de una habitación individual y Emma simplemente completaba la diferencia, pues, al estar fuera de su casa, fuera de su comodísima cama, le gustaba estar cómoda, tener todas las comodidades posibles. Y quizás Emma necesitaba un descanso extra, pues Gaby, su asistente personal, estaba de baja por maternidad, que seguía viviendo con sus papás aunque le habían negado la ayuda económica, pero Emma había cumplido con su palabra.

 

En vista de aquello, Emma decidió contratar a Moses, para cubrir el puesto de Gaby, no para que desesperara a proveedores o los trabajos sucios que Gaby tenía que hacer, sino para que se encargara tanto de ella, como del Estudio entero, que el Estudio le pagaba el cincuenta por ciento, y Emma el resto de su bolsillo, y era buena inversión, pues Moses, el Handyman que había contratado de la misma agencia de Vika y Agnieszka, había resultado muy inteligente, tan inteligente que Emma, al llegar a la oficina, ya tenía su taza de té de vainilla y durazno y dos mentas al lado, cada sonido gutural o aireado de desesperación o estrés, era solucionado con un vaso con hielo hasta la mitad del vaso, esencia de menta, una rodaja de lima fresca, y Pellegrino hasta tres cuartas partes del vaso, al medio día, cuando Emma se quedaba trabajando en vez de salir, Moses ya sabía que Emma, dependiendo de su humor, comía Steak y puré de patatas cuando estaba estresada, cuando estaba relajada era Mac & Cheese con langosta, y, cuando estaba ambivalente, Tartaletas de cangrejo y langosta, o, cuando Emma tenía reunión de todo el equipo, usualmente el miércoles de cada semana, eran Vieiras a la paprika y al limón.

 

Phillip, por el otro lado, se reunía con Natasha para almorzar, o quizás no precisamente almorzar, pues Natasha, trabajando más cerca de Emma, cruzaba rápidamente una cantidad considerable de calles y avenidas, sólo para satisfacer sus antojos sexuales, en esa ocasión era un cunnilingus, pues era de los pocos días que Natasha se ponía falda para trabajar, casi siempre era pantalón formal o semi-formal, o jeans en sus distintos colores, a veces abusaba del código de vestimenta, que era muy flexible y chic, y se ponía sus pantalones de cuero. Hugh recogía a Natasha a las doce en punto, ya con la comida de su elección, ese día era Wendy’s: una Baconator para Phillip y un Spicy Chicken Wrap para Natasha, y se escabullía hasta el Financial District, en donde la esperaba a cuenta de parquímetro, a que acabara con su antojo y comiera ya frío, que no les importaba, pues, por ser la hora de almuerzo, todos huían de ahí y quedaba sólo Phillip, se despedían con un beso y una mordida, Natasha acariciaba la nueva barba de Phillip, que se la había dejado crecer, era una barba ordenada y bien cuidada de tres días, Natasha le sonreía, Phillip besaba su frente y la iba a dejar hasta la puerta del Mercedes Benz negro, que había sido recientemente renovado. Phillip, con sus manos en sus bolsillos, veía el auto tomar marcha y cruzar hacia la derecha para hacerse camino a Garment District, sacaba las manos de sus bolsillos y se devolvía a su oficina, arreglándose el nudo de su corbata en el ascensor, pues no era por Natasha que lo aflojaba, sino porque a veces, más que todo después de comer, sentía que lo ahogaba.

 

- En Milán no encontré nada- suspiró Sophia, poniendo las tortas de carne al sartén para cocinarlas. – He aplicado a ocho lugares hasta el momento, lo que encuentre

 

- Extrañas Milán, ¿verdad?- murmuró Camilla, viendo a su hija cocinar la cena, algo por lo que no se tenía que preocupar con ella, pues, en ese sentido, era muy independiente.

 

- Se acostumbra a vivir allí, es como que usted no me diga que, al principio, no extrañó Atenas…que aunque supiera cómo funcionaba Roma, no se lograba sentir completamente feliz

 

- Sí, supongo que tienes razón

 

- Hablé con Irene…está encantada con su iPad, enloquecida- sonrió, pero se le escapó una leve risa nasal. – Está muy bien…la aceptaron en Penn State, está muy contenta… aunque cree que papá no la va a dejar irse, dice que no está lista

 

- Tu hermana sabe lo que hace, sabe cómo manejar sus cosas y cómo lidiar con Talos…

 

- Sí…y hablé con papá también- Camilla trago con dificultad ante aquel sentido de pertenencia que no era verdadero. – Sólo me deseó un feliz cumpleaños atrasado- rió, sacudiendo su cabeza. – Primera vez que no se le olvida mi cumpleaños…- le dio la vuelta a las tortas de carne, tomando el provolone en sus manos y colocando las rodajas sobre el lado ya cocido de las tortas.

 

- Bueno, lo importante es que Irene está bien, está contenta, y que Talos se acordó de tu cumpleaños…

 

- Más vale tarde que nunca, ¿no?- sacó los panes para las hamburguesas y los abrió. - ¿Cómo le fue ahora?

 

- Bien, esa gente con la que estamos trabajando, son bastante conocedoras del tema de restauración y curación…- Sophia colocó una hoja de lechuga sobre cada base y, sobre cada tapa, una rodaja de tomate y un aro de cebolla morada. – Sophia… ¿puedo pedirte un favor?

 

- Sí, claro

 

- ¿Puedes tutearme?

 

- ¿Tutearla? ¿A usted, mamá?- resopló, guardando los vegetales en el congelador. Camilla asintió, cosa que Sophia no vio pero pudo sentir. – Está bien, te voy a tutear de ahora en adelante

 

- Gracias… es que me hace sentir un poco vieja

 

- De nada… aunque, vieja, no estás… estás interesante- sonrió. Era la sonrisa más pura, más inocente, blanca a pesar de los cigarrillos que fumaba a diario, que eran menos cada vez pero, al darle vergüenza fumar frente a su mamá, había dejado los cigarrillos a un lado y sólo fumaba uno que otro esporádicamente y no frente a Camilla, ni siquiera en el apartamento, que ahora vivían más cerca del Centro Histórico, en un apartamento grande, en el que se iba la mitad del salario de Camilla, pero Sophia no preguntaba, quizás Talos le daba algo mensual.

 

- ¿Qué piensas hacer mientras consigues trabajo? ¿Descansar? ¿Leer? ¿Sedentarismo?

 

- Pues, pensaba conseguir un trabajo de bajo perfil por mientras, en la panadería de la otra calle hay una vacante, hablé con el hombre que estaba de turno, me dio la tarjeta del jefe y me dijo que le llamara mañana por la mañana…y, con el dinero que gane, parte es para ayudarte y parte quizás para comprar materiales para construir algún mueble, no lo sé…- retiró las tortas de carne y las colocó sobre las hojas de lechuga. – No quiero estar de sedentaria

 

- ¿Qué pasa si no consigues trabajo aquí? ¿Regresarías a Milán?

 

- No, a Milán no voy a regresar, prefiero estar en Roma, contigo…porque no me gusta que estés sola…no me siento tranquila-sacó las patatas del horno y las sirvió en ambos platos. – Voy a buscar trabajo aquí en Roma, tiene que haber algo para mí… ¿no crees?- le alcanzó el plato y se aseguró que las hornillas de la cocina estuvieran apagadas.

 

- Sí, creo que sí…

 

- ¿Por qué tanto interés en saber qué quiero hacer o qué voy a hacer?- murmuró, sentándose a la mesa y poniéndole un poco de Dijon a su hamburguesa.

 

- No, sólo curiosidad…porque…no sé…quizás…podría hablar con Alessio o con Alec

 

- ¿Qué podría ofrecerme Alessio? Yo no soy Arquitecta, ni Ingeniera

- No lo sé, puede ser que sepa de alguien

 

- Y, ¿para qué hablarías con el tío Alec?- rió, tomando la hamburguesa entre sus manos, no viendo la expresión de Camilla, la expresión de dolor ante el título errado que Alec tenía.

 

- Tal vez sabe de algún trabajo de aquel lado, o quizás él sí puede darte un trabajo- sonrió, imitando a Sophia pero sin la mostaza.

 

- Necesitaría visa de trabajo para eso…no creo que alguien esté dispuesto a pagarla

 

- Pues, yo no sé, sólo opinaba

 

- Encontraré algo aquí, no te preocupes, no tendrás que molestar al tío…además, estoy segura que está más que completo con su equipo- rió ante el recuerdo de cómo Volterra hablaba de sus trabajadores. – Ya veremos, no te preocupes, ¿está bien?- aunque Sophia sí estaba preocupada, pues el hecho de que hubiera un recorte de personal en una empresa tan estable como lo era Armani, Armani en general, pues no sólo Armani Casa había sufrido, significaba que el resto de negocios más pequeños, tampoco estarían en disposiciones de contratar más personal, sólo en caso que estuvieran reponiéndolo. Sophia quizás le había mentido a Camilla, bueno, es que sí le mintió, pues, según Camilla, Sophia había sido despedida directamente, y no le dio una razón, simplemente ahí mató el tema, todo para que Camilla no se preocupara tanto como ella.

 

*

 

Aquellas tres eminencias, salieron a la calle, Natasha y Phillip tomados de la mano, Emma simplemente repasando la laca de sus uñas con su dedo pulgar, sólo de la mano derecha, pues, en la mano izquierda, llevaba su bolso compacto. Se quedaron de pie, como si esperaran a algo o a alguien, pero el Señor y la Señora Noltenius simplemente esperaban a Emma, a que Emma se decidiera a empezar a caminar, pues ella marcaría el paso, sólo eran dos avenidas, o sea doscientos metros, y bordear la Pulitzer Fountain para entrar al Plaza. Emma respiró hondo, sintiendo su olfato muy agudo, pues era capaz de oler, desde lejos, la grasa en la que cocinaban los hot dogs del otro lado de la calle, arena mezclada con ceniza de cigarrillo en el basurero a la entrada del Lobby del edificio 800, su audición también se había agudizado; escuchaba los motores de los autos como si corrieran calientemente en su cabeza, las bocinas la aturdían, el sonido de un mudo subterráneo que pasaba bajo sus pies, la respiración preocupada de Phillip y Natasha, que sentía también sus penetrantes ojos en la espalda. Abrió los ojos, respiró una vez más, sonrió y dio inicio a una marcha, sobre sus Lipsinka Louboutin, que estaban muy cómodos, pero no había por qué fiarse de un Stiletto que utilizaba por primera vez, por lo que había usado la milenaria técnica del antideslizante en el zapato, que consistía en, sencillamente, con una tijera, trazar diagonales, incrustando la hoja, en la suela del zapato, diagonales cruzadas, por supuesto, y todos sus Stilettos habían pasado por el mismo proceso desde siempre, pues, a tal altura, nadie quería caer del cielo a la tierra, y de golpe.

 

*

 

Todavía marzo, dos mil doce.

 

- Emma, ¿tienes un momento?- emergió Volterra la cabeza en su oficina.

 

- Claro, pasa adelante, por favor- sonrió, apenas llegando aquel martes por la mañana, que recién llegaba de Boston la noche anterior.

 

- ¿Cómo va todo en Boston?- cerró la puerta calladamente y se dirigió a uno de los sillones frente al escritorio de Emma.

 

- Muy bien, ahora ya empiezan a levantar la casa como debe ser, todo va muy bien, pero tendré que ir en un mes de nuevo, pues, dicen que en un mes ya la tendrán lista, de estructura, claro

 

- Excelente- sonrió, entrelazando sus dedos, pensativo en otra cosa. – Vengo por dos cosas, por tres en realidad…

 

- Dime

 

- La primera es que Meryl quiere que remodelemos el apartamento y que lo volvamos a ambientar, ¿quieres hacerte cargo de tu actriz favorita por segunda vez?

 

- No te cae muy bien, ¿verdad?- rió Emma.

 

- No, es de los clientes más flexibles que tenemos… es sólo que tengo al Radio City y a una casa en Pittsburg, y he hablado con Meryl, bueno, con su asistente, y dijo que si tú lo hacías, no había problema

 

- Está bien, dame la carpeta del proyecto y yo lo hago, ¿quieres algo de tomar?- sonrió, sabiendo que a Volterra algo le atormentaba.

 

- No, no, ya casi me tengo que ir…mmm… bueno, las otras dos cosas, mmm… felicidades por lo de Louis Vuitton

 

- Gracias, Alec… ojalá y quede tal y como lo planteé- sonrió de nuevo.

 

- Ya verás que sí…

 

- Alec, sólo dímelo- rió, sabiendo que le daba vergüenza decir lo siguiente.

 

- No acudiría a ti si no fuera importante, eso lo sabes... y confío en que, una vez hablemos de esto, se te olvidará- Emma asintió. – ¿Qué puedo regalarle a una mujer de tu edad?

 

- Oh… bueno, ¿qué le gusta a ella?- Volterra frunció sus labios y su ceño, como si intentara pensar. - ¿Qué le gusta hacer?

 

- Le gustan los museos, le gusta armar cosas…

 

- De entrada te diría que le regalaras el Guggenheim de Lego Architecture… para que arme un museo- rió. – Pero, Alec, a una mujer nunca le caen mal unas joyas, algo que sirva para comprar ropa, no le regales ropa porque es el peor error…

 

- Tu idea suena a locura, pero suena coherente- murmuró. – Gracias- se puso de pie y se hizo camino hacia afuera.

 

- Buena suerte- le deseó Emma, no sabiendo que Volterra simplemente bajaría a la Lego Store de Rockefeller Center y compraría lo que Emma, en una broma, le había sugerido, todo para mandárselo a Sophia, por Courier, para que le llegara a tiempo para su cumpleaños. - ¿Si?- dijo al teléfono, sabiendo que era llamada del escritorio de Moses.

 

- Arquitecta, Natasha la está esperando

 

- Gracias, Moses.- colgó, y se puso de pie, empujando su silla para meter el asiento bajo el escritorio, tomó su bolso devolviéndose a su escritorio por su iPhone. Caminó de regreso hacia afuera, poniéndose su cárdigan color crema en el camino. – Perdón, Volterra me atrapó en la oficina- sonrió al ver a Natasha, quien la esperaba fuera del auto, fumando un cigarrillo.

 

- Tranquila, Em- arrojó el cigarrillo al suelo y lo pateó para apagarlo, lo recogió y lo metió en la lata de Coca Cola vacía que sostenía en la mano. – Sólo vamos a consentirnos, ¿sí?- ambas se subieron al auto, para que las llevara donde Oskar, el asesor de imagen de Natasha, trabajaba para Bergdorf Goodman, para una de las tantas adjunciones estratégicas, claro. - ¿Tienes la fotografía del Brooklyn Bridge del sábado?

 

- ¿En la que estás con Phillip?- Natasha asintió. – Claro, mándatela- le alcanzó su iPhone para que fuera autoservicio.

 

Natasha tomó el iPhone de su mejor amiga mientras se incorporaban a la Quinta Avenida, digitó la clave: seis-dos-ocho-tres, que era una representación numérica para “Nate”, se salió de “Angry Birds”, deslizó los paneles hacia la derecha para llegar a la primera pantalla, tocó el ícono de la flor, y a buscar, fotografía tras fotografía, hasta que la encontró y se la mandó via WhatsApp, pero se quedó viendo las demás fotografías, muchas de ella y Natasha, la mayoría en Bergdorf’s, cuando jugaban a probarse cosas, o en La Petite Coquette, pero esas fotografías se borraban inmediatamente, sólo era para verse desde lejos y con un par de libras más, por el lente de la cámara, y había fotografías de la construcción en Boston, una enorme casa, otras de algunas telas de “Mood”, te la ducha de Emma, y Año Nuevo, fotografías con Margaret, con Romeo, hasta algunas con Matthew, el primo de Natasha que tanto detestaba Emma, pues no había Navidad que no quisiera llevarla a la cama, unas fotografías con Phillip, muy graciosas, de los dos bailando ya un tanto ebrios, y, deslizando las fotos hacia atrás, encontró unas de Roma, que asumió que era Roma porque era imposible que fueran de Manhattan; campos verdes, un tanto soleado, la vista de un lago, que creyó que era el Lago Como, pues sus conocimientos geográficos de Italia se reducían a Milán, Roma, Venecia, la pasta, la moda, y el Lago Como, y luego, la gran duda: era Emma, abrazada de una señora, menor que Margaret, muchísimo menor si debía adivinar, con la misma sonrisa de Emma, con un lunar bastante pálido sobre la parte baja de su mejilla derecha, arrugas de felicidad alrededor de la sonrisa y los ojos, que eran oscuros, según la fotografía, rubia, más rubia que Emma, rubia de verdad. Pasó a la siguiente fotografía y estaba la misma mujer, ahora de ojos verdes, como los de Emma, y la siguiente fotografía, Emma dándole un beso en la cabeza, mientras la mujer no dejaba de sonreír con inmenso carisma, y tomaba a Emma de las manos, mostrando un Rolex plateado, un DateJust Lady 31, de fondo azul marino, con diamantes, o algo que brillaba, en vez de números, la corona obviamente en el doce.

 

- ¿Quién es ella?- le preguntó Natasha mientras Hugh se aparcaba frente a las puertas de Bergdorf’s.

 

- Mi señora madre…

 

- Es muy guapa, te felicito

 

- Gracias- rió.

 

Junio dos mil doce. Emma sí que quería huir de Manhattan, pues se fue a meter, junto con Phillip y Natasha, en plena época Eurocopa a Playa Mujeres, estaba estresada con lo de los Hatcher, que William decía una cosa, Lilly decía otra, y todo era “pregúntele a William” para que, cuando le preguntara a William, todo fuera “pregúntele a Lilly”, Emma simplemente quería arrancarse del cabello del estrés, de la desesperación, más porque la casa, la estructura, ya estaba terminada, pero no estaba ni curada, que era el característico baño que Emma le daba a todas las paredes antes de siquiera considerar hacer otra cosa, y era un baño de seis capas, que prevenía el deterioro paulatino, tanto de adentro hacia afuera, como de afuera hacia adentro, eso le daría tiempo a Emma, tiempo para relajarse y hacerle cambios a cosas que podían cambiarse, correos de William, correos de Lilly contradiciéndolo, simplemente Emma quería que la tierra le hiciera el favor de tragársela, ojalá y no se les ocurriera hacer algo con materiales reciclados como a los Mayfair, que entonces, Emma, terminaría en prisión por asesinar a más de alguno a su paso. Y se despertó aquella mañana de junio, que el sol le daba en la cara, intentó darse la vuelta sólo para cubrirse del sol pero el sol le quemaba la piel, oh, divino sol latinoamericano, sol playero, sol que rostiza. Se sentó y notó que no era su cama, sino una hamaca, y se bajó de aquella hamaca, todavía con sus ojos cerrados, y se despertó al caer, hasta a media pantorrilla, en agua fría; la hamaca estaba sobre una piscina.

 

Entre quejidos por el violento despertar del agua fría en sus pies, localizó la botella de Grey Goose y la botella de Ginger Ale que estaban, sin elegancia alguna, tiradas sobre el suelo, y fue cuando la cabeza la empezó a doler, vaya resaca. Repasó su cuerpo con sus manos, y sintió el spandex de su traje de baño, que era de una pieza, y, localizando agua, no acordándose que estaba parada en ella, se arrojó  a una de las duchas que estaban diseñadas, ahí afuera, para quitarse la arena al entrar de la playa a la Suite, pero Emma simplemente se sentó y dejó que el agua fría la bañara, la bañara hasta que se le olvidara que tenía resaca. Quizás pasó una hora entera bajo el agua, simplemente sentada, viendo sus muslos y sus rodillas, viendo sus pies, las dos venas que se le saltaban en cada pie, que se le marcaban las falanges proximales y los metatarsianos, que esos se desvanecían en cuanto subían por el empeine, sus dedos, demasiado bien cuidados para acostumbrar andar en Stilettos, pero con sus uñas de corte cuadrado, del largo perfecto, con el mismo color de sus uñas de las manos.

 

- Pia, ¿cómo te fue?- preguntó Camilla, viéndola entrar al apartamento, acababa de tener una entrevista de trabajo.

 

- Ya dieron la plaza- murmuró, sentándose de golpe sobre el sofá de la sala de estar y yéndose de golpe hacia el lado, tomando su cubo Rubik de siete por siete, que había dejado en pausa, de la mesa de enfrente. – No entiendo qué estoy haciendo mal…

 

- No estás haciendo nada mal… tú haces lo que puedes; buscas entrevistas, vas, y haces lo que tienes que hacer, más no puedes hacer- se acercó, secándose las manos con una toalla blanca.

 

- Voy a seguir buscando, no te preocupes

 

- No te preocupes tú si no encuentras algo rápido, cuesta encontrar, eso lo sé yo…- se sentó al lado de Sophia, que Sophia se movió para apoyar su cabeza sobre su regazo.

 

- Es como la frustración profesional más grande- suspiró, moviendo las caras del cubo. – Es como que un cardiólogo sea taxista, como que un abogado sea plomero…

 

- No veas así las cosas, por favor

 

- Lo siento…sólo estoy frustrada…

 

- Déjalo ir…déjalo fluir- sonrió, tomando la cabellera rubia de su hija entre sus dedos, la empezó a peinar suavemente. – No lo pienses tanto…deja que las cosas pasen, deja de querer tener el control y vas a ver cómo todo se va solucionando poco a poco…

 

- Me da rabia pensar que me he quemado las pestañas estudiando tanto tiempo, teniendo buenas calificaciones, trabajé casi cuatro años en el mismo lugar… que se supone que es un honor trabajar ahí, y las referencias son irrelevantes, todo para terminar trabajando en una panadería, haciendo croissants y focaccias todo el día, cobrando seiscientos euros al mes…eso no es aportar, me siento como un parásito aquí- ah, pero seiscientos euros era más de lo que un trabajito cualquiera daba, pero Sophia estaba acostumbrada a mejores cosas, cosas que no sabía que le faltaban pero que influían en su buen, o mal humor.

 

- Sophia, escúchame- el tono de Camilla cambió un poco, de ser muy maternal y comprensivo a ser muy maternal y regañón. – Si fueras un parásito, como tú dices, créeme que te presionaría muchísimo para que consiguieras un trabajo, sé que no estás contenta al no tener un trabajo que te guste, porque trabajo tienes…a mi no me importa si eres niñera o panadera, no me importa si eres la dueña del mundo entero o no, no me importa con tal de que estés tranquila

 

- Y tu remedio para la intranquilidad es que simplemente… ¿me deje llevar?

 

- Deja que las cosas pasen, que sigan su curso, todo cae en su lugar en el momento adecuado…no te desesperes, ¿de acuerdo?- sonrió, viendo la emoción con la que su hija giraba rápidamente las caras del cubo. – No pienses tanto las cosas…

 

- No las pensaré, Camilla- rió, acomodándose sobre el regazo de su mamá. – Tengo una pregunta, no sé si es correcto o no…pero… cuando te casaste con papá, ¿estabas pensando?

 

- Estaba pensando, sí, pero estaba pensando mal

 

- ¿Sabías en ese momento que estabas pensando mal?

 

- En ese momento pensé que era lo mejor para mí, y fui muy egoísta, pero sabía que estaba mal

 

- ¿Por qué? Digo, no sé… ¿egoísta?

 

- Tu mamá no ha sido la mujer más brillante, ni por cerca, y ha cometido muchos errores…pero llega un momento en el que los errores se acumulan, se hacen una cadena de errores que no puedes enmendar…pero, lo gracioso es que, dentro de toda mala acción, resulta algo bueno

 

- ¿A qué te refieres?- frunció su ceño, irguiéndose para sentarse y verla a los ojos, apartando el cubo.

 

- Siempre pensé que había sido un error casarme con Talos- dijo, evitando decir “tu papá”. – Pero, de no haberlo hecho, no tendría a mis hijas como lo son ahora, Irene no existiera

 

- Viví siete años sin mi Nena, seguramente habría podido seguir sin ella y no hubieras tenido que casarte con papá…

 

- Supongo que sólo quería hacer bien las cosas- mintió.

 

- No sé, quizás en aquel entonces no pensaban con la cabeza de pensar…

 

- ¡Sophia!- rió Camilla un tanto sonrojada.

 

- Ay, mamá, no me diga que el pudor ataca en cuanto uno más se acerca al medio siglo- rió. – Además, no es como que usted sea una Santa- la volvió a tratar de usted para poder bromear con respeto. – Si hubiera sido un error, mi hermana no existiera, lo que significa que, por lo menos, usted se acostó dos veces con papá- y rió a carcajadas. – Yo y mi hermana, por raro que el orden suene… pero, por lo menos dos veces, porque no creo que anotara a la primera

 

- Ya, ya, ya basta- ah, Sophia le había sacado todos los tonos de rojo que existían, encandecidos en sus mejillas, en su frente, en todo su rostro, en su cuello y en su pecho. – Yo también puedo irme a la guerra contigo

 

- No creo, no tienes material- rió Sophia, volviéndose a acostar sobre el regazo de Camilla pero quedándose en la conversación.

 

- ¿No me crees capaz de contraatacar?- Sophia se negó con la cabeza. – Bueno, pues para que veas que, a los cuarenta y nueve años, no te acercas al pudor… ¿cómo fue tu primera vez?

 

- ¿Cuál primera vez?

 

- Ay, Sophia, yo no nací ayer- rió Camilla. – Sé que no eres virgen

 

- Pues, físicamente no lo soy, pero no creo que eso defina la virginidad…creo que el entregarse totalmente, en todas las capas del ser humano, eso es perder la virginidad…

 

- Un poco esotérica, pero está bien…

 

- ¿Ves? No puedes incomodarme

 

- ¿Has pensado en cómo sería si estuvieras con una mujer?

 

- Retiro lo dicho… ¿sabías que sí puedes incomodarme?

 

- Vamos, contéstame… ¿lo has pensado?- Sophia sacudió la cabeza. – No sé si esté en la naturaleza de una mujer hacer un voto de castidad de por vida,  ¿no hay mujer que te guste? ¿O ya probaste…tú sabes?- rió, cerrando sus manos en puños y golpeándolos suavemente, que Sophia sabía, por entendimiento universal, que eso era “vagina-con-vagina”.

 

- Me incomoda hablar de esto contigo, de verdad…

 

- ¿Por qué? Soy tu mamá…

 

- Por eso, porque eres mi mamá…y hablando de sexo contigo, de que lo haría con una mujer… no sé, ¿no es demasiado para ti?

 

- Yo traje el tema de conversación…- sonrió. - ¿Lo has pensado?

 

- Supongo que sí, en algún momento lo he pensado, pero no sé cómo se hace eso… - imitó el “vagina-con-vagina” de Camilla.

 

- Sabes que no puedes ser célibe por el resto de tu vida, ¿verdad?

 

- ¿Y me lo dices tú?- rió Sophia, llevando sus manos a su rostro. – Están las monjas- sonrió, tratando de escaparse del tema incómodo.

 

- Eres joven, Sophia, disfruta todo lo de la vida, no lo pienses mucho

 

- No ha llegado la que me guste nada más, esa que me quite la capacidad de razonar, así como a ti te pasaba con el tío Alec, o con papá- y Camilla le quiso decir que sólo con Talos, porque no había razonado, pero que todavía le pasaba con Alec, y que la edad sólo era un número y que ella daría lo que fuera por tener a Volterra, aunque no podía, no podía ni pensarlo. – Y fin de la discusión… de verdad me incomoda hablar del tema contigo, sólo porque eres mi mamá, no porque no confíe en ti, simplemente… no sé, no puedo

 

- ¿Tú me presentarías a tu pareja?

 

- Si la tuviera…supongo que sí, pues, sólo si es muy serio, supongo… y fin del tema, por favor

 

Era algún día por la noche de aquella vacación de una semana, y digo “algún día” porque hasta yo había perdido la noción del tiempo, así como Emma, quien había aprendido a tomar tequila el primer día que llegó, y le gustó, pues no se explicaba cómo en Roma servían un shot de aquella bebida con naranja, y tequila blanco con naranja, el sólo recuerdo le daba náuseas, pero aquella mezcla de sal, tequila dorado y lima, era como acercarse cada vez más a la eternidad, y uno tras otro, tras el siguiente. Y esa noche, en su inmensa ebriedad, en ausencia de una ya desmayada Natasha, fue que pasó lo siguiente, de lo que no se acordaría nunca, pero que, en su inconsciente, aquella semillita de iluminación mental y preferencial, brotaría sin que se diera cuenta, eso era lo que Phillip llamaba una verdadera “Inception”:

 

- Felipe… tú me caes muy bien, es más, te quiero mucho

 

- Wow, gracias, Emma María, yo también te quiero mucho

 

- No, es que eres al único hombre al que quiero, no me lo tomes a mal, pero eres el único hombre que vale la pena querer…

 

- ¿Y Alfred?

 

- Alfred es una persona conflictuada que necesita cariño, un cariño que yo no le puedo dar, que no creo que le pueda dar a algún hombre, no a cualquiera

 

- ¿Y qué tengo yo de especial que no tengan los demás hombres que conoces?

 

- Eres caballeroso, cariñoso, considerado, eres un buen hombre y una buena persona, respetas a Natasha… que no hace falta que te diga que si la lastimas, te mato, ¿verdad?

 

- Tranquila, sé que mi suegro te compró la pistola, duda, de que sabes disparar, no me queda- sonrió, salpicándole un poco de agua en aquella noche de brisa marina y estrellas. – ¿Alguna vez te has enamorado?

 

- No lo sé, hubo una época en la que creí que sí, que estaba enamorada…pero, ahora que lo pienso, era la necesidad de sentirme querida, y, con Fred, no estoy enamorada, a veces me llevo bien con él, a veces simplemente no, que es el cien por ciento del tiempo…

 

- Oye…Em…¿puedo preguntarte algo?

 

- Claro

 

- ¿Tú qué piensas de la homosexualidad?

 

- Me da igual, para serte sincera… en un mundo paralelo, ¿cómo se sentirían los heterosexuales?

 

- No, no… mi pregunta va por el camino de…

 

- ¿De que si me gustan las mujeres?- Phillip asintió. – No te puedo negar que hay mujeres guapísimas, estando yo en el primer lugar- rió. – Es broma…pero sí pienso que hay mujeres muy atractivas, aunque con ninguna he tenido ese impulso que tendría, por ejemplo, si el Príncipe Harry me dice que me quiere llevar a la cama, o Ryan Reynolds…

 

- ¿Estás segura que lo harías?- levantó su ceja y la vio fijamente a los ojos.

 

- Con un poco de alcohol…supongo que sí

 

- ¿Y con un poco de alcohol te acostarías con…digamos con una mujer?

 

- Depende de la mujer, supongo

 

- Kate Winslet

 

- Un poco mayor… pero supongo que sí- rió Emma. – Aunque ya la he visto en pelotas varias veces y eso deja poco a la imaginación

 

- Rosie Huntington-Whiteley

 

- No me parece atractiva, ni con todo el alcohol del mundo

 

- Cobie Smulders

 

- ¿La de How I Met Your Mother?- Phillip asintió. – Se parece a tu mujer- rió. – Cómo no voy a acostarme con tu mujer, con ella creo que sí puedo

 

- Kristen Stewart

 

- Nunca

 

- Emma Watson

 

- Sin alcohol- rió Emma. – Definitivamente sin alcohol

 

- Natalie Portman

 

- Sin alcohol

 

- Isla Fisher

 

- ¿La esposa de Borat?- Phillip asintió. – Con alcohol

 

- Kate Middleton

 

- Never… con la realeza no me meto… sólo con el Príncipe Harry

 

- La mujer de las visiones en Twilight

 

- Con alcohol

 

- Jennifer Lawrence

 

- Oye, Felipe, te sabes a varias- rió a carcajadas, pero callándose para no despertar a Natasha, que era indespertable por tanto alcohol. – Pero sí, con un poco de alcohol

 

- La mujer de Underworld, la que anda vestida de cuero todo el tiempo

 

- Ni con todo el alcohol del mundo, se parece a mi hermana

 

- Anne Hathaway

 

- Sin alcohol…pero que no me hable mucho porque…es más, que se quede callada y que sólo se ría, y todos los sonidos sexuales

 

- Nicole Kidman

 

- Nunca, jamás, never… un dildo es más natural que ella- rió.

 

- Penélope Cruz

 

- Mayorcita… pero, como con Winslet, con alcohol

 

- Sofía Vergara

 

- Sofía Vergara…- repitió pensativa. – Sin alcohol, definitivamente, pero que me grite groserías

 

- ¿Por qué?

 

- No sé, o que me hable en inglés- rió.

 

- Mila Kunis

 

- You kidding, right?- rió. – Never, soy como tres metros más alta que ella…y no me gusta

 

- Katy Perry

 

- Con poco alcohol, pero sin esos corsets raros que se pone…- dijo, colocando sus manos en sus senos y girando sus índices.

 

- ¿Y de la vida diaria?

 

- Ninguna… pues, no te ofendas, tu mujer está guapa, pero es tu mujer y es mi amiga, es mi hermana: incesto

 

- No me ofendo- rió. - ¿De hombres a quiénes?

 

- Aparte del Príncipe y de Ryan Reynolds… a nadie, ni de la vida diaria y mortal

 

- ¿Ves? Yo que tú, empiezo a considerar a las mujeres para una relación amorosa

 

- ¿Y qué? ¿Volverme lesbiana?- siseó, se había ofendido un poco.

 

- Ser lesbiana no es una decisión, tener una vida amorosa miserable, o no tenerla en lo absoluto, si lo es… mereces ser feliz, sea con un hombre o con una mujer… siempre y cuando seas feliz, nadie tiene derecho a juzgarte, que lo van a hacer, pero a quién le importa… mírame a mí, catalogado toda la vida como un homosexual y niño de papi y mami… y más equivocados no pueden estar, creo yo- sonrió, acercándose a ella para abrazarla, pues la confianza era tanta como para poder hacer eso.

 

- Phillip… a veces dices unas cosas tan tontas que no sé cómo le haces para que suenen tan coherentes…

 

- Algo le aprendo a Natasha

 

- Sí, sí… ¿me llevas a la cama?- murmuró, notando que ya todo le daba vueltas alrededor suyo.

 

- Toda la vida, Emma María- sonrió, dejando que se subiera a su espalda para salir con ella por las gradas de la piscina.

 

Julio dos mil doce.

 

- Ciao- contestó Sophia el teléfono de la casa, preguntándose quién llamaría a las once de la mañana a casa, pues Camilla trabajaba a esa hora, y los bancos no solían llamar.

 

- Sophia, te habla Alec

 

- Ciao, zio Alec!- sonrió Sophia, dejándose caer en el sofá, y tomando su cubo Rubik. - ¿Cómo está?

 

- Muy bien, ¿y tú?

 

- Bien, bien, también… un poco cansada- resopló, no sabiendo por qué había dicho eso.

 

- ¿Y eso?

 

- Del trabajo

 

- Ah, ¿ya tienes trabajo?

 

- Bueno, trabajo en una panadería por ahora

 

- No me digas que sabes hornear pan- rió Volterra, viendo por la ventana de su apartamento.

 

- Bueno, ¿subestima mis habilidades de panadera?- rió. – Sería de que probara el pan que hago, le demostraría que sí sé hornear pan, croissants y focaccias

 

- Estoy muy seguro de que sí

 

- Algún día, tío, algún día

 

- Espero que muy pronto- sonrió, intentando decirle lo que quería decirle, pero no sabía cómo.

 

- Sí…uhm… ¿quería hablar con mi mamá? Porque ahora no está, está en el trabajo

 

- No, Sophia, en realidad quería hablar contigo…

 

- ¿De qué?- balbuceó, enojándose por haber girado a mal tiempo una cara del cubo, haciendo que una de las piezas se desprendiera.

 

- Resulta que el Estudio se tiene que expandir, y pasa que necesito una Diseñadora de Interiores

 

- ¿Despidió a su Estrella?- rió, acordándose de su cara, y que era la misma mujer que había visto en diciembre a la puerta de su casa. No, no era la misma. ¿O sí? Fuck it, la memoria no era lo suyo.

 

- No, no, sólo necesitamos más personal…y me gustaría saber si te interesaría venir a trabajar conmigo- Volterra no había considerado todas las respuestas, ni las implicaciones.

 

- Me gustaría, sí, pero creo que necesito visa de trabajo para eso, ¿no?

 

- No te preocupes por eso, no sería la primera que tramito- Sophia puso el cubo incompleto sobre la mesa y se sentó de golpe.

 

- ¿La propuesta es en serio?- murmuró, un tanto incrédula.

 

- Necesito gente en la que pueda confiar, ¿te interesa el trabajo?- Sophia se quedó callada. – Sophia, es en serio… necesito a una Diseñadora de Interiores, y el plus es que tú diseñas muebles también

 

- Tendría que hablarlo con mi mamá, supongo…

 

- Está bien, habla con ella… y, cuando tengas una respuesta, llámame, porque tendríamos que hacer muchas cosas antes de que te contrate…

 

- No hay mucho que pensar, sólo quisiera hablarlo con mi mamá- y al diablo con dejar sola a Camilla, ella se podía cuidar sola.

 

- No hay problema, Sophia, sólo una pregunta, ¿cuánto ganabas en Armani Casa y qué prestaciones tenías?

 

- Tenía apartamento con servicios básicos, seguro médico y dos mil quinientos euros netos al mes- se sintió enferma, como aturdida, abrumada.

 

- Déjame igualar el apartamento y duplicar la paga, sólo para que sepas lo que te ofrezco, y claro, el Estudio paga el trámite de tu visa y el seguro médico, por eso no te preocupes

 

- Está bien, ¿le puedo llamar más tarde?

 

- A la hora que quieras, Sophia

 

- Tío Alec…- murmuró antes de que Volterra se despidiera de ella.

 

- Dime

 

- Gracias

 

- ¿Gracias? ¿Por qué?

 

- Por tomarme en cuenta

 

- Me ahorrarías el trabajo de intentar buscar a alguien competente- dijo, preguntándose por qué carajo había dicho semejante cosa, pues sonaba como si Sophia fuera incompetente, o al menos así sonaba en la cabeza de Volterra. Sophia rió nasalmente, no sabiendo exactamente qué decir. – Bueno, Sophia, espero saber de ti muy pronto…y ojalá sea con una respuesta positiva

 

- A esperar por mi mamá- sonrió, y Volterra pudo sentir su sonrisa, la misma sonrisa de Camilla, la misma sonrisa cálida y tierna, inocente. – Un abrazo, tío Alec

 

- Un abrazo, Sophia- y colgaron. Pero a Volterra eso no le bastaba, por lo que marcó el número de Camilla, el de la extensión siete-cero-nueve y esperó a que contestaran.

 

- Ufficio Centrale di Seminari di Belle Arti di Sapienza, Università di Roma, questa è Camilla Rialto, come posso aiutarvi?

 

- Ciao, Signora Rialto, posso rubare un minuto del vostro tempo?- sonrió Volterra, esperando una risa nasal de Camilla.

 

- Ciao, Architetto Volterra- y ahí estaba, la sonrisa y risa nasal de Camilla. – Si può rubare il mio tempo- rió, quitándose las gafas y colocándolas sobre el escritorio.

 

- Llamé a tu casa

 

- Y te acordaste que a esta hora, a las once y veintiuno, estoy en la oficina, ¿verdad?

 

- Eso ya lo sabía- rió. – Quería hablar con mi hija

 

- ¿Qué?- siseó, sintiendo que la vista se le nublaba, que la presión arterial era distinta, o mucha o muy poca.

 

- Considéralo mi venganza por no decirme que Sophia es mi hija- rió. – Le ofrecí trabajo

 

- Explícame, ¿quieres?

 

- Ca, se me ocurrió que el Estudio está en la disposición de alimentar otra boca, y mi hija, con el potencial que tiene, ¿de panadera? No, simplemente no logro concebirla haciendo pan todo el día cuando podría estar en mi Estudio, tratando con clientes grandes, haciendo lo que le gusta, ejerciendo su profesión, pues no creo que le haga gracia haber estudiado, ¿qué? ¿Cuatro o cinco años para terminar en una panadería? Mi hija tiene que tener ambiciones, supongo

 

- Y supones bien, Alec…pero, ¿no es muy complicado que la contrates?

 

- Sería complicado aún si ya tuviera la visa de trabajo…como le dije a Sophia, no sería la primera visa que tramito, y en ese problema no me volvería a meter a menos de que valiera la pena, y creo que mi hija vale la pena… aunque, claro, si la reconociera como mi hija, y yo siendo ciudadano norteamericano, las cosas fueran muchísimo más fáciles

 

- ¿A qué estás jugando, Alessandro?- siseó, paseando su mano por sus celestes ojos cerrados, intentando buscar la claridad en la oscuridad de los pestañeos alargados.

 

- Tú no vas a aceptar mi dinero, no vas a aceptar que te ayude… económicamente, déjame ayudarle a mi hija al menos…

 

- Eso no lo puedo evitar, y tampoco quiero

 

- No le voy a decir que soy su papá, Ca- rió. – Busco acercarme a ella, seguramente si le digo que soy su papá, sus veintitantos años se le vienen abajo en una mentira y entonces no sólo llevo yo las de perder, sino tú también, y realmente te valoro muchísimo, a mi hija también, sólo por el hecho de ser mi hija- y esas palabras, “mi hija”, a Camilla le revolvían el estómago, tan ciertas pero tan ajenas. – Ca, yo no he sido un papá para ella, y, más que un jefe, pretendo ser una persona de confianza

 

- Si sabes que le podríamos decir, ¿verdad?

 

- Es como si no me estuvieras escuchando, Camilla, ¿de qué nos serviría decirle a estas alturas del juego? Lo más probable es lo que ya dije, que los tres perdamos

 

- ¿Y qué pasaría si, en vez de perder, como tú le dices, ganas? ¿Qué pasaría si Sophia, en vez de llamarte “Arquitecto Volterra” por ser su jefe, te llamara “papá”? ¿No te gustaría que todo fuera como tiene que ser?

 

- Nunca se sabe qué puede pasar, Ca, y creo que, por ahora, lo mejor es dejar que fluya como si yo no supiera nada… supongo que no es engaño si nunca se entera

 

- Y para que no se entere, Alessandro Volterra, tienes que ser muy distante, porque serías su jefe, no su papá

 

- Corrección, Camilla Rialto, sería la conexión entre ella y tú… además, si no supiera que puedo manejarlo, que puedo controlarlo, no se lo hubiera propuesto, ¿no crees?

 

- Sophia, a pesar de que vivió mucho tiempo en Georgia, no es como que sepa mucho de la cultura, su personalidad es distinta, Alec… ella es especial

 

- Y no te preocupes por eso, que yo sé lo que tengo en mi Estudio, te prometo que, en el ambiente de trabajo, yo la protegeré de todo idiota… porque debo admitirlo, mujer que entra aquí, los tres ingenieros la ven como presa fácil, pero tengo el plan perfecto para que sea intocable

 

- Comparte tu plan, entonces

 

- Simplemente planeo esconderla tras mi mejor carta, tras mi Socia, meterla en su oficina para que no se mezcle con los ingenieros, que Emma le muestre cómo se hacen las cosas en el Estudio… confío en Emma, más porque ella también viene de afuera y ha tenido que adaptarse, creo que podría ser la oportunidad para que Sophia no se sienta sola, mucho menos aislada o diferente, pero, eso sí, la trataría como una más de mis empleadas, con ciertos privilegios por ser “mi sobrina”, pero sólo para que no se les ocurra tocarla

 

- No puedes evitar que las cosas le pasen, Alec, no puedes moverla en una burbuja… además, estoy segura de que Sophia se sabe defender de cualquier arrogante… acuérdate de quién es Sophia, de lo que te dije- murmuró, como si al decir esas palabras todos sabrían de qué hablaba, todos los presentes en la oficina; nadie, nada y ninguno.

 

- Sophia se podrá defender de cualquier imbécil, y confío en ella, pero no confío en los imbéciles… confío más en la protección que Emma podría darle, aún sin saberlo, aunque definitivamente le pediría ayuda

 

- ¿Planeas decirle a tu socia que tu hija va a trabajar con ustedes?

 

- A Emma no le interesan las contrataciones, ella sólo afloja dinero cuando hay que aflojarlo, y siempre y cuando la deje en su oficina, todo está bien… además, Emma es de suma confianza, ella te depositó el dinero y te dejó el paquete

 

- Y tú de verdad esperas que confíe en una mujer mayor para defender o proteger a nuestra hija…

 

- ¿Mujer mayor?- rió. – No cabe duda que Sophia y tú son iguales… Emma tiene la edad de Sophia, por eso estoy seguro que puede darle una mano amiga…

 

- Creo que es momento de que confíe yo en ti…ciegamente- suspiró. - ¿Cuáles son los pasos a seguir?- sintió a Volterra sonreír, pues sabía que, con eso, Sophia era contrato seguro.

 

- Necesito traerla a más tardar a el otro mes, porque los trámites son más rápidos si ella está presente… además, le vendría bien adaptarse a la ciudad antes de empezar a trabajar

 

- Supongo que también necesitará tiempo para buscar donde vivir… porque ojalá y no estés pensando en que vivirá contigo, porque apenas y vive conmigo…

 

- En lo absoluto, ¿te imaginas? ¿Viviendo con el jefe? Van a decir que es mi amante y no mi sobrina…- rió nasalmente. Cálmate, Ca… voy a tenerle un apartamento listo, que le he dicho que el Estudio lo paga, pero yo soy el Estudio…

 

- Confío en ti, Alec, confío en que Sophia caerá en buenas manos…

 

- Déjame a ser papá encubierto, por favor, al menos eso déjame hacer…

 

- No sería justo si no te dejara- sonrió. – Y no te preocupes, no le diré nada a Sophia sobre tu plan de protección paranoica con tus ingenieros…

 

- No es paranoia, es precaución

 

- Como tú digas, Alec…- suspiró, volviendo a pasar su mano por sus ojos cerrados, rascándoselos a través de los párpados.

 

- No le pongas “peros”, ¿sí? Déjame gozar a mi hija unos años, los años que ella quiera quedarse, el tiempo que decida quedarse, por favor

 

- ¿Por qué habría de ponerle algún pero?

 

- Me dijo que lo consultaría contigo

 

- Pues no le diré que no, le diré lo que realmente está pasando, que prefieres ayudarme con mis hijas a volver a ser lo que éramos hace veintisiete años

 

- ¡Camilla!- siseó sonrientemente. – Intenciones tengo, pero hay que darle tiempo al tiempo… más ahora con la noticia de Sophia

 

- A ritmo lento y seguro, ¿está bien?- murmuró, viendo que la representante de curación del Vaticano se asomaba por la puerta con un toque de nudillos. – Me tengo que ir, seguramente estaré sabiendo algo de ti muy pronto

 

- Eso espero, Ca…

 

- Cuídese, Arquitecto- sonrió.

 

- Un abrazo, Ca- colgó, con una sonrisa que creyó que nunca se le iba a borrar.

 

- Doctora Peccorini, pase adelante, por favor- sonrió, poniéndose de pie ante aquella relajada mujer, que parecía muy casual para ser la jefe de curación del Vaticano, y le extendió la mano.

 

- Gracias, Licenciada Rialto- sonrió de regreso, estrechándole la mano.

 

- Señora Rialto nada más

 

- Entonces, Señora Peccorini, nada más- sonrió, sentándose sobre la incómoda silla de la oficina de Camilla. – Sólo vengo a firmar el currículum del Seminario, que me dijeron que había cambiado tres aspectos, un objetivo y dos resultados

 

Agosto dos mil doce. Emma no terminaba de querer matarse cada vez que escuchaba del proyecto de los Hatcher, aquella casa la acosaba en sus sueños, todos los cambios minúsculos que tenía que hacerle, cambios sobre cosas que ya habían sido cambiadas, menos mal William Hatcher le había cedido todo el poder a su esposa porque decía que, de cuestionarle las cosas, su matrimonio, de ya diez años, terminaría y terminaría mal; y era un lujo que no podía darse, ni por él, ni por Lilly, ni por sus cinco hijos; los gemelos y las tres princesas. El proyecto de Meryl se había tenido que posponer, pues a Meryl le gustaba involucrarse directamente en las alteraciones de su vivienda, y no podía hacerlo por el simple hecho de que filmaba una película en esos meses, y el proyecto no se reanudaría hasta el mes entrante, lo que le daba tiempo a Emma para avanzar con el desorden de los Hatcher y con las ocurrencias con Louis Vuitton. Aunque claro, lo más difícil siempre era lidiar con los Hatcher, en conjunto o por separado, porque se les tenía que explicar lo que se había decidido la reunión anterior, que gracias a Dios todavía vivían en Nueva York, pues Emma no se podía imaginar vivir en Boston, pues se reunía de dos a tres veces por semana con Lilly o con William, como si no trabajaran, ah, no, es que no trabajaban, pues, William sí, pero era cirujano plástico; dueño de muchas obras, como de la nariz de Lilly Hatcher, o de muchas rinoplastias de infinidad de celebridades, pues era su especialidad, aunque también era el creador de muchos bustos y de uno que otro facelift, browlift, botox, colágeno, etc. Y Emma no podía pedir más dicha y más gozo que cuando Lilly decidía llevar consigo a su hija menor, Penelope, una niña de cinco años, de piel sumamente morena, un chocolate brilloso y uniforme, ojos café, cabello rizado y esponjado, erizado, con una sonrisa infantil muy blanca, que contrastaba el color de su piel, como el de su mamá. Digo que Emma no podía pedir más porque, en esas reuniones, se decidían los destinos de las decoraciones de cada habitación, y era lo que Emma más temía: cuando el niño en cuestión tenía más voz y voto del que ella esperaba, pues aquella habitación sería, en contra de todo lo que Emma quería, una explosión de rosado, rosado Mattel, y estructuras de madera blanca, toda una pesadilla; desde la alfombra hasta las paredes, hasta las perillas de las puertas las quería en rosado, y su mamá que se lo concedería al decirle a Emma que comprara perillas de oro rosado, sólo para que las perillas de la habitación de Penelope fueran rosadas.

 

Y luego estaba Neré, la de seis años, que era todo lo contrario a su hermana Penelope, que estaba obsesionada con La Sirenita, por lo que quería su habitación en el fondo del mar, con Ariel, con Flounder, con Sebastián, y eso no le molestaba tanto a Emma, no era su favorito, pero era trabajable, no tenía que romperse tanto la cabeza para armar un buen diseño, no tenía que materializarlo desde cero como el de Penelope. También estaban los gemelos, que Emma les había diseñado una habitación dividida, partiendo del diseño de su habitación en Roma, en forma de “U” cuadrada, sólo que la parte baja de la “U” era el pasillo, con puerta, que daba a una sala de juegos; en donde habría, tras petición educativa de los progenitores, un Play Station y una pantalla plana, que era en realidad una mini-sala de cine, con butacas especiales que costaban un carajo y medio encontrar, que tenían que importarlas internamente desde Seattle. Y las habitaciones de Joshua y Leo eran tan iguales como diferentes; pues ambos querían camuflajes, con la diferencia de que Joshua quería camuflaje desértico y Leo camuflaje acuático: mismo diseño, distintos colores, similar distribución. Por último, o de primero, pues era la mayor, estaba Amanda, la imagen original de Penelope, con quince años, que era la habitación favorita de Emma, pues Amanda sólo lo quería elegante, sin alfombrado, con el piso de madera, hasta se podía decir que lo quería minimalista. Y todo eso, más la habitación de los jefes de familia, los baños de cada integrante de la familia, las tres salas de estar familiares, la sala de cine familiar, la enorme cocina, la pérgola que albergaba el jacuzzi, las tres habitaciones del servicio, la fachada, no sé cómo Emma no cedió a la locura.

 

- ¿Te gusta?- murmuró Volterra a espaldas de Sophia, quien veía, desde el marco de la puerta, la que sería su habitación.

 

- Tío, está bien… digo, nadie nunca me preguntó si el apartamento en Milán me gustaba- rió, abrazándose con sus manos sus antebrazos.

 

- Me gusta tener a mis empleados contentos- dijo, colocándose al lado de Sophia. – Más si son como familia… ¿te gusta?

 

- Claro que sí… yo me acomodo a lo que sea- sonrió con sus ojos celestes un tanto melancólicos.

 

- Muy bien, ahora sólo necesitamos amueblarlo- colocó su mano derecha sobre el hombro izquierdo de Sophia, porque la más mínima caricia paternal lo hacía feliz.

 

- Con un colchón inflable estaré bien… lo importante es tener dónde dormir, ¿no?

 

- Si así quieres… aunque, bueno, todavía no puedo contratarte oficialmente, pero me gustaría que diseñaras al menos tu habitación, como un ejercicio, si quieres todo el apartamento

 

- Bueno… supongo que puedo hacer eso- sonrió, paseando su mano por su cuello y ladeando continuamente su cabeza de lado a lado para aflojar la tensión.

 

- Tu mamá me dijo que te gusta hacer las cosas tú misma… ¿cierto?- Sophia asintió. – Y, como no puedo contratarte oficialmente todavía, pensé que podías, en lo que te acomodas y conoces la ciudad, ir al taller que tenemos en el Bronx… creo que encontrarás toda la maquinaria que necesites…- murmuró, sacando su cartera para buscar una tarjeta de débito. – Aquí hay cinco mil dólares- dijo, alcanzándole la tarjeta. – Como ves, es prepago…y, bueno, es para los materiales que puedas necesitar por si no encuentras materiales para reciclar- sonrió mientras Sophia tomaba la tarjeta en sus manos. – Al regresar a mi apartamento te daré la lista de lugares que tienes que conocer, desde proveedores hasta subcontrataciones… con teléfono, dirección y cómo llegar a cada uno…

 

- Gracias- murmuró cabizbaja, todo le parecía irreal, como si no estuviera pasando.

 

- No me lo agradezcas… sólo espero que los papeles salgan pronto para que puedas empezar a trabajar en el Estudio…

 

- Creo que me servirá el tiempo libre para conocer bien la ciudad…que no es muy grande, pero seguramente es intricado para alcanzar cada esquina

 

- Te acostumbrarás…además, sabes dónde vivo yo, dónde está el Estudio…punto de referencia central: Central Park- sonrió, pero vio que Sophia mantenía apagada la mirada. – Sé que es un gran cambio, Sophia, y espero que valga la pena para ti

 

- Sólo quiero trabajar, ¿sabe?- Volterra asintió. – Digamos que soy nueva en la administración de mi propio dinero… porque antes tenía el respaldo de mi papá, entonces no importaba si ganaba diez o mil euros, porque siempre podía contar con su apoyo económico… ahora tengo un presupuesto, y quiero ayudarle a mi mamá también… más con eso de que quiere sacar el certificado de “coach”

 

- Tu sentido de supervivencia es admirable, no te preocupes, aquí vas a sobrevivir, vas a vivir bien, y vas a poder darle la ayuda a tu mamá- Sophia sonrió, pero no sonreía en realidad, sólo era un reflejo, pues era esa única sonrisa que no dibujaba camanances, y se dio la vuelta para empezar a caminar hacia afuera. – Sabes que si necesitas hablar, estoy dispuesto a escucharte

 

- Gracias, tío… pero soy de las personas que simplemente prefieren no hablar

 

- Sufrir en silencio no es bueno, Sophia, menos cuando estás en un lugar nuevo

 

- No sufro en silencio, simplemente no soy de hablar mucho, supongo…- se encogió de hombros, dándole un último vistazo a la diminuta cocina, que casi que cabía sólo una persona entre los gabinetes.

 

- Así no era la Sophia que conocí hace un par de años

 

- Era la misma Sophia, pero sin mayores preocupaciones- sonrió, esta vez un poco sarcásticamente, pero dibujó sus camanances.

 

- Cuando empieces a trabajar se te terminarán las preocupaciones que tanto te atormentan, ya verás… te llevarás muy bien con los del Estudio

 

- Esa es la menor de mis preocupaciones… no hay especímenes más raros que los de Armani Casa, y si tienes especímenes… les diré que sus compatriotas les mandaron saludos- rió, haciendo la seña de Vulcana de Star Trek con sus manos.

 

- Especímenes Vulcanos no tengo, sólo un trío de testosterona desatada, dos Arquitectas que se estresan por todo, y se dedican a restauración más que nada…

 

- ¿Todavía está aquella Arquitecta, la que creí que tenía cuarenta?- preguntó, acordándose de aquella fotografía, que se acordaba y al mismo tiempo no se acordaba, pues probablemente, por mala memoria, había modificado su rostro, y había distorsionado el recuerdo; lo que a todos nos sucede, pero la manera en cómo lo preguntó, Volterra tuvo la impresión como si Sophia se interesaba por Emma.

 

- Todavía está Emma en el Estudio… te caerán todos muy bien, unos más que otros- sonrió, viendo que Sophia, por fin, desde hacía tres días que llegaba, se le notaba cierta intriga a través de sus ojos.

 

*

 

Emma entró al Champagne Bar a las cinco y veintidós de la tarde de aquel día tan especial que la ponía nerviosa, más nerviosa que cuando tuvo que dar su Valedictorian Speech el día de su graduación del colegio, y, Dios mío, ese día sí que estaba graciosamente nerviosa, vestida en una toga roja con blanco, con birrete blanco, que abajo de aquella manta amorfa llevaba, como todos sus compañeros, pantuflas de Bob Esponja, y fue por ese chiste que casi no los dejan graduarse, a ninguno de los ciento treinta y tres, pues era una falta disciplinaria muy grave, pero, a la larga, les convenía graduarlos, ¿para qué retenerlos más tiempo si eran unos niños inquietos bajo el efecto de mil toneladas de azúcar? Se sentó en uno de los sillones a la ventana, Phillip y Natasha habían ido a la Monroe Suite, salón en el que dicho evento se llevaría a cabo, sólo para que Natasha se emocionara con el simple hecho de ver la decoración; en el centro de cada mesa, que eran solamente cuatro y no era sinónimo de cuarenta invitados, pues era algo pequeño y privado, había cilindros anchos, de quince centímetros de diámetro y la altura variaba, había tres por mesa, que tenían, sumergidas en agua, orquídeas naranjas, con tonos en rojo y rosado, con pringas violetas, y, sobre el agua, flotaba una candela blanca. Sólo el arreglo de la mesa de la abogado era distinto, era bajo, bombacho en lo que al cilindro se refería, con las mismas orquídeas apuñadas en un ramo elegante pero juguetón. La Arquitecta Pavlovic pidió una copa de Dom Pérignon Rosé del noventa y cinco y un Whisky y se dispuso a esperar a Sophia, quien, en ese momento, le entregaba a Darth Vader a Agnieszka, sin bajarse del auto, sabiendo que Emma la esperaba, pero no fue suficiente.

 

- Hugh… ¿podría pasarme a un McDonald’s antes, por favor?- y aquel hombre, de buena fe y respetable cariño, no preguntó ni le acordó que ya iban un poco tarde, simplemente reanudó la marcha de aquel Mercedes Benz negro y se devolvió hacia Lexington y cincuenta y ocho, cinco minutos por el flujo de tráfico y los semáforos y estaban ahí. Hugh se aparcó frente a Sleepy’s, dos locales hacia la izquierda de aquel McDonald’s.

 

- ¿Qué quisiera de comer?- preguntó en su dulce voz.

 

- No se preocupe, Hugh, yo iré a comprarlo- sonrió Sophia, abriendo la puerta que daba hacia la acera.

 

- Lo siento, Miss Rialto, no puedo dejar que haga eso, ¿qué quisiera comer?- repitió con una sonrisa, deteniéndola antes de que se terminara de bajar del auto.

 

- ¿Órdenes de Natasha o de Emma?

 

- De las dos- sonrió.

 

- Sólo quiero una McChicken sin mayonesa…con mostaza, por favor- sonrió ruborizada ante la sonrisa que aquel hombre le ponía a su tedioso trabajo, que no dejó de sonreírle, ni cuando se subió al auto de nuevo para dejarla con el aire acondicionado encendido, el motor corriendo, y con los seguros abajo, mientras él iba a por la hamburguesa de Sophia, que se había negado a tomar dinero, pues Natasha le había dado dinero por cualquier cosa. – Gracias, muchas gracias, Hugh- susurró, tomando la bolsa de sus manos y metiendo su mano derecha en aquella bolsa de papel, sacando aquella miniatura hamburguesa para sacarla del envoltorio. – Mmm…- gimió sexualmente ante el dañino sabor del TransFat. Y le dio otra mordida, y otra, y otra, todo mientras Hugh intentaba incorporarse a la calle, pero, no, no, no. – Fuck…

 

- ¿Está todo bien, Miss Rialto?- preguntó Hugh, viéndola por el espejo retrovisor.

 

- No estoy segura- murmuró, alcanzando una servilleta para limpiar el poco de mostaza que había derramado sobre su Oscar de la Renta, que, al limpiarlo, la mancha se hizo obvia, y grande, no podía arreglarlo. – Necesito regresar al apartamento

 

- ¿Al 680 o al 800?

 

- Al 680

 

- Con gusto- sonrió.

 

Pero Sophia sólo pudo estresarse, ¿a qué maldita hora se le había ocurrido dicha estupidez? No tenía hambre, simplemente estaba nerviosa y, ahora, su vestido estaba totalmente estropeado. “Dios salve a Natasha por el Elie Saab”. Y, en cinco minutos, nuevamente, estaba de regreso en el Lobby del 680, saliendo de golpe del auto, corriendo en sus Stilettos hacia los ascensores, que se tardaban una eternidad en llegar.

 

- ¿Tesoro?- sonrió Sara al ver a Emma sentada, a solas, en el bar.

 

- Mami- sonrió Emma, poniéndose de pie y dándole un abrazo a Sara, un abrazo fuerte y cálido.

 

- Te ves… sin palabras, Tesoro- murmuró, no despegándose de los brazos de su hija. – Guapísima

 

- Gracias- balbuceó ruborizada, apretando una última vez a su mamá contra su pecho. – Tú te ves muy bien también, sin duda alguna serás la suegra más guapa- rió, despegándose de los brazos de Sara.

 

- Gracias- repuso con aquella típica sonrisa. - ¿Está todo bien?

 

- Si, ¿por qué?

 

- Te veo sola, pensativa

 

- No, no, estoy esperando a Sophia nada más…que quiere que hablemos antes de hacerlo- sonrió, pero se encogió de hombros. - ¿Cómo supiste que estaba aquí?

 

- Me pareció raro que no hubieras llegado ya, bajé al salón y ahí están Phillip y Natasha, junto con tus otros amigos y algunas personas que no conozco, y me dijeron que aquí estabas- Emma sonrió, volviéndose a sentar pero no soltó la mano de su mamá. – Quería decirte algo antes de todo esto…

 

- Dime- suspiró, pensando en lo malo que eso sonaba.

 

- “You have brains in your head. You have feet in your shoes. You can steer yourself in any direction you choose. You’re on your own, and you know that you know. And you are the girl who’ll decide where to go”- sonrió.

 

- Un gran filósofo…

 

- He meant what he said, and he said what he meant- susurró, viendo a Emma tomar de su larga copa de champán.

 

- Larga vida al recuerdo de Dr. Seuss- sonrió, levantando su copa a manera de decir “salud” y se le empinó hasta beberla toda.

 

- ¿Te veo en el salón?- sonrió, con sus ojos llenos de ternura, acariciando los nudillos de la mano izquierda de Emma, acariciando su dedo anular, en donde pronto habría un anillo que no sería precisamente disimulado. Emma asintió, ubicando al mesero para que le llenara la copa.

 

Sophia subió al apartamento, en profundos nervios que tenían raíces en la culpabilidad de el momento en el que se le había ocurrido comer, y comer McDonald’s, ¡para lo que le gustaba! No lo odiaba, simplemente había comido suficiente en sus años en Milán, en su intensa dieta de engorde, que no había logrado nada más que piel reseca  y el desarrollo de una atracción fatal por las McChickens con mostaza, que, al morder, se sentía cómo la grasa y lo jugoso de la torta de pollo triturado, con cartílago, hueso y quién sabe qué más, se fundían con la mostaza y se unían a lo crocante de la supuestamente fresca lechuga. Se le cayeron las llaves al intentar abrir la puerta, y pensó en decirle a Emma que cambiaran el sistema de perilla, pues meter la llave en el cerrojo era tan jodidamente difícil cuando se tenía prisa, que hasta repasó en su cerebro, mientras intentaba tener la suficiente motricidad fina, que Samsung tenía las perillas digitales más cómodas que podían existir, con huella digital o código de entrada, y estarían en menos de un santiamén en el interior del apartamento, después de todo, Emma ya tenía algo parecido pero en su habitación, la pantalla con la que controlaba la música, pero sólo la tenía porque se podía aplaudir  desde lejos para que la música empezara. Entró por fin al apartamento, intentando bajarse la cremallera de la espalda ella sola, que no podía, por más que intentara, no podía, y tuvo un ataque de pánico severo, o quizás no pero, ante la desesperación, se salió de sus Stilettos y se desplazó, intentando todavía, bajar la cremallera, la que fue insultada por veintiún pasos hasta la habitación del piano, todavía por los nueve segundos que Sophia se tardó en ubicar una tijera.

 

Introdujo la tijera entre su cuello y el collar del vestido, que se dio cuenta entonces por qué era mala idea, era asfixiante, y cerró la tijera, liberando su cuello de aquel collar, que pensó en no ponerle collar nunca más a Darth Vader. Luego, metió la dijera bajo su brazo izquierdo mientras lo mantenía en lo alto, y cortó, literal y lateralmente, su vestido Oscar de la Renta, para que cuando se sacudiera, aquella tela roja, pesada y maligna, no cayera sobre el suelo, y Sophia se estresó aún más pero decidió respirar hondo, diez veces, así como Emma hacía en los tiempos de Segrate, y pensó con un poco de claridad: despegar la cinta adhesiva de su piel y entonces, sólo entonces, caerá, y cayó al suelo, Sophia sonriendo, no sin antes darle una patada histérica. Se dirigió al walk-in-closet, de donde rápidamente tomó la funda negra que colgaba del perchero central, y lo llevó a la cama. Bajó la cremallera con una sonrisa y sacó su Elie Saab, azul marino, impecable en confección, y entendió las razones del destino; ese era el vestido que tenía que usar, no el Oscar de la Renta, ni ningún otro, sólo ese. Tomó dos tiras de cinta adhesiva y las pegó en donde el corset empezaba. Bajó la cremallera lateral, que subía en una curva para evitar que el encaje se estropeara, y se metió en él, afianzándolo a sus senos con la cinta adhesiva y subió la cremallera. Eran dos franjas de algodón y spandex azul marino que caían en “V”, que se unían a la altura de sus pezones, pero aquel algodón era ajustado, y seda georgette lo recubría ajustadamente pero con los pliegues que acentuaban el busto de la novia, haciéndolo ver elegante y no simplemente un escote, pues caía el anillo de compromiso exactamente enmedio de ambas franjas de tela, que se unían a la parte baja del vestido en una transición de un built-in-leather-belt del mismo tono, que iba fijado exactamente a la cintura real de Sophia, fusionado con la estructura del vestido. El vestido caía, hasta la rodilla, ajustado por el spandex recubierto de la seda. Se vio en el espejo y supo que así debía ser, se subió a sus Stilettos nuevamente, ya más tranquila, realmente tranquila, tomó su bolso y salió de aquel apartamento como si nada hubiera sucedido. 

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