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El lado sexy de la Arquitectura 26

en Lésbicos

- Hmm…- ahogó su primer intento de decir “buenos días” en un trago duro y profundo de saliva. – Mi amor…¡ah!- gimió, mejor que un “buenos días” para Sophia.

 

Sophia pareció no importarle en lo absoluto, más que una sonrisa se dibujó entre los labios mayores de Emma, que estaban abrazando los labios de Sophia mientras se encargaba de su clítoris. Introdujo su dedo índice derecho en la cavidad vaginal de la Arquitecta, haciéndola temblar en un leve gemido.

 

- Play with your tits- exhortó Sophia con la boca llena del clítoris rosado candente de Emma mientras detenía, como podía, la tela a un lado.

 

“Tits? Sounds so nasty…yet so sexy” rió Emma, retorciéndose para desabrochar su sostén y, sin quitárselo, sólo pasarlo detrás de su cabeza, quedando un tanto atrapada entre los elásticos, pero con sus senos en plena libertad. Sophia le tomó las manos antes de que empezara a jugar con ellos y las besó pero, eso no fue todo, también paseó sus dedos de en medio, es decir su dedo del medio y su anular, por su hendidura, haciendo que se sacudiera de placer provocado por ella misma, por su mismo roce y, con sus jugos esparcidos por sus dedos, le indicó que jugara con sus pezones con esos dedos. Sophia volvió a introducir su dedo en la vagina de aquella excitada mujer, para luego meter su dedo del medio también, y, rozando su penetración contra su mentón mientras halaba los labios menores de Emma entre sus labios, sintió la textura con su lengua.

 

Emma apuñaba sus senos cada cierto tiempo, pero jugaba con sus pezones; atrapándolos entre sus húmedos dedos, burlándolos con las yemas de aquellos dedos, presionándolos un poco, en fin, ella sabía cómo darse placer, en realidad acompañar el placer de Sophia y unirlo con el suyo, haciéndolo uno sólo. Los gemidos de Emma se hicieron más cortos, más agudos y más constantes, que, a la penetración rápida y los lengüetazos sin piedad de Sophia, se convirtieron en un gemido extenso de doce segundos exactos, en los que Emma estrujó, con su vagina, los dedos de Sophia, los cuales, al salir de aquella cavidad, todavía con dificultades Emma para respirar, sacaron un orgasmo precioso que Sophia no supo más que devorar ávidamente.

 

- Ciao, Principessa- saludó Emma a Sophia, con una sonrisa de oreja a oreja, estado de la resaca: inexistente.

 

- Tú brillas después de que te corres- sonrió, subiendo con besos hasta sus labios para darle su beso de “hola”, pues era más apropiado dado a que no sabían la hora. Emma se sonrojó. Sophia fundió a Emma en un beso, en el que no sólo succionaban vacíamente sus cavidades bucales, sino que apretujaban una nariz contra la otra, introducían una lengua para que la otra la acariciara con la suya, hasta hubo un momento en el que Emma pretendió introducir su lengua en la boca de Sophia pero ella se retiró un poco y atrapó la lengua de su novia entre sus labios; algo que a muchos les podría dar asco pero que a Emma y a Sophia les pareció sexy y hasta juguetón.

 

- ¿Me ayudas a salir de este desastre?- rió Emma, refiriéndose a los elásticos y tirantes de su sostén y a su camisa.

 

- Dios, a veces eres una desesperada- sonrió Sophia, sacándola de aquel desastre. – Ahora sí…

 

- Ah-ah-aah- dijo, como para detener lo que Sophia estaba a punto de decir, poniendo su dedo índice sobre sus labios. – En cuatro…pero sin ropa- sonrió, sonrojando a Sophia y ahogándola en un quejido sexual causado por aquellas palabras exhortativas.

 

- Sólo déjame probar tus pezones, ¿sí? – sonrió, sólo para que un halo se le dibujara sobre su cabeza. Emma: corrompida.

 

Sophia bajó a sus pezones para probar aquel lubricante esparcido ya seco, halando un tanto fuerte entre sus dientes cada pezón, haciendo que Emma jadeara entre dientes un “more” una y otra vez hasta que logró recuperar la claridad mental y le acordó a Sophia lo que debía hacer. Le quitó su camisa roja desmangada, dejando en libertad aquellos senos con ese par de pezones rosado claro. Emma la tumbó de espaldas a la cama, a aquella diminuta cama, quedando Sophia casi al borde de ella mientras Emma le quitaba sus leggings negros junto con esa tanga roja que, a pesar de que estaba muy sexy, le molestaba. Sophia se colocó en cuatro, dándole su trasero a Emma mientras Emma se quitaba aquel retazo de tela elástica; que un pañuelo tenía mayor dimensión..

 

- ¿Sabes lo que me encanta tu trasero?- murmuró Emma, acariciándolo con sus manos mientras se colocaba entre sus piernas y rozaba su pelvis contra su trasero.

 

- Show me how much you like it- sonrió Sophia, provocándola, haciéndose hacia atrás para chocar con su pelvis. Era como un juego, un juego sensual y divertido. Emma gimió. Siguió acariciando su trasero con sus tibias manos, apretándolo un poco cada glúteo, clavándole sus cortas y manicuradas uñas un poquito. – Hmmm…- ronroneaba Sophia a cada choque que daba contra la pelvis de su mujer. – Una nalgadita cariñosa- susurró, acordándose de que Emma había accedido a dársela. Y se la dio, como con top spin, acariciando luego donde había dado la nalgada y se inclinó para besarlo. – Una nalgadita sexy- dijo entre dientes, sintiendo sus jugos inundarle su cavidad.

 

Y la nalgadita sexy fue, con la mano derecha al glúteo izquierdo, de arriba abajo para tomar el glúteo en su mano, haciendo que Sophia gimiera más. Emma sintió los jugos de Sophia esparcirse por su entrepierna, ese calor que emanaba, ese brillo que la embadurnaba a ella también. Emma se recostó suavemente sobre la espalda esbelta de Sophia, clavándole sus pezones, abrazándola por los costados y tomando sus senos, todavía no se despegaba de su trasero. Le besaba y le mordía los hombros mientras hacía un movimiento circular contra su trasero, ambas gemían calladamente por el roce, era como una conversación sensual entre los gemidos; Emma gemía para Sophia a su oído y Sophia se rendía ante la combinación de los suyos y los de su mujer. Emma se irguió y, de un golpe, embistió a Sophia un tanto fuerte, era como una embestida viril y excitada pero sin penetración, que sólo el sonido del choque de aquellas pieles, hizo a Sophia gemir y agachar su cabeza con ojos cerrados.

 

- Me estás torturando, mi amor- murmuró, sentándose sobre la cama y viendo a Emma en su esplendor, erguida sobre sus rodillas, con sus senos reposando perfectamente en su pecho, sus pezones encogidos al máximo y erectos, sus curvas femeninas en su tersa piel. – Tú eres una tortura- rió, comiéndosela con la mirada mientras Emma mordía su dedo índice derecho con picardía.

 

- Quiero intentar algo- dijo, con aquella sonrisa infantil y divertida. Tomó a Sophia de los brazos y la puso de pie, viendo hacia la ventana, de espaldas a la cama, con las piernas abiertas. Emma se acostó y sacó su cabeza por entre las piernas de Sophia, viendo la entrepierna de su novia en completo zoom-in. – Flexiona un poco, siéntate sobre mi pecho si quieres- dijo, tomándola por las caderas con sus manos y trayéndola hacia ella, clavándole su lengua de sorpresa en su hendidura, la cual estaba inundada de lubricante alla Rialto; tanto que la barbilla de Emma se empapó enseguida.

 

Sophia, que se apoyaba del suelo con sus pies, sentía sus piernas debilitarse cada vez más con cada lametón de Emma, y es que era esa eternidad sin sexo; todo tan intenso, con ese deseo que era capaz de poseerla para correrse en cuestión de nada. Emma, intentando torturarla, mordió sus labios mayores como pudo, provocando un grito en Sophia, un grito que casi hace que Emma se corriera repentinamente. Haló más a Sophia hasta sentarla sobre su pecho y parte de su cuello. A Emma le dolía un poco el cuello, pero su orgullo no la dejaba, tenía que hacer que Sophia se corriera sí…o sí. Escabullendo su dedo por entre su cuello y el muslo de Sophia, consiguió meter su dedo del medio, recto y hasta el fondo, en su vagina, haciendo de Sophia un orgasmo tembloroso con piernas que se aferró de la cabeza de Emma mientras se corría, de manera literal, en su boca.

 

- Ven aquí, que quiero torturarte- dijo entre jadeos de intentar recuperar su respiración.

 

- Será un hermoso y literal placer- rió mientras Sophia se retiraba y esperaba a que Emma se colocara en cuatro sobre la cama, viendo, de igual manera, hacia la ventana.

 

Sophia acaricio la minúscula espalda de Emma con sus uñas, recorriéndola desde media espalda hasta su trasero, tomándola rígidamente por las caderas y embistiéndola un tan sola vez, que Emma gimió falsa y exageradamente para hacer reír a Sophia. Las siguientes embestidas fueron iguales, con gemidos graciosos, pero, después de unas cuantas embestidas, aquellos gemidos, jadeos y respiraciones cortadas y pesadas no eran de chiste, eran de placer y lujuria.

 

- Voy a hacer que te corras- rió Sophia, notando a Emma rendirse ante el placer de aquellas embestidas. Fue cuando sucedió lo que a Sophia más le impresionó en Emma.

 

- Nalgadita cariñosa, por favor…- suspiró al contacto de una embestida. Sophia no sabía si dársela o no, simplemente no despegaba sus manos de sus caderas. – Por favor…- gimió con la siguiente embestida lésbica que le daba más placer que aquellas veces que Fred o Marco la habían embestido de esa manera.

 

Y Sophia despegó su mano derecha de la cadera de Emma para darle una palmadita a su trasero; a su glúteo izquierdo, que hizo que Emma balbuceara, sorpresivamente, un “harder”. Sophia despegó nuevamente su mano y la dejó caer con más fuerza. Emma gimió.

 

- Harder, baby…- murmuró, tomando su seno izquierdo con su mano derecha, sosteniéndose sólo con sus rodillas y su brazo izquierdo.

 

Sophia la embistió unos momentos más, Emma estaba al borde del orgasmo creado puramente a base de erotismo y sensaciones perdidas. Sophia le soltó una nalgadita sexy, así como la que Emma le había dado unos momentos atrás. Emma cayó con su cara sobre la cama, apretando fuertemente sus senos en sus manos, gruñendo con cada embestida sensualmente agresiva de Sophia. Enterró su cara en las sábanas flojas y, mordiéndolas con fuerza, gimió entre sus blancos dientes, deteniéndose de los bordes de madera de la cama, mientras Sophia la embestía por última vez de un movimiento plano y recto, directo a encajar su pelvis con el trasero de Emma, haciendo, de la fuerza, que aquel músculo tonificado temblara por primera vez en su existencia.

 

- Mi amor, voy al baño, ¿vas a ver si Emma y Sophia ya están despiertas?- murmuró Natasha, bajándose de Phillip después de una cabalgada sensual, tal y como a Phillip le gustaba ver a su mujer; meciéndose de adelante hacia atrás mientras rozaba su G-Spot con su adjunción erecta, para que luego lo cabalgara y viera cómo su rostro gritaba placer y sus senos subían y bajaban de una sensual y elegante manera hasta fundirse en un orgasmo conjunto, agotador y placentero.

 

- Natasha…la última vez que me mandaste a ver si estaban despiertas fue después de Año Nuevo en el bote…y estaban desnudas…yo no quiero volver a ver eso- se sonrojó, sentándose sobre la cama todavía con espasmos en su miembro que trataba de aplacar.

 

- I’m peeing!- gritó Natasha, haciéndole saber a Phillip que debía ir: sí, o sí.

 

- I’m going, woman!- rió, subiendo sus pantalones de pijama para ir en busca de aquel par de mujeres.

 

Sophia se despegó para besar aquel trasero, al que le había pegado tres veces a petición de Emma. Y besó exactamente por donde su mano había aterrizado, podía notar levemente la marca de lo rojo contrastando la piel blanca de su novia, la mujer que todavía jadeaba en intimidad con el colchón de aquella cama universitaria.

 

- Dios mío, que no me las encuentre en pelotas…ten piedad de mí, Señor, oh Dios mío- rezó para sí mismo mientras subía los últimos escalones y se incorporaba al pasillo. No escuchaba nada proviniendo de la habitación. Abrió la puerta en silencio por si todavía estaban dormidas y caminó lentamente para doblar en “U” hasta la cama.

 

Emma se irguió poco a poco, siendo recorrida por las manos de Sophia, quien la abrazaba por su espalda y paseaba sus manos por su torso, acariciando sus senos y su vulva mientras ella se ladeaba un poco con su torso para recibir un beso de Sophia mientras ahogaba un suspiro en sus labios por el roce de sus dedos en su clítoris. La mano de Emma detenía el rostro de Sophia por su mejilla para no despegarse de sus labios, la posición era incómoda.

 

Phillip, ante aquella erótica escena, no sólo sintió la necesidad de violar a Natasha, sino de reventarle en un enojo impotente, porque era imposible enojarse con su perfecta prometida. Y la imagen de Sophia besando a Emma y recorriendo su cuerpo, dándole placer, ver cómo su hermanita de corazón/adoptiva estaba abusando del cuerpo desnudo de Emma, que debía aceptar que era no-apto-para-cardíacos, aunque el de Natasha le gustaba más, tenía más, era excitante. Pero la escena le perturbaba, no le daba asco, simplemente sentía como si hubiera descubierto a sus papás en eso, cosa que si le daba asco; simplemente le daba pena, y no ajena.

 

- ¿Estaban despiertas?- preguntó Natasha al ver que Phillip entraba rascándose la barba.

 

- No, siguen dormidas- sonrió, tapando el sol con un dedo y tomando a Natasha por la cintura. - ¿Cómo se van a llamar, Señora Noltenius?- murmuró, dándole besos al vientre de Natasha.

 

- No te adelantes, guapo- sonrió Natasha, peinando aquella cabellera negra y sedosa con sus dedos. – ¿Te gustaría honrar a tus papás con los nombres de nuestros hijos?

 

- ¿Y que haya un Phillip Charles Noltenius III? No, gracias…menos mal no me llamaron “Junior”- rió, paseando su mano por aquel vientre plano que respondía cosquillosamente ante su tacto.

 

- Bien, a  mí tampoco me interesa- rió, pensando más en sus suegros que en sus papás. – Me gusta el nombre “Emma”- sonrió, sonrojada y obteniendo la mirada gris de Phillip en la suya. – Y “Elena” también…- Ambos sonrieron, estando de acuerdo y se levantaron para meterse a la ducha, en donde Natasha no se salvaría de la evidente erección repentina de Phillip, cosa que pasaba por primera vez: Phillip apto para dos eyaculaciones seguidas y en cuestión de menos de cinco minutos.

 

- Ahora sí has abusado de mí- rió Emma, abrazando a Sophia por su abdomen después de aquel magno y erótico orgasmo que había sido sólo por roce.

 

- La que te espera en la noche, mi amor- bromeó Sophia, besando a Emma en sus labios.

 

- Can’t wait- rió, rozando su nariz contra la de Sophia. - ¿Me acompañas a la ducha?

 

- ¿Siesta de quince minutos?- rió a través de su nariz, aferrándose a Emma, tomándola por sus senos. – Vamos…besaré tus pezones si te quedas- sonrió, qué chantaje.

 

- Suena tentador, pero me tengo que levantar, ya casi no hay sol y quizás Natasha y Phillip ya se despertaron y están sin hacer nada, seré una mala anfitriona

 

- Está bien…sólo déjame morderlos dos segunditos- y Emma pasó sus brazos por detrás de su cabeza, ofreciéndole sus pezones a Sophia, quien los acariciaba con cariño con su lengua y sus dientes, mordiéndolos tal y como a Emma le gustaba. – There…yo dormiré en lo que tú te duchas

 

Y así fue, Emma se dio una ducha de cinco minutos, no dejando que Sophia durmiera tanto, pues sino no la podría despertar. Se deslizó en los mismos jeans, habiéndose antes metido en una tanga Benetton, se colocó su cinturón Prada café, su sostén blanco y se abotonó su blusa khaki de lino para meterla dentro de su jeans y luego deslizarse en unas Ballerinas Lanvin de gamusa beige y de piel de lagartija en tonos beige y café en la punta. Bajó mientras Sophia se metía a la ducha y, escuchando que el agua corría en el baño de la habitación de huéspedes, se dirigió a la terraza a jugar con Piccolo. Lanzaba la bola, a veces no la lanzaba pero engañaba a aquel Weimaraner que se emocionaba sólo con verla. Escuchó un auto correr por sobre la grava de la entrada de la casa y, acompañada por Piccolo, se asomó a la puerta para recibir a Sara porque habían quedado de que Natasha y Phillip se irían con ella para que ella y Sophia fueran a por Camilla; la mamá de Sophia.

 

- Emma, Tesoro!- dijo la voz grave de Franco mientras se bajaba del auto.

 

- ¿Qué haces aquí?- murmuró con mirada escéptica.

 

- He venido a saludarte- dijo, abriendo sus brazos para abrazar a su hija, dándose cuenta que Piccolo le gruñía. Aquel Weimaraner no era el “Perro de Pavlov”, el de aquel experimento de condicionamiento clásico en la Psicología, sino era el “Perro de Pavlovic”, una versión más moderna y con múltiples aspectos a los que lo había condicionado y adiestrado.

 

- Pasa adelante- dijo, muy molesta y dándose la vuelta para evadir el abrazo. Piccolo dejó que Franco pasara adelante, siguiéndolo por la espalda para cuidar de Emma, un verdadero protector. - ¿Cómo supiste que venía?- preguntó, haciéndolo pasar a la cocina.

 

- Emma, yo lo sé todo- sonrió, con aquella sonrisa un tanto retorcida y abriendo sus brazos como diciendo “Yo, Todopoderoso…Sabelotodo”.

 

- ¿Quieres algo de tomar?- “La educación ante todo, Emma.” Chasqueó sus dedos para que Piccolo no se moviera, vigilando a Franco desde un costado de los gabinetes, atento a cada movimiento.

 

- Sí, un café estaría bien- se sentó en la silla pegada a la ventana, la que daba al parqueo, frente a la mesa del comedor dentro de aquella hermosa cocina, la parte que no se veía desde la puerta. Piccolo se sentó.

 

- ¿Cómo supiste que venía?- repitió, dándole la espalda y tomando la cafetera del agarradero con fuerzas mientras la desenroscaba para verterle agua y luego colmarla del café que molería a continuación. Franco suspiró. – Me enoja que me acoses…no, no es enojo…me pone furiosa…- dijo, encendiendo de golpe el molino del café, que sonaba tan fuerte como lo que Emma sentía correrle por las venas. - ¿Quieres que crea que lo de la Plaza fue coincidencia?

 

- Nunca me dices nada, no me dices si vienes o cuándo vienes, no te comunicas conmigo…necesito saber que estás bien, eres mi hija- dijo en cuanto Emma terminó de moler el café.

 

- ¿Entonces me tienes vigilada? ¿Quién me vigila?- preguntó. – Voy a ponerte una demanda, y a esa persona también…

 

- Emma, tranquila, sólo veo los movimientos de tus tarjetas de crédito y de débito, y vi que habías comprado boletos para Roma, nadie te vigila- dijo, sacando la cajetilla de Marlboro clásicos, sabiendo que eran los que a Emma le gustaban aunque a él le gustaran los Camel Silver.

 

- Tienes que dejar de hacer eso, me incomoda, no es tu dinero, es mío…además, ¿cómo las vigilas?

 

- Tengo conectes- sonrió, abriendo la cajetilla y ofreciéndole uno a Emma, a lo que Emma se negó con la cabeza y se volvió a la cafetera, como si con la mirada la calentara más rápido. - ¿Ya no fumas?

 

- Fumo Light…- dijo, respirando hondo, contando hasta cinco entre cada respiración.

 

- Entiendo…- “A su novio le gustan los Light…no es tan hombrecito entonces”.- ¿Por qué eres tan cortante conmigo? Sólo te he venido a saludar…

 

- Ay, por favor, no seas tan cínico- siseó, viéndolo de reojo sobre su hombro izquierdo, viendo que llevaba el encendedor hacia el cigarrillo. – No fumes aquí adentro, odio el olor impregnado en un lugar tan sagrado como la cocina.

 

- Eres igual a tu madre- dijo, retirando el encendedor y despegando el cigarrillo de sus labios para guardarlo en el bolsillo de su chaqueta. – Todos los detallitos, que el olor aquí, la textura allá, la barba muy larga, toda llena de cosas que sólo te estresan- se aflojó el cuello de la camisa y la corbata.

 

- Gracias a Dios soy como ella, “llena de cosas que me estresan”…no como tú…

 

- ¿Qué se supone que significa eso?- rió, con una carcajada cínica. Y al fin, la cafetera estaba hirviendo, así como el temperamento de Emma, quien se repetía el mantra de “don’t play that game…breathe in, breathe out”.

 

- Vamos, tú sabes lo que eso significa…- murmuró, abriendo un gabinete superior para sacar una taza negra, “como tu consciencia si es que tienes una”.

 

- Cambiando el tema- sonrió, peinándose hacia atrás, mostrando sus entradas calvas. – ¿Algún novio del que yo no sepa?

 

- ¿Por qué tengo que darte explicaciones?

 

- Compraste dos boletos para múltiples destinos, ¿a caso Phillip está en bancarrota que no puede comprarse él sus boletos?

 

- Te repito, ¿por qué tengo que darte explicaciones?

 

- Porque soy tu papá- gruñó, dándole un golpe a la mesa con su puño, evocando en Emma aquella sensación inquietante, aflorando aquel miedo que tenía más de diez años de no sentir, derramando un poco de café sobre la encimera, cosa que a Franco le molestaba; la torpeza en las mujeres, más en su descendencia, en la niña de sus ojos que siempre quiso que fuera perfecta, o, bueno, lo que él creía que era perfecto. Piccolo se irguió en cuatro patas y se posicionó.

 

- Ya no soy una niña- gruñó Emma de regreso, tomando valor a partir de lo que los dividía; la mesa del comedor, un espacio vacío, y los gabinetes, más Piccolo, a quien lo había detenido con otro chasquido.

 

- Tampoco actúas como una adulta, Emma- sus ojos eran profundos y llenos de rabia.

 

- Y tú sí sabes qué es actuar como un adulto…- rió, provocándolo con toda la intención del mundo.

 

- Tú crees que por tener veinticinco años eres toda una adulta que toma sus propias decisiones- dijo, poniéndose de pie, intimidando a Emma. Piccolo gruñó, mostrándole los afilados dientes que podían hacer daño, cuando en realidad hacían cosquillas.  

 

- Error número uno, dos puntos: tengo veintiocho, Señor Papá- dijo, poniéndole énfasis al parentesco, como si fuera automáticamente que, por ser su papá, sabría su edad. – Error número dos, dos puntos: tomo mis propias decisiones, error número tres, dos puntos: venir aquí cuando sabes que no tenemos nada que hablar, desde nunca y para siempre y, error número cuatro, dos puntos: para que veas que tomo mis propias decisiones – dijo, retomando su valor y la taza de café caliente en su mano. – No cuestiones mi libre albedrío- sonrió, vertiendo el café por toda la encimera. – Que prefiero ser hija de Tío Salvatore y tener un papá alcohólico a un papá…- dijo, apoyándose con sus manos tiradas hacia los lados sobre la encimera llena de café y viéndolo a los ojos con mirada penetrante.

 

- ¿A un papá qué?- gruñó, dando un paso hacia adelante pero manteniendo sus manos en sus bolsillos pero apuñándolas. Se detuvo porque Piccolo le volvió a gruñir. Emma suspiró y agachó la mirada para calmarse, en realidad agachó la cabeza, sacudiéndola de lado a lado, como aflojando su cuello. Chasqueó sus dedos.

 

- Mi amor, aquí estás- interrumpió Sophia, no viendo que ahí estaba Franco, pues desde afuera de la puerta no se veía. Emma la volvió a ver sin color en su rostro, con los ojos casi blancos, a punto de desmayarse.

 

- ¿Mi amor?- se repitió Franco en aquella voz de ultratumba, haciendo que Sophia diera un respingo del susto. - ¡¿Mi amor?!- gritó para Emma, buscando su mirada transparente y vulnerable. Piccolo ladró ante aquel grito.

 

- Suegro, diría “mucho gusto”, pero mis papás me enseñaron a no decir mentiras- gruñó Sophia, sabiendo quién era él en el momento en el que lo había visto. Caminó hacia Emma y la tomó por los hombros, sintiendo su piel cubierta de un sudor frío. Emma murmuró un “stare” casi mudo para Piccolo, quien dejó de ladrar pero continuó gruñendo, siguiendo con la mirada a aquel hombre.

 

- ¡¿Quién coño eres tú?!- gritó, haciendo que Emma cerrara los ojos como de un dolor penetrante.

 

- ¿Quién coño pregunta?- gruñó Sophia, dándole un latigazo con su mirada celeste: “Two can play this game”. Franco caminó hacia ellas, Emma lo veía como en cámara lenta. – Ni se le ocurra…- murmuró, en un tono exhortativo y abrazando a Emma. Piccolo se interpuso entre él y los gabinetes. Sophia tomó el rostro de Emma en sus manos y le plantó un beso en sus labios, cosa que Emma creyó que estaba totalmente mal, pero la hizo sentir tan bien en aquel momento; Sophia la estaba protegiendo, igual que Piccolo. La respiración de Franco era pesada y profunda, como la de un toro justo antes de un encierro.

 

- ¿A qué hora nos vamos?- irrumpió Phillip en la cocina, sintiendo la tensión entre aquellas tres personas; dos lados, y el Can. – Franco- sonrió, alcanzándole la mano a Franco para estrechársela. Mientras, Sophia le susurraba a Emma un “todo va a estar bien, tranquila”.

 

- Phillip- balbuceó, tomando la mano de Phillip con fuerza bruta, haciendo que Phillip se quejara mudamente de aquella fuerza. – Me voy.- dijo, a secas, tomando la cajetilla de cigarrillos y encendiendo un cigarrillo en la cocina. – El libre albedrío- rió cínicamente cerrando la puerta principal de golpe. Piccolo lo siguió, cerciorándose de que realmente saliera de la casa, luego se dirigió a la cocina sólo para ver si Emma estaba bien, para pasar de largo e ir a echarse nuevamente al jardín.

 

- ¿Estás bien?- murmuró Sophia, abrazando a Emma en puntillas. Emma sólo suspiró y asintió. - ¿Dónde hay para limpiar eso? – susurró, tratando de evitar sus manos pasar por la cicatriz de su espalda. 

 

- I’ve got it- murmuró Phillip, paseando ya un paño absorbente por el café para escurrirlo en el lavabo y de nuevo. Vio que Sophia se llevó a Emma hacia el jardín, pero no preguntó nada, simplemente se ahogó en su sinfín de preguntas, que a la larga pudo contestarse un poco. “El Señor es un violento verbal y físico, con razón no habla de él, su relación con él…es que no tienen una relación”.

 

- Mi amor…- murmuró Sophia, siendo seguida por Piccolo, quien agitaba su cola de lado a lado mientras Emma tomaba la bola de tennis en su mano. – Háblame…por favor…

 

- No sé si enojarme por lo que hiciste o arrodillarme y pedirte que te cases conmigo- sonrió, tirando aquella bola babeada por lo infinito del jardín, que en algún momento se convertía en pared de hiedra que subía hasta el parqueo de grava. Sophia tragó duro pero pudo sonreír.

 

- Si algún día lo haces…sólo no te arrodilles, que tú y yo no estamos para convencionalismos- sonrió, tomando a Emma por la cintura y metiendo sus manos por debajo de su camisa. Emma rió por su nariz; ese sonido angelical que a Sophia le encantaba en Emma. – Por cierto…nunca te imaginé así de…relajada- dijo, refiriéndose a su vestimenta.

 

- Vacaciones son vacaciones…del trabajo, de la ropa, de los zapatos…¿no te gusta?

 

- Si me gusta…te ves más civil, más normal…- y la soltó únicamente para que recogiera la bola y la arrojara esta vez hacia abajo; hacia la piscina, realmente cayó en la piscina, haciendo que Piccolo corriera y saltara el murillo de piedra, cayendo en la pérgola y luego zambulléndose en la piscina.

 

- ¿Te parezco anormal?

 

- Sólo intimidante…al menos esa fue la impresión que me diste en Duane & Reade la primera vez que te vi…

 

- ¿Intimidante?- rió, nuevamente a través de su nariz, recostándose un poco en Sophia; su espalda contra su pecho, estrujándole sus senos que, al tacto, supo que no llevaba sostén.

 

- Sofisticada, sin rastro de una sonrisa, con temple de autoridad suprema…como si pudieras tener el control de todo lo que pasaba alrededor tuyo, te vi como si fueras la versión femenina de Donald Trump

 

- Si fuera Donald Trump…te daré la respuesta de Doña Carmen- rió, como acordándose de algo realmente gracioso. – Tomaría todo su dinero y lo donaría a los resentidos, a los despechados y a los inconformes- rió, abrazando a Sophia con su brazo desde atrás, haciendo metamorfosis en la posición. Sophia sólo rió por las ocurrencias de la amiga de su suegra. - ¿Vamos por tu mamá?

 

Justo cuando Emma le abría la puerta del copiloto a Sophia, para que subiera al auto, Sara llegó, se notaba como si tuviera prisa. Detuvo el auto y, sin apagarlo, se bajó de él, dejando las luces encendidas. Caminó frenéticamente hacia Emma con expresión de preocupación y, Emma, escéptica, la vio abrazarla de golpe.

 

- Tesoro, ¿estás bien?- susurró, viendo que Phillip y Natasha estaban parados a la puerta tratando de no espiar la conversación. Emma asintió. – Vi el Alfa en el camino…¿Te…hizo algo?

 

- No, no hizo nada, no te preocupes- sonrió, tomando la mano de Sara que estaba acariciando su mejilla y en la suya. – Te veo en Sparita en cuarenta y cinco, ¿si?- murmuró, dándole un abrazo.

 

- Ahorita salgo para allá. Te ves muy guapa- sonrió, con esos ojos maternales que sólo con Emma había podido utilizar.

 

Sara se dirigió hacia sus invitados, que debía aceptar que le caían muy bien, en especial Natasha; era muy parecida a Emma, pero Phillip no se quedaba atrás; tenía, más o menos, la edad de Marco, y era todo lo que habría querido de su hijo: misma profesión, buenos modales, cariñoso, educado, atento, gracioso y transpiraba respeto hacia Natasha, hacia cualquier mujer en realidad.

 

- ¿Por qué tu hermana no vive aquí?- preguntó Sophia mientras Emma conducía, un tanto con cautela, por Castel Gandolfo, pues no había mucha iluminación todavía.

 

- Se casó a principios del año pasado con un Platón- rió fuertemente, cosa que Sophia no entendió. – Sí, mi amor, mi hermana se fue en un crucero por el Mediterráneo para Navidad, conoció a un griego de nombre Stavros, y no Niarchos, estudiante de Filosofía Griega…un Platón- y ambas se rieron. – Viven en Trípoli

 

- ¿Por qué no la invitas? De igual forma, es por cortesía…

 

- Sí, le voy a decir, por cortesía…- murmuró, viendo hacia los lados para incorporarse a la vía principal. – Oye…por cierto…”¿quién coño pregunta?”- rió a carcajadas.

 

- Me salió de la nada…lo siento- se disculpó, bajando la mirada mientras peinaba su flequillo detrás de su oreja.

 

- No lo sientas…me encanta cómo te defiendes- sonrió, acercándose a Sophia, sin quitar los ojos de la vía, y dándole un beso a Sophia en el ángulo de sus labios. – Tu hermana vive en Atenas, ¿no?

 

- Sí- susurró con una leve sonrisa, ladeada hacia el lado izquierdo. - ¿Por qué?

 

- Sé que tu cumpleaños es hasta que regresemos pero quizás podríamos celebrarlo en Grecia…con tu hermana

 

- ¿Qué me vas a regalar para mi cumpleaños?- preguntó, pensando en que Emma no se regalaría porque sería “plagio”.

 

- ¿Qué quieres que te regale? Así me aseguro de que te guste- sonrió, aumentando la velocidad para acortar el tiempo.

 

- Quiero una botella de Bollinger y unos Ravioli hechos por tí- murmuró, desvaneciendo su voz.

 

- ¿Algo más?

 

- Sí…quiero que me des nalgaditas ricas como las que me diste hace rato…- se sonrojó, sintiendo que el asiento la hacía hundirse en él. Emma emitió un “mjm” con la garganta mientras hacía una nota mental. – Y quiero un striptease con “Let’s Get it On” de fondo- rió.

 

- ¿Es en serio?- Emma estaba boquiabierta.

 

- ¿Te parece broma?

 

- Pues, te reíste…

 

- Pues no, quiero un Striptease… con ropa de trabajo…que me bailes sexy… que me bañes en Bollinger…y luego… bebas de mi cuerpo…- el tono era sexy, fiero, hasta cierto punto gracioso pero serio, mientras, Sophia caminaba con sus dedos, paso a paso, por el brazo de Emma, que se aferraba más al volante. – Y luego me das de comer de los Ravioli- rió.

 

- Tienes una mente muy retorcida…¿eso quieres?- rió, nerviosa por los dedos de Sophia. Sophia rió nerviosamente, quedándose en silencio un momento. – Amor…

 

- No, sólo quiero una cena tranquila en tu apartamento, con tus Ravioli de Ricotta al burro con Parmigiano Reggiano y aroma a limón…- murmuró, sabiendo que Emma no le haría lo otro, así fuera por complacerlo, más no sabía lo equivocada que estaba.

 

- Tus deseos son órdenes, mi amor- sonrió Emma, pensando ya en qué se pondría ese día para hacerlo sexy. – Y es “nuestro” apartamento…- le tomó la mano a Sophia.

 

Hablaron sobre Irene, la hermana de Sophia, quien era nueve años menor que ella, apenas empezaba a estudiar Economía en la Universidad de Atenas. Cuando sus papás se divorciaron hacía sólo un año, Talos había ganado la Patria Potestad de Irene contra Camilla, pues Camilla no tenía trabajo y él sí, a Irene le faltaba medio semestre en la escuela y no dieron explicaciones de por qué Talos no podía pagar manutención a Camilla; Sophia alegaba que había sobornado al juez, que era probable. Luego, Camilla apeló la decisión del juez, pero Talos usó el arma mortal: el dinero, y le dijo a Irene que, si se iba con Camilla, la dejaría sin un centavo, lo mismo cuando Sophia le dijo que se quitaría su apellido, a Sophia no le importó, pues ya había estudiado y, aunque no tenía trabajo, podía trabajar de algo mientras tanto, pero Irene vio los estudios como algo primordial y decidió quedarse con Talos y, esperando poder estudiar Farmacia, la obligó a estudiar Economía mientras dependiera de él. Justo en ese momento, Emma le iba a decir a Sophia que por qué no llegaba Irene a Mýkonos, de paso se le había ocurrido, tras escuchar lo de sus estudios, que, con mucho cuidado, abordaría el tema de un financiamiento.

 

Saludaron a Camilla con un abrazo y Emma, no sabiendo exactamente cómo solucionar lo de los asientos dentro del auto, le dio las llaves a Sophia para que Camilla se sentara al copiloto y ella atrás. Emma confiaba en Sophia, sino ahí estaba la prueba; le había dado las llaves del Jaguar y había dejado que condujera aquella menuda máquina tecnológica que, aún para ser de hacía 3 años, iba más allá de lo que Sophia lograba entender en un auto. Emma sólo interrumpía la plática para indicarle por dónde irse: Via Cavour, incorporarse a la Via dei Fori Imperiali, tomar la rotonda, tomar la Via di San Gregorio, para luego doblar a la derecha a la Via del Circo Massimo, tomando el Ponte Palatino, Porto di Ripa Grande hasta Via del Porto y aparcar el auto.

 

Sophia le entregó las llaves de aquella nave espacial a Emma y, en lo que su mamá se bajaba del auto, le plantó un beso corto en sus labios en agradecimiento por la confianza, pues, el día anterior, Phillip le había preguntado a Emma si lo dejaría manejarlo, Emma se negó; dijo que no le tenía fe a un “americano” conduciendo por las calles de Roma, que el mundo era distinto a como él se lo imaginaba en una vía romana. Sophia tomó a Emma de la mano y, dándole la mirada de “no te preocupes, todo estará bien”, escoltaron a Camilla al interior de “Roma Sparita”, en donde Sara, hecha una lágrima de risa con aquellos futuros esposos, admiró que Phillip, al ver que las féminas entraban, se ponía de pie para recibirlas.

 

- I certainly know you two- sonrió Camilla, apuntando a Phillip y a Natasha, pues ellos las habían ido a dejar al JFK en diciembre. Los abrazó con una sonrisa, pues eran los amigos de Sophia y más a Phillip, que Sophia le contaba la clase de buen hombre que era, que era como su hermano, un muy buen amigo. De Natasha no se diga, Camilla sólo tenía sus reservas con ella en cuanto a su excéntrico guardarropa pues, aquel día, Natasha vestía un suéter de estampado de cebra, unos jeans ajustados que se escondían entre sus zapatillas blancas deportivas y de invierno Gucci, encima un abrigo café con aplicaciones de cuero; toda una extravagancia, pero era sólo que Natasha había sido sacada de la cama en modo post-coital, con Phillip apresurándola para que bajaran al auto para ir a traer a Sophia y a su mamá, que se le acababa de ocurrir; pues no pagarían los $70 de Taxi por ser Navidad: se puso lo primero que vio. Ahora vestía una camisa, literalmente Polo, gris con coderas de cuero café y los botones abiertos revelando sólo lo suficiente de escote, pantaloncillos khaki hasta por arriba de la rodilla y zapatillas azul marino a rayas blancas horizontales; estilo alpargatas, las favoritas de la tía Carmen. - E io ti conosco- dijo, viendo a Sara a los ojos con una sonrisa luego de haber abrazado a Natasha en aprobación por su vestimenta, “al fin algo normal”.

 

- ¿Se conocen?- corearon Sophia y Emma, viéndolas sonreírse mutuamente y dándose un beso en cada mejilla.

 

- Estuvimos en la creación del seminario de organización de espacios- sonrió Sara. Emma y Sophia respiraron de alivio. – El Vaticano es de los mayores promotores de curación- dijo, acoplándose al asentimiento de Camilla.

 

Aquella cena, que estaba destinada a ser un dolor de parto sin epidural, como Emma y Sophia la habían esperado, fue rara en el sentido de que Sara y Camilla conversaban entre ellas y los cuatro jóvenes entre ellos, como si fuera de aquellos almuerzos a los que acompañaban a sus madres. Todavía quedaban tres días en aquella histórica ciudad y los tragos más duros de pasar ya habían sido superados, pues aquella cena, durante el postre y el café, hablaron entre los seis, riéndose sobre historias penosas de Sophia y Emma; esas que sólo sirven para avergonzar en público.  Y, a costillas de las dignidades rotas ahí presentes, la cena concluyó sin ningún estrago, más que el broche de oro: Llevaron la cuenta a la mesa y Phillip y Emma se vieron a los ojos y ambos tomaron la carpeta al mismo tiempo, arrebatándosela, dando un espectáculo; nunca nadie en “Roma Sparita” se había peleado por pagar, cosa que le dio mucha risa a los demás clientes y a los meseros. Aquella riña por pagar fue, nuevamente, aplacada por Sophia, quien se puso de pie y les arrebató la carpeta.

 

- Tenemos que dejar de pelear, siempre nos gana la cuenta- rió Phillip. – La próxima, te ruego, que me dejes pagar- dijo, juntando sus manos a manera de plegaria religiosa.

 

- Si me hubieras dejado pagar, eso no hubiera pasado- dijo, sacando su lengua y dándose actitud pública de niña pequeña.

 

Sara y Camilla sólo se reían; la habían pasado alegre y tampoco había sido tan difícil para ellas pasar vivas la noche; no era fácil ver cómo Emma y Sophia se tomaban de la mano, o cómo se veían a los ojos; con esa ternura, ese cariño, unas ganas incontenibles de besarse pero que, por respeto a ellas mismas y al resto, no lo hacían. Ver cómo Sophia veía a Emma, con esa sonrisa imborrable, o cómo Emma le daba bocados a Sophia, cosa que Emma nunca había hecho con alguien, no era de las que compartía su comida, menos de su mismo tenedor; cuestiones higiénicas ante todo, tal vez era sólo que Franco tenía la mala costumbre de tomar su tenedor y comer un poco de su comida sin pedirle permiso o preguntarle si podía tomar un poco. Y Sara no podía notar lo que Camilla sí, el cambio en su hija, tanto físico como mental y emocional.

 

Sophia estaba un tanto más delgada, sus ojos brillaban al igual que su cabello y su piel, su sonrisa era sin esfuerzos, se veía sin preocupaciones, perfectamente manicurada, con sus muñecas adornadas por los regalos de Emma; en la muñeca derecha la pulsera Pandora con la que Emma le había notificado la entrega de su corazón y una Harry Winston de platino que encerraba treinta y seis diamantes en fila, en la izquierda un Rolex color plateado, no sabía si acero inoxidable, oro blanco o platino, pero se veía sencillo, bueno, “sencillo”. Su vestimenta no había cambiado mucho, bueno, sólo en estilo no mucho, porque seguramente la misma camisa que alguna vez se había comprado en Banana Republic se la podía comprar por diez veces su precio, en una tela más fina y con un ajustado casi personalizado, en Carolina Herrera, pero todavía era su look relajado; de cardigan verde, mangas recogidas hasta los codos, jeans azul estándar y sus Converse de cuero café.

 

Se despidieron de Sara, Phillip y Natasha, pues debían ir a dejar a Camilla a su apartamento, en el centro histórico; pagaba novecientos euros mensuales por dos habitaciones, un baño y medio, sala de estar, cocina y terraza, ni hablar de lavadora y secadora, aire acondicionado y ascensor. Camilla quiso y pretendió invitarlas a pasar a su cómodo apartamento pero ya eran casi las diez de la noche y ellas tenían que regresar hasta Gandolfo, por lo que se despidió de ellas en el auto, quedando de juntarse el sábado para almorzar y caminar por la ciudad. A Camilla no le molestaba que Sophia no se quedara con ella, le alegraba en realidad que hiciera su vida a su antojo, no como Irene.

 

- Sophie…quiero comentarte algo- dijo Emma mientras ajustaba el asiento del conductor a su comodidad pues Sophia lo había movido. Sophia se abrochaba el cinturón de seguridad. – Sobre tu hermana…no me lo tomes a mal, si me dices que no, no lo haré…

 

- Al grano, ¿si?- Emma arrancó el auto.

 

- Quisiera invitar a tu hermana a pasar el fin de semana con nosotros en Mýkonos- sonrió, retrocediendo lentamente para luego salir en marcha hacia delante de aquel incómodo y diminuto parqueo, si es que así podía llamársele.

 

- Mejor en Venecia…es aburrido, sé que a ti no te gusta y podría entretenernos

 

- Está bien, habla con ella, le dices, llamo al Cipriani y le compras un ticket de avión

 

- Está bien…tú lo pagas- rió, dándole gusto a Emma, haciéndola sonreír y haciendo que cerrara su puño y siseara un “Yes!” eterno.

 

- Y…otra cosa- murmuró, haciendo como si le doliera porque sabía que Sophia no la dejaría. – Tu hermana quería estudiar Farmacia, ¿verdad?

 

- Así es, mi amor…pero mi papá sólo Economía le iba a pagar…¿En qué piensas, Emma?- dijo, volviendo a verla con ojos de sorpresa.

 

- Bueno, ya que accediste a que tu hermana nos acompañe…podrías plantearle la idea de pagarle su carrera

 

- Pero no sólo sería eso, sería auspiciarle la vida también…no creo que a papá le siente en gracia que, de la nada, yo le pague los estudios, seguro la corre de la casa y la deja sin cinco…

 

- Que la corra de la casa entonces…tú le pagas la carrera y yo la vida…y puede ser aquí en Roma para que tu mamá no esté sola…pues, por lo que me cuentas, tu hermana si se arrepiente y extraña a tu mamá, ¿no?

 

- Si…pero no logro entender…

 

- Sólo le dices que tienes el dinero para pagarle la carrera que ella quiere en Roma, lo hablas antes con tu mamá, le dices que tienes el dinero; porque lo tienes…yo le pago la carrera y tú la vida, o al revés…- dijo, como si se tratara de cualquier cosa, en ese tono de “podemos hacer esto o lo otro” porque así era. – Ustedes son italianas también, que aplique para el próximo semestre, está a tiempo…sólo piénsalo y me dices tu respuesta…

 

- Sí- dijo, tan rápido como pudo. – Sí, es buena idea…y factible- la sonrisa de Sophia no cabía en su rostro, la de Emma muchísimo menos. – Pero mamá sabe que yo no tengo esa cantidad de dinero…o le preguntará a Volterra sobre mis proyectos

 

- Eso me lo dejas a mí con Volterra, tú preocúpate por tu mamá y tu hermana…que me muero por conocerla- rió a través de su nariz mientras era atacada por los labios de Sophia en su mejilla. - ¿Y eso?

 

- Gracias, amor- susurró, volviendo a  acomodarse  a su asiento.

 

Sophia, quien nunca se imaginó acceder a tal cosa, sonrió no sólo por la idea de Emma, sino porque a Emma se le había ocurrido y de buen corazón. Emma lo hacía porque sabía la injusticia que era aquello de estudiar lo que dictaban y no lo que se quería, más cuando Sophia había tenido la oportunidad de escoger tanto la carrera como el lugar, además, todos tenían derecho a equivocarse, Irene se había equivocado y era entendible y, si ella tenía las posibilidades económicas para intervenir, lo haría.

 

Llegaron a casa después de media hora, pues Emma no era exactamente lo que se conocía como un conductor tranquilo, más bien le sofocaba ir lento. Emma sólo se bajó del auto para recurrir a un Marlboro light, no sabía por qué la necesidad de uno, pero lo encendió. Sophia se acercó y le plantó un beso, recostándola contra la puerta del copiloto, pues le había abierto la puerta para que se bajara. Sophia le robó un cigarrillo a Emma y, juntas, entre besos y caricias; besos en sus labios y en el cuello, exhalando el humo por la nariz mientras se besaban o se transferían un poco del humo entre besos. Sara, que se ponía su pijama, las veía desde la ventana del walk-in-closet; veía aquella demostración de amor de Emma, besando las manos de Sophia, abrazándola por la cintura y sonriendo. Se conmovió un poco en cuanto Sophia, sentada sobre la cajuela del auto, abrazó a Emma y ésta posó su cabeza contra su pecho, Sophia le daba besos en su cabeza y peinaba su cabello, la sonrisa de Emma era sin palabras. Emma besaba el cuello de Sophia mientras ella estiraba su cuello para darle mayor acceso, dándole el último inhale a su cigarrillo para que Emma se lo quitara y lo apagara con su pie.

 

Emma regresó a besar a Sophia, abrazándola por entre sus brazos mientras ella por su cuello, un beso sonriente que se desvió de los labios de Sophia a su cuello, que Sophia sonreía por las cosquillas y por, quizás, algo que le susurraba Emma a su oído para luego morderlo. Sophia se apoyó con sus brazos, estirados hacia atrás, sobre la cajuela del Jaguar, dejando que Emma se colocara entre sus piernas y, tomándola por la cintura, besó su pecho. Hasta ese momento todo estaba bien para Sara, sólo sonreía…pero el que mira demasiado, se lleva las perturbaciones más grandes. Emma bajó hasta su pecho, con besos y lametones que Sara no podía ver. De un movimiento, Emma estiró el cardigan de Sophia hacia abajo hacia los lados, liberando sus senos, haciendo que saltaran aquellos pezones rosados y dilatados a la noche. Sara no fue lo suficientemente rápida para retirarse de aquella escena y alcanzó a ver cómo su hija tomaba los senos de aquella rubia, de rostro excitado, en sus manos, seguido ésto por una succión lujuriosa que hizo que Sara se sonrojara y se retirara, mejor, a dormir.

 

- Dos minutos más y ese vino que me prometiste- murmuró Sophia, sintiendo su vagina expulsar cantidades exuberantes de lubricante y empapar su tanga.

 

Emma devoró aquellos pezones por un poco más de dos minutos, sintiendo cómo se endurecían en sus labios, acariciando aquella areola con sus labios y sus dientes que se deslizaban y terminaban por atrapar el pequeño y corto pezón de Sophia, tirándolo un poco hacia ella hasta que sus dientes se deslizaran y lo dejaran libre. El beso que le seguía a aquello, un beso corto y húmedo, cariñoso. Luego el jugueteo con la nariz. Emma le compuso el cardigan a su novia y, tomándola por la cintura, la ayudó a bajarse de la cajuela, agachándose para recoger las dos colillas para ponerlas en su lugar: el basurero. 

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