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Antecedentes y Sucesiones - 7

en Lésbicos

Sophia se despertó aquel domingo por la mañana con un poco de resaca después de haber recaído en beberse una botella de Smirnoff No. 57, pero qué hermoso era dormir diez horas seguidas: era perder el tiempo, el tiempo que valía la pena perder, porque era el tiempo en el que no veía a Emma, a la hermosa Diva que se paseaba en Stilettos todo el día, la que le robaba la razón, la que le impedía pensar con coherencia cuando le clavaba la mirada en la suya. ¿Por qué Emma, cuando le hablaba, sólo podía verla a los ojos? Era como si atravesara su alma, pues tenía tanta autoridad y seguridad concentrada en su mirada que terminaba por cruzar cualquier barrera que Sophia le pusiera, pero Sophia no podía hacerle lo mismo, pues Emma sólo la miraba a los ojos cuando quería saber algo de ella, pero, cuando Sophia quería saber algo de Emma, era como si el verde tan claro de sus ojos se volviera turbio, como si fuera un mecanismo para distraer al oponente; a veces desviaba la mirada, o simplemente cambiaba de tema, aunque Sophia nunca había logrado preguntarle algo personal directamente, pues, cuando Emma sentía que la pregunta incómoda se avecinaba, manipulaba el ambiente de la conversación y la sacaba por una perfecta y calculada tangente. Y se levantó a eso de las tres de la tarde, con hambre de desayuno a la hora de un almuerzo tardío, pero, antes que cualquier cosa sucediera, entre bostezos y dedos en el cabello, Sophia salió al sol otoñal, a su balcón, a fumar un cigarrillo, porque nada mejor que un cigarrillo para bajar de tono una maligna resaca. Sophia fumaba su cigarrillo de una particular manera; lo ponía entre sus labios, flojo, apenas para detenerlo, y luego lo presionaba a medida que acercaba el encendedor, un mortal Zippo rojo, y ampliaba su cavidad bucal sin abrir la boca, creando un par de hoyuelos poco profundos en sus mejillas a medida que inhalaba la primera vez, y luego soltaba el cigarrillo de sus labios, tomándolo entre su dedo índice y medio de la mano derecha, entre la unión de las falanges medias y distales, y colocaba su pulgar en su pómulo derecho y su dedo anular y meñique sobre su tabique mientras exhalaba el humo por la nariz.

 

Y terminó su cigarrillo, que después de encenderlo era toda exhalación de humo por la boca, y rápida, nada de direccionar el humo hacia algún lado o jugar con él a hacer el “fantasmita” o a hacer aros, simplemente lo fumaba, como si fuera por rutina y no por placer, pues era costumbre, fumaba uno al día, dos como máximo porque el olor no le gustaba mucho, ese olor que no se quitaba con nada y, por lo mismo, siempre apagaba su cigarrillo muchísimo antes de que llegara cerca de sus dedos, o lo tomaba entre las puntas de su pulgar y su índice por si quería fumar tres inhalaciones más. Analizó su situación culinaria, qué tenía y qué quería, pues no había nada que diera para mucho: tenía jamón de york y provolone pero no tenía pan, tenía harina para empanar, pero no tenía carne de ningún tipo para empanar, y tenía patatas fritas. “Viva el TransFat”, y vació la botella de aceite en una olla mientras que, al jamón de york, le colocaba un rollo de provolone enmedio para luego enrollarlo, pasarlo por harina con paprika, luego por huevo, y luego por la harina para empanar, así por cuatro rollos, más con una coca cola de dos litros, que sabía que se la terminaría en menos de dos horas, y puso a freírlo todo, las patatas y los rollos improvisados, y, en cuestión de cinco minutos, Sophia estaba ingiriendo una arterioesclerosis junto con una hipertensión, no se digan las úlceras estomacales.

 

Lo que le gustaba a Emma de beber tanto era precisamente que dormía como una bebé, dormía por siete horas y, que ella supiera, no soñaba absolutamente nada, aunque la parte difícil era quitarse la resaca, pero para eso había remedio, que ella y Natasha, ya más repuesta de su lesión, relativamente bañadas, se dirigieron a la séptima y cuarenta y cuatro, al mejor lugar, en el que con sólo entrar, por el olor, la resaca se bajaba en un cincuenta por ciento, Bubba Gump Shrimp  Co. aquello era. Emma siempre pedía un Forrest’s Seafood Feast, que no era nada más que camarones y pescado empanizado con patatas fritas, un poco de salsa tártara, que no la comía, tampoco la “ensalada” que goteaba mayonesa tibia, y Natasha variaba entre Mama’s Southern Fried Chicken y Steamed Crab Legs pero siempre con patatas fritas. Ambas acompañaban su comida con Strawberry Moscow Mules para que todo cayera en su lugar y por su propio peso, pues siempre disfrutaban de un Key Lime Pie, porque el postre era lo que engordaba, y por eso siempre ordenaban, tras haberse devorado el Key Lime Pie, un Ice Cream Caramel Spice Cake junto con un batido de Oreo, ese sí era compartido, sino explotaban. Y salían de aquel lugar, con las gafas de sol, ambas oversized, tomadas del brazo, que Natasha solía caminar a la derecha de Emma, pues Emma, al ser más alta que ella, la tomaba siempre, con su brazo derecho, por sus hombros, y ella la abrazaba, con su brazo izquierdo, por su cintura. Caminaban por Broadway hasta la treinta y tres, en donde tomaban línea recta hasta el Archstone de Kips Bay, un paseo justo para digerir la comida de más o menos treinta minutos. Emma en sus ballerinas Lanvin de piel de pitón, y Natasha en el único par de zapatos que le quedaban de los de Emma, unas ballerinas Fendi que Emma, al estar distraída, las tomó en treinta y siete, no en treinta y ocho, que era lo que Emma solía calzar de no ser en flip flops, que era treinta y nueve por cuestiones estéticas y de comodidad. Luego de dejar a Natasha en Kips Bay, en donde Phillip la esperaba, que había ido a dejarle sus botas y su ropa ya limpia, Emma se dirigió hacia su apartamento que, a las seis y media de la tarde, con una brisa fría, no le pareció mala idea caminar hasta allí, una caminable distancia, más cuando le daba tiempo para cansarse pues, al haberse despertado tan tarde, seguramente le costaría dormirse, pero aquellos cuarenta y cinco minutos que le tomó en llegar, junto con tres cigarrillos y una botella de Power-C Vitamin Water, nada podían ser tan malos, menos porque nunca se cansaba de apreciar la Arquitectura preguerra entre aquellos edificios postguerra.

 

- Buenos días, Licenciada-sonrió al ver a Sophia abrir la puerta.

 

- Buenos días, Arquitecta- sonrió, viéndola de pie, en un vestido azul marino, muy ajustado, cuello alto pero elíptico que rodeaba su cuello, no lo abrazaba, de tres cuartos de manga, nada muy escandaloso, muy conservador en realidad, aunque, ¿era lo mismo conservador que elegante?

 

- ¿Qué tal tu fin de semana?- murmuró, volviéndose al ventanal mientras bebía su típica taza de té, mostrándole la espalda de su vestido a Sophia, que ese escote hubiera querido que fuera frontal y no trasero, pues bajaba triangular e invertidamente por su espalda, y no se diga lo que había en la parte alta de aquella esbelta espalda. Fue la primera vez que Sophia vio las pecas de Emma, pecas dispersas y sensuales, eran como un factor sorpresa, pues eran muchas pero pocas, las suficientes para notarse y para inspirar besos fantasiosos en Sophia, pero no las suficientes para llegar hasta sus antebrazos, ¿o sí? No. Ni a su pecho.

 

- Pues… normal, ¿y el tuyo?- sonrió sin quitarle la vista a su espalda, preguntándose si llevaría sostén puesto porque no tenía ningún elástico por su espalda.

 

- No me quejo- dijo con sus labios dentro de la taza, como si estuviera enfriando, a soplos, su té. – Aunque definitivamente mejor que el anterior- sonrió, y Sophia llegó a su escritorio, que se posicionaba ortogonal al de Emma por el lado derecho, formando una “T” o una “L”, depende de cómo lo viera cada quien.

 

- Eso es bueno- murmuró, viendo que el vestido de Emma llegaba hasta entre sus rodillas y medio muslo, dejando ver una generosa longitud de sus infinitas piernas, que se elevaban en unos Stilettos de patrón de leopardo que dejaban ver sus dedos perfectamente pedicurados.

 

- Buenos días, Arquitecta, disculpe la tardanza- dijo Gaby desde la puerta.

 

- Ah, Gaby, buenos días, pasa adelante, por favor- sonrió, dándose la vuelta. – Toma asiento, por favor- Gaby iba lista para la primera ronda de encargos del día. - ¿Me trajiste lo que te pedí?

 

- Oh, sí, déjeme y lo voy a traer- sonrió nerviosamente, volviendo a ver a Sophia de reojo.

 

Emma se sentó sobre su silla, reclinando un poco el respaldo hacia atrás, pero sólo por la posición de su espalda, y, mientras sostenía la taza de una peculiar manera; su dedo medio y anular dentro del agarradero, su índice sobre el agarradero, su meñique bajo él, su pulgar abrazando la taza, cruzó su pierna izquierda sobre la derecha, alejándose un poco del escritorio, dejando que Sophia viera la perfección con la que podía sentarse. Esperaba a por Gaby, pero Sophia no podía quitarle la mirada de encima, ¿por qué era tan perfecta? Su nariz recta, sin el más mínimo relieve del tabique, un tanto respingada, al dos por ciento quizás, que, al igual que su labio superior, tenía una leve hendidura, mínima. Sus ojos decorados con pestañas largas y coloreadas de negro, al igual que sus párpados, y no se diga la perfección con la que la curvatura de sus cejas se formaba, la degradación progresiva, que todo daba elegancia y, al mismo tiempo, ternura a aquel par de ojos verdes que no estaban delineados por un verde más oscuro, eran simplemente de un tono que podía tender a turquesa pero que seguían siendo verdes. Sus labios, rosado cálido, de un tono amable y apetecible, el labio superior definido en una simple ecuación trigonométrica: f(x)= 0.5cos(x), y su labio inferior g(x)= 0.01x^2. Y ni hablar de las leves marcas que encerraban las comisuras de sus labios a cada lado, formando unos sensuales paréntesis de felicidad, apenas una ligera y corta línea. Boca que, al abrirse, pues la taza de té iba a sus labios, dejaba ver la rectitud blanca de su dentadura superior. Su cabello caía por sus hombros, en esas ondas que se notaban húmedas todavía, con el flequillo direccionado con precisión hacia la derecha, creando un camino corto y hasta un tanto jovial.

 

- Gracias- sonrió, tomando el folder de Gaby con su mano izquierda, colocándolo suavemente sobre su escritorio, y lo abrió, lo hojeó lentamente en silencio mientras sostenía la taza de la misma manera, en lo alto, pues se apoyaba del brazo de su silla con su codo. – Perfecto- murmuró, cerrando el folder, agitando su pie izquierdo sobre el aire. – Necesito que me avisen los de Mood cuando tengan la tela que pedí, que me compres tres entradas para “Sister Act”, abajo, no tan cerca del escenario y hacia el pasillo de en medio, para el jueves, si es que encuentras, sino no… que llames a Aaron y que le digas que quiero anclar algo a una de las paredes de mi apartamento, que dicho objeto pesa un…montón y que, para anclar, ya tiene siete anclas de hierro… confirma que sí para la fiesta de “PDF”, y averigua cuándo puedo reunirme con Meryl lo antes posible, por favor

 

- ¿Es todo?- sonrió, terminando de apuntarlo todo en su libreta. Emma asintió. – Licenciada Rialto, ¿se le ofrece algo?

 

- No, Gaby, gracias…- sonrió, encendiendo su portátil, haciendo aquel típico sonido Macintosh.

 

- Con su permiso- murmuró, poniéndose de pie para salir.

 

- ¿Tienes algo que hacer ahora?- murmuró Emma, viendo a Sophia de reojo mientras escribía, en el ordenador, la clave.

 

- Sólo darle tres diseños de lámparas de pedestal a Mrs. Hatcher, para la sala de cine, que dijo que tú le habías dado permiso de poner dos lámparas, una a cada lado de la pantalla- sonrió, viendo la taza de Emma, que la ponía sobre el escritorio, y se fijó en una pulsera que no había tenido la semana anterior; fina de grosor, una simple cadena, que era interrumpida, cada centímetro y medio, quizás, por una bolita brillante y, cuando Emma irguió el brazo para rascarse el hombro derecho con la mano, Sophia alcanzó a ver que bajaba, del broche de la pulsera, una pequeña adjunción que desembocaba en una cruz, pequeña. Oh, ¿católica?

 

- Y… supongo que ya tienes el diseño de la sala de cine, ¿verdad?- sonrió Emma, volviéndose con su silla hacia el escritorio de Sophia, que fue cuando Sophia vio que no era su reloj raro, aquel café, sino que este era de cara pequeña, todo en color plata, con el mismo contorno de brillantes, sólo con una ventanilla para la fecha y no los diez relojes que tenía el otro.

 

- Oh, yo sabía que algo se me olvidaba- sonrió sonrojada, pues, ¿cómo pensaba diseñar algo acorde a la ambientación si no tenía una idea de cómo era la ambientación? Bueno, es que en Armani Casa todo se diseñaba sin una base, a lo que cayera.

 

- Le pasa a cualquiera, es cuestión de costumbre, supongo- sonrió Emma, abriendo una gaveta de su escritorio y sacando una especie de corcho de botella de vino tinto. Lo abrió, era un USB-Drive, qué ingenioso, y lo conectó a su ordenador, empezando a dar clicks y más clicks. – Por cierto, tenemos que hacer un pedido nuevo de iMac, la información sobre los Especificaciones Técnicas ya están en la página web, y me aseguré de que tuvieras una, pues tu contrato va por un año, no puedes estar un año trayendo y llevando tu MacBook, ¿cierto?

 

- No me molesta, pero gracias

 

- No me lo agradezcas… uhm… esto no lo sabe el resto del Estudio, pero te lo estoy diciendo para que tengas lo que quieres… revisa ahora los TechSpecs, entra al dominio de Volterra-Pensabene, a la carpeta de “Memos”, hay un archivo que se llama “Pedidos”, entra ahí, y luego a uno que se llama “Technología”, luego a “Hardware”, y elige las especificaciones que más se te ajusten, hazlo rápido porque hay un presupuesto, y aquí es Darwinismo en ese sentido…

 

- ¿La pido como quiera?- murmuró sorprendida.

 

- Sí, si la quieres de veintiún o veintisiete pulgadas, de cuánto quieres el quad-core…todo eso, aunque te recomiendo que  la pidas con i7, con un Tera de Fusion Drive, con Magic Mouse y Magic Trackpad, wireless keyboard, con Pages, Keynote y Numbers, con AppleCare, sin One to One, y pide un impresor también… y hay, debajo de todo lo que quieres, un espacio para que escribas los programas adicionales, pues, hay casillas que rellenas, por ejemplo con SketchUp, no sé si la Trifecta tiene AutoCad, que supongo que lo utilizas… es de revisar, porque para AutoCad necesitas Microsoft, entonces es de ver si ya hay Microsoft para el nuevo sistema operativo- sonrió, viéndola a los ojos, pero, una vez terminó de decir aquello, se devolvió al ordenador para sacar el Flashdrive. – Ten, aquí está toda la casa- dijo, alcanzándoselo con una sonrisa. – Creo que la sala de cine es la séptima etapa

 

- Gracias- tartamudeó. ¿Por qué Emma le ayudaría tanto? ¿No se suponía que era un ogro?

 

- Anytime- suspiró, recogiendo su taza, poniéndose de pie y caminando hacia afuera, siendo acosada, por la espalda, por la mirada de Sophia, quien por fin pudo respirar con normalidad. - ¿Quieres algo de tomar? ¿Un café? ¿Un té?- preguntó estando justo bajo el marco de la puerta, preguntándose dos cosas: “¿Por qué no le ofrecí nada de tomar los días anteriores? ¿Por qué le ofrezco en realidad?”.

 

- No te preocupes, lo traeré yo después

 

- Vamos, aprovecha- sonrió, girando su cabeza para verla de reojo mientras veía hacia el exterior de la oficina, hacia el pasillo, y veía a Harris coquetearle a una de las secretarias.

 

- Café estaría bien, gracias- sonrió.

 

- ¿Con leche, sin leche, con azúcar, sin azúcar? ¿Con toque o sin toque?- rió nasalmente, que Sophia no comprendió a qué se refería con “toque”. Harris no era Segrate, pero parecía.

 

- Media taza de café, un tercio de leche, sin azúcar- dijo, no pensando en que eso sonaba demasiado exhortativo, pero a Emma eso le gustó, que fuera específica, y sólo sonrió graciosamente, como si le hubiera divertido, porque así era. Y Emma se metió a la cocina, pues Moses, por alguna extraña razón, no había llegado, y Gaby no era la que debía hacer ese trabajo. Sacó la taza que había llevado para Sophia aquella mañana, pues pensó que sería un bonito detalle de bienvenida si tuviera su propia taza, así como ella, así como todos los demás, pues tomar de una taza blanca, no era digno de un Diseñador de Interiores, mucho menos de alguien perteneciente a Volterra-Pensabene. Y siguió las indicaciones de Sophia, hasta le puso un poco de espuma encima, con un poco de canela, sólo para que se viera bien, ella sacó un vaso y una botella de Pellegrino.

 

– Aquí tiene, Licenciada, bienvenida al Estudio- sonrió Emma, alcanzándole aquella taza negra que decía, a letras blancas “To Save Time, Let’s Just Assume I Know Everything”. Sophia la vio con escepticismo. – La compré en negro porque, eventualmente, las blancas se terminan manchando- sonrió.

 

- Gracias- era la única palabra que podía decir, la única que le salía. – You’re like…very nice to me…

 

- Why wouldn’t I be nice to you?- murmuró, abriendo su botella de Pellegrino y vertiendo aquella bebida espumante en el vaso.

 

- Pues, invadí tu oficina… supongo que eso no te cayó como un rico desayuno en ayuno

 

- No miento, porque me dijeron durante el fin de semana que soy malísima para eso…- dijo, tomando un poco de agua del vaso. – No fue la idea que más me gustó… pero entiendo por qué Alec lo quiso así

 

- ¿En serio?- reaccionó, pues Volterra no le había dado ninguna explicación, simplemente “ahí había espacio”, pero había espacio con las demás Arquitectas.

 

- Sí, eres su sobrina… y no sólo eres de mi misma profesión, pues era la única diseñadora de Interiores aquí, sino  que también eres muy bonita- sonrió, no sabiendo exactamente cómo o por qué había dicho aquello, simplemente salió corriendo en libertad.- Te protege de los Depredadores

 

- Gracias- resopló ruborizada, pues esas últimas tres palabras habían causado una tremenda sonrisa, tanto interna como externa.

 

Emma simplemente sonrió un tanto sonrojada, ¿qué? ¿Emma, sonrojada? Jamás, nunca, pero ahí estaba, sonrojada, con una sonrisa culpable y flagelante que sólo lograba interrumpirla cuando llevaba el vaso a sus labios. Se sentó a la mesa de dibujo, que fue entonces que Sophia vio que estaba llena de materiales, que Emma los quitó poco a poco, más bien los deslizó hacia un lado, y, con el mayor de los cuidados, levantó la superficie de la mesa para volverla recta y no inclinada. Abrió una de las cajas que había movido y sacó rectángulos y cuadrados de un fino plywood, con lo que daba a entender que estaba  a punto de materializar un modelo a real escala sobre algún diseño, que no era suyo, sino de Volterra; porque a Volterra no le gustaba hacer manualidades, a Emma sí, y a Emma no le gustaba revisar las conexiones eléctricas, mucho menos las de gas, que a Volterra eso le daba igual, y era por eso que intercambiaban. Emma empezó a empujar con sus dedos porque las piezas ya venían cortadas, pues mandaban los diseños de SketchUp a “MakeItHappen” y era en donde daban los diminutos paneles, pero sin pintar. Emma, como siempre, con su sentado de pierna cruzada. Se quitó su reloj, su pulsera y su anillo, los colocó a un lado y, tomando la base, empezó a ensamblar aquel modelo, que era como un rompecabezas armado a presión, Sophia la veía a ratos y, cada vez que la volvía a ver, había avanzado muchísimo más, terminando, base a base, pues era un modelo desmontable por pisos, cada parte de la casa. Pero, Emma, como siempre, escuchando a Sophia escribir en su portátil, así como lo hago yo ahora, sólo que Sophia escribía un poco más rápido y menos tosco porque sabía de mecanografía, yo también pero escribo más rápido a mi manera. En fin, Emma no podía concentrarse, y fue por eso que decidió poner música, más bien pidió permiso.

 

- Licenciada Rialto, ¿le molesta si pongo música?- preguntó, ¿desde cuándo Emma Pavlovic pedía permiso para algo así? Al menos la semana pasada no lo había pedido.

 

- En lo absoluto, Arquitecta- sonrió, y Emma, con una sonrisa, dibujó un “gracias” con sus labios, presionó “play” en el iPod que mantenía en el Estudio y Mozart le hizo el favor de llenar aquella oficina. – Esa ya la he escuchado, creo yo- murmuró Sophia.

 

- Me sorprendería si no la hubieras escuchado nunca

 

- ¿Quién es?

 

- Mozart, es la última parte de la Sequentia di Requiem, Lacrimosa dies illia- murmuró, terminando de ensamblar el techo desmontable, Dios bendiga el momento en el que a Emma se le ocurrió hacer todo con una base en aquel plywood de tres milímetros de grosor, pues era ensamblable y sin utilizar pegamento, que era lo que a Emma no le gustaba; supongo que el hecho de ser muy exigente en ese sentido la había llevado a una invención personal.

 

- ¿Sabes latín también?- rió Sophia, viendo el modelo de la lámpara en AutoCad, dándole un vistazo a trescientos sesenta grados. Lindo sólido de revolución, Sophia.

 

- No, pero es de mis movimientos favoritos

 

- ¿Por qué?

 

- No sé, no es porque sea religiosa o algo así, simplemente me parece saturado de emoción, es la forma en cómo el D Menor lo hace más significativo- Sophia la escuchaba hablar, ¿qué era D Menor? ¿Emoción? Si era una canción fúnebre, que digo canción, obra, composición, movimiento, como sea, bueno, y de fúnebre, Sophia lo asociaba con algo funesto. – Es intensa, tanto en composición rítmica como en la maravilla que hace el coro

 

- ¿Es por la letra?- sólo quería que Emma siguiera hablando, no importaba si era de astrofísica, que seguramente sabía algo de eso, pues si sabía algo de D Menor, algo de todo tenía que saber.

 

- No, acuérdate que Requiem es una misa de difuntos, nada interesante puede salir de los versos, pues, sólo dice que el día está cubierto en lágrimas, pues, el día en el que el difunto resurja de las cenizas para ser juzgado ante Dios, y piden por la misericordia, que sea gentil y que le dé, al difunto, un eterno descanso y “Amén”… pero es cómo lo cantan, en realidad, call me crazy, pero me gusta

 

- Creo que es un gusto musical casi extinto- murmuró, escuchando el cambio de ritmo, a otro que ya conocía, pero no quiso parecer una ignorante ante Emma y por eso no preguntó.

 

La mañana se pasó, y Moses sin aparecer, por lo que Emma supo que tendría que salir a comer algo en vez de comer ahí, pero antes, a terminar de pintar las paredes internas de la habitación que tenía en sus manos, que las pintaba, sí, con pintura real, nada de spray, sino con témperas y pinceles planos de la serie veintidós. Y pintaba todo cuando ya estaba construido, así, las habitaciones con el mismo color, que también eran desmontables, podían ser pintadas de una vez. Pintaba aquella habitación con un marrón “Gold Fusion”, que era más bien beige, pero qué le iba a hacer Emma al nombre del color sino repetirlo, y hacía los colores a cálculo visual, comparándolo con la paleta de Pantone que sostenía en su mano izquierda, otra razón para pintar todas las habitaciones del mismo color al mismo tiempo. Era divertido, era como regresar al Kindergarten, que no era fácil, pero era pintar, y se sentía toda una Badass por hacerlo sin gabacha y que podía manchar su vestido Armani, pero no, tenía cuidado, aunque ya le había pasado que sí se había manchado. Se detuvo, sólo faltándole una habitación de color “Creamy Peach” y los baños, que los cuatro baños eran de “Pale Periwinkle Blue”, entrelazó sus manos y estiró sus brazos hacia el frente y luego hacia arriba junto con respiraciones profundas. Se puso de pie y, viendo que Moses llegaba con paquetes, entendió que estaba cumpliendo con los encargos de las diferentes áreas del Estudio, y sólo dejó el trío de recipientes plásticos, en los que enjuagaba los pinceles, con los pinceles adentro, y la paleta plástica en donde había mezclado los colores, sólo para que las lavara.

 

- ¿Qué haces?- murmuró Emma al entrar a la oficina de nuevo, viendo a Sophia, y, oh Dios mío, Emma pecó, ¿de verdad pecó? Pues ella, al no creer realmente en los pecados, simplemente la vio sensual y empezó a desvestirla en su mente, pero se detuvo en cuanto le quitó la camisa.

 

- No estoy muy segura con mis diseños

 

- ¿Me dejas ver?- sonrió, Sophia asintió y Emma se colocó tras ella, inclinándose sobre su hombro, rozando su busto, sin intención alguna, contra el hombro de Sophia, no pudiendo evitar inhalar su perfume, floral pero con una pincelada cítrica, olía a limpio, un tanto suave pero intenso, la mezcla perfecta, y eso que a Emma no le gustaban los florales, pues, a pesar de que el Chanel No. 5 era floral, era más bien con un tono como de madera, entre terroso y pulcro. – Me gusta el primero y el tercero- murmuró, volviéndose hacia Sophia, viendo de cerca sus ojos, desviando rápidamente su mirada, pero falló, pues cayó en sus labios, y se acordó de su sueño, y quiso besarla, atacarla a besos, tumbarla de su silla al suelo para besarla, qué ganas le traía.

 

- Se los mandaré a Lilly para que me diga lo que piensa…- dijo en su voz pegajosa, viendo, más cerca que nunca, las facciones perfectas y tersas de Emma.

 

- A mí me gustan- guiñó su ojo, sintiendo el calor del aliento de Sophia rozarle sus labios y la punta de su nariz. Qué poder para resistirse. – Y, usualmente, si a mí me gusta algo, a Lilly también- sonrió, y, wow, qué ego, pero era cierto, Lilly Hatcher confiaba en el gusto de Emma, sólo le hacía cambios de tipo, no de gusto.

 

- ¿Usas lentes de contacto?- murmuró, obviando el comentario de Emma.

 

- No, ¿por qué? ¿Se me pusieron amarillos como a Cullen?- rió.

 

- No- resopló Sophia, devolviendo la mirada al portátil para mandarle las imágenes a Mrs. Hatcher. – Tu iris es todo del mismo tono

 

- ¿No se supone que así es?

 

- No lo sé, mi iris es más oscuro del contorno, creí que así era siempre- se encogió de hombros, pero vio a Emma analizar su ojo, y no supo si era incómodo o qué, no le molestaba, en realidad le incomodaba la inhabilidad de no poder besar esa sonrisa traviesa, ladeada hacia la derecha.

 

- Pues, tus ojos están bien… tienen aire de Stepford Wife- sonrió para molestarla. - ¿Tienes hambre?

 

- Un poco, sí

 

- Ven, te invito a comer

 

- Claro, claro- sonrió, respirando con normalidad en cuanto Emma se retiró para ir por su abrigo y su bolso. “Qué piernas, Dios mío”. Le mandó las imágenes a Lilly y, luego de haber cerrado su portátil, que la manzana se apagó en la mano de la Evil Witch, tomó su bolso y su típico abrigo negro, siguió a Emma hasta el ascensor. - ¿A dónde vamos?

 

- Pues a almorzar, como todo mortal a las dos de la tarde- sonrió, subiendo al ascensor mientras escribía rápidamente en su iPhone, se notaba que era WhatsApp, y escribía con una sonrisa, y se reía nasalmente con cada respuesta, que sólo vibraba, no sonaba. – Perdón- murmuró. – Me acaban de cancelar el almuerzo- rió mientras sacudía su cabeza en inmensa diversión, pues comería con Natasha, y ahora Sophia, pero Natasha había decidido almorzar con Phillip, por lo que ahora serían sólo ella y Sophia. – Te iba a presentar a mi mejor amiga, pero le surgió una longitud extrema de trabajo y no puede venir, así que seremos tú y yo nada más- sonrió, refiriéndose, con “longitud”, a la longitud del miembro masculino de Phillip.

 

- No sabía que venía tu amiga, pues, que iba a venir…- murmuró sonrojada.

 

- Pues, no sé, es mejor, puedo comer con mayor tranquilidad- rió. – Ella sólo tiene una hora para almorzar, y siempre que nos reunimos a almorzar termino con la comida hasta aquí- dijo, poniendo su mano en su garganta. – De tan rápido que me hace comer

 

- ¿Y tú no tienes una hora también?

 

- En teoría sí, pero en la práctica no… pues, imagínate, si me tomo sólo una hora para almorzar y llego apresurada a la oficina, ¿qué hago? Si la pintura no se ha secado no puedo seguir trabajando… además, a tu tío no le importa cuánto te tomes para almorzar, la Arquitecta Hayek almuerza todos los días con sus hijos en el Upper West Side, se toma dos horas y media, pero siempre rinde, que es lo que a tu tío le importa- se detuvieron en el vigésimo primer piso, en donde se subieron dos hombres, de General Electric.

 

- Arquitecta- suspiró uno. - ¿A almorzar tan tarde?

 

- No, ya voy a casa- mintió. Sophia no dijo nada.

 

- Cómo quisiera tener un trabajo en el que no se hace nada- bromeó aquel hombre.

 

- Pues, ¿qué le puedo decir, Licenciado Smith?, es una pena que, por no hacer nada me paguen, por proyecto, el doble de lo que usted gana al año- rió.

 

- Touché- rió el otro. - ¿Cómo va el negocio, Arquitecta?

 

- Generoso, no me quejo, siempre hay algo que hacer- sonrió Emma, dándole gracias a Dios por que el timbre del Lobby ya sonaba. – Espero que todo bien en ventas- rió, saliendo del ascensor, tomando a Sophia gentilmente del brazo.

 

- ¡Buen provecho!- gritó el que Emma había pisoteado con su tan modesto argumento.

 

- Del piso cuarenta hacia abajo, es todo de General Electric, los primeros diez son de ventas, los siguientes son de desarrollo técnico, los siguientes diez son de estrategia y los siguientes diez son de administración central, y esos dos- rió Emma, saludando con la mano, que también era un “gracias”, al Agente de Seguridad que le abría la puerta. – El trabajo de esos dos es encontrar la manera de cómo arruinar los productos, en el menor tiempo posible

 

- Is that even a job?- resopló Sophia, caminando a la izquierda de Emma, cosa que a Emma no le gustaba, le gustaba ver más hacia la derecha que hacia la izquierda.

 

- Bienvenida a Nueva York- sonrió Emma, pasándose a la izquierda de Sophia, quien no entendió exactamente por qué lo hacía.

 

- Gracias, supongo- rió Sophia, no sabiendo hacia dónde se dirigían, ella sólo seguía a Emma. - ¿Puedo preguntarte algo?- Emma emitió su típico “mjm” gutural mientras atravesaban la calle. - ¿No tienes frío?

 

- No, ¿por qué?

 

- Digo, estamos a diez grados y tú andas en vestido…

 

- Te acostumbras al frío, usualmente, a partir de mediados de noviembre, empiezo a llevar sólo pantalón, pero todavía está agradable el clima… la nieve es lo que no me gusta

 

- Es lo que a la mayoría de gente le gusta, ¿no?

 

- Supongo que sí, pero en la nieve no puedes caminar en Stilettos- rió, caminando a lo largo de la cuarenta y nueve, en dirección a la Quinta Avenida. – No es tanto por eso, es el frío que no puedes evitar tener, porque, por muy grueso que sea tu abrigo, siempre hay algo que te da frío, y, vamos, Licenciada, una que viene del paraíso Romano… ¿qué carajo sabe del frío?- rió, paseando su mano por su cabello, pues había una ventisca un tanto incómoda.

 

- Yo ahora tengo frío, no sé cómo haré más adelante

 

- Tendrás que comprarte un buen abrigo, y térmicos, y de esas botas para andar en la nieve y en lo mojado

 

- ¿No son muy feas?

 

- Pues, Licenciada Rialto, nadie dijo que el invierno era glamuroso- rió Emma, apuntándole con el dedo que iban a cruzar a la derecha.

 

- Bueno, al menos sé que no seré la única que las use- sonrió, viendo que Emma se cambiaba de brazo su bolso, revelando las “C” encajadas, que sólo podían significar “Chanel”.

 

- Es decisión de cada quien, supongo, no juzgo- sonrió un tanto forzadamente, pues sintió que había sido un poco altanera, que no era su intención.

 

- Eso quiere decir que tú no usas- rió la Licenciada, viendo hacia el suelo.

 

- A veces siento que no puedo caminar bien en zapatos sin tacón- frunció su ceño, pues era la primera vez que lo decía, y era cierto. – Pero sé que tengo que usar zapato bajo para descansar los Metatarsianos, que nadie quiere un juanete- Sophia se rió a carcajadas. - ¿Te parece gracioso tener juanetes?

 

- Pues no, pero es la manera en cómo lo dices, como si fuera el fin del mundo tener un juanete

 

- Mi hermana tiene, y sé que duelen- rió.

 

- Y supongo que también sabes que los zapatos muy altos y de punta afilada son causas de juanetes también, ¿cierto?- murmuró, haciendo un alto, pues Emma abría la puerta de T.G.I Friday’s.

 

- Pues, claro que lo sé, pero es más probable por genética y por mal uso del calzado, entiéndase un zapato muy pequeño o muy angosto; la altura no ha sido el factor más trascendental en ello- sonrió. – Roberts, table for two- le sonrió al host, quien buscó aquel nombre en la lista y asintió, tomando dos menús y abriéndose paso en aquel atestado lugar, justo para una mesa de esquina en el área con menos ruido; la privilegiada mesa que Natasha siempre pedía. – I’ll have an Ultimate Mojito, Please… and keep them coming- sonrió Emma para el mesero mientras abría el menú. “Wow, qué profesional, jaja, bebiendo en horas laborales…aunque, técnicamente, esta no es una hora laboral”.

 

- I’ll have just a coke, please… and uhm, could you please get me some lime juice on the side, please?- El mesero asintió con una sonrisa y se retiró. “Aw, she’s so sweet”, pensó Emma con una sonrisa.

 

- ¿Coca cola? Ahora me siento mal- rió Emma, cerrando el menú, pues no sabía ni por qué lo había abierto si ya sabía lo que pediría.

 

- ¿Por qué?

 

- Como que soy un poco alcohólica- sonrió, quitándose el abrigo, que no sabía por qué lo tenía puesto todavía, lo dobló por el medio hacia el exterior y lo colocó sobre el respaldo de la silla de la par.

 

- No soy nadie para juzgarte- “Sólo para enseñarte qué es alcoholizarse de verdad, y arrancarte ese vestido”. – Todos bebemos- sonrió. – Quizás no a las dos de la tarde, un lunes, pero lo hacemos

 

- Dime algo, Sophia- sonrió, inclinándose sobre la mesa, intentando buscar su mirada con la suya. Oh, la primera vez que la llamaba por su nombre, y lo decía tan bien, era como si lo acariciara. - ¿Hay alguna razón en especial por la cual te vistas de negro?

 

- ¿A qué te refieres?

 

- Digo, todos los días que te he visto, te he visto de negro, lo único que cambias son tus zapatos

 

- No me había dado cuenta- mintió. – Supongo que tengo mucha ropa negra nada más… y supongo que es fácil ponerte sólo negro, supongo que es inconsciente- sonrió.

 

- El negro es un arma mortal si lo sabes usar, y debo decir que te ves muy elegante en negro- sonrió Emma, con una sonrisa tierna que volvía loca a Sophia.

 

- Gracias, tú también te ves muy elegante… en el color que sea- le respondió la sonrisa y el halago, pero Emma sólo podía concentrarse en no ver el pecho de Sophia, pues su cárdigan negro, de cuello triangular, tenía tres botones, que, entre el primero y el segundo, de abajo hacia arriba, se creaba un agujero sensual que dejaba ver una pequeña parte de su inocente y tierno sostén; blanco y rosado a rayas, que se notaba que era Victoria’s Secret. Emma simplemente podía tragar saliva, ¿por qué quería hacerle tantas cosas?

 

- Gracias- frunció su ceño, desviando la mirada de golpe, respirando hondo. - ¿Ya sabes qué vas a pedir?

 

- No estoy segura, ¿y tú?

 

- Chicken Fingers, así me queda espacio para postre- rió, tomando su cabello entre sus manos, desde su flequillo, y empezó a trenzarlo, tomando cada vez un poco más de cabello, no dejando de trenzarlo hasta que tuvo una trenza floja y ancha, que luego la unión con el resto de su cabello, lo tomó en su mano y, ágilmente, lo retorció con su dedo índice hasta dejarlo enrollado, en espiral, a media altura, que lo fijó con una banda elástica que materializó de por debajo de su reloj, y, ah, era un Rolex.

 

- Era una de mis opciones, ¿son ricos?- Emma asintió. - ¿Qué pides de postre?

 

- Salted Caramel Cake… es una porción de torta de vainilla caliente, que es de la textura perfecta, es flaky, y cremosa al mismo tiempo, y viene con una bola de helado de vainilla, que es como la muerte en vida, la resurrección, al unir lo caliente de la torta y lo frío del helado, y viene bañado en salsa de caramelo, que hasta le sientes una pequeña patada de picante, como todo verdadero caramelo- y esa descripción, Sophia sentía como si la estaba desvistiendo lenta y tortuosamente, y es que Emma estaba coqueteando con ella, pues la manera lasciva en cómo cerraba sus dientes para pronunciar las palabras, y la manera en cómo le daba forma a las palabras con sus labios, el tono, la gracia que le ponía con el lenguaje de su mirada, Sophia tragó grueso y respiró hondo.

 

- Suena rico- sonrió.

 

- Lo es…pero…- “Pero te quisiera a ti de postre…más que a eso otro”.

 

- ¿Pero?

 

- ¿Dónde están nuestras bebidas?- dijo, desviándose del tema.

 

Y almorzaron juntas, como lo harían muchas veces desde entonces, entre risas, anécdotas del Estudio más que nada, a veces Sophia abriéndole un poco de su mundo a Emma, pero ella no dejaba que Sophia entrara, no dejaba que entrara nadie, era un milagro que dejara entrar, a veces, a  Natasha. Compartieron aquel sexual y orgásmico postre, la primera vez que Emma compartía su postre con alguien que no era Natasha, y no se sintió tan mal, quizás porque era Sophia. Y le gustaba ver cómo comía, a bocados pequeños pero rápidos, con sus labios cerrados, intentando no hablar mientras tenía la boca llena, pues ella no tenía aquella habilidad que Emma tenía para esconder la comida y hablar con naturalidad. Sophia también se divertía al ver comer a Emma, pues no era que comiera en “seco”, pero le había dado su salsa de mostaza, porque no le gustaba y a ella sí, sólo se había quedado con la salsa barbacoa, y no exactamente para hundir las pechugas de pollo en ella, sino las patatas fritas, que todo iba detenido del tenedor y era cortado con el cuchillo, y Sophia se asombró de que alguien bebiera más que ella, por costumbre, pues Emma se había tragado tres Mojitos y una Limonada, para que, con el postre, se tragara un vaso de veinte onzas de agua con gas. Y sucedió aquella cosa que, por ser la primera vez, de manera tan personal, no le enojó a Sophia, pues Emma la invitó. Volvieron a la oficina, en donde Emma siguió con sus manualidades mientras seguía con su repertorio musical, pero ya no era clásico, pues tuvo compasión de Sophia, y le puso algo más comercial y más actual, pero que igual Sophia no conocía, un poco de Seu Jorge para animar aquella oficina, y pintaba, tarareando suavemente, “Seu cabelo me alucina, sua boca me devora, sua voz me ilumina, seu olhar me apavora, me perdi no seu sorriso, nem preciso me encontrar, não me mostre o paraíso, que se eu for, não vou voltar”, y Sophia simplemente la escuchaba mientras jugaba en su iPhone, pues no había obtenido respuesta de Lilly, y no tenía nada que hacer, y tampoco quería irse hasta que Emma se fuera, pues sólo con verla era suficiente.

 

Martes dieciséis de octubre de dos mil doce. Sophia entró a las siete y media a la oficina, iba tarde, por supuesto, como siempre, pero en el Estudio no había un horario fijo, simplemente todos preferían entrar temprano para salir temprano. Y entró en su desesperación por llegar tarde, saludando secamente a Gaby a la entrada, y abrió la puerta, para ver algo que simplemente hubiera querido no ver, o quizás sí. Era Emma, de espaldas, apoyada con sus brazos de la mesa en la que estaba la caja de luz, con sus brazos separados, inclinándose hacia adelante con su torso, sacando un poco su trasero en una falda blanca y ajustada de encaje, hasta por exactamente arriba de la rodilla, de medias negras de grado diez o veinte, muy livianas en densidad y que se detenían por un elástico de encaje negro a medio muslo, algo que Sophia no podía ver y que seguramente, si lo veía, le daba un paro cardíaco. Y, del torso, una chaqueta ajustada, azul marino, que no sabía Sophia si llevaba camisa manga larga o eran los bordes de aquella chaqueta los que eran rosado cosmético, que eran los bordes, pues la blusa era de cuello alto y elíptico, como el vestido del día anterior, pero bajaba en un plisado que partía del centro hacia el exterior y que se concentraba únicamente entre la posición de sus pezones, manga tres cuartos y una costura que marcaba la cintura, pero sus Stilettos, es que tenía cada par, tan único y tan perfecto, tan envidiable, unos Sergio Rossi de diez centímetros, no muy altos, pero de piel de pitón negra, puntiagudos. Sophia no supo si eran las medias, o su trasero, o que sólo quería llegar y levantarle la falda para verle lo que tenía debajo. “Qué pervertida soy”, y sí, pero sólo es pecado si lo consideras pecado, querida Sophia. Y le pareció tierno el moño que llevaba Emma, pues era normal, de esos que se toman todo el cabello de una vez, se retuercen y se fijan, nada de trenzas, nada de flequillo a un lado, simplemente tirado hacia atrás.

 

- Buenos días, Arquitecta- sonrió, entrando por fin a la oficina, viendo que la esperaba una taza de café ya preparada, como el día anterior, sobre el escritorio.

 

- Buenos días, Sophia- y otra vez, aquella pronunciación, aquella caricia irresistible. - ¿Qué tal la noche?

 

- Bien, como todas las anteriores, nada nuevo- sonrió, viendo una carpeta negra bajo la taza de café. - ¿Y la tuya?

 

- Bien, también, como todas las anteriores, nada nuevo- la remedó, pues no quiso decirle: “Estuvo tan bien que casi me masturbo pensando en ti, todo por culpa de ese botón traicionero que me dejaba ver tu sostén”.

 

- Te levantaste de buen humor

 

- Siempre, Sophia, siempre- sonrió, irguiéndose y llevando sus manos a su cadera. – Hm…- tarareó pensativamente mientras veía un plano sobre el otro, como si algo no le terminaba de parecer correcto. – Oye, ¿tú alguna vez has visto algún plano?

 

- Pues, sí- rió.

 

- ¿Con tuberías y toda la cosa?

 

- Ah, no, con eso no… sólo los planos primarios, a lo mucho y cableado eléctrico

 

- Es suficiente- dijo. – Hazme un favor, por favor- murmuró, notando lo raro que eso se escuchaba. – Ven aquí y dime qué es lo que no está bien, por favor, que no logro verlo- y Sophia se colocó tras ella, pues, un tanto a su lado, viendo hacia la caja de luz. – No, pues, más de cerca- sonrió, tomándola con su mano derecha por la cadera, sobre el yacimiento de su trasero en aquel pantalón negro, que ambas sintieron esa corriente, pero ninguna dijo algo al respecto. - ¿Ves algo?

 

- Mmm…- suspiró, viendo las líneas negras sobre las rojas, que era la manera en cómo se distinguían el original de la copia en cuestión, que era la copia sobre la que se ejercían los cambios, la de líneas negras. – Aquí- dijo, señalando con su dedo, que tenía laca roja, y a Emma le gustó eso a pesar de que no le gustara para ella, para tenerlo en ella. – Falta la caja térmica

 

- Sí… eso era- murmuró son una sonrisa, preguntándose si necesitaba gafas o qué si lo tenía enfrente. – Gracias, Sophia

 

- De nada, Arquitecta… Gracias por el café

 

- No me des las gracias a mí, sino a Moses- sonrió, y Sophia se ruborizó, pues, claro, ¿en qué mundo volvería Emma a prepararle un café?

 

- Cuando lo vea será- murmuró. - ¿Y esto?- dijo, refiriéndose a la carpeta negra.

 

- Ah, es un proyecto pequeño… es de ambientar una cosa en Amsterdam y Sesenta y Cuatro… y es tuyo- sí, el consultorio/oficina de Alastor Thaddeus.

 

- Supongo que era tuyo y me lo pasaste

 

- Tienes que hacerte tu reputación de alguna manera, ¿no?- dijo Emma, apagando la caja de luz y llevando los planos a la mesa de dibujo, en donde los fijó con tachuelas y deslizó la superficie hacia arriba, a manera de pizarrón. - ¿O pensabas hacértela de la nada?

 

- Gracias… de verdad, muchas gracias

 

- No me des las gracias, sólo impáctalo con tus diseños- sonrió, conectando la pistola de silicón a la electricidad, pues empezaba la parte del modelo del día anterior que no le gustaba; pegar la parte del paisajismo, no se diga lo de pegar los pisos y las escaleras, pero alguien debía hacer el trabajo sucio. – Ay, ¿a qué se debe este honor tan temprano?- rió Emma al contestar su teléfono.

 

- Estoy pudriéndome, ¡sálvame!- gimió Natasha, tendida sobre la silla de su oficina, tapándose el rostro con la revisión de eficiencia de personal por parte de cada área, eran no más de cien páginas en total, toda una novela.

 

- ¿Qué pasa, amor?- rió Emma, pegando los arbustos entre las líneas que había dibujado en la base.

 

- Me estoy pudriendo, ¿te parece poco?

 

- Apenas son las diez de la mañana- rió a carcajadas. - ¿Qué sugieres que haga, Nate? ¿Qué salga corriendo a contarte un cuento?

 

- Pues… en realidad pensaba en que me entretuvieras con tus anécdotas con la Licenciada

 

- ¿Perdón?- volvió a ver a Sophia de reojo, quien estaba muy concentrada en elevar y traer a tercera dimensión los planos de aquella oficina.

 

- Está ahí en la oficina, ¿cierto?

 

- Es correcto, Nate, ¿cuándo te volviste tan inteligente?- sonrió, escuchando una leve sonrisa nasal de Sophia, pues su sarcasmo era evidente.

 

- Ay, bueno… te llamaba para otra cosa, también…

 

- Dime, amor

 

- A que no adivinas a quién voy a entrevistar

 

- ¿Hombre o mujer?- y aquella pregunta confundió a Sophia y, sin la mayor intención de entrometerse, agudizó su audición.

 

- Hombre

 

- ¿Está guapo?

 

- Está “Emma-mente” guapo- rió, y Sophia alcanzó a escuchar aquello, y supo que Emma no era para ella, pero estaba confundida, pues Emma claramente flirteaba con ella, a no ser que su personalidad fuera así de “graciosa”.

 

- ¿Es actor, cantante o filántropo?

 

- Es actor

 

- ¿A Reynolds?- y Sophia alcanzó a escuchar aquel “mjm” afroamericano que salía de la voz de Natasha. “Pero es una mujer con la que habla, ¿Nate? No, debe ser algún Nathaniel con voz de mujer, seguramente un particular prójimo homosexual”. – Está guapo, pero, ¿por qué me dices esto?

 

- Por si quieres venir, por accidente, a mi oficina

 

-Voy a tener que dejar ir esta… lo prefiero idealizado y de lejos- sonrió, pensando en que lo único que quería era que Sophia se inclinara sobre la mesa para que el cuello ancho de su camisa se despegara de su piel y ella pudiera ver el sostén que llevaba.

 

- Bueno, está bien, no digas que no te lo ofrecí- rió. - ¿Qué vas a hacer ahora por la noche?

 

- Tenía pensado trotar una hora, o dos, antes de mi cita con Petrus y Camus, ¿tienes algo mejor para mí?- Sophia simplemente pensó que tendría una cita doble, pero “Camus” le sonaba conocido, ¿cantante? ¿Actor? Y era algo a lo que le daría vueltas por muchas horas.

 

- Ir a darle de comer a los patos a Central Park- pudo sentir que sonreía al otro lado del teléfono. – Tengo medio paquete de pan ya un poco pasado, que no planeo botar, prefiero dárselo a los patos

 

- Nate, esos patos, si los sigues alimentando, van a parecer perros, llevo años diciéndotelo… además, hay un rótulo muy claro que dice “Don’t Feed The Ducks”

 

- Lo sé, lo sé… pero es mi pasatiempo favorito- suspiró, quitándose los papeles del rostro para erguirse de una buena vez.

 

- Está bien, voy a trotar de cuatro a cinco y media y te veo en el Pond, ¿de acuerdo?

 

- Excelente, ahora tendré algo que esperar por el resto del día, porque podrirme no estaba en mis planes

 

- ¿Y tu hombre?- y Sophia creyó confirmar la teoría que aquella voz era de un agudo homosexual.

 

- En Boston hasta el viernes por la mañana

 

- Está bien, supongo que podemos tener juntas una cita con Petrus, pero sin Camus porque sé que no te agrada la literatura francesa… sólo un poco de televisión, ¿está bien?

 

- Perfecto, it’s a pajama party!- rió, viendo que el jefe de administración caminaba hacia su oficina. – Aquí viene Satanás, me tengo que ir, te veo luego- y colgó antes de que Emma pudiera despedirse.

 

- Sí…te veo luego- susurró a su iPhone, golpeándolo suavemente contra la palma de su mano, como con una pesadez emocional.

 

- ¿Todo bien?- preguntó Sophia, viendo cómo le había cambiado el humor a Emma.

 

- Sí, sí…- dijo, recomponiéndose sobre el banquillo para volver a tomar la pistola de silicón, que odiaba que le quedaran esos finos hilos que, al enfriarse, se notaban demasiado. – Agh…- suspiró, por la frustración.

 

- ¿Puedo ayudarte en algo?

 

- Si tienes alguna solución para que no me quede silicón en la base, te lo agradecería- suspiró.

 

- Déjame ver los arbustos- dijo, poniéndose de pie, rozando la mano de Emma al tomar el arbusto. - ¿Tienes Mounting Tape?

 

- Sí, creo que sí- murmuró, abriendo las gavetas para buscar aquella específica cinta adhesiva. – Aquí tienes- dijo, alcanzándole el rollo de cinta adhesiva. Sophia tomó una de las tijeras de Emma y cortó un trozo, lo suficientemente grande como para pegarlo en el fondo de la base, pues el arbusto era simplemente un recubrimiento de un diminuto recipiente vacío, y tenía un fondo falso, en donde Sophia, con tres trozos del mismo tamaño de cinta adhesiva, cubrió el agujero y lo pegó entre las líneas que Emma había dibujado. Emma la veía con asombro, pues eso nunca se le hubiera ocurrido, y era más fácil que deshacerse los dedos al intentar llenar los bordes de silicona. Y, justo cuando Sophia se inclinó al lado de Emma para pegar el arbusto, no sólo inhaló aquel floral perfume que a Sophia le sentaba de maravilla, sino que también sintió el busto de Sophia repasarle, realmente por accidente, su hombro.

 

- ¿Es acrílico o témpera?

 

- Témpera

 

- Ah, pues… entonces es fácil… ¿cómo sueles quitarte la silicona de los dedos cuando se te enfría?

 

- Te sonará raro…pero con chapstick, algo con grasa

 

- Sí, y la témpera es soluble en agua, no en aceite… sólo para que no lo vuelvas a pintar- sonrió, alcanzando a inhalar el aroma del cabello de Emma, un aroma nuevo y diferente, pero limpio, como para enterrar la nariz ahí mientras le daba besos, besos que, con cada minuto que pasaba, intentaba contenerlo más.

 

- Wow…- suspiró, volviendo a ver a Sophia, que si no es porque Sophia se aparta, Emma roza su nariz con su mejilla. – Gracias, Sophia- “Y rubia pero no bruta, ¡toma, estereotipo!”.

 

- Es un placer, Arquitecta- sonrió, regresando a su portátil para seguir levantando aquella construcción digitalmente. “Aunque sería un mayor placer besarte”.

 

Emma siguió el método de Sophia, apilando tres cuadros de cinta adhesiva para pegarlos dentro del recipiente de los arbustos, y luego, por Sophia también, logró quitar aquellos hilos molestos de silicona. Y terminó el modelo, justo para llevárselo a Volterra, dos días antes de que se lo pidiera. Volvió a entrar a la oficina, a limpiar la mesa de dibujo, que en realidad era mesa para todo. Escuchaba los suspiros de Sophia, como si estuviera cansada, porque lo estaba, no había estado durmiendo bien, pues sólo podía pensar en Emma, en su enferma obsesión por ella, y en aquella remota imagen de su espalda del día anterior, de aquellas pecas, de aquella marca blanca en el ligero bronceado de aquella blanca piel, que sólo había visto una parte de aquella cicatriz, y una parte muy pequeña. Sophia simplemente esperaba a que el archivo terminara de convertirse a un formato que fuera menos pesado, pues con los retoques de ambientación sería muy pesado. Mientras esperaba, Emma limpiaba, sacó un cubo Rubik de su bolso, de cuatro por cuatro, y fue un ruido que a Emma le llamó la atención, pues Sophia no lo hacía por alardear de su “inteligencia”, pues era algo que con algoritmos se podía resolver fácilmente, pero ver la agilidad, con la que Sophia movía las caras, era impresionante, hasta parecía que no pensaba los movimientos, que simplemente movía, y, antes de que Emma terminara de limpiar, que no se tardó más de dos minutos, Sophia ya había completado el cubo, y “Wow”, para desordenarlo de nuevo, ahora sin ver mientras veía, en la pantalla de su portátil, que faltaban treinta y dos minutos para que la conversión terminara. Emma salió a traer un poco de agua, que Moses le preparaba en menos de treinta segundos, y regresó a su oficina, sólo para caer de golpe sobre su silla, que fue lo que hizo que Sophia reaccionara mientras Emma clavaba su concentración en el monitor de su ordenador, a contestar e-mails.

 

Pero Sophia no pudo quitarle la vista a Emma de encima, hasta desordenaba realmente sin sentido, pues su concentración estaba total y completamente en el muslo de Emma, que su falda se había subido y ella no se había dado cuenta, dejando que Sophia viera el encaje elástico de sus medias, y era algo que a Sophia le robaba la cordura, al punto de que el cubo se le salió de las manos, que realmente saltó de ellas y cayó del lado del escritorio de Emma. Emma volvió a ver al cubo y, con una sonrisa, alcanzó el cubo en cámara lenta, con sensualidad. Sophia sólo quería hacerle todo lo que nunca le había querido hacer a nadie, ni a un hombre ni a una mujer, ¿por qué a Emma sí?, esa era una pregunta que a Sophia no se le quitaba de la cabeza. Ya sabía que estaba enamorada físicamente de ella, que era la mitad de la explicación de por qué quería besarla tanto, de por qué quería probarla, pero no se sentía capaz de siquiera pensar en probarla sin ropa, aunque eso no la libraba de imaginársela sin ropa. La otra mitad era lo de antes, una idealización de Emma, la que había tenido aquel verano olvidado, pero ahora se daba cuenta de que su idealización no estaba muy lejos de ser la realidad; mujer con un ego impresionante, con autoridad, con carácter, pero con la capacidad de ser amable, aunque también tenía la capacidad para ser un ogro, esa ambigüedad salía por cada poro de su piel. Pero también era la intriga de quién era en realidad, porque más allá de ser Arquitecta y Diseñadora de Interiores, más allá de ser italiana, y todavía más allá de sus Christian Louboutin y su bolso Chanel, tenía que tener una historia, así como todos en esta vida, ¿cuál sería su historia? ¿Cuál sería la historia de aquel anillo que a veces utilizaba en su dedo anular y a veces en su dedo índice? ¿O cuál sería la historia de su acento? ¿O del verdadero “¿qué hace aquí?”?

 

Miércoles diecisiete de octubre de dos mil doce.

 

- Regresó- sonrió Alastor para Emma.

 

- Pues, si no quiere atenderme…puedo irme también- sonrió Emma, tomando asiento en aquel sofá de cuero rojo, que no era feo porque era relativamente cómodo.

 

- No, no me malinterprete, Señorita Pavlovic… es sólo que creí que no volvería, que la sesión del sábado le había incomodado

 

- Mi vida es incómoda, Doctor Thaddeus, y aún así la vivo lo mejor que pueda

 

- ¿Se considera usted existencialista, Señorita Pavlovic?

 

- ¿Yo?- resopló sacudiendo su cabeza, girando el Venti de un Iced Passion Tea Lemonade de Starbuck’s, el cual había comprado ante la eminente sed después del trabajo. El psicólogo asintió lentamente, con sus dedos entrelazados sobre su abdomen, viéndola con serenidad sonriente. – Ninguna vida es perfecta, Doctor Thaddeus- dijo Emma. – Pero la mía es casi perfecta… y me gusta mi vida, con todo lo malo y todo lo bueno; estoy con vida, mi familia está con vida, estoy saludable al igual que mi familia, tengo oxígeno en mis pulmones, sangre en mi sistema circulatorio, una sonrisa que regalarle a todo peatón que me vea a los ojos, un saludo de buenos días, buenas tardes o buenas noches, para todo aquel que me atienda o me lo desee primero, tengo techo, tengo trabajo, tengo amigos, tengo dinero suficiente como para no preocuparme si el día de mañana me quedo sin trabajo… dígame usted, ¿qué tan mal le suena mi vida?

 

- Nada mal, Señorita Pavlovic, nada mal… pero usted dijo que su vida es “casi perfecta”, lo que implica que no lo es, no lo es para usted… y me confunde, porque lo que me acaba de decir me lo diría una persona feliz, no una persona a quien le incomoda vivir su vida

 

- Touché, touché- sonrió. – Pero la felicidad es pasajera

 

- ¿Me quisiera explicar?

 

- Siempre que le pasa algo que lo hace feliz, aquello que le pone una sonrisa genuina en su rostro, aquello que lo hace ver la vida sólo con positivismo, como si todo fuera bueno y correcto, como si lo malo y lo incorrecto fuera mentira, pero la más mínima cosa le borra la sonrisa, le quita todo aquello, dígame usted si no le ha pasado

 

- ¿Y en la adversidad no se puede ser feliz?

 

- Se puede ser feliz, es una decisión, pero a veces los factores externos no ayudan a los internos, no lo suficiente como para que la decisión sea la acertada… aunque yo sí soy feliz, aunque a veces me siento miserable… no en el sentido de desdicha, sino de aflicción, sin fuerza, sin valor- suspiró, para luego dar un par de tragos fríos a su té.

 

- ¿En qué momentos se siente “miserable”?

 

- No lo sé… no es siempre, ni todos los días…es esporádico, momentáneo…pues, igual que la felicidad, la miseria es pasajera

 

- Dígame algo, ¿qué le parece si cambiamos de tema?- Emma asintió. - ¿Cómo va el sueño?

 

- Bien, bien

 

- ¿Ha estado durmiendo bien, bastante, o bien y bastante o bastante bien?

 

- Pues, el sábado que vine, mi mejor amiga y yo nos tomamos una botella de tequila y dormí como un bebé- Alastor asintió para que le siguiera contando. – El domingo me desperté un par de veces, pero me logré dormir, el lunes dormí poco pero bien... y, lo que dormí, realmente lo dormí bien

 

- ¿Por qué?

 

- Fue un día bastante bueno, en un sentido general, sin tensiones, sin estrés en el trabajo, un par de risas por aquí y por allá…

 

- ¿Algo en particular que haya soñado?- Emma se sonrojó. – No tiene que decírmelo, pues no sé a qué ha venido este día, pero seguramente las respuestas que busca las encontramos en lo más mínimo de sus respuestas

 

- La semana pasada llegó una compañera nueva de trabajo- suspiró, poniéndose de pie y bebiendo un poco más de su ácido té. – Es la sobrina de mi jefe…

 

- ¿Tiene problemas con ella?

 

- Mi trabajo es muy especial… somos pocos en el Estudio, soy la dueña de una parte del Estudio, no sé si los demás trabajadores lo saben o no, pero soy dueña del veinticinco por ciento, y mi jefe es mi socio, le sigo llamando “jefe” por costumbre… el punto es que yo tengo una oficina personal, como mi jefe, la mía es un poco más grande, y da a St. Patrick’s Cathedral, es la oficina de ensueño, se lo juro… y, bueno, hace un mes, más o menos, me consultó sobre una contratación, yo no suelo meterme en cuestiones administrativas, en el sentido de personal y esas cosas, por lo que le dije que ese tipo de cosas las hiciera él solo, que confiaba en su criterio… y, bueno, el lunes pasado anunció que tendríamos una nueva compañera

 

- ¿Qué tiene de especial ella?

 

- Que está en mi oficina, ahí la han metido porque no había otro espacio… pero yo no sabía que era la sobrina de mi jefe en ese entonces, ahora sí lo sé

 

- ¿Eso cambia las cosas?

 

- Sí y no- la vio con una mirada de “explíquese”. – Cambia las cosas porque yo a mi jefe lo respeto mucho, y respeto a su sobrina también, pero eso no me quita la sensación de que es mi oficina… es egoísta, yo lo sé… pero no es porque sea la sobrina de mi jefe que la respeto y la tolero…porque hasta me gusta tenerla en la oficina; es graciosa, amable, muy inteligente…

 

- Señorita Pavlovic, a veces nos cerramos a las posibilidades más relevantes de nuestras vidas, por egoísmo…quizás puede encontrar, en la sobrina de su jefe, una nueva amiga

 

- Entonces- dijo, obviando el comentario del psicólogo bohemio. – No sé qué me pasó… pero desde el momento en el que la vi, que estreché su mano, no sé, no me siento yo, no me siento como siempre me sentí… y los días pasan y me siento más ajena a lo que conozco de mí

 

- ¿Me quisiera explicar bien, por favor?

 

- Agh…- suspiró Emma, cayendo de golpe sobre el sofá, bebiendo hasta el fondo su té. – Sophia es especial… es como si, cada vez que la veo a los ojos, veo un poco de su vida, veo un dolor que no ha sanado, es como si tuviera mil preguntas por hacer y no se siente capaz de hacerlas… pero es la forma en la que sonríe, lo genuino de su sonrisa, es como si viviera el momento porque no puede mirar al pasado… porque le duele aceptar muchas cosas, o porque no quiere darse cuenta de muchas otras

 

- Dígame una cosa, Señorita Pavlovic… ¿hablamos de Sophia, la sobrina de su jefe, o de usted?- sonrió, cambiando de pierna. Emma frunció su ceño, como si no entendiera la pregunta. – A ver…- suspiró. – Volvamos al sueño, ¿le parece?

 

- Sophia… desde el día en el que la vi…desde entonces sueño con ella, a veces no le veo la cara, pero sé que es ella, o me gusta pensar que es ella… es reconfortante, es cálida, me hace sentir segura…

 

- ¿En el sueño o en la vida real?

 

- Definitivamente en el sueño- asintió.

 

- Y en la vida real, ¿cómo la hace sentir?

 

- Siempre llega tarde, después que yo, entre quince y veinte minutos después que yo… y me enoja su impuntualidad, de verdad me enoja- suspiró, poniéndose nuevamente de pie, qué inquieta. – Pero cuando llega, y veo que está bien, que está sana, y que sólo se quedó dormida o se tardó en bañarse o tomó un taxi muy tarde, me invade la paz… es como una cajita intrigante que contiene sólo inquietudes, curiosidades y muchas cosas por decir y por hacer… y es como si guardara la calma, como si estuviera en su zen todo el tiempo, tomando las cosas con calma, encontrando soluciones sin perder la cabeza… como si tomara su vida entre su sonrisa…

 

- A ver, déjeme ver si entiendo- sonrió, irguiéndose y poniendo ambos pies sobre la alfombra. – No le molesta la impuntualidad en sí, sino porque cree que algo le ha pasado- Emma tambaleó la cabeza, entre sí y no, pero ambas respuestas eran correctas. - Y, con su sola presencia, la contagia de su serenidad- entonces asintió. – Señorita Pavlovic… ¿qué tipo de sueños tiene con Sophia?

 

- Pues, al principio eran como el final tranquilo a mis pesadillas, pues empezaba con pesadillas, pero llegaba un momento en que aparecía alguien que hacía que la pesadilla terminara, pero del sábado para ahora, se han intensificado…

 

- ¿En qué sentido se intensifican?

 

- Al principio eran sólo besos

 

- ¿Besos en dónde?

 

- En la mejilla, en las manos…

 

- ¿Y luego?- sonrió, viendo que a Emma le costaba demasiado trabajo hablar sobre aquello que él ya sabía, pero de nada servía saberlo si Emma no lo decía, pues, al decirlo, contemplaría aceptarlo.

 

- Besos en los labios

 

- ¿Y cómo eran esos besos?

 

- Eran tiernos y lentos… era la necesidad de besarla, de no dejar de besarla

 

- ¿Quién comienza los besos?

 

- Yo…

 

- Entiendo- suspiró. - ¿Hay algo más que sólo besos?

 

- Pues…- resopló, sentándose de nuevo, recostándose y apoyando los pies sobre el brazo contrario. – Cada vez escalan, más y más… y los besos se vuelven caricias, caricias que tienen repercusiones físicas en la vida real, caricias que, en el sueño, son íntimas, caricias que se vuelven acciones imposibles en la vida real, pero que en el sueño son tan posibles como que no quiero despertarme… y me enoja despertarme… es como si estuviera obsesionada con ella- le hablaba al techo blanco, intentaba no hacer contacto visual con aquel hombre, se le hacía más fácil así, evitando el contacto visual.

 

- El término “obsesión”, Señorita Pavlovic, no es tan simple como una idea con la que su mente la asalta constantemente, es un término muy fuerte… y no creo que usted esté obsesionada con ella

 

- ¿Ah, no?

 

- No, Señorita Pavlovic…- sonrió. – Dígame, en esta semana que han trabajado juntas, ¿ha habido algún tipo de roce fuera de lo común?

 

- No que yo sepa

 

- ¿Ve? Si usted tuviera una obsesión con ella, buscaría hasta la más mínima excusa para tocarla, para convencerla de hacer lo que su inconsciente y su subconsciente hacen en sus sueños…- Emma respiró hondo, como si estuviera aliviada, pues, no estar obsesionada era algo bueno. – Una pregunta, ¿ha tenido algún acercamiento personal con ella? Como de hablar de sus vidas, salir fuera de las horas de trabajo…

 

- No, para nada… no tengo tanta confianza con ella como para hablarle de mi vida personal…

 

- ¿Ella lo ha hecho?

 

- Pues, sí, lo que sea que le pregunte, me lo responde…

 

- ¿No lo ve?- Emma frunció su ceño en confusión. – Ella le está confiando a usted su vida, aspectos de su vida personal, y usted no…

 

- No puedo simplemente abrirme con ella sólo porque sueño con ella a diario

 

- Sabe, Señorita Pavlovic… a veces, las mejores cosas, las cosas que cambian nuestras vidas para bien, son las que nos perdemos por cerrarnos a cualquier alternativa, por no contemplar el hecho de considerar las opciones que tiene… a veces tenemos que dejar el orgullo a un lado, dejar el lado racional a un lado y simplemente considerar el lado irracional de las cosas… le soy muy sincero, Señorita Pavlovic, yo pienso que a usted le gusta Sophia, más de lo que cree y más de lo que conoce, por eso le está costando trabajo aceptar que tiene emociones comprometidas con ella… pues si sólo fuera una relación laboral, sea recíproca o no, usted, siendo su jefa, porque eso es lo que es, podría reprenderla por ser impuntual, en cambio, no lo hace y se tranquiliza al ver que llega sana y salva…

 

- ¿En conclusión?- murmuró, sentándose sobre el sofá y apoyando sus codos sobre sus muslos, fijando su mirada en el arreglo floral de la mesa que dividía el sillón de Alastor y su sofá.            

 

- Lo que usted ve en Sophia, lo que usted dice que ve en sus ojos, es lo que usted ve en usted misma… quizás por eso le da tanta curiosidad, porque es como verse frente a un espejo, en esencia, porque no lo es, pues quizás usted está malinterpretando lo que ve en sus ojos, quizás no es lo que ella es, sino un reflejo de lo que usted es, de todo lo que usted quiere ser, quiere hacer, quiere decir y quiere sentir, y usted misma no se lo permite…- sonrió, viendo a Emma hundir su rostro en sus manos. – Hay cosas que toman tiempo, unas más que otras, sanar heridas del pasado no es lo mismo que aceptar los hechos del pasado, y no va a ser fácil ni rápido indagar en su pasado para encontrar las respuestas de lo que está pasando en su presente… todo es una cadena de eventos, Señorita Pavlovic, todo lo que uno cree que no le afecta, quizás no le afecte en ese momento, pero quizás le afecte mucho tiempo después, o quizás no le afecte nunca, o tal vez ni cuenta nos damos que nos afectó o que nos está afectando…- Emma enterró sus dedos en su cabello, deteniendo su cabeza entre sus manos, respirando hondo y no porque estaba enojada. – Como usted me dijo al principio, su vida es casi perfecta, mencionó muchas cosas, pero no mencionó al amor, y, dejando a un lado el romanticismo, todo ser humano necesita amor, es un mito que el ser humano puede vivir en la soledad, la soledad mata como un café con arsénico todas las mañanas… lento, sin dolor, hasta el momento en el que termina con nuestras vidas.

 

- ¿Qué hago?- balbuceó sin despegarle la mirada al suelo.

 

- Yo no puedo decirle qué hacer, eso sólo usted puede decidirlo… pero puedo aconsejarle que considere sus opciones, que deje, por un momento, las normas sociales y su orgullo, sólo para considerar sus opciones con claridad, pero no aparte sus principios morales, mucho menos sus deseos… todo ser humano busca la autorrealización, todo ser humano quiere ser feliz… y, si me pregunta, Señorita Pavlovic, en la vida que los humanos mismos hemos construido en conjunto, hasta la felicidad tiene su precio… el camino que tome para ser feliz, abandone lo que tenga que abandonar para ser feliz, siempre habrá gente que la juzgue, pues de los juicios nadie se salva…reflexione las cosas…quizás Sophia no sea la solución, pero al menos habrá aceptado que una mujer tiene la capacidad de contagiarle paz y tranquilidad, y eso ya es un comienzo… piérdale el miedo a los riesgos- sonrió, viendo a una Emma indefensa, como si hubiera quebrado su armadura, que seguramente la tendría intacta al cruzar la calle, pero al menos las palabras habían penetrado aquella armadura tan densa. - ¿Tiene miedo de que sea un error?

 

- No sólo de que sea un error, sino de que sea una equivocación, de ambos lados…

 

- ¿Usted alguna vez cometió un error que le diera felicidad cometerlo?- Emma asintió. – Usted dice que la felicidad es pasajera, pero así como ese error que cometió, ¿qué pasaría si el error no fuera fugaz, sino eterno o repetitivo para que la felicidad durara hasta que usted decidiera no tenerla más?

 

- Sí…- dijo en su voz pegajosa. – Supongo que tiene razón…

 

- Lo que sea que le haya hecho, el que se lo haya hecho, me da la impresión que ya no está en su vida- sonrió, viéndola ponerse de pie. – Aproveche la ausencia del pasado, pero no lo olvide

 

- Ya va a ser la media hora…y tengo que irme…- suspiró Emma, intentando no escucharlo más.

 

- ¿Cita para la otra semana?- sonrió, poniéndose de pie.

 

- Ya lo veremos- dijo, aclarándose la garganta y extendiéndole la mano. – Ha sido de mucha ayuda- sonrió, estrechándosela, tal y como lo había hecho el sábado anterior.

 

Jueves dieciocho de octubre de dos mil doce. Emma no había podido dormir, pues las palabras de Alastor le rebotaban, le hacían eco, hasta le gritaban, y no sólo eso, sino que también su subconsciente le decía “tiene razón, no seas tan testaruda, ¿qué puede salir mal”, pero Emma sabía que si salía mal, saldría muy mal, muy, muy mal, irremediablemente mal, pero quería intentarlo, quería intentar algo, pero no sabía ni qué ni cómo. Llegó a la misma hora de siempre, a las siete y cinco, sólo porque se había detenido a comprar cigarrillos, Marlboro rojos, pues no podía fumar Light, no tenían el mismo efecto relajante en ella, necesitaba tres Light para suplir uno rojo, o quizás era psicológico, pues fumar rojos desde los diecisiete tenía que ser una costumbre, diez años, casi once. Veía St. Patrick’s Cathedral a lo lejos mientras tomaba su típico té en su taza negra, con contornos blancos, que detallaban a Darth Vader. Y, pensando en lo que Alastor le había dicho, cosa que no podía apartar de su mente ni por un segundo, vio su reloj, su Patek Philippe, que el segundero se movía tan lento, como si no tuviera prisa por hacer que el minutero llegara a las siete y veinte, hora a la que Sophia llegaba usualmente, y pensaba en lo que ella misma había dicho, en la preocupación que tenía por Sophia, de si llegaba bien, en una pieza, que la impuntualidad le enojaba, pero que le dejaba de enojar cuando Sophia llegaba con vida, como si fuera mayor aventura tomar el Taxi.  Vestía camisa desmangada negra, ajustada a su torso, pero era de algodón de noventa por ciento, lo que evitaba que su ombligo se marcara, algo que Emma odiaba en una camisa, pantalón negro, no muy ajustado a las piernas, pero tampoco de pierna ancha o recta, ahora elevada en Karung Zalou Louboutin, dieciséis centímetros, no era la gran cosa. Escuchó aquel taconeo sordo sobre la alfombra, las siete y dieciséis, y volvió a ver hacia el pasillo para corroborarlo, y, en efecto, era Sophia, que caminaba entre sus alborotadas pero sensuales ondas rubias, hasta la oficina, en donde Emma la esperaba con la puerta abierta. Emma caminó hacia la puerta, Gaby todavía no había regresado de la oficina de la Trifecta, pues Emma necesitaba cualquier cosa, sólo quería quitarla del escritorio.

 

- Buenos días, Sophia- sonrió Emma, con una sonrisa interna y externa, corroborando que le daba paz ver a Sophia en una pieza, caminando con la sonrisa que la caracterizaba, más entre sus camanances.

 

- Buenos días, Arquitecta- sonrió de regreso, llegando a dónde Emma, que Emma, tímida y calculadoramente, le dio un beso en la mejilla, pero se arrepintió al momento que se lo daba, por lo que se movió a la otra mejilla, para completar aquel beso, que no decía mucho, sólo una potencial amistad, aunque Sophia casi se derrite. - ¿Cómo estás?- dijo, dándose la vuelta, mostrándole a Sophia sus pecas, plagando elegantemente sus hombros también.

 

- Bien, ¿y tú? ¿Qué tal tu noche?

 

- Bien- suspiró, alcanzándole la taza con café, que había jugado a ser Barista y había logrado lo “único” que sabía hacer; una hoja. - ¿Y la tuya?

 

- Caí muerta- rió. – Increíble lo que Lilly Hatcher puede cansarte con tanta información… gracias- sonrió, tomando la taza y notando la hoja. – Moses jugando a ser Barista, qué lindo- y Emma sonrió, pero Sophia notó que algo no estaba bien. - ¿Está todo bien?

 

- Sí, sí… un poco desvelada…solamente- sonrió apagadamente, sentándose en su silla y encendiendo el monitor de su iMac.

 

- ¿Quieres uvas?- sonrió, sacando un hermético con uvas.

 

- ¿Verdes y sin semillas?- Sophia asintió. – Te quitaré dos- sonrió forzadamente, sólo por no ser descortés. – Gracias- y las metió a su boca, masticándolas sin ganas de sentir sabor, ni textura.

 

La mañana fue eterna para ambas, pues no cruzaron ni una tan sola palabra, Emma haciendo ajustes a la casa de los Hatcher, Sophia terminando las propuestas para aquella oficina, simplemente cada uno en lo suyo, tal y como Sophia imaginó que el ambiente de trabajo sería, así como en Armani Casa, todos juntos pero, al mismo tiempo, separados, cada quien en lo suyo, viendo hacia el frente, sin detenerse a mirar alrededor. Pero Sophia no era así. A veces se detenía para ver a Emma, trabajando seriamente, con su ceño fruncido, a veces frunciendo los labios, dando clicks colocados, apretando teclas junto con clicks, o cuando se daba la vuelta en su silla, bebiendo agua con gas, y veía hacia afuera con la pierna cruzada,  “Si tan sólo me tuvieras confianza para decirme lo que te pasa”, y Sophia seguía trabajando, viendo a aquella diva en pleno apagón, físico, mental y emocional, como si quisiera simplemente irse. No salieron a comer, Emma ni siquiera comió, simplemente se pasó entre su ordenador y su iPhone, por lo que Sophia cayó en lo mismo de antes, ir a almorzar sola y, en vista que no conocía exactamente la ubicación de tantos restaurantes, ni tenía reservaciones para la hora de almuerzo, terminó almorzando en Dean & DeLuca, que quedaba en el edificio prácticamente, sola y pensativa, acariciándose las mejillas ante el recuerdo de los besos de Emma, ¿de dónde le había nacido aquello? Era un acercamiento bastante sorpresivo, pues Sophia no esperaba que la besara. ¿Y qué tenía aquella mujer que le gustaba tanto? Sophia le daba vueltas a sus pensamientos, intentaba descifrarlo pero no podía y, entre más pensaba en el humor extraño de Emma, más quería acercarse y preguntarle qué le pasaba, más quería acercarse y succionarle sus problemas a través de un beso. Y es que Emma la confundía, era como si le coqueteara constantemente, accidental o intencionalmente, coqueteo era coqueteo, pero luego actuaba así de fría, es que Emma no podía ser lesbiana, jamás, nunca, una Diva así, de ese calibre, debía tener un novio secreto igual de Divo, igual de hermoso, alguien con quien tuviera noches de pasión desaforada, llenas de sudor, besos y gemidos, una relación heterosexual. Pero Sophia no podía dejar de pensar en una Emma en ese tipo de situaciones, en las que la lujuria la invadía, ¿cómo se transformaría su humor, su mirada, su lenguaje corporal? ¿Cómo sería despertarse junto a ella? ¿Sería de despertarla con besos? ¿Dormiría desnuda, apreciando la perfección de cuerpo que tenía, o dormiría con alguna pijama sensual? No, Sophia no podía contenerse los pensamientos, ni podía evitar imaginarse a Emma con ella, pues era algo imposible, más después de la frialdad de Emma, soñar no costaba nada.

 

- Arquitecta- sonrió Sophia al verla caminando por el Lobby que iba hacia afuera. - ¿Vas al apartamento de Meryl?- pues pensó en preguntarle si podía acompañarla.

 

- No… voy a casa ya- murmuró, enrollando una bufanda de seda, blanca con negro, en las mismas proporciones, alrededor de su cuello.

 

- Que te vaya bien- sonrió, acercándose a ella, y le dio un beso en ambas mejillas, así como Emma lo había hecho hacía un par de horas. – Espero que te mejores- murmuró, acariciando cariñosamente su hombro sobre aquel abrigo Altuzarra negro.

 

- Gracias, Sophia- sonrió. – Te veo mañana- y reanudo los pasos hacia el exterior.

 

Bueno, al menos la vería al día siguiente. Y acarició sus labios, pues había besado las suaves mejillas de aquella Arquitecta a la que estaba segura que no sólo ella se la quería comer entera con tantas ganas, es que, según Sophia, no había nada que besos sinceros no podían arreglar, que fue cuando se le ocurrió que Emma estaba de luto, pues vestía toda de negro, desde su bolso hasta sus zapatos, toda su ropa, hasta su bufanda era blanco y negro, pero no, Emma no estaba de luto, simplemente había sido lo primera que había visto por la mañana. Sophia subió a la oficina, viéndola vacía sin Emma, y le dijo a Gaby que, si no tenía nada por hacer para Emma, que podía retirarse, pues Sophia no estaba acostumbrada a tener secretaria o asistente personal, y tampoco era como que inundarían de llamadas telefónicas, ¿o sí? Lo hecho, hecho estaba, y Sophia se encerró en aquella oficina, contemplando el poder que tenía Emma para llenar con su presencia aquel espacio, y trabajó en silencio, y trabajó más y más, tanto que ni se dio cuenta a qué hora el sol ya no estaba. Y se encontró sola en la oficina, de no ser por Volterra, quien trabajaba exhaustivamente en el proyecto de Pittsburgh todavía, hubiera estado realmente sola. Se dirigió a su apartamento, en plena inhabilidad de poder quitarse de la mente a la tristeza de Emma, al humor amargo de aquella mujer, de aquella hermosa mujer, la que le coqueteaba pero la rechazaba, todo sin saberlo, lo que daría por darle un beso, por tenerla entre sus brazos, por estar ella entre sus brazos, por hundirse entre sus labios, por...”por hacerle el amor, el amor más sincero y apasionado que exista, que no conozco, pero lo inventaría en ese momento”.  Salió a fumar un cigarrillo mientras escuchaba música, le gustaba The Raconteurs, un grupo bastante inusual, pero que contagiaba. “And maybe I just don’t see the reason, but in the corner of my heart your ignorance is treason”, eso era lo que aquella canción decía, que Sophia le encontraba un significado propio, se sentía identificada con aquello, pero también se sentía identificada, y no en el buen sentido, cuando decían “you don’t understand me, but if the feeling was right, you might comprehend me”, se apegaba más a Emma, pues era cierto, Sophia no conocía a Emma, no podía comprenderla, lejos de comprender lo que sentía, lejos de todo eso, necesitaba que Emma se abriera con ella, que confiara en ella, aunque sabía que Emma no era lesbiana, es que respiraba heterosexualidad, pero luego, Sophia sentía que sí podía tener una oportunidad, con cualquiera, pues todos eran corruptibles: “and I don’t claim to understand you, but I’ve been looking around and I haven’t found anybody like you”, aunque quizás debía medir el nivel de corruptibilidad de Emma, saber un poco más sobre ella.

 

Emma, por el otro lado, simplemente vio a Sophia tan lejos que decidió ponerle fin, tosco y de ipso facto, a aquellas ridículas y demenciales ideas de besarla, de tocarla, de acariciarla, de rozar su piel contra la suya, así como en sus sueños, así de candente, de apasionado, pues no sabía si eso era hacer el amor, nunca había hecho el amor, no como lo describían, así, con esa conexión sentimental en ese momento, que era más una sinfonía de jadeos y de “te amo” que otra cosa, además, nunca se le había ocurrido, ni siquiera había contemplado la idea de que Sophia fuera heterosexual, además, ¡Volterra!

 

- Es su sobrina, carajo, no te vas a meter con la sobrina de tu jefe

 

- ¿Y qué pasa si Alastor tiene razón?- aquella mujer enojada de ojos verdes la vio a través del espejo del baño mientras Emma se detenía de los bordes del lavabo. – No soy feliz…- gruñó, ejerciendo fuerza sobre el lavabo, como si quisiera tirarlo contra el suelo, pero sólo creó una reacción de rebote, quedando de pie, erguida ante el espejo, haciendo contacto visual con aquella mujer que tenía el descaro de sólo aparecer cuando no quería que apareciera.

 

- Si lo eres, eres feliz así… meterte con Sophia es firmar el consentimiento de tu propia desgracia. Dime, ¿te falta algo? Y “amor” no es una respuesta válida, porque tienes amor, tienes a Natasha, a mamá…

 

- Tú…- suspiró con mirada incrédula. – Tú no entiendes, ¿verdad?

 

- Aparentemente no

 

- Ya me aburrí de ser “Emma”, “Arquitecta Pavlovic”, ya me aburrí de ser “Tesoro”, de ser “Nena”… necesito que alguien me llame “mi amor”

 

- Natasha te llama así y tú a ella, ¿cuál es el problema?

 

- Que necesito a alguien que me abrace, que me bese, que me lleve a la cama, ¿es tan difícil eso de entender? Alguien que me quiera diferente, que me tenga un amor de romance, no de amistad, no de fraternidad

 

- Emma, Emma, Emma…- suspiró, tomándola de los hombros con delicadeza. – Eso no lo vas a encontrar en Sophia, y lo sabes…

 

- Entonces explícame por qué me gusta tanto Sophia, ¿sí?

 

- Tienes una atracción física por ella, nada más- la abrazó, envolviendo sus brazos con los suyos. – Tú sabes que, aunque Sophia te corresponda, no la dejarás entrar aquí- dijo, poniendo su mano sobre su corazón. – Así como no dejas entrar a nadie, a veces ni a ti misma… ¿por qué crees que Sophia sería la excepción?- sonrió, en aquel tono que Sara le solía poner para hacerla cambiar con cariño.

 

- Porque no me gustaría tanto si no fuera la excepción… es más, no sé si alguien me ha gustado tanto como ella, si me ha intrigado tanto… ni siquiera Marco… nadie

 

- Emma, deja de buscar el amor, deja que el amor venga a ti…eventualmente encontrarás a alguien que satisfaga tus necesidades- le dio un beso en la mejilla.

 

- Pero si ya vino, está ahí, en mi oficina… dejé que viniera a mí, sería estúpido no “pelear” por él, ¿no crees?

 

- Pero no la vas a dejar entrar… ni siquiera eres capaz de abrirte a un nivel superficial con ella, ¿así quieres que te ame?- resopló, soltando a Emma, quien se volvía a detener de los bordes del lavabo. – Tú sólo tienes curiosidad sexual, tú quieres saber a qué sabe Sophia Rialto, te arde por saber

 

- ¿Y cómo explicas el hecho de que sea una mujer?

 

- Eso lo sabes tú, lo sabes y no lo quieres aceptar… tal vez, quizás, el día que aceptes el “por qué”, puedas hacerte la vida más fácil- Emma la volvió a ver con rabia, pues no había hecho más que confundirla. – Llévala a la cama si quieres, ten tu diversión, pero te acordarás de mí el día en el que eso termine mal…- le dio un beso en el hombro y Emma la vio desaparecer, y desapareció porque su iPhone estaba sonando, y caminó, en toalla, pues terminaba su ducha, y ahora la discusión con su jodida consciencia, hasta su bolso.

 

- Ciao, Mami- sonrió, dejándose caer a la cama.

 

- Ciao, Tesoro. ¿Cómo estás?

 

- Bien, ¿y tú?- se dejó caer sobre su espalda, escuchar a Sara era lo único que la tranquilizaba.

 

- Muy bien, ¿cómo va todo en el trabajo?

 

- Pues muy bien, muy bien, tengo una nueva compañera de trabajo- sonrió, no sabiendo por qué le contaba eso a Sara, pues en el caso de Harris no le había contado.

 

- Cuéntame

 

- Pues, nada, compartimos oficina- Sara soltó un sonido de incredulidad. – Yo sé, yo sé, pero comparto civilizadamente, tal y como me enseñaste

 

- Yo sé que no te gusta compartir, pero me alegra mucho que lo hagas- sonrió. - ¿Cómo se llama? ¿Es amable?

 

- Se llama Sophia y, sí, es amable, muy amable… es la sobrina de Volterra, pero, bueno, ese es otro tema, ¿cómo va todo en la Capilla Sixtina? ¿Ya terminaron de curar el techo?

 

- Ahora está muy húmedo, eso nos atrasa demasiado, pero ya la cantidad de turistas bajó, podemos cerrar la Capilla un día a la semana, lo que les da tiempo de avanzar

 

- Al menos avanzan- rió Emma. – Oye, te quería decir algo… llego hasta el dieciséis de diciembre, quería llegar un día antes… pero no había espacio en vuelo directo ya, salgo en la mañana de aquí, a eso de las cuatro y cincuenta y cinco, estaría llegando a las seis o siete a Roma

 

- Tú sabes que me gusta que vengas- sonrió. – Pero si alguna vez quieres quedarte, sólo tienes que decirlo

 

- No veo por qué querría quedarme, mamá… creo que dos festividades con Natasha serían demasiado- rió. – Es suficiente con Año Nuevo… además, nunca logro que vengas, y tampoco puedo dejar de verte por tanto tiempo, un año es bastante, no tengo la capacidad de imaginarme que pases la navidad sola, nadie debería pasarlo solo, ¿no crees?

 

- Para que seas un poquito antinavidad… creo que tienes razón. ¿Qué quieres que te regale de navidad?

 

- Lo mismo de todos los años, por favor, ¿y tú? De navidad y de cumpleaños por separado

 

- Me caería bien una cartera, como todos los años, que no sé qué les hago que las destruyo- rió a carcajadas mientras digitaba la clave de la alarma central. – Y de navidad, como siempre, que cocines tú

 

- ¿Ves cómo nos ponemos de acuerdo?- rió Emma. – Ojalá y todo fuera así de fácil

 

- ¿Está todo bien? ¿Todo bien con Alfred? ¿Con tu mejor amiga?

 

- Mamá- rió. – Mi mejor amiga se llama “Natasha”

 

- Tú sabes que los nombres no son mi fuerte

 

- Eso es selectivo creo yo, porque, vamos, mamá, ¿confundir a Piccolo con Franco? Está difícil- rió. – Ese es el subconsciente hablando en voz alta

 

- Bueno, ¿y quién dice que el subconsciente no se equivoca?- rió Sara, no sabiendo que le daba a Emma una pequeña esperanza para con Sophia. – Aunque, bueno, tal vez en este caso no se equivocó- y la esperanza se acabó.

 

- Trata a Piccolo con amor, ¿sí?- sonrió, pensando en que Piccolo era más humano y más hombre que Franco.

 

- Claro que sí, Tesoro… pero, contesta a mi pregunta, ¿está todo bien?

 

- Sí, claro que sí, con mucho trabajo nada más- suspiró. – Tengo un proyecto al que le cambian cada cosa cada tres segundos, es increíble…

 

- Bueno, intenta relajarte siempre que puedas

 

- Sí, ahora regresé temprano de la oficina y fui a trotar un rato al gimnasio del edificio…

 

- Ah, ¿cómo está la resistencia? ¿Bien?

 

- Pues, sí, como siempre- sonrió. – Algún día dejaré el vicio, Santa Madre- rió, refiriéndose al vicio de los cigarrillos.

 

- Ojalá, ojalá, que sabes que no es algo que me guste para ti…

 

- Lo sé, madre- dijo, que sólo utilizaba el “madre” cuando algo le incomodaba. – Te haré orgullosa algún día no muy lejano

 

- Ya estoy orgullosa de ti, Tesoro- sonrió. – Y, bueno, ya es tarde aquí, son casi las dos de la madrugada, tengo una reunión a las ocho, ¿nos hablamos pronto?

 

- Cuando quieras, sabes que puedes hablarme en horas de oficina también… aunque ya sé que no te gusta interrumpirme en mi trabajo, pero es sólo para que lo sepas… te quiero mucho, mami

 

- Yo a ti, Tesoro, cuídate mucho, ¿si?

 

- Tú también, pasa buenas noches

 

- Buenas noches, Tesoro- colgó.

 

Viernes diecinueve de dos mil doce, D-Day, o algo así. Como todos los días, Emma tomaba su té mientras veía hacia abajo, a veces hacia St. Patrick’s Cathedral, que quedaba a la izquierda de su oficina, pues veía con mayor facilidad el Empire State de frente, en donde a veces se imaginaba a Natasha bajarse de un Bentley, ah, cuántas veces habían hablado de eso ya, con un vestido único, definitivamente Versace, o Donna Karan, pues eran como sus tías, y la ola de invitados, unos famosos, otros súper famosos, otros turbo famosos, otros, como Emma, para nada famosos, y nada de marcha nupcial, nada de Mendelssohn, sino de Johann Pachelbel, y Emma sonreía ante las últimas pláticas con Phillip, que habían sido confidenciales en su totalidad, pues se trataban sobre el anillo de Natasha, el anillo decisivo, aquel que toda la gente vería en su dedo y sabría que aquello pasaría, y Phillip, al no saber mucho sobre joyas femeninas, había recurrido a Emma, desde para saber qué tipo de anillo, hasta la marca y el color, y habían considerado todas y cada una de las Top Ten Brands para Engagement Rings, desde volar a París para comprar un Chopard único en su especie, hasta comprar uno en Tiffany, que no importaba el precio, pero tenía que gritar “Natasha Roberts”, así como en Harry Potter, que la varita escogía al mago. Vestía un suéter gris de angora, con su cabello recogido en un moño estilizado, falda negra, bombacha a lo más mínimo, que llegaba hasta por arriba de la rodilla, midiendo un metro y ochenta y seis centímetros en sus Flo Orlato Louboutin de patrón de leopardo. Y todo aquello se coronaba con una mirada confundida y confusa, que no había descansado en lo absoluto, sino que había pasado toda la noche escuchando su colección de Laura Pausini mientras terminaba el rompecabezas que había comprado la semana anterior, le dolía la cabeza, le ardía la luz en sus ojos, escuchaba el ruido de una construcción pesada; taladros, martillos, demoledoras, todo en su cabeza, que demolía cada pensamiento relacionado a Sophia, pero que había otra parte que reponía lo que demolían, era la demoledora moral y la reponedora razón, la dinamita de lo incorrecto, las tijeras para cortar la mecha de la dinamita de la irracionalidad, “Supongo que lo tendré que hablar con Natasha…ella suele aclararme mejor las cosas, mejor que yo”, y respiró profundo, bebiendo su caliente taza de té.

 

- Gaby, que venga Moses, por favor- dijo por intercomunicador, viendo que eran las siete y quince y Sophia no llegaba, típico.

 

- Buenos días, Arquitecta- dijo aquel afroamericano, que tenía la sonrisa más tímida y blanca de la historia.

 

- Buenos días, Moses, gracias por mi té- sonrió Emma.

 

- ¿Quisiera otro?

 

- No se preocupe…

 

- ¿Qué puedo hacer por usted, entonces?- a Emma le gustaba Moses, en el sentido de que era como un niño grande, no tenía más de treinta años, y siempre vestía camisa de botones y de manga corta, con la distinguida camisa blanca por debajo, que ambas camisas iban dentro del jeans, y siempre usaba zapatillas deportivas, usualmente eran café y de cuero.

 

- ¿Tiene cosas que hacer?- Moses se negó con la cabeza. – Necesito que vaya a alguna farmacia y me compre Migergot, o algo que me quite la migraña en un segundo, por favor- le alcanzó un billete de cincuenta dólares, que había sido el primer billete que había sacado.

 

- Arquitecta, esa migraña se le quitaría con un poco de descanso- dijo con su tono de consejo.

 

- Prefiero las tabletas- sonrió, agitándole el billete para que lo tomara. – Y si pudiera comprarme un Bagel de Cheddar y Mozzarella en el camino, se lo agradecería mucho- dijo en su baja voz. – Si no le alcanza, yo se lo repongo al regresar

 

- Vuelvo enseguida- dijo en su voz grave y profunda, se dio la vuelta, guardando el billete en su cartera, y tomando su abrigo del perchero que compartían él y Gaby.

 

- Gaby- dijo, asomándose a su escritorio. - ¿Puedes imprimir lo que hay aquí, por favor?- le alcanzó un Flashdrive, el mismo que le había alcanzado a Sophia unos días antes. – Fíjate bien que no salga la línea esa en el centro… sino tendremos que llamar al técnico para que limpie el plotter- Gaby tomó el Flashdrive y se dirigió al salón donde Harris tenía su escritorio, pues era el que revisaba todos los planos, menos los de Emma.

 

- Y pensar que tengo que ir al aniversario de “PDF”- suspiró Emma en voz alta, como si sus pensamientos fueran automáticamente vocalizados por el cansancio.

 

“PDF” era el club mortal en el que Fred era inversionista, pues, socio, o como se llamara aquello que era Fred, y las siglas eran “Preston-David-Fred”, qué inteligentes. Era un club de mal gusto y de mala muerte, realmente Underground, pues estaba en un sótano, y era el lugar de distribución masiva de cocaína, pero sólo entre la élite social, libre de leyes, libre de todo, y sólo iba porque quería terminar a Fred y porque Natasha quería ir, todo por ver aquel mitificado lugar al que nunca había ido. Se dirigió a la cocina, en donde enjuagó su taza, la secó con una toalla y, conectando la tetera eléctrica, espero un minuto a que hirviera, quitó la jarra y vertió el agua en su taza, arrojándole la bolsa de té de vainilla y durazno dentro, dándole vuelta al reloj de arena para marcar los cuatro minutos de difusión. Asomó la cabeza por el pasillo, hasta su oficina y no vio a Sophia, pero llegaría en cualquier momento. Tomó el Portafilter y lo colocó bajo el dispensador del café recién molido y haló la palanca hacia ella para que cayera, en el Prtafilter, la cantidad óptima de café molido. Le dio un par de golpes con la mano, sólo para que la montaña de café se aplacara y presionó el café con el Tamper, para luego introducirlo en la Group head hasta girarlo y asegurarlo. Colocó la taza de Sophia bajo el filtro, apretó el botón, y escuchó cómo el ruido de aquella máquina le taladraba el cerebro, maldito dolor de cabeza. Vertió un poco de leche fría en la jarra de aluminio para vaporizarla y, al introducirla, el ruido del vapor, de la ebullición de la leche, era peor que la de la cafetera. Pero aquello cesó.

 

- Buenos días- sonrió Sophia, asomándose juguetonamente por entre la puerta de la cocina.

 

- Buenos días, Sophia- sonrió Emma, sacando la jarra del vaporizador.

 

- ¿Cómo te sientes?

 

- No muy bien, pero aquí estoy- murmuró, dándole unos golpes a la jarra contra la encimera de madera. - ¿Café?

 

- Eso estaría muy bien- sonrió.

 

- Oye, disculpa por ayer, no me he estado sintiendo muy bien… de salud- dijo, como si tuviera que darle alguna explicación a Sophia, cosa que odiaba, dar y recibir explicaciones que nadie pedía.

 

- No te preocupes, yo entiendo

 

- ¿Cuál es tu animal favorito?- sonrió Emma, tomando la taza de café en una mano y la jarra en la otra. Qué pregunta más rara.

 

- Pues…- rió. – Me gustan los leones, ¿por qué?

 

- Pregunta- sonrió, inclinando la taza de café y vertiendo la leche en círculos, para luego dejar la jarra de leche estática y crear un círculo blanco en el café, hizo una pausa y siguió, ya a ras del contorno se detuvo, corriendo la leche hacia el centro, desde afuera hacia adentro, creando, dentro de los dos círculos, una línea al centro. – Es curioso, ¿sabes?- Sophia se le quedó viendo con expresión inocente de incógnita. – Siempre que le preguntas a alguien cuál es su animal favorito, el cincuenta por ciento dice que los perros, el quince por ciento dice que los peces, sea de la especie que sea, el trece por ciento dice que las aves, de la especie que sea, el cinco por ciento los reptiles o los anfibios, como las iguanas, las salamandras, las ranas, y sólo el dos por ciento admite que le gustan los felinos, que usualmente son personas arriba de cincuenta y tres años- tomó un palillo y lo sumergió en la parte oscura, en la que no estaba ninguno de los dos círculos, y empezó a dibujar, alrededor de la línea, dos semicírculos contrarios. – Los felinos no suelen ser los preferidos, porque son distantes, hasta un poco violentos, muchísimo más que la familia de los canes, aunque si preguntas si prefieren baby dogs or baby kittens, tendrás cincuenta y cincuenta- introdujo el palillo en la parte de café y luego en donde la línea y los dos semicírculos se unían, creando un círculo café. – Usualmente la gente no admite que le gustan los gatos porque se asocia con el estereotipo de la mujer mayor, viuda, que vive con sus quince gatos- rió, dibujando líneas de café que partían de los semicírculos hacia afuera, tres líneas de cada lado, y luego un punto sobre cada semicírculo, dos líneas finas sobre los puntos recién hechos, se empezaba a ver la cara. – Claro, ese es un estereotipo estadounidense, no te alarmes… pero me parece bastante…”especial”, por así decirlo- murmuró, creando unas ondas que salían del círculo más grande de leche, creándole una melena a aquella cara. – Que te gusten los leones y no los tigres, porque, supuestamente, se dice que los tigres, su pelaje, su patrón de rayas, es una seducción, es la manera en cómo seducen a su presa, que es lo que pasa con el ojo humano, lo seducen- tomó la taza en ambas manos y se la alcanzó a Sophia, mostrándole que le había dibujado, cual Barista, gracias a Sara y a su curso intensivo de “cómo hacer café aunque no te guste”, un león un tanto caricaturizado. – Pero a ti te gustan los leones- sonrió, viendo la sonrisa de Sophia al ver el dibujo. – Que son peligrosos, y grandes, pero no más grandes que los tigres… no son más rápidos, ni más peligrosos, y, aún así, un león sigue teniendo el título de “Rey de la Selva”

 

- Wow…- resopló Sophia, abrazando su taza con sus manos. – Interesting facts- rió, viendo a Emma quitar el Portafilter y dándole unos golpes contra un recipiente que ya tenía café usado dentro. - ¿Qué hubiera pasado si te hubiera dicho que me gustaban los tiburones? ¿Me hubieras hecho un tiburón?

 

- Tampoco- rió Emma, colocando el Portafilter sobre la rejilla de la cafetera y enjuagando la jarra de leche. – Te hubiera hecho una hoja y te hubiera dicho que a mí también me gustan los tiburones- guiñó su ojo, que sólo logró coronar aquel momento de enamoramiento total de Sophia. Y Sophia entendió que no había sido Moses el de la hoja en su Latte el día anterior, sino Emma.

 

- ¿Es tu animal favorito?

 

- Me gustan los perros, pero no tengo uno porque vivo en un apartamento… y trabajo,  no podría darle la atención necesaria… me gustan muchísimo los peces, todo lo que tenga que ver con agua - sonrió, sacando la bolsa de té de su taza para luego dejarle ir un chorro de miel. – Pero tampoco tengo una pecera, porque los peces que me gustan no los puedo poner en una pecera…

 

- ¿Qué tipo de peces te gustan?

 

- No sé si le puedes llamar peces, pero me gusta el tiburón martillo, las medusas y las mantarrayas

 

- Te gustan los peligrosos- rió Sophia, viendo a Emma pasar de largo hacia la oficina.

 

- Como te dije, “Villains are cooler than Heroes”… además, no es como que a ti te guste la seguridad con tu león- rió, notando que su dolor de cabeza, a pesar de que seguía ahí, era menor. - ¿Has ido al zoológico?

 

- ¿Al de Central Park o al del Bronx?

 

- A cualquiera- Sophia sacudió su cabeza. – Tengo un buen tiempo de no ir, cuando quieras, podemos ir- sonrió, volviéndose a su silla para dejarse caer y empezar con el trabajo, a revisar los cambios de Lilly Hatcher.

 

- Sí, claro- sonrió Sophia, y sonrió con ganas, con ansias, con emoción genuina. – Cuando quieras- cayó sobre su silla, viendo el dibujo caricaturizado del león de su latte. – Gracias por el café… y por el león

 

- Anytime- sonrió.

 

- Oh…my…what…the…oh…no…- suspiró Sophia. – Lilly entró en un estado de demencia total

 

- ¿Qué pasó?- Emma la volvió a ver, Sophia restregaba sus ojos en desesperación. - ¿Cuántos muebles más te ha pedido?

 

- No es cuántos muebles más, aunque ya veinticuatro distintos y sesenta y uno en total es bastante… escucha esto- rió. – Licenciada Rialto, mi hija Penelope es fanática de Barbie, y se preguntaba si existe la posibilidad de que pudiera tener un modelo a escala, de nuestra casa, para sus muñecas, lo suficientemente grande para que las muñecas quepan de pie, con todos los muebles a escala proporcional. El espacio, para poner dicho modelo, lo arreglaré con la Arquitecta Pavlovic, pues pienso que se podría poner sobre el mueble que yace de la ventana. Espero su respuesta, un saludo, Lillian Claire Hatcher.

 

- Oficialmente…esa mujer está bajo el efecto de alguna droga- rió Emma a carcajadas. – La pregunta es si lo harás

 

- Pues, la oferta está bastante divertida…pero, ¿te imaginas construir cada miniatura? ¿Cada gabinete de la cocina, cada ventana, cada cama? Me vuelvo ciega y me quedo sin dedos- rió.

 

- A ver, si lo vas a hacer, yo puedo ayudarte… pues, tú me dices si necesitas granito para la cocina, o qué, si es que lo quieres hacer al cien por ciento… y, si decides tomarlo, en ese momento agrego dos metros cuadrados de cada textil que se utilizará en esa casa

 

- ¿Y cómo haré con los acabados de las paredes de la sala de estar o de la sala de cine?

 

- Licenciada Rialto, se le olvida que habla con la que le hace todos los modelos a Volterra, eso se hace con arcilla y un molde a escala, o con moldes de plástico, cubiertos de pintura para plástico… sólo tiene que pensarlo como un modelo, como el que hice hace unos días, y tiene que pensar que la desgraciada casa tiene que poder desplegarse hacia los lados, el techo hacia arriba, etc.

 

- Le responderé a Lilly que sí- sonrió.

 

- Si necesitas ayuda, estaría más que complacida en brindártela- sonrió Emma, viendo a Moses entrar, por fin, a la oficina, pues estaba con la puerta abierta.

 

- Arquitecta, con su permiso- sonrió Moses, entrando a la oficina con una bolsa plástica y una bolsa de papel. – Aquí están las tabletas, le compré Vitamin Water, me dijeron en Duane que servía mucho para los dolores de resaca, que son muy similares a los de la migraña, y aquí está su Bagel, y su cambio- dijo, sacándose unas monedas y unos billetes del bolsillo.

 

- Quédeselo, Moses, almuerce algo rico- sonrió, sacando una Vitamin Water Revive de la bolsa plástica, pescando al mismo tiempo la caja de sus tabletas. – Gracias- dijo, abriendo la botella y luego la caja.

 

- Para lo que necesite, Arquitecta- dijo. – Licenciada Rialto, buenos días

 

- Buenos días, Moses

 

- ¿Se le ofrece algo?

 

- No, gracias, muy amable- sonrió, sonrojando a aquel hombre de enorme tamaño, pero que era tenía aire de ser muy cariñoso.

 

- Con su permiso, entonces- dijo, dándose la vuelta y retirándose por entre la puerta para desaparecer en la cocina, a lavar las tazas que ya habían ido a dejar, lo que Emma había utilizado.

 

- Sabes, con lo de la migraña- dijo Sophia luego de haber bebido un poco de aquel café. – Yo me la quito con Vodka- rió, Emma casi escupe el agua vitaminada de la risa.

 

- Eso es como caer nuevamente en la alcoholización

 

- Pues, claro… la única manera de evitar la resaca es quedarse ebrio- rió, levantando su taza al estilo de “True Story”.

 

- Lo tomaré en cuenta, aunque ahora no estoy de resaca, sólo de dolor de cabeza

 

- Cierto, muy cierto, pero el Vodka me lo quita a mí

 

- ¿Qué insinúa, Licenciada? – sonrió Emma un tanto divertida.

 

- No sé, no suelo beber en el almuerzo

 

- Ah, pero yo sí- guiñó su ojo. – Un segundo- dijo, tomando el teléfono de la oficina en su mano y levantándolo a su oreja, pues, como Gaby no estaba, había sonado directamente. - Estudio Volterra-Pensabene, habla Emma Pavlovic- dijo, y, ¡ah!, eso a Sophia la mató, la mató de sensualidad, pues el tono de Emma era como pregrabado, automático, sensual. – Ah, sí- rió nasalmente. – Dígame que Mrs. Gummer estará pronto en la ciudad… claro que sí, en este momento le mando directamente las fotografías del progreso del apartamento… pues, sí, pero necesito que me apruebe alguna propuesta, que se sienta libre de llamarme, o de darme un feedback, estaré encantada de trabajar para su gusto- era un tanto hipócrita, pues, el tono, pero era el cliente, o la asistente del cliente. – Está bien, con muchísimo gusto… sí, sí… claro, sí… téngalo por seguro… sí, una cosa más, dígale a Mrs. Gummer que tenemos el servicio de manufacturación de muebles personalizados a su disposición… excelente… sólo las fotografías de las esculturas, por favor…bien, sí, sí… bueno, un placer, adiós- y se contuvo para reventar el teléfono contra la base. - ¿Qué dices si trabajas con Meryl Streep?- se volvió a Sophia.

 

- Oh, ¿Mrs. Gummer es Mrs. Streep?- Emma asintió. – Pues, claro, ¿cómo negarme?

 

Aquella jornada laboral fluyó mejor que la anterior, no era que hablaran sin parar, pero al menos se hablaban, en especial para reírse y no enojarse ambas de los cambios de Lilly Hatcher, Emma rediseñando la habitación de Penelope para que el modelo de la casa cupiera al lado de la ventana, que sí iba a caber, pero ya no tendría una cama extra, sino una plataforma. De paso, Emma mandó a Moses a que le comprara dos Barbies, pues, una Barbie y un Ken, sólo para medir las dimensiones de aquella casa, para ayudarle a Sophia, pues Emma no tenía mucho que hacer y, por ayudarle a Sophia, entre risas y sonrisas, criticando a las Barbies actuales por ser extremadamente plásticas, no como las de su época, que tenían curvas reales por lo menos, envió las dimensiones de los distintos plywood, junto con los modelos que quería en moldes de plástico para las paredes que tenían relieves a “MakeItHappen”, para hacerle la vida más fácil a Sophia, ordenó el granito a “Soap & Stones”, hasta se dispuso a buscar, en “My Miniature World”, la flora que adornaría los jardines de aquella casa. Almorzaron juntas entre aquella aventura infantil, Emma su Mac & Cheese con langosta, Sophia un sandwich Capresse, a Emma se le había pasado el dolor de cabeza pero no el cansancio, sólo quería dormir, y quería dormir con Sophia. Sophia, por el otro lado, veía a Emma trabajar con sus manos, digitar las búsquedas rápidamente, con sus uñas perfectas, ahora sólo con su reloj, ¿en dónde estaría aquella pulsera? Y aquello se alargó hasta las seis de la tarde, entre Sophia comiendo manzanas verdes de la cocina del Estudio y Emma con cuatro botellas de Pellegrino encima, Emma con las mangas de su suéter recogidas hasta sus codos, su cabello en un moño suelto y desordenado, pero con orden y elegancia, el maquillaje un tanto denso ya, el cansancio notándosele cada vez más. Y Sophia con tres botones abiertos en su camisa, que ocasionaban en Emma algo más que un deleite visual: un goce interno que saboreaba, en su imaginación, con sus labios y sus dientes, que arrancaba aquel sostén negro con sus manos, más porque veía aquel abultamiento femenino, que no era de prominente tamaño, pero sí que era generoso.

 

-Oh, Dios- suspiró Emma viendo su reloj. – Ya es tarde- dejó caer su cabeza en resignación mientras se apoyaba con su brazo derecho del escritorio de Sophia y veía las opciones de despliegues de aquella casa infantil, que no lograban encontrar la manera ideal para la accesibilidad de Penelope, y de sus muñecas. – Sweet lord- gimió.

 

- ¿Qué pasó?

 

- ¡La piscina!- dijo, con sus ojos anchos y tapándose la boca en desesperación. – La piscina, la piscina, la piscina…- susurraba para sí misma mientras caminaba rápidamente a su escritorio y se daba golpes suaves con sus dedos en su frente.

 

- ¿Qué pasa con la piscina?- murmuró Sophia, admirando la belleza que irradiaba Emma cuando estaba estresada, le daba ternura, sólo quería besarla y decirle que todo iba a estar bien aunque no lo estuviera.

 

- Lilly no pretende que tu casa tenga una piscina, ¿o sí?

 

- Holy…

 

- Exacto- rió Emma. – Porque si quiere una jodida piscina… que la haga ella- rió a carcajadas, contagiando a Sophia. – No, no, no… ya sé qué voy a hacer…- respiró hondo. – Haz la casa como es, sólo vamos a deslizar paneles por paredes exteriores, y pisos desmontables… así hago que, donde esté la casa, sea una plataforma circular que sea giratoria, y así puedo hacer el mueble hueco, con un recipiente que sea piscina…- Emma hablaba como si estuviera pensando en voz alta.

 

- Explícame mejor, por favor

 

- A ver…- suspiró. – Imagínate un círculo que puedes girar con facilidad, como las de un restaurante chino, pero de tal manera que la plataforma quede a nivel del resto de la superficie, como si estuviera incrustada, sin mayor espacio entre lo que gira y lo estático, la suspensión y el giro lo cubro yo… el punto es que en la misma plataforma que giraría, hago un hueco, un recipiente, como le quieras llamar, que sería la piscina… y el círculo nos daría espacio para que, si quiere meter a la maldita Barbie en el estudio de Lilly, que la pueda meter… es como que si las paredes hicieran que el juego estuviera guardado, en una caja

 

- Entonces… tú quieres que la estructura exterior, el soporte, tenga una ranura para deslizar el panel, para “guardar” el juego, ¿no?- Emma asintió. – Pero esa superficie giratoria de la que hablas… ¿no sería difícil hacer la suspensión si hay un recipiente que se salga del resto de la superficie?

 

- No si haces la superficie giratoria del mismo grosor que el recipiente, de la misma profundidad, ¿me explico?

 

- O sea, ¿tú quieres hacer una superficie giratoria de veinte centímetros de altura?

 

- Es como una caja… no te preocupes, sí se puede hacer- sonrió. – Casi me muero con la tal piscina

 

- No, no te mueras, por favor- murmuró Sophia, regañándose a sí misma por haber dicho eso. – No voy a poder hacer esto sin tu ayuda- sonrió, matándole a Emma toda ternura. “Bueno, al menos no quiere que me muera”. – Digo…agh…tú me entiendes- se sonrojó.

 

- Sí, tranquila- resopló, apagando el ordenador. – Te entiendo

 

- Bien- suspiró, materializando el primer bostezo.

 

- Licenciada- rió Emma. – Creo que es hora de que usted y yo nos vayamos a casa

 

- Desgraciadamente no voy a casa, tengo que esperar a Alec…y Dios y él saben a qué hora iré a casa- sonrió, viendo a Emma ponerse de pie para ir a por su abrigo Burberry azul marino, un Trench Coat más bien.

 

- Bueno, yo sí ya me voy, tengo cosas que hacer- sonrió caminando hacia Sophia, quien la veía acercarse mientras arreglaba el cuello del abrigo. – Espero que pueda ir a descansar pronto- se inclinó y le besó la mejilla, pues, no labios contra mejilla, más bien mejilla contra mejilla, soltando aquel ruido pasional de un beso, que habría querido darle en los labios, cerca de su oído, poniendo la piel, de aquella Licenciada, de punta.

 

- Que tengas una linda noche, que te diviertas- balbuceó, viendo una sonrisa Pavlovic desvanecerse por el pasillo, mientras que, de su mano, colgaba su bolso Chanel. -¡Lleva paraguas!- alcanzó a gritar, pues el cielo era hasta con un tono de rojo de lo nublado que estaba.

 

Emma tomó un Taxi, pues estaba con prisa, Natasha pasaría por ella a eso de las siete, y Natasha solía hacer la aclaración de “a eso de…” porque con Emma había que ser puntuales, pues odiaba que a ella la hicieran trabajar para estar lista a cierta hora, y ellos no, así a quién no le molesta. Se desvistió y se dio una ducha rápida, con agua muy caliente, evitando que su cabello se mojara, pues lo había subido todo a un moño sobre su cabeza, nada sensual, nada atractivo, simplemente por efectos de efectividad. Se colocó su maquillaje nocturno, que no era tan distinto al diurno, sólo aplicaba un poco más de negro para crear Smokey Eyes, lo cual acentuaba sus verdes ojos, más con un poco de mascara que alargaba dramáticamente sus pestañas. Y, luego de haberse rociado un poco de su Insolence de Guerlain, se metió en una camisa blanca de algodón, ajustada a su torso, desmangada y de cuello cuadrado, pero no se puso sostén, pues, encima de su camisa, arrojó otra blusa desmangada, de lentejuelas doradas, era una explosión de brillante, se deslizó en sus Skinny Jeans Burberry, elevándose dieciséis centímetros, midiendo exactamente un metro y noventa centímetros, lo que la hacía más alta que Phillip, lo cual le daba risa, qué adorables eran sus Highness Strass Louboutin, una de las adquisiciones de hacía una semana. Arregló su cabello, estilizó sus ondas sobre sus hombros, pero apartó su flequillo, hacia la derecha, fijándolo con un Bobby Pin, viéndose inocente pero sensual, una mezcla matadora. Y, justo cuando terminaba de subirse en sus Louboutins, Natasha le mandó un WhatsApp de “Ya estoy aquí”, y Emma tomó su abrigo negro Altuzarra. Iba sin bolso, sólo con dinero líquido, identificación y una tarjeta de débito en su bolsillo, en el otro bolsillo iba con su iPhone y las llaves del apartamento. Pero una vez cerró la puerta, se sintió vacía, quizás porque le habría gustado tener a Sophia ahí, o quizás porque no quería ir a esa fiesta, no quería ver a Fred, porque verlo significaba terminarlo, y era demasiado cobarde, sólo quería estar en Roma, cobardemente, escondida en donde nadie se acordaba de ella, ya no más, sólo Sara, que no la juzgaba, sólo la protegía, y quizás Sara podría terminar a Fred por ella, y rió ante el pensamiento, pero no era mentira que quería estar con Sara, era la mamitis, el homesick, de esos sufrimientos incesables, latentes, a veces estallaban.

 

- Emma María, qué guapa- sonrió Phillip, abriéndole la puerta del Mercedes a Emma.

 

- Felipe, not so bad yourself- rió, dándole un beso en aquella mejilla barbuda, pero cuidada, que no le gustaba mucho. Pues, claro, ¿qué hombre se ve mal en un jeans azul oscuro y en una camisa celeste que no tenía la necesidad de decir la marca para saber que era Burberry? Además, a Phillip no le sentaban mal los jeans ajustados a sus piernas, pues, no Skinny Jeans, pero tampoco de pierna recta, y Emma podía decir que Phillip tenía el mejor gusto en zapatos masculinos, aunque él decía que era Natasha, el hombre tenía buen gusto y punto, nadie podía quedar mal en unos Byron by Jimmy Choo, menos con un Blazer Ralph Lauren, una chaqueta que Emma le quería robar por ser perfecta, pues quería que Ralph Lauren tuviera una así pero para mujer, que no tenía. – Hola, amor- sonrió al entrar al auto, escuchando el cierre de la puerta tras ella, Phillip siempre se sentaba adelante cuando iban las dos, por respeto a la amistad.

 

- Hello, gorgeous- sonrió, dándole un beso en su mejilla, que, al contacto con sus labios, se expandió hasta la comisura de sus labios. - ¿Todo bien?

 

- Sin contar que tengo muchas horas sin dormir, sí, todo bien- sonrió. – Buenas noches, Hugh

 

- Buenas noches, Señorita Pavlovic- respondió el saludo mientras se incorporaba a Madison.

 

- Te juro que no creo que dure mucho… menos en ese sótano- murmuró Emma.

 

- Relax, Darling, sólo bebamos Martinis a costillas de Fred

 

- Whisky- agregó Phillip con una sonrisa.

 

- Y esa cosa también, nada puede salir mal- sonrió Natasha. – Además, Phillip  me ha reglado una dotación muy generosa de Black &Gold Cigarettes

 

- Me costó conseguirlos, así que disfrútenlos- rió Phillip mientras jugaba Angry Birds en su iPhone.

 

- Eres un exagerado, esos se encuentran en cualquier tabaquería- rió Emma, tomándolo por el cuello, con cariño, por el asiento.

 

- ¿Y que yo voy de tabaquería en tabaquería?- rió. – Como que fuera trabajo

 

- Pues si no es de dinero no te interesa, cierto- bromeó Emma, rascándole la barba, haciéndole cosquillas.

 

- Si no es de hacer manualidades tampoco te interesa- dijo Phillip, mordiéndole el dedo suavemente.

 

- Hago manualidades a grandes escalas, Felipe… tus suegros no tuvieran una casa tan exquisita, me permito decir, si no fuera por mis manualidades

 

- Touché- rió Natasha.

 

- Pero mis manos no sirven sólo para manualidades- rió Emma, llevando a todos en el auto a pensar en algo sexual. – Pues con algo tengo que batir tus records en Angry Birds, ¿no? Con la lengua no se puede- y todos respiraron hondo, hasta se rieron, hasta Hugh.

 

Sophia llegó a su apartamento y, justo cuando salía del ascensor, la electricidad se cortó, que dio gracias a Dios y a todos los dioses por haberla dejado subir en ascensor, no haberla dejado atrapada, y no haberla hecho subir cuarenta y un pisos con sus piernas, pues no estaba en forma, nunca lo estuvo, no para eso, no para subir veintidós gradas por piso. Dio gracias también por haber inventado una luz tan intensa para el iPhone, pues en ese momento le sirvió para no quebrarse la dentadura con lo que se pusiera a su paso. Y, ante la carencia de electricidad, el aburrimiento que “Where’s My Water?” le llevó al terminar todos los niveles disponibles, quedó dormida, y durmió por un par de horas, hasta la una de la madrugada, mientras Emma y Natasha bailaban “Let Me Clear My Throat” y “Teach Me How to Dougie”, graciosas y ridículas bajo el efecto del alcohol, qué fiesta más mala, realmente era decadente, lo único bueno eran los Martinis, pues eran como a Emma le gustaba. Fred había tenido el detalle de ponerle el nombre en honor a Emma, el Martini de la casa se llamaba “Sexy Architect”, un nombre un tanto perdido y desubicado, pero Emma quizás se sentía halagada, quizás no. Y estaban bailando de lo más cómodas, haciéndose burla, riéndose por recuerdos, Phillip platicando con los pocos sobrios y conscientes, pues ahí había tanta cocaína como la que le quemaron a Pablo Emilio Escobar Gaviria, y, en aquel humor drogado, Fred se acercó a Emma y no sólo la tomó de sus senos, que sintió que estaban libres, y los extrañó, pero, al creer que Emma se había dejado de aquello, Fred creyó que Emma había recapacitado y lo aceptaría de nuevo, pero no fue así, Emma se sintió denigrada, no se sintió bien, sólo quiso llorar, salir corriendo de ahí, pero no, no iba a darle ese gusto a Fred. Se sentó a la barra, pidió un Martini, que se rehusó a pedir un “Sexy Architect”, pues realmente estaba molesta con Fred. “Si tuviera algo con Sophia, ¿sería así como con Fred? ¿Así de distante, llena de rechazos, de repulsiones? No, Sophia no tiene el carácter como para denigrarme de esa manera… ¿y qué carajo hago pensando en Sophia? No puedo dejar de pensar en ella, no puedo. Natasha. Sí, Natasha tiene que saber qué hacer. Natasha sabe, tiene que saber. Bingo, ahí viene”.

 

Sophia se despertó, notando que la luz eléctrica todavía no había sido arreglada, por lo que, a oscuras, se levantó para desmaquillarse, pues se había quedado dormida en la ropa de trabajo, y, una vez desmaquillada, se desnudó, pensando en lo bien que lo estaría pasando Emma, quizás bailando con su novio, o quizás ya estaría dormida después de haber tenido un relajante orgasmo, ¿Emma tenía orgasmos? Varios según Sophia. Y se metió en un pantalón de pijama en plena libertad de entrepierna, pues no le gustaba dormir así, le gustaba dormir libre pero, por el frío, dormía con pantalón, cosa que en Milán no podía hacer porque no estaba sola, sólo cuando dormía en el taller. Se metió en una camisa negra de manga corta y, paseando sus dedos por su cabello, regresó a su cama, en donde se sentó un momento y repasó su día, el discurso de Emma sobre el león, sus risas y sus sonrisas, el beso que le había dado en la mejilla, el sonido que se había escapado de sus labios, y repasó su mejilla con su mano, que le resonaba aquel sensual y tierno sonido. Emma se metió en un Taxi y regresó a su apartamento, para encontrarse sola y miserable por su pasado con Fred, por la falsedad de todo aquello, por la denigración de todo, en medio de su desmesurada frustración y latente enojo, se quitó la camisa de lentejuelas, como si aquello fuera lo que reflejaba a Fred, y la pateó con la aguja del Stiletto, adiós Alberta Ferretti, un agujero de repulsión, pues aquella camisa sólo le acordaría al toqueteo abusivo de Fred, que habría querido despellejarse, pero tuvo un momento de lucidez y buscó su iPhone en su bolsillo. Sophia se puso de pie de nuevo, pues fue a por un vaso con agua a la cocina, un vaso de agua frío que lo bebió rápidamente, eso solía relajarla, solía regresarle el sueño, y se devolvió a la habitación, a volver a sentarse, sonriendo por las sonrisas de Emma, esas sonrisas blancas, esas marcas por sonreír, que debía sonreír mucho. Y rió nasalmente, sacudió la cabeza y se metió en las sábanas, acostándose sobre su costado derecho, pasando su mano por debajo de la almohada, de tal manera que quedara sobre su codo, recogió sus piernas y cerró los ojos. Y su iPhone vibró, sonó al compás de un singular golpe sobre aluminio y la luz se encendió.WhatsApp. “Emma Pavlovic: ¿Qué hace mi compañera de oficina un viernes por la noche y ya metida en su cama lista para dormirse?”, wow, qué precisión. El resto lo saben. Aunque creo que no todo.

 

*

 

- ¿Y Sophia?

 

- Hola, Alec, buenas tardes, ¿cómo estás?- sonrió Emma sarcásticamente.

 

- Perdón, Emma. Qué guapa estás- sonrió. - ¿Cómo estás?

 

- Sophia ya bajará con Camilla- guiñó su ojo. – Ven, deja que te arregle la corbata- murmuró, tomándolo del nudo y apartándolo de la puerta.

 

- ¿Qué tiene de malo mi corbata?

 

- Sabes, ser hombre es difícil- dijo con sarcasmo. - Supremacía social, autoridad hereditaria, proveedor y figura primordial en la familia, a un nivel social, en un nivel económico son los que más ganan alrededor del mundo, menos en Suecia y en Dinamarca, que van igual- le deshizo el nudo. – En un nivel político, la mayoría de senadores, congresistas, diputados, parlamentarios, presidentes, ministros, cancilleres, etc., son hombres, nuestra vida está plagada de hombres, hombres que hacen grandes cosas, mujeres que los siguen, y lo más sencillo que un hombre tiene que hacer es vestirse bien, y nada que un traje no pueda satisfacer, y lo más sencillo no lo pueden hacer, pueden gobernar un país, llevar abajo la economía, dirigir un batallón, pero no pueden anudarse correctamente una corbata- suspiró en frustración ridícula mientras sonría y le anudaba un Windsor. – Camisas de cuello separado y, especialmente, hombres con cuello largo como el tuyo, se hacen un Windsor, no un Four in Hand- levantó su ceja y haló la corbata hasta llevar el nudo a su cuello. – Y ya está; las cuatro personas que te componen, se ven mejor y más presentables para la boda de su hija

 

- ¿Las cuatro personas?- murmuró confusamente.

 

- Jefe, Socio, Mentor… y, la cuarta persona, la sabes tú- sonrió, asegurándole la corbata con el clip y abotonándole el saco. – Por cierto, la regla de un saco de tres botones es la siguiente: “Sometimes the first one, Always the second, Never the third one”

 

-Gracias, Emma- sonrió, trayéndola a sus brazos para un abrazo cálido.

 

- ¿Algo que quieras decirme?

 

- ¿Algo como qué?

 

- No lo sé…lo que tú quieras… supongo que ahora es el momento- sonrió.

 

- Bueno, Arquitecta, sí…hay algo que quiero decirle- suspiró. – Quiero que me disculpes por creer que todo era un chiste para ti, por creer que la ibas a lastimar… Supongo que todos cometemos errores

 

- Unos más que otros, sí…- sonrió Emma. – Y, Alec, hay errores que si su solución se posterga una y otra, y otra vez, salen caros…

 

- ¿A qué te refieres?

 

- Tú lo sabes… ahora, si me disculpas…- murmuró, desviando lentamente su rostro y su cuerpo hacia la izquierda. – Tengo invitados que saludar

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