miprimita.com

Antecedentes y Sucesiones - 3

en Grandes Series

Navidad dos mil ocho. Sophia regresaba a Atenas para reunirse con su familia, a reencontrarse con su hermana Irene, pues tenía casi un año de no verla, desde las vacaciones navideñas pasadas, pues en verano no había podido ir por haber llegado de una vez a Milán a trabajar. Se habían mudado al centro de la ciudad, cerca de la embajada de los Estados Unidos de América, de tres pisos, unas cuantas habitaciones grandes, una enorme cocina en la que su mamá y la ama de llaves cocinaban todos los días, una oficina eternamente provisional de su papá, una piscina y un trampolín, más que eso no necesitaba, pues, sólo los autos, que no eran tan lujosos, dos BMW que el gobierno proveía sin impuestos y que los cambiaban cada cuatro o cinco años, no al mismo tiempo, y la Vespa de Sophia, que la había empezado a utilizar Irene tras Sophia haberle dado permiso y haberle pagado la licencia para ello. La tensión entre sus papás era bastante notable, no había ni violencia verbal ni física, pero había empeorado en el último año, pues apenas y se saludaban, era como si la presencia del otro les molestara, Talos trataba de restringirle la vida a Camilla, y Camilla, no estando contenta con eso, lo retaba, aunque, para ahorrarse escenas intensas frente a sus hijas, no lo hacía y todo parecía estar que-sí-que-no-que-digamos-que-bien. Sophia jamás había visto tan mal el matrimonio de sus papás, pues, era cierto, nunca habían sido tan amorosos, sólo al principio, más o menos hasta la época en que Irene había nacido, y Sophia creía que era porque Camilla se había adueñado de unas cuantas libras por el embarazo, cosa que no se le veía mal, pero ya no era la raquítica y guapa mujer que utilizaba bikinis cuando iban a la playa; ya no.

 

- Mamá…perdón, no sabía que estaba aquí- murmuró Sophia. Acababa de entrar a casa, eran casi las cuatro de la mañana, había salido con sus primas; Melania y Helena, que Melania era modelo de lencería y Helena era presentadora de las noticias de las seis de la mañana en el canal “ERT”.

 

- ¿Cómo te fue?- se preparaba un té, dándole la espalda a Sophia todo el tiempo, quien se había apoyado de una de las encimeras, pues esperaba a que se terminara de diluir el té en el agua.

 

- Bien, la pasamos muy bien, la película estaba entretenida…pero traducida al griego no mucho- rió. – Y fuimos a donde los tíos, les mandaron saludos, llegaron unos amigos de Helena y pues, eran graciosos, más después de un poco de Ouzo- rió por la nariz, acercándose a la espalda de su mamá. Era una mujer guapa, de la misma estatura de Sophia, pero de tez suavemente dorada, rubia como Sophia, tonos claros y oscuros en una mezcla natural, cejas finas y arqueadas, ojos celestes y cristalinos, cabello largo aunque siempre recogido en un moño un tanto flojo, como en un torniquete francés, nariz pequeña y recta, labios rosados, era casi igual a Sophia, sólo que las medidas variaban tras dos embarazos y veintidós años de diferencia, delgada todavía menos para Talos, según Sophia. .

 

- Me alegro mucho, ¿quieres té?- preguntó, sonriéndole a Sophia por encima del hombro izquierdo, pues por ahí se asomaba.

 

- No, gracias…pero la acompañaré con un vaso con agua- sonrió, dándole unas palmadas cariñosas en sus hombros. - ¿Qué hace despierta a esta hora? Es un poco tarde…

- No podía dormir

- ¿Está todo bien?- murmuró.

- Hablé con Alec- sonrió, como si sólo el nombre tuviera ese efecto en ella.

- ¿Qué Alec?

- El que vive en Nueva York

- Ah- rió nasalmente. - ¿Qué pasó con él?

- Dice que va a dar un Seminario sobre material reciclado, por si te interesa, que con gusto te guarda una plaza

- Tendría que consultarlo con la oficina, y lo más seguro es que no me manden a mí sino a cualquiera de los otros, tienen más tiempo de estar ahí- se encogió de hombros, viendo que Camilla sacaba la bolsa de té y la escurría sobre la taza con ayuda de la cuchara.

- También me dijo que si algún día quieres ir a Nueva York y no tienes dónde quedarte, que su casa tiene las puertas abiertas para ti

- Bueno saberlo… ¿Y papá?- preguntó, abriendo el gabinete superior hacia la derecha sobre la cocina para sacar un vaso.

 

- En Nueva York

- ¿Qué? ¿Desde cuándo?

- Quiero decir… en la oficina, supongo… disculpa, es que no he dormido bien, seguramente ando volando bajo- sonrió. – Supongo que me quedé en el tema anterior- resopló, haciendo el gesto de “qué olvidadiza yo” o “qué tonta yo”, o una mezcla de ambos.

 

- Casi no lo he visto desde que vine- dijo, volviéndose con el vaso en la mano hacia el congelador mientras intentaba hacer de caso que no había escuchado nada. – Me imagino que pasa muy ocupado viendo cómo tapar el sol con un dedo mientras intenta destapar el sol de la oposición…

 

- No hables así de él, por favor

 

- Lo siento, lo siento- refunfuñó amablemente mientras vertía agua en el vaso.

 

- Sé que sabes la verdad de las cosas, pero sólo eso tienes que hacer, saberlas…- dijo, haciendo que Sophia pensara en lo adiestrada que tenía su papá a su mamá. – Pero hablemos de otra cosa mejor…

 

- ¿Como de qué?- dijo, casi ahogándose entre los tragos de agua, pues venía con casi una botella de Ouzo en el sistema, que Camilla ya lo había notado pero decidió no decir nada, y el agua era lo único que le ayudaba a evitarse la inevitable resaca.

 

- Pues, no sé…cuéntame de tu trabajo, ¿algún candidato?

 

- Ay, mamá- rió, empañando el vidrio del vaso. – Ahí todos son…no heterosexuales, por así decirlo- dijo, evadiendo la respuesta, evadiéndose a sí misma.

 

- En el mundo en el que te mueves, seguro encuentras a alguien- sonrió, llevando la taza de té a sus labios.

 

- Pues, el hombre que se meta al diseño…digamos que es de dudosa heterosexualidad, hay pocos

 

- No me refería a los hombres…sino a las mujeres, entre diseñadoras y modelos

 

- ¿Ah?- se extrañó Sophia, casi escupiéndole el agua, y la minúscula ebriedad que tenía en su sistema se disipó en un tan sólo segundo.

 

- Debes ver muchas mujeres muy bonitas

 

- Diseño muebles, digamos que no es exactamente en donde hay mujeres, menos bonitas, supongo- sonrió, aliviándose en vano.

 

- Sabes que no me refiero a eso…hablemos de lo que estoy intentando decirte…sin que Talos se entere, lo prometo

 

- ¿De qué?- siseó, acercándose con su rostro a su mamá.

 

- ¿Ha habido alguna mujer que te guste para ti?

 

- No ha habido alguien- confesó, encogiéndose de hombros.

 

- Espero que la encuentres, sólo ten cuidado, ¿sí?

 

- Siempre tengo cuidado, mamá… ¿no le enoja?- preguntó por desgraciada curiosidad.

 

- Te mereces algo bueno, sea con la persona del género que sea, si eres feliz siendo soltera y teniendo un perro, pues eso quiero para ti, no quiero que no seas feliz por agradarme o agradar a otros, los otros te juzgan pero no te hacen feliz, piénsalo- sonrió. – Talos no se enterará por mí

 

- Siempre la imaginé queriendo nietos, por montones- rió Sophia, dándose cuenta que había dado entrada gratis a un tema que le incomodaba.

 

- Yo no puedo decidir por ustedes, son dueñas de sus vidas- suspiró, vertiéndole un poco de miel a su té y mezclándolo lentamente con una cuchara, que el suspiro de Camilla le dijo a Sophia cómo ella no era dueña de su vida y por eso buscaba que las de sus hijas sí. - ¿Tú quieres tener hijos?

 

- No sé cómo decirlo para que suene coherente

 

- Intenta- sonrió maternalmente, dibujando los mismos camanances que tenía Sophia.

 

- Creo que tener un hijo debe ser con la persona que amas, que sabes que el amor y la genética harán el milagro de darte un hijo que puedas criar, el hijo que quieres criar…

 

- ¿Pero?

 

- Un hijo es parte de esas dos personas, así como yo soy mitad suya y mitad de papá

Camilla rió un tanto sonrojada, que era que admitía que Sophia era fruto de un inmenso amor, el que se había estado acumulando en una olla de presión, y que explotó aquella noche, que venían de una película aburrida y de una cena incómoda, la noche en que aquel joven y futuro Arquitecto la llevó a su apartamento sin intención alguna de propasarse, todo porque le tenía demasiado respeto y estaba preparándose para el día en el que fuera un Arquitecto oficial, que sería el mismo día en el que le pediría que se casara con él, no era un día lejano, faltaban tres meses nada más. Pues aquel apuesto joven, que desde entonces era calvo, no por decisión sino por genética, la llevó a su pequeño apartamento en Via Carlo Emanuele I, el cual compartía con un estudiante de Medicina, y le daba vergüenza, no sólo porque Camilla era la única mujer en Arquitectura, sino porque, entre todos los ahí presentes, casi descendientes de Da Vinci y que habían sido bendecidos por Le Corbusier, sino porque se fijó en él, en el menos atractivo, en el menos adinerado. Era la primera vez que ella iba a su apartamento, porque a él le daba vergüenza que viera la pocilga en la que él vivía mientras ella vivía en Via Aurora en una casa de tres pisos, le daba vergüenza sentarla en el sofá en el que alguna vez fue blanco y ahora era del color del descuido con derramos de café y otras sustancias, le daba vergüenza ofrecerle algo de beber, pues él sólo tenía vino del más feo y más barato, que ni era suyo sino que de su compañero de vivienda. Siempre iba él hacia Camilla porque le daba vergüenza, pero ese día Camilla le insistió que la llevara a donde él vivía, pues tenían demasiado tiempo de conocerse, desde que habían empezado el curso para entrar a Arquitectura, desde el colegio, aunque nunca fue tan serio hasta que empezaron la universidad y él se fue de la casa de sus papás.

Inspeccionó la habitación de aquel hombre que tanto le fascinaba mientras él le servía aquel vino en un vaso por falta de copas; eran menos de dieciséis metros cuadrados en los que había una mesa de dibujo y la respectiva silla, la cama y una mesa de noche, con suerte y había un clóset, pero había uno. Y una cosa llevó a la otra, entre el sudor del verano nocturno, la oscuridad de éste, los alientos que se volvían uno sólo por tener aroma a vino tinto, las respiraciones pesadas mientras se escuchaba le rechinar de aquella cama con cada movimiento, su primera vez, la de ella y la de él. Fue la vez que Camilla tuvo su primer y único orgasmo, pues fue rara la vez que volvió a hacer eso, con el amor de su vida no lo hizo de nuevo, ni con su futuro esposo; sólo se estaba seguro de que había tenido que hacerlo, pues Irene no podía ser la segunda versión de la Divina Concepción. Ah, qué tiempos, qué día, pues fue la noche en la que durmió con él, piel con piel luego de aquella sesión, en aquella cama diminuta, y que tuvo que salir a primera hora de la mañana para que su mamá no sospechara nada.

 

- Y yo no quiero estar con un hombre, no puedo, no sé por qué- dijo Sophia al ver que Camilla se había quedado viendo fijamente a un punto ciego.

 

- No te estoy preguntando por qué no puedes, porque la respuesta es simplemente que te atraen más las mujeres, Sophia, no le des tantas vueltas, quiero la respuesta- sonrió un tanto divertida al ver que Sophia se ponía cada vez más nerviosa.

 

- No puedo embarazar a una mujer, una mujer no puede embarazarme- suspiró con aire pesado de “eso es obvio.”

 

- Pero puedes conseguir un donador, o adoptar- pero Camilla ya sabía la respuesta.

 

- No es mi esperma ni la suya, sería hijo mío y de él, o de ella y de él, pero no de las dos así como papá y usted conmigo, lo podemos criar juntas, pero no es de las dos…lo mismo con adoptar, que en el caso de consciencia social adoptaría, pero no me veo con un hijo realmente

 

- Eso es psicológico, el bebé sería de las dos, pase lo que pase, lo criaron juntas, ¿no?

 

- Sí, pero yo creo que si dos mujeres pudieran procrearse, habría una forma…- dijo, viendo la expresión de Camilla que gritaba “por eso hay métodos clínicos”. – Una forma física- la corrigió antes de tiempo. – Además… los niños no son ni mi debilidad, ni mi pasión, ni mi vocación…soporté a mi Nene porque era mi hermana, no porque me dan ganas de…-y nada, mejor calló, pues Camilla le cuadriculó una mirada de advertencia.

 

Debido a que los documentos legales de Emma estaban en proceso de ser legalmente estabilizados, Emma tuvo que permanecer en el interior del país, que fue la navidad que Sara fue a Nueva York por unos cuantos días, días en los que Natasha se había marchado a los Hamptons con sus papás, fue por eso que no conoció a Sara esa vez. Emma se dedicó a mostrarle a Sara en donde trabajaba, qué tipo de cosas hacía, dónde vivía, cómo vivía, en fin, le mostró lo bien que estaba en Manhattan. A Sara le alegró ver lo bien que se sentía Emma, se veía como en su ambiente, muy cómoda, pues, le alegraba que al menos uno de sus hijos fuera exitoso y no “a su manera”, como Laura, su hija menor, que vivía en su mundo porque Franco la consentía con todo lo que le pedía, o Marco, quien estaba intentando regresar al negocio, pero le iba mal por la reputación que él mismo se había hecho. Emma le contaba de Natasha, y Sara se alegraba que tuviera, al menos, una amiga en quien aparentemente podía confiarle casi su vida. También le contó un poco de Phillip, que no tenía una relación con él más que de negocios, pero que era novio de Natasha, y no le parecía mal partido, sólo para aclarar los celos de amiga con los que Sara bromeaba. Y Sara, por muy orgullosa que estuviera, no podía negar que le gustaría tener a Emma con ella, porque sus expresiones las echaba en falta, así como cuando hablaba de la diferencia entre una “ragazza”, y hacía el bulto en el pecho, y un “ragazzo”, y hacía el bulto en la entrepierna. Cosas así, cosas que sólo Emma hacía y por ocurrencia nuclear y alocada, que a veces era como si no quisiera crecer.

 

Natasha, por el otro lado, tenía dos meses de ser novia de Phillip Charles Noltenius II, cosa que no le había dicho a nadie, más que a Emma. No era que le diera vergüenza, pero tampoco pretendía presentárselo a sus papás a los dos meses de noviazgo, aunque tuvieran realmente un poco más de seis meses de estar saliendo. De un tiempo acá, se veían muy seguido, a veces hasta cuatro o cinco veces por semana, salían a comer, por unas copas para conocerse todavía mejor, simplemente a caminar por ahí, a veces Phillip llegaba a la oficina de Natasha y almorzaban juntos, o Natasha llegaba a su oficina y cenaban juntos cuando Phillip tenía mucho trabajo, las cosas iban muy bien. Para Phillip no era tanto problema esperar a que Natasha decidiera estar completamente con él, la entendía muy bien, pues dos meses de relación oficial no era mucho tiempo y, si él había podido esperarla unos cuantos meses sólo para que fueran pareja oficial, ¿por qué no esperar un poco más? Phillip, para la navidad, solía irse a Corpus Cristi a pasarlo con sus papás y su familia lejana, con quienes no se llevaba mucho, pues no era que se considerara mejor, pero la convivencia con sus primos no le gustaba tanto, era educado, le gustaba más estar con Adrienne, aunque a ella le desesperara eso.

 

- ¿Natasha?- contestó en su voz adormitada.

 

- Perdón, perdón, creí que estarías despierto, perdón- murmuró Natasha.

 

- ¿Estás bien?- encendió la lámpara de su mesa de noche.

 

- Si, estoy bien…perdón, en serio, no creí que estuvieras dormido- repitió, como si la vergüenza pudiera atravesar tantas millas de distancia.

 

- ¿Qué haces despierta a las cinco de la mañana?- Phillip tenía dos horas de haberse acostado, pues, después de mucho Whisky con su papá y ayudarle a su mamá en la cocina, había terminado un tanto cansado y ebrio.

 

- No me podía dormir…y salí a la piscina, pero, mierda, que está haciendo frío- rió, provocándole una risa a Phillip.

 

- ¿Dormirías si te canto una canción de cuna o si te cuento un cuento?- Natasha se sonrojó y ahogó una risa. - ¿No?- sonrió, abriendo los ojos para ver a su alrededor, para asegurarse que estuviera solo.

 

- No, no soy mucho de eso- rió entre su mandíbula que temblaba por el frío.

 

- Tienes frío, ve adentro…te acompaño a la cama, vamos- dijo, al fin aclarándosele la garganta.

 

- Está bien…pero tienes que quedarte callado porque todos están dormidos- susurró, entrando a la casa, tropezándose con uno que otro mueble de la cocina, aguantándose los gritos por los golpes en los pies descalzos, luego, casi se va al suelo a causa de uno de sus primos, Eric, quien estaba tan ebrio que se había desmayado atrás de uno de los sillones de la sala de estar principal. – Ya, ya estoy en mi habitación- susurró, escuchando una risa nasal de Phillip. - ¿De qué te ríes?

 

- I hadn’t heard you curse before

 

- Pues, ya me escuchaste- rió, metiéndose en la cama.

 

- ¿Ya estás en tu cama?

 

- Sip- era un momento un poco incómodo, en el que sólo se escuchaban respirar. – So…

 

- So…?- suspiró, volviéndose a acostar. – ¿De qué quieres hablar?

 

- ¿A qué hora regresas mañana?

 

- A eso de las siete de la noche, ¿por qué?

 

- ¿Necesitas que te vaya a traer?- bostezó, contagiando a Phillip.

 

- No, no, tomaré un Taxi, no te preocupes

 

- Necesito verte- confesó, cerrando sus ojos, entrando en esa etapa previa a quedar dormido, en la que la información es más fácil sacarla, en la que uno confiesa hasta los pecados más oscuros.

 

- ¿Ah, sí? ¿Por qué?- rió, quedándose dormido también.

 

- Porque extraño tus besos…- suspiró, poniéndole a Phillip una sonrisa.

 

- Ve a traerme entonces, así te doy besos- balbuceó.

 

- ¿En dónde quieres dármelos?

 

- Pues, en tus labios, en tus manos, en tus mejillas, en tu frente…como siempre… ¿en dónde más?- rió, estando a diez segundos de dormirse.

 

- Pues…- murmuró, ya dormida. – En mi cuello…detrás de mis orejas…mis hombros…mi pecho…- Phillip abrió los ojos de la impresión, hasta el sueño se le quitó. – Aunque…pues…para resumirlo…- suspiró. – Quiero besos en…- y ahí quedó la información, a medias, a punto de matar a Phillip.

 

- ¿En dónde?- susurró, con antojo curioso de saber en dónde los quería, pero todo lo que escuchó fue una respiración pesada, que le gustó escucharla, y fue por eso que no colgó. – Buenas noches, mi amor- susurró todavía más bajo, poniendo su iPhone a un lado y alistándose para dormir.

 

Emma se despertó el veinticinco de diciembre sólo para alistarse e ir a dejar a su mamá al JFK, pues debía estar cuanto antes en Roma para una reunión de trabajo que se llevaría a cabo el veintinueve, cosa que no le terminaba de parecer a Emma, pero el Vaticano a veces tenía las más extrañas ocurrencias. Emma, en vista que no tenía mucho que hacer, se dedicó a trabajar en afinar detalles, aquellos detalles mínimos que no podían dejarse pasar, en los planos de su más reciente proyecto; ambientarle la residencia brasileña a Eike Batista.

 

- Feliz navidad- balbuceó Natasha, levantando dos bolsas con cuatro cajas de vino barato cada una.

 

- Feliz navidad- repuso Emma, dejándola pasar. - ¿Todo bien?

 

- Emborráchame para que te cuente- sonrió, sacando vasos de la encimera superior.

 

Pues, dos cajas después, los vasos ya no eran necesarios, pues sí, habían usado vasos, pues no valía la pena ensuciar copas con esa baratija, y fue cuando empezaron a empinarse cada una el tetra pak correspondiente hasta el punto de que pusieron música y, con las cajas de vino en la mano, bailaron “Spice Girls”, estaban, después de dos cajas de vino cada una, más alcoholizadas que nunca en su vida, quizás era la calidad del vino, o que no habían comido en lo absoluto. Lo más gracioso, aparte de los gritos y las carcajadas, era que bailaban entre Britney Spears y Spice Girls, al rato salía un poco de Black Eyed Peas, pues, al principio eran un poco rígidas pero, al no acordarse ni cómo o por qué habían empezado a bailar, eran capaces de explotar en algún movimiento que realmente estaba bien hecho y se veía bien, gracioso era cómo bebían sin la mayor de las educaciones del empaque, ese vino que sabía demasiado feo, y que Margaret hubiera tenido un infarto al corazón de haber visto aquella escena, qué pérdida de estilo, qué falta de caché.

 

- No sé qué hacer conmigo- rió Natasha, de una hora hacía acá, todo le daba risa.

 

- ¿De qué hablas?

 

- Llevo año y medio sin sexo…ya necesito- se carcajeó, empinándose el tercer empaque de vino.

 

- Tengo cuatro años de no saber qué es un orgasmo- se quejó Emma, imitando a Natasha pero empezando con el tercero. – La vida, sin orgasmos, no es vida

 

- Amen to that, sister- chocó el tetra pak fuertemente contra el de Emma, derramando un poco de vino sobre el piso de madera. – ¡Oops! No se puede desperdiciar hoy en día con esta crisis- rió, tirándose al piso y lamiendo la madera para limpiarla.

 

- Mi piso está limpio…lo limpian todas las mañanas

 

- Alcohol es alcohol… ¿tienes cuatro años sin sexo? Hermana, estás jodida- rió, abrazándola por el cuello.

 

- Y tú dos y medio

 

- Dije uno y medio, exagerada- no sabría decir quién era más graciosa, pues ya las dos tenían las lenguas inservibles, hablando lento, no hablando de cerebro sino que de alcohol. – Dios…tú estás cagada- estalló en una risa ebria, hablándole muy cerca a Emma, hasta rozaba su nariz con su mejilla, todavía manteniéndola abrazada por el cuello con el reverso de su codo.

 

- Cagada…pues no te quejes tú- dijo, clavándole el dedo índice en el hombro.

 

- ¿Cuál es tu secreto? ¿Te masturbas seguido?

 

- No se me había ocurrido, eres una genia…

 

- Dios…a mí tampoco se me había ocurrido- rió, caminando a lo largo de la sala de  estar, con Emma bajo el brazo.

 

- Ya no eres tan genia- se carcajeó Emma, empinándose el empaque y bebiéndolo hasta la mitad, hasta que sintió que, de seguir bebiendo, vomitaría.

 

- Tú…eres muy bonita…que digo bonita… ¡hermosa!- gritó, bebiendo luego más del empaque. – Puedes conseguirte un pene hermoso…que tenga un dueño hermoso…pero en esta ciudad sólo conozco tres tipos de hombre: el que es amable que lo tiene chiquito, que me temo que ese sea Phillip, el que es un motherfucker y lo tiene hermoso, que no es Phillip, y el que no te interesa porque le interesan los hombres…

 

- Tú sí que hablas mierda- rió, arrastrando a Natasha por el pasillo y deteniéndose frente a la puerta de su habitación, intentando abrirla.

 

- Me diagnosticaron diarrea verbal…o algo así- sonrió, bebiendo más del empaque, llevándolo hasta casi la cuarta parte.

 

- Verborrea- la corrigió.

 

- Vergorrea

 

- Verborrea, Natasha

 

- Eso dije- rió, abriendo la puerta por Emma. – Ya no me aguanto como mujer…alguien más tiene que sufrir conmigo y ya vi que no puede ser contigo porque tienes el mismo problema…

 

- ¿Quieres a Phillip?- dijo, viendo a Natasha acabarse el vino ya con expresión de vomito seguro.

 

- Lo adoro…y lo quisiera en todas partes pero no se puede

 

- ¿Por qué no?

 

- Porque no sé…quiero que me respete y si me acuesto con él ahorita, que ganas no me faltan, Arquitecta, no me va a respetar tanto

 

- Él ha sido Harnatty y tú Frank Abagnale Junior…yo creo que si te respeta, y mucho

 

- Que pase cuando tenga que pasar- balbuceó, viendo cómo el espacio empezaba a darle vueltas mientras intentaba quitarse el pantalón.

 

- En mi bolso hay dinero…yo invito a los condones- rió Emma, quitándose la camisa.

 

- No sé si un condón normal le queda- se cayó al suelo al no poder sacar la pierna izquierda del pantalón, ahogándose en una risa que al día siguiente le dolería.

 

- Yo invito, dije- rió, caminando hacia Natasha, más bien tambaleándose, y ayudándola a levantarse, acostándola en la cama y quitándole el pantalón.

 

- Gracias, hermana, eres una Santa

 

- Cuatro años sin sexo no significa que sea Santa

 

- Amén…- balbuceó, quitándose la camisa. – Qué bueno que esta plática no la voy a recordar mañana- rió, metiéndose bajo las cobijas, siendo la primera noche que dormía donde Emma.

 

- Amén por eso- y eso fue lo último que supe de ese episodio, pues Emma se tiró a la cama, al lado de Natasha y ambas quedaron muertas, tan así fue, que tuve que hacer silencio para escuchar si respiraban. Y sí respiraban.

 

*

 

Phillip, por el otro lado, no muy diferente a Natasha, la extrañaba, más que todo porque habían sido un matrimonio desde mucho antes de serlo de manera oficial; era rara la decisión que no tomaban juntos, que no consideraran al otro, aunque tenía mucha libertad, pues habían desarrollado una confianza en la que ni se preguntaban con quién estaban, ni en dónde, o qué hacían, los celos no eran parte de esa relación, pues Natasha estaba muy segura de Phillip, digo, si la había perseguido por tanto tiempo, no la iba a dejar ir así de fácil, pero tampoco lo iba a retar, y, por el otro lado, Phillip tenía a Natasha como un trofeo, sabía que mujer como ella había muy pocas y no las iba a buscar, pues, para él, Natasha era más que suficientemente perfecta: no era complicada, era muy directa, graciosa, no le costaba adivinar lo que quería y pensaba porque se lo decía, muy relajada en cuanto a la mayoría de cosas, y raras veces estaba de mal humor, nada que un Martini y un masaje de hombros o Emma no solucionara. Terminó su sesión de ejercicios, que solía hacerlos de noche cuando regresaba del trabajo, justo antes de que Natasha y Agnieszka tuvieran la cena lista porque, desde que él y Natasha se casaron, Margaret había peleado y vuelto a pelear por que tuvieran servicio doméstico, por motivos de orden y limpieza y comida, pues, si comían todos los días fuera, llegaría el día en el que empezarían a “crecer para los lados”.

 

Y pensó en Emma, en lo extraño que su relación había empezado con ella, siempre de negocios, y no supo hacer el punto de partida de una amistad, pues, desde que Natasha y él empezaron su relación oficial, cada vez fueron acercándose más a Emma, tanto individualmente como en pareja, más porque les preocupaba que tuviera algo que ver con Alfred, es más, Phillip procuraba siempre estar al tanto de la relación entre ellos dos, hubiera una o no, sólo por precaución. ¿El cariño que le tomó a Emma? Pues, era como la hermana de Natasha, y era una relación como de mutualismo, si Emma estaba feliz, Natasha estaba feliz, o en el mal plan, sí, en parte era una relación de interés, pero vivía agradecido con Emma, porque era omnipresente con su esposa y de verdad se preocupaba, por ella y por él, y eso era nuevo para Phillip, porque sus amigos se preocupaban por él, pero no a ese nivel. Hizo lo que Natasha le había pedido: fue a la otra habitación vacía, en donde Emma se vestiría en un par de horas, y revisó que estuviera todo lo que necesitaba: sus Stilettos, double-tape, el paquete de Kiki de Montparnasse, que contenía los panties, su Guerlain Insolence y, lo más importante, su vestido, aunque claro, el Patek Phillippe de oro blanco y sus aretes, que eran unas rosas de diamantes de Piaget, que eran importantes, pues completaban un look no tan convencional, pero elegante y serio.

 

*

 

- ¿Por qué paramos aquí?- preguntó Phillip, viendo que se detenían frente al Plaza.

 

- Tranquilo…sólo pensé que tendrías hambre, pedí que tuvieran comida lista, Hugh la irá a traer- sonrió, tomándolo de la mano y volviéndolo a ver. – Te extrañé- sonrió, sintiendo esos malditos escalofríos al sentir el roce del pulgar de Phillip en sus nudillos.

 

- Te noto cansada, ¿saliste anoche?- preguntó, apartando el flequillo de su rostro, revelando unos ojos casi muertos.

 

- Estuve con Emma- sonrió. – Ella se ve peor- rió, respirando hondo, tratando de no devolver el flequillo a su lugar para cubrir su mirada. – No se ha podido levantar

 

- ¿Qué hicieron? Aparte de beber…

 

- Pues, es que no bebimos…no sé cómo llamarle a eso…tu novia también tiene su lado no-tan-elegante…nos empinamos un par de tetra paks de vino…

 

- Classy- bromeó. – ¿Te sientes bien del estómago y de la cabeza?- Natasha asintió, bajando la mirada, estaba nerviosa, aunque todavía con las secuelas de esa resaca que juró que nunca volvería a provocarse, al menos no con vino de caja. - ¿Qué pasa?

 

- Nada- susurró, acercándose a él y dándole un beso que fue gloriosamente correspondido. Siempre eran besos tiernos, a veces duraderos, más que todo cuando veían el juego de los Giants juntos, que utilizaban los comerciales para besarse o Natasha para ensuciar a Phillip con la salsa de las chicken wings, o darle de comer en la boca, siempre bromeando y riéndose, ya no se enojaban si los Giants perdían, al menos habían estado juntos.

 

Hugh tocó la puerta del auto, pues vio que se estaban besando, y se metió al auto junto con la bolsa de comida. Hugh era del tipo de empleado que veía muchas cosas, escuchaba muchas otras y, aún así, no decía nada, no reportaba nada a Margaret aún cuando ella le pagaba extra por pasarle un reporte semanal sobre Natasha, cosa de la que Natasha estaba muy al tanto, y no podía aceptar eso, por lo que había hablado con él de decirle lo que pasaba, con el detalle de omitir a Phillip en la mayoría de los casos, así como de cuando se quedaba a Phillip le daban las doce de la noche y no había salido del apartamento de Natasha, pues era la hora en la que sus servicios diarios terminaban, comenzando a las siete en punto, cinco días a la semana, a veces seis, pero Natasha casi siempre le daba el fin de semana libre y las festividades nacionales, más dos semanas al año de vacaciones, hasta hizo que Margaret le diera quince salarios por su lealtad y los años de trabajo. Esa noche, Hugh, que se llamaba Gregor en realidad, dejó a Natasha y a Phillip con la bolsa de comida en la entrada del Archstone de Kips Bay y se retiró por órdenes de Natasha, que se las dio en el camino hacia el JFK.

 

- Creí que comeríamos en mi apartamento- murmuró Phillip, siendo arrastro por Natasha a lo largo del Lobby del Archstone Kips Bay.

 

- La comida sabe igual en mi apartamento que en el tuyo- sonrió, pidiendo el ascensor.

 

- Hugh va a regresar, ¿verdad? Se quedó con mi equipaje

 

- No te preocupes por eso, ¿sí? Hugh es una persona muy honrada

 

- No lo digo por eso…- entró al ascensor y Natasha introdujo la llave del Penthouse en la ranura, apretando al mismo tiempo el botón de cerrar las puertas. - ¿Por qué haces eso?

 

- Es la técnica que usa la policía, mantienen el botón apretado para que no se detenga en ningún nivel…no es secreto de Estado

 

- A veces me sorprenden las cosas que sabes, ¿sabes?- rió, volviéndola a ver con admiración.

 

- No soy tan estúpida como la gente cree- guiñó su ojo izquierdo, soltando una leve risa nasal que fue interrumpida por el timbre del ascensor al llegar al Penthouse.

 

- No creo que eres estúpida…no me gustan las niñas estúpidas

 

- Pues, ahí está el error entonces, yo no soy una niña- sonrió, encendiendo la luz de la cocina. – Ponte cómodo, por favor- murmuró, tomando la bolsa de las manos de Phillip. – No, ahí no…la puerta del final del pasillo- dijo, deteniendo a Phillip de ir a la sala de estar y enviándolo a su habitación. – Pon una película si quieres…siéntete como en tu casa

 

Phillip se extrañó ante las palabras de Natasha, pero siguió sus órdenes y se dio la vuelta para caminar por el pasillo hasta la puerta blanca que se abría de par en par por ser doble. Era una habitación espaciosa, de cincuenta y cinco metros cuadrados de alfombrado beige, que combinaba perfectamente con las estructuras de madera blanca, como la base de la enorme cama y las repisas, con las mesas laterales color granate, así como una sala de estar miniatura en sillones bajos azul marino, inspiraba algo muy playero a lo South Hamptons, pero con elegancia, con estilo, la habitación podría haber sido muy masculina, pero era muy unisex hasta cierto punto, perfectamente ordenada y limpia, con fotografías enmarcadas de varias épocas de la vida de Natasha, una repisa muy alta, más cerca del techo que del alcance humano, con premios que Phillip no conocía o reconocía, trofeos de Lacrosse y Esgrima, medallas varias de quizás otros deportes que alguna vez practicó de pequeña, como la natación, el tennis, lo que todo niño podía intentar hacer. Había unas puertas de vidrio, totalmente de vidrio, sin una división o estructura de fibra de vidrio o madera, corredizas, que daban salida a una terraza miniatura, de cuya baranda colgaban plantas perfectamente cuidadas para el invierno; que el secreto de Natasha estaba en regarlas con una mezcla de agua tibia y pastillas anticonceptivas diluidas en el agua, algo que habría aprendido en Brown por casualidad. A la derecha de la habitación se extendían estantes repletos de libros, más fotografías, todo el material de la universidad, una colección de Vogue USA muy completa, desde mil novecientos noventa y cinco, pues desde los once años se había interesado por la moda, ciento cincuenta y seis ediciones de dicha revista, ordenadas por mes y por año, igual que las Marie Claire, Elle, Harper’s Bazaar, Allure, InStyle y W, que dichos estantes enmarcaban un arco que daba entrada a un walk-in-closet de veinticinco metros cuadrados, repleto de ropa en la parte superior, de zapatos en la parte inferior, más uno que otro gabinete desplegable de joyas y ropa que no se podía colgar, todo en madera blanca, que tenía, en la misma línea del arco, otro arco, que daba entrada al baño y sólo alcanzaba a ver una pared. Se dirigió a la cama, fue cuando notó que la pared, que parecía beige con cierta extraña textura por la pintura blanca, era en realidad blanca con textura beige, que era nada más y nada menos que un patrón del logo de Versace, la medusa, colocado de tal manera que no parecía mosaico, el logo en diferentes tamaños, pero muy, muy detallado.

 

- ¿Todo bien?- murmuró Natasha, asustando a Phillip, pues no la había escuchado entrar a la habitación y él estaba concentrado en el patrón de la pared.

 

- Sí, ¿por qué?- dijo, aclarándose la garganta.

 

- No sé, sólo estás parado ahí- sonrió.

 

- Estaba viendo el detalle de la pared…es muy engañoso, sutil… interesante

 

- Pues, para que te quede claro, muy claro, la moda me gusta mucho…quizás porque mamá es amiga de Donatella y Santo desde hace muchos años

 

- ¿Santo?

 

- Sí, Santo Versace…pues, era amiga de los tres…mi mamá empezó en Vogue, luego al New York Times…y cambió de gremio al dejar de ser talla dos, que ahora ya es talla ocho, pero no le digas a nadie- rió, con una risa bastante irónica.

 

- El secreto de “Food-Culture” está a salvo conmigo- sonrió. – Ahora, ¿qué tienes ahí?- dijo, señalando el recipiente que Natasha tenía entre sus manos.

 

- El mejor platillo que preparan en el Plaza, que no está en el menú, que lo preparan sólo para mamá

 

- ¿Qué cosa extravagante le preparan?

 

- See for yourself- rió, alcanzándole el recipiente.

 

- No es cierto- rió al abrir el recipiente. - ¿Es en serio?

 

- Te va a gustar, cómetelo- sonrió, caminando hacia su walk-in-closet. – Ven, acompáñame para que no comas solito- Phillip la siguió, tomando aquel burrito en su mano izquierda mientras detenía, bajo su barbilla, el recipiente, para no derramar cualquier cosa sobre la alfombra. Natasha  se quitó el abrigo, revelándole a Phillip su vestimenta casual y vacacional; jeans ajustados a sus piernas, muy tallados, que se interrumpían en sus piernas por unas botas de gamuza negra, altas, hasta media pantorrilla, que la hacían elevarse catorce centímetros, volviéndola casi de la estatura de Phillip, llevaba una DKNY de seda blanca que tenía una cremallera en la espalda.

 

- ¿Me ayudas?- murmuró, tomando su cabello con sus manos y colocándolo sobre su hombro derecho para que cayera sobre su pecho, librando de cabello la espalda.

 

- Claro- dijo, colocando el burrito en el recipiente hermético, sacudiéndose las manos y tomando la cremallera con sus dedos izquierdos.

 

- Hasta abajo, si eres tan amable- susurró, dejándoselo claro porque la blusa no era precisamente floja, sino que se ajustaba a su abdomen, por lo que no podía sacarla por sus piernas.

 

- Como tú digas- y bajó la cremallera, primero rápido, pero, al ver que no había señal alguna de sostén, se distrajo y se tomó su tiempo, a por lo que iba Natasha, y, cuando lo bajó del todo, dividiendo la blusa en dos, vio que el jeans de Natasha le colgaba, de manera literal, de la parte inferior de sus caderas, dejándole ver el yacimiento de su trasero que intentaba ser disimulado por una tanga negra de tul.

 

- Gracias- suspiró despegándose de Phillip y quitándose la camisa, perdiendo de vista el cesto de la ropa sucia, por lo que dio una vuelta a propósito, mostrándole a Phillip la cantidad de centímetros cúbicos que yacían de su pecho, de forma perfecta, pero no estaban desnudos sino que, a ellos, se pegaban dos copas de látex que se unían por el centro.

 

- ¿Qué tienes puesto?- preguntó, casi asustado, bueno, más bien atorado con su propia saliva y su propio oxígeno.

 

- Ah, ¿esto?- dijo, apuntando con su dedo índice al látex. Phillip asintió. – Es la magia del látex

 

- Se ve alienígena- rió honestamente, tomando de nuevo el recipiente y el burrito en sus manos.

 

- ¿Te parece?- volvió a ver a sus senos, frunció su ceño y lo volvió a ver con una sonrisa de picardía.

 

- ¿Qué?- rió, con la boca llena de burrito. – Se ve raro, pues, yo lo veo raro

 

- Quítalo entonces- dijo, cruzándose de brazos, colocándolos bajo sus senos.

 

- ¿Yo?- rió, tratando de tragar.

 

- Pues, a ti es al que no le gusta- se acercó todavía más, tomando el recipiente y poniéndolo aparte. – Quítalo, no quiero verme alienígena- sonrió, tomándolo de las manos y escuchando que tragaba con la mayor dificultad del mundo. Llevó sus manos en las suyas y las colocó sobre el látex, Phillip respiraba pesado, estaba nervioso.

 

- ¿Y si te duele? O sea, está pegado a tu piel

 

- Te ayudo, entonces- y tomó los dedos de Phillip, hundiendo, en su seno izquierdo, el índice entre el borde del látex y su piel, colocando su pulgar sobre el látex, apretó sus dedos y, lentamente, retiró, desde el costado hacia el centro, el látex, liberando su seno, mostrándole su pequeño pezón, de color café muy pálido, notándose apenas su existencia entre su caucásica piel. - ¿Ves? No me dolió…- Phillip asintió. – Intenta con el otro tú solo

 

Phillip repitió el proceso, desde el costado hacia el centro, lentamente, como si realmente pudiera lastimar a Natasha, pero era látex, no lo haría, y liberó su otro pezón, igualmente pequeño y circular de la areola, corto y bien definido del pezón. La respiración de Phillip era larga y profunda, seguramente caliente al salir de su nariz pero, al llegar a la piel de Natasha, era fría, tan fría que le erizó la piel, logrando encoger aquel par de pequeños pezones y ponerlos muy rígidos. Logró apartarles la vista pero, en el intento, encontró la mirada de Natasha, que pedía a gritos que la besara, que la besara toda, así como le había intentado decir dos días antes. Se acercó a Phillip y le plantó un beso rápido, de unir y separar los labios, haciendo un ruido muy propio de ese tipo de besos, pero Phillip reaccionó de buena manera y buscó otro beso, más largo, mejor colocado, con un sabor distinto, rodeándola con sus brazos cubiertos por la cachemira de su suéter rojo, era el principio de las mejores sensaciones según Natasha. Bajó con besos al cuello de su novia, besos suaves que le daban cosquillas, que, cuando besó detrás de su oreja derecha, Natasha sólo supo suspirar, no era virgen, eso no, pero después de más de un año sin sexo, era como sentirlo todo por primera vez. Phillip se detuvo y encaró a Natasha, pidiéndole permiso con la mirada, el permiso ya lo tenía, sólo tenía que aprovecharlo.

 

La juntó a él con sus brazos y la obligó a que lo dejara cargarla y, dándose la vuelta, la recostó sobre la cama, quitándose el suéter pero quedándose con la camisa todavía. Se puso de rodillas y desenfundó las piernas de Natasha, primero la izquierda y luego la derecha, arrancándole unos cómicos calcetines al tobillo de Little Miss Matched, que parecía que se había equivocado de par, pero no, así eran. Natasha se irguió completamente, quedando sentada sobre la cama, haciendo que Phillip se pusiera de pie y, apuñando la camisa, la sacó del jeans, subiendo sus manos por su torso, acariciándolo a través de la camisa blanca, llegando al tercer botón para empezar a desabotonar hacia abajo, para luego meter sus manos en la camisa y acariciar el tonificado torso con sus manos, retirando su camisa por sus hombros, dejándolo desnudo, sólo con su Rolex y las placas militares. Lo abrazó por su trasero y lo acercó a ella, besándole su abdomen, la leve hendidura entre su six-pack, llegando, hacia abajo, a rozar su barbilla con la hebilla de su cinturón. Phillip paseaba sus manos entre el cabello de Natasha, a ella le gustaba que la peinara, la relajaba, y a él le gustaba sentir lo sedoso de él, pero, cuando Natasha acarició su miembro por encima del pantalón, Phillip retiró su pelvis de la mano de su novia.

 

- No tengo protección- dijo, enojándose consigo mismo, aunque, ¿por qué debería llevar?

 

- Shhh…- susurró, atrayéndolo de nuevo por sus bolsillos, absteniéndose de la información: “Emma invita”. – Confía en mí…

 

Deshizo la hebilla del cinturón y desabotonó la columna de botones del jeans, dejándolos caer al suelo, que fue que Phillip se salió rápidamente de él, quitándose sabe-Dios-cómo sus Onitsuka y sus calcetines, quedando en bóxers Hugo Boss muy ajustados. Natasha lo acarició con la palma de su mano, envolviéndolo cóncavamente en ella, sintiendo la dureza de aquella parte de Phillip que, al tacto, no parecía ser tan pequeña como se la imaginaba. Metió su mano por la disimulada abertura y sonrió.

 

- Aclaremos algo antes- dijo Natasha, tomando su pene y masturbándolo suavemente por dentro del bóxer. - ¿Qué tipo te gusta?- sonrió, sintiendo su pene responder ante sus caricias.

 

- Sano, placentero…- jadeó, pues la mano de Natasha había llegado a su glande.

 

- ¿Circuncidado?- resopló, paseando sus dedos nuevamente por su glande para volver a sentirlo, Phillip asintió. – Estás lleno de sorpresas- sonrió. – Pero dije “tipo”…y como eres un poco tímido, por lo visto, te lo diré yo- sacó su mano y llevó ambas manos a los elásticos, enterrando sus dedos entre su piel. – Oral y vaginal…

 

- ¿Oral y vaginal?- repitió Phillip, no entendiendo exactamente, excitándose ante una Natasha que era, hasta cierto punto, mandona, o quizás sólo le gustaba jugar con las reglas claras, pues no quería comprometer partes de su cuerpo, o sensaciones, con las que no se sentía cómoda, después de todo, “más vale prevenir que lamentar”.

 

- Me gusta recibirlo…- dijo, viendo la erección de su novio frente a sus ojos. – Y darlo también…- que era obvio que Phillip no tenía vagina, pero era la aclaración de lo que se podía hacer en la cama, lo que creo que todos deberíamos hacer en algún momento, o quizás no, todos tenemos opiniones.

 

Metió el glande de Phillip a su boca, dándose gusto con el primer pene que de verdad se le antojaba visualmente, no por el simple hecho de dar placer, sino porque consideraba que tenía un “pene lindo”; largo y de un solo grosor, glande marcado, ninguna vena saltada, todo del mismo tono, excluyendo el glande que era un tanto más rosado, pero era por el momento y eso le gustaba, pero había algo que le gustaba muchísimo más que todo eso, cosa que no le había gustado de Enzo, ni de Garreth, su novio del colegio, que tenían un escroto relativamente largo, cosa que no le daba asco, pero por lo mismo de que “se come por los ojos primero”, en palabras de su mamá aunque no se refería a un pene, no se le apetecían tanto, pero Phillip lo tenía justo para envolver sus partes más sensibles, que se notaban dos pero muy disimulados. Y subía y bajaba por la longitud, presionando con sus labios a su paso, escondiendo sus dientes, acariciando su glande con la lengua, topando la longitud a su vientre para recorrerlo con su lengua y luego volver a introducirlo. Y succionó el glande, ocasionando en Phillip un respingo de inestabilidad.

 

- ¿Oral y vaginal? Pues, somos iguales en eso- rió, despegando a Natasha de sí y recostándola sobre la cama, desabotonando su pantalón y retirándolo de sus piernas.

 

- Pareces un niño- murmuró jadeantemente Natasha al sentir el peso de Phillip sobre ella.

 

- Me das mucho con qué jugar…- sonrió, a ras de su cuello. - ¿Callada o gimes?

 

- Callada- suspiró, sintiendo los labios de Phillip en ese punto que es desgraciadamente sensible. - ¿Tú?

 

- Callado- dijo entre sus besos que bajaban por el pecho de Natasha, bajando por entre sus senos. - ¿Posiciones?- Y se desvió hacia la izquierda, sintiendo sus besos hundirse en el seno de su novia.

 

- Abajo… ¡uf!, otra vez ahí- dijo, ante la lengua de Phillip marcar el contorno de su areola. – Costado izquierdo…- tenía que hacer una pausa para tomar aire, pues, aparentemente, Phillip sabía exactamente lo que hacía. – Arriba…

 

- ¿De frente o de espalda?- dijo, tomando el pezón de su novia entre sus labios, haciéndola tragar su respuesta y tomarlo por la cabeza.

 

- Las dos…otra vez- y repitió, pero esta vez con una succión muy suave que causó un gemido agudo pero suave en Natasha.

 

- ¿Tú o yo?- y mordió suavemente su areola, desde el borde superior hasta el inferior, cerrando su mordida lenta y tortuosamente.

 

- Cualquiera… ¡ah!- jadeó, haciendo que Phillip repitiera el proceso.- Doggy y sus variaciones- gimió, apuñando el cabello de Phillip, haciéndolo gemir entre la mordida, haciéndolo morder un poco más fuerte su corto y pequeño pezón. – Oh my God…

 

- And what about…- suspiró, yéndose al seno derecho para darle la misma atención que al izquierdo. – Your pussy? What does she like? – dijo, juguetonamente tratándola como a una persona, haciendo que Natasha se riera, aunque dejó de reír por un ahogo repentino.

 

- Two fingers tops…licking, sucking, biting…blowing, fucking, grinding…- y Phillip bajó con besos por el abdomen de la mujer que alguna vez llamó “Robin”, llegando a su poderosa tanga negra, tomándola por la cadera y retirándola lentamente hacia afuera con la ayuda del elevar de piernas de Natasha. Y, bueno, quizás les parezca raro por qué hablaban tanto en vez de sólo hacerlo, pero ya lo dije, un sexo ordenado y coherente es, la mayor parte del tiempo, un buen sexo, y con “orden” no me refiero a “rutina”, sino a no arruinarlo todo, que comprende a la “coherencia” también. Además, sólo ellos se entendían.

 

- Mierda…- suspiró en cuanto Natasha abrió sus piernas para él.

 

- ¿No te gusta?- dijo con una sonrisa, pues sabía que si le había gustado lo que veía y llevó su mano a su entrepierna.

 

- She’s stunning- sonrió, cayendo de clavado en la entrepierna de Natasha, saboreando sus ajustados labios mayores, su pequeño clítoris y sus limitados labios menores, que daban espacio para succionarlos a pesar de ser muy justos y, para coronar aquella belleza, una franja de vellos angosta, de no más de un centímetro de ancho, y corta, de no más de cuatro centímetros de largo.

 

Phillip, a pesar de no tener mucha experiencia, en lo que a la variedad se refería, sabía cómo hacerlo, quizás había aprendido sólo con verlo de una que otra película pornográfica que había visto en sus años de curiosidad y auto-aprendizaje, cuando era novio de Denise. Mientras muchas mujeres pensaban que un año sin sexo no tenía nada de bueno, Natasha pensaba que sí, pues no se demoró ni en mojarse, cual caridad de Júpiter, ni en correrse la primera vez; bastaron unos cuantos segundos para perder el control ante la ávida lengua de su novio, lo que significaba que un año sin sexo era realmente sinónimo de más orgasmos, al menos para ella. Pero Phillip no se detuvo, y le mantuvo la sonrisa muda a Natasha mientras siguió prolongando el primer orgasmo en año y medio, que entendió por qué no se había masturbado antes. Phillip introdujo un dedo en ella y logró un gemido pornográfico, que lo hizo sonreír, y otro gemido salió de Natasha en cuanto jugó con su GSpot, y los gemidos femeninos no dejaron de invadir aquella habitación mientras Phillip la penetraba con su dedo y besaba y lamía su clítoris al mismo tiempo, y un orgasmo corto pero intenso envolvió el dedo de Phillip, quien luego levantó la mirada y encontró a una sonriente Natasha, quien le dijo con la mirada que “sí”, para luego moverse y estirarse hasta abrir la gaveta de su mesa de noche y sacar un Trojan, el que Emma había pagado, pues realmente había sacado cinco dólares de la cartera de Emma, ella dijo que invitaba.

 

- Be gentle- susurró, refiriéndose a cuando la penetrara, mientras veía cómo, delicadamente, se ponía lo que es, supuestamente, seguro para no tener el milagro de la vida nueve meses después.

 

Empujó despacio, ambos gimieron de placer, la estrechez de Natasha les sentaba bien a ambos, y, entre besos y suspiros, a veces hasta gemidos, Natasha le clavó las uñas en la espalda y él la penetraba, jadeante, uniforme, profundamente, pues Natasha lo abrazaba con sus piernas también. Ambos gemían, sintiendo sus alientos mezclarse y agitarse cada vez más, Phillip que no desaprovechaba ni un segundo los labios de su novia, gruñendo y jadeando, rozando su enrojecido pecho con los rígidos pezones de Natasha, embistiéndola cariñosamente, que, de repente, se aferró más a él y se corrió, dándole a Phillip el último pequeño empujón de ego y placer para gemir, junto a ella, y eyacular alocadamente dentro de los límites del Trojan, cayendo sobre Natasha para luego traerla encima suyo al rodar sobre la cama.

 

- We ain’t that quiet, ain’t we?- bromeó Phillip, besando a Natasha.

 

- Se vale soñar- sonrió, sintiendo los espasmos postcoitales de Phillip en su vagina. – Te amo, Guapo- susurró, hundiéndose en un beso que le terminó por robar el aliento y haciendo que a Phillip, por primera vez, le gustara que le dijeran “Guapo”. Natasha no lloró, pero pronto lloraría, sólo sería una carta que jugaría para sacar a su mejor amiga del borde del colapso emocional.

 

- Yo también te amo, mi amor- susurró en respuesta, haciendo que Natasha se riera nasalmente y dejara caer su cabeza sobre su hombro, sonriente y complacida, con su corazón latiendo rápido, no sólo por el orgasmo, sino por amor también. -¿Puedo quedarme a dormir?- murmuró, hundiendo sus dedos entre el cabello de Natasha, que esa era la idea original, que se quedara con ella.

 

- ¿Roncas?

 

- No tengo idea...pero, si lo hago, me despiertas- dijo, abrazándola fuertemente, sintiéndola muy cerca, muy tibia para ser el cruel invierno.

 

Junio dos mil nueve. Vamos por partes, primero: Phillip. Con la crisis, que no cesará nunca, Phillip Noltenius se convirtió en el primer Junior Partner de “Watch Group” en tener tres bancos internacionales en su quehacer diario, lo que lo convirtió en Senior Partner, que no sólo significaba tener una paga del doble, sino también un horario más relajado, menos carga laboral que se resumía en la guía estratégica de qué hacer con cada banco cuando acudieran a ellos, pero trabajaba de lleno, no como los otros seis Senior Partners, que, con justa razón, ya se habían desfasado, pues tenían más de sesenta, casi llegando a los ochenta y cinco. El trabajo más divertido que tenía era el de velar por la prosperidad y la seguridad financiera de Emma, que, cuando la conoció ya como persona, no como cliente y amiga lejana de Natasha, le cayó muy bien, prácticamente un clon de Natasha. El noviazgo con Natasha ya se había hecho público, a tal grado que, un día, recibió un mensaje de texto de Jacqueline Hall: “Guapo, no sé si creer lo que estoy viendo en PageSix, ¿algo que tengas que aclararme?”, a lo que Phillip contestó un sencillo: “No me llames así, me revienta las pelotas, y, por respeto, a los tres, no tengo nada que aclararte, ni tú nada que saber”. Margaret y Romeo ya lo conocían, que Margaret lo había recibido con los brazos abiertos porque se vestía bien y, de alguna manera, conocía a Katherine aunque no eran amigas, pero sabía que era de buena familia, digno de su hija, de su joya, y Romeo había jugado la carta de papá violento; lo interrogó de arriba abajo y de izquierda a derecha, lo amenazó con perseguirlo por el mundo entero si llegaba a romperle el corazón a su hija, así como el imbécil de Enzo, con la Cosmi Autoloader en la mano, cargada para dispararle cuando lo atrapara. Y, cada vez que lo viera de nuevo, Natasha tenía que “presentárselo” a su papá, por órdenes de él, que cada vez que se veían tenía que pasar por interrogatorio.

 

Emma. Había trabajado únicamente en dos proyectos en los primeros seis meses, por falta de trabajo, que no le afectaba mucho, pero porque necesitó de dos proyectos así de suculentos para no necesitar de más, contando con un viaje a Brasil, importando toda una mercancía, y a sí misma, para ambientarle la nueva residencia playera a Eike Batista, y el proyecto más grande que había tenido hasta el momento: realmente construir la casa de los Roberts en Westport, que había sido demoler la casa anterior para levantarla de nuevo. La política que Phillip había propuesto para la seguridad financiera del estudio había sido un tanto polémica, pero efectiva, pues el estudio quedaba exento de riesgos: el estudio en sí tenía a sus empleados bajo contrato, lo normal, pero ahora no se pagaba mensual un salario más la parte de la comisión del trece por ciento de la que se era acreedor, sino que el estudio era ahora una empresa para la que trabajadores independientes ejercían su profesión, es decir que, si uno de los empleados no tenía un proyecto, el estudio pagaba del ingreso constante o previo por “prestar” el nombre por “asociación de imagen” al trabajador. Al principio no les parecía justo pero cuando se dieron cuenta que ganaban más, simplemente callaron y olvidaron el episodio. Entonces, no sólo había ganado un poco más de un millón por esa casa que había costado construirla un carajo tan grande que parecían dos, por lo que Emma, además de su ganancia, había obtenido un regalo melancólico por parte de Margaret: un Steinway A, que simplemente lo fueron a dejar a su apartamento, que Natasha los había dejado entrar, pues tenía llaves del apartamento de Emma por alguna emergencia, cosa que a Emma le molestó, pues era un regalo muy caro y ya le habían pagado por sus servicios, y porque era un piano.

 

¿El problema con el piano? No sólo le acordó de una época muy mala en su vida, sino también desató los malos recuerdos que había logrado de alguna manera contener, o quizás no contener, sino omitir o hasta negar, porque se sentía mejor así. Y del piano, pues, una situación de golpes castigantes de parte de su papá cuando era sólo una niña. Hablando de Franco Stefano Pavlovic, cuando se enteró que Emma se había quedado en Nueva York, porque Emma no le hablaba ni de chiste, se encargaba de depositarle lo mismo que le depositaba a Laura y a Marco, con la única diferencia que Emma, al principio no se dio cuenta y usó el dinero, pues cuatro cifras en su estado de cuenta no eran tan significativas, pero luego, cuando Phillip le mencionó el comportamiento raro de sus cuentas y le preguntó si había sido ella, Emma comprendió que su papá lo hacía para enmendar las cosas que habían sucedido años atrás, que había intentado muchas veces y siempre caía en lo mismo, que sólo había funcionado cuando Emma se había alejado y nunca había regresado. Por lo que decidió que, ese dinero, lo depositaría, automáticamente después del depósito, en otra cuenta y, una vez llegara a cinco cifras, lo donaría a alguna organización, pues Franco no sabía que Emma ya tenía acceso a la herencia de Laura, su abuela, que era por eso que su mamá y su hermana se llamaban así también, mucho menos sabía que Emma tenía un trabajo con el que podía alimentarse bien, beber fino, más fino que en casa por no tener control de nadie más que el suyo, y hasta despilfarraba en ropa y zapatos, su debilidad, y todavía lograba pagar el apartamento, y ahorrar tres cifras cada mes, mejor dicho tres ceros, y podía pagarse sus gustitos lujosos, como el viaje que estaba a punto de emprender con Phillip y Natasha; dos semanas a Tailandia. Pero antes del viaje, había tomado un nuevo proyecto; la casa de los Mayfair, en donde querían una casa de huéspedes hecha de materiales reciclados y un jardín que pareciera muestrario de flora, todo por recomendación de los Roberts.

 

Natasha. Su relación con su mamá se había vuelto un poco rocosa a partir de la mudanza a Westport, pues se había vuelto entre un poco controladora y paranoica: la soledad de Westport, más bien la lejanía de la “civilización real” como le decía Natasha, refiriéndose a la Quinta Avenida, no le sentaba bien para escribir, por lo que había decidido, por fin, tomarse un descanso del New York Times bajo la frustración de no poder ganar un sexto Pulitzer y que la vida, sin aquello que Natasha decía, era decadente. Lo peor de todo era que, ante su control obsesivo y su desvarío rural, Natasha ya no le contaba mucho y todo se lo terminaba contando PageSix en una forma amarillista y, a veces, ni cierta, como todo chismógrafo, y casi nunca le creía a Natasha la verdad. Pero todavía se querían, a su modo, pero se querían, y se querían de lejos más que de cerca, por lo mismo del ataque interrogativo. Con su papá, todo seguía igual, Natasha llamaba a su papá todos los días a eso de las diez de la mañana, que sabía que Margaret andaba en el club de tennis, y aprovechaba para platicar con él. Su trabajo iba bien, todavía en el mismo puesto, y disfrutaba lo que hacía, disfrutaba hacer su investigación semestral de perfiles de cada trabajador, y realmente el ambiente de trabajo había mejorado mucho, en efectividad y en bienestar, que venían de la mano. Su relación con sus compañeros de trabajo era muy buena, a pesar de que era de las más jóvenes, y con los productores se llevaba de maravilla, su trabajo le encantaba, así de simple. La relación con Phillip iba muy bien, no habían tenido ninguna pelea, se ponían de acuerdo en muchas cosas, entre ceder y tolerar, todo era posible, pues, a Natasha al final le terminaba dando igual mucho de lo que “decidían” en conjunto, a Phillip también, a veces hasta dejaban que el otro decidiera por simple comodidad, confiando en el sano juicio, por supuesto.

 

El sexo era bueno, muy bueno, lo único que a Natasha no le gustaba era el maldito condón, le daba asco verlo, antes y después de que Phillip se lo quitara, aun sin verlo, le daba asco, por lo que había decidido recurrir a otro tipo de método anticonceptivo, que la había hecho ganar dos libritas sobre su peso constante. Dormía noches donde Phillip, a veces Phillip dormía donde ella, dependiendo de las prioridades laborales, aunque había cuatro o cinco días al mes que Natasha tenía mucho trabajo, que salía muy tarde de la oficina y entraba muy temprano, que era un tanto cierto, pues programaba la mayoría de la carga de trabajo alrededor de esos días, justo para que en esos días tuviera que atender a eventos o quedarse en la oficina, todo por evitar a Phillip, pues sino conocería a una malhumorada Natasha, que era graciosa, según Emma, pero no estaba dispuesta a correr el riesgo. Y su relación con Emma, mejor que nunca, que sólo iba para mejorar y sólo seguir mejorando, pues se reunían todos los sábados por la mañana, sin excepción, a desayunar en el Plaza y luego ir de compras, a evaluar el gusto de Anna Wintour, que era acertado, menos con aquel par de Manolos que decidió acribillar. Cada vez iban menos al centro de Esgrima, pero Emma seguía pateándole el trasero a Natasha, a veces, una en mil, era al contrario, pues Emma, al ser un poco más alta y más delgada, era más ágil, o eso era lo que Natasha quería creer. Por lo demás, Natasha dormía esos cuatro o cinco días con Emma, viendo películas malas, digo, de mala calidad, teniendo una relación con dos tipos a la vez, con Ben y con Jerry, Natasha con cualquier sabor y con cualquiera, Emma sólo Peach Cobbler y Cinnamon Buns, en panties y camiseta desmangada, riéndose de los malos actores, durmiendo alocadamente, a veces amaneciendo abrazadas, era como una “sleepover” que duraba cinco días, una vez al mes. Además, no era como que tuvieran mucho que hacer, aparte de comer y acompañar a Margaret a uno que otro restaurante a comer, sí y sólo sí, si Emma iba.

 

Sophia. Tenía un año de trabajar para Armani Casa, y sólo había logrado que trece de sus diseños fueran aprobados, y había emitido más de cien, para que luego Francesco o Gio los reciclaran, es decir, esperaran un par de semanas, y los emitieran como suyos con uno que otro minúsculo cambio y lograran la aprobación que Sophia no. A Sophia, a la larga, no le importaba, pues al menos tenía trabajo en lo que había estudiado y en una compañía importante, viviendo en Milán, lejos de Atenas, que todavía no se explicaba bien por qué no le gustaba, sin amigos reales, sólo conocidos, pues en el trabajo todos velaban por su supervivencia, cosa que Sophia no lograba aprender. Ese verano no iría a Atenas, pues Irene estaba en un campamento en Suiza y Camilla, su mamá, tomaría un crucero por el mediterráneo, entonces regresaría a donde se hablaba inglés todos los días a toda hora como idioma local y universal, pero iría donde un amigo de su mamá, donde un Arquitecto, que Sophia sabía que había sido novio de su mamá en algún momento de su juventud, antes de Talos, mucho antes quizás, pero era algo que no le interesaba saber, sólo le interesaba que tendría dónde quedarse y que conocería Nueva York, que, a partir de trabajar en Milán, le había interesado conocer aquella ciudad que por cien dólares en avión hubiera podido ir cuando estudiaba en Savannah.

 

Las vacaciones en Tailandia fueron una mezcla de gracioso y sedentario, pues había sido un literal escape de Manhattan. Se habían ido a la ciudad de Phuket, al Sri Panwa, en donde habían compartido una habitación entre los tres; que pasaban de la cama, a la piscina, al restaurante, a la playa, de regreso a una cama en la playa, más comida, más piscina, mucha bebida por las noches, platicando, ahondando la relación que cualquiera podría confundir con un triángulo amoroso, pues Phillip se había encariñado más con Emma al convivir con ella, Natasha le había comenzado a decir “Amor”, o “Mi Amor”, que a veces Phillip y Emma no sabían a quién de los dos se refería. Fred era tema perdido, ni Emma le daba importancia, pues no había pasado nada entre ellos, y Natasha prefería no gastar su saliva y sus energías en eso, perdón, en hablar de él. Emma tuvo los diez días más relajantes del año, pasó en una sesión de siete días de masajes rejuvenecedores, que lo de rejuvenecer nadie sabe, pero sin duda alguna los disfrutaba porque no la tocaban mucho directamente con las manos, cosa que le molestaba, pero, lo que más odiaba, era que un desconocido, al conocerla, la tomara del brazo, no sabía por qué, pero le enojaba.

 

Bueno, Emma no era tan Santa, Phillip y Natasha tampoco, por lo que, después de tomar vino tinto mientras se remojaban en el agua tibia de la piscina de la Suite, se iban a dormir a eso de las dos o tres de la mañana, o al menos eso se decían unos a los otros, pues Natasha y Phillip hacían lo suyo, todos los días por diez días. El problema era que ellos creían que la Suite era lo suficientemente grande para no escucharse, pues eran un tanto ruidosos, y Emma, que no era de plástico, se calentaba con aquellos femeninos gemidos de Natasha, con Phillip jadeando, era enfermo, eso lo sabía ella, pero era como tener pornografía al lado, porque lo era, quizás, y siempre que los escuchaba, terminaba consintiéndose, pero ella sí era callada, muy silenciosa, era más ruidoso el roce de su mano entre el spandex de su bikini que sus inexistentes gemidos, quizás respiraba más pesado en el momento en el que “llegaba al clímax”, pues Emma no podía decir “correrse” o “venirse”, simplemente le parecía vulgar y de mal gusto. Justo después de la primera noche que esto sucedió, Emma supo que era tiempo de abrirse al mundo y dejar que una relación le cayera del cielo, pues tampoco estaba tan desesperada como para buscarla, tenía a su amiga la mano, quien era muy diestra desde muy temprana edad, más o menos desde los dieciséis que descubrió muchas partes de su cuerpo que le daban felicidad express.

 

Utilizaba su mano derecha, los primeros años usaba sólo su dedo del medio, intentando descubrirse, intentando saber qué tocar, cómo tocar ese qué y cuándo tocar el qué y de qué manera, pero luego, cuando se había hecho novia de Marco, el amigo de su hermano, y él no estaba para complacerla, porque a Emma sí que le gustaba sentirse complacida y satisfecha como mujer capaz de tener uno que otro orgasmo, había descubierto que si juntaba sus dedos del medio, el de en medio y el anular, abría sus piernas y las apoyaba con sus pies sobre la cama, y frotaba únicamente su clítoris, era un orgasmo en potencia. Ahora, luego de muchos años, de pasar de tener sexo una que otra vez a la semana con Marco, a tener nada por estar enfocada en otras cosas, pues entre Arquitectura, Diseño de Interiores y Diseño de Modas, ¿quién tendría tiempo?, claro, que fue por el tiempo mismo que no absolvió Diseño de Modas, volvía a tener un orgasmo. El primer orgasmo fue el más poderoso de toda su vida, era como una sensación olvidada que explotaba dentro de ella, tres veces más intensa que la primera vez que había tenido uno, ahora, con casi veinticinco años, sabía saborearlo en sus entrañas, sabía que no le gustaba que su clítoris se mojara, sino que sólo estuviera húmedo para poder frotarlo con sus dedos, en contra de las agujas del reloj, sobre el mismo punto, que su mano izquierda tomaba el borde exterior de su muslo izquierdo, que le daba una sensación de estabilidad mientras ella sola se provocaba el descontrol fisiológico al frotar su hinchado clítoris hasta explotar en un ahogo de respiración. Y había otra cosa que a Emma le molestaba, y era dormir mojada, después de su orgasmo tenía que ir al baño y bañarse rápidamente, para luego meterse a dormir completamente relajada.

 

Sophia había llegado a Manhattan a visitar a Volterra por dos semanas, las dos semanas que Emma no estuvo, pues se tomaban vacaciones conjuntas. Sophia ya había conocido a Volterra, una vez en Roma, un verano al azar, que Camilla llegó y Talos no, y se juntaron él, Camilla y otro Arquitecto, de apellido Perlotta, le había parecido que eran buenos amigos, aunque Camilla le confesó que ella y Volterra habían sido novios por un par de años, desde el colegio hasta la universidad, pero que ella, se había fijado en Talos y lo había mandado todo al carajo, dándole seguimiento a una serie de errores de los que ahora se arrepentía, y mucho, aunque eso último, al principio, lo omitió. Pues, estando donde Volterra, un señor que había enviudado hacía cuatro años ya, sólo le servía, al principio, para platicar por las noches, cuando llegaba de recorrer los distintos distritos o haber recorrido un museo entero sin perderse una tan sola sala. Pues, Sophia, al ser muy diplomática y muy educada, le preguntaba a Volterra de su trabajo, ella le contaba del suyo, y Volterra siempre le hablaba grandezas de las rarezas de la gente, más que todo de la última rareza que había conocido, una tal “Emma Pavlovic”, y hablaba grandeza y proeza de ella, de lo inteligente que era, de lo excelente que hacía su trabajo, de su ética profesional, le hablaba tanto de Emma, que llegó un momento en el que Sophia se idiotizó con una idealización de la tal Emma, no en el sentido emocional, sino en el sentido de una admiración anónima, pues la había imaginado enorme e inalcanzable, aunque se la imaginaba de casi cuarenta años, quizás una mamá de dos y un esposo abogado, pues le parecía muy seria para ser joven, fue toda una sorpresa cuando se desmintió un día, que Volterra la llevó al estudio antes de ir a una obra de Broadway, y le mostró la oficina de Emma.

 

- Tiene algo, ¿no?- preguntó, viendo a Sophia inspeccionar distanciadamente cada detalle de aquella oficina. Sophia asintió. – Pasa adelante, mírala bien si quieres- sonrió, dándole un empujoncito a Sophia para que entrara a la oficina de Emma.

 

- Tiene buen gusto, la Señora- sonrió.

 

- ¿Señora?

 

- Pues, no sé, “Emma Pavlovic” me suena a cuarentona con hijos- se encogió de hombros, arqueando sus cejas en gracia.

 

- No, Sophia- rió Volterra, entrando a la oficina y tomando la única foto de aquella oficina. – Emma tiene tu edad- le alcanzó el marco de aquella fotografía.

 

- ¿Quién es?- preguntó, notando sólo a dos mujeres hermosas ahí.

 

- Ella- dijo, señalándole a Emma. – La otra es hija de una columnista del New York Times.

 

Y sí. No puedo escribir exactamente lo que sintió Sophia al saber que aquella idealizada mujer era todavía mejor de lo que pensaba. Estaban Emma y Natasha, de pie, Natasha dándole de comer a los patos de Central Park, su hobby favorito; “volverlos perros” como Emma le decía, Emma a la derecha, Natasha sosteniendo una bolsa de plástico, en el que seguramente iban las sobras del almuerzo, ambas en ropa de trabajo, o así parecía, pues no podían vestirse así un sábado, ¿o sí? Emma con su cabello café claro y sus destellos rubio oscuro, un camino al lado que creaba un pequeño y disimulado copete que le sentaba muy bien, maquillada a la perfección, su rostro no lo podía ver muy bien, pues la fotografía había sido tomada desde un poco lejos, pero alcanzaba a notar su sensualidad en sus labios y en su sonrisa ladeada que revelaba un poco de su blanca dentadura, en una blusa azul marino  ajustada a su torso, una falda gris pálido hasta por arriba de sus rodillas que se ajustaba bien a sus muslos y a sus caderas, piernas desnudas que terminaban en unos Stilettos puntiagudos de piel de algo en negro. Se apoyaba sólo con su pierna izquierda, tensándola, pasando hacia atrás su pie derecho, apoyándolo sólo sobre sus dedos, su mano derecha se iba a su cintura izquierda y su mano izquierda posaba sobre la derecha, sonriendo, mientras que la otra, que no estaba nada mal tampoco, la abraza con su brazo izquierdo por su hombro, juntando su cabeza, sosteniéndose sólo en su pie izquierdo, que estaba sostenida por unos Stilettos más altos que Emma, pero en rojo, en pantalón blanco que parecía mutilar sus piernas de lo ajustado que era y una simple camisa negra desmangada que se ajustaba a su torso. Ambas con la inmaculada sonrisa, como si hubieran crecido juntas y se llamaran “Mandy & Ashley”, sin ofender.

 

Julio dos mil nueve. Project Runway tenía ya seis temporadas exitosas en el record, llegando a superar el rating que tenía “So You Think You Can Dance”, desplazando a “Dancing With The Stars”, aplastando a “America’s Got Talent” y llegando a estar a un punto de “American Idol” y llegando a igualar, de manera literal, a “The Amazing Race” y “America’s Next Top Model”, lo que significaba que iban por buen camino y tenían tanto futuro como los demás programas, haciendo de la séptima temporada un tanto polémica para el público por los personajes que se encontraban entre los concursantes. Lo bueno de esto era que le daba un plus a BravoTV, los que lanzaban el programa al aire, que no era uno de los más fuertes, de no ser por Project y por “Top Chef”, “The Real Housewives” nunca hubiera tenido tanto rating como después, además, Lifetime había comprado los derechos del programa, lo que significaba que perderían a su mayor entrada de dinero. Pues, trabajaba para el programa, no para el canal de televisión, y no se encargaba de hacer nada creativo más que su trabajo, que era literalmente convencer a los jueces invitados, que algunos no eran fáciles, bueno, ninguno era fácil, pero ninguno era imposible, pues ya se estaba encargando de los jueces invitados de la octava temporada, pues corrían en tiempo televisivo con la séptima temporada. Phillip y Natasha seguían, como antes, viento en popa a pesar de ser tan incompatibles que eran compatibles, si es que eso tiene sentido.

 

Emma trabajaba de lleno en la casa de los Mayfair en las afueras York, Pennsylvania, estaban por terminar la construcción de la casa de huéspedes, lo que la hizo mudarse, por un mes a la ciudad, pues terminaría de ambientar la casa principal y haría los jardines, otra cosa que le resultaba difícil, pues no era paisajista. No era una obra difícil en sí, simplemente no era fácil y era diferente a lo que Emma estaba acostumbrada a hacer, y por eso había decidido supervisarlo todo personalmente más que lo que acostumbraba. Lo interesante de ese mes, fue que Mr. Mayfair le preguntó a Emma si un amigo de su hijo, Vincent, podía acompañarla en la supervisión, pues acababa de graduarse de Arquitecto y era como un hijo para él y, Emma, con lo que le estaban pagando, un estorbo no era mayor cosa, quizás ni llegaría, pero si llegó. Era un joven de veintidós años, recién graduado, de buen parecido, pues, normal, algo que Emma obviaría, pero el joven era muy coqueto, ¿quién no lo sería con Emma? A Vincent lo que le pasaba no era nada fuera de lo normal, le gustaba ver a Emma en sus ropas ajustadas, muy femenina, hasta le gustaba que tuviera ese aire de autoridad, se la imaginaba una fiera en la cama, él lo único que quería era eso, meterla a la cama, y Emma lo sabía, no era la gran ciencia descifrar cómo Vincent veía su escote, o intentaba tocarla, hasta el punto que dijo: “Screw this, a darle una oportunidad para que deje de molestar y deje de venir para estorbar” y aceptó una salida con él, que se dio cuenta que era un niño todavía; pues la llevó a un bar de estudiantes, a tomas cerveza y a jugar pool.

 

- ¿La pasaste bien?- preguntó Vincent aparcándose en el “Hampton Inn”, hotel donde Emma se estaba quedando.

 

- Si, claro…tus amigos son muy amables- sonrió, pensando en lo inmaduros que eran, y no era que ella fuera la madurez con piernas, pero al menos no era así, era otra mentalidad quizás. – Gracias por las cervezas- murmuró, quitándose el cinturón de seguridad.

 

- Oye… ¿puedo preguntarte algo?- dijo, apagando el auto mientras Emma asentía. - ¿Puedo acompañarte arriba? Es que mis papás no están y no me gusta estar solo en la casa- murmuró, viendo sus manos.

 

- Sí, claro, pero sólo momento, ¿está bien?- Emma sabía que no era por eso, o quizás sí, pero el objetivo principal era acostarse con ella.

 

Subieron a la habitación de Emma, Vincent deshaciéndose en preguntas de qué pensaba de la distribución de su habitación, a lo que Emma respondía que ella no era fanática de las jaulas, tampoco podía criticar la distribución porque era simple aprovechamiento del espacio reducido de cada habitación. Se sentaron a ver televisión, Vincent puso ESPN, habiéndole preguntado antes a Emma si podían ver eso, a lo que Emma hizo caso omiso. Era realmente un niño todavía, inquieto mientras veía la televisión, enojándose porque algún equipo perdía, alegrándose porque otro equipo ganaba, refunfuñando por algún tema polémico, como si el presentador o alguien pudieran escucharlo, o les importara su opinión.

 

- Gracias por dejar que me quedara- sonrió, con aquel peso a cerveza que Emma no solía soportar.

 

- Gracias por invitarme hace rato- sonrió Emma de regreso, y fue cuando pasó lo menos esperado, Vincent le plantó un beso a Emma justo cuando le iba a decir “drive safe” y la tomó por las mejillas. Emma al principio no reaccionó y le siguió el beso, porque carajo que se sentía bien, aunque, cuando logró enajenarse y escuchó los ruidos de aquel par de labios, lo detuvo. – Que no se repita- murmuró, limpiándole los labios. Y no se repitió, pues Vincent nunca llegó de nuevo y Emma no lo buscó, yendo en contra de lo que se había dicho en Tailandia; que se abriría a una nueva relación, pero no con alguien menor que ella, no tan menor, menos cuando dos o tres años se veían tan grandes.

 

*

 

Natasha preparó un poco de comida de verdad para ella, sacando dos paquetes de comida congelada del congelador de Emma, que Natasha nunca se explicaba por qué Emma mantenía cosas de “T.G.I Friday’s”  en su congelador, pero, en esa ocasión, le dio gracias a los gustos insípidos de Emma, pues no quería comer granola o yogurt. Sacó un paquete de Cheese Sticks y uno de Potato Skins, metiéndolos todos al horno, con Darth Vader jugueteando entre sus pies, ella con miedo de no aplastarlo. Le parecía sumamente adorable, que se movía muy rápido y, que por su complexión craneal, por lo tanto nasal, no respiraba bien y hacía ruiditos gracioso, era un perrito simpático. Y era negro, para que Phillip dejara de molestar a Sophia con que era racista. Natasha abrió el gabinete que Emma había acondicionado para guardar la comida de Darth Vader, pues lo había acondicionado de tal forma, con no sé qué material, para que el olor a la comida no inundara la casa, pues Emma no era muy partidaria de ese olor en particular. Vació un poco de comida en el recipiente de aquel pequeñín, para luego, con un vaso que había sacado para ella, verter agua en el recipiente de al lado.

 

- ¡Emma!- gritó Natasha desde la cocina. - ¡Emma!- gritó de nuevo, sentada sobre una de las encimeras.

 

- ¿Qué pasó?- jadeó, pues había corrido desde su baño hasta la cocina, tras ella venía Sophia.

 

- There’s an animal in your Livin-Room- siseó, apuntando por los sofás.

 

- ¿Cómo era?- sonrió Sophia, volviéndose hacia la sala de estar.

 

- Negro y peludo…I fucking swear it was a rat!

 

- Oye, más respeto- rió Sophia, levantando al cachorrito en sus manos y mostrándoselo a Natasha.

 

- ¿Y ese quién es?- preguntó, bajándose de la encimera y acercándose a Sophia, con una sonrisa, viendo que era un cachorrito.

 

- Darth Vader- dijo, poniéndoselo en las manos.

 

- No se te olvide el “Pavlovic”- rió Emma. Sophia la volvió a ver. – Darth Vader Pavlovic- repitió, haciendo que Sophia se derritiera de amor por ella.

 

- ¿El carajito tiene apellido?- rió Natasha acariciándole la cabeza mientras lo escuchaba respirar.

 

- Pues, claro…cuando lo llevé a la veterinaria, que Sophia no me acompañó- rió, volviendo a ver a Sophia y sacándole la lengua. – Porque se quedó dormida…le hicieron un chequeo y tuve que sacarle un certificado de nacimiento, eso todo el mundo lo sabe- rió en una callada carcajada.

 

- Sí, y no le pudo poner Rialto…- dijo Sophia, abrazando a Emma por la cintura.

 

- No estabas presente, podríamos haber negociado el orden de los apellidos…pero como ni tu identificación me diste- dijo, cosa que ya sabía Sophia, pero sólo estaban bromeando. - ¿Está bonito el carajito, verdad?- le dijo a Natasha.

 

- Oiga, no le diga “Carajito”…le puso Darth Vader, ahora, úselo, Arquitecta Pavlovic…

 

- ¡Hola, Familia!- saludó Phillip, abriendo la puerta del apartamento de Emma. - ¡Ah! ¿Qué es eso?- gimió como con asco, creyendo que era una rata.

 

- Te presento a tu sobrino- le dijo Natasha.

 

- Dos cosas, dos puntos- dijo, tomándolo en sus manos y levantándolo. – Macho, bien armado, como su tío- rió, hablando de lo que tenía entre las piernas, o patas. – Dos: claramente aquí hay algo malo en la genética…- dijo, envolviéndolo en sus manos. – Emma María, se nota que no eres el papá- rió. – Confiesa, Sophia

 

Regresó a la habitación de Emma con el plato de humeante comida chatarra y vio a Sophia en la misma posición, de verdad que estaba muerta y le quedaba una hora y media todavía para descansar, pues tenía que vestirse, al menos arrojarse algo encima para que la arreglaran. “Sorry, I can’t take you with me” le susurró a Darth Vader, que la había seguido hasta la habitación. Emma le tenía prohibido subirse a la cama, bueno, él solo no podía, pero había prohibido que lo subieran y que entrara al walk-in-closet. Era un cachorrito necio, difícil de adiestrar así como a Piccolo, pero ya había logrado, con periódico en mano, que hiciera sus necesidades en el cuarto de lavandería, en donde le habían colocado un metro cuadrado de césped, que cambiaban todas las semanas, con un hidrante, además de un enorme cojín muy cómodo, tan cómodo que Sophia podía dormir en él. La ventaja que tenían era que Ania, la del servicio de limpieza, llegaba todos los días un poco después del medio día, y limpiaba lo que el diminuto can hacía, aunque, en presencia de Emma, el can iba muy cómodamente al pedazo de césped. Emma tenía la teoría, por lo que Sophia le había contado, que tenía un trauma sin resolver de su infancia, cosa que Natasha apoyaba con su vocación de Psicóloga, que ahora jugaba a ser Dr. Doolittle, a lo que Sophia respondía: “¿Infancia? Vamos, si sólo tiene tres semanas” y se morían de la risa. Los primeros días le daban de comer a las horas que el veterinario les había dicho, Sophia se levantaba más temprano, no para desayunar ella, sino para darle de comer al cuadrúpedo, y antes de irse a la oficina, Emma le curaba las orejas, pues estaba lastimado.

 

A veces a Emma le daba demasiada ternura y quería llevarlo a la cama con ella y con Sophia, más cuando se ponía a llamar la atención, queriendo ladrar, que por alguna razón no podía y le salía un chillido agudo y gracioso, que al principio a Emma le daba ternura, luego lo hacía a propósito porque le daba risa, hasta Phillip les dijo una vez: “El Carajito es medio marica”, y se reía, pero lo quería mucho, se había encariñado con él, más ahora que vivía muy cerca de Emma; que al principio había sido por si Natasha necesitaba a Emma, pero ahora hasta él se veía en la necesidad de Emma y de Sophia, comían juntos casi todas las noches, y Phillip se arrojaba al piso a jugar con el Carajito, que sólo él le decía así, y Emma y Sophia ya habían desistido de corregirlo, pues al principio le dijeron “Lo vas a confundir y luego ya no nos hará caso cuando lo llamemos por su nombre”, pero a Phillip le importo diez carajos y continuó llamándolo “Carajito”. Le había pedido las llaves del apartamento a Emma, pues, una copia, para sacarlo a caminar por si Emma o Sophia no llegaban temprano, en fin, se había encariñado, tanto, que había pensado en comprar uno para él y para Natasha, más o menos de la misma edad de Darth Vader para que no le diera de golpes justicieros el primo mayor, pero lo quería en blanco o en beige para no confundirlo con el Carajito, ya tenía el nombre perfecto.

 

Darth Vader empezó a querer ladrar, haciendo el cómico sonido agudo que a Natasha también le daba risa, y Sophia se empezó a despertar, por lo que lo tomó con su mano y lo sacó de la habitación, saliendo ella con él para tirarse en el sofá, no sin antes verificar que Sophia no se hubiera despertado, sólo se había movido un poco y había quedado, a partes, desnuda, que tampoco era primera mujer que Natasha veía desnuda, mucho menos la primera vez que veía a Sophia desnuda. Se tiraron juntos, bueno, Darth Vader no tenía mucha opción, además, le gustaba que lo cargaran, le gustaba dormir tibio, así como durmió por esa hora y media hora con Natasha, recostado entre su abdomen y en cuero del sofá.

 

*

 

Diciembre dos mil nueve. No hay mucho que decir, o quizás sí. “Per Se” tenía casi nueve años de estar en el mercado gastronómico y culinario, pero, desde el cambio de Chef, y luego de Sous-Chef, se había visto comprometido en el ranking como el número tres de los diez mejores, estando “Harry Cipriani” en el primer lugar y “Masa” en el segundo. Margaret Robinson, quien no se había querido poner el apellido de Romeo porque ella no era propiedad de nadie más que de ella misma, se había enfermado de soledad y desesperación en el no tan retirado Westport, en donde podía gozar de una mansión pero no de la Quinta Avenida como cuando vivía en el Penthouse del Archstone, y en Manhattan no podía gozar de una mansión ni de la paz y tranquilidad del océano que veía todas las mañanas al despertarse. Fue a principios de diciembre que Emma y Natasha habían ido a comer en la ausencia de Phillip, pues estaba de viaje en Zurich, nunca pregunté por qué, y les había parecido muy rico. Emma, en su buen corazón, invitó a Margaret a Per Se, sólo por el amor a su mejor amiga, con quien las cosas iban cada vez mejor, con más confianza, pues sabía que las cosas no iban bien entre ellas, Margaret se negaba, estaba muy distante, pero luego intervino Natasha y, entre las dos, lograron que Margaret las acompañara, que fue cuando le encontró nuevamente el placer a la comida neoyorquina, escribiendo una crítica que levantaría la economía remota en Per Se, retomando su trabajo en el New York Times y haciéndola una verdadera acreedora a los cinco Pulitzer que había ganado de manera consecutiva desde el dos mil dos.

 

Luego, para Navidad, Phillip fue a Texas, Natasha a Westport y Emma a Roma, en donde se encontraría, por primera navidad, con su hermana menor, Laura y su novio de turno, Diego, un español de Valladolid que a Emma no le iba ni le venía, pues Emma sólo se concentraba en dos cosas: recuperar tiempo perdido con Piccolo y pasar tiempo con su mamá. El problema con Laura no sabía cuál era en realidad, simplemente habían crecido juntas pero por aparte, a pesar de llevarse sólo tres años, Emma no había desarrollado ese sentido de protección y devoción por su hermana menor, pues a Laura parecía no importarle su mamá, sino que prefería vivir la vida al tope, al máximo. Además, Emma no estaba muy orgullosa del hecho de que se había tomado dos años sabáticos, patrocinados por papá, y luego, al entrar a la universidad en septiembre, había decidido retirarse de los estudios a mediados de noviembre, pues eso no era para ella y, como su mejor amiga, Marietta, se iría a vivir a Creta por no-sé-qué-motivo, Laura decidió irse a vivir con ella. Realmente era un milagro que estuviera en Roma para Navidad, pues, ella y su bronceado dorado y Diego. Lo que no le gustaba a Emma era que, por estar Laura allí, Franco llegaba todos los días, y era demasiado ver a Franco por una semana entera, en días seguidos, justo de desayuno.

 

Marzo dos mil diez.

 

- Oh my God…harder…harder…- jadeaba Natasha entre aquellos sonidos graciosos de explosiones diminutas bajo su cuerpo. – Faster…- gemía, escuchando a Phillip despegar las rodillas del plástico para penetrarla más rápido, más fuerte. – Oh my God…you’re gonna make me cum…- era como el diálogo improvisado de una película pornográfica vuelta realidad, siendo practicado todo sobre plástico de burbujas protectoras, el que protegía, de manera exagerada, la nueva adquisición decorativa de Natasha; una medusa Versace gigante de fibra de vidrio.

 

- Come on, cum…- le respondía Phillip entre jadeos, arrastrando a ambos por el alfombrado, pues, por el plástico, se deslizaban.

 

- Faster, faster….- y Natasha se aferraba a él, apuñando su cabello fuertemente mientras lo besaba. – Oh my God, oh my God, oh my God- gimió rápida y agudamente, dejándose ir en el primer orgasmo después de sus histéricos días femeninos, que había tenido la oportunidad de haber huido del país con Emma, sólo por ver un concierto en Londres; locuras de adultos jóvenes. - ¿Te vas a correr?- jadeó, clavándole la mirada excitada a Phillip, quien no dejaba de penetrarla, que disminuía la intensidad de su orgasmo pero lo alargaba.

 

- Ya casi…- gruñó, aumentando el ritmo de su pelvis, tomando a Natasha por sus hombros, con ambas manos, cargándola tiernamente, ayudándose para impulsarse y penetrarla dieciocho centímetros dentro de su vagina.

 

- Quiero sentirte- jadeó, irguiendo su cabeza, ayudándose del cuello de Phillip, viéndolo a los ojos. “¿Dieciocho centímetros entrando y saliendo de su vagina y no lo siente?”, con esa mirada  confundida la veía mientras sólo trabajaba rápidamente con su pelvis, desplazando ambos cuerpos. – Hazlo adentro- le pidió, sintiendo la tensión en su espalda, en su enrojecida espalda, sintió más pesada su respiración de negligencia.

 

- No, adentro no- gimió, sintiendo los primeros espasmos de una eyaculación concentrada de semana y media.

 

- Por favor- suplicó, clavándole las uñas por el placer que sentía al estar siendo penetrada, por la excitación de la anticipación de aquella eyaculación, sintiendo las embestidas profundas y marcadas de Phillip, tan excitada estaría que no se había terminado de correr cuando ya sentía que se corría de nuevo.

 

¿Cómo negarle a Natasha algo que coronaba con un “por favor”? Phillip se aferró a ella todavía más, ambos apretando sus mandíbulas fuertemente, Natasha gimiendo a través de ella mientras fruncía su ceño, sintiendo a Phillip deslizarse contra su pecho por el sudor que la fricción entre ambos creaba. Phillip gruñó, acelerando el ritmo de sus penetraciones, Natasha sollozó ante su rápidamente provocado orgasmo, más en un sentido psicológico que físico, y sintió a Phillip relajarse poco a poco mientras el calor en su vagina incrementaba, que no sintió nada ajeno a ella más que el simple calor que la inundó. Abrazó fuertemente a Phillip, no sabiendo ni dónde estaba en ese momento, más que en los brazos del hombre que, veintitrés minutos atrás, se había arrodillado ante ella y, con un Tiffany de dos bandas de diamantes blancos encerrando una de diamantes rosados, le pidió que se casara con él, a lo que Natasha se había arrodillado con él y se le había lanzado encima de la emoción. Phillip cayó lentamente sobre Natasha, sobre su pecho, escuchando su corazón latir muy rápido, escuchando cómo sus pulmones se llenaban de un oxígeno que entraba por pocos por los jadeos.

 

- ¿Eso fue un sí?- murmuró, recorriendo los hombros de Natasha hasta sus manos, tomándoselas entre las suyas, entrelazando sus dedos.

 

- ¿Cuánto pesas?- rió Natasha, dándose cuenta que su falta de aire era más por aquella bestia de hombre encima suyo que por el reciente orgasmo.

 

- Ciento ochenta y cinco, ¿y tú?- sonrió, volviéndola a ver, retirando su peso y apoyándose con sus brazos de aquel plástico de burbujas, reventando algunas por la fuerza.

 

- Ciento veintitrés- se sonrojó. – Mi amor…hay algo de lo que tenemos que hablar- esas palabras, el “tenemos que hablar” hieren a cualquiera, y Phillip sintió como si un vacío se le materializara en el estómago. – Mírame, por favor- susurró, tomándolo por las mejillas. - Si yo, en este momento, acepto, no me puedo casar contigo…mis papás enloquecerían, pues, es que mi mamá se casó a los veintiocho y una vez me dijo que ni se me ocurriera andarme casando tan joven, mi papá tenía treinta…

 

- ¿Eso es un “sí” pero que lo debo tomar en serio hasta que tengas veintiocho?- murmuró.

 

- Es correcto, Phillip- sonrió, acariciando su rostro.

 

- ¿Es por dinero? ¿Te desheredarían? ¿O qué?

 

- El dinero no me importa, no tienen manejo sobre eso, pues, de mis cuentas personales al menos no…me importan mucho, me gustaría que estén no sólo el día de mi boda, sino toda mi vida…- Phillip respiró profundo. - ¿Te molesta esperar?

 

- Acabas de aceptar a largo plazo, pueden pasar muchas cosas mientras tanto que, quizás, a la larga, no nos dejen casarnos

 

- Have a little more faith in us- sonrió, irguiéndose con sus codos y acercándose a Phillip. – If you don’t, I’ll have faith for both of us…and I’ll work damn hard to keep you from slipping through my fingers…

 

- Entonces, para mientras…- dijo, alcanzando la cajita cian. – Te lo pondré en la mano derecha, para que no se te olvide lo que me prometiste- besó el anillo y se lo deslizó por el dedo anular derecho.

 

Sophia vivía un tanto estresada, preocupada, asfixiada por algo que ni ella sabía qué era, pues, que en el fondo sabía muy bien, quizás sólo no quería aceptarlo. Había tres cosas que podía hacer para distraerse de esos pensamientos, pues no quería siquiera otorgarles tiempo de consideración, y eran: caminar por el Parque Sempione y fumar dos o tres cigarrillos mientras se paseaba por los caminos angostos del parque, o sentada en una banca, para luego regresar a casa, a tres calles de ahí, o ir a su clase de cocina, pues ya había aprendido a trabajar las cincuenta horas, ni un minuto más, en la oficina, y su clase de cocina siempre le enseñaba algo nuevo, así fuese quebrar un huevo con una mano, o cortar cebolla sin llorar, o, su favorito, a hacer un croissant, o, ir a su salón de carpintería, que era en realidad una bodega con baño, lo que le permitía quedarse a dormir en un colchón inflable por si se quedaba hasta tarde trabajando, entre el olor a madera de pino, que era su favorita. Sophia ganaba alrededor de dos mil quinientos euros netos al mes, pues, por impuestos, y vivía con quinientos, pues le daban servicios básicos y vivienda, el resto lo utilizaba para comprar ropa, invertir en materiales para construir y confeccionar sus muebles y para pagar sus clases de cocina, aunque Talos siempre le daba una mensualidad, que era mayor a su sueldo, y había decidido guardarlo todo en una cuenta aparte por cualquier cosa. Había dejado de trotar por las mañanas, por pereza y porque siempre se dormía tarde, había días en los que no dormía por estar trabajando en alguna creación, que luego vendía a un precio muy bajo para todo el amor, el tiempo y la dedicación que le ponía; diseño que le denegaban en Armani Casa, diseño que salvaba de las garras de sus compañeros de trabajo y los ejecutaba ella por aparte cuando ya habían cumplido el mes reglamentario de haber sido rechazados.

 

*

 

- ¡Papi! ¡Papi!- murmuraba, intentando encontrarlo para no encontrarlo. - ¡Papi! – volvió a llamar.

 

- ¿A quién buscas?- le preguntó Emma, con una sonrisa tierna, pues, por estar jugando en su iPhone, no había escuchado que buscaba a Papi.

 

- A Papi- la volvió a ver, como diciendo “¿No es obvio?”

 

- Quizás se está bañando- dijo, bloqueando su iPhone. – Te ayudaré a buscarlo

 

- ¡Agnieszka!- llamó, que inmediatamente salió aquella mujer del cuarto de lavandería. - ¿Ha visto a Papi?- preguntó, con cara de preocupación.

 

- Estaba en su habitación la última vez que lo vi- respondió, hundiéndose entre sus hombros.

 

- ¡Papi!- volvió a llamar y no escuchó nada, para ese entonces ya habría aparecido.

 

- Darth Vader podrá ser un marica, pero Papi tiene complejo de tortuga- rió Emma, viendo a Papi, el French Bulldog Beige, Papi Noltenius, que estaba sobre su dorso, intentando volver a las cuatro patas, pero no podía. – Ya está- sonrió, tomándolo en sus manos y colocándolo sobre sus cuatro patas.

 

- Tía Emma es Bully- rió, acariciándolo por detrás de sus orejas.

 

- Oye, respétame, Felipe- sonrió, Emma, desbloqueando su iPhone para reanudar su desestresante juego, que no le ayudaba con el estrés en realidad, pues no podía pasar de nivel, pero le ayudaba a matar el tiempo. – Dice Natasha que en un momento deberían estar tocando la puerta los de Harry Winston

 

- ¿Qué compró ahora?- rió, sacudiendo su cabeza. Emma abrió el WhatsApp y le preguntó.

 

- Dice que mandó a pulir sus aretes y tus mancuernillas

 

*

 

Verano dos mil diez. Vacaciones en Punta Cana. Era segundo verano que pasaban juntos, ya se empezaban a sentir como familia, siempre compartiendo la misma habitación, que había una sola cama, enorme, en la que podrían haber dormido los tres, pero no, eso no se podía; ni Phillip ni Emma podían concebir la idea de compartir la cama con el otro, así fuera que Natasha los uniera. Hay algo que tengo que explicar: Emma, en aquel entonces, no tenía secretaria, que pronto la tendría, que no sólo sería secretaria sino asistente personal, y era ella quien se encargaba de hacer las reservaciones. Pues, habían decidido quedarse en una Junior Suite que tuviera vista a la playa y, literalmente, acceso directo a ella, pero pasaba que la habitación estaba programada sólo para dos personas, por lo que Emma reservó dos, una para ella y otra para Natasha y Phillip, pues ella entendía la necesidad de privacidad pero, no fue hasta que Natasha se dio cuenta, que la obligó a cancelar su habitación y sólo decir que utilizarían el sofá cama, que no era posible aquello que ella pensaba hacer, pues, en esa semana, la madre naturaleza tenía programado sus cinco días y, sabiendo que Phillip era demasiado caballero, Emma no tendría que dormir en el sofá y Natasha sería feliz, sin sexo esos días, pobre Phillip, y durmiendo con su mejor amiga. Que eso fue exactamente lo que sucedió.

 

El error, de aquella locación, eran las cantidades inimaginables de todos los tipos de ron que había, y el error era la fusión de ron, playa, calor y vacaciones, un sinónimo para sedentarismo alcoholizado, que utilizaban para contrarrestar aquellos interminables días de estrés laboral. Se estarían quedando nueve días en Punta Cana, en aquel paraíso, y se bebían, entre los tres, de cuatro a cinco botellas en el transcurso del día, hagan los cálculos y resulta una membresía segura en Alcohólicos Anónimos. Pues el día funcionaba así: amanecer alrededor del medio día, empezando con la primera botella de ron, que Phillip se lo bebía en calidad de Cuba Libre y, las Señoritas, en calidad de Piña Colada o Cuba Libre, pero bebían desde que se despertaban, almorzaban y desayunaban en el almuerzo, siempre mariscos, decididos a probarlo todo en el menú, unas horas de sol, en la piscina o fuera de la piscina, tirados en la playa, sobre la arena o sobre un chaise lounge, en el mar o simplemente por quedarse dormidos en una hamaca en la terraza de la habitación, luego más alcohol entre siesta y siesta o entre las pláticas, cena  y más alcohol, en la habitación más alcohol hasta quedarse dormidos. Fue el miércoles de la primera semana que sucedió lo que muchos podrían haber confundido con un ataque lésbico, pero no, o quizás sí y decidieron tomarlo a la ligera, esto fue lo que pasó:

 

- Al carajo con el calor- se quejó Emma, empinándose su vaso de Cuba Libre.

 

- No te quejes, mira que el invierno ya se acerca y te estarás quejando de frío- rió Natasha, acomodándose más cerca con Emma. Sólo había una hamaca, Emma la había ganado, pero Natasha se había metido con ella, más que le gustaba el olor al bronceador de Emma, acostándose ambas al sol.

 

- En realidad tú me das calor, snuggling aquí conmigo…

 

- ¿No te gusta estar cuddling conmigo?- rió, abrazándola más. Estaba entre el brazo de Emma y su pecho, viendo el enredado de la hamaca, pues estaban como hundidas en ella, era quizás por el peso de ambas.

 

- Pues, creí que Phillip era el que tenía ese trabajo

 

- Phillip no está, se fue a bucear…y tú eres mi mejor amiga, eso me da derecho a abrazarte y a muchas otras cosas más…

 

- Entonces es culpa de Phillip que tenga calor- rió a carcajadas sarcásticas, abrazándola fuertemente, así como un tiempo después abrazaría a Sophia.

 

- Ay, no te quejes, tampoco es como que él te diera frío

 

- Al menos no te tuviera aquí, echándome la pierna….no me hagas caso, creo que ya estoy borracha

 

- Yo amanecí borracha…

 

- Carajo, qué calor

 

- Ay, ya, déjame hacer algo en cuanto a eso

 

- ¿Te vas a bajar de mi hamaca?

 

- Ya quisieras- rió, llevando sus manos a las caderas de Emma, halando los cordones de spandex de sus panties para deshacerlos y, seguidamente, haló sus panties hasta quitárseos.

 

- Pensamiento en voz alta, dos puntos: no sé qué es más raro, que tú me estés quitando el bikini o que yo me esté dejando

 

- Para que deje de ser raro, también me lo quito yo- rió, quitándole la parte de arriba, sabiendo que eso sonaba aún peor.

 

- Allow me, busy hands- Emma tenía razón, la situación era rara, pero estaban entre bromeando y entre ebriedad, no pasaba nada.

 

- ¿Ves?- susurró Natasha, cerrando sus ojos entre el brazo de Emma y su pecho.

 

- ¿Qué veo? Tengo los ojos cerrados- sonrió, llevando su mano a su entrepierna para taparse, por cualquier cosa.

 

- Que así está mejor, se te quita el calor

 

- Lo único que veo es que parecemos lesbianas

 

- No me importa- rió Natasha. – Aquí nadie me conoce, que piensen lo que quieran…tú sabes que no lo soy, y de ti, pues, no lo comprobaré hasta que te vea con un macho- sonrió, abrazándola por su cintura, aprisionando sus senos contra el costado de Emma, quien reía ante las ocurrencias de Natasha. – Oye, ¿puedo preguntarte algo?

 

- You just did- sonrió, quitándose las gafas de sol, pues sentía que se quedaría dormida y no quería la marca de sus gafas en su rostro.

 

- They’re not real, aren’t they?- preguntó, rozando con su dedo índice su seno izquierdo.

 

- ¿No parecen?

 

- No, se ven muy bien formadas, hasta diría que son simétricas

 

- Y me lo dices tú que juro que son más grandes las tuyas que las mías…

 

- Las mías son naturales, dispuestas a una reducción, aunque a Phillip eso no le llama la atención…el punto es, no son reales, ¿verdad?

 

- No tengo implantes

 

- No te creo

 

- Siéntete en plena libertad de tocarlas para que se te quite la incredulidad…- suspiró, pasando sus brazos tras su cabeza para broncearse la parte interna de sus antebrazos y sus costados mientras sentía a Natasha tocarla con plena libertad, que dejó de saber qué pasó, pues se quedó dormida bajo el sol.

 

Para Sophia ese verano no fue el mejor, en realidad fue el peor, pues una madrugada de viernes, mientras bebía una cerveza y curaba la madera del escritorio que acababa de ensamblar, recibió la triste noticia que Salvatore, su abuelo materno, había fallecido de un infarto cerebral. Quizás Sophia no reaccionó de la mejor manera, quizás la reacción que tuvo fue no reaccionar de ninguna manera. Si bien era cierto, Sophia lo adoraba pero, al estar en otro lugar, no haberlo visto en un año, la manera en cómo le avisaron de su muerte, era como si no hubiera sucedido, quizás era la negación, quizás la insensibilidad, quizás lo lacónico de su recién adquirido carácter darwinista. Fue tanta la confusión de su reacción, que prefirió no ir a Roma, prefirió no escuchar más del tema a pesar de que Camilla le llamaba una o dos veces al día, a veces al trabajo, preocupada por saber si estaba bien, y si lo estaba. A partir de la muerte de Salvatore, hicieron que Giada, su abuela materna, se hiciera una revisión general para evitarse más sorpresas, que no les salió como pensaban, pues Giada estaba con el cáncer ya muy avanzado; pulmones, estómago, páncreas y el hígado iba en camino; no duró ni dos semanas. Sophia actuó de la misma manera, indiferente, y se sentía culpable por eso, a veces, por las noches, tras una botella de Smirnoff, se echaba a llorar en su improvisada habitación. Lloraba porque sentía culpa al no sentir nada por la muerte de sus abuelos, aunque quizás era lo que pensaba cuando en realidad lloraba de dolor, un misterio que nunca vamos a saber, ni ella ni yo. Se enrollaba en una cobija, con la botella del cuello y se la empinaba, entre sus lágrimas, sin gracia alguna, drogándose con el barnizado de la madera.

 

Noviembre dos mil diez. Natasha apenas acababa de cumplir veintiséis, eso de esperarse a los veintiocho se le hacía demasiado lejos, como si faltara una vida entera, pues, es que dos años era demasiado, eso se lo acepto. El día de Natasha era así: el despertador sonaba a las seis y media, se despertaba y le daba “snooze”, volvía a sonar a las seis y treinta y cinco, era cuando se levantaba. A veces se levantaba en su apartamento y Phillip simplemente ya no estaba, a veces se despertaba donde Phillip, pero, siempre que se despertaba, Phillip ya se había levantado y ya tenía media hora de estar haciendo ejercicio; la media hora que corría para luego levantar pesas. Se duchaba por quince minutos si no se lavaba el cabello, por veinticinco si lo lavaba; pues se lo lavaba cada dos días, se lo secaba rápidamente con un secador de cabello T3 y un cepillo redondo para alisar su cabello ya liso y dirigir las puntas levemente hacia afuera, un poco de gel de aceite para que no se viera plano y muy liso, sino con forma y volumen, un vistazo a su walk-in-closet, arrojándose la ropa, y las siete y cinco, poniéndose los Stilettos, se maquillaba y, rociándose un poco con su Chloe by Chloé, las siete y media , sacando su abrigo del closet de la entrada, si es que era invierno, bajando para encontrarse con Hugh, quien ya la esperaba frente al Lobby con un Bagel relleno de queso Philadelphia y un Vanilla Spice Latte para que desayunara en el camino hacia Garment District mientras admiraba su anillo de compromiso y cerraba los ojos para intentar que el tiempo pasara más rápido.

 

- Buenos días, papá- saludó Natasha con una sonrisa, masticando su Bagel mientras faltaban todavía veinte minutos para que entrara a trabajar y se encontraba, como cosa rara en Manhattan, parada ante un semáforo en rojo en plena hora pico.

 

- Buenos días, cariño, ¿estás en el trabajo ya?

 

- No, voy en camino todavía. ¿Qué tal estás? ¿Todo bien en Westport?- preguntó, haciéndolo sonar como si Westport estuviera tan lejos.

 

- Cariño, ¿estás libre esta noche?- repuso, obviando sus preguntas, cosa que no era una buena señal.

 

- Sí, claro que sí- tragó, sintiendo la necesidad de un cigarrillo de manera inmediata, por lo que bajó la ventana y, con el Latte entre las piernas, el Bagel en una mano, encendió un cigarrillo temblorosamente. Vaya desayuno.

 

- ¿En dónde te gustaría comer?

 

- ¿Viene mamá también?- inhaló sobre su café a través de su nariz mientras bebía un sorbo.

 

- Sí, también viene tu mamá

 

- ¿Jean Georges a las seis?

 

- Como tú digas, cariño. ¿Cómo estás?- su tono había cambiado de negocios a papá cariñoso y preocupado.

 

- Bien, bien, ¿y tú?

 

- Bien, también, ¿cómo está Phillip?- preguntó. Ah, ya era demasiado raro, él nunca preguntaba por Phillip, era como si no le cayera bien, ese era su trabajo como suegro, pero, ¿por qué preguntar por su peor enemigo?

 

- Muy bien, siempre con mucho trabajo

 

- ¿Y Emma? ¿Cómo está?- eso era todavía más raro, algo definitivamente no estaba bien.

 

- Muy bien, también con mucho trabajo

 

- ¿Será que puede acompañarnos a cenar?

 

- ¿Emma o Phillip?- dijo, emocionada, pensando más en Phillip que en Emma.

 

- Por supuesto que Emma, cariño- rió Romeo.

 

- Le preguntaré, pero milagros no hago, papá

 

- Me gustaría mucho que nos acompañara, si no está disponible, no habrá ningún problema

 

- Está bien, la persuadiré en caso de que se niegue

 

Phillip empezaba el día en el monumento a los héroes de Vietnam, ahora con dos placas en el pecho, la de su papá y la de Christopher, quien, desafortunadamente, no había logrado llegar a la clínica luego de una intervención en Afganistán y sus cosas le habían llegado por correo postal, que debía enviárselas a su familia, pero se quedó con la placa, para acordarse cada día de él, para no olvidarse de la suerte que tenía de tener seguridad, tanto física como emocional. Al otro lado del mundo, Sophia Papazoglakis tomaba su descanso diario, de una hora exacta, la que utilizaba para comer en el Passagio Duomo 2, así es, en McDonald’s, ingiriendo cantidades industriales de comida: Big Mac sin pepinillos y con doble queso, nueve Chicken Nuggets con salsa barbacoa, Patatine grande y Coca Cola grande; dispuesta a engordar una talla, para llegar a una más sana talla cuatro, cosa que estaba logrando, pues sus pantalones talla dos habían dejado de cerrarle  cómodamente, pero un talla cuatro le quedaba demasiado flojo. Emma, por el otro lado, tenía su primera reunión con los del mantenimiento anual de la fachada de Prada en Soho, a plenas ocho de la mañana.

 

*

 

- Sophia, despierta- susurró Natasha, apartándole suavemente el cabello del rostro. – Sophia…amor, Sophia, despierta- dándole besos en la cabeza, tratándola con cariño, así como le gustaría a ella que la despertaran, que en realidad Phillip así la solía despertar los fines de semana. – Hora de levantarse…

 

- Cinco minutos más…- balbuceó entre quejidos soñolientos, dándose la vuelta y revelando su desnudo cuerpo al salirse completamente de la toalla.

 

- No, vamos, Sophia…el séquito de dolor ya está aquí- dijo desde lo lejos, sacando ropa adecuada para que Sophia se vistiera.

 

- He dormido tan rico- suspiró, abriendo sus ojos poco a poco, pues la luz obviamente le molestaba.

 

- No lo dudo, amor… ¿te sientes bien?- se acercó a ella y le empezó a poner, así como estaba, acostada, un pantalón de yoga gris.

 

- Un poco mareada…- se sentó lentamente sobre la cama, ayudándole a Natasha a ponerle una camisa de botones color salmón, la primera que había visto de botones, para que, cuando tuviera que quitarse la camisa, no se arruinara el peinado.

 

- Con un poco de agua te vas a ir despertando poco a poco, ahora, repasemos, ¿qué dirás si te preguntan por qué vives con Emma?

 

- Soy su compañera de vivienda, pagamos la renta juntas

 

- ¿Qué evento tienes?

 

- Una boda

 

- ¿De quién?

 

- De la hermana de Emma

 

- ¿Y por qué no está Emma aquí?- terminó de abotonarle la camisa.

 

- Porque tenía que hablar de negocios con Phillip, urgentes negocios

 

- ¿Dónde es la boda?

 

- En Westport

 

- Excelente, Sophia, no estás tan drogada como creí que estarías… ¿quieres algo de comer?- Sophia se negó con la cabeza, estregándose los ojos con sus manos. – Ve donde Oskar, amor- le dio un beso en la frente y salió de la habitación.

 

Cada segundo que pasaba, Sophia se sentía más cerca de una firma, más nerviosa, con más ganas de vomitar, no con ganas de salir corriendo, porque no quería eso, simplemente esa sensación tenía. Era lo que más quería, pero le asustaba al mismo tiempo, ¿qué tal si la firma no le salía bien? ¿Qué tal si Emma se retractaba? ¿Qué tal si la comida era espantosa? ¿Qué tal si lo-que-sea?, y sacudía su cabeza para ahuyentar sus pensamientos catastróficos, si todo estaría bien, todo resultaría bien, Emma, la familia, los amigos, Natasha que se había encargado de tenerlo todo bajo control en cuanto a todo, porque eso era lo que hacía demasiado bien, no dejar pasar ningún detalle.  Se puso de pie y vio a Darth sentado, esperándola y, con su cabeza ladeada, viéndola con preocupación. Sophia chasqueó sus dedos y Darth Vader se movió hacia ella, lamiendo sus pies, dándole cosquillas.

 

- ¿Cómo estás?- susurró, tomándolo delicadamente con sus manos y subiéndolo a su regazo, haciéndole cosquillas por las pequeñas cebolletas en sus muslos. – Ven, vamos a que hagan un milagro con esta cara- rió, haciéndose burla a sí misma, volviéndolo a poner sobre el suelo, poniéndose de pie, un tanto mareada, pero sonriente, algo en Darth Vader, o en el cosmos, la relajaba, o quizás era la pizca de aquella droga que todavía corría por su torrente sanguíneo.

 

- ¡Sophia, Darling!- gritó Oskar, así de exasperante como siempre, levantando sus manos de una particular manera, con su sonrisa blanca y su exagerado expresionismo facial.

 

- Hola a todos- balbuceó Sophia, viendo a seis mujeres instalar dos sillas de cuero en la sala de estar, que habían movido los sofás, y luego instalarían una especie de mueble con espejo, todo muy provisional y portátil. - ¿Algo de tomar?

 

- Ay, no, Sophia, ven…siéntate-le dijo, dándole unas palmadas a una de las sillas de cuero. – Te ves muerta, ahora sí me llamarán Dios, pues haré milagros contigo- rió, saltando frenéticamente por la emoción. - ¿Quién es el chiquitín?- preguntó, refiriéndose a Darth Vader, quien se había sentado bajo uno de los banquillos del desayunador y veía a Sophia fijamente.

 

- Se llama Darth Vader- murmuró, sintiendo a Oskar tomar su cabello.

 

- ¿Te lavaste el cabello, ahora, Darling?- sus manos halaban esos cabellos individuales que dolían. Sophia asintió, y pudo sentir la exhalación olor a menta de Oskar.

 

- Oskar, trátala bien, por favor, ha tenido una semana de infierno- dijo Natasha, sentándose en la otra silla.

 

- Oskar siempre trata bien a las Princesas- rió, colocándose frente a Sophia para ver su rostro. – Déjame verte bien, tú sabes, Darling, las arrugas…

 

- No creo que tenga arrugas, Oskar- resopló Natasha, sintiéndose aburrida ya de aquel tipo en pantalón azul oscuro muy ajustado a sus delgadas piernas, camisa de un patrón floreado muy meticuloso, que daba la sensación de ser magenta, corbata amarilla, más bien laser lemon, y en sus zapatos de cuero brilloso, casi de charol.

 

- Oskar, hoy no estoy de muy buen humor- murmuró Sophia, que una de las ayudantes le quitaban las manos de la cara para manicurárselas. – Cut the crap

 

- Ay, Darling, te tienen mal cogida- bromeó, no sabiendo realmente de lo que hablaba. Natasha volvió a ver a Sophia con la mirada de “cálmate”. – Anyway, ¿de qué color las quieres?

 

- El veinticinco, como desde hace un año, por favor- dijo entre dientes, hablando de YSL. – Sólo limado

 

- ¿Y tú, Señora Noltenius?- se volvió a Natasha.

 

- Noir Primitif

 

- Sophia, ¿siempre el Middleton Updo?- preguntó, hablando del moño, el cual Sophia había probado a principios de la semana anterior. Ella asintió. – Sin mucho spray, ¿verdad?- volvió a asentir.

 

*

 

Natasha veía las horas pasar con la peor de las lentitudes, no podía concentrarse en nada, no podía siquiera leer los perfiles de los trabajadores de Project, y, ese día, luego de la llamada de Romeo, se le hacía difícil, ¿qué podría tener que decirle? ¿Emma presente? ¿Ella escogiendo el lugar para cenar? Y le daba vueltas, y más vueltas, y no lograba imaginarse nada, ni bueno ni malo, pero no podía ser bueno.

 

- Estudio Volterra-Pensabene, oficina de Emma Pavlovic, buenos días- contestó una voz nueva, aguda, confusa.

 

- Buenos días, me puede comunicar con la Arquitecta Emma Pavlovic, ¿por favor?- murmuró Natasha.

 

- La Arquitecta Pavlovic no está disponible, ¿quisiera dejarle algún mensaje?- ah, eso era, tenía voz de Hot Line.

 

- ¿Está en alguna reunión?

 

- No puedo darle esa clase de información

 

- Oiga, no es secreto de Estado, sólo necesito saber si está en alguna reunión- gruñó, arrancándose las gafas.

 

- La Arquitecta Pavlovic no está disponible en este momento- repitió, como si Natasha fuera estúpida, tanto para que se lo repitiera. - ¿Quisiera dejarle algún mensaje?

 

- Mire, si no está en una reunión, póngala al teléfono que me urge hablar con ella

 

- Lo siento, sólo puedo tomar mensajes- reafirmó, poniéndose nerviosa por el maltrato a través del teléfono.

 

- ¿Cómo te llamas?

 

- Gabrielle- respondió, tragando con dificultades.

 

- Gabrielle, mucho gusto, soy Constance Noring- dijo, aguantándose la risa, pues su nombre era más bien una broma para “constant snoring”. - Llamo del CitiBank, que tenemos un problema con su cuenta de ahorros

 

- Permítame un momento, se la comunico- y la colocó en espera, Natasha aguantándose una enorme risa, la primera del día.

 

- Pavlovic- respondió Emma al teléfono.

 

- Soy yo- rió Natasha.

 

- Coño…- suspiró. – Oye, no me juegues esas bromas- rió, tomándose el pecho, jugando con su nudo argelino.

 

- ¿Estás en una reunión?

 

- No, sólo me estoy masturbando en la oficina- rió Emma. – No, es broma, antes de que me digas algo…estaba estresándome con la habitación del bebé de Marion

 

- ¿Marion?

 

- Sí, tú sabes…Édith Piaf- suspiró, como si un famoso fuera un cualquiera, porque lo era.

 

- Non, Rien de rien- tarareó Natasha. - ¿Cotillard?

 

- Es correcto, Nate…

 

- Oye, ¿qué coño con la tal Gabrielle?- preguntó, acordándose del disgusto.

 

- Ah, es mi asistente y mi secretaria

 

- Ah…- murmuró, en el mismo tono de Emma. – Oye, ¿tienes planes para ahora en la noche?

 

- Tenía una cita con el Steinway, pero si me das algo más interesante, la tendré que cancelar

 

- So, esto fue lo que pasó, para que tengas una idea…

 

- Soy toda oídos- sonrió, tomando una de sus guías Pantone y buscando el verde para considerar tonos, sólo para introducirlos al programa y colorear las paredes, pues se había pasado la mañana en diseñar la habitación en SketchUp.

 

- Me llamó mi papá, que quiere que vaya a cenar con él y mamá

 

- Es una buena noticia, ¿no?- preguntó, colocando el teléfono entre su hombro y su oreja para digitar el código en SketchUp.

 

- Pues, quieren que vayas tú

 

- ¿Yo?- rió. - ¿Y qué tengo yo que hacer en una reunión familiar?- “Ugh, qué feo este color”.

 

- Pues, no sé, y papá todavía me preguntó por Phillip

 

- Carajo, amiga, estás cagada

 

- Oye, no me cagues más, acompáñame, ¿sí?

 

- Claro que sí, sabes que por ti, lo que sea, menos patrocinarte o asolaparte un aborto

 

- Tú y tus ocurrencias- rió, sintiendo cómo se relajaba con sólo saber que Emma la acompañaría. - ¿Te recojo en la oficina a las cinco y cuarenta?

 

- Siempre, amor

 

- Gracias…y discúlpame por lo de tu asistente

 

- Un besito, o dos… ay, que te como a besos mejor- sonrió, poniendo abajo el teléfono y sacudiendo su cabeza mientras soltaba una risa nasal. Digitó el código correcto: 3375 y le gustó su invención; cosa que escribió en su bitácora, pues ella sólo debía entregar el diseño con especificaciones, no ambientaría la habitación, pues era en París y no en Nueva York, y debía considerar que todo fuera un tanto universal para que, quien fuera que ambientara la habitación, pudiera encontrar algo igual o noventa por ciento parecido. – Gaby, ¿puedes venir a mi oficina un segundo, por favor?- dijo por el intercomunicador.

 

- Arquitecta- sonrió, entrando a los diez segundos.

 

- Gaby, ya te dije que me llames “Emma”, por favor

 

- No puedo, Arquitecta- agachó la cabeza.

 

- Algún día…-suspiró Emma. – No te voy a regañar, tranquila- rió, viendo cómo aquella mujercita se relajaba. – Para futuras…no sé cómo se dicen…mmm…futuras “referencias”- dijo, sintiendo su iPhone vibrar en el bolsillo de su pantalón. – Cuando te diga que no me pases llamadas, no me las pases a menos de que sea interna, alguno de mis clientes, Natasha Roberts o del banco, por favor

 

*

 

Phillip se revolcaba en el suelo, peleando con aquel chiquitín, gruñéndose mutuamente por pasar el rato, según Phillip haciéndolo macho, molestando a Emma que eso era lo que le faltaba a Darth Vader, una figura viril, a lo que Emma respondía con algún comentario al azar que cuestionaba su extraordinario nivel de virilidad, pues machista no era; odiaba cuando Patrick, su mejor amigo, decía que la novia no debería trabajar en un banco, sino en la cocina, que por eso estaba tan mal la economía. Phillip le había preguntado a todas sus amistades si sabían de alguien que tuviera French Bulldogs a la venta, y nadie tenía a pesar de ser la segunda raza más común en Manhattan, según estudios, por lo que, en su inmensa desesperación, quizás arriesgándose a que Natasha no estuviera de acuerdo, o de arruinar la sorpresa, había tomado su iPhone y había llamado a Emma, quien le acordó que debería buscar en un refugio de animales, que quizás no sería de Pedigree, pero que resultaban ser buenos perros, así como Piccolo. Y así se dirigió al control de animales de Manhattan, y no sólo se enterneció con las diferentes especies que había ahí, sino que hizo una donación de cinco cifras y encontró a dos posibles candidatos para ser adoptados; un French Bulldog blanco de cinco semanas, y uno beige de cuatro semanas, la misma edad de Darth Vader. Y consideró la edad para que su Carajito tuviera con quién jugar, pero que ni uno ni el otro peligraran la vida del semejante, llenó el formulario y, al día siguiente, se lo entregaron. Un perro no era un hijo, y quizás Natasha lo vería como insulto después de lo que pasó, pero no.

 

Emma ya se encontraba igual que Sophia, pero en un sillón de la sala de estar del Penthouse de los Noltenius, todo mientras gozaba del animalismo entre Phillip y Papi e intentaba platicar con el supuestamente adulto; con sus pies en agua tibia, preparándolos para un pedicure, mientras escuchaba su lista de canciones para relajarse; las veinticinco más escuchadas: Fix You de Coldplay, porque, ¿a quién no le gustaba esa canción? My Kind Of Love de Emeli Sandé y People Help The People de Birdy, porque le removían hasta la fibra más dura, Tolerância de Ana Carolina, la que representaba al portugués y que era sexy, La Cose Che Vivi y La Solitudine pero en concierto, porque eran las dos canciones que cantaba con emoción, Stop Stop Stop de Via Gra, que no entendía un culo de lo que decían porque ruso no hablaba, pero era sexy, Rattle de Bingo Players,  Mama Lover de Serebro y Mr. Saxobeat porque sabía que con esas canciones podía trabajar el caño, Vogue porque era como un himno, Época de Gotan Project, por ser el tango más sensual que existía, Flawless de George Michael porque la hacía sentir en un Lounge neoyorquino de buen gusto, Bittersweet Symphony por “Cruel Intentions”, M’en Aller para representar al francés, The World We Live In, This Is Your Life, When You Were Young y Mr. Brightside de The Killers porque juntas hacían la mezcla perfecta para describir el diez por ciento de su vida, Sorry Seems To Be The Hardest Word de Elton John a dueto con Blue y Cry Me A River de Diana Krall para honrar al despecho sin sentido, You’ve Got The Love porque le encantaba la voz, Murder Weapon de Tricky porque le encantaba el ritmo, White Knuckle Ride de Jamiroquai porque era la máxima expresión de lo que pasaba cuando el jazz funk y el acid jazz decidían concebir, y, por último, Set The Fire To The Third Bar de Snow Patrol, porque era la canción que había escuchado hasta el cansancio, la que había escuchado más de quinientas veces porque era su favorita. Lo suficiente para relajarse totalmente.

 

- Arquitecta, ¿Rose Abstrait y Blunt Updo?- preguntó la asesora de imagen, que era de Margaret.

 

- Inna, tú sí sabes lo que debes hacer- sonrió Emma con sus ojos cerrados, sintiendo un masaje en sus pies como ningún otro.

 

- Sin pestañas y sin drama, ¿verdad?- Emma asintió e Inna introdujo nuevamente el audífono de Emma en su oído.

 

Emma no soportaba a Oskar, había dejado de soportarlo para la boda civil de Natasha, cuando él insistió en hacerle el moño a su gusto y no cómo ella decía; para que, al final,  Emma terminara deshaciéndoselo para dejarlo suelto, tal y como un J. Mendel de ese calibre no debería ser opacado por un horrible cabello, que no se le veía nada mal, simplemente eran los típicos complejos de mujeres.

 

*

 

- Ay, mamá, no me digas que ya dejaste el alcohol- bromeó Natasha en cuanto el mesero se fue, pues Margaret había negado una copa de Château Margaux ’68 y había pedido, en vez de eso, un Bloody Mary virgen, o sea que ningún tipo de alcohol.

 

- Habríamos querido esperar hasta después de la cena, al menos…pero creo que es hora de hablar- dijo Margaret, cerrando el menú y quitándose sus gafas Lanvin, que eran el repuesto de sus desde-siempre-gafas-Versace hasta que la graduación había tenido que aumentar, Romeo le tomó la mano, Natasha volvió a ver a Emma y Emma hizo lo mismo que Romeo pero por debajo de la mesa.

 

- Dame un segundo, por favor- murmuró Natasha, levantando su índice, tanto para pedir tiempo, como para llamar a un mesero. - ¿Tequilas?

 

- Gran Patrón, Don Julio y 1800- sugirió el mesero.

 

- ¿Por botella?

 

- Sólo Don Julio- sonrió.

 

- Tráigala, y hágalo seco, por favor- ordenó Natasha. – Dos shots, si se quiere lanzar al estrellato, por favor- el mesero agachó la cabeza y se retiró, Natasha respiró hondo y entrelazó sus dedos con los de Emma, Emma simplemente había encerrado la mano de su mejor amiga entre sus dedos y su otra mano, para reafirmarle un “aquí estoy, y no me voy”. – Cero comentarios al respecto, por favor- pidió a sus papás, empezando a perder el color que le daba el flujo de sangre. – Bien, adelante con la noticia- Natasha se esperaba algo malo, pero superable y algo con lo que se podía lidiar en el día a día, pero fue peor, que se podía lidiar con ello, sí, pero era más difícil de digerir.

 

-  Bueno, cariño, como tú sabrás, tu mamá y yo nos hacemos una revisión médica anual- Natasha asentía, anticipante por la mala noticia, estrujando los dedos de Emma.

 

- Ella…- murmuró Margaret.

 

- ¿Mamá?- repuso Natasha, entendiendo que se trataba sobre Margaret y no sobre Romeo.

 

- Natasha, perdón…todo va a estar bien- la consoló.

 

- ¿Qué va a estar bien? ¿Qué es todo?- le tembló la voz, dejó de pestañear, y Emma vio cómo sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas, algo que le supo romper el corazón en mil pedazos.

 

- Yo estoy bien, la presión un poco alta nada más- sonrió Romeo, volviendo a ver a Margaret con aquella mirada enamorada, como en la fotografía de su boda; que Margaret había vestido Versace, muy avant-garde para la época, cuando Versace apenas empezaba, que quizás ahora se vendería, por supuesto que como “vintage”, por miles de veces más de lo que costó en aquella época, aunque en realidad era “retro”. – Pero no es nada de qué preocuparse

 

- Y tú, ¿mamá?- tartamudeó, no desviando su mirada ni cuando el mesero le llevó la botella de Don Julio.

 

- Pues…todo va a estar bien- sonrió. Emma sintió como si el tiempo se detuviera y sólo Natasha se moviera, en silencio, en angustia, sirviendo los dos shots de Don Julio con su mano izquierda, sin soltar su mano, que Emma ya empezaba a sentir un inmenso calor que provocaba sudor.

 

- Dilo- puso la botella sobre la mesa y llevó sus dedos a uno de los shots que estaban frente a ella.

 

- I’ve got cancer…- murmuró, intentando tomarle la mano a Natasha, pero simplemente no pudo, pues Natasha se llevó el shot a la garganta, luego el otro. – Todo va a estar bien- repitió, consolándola.

 

- ¿De qué?- logró expulsar, sirviéndose temblorosamente otros dos shots.

 

- No te preocupes, gracias a Dios se puede reconstruir- sonrió, indicándole que era de su seno izquierdo.

 

- I’m sorry- espetó. – You have fucking cancer and the only fucking thing you can think of is that it’s reconstructable?- siseó incrédulamente, estaba sorprendida y enojada.

 

- Señorita, watch that language- espetó Margaret también, amenazándola con el dedo índice de la mano derecha.

 

- I’d be fucking freaking out if I had cancer, I wouldn’t even be thinking about the “relief” of being reconstructable…you’re sick- y bebió dos onzas de tequila de nuevo.

 

- Cariño, respeta a tu mamá

 

- Que se respete ella primero, papá…- y el segundo shot de tequila para servirse más.

 

- Ella Natasha Simonette Roberts Robinson- siseó enojadamente Margaret, confundiendo a Emma con el “Simonette”.

 

- No, ¿sabes qué?- se llevó uno de los shots de tequila a la garganta. – Yo ya terminé aquí- y el segundo. – Margaret, llámame cuando quieras que tu hija se preocupe por tu salud y no por cómo te ves físicamente- dijo, soltando la mano de Emma sólo para ponerse de pie y tomar su bolso. – Papá, gracias por la invitación, siento mucho no poder quedarme, te llamo un día de éstos- sonrió, con sus ojos aguanosos, se dio la vuelta y se retiró. Sí, era enojo, enojo por impotencia, por miedo, porque Margaret le ponía más peso a la estética que a su salud, como si a ella le importara todo aquello, pero también era el mismo miedo que le enojaba, el miedo a que, a pesar de que sabía que era algo tratable, cáncer era cáncer, y punto. Y ella no estaba lista para que su mamá tuviera cáncer.

 

- Lo siento mucho, Margaret- se disculpó Emma, tanto por disculpa como por un “siento mucho lo del cáncer”.

 

- Gracias, Emma- sonrió ella, suspirando, intentando controlar la furia que le corría por la sangre.

 

- ¡Emma!- gritó Natasha desde la puerta, que le daba la espalda a la mesa.

 

- Cuídala, por favor- le pidió Romeo, Emma sólo agachó la cabeza.

 

- Ha sido un gusto verlos de nuevo, y, una vez más, lo siento mucho Margaret- se puso de pie y salió tras una histérica Natasha, que había colapsado en la acera, contra la pared, arrastrando su chaqueta Helmut Lang negra por la sucia pared de cal blanca neoyorquina y cayendo sobre su pantalón blanco virginal YSL. Emma se agachó sobre sus primeros y únicos botines Tabitha Simmons y la trajo hacia ella, abrazándola, consolándola en pleno silencio, que el ruido era el de la congestión nasal de Natasha y el de los autos y taxis que sonaban las bocinas, que fue la vez que Natasha le arruinó su chaqueta IRO, pues su maquillaje se corrió sobre el hombro, mancha que nunca se quitó y que Emma nunca le cobró, pues le parecía ridículo. – Wanna get drunk?- sugirió, viendo a Hugh aparcarse frente a Jean Georges.

 

- ¿Tu casa?

 

- Mi casa- reafirmó, tomándola por los antebrazos y ayudándola a levantarse. – Mr. Grey Goose nos espera

 

Llegaron al apartamento de Emma, simplemente a que Natasha se intoxicara con una botella de Grey Goose, ya con un poco de tequila de antecedente, comiendo sándwiches de queso Gouda que Emma tan cariñosamente le había hecho,  intentando animarla, escuchando, minuto tras minuto, sobre el estrés que le daban los finales de temporada de Project Runway, sobre cómo no le gustaba despertarse sin Phillip, sobre cómo detestaba que el tiempo fuera tan lento, que se moría por casarse con aquel potencial magnate, pero el tiempo no podía acelerarse. Emma no escuchaba más que una indeleble negación y omisión del tema. Fue entonces cuando Emma descubrió la paradoja más grande de su vida; mientras que tocar el piano le evocaba malos recuerdos, hacía sentir bien a otras personas, pues llevó a Natasha a donde había instalado el piano y, para saber si las cuerdas estaban en perfecto estado, mientras Natasha se empezaba a empinar la segunda botella de Grey Goose, le tocó “Funny Valentine”, acompañado por un canto de emocional, un tanto melancólico, porque era la canción que le acordaba a sus abuelos maternos, y luego le tocó “Set The Fire To The Third Bar” de Snow Patrol, canción que le gustaba mucho y no tenía idea alguna de la partitura, por lo que se equivocó un par de veces, pero la pudo tocar completa, que luego Natasha le pidió “My Heart Will Go On” y esa era más fácil. Luego, por último, le pidió que le tocara su canción favorita, que era algo que quizás no muchos conocen por ahí, “The Flood” de Take That, y, en su inmensa ebriedad y negación, cantó, a todo pulmón, hasta el último suspiro de Jason Orange. Y fue que sucedió aquel salto astral entre la relación de Phillip y Emma, por la indiscreción de Emma, por su desesperación.

 

- Aló- contestó Phillip, se escuchaba agitado, era la segunda ronda diaria de ejercicio, con algo se debía cansar, pues Natasha no estaba con él y tampoco había sabido de ella desde hacía un par de horas.

 

- Soy yo- dijo Emma, suspirando en la cocina, sabiendo que ya había acostado a Natasha.

 

- ¿Quién yo?- bromeó, sabiendo ya que era Emma.

 

- Ay, Felipe, no es tiempo para juegos- lo regañó, dirigiéndose al cuarto de lavandería para sacar líquido para limpiar el piso, más bien eliminar el vómito de Natasha.

 

- Ay, Emma María, no te enojes- sonrió, dejando las pesas a un lado. - ¿Qué pasó?

 

- Oye…Natasha ya se durmió, está conmigo…no sé si lo que voy a hacer es cometer un error o qué pero, ojalá y no me quemes

 

- Me estás asustando, Emma… ¿Qué le pasó a Natasha?

 

- Ven a mi apartamento, es en la sesenta y uno y Madison, o sesenta y dos por si quieres entrar por atrás… onceavo piso hacia el frente

 

Febrero dos mil once. Habían pasado Año Nuevo con Margaret, en el Penthouse de la Quinta Avenida, pocas personas habían sido invitadas porque estaba recién operada, pues, hacía un mes que la habían operado y apenas se estaba recuperando entre la edad, el orgullo estético y el enojo, también los efectos de la mastectomía, los comienzos de la quimioterapia y la resignación temporal al New York Times, hacían de Margaret Robinson, por primera vez, Margaret Roberts, con cuidados profesionales las veinticuatro horas del día por los siete días de la semana, que, a pesar de que no era un cáncer específicamente tan mortal como uno de páncreas o hígado, era igualmente molesto a pesar de que se recuperaría y podría tener una vida normal dentro de lo que las disposiciones físicas se lo permitían. Natasha había tenido la oportunidad de estar junto a su mamá, quizás recuperar un poco de la rocosa relación que tenían, endulzarla un poco, darle un toque de madre-hija como cuando era más joven, cuando ambas eran más jóvenes y no se dejaban llevar tanto por sus ambiciones individuales, además, Natasha había sido promovida a Senior Chief de Recursos Humanos en Project Runway, con nuevas prestaciones, tales como un mes de vacaciones más ocho días personales, aunque su semana laboral se extendería a una base de cincuenta y cinco horas a la semana y no cuarenta como últimamente, además, ahora rendía más a producción que a administración. Su relación con Phillip no había cambiado mucho, los dos trabajaban de sol a sol, a veces hasta más, pero lograban mantener una relación sana que tenía futuro de matrimonio, que ambos esperaban pacientemente por las noches que pasaban juntos y por las noches que querían estar juntos y no podían porque Phillip tenía reuniones muy temprano o porque Natasha necesitaba dormir bien, aunque de los viernes y los sábados juntos, por obligación, no se los perdían por nada en la vida, a menos de que Natasha estuviera en sus días, cosa que Phillip ya sabía y por eso no le decía nada.

 

Emma, por el otro lado, seguía siendo buena en su trabajo, a veces con muy poco trabajo, lo que la impulsaba a seguir frecuentando el Fencing Center o una que otra clase sobre preparación de comida japonesa, todo cuando estaba de baja de trabajo y, como no tenía problemas económicos porque, a pesar de sólo tener un proyecto, le alcanzaba para dejar intacto su fondo hasta que cayera otro proyecto; todo era porque Bergman Studio había tenido un salto astral que nadie se terminaba de explicar, quizás eran cuestiones de calidad y no de procesos ilícitos, como por los que habían clausurado “Holt & Crugh Studio”. Todo se remontaba básicamente a diciembre, que, de la nada, había tenido un reencuentro con una vieja amistad, si es que así se le podía llamar, con Alfred James Weston, quien había acudido a ella para que ambientara su apartamento en uno de los edificios Archstone. Estaba un tanto cambiado, era el típico atractivo bad boy que se arrastraba cual niño desinhibido luego de cada fiesta, pero, ese mes, luego de haber estado viendo a Emma, quien aclaraba una y otra vez a sus amigos que eso no era nada serio, que sólo era por salir a cenar, Alfred hizo un voto de sentar cabeza con tal de que Emma aceptara ser su novia. Feo no era, guapísimo quizás sí, pero eso de las fiestas no era mucho con Emma, pues no tenía ganas de enfiestarse, esa época la había vivido en el colegio, ella ya había crecido. Y, aún, así, aquella vez enfrente de un carrito de Hot Dogs de Rockefeller Plaza, en plena hora de almuerzo que se había encontrado con Alfred, Emma recordó aquella sensación de sentir los labios de alguien más en los suyos; de romántico no tenía absolutamente nada, pues eso de sostener un Hot Dog con la mano, corriendo peligro de que el Chili con Carne le manchara su blanca camisa no era exactamente lo que se imaginaba para un beso neoyorquino, pero así pasó, hasta le hizo cosquillas el hecho de que tuviera barba, en aquel entonces era sólo candado. Y fue cuando empezó aquella relación extraña, en la que Emma trabajaba mientras Alfred dormía y Alfred la recogía todos los días para llevarla a su apartamento, en donde a veces se hacía útil y le ayudaba a revolver la salsa bolognesa mientras Emma drenaba la pasta y la servía en los respectivos platos, o se encargaba de ordenar comida china o sushi de Masa, o a veces aparecía con un ramo de flores o un cheesecake, o con chicken wings para que juntos vieran algún partido de Baseball.

 

Mayo dos mil once.

 

- Hola- sonrió Alfred al Emma abrirle la puerta.

 

- ¿Hola?- suspiró, rascándose la cara con ambas manos para despertarse un poco más. Era sábado por la mañana, ni tan por la mañana, alrededor de las once de la mañana.

 

- ¿Te desperté?- murmuró Alfred, poniendo sobre el suelo una bolsa de papel, viendo la mirada de Emma de “no, sólo después de la señora borrachera de ayer se me ocurre madrugar madrugo”.

 

- Pasa adelante- dijo, cerrando su bata negra sólo con las manos, pues se había quedado dormida, luego de haber logrado llegar viva a su apartamento desde Kips Bay, de donde Natasha, sólo en camisa desmangada negra y tanga negra.

 

- Nena, no quería despertarte, lo juro- sonrió aquel gran hombre que era, quizás, veinte centímetros más alto que Emma, y quizás tres veces Emma a lo ancho.

 

- Tranquilo- susurró, intentando encontrar las cintas de su bata, soltando los bordes, abriéndola sin querer.

 

- ¿Tomaste mucho?- sonrió, sacando de la bolsa un jugo de naranja y un Egg McMuffin. Emma asintió, y se aburrió de pelear contra su motricidad fina para tomar las cintas, por lo que cerró la puerta y se dirigió a la cocina, en donde Alfred la esperaba con la comida. – Para ti, supuse que tendrías hambre

 

- Gracias- murmuró, sentándose en un banquillo y, de una desesperada manera, abrió su desayuno, devorándoselo de seis mordidas. – Gracias, baby, no sabía que tuviera tanta hambre- sonrió, abriendo el segundo Egg McMuffin que Alfred le alcanzaba.

 

- ¿Qué vas a hacer ahora?

 

- Nada, dormir la resaca, supongo, ¿por qué?

 

- Podríamos ir a almorzar, al restaurante ese de Brooklyn que tanto te gusta, o podríamos pedir que nos traigan sushi de Masa por si no quieres salir…

 

- ¿Qué es lo que no me estás diciendo?- murmuró entre sus bocados de Hashbrown.

 

- Te estuve llamando ayer todo el día, pero me acordé que estabas ocupada con lo de Batista…y…bueno, quería contarte que conseguí trabajo

 

- ¿En serio? ¿En dónde?

 

- Voy a abrir un bar- sonrió, al mismo tiempo que Emma dejaba que su ceja se levantara en escepticismo.

 

- Fred…

 

- Yo sé que nuestra relación tiene reglas, y una de ellas es que las drogas se queden lejos de mí y de ti… y por eso sólo seré inversionista y a veces iré, sólo a revisar que todo esté bien y ya

 

- ¿Me lo prometes?- murmuró Emma, dándole los últimos bocados a su segundo Egg McMuffin

 

- Claro que sí…- sonrió, tomándole la mano izquierda. - ¿Vamos o pedimos?

 

- No tengo ganas de salir, pero si tú quieres salir, dame un momento y me baño y salimos

 

- Si nos quedamos, te costará un beso- y eso fue lo que le costó a Emma, un beso, un simple e inofensivo beso que llevó a otra cosa. Fue porque Fred se acercó a ella y, mientras Emma lo tomaba por sus mejillas y lo dejaba colocarse entre sus piernas, él la recogió del banquillo, y la llevó, cargada, hasta su cama mientras la bata caía en algún lugar del pasillo.

 

- Espera- suspiró, con sus labios enrojecidos por los besos que se arrebataban, todo mientras Fred subía poco a poco su camiseta y revelaba aquel abdomen plano, con la leve hendidura vertical que se formaba por arriba de su ombligo y otras leves hendiduras a los bordes de su abdomen, un en-aquel-entonces-tonificadísimo-abdomen.

 

- Relájate- dijo entre besos en su abdomen, que subían conforme retiraba la camiseta y la quitaba totalmente del panorama y liberaba aquel busto que enloqueció a Alfred, en besos y mordiscos, en lengüetazos que hacían que Emma le clavara las uñas en su espalda sobre su camisa, la barba que le hacía cosquillas, la lengua que excitaba no sólo sus pezones, sino también todo lo que había estado en fuera de uso, erizándole la piel, quitándole el control de su respiración, pero no gemía, sólo jadeaba y respiraba muy pesado, así como Alfred, más cuando empezó a bajar por su abdomen hasta llegar a su vientre.

 

- No me he bañado todavía- murmuró, intentando detenerlo, por vergüenza, pues tenía años sin estar con alguien, y por higiene, pues tenía la idea de que algo así tenía que estar perfectamente dispuesto, aunque no le cupo la posibilidad de que Alfred realmente la besara ahí, nadie nunca lo había hecho, quizás porque no había estado con muchas personas, pero Marco jamás.

 

- Mejor- sonrió Alfred, tomando los elásticos de su tanga y quitándosela. – Relájate- le repitió, abriendo de nuevo sus piernas y salivando por lo que se encontraba en medio de ellas, algo tan suave, tan delicado, tan rosado, hasta se podía decir que estaba empapada.

 

- ¿Qué estás haciendo?- suspiró Emma al sentir la barba de Alfred rozarle sus labios mayores.

 

- Nena, déjaselo todo a Mr. F- rió, atacando el clítoris de Emma con su lengua; una nueva pero hermosa sensación, ¿en dónde había estado aquella sensación? ¿En dónde se había ocultado?

 

Emma sintió por primera vez qué era que la suavidad de una lengua rozara la suavidad de su clítoris, la forma en cómo la lengua de aquel hombre envolvía su clítoris, que había unos ruiditos húmedos que se generaban con cada exhalación tosca de aquel romano. Y cuando su clítoris, por alguna conspiración del cosmos, terminaba entre los labios de Fred, y éste lo provocaba con la punta de su lengua, peor o mejor aún, cuando lo succionaba, Emma no sabía dónde colocar sus manos, si apuñar las sábanas revueltas, o apuñar los rizos flojos de su novio, o, mejor aún, tomar sus senos en sus manos, apretarlos con fuerza, con la misma creciente fuerza con la que el calor en su cuerpo aumentaba, respirar tan rápido como la lengua de Fred se paseaba de lado a lado y de arriba abajo sin piedad, saboreando aquel concentrado sabor que a cualquiera le encantaría probar, y no pudo más, se quedó sin aire, o lo atrapó en su diafragma adrede, no sabría decir, pero contrajo su abdomen, apretó la mandíbula, frunció su ceño hacia arriba y tomó a Fred por su cabeza, presionándolo contra ella mientras él, sin piedad alguna, mordisqueaba ligeramente aquel empapado clítoris. Pero para Fred eso no había sido suficiente, no a pesar de que su pantalón estaba por reventar, él mismo estaba demasiado sensible como para admitir el origen de su erección y su sensibilidad, que, al contrario de cualquier hombre, no se originaba en Emma como tal, sino más bien en uno de los productos que se desarrollaban constantemente en la fábrica de su familia; la famosa pastillita azul, y, como no era suficiente un orgasmo, que sólo lo hacía sentir demasiado hombre, demasiado viril y poderoso, introdujo en Emma un dedo, que eran dedos largos y gruesos, muy masculinos, un dedo que entraba y salía de Emma, que sin haberse recuperado totalmente de su primer orgasmo, ya sentía el otro en camino, que justo cuando Fred introdujo el segundo dedo y, quizás con intención o con perdición, movió ambos dedos de arriba abajo dentro de ella, Emma no supo qué pasaba en su vida y elevó sus caderas mientras todo se volvía borroso y su cabeza estaba a punto de explotar entre sus jadeos o gruñidos y presenciaba la incómoda pero placentera sensación de una eyaculación femenina.

 

- Así me gusta…- murmuró Alfred, limpiando aquellos restos de lubricante que corrían por sus labios mayores y terminaban por gotear en los bordes del yacimiento de su trasero.

 

- Don’t…- murmuró Emma en cuanto sintió que Alfred ya iba a cruzar la frontera de su mismo pudor y de su misma moral.

 

- Lo que tú digas, Nena- sonrió, quitándose la camisa y poniéndose de pie para quitarse el pantalón, no sin antes haber materializado un condón de su bolsillo. Ah, sí, lo tenía todo planeado.

 

- ¿Tienes alguna infección venérea?- murmuró Emma, viendo su pantalón caer sobre el suelo y encontrarse con un bóxer realmente ajustado, que trataba de esconder algo realmente rígido que apuntaba hacia la izquierda, que llegaba casi hasta la cadera de aquel hombre. Fred sacudió la cabeza. – No te preocupes por tu plastiquito…no lo necesitas- susurró, tomando los elásticos de aquel bóxer mientras Fred se salía de sus zapatos y sus calcetines.

 

- No me lo tomes a mal, pero acabamos de empezar a salir, ¿tú piensas que esto va para matrimonio?- murmuró un tanto asustado mientras su miembro saltaba con libertad ante los ojos de Emma.

 

- Soy estéril- rió, pensando en lo estúpido que Fred era, pero no le importó, menos con el hermoso y suculento tamaño, en longitud y grosor, de aquel hombre, aquello que Emma repasaba con la mano, de arriba abajo.

 

- Oh, perdón…- rió, tomando un paso hacia atrás en cuanto vio que Emma estaba a punto de introducir su longitud a sus labios. – Don’t…- murmuró, evitando una felación, quizás era la hipersensibilidad extrema que le daba aquel milagro medicinal.

 

- Lo que tú digas, Nene- rió Emma, remedándolo y echándose hacia atrás, tumbándose sobre su espalda a la espera de una deliciosa penetración. Fred se colocó entre sus piernas y las abrió, tomó su candente longitud en su mano derecha y la frotó dos, tres, veces contra el clítoris de Emma, sensación que a Emma le encantaba desde Marco. Fred colocó su glande en la entrada de su vagina y lo introdujo, logrando un leve gemido en Emma, aquel inevitable pero irrepetible gemido y, tomando sus piernas por el reverso de sus rodillas, empujándolas al mismo tiempo que su longitud dentro de Emma, logró estar dentro de Emma. Cinco minutos y contando. – Oh my God…it’s so big- cliché.

 

- Lo sé, Nena- sonrió. - ¿Cómo te gusta?

 

Emma se encogió de hombros y sintió a Fred salirse, o al menos eso sintió, pues no se salió del todo, y la penetró, fuerte y rápido, deteniéndola por su cadera, incrustándole sus pulgares en su vientre, embistiéndola ferozmente mientras ambos jadeaban de placer, quizás Emma no tanto, pero no podía negar que se sentía rico, al menos más rico que al estar sola. Las esbeltas piernas de Emma eran débiles y flojas, como la gelatina, sus pies también, iban y venían al ritmo de cada embestida. Fred se tumbó sobre la cama, llevándose a Emma para que quedara a horcajadas sobre él, encarándolo, y Emma hizo lo que mejor sabía hacer; se echó un poco hacia adelante con su torso y, sólo con su trasero, empezó a penetrarse, a subir y a abajar, a mecerse sensualmente sobre aquel añorado pene, que luego sería una terrible decepción, y Fred la tomaba por sus senos, apretujándolos sin piedad, pero a Emma no le importaba, no en ese momento, y sintió a Fred gruñir, que fue cuando la tumbó de nuevo sobre su espalda y la penetró sin piedad, que Emma sintió que aquella longitud la partiría verticalmente, que le removía el enfoque visual, las neuronas, que le removía la inteligencia con cada rápida embestida, y era impresionante la velocidad de aquella penetración, aquella ambición por eyacular, como si el orgasmo de aquel hombre estaba a punto de explotar y luego se iba, y así un par de veces, como si trabajaba muy duro por ello, como si se esforzara hasta el último cabello, que su pecho se tornara totalmente rojo y se llenara de sudor, para que, al fin, sacara su miembro y lo masturbara una tan sola vez para que saliera aquel líquido, un tanto gelatinoso y blancuzco, con aquella propulsión, que llenó a Emma desde su abdomen hasta sus labios mayores, una literal y alocada explosión que parecía causarle más dolor que placer a Fred, a Emma ni le iba ni le venía. Fred se tumbó al lado de Emma, entre tratando de recuperar el aliento y evitando que su miembro tuviera esas contracciones postorgásmicas, pues le daba vergüenza.

 

- Eso estuvo…increíble- suspiró Fred, viendo la lámpara de techo de la habitación de Emma.

 

- Si…- susurró Emma, sabiendo que la parte previa a la penetración había estado perfecta, pero que, luego, todo se había venido abajo con su brutal penetración, que no negaba que le había gustado en un veinte por ciento, pero, por lo demás, le había ardido, tanto en su femenino orgullo, como en su delicada vagina. “El tamaño definitivamente no lo es todo”. – Voy a ducharme- murmuró después de batallar contra el silencio incómodo y la imagen inerte del techo.

 

- Buena idea, te acompaño

 

- No me gusta que invadan mi privacidad en el baño

 

Fue el primer límite que le marcó a Fred, el primero de tantos, pues, a quién engañaba, ¿hacia dónde iba esa relación? Natasha sabía exactamente hacia dónde iba, a lo que ella llamaba, de muy educada manera, “hacia el carajo”, pues Emma y Fred no tenían absolutamente nada en común, sólo una repentina y desgraciada soledad y necesidad de estar con alguien, más que romanticismo era compañerismo. De ese momento en adelante, la relación se basaría en un extraño tipo de mutación de necesidad sexual, sí, se reirían juntos, comerían juntos, no harían el amor porque no era algo que venía en la codificación genética de Fred, pero tendrían sexo, sexo placentero para Emma cuando sólo era oral, que era nunca, pues siempre había penetración, que nunca había durado más de cinco minutos, pues era brutal, rápido, sin besos, sin caricias, en realidad a Fred le gustaba hablar sucio, pues, hablaba solo, porque Emma se rehusaba a seguirle la plática, pues le desencantaba la vida, le robaba sonrisas, cuando Fred le decía “quiero violar tu concha”, ugh, asco, demasiado. Emma, quien se creía incapaz de amar, por lo de Marco, no era incapaz de amar, era simplemente una creencia, una autoconvicción, y no fue por eso que con Fred se sentiría vacía todo el tiempo, pues le faltaba lo que él no podía darle; cariño sincero que sobrepasara los mismos límites que ella se había impuesto, esa falta de intriga, esa curiosidad que no le inspiraba, la carencia de delicadeza, pues era demasiado robusto y macho para dar lo que le faltaba.

Mas de EllieInsider

Antecedentes y Sucesiones - 28

Antecedentes y Sucesiones - 27

Antecedentes y Sucesiones - 26

Antecedentes y Sucesiones - 25

Antecedentes y Sucesiones - 24

Antecedentes y Sucesiones - 23

Antecedentes y Sucesiones - 22

Antecedentes y Sucesiones - 21

Antecedentes y Sucesiones - 20

Antecedentes y Sucesiones - 19

Antecedentes y Sucesiones - 18

Antecedentes y Sucesiones - 17

Antecedentes y Sucesiones - 16

Antecedentes y Sucesiones - 15

Antecedentes y Sucesiones 14

Antecedentes y Sucesiones - 13

Antecedentes y Sucesiones - 12

Antecedentes y Sucesiones - 11

Antecedentes y Sucesiones - 10

Antecedentes y Sucesiones - 9

Antecedentes y Sucesiones - 8

Antecedentes y Sucesiones - 7

Antecedentes y Sucesiones - 6

Antecedentes y Sucesiones - 5

Antecedentes y Sucesiones - 4

El lado sexy de la Arquitectura (Obligatorio)

Antecedentes y Sucesiones - 2

Antecedentes y Sucesiones - 1

El lado sexy de la Arquitectura 40

El lado sexy de la Arquitectura 39

El lado sexy de la Arquitectura 38

El lado sexy de la Arquitectura 37

El lado sexy de la Arquitectura 36

El lado sexy de la Arquitectura 35

El lado sexy de la Arquitectura 34

El lado sexy de la Arquitectura 33

El lado sexy de la Arquitectura 32

El lado sexy de la Arquitectura 31

El lado sexy de la Arquitectura 30

El lado sexy de la Arquitectura 29

El lado sexy de la Arquitectura 28

El lado sexy de la Arquitectura 27

El lado sexy de la Arquitectura 25

El lado sexy de la Arquitectura 26

El lado sexy de la Arquitectura 24

El lado sexy de la Arquitectura 23

El lado sexy de la Arquitectura 22

El lado sexy de la Arquitectura 21

El lado sexy de la Arquitectura 20

El lado sexy de la Arquitectura 19

El lado sexy de la Arquitectura 18

El lado sexy de la Arquitectura 17

El lado sexy de la Arquitectura 16

El lado sexy de la Arquitectura 15

El lado sexy de la Arquitectura 14

El lado sexy de la Arquitectura 13

El lado sexy de la Arquitectura 11

El lado sexy de la Arquitectura 12

El lado sexy de la Arquitectura 10

El lado sexy de la Arquitectura 9

El lado sexy de la Arquitectura 8

El lado sexy de la Arquitectura 7

El lado sexy de la Arquitectura 6

El lado sexy de la Arquitectura 5

El lado sexy de la Arquitectura 4

El lado sexy de la Arquitectura 3

El lado sexy de la Arquitectura 2

El lado sexy de la Arquitectura 1