miprimita.com

Antecedentes y Sucesiones - 21

en Lésbicos

Se estaba viendo y mirando fijamente en el espejo, era hasta un poco incómodo el nivel de celeste intensidad con el que se acosaba a sí misma con tanta fuerza y seriedad, con tanta apertura de respiración densa y lenta pero alargada, pero no había nada de narcicismo, o quizás sí, aunque, de serlo, era uno muy tímido y que prácticamente nunca salía a la superficie por cuestiones de autoestima, que eso no significaba que la tuviera por el suelo sino que simplemente tenía, y también tenía humildad, realidad, verdad, y una problemática apreciación física de sí misma, pues tendía a infravalorarse, ergo a aplicar el prefijo “infra” desde siempre y para siempre y no por modestia; simplemente no se consideraba “mucho”, o “tanto”, nunca “nada” porque tampoco se mentía a sí misma y sabía que “no estaba mal… nada mal”, pero, como toda mujer de moderado ego narcisista, consideraba que había días en los que se veía “normal/pasable/aceptable”, otros en los que se veía “ay, mira qué bien te ves hoy”, otros en los que se veía “te excediste de bien”, y varios en los que “mierda, ¿qué te pasó?” y no en el buen sentido, aunque, la mayoría de veces, era la expresión del conformismo, pues consideraba que no se había despertado siendo acreedora del puesto número uno de las mujeres más caliente-hermosas-y-demás de Maxim, pero que tampoco tenía calidad de pez de río de poca profundidad. No asustaba pero tampoco torcía cuellos.

                Respiró profundamente, y, con lentitud, como si fuera en cámara lenta, rozó el Givenchy Noir contra sus pestañas superiores de abajo hacia arriba; una, dos, tres, y, a la cuarta vez, entrelazó sus pestañas entre las rígidas hebras del cilíndrico cepillo que alargaba y rizaba al mismo tiempo, y se deshizo de los grumos. Era por eso que le gustaba encargarse personalmente de sus pestañas, porque Oskar nunca había podido satisfacer su necesidad de no dejar grumos y pestañas sueltas; siempre le quedaba uno que otro grumo y una que otra pestaña adherida a otra.

Cerró su ojo, y, al abrirlo, sonrió con satisfacción. ¿Por qué a Oskar le costaba tanto hacer eso? Pues, ni que ella fuera tan experta en lo que al arte del maquillaje se refería. Al menos no al maquillaje nocturno y relativamente pesado. Bueno, quizás era porque Oskar era un asesor de imagen que a veces maquillaba.

                Se irguió, aflojó su cuello y su espalda, y, levantando su muñeca izquierda para deshacerse de su reloj, porque no iba a llevarlo, frunció su ceño al ver que eran las siete con veinticinco y Emma no parecía tener intenciones de aparecer.

I guess mom’s late —suspiró para el Carajito, quien ya había aprendido a estar únicamente sobre el cómodo cojín que estaba destinado para ser su estación porque no tenía permiso de estar mucho tiempo sobre la alfombra de la habitación, y, después de haber hecho que Emma se deshiciera de la alfombra del clóset porque la había desgraciado con dos o tres gotitas, tampoco tenía permiso de ir libremente por ahí; sólo tenía libertad de ir por el baño porque el piso era fácil de limpiar, pero tampoco, ya eso lo había aprendido a base a regaños y enojos de parte de quien aparentemente necesitaba cierto tipo de aprobación porque no era muy cariñosa con él, y no era necesariamente por haber desgraciado la alfombra del clóset, simple y sencillamente todavía se estaba adaptando al hecho de que podía aplastarlo con un pie y que, parado en dos patas, probablemente no le llegaría ni a la rodilla. Ella siempre había tenido potenciales caballos.

Se quitó el reloj mientras mordisqueaba el interior de la comisura derecha de sus labios con sus colmillos, y se quitó su pulsera de macramé, aquella que Emma le había regalado hacía lo que parecía ser demasiado tiempo, la cual todavía gozaba del brillante dorado corazón, y se arrancó la banda elástica negra.

                Roció el Guerlain Boisé Torride a ambos lados de su cuello desde una agradable distancia para cubrir un área mayor, el interior de sus muñecas, y un zigzag aéreo por el que caminó para dejar que la fragancia cayera sobre su torso; para prácticamente impregnarse con ella. 

Tomó el sostén adhesivo, y, frente al largo espejo de cuerpo entero, se lo colocó al pecho para cuidar de que sus Bs se mantuvieran en su sitio en todo momento, que no era que se le iban a salir de control por tamaño y/o peso, pero así se sentía más segura, y, aunque tuviese demasiado frío, nunca llegaba a notársele tanto, al menos no tras una tela relativamente gruesa; pero así estaba más tranquila.

Refunfuñó mentalmente ante el hecho de no poder asegurar su parte inferior en ningún tipo de tela; no era de llevar seamless porque no se trataba de si se le marcaba o no, la tela era lo suficientemente gruesa, pero no podía llevar tanga, ni siquiera un G-String porque la espalda del vestido era tan baja que no quería tener lo que Emma llamaba un “haute-couture-faux-pas”, algo que en otras bocas se llamaba “wardrobe malfunction”.

Sacó su vestido de la funda de la tintorería, y sonrió como para sí misma porque no se acordaba de lo bonito que era su atuendo para la noche del día de hoy y porque se acordó de cuando había ido de compras con Emma para esa ocasión en especial.

                Resultó que Emma, teniendo años de práctica y experiencia, tanto con haute couture como con todo lo que tuviera que ver con Margaret, sabía a qué diseñador acudir sin titubeos, por lo que terminó con un Alexander McQueen negro y muy parecido al que realmente le gustaba pero que no estaba en su ordinaria talla, con un Roberto Cavalli atrevido que no era atrevido por mostrar piel sino por tener la dosis perfecta de animal print negro sobre negro; sutil y perfecto, un Derek Lam negro, y el Badgley Mishka color crema coloquial, que era al que menos le tenía fe.

Sophia, por el otro lado, a falta de todo tipo de conocimiento, pero gozando de existencias de todos los vestidos habidos y por haber por su inusual talla, terminó abusando del máximo número de prendas por probador. Y se midió trece vestidos mientras una muy-paciente-Emma le ayudaba con las cremalleras, los botones y los broches, y siempre, viéndola a través del espejo, le decía lo que pensaba del vestido, del vestido en ella, y terminaba diciéndole que no creía que encontraría un vestido que fuera de su talla, y no hablaba de medidas corporales.

Frustrada la rubia, porque Emma estaba satisfecha con su compra, pues, al verse en el espejo sólo había podido estar de acuerdo con su arrogante Ego que sonreía y asentía con aprobación, ya se había dado por vencida en Saks, y Emma, tratando de explicarle que Saks tenía una mayor variedad de gustos y tallas, no la obligó a regresar a que buscara uno que más-o-menos-le-gustara, sino que le planteó la idea de recurrir a Bergdorf’s para que Esste la pudiera auxiliar, porque no iba a abusar de su amistad con Natasha para exigir el trato de Betty, y que, de no encontrar nada, podían recurrir a Barneys, y, si aún allí no encontraban nada, la llevaría con Aunt Donna… o abusaría de su amistad con Natasha para exigir el consejo guiado de Betty.

Sí, sí, yo sé. Parece paráfrasis.

Sophia, llegando a Bergdorf’s, en donde conocía todo un poco más porque Emma solía comprar el cuarenta por ciento de su ropa ahí, o se la compraba Esste, «su compradora personal por petición desde hacía un par de meses», dio un vistazo y terminó con un Monique Lhuillier violeta, un Jenny Packham plagado de cuentas en tonos rojos, rosados y púrpuras, un Alexander McQueen de pronunciado escote pero de elegante figura, y el Alice + Olivia.

El Monique Lhuillier lo descartó porque, al ser creación de tal diseñadora, sintió como si estaba invadiendo a Emma más de la cuenta, pues su obsesión era relativamente fuerte en cuanto a sus diseños. El Alexander McQueen lo descartó porque tuvo consideración de los potenciales celos de Emma, o de lo que fuera, porque el escote era demasiado profundo, no tanto como el Dolce & Gabbana de Jennifer Lopez, pero sí que lo era. Y, no sabiendo si decidirse por el Jenny Packham o por el Alice + Olivia, Emma, al verla pensativa y viendo ambos vestidos fijamente, se acercó y le dijo al oído:

Cuidado y los agujeras de tanto verlos —rio suavemente.

     — Oh, God… —cerró los ojos con un suspiro, y llevó sus manos a su rostro para rascarse los ojos.

     — What is it? —preguntó, atestada de paciencia y de completa ausencia de impaciencia—. ¿No terminan de convencerte?

     — No, es que sí me convencen… pero no sé cuál me convence más —se encogió entre hombros.

     — ¿Cuáles son los criterios que estás utilizando para escoger?

     — Qué tan apropiado es para la ocasión —repuso con tono de haber empezado a enumerar.

     — Nadie espera que vayas con peinado barroco, ni que vayas con miriñaque…

     — ¿Miri-qué? —rio.

     — Esa como jaula que llevaban las mujeres debajo del vestido —rio ante el término “jaula”.

     — El color.

     — Los colores están bien.

     — El diseño.

     — Son distintos, no puedes compararlos —le dijo, tomándola de la mano derecha con la suya para quedar con su hombro contra su pecho.

     — El precio.

     — ¿Qué con el precio?

     — No voy a ir descalza —sonrió, recibiendo un cariñoso beso en su cabeza.

     — ¿Por qué no me dejas pagarlo? —susurró—. Así no te preocupas por algo tan insignificante como el precio.

     — Cuatro mil o dos mil… dos mil de diferencia es bastante, en especial para un vestido que quizás sólo use una vez.

     — Por un precio así, nadie espera que lo uses sólo una vez, todos esperan que lo uses, lo uses de nuevo, le des la vuelta para usarlo al revés, y lo pongas de cabeza para usarlo así también —rio, clavándole la nariz en su rubia melena—. Sabes… —suspiró con una sonrisa—. Yo sé que tú crees que no sé qué son veinte dólares porque me ves gastarlos como si fueran billetes de un dólar, pero sí sé qué es “caro” y qué es “barato”… pero ya llegué a un punto en mi vida en el que la vastedad no me estorba, porque puedo decir “me voy a comprar los dos porque los dos me gustan”.

     — You can say that…

     — Vas a tener que aprender; la miseria, la incomodidad y la inconformidad no me gustan —sonrió burlonamente, refiriéndose explícitamente al momento en el que “su” dinero, en términos de segunda persona del singular, pasaría a ser “su” dinero en términos de primera persona del plural; un “su” de “nuestro”—. Me gusta más el Alice… the open-back suits you well.  

Con el Jenny Packham también se veía mucha espalda, pero no con tanta exageración como con el Alice + Olivia, además el cuello del primero era demasiado raro, y, aunque Sophia sabía que jugaba la parte de “es menos caro” porque Emma realmente no reparaba en el precio el noventa por ciento de las veces, estuvo de acuerdo con ella porque sólo se imaginó que, bajo el aire acondicionado en el que se encontrarían, no le vendría mal sentir que la mano de Emma la acariciaba.

                Pues, sí. Justo cuando Sophia terminaba de abrocharse sus Alexander McQueen a los tobillos, el timbre del apartamento sonó. «Seguramente se le olvidaron las llaves», rio.

Se puso de pie, y, junto con el Carajito, caminó hasta la entrada principal, en donde, sin ver a través de la mirilla, simplemente abrió la puerta de par en par.

— Siete y media en punto —sonrió Emma ampliamente, y guiñó su ojo derecho al mismo tiempo que le alcanzaba una singular e individual peonía que no había sido abierta a la fuerza—. Para que sepas que sé que estoy en una cita contigo —dijo, refiriéndose al trillado gesto de la flor.

     — Tú… —frunció su ceño, tomando la peonía entre sus manicurados dedos, los cuales, uno de ellos y todos, estaban decorados por el diamante amarillo que tendía a desentonar pero que no importaba por ser tan especial, así como el de Emma desentonaba con su impecable vestido cuyas angostas mangas se anudaban concupiscentemente en su espalda baja y que dejaba ver una “V” que revelaba pecas, pecas, y más pecas, «gracias al moño»—. Wanna come in? —resopló, dándole pie a un ridículo juego.

     — Sure —sonrió, dando un paso hacia adelante, que fue entonces cuando se revelaron sus Giuseppe Zanotti de cremallera al talón y de cascada de doradas y triangulares lentejuelas metálicas en el empeine.

     — Something to drink? —preguntó cortésmente, llevando la peonía a su nariz para inhalar su aroma, pero lo único que pudo oler, porque la presencia de esa fragancia era demasiado grande, fue el Guerlain Insolence de Emma, ¿con qué prisa había llegado que no se había dado cuenta de que Emma se había llevado todo a casa de Natasha?

     — I’d love that —sonrió con un asentimiento.

     — Mmm… —exhaló la fragancia, y cerró la puerta, viendo a Emma actuar como si no conociera el lugar en el que se encontraba, como si no fuera su hogar—. Estaba por prepararme un Martini, ¿te gustaría uno?

     — Un Martini estaría perfecto —asintió con una sonrisa.

     — ¿Cómo lo bebes?

     — Seco —la siguió con la mirada, y, no pudiendo resistirse, la siguió a distantes pasos hasta tener la barra desayunadora de por medio como si se tratara de una medida de control, «más bien de seguridad».

     — Como yo —rio nasalmente, sacando dos de aquellas copas cocktail que siempre permanecían en el congelador para ocasiones como esas y para las ocasiones de excusas—. Espero que no te moleste que lo beba limpio.

     — No, para nada —sonrió—. ¿Puedo saber por qué no lo bebes con aceitunas?

     — Supongo que es una escuela de pensamiento —le dijo, retirándose hacia el bar—. “Filosofía Pavlovicciana” creo que se llama —dijo, regresando con la botella de Tanqueray en la mano derecha, por ser más pesada, y con la botella de Dolin en la izquierda—. La comida debería quedarse dentro de la comida, en un plato —sonrió—, no es correcto ver comida en la bebida… me acuerda a un cumpleaños de cuando era pequeña, ¿sabes? —rio nasalmente—. Un vaso plástico, con torta de limón que nadaba en la coca cola —se sacudió asqueada.

     — Qué buena filosofía y qué mal recuerdo —rio, viendo a la rubia prácticamente flotar por el aire de lo bien que se veía, y la acosó con sus penetrantes ojos verdes, decorados por un dramático negro ahumado, yendo de aquí hacia acá, llenando la jarra de hielo para luego contar los exactos segundos de la doble dosis de gin para la doble ración de vermouth—. You look stunning —murmuró, mostrándole que sus ojos estaban encantados de lo que veían.

     — Yo ni siquiera quiero verte —sonrió, introduciendo la cuchara mezcladora en la jarra para enfriar los componentes sin romperlos—. Me pones nerviosa.

     — ¿Por qué?

     — Freckles —susurró, batiendo lentamente su cabeza de lado a lado.

     — Sé que te gustan, por eso decidí recogerme el cabello en un moño —sonrió.

Hablemos de Emma un momento, que sino su Ego me va a pegar.

                Empezando por el vestido, porque era sencillo pero atractivo, era de color “oyster”, lo cual no era ni blanco, ni beige, ni crema, era del color perfecto para hacerla ver un tanto bronceada a pesar de sufrir de todo lo contrario por no haber tenido una oportunidad, en los últimos meses, de poder arrojarse al sol para dorarse tal y como Sophia hablaba de dorar pollo en el horno. El cuello, por el frente, era muy ajustado, no daba ni espacio a que se vieran sus saltadas clavículas, y, pasando por las mangas del arte del desmangado, se alargaban en “V”, entre un perfecto plisado, hasta llegar al estilizado nudo que se veía realmente elegante. Esa “V” era más obtusa que la del Dolce & Gabbana de Jennifer Lopez, pero dejaba ver su espina dorsal y sus omóplatos hasta llegar a una conclusión a la altura de su cintura, en donde estaba el mencionado nudo, el cual caía floja y etéreamente hasta el suelo con un poco de exceso, pues formaba un tipo de cola que apenas de arrastraba. Volviendo al frente, por la cintura, como si se tratara de tatuajes, salían dos detalles que decoraban ambos lados con simetría con piececitas metálicas, perlas, y cuentas brillantes que daban la sensación de ser diamantes. Luego, el vestido caía con cierta rectitud, con soltura, pero era minúsculamente más corto de adelante que de atrás, sólo para que, con cada paso, no hubiera ningún enredo que llevara al tropiezo y el stiletto fuera parte del panorama.

                En su mano izquierda llevaba el anillo de nogal, en la de la derecha el Van Cleef & Arpels que en mes y medio pasaría a ser un componente más de su colección de joyas, y, porque sabía que no podía llevar reloj porque se veía mal pero necesitaba algo en la muñeca izquierda, se armó del brazalete de redondos diamantes que hacían juego con sus aretes, los cuales eran unos medianos diamantes, redondos también, que estaban decorados por una circunferencia de diamantes más pequeños.

                El maquillaje era dramático pero sólo de los ojos, por lo demás, todo era un balance que no llevaba base líquida «porque eso no, that’s just disgusting».

                El peinado tampoco era como de la época del Barroco, no, porque no le interesaba abultar rizos en un peinado alto, no. Había procurado mantener su cabello lo más recogido que podía para dejar que Sophia viera sus pecas, porque sí sabía que le gustaban, y a ella le parecía un gesto de reciprocidad en vista de que Sophia la dejaría ver su espalda, como si todo se tratara de tentar al demonio del morbo y de la perversión. Era un moño alocado pero que tenía el orden justo como para no verse mal, tenía una que otra trenza por aquí y por allá, y se anudaba justamente en la frontera del hueso parietal con el hueso occipital.

                Su bolso hasta yo se lo envidié; era un Bottega Veneta largo y angosto color champán mate, en el cual no llevaba más que su teléfono, un sobre, un bolígrafo Tibaldi de tinta negra, y su identificación, junto a su tarjeta de crédito, y un par de Benjamins. «Por cualquier cosa», cosas que sus papás siempre le habían enseñado. Ah, y, además de eso, llevaba la cajita de cuero rojo. El bolso de Mary Poppins.

— Aquí tienes —sonrió Sophia, deslizándole el Martini por la barra.

     — ¿Salud? —elevó Emma su ceja derecha, levantando la copa para nunca dejar de brindar con la rubia de coleta alta, la cual iba fija por atrás pero floja y un tanto desordenada para crear volumen en el resto del cabello.

     — Salud —susurró, apenas golpeando el borde de su copa con la de Emma, y ambas bebieron un cuidadoso sorbo—. Gracias por mi flor —dijo, tomando la solitaria peonía entre sus manos para intentar inhalar el aroma de nuevo.

     — You’re more than welcome —sonrió de labios comprimidos—, I know how much you like peonies.

     — Nunca te he preguntado —dijo un tanto sonrojada, pues le daba vergüenza la pregunta—, ¿qué tipo de flor es la tuya?

     — ¿Para un bouquet o para ponerlas en un jardín? —Sophia levantó un número dos con sus dedos—. Si es para un bouquet, me gustan las hydrangeas, y, extrañamente, me gustan las “antique”… y, para poner en el jardín, no sé, depende del clima, porque también podría poner cuanta hydrangea quiera; en azul, en rosado, en violeta, en blanco… hydrangeas, hydrangeas —sonrió.

     — No sé por qué tenía la idea de que te gustaban los lirios —comentó, estando muy complacida consigo misma, pues, sin saberlo, las veces que había tenido una flor que ver con Emma, y que ella había tenido algo que ver con eso, habían sido precisamente hydrangeas, quizás no verdes en transición a rosado, pero sí azules, en especial porque sabía que Emma tenía algo muy en contra del rosado porque la hacía sentir como niña víctima de Mattel: amante del “Barbie Pink”.

     — Los lirios huelen a muerto —frunció su nariz al compás de una sacudida de cabeza—, pues, huelen a funeral… o a funeraria.

     — Ahora entiendo el comentario de “aquí huele a muerto” que dijiste en Providence —rio.

     — Es muy correcto —asintió—, pero, ¿sabes? —sonrió, tomándola por la cintura con su mano derecha para acercarla a ella—. Aquí no huele a lirios…

     — ¿A qué huele?

Ladeó su rostro hacia la derecha y posó apenas la punta de su nariz contra su tráquea. Se desvió hacia la derecha, besó suavemente su saltada clavícula, y continuó el roce con su nariz hacia su cuello, en donde inhaló con delicadeza aquella fragancia que tenía olor a notas rosado cosmético pero que gozaba de una mezcla de dos pinceladas de cedro y pachuli, aromas que se utilizaban más comúnmente en las fragancias para caballeros, pero, que, en esta ocasión, quedaba como tuxedo a la medida con la delicadeza de lo que parecía ser un sensual bouquet de jazmín y de azahares; la mezcla perfecta de lo floral, de lo madera, y de lo cítrico. Pero, al final, en aquel último sabor, en aquella última nota, había algo más travieso que impertinente: la pimienta roja.

                Sophia, en cuanto Emma llegó al punto de respirarle ligeramente tras su oreja, se sacudió en un minúsculo escalofrío que erizó la piel de sus brazos, que Emma, al notarlo, acarició sus desnudos brazos con sus tibias manos, y le plantó un beso pausado, lento, «malditamente lento» en ese huequito que se formaba tras su lóbulo, un beso húmeda y ligeramente sonoro.

— Huele a perfume nuevo —susurró, rozando su nariz contra su lóbulo, el cual llevaba una escuálida «cosa» que brillaba con transparencia.

     — ¿Te gusta? —exhaló, llevando su mano a su nuca para simplemente acariciarla con la misma costumbre de siempre.

     — Sí, mi amor —asintió cortamente, irguiéndose lentamente, con el roce de su nariz por la fina línea de su quijada, y la vio a los ojos—. Tengo algo para ti —le dijo, conteniéndose las ganas de ahuecarle la mejilla izquierda con su mano.

     — ¿Sí? —se sonrojó y sin saber por qué.

     — En realidad son dos cosas —asintió, y desvió su mirada para tomar su bolso de la barra—. ¿Cuál quieres primero?

     — Ni siquiera sé qué tienes —susurró.

     — ¿Uno o dos?

     — ¿Uno? —resopló, haciendo a Emma sonreír.

     — Ven —ensanchó la sonrisa hasta dejar ver su blanca dentadura, y, tomándola suavemente de la mano, la haló hasta el espejo que colgaba de la pared contra la que se encontraba la mesa consola, esa que se encargaba de recibir llaves, correo postal, dos jarrones, y una fotografía de ambas en blanco y negro—. Now… —murmuró, colocándose tras ella para encarar a ambas en el espejo, pasó sus manos por su cintura junto con su bolso para abrirlo, ambas viendo hacia abajo, hacia el bolso, y sacó la mencionada cajita roja, que no era como un cubo, sino una caja plana y rectangular de cuero rojo con impresiones en dorado.

     — Oh-oh —resopló Sophia, repasando la escritura dorada de la caja con sus dedos.

     — Tengo dos semanas de tenerlos, y te lo digo para que no creas que es una manera más de pedir perdón por lo de la madrugada —dijo, dejando la caja en manos de Sophia y encontrando su mirada a través del espejo—. Si no te gustan… —murmuró, llevando sus dedos a su lóbulo derecho para quitarle «that tiny shit» que no tenía nada que estar haciendo ahí—. Puedo devolverlos, y podemos escoger los que quieras —sonrió, encargándose ahora de su lóbulo izquierdo—. O lo que quieras… otros aretes, un reloj, un brazalete, un broche… lo que quieras.

Emma nunca había hecho algo así, y, si había hecho algo parecido, no había creado la anticipación con la crueldad de que, con lo rojo y lo dorado, ya Sophia sabía un precio estimado, en especial porque sabía que, cuando Emma visitaba tal lugar, tenía que salir con algo; así fuera un llavero o una bufanda.

                Volvió a ver hacia abajo mientras todavía acariciaba las siete letras cursivas en dorado, su corazón empezó a latir más fuerte y más rápido, la respiración le faltó, y, en ese momento, se preguntó cómo hubiera sido todo si Emma la hubiera atacado con la proposal box. No sabía qué tenían esas cajas que resguardaban las joyas, no sabía qué era en realidad, pero sí sabía que la proveniencia de la caja era lo que más le asustaba, pues, si se trataba de una caja de Michael Kors, a la larga, podía no ponerse nerviosa porque la cantidad de dinero no pasaba de los seiscientos dólares, pero, cuando eran cajas color cian, como en la que venía su anillo de compromiso, o cajas negras que se abrían desde el centro, o como esas cajas rojas de letras doradas; cómo no dejar que el nerviosismo escalara. «Porque es así como dice Emma: “no es que me gusta sólo lo caro, pero no es mi culpa que lo que me gusta resulta siendo caro”», y que lo decía con una impresionante ligereza, como si fuera gracioso.

                Lentamente, porque hasta los dedos la traicionaban, presionó el seguro frontal de la caja, y, con torpeza, la abrió.

Y suspiró con pesadez.

— Mmm… no te gustan —murmuró Emma un tanto decepcionada de sí misma, pues eso de no poder leerle el gusto a Sophia era algo que la mataba.

     — No —susurró, acariciando las tres hileras que tenían diminutos diamantes incrustados, y que, entre hilera e hilera, porque simulaban rebanadas onduladas incompletas de una elegante argolla, había laca negra que lo hacía todo todavía más impresionante—, me encantan —dijo con el mismo susurro, e irguió la mirada para encontrarse con la amplitud de la de Emma, quien ya estaba convencida de su fracaso.

     — ¿De verdad te gustan? —balbuceó, dibujando una sonrisa de satisfacción.

     — They’re hypnotic —asintió—, me gusta el juego de iluminación y movimiento —dijo, y sacó uno de los aretes para alcanzárselo a Emma, porque pensó que le gustaría tener el honor de concretar su buen gusto, y tuvo razón.

     — No es por nada —resopló, colocándole la relativamente pesada pero cómoda argolla en el lóbulo—, pero creo que te ves mejor con estos —sonrió, mostrándole el cambio que un tan sólo arete podía hacer.

     — Oye, me veo bien, ¿verdad? —rio, alcanzándole el otro arete.

     — ¿Por qué te sorprendes? —frunció su ceño.

     — Es que realmente me veo bien.

     — You’re a vision —susurró, tomándola suavemente por los hombros una vez terminó de colocarle la argolla en el otro lóbulo, y se decepcionó, pues no pudo encontrar una mejor expresión, un mejor término, un mejor adjetivo para poder describirla—. You are so, so beautiful, Sophie —suspiró, y Sophia, sonrojada por el halago y por el peso de sus nuevos aretes, que eran lo que la mantenían anclada a la tierra para no salir flotando como un globo con helio, se volvió sobre su hombro para, con su rostro ladeado, buscar los labios de Emma.

Su mano se colocó superficialmente sobre el flojo cabello de Emma, cuidando del desordenado orden del peinado, y se aferró a ella entre el más sensual de los intercambios de materiales genéticos y brillos labiales; las dos de Guerlain, pero Emma con el No. 29 (Rose Forreau), y Sophia con el No. 7 (Corail Aquatique).

                Tal y como había sido por el mediodía, sus lenguas apenas se coquetearon al ritmo de “Bittersweet Faith”; salaz, concupiscente, picante, al punto de que Sophia terminó por darse la vuelta para atrapar la nuca de Emma entre sus cruzadas muñecas mientras ella era apretujada por la cintura y tomada de la mejilla para realmente conocer el camino que Emma tomaba hacia la perdición, hacia la relajación, hacia eso que nunca dejaba de necesitar ni de querer.

— Gracias —susurró contra sus labios.

     — Eso te lo debería estar diciendo yo a ti —repuso Sophia, saboreando todavía la resaca de los labios de Emma sobre los suyos, pues seguía rozándolos entre un jugueteo que estaba siendo contenido, todo porque era imperativo ir al cumpleaños de Margaret—. Gracias por mis aretes.

     — Ni lo menciones —sonrió, abriendo sus ojos para apreciar su octava maravilla personal—. Gracias por mi beso.

     — Ni lo menciones —reciprocó con una suave risa nasal.

     — Will you give me the pleasure of dancing with you? —ladeó su rostro.

     — There’s no music —susurró, sacando una risita burlona.

     — Let me fix that —murmuró, sumergiendo su mano en su bolso para sacar su iPhone y hacer que los parlantes les dieran algo qué bailar—. Definitivamente Macklemore no vamos a bailar —resopló al ver que era “Can’t Hold Us” la canción que tenía en pausa.

     — Eso quizás para el final de la noche, cuando ya tengas un par de copas encima —rio nasalmente, y se sonrojó en cuanto escuchó aquel oscilante sonido junto con el marcado ritmo de la percusión y la mezcla de voces que se presentaban en vibrato de forma individual y conjunta.

Emma dio un paso hacia atrás, halando a Sophia por la cintura, o quizás sólo no la soltó de su brazo, y tomó su mano entre la suya para llevarla contra su pecho mientras sentía que la mano de Sophia permanecía en su nuca y ella apoyaba su sien contra la suya.

                No se movían como en un vals, porque estaba muy, pero muy, muy lejos de ser uno, ni siquiera cross-step waltz. Sólo se movían de lado a lado entre ese abrazo que podía parecer inerte pero que era prácticamente todo lo contrario. Caderas lentas, rodillas comprensivas.

Sabía que detrás de ese baile había lo que se conoce como un “ulterior motive”, aunque, ahora que se lo menciono, lo reconsidera y piensa que quizás sólo eran ganas de bailar con ella a pesar de que la canción no era de aquellas que Emma utilizaba para bailar con ella, argumento que estaba a favor de la teoría de las segundas intenciones, porque la canción había sido cuidadosamente seleccionada y no podía ser sólo porque a ella le gustaba Mr. Suit & Tie, porque, a pesar de eso, tenía otras canciones que se podían bailar, «o eso creo», y tampoco podía ser expresamente por la letra, ya que una declaración, así de profunda y verdadera, no era necesitaba que alguien más la dijera para poder valerse de ello.

                Y sí había un “ulterior motive”, pero no era nada malo, y, en realidad, había decidido bailar en la comodidad de su hogar, de las cuatro paredes que la conocían, porque, entre vestidos, stilettos y la Filarmónica, la probabilidad de que no bailara con Sophia era demasiado alta. Quizás y sí bailarían, pero hasta que la Filarmónica se quitara del escenario y la mayoría de los vejestorios-amigos-de-Margaret se retiraran a sus casas. «So much for some bloody respect».

                Mrs. Carter era el contraste perfecto para Mr. Suit & Tie, su voz era intensa y fuerte, y se entrelazaba dulcemente con el suave, etéreo y risueño tono del enamorado caballero que daba esa conmovedora serenata.

                Faltando menos de un minuto para que la canción terminara, y que saltara a una canción que quizás estaba al otro extremo de los géneros, justo cuando ella dijo “bring it down one more time, Justin”, Emma ladeó su rostro para dejar de necesitar tanto a Sophia.

Sus piernas y sus caderas entraron en modo inerte, y sus respiraciones eran demasiado tranquilas, tanto que casi ni se sentían en cuanto aterrizaban en la mejilla de la otra, ni siquiera las húmedas onomatopeyas labiales que iban y venían con ese aire que Emma llamaba “making love to one’s mouth”, término que se había derivado del “there’s a gastroitus going on in my mouth” de Sophia y que se refería explícitamente a un mordisco de Kebap (gastro+coitus=gastroitus, término que no se debía confundir con “gastritis” bajo ninguna circunstancia, y que era sinónimo de “orgasmo culinario” pero que se podía decir con mayor libertad al ser un intricado y privado neologismo), pero el de Emma se refería a eso: a uno de esos besos.

                Bueno, no fue tan polar el cambio musical. Y Emma estaba tan perdida entre los labios de Sophia que ni siquiera pudo tararear mentalmente el “mi dispiace devo andare via, ma sapevo che era una bugia” del principio de una de sus canciones favoritas de todos los tiempos, en especial cuando era en vivo, así como esa versión en San Siro.

                El beso cesó, porque era el momento orgánico para que cesara, o sólo para que se detuviera a nivel de labios, y Sophia se enrolló contra Emma para esconderse entre su cuello, del cual todavía se detenía con una mano mientras sentía, desde lo lejos, el calmado ritmo cardíaco de quien la envolvía entre ambos brazos y que le daba besos enrojecidos cortos en su cabello.

Dejaron que la Pausini les hiciera el favor de darles un respiro para procesar y digerir bien la calidad del beso, en especial porque, aunque ninguna de las dos lo admitiera, ya se les habían acabado las ganas de ir al cumpleaños de Margaret, todo porque sabían lo que la noche podía ser. Tenían una considerable y significativa cantidad de tiempo de no tener ese tipo de noche; tranquila, suave, lenta, no tanto de placer sino de piel con piel bajo las sábanas, en la oscuridad, y de mimos y caricias recíprocas entre sonrisas y susurros. Quizás de postcoitales caprese panini, sábanas que apenas cubrían una pierna o la explícita entrepierna, y una película para la que no se necesitaba pensar y que no acabara con el momento; no algo como “The Help”, sino algo como “It’s Complicated”.

                Pero no, «¡no!», corearon las dos; ellas no se habían maquillado y vestido para quedarse guardadas, además, si no iban, Natasha probablemente no les hablaría por el resto del fin de semana y eso sólo iba a ser tedioso. Y, bueno, estaba el factor de la comida «gratis», de la música, del ambiente, y de que era en beneficio de St. Jude’s. Para hacer el amor tendrían tiempo luego. O para tener el tipo de sexo que fuera, pero tiempo tendrían. «There’s always time for sex», eso alega Sophia, además, si no se daban el tiempo para eso, ¿cuánto aguantarían? Ésa era una pregunta con una respuesta realmente interesante, «porque el baño del Grand Ballroom del Plaza sería una nueva experiencia, una para contarle a los hijos de Natasha cuando tengan edad suficiente».

— ¿Qué? —rio Emma, desviando su mirada hacia el suelo, en donde el Carajito se encargaba de inspeccionar su vestido con el olfato—. ¿Tú también quieres que te abrace y que te bese?

     — Lo siento por él —murmuró Sophia contra su cuello.

     — ¿Por qué? —resopló con su ceño fruncido, y descubrió a Sophia de entre su cuello, obligándola, sin obligarla, a erguirse.

     — Porque ahorita estás conmigo —se encogió entre hombros, y se volvió a esconder en su cuello—. Que se aguante —suspiró, y agradeció el apretujón que Emma le daba con sus brazos.

     — No me compartas —sonrió estúpidamente ante la sensación de absoluta pertenencia.

     — ¿Nos podemos quedar así un momento? ¿Una canción más?

     — I’d stay like this all night long, Sophie…

     — ¿Pero?

     — Mientras más rápido salgamos, más rápido vamos a poder regresar —sonrió, y sintió a Sophia reírse contra su cuello por la canción que sonaba en el fondo—. ¿Ponemos una canción que te guste? —le preguntó, estirando su brazo para alcanzar su teléfono.

     — La canción que quiero creo que no la tienes —murmuró, intentando no seguir riéndose ante la aparición de Kool & the Gang.

     — Try me —sonrió.

     — “Strawberry Bubblegum” —repuso, estando muy segura de que Emma no la tenía en su teléfono, pues ahí sólo tenía una delicada selección musical por tener sólo treinta y dos gigabytes de memoria disponible, y, a decir verdad, le había asombrado que tuviera la canción con la que habían bailado.

     — Dame un segundo —suspiró, paseando sus pulgares por el teléfono.

     — No la tienes, ¿verdad?

     — Mmm… —levantó su dedo índice para indicarle que le diera un segundo, y, sin despegar su mirada de la pantalla, esperó a que la circunferencia azul se completara—. Sí, sí la tengo —sonrió, dejando que sonara a través de los parlantes.

     — No me digas que la compraste —rio incrédulamente, aunque no sabía por qué le asombraba que Emma hiciera eso por ella, por un antojo que no era ni medianamente urgente.

     — No, mi amor —resopló—. iCloud.

     — Cierto —sonrió, volviendo a aferrarse a su nuca con ambas manos.

     — Esa canción nunca la había escuchado…

     — No la cantó en “Legends of the Summer” —sacudió su cabeza—. Pero te la dedico.

Emma, sintiéndose raramente elogiada, pues no siempre le habían dedicado canciones buenas, se dispuso a escuchar la letra de aquel ritmo que era demasiado seductor y no sabía ni por qué, porque quizás no era seductor pero a ella sí la seducía.

Y Sophia la cantó completa en su cabeza, porque realmente le gustaba lo especial, lo que decía tan explícitamente; era casi un duplicado de lo que ella sentía, pero esperó en silencio entre las caricias de los dedos de Emma.

                “Don’t worry about your loving, it won’t go to waste, go to waste. Don’t ever change your flavour ‘cause I love the taste, love the taste. And if you ask me where I wanna go, I say ‘All the way’. Cause she’s just like nothing that I ever seen before. And, baby, please don’t change nothing because your flavor’s so original”. «Mierda», ensanchó Emma la mirada, y rio nasalmente invadida del rojo escarlata que tenían sus mejillas. Apretujó a Sophia un poco más entre sus brazos, agradeciéndole el halago tan único con autoría de otro, pero, a pesar de ser palabras ajenas, habían sido muy bien utilizadas por la rubia… porque entre eso, y un “te amo”, había una diferencia muy pequeña entre ellas. Era otra manera de decirlo.

Oh, wow… —suspiró al final de los ocho minutos que duraba la canción, y que, inmediatamente, cambiaba a “Tunnel Vision”, canción que le había gustado desde el concierto en el que no se le había ocurrido cantar esa canción que estaría siendo añadida a su lista de canciones preferidas.

     — No tienes que decir nada —se irguió con una sonrisa de camanances—, además, yo sé que no sabes a goma de mascar de fresa —resopló.

     — Pero, ¿te gusta mi sabor?

     — Me encanta —asintió, y recibió un beso en su frente—. ¿Nos vamos?

     — Necesito hacer algo primero —le dijo, viendo en dirección a su bolso.

     — Iré a apagar la luz del clóset y haces lo que tienes que hacer —repuso, no dándose cuenta de que era con ella lo que Emma que hacer.

Ella no dijo nada, sólo observó a la rubia flotar hacia la habitación mientras giraba su anillo alrededor de su anular por simple manía, bebió su Martini hasta el fondo, y sacó el sobre y el bolígrafo de su bolso.

— ¿Nos vamos? —preguntó Sophia con una sonrisa al llegar nuevamente a donde Emma la esperaba de pie con las cosas en la mano.

     — Hay algo que tenemos que hacer antes —asintió, y haló una de las sillas del comedor para indicarle que quería que tomara asiento.

     — Lo que tú digas —suspiró, y, colocando su bolso sobre la esquina de la mesa, aplanó su vestido para evitar arrugas al sentarse, aunque, en realidad, la tela no daba para arrugarse.

     — ¿Quieres primero lo que hay en el sobre que está adentro, o lo que está tras el sobre que está adentro? —dijo, notando lo confuso que eso se escuchaba.

     — Lo que está en el sobre dentro del sobre —rio, pues siempre prefería ir de adentro hacia afuera, menos cuando se refería a cuando penetraba a Emma con sus dedos, pues su expresión facial era indescriptible cuando se iba de afuera hacia adentro.

     — Está bien —murmuró, y sacó el sobre más pequeño para deslizárselo a Sophia junto con el bolígrafo.

     — Es un cheque en blanco —frunció su ceño, no logrando entender de qué se trataba.

     — Es el regalo de Margaret —sonrió.

     — Pero éste es un cheque tuyo —murmuró con la mirada ancha, señalándole su nombre en la esquina superior izquierda.

     — Lo sé, el cheque es mío… pero el regalo es de las dos.

     — ¿Pretendes que ponga un monto “x”? —ensanchó su mirada todavía más.

     — Es por los niños —se encogió entre hombros con una sonrisa—. Y es sólo un número.

     — Dame al menos dos cifras entre las que puedo escoger…

     — Entre uno y uno-con-seis-ceros —sonrió, viendo a Sophia dejar caer su quijada hasta el Lobby.

     — Esas son un millón de cifras posibles —balbuceó.

     — Son más de un millón… pero es por los niños —guiñó su ojo—, y, si decides poner el uno-con-seis-ceros, realmente no me estás dejando en la calle.

     — De igual forma, ¿cómo voy a escoger una cifra?

     — No lo sé.

     — ¿Por qué no la escoges tú, que conoces tus finanzas?

     — Porque, si todavía no te acostumbras a gastar, o a despilfarrar, creo que sí puedes hacer algo como una donación para ayudar a los niños con cáncer —sonrió, viendo a Sophia entrar en modo pensativo—. Son “x” dólares que no gastaré en propinas, cambios no deseados, redondeos, etc.

     — No sabría qué número escoger…

     — No pienses que son dólares, entonces —dijo, apoyando su trasero sobre el borde de la mesa—. Piensa en un número que te guste, ya sea porque signifique algo para ti, o porque te guste la combinación, o qué sé yo; tales dígitos de la serie de Fibonacci, por ejemplo.

     — Mmm… —suspiró, cerrando sus ojos para buscar la cifra en su cerebro, y, al cabo de unos segundos, escribió la cifra deseada y le alcanzó el cheque. 

     — ¿Cincuenta y seis mil ochocientos treinta y ocho? —resopló al ver la cifra—. Es una cifra rebuscada —dijo, siguiéndola con la mirada al ella estarse irguiendo.

     — “Love U” —sonrió, inclinándose un poco para darle un beso en los labios, que, para ese entonces, Emma ya sonreía—. No me digas que lo otro es otro cheque… que no me siento creativa con los números hoy.

     — No, no es un cheque —sonrió, alcanzándoselo—, y no le tengas miedo, no es nada que tengas que pagar —dijo, viendo a Sophia sacar la página blanca que había sido doblada con demasiado cuidado—. Yo sé que hablamos sobre una semana más en Roma —murmuró con tono de estarse excusando—, que nos íbamos a ir la primera semana de diciembre… pero no creo que sea posible.

     — ¿Por qué no? —frunció su ceño, leyendo que se iban el quince de diciembre a la una de la tarde, y que regresaban el cuatro de enero.

     — Hay algo que no había considerado… el catorce tenemos algo que hacer—sonrió.

     — ¿El qué? —elevó la mirada por sobre el borde de la página.

     — Mira lo que hay detrás —guiñó su ojo, y, «esa es la reacción que esperaba», rio; una Sophia sin habla, de mirada ancha—. Esos asientos están como para que te caiga el sudor del hombre —le dijo, pues, después de que Natasha había movido cielo, mar, y tierra, aún más que el tsunami del dos mil cuatro y el terremoto del dos mil diez, había conseguido el VIP-Package más bonito para que pudieran estar en la primera fila, si es que eso estaba bien con la rubia, quien, en ese momento, sólo sabía sacar la emocionada niña interior, pues se la arrojó en un abrazo.

     — Espera —se cortó abruptamente—, ¿y qué hay de pasar año nuevo con Natasha y Phillip?

     — ¿No me crees capaz de no pasarlo con ellos? —rio.

     — No —respondió, haciendo que Emma se carcajeara, pues tenía razón.

     — Romeo y Margaret no van a estar, entonces decidimos que ellos podían venir también, tanto para navidad como para año nuevo… espero que no te moleste.

     — ¿Molestarme? —rio, cayéndole con un beso que pasaba por besazo—. Para nada —mordisqueó su labio inferior—. ¿Venir el cuatro no es muy tarde?

     — El doce empezamos en Miami, entonces hasta el doce tengo que estar allá —sonrió.

     — Sé que no es el doce que nos vamos a ir, que vas a procurar estar allá una semana antes por lo menos —repuso, no notando ninguna señal en Emma que contradijera o que estuviera de acuerdo con eso, pues sólo acariciaba su mejilla con la misma sonrisa—, ¿no te molesta empacar en uno o dos días?

     — Pienso dejar todo arreglado desde antes que nos vayamos a Roma —sacudió su cabeza—, y, si se me olvida algo, o me falta algo, en Miami no hay Bergdorf’s pero sí hay Barneys y Saks… y no dudo que exista Neiman Marcus, Nordstrom y Bloomingdale’s… aparte de Bal Harbour.

     — ¿Bal Harbour? —frunció su ceño—. No me digas que ya investigaste todo sobre dónde comer, dónde comprar, y demás.

     — Gaby hace eso por mí en su tiempo libre —guiñó su ojo—. So, ¿irías conmigo a ver a Mr. Suit & Tie el catorce de diciembre?

     — ¿Vas a gritar conmigo? —sonrió ampliamente.

     — Voy a ser una mujer hormonal más, con deseos de procrearme con una persona tan interesante y trilladamente atractiva como un cantante, compositor, bailarín, músico y actor —asintió, «“actor”»—, y voy a tener un orgasmo tántrico desde que empiece “Like I Love You”, porque voy a gritar como histérica cuando empiece a bailar, y voy a cantar el bridge, y que haga la transición a “My Love” con el interlude de “Let Me Talk To You”, y que luego cante las primeras dos estrofas en versión acústica para después acelerar en el bridge, que diga “now drop that shit right now”, y la cante y la baile… y que tenga su solo de baile —sonrió—. Son, fácil, quince o veinte minutos de orgasmo cantado a gritos…

     — Mi amor —rio.

     — Ese momento en el que es más esposo de todas menos de Jessica Biel —elevó su ceja derecha.

     — Yo sé que te gusta, aunque no lo aceptes —se burló disimuladamente.

     — No tengo todas sus canciones, no todas me gustan, pero tengo como quince —guiñó su ojo.

     — Me conformo con que te agrade él.

     — Para que Beyoncé me guste a ese nivel… tiene que ser más “Single Ladies” —rio, sabiendo que se refería a ella—. O “Crazy In Love”.

     — Y con esas dos me conformo porque la imitas demasiado bien.

     — So much for your amusement —susurró, y le robó un besito—. Now, how about if we go and eat some free food?

Voy a adelantar el tiempo un poco, no mucho, sólo quizás quince minutos, y lo voy a adelantar simple y sencillamente porque, lo que hicieron a continuación no es de relevancia mundial; hicieron lo que ustedes y yo hago antes de salir de mi casa, y, en lugar de caminar no más de quinientos metros, Hugh les hizo el favor de recogerlas para dejarlas en las puertas del Plaza. Aunque Natasha había ofrecido los servicios de Hugh para cerciorarse de que iban a llegar.

                Iban caminando por el amplio pasillo de pisos de reluciente mármol, al que protegían con enormes alfombras individuales, cuando se encontraron con aquella alta y caballerosa figura de espalda marcada por un evidente tuxedo negro Ralph Lauren, de corbatín y chaleco de corte en “U” en azul marino, color que combinaba con la musa a la que le amarraba la máscara a la cabeza, y que estaba cubierto en plumas de pavo real blanco en el pecho de un hombro, en el cual llevaba una gruesa cadena de acero, y que, como cinturón correctamente a la cintura, tenía plumas de pavo real común que luego se transformaban en plumas de sabía-Dios-qué en azul marino. «That’s a pretty jaw-dropping dress», ensanchó Emma su mirada, y todos estuvimos de acuerdo.

— ¿Creerás que no me dejaron entrar a la fiesta de mi mamá porque no llevaba puesta la maldita máscara? —rio Natasha por saludo mientras se detenía aquella máscara por el tabique—. I fucking hate masks —refunfuñó, sintiendo ya la máscara fija a su rostro, y se saludó correctamente con un beso en cada mejilla con Emma mientras Sophia y Phillip hacían lo suyo en un ridículo silencio por estarse burlando de Natasha, o quizás sólo de cómo Margaret siempre encontraba formas nuevas de “mess with her just for her amusement”—, I’m too fucking beautiful to hide myself behind a fucking mask.

     — Te ves increíble —suspiró Emma, sosteniéndola por las manos para verla de pies a cabeza y de cabeza a pies, y que el torniquete francés, a pesar de ser aseñorado, le sentaba perfecto para que pudiera lucir la cadena y sus plumas. Literalmente para pa-vonearse.

     — Yo-quiero-tu-vestido —le dijo cortadamente, viendo que, de reojo, Sophia le ataba la máscara a Phillip, que era la máscara que Thomas no había podido encontrar porque no se le había ocurrido buscar, pues era de Batman.

     — ¿Cuántos Fantasmas, cuántos Casanovas, y cuántos Doctor Parnassus tenemos en casa? —rio la italiana, quien se colocaba su máscara al rostro por empatía, pues la suya tenía una banda elástica, y, por inteligencia, había escogido llevar una que sólo le cubriera un ojo entre metal negro y lo que parecían ser perlas, que, como sabía que la máscara la perdería antes de las nueve de la noche, no había querido gastar más de cincuenta dólares.

     — Al mundo se le acabó la creatividad —sacudió su cabeza, porque había demasiados de los mencionados.

     — Le digo a Natasha que me parece increíble que, en un mundo de personas de la moda, de la historia, del periodismo, de la cultura, y demás, todos tengan las mismas ideas trilladas de un Masquerade Ball moderno —dijo Phillip.

     — Mmm… no les llegó el memo de que no era de una escuela —rio Emma.

     — Demasiado “Gossip Girl” es lo que ven —asintió Natasha, haciendo que el resto entrara en confusión—. ¿Qué?

     — ¿Desde cuándo ves tú eso?

     — ¿Desde que estoy viendo todas las series que hay en Netflix? —se encogió entre hombros.

     — Netflix lleva las de perder contigo —bromeó Emma, quitándoles el comentario de la boca a los dos que aparentemente prestaban y no prestaban atención al estar reanudando la ronda de manitas calientes que se debían porque el marcador no podía quedar en contra de Phillip, no Señor.

     — ¿Qué le voy a hacer? —sacó su lengua, y rio ante la derrota del mal perdedor de su esposo—. Sophia —sonrió para la rubia, y la saludó de beso en cada mejilla—, looking ravishing —la halagó con sinceridad, sabiendo, desde ese momento, que entraría en el top10 de los mejores vestidos de su cumpleañera progenitora, quien, con cada año que pasaba, no necesariamente se volvía más criticona a la hora de dar una calificación del uno al diez, pero, definitivamente, permisiva no era.

     — You look ravishing yourself —reciprocó, viéndola ser atacada por el brazo de Phillip, el cual la escoltaría hasta la entrada principal, en donde, por segunda vez, intentaría entrar a la fiesta que prácticamente ella había organizado.

     — ¿Quién es la date de Thomas hoy? —preguntó Emma, tomando a Sophia de la mano, porque ninguna de las dos necesitaban ser escoltadas.

     — Amanda, Ariana, Adriana… como sé que no durará, no me tomé la molestia de aprenderme el nombre —rio Natasha.

     — ¿Cómo es que Thomas no tiene herpes genital? —vomitó Sophia con su ceño fruncido.

     — Que tenga dates para todo, y en todo momento… it doesn’t mean that he gets to stick his dick in a woman’s vagina —rio Phillip, levantando su brazo libre para, en sincronización mental y humorística con Sophia, compartir un high-five.

     — Qué crueles —rio Emma—, se lo comen vivo cuando no puede defenderse.

     — Ayer llegó a la casa —dijo Natasha con una risita, con esa que era característica del verdugo.

     — Y le enseñé cómo es que los hombres hacen ejercicio de verdad —la interrumpió Phillip—. Nada de pilates, nada de spinning, nada de zumba, nada de yoga, nada de una rutina light —se burló, aunque, a decir verdad, no le molestaba en lo absoluto que Natasha estuviera haciendo todo eso, pues, a pesar de estar un poco demasiado delgada para su gusto, extrañamente había desarrollado lo que entre ellos llamaban “a better and higher sex stamina”, lo que significaba que, aunque no pudieran practicarlo como querían porque estaba el factor “Katherine” en juego, aunque no por mucho tiempo más, cuando lo practicaban, no había tanta falta de aliento y podía estar ella más tiempo sobre él, cosa que a ambos les gustaba por el simple hecho del control—. Pesas, barras estáticas, y bolsa de boxeo; como los hombres.

     — Se quedó en las barras estáticas —rio Emma.

     — Yo digo que no llegó a las barras estáticas —sacudió Sophia su cabeza.

     — Se quedó a medias de las pesas —se carcajeó Natasha, porque, aunque quisiera poder evitarlo y proteger a su infantil-gracioso-desubicado-y-juguetón-amigo, no podía evitar ser quien dejaba ir la guillotina, lo del verdugo, y se volvió hacia el hombre que, hasta cierto punto, se veía raro, que se veía raro porque parecía que no estaba vestido correctamente a pesar de llevar un tuxedo que le tallaba demasiado bien como para ser rentado, todo porque parecía modelo de Abercrombie; «he should be in some stonewashed-destroyed jeans, wide “leather” belt, and “leather” flip flops… shirtless».

     — Natasha and Phillip Noltenius —intervino Phillip, sabiendo que su esposa se retorcía por dentro al estar refunfuñando mentalmente por el “Abercrombie Hunk” que estaba encargado de la lista de invitados, y mencionó primero el nombre de ella porque le parecía descortés eso de restarle importancia a su esposa, quien era la primogénita de la cumpleañera, además, él sólo era «un hombre en un traje que actúa, hasta cierto punto, como el mejor accesorio de la diva de las plumas».

     — Ella Natasha —suspiró la dueña del nombre, sabiendo que, por pasatiempo de su mamá, estaría con su primer nombre, y el adolescente hombre sólo sonrió y subrayó los nombres en su iPad.

     — Pavlovic —sonrió Sophia—. P-A-V-L-O-V-I-C —lo deletreó como por costumbre ante la expresión facial de confusión de quien fuera que lo escuchaba por primera vez.

     — Miss Pavlovic and Miss Rialto —asintió el hombre, y les dieron entrada.

A lo lejos, mientras caminaban ya sobre los pisos de mármol desnudo del vestíbulo del Grand Ballroom, se escuchaba la limpia afinación de las cuerdas, de los vientos, y de las percusiones, esa afinación que había empezado a las ocho en punto; hora que no decía la invitación, pues decía siete y media, pero que, en la vida real, eso se conocía como “fashionably late”, que era por eso que hasta entonces estaba por empezar la música.

                Bastaron esos típicos tres, cuatro, cinco toques de la batuta contra el atril, y entonces sí.

Emma dibujó una sonrisa que se sintió con calidez entre los que caminaban paralelamente, tanto que todos se volvieron a ella, intrigados por saber qué era lo que ella sabía y ellos no, pero su ceja derecha sólo se elevó al compás del ensanchamiento blanco de su sonrisa. «One has got to love old russian waltzes».

— Buen gusto —rio Emma, llegando al borde de los arcos para ver, desde un costado, a quienes producían esa obra maestra en vivo—. Muy buen gusto —repitió con la misma sonrisa.

     — Mesa dos, las vemos luego —se encogió Natasha entre hombros, pues, tal y como debía ser por costumbre, educación y cortesía, se dirigía, antes que nada, a saludar a sus papás.

     — Penny for your thoughts? —sonrió Sophia, tomándola de la mano sobre la baranda.

     — Just… close your eyes and listen —le dijo al oído, y envolvió su mano entre las suyas.

Era intensa. Sí, definitivamente era intensa, y sólo iba hacia algo más intenso, y hacia algo todavía más intenso. Era grande, era magnífico, era increíble, y era algo que no sabía cómo describir; tenía contrastes de lo circense y de lo elegante, contrastes inmediatos y uno tras el otro, tras el siguiente, y tras el siguiente, y luego penetraba la piel hasta llegar a acelerar el corazón para desestabilizar la respiración, pero era elegante, sí, era elegante, y daba poder entre los múltiples clímax, que el oído tenía que agradecer que tenía ciertos bajos, los cuales eran relativos, pero que, continuando con los contrastes, de la seriedad, de la agresiva intensidad, pasaba a ser más alegre, gracioso, entretenido, carismático, y, de golpe, de regreso a la intensidad que sólo tenía intenciones de incrementar. Pícaro, juguetón, maquiavélico, eso era, pero era demasiado refinado como para no encontrarle el gusto, «el “buen gusto”… el “muy buen gusto”».

Esos componentes sólo lograban construir una tan sola sensación: erotismo. Sí, porque era indescriptiblemente erótico, era el coqueteo más seductor, ese que sabía que, para el final de la pieza, se sentiría sin ropa alguna, porque sí, era la descripción exacta de las facetas de la mayoría de episodios sexuales.

                Y terminó con un bang; un ¡bang!, «¡un bang!» que casi le saca el corazón.

— ¿Cómo se sintió? —murmuró con una sonrisa mientras hacían silencio para empezar la siguiente pieza, y, viendo a Sophia tragar con dificultad, acarició el dorso de su mano con sus dedos; no le importó que le estuviera triturando la mano izquierda por la fuerza con la que la había ido apretujando con el paso del tiempo.

     — ¿Qué fue eso? —abrió los ojos, y se encontró con la sonrisa que le indicaba que se había sonrojado sin darse cuenta.

     — Khachaturian —respondió Emma—. Con ese movimiento siempre me he sentido como en el Palacio de Invierno, como en mil novecientos diecisiete, justo antes de la Revolución.

      — That was beautiful —exhaló, logrando relajarse para soltar la mano de Emma.

     — Se llama “Masquerade Suite”, y el primer movimiento es el valse… este movimiento es el nocturne —sonrió, señalando al aire con su dedo índice—, el que viene es la mazurka, luego viene romance, y, por último, el galop.

     — Un panty dropper, eso es lo que es —rio.

     — I thought you weren’t wearing one —frunció Emma su ceño.

     — I’m not —se volvió hacia ella por completo, y la vio dibujar una sonrisa de satisfacción—. Are you?

     — Vas a tener que averiguarlo —guiñó su ojo, y, sin haberlo previsto, Sophia llevó su mano a su cintura para recorrerla hasta su muslo.

     — Rico —rio.

     — Vamos a saludar, mejor —se aclaró la garganta con una sonrisa que comprimía los nervios entre la tensión de sus labios y de sus inertes mejillas, la tomó de la mano que había posado sobre su cadera, y la haló gentilmente hacia las escaleras, en donde bajaría todavía tomada de la mano, lo cual parecía ser una simple ayuda de vestidos mínimamente recogidos en un suave puño para no hacer una vergonzosa caída a lo Jennifer Lawrence. «Porque Hugh Jackman no estaba cerca para socorrerme».

Caminaron por entre las mesas y las sillas negras, por entre los manteles negros para platos blancos, por entre la reluciente cristalería de agua, vino tinto y vino blanco como era la costumbre de la etiqueta, por entre los bouquets de peonías blancas, rosas cerradas en distintos tonos de rosado, encendidas freesias que daban el justo contraste entre lo rosado y lo verde y lo blanco y lo verde, y aquellas pequeñísimas alstroemerias violetas que terminaban de darle coherencia a la paleta de colores que realmente sólo gritaba vanidad, y nada más. O quizás un poco a BDSM.

                Se encontraron a cuanto tuxedo podía existir, desde el Armani mal tallado, hasta el impecable rental, desde el Brunello Cucinelli al que le habían mutilado los pantalones para hacerlos llegar hasta el tendón de los gemelos y mostrar masculinísimas piernas con alopecia o con hipertricosis, sin calcetines o con calcetines de colores llamativos y nada-que-ver, piernas que terminaban siendo enfundadas en un par de tediosas y seamos-honestos-afeminadas slippers, porque no importaba que fueran Jimmy Choo o Giuseppe Zanotti, «you just don’t fucking do that to yourself… nor to my eyes», hasta el sabrá-Dios-quién-diseñó-ese-traje-tan-avant-garde-de-cuero-negro, y se encontraron a cuanto impotente-para-seducir Casanova, a cuanto aburrido y soez Mardi Gras, y a cuanto poco gusto injustificado de Venecia, y ni hablar de las tediosas máscaras que parecían haber sido pintadas por los hijos a los que probablemente nunca atendían, o que parecían ser de esas de una «”ninety-nine cents only” store». Vestidos a cuadros y/o a rayas que alteraban las femeninas figuras de una grotesca forma y manera; las transformaban en elipses o en cuadrados, tediosos peinados con cabellos marchitos que habían sufrido de la era moderna de un estilista que todavía utilizaba la plancha como su primer y único recurso y de un anticuado camino al medio, cuchicheo vulgar que perturbaba a la obra de Khachaturian, lo cual no estaba mal, pero eran críticas sin fundamentos que venían de claros malos gustos. O de la simple ignorancia.

                Y allá, al fondo, con espalda recta y una carcajada de arrogante pero elegante diva que saludaba sonrientemente a su primogénita, de manos tomadas y de mejilla contra mejilla y de la otra mejilla contra la otra mejilla, estaba el centro de atención.

Ahora, ninguna de las tres estábamos criticando, mucho menos juzgando, al menos no a la feliz cumpleañera que flotaba más alto y con mayor gracia que su primogénita, pero, si de milagros se trataba, quien sea que hubiera concebido esa obra de arte que llevaba al cuerpo, realmente tenía madera de Santo, pues, siendo la cumpleañera una “obesa” pero muy bien disfrutada talla ocho, parecía ser tan raquítica como la talla dos que describía a la anonadada e italiana rubia «griega por absorción y aprendizaje».

Era un vestido que claramente subía hasta los hombros en términos de lo desmangado, pero, claro, estaba dividido en torso y en falda, falda negra que empezaba correctamente en la adulta cintura y que caía sin esfuerzo alguno para formar una cola que tenía pinceladas tétricas, las cuales nacían en la geométrica forma que adoptaba al estar extendida sobre el suelo, y, en el torso, sobre la base desmangada, llevaba una ligera blusa tipo poncho de encaje del color de un Bollinger Rosé que le llegaba hasta tres cuartos de sus desnudos brazos, porque Emma no sabía por qué esperaba guantes de algún tipo, y, contrario a eso, sólo se encontró con un opulento e impresionante anillo que tenía algo que ya no cabía en la categoría de sólo “diamante”, porque eso ya era una grosería de tamaño y ni hablar de los pequeños diamantes rosados que iban incrustados en la circunferencia de oro rosado, o de los pequeños diamantes blancos que iban incrustados en la circunferencia que se notaba que le pesaba en el dedo anular derecho, veintiún quilates en total, «o quizás libras y no quilates», porque en el izquierdo llevaba las otras groserías que indicaban que estaba atada por gusto y por goce al hombre del que ya en un momento voy a hablar.

De los tacones, porque Margaret, a pesar de que amaba los stilettos, ya había aprendido que había una cierta edad, entre sus años, en la que su uso ya no había sido tan cómodo y/o apropiado como antes, pero eso no la privaba de adorarlos como siempre, pues llevaba unos René Caovilla que tenían la plataforma justa como para dar comodidad eterna, y eran una especie de botines de encaje, gamuza y perlas, todo en negro.

Ahora, lo que sí era realmente «breathtakingly beautiful» era la máscara.

Su cabello blanco no era víctima de un abuso de productos, o de una pistola, o de una plancha, aunque, bueno, ella odiaba las planchas porque aniquilaban todo tipo de volumen y de vida, «”porque eso sólo funciona para los anuncios de Pantene”», y ella no utiliza esa marca, y tampoco era víctima del olvido, pero no era lo más impresionante como solía serlo siempre como lo llevaba, sino que era la mantilla. Sí, la medieval mantilla. La mantilla estaba colocada a la peineta que se fijaba a su cabello, por la parte de atrás, con un broche que dejaba ciego a cualquiera, pero el arte y la gracia de la mantilla era que bajaba hasta sus ojos para cumplir la obligatoriedad de la regla de la máscara, ella con encaje negro que le quedaba demasiado bien sobre el pesado y denso maquillaje de ojos, y el lápiz labial rojo que no era de felaciones de siete dólares. 

                «That’s what I call a fucking wearable costume».

— Emma —la interceptó Romeo antes de que pudiera llegar a donde la agasajada, quien ahora saludaba a Phillip con cierta reticencia pero con la amabilidad de siempre, pues tampoco le iba a mostrar qué tanto afecto le tenía.

     — Romeo —resopló ante el sobresalto de la intercepción, y se vio envuelta en un abrazo del ficticio descendiente del Jefe Pontiac Ottawa, pues llevaba una enorme corona nativa de plumas que podían ser de huia, y, en lugar de máscara como tal, llevaba un antifaz blanco y rojo a la medida para que sólo cubriera sus ojos y que simulara las pinturas faciales respectivas—. ¿O debería decir “Pluma Negra”? —bromeó.

     — ¿Cómo estás? —rio caballerosamente, saludándola con un beso en cada mejilla entre un abrazo de flojas intenciones.

     — Quite delighted, I must confess —le dijo al oído, y se despegó de él, o se vio despegada de él por él, pues se había vuelto hacia Sophia.

     — Sophia, siempre es un gusto verte —sonrió para ambas mientras la saludaba tal y como había saludado a Emma, tal y como no saludaba a nadie nunca porque esos saludos eran exclusivos para las amigas féminas de su mejor creación.

     — Lo mismo digo, Romeo —reciprocó la rubia el gesto verbal de complacencia visual.

     — Veo que nos hemos quedado muy cortas con el concepto —rio Emma con su ceño fruncido.

     — El concepto no es Halloween —elevó él sus cejas, sabiendo muy bien que se refería a que era «quite costume-like», pero en el buen gusto—. Aunque creo que muchos no hicieron ni el intento.

     — Pluma Negra, es lo que hay —se encogió entre hombros.

     — Sí, “es lo que hay” —rio—. Pero, bueno —sonrió, haciéndose hacia un lado para dejar que vieran a la cumpleañera darle un sorbo a una copa de champán—, las máscaras se las pueden quitar luego —guiñó su ojo, y vio a ambas mujeres pasar de largo con una sonrisa para ir a ser víctimas del aristocrático pero estrechamente cariñoso saludo.

     — ¿”Feliz cumpleaños” está en orden? —elevó Emma su ceja en cuanto Sophia se irguió luego del febril saludo.

     — Y cualquier epíteto de positiva connotación que quieras agregarle, darling —asintió Margaret, llevando su mano izquierda a su cintura y elevando la copa de champán a media altura con sus perfectos manicurados dedos-de-negro-noir-primitif que sostenían el tallo de cristal y que eran sodomizados por ese conjunto de rocas—. Por favor —lanzó un latigazo para uno de los meseros que estaban encargados de ponerle el mundo a sus pies por las próximas horas por una significativa paga y por una mejor y más exagerada propina—, no es nada ni se hace nada sin una copa en la mano —sonrió, elevando sus cejas y llevando su copa a sus labios para beber el último sorbo, cerró los ojos, suspiró, y saboreó las gloriosas y diminutas burbujas que se deslizaban por su esófago—. Mmm… —abrió su ojo izquierdo, manteniendo la placentera expresión del amargo pero sedoso sabor—. Nada como una buena copa de champán —ensanchó la blanca sonrisa, y, lenta y arrogantemente, se volvió hacia el diligente mesero que le ofrecía la charola para que colocara la copa, pues Margaret detestaba cuando dedos ajenos marcaban su cristal—. Les presento a John —dijo mientras colocaba delicadamente la base de la copa sobre la brillante charola—, él se encargará de hacer que suceda lo que ustedes quieran que suceda —sonrió, y el sonriente hombre sonrió con una corta reverencia.

     — Una copa de Blanc y un Martini seco, sin aceitunas, ¿cierto? —sonrió el hombre que había estudiado la lista que Natasha se había encargado de darle, una lista con treinta y un invitados que, a pesar de no ser tan importantes como la compulsiva necedad y necesidad de Margaret de tener una copa en la mano, eran igualmente importantes.

     — Cierto —asintió Sophia, a quien nunca le dejaba de sorprender hasta dónde podía llegar la prepotencia del cliente, pues no había fiesta, celebración, o lo-que-fuera, que tuviera personal de servicio, que no supiera qué le gustaba a cada quién, y cómo le gustaba ese qué.

     — Y otra copa de champán —añadió Margaret, petición que no necesitaba verbalizar porque ya él sabía que tenía que llevarle otra copa, pero no a tres cuartas partes, como se la servía a cualquier otro mortal, pues a ella le gustaba la copa a la mitad; se trataba de preservar las burbujas, sino, de no querer las burbujas, bebería vino blanco—. Es mesa libre —se volvió hacia las dos féminas—, y barra libre también —sonrió—, pero pensé que les gustaría sentarse con gente más de su edad, o quizás sólo no con los sal y los pimienta —rio, refiriéndose a todos aquellos invitados que padecían ya del mal de las canas, y en cuenta iba ella.

     — Gracias —sonrió Emma—. Sólo, ¿en dónde puedo dejar el regalo?

     — Por allá —guiñó su ojo, señalándole, con la dirección de su rostro, al hombre que parecía tener una sonrisa pintada de lo falsa que se veía.

Emma sólo asintió, y, rápidamente, apenas halando a Sophia de la mano, le alcanzó el cheque al implicado caballeroso señor que no se perdía ni resaltaba de entre la multitud con esas magnas y profundas entradas de cabello tirado hacia atrás con tanto esfuerzo.

                Y, así por así, porque así debía ser, no supieron en qué momento ya tenían una copa en la mano y se sentaban a la mesa que había sido reservada “para los amiguitos de Natasha”, porque si ella se aburría sólo podían esperar algo malo.

                No hubo mayor evento, al menos no uno tan trascendental como para que valga la pena que lo cuente con detalles. Sólo hubo música a la que nadie le encontraba tanto gusto como Margaret y Romeo, porque a Emma, después de un poco de Shostakovich, que ni siquiera había sido el segundo movimiento de la Décima Sinfonía, y de un poco demasiado de Tchaikovsky, le había perdido el interés y no veía la hora en que algo diferente se adueñara del escenario; no le importaba si eran gaitas escocesas, quizás por eso fue en contra de todo prejuicio y gusto de bartender y mixologyst, pues bebió tantos Martini como el cuerpo no le pidió, era como comer por aburrimiento, porque todos aquellos “expertos” decían que sólo se debía beber uno o dos, que eso era lo chic, porque, para emborracharse, había alcoholes más severos y menos elegantes como el tequila, porque, ¿qué era eso de lamer la sal, beber, y morder una lima?

 

***

 

— ¿Y tú? —rio Sophia, logrando traerlo de regreso a la Tierra, al aquí y al ahora, con un rápido doble chasquido de dedos.

     — ¿Yo qué? —balbuceó, casi tartamudeando, y, como prácticamente todo hombre en traje formal, frunció su ceño, se aclaró la garganta, y llevó su mano al nudo de su corbata para recomponerse en postura y en compostura.

     — ¿Tú qué? —se burló con una sonrisa de amplitud vertical y de arqueadas cejas mientras sacudía lentamente su cabeza de lado a lado para afilar el arte del bullying.

     — No entiendo —cerró sus ojos con esa cobarde y falsa arrogancia.

     — Tienes una cara… —se encogió entre hombros.

     — Es la única que tengo —repuso un tanto a la defensiva.

     — No te preocupes, que no me asusta —elevó sus cejas de forma explicativa.

     — ¿Necesitabas algo? —preguntó cortantemente cuando al fin ya había regresado por completo al presente, que fue sólo porque se acordó de la expresión “sexo con ropa”.

     — Ay, te diré lo que necesito —asintió, y, de un movimiento, enganchó su brazo entre el suyo para empezar a caminar por aquel pasillo—. Necesito ir al baño —sonrió, caminando sin gracia y sin desgracia, simplemente, por la ridícula cantidad de alcohol, su cabeza iba de un lado a otro con diversión.

     — ¿Necesitas soporte o apoyo?

     — Apoyo necesitaría si tuviera una infección en las vías urinarias —rio—, tú sabes, porque es un dolor que no se sabe describir con tanta precisión…

     — Entonces “soporte” —repuso rápidamente, y saltó a la errada conclusión—: estás ebria.

     — ¿Ebria? ¿Yo? —rio nasalmente, y detuvo el tambaleo de su cabeza para relevarlo por un disentimiento—. Quiero acordarme de este día lo más que se pueda.

     — Entonces, si no estás ebria, ¿para qué necesitas soporte?

     — Stilettos —suspiró.

     — Alturas malignas, ¿cuál es la gracia?

     — Definitivamente no es ser de tu maligna altura —se encogió entre hombros—. Supongo que el gen de la estatura no lo saqué de ti… la altura me da igual porque sólo cambia la perspectiva; si veo a la gente hacia arriba o hacia abajo, aunque debo decir que tiene su gracia eso de ver al mundo desde arriba, pero la altura maligna mejora mi postura considerablemente; asegura trasero, alinea espalda, saca pecho, hace de mis piernas algo de otro mundo… o eso me dijo Betty —dijo, e hizo una minúscula pausa para dejar que la epifanía fuera digerida—. Y son bonitos.

     — Pero duelen —repuso, omitiendo el comentario de Betty porque no sabía quién era ella.

     — Y la espalda también tiende a doler si no tienes una buena postura —rio—, es cuestión de escoger qué es lo que quieres que te duela.

     — Escoge que no te duelan los pies, entonces —soltó una relajada risa nasal.

     — Sé que estoy sobria porque todavía siento dolor, es grave cuando dejo de sentirlo —«porque eso significa que ya tengo los stilettos en la mano».

     — Ah, suenas a esas personas que dicen que el dolor es lo único que les indica que están vivos.

     — ¿Vivos? —frunció su ceño—. Realmente, como no me he muerto, no te sabría decir si se siente dolor en eso que llaman la afterlife —sacudió su cabeza—. La situación de mis pies es un indicador fisiológico del nivel de mi ebriedad, nada más.

     — De igual forma, Sophia, creo que necesitas los pies para caminar… lo que necesitas es bajarte de esas cosas para que no te duelan los pies.

     — Ah, te preocupas por mis pies —bromeó, deteniéndose frente a la puerta del baño.

     — Me preocupo por ti —asintió él.

     — Ay, qué lindo —sonrió, y le ahuecó la mejilla—, pero no necesito que te preocupes por mí.

     — Cierto, lo que necesitas es ir al baño —rio, apuntándole, con su mirada, en dirección a la puerta.

     — Pero por necesidad fisiológica —asintió.

     — ¿Hay algo que necesites que no sea fisiológico? —frunció su ceño, y Sophia se reflejó en él—. Digo, para traértelo… no quiero contribuir a tu dolor de pies —le explicó con aire de excusa.

     — ¿Puedes esperar aquí mientras voy al baño? —se encogió entre hombros, aunque, en realidad, sólo era que creía que esa instrucción había quedado implícita en la subliminal petición de que la acompañara al baño, porque, pues, no había tal cosa como que entrara con ella al baño de «ladies».

     — Sí, claro que sí —balbuceó con un asentimiento relativamente torpe.

La vio desaparecer tras la puerta sin el menor aparente dolor de pies, porque, en realidad, era el principio del dolor, todavía no era aquel ardor en el tercio anterior que se sentía como si un millón de agujas finas se le clavaran con cada paso; eso ya no era sano ni bonito. Y ningún stiletto valía la pena si se llegaba a esos extremos.

                Se quedó ahí, con las manos llenas de awkwardness al no saber qué hacer con ellas, por lo que resolvió meterlas en los bolsillos de su pantalón mientras mantenía la mirada fijada en cómo las puntas de sus Ferragamo cubrían y descubrían los círculos rojos de la alfombra.

                Y pensó. Sí, pensó. «“Maligna altura”», ¿qué había querido decir con eso? ¿Era sarcasmo o cinismo? Bueno, quizás cinismo no sino reclamo. ¿Era sarcasmo o reclamo? ¿Estaba en descontento con su corta altura o estaba contenta con su altura promedio? Eso de “ver al mundo desde arriba” lo había confundido más de lo que debía hacerlo, en especial porque su subconsciente había omitido el indiferente “me da igual” que le había precedido a tal comentario.

— Es bonito verlo todo desde arriba, ¿verdad? —rio suavemente Sophia mientras frotaba sus manos para deshacerse de lo último de la humedad de olor a cremosa miel de abejas.

     — ¿Perdón? —ensanchó la mirada, asustado por no saber cómo sabía que pensaba en lo de la altura, pero no era nada sino un comentario al azar.

     — Nada —sacudió su cabeza, y volvió a enganchar su brazo en el suyo.

     — ¿Más tranquila? —la vio de reojo, y ella asintió—. ¿Hay algo más para lo que me necesites?

     — Sabes, hay algo que me tiene un poco confundida —le dijo con un suspiro.

     — Tú dime.

     — Emma tiene una mejor relación con Bruno que yo contigo… y eso que a ella el término “padrastro” no le cae precisamente en gracia.

     — ¿Te confunde la parte de Emma y su “padrastro”, o la parte tuya y mía?

     — ¿Cuál crees? —entrecerró sus ojos.

     — Emma es una persona hermética y amurallada, no deja entrar a cualquiera —se encogió entre hombros—, por eso pregunto.

     — Es por el hermetismo y lo amurallado que me confunde —rio, pero él no pareció entender—. ¿Te parece que soy de trato difícil?

     — Al contrario —sacudió su cabeza—, eres de trato fácil; relajada.

     — “Re-la-jada” —resopló—. Epithet which I couldn’t possibly inherit from you.

     — Scusi? —ensanchó la mirada.

     — You heard me —«,old fart».  

     — Yo no soy de trato difícil, esa descripción le cae mejor a Emma —contraatacó con una sonrisa cínica.

     — No dije que eras de trato difícil, o que eras un histérico, un neurótico, un estresado —sacudió su cabeza tal y como él la había sacudido hacía unos segundos.

     — Entonces, ¿qué me quieres decir con que eso no lo heredaste de mí?

     — ¿Lo explícito? —frunció su ceño, deteniéndose para encararlo completamente.

     — Si yo no soy de trato fácil, o relajado, ¿qué soy?

     — Un judgemental prude.

 

***

 

Straight Martini: stirred and clean —dijo Emma con una sonrisa para el responsable de atender la barra, y se volvió sobre sí para encarar la pista de baile.

La fiesta, al ser un evento de beneficencia más que una celebración de cumpleaños, o un juego de excusas para las justificaciones a la mano, había tenido una asistencia de fluctuantes dos tercios de los invitados, pues nunca faltaba aquel que sólo llegaba a dejar el cheque, a tener una fotografía de asistencia, y se iba, o el que no llegaba pero que sí enviaba el cheque; todo dependía de qué tan social se quería ser o de que tan importante se era. Definitivamente, tanta gente ya no había. Ya se podía caminar con mayor libertad, y la pista de baile estaba menos abarrotada, y las barras eran y estaban prácticamente libres en todo el sentido de la palabra.

                Natasha bailaba con Thomas entre graciosas carcajadas, de vueltas hacia aquí y hacia acá, de jalones y tirones, de pasos así y asá, y, entre el baile, conversaban entre muecas retadoras con James y Julie. Todo por saber quiénes bailaban mejor.

Al otro lado de la pista de baile, sentado y con mala cara por el aburrimiento y el hostigamiento, estaba el famoso primo de Natasha, ese que parecía que sólo quería arrojarse frente al primer bus o a las vías del subterráneo porque su novia, o su date, hablaba efervescentemente con Eric, el otro rubio primo de Natasha y hermano del mencionado, «el caballero, el sano, el cuerdo, el que me cae bien», y era porque trabajaban juntos en “Waters, Sheffield & Webster”; él era Webster y ella era Waters. El otro, Matthew, al que Phillip siempre le trituraba la mano cuando lo saludaba con una amenaza muda y odio en sus ojos, él sólo era algo de Recursos Humanos tras el famoso pensamiento de “los humanos necesitan recursos”. O eso pensaba Emma que él pensaba. Qué odio.

Phillip no bailaba en ese momento porque no podía omitir la presencia de su cliente principal en una de sus cuentas, nada que un whisky social no pudiera hacer.

Sophia, porque le habían picado los pies por no estar bailando, había bailado con Romeo uno que otro de aquellos valses rusos o que iban por la línea de lo tétrico o de anticuada ironía, todo porque quería aprender a bailarlo de alguien que sabía, y había logrado entablar una amistosa y amable conversación con Anthony, el “asistente” de Margaret, hombre al que Emma todavía no se había opuesto. Es que, en realidad, era de índole irrelevante porque, para lo poco que lo conocía, sólo podía sentir una alerta demasiado evidente en el fondo de su mente.

Emma, por motivos que se reducían a las simples no-ganas de bailar, no estaba en la pista, ni con Sophia, ni con Romeo, ni con nadie, ni ella sola, además, dentro de todo, a pesar de sentirse muchísimo mejor, había tenido el tiempo suficiente como para tener una inexplicable recaída en lo que la castigaba desde la madrugada, porque pasaba que era más dura consigo misma que con el resto de sucios mortales, ¿por qué no podía simplemente hacer las paces? Y ese momento, hasta en ese entonces, tuvo tiempo para estar sola a pesar de verse rodeada de tantas personas y de tanto ruido, algo que necesitaba aunque supiera y aceptara que necesitaba estar acompañada también; era algo para dosificar.

                Y ahí, estando sola, sentada en uno de los banquillos de la barra, esperó por su Martini mientras veía a Sophia bailar con una sonrisa de diversión y entretenimiento e intentaba lidiar con la resaca de la madrugada para ya por fin ponerlo en el pasado. La seguía con la mirada, porque le gustaba ver cómo trazaba los pasos con tanta diversión, porque todavía flotaba, y disfrutaba de saber que la estaba pasando bien.

Entre sorbo y sorbo, entre cada elevación de cejas de la rubia y de risas del rubio opaco que la llevaba con tanta facilidad, no se dio cuenta en qué momento su propia apreciación se había vuelto en un tedioso y perverso acoso casi sexual.

— Jamás había visto una mirada así en una mujer —le dijo el hombre con una sonrisa, y logró sacarla de su ensimismamiento, por lo que Emma se volvió hacia él con la mirada perpleja.

     — ¿Perdón? —frunció su ceño.

     — Esa mirada que tenías era distinta a las que estoy acostumbrado —rio, y llevó su vaso collins a sus labios. Bebía la atrocidad: un escocés con coca cola. «Y es una mezcla común, pero no se hace con un single malt scotch… ».

     — ¿Y a qué mirada está acostumbrado? —sacudió su cabeza, manteniendo su ceño fruncido ante la idea de saber que ese vaso tenía Macallan y coca cola, «y hielo», además, todavía no entendía.

     — Estoy acostumbrado a que lo vean con picardía, con hambre —elevó sus cejas, pero Emma no entendió—; como que se lo quieren llevar a casa por la noche.

     — Deben ser las copas —sacudió Emma su cabeza con aire explicativo y excusatorio—, no le entiendo.

     — A mi hermano —sonrió—, nunca había visto que una mujer lo viera con tanto cariño —le señaló al que bailaba con Sophia.

     — Ah, usted es el hermano de Anthony —exhaló su entendimiento.

     — Nicholas James —le extendió la mano con una amplia sonrisa y un asentimiento.

     — My pleasure —rio Emma nasalmente, estrechándole la mano con una graciosa pero confusa expresión facial.

     — Sorry, I didn’t get your name —sonrió, acercándose un poco más a ella, a una distancia demasiado personal para el gusto de Emma, por lo que ella se alejó un poco.

     — I didn’t say it —sacudió su cabeza, y llevó su Martini a sus labios para evitarlo, porque no quería hablar con nadie, mucho menos con alguien que su pick-up line había sido una referencia a su hermano, ¿qué clase de estrategia era esa?

     — ¿Conoces a Anthony? —preguntó él, omitiendo el subliminal y evidente rechazo de la mujer que sólo quería ver en paz a Sophia.

     — He cruzado tres o cuatro palabras con él —se encogió entre hombros—, es… —suspiró, intentando encontrar un epíteto diplomático—. Es una buena persona —supuso con una minúscula sonrisa, pues en realidad no lo conocía tanto  como para dar fe de que verdaderamente era una buena persona.

     — Ah, eso lo dices porque no has pasado la noche con él y nunca te llamó luego —rio burlonamente, haciendo que Emma se volviera con su ceja derecha hacia arriba—. ¿Qué?

     — No lo estaba viendo a él, estaba viendo a mi novia… a la que está bailando con él —disparó el misil.

     — ¿Tu novia? —rio, volviéndose hacia los rubios, y, de reojo, vio a Emma asentir—. ¿Tienes una mejor excusa?

     — ¿Excusa? —elevó su ceja derecha todavía más, pues necesitaba que su ceja alcanzara el nivel de su indignación.

     — He escuchado de todo —asintió—: desde que están en una relación hasta que tienen herpes.

     — ¿Cómo es “herpes genital” una mejor excusa? —frunció su ceño, y, sin poder contenerse la carcajada, la vomitó.

     — Es más efectiva —frunció él su ceño. «Hm… that’s true».

     — Y eso le debería decir mucho de alguien —asintió.

     — ¿A qué te refieres?

     — El herpes genital es una consecuencia de dos posibilidades: infidelidad y/o promiscuidad —sonrió, y se abstuvo de nombrar la tercera posibilidad; la del contagio por dispersión.

     — Yo no tengo herpes, y no tengo novia —sonrió él de regreso.

     — ¿Asumo que es una “win-win situation”, no? —él asintió—. Qué bueno que no tiene herpes, y qué mal que no tiene novia —sonrió, y se devolvió a la vista de una sonriente Sophia.

     — ¿Siempre eres así de difícil?

     — Siempre —asintió seriamente—, en especial cuando el inicio de la conversación tiene que ver directamente con sexo —dijo con una sonrisa falsa.

     — Bueno, pero podemos hablar de cualquier otra cosa —dijo él, estando un tanto asombrado por la crudeza del comentario, y, ante el desinterés de Emma, actitud que él interpretó como un “la conversación la debes empezar tú”, respiró profundamente y dijo—: tengo treinta y uno.

     — Joven —opinó ambiguamente, pues sabía que él esperaba un poco de reciprocidad.

     — Soy piloto —sonrió—, piloto privado… recién me promueven a Capitán.

     — Felicidades —rio Emma nasalmente.

     — Gracias —dijo, y alzó un poco su vaso para insinuar un brindis, brindis al que Emma respondió con un distante alzamiento de su copa y un último sorbo—. Y tú, ¿qué haces? ¿Cómo te llamas? —«oh, buddy, fuck off».

     — Another Martini —le dijo al que le recibió la copa vacía—: straight, stirred, and clean, please.

     — Una mujer que conoce su bebida —comentó el exasperante hombre, y Emma sólo sonrió—. Vamos, dime algo… lo que sea —le rogó, cosa que hizo a Emma reír—. ¿O tengo que adivinar?

     — Por favor, no —dijo entre su risa mientras sacudía su cabeza, pero él no entendió el significado real de la enunciación.

     — Si adivino, ¿bailarás conmigo? —elevó graciosamente sus cejas.

     — ¿Qué es lo que quiere adivinar? —«no».

     — Quién eres, qué haces, cuántos años tienes… —se encogió entre hombros.

     — Está bien, pero, si no acierta, me deja en paz —asintió una tan sola vez—. Haga lo mejor que se pueda —sonrió.

     — Está bien —respiró profundamente, llevó el vaso a sus labios, bebió el resto de la bebida, y se irguió para arreglarse el corbatín—. Esta fiesta se divide en tres partes: los de las leyes, los del periodismo, y los de los bancos —dijo, viéndola penetrantemente pero sin poder descifrar lo que esa mirada sonriente significaba, «burla»—. Las mujeres no llegan muy lejos en los bancos, y, como te falta un anillo de matrimonio, no eres esposa de banquero; lo que significa que nos quedan el periodismo y las leyes —dijo, estirando sus brazos para empezar a arreglarse las mangas, «sexista»—. Leo el “New York Times” todos los días, y no he visto tu fotografía en ningún editorial, ni en ninguna columna; me acordaría… supongo que debes estar en las leyes, al menos la actitud la tienes: seria, tajante, al grano —sonrió—. Calculo que tienes veintisiete o veintiocho, y no sé mucho de cómo funcionan las firmas de abogados, pero eres muy joven como para ser socia; debes ser junior partner, y attorney.

     — ¿Algo más? —ladeó Emma su cabeza.

     — Vamos —sacudió su cabeza, y le extendió la mano para que le cediera el baile.

     — No —sacudió su cabeza lentamente, y se volvió hacia la sonrisa de Sophia.

     — Yo sé que no me he equivocado —suspiró su frustración—, pero no entiendo por qué las mujeres prefieren andar con rodeos en lugar de ser honestas.

     — Está bien —sonrió—: no quiero bailar con usted.

     — ¡Emma! —exclamó Phillip, llegando a su rescate, pues, desde lo lejos, había visto cómo el hombre la hacía sufrir con su presencia y su insistencia, aunque cualquiera habría creído que era él quien sufría por su grosería—. Te me perdiste —rio, sonriéndole al tercero que estaba todavía ahí presente, porque a él sí lo conocía por referencias y menciones de su hermano.

     — No tenía ganas de hablar sobre finanzas —sonrió para él.

     — Sí, un poco aburrido —dijo, apoyándose de la barra con su mano y su bebida.

     — Thomas le va a arrancar el brazo a tu esposa —comentó Emma, omitiendo la nula presencia incómoda.

     — No tiene tanta fuerza —sacudió su cabeza—. Pero, de igual forma, en un rato la iré a rescatar, ¿tú no piensas bailar con Sophia?

     — Todavía no lo sé —se encogió entre hombros, y recibió el Martini sobre la barra—, creo que voy a esperar a que se vayan más personas —dijo, notando cómo, de un segundo a otro, ya sólo estaban ellos dos; la molesta tercera presencia se había esfumado entre su indignación—. Gracias.

     — Hey, when I see a damsel in distress… —sonrió carismáticamente—. More like a “damsel in Dior” —guiñó su ojo.

     — Oh, my hero! —canturreó Emma en una aguda voz de falso entusiasmo, y se le arrojó contra el pecho para incrementar el dramatismo, por lo que ambos rieron a carcajadas.

     — ¿Quién era ése?

     — El hombre con la peor pick-up line que he escuchado en mi vida —rio, sacudiendo su cabeza y dio un pequeño sorbo a su nueva copa—. Es el hermano del asistente de Margaret.

     — Pf, beats me —sacudió su cabeza, y bebió el último sorbo de su vaso, para, con un gesto universal, pedir dos dedos más del escocés que bebía neat—. Oye, ¿puedo preguntarte algo?

     — Lo que quieras.

     — ¿Estás bien?

     — ¿Por qué lo preguntas? —ladeó su cabeza con su ceño fruncido.

     — Estás como… —frunció su ceño, y paseó sus dedos por su quijada—. Como distante.

     — No soy corazones y animalitos bonitos de felpa —rio evasivamente.

     — Eso es de conocimiento público —estuvo él de acuerdo—, pero, no sé… cuando estabas en tu sesión de “make me beautiful” en el apartamento… no sé, estabas distante con todos menos con tu iPod.

     — Mmm…

     — What’s up?

     — Aside from the ceiling… —suspiró Emma sin la menor intención de ceder al cinismo—. I don’t know.

     — ¿Está todo bien en el estudio?

     — Tengo una shitload de trabajo —suspiró de nuevo—. Tenemos el problema de la Old Post Office… que está drenando a Volterra, a Belinda, y a Nicole, y ni hablar de Clark, tanto que probablemente tengamos que contratar de nuevo a Segrate.

     — ¿Qué de la Old Post Office?

     — Desde hace años, los Trump querían el contrato de arrendamiento del lugar para transformarlo en un recinto hospitalario… el contrato de arrendamiento va, anualmente, por los cinco punto uno millones, y el contrato se estaba negociando por veintitrés años si no me equivoco… pero la GSA, no me preguntes por qué, estableció que el ingreso del monumento era mayor al que los Trump estaban ofreciendo, y eso que ellos ofrecieron un poco más de doscientos millones en dólares de remodelación y mantenimiento.

     — That’s alotta cake —ensanchó Phillip su mirada.

     — A eso tienes que agregarle el ingreso anual corporativo que iban a tener, que, sin decir mentiras, el hecho de que el monumento esté en el camino directo que va hacia la Casa Blanca, es una mina de oro en profit y en taxes

     — Mina de oro turística y diplomática —asintió.

     — Claro.

     — Entonces, ¿cuál es el problema?

     — Antes de que la GSA diera su “veredicto”, ellos empezaron a sacar todo tipo de permisos habidos y por haber porque asumieron que les iban a dar el contrato.

     — Ah, pero como la GSA dijo que no, se perdieron.

     — Exacto —asintió Emma—. El año pasado, antes de que la GSA cambiara su punto de vista financiero, y de que la transformación no iba a tener ningún impacto significativo a nivel de transporte, historia, o de uso de tierra, nosotros entramos a ser los encargados de hacer todo el papeleo, pero, por órdenes de ellos, para no adelantarse a nada porque eso cuesta dinero, no empezamos con el papeleo desde el momento en el que nosotros entramos.

     — ¿Están atrasados con el papeleo?

     — Los permisos prácticamente ya están, al menos los iniciales, pero quedan unos que tienen que ser emitidos por la GSA después de nosotros haber presentado hasta el último detalle que vamos a transformar porque tienen que asegurarse de que nosotros no vamos a ambientar tipo Moulin Rouge —dijo, y bebió un sorbo para luego apartar su copa; ya había llegado a su límite etílico—. Cada cambio que nosotros hagamos, después de que nos concedan los permisos de la GSA, es otro papeleo más, y, como el proyecto lo quieren terminado para el dos mil quince, algo que me parece imposible de hacer…

     — Papeleo extra significa tiempo perdido, un atraso —completó Phillip la idea.

     — Exacto, y cualquiera podría pensar que doscientos millones en remodelación y mantenimiento inicial es peanuts para mis jefes… pero un papeleo por gusto, costando lo que cuesta, en tiempo, en ineptitud, y en dinero, no es así nada más…

     — Suena estresante, ¿eso es lo que te tiene así?

     — En parte —asintió—. Volterra, como tiene una adicción al estrés y a la presión sobrehumana, dijo que sí se podía sacar para el dos mil quince, pero yo no quiero entregar una obra hecha con prisa; eso sólo es sinónimo de que no vamos a poder entregar la calidad que nos define… no podemos garantizar calidad impecable porque es demasiado riesgoso, en especial en términos de reputación, y no quiero tener que reunirme con el legal team para disolver el convenio.

     — ¿Y tú para cuándo crees que podrían terminar el proyecto?

     — Tomando en cuenta un margen razonable de contratiempos, por uno que otro cambio, por el clima, por todo eso que nosotros no controlamos, yo calculo que eso se entregaría hasta mediados del dos mil dieciséis —«porque hay que saber cubrirse el trasero».

     — ¿Por qué no lo dices?

     — Primero porque Volterra es el encargado del proyecto, yo no voy a estar tres cuartas partes del dos mil quince. Segundo porque el cliente así lo quiere, lo quiere para finales del dos mil quince, y eso se podría sólo si pudiéramos trabajar todos los días, todo el día, y con una cantidad exagerada de obreros que estén calificados para eso, pero, por estar en donde está, eso no es posible. Y, tercero, lo dije en la reunión que tuvimos el miércoles, y casi me pegan —rio—, pero me dijeron que lo iban a meditar.

     — Eso debe ser bueno, ¿no?

     — Es una respuesta diplomática, no necesariamente honesta —se encogió entre hombros—. Por otra parte, ellos habían contratado al ambientador con el que habían trabajado en Toronto y en Vancouver, pero les renunció antes de terminar los diseños.

     — Entonces, eso te toca a ti hacerlo.

     — Sophia lo hará —sacudió su cabeza—, yo la voy a apoyar.

     — Que es prácticamente como si te estés haciendo cargo del proyecto pero por la parte de ambientación, ¿no?

     — La mayor carga laboral la tiene Sophia —sacudió su cabeza de nuevo—. El punto es que yo no quería verme involucrada en ese proyecto en particular… en tres semanas tengo que entregar los primeros diseños para Oceania, y en tres semanas ya tenemos que haber enviado la ambientación final a la GSA para que vean que no estamos haciendo nada que vaya en contra de la Patria y todo eso —rio—. Y, por si eso fuera poco, tengo un proyecto en Newport que… —suspiró—. Tengo que ambientarlo.

     — ¿Es en esas tres semanas?

     — Dependo totalmente del arquitecto —se encogió entre hombros—, tiene que terminar la casa para yo poder llegar a meterle las camas, y ha tenido un par de atrasos de los más estúpidos.

     — Me dijo Sophia que el lunes empiezas a entrevistar pollos —sonrió—, eso debe quitarte cierto peso de encima.

     — ¿Qué te dijo del pollo que quiero?

     — Me dijo que había un pollo que en papel parecía ser una cagadita tuya —asintió.

     — Y planeo explotarla —asintió ella también—. Si sobrevive las próximas tres semanas, o un mes, es digna de que Volterra realmente considere darle una plaza fija —«no por carga laboral sino por ambiente laboral».

     — Aunque asumo que debería considerarlo porque pollos como esos no salen de cualquier granja, ¿no?

     — ¿Qué? —rio Emma, no entendiendo ya las metáforas avícolas.

     — Asumo que una diseñadora como ella, así sea la Mujer Maravilla en papel, no sale de cualquier universidad ni llena todos los requisitos que quieres que llene, los que están en la teoría y en la práctica —rio.

     — Eres tan inteligente… —asintió.

     — Eso yo lo sé, pero me gusta que tú lo sepas también —sonrió, y sacó su lengua—. Antes de que me cambies el tema, sabes que, si en algo puedo ayudar, sólo tienes que decírmelo, ¿verdad?

     — Gracias, Felipe —sonrió.

     — De nada —reciprocó él, porque su diligencia estaba hasta en la posibilidad de tener que enrollarse las mangas para ayudarle a pintar una pared—. Sólo diré que me alivia saber que tu distancia no era porque habías peleado con Sophia…

     — We didn’t fight —suspiró, no dándose cuenta de que eso había salido en voz alta.

     — ¿Está todo bien entre ustedes dos? —preguntó ante la defensiva respuesta.

     — ¿Puedo preguntarte algo personal?

     — Claro, lo que quieras, Emma María.

     — ¿Alguna vez has tratado mal a Natasha?

     — Define: “mal”.

     — Mal —se encogió entre hombros, pues, para ella, el término estaba claro.

     — ¿Te refieres a un trato físico, verbal, emocional, o qué? —preguntó con su ceño fruncido, y decidió tomar asiento al lado de Emma.

     — Todas las anteriores, más “qué” —sonrió.

     — Físicamente, de pegarle, nunca —sacudió su cabeza—. Probablemente la he lastimado en los momentos más estúpidos, pero sólo porque no he sabido medir mi fuerza, mi intención no es lastimarla, como cuando pretendo hacerle cosquillas y termino casi que haciéndole una punción lumbar —le dijo, pero eso era algo que Emma entendía—. Verbalmente… —suspiró—. No lo sé, cuando estoy enojado no soy persona, no soy humano.

     — Creo que sólo una vez te he visto enojado —frunció Emma su ceño—, y con ella nunca.

     — No, pero hay veces en las que me cuesta dejar el trabajo fuera de mi casa, y no es que quiera desquitarme con ella, porque no me ayuda en nada, ni siquiera para sentirme mejor en ese momento, pero quizás sí le he hablado un poco tosco en alguna ocasión, o he sido un poco grosero, o mezquino… y, emocionalmente, no lo sé. ¿Por qué lo preguntas? —ladeó su cabeza, llevando su mano a su chaleco para desabrocharlo también; después de la ridícula hartada se había inflado y ya le estaba molestando para respirar con la densidad de siempre.

     — ¿Qué has hecho para arreglarlo? —omitió su pregunta.

     — Natasha sabe que no es con ella, y que tampoco es mi intención —se encogió entre hombros—, no suele tomarse esas cosas muy en serio.

     — Y, cuando lo hace, ¿qué haces?

     — Cuando se lo toma en serio es porque ya es más personal el enojo, o que mi enojo se desplaza y digo alguna estupidez —le explicó—, pero le pido disculpas.

     — ¿Y eso lo arregla?

     — ¿Por qué no me dices qué pasó? —sonrió reconfortantemente.

     — Yo… —empezó a decir, pero calló con una exhalación pensativa.

     — No tienes que contarme con detalles.

     — La traté mal —se encogió entre hombros al no saber cómo explicarlo de otra forma—, le quité la sonrisa —confesó como si fuera pecado, porque lo era; esa imagen no podía lograr quitársela aunque estuviera distraída.  

     — ¿Por lo de la Old Post Office?

     — No, sólo…

     — ¿Quieres que traiga a Natasha para que hables de esto con ella? —ladeó su cabeza y sonrió.

     — No, creo que eres una mejor fuente de iluminación en esta ocasión —sacudió su cabeza.

     — ¿Por qué?

     — Porque ahorita, no sé por qué, no me siento tan mujer como debería… me siento como en ese punto en el que no entiendo nada.

     — Ah, te sientes como un hombre ante su mujer —rio, y Emma asintió—. ¿Sabes lo que hiciste mal?

     — Sí.

     — ¿Sabes que está mal o crees que está mal?

     — Lo sé.

     — ¿Lo hiciste con intenciones de lastimarla?

     — No.

     — ¿Sabes que se sintió mal?

     — Sí.

     — ¿Entendiste qué estuvo mal hecho y por qué?

     — Sí.

     — ¿Te disculpaste?

     — No lo suficiente.

     — ¿Te disculpó?

     — Hasta demasiado.

     — No sabes cómo quitarte esa culpa, ¿verdad?

     — No.

     — Tómate un momento y respira —sonrió—. Piensa en cómo es Sophia, si te disculpó por condescendencia o porque realmente te estaba disculpando; porque quería disculparte. Piensa en cómo es Sophia, si parece estar haciendo las cosas como por obligación o porque realmente está disculpado y olvidado. Y piensa quién es en realidad quien no quiere disculparte —le dijo, posando suavemente su mano sobre su hombro.

     — Sophia ha actuado como si nada pasó —repuso Emma.

     — Y no quieres disculparte porque tienes miedo de que vas a dar por sentado el hecho de que, hagas lo que hagas, lo hagas como lo hagas, ella te va a disculpar, ¿no es cierto?

     — Sí, pienso que, de dejarlo pasar, lo voy a volver a hacer —asintió.

     — Lo que sea que hayas hecho, lo que sea que hayas dicho, puede ser que lo repitas y no por eso está mal —le dijo con una suave sonrisa—, repetirlo sólo te hace humana, no una mala persona.

     — Si lo repito, que es algo que no quiero que pase, arraso con ella —habló su fatalismo catastrófico.

     — ¿Qué tan malo pudo ser? —rio nasalmente.

     — I lost my shit —se encogió entre hombros, y se molestó un poco por la risa de Phillip.

     — El problema es que, para ti, “to lose one’s shit” es algo que para cualquier otra persona no es nada —repuso él, y Emma dibujó una mirada de estar pidiendo una explicación—. Conmigo no compartes mucho —se encogió entre hombros—, digo, tu naturaleza no es ser muy abierta con los salvajes y ordinarios seres humanos que tienen el descaro de vivir en tu mismo tiempo y en tu mismo espacio —bromeó, haciendo a Emma reír un poco—. A decir verdad, me asombra que me hayas compartido algo así de delicado —confesó el honor.

     — Contigo comparto —entrecerró su mirada.

     — Of course you do —rio—. Me refiero a que compartes tus desacuerdos con Anna Wintour… o de cuando Betty Halbreich te dijo que tu abrigo favorito era es-pan-toso.

     — Te comparto a mi mejor amiga —se cruzó de brazos—, y te comparto a mi novia por un almuerzo a la semana.

     — Sí, y tu generosidad es agradecida, Emma María —se carcajeó—. Pero no me refiero a Natasha o a Sophia, me refiero a ti.

     — ¿Qué conmigo? —frunció su ceño, pero, ante las juguetonas cejas de Phillip, elevó su ceja derecha—. No soy tan abierta con nadie. —Phillip ladeó su cabeza y sonrió—. Está bien: “no soy abierta”.

     — Y eso juega en ambas direcciones —le dijo él, y llevó su vaso a sus labios.

     — ¿A qué te refieres?

     — Yo creí haberte conocido feliz, pero no supe que no eras tan feliz como lo eres ahora.

     — Habla bien, Felipe —intentó no gruñir por la desesperación, pues no entendía.

     — Las personas te pueden ver feliz, te pueden ver enojada, te pueden ver triste, te pueden ver estresada, te pueden ver como sea, y te ven así cuando estás demasiado ocupada en otra cosa y no tienes tiempo para aplicar la laconia de siempre.

     — People don’t need to know how I feel all the time —se defendió.

     — Punto válido —estuvo de acuerdo—, el problema es que creo que tú tampoco sabes cómo te sientes.

     — ¿Ahora eres Psicólogo?—rio evasivamente.

     — People are dumb —hizo la acertada observación—, no todos pueden leerte de la forma en la que Natasha sabe leerte, o en la que Sophia sabe leerte. Digo, ni siquiera tienes que decir lo que estás pensando y Natasha ya lo sabe.

     — Eso se llama “ser predecible”.

     — Y para ser predecible tienen que conocerte —asintió—. Pero la previsibilidad no es el punto focal de esta conversación.

     — ¿No? —él sacudió la cabeza—. ¿Entonces cuál es?

     — Tú te encargas de que la laconia y el autocontrol sea lo que la gente vea: no te delatas.

     — No veo cómo eso puede ser malo.

     — Y no lo es, pero entonces no hay un marco de referencia —sonrió—. Ni para los mortales estúpidos, ni para ti.

     — I beg your fucking pardon?

     — Estás tan ocupada encargándote de sentirte estable, que eso para ti es como una línea recta horizontal porque no te gusta fluctuar ni hacia arriba ni hacia abajo, estás tan ocupada controlando lo que sale al mundo, que no te das cuenta de la magnitud de lo que estás sintiendo…

     — Básicamente me estás diciendo que no tengo una percepción y/o apreciación precisa de… —suspiró, y frunció su ceño al no encontrar una palabra para establecer eso que desconocía.

     — La percepción y la apreciación de todo es personal, por lo tanto subjetiva —la interrumpió—. Lo que intento decir es que, cuando tú dejas salir algo, por muy pequeñito que sea, lo ves grande.

     — Ah, exagero —dijo como para sí misma.

     — No se trata de la ponderación —sacudió su cabeza—. ¿Cómo defines tú “lose one’s shit”?

     — Tener un colapso temperamental, obviamente.

     — Abordemos esto de otra forma —rio, pues se había encontrado con un callejón sin salida—. ¿Cómo te sientes cuando un bartender te sirve un Martini con aceitunas?

     — Me enoja, porque digo específicamente que no quiero comida en mi bebida —se encogió entre hombros, no sabiendo hacia dónde iba Phillip con eso.

     — ¿Te dan ganas de reventarle la copa en la cabeza al bartender?

     — Eso es un poco dramático —sacudió su cabeza.

     — Pero eso sería, desde mi punto de vista, “to lose one’s shit” —sonrió—. I lose my shit cuando un empleado renuncia abruptamente. I lose my shit cuando los clientes retienen información vital para hacer una inversión. I lose my shit cuando la gente no está preparada para cosas que saben que van a pasar. I lose my shit cuando los Junior Consultants se pasan de sexistas, o cuando deciden arriesgar una reunión con un cliente en un lugar como un strip club cuando estamos en etapa de pitch todavía, o cuando deciden aplicar lo que la televisión les ha enseñado sobre cómo ser un consultor —rio.

     — Sounds like you only lose your shit while at work —opinó Emma.

     — Mi vida es complicada en el trabajo, no en mi casa —repuso.

     — ¿Y qué has hecho cuando has colapsado?

     — De todo —rio.

     — Amuse me.

     — Nosotros tenemos, en la azotea, un set de mini golf para relajarnos —comenzó con una risa nasal—. Claro, yo no soy mucho de golf, y la parte del “mini” tampoco me entusiasma, por eso acostumbro a golpear bolas en dirección al río; por la fuerza. Pues, una vez, después de que durante un pitch el encargado había insultado al CEO y al CFO, fui a la azotea a drenar el enojo… pero no me bastó con golpear bolas, y por eso arrojé el palo… y los palos… y la cesta con las bolas… no maté a nadie porque Dios existe —sonrió, e hizo a Emma reír—. Cuando estábamos trabajando en el pitch de los Yankees, ya ni me acuerdo qué fue lo que dijo uno de los Junior Consultants nuevos, que mi reacción fue meterle el pan en la boca… pero lo tomé de la cabeza y le empecé a meter el pan entero; era un Subway de albóndigas —sonrió, y Emma se carcajeó—. Cuando lo de Natasha, I lost my shit por lo que me dijo mi mamá… y el resultado fue que arrojé el teléfono a la calle.

     — Bueno, tú te pones más físico —comentó.

     — Creo que he visto demasiadas veces a mi mamá rezongar, refunfuñar, y demás, en voz alta y con manos aquí y acá, que de paso grita, y eso no me alivia el enojo —se encogió entre hombros—. Yo tengo que drenar de forma física.

     — ¿No te preocupa que se te pase la mano?

     — Yo no digo que tu trabajo no sea estresante, porque lo es, pero mi trabajo es estresante de otra forma, y el estrés prácticamente te lo sirven los tres tiempos de comida, y yo, que como cinco veces al día y doble ración, o triple, también me alimentan en ese momento —se encogió entre hombros—, pero encontré la forma de drenar y descomprimirme: a veces hago ejercicio dos veces al día, o, ahora que tengo la cuenta de los Yankees, le estoy agarrando cariño al deporte —sonrió—. Además, si le preguntas a Natasha, ella piensa que, cuando one loses his shit, es algo bueno.

     — ¿Cómo puede ser eso algo bueno?

     — Porque no te conviertes en una olla de presión —se encogió entre hombros—. Aunque todo depende de qué tipo de shit es la tuya —rio.

     — ¿Cómo?

     — If, when you lose your shit, you take a gun and go on a killing spree… or if you puke, or eat, or drink, or get physical, or offensive, or whatever.

     — Traté mal a Sophia —sacudió su cabeza.

     — Vamos por partes, ¿alguna vez has tenido un colapso temperamental real? —le preguntó con una mirada de esperar y saber que la respuesta iría por la línea del “no”.

     — Sí —asintió, logrando que Phillip ensanchara su mirada—. Cuando Volterra le ofreció la sociedad a Sophia.

     — ¿Ves? —exhaló aliviado.

     — ¿Qué?

     — Eso te enojó, y podrás haberle dicho dos o tres cosas, y le pudiste haber servido un buen y jugoso plato de mierda, pero you didn’t lose your shit —sonrió confusamente enternecido, y era confuso porque Emma nunca lo había visto así: enternecido—. Para ti, eso de “lose one’s shit” es lo que para muchos es normal… lo que tú has nombrado “normal”, en ti, es algo que prácticamente no existe.

     — You don’t understand… —suspiró, y llevó su mano a su frente para luego rascarse los ojos con su pulgar y su índice, aunque, claro, con cuidado de no correr ni arruinar su maquillaje.

     — Probablemente no —sacudió su cabeza una única vez—, pero sí sé que no le pegaste a Sophia, sé que no estás enojada con Sophia, sé que, en sí, el problema no tiene nada que ver con Sophia.

     — Sí tiene que ver, pero no en el sentido de que tiene la culpa —repuso rápidamente—. Hice algo, y hablé de cierta forma que…

     — ¿Ella te hizo enojar?

     — No estaba enojada, estaba… —suspiró de nuevo, y desvió su mirada de la suya—. I was scared, and worried, and desperate… and I swear to God I almost crapped my pants.

     — Lo que hiciste no puede haber sido tan malo —la tomó de la mano.

     — Eso no lo sabes.

     — Lo sé —sonrió.

     — ¿Cómo?

     — Ella no está enojada contigo, vinieron juntas, y eran sus usual selves —sonrió.

     — I belittled her, I humilliated her, I offended her, I insulted her… I abused her —dijo tan bajo como pudo, llena de vergüenza.

     — ¿Qué le hiciste? —preguntó, intentando no sonar tan asombrado como en realidad estaba, pues se sintió muy protector de Sophia en ese momento.

     — Le exhorté que se quitara la ropa —frunció sus labios—. Me desperté tan… desorientada —respiró profundamente, no dándose cuenta de que estaba compartiéndose con Phillip más de lo que acostumbraba, muchísimo más—. Y todo me daba vueltas, y no sabía si seguía dormida o si ya estaba despierta —sacudió su cabeza como si todavía no pudiera creerlo—. Ya me ha pasado que me despierto dentro del sueño, no en el aquí y el ahora, it’s weird, I know —se encogió entre hombros—. Y le dije que se quitara la ropa para saber si había sido sólo un sueño estúpido… si ya me había despertado o no… o si yo le había hecho algo.

     — You’d never hurt her —frunció él su ceño—. Ni dormida, ni despierta.

     — No fue lo que hice, fue lo que no hice.

     — Lo que pasó, ya pasó —sonrió—. Sea lo que sea que haya pasado: ya te despertaste, lo que le dijiste a Sophia ya se lo dijiste, y eso quedó en el día de ayer.

     — El paso del tiempo sólo hace que me sienta como una inepta.

     — ¿Por qué?

     — Porque no logro que se me olvide lo que le hice, no logro olvidarme de esa cara… no logro que se me olvide la forma en la que me veía —sacudió su cabeza.

     — Y no tienes por qué olvidarlo para sentirte bien —le dijo, alcanzándole su olvidado Martini, pero Emma se lo rechazó con un “no” de dedo índice—. Es un recordatorio de cómo no te gusta hacerla sentir… y no lo volverás a hacer.

     — Garantía no es.

     — No, no lo es.

     — No sé… —respiró profundamente, y se volvió hacia donde la rubia todavía sonreía entre los juguetones tirones de brazos que le sacaban las risas.

     — Make it up to her —le dijo Phillip al oído—. A mí me hace sentir mejor cuando se me ocurre lose my shit con Natasha y que ni siquiera es su culpa…

     — Suena lógico.

     — Porque lo es —rio, pero, ante el serio talante de Emma, y la ceja derecha que iba cada vez más hacia arriba, se volvió hacia la pareja de baile que tanto acosaba—. ¿Quieres ir a bailar con ella?

     — What the fuck is he doing? —frunció su ceño.

     — “He”? —reciprocó su expresión.

     — Sí —frunció sus labios.

     — ¿Hablas del asistonto?

     — Sí.

     — Está bailando con Sophia —rio.

     — Look at his hand —aflojó su cuello, y Phillip, como apuntado, vio cómo la mano del mencionado se posaba en la delicada frontera de la espalda baja y de lo que ya dejaba de serlo—. Soy yo, ¿o la mano está demasiado abajo?

     — Todavía es aceptable —respondió, volviéndose hacia Emma, quien parecía estar en desacuerdo—. Pero, si la baja un centímetro, tú le amputas una mano y yo la otra —bromeó, intentando relajar a la italiana que había empezado a hacer efervescencia.

     — Prefiero amputarlo a él… —sacudió su cabeza, y ensanchó la mirada ante aquel giro que había hecho que la espalda de Sophia terminara contra su pecho mientras la tomaba de las manos entre brazos cruzados—. A él en general.

     — Sólo están bailando —resopló—. ¿Quieres bailar conmigo?

     — Sabes que la técnica de la distracción es eso, ¿verdad? —se volvió hacia él, quien asentía y le tendía la mano para invitarla a bailar esa versión de “Hold On, We’re Going Home” que, quizás por la voz del cantante, era más juguetona que seductora, pero el bocado sensual y sexual no se le quitaba ni con todas las ganas del mundo, o quizás sólo era que Emma, con esa canción, podía acordarse de ella acostada en la cama y de Sophia, parada en la cama, bailando y cantando tal canción, para empezar a hacerse camino sus labios entre contoneos que iban bajando cada vez más. «Suena tal y como si Adam Levine la estuviera cantando».

     — Come on, distráete.

     — I’m really not in the mood for dancing —se disculpó—, pero, sit ú quieres ir a bailar, please, don’t let me keep you from it.  

     — Nonsense! —rio, no dejando de ver a Emma, quien no dejaba de acosar a Sophia, y que su acoso crecía en intensidad con cada segundo que pasaba—. Oh, you women…

     — ¿Qué? —elevó su ceja derecha.

     — Dueñas del mundo, hacen y deshacen a su gusto, y todavía tienen celos —se burló.

     — ¿Qué? —ensanchó su mirada.

     — Tienen al mundo en la palma de su mano; espulgan a las larvas de la vida, son la razón principal de sinfines de canciones de amor y despecho, de épicos poemas, creería que son una de las razones principales por las cuales la economía existe, están empezando a tener presencia en la política y de la forma más sana que existe, pero, con todo y nada, todavía tienen tiempo y ganas para tener celos.

     — ¿Qué te hace pensar que estoy celosa, Felipe Carlos?

     — No me digas que no estás celosa del asistonto de mi suegra —entrecerró la mirada.

     — ¿Y te parece coherente el hecho de que esté celosa del asistente de tu suegra? —rio nasalmente.

     — No de él como persona, o como hombre —sacudió su cabeza—. Pero no puedes negar que te enoja.

     — ¿Hablamos de celos o de enojo? —frunció su ceño.

     — ¿No es lo mismo? —frunció él su ceño, y Emma sólo agudizó su mirada para declararle su torpeza—. Está bien, el enojo implica celos.

     — Eso sólo significa que, cuando estoy enojada, estoy celosa —tosió—. Creo que, en realidad, los celos implican enojo.

     — ¿Ves? —sonrió—. De paso son inteligentes.

     — Sí sabes que no le estás ayudando a tu especie, ¿verdad? —se burló descaradamente de él, «y de su especie también».

     — I think men are hopeless without women —le dijo, y llevó su vaso a sus labios—. ¿Alguna vez te has imaginado un mundo habitado sólo por hombres? —Emma sacudió su cabeza, porque «¿por qué perdería mi tiempo en eso?»—. Sería un juego de Risk eterno; todos jugando a conquistar al vecino, firmando tratados y pactos que después se van a violar, jugando a arruinarle la economía al más pequeño, nunca llegando al consenso de nada porque tenemos motivos ocultos y que se reducen a una disputa de quién tiene el pene más grande.

     — ¡Phillip! —se carcajeó Emma.

     — Dime si no es cierto —elevó sus cejas juguetonamente—. Es de conocimiento popular que un hombre, cuyo miembro reproductor no reproduce, o cuyo tamaño, en grosor y/o en longitud, está por debajo del promedio… tiende a la prepotencia, a la arrogancia, al narcicismo.

     — No, es de conocimiento popular que un hombre, cuyo miembro genital no satisface sus propios estándares de rendimiento, tamaño, y/o estética, sufra de “narcicismo invertido”, no de narcisismo.

     — ¿Qué es eso? —ensanchó la mirada.

     — “Narcicismo” explica el exagerado interés que tiene una persona en sí misma y en su propia estética; expresan niveles grandiosos de lo que son, y de lo que “son” —sonrió—. Inflan su valor personal e individual y menosprecian, subestiman e infravaloran al resto; un “Casanova”, aunque Casanova es muy carismático.

     — Pero eso es “narcisismo”, ¿qué es “narcisismo invertido”?

     — Lo contrario —sonrió—, que el hombre, siguiendo con el ejemplo, se ve como un objeto… a veces se ve como sólo un pene que va a ser explotado por otros, y aquellos que lo explotan son vistos como poderosos, estéticamente hermosos, y prácticamente como alguien que ejerce el perenne arte de la burla, pero resulta ser una vil codependencia. Se ve como un pene, no como una persona que tiene un pene.

     — Pero eso es porque una mujer, cuando se encuentra con uno pequeño, lo rechaza de esa manera; con burla.

     — Pero eso es porque el hombre, de lo único que puede alardear, es del tamaño de su pene —rio—. Creo que de eso se deriva la idea de que mientras más grande se tiene, más masculino se es.

     — Eso es como el huevo y la gallina —defendió él a su especie.

     — Si eres evolucionista tradicional, estarías de acuerdo con el huevo —sonrió—. Pero, en palabras de Luna Lovegood: “un círculo no tiene principio”.

     — ¿Quién es “Luna Lovegood”? —balbuceó.

     — Voy a fingir que no me preguntaste eso, Felipe —levantó su mano derecha con cierto acento despectivo y decepcionado—. En fin, si el problema de tu especie se reduce al tamaño de sus penes… —suspiró, sacudiendo su cabeza—. Creo que están mal.

     — Por eso digo que un mundo gobernado por mujeres sería mejor —repuso.

     — Así como hay hombres imbéciles en el poder, te aseguro que así habría mujeres imbéciles también… porque ya hay de ambos ejemplos —rio—. De nada te sirve tener a tantas mujeres en el poder si sólo va a servir para que, entre país y país, se tengan celos y no se hablen —bromeó—; la famosa “ley del hielo”.

     — Celos… siempre celos.

     — Los hombres son celosos también —frunció sus labios—, the other dude has a larger penis, or a bigger house, or a bigger boat, or a bigger horse, or a more successful economy… no soy machista, definitivamente tampoco soy feminista, pero sí soy anti-sexista… o quizás sólo pasa que I simply don’t give a fuck —sonrió inocente y angelicalmente.

     — Eso no significa que no siga creyendo que las mujeres son más avanzadas —le dijo con honestidad.

     — ¿Qué te hace pensar que somos más avanzadas?

     — Pueden llevar una vida adentro —respondió, dándose unas palmadas en el abdomen.

     — ¿Y eso qué?

     — El hecho de que un hombre no pueda llevar vida orgánica dentro de él, que no sea una fábrica de metano, dice mucho, ¿no crees? —Emma se encogió entre hombros—. Yo soy fiel creyente de que cada quien tiene lo que puede soportar, y eso me dice que un hombre no soportaría una menstruación, un embarazo, un parto, una lactancia… creo que por eso el hombre ha asumido el rol de “proveedor”, porque creo que, muy en el fondo, no puede hacer el resto de las cosas.

     — Cualquiera diría que las feministas te han contratado para hacerles propaganda publicitaria —se carcajeó.

     — Oye, es cierto —frunció su ceño—. Realmente lo creo.

     — Y, mientras tú crees eso, hay “n” cantidad de millones de hombres que creen que todos esos aspectos son debilidades —sonrió—, que el rol de la mujer es prácticamente ser una fábrica de resultados exitosos del propósito original de la meiosis, de cocinar, de limpiar, de lo que sea —rio—. Las mujeres son emocionales, están capacitadas para la vida afectiva y privada, son pasivas y pacíficas, tienen poco o nulo apetito sexual porque aman y no desean, son débiles, son conformistas, son abnegadas y sacrificadas, vulnerables en todo sentido, la cuna de la sumisión, y la mayor expresión de la dependencia.

     — Es “n” cantidad de millones de hombres que le tienen miedo a la verdad.

     — ¿Qué tanto has bebido? —rio Emma burlonamente.

     — No estoy borracho —sacudió su cabeza—. Es sólo que sé que una mujer puede hacer lo mismo que un hombre, a veces hasta mejor, y que puede hacer más cosas.

     — Mmm… —suspiró—. Debe ser porque no estamos pensando en el tamaño de nuestros penes.

     — ¿Ves? —exclamó.

     — Pero es la tendencia universal —rio—, los celos y la envidia no son exclusivos del género.  

     — Ustedes no tienen envidia fálica —entrecerró su mirada.

     — Freud estaría muy en desacuerdo contigo —asintió—. Y estoy segura de que hay varios psicólogos que argumentarán que la evidencia más clara de eso es la existencia de una amplia variedad de strap-ons —dijo como si pensara en voz alta—.Pero, mientras no tenemos envidia fálica, tendemos a tener envidias varias; dinero, estética, familia, trabajo, etc.

     — ¿Tú le envidias eso a otras mujeres? —la retó con la mirada.

     — Le envidio la serenidad a Sophia, la habilidad de tranquilizarse rápidamente —asintió—. Pero, según Sophia, es una envidia buena, una envidia con la que debo quedarme porque sólo me hace tenerla como objetivo.

     — Interesante… —opinó.

     — Acuérdame, por favor, por qué estamos hablando de penes y sexismo —rio abruptamente al darse cuenta de la profundidad del tema.

     — Porque… —alargó la conjunción explicativa, y, conforme más la alargaba, más fruncía su ceño.

     — Yo sólo te voy a decir una cosa —resopló—. Un mundo regido por y para la mujer, no es buena idea; la ausencia del hombre, en una sociedad, no es nada sino un error matemático.

     — ¿De qué hablas?

     — Tanto estrógeno junto no es bueno, siempre se necesita un poco de testosterona para regular el tiempo y el espacio.

     — Repito: ¿de qué hablas?

     — Mucho de algo no es bueno —sonrió, y dibujó dos puntos imaginarios con su dedo en el aire—: una Fraternidad, mejor conocida como un “sausage fest”, o una Sorority, mejor conocida como “estrogen on steroids”, es el ejemplo perfecto para que veas cómo funcionaría el mundo si sólo un género dominara.

     — Pero hablamos de madurez universitaria, Emma María.

     — Y creo que la convivencia con el otro género es lo que te hace madurar —sonrió y guiñó su ojo.

     — ¿Tú cuánto has bebido? —se carcajeó.

     — Seis copas de champán y cuatro Martinis —se encogió entre hombros—. “Martinis”, cómo odio el plural… suena tan mal.

     — “Cuatro unidades de Martini”, entonces.

     — Lo tomaré en cuenta —asintió.

Hubo un momento de silencio entre los dos, un silencio indiferente pero no incómodo, pues cada uno veía a su respectiva fémina. Phillip dando un ocasional y diminuto sorbo al líquido ámbar de abrumador aroma, y Emma sólo de pierna cruzada y de manos entrelazadas sobre su regazo.

— ¿Quién es él? —señaló Emma al carismático rubio de barba que todavía bailaba con Sophia—. Y con esa pregunta no quiero una respuesta de tipo “el asistente/asistonto de Margaret”.

     — Recién se gradúa de NYU, de periodismo —le dijo automáticamente—. Creo que el papá, o la mamá, trabajó en algún momento con Margaret y por eso ha decidido empollarlo hacia el éxito de la tinta impresa del New York Times —se encogió entre hombros.

     — ¿Gastronomía y culinaria?

     — Mjm —asintió—. Es un “foodie” total.

     — Lo dices como si fuera algo malo…

     — Pregúntale a cualquier restaurateur y te dirá que es algo bueno; mi suegra ha empezado una misión gastronómica de comer de cuanto food truck se le atraviese… todo gracias al asistonto ese.

     — Cuidado con el odio, Felipe.

     — ¿Sabes la diferencia entre un restaurante a la semana y un food truck cada dos días?

     — Mmm… ¿no? —se encogió entre hombros y sacudió su cabeza.

     — “Trans fat”.

     — ¿Qué?

     — Esa talla ocho que lleva mi suegra es el producto de dos semanas de gimnasio intenso con Natasha —rio—, eso, una cantidad exagerada de Crisco, una faja, y el arte de no poder respirar … tú sabes: “Dios no quiera que llegue a talla diez”.

     — Cuando yo la conocí era talla diez —elevó su ceja derecha—, claro, oficialmente era talla seis.

     — Así como ahora es talla cuatro —guiñó su ojo.

     — Indeed, pero, ¿qué tiene de malo que esté yendo al gimnasio con tu esposa?

     — Ayer, que mi mamá iba saliendo a misa y que Natasha iba llegando a casa, que es la hora programada para Foxtrot Uniform Charlie Kilo, ¿sabes qué me dijo?

     — Claramente no —rio ante el eufemismo utilizado.

     — “Estoy cansada”, puso la cabeza en la almohada, y no se despertó hasta hoy por la mañana.

     — Auch —se burló Emma—. Te dejó con Captain Standish.

     — ¡Emma María! —rio falsamente escandalizado—. ¿Qué son esas palabras?

     — Palabras de niña grande —sacó su lengua—. ¿Cuándo se va tu mamá al fin?

     — Se supone que se va la otra semana, el miércoles.

     — ¿Ya cerraron el trato?

     — Oficialmente, mi ingreso por el negocio familiar ha sido terminado —asintió.

     — ¿Por qué? ¿No debería ser que, por un contrato nuevo, tu ingreso debía aumentar?

     — No soy un participante activo en la petrolera, soy un vil accionista —se encogió entre hombros—. Y desde hace un tiempo estaba considerando en vender mis acciones… no quiero tener ataduras económicas a mi familia, eso sólo me pone obstáculos innecesarios.

     — ¿No es eso como autoproclamarte “traidor”?

     — Sí —asintió—. Lo que pasa es que mi mamá usa eso como excusa para intentar controlarme en ciertos aspectos.

     — ¿“Natasha-aspecto”?

     — Pues, claro —rio—. No me parece gracioso cuando decide tacharla de “emocional y psicológicamente inadecuada” para criar a mis hijos —dijo, y Emma ensanchó la mirada.  

     — Is that even legal?

     — Sure it is… en especial cuando puedes argumentar, “a su favor”, que el aborto la dejó “mal” —«that bitch»—, y que el ambiente en el que vivimos no es el más sano.

     — No quiero ofender, ¿pero qué le pasa a tu mamá?

     — ¿Qué le pasa? —resopló retóricamente—. Es republicana recalcitrante —rio, y a Emma eso le explicó absolutamente todo, porque personas como Katherine tendían a extrapolar la ideología política de forma fanática y ortodoxa; era un estilo de vida.

     — ¿Cómo está tu hermana? —resolvió preguntar para cambiar un poco el tema.

     — Cagada —murmuró—, todavía no sabe cómo decirle a mis papás.

     — Y tú, ¿cómo estás?

     — I was upset, pero ya no más… no sirve de nada, ni a mí, ni a ella, ni a la situación que esté enojado.

     — Eso es bueno, ¿no?

     — Explícame cómo es que mi hermana puede y yo no, por favor —la miró un tanto frustrado—. Explícame cómo es que mi hermana puede equivocarse de la forma en la que yo quiero equivocarme.

     — No lo veas como una equivocación —lo tomó amigablemente por el hombro.

     — No me digas que las cosas pasan en el momento en el que tienen que pasar, porque a mi hermana no le toca eso… no todavía.

     — Hasta la vida se equivoca en sus ETAs —sacudió su cabeza, y sonrió reconfortantemente—. No me cabe duda que serás un tío muy cool.

     — Cuando sea más Giants que Cowboys —rio—, más Yankees que Rangers o que Astros, y demócrata y no republicano…

     — Entonces se van a enojar contigo —bromeó—, por vender tu orgullo regional.

     — Yo soy más New York que el carrito de hot dogs de la calle —se defendió—. De Texas sólo tengo la pirámide alimenticia.

     — ¿Y esa cuál es?

     — Steak en la cúspide, pollo frito y comida mexicana en el siguiente eslabón, BBQ y cerveza, y, en la base, Pecan Pie y Blue Bell Ice Cream. —Emma lanzó la carcajada de la noche, esa que se extendió por más de lo intencional y que era tan rica, que terminó por contagiar a Phillip—. Seguramente tú, como italiana, tienes una pirámide distinta.

     — Spaghetti en la base, pizza, vino, cannoli e tiramisù, y todo lo demás —asintió.

     — ¿Ves?

     — ¿Cómo sobrevives aquí si lo que menos comes es pollo frito, comida mexicana, BBQ y Pecan Pie?

     — De la misma forma en la que tú sobrevives sin vino, sin cannoli, sin tiramisù —sonrió—. Anyways… no me respondiste al final.

     — ¿Qué no te respondí?

     — ¿Estás celosa del asistonto de mi suegra?

     — Oh, I’m jealous alright… pero no de él —asintió.

     — ¿De qué?

     — De la situación —guiñó su ojo.

     — Lo que sea que eso signifique… —rio—. ¿Cómo te sientes?

     — Surprisingly better —sonrió, y, fraternal y amigablemente, le ahuecó la mejilla, por lo que Phillip la abrazó por los hombros sin importarle el hecho de que eso parecía romper todo tipo de protocolo social—. Gracias, Felipito —murmuró, recostándose un poco sobre su hombro para sumergirse entre el calor que le daba él en sus hombros.

     — ¿Gracias por qué?

     — Porque… —frunció su ceño, y rio mientras elevaba su rostro para encontrarse con la mirada que la veía desde arriba—. Tómalo o déjalo.

     — De nada, Emma María —sonrió en lugar de sacar la carcajada.

     — Sabrá Dios, y la prensa, que en esta posición somos la clara señal de que hay problemas en el paraíso —rio, acomodándose un poco más entre su brazo.

     — No sabes cómo odio ese término… “trouble in Paradise” —balbuceó para sí mismo.

     — ¿Por qué?

     — Suena tan Alec Baldwin y Kim Basinger —rio.

     — Y eso sonó tan gay.

     — Oye —frunció su ceño, su muy masculino ceño—. Cuando vives con una mujer como la mía, te acostumbras a ver “x” edición de Vogue abierta en “x” página.

     — Buen material para entretenerte mientras hace el number two —bromeó Emma.

     — You don’t really wanna know what I do while doing number two —entrecerró la mirada.

     — Ay, por favor, no —se sonrojó—. Hay cosas que deben permanecer en secreto entre nosotros.

     — Tampoco me interesa saber tu calendario de evacuación intestinal —sonrió cariñosamente, y le presionó suavemente la punta de la nariz con su dedo índice.

     — Y aunque te interesara… qué inapropiado sería —rio, elevando rápidamente su rostro para intentar morderle el dedo.

     — Cambiemos de tema, mejor.

     — Por favor —asintió—. ¿Qué te han dicho de la adopción?

     — Que no tienen puppies —frunció sus labios—. Y yo no sé quién les has dicho que un Chihuahua es un reemplazo para un puppy.

     — Me imagino que van por la línea del tamaño —se encogió entre hombros.

     — Si quisiera tener una rata, levanto la alcantarilla y ya.

     — Si llevas una rata a tu casa… vas a hacer que tu esposa termine en el hospital por un infarto —rio.

     — Por eso quiero un perro —la miró con ojos de una clara manifestación de lo irrebatible—, pero sólo tienen perros grandes.

     — ¿Qué tan grandes?

     — Tamaño Boxer adulto, aparte que todos son adultos.

     — Puppies es difícil encontrar, y perros tan grandes realmente van en contra de las regulaciones del edificio —asintió.

     — El lunes voy a ir a New Jersey a ver qué tienen —dijo como con asco.

     — ¿Vas a ir hasta New Jersey? —rio, pues, como todo neoyorquino (residente de Manhattan), odiaba ir al mencionado lugar, «porque eso no se considera Nueva York». Él asintió—. Wow —elevó sus cejas con su falsa y exagerada expresión de asombro—, eso es amor.

     — Si Natasha va a Macy’s a comprarme un par de pantalones de pijama… yo puedo ir a New Jersey —se defendió graciosamente.

     — ¿Ya sabe?

     — No, no le he querido decir… no quiero llegar al punto en el que parezca que ni un perro podemos tener.

     — Tiene sentido —sonrió Emma minúsculamente, más tirado de su lado izquierdo que del derecho.

     — ¿Y tu Carajito?

     — Ay —rio, sacudiendo su cabeza lentamente—. Sigue desgraciando cuanto espacio existe… y Sophia cree que no me doy cuenta, porque sale antes de la oficina para ir a limpiar y que yo no me enoje, todavía no entiendo por qué mierda no usa el frickin’ doggie lawn cuando en Central Park no hay árbol o arbusto al que no le llueva…  

     — ¿Has considerado que no tiene territorio qué marcar? —elevó su ceja izquierda.

     — Eres tan inteligente —exhaló Emma asombrada, pues en eso no había pensado—. La pregunta es cómo lo marco —rio.

     — Bájate los pantalones, acuclíllate… y déjate ir —rio, apretujándola entre su brazo, pero Emma sólo entrecerró la mirada—. Te estoy dando una solución fácil.

     — Ya tengo problemas para ir al baño en donde no sea el trono de mi casa, ¿tú crees que voy a “dejarme ir” en un pedazo de césped?

     — Bueno, quizás tú no, pero dile a Sophia —sonrió ampliamente, como aquel emoji que tanto utilizaba en sus mensajes cuando lanzaba un comentario cínico que tenía aires graciosos, o un comentario gracioso que tenía aires cínicos.

     — ¿Qué tal si llegas tú y lo marcas con tu espada del poder? —elevó su ceja derecha.

     — Sería un placer —sonrió.

     — Cada dos semanas cambiamos la “parcela”.

     — Y cada dos semanas marcaré mi territorio —repuso.

     — ¿En serio?

     — ¿Para qué son los amigos, Emma María? —guiñó su ojo, y Emma rio nasalmente en sustitución de un agradecimiento—. El lunes que llegue a recoger al Carajito lo haré, cuando tú no estés.

     — Tan útil, tan inteligente, tan caballero —lo tomó de las mejillas con su mano derecha, tal y como lo haría con un niño pequeño, tal y como ella detestaba que la tomaran porque realmente dolía, pero, al tener él aquella famosa barba profesionalmente mantenida por la Braun.

     — Así soy yo —dijo entre sus mejillas apretujadas, y desvió su mirada hacia un costado, pues notó cómo las plumas se acercaban a él con una risa sonriente que jugaba de manos con Thomas.

     — ¿Ya te dislocaron el brazo? —preguntó Emma, soltando a Phillip para que pudiera relajar sus músculos faciales.

     — ¿De qué hablas? —rio Natasha, inclinándose un poco para saludar a Phillip con un beso de labios.

     — ¿Qué se hizo tu date? —interrumpió Phillip con los labios ocupados.

     — Tiene que trabajar temprano —se hundió Thomas entre sus hombros mientras sus manos se enterraban en sus bolsillos.

     — Primera date que tiene trabajo y que no vino a la ciudad para ser modelo —se burló Phillip.

     — She actually is a model —sonrió.

     — Con que no sea la modelo del ungüento para las hemorroides… —ensanchó Phillip su mirada, y, ante tal comentario, recibió un manotazo de su esposa en su hombro.

     — Es modelo de manos —repuso arrogantemente.

     — Quedemos en que es modelo —sonrió Emma, intentando acabar con el tema mientras sacudía su mano entre Natasha y Thomas para que se apartaran, pues bloqueaban la vista que ya no tenía de Sophia.

     — Somebody’s being a total stalker —canturreó burlonamente una Natasha que había encontrado su buen humor entre el champán, el baile, y la actitud del “no me importa nadie-de-los-aquí-presentes”.

     — Alguien está pensando en cómo amputarle los brazos al ente ese —rio Thomas, volviéndose en dirección a Sophia.

     — Y en cómo va a reclamar su propiedad más tarde —asintió Natasha.

     — Búsquense oficio —sacudió Emma su cabeza, siendo lo más desdeñosa posible.

     — ¿Qué tal si nos buscamos un par de shots de tequila y bajamos el nivel a para-nada-glamouroso de esta cosa? —sonrió Natasha.

     — En ese caso tendríamos que llamar a Sophia y a los otros dos —añadió Phillip, señalando a Julie y a James que ahora bailaban tan juntos como la canción lo ameritaba, pero Sophia mantenía la distancia apropiada y adecuada de su pareja de baile.

     — Sure —asintió Emma—. Yo llamo a los Js —levantó la mano para reclamar primero su derecho, y, ante eso, ante el hecho de no haber escogido a Sophia, los tres le clavaron la mirada—. No me importa quién va a llamar a Sophia, pero yo voy a llamar a los Js —se puso de pie, levantando sus manos a la altura de sus hombros para sacudirse el mea culpa junto con su cabeza, y se escabulló por entre los que recién llegaban para bordear la pista e interceptar e interrumpir a los que ella había escogido llamar.

     — ¿Y a ella qué le pasa? —frunció Thomas su ceño, todavía con su mirada clavada en su espalda, así como la de los Noltenius, quienes sacudían sus cabezas en anonadado silencio—. ¿Se peleó con Sophia?

     — I don’t think so —repuso Natasha, mordisqueándose el interior de su labio por el lado derecho, en donde ya tenía la típica inflamación que se provocaba como por deporte, y Phillip, por su lado, se encogió entre hombros.

     — Yo la llamaré —reaccionó Phillip, poniéndose abruptamente de pie con una respiración profunda.

     — Yo me encargo de los tequilas —asintió la versión desmejorada y más adulta de Max Irons.

Natasha, entre la confusión del momento y la verdadera razón por la cual había decidido dejar de bailar, «los stilettos», se dejó caer sobre el banquillo mientras dividía su atención en dos: parte para el cómo Emma se movía, parte para el cómo Sophia reaccionaba.

— Phillip —sonrió Sophia en cuanto se plantó a un costado.

     — ¿Te puedo robar un momento? —le alcanzó la mano, pues no iba a dejar que caminara sola en aquel peligro de diez centímetros que estaban rodeados de una cola que apenas arrastraba.

Sophia le sonrió a él, y luego le sonrió a su pareja de baile, quien asintió, pero, antes de entregársela a Phillip, decidió culminar la sesión de baile con una vuelta que, cuando la recibió en su otra mano, la manejó de tal forma que Sophia terminó entre su brazo, prácticamente abrazada, ella inclinada de espalda al suelo, confiando en que el asistonto no era tan tonto como para soltarla, y él inclinándose sobre ella con una sonrisa.

— Listo —la recogió él, irguiéndola sin mayor dificultad aparente—. Gracias por el baile —guiñó su ojo, y se la entregó a Phillip, quien veía a Sophia con una mezcla de estupefacción y consternación, pues, al fondo, del otro lado de la pista, Emma, no pudiendo dejar de acosarla, había visto la culminación del baile y de su serenidad.

     — ¿Estreñido? —frunció Sophia su ceño, llamando la atención de Phillip por completo—. Tu cara… parece que estás estreñido o que te viene atravesado —rio nasalmente.

     — Tequila —supo responder con un disentimiento que lo privaba del derecho y del deber de decir algo referente a lo conversado con Emma y que tenía una directa conexión, ergo consecuencia, con los últimos dos pasos de baile que le habían robado a la canción del fondo.

     — Pero sólo uno —asintió, tomando a Phillip por el brazo para caminar hacia donde ya Thomas y Natasha esperaban al resto con los respectivos tequilas—. ¿Qué hora es?

     — La una-y-algo —repuso monótonamente, intentando localizar las salidas más cercanas para poder evacuar a su esposa en caso de que Emma realmente decidiera «go ballistic on fucking what’s-his-name… “ballistic”? Hell no, more like “apeshit”».

Etimología: de ape + shit (primate + mierda), se presume que se origina de la tendencia de ciertas especies de primates que indecorosamente arrojan mierda, «porque “heces” (faeces) suena demasiado bonito», cuando están demasiado fastidiados.

adj. “Apeshit” o “Ape shit”, y puede significar:

a) estar fuera de control debido al extremo enojo o a la extrema emoción/excitación, o

b) «una bendición cuando no se ha vivido de primera mano o no se es víctima de uno».

Phillip: «sinónimo de “to go fucking crazy”, de perder completamente el uso de razón, “to lose one’s shit”, de sucumbir al descontrol; un estado temporal de demencia».

Ejemplo de magnitud: “to be angry” < “to be pissed off” < “to go ballistic(s)” < “to go apeshit”.

— ¿Tequila? —sonrió Sophia, aplaudiendo suavemente ante una Natasha que, para salir corriendo, no le dolerían los pies, y ante un Thomas que no había visto lo sucedido.

     — Sólo estamos esperando a… —señaló Thomas a quienes venían caminando entre risas, aunque Emma tenía una sonrisa demasiado rara como para poder ser explicada y/o descrita; como si el sarcasmo y el cinismo estuvieran a punto de apoderarse de sus cuerdas vocales.

     — El tequila que hará que me arrastre hasta un taxi —rio Julie en cuanto llegó, aplaudiendo igual que Sophia, y se apresuró para tomar el shot que Thomas le alcanzaba.

     — Hey… —sonrió Sophia para Emma, y, en cuanto se colocó a su lado, le plantó un beso que estaba destinado para caer en la totalidad de sus labios, pero, al no ser correspondido, pero sí entregado, aterrizó en la comisura de ellos.

     — Hola —respondió Emma con una penetrante pero sonriente mirada, y le alcanzó un shot.

     — ¿Por qué brindamos? —preguntó James mientras inhalaba el aroma del siempre-presente-Don-Julio.

     — Por ser borrachos pero pacíficos —dijo Natasha rápidamente, viendo cómo Emma no dejaba de ver a Sophia con esa intensidad.

     — Por mantenernos pacíficos —se encogió Thomas entre hombros, y, suavemente golpeó su shot contra el de todos, haciendo el respectivo contacto visual menos con Emma, quien había sostenido su shot frente al de Sophia, igual que su mirada en ella.

     — Salud, mi amor —sonrió Sophia, golpeando el shot de Emma para luego quemarse la garganta con la pureza de los ochenta y nueve mililitros ingeridos.

     — Salud —sonrió Emma, llevando su shot a sus labios para beberlo sin caras y sin ardores, sólo con una mirada penetrante.

     — ¿Otra ronda? —preguntó un temeroso Phillip al aire.

     — No para mí —sacudió Emma su dedo índice de lado a lado, todavía viendo a Sophia a los ojos, por lo que la rubia sacudió su cabeza en silencio.

Esa mirada era intensa, era imposible de interrumpir, imposible de intervenir, imposible de alterar. Eran simples ojos en ojos, de clavado, perforándose.

                El resto bebieron otra ronda, porque beber sólo uno era como sólo comerse una papa frita: imposible. Y, mientras ellos bebieron, la mirada siguió en pie, siguió tensa e intensa.

Era como una competencia de disciplina olímpica, pues quien rompía el contacto visual era quien perdía a pesar de no saber qué era exactamente lo que perdía.

Emma ladeó su cabeza hacia el lado derecho, dibujó esa maquiavélica corta sonrisa, y dejó que los segundos hicieran su trabajo para elevar su ceja derecha con tétrica lentitud, tanta lentitud, y tanta intensidad, que Sophia, en cuanto su expresión facial se terminó de componer en el más agresivo-pero-erótico-de-los-sentidos, tuvo que desviar su mirada para evitar una combustión espontánea, o para evitar ser una cuna de corriente estática por la exageración que se había acentuado en su erizada piel. «Gracias a Dios por las mangas tres cuartos».

                Y la rubia bostezó.

— ¿Cansada? —le preguntó Emma en un tono que nadie sabía de dónde venía, ni para qué servía, pero sabían que, detrás del preguntado adjetivo, había toda una gama de matices que no eran capaces de reconocer en ella. Sophia asintió—. ¿Mucho? —ladeó su rostro hacia el lado izquierdo pero mantuvo sus ojos en los suyos y la ceja en lo más alto. Sophia asintió de nuevo, y, contrario a lo que todos esperaban, o sea otra penetrante pregunta, se acercó a su oído con una sonrisa—. ¿Quieres ir a casa? —le preguntó, dejando que su tequilero aliento le hiciera cosquillas en su oreja, motivo por el cual la piel de la rubia se erizó en lugares que nadie sabía que podían erizarse. Ella asintió—. Te pregunté si querías ir a casa —le dijo, y se despegó de ella para encararla con la ceja hacia arriba que no podía ser bajada ni con gravedad ni con pesas.

     — Sí —respondió temblorosamente, pero no por miedo, sino por algo que no podía comprender.

     — Vamos a casa, entonces —sonrió, y se volvió hacia el resto con expresión de “no pregunten, no comenten”—. Ya nos vamos.

Todos asintieron con miradas mudas, y se despidieron con lo poco que pudieron rescatar del hecho de que esa actitud no era con ellos sino con Sophia. «Lord have mercy on her», repetía Natasha como si se tratara de predicaciones de líderes de fe, al cual Phillip le añadía el acento afroamericano por costumbre. «Permíteme recordarla así de viva, Dios».

                Un beso en cada mejilla, o mejilla con mejilla y un beso al aire en cada tanto, abrazos parciales con palabras vacías y deseos de próspera noche y pacífico sueño. Besos al aire con Margaret, y agradecimientos infinitos por la donación y por la presencia. Un gentil gesto de parte del esposo de la cumpleañera; una orden al chofer de que se encargara de llevarlas por tres calles y una avenida en la seguridad de un auto.

                Emma salió del auto primero, y salió sola, sin ayuda del chofer que no se había molestado en bajarse para abrirle la puerta porque sabía que a Emma no le gustaba eso, al menos no de él en particular porque lo hacía de mala gana, no como Hugh.

Le tendió la mano a Sophia y le ayudó a salir del auto para luego cerrar la puerta tras ella.

Caminaron lado a lado, Sophia al lado correcto de Emma, y llegaron a plantarse de espaldas erguidas frente a las puertas del ascensor.

Emma presionó el botón que dictaba el piso número once en aquel panel que carecía de botón de Penthouse, por lo que, por razones de la vida, como sucedía siempre, Mrs. Davis no interrumpiría absolutamente nada.

                Las dos esperaron, se vieron a través del espejo que se contraponía a las puertas abiertas del ascensor, y vieron cómo las doradas puertas interrumpían la muda intensidad de la que cada una gozaba por motivos personales.

Sophia, a pesar de parecer padecer de la travesura y de la picardía, presionó el resto de botones del panel; del uno al once para atrasar la llegada.

Emma la volvió a ver con cierto aire contrariado, con esa ceja hacia arriba y esos labios fruncidos que terminaban por delatar la obesidad de su confusión y la falsedad de su disgusto.

Y Sophia, de un movimiento, atrapó a Emma contra la pared lateral.

— ¿Por qué estás enojada?—gruñó, pero su gruñido no era por enojo, ni por desesperación, sino por juguetona curiosidad.

     — No estoy enojada—gruñó Emma de regreso, reciprocando el movimiento de la rubia para atraparla ella contra la pared del fondo, y se acercó a sus labios con la intención de sabrá-Dios-qué, pues parecía que la quería morder, o besar, o una mezcla de ambas, pero su mirada siempre fija en la de Sophia—. No lo estoy —exhaló calladamente, y cerró sus ojos ante el roce de las manos de Sophia en sus antebrazos—, no lo estoy… —repitió, dejando caer su cabeza ante la apertura en el segundo piso—. No me pongas contra la pared, no ahorita —susurró.

     — ¿Me lo estás advirtiendo? —rio nasalmente una Sophia que quería jugar con fuego porque le gustaba quemarse.

     — No —irguió su mirada, «fucking third floor»—, te lo estoy diciendo —«plain and simple»—. Aplós —aplicó el griego para un entendimiento absoluto y conciso de la enunciación.

     — Aplós, moró mou —asintió Sophia, y la tomó por la cintura para acercarla más a ella.

     — Y tenías que jugar con los botones —le dijo tajantemente, como si la estuviera regañando.

     — Nunca lo hice de pequeña —sonrió angelicalmente, logrando librarse del coloquial e incómodamente maternal regaño.

     — Escogiste un momento bastante raro para hacerlo —repuso Emma, suspirando los insultos y las ofensas para el quinto piso.

     — ¿”Raro”?

     — Inapropiado —se corrigió, y se aferró, a pesar del bolso, de los barandales anclados con los que contaban los cuatro ascensores del edificio desde hacía tres meses—. Are you drunk?

     — I’m happy —confesó la moderada risa interna que le provocaba el etanol—, ¿y tú?

     — No, I’m not happy —sacudió lentamente su cabeza.

     — If you’re not happy, nor angry, what are you? Are you hungry?

     — I ate plenty —gruñó en el séptimo piso, y se volvió sobre su hombro para obligar a las puertas a cerrarse de nuevo (según ella).

     — Thirsty?

     — I drank enough.

     — Mmm… —suspiró pensativamente—. Upset?

     — Getting warmer, Miss Rialto… —tambaleó su cabeza de lado a lado.

     — Disappointed?

     — Not really —susurró, volviendo a acercarse a sus labios a pesar de no poder completar la cercanía.

     — Frustrated?

     — Warmer —asintió, rozando la punta de su nariz con la suya y suspirando el abrir y cerrar en el noveno piso.

     — ¿Hice algo malo? —murmuró en una pequeñita voz.

     — No.    

     — ¿Entonces?

     — Dime tú —se acercó a escasos milímetros de sus labios, y se notó cómo ahogaba sus ganas de besarla, pero lo que no se notaba era el porqué.

     — No sé —se encogió entre hombros, y empezó a sentir el nerviosismo de saber que estaba a un piso de dejar de tenerla tan cerca, quizás y por el resto de la noche.

     — ¿No lo sabes? —elevó su ceja derecha, y Sophia sacudió su cabeza en silencio—. Mmm… —suspiró, irguiéndose por completo al saberse ya en el onceavo piso—. What a pity —sonrió, y se dio la vuelta para caminar hacia su apartamento.

     — ¿Debería saberlo? —frunció su ceño, alcanzando a escabullirse entre las puertas que pretendieron cerrarse para cercenarla por la mitad, y vio a Emma sonreírle al bouquet que no era bouquet, pues, aunque coloquialmente así se le conocía, era un simple jarrón corto y casi-esférico que contenía una enorme peonía cerrada que nadaba en la cantidad justa de agua. Porque si a Sophia le gustaban las peonías, ¿por qué no encargarse de que, a la entrada de su hogar, hubiera una? Porque hasta del pasillo eran dueñas.

     — Noup —sonrió sobre su hombro, y abrió su bolso para pescar aquella llave plateada—. ¿Todo bien? —preguntó ante el pesado suspiro de Sophia.

     — Me duelen los pies —murmuró sin asentir o disentir.

     — Consecuencias de tanto bailar —le dijo, dándole paso al abrir la puerta.

     — Supongo —rio nasalmente, pero, en cuanto pasó de largo, entendió qué era lo que pasaba, y le dio risa interna, casi una carcajada, pero se contuvo—. ¿Qué vas a hacer? —le preguntó curiosamente, viéndole la espalda, pues ella había quedado tras ella por no estar encargada de la ardua tarea de cerrar la puerta y girar el seguro.

     — Voy a dejarle agua y comida al Carajito —murmuró, y, de un movimiento un tanto brusco, la acorraló contra la pared contra la que la puerta se detenía—. Y me voy a servir un vaso con agua para evitar una resaca que no conoce de piedad —le dijo, no logrando verla a los ojos porque su dedo índice derecho había decidido acariciar su saltada y huesuda clavícula izquierda—, ¿y tú?

     — Yo… —balbuceó, y se tomó su tiempo para tragarse el nerviosismo que ese dedo y esa distraída mirada le provocaban.

     — ¿Tú…? —sonrió, paseando su dedo por el borde del cuello del vestido de la rubia—. ¿Qué pasa?

     — No esperaba que me tocaras —susurró entrecortadamente, viendo cómo sus ojos seguían el trayecto de su dedo en su pecho.

     — ¿Por qué? —elevó fugazmente su mirada junto con su ceja derecha, y, ante el ahogo suspirado de Sophia, se devolvió a la persecución visual de su dedo, el cual ya llegaba al otro hombro.

     — Creí que no querías tocarme…

     — Sí quiero… pero no sé si puedo —dijo, retirando su dedo de su piel para guardarlo entre su puño, y Sophia se sonrojó en lo que pareció ser un silencio que ardía—. ¿Qué?

     — I was hoping you’d fuck me —susurró un tanto avergonzada, pues le avergonzaba la expresión y las obscenas y exuberantes ganas que tenía de recibir una respuesta o comentario positivo.

     — Like I said, Sophie —sonrió Emma, acercándose a su oído derecho con el roce de la punta de su nariz por su quijada—, I want to… but I don’t know if I can.

     — ¿Por qué no? —pareció gemir con ojos cerrados, pero, en cuanto capturó la imagen visual, vio a una Emma que prefería huirle a la respuesta—. Estás molesta —le dijo con una sonrisa, y, antes de que Emma pudiera definir tal actitud como sinónimo del enojo, añadió—, oh my God! You’re jealous!

     — Bingo —susurró, y se irguió con una sonrisa mientras bajaba sus brazos para descansarlos con normalidad.

     — Em… —musitó enternecida, tomándola de ambas manos para dejar caer sus bolsos sobre el suelo.

     — No, Sophia —sacudió su cabeza—, I don’t think I’ll be sweet and tender…

     — Ven conmigo —se encogió entre hombros, y, envolviendo su mano derecha entre las suyas, la llevó por el pasillo hasta llegar a su habitación.

     — Tengo que ponerle comida y agua al Carajito —le dijo, no entendiendo qué era lo que tenía la rubia en mente.

     — Lo haces luego —repuso, cerrando la puerta tras ella y acercándose a una Emma que no sabía si dar un paso hacia atrás o hacia adelante—. Te necesito —le confesó suavemente, y recostó su frente sobre su hombro derecho.

     — Aquí estoy, Sophie —susurró, no dándose cuenta del inerte estado de las reacciones de su cuerpo, pues, en cualquier otra ocasión, la habría abrazado por principio autónomo.

     — Te necesito más —admitió, y fue entonces cuando Emma supo que debía abrazarla—. Más…

     — Sophie… —suspiró, plantándole un beso en su cabeza.

     — Yo sé que lo quieres decir —le dijo Sophia, no sabiendo exactamente qué era lo que quería decir, pero, fuera lo que fuera, tenía que ser demasiado de todo como para poder decirlo.

     — No, no quiero —sacudió su cabeza.

     — Dilo… por favor —levantó la mirada, y esperó unos momentos de intenso e incómodo silencio—. Dilo.

     — Take off your dress —gruñó Emma—, take it off now.

     — Si tú quieres verme sin vestido… tendrás que quitármelo tú —sacudió su cabeza—, otherwise, you’ll have to work around it.

     — No me retes, Sophia —le advirtió cortantemente—, ahorita no.

     — Mmm… —sonrió, llevando sus manos hacia su espalda baja para bajar la corta cremallera y para, en su espalda alta, desabotonar el único botón—. Sino, ¿qué? —elevó un poco su ceja izquierda, y Emma, con la agresividad que sabía que le corría por las venas, haló el vestido por el cuello hacia abajo con rapidez y con fuerza, por lo que, en un santiamén, el vestido dejó de estar en Sophia y pasó a ser propiedad del suelo.

Y Sophia, entre susto y emoción, se carcajeó internamente con los brazos al aire, un baile ridículo de aquellos que implicaban una celebración por un éxito, y prácticamente gimió… porque eso había sido demasiado «hot».

— Sophia… —gruñó entre un suspiro, y, rápidamente, le arrancó aquel sostén que no la dejaba verla como le gustaba.

     — Te pregunto de nuevo: do you wanna fuck me?

Emma se acercó hasta invadirle su espacio personal e íntimo, la vio desde los dos centímetros más arriba que tenía en ese momento, y respiró profundamente una, dos, tres, cuatro veces mientras apuñaba sus manos sin motivo claro alguno. Y Sophia que fue incapaz de interrumpir el contacto visual.

— La bufanda… —dijo Emma, apuñando sus manos con mayor fuerza—, tráela.

Vio a Sophia retirarse con paso acelerado en aquellos Alexander McQueen que en ese momento parecían no dolerle. Desapareció tras las corredizas puertas del clóset, y, al cabo de unos segundos, ya estaba alcanzándole la bufanda a Emma.

— Esta no es la bufanda a la que me refería —frunció Emma su ceño, viendo que era Hermès y de seda, sí, pero, en lugar de ser negra, era blanca con el marco en azul marino—. Ésta es una bufanda, no la bufanda.

     — Lo sé —asintió Sophia, y colocó sus manos sobre las de Emma.

     — ¿Sabes a lo que me refería con la bufanda, verdad?

     — Sólo son manos —asintió de nuevo—, sólo son manos.

     — No son sólo manos…

     — Son las manos que quiero que me toquen —estuvo de acuerdo la rubia—. La bufanda no es para ti, es para mí.

     — Scusi? —jadeó Emma boquiabierta y con la mirada anchamente perdida.

     — You’re jealous, you’re mad —se encogió entre hombros, y, antes de que Emma pudiera decirle lo que tenía que decirle, Sophia colocó sus dedos sobre sus labios para callarla—. No soy yo quien tiene que demostrarte qué tan mía eres, eres tú quien necesita hacerme saber qué tan tuya soy —le dijo, «aunque, en realidad, es más un “eres tú quien necesita demostrarse a sí misma qué tan tuya soy”, llámenle ejercicio epifanístico»—, y para eso me gustaría que usaras tus manos también.

     — Sophia… yo… —frunció su ceño, y se asombró como nunca antes, pues Sophia la había dejado sin más palabras que la vez que la había dejado sin palabras.

     — No lo veas como una restricción física —sonrió—, o como una medida de seguridad… —dijo, pero Emma fue incapaz de siquiera tener la intención de poder decir algo—. Tienes que verlo como una circunstancia óptima para sentirte cómoda en todo sentido; saber que no te voy a poner resistencia de ninguna forma te hace tener el control, y saber que no voy a interferir ni a interrumpir, en ningún momento, te va a dejar tenerme al ritmo que escojas.

     — “Tenerte”… —saboreó carvenícolamente la palabra.

     — Es que ya me tienes… —sacudió su cabeza—. “Poseerme” es un término más adecuado —dijo, y, con la serenidad de su sonrisa, le entregó sus muñecas juntas—. Just remember, “apples” is our safeword.

     — ¿Esto es lo que quieres? —le preguntó su lado incrédulo.

     — Es lo que quiero —«lo que necesito, y lo que necesitas», asintió.

     — Dime si se siente muy apretado —dijo nada más, y empezó a envolver sus muñecas en la suave seda blanca.

No la anudó de sus muñecas, sólo las aseguró entre los dobleces y las vueltas, y, con gentileza, dejó que Sophia se recostara cómodamente en la cama para luego atarla al funcional tubo de nogal del respaldo.

                Sophia asintió para indicarle que todo estaba bien entre aquellas mil doscientas noventa y seis pulgadas cuadradas de seda, y Emma, sabiendo lo que le sucedía a eso, se plantó frente a la rubia, al pie de la cama, bajó la cremallera lateral de su vestido y deslizó sus mangas hacia afuera para que el vestido cayera de golpe sobre el suelo. Y, gracias a las cremalleras de sus stilettos, midió ciento setenta y cuatro centímetros en cuestión de un abrir y cerrar de ojos.

Are you okay? —le preguntó Emma antes de incorporarse en la cama.

Sophia asintió en silencio, pero la minúscula sonrisa crónica no podía borrarla, en especial en esa mezcla en la que se encontraba: ternura, emoción, anticipación, a la expectativa, y la alcoholización. Porque el tequila ya había hecho su efecto.

La vio extender su mano para alcanzar su McQueen izquierdo, pero temblaba, por lo que la envolvió en un puño que luego serviría para hacer que sus dedos crujieran de las falanges posibles, pues buscaba estabilidad nerviosa; no todos los días se juntaban uno de sus miedos con la excentricidad de una sensata y coherente petición de la rubia.

                Logró quitarle sus stilettos para masajear brevemente sus pies, que el izquierdo recibió menos atención que el derecho porque se había acordado del porqué del dolor, «el baile», y, entre puños fuertes y compactos, logró relajar el tremor de sus manos a medida que querían rozar la piel de sus piernas.

Fue un difícil trabajo no hacer una duradera escala en su entrepierna, tuvo que sacar fuerzas de donde creyó que ya no tenía, pero sólo era que las palabras de Sophia, aquello de tener todo el control que quisiera, habían tenido el efecto que debían tener. «Because I’m a fucking control-junkie».

A medida que iba subiendo, así iba subiendo ella sobre el cuerpo de Sophia con el suyo, así se iba posicionando con piernas entrelazadas para evitar embestirla por bienvenida, agradecida y placentera maña.

                Control absoluto de sí misma, de Sophia, de la situación, del tiempo y del espacio. Comodidad absoluta.

Are you okay? —le preguntó Emma en cuanto se encontró a Sophia con mayor cercanía, pues ya estaba a la altura de su pecho.

     — Sí, mi amor —asintió.

     — Esto es tan raro… —respiró profundamente con ojos cerrados, y, en cuanto los abrió, no pudo verla a los ojos.

     — ¿Qué es raro? —vio a Emma apuñar su mano derecha mientras se terminaba por acomodar sobre ella, de brazo izquierdo a su costado, muslo contra entrepierna, abdomen sobre vientre y abdomen, y la mano que estaba en el aire porque titubeaba el tacto.

     — Esto.

Sophia vio cómo el puño de Emma se relajaba en una mano extendida que luego se aflojaba en dedos livianos que se acercaban a su piel como en cámara lenta, y, en cuanto las puntas de sus dedos aterrizaron sobre su esternón, escuchó cómo, extrañamente, era Emma quien exhalaba su aguda pero callada y ahogada sorpresa, casi un “oops”. Y bajó lentamente con su dedo del medio, por cuestiones de comodidad, hasta que tuvo que decidir si desviarse hacia la izquierda o si desviarse hacia la derecha. Vaya dilema.

— Hay culturas que le dan prioridad al lado derecho —le dijo Sophia, haciendo que Emma elevara su mirada—, y creo que también tiene que ver con que es más sano.

     — ¿Sano?

     — Sí, creo que es porque el corazón, si se apoya más hacia el lado derecho, tiene mayor flujo de sangre —sonrió.

     — Interesante dato, ¿qué más sabes del corazón? —preguntó, desviándose hacia el lado derecho de Sophia, paseando su dedo por aquel pliegue en el que empezaba la convexidad de su seno.

     — Que tiene venas y arterias… —tiró de sus brazos, pues las cosquillas eran demasiadas—. Y que se compone de aurículas, ventrículos, y válvulas cardíacas, las cuales se dividen en atrioventriculares y semilunares… en las atrioventriculares está la bicúspide o mitral y la tricúspide, y en las semilunares está la sigmoidea aórtica y la pulmonar.

     — ¿Qué más? —deslizó su dedo por el costado externo, ese en el que le provocó una sacudida por las mismas cosquillas, pues se acercaba a su axila.

     — Membranas —tiró de sus brazos de nuevo—: endocardio, miocardio, epicardio, pericardio; mencionadas de adentro hacia afuera.

     — ¿Algo más que tengas que agregar? —le preguntó, estando totalmente invertida en cómo su mano ahuecaba su seno y era su pulgar el que se deslizaba con mortal lentitud en dirección al centro, al esternón, pero, al no ser tan largo, no logró llegar.

     — Es el único órgano que tiene su propio impulso eléctrico, por eso sigue latiendo cuando te lo quitan —murmuró, sintiendo cómo, justo cuando deletreó aquella acción en gerundio, la sangre fluyó de sus aurículas a sus ventrículos, la diástole, y luego de sus ventrículos hacia las venas, la sístole, y, como si se tratara de una ola de calor, sintió dónde era exactamente que la temperatura empezaba a subir en calidad expansiva—. Y tiene la capacidad para imitar el ritmo de la música que escuchas, por eso, supuestamente, con el flujo de sangre y el ritmo cardíaco, hence oxygen quantity, es que la música puede provocarte una emoción regresiva, o un estado que relaciones…

     — Mjm… —musitó un tanto indiferente, todo porque veía cómo su pulgar se paseaba por encima del pezón de la rubia que ya había empezado a respirar como a ella le gustaba.

     — Tres o más orgasmos a la semana reducen el riesgo de una coronaria por la mitad, ser vegetariano reduce el riesgo de sufrir de cualquier enfermedad cardíaca en casi veinte por ciento, comer chocolate amargo todos los días reduce el riesgo de sufrir de cualquier enfermedad cardíaca en un tercio —«cortesía de la Cosmopolitan de la sala de espera del ginecólogo».

     — Cincuenta, más veinte, más treinta y tres… —resopló—. Ciento tres por ciento de improbabilidad… nice.

     — Por favor no me digas que quieres ser vegetariana —frunció su ceño.

     — ¿Vegetariana yo? —rio—. No me ofenda, Licenciada Rialto… —sonrió, y, lentamente, atrapó su erecto pezón entre sus dedos para, entre pellizcos flemáticos, tirarlo o retorcerlo.

     — Oh… my… —gimoteó rasposa y mimadamente mientras echaba su cabeza completamente sobre las almohadas. 

     — Don’t moan —le dijo Emma con exagerada seriedad y agresividad, y con los mismos componentes, pellizcó su pezón un poco más fuerte, «no, verdaderamente fuerte», y lo tiró—, and don’t groan —le advirtió antes de que lo pudiera hacer, y liberó su pezón.

     — Christós —rio, pues de alguna forma o manera tenía que compensar sus gemidos y sus gruñidos, y los gemidos bíblicos y/o religiosos hacían el trabajo de hacerla reír y de proveerle la justa cantidad de catarsis momentánea.

     — You have such beautiful breasts —exhaló, yendo cada vez más hacia su piel con su rostro—, so, so beautiful.

Quiso decir «yo sé», pero la arrogancia se la convirtió en humildad con el primer beso, y quiso decir «¿te gustan?», pero le arrancó cualquier tipo de razonamiento; irracional, racional, y razonable con cómo ahuecaba su seno y continuaba besando aquí y acá pero con la misma crueldad de no besar la areola o el pezón, y eso era una cruda tortura.

Tiró de sus brazos porque, según ella, con un movimiento así, de brazos libres, habría podido llenarle los labios de lo que ella necesitaba que recibiera atención, en especial una atención tan cálida, tan húmeda, tan sedosa, y una atención que fluctuara para bien con el inofensivo filo de sus dientes, o con una intensa succión que tirara de su pezón y de su areola por igual. Algo, lo que sea, lo que fuera.

                Emma se colocó completamente sobre ella con la intención del gin y el vermouth y el peso de la monumental hartada para la que no había tenido ni decoro ni vergüenza, y tomó sus senos entre sus manos, casi apretujándolos entre el cómo los ahuecaba, y los empujaba hacia el centro para ahogarse en aquellas escasas proporciones mientras daba besos en cada milímetro de piel que olía a eso tan «boisé».

                «Comida», pensó Sophia para distraerse un poco, sólo lo suficiente como para no estar tan de lleno y no permitir que salieran onomatopeyas sexuales de ningún tipo y en ningún idioma. «La comida».

1. Antipasto: rebanadas de lomo de cerdo a las brasas en una cama de hummus blanco y salsa de vino tinto con pimienta y champiñones, o, para los kosher, era lo mismo pero con pollo.

2. Entrada o ensalada, porque existían las dos opciones debido al círculo tan judío: crema de puerros y papas, o ensalada de tomates, pepino, y feta.

3. Plato principal: herb crusted chicken, puré de papas con ajo asado, y zanahoria y judías verdes salteadas con almendras, o lamb mint sauce, puré de papas con yogurt griego, y rainbow carrots salteadas.

4. Pudín Waldorf, Popovers de canela, Tarta Tatin de manzana, todos con o sin helado de vainilla.

— El pudín Waldorf fue mi favorito —suspiró Sophia, habiendo exitosamente ahogado el gruñido que el tirón de su pezón izquierdo le había provocado—. ¿Sabes que fue uno de los postres que sirvieron en el Titanic?

     — Avec vanille et chocolat éclairs —asintió, volviendo al valle para empezar a abrirse camino hacia abajo.

     — “Avec”… —rio guturalmente—. Me gusta esa palabra —tiró de sus brazos, porque ella sí tenía cosquillas en su abdomen, en especial cuando Emma se encargaba de ir tan despacio entre besos y mordiscos.

     — Avec —sonrió, y besó—. Avec —besó de nuevo—, avec —mordisqueó—, avec —besó lo mordisqueado—, avec, avec, avec, avec…

     — Avec —se retorció Sophia, pues Emma ya le había hecho la tortuosa jugada de pasear su lengua desde su vientre hasta su ombligo.

     — Quédate quieta —le clavó la mirada desde abajo, y, sin importarle mucho o nada, bajó con el reverso de su lengua hasta el ápice de sus labios mayores.

     — ¿Sino qué? —la retó juguetonamente.

     — Ya estás amarrada de manos…

     — Ah, no lo harías —rio nerviosamente, pues, a pesar de haberlo dicho, ni ella lo creía cien por ciento cierto por la simple actitud que tenía en ese momento.

     — Don’t test me —exhaló, y, abruptamente, dejó que su lengua recorriera lo que encerraban los labios mayores de Sophia—. Ton saveur est trés exquisite —exhaló nuevamente, y, contrario a lo que Sophia esperaba, o sea más lengua, llevó su índice a recorrerla.

«I sure as hell don’t know what that means… but “okay”», asintió Sophia, tirando fuertemente de sus brazos.

                Utilizó su dedo para ver lo tan íntimo de Sophia, porque, bajo esas circunstancias, y bajo otras, eran suyas como para poder abusar de la atenta y detenida examinación y exploración.

En ese momento todo era mate a pesar de ser de tal vívido pigmento, el cual comenzaría a cambiar en menos de lo que cualquiera podía predecir, o quizás no cambiaría, sólo se intensificaría y empezaría a brillar por uno o por otro componente. Le gustaba que sus labios menores fueran del largo perfecto como para realmente poder succionarlos y halarlos, y le gustaba que se tensaban y se hinchaban democráticamente junto con el resto de los ingredientes de aquella entrepierna. Sus labios mayores estaban suaves en todo sentido, tanto en textura como en consistencia. Su clítoris, así como siempre, sin importar nivel de excitación, permanecía muy bien escondido, que quizás era para reducir aquella hipersensibilidad de la que tanto sufría. Y ni hablar del pequeño agujero de espacio virtual que, no sabiendo si era sólo ella o si era normal, se estrechaba al punto de ser placentero al cubo.

                Emma utilizó la punta de su lengua, la tensó, y, así, recorrió a Sophia desde su vagina hasta su encapuchado clítoris, que, por la misma tensión de su gusto lingual, logró escabullirse por debajo del capuchón para alcanzar a rozar aquello tan pequeño y que verdaderamente sólo servía para el placer sexual. Valía la pena esperar a que eso tan minúsculo se hinchara para poder abusar de él.

                «Suck», gruñó Sophia mentalmente, apretando sus puños para no gruñir en voz alta, pero Emma, siendo rebelde o no, pudiendo leer su mente o no, queriendo complacerla o no, no succionó del verbo “to suck” sino del verbo “to suckle”, pues fue más suave, más repetitivo, menos periódicamente marcado, simplemente había encerrado sus labios menores dentro de sus labios para poder abarcarlos a ellos, a su tímido clítoris, y al lugar al que pocas personas le prestaban la debida atención: el USpot. No creaba más vacío, no succionaba más, simplemente succionaba poco a poco; intentaba que la sangre llegara a cada vaso capilar de la zona para agudizar las sensaciones.

Abrazó a la rubia por las caderas para evitar que cediera al vaivén que siempre se generaba, pues Sophia tenía la hermosa maña y manía de mecerse contra los labios o la lengua de Emma, o, cuando la tenía succionada, tirar de sí misma con el ir y el venir. Y se concentró en ir focalizando las succiones que eran cada vez más tiradas y más fuertes, más del verbo “to suck”; primero sus labios menores, luego su clítoris, y sus labios mayores ya habían hecho el trabajo por ella. La imagen en sí la hacía reír arrogantemente, pues qué orgullo poder cambiar el estado físico de un cuerpo con tan sólo su boca.

                Así como la entrepierna de Sophia, que se había hinchado en encandecidos tonos, así habían respondido los labios de Emma; sin siquiera la burla de un lápiz o brillo labial, con ese ligero delineado rosado-que-tendía-a-rojo alrededor de sus labios, «porque así debe sentirse Angelina Jolie todo el tiempo», y fue por eso que decidió darles un descanso a sus labios con el relevo de sus dientes, pero sus dientes no eran para sus labios menores, no Señor, eran para mordisquear sus hinchados labios mayores y para jugar picantemente con su clítoris, el cual, a pesar de no haber salido del capuchón, ya podía sentirse inflamado y ciertamente rígido.

— Eso se siente bien —canturreó Sophia, olvidándose por un momento de que no tenía manos para poder llevarlas a la cabeza de Emma y poder ahogarla en lo que sabía que era una indiscutible inundación de proporciones bíblicas.

     — ¿Sí? —sonrió a ras de aquella zona que se componía de la fusión de labios mayores y menores, vagina, y zona perianal.

     — Jeezuz! —rio ante la sensación de su aliento—. No hagas eso.

     — ¿Que no haga qué? —elevó su ceja derecha, y, traviesa y cruelmente, exhaló tibiamente sobre el mismo diminuto espacio.

     — ¡Eso! —se retorció de torso y elevó su cadera.

     — Te dije que no te movieras —le acordó, y la haló para mantenerla anclada a la cama.

     — Te dije que no hicieras eso —la remedó la rubia, apuñando manos y pies por igual.

     — Mmm… —frunció sus labios—. Está bien, si no puedo hacer eso… creo que esto sí —sonrió, y dejó que su dedo índice se deslizara en el interior de Sophia.

     — Oh. my. God —gimió, echándose nuevamente hacia atrás para aterrizar confortablemente sobre las almohadas, pero, en cuanto Emma sacó su dedo y no pareció tener intenciones de seguir haciendo eso que tan bien se sentía, abrió la mirada y se irguió para encontrarse a una Emma que subía por un costado, sobre sus rodillas, y que era imposible saber qué era lo que seguía. 

     — Te dije que no gimieras —le acordó también.

     — Es imposible no gemir y no moverme, dame crédito —se excusó—; lo uno o lo otro.

     — Lo sé —asintió, y se acercó a su rostro—. Apples… —sonrió, y se estiró para liberarla del tubo del respaldo.

     — Sí sabes que no es así como funciona una safeword, ¿verdad?

     — ¿Quién dice cómo funciona y cómo no? —frunció su ceño, agachando su cabeza por entre sus estirados brazos para poder ver a un par de celestes ojos que la veían hacia arriba.

     — BDSM standards; dominant-submissive relationship? —sonrió inocentemente.

     — This hardly counts as BDSM —ensanchó la mirada tal y como si la hubieran ofendido—, and I don’t pretend to be the dominant, nor you to be the submissive —le dijo tajantemente.

     — Mi dispia…

     — No —la detuvo antes de que pudiera completar la disculpa—. Acuérdame qué significan las siglas, por favor.

     — Bondage, Disciplina y Dominación, Sadismo y Sumisión, y Masoquismo —respondió, viendo a Emma liberarla de la cama para ahora liberarla de las muñecas.

     — Now, I want you to walk me through all of them —sonrió, tomando sus muñecas para empezar a tirar de la bufanda, pues sabía sólo ella cómo la había enrollado y envuelto, «porque no tengo complejo de marinero».

     — El hecho de que sepa qué significa cada sigla… no significa que sé exactamente cómo explicarlas —dijo, y la vio sacudir su cabeza—. ¿Qué?

     — Puedes ejemplificarlas si no puedes explicarlas —sonrió de nuevo.

     — Masoquismo es el placer de saberte humillado o maltratado —vomitó rápidamente—. Disciplina: instrucción rigurosa, ley, regla, what-the-fuck-do-I-know —se encogió entre hombros—. Sadismo: término inventado por el Marchese de Sade, y significa que te excita ser cruel con alguien más.

     — ¿Marqués de Sade? —resopló para sí misma—. Buen toque.

     — “SAD-ismo”.

     — Eso yo lo sé, pero no toda la gente lo sabe —asintió, y, sin saber por qué, Sophia se sonrojó—. Continúa.

     — Dominación: tener dominio o control sobre algo o alguien; sujetar, restringir, contener, reprimir, domesticar, etc. —murmuró, estando ya libre de la bufanda y viendo a Emma enrollarla porque su OCD no la dejaba continuar con nada si no estaba enrollada—. Sumisión: someterte al dominante.

     — Mjm…

     — Bondage… —susurró, no sabiendo exactamente cómo ponerlo en palabras adecuadas.

     — Viene de “bondagium”, por lo tanto de “bond”; de lazo —sonrió.

     — Sí… —exhaló aliviada de no tener que explicarlo.

     — Ahora, de todas las siglas mencionadas, ¿cuáles tenemos en esta cama? —elevó ambas cejas.

     — Uhm… —frunció su ceño, viéndose ahogada por la rareza de la pregunta.

     — Masoquismo: a mí no me gusta que me humilles o que me maltrates, y estoy segura de que a ti tampoco te gusta… además, no está en mis planes hacerlo, y asumiré que en los tuyos tampoco; a mí no me gusta, y a ti tampoco —intervino ante la tartamudez mental de Sophia—. Sólo con ese statement nos libramos de la “M” y de una parte de la “S”; Masoquismo y Sadismo fuera —sonrió—. Disciplina —rio—. Me suena a rutina, o a cierta rutina… a ritual, así que supongo que eso nos libra de una parte de la “D”; fuera Disciplina. —Sophia asintió con entendimiento y satisfacción por estar de acuerdo—. ¿Qué nos queda?

     — Bondage, Dominación, y Sumisión —dijo pequeñamente la rubia.

     — Ah, sí —asintió una tan sola vez—. “Sumisión” no es sinónimo de “sometimiento” —sonrió.

     — Fucking semantics… —refunfuñó.

     — Es un error muy común —sacudió su cabeza, porque sabía que, cuando hacía eso, Sophia no se sentía tan brillante, pero que, al mismo tiempo, le daba risa ser víctima del mal uso, del desuso, y del abuso coloquial—. “Sometimiento”, o “sujeción”,  implica que va en contra de la voluntad de alguien, una privación de todo derecho de pensar, creer, opinar, y demás, y “sumisión” implica una entrega ciega de cierta nobleza en la que todavía mantienes tu derecho de pensar, creer, opinar, y demás —hizo la sutil distinción—, y creo que aquí no hay ni sometimiento ni sumisión, ¿no crees?

     — Sottomissione e sudditanza —dijo para sí misma—, suena distinto —estuvo de acuerdo, pero Emma sólo elevó sus cejas—. Pero no es eso lo que preguntaste —rio, y Emma sacudió su cabeza—. Y no —respondió por fin.

     — Me sabe más a “devoción”, al menos de mí hacia ti —sacudió nuevamente su cabeza—, aunque creo que eso suena a un muy buen eufemismo para “sumisión” —rio, haciendo a Sophia reír también.

     — Te quedan Bondage y Dominación —susurró, irguiéndose para encarar a Emma a una altura más cómoda.

     — “Dominación” —suspiró—. Yo no te domino, tampoco te controlo; eres libre de rascarte lo que te pica en el momento que sea, en el lugar que sea, cuantas veces quieras.

     — ¿También hay una diferencia entre “dominar” y “controlar”? —preguntó con una provocadora sonrisa.

     — ¿Quieres saber mi opinión sobre el BDSM?

     — Claro.

     — Creo que la relación dominante-sumiso está malinterpretada —sonrió—; el dominante puede hacer lo que quiera y el sumiso puede estar maniatado, amordazado, y demás, pero quien en realidad tiene el absoluto control de la situación es el sumiso… otherwise, a safeword wouldn’t be necessary and wouldn’t stop whatever it is that the “dominant” is doing —susurró—. Pero, claro, yo qué sé —se encogió entre hombros—. Mi opinión seguramente sería refutada por la comunidad del BDSM… if such thing exists.

     — No te estoy juzgando —resopló, «no tienes por qué explicarte».

     — Lo sé —repuso, colocando la bufanda enrollada sobre la mesa de noche de Sophia, y se volvió a ella—. Hasta el sexo más “normal” puede salir mal… si te gustan esas cosas, yo no tengo ningún problema —sacudió sus manos.

     — No tienes ningún problema mientras no sean contigo —señaló inteligentemente.

     — Ese comentario me lleva a la “B” —sonrió.

     — Bondage susurró, pues Emma se había acercado íntimamente a ella.

     — Tenemos una “B” esporádica, fortuita, y momentánea —asintió.

     — Pero la tenemos.

     — Y eso me trae al inicio de esta conversación —asintió de nuevo—. El hecho de que tengamos la “B” no significa que tengamos y/o practiquemos BDSM —sonrió—. Pero, si el hecho de tener la “B” ya cuenta como un generalizado “BDSM”, supongo que lo tenemos… y como la definición no va con mis gustos me permito redefinirla a mi gusto —dijo, y, con la tan sola intención de inclinarse sobre Sophia para que se recostara de nuevo, la rubia cayó lentamente sobre las almohadas—; por eso puedo utilizar la safeword.

     — No entiendo por qué la utilizaste —murmuró, recibiendo a Emma entre sus piernas pero rostro contra rostro.

     — Porque me pone mal cuando gimes y cuando te mueves —respondió sinceramente.

     — ¿”Mal”?

     — My arousal is based upon your arousal; the more aroused you get, the more aroused I get.

     — Matemática simple —rio.

     — Sólo “simple” —asintió—. Además, no eres tú sin tus manos.

     — ¿A qué te refieres? —susurró, teniendo a Emma completamente sobre ella, sintiendo el peso que le gustaba sentir.

     — Me estorba el hecho de que no me tomes de la cabeza o de las manos, o que no te toques… —dijo, tomando su mano izquierda en la derecha suya para entrelazar sus dedos—. Sé que no tiene sentido, debe ser el alcohol hablando.

     — Podrá ser el alcohol, pero tienes que terminar lo que empezaste —le dijo, notando cómo Emma no la veía a los ojos sino que veía a sus manos entrelazadas.

     — Tengo la cabeza demasiado caliente como para realmente terminarlo —se excusó.

     — ¿Así le llaman al clítoris en estos días? —rio.

     — I might come across as quite aggressive —sacudió su cabeza.

     — ¿Y? —llevó su mano derecha a la quijada de Emma para direccionar su rostro a encarar el suyo, y, ante el «¿cómo que “¿y?”?», añadió—: I’m a big girl, I can take “aggressive”.

     — ¿Estás segura? —sonrió enternecidamente, y ladeó su rostro para acercarse a sus labios.

     — Segurísima —asintió, «porque sé que tu placer sexual es mi placer sexual, si no me gusta no te gusta: “simple”… “aplós”».

     — Tienes que aceptar que esto es raro —le dijo sin fundación coherente.

     — ¿Qué es raro?

     — Dejé de jugar con tu clítoris para hablar de BDSM y me preguntas qué es lo raro…

     — Hablábamos de una práctica sexual, no de astronomía; no estábamos tan lejos del tema —rio.

     — Igual, ¿no cuenta como un corte?

     — A veces es bueno tener un receso —sonrió—, en especial si no te sientes cómoda con el “cómo” lo estás haciendo.

     — No, Licenciada Rialto —rio Emma, tomando su mano derecha en la suya izquierda para imitar a su otra mano—, no se equivoque… que lo estaba haciendo bien —dijo, logrando entrelazar sus dedos con los de Sophia para, inmediatamente, presionar ambas manos contra las almohadas.

     — ¿Alguna vez te he dicho que, cuando haces eso, me parece demasiado “hot”? —suspiró la reanudación de su excitación.

     — ¿Cuando hago qué? —elevó su ceja derecha, y presionó todavía más hasta clavarlas entre las plumas y la memoria.

     — Eso —jadeó, porque precisamente ese clavado era lo que le parecía “hot” y no sabía por qué—. There’s something about my hands in your hands…

     — I know —susurró Emma, y, abruptamente, embistió contra ella—. Let me know if it gets too rough —pujó, pues la embistió fuertemente de nuevo.

     — ¿”Apples”? —gruñó.

     — “Softer” y/o “slower” de preferencia —y embistió de nuevo.  

No era la acción en sí la que a Sophia tanto le gustaba, pues el roce, en ese punto que había sido diseñado para tener placer sexual, era prácticamente nulo; un roce directo, agudo y preciso en su clítoris era meramente imposible, ni siquiera cuando la envolvía entre sus piernas. A Sophia le gustaba el roce en general; era sentir el peso que iba y venía, que la empujaba por y desde ahí, de ese lugar en el que nadie nunca la empujaba, que, con cada embestida, con cada empujón, Emma le clavaba las manos a la cama, a las almohadas, a lo que fuera, una simple evidencia de la fuerza con la que arremetía contra ella, y, así como se trataba de sus manos, así era con su voz, con el aliento de su “agresora”: pujado, arremetido, arrebatado, entrecortado. Y le gustaba la piel. Le fascinaba. Sus muslos apenas interactuaban, igual que sus piernas, pero sus vientres y sus abdómenes se rozaban de esa forma en la que las cosquillas dejaban de ser superficiales y que, de alguna forma, terminaban convirtiéndose en el sincronizado pujido, o en la tajante exhalación, o en un gruñido ahogado, o en un gemido mínimamente agudo pero denso. Y ni hablar del esporádico roce de sus pezones, porque dependía de qué tanto peso dejara caer sobre ella, o a qué altura se encontraba, pues sus pezones podía mantenerse clavados en su pecho, o podían ni siquiera rozarla, o podían rascarla de adelante hacia atrás al ritmo del vaivén, o podían jugar con los suyos.

A Emma le gustaba porque a Sophia le gustaba. Le excitaba porque a Sophia le excitaba.

                En esa ocasión, no sabiendo si era por la agresividad aparente o real, o porque simplemente era un factor o un componente más de su excitación, lo estaba disfrutando un poco más que las otras veces. Quizás era porque Emma, independientemente de cuántas embestidas le diera, o con qué fuerza, o con qué ritmo, siempre la veía a los ojos a pesar de ella mantener o interrumpir el contacto visual; era penetrante, y era relativamente ruda, pero le gustaba encontrarse con ese tono y ese acento asesino que se mezclaba con la marcada respiración y la embestida.

                Se detuvo con la misma fuerza con la que había arremetido contra ella la primera vez, la dejó esperando la siguiente embestida, pero Sophia, en cuanto no la recibió, abrió sus ojos para simplemente encontrarse con una pícara sonrisa.

— ¿Por qué te detuviste? —exhaló con expresión de preocupación, pues le preocupaba que cortara su placer de nuevo; eso era cruel.

     — Porque puedo —elevó rápidamente su ceja derecha y soltó las manos de Sophia para reacomodarse un poco, o sólo era para llevar su mano a aquel minúsculo espacio que quedaba entre ambas entrepiernas—, y porque mis intenciones, si no te confunden, no son divertidas —resopló el tequila.

     — Is this some kind of orgasm denial? —frunció su ceño.

     — ¿Qué se supone que significa eso? —se reflejó, y, rápidamente, materializó sus dedos a la altura de los labios de Sophia, quien, al ver lo que los embadurnaba, y saber que no era de su propia creación y/o secreción, abrió la boca y dijo “ahhh”—. Buenas amígdalas tiene usted, Licenciada Rialto —bromeó Emma, por lo que Sophia, un tanto avergonzada, cerró sus labios con tal presión que terminó por fruncirlos—. Todavía no sé por qué lees las Cosmopolitan —sonrió, y esparció suavemente lo que sus dedos habían recogido de sí misma por los cada vez-menos-fruncidos-labios-de-la-rubia—. Ah, ¿que cómo sé eso? —resopló ante la mirada de Sophia—. Es la revista que no logra hacerse ausente en todo tipo de sala de espera —le dijo—; siempre hay una revista para mujeres, pero como Vogue es demasiado cara ponen una Cosmopolitan, y hay una sobre finanzas, otra sobre deportes, otra sobre carros, y, probablemente, una National Geographic… y sé que todo el tema de BDSM lo extrajiste del especial de “50 Shades of Grey” que tuvo Cosmopolitan —sonrió, llevando sus dedos a sus labios por haber terminado de aplicarle el brillo labial a la rubia.

     — Fuck the fucking Waldorf Pudding —exhaló Sophia luego de haber paseado lentamente su lengua por sus labios para recoger las creaciones de Emma—, best dessert ever… commendations to the chef.

     — Negarte un orgasmo sería demasiado cruel —omitió el comentario, aunque su Ego sonreía y le daba las aprobantes palmadas en su cabeza.

     — Bueno, yo no puedo hacer eso que tú haces —se encogió entre hombros—, me estorba.

     — ¿Qué es lo que hago yo? —rio.

     — “Edging”.

     — ¿Eso se refiere a “bordear” el colapso temperamental? —bromeó, escabullendo nuevamente su mano entre ambas entrepiernas, pero, esta vez, se detuvo en la de Sophia, quien suspiró verdaderamente agradecida por la atención—. Digo, porque, si es a eso a lo que te refieres, lo hago todo el día y todos los días —sonrió, y sintió cómo la mano de Sophia se aferraba abruptamente de su nuca; vil reflejo de placer.

     — Hablaba de… —gruñó, y Emma rio, prácticamente se burló de ella en todo sentido, pues atrapó su clítoris entre sus dedos para aplicar cierta presión entre el ir y el venir de ellos—. Control orgásmico —exhaló densamente.

     — ¿Qué? —rio, intentando contenerse la carcajada.

     — Te he visto controlarlo —gruñó de nuevo ante la provocación de Emma, esa que nacía del término “provocador” y no “provocativo”.

     — ¿En qué sentido?

     — ¡Emma! —gimoteó, estando al borde de caer en un berrinche, pues Emma, de cierta forma, la estaba bullying a nivel sexual, cosa que no era mala sino frustrante.

     — Así me llamo —asintió burlonamente.

     — Cínica —la acusó, y llevó su mano a la de Emma para asegurarse de que la siguiera tocando, porque a veces se detenía.

     — Lo que me has visto hacer no es un “control” —sonrió, dejándose llevar por el movimiento y el ritmo que Sophia le marcaba—, es una desesperación por no poder correrme aunque quiera demasiado.

     — Emma Pavlovic tiene problemas para correrse —se burló descaradamente, pero Emma no supo reaccionar bien ante la burla, por lo que invadió a Sophia con dos agresivos dedos en su vagina—. Tengo que ofenderte para que reacciones —gimió, viéndola a los ojos con una orgullosa sonrisa.

     — I can cum just fine —la penetró fuertemente de nuevo, logrando sacarle un gemido demasiado bueno para ser cierto—. Cuando quiero —la penetró de nuevo—, como quiero —y de nuevo—, y cuantas veces quiera —y la penetró de nuevo, esta vez para dejar sus dedos dentro—. Pero prefiero tener un orgasmo enorme a tener varios pequeñitos que duren un segundo —entrecerró su mirada, como si quisiera reciprocar la ofensa, y sus dedos se empezaron a mover de arriba hacia abajo.

     — A mí me gusta correrme, a ti te gusta la fase del plateau —gimió—, y te gusta tanto el plateau que eres capaz de quedarte ahí sólo por propia diversión hasta que, por motivos de Ego, decides correrte.

     — ¿Y? —dijo entre dientes, siendo ahora tomada por la nuca por las dos manos de Sophia, las cuales la halaban hacia abajo a pesar de que ella ponía resistencia para mantener sus ojos clavados lo que la deleitaba visualmente.

     — Eso es control orgásmico —tiró más de su nuca.

     — Well then, I guess I’m a fucking master at it —sonrió, y, habiendo dicho eso, batió rápida y rudamente sus dedos de arriba hacia abajo, presionando su GSpot con la tajante travesura que hacía que Sophia ya no pudiera abrir los ojos y empezara a perder el control de sus caderas—. Sé lo que estás haciendo, Sophia —rio, pues sentía cómo su vagina se contraía alrededor de sus dedos para reducirle el espacio y, así, dejarse ir en lo que quería: «orgasmo».

     — Cállate, que me estás distrayendo —refunfuñó justificadamente, pero Emma ensanchó la mirada.

     — ¿Qué me dijiste? —siseó, cesando el movimiento de sus dedos en la vagina de la rubia.

     — No puedo correrme si me distraes —abrió sus ojos para mostrarle una mirada que gritaba pánico, pues, ¿en qué momento se le había ocurrido callarla?

     — ¿Qué fue lo otro que me dijiste?

     — ¿”Cállate”? —musitó en una pequeñita voz.

Emma rio nasalmente mientras dibujaba una extraña sonrisa de ceño y de labios fruncidos, y, sin decir una palabra más «hasta nuevo aviso», reanudó la estimulación vaginal de la rubia.

Pero la reanudó con cierta saña que luego voy a terminar de explicar con porqués que no son tan aparentes, pues era sintética a pesar de no ser falsa, porque en el fondo estaba enojada por lo que no podía dejar ir de la madrugada, pero el “cállate” no le enojaba sino le divertía por razones tan extrañas que ni ella sabía.

                Se dejó caer contra su cuello para empezar a besarla y a respirarle en esa región que tantas cosquillas le daban, y esa estimulación, entre el abrazo de la rubia, el cual servía para asegurarse de mantener su peso sobre su torso, y las intenciones vaginales, sólo la hicieron empezar a gemir sin la preocupación de haberla ofendido, pues, si no se había ido, no podía haber sido tan malo, en especial si juzgaba por los besos y los mordiscos.

                Sophia se abstuvo de gemir en cualquier idioma que no fuera un onomatopéyico llamado de estarse metafóricamente apareando, simplemente gemía, gruñía, pujaba, y no dejaba de exhalar con esa densidad que sólo el sexo conoce.

Pero sí mantuvo las contracciones “à propos” para llevarse al orgasmo que Emma iba a potencializar, o para potencializar el orgasmo al que Emma la llevaría; la abstracción era incierta a pesar de ser un hecho.

Le clavó superficialmente las uñas en su espalda, a una altura al azar, y, a medida que se iban ahondando en su piel sin lastimarla, Emma simplemente agilizó la estimulación hasta que la llevó a esos dos o tres segundos de silencio, pausa, y muerte total, esos dos o tres segundos previos al orgasmo, pues todo entraba en relajación antes de ser todo lo contrario. El silencio se convirtió en un sonido que iba en crescendo hasta ser un grito que vivía el descontrol de cada nervio de su cuerpo en su totalidad, esa convulsión que, de no tener límites, probablemente terminaría en el suelo. Y ni hablar de la cantidad y de la presión con la que aquella eyaculación salía para caer en la palma de la mano de Emma, pues ella, cruelmente, o quizás no tanto, no había dejado de hacer ese movimiento, y tampoco había reducido la velocidad, tampoco la fuerza. ¿Cómo podían algunas mujeres no reaccionar así ante una eyaculación? Eso estaba diseñado para vivirse como un exorcismo.

Los espasmos remanentes, esos que eran los que daban pie a una muy probable hormonal carcajada, fueron acomodándose al decreciente ritmo de los dedos dentro de ella, y, en cuanto sus dedos se salieron, lo único que quedó fue una agitada respiración que salía por entre el suave mordisco que le daba al pecoso hombro.

                Emma esperó, esperó pacientemente a que Sophia pudiera tragar suficiente saliva para humedecer nuevamente su garganta, a que se le regulara la respiración, a que su vagina dejara de contraerse autónomamente, a que ella se relajara en todo sentido, a que cediera a ese sorbo de cansancio.

Dejó de tener uñas en su espalda y dientes en su hombro, y, con mudas caricias que ni tenían ni carecían de sonrisas, simplemente acosó la rubia fisonomía de ojos cerrados que procesaba aquel terremoto corporal.

Se irguió, dejando que el vacío se sintiera sobre Sophia en forma de una inexistente brisa, y, llegando a estar de rodillas entre sus desplomadas piernas, ladeó su cabeza hacia la izquierda con su ceja derecha mínimamente elevada para encontrarse con una ebria mirada celeste que apenas podía entreabrirse. Pecho rojo, piel que necesitaba un poco de sol, abdomen que se movía más de arriba hacia abajo que en un movimiento de inflar y desinflar, y entrepierna que estaba realmente como si se tratara de “llover sobre mojado”. Ingle, monte de Venus, interior de sus muslos. Qué desastre.

— No me veas así que tú me lo hiciste —se sonrojó Sophia.

Emma sacudió su cabeza y se encogió entre hombros, soltó una risa nasalmente callada, y, sin decir absolutamente nada, tomó su pierna izquierda para colocarse de esa forma en la que Sophia sabía exactamente qué estaba por suceder.

Realmente dejó que su peso hiciera el contacto, porque, cuando era muy superficial, o sea un simple roce, no era tan satisfactorio como cuando se hacía más grave. Además, el peso era para que Sophia no interviniera en el movimiento.

                Se aferró a su pierna, la cual había sido elevada y flexionada, y empezó con el vaivén. Era la ventaja de que Sophia estuviera hinchada y ella prácticamente no, porque entonces podía abusar de eso para reflejarse en el momento preciso; le gustaba sentir su hinchazón con algo que no fuera su boca o sus manos.

— Artillería pesada —rio la rubia, alcanzando a tomarla por la cadera para tener algo de qué aferrarse ella también.

Emma no dijo nada, porque jugaba y abusaba del “cállate” con descaro, porque sabía que eso llevaría a Sophia a un ataque de desesperación de risas y carcajadas nerviosas que terminarían en una disculpa que no necesitaba. Y, como no dijo nada, cerró sus ojos como si en ese momento el placer se tratara de sólo ella.

                El movimiento no era tan preciso como cuando era un verdadero “scissoring”, no era ese choque pausado que podía ser restregado con malicia, pero era lo suficientemente adecuado como para sacar futuros gemidos, pues el frote, porque eso era lo que era, permitía que cada componente de la entrepierna de Emma se encontrara con cada componente de la entrepierna de Sophia, por lo tanto debo decir “y viceversa”.

                Emma se dedicó a respirar a ojos cerrados, entre cabezas rendidas y alzadas, inhalaba y exhalaba con paciencia y con profundidad sin importar la rapidez o la tosquedad del movimiento que claramente tenía que afectar su resistencia pulmonar, y Sophia, sin poder hacer mucho, más que tomarla por la cadera y por la mano que sostenía su pierna en lo alto, sólo admiraba lo que era un italianísimo placer que cualquiera podía tachar de egoísta.

Pero, claro, Emma no era de madera, ella y su clítoris también sentían, y era por eso que, a pesar del frote continuo y monótono, había esa remota interrupción en contacto y en ritmo para no obligarse a saltar al precipicio; su víctima era Sophia, o quizás sólo liberar un poco de vapor de la olla de presión.

                Sophia, contrario a lo que Emma sentía con cada interrupción, se veía cada vez más al borde de una recaída orgásmica; una recaída que no era nada sino buena. Cada vez que Emma venía, la halaba, y, cada vez que Emma iba, le ponía la débil resistencia para que no se fuera.

Había sido un día relativamente difícil, o quizás sólo complicado por las fluctuaciones respectivas, tenía alcohol en la sangre, y tenía las ganas suficientes y demasiadas de hacer catarsis de la forma más placentera posible. Ella prefería despilfarrar sus hormonas y su energía en algo que la dejara con una sonrisa y con ese tipo de sueño con el que realmente era rico dormir, no con arrojar cosas contra la pared, o con gritar, o con lo que fuera. Darle vacaciones a las piernas hasta el día siguiente que urgentemente tuviera que ir al baño, darle vacaciones al despertador, porque pobre de él si la despertaba: él si sufriría de un atentado contra la pared; pobre iPhone, pobre Siri.

— Me voy a correr —gruñó Sophia entre dientes, no sabiendo si era una advertencia o una simple pieza de información, o quizás una alerta informativa que implicaba un “¿y tú?” o un «para que hagas lo casi imposible» “para que te corras conmigo”.

Emma no respondió de ninguna forma, al menos no inmediatamente. Sólo abrió los ojos y le clavó la mirada en la suya entre respiraciones densas y cortadas que sólo servían de sinónimos o de descripciones para el ritmo y el acento del frote.

                Y, como si no tuviera ninguna terminación nerviosa ahí, se frotó y se frotó, y se frotó, y se siguió frotando contra Sophia literalmente sin piedad, sin misericordia, sólo con una actitud de exigir un orgasmo que sabía que no sufriría ella sino que lo había provocado, ergo reclamado.

Sus respiraciones no eran tan toscas como las de un toro, porque eran más delicadas, pero eran tan bruscas y tan «agresivas» que por alguna extraña razón, siendo amante de lo ligero, de lo gentil, de lo delicado, de lo-cualquier-sinónimo, le parecieron, a la rubia, que eran el mayor componente de lo que la sacaría de control en tres, porque era eróticamente violento, dos, porque asoció y asumió la lubricada tosquedad con la inminente y eminente posesión sin restricciones y sin ataduras, uno, porque era y se sentía rico.

                Las caderas de Sophia se elevaron, así como el gemido que se le escapó y con mucha razón, pero, al igual que la vez anterior, y al igual que todas las veces que pasaba que Emma estaba encima, Emma la ancló a la cama entrepierna contra entrepierna para que no se sacudiera, pero, a diferencia de la vez anterior, no continuó la estimulación sino la detuvo. Le habría gustado torturar aquel clítoris con más frote, pero sus pulmones y sus caderas no le daban para mucho en ese momento; necesitaba un respiro, un afloje de cuello, y un descanso de caderas de un minuto.

Oh, my God… —suspiró Sophia, con una mano sobre sus ojos en ese gesto de mundial conocimiento de “no puedo creerlo”, y Emma levantó la mirada, la cual ya carecía de aquello que le estorbaba a cualquiera—. That wasn’t fair —rio, dejando que se le saliera esa mezcla de alcohol y endorfinas, pero Emma sólo ladeó la cabeza como si no entendiera—. Oh, come on! —frunció su ceño, y, de un movimiento un tanto brusco, la tomó por la cintura para tumbarla sobre la cama—. Por favor —susurró—, habla.

     — ¿Sobre qué? —sonrió con cierto cinismo.

     — Es realmente incómodo cuando no hablas —frunció sus labios.

     — Somos difíciles de complacer —resopló para sí misma—. No te gusta cuando hablo, no te gusta cuando no hablo.

     — Sólo estaba jugando —apagó su voz.

     — Lo sé, yo también —sonrió, y llevó su mano al cabello de Sophia para poder arreglárselo tras su oreja; «melena rebelde».

     — No me asustes así —refunfuñó.

     — No estoy enojada.

     — Mentirosa —rio.

     — De verdad, no estoy enojada —ensanchó la mirada.

     — Celosa, entonces…

     — Eso… —suspiró Emma.

     — Te voy a decir una cosa —la interrumpió—. I ain’t no bull, I ain’t no horse, I ain’t no rollercoaster… I don’t like to be ridden —murmuró—, but I have to admitthat was one hell of a ride —sonrió, y Emma frunció su ceño, porque de verdad no entendía—. Por mí te puedes poner celosa cuantas veces quieras y de quien sea, siempre y cuando el resultado sea eso que acabas de hacer.

     — ¿Qué te hace pensar que estoy celosa de “alguien”? —resopló, y Sophia frunció su ceño, ahora las dos con sus ceños fruncidos.

     — Tú dijiste que estabas celosa.

     — Sí, y lo sigo estando —«sin fundamentos racionales, pero lo estoy».

     — Voy a utilizar el comodín de rubia para pedir explicación —sonrió angelicalmente por no entender absolutamente nada.

     — Yo no estoy celosa de “alguien”, estoy celosa del hecho de que bailaste con otra persona que no era yo… estoy celosa del verbo “no fue conmigo” —rio—. I don’t give a rats ass with whom you danced, for all I know it could have been fucking Fred Astaire with whom you danced and that’s okay with me, what’s not okay with me is that you have to look for a dance partner.

     — Oh… —elevó sus cejas—. ¿Por qué no dijiste nada?

     — Porque no me afectó hasta que me di cuenta de que la única que te da vueltas soy yo —sonrió.

     — ¿Eso significa que vas a bailar conmigo la próxima vez?

     — Siempre bailo contigo.

     — Menos cuando hay demasiada gente verde o de principios del siglo pasado, ¿no? —rio.

     — Judgemental prudes, yes —asintió—. Me incomodan cuando se incomodan.

     — ¿O te incomoda incomodarlos?

     — Mi misión en la vida no es incomodar a nadie, si lo hago no es porque me excita, pero tampoco me gusta que me incomoden.

     — Fair enough —sonrió—. Hablando de lo que te excita, o de lo que no te excita, ¿no es un poco sádico no dejar que te corras?

     — ¿De qué hablas?

     — No te dejaste ir.

     — Eso es porque me gusta cuando me lo arrancas —sonrió—. Orgasmo arrancado le gana mil veces a un orgasmo provocado.

     — Mmm… ¿y cómo sugieres que te lo arranque?

     — ¿Cómo quieres tú arrancármelo?

     — Hm… —mordisqueó su labio inferior, y dejó que su frente se posara sobre su clavícula—. No creo que te guste la idea.

     — Te pregunté cómo quieres tú arrancármelo —rio con cierta seriedad—. Si no vas a tomar la oportunidad de ponerme en cuatro, y de cabeza, I might as well just get off by myself —dijo, dándole dos impersonales palmadas en su cabeza, y lo dijo de tal forma que Sophia realmente se asustó, y se sorprendió, y se ofendió, y todo lo demás, por lo que levantó la mirada para asesinar a Emma en silencio—. Así es exactamente como me siento yo —sonrió, ahuecándole la mejilla.

     — ¿Con ganas de matarme? —frunció su ceño.

     — Ah, ¿te sientes suicida? —Sophia entrecerró la mirada—. Ven aquí —susurró, tomándola ligeramente por la quijada para halarla hacia ella.

Fue algo que apenas caía en la categoría real de “beso”, fue más como un sello de labios. O al menos eso fue en un principio.

                Hubo una pausa que pareció ser larga, pero no duró más de dos o tres segundos, y ninguna de las dos respiró, ni se movió, sólo se vieron a los ojos, y supieron que era hora de jugar. De literalmente jugar.

                Sophia se le lanzó a Emma encima, sin cuidar de su peso, de sus afilados codos o de sus huesudas clavículas, literalmente la escaló para aferrarse a ella, y Emma que, en el proceso, la había tomado por la cintura para, improvisadamente, ponerle un poco de resistencia, porque así era como se había sentido ante el titubeo de potencial aceptación de su propuesta, aunque, en realidad, no había recibido una aceptación como tal. La tumbó sobre la cama, sabiendo perfectamente bien que, debido a la posición en la que habían aterrizado, Sophia sólo esperaría otra sesión de bienvenidas embestidas, por lo que decidió rodar, con ella entre sus brazos, para dejarla encima.

— No quiero sólo uno —le dijo, haciendo de su normal voz un susurro porque la rubia se acercaba cada vez más a sus labios.

     — ¿Cuántos quieres?

     — Los que aguante —respondió inteligentemente—. ¿Por dónde vas a empezar?

Sophia sonrió y se encogió entre hombros, con esa ceja que se elevaba fugazmente por cómo su mirada trazaba la poca inocencia que todavía le quedaba, y, como no estaba satisfecha con la cantidad de labios que había tenido en todo el día, en especial porque había sido un día lleno de fluctuaciones, se concentró en intentar recrear las sensaciones que aquel beso en Central Park le habían generado.

Pero ella sabía que era ciegamente estúpido intentar recrear algo del pasado, así se tratara de algo que había ocurrido unas cuantas horas atrás, aunque, claro, sabía que la parte inteligente era la que determinaba una línea base y no necesariamente un marco teórico, la parte inteligente era el momento en el que lograba el estado estúpido en Emma… por muy feo que eso se escuchara. Y, para eso, Sophia necesitaba ser apabullante pero paciente, ligera en tacto pero no ligera en seriedad, instigadora de cesión pero no de rendición, y tenía que llevarla a un ritmo suave y con suficientes componentes físicos, de tacto, de roce, y de labios, como para distribuir su atención en cada uno de ellos; para que no se concentrara en intentar tener el control y el derecho del labio inferior, porque, aunque tuviera las intenciones de ceder, su inconsciente haría lo contrario. Se trataba de, literalmente, apoderarse de su autonomía.

                La besó con ese acento que no implicaba precisamente sexo, porque eso, a pesar de ser el objetivo, siempre podía cambiar; podía pasar a cualquier matiz que cayera en el término “relación sexual”, o podía simplemente quedarse en una sesión exploratoria de labios y manos.

Abrazándola por su hombro derecho con su brazo izquierdo, básicamente enganchándolo, dejó caer sus cincuenta y dos kilos, más los dos que probablemente significaban en comida y en bebida, y se encargó de irle marcando la necesidad que tenía de ella con sus labios, con su lengua, con sus dientes, con sus manos, las cuales se dividían en su cabeza y en su mejilla.

Eran sus sabores, de aquí y de allá, todos concentrados en ese juego al que Emma empezaba a ceder poco a poco, con ese toque de tequila en el fondo, y sus manos que empezaban a cobrar vida para viajar por la espalda de la rubia que parecía querer lanzarse de clavado con ella, en ella, para ella.

                Logró casi las mismas circunstancias de Central Park, o, al menos, casi las mismas sensaciones, porque en ese momento le estaba dando más: más piel, más tacto, más cariño, más soltura, más libertad.

                Decidió hacer una pausa, con calidad de receso y no de corte absoluto, porque necesitaba pensar cómo sería su próxima movida; no sólo era de besar su camino hacia donde no le arrancaría. Apoyó su nariz sobre la suya, presionando punta con punta, recogió aquel flequillo castaño para esconderlo tras su oreja, y, para ese entonces, para esa caricia, ya Emma la tenía completamente abrazada y no tenía intenciones de soltarse.

— Te amo —susurró Emma, apretujándola un poco más entre sus brazos, así como siempre lo hacía, porque eso, en su cabeza, sólo era una representación física-corporal que daba a entender un “mía”.

     — Páli

     — Te amo —repitió.

Por osmosis, o por cualquier tipo de difusión y/o absorción, Sophia, de manera inconsciente, le inició un beso que claramente podía ser parte rítmica y vocal de “Go It Alone”, pero nunca a nivel de semántica, ni de cualquier recurso lingüístico que tuviera que ver con el significado y el significante, quizás más inclinado a la retórica y sólo por el tono y el carisma aplicado; era calmado, ciertamente seductor, nada serio, quizás un poco juguetón, quizás un poco picante. Quizás era la guitarra del fondo. No sabía. No sé. Y hablo de difusión/absorción porque Emma tenía un serio OCD con los momentos y las canciones que podía aplicar para describirlos. Detrás de todo eso, del ritmo y la retórica, y del juego pacífico de sus labios, Sophia sólo reciprocaba aquella declaración, confesión, y sentimiento, en especial porque consideraba que era especial cuando era ella quien tenía las pautas óptimas para decir un “yo también”.

                Tiró de su labio inferior de esa específica forma que le hacía saber que, aunque no quería, dejaría sus labios para optar por otras regiones de piel. Mordisqueó suavemente su mentón, y se desvió por su carótida para alcanzar aquellos huequitos que se escondían tras aquellos gustos de tres y medio quilates por oreja.

Emma no era coloquialmente sensible de por ahí, ni de por acá, el cuello era una zona casi muerta, pero, en cuanto Sophia se olvidaba de que Harry Winston podía pagar unos cuantos salarios más y mordisqueaba su lóbulo, o cualquier parte de su oreja, entonces sí enloquecía su sensibilidad, que con el mordisco era que soltaba aquella sexual exhalación que tanto le gustaba a la rubia.

Mordisqueó un poco sus hombros, besó sus clavículas, e inhaló la desvanecida insolencia de donde la había trazado por la tarde. Y, ni modo, cuando ya llegó a la indiscutible parte de su pecho, tuvo que soltarse de ella para poder seguir haciendo de las suyas sobre aquella superficie enrojecida. Y, con cara de «Oh my God! Boobies!», tomó ambos senos en sus manos para repartir un beso en este y un beso en aquel por igual.

                Emma se elevó mínimamente con ayuda de sus codos, porque era momento de ver, de ver, y de ver más. De ver especialmente ese segundo en el que Sophia abría sus labios para atrapar su dilatado pezón, pues, cuando lo soltara, ya estaría a medias erigir y su areola a medias encoger.

Le gustaba ver cómo envolvía su pezón, cómo lo succionaba lentamente para liberarlo rápidamente, o viceversa, cómo lo provocaba con la punta de su lengua, cómo lo mordisqueaba y tiraba de él, o, simplemente, cómo paseaba su labio inferior por el borde inferior de su pezón. A Sophia le gustaba todo eso, y le gustaba ver y saber que Emma la veía, asumo que era el voyerista gusto por el voyerismo ajeno, y le gustaba sentir cómo Emma no tenía control sobre la rigidez y la erección de lo que ahora soplaba con tibieza para luego soplar con frialdad, el cual era el momento decisivo para que Emma echara su cabeza hacia atrás pero sin dejarse reposar sobre la cama.

                Ya el rojo se había esparcido más por su pecho, llegando a sus hombros y a una quinta parte de sus antebrazos, y al yacimiento de sus senos, y, de haber sido ella la víctima por tanto tiempo, ya el rojo habría invadido sus pezones también, pero los de Emma no cedían con esa facilidad, o quizás era por la carencia de transparente palidez.

                Abusando de las proporciones, le mostró cómo era que ella sí podía ahogarse entre lo que tenía entre las manos, y, dando besos a ese pequeñito lunar que pervertía a hasta a las mentes más fuertes y más asexuales, logró anestesiar la resistencia desde ambos extremos; desde el juego y desde la naturaleza. Además, era la movida perfecta para seguir el camino hacia abajo.

                Fue como si se leyeran la mente, porque, en cuanto Sophia dejó su pecho para mordisquear en venganza, Emma se aferró a aquello que Sophia no quería dejar, pero, lastimosamente, no podía partirse en dos para residir en ambos lugares, y Sophia no tuvo que decírselo, ni que pedírselo, sólo fue algo de “teamwork”.

Emma se aferró con ligereza de sus senos, de esa forma que parecía que en realidad se sostenía con un suave apretujón estático y que entre su pulgar y su índice era que quedaba aquel erecto pezón a la espera del regreso de Sophia, o quizás de un autoabuso al azar.

                Mordisqueó y mordió aquí y acá, todavía con el sabor de Beck, porque se le hacía irresistible eso de no tirar de su piel con sus dientes, en especial porque sabía que le gustaba, porque no le hacía cosquillas de risa sino de esas que sólo en ese momento se podían sentir. Quizás era la cadencia, quizás era la inflexión, quizás era la vehemencia, o quizás era la gradación.

                No le devolvió el lengüetazo mortal, aquel que recorría su vientre hasta su ombligo, pero, en equivalente venganza, se desvió por la fosa ilíaca izquierda con el reverso de su lengua para luego lamer de regreso hasta el punto inicial y besarla con la sobriedad que no se refería a la cantidad de alcohol sino a la pausada y ligera lentitud, y repitió el lengüetazo hacía abajo y hacia arriba, y el beso, y de abajo hacia arriba, y otro beso, y así, y así, y así, hasta que, poco a poco, fue acercándose a su entrepierna.

                Mordisqueó con labios adjuntos aquella región escondida de su muslo y ocasionó una inhalación entre dientes que luego se transformaría en dientes aprisionando labio inferior para la exhalación, una cabeza que caía para confesarse con el techo, y una contracción entrañal que había sido demasiado evidente.

                Emma irguió su cabeza para seguir viendo lo que Sophia hacía, porque, dentro de todo, era una especie de preparación mental; tenía que saber más o menos qué esperar de la impredecible melena rubia. Sophia la vio a los ojos, dibujó una sonrisa que se vio más por el arco de sus cejas que por sus labios, pues sus labios estaban escondidos a esa altura que Emma no alcanzaba a ver porque tenía la barrera de su monte de Venus, y, de repente, sólo sintió cómo el labio inferior de Sophia se adhería con humedad a la conclusión de sus labios mayores para recorrerla hacia arriba con una delicada exhalación que apenas rozaría sus hinchados labios menores y que terminaría en un beso en su clítoris, el cual se transformaría en una suave succión.

Sabía un poco a ella por aquel orgásmico frote, pero, en cuanto clavó su lengua en su vagina, porque se trataba de recorrerla desde ahí hasta su clítoris, sintió el sabor de sólo Emma, ese sabor que provocó un “mmm” en Sophia, y en Emma se liberó un “mmm” por igual, aunque este era por la sensación.

                Su lengua iba cruel y lentamente de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, porque ella también podía torturarla sanamente, y Emma que sonreía desde el lugar que le pertenecía a la audiencia, pues no había nada mejor que hacer contacto visual cuando llegaba a su clítoris y concentrarse en su levantado trasero al fondo; porque a Sophia no le importaba si era en uno, en dos, en tres, en cuatro, o en cuántas. Y había una razón bastante clara por la cual Sophia no se había acostado sobre su abdomen, y era que, con su brazo izquierdo, podía ejercer la fuerza necesaria, con ayuda de su peso y de la gravedad, para que Emma no se moviera ni un centímetro de la cadera hacia abajo; casi como una epidural, y, además, podía ejercer cierta presión en su vientre a la hora en la que decidiera penetrarla. Porque la iba a penetrar.

— Sabe bien, ¿verdad? —exhaló Emma, llevando su mano derecha al cabello de Sophia, pues ya se había empezado a salir de aquella ajustada pero voluminosa coleta alta, y lo empezó a recoger entre gestos que tenían intenciones de peinarla con mimos.

     — Mjm… —asintió, «what an Ego!», y rio nasalmente, haciendo que la risa en sí fuera lo que aterrizara sobre el ápice de sus labios mayores.

     — Suck —acezó, cerrando sus ojos para recibir esa solicitada succión, pero, al no recibirla en los siguientes tres o cuatro segundos, los abrió de nuevo—. Pretty please? —sonrió dulce y encantadoramente.

«How the fuck am I supposed to say “no” to a fucking “pretty please”?», rio de nuevo la rubia, y, como pedido de forma tan irresistible, atrapó su clítoris entre sus labios para empezar a succionarlo con el mismo encanto con el que se lo había pedido.

                Emma se hundió entre sus hombros, porque las succiones le quitaban casi toda voluntad de permanecer erguida, y no podían quitársela del todo porque sus ganas de ver tenían suficiente peso, pero, al saber que ya no podía mantener sus ojos abiertos de forma continua, respiró profundamente y dejó que su cabeza se rindiera hacia atrás para escuchar la humedad con la que Sophia dejaba libre a su clítoris para secuestrarlo de nuevo y de ipso facto. Síndrome de Estocolmo.

Su cadera se empezó a mover en el inevitable vaivén, y, contrario a las intenciones de Sophia, de mantenerla quieta por venganza, se vio abrazada completamente por la cadera y sólo por comodidad de la rubia, pues podía mecerse con la longitud y la curvatura de su elección.

Aunque, en realidad, creo que fue una movida inteligente de la rubia que iba en contra del estereotipo del vacío cerebral, porque, como Emma le había dicho en numerosas ocasiones de que ella “under no circumstance was going to neither sit nor ride her face”, dejó que el minúsculo y sexual vaivén se encargara de precisamente hacer lo contrario a dicha declaración; no era tan evidente, y no ahogaba, y era perfecto.

                Sophia la abrazaba con ambos brazos, la sostenía pero no la detenía, y dejaba que sus manos se posaran una en su cabeza y la otra sobre su mano derecha; ya Emma había caído completamente sobre la cama.

Dejaba que Emma se rozara contra su lengua o contra sus labios tres veces y luego succionaba, o dejaba que se rozara contra sus labios y luego lamía, o simplemente se dejaba rozar. Bueno, mientras Emma no supiera a consciencia lo que hacía, no habría ningún problema.

                De repente succionó para no soltar, succionó su clítoris y lo que pudo de sus labios menores, y estiró sus brazos para alcanzar sus senos, lo cual sólo hizo que la posición de las piernas de Emma se compactara de cierta forma y en todo sentido.

Los pies de Emma aterrizaron en sus hombros, sus manos sobre las suyas para obligarla a apretujarle sus senos con la fuerza que considerara mejor, y, como era esperado en ella, respiró lo más profundo que pudo para mantener esa exacta cantidad de oxígeno para luego liberarla en diez tortuosos segundos, en diez tortuosas succiones.

                Y entonces sí. Salió el primer gemido real, el primero que no había podido disimular y/o contenerse de ninguna forma, y, a partir de ese insignificante gemido, era la de no poder parar de gemir, ni siquiera a pesar de su adorada profunda respiración.

                Sophia llevó su lengua a su vagina para recoger un poco más de su lubricante, porque las consistencias no eran iguales y sabía que a Emma eso tan líquido podía terminar por jugarle en contra, y, cuando llegó de regreso a su clítoris, fue que se dio cuenta de lo realmente hinchada que estaba. Realmente estaba caliente, rígido, y que, en realidad, podía verse a simple vista.

Rio a ras de él, y, sin pensarlo dos veces, cedió a sus ganas de provocarlo con el filo de sus dientes.

Una carcajada nerviosa y casi orgásmica fue lo que interrumpió los diez segundos de exhalación de Emma, una carcajada que le decía un “eso no se hace”, pero, como ella era rebelde, lo hizo de nuevo. Esta vez no obtuvo ninguna carcajada, sólo un gruñido agresivo y violento que, de la nada, se transformó en ambas manos a su cabeza para mantenerla adherida a su entrepierna, pues, si anulaba la distancia, sólo quedarían sus labios o su lengua, pero su vaivén se vio interrumpido porque tenía más consciencia que hacía unos momentos.

Pero creo que le salió el tiro por la culata.

                Sophia succionó fuertemente, reciprocando el tono de su gruñido, y, mientras su clítoris estaba entre sus labios, abusó de él con su lengua sin vergüenza y con descaro mientras la veía a los ojos.

Emma sollozó. Sus pies cayeron a la cama y, de manera impetuosa, sus caderas se elevaron de golpe, haciendo que su clítoris se escapara de aquella perversa succión. Sophia, viendo aquello a corta distancia, la haló con ambas manos para regresarla a la cama, pero, en el proceso, Emma llevó sus dedos a su clítoris para frotarlo rápidamente, así como si se estuviera sacando hasta la última gota de orgasmo. Porque eso hacía.

— Oh my God! You just came! —rio Sophia al ver que era imposible pasar por alto lo que secretaba Emma en ese momento, pero, inmediatamente, frunció su ceño—. You came —refunfuñó.

     — I’m still… —se ahogó antes de poder terminar, y Sophia vio cómo su vagina y su ano se contraían periódica e intensamente cada segundo, algo muy propio del descontrol.

     — Don’t you fucking dare to stop touching yourself —le dijo, porque ya veía las intenciones que Emma tenía de hacerlo, y sólo vio cómo sus dedos hacían una breve pausa de un segundo para reanudar el frote pero más despacio—. You’re still twitching —murmuró extasiada, y llevó su dedo índice a su perineo, ¿cuándo había sido la última vez que había jugado con eso?

     — ¿De verdad? —se irguió un poco, volviendo a apoyarse con su codo de la cama.

     — ¿No lo sientes?

     — No siento las piernas —sacudió su cabeza.

     — Poor you —se burló, y sacó su lengua, aunque no por burla como tal sino para recoger su orgasmo.

     — Tu dedo —le dijo casi cavernícolamente.

     — ¿Qué pasa con mi dedo? —sonrió, apenas moviendo su dedo para acariciar aquel minúsculo espacio.

     — O lo mueves hacia arriba o lo mueves hacia abajo… sino dejo de tocarme —elevó su ceja derecha.

     — ¿Por qué no puedo dejarlo aquí? —presionó suavemente.

     — Porque me pone nerviosa, porque no es ni lo uno ni lo otro.

Sophia sólo sonrió, y, precisamente por la nostalgia que la región le provocaba, deslizó su dedo hacia abajo, haciendo que Emma sonriera placenteramente; ella también tenía ese tipo de nostalgia.

No necesitaba lubricante, ya Emma se había rebalsado para eso, por lo que su dedo podía ir y venir sin fricción alguna, algo que a Emma, en esa específica zona, no le importa y hasta le gustaba.

Trazó líneas rectas verticales y horizontales, trazó círculos, círculos concéntricos, y espirales, y presionaba justamente en aquel agujerito, tal y como si quisiera deslizarse en su interior, cosa que a Emma, con cada engaño, más se le antojaba.

¿Quién “recogía” a quién entonces? Confuso, cambiante, improvisado, y orgánico.

Fammi vedere —musitó Sophia, y Emma, sabiendo qué era lo que quería ver, tiró de sus dedos hacia arriba para desnudar completamente su clítoris—. Mmm… —tarareó guturalmente.

     — Estoy demasiado mojada…

     — ¿Molesta? —elevó su mirada para encontrar la de Emma.

Ella sacudió la cabeza en silencio y con una ridícula sonrisa, y, porque no se podía contener las ganas, se irguió, trayendo a Sophia por ambas mejillas hacia ella conforme lo hacía.

                Sophia estiró su cuello para alcanzar sus labios, porque sabía que era eso lo que Emma quería. Fue como un respiro que necesitaban, una pausa recreacional para luego volver a los otros labios.

— De nuevo —le dijo Sophia, y Emma le mostró de nuevo su clítoris—. Qué bonito —sonrió, y le dio un beso, el cual le robaría el aliento a Emma.

     — Qué rico —exhaló, retomando las riendas del momento tan sexual que estaban teniendo.

     — ¿Puedo jugar con esto? —le preguntó, llevando su dedo nuevamente a su ano.

     — Por favor —asintió, y se reacomodó para dejar que sus piernas se pudieran abrir más.

Sophia sonrió, le mostró la lengua, la escondió entre sus glúteos, y, tensándola, intentó introducirla en aquel ajustado agujerito al que no le habían dado ni una sonrisa desde hacía no-se-acordaba-cuánto.

Empezó a penetrarla con lentitud y con profundidad, al menos hasta donde él la dejara. Iba aflojando aquella circunferencia con paciencia y con goce y gusto, y se notaba que lo disfrutaba porque, tras los labios abiertos, se dibujaba una inequívoca sonrisa, a la cual también podía atribuírsele los constantes ahogos de Emma. La penetraba dos, o tres, o cinco, o siete, o diez veces, y luego lamía con la completa anchura de su lengua, o apenas rozaba la circunferencia con la punta de su lengua, y daba un beso a su ingle izquierda, o a su ingle derecha, o a esa minúscula porción de trasero que lograba escaparse de la cama, y mordisqueaba lo mismo.

                Emma sintió cómo ese masaje lingual era interrumpido por más segundos de los que solían ser, y, en cuanto abrió los ojos, se vio obligada a volver a cerrarlos ante el dedo que se facilitaba la entrada en ella como si se tratara de torturarla… porque la lentitud era una aberración.

Tutto, tutto! —exclamó Emma con una risa histérica.

     — Tutto?

     — Tutto! —asintió, y, de golpe, realmente lo sintió “tutto”.

     — Questo è “tutto” —sonrió Sophia, batiendo ligeramente su dedo, de arriba abajo, dentro de ella—. Come ci si sente?   

     — Ci si sente… —se ahogó—. Assolutamente perfetto.

Estrujaba su dedo casi como la primera vez, o al menos así se acordaba que había sido la magnitud de su estrechez, aunque sí estaba consciente de que estrujaba más de la circunferencia exterior que del caliente canal que estaba invadiendo.

                Sophia escuchaba los jadeos, los ahogos, y el esporádico gemido que las penetraciones provocaban, y, en cuanto se adhirió de nuevo a su clítoris, esos “Sophie…” que se escapaban de su garganta fueron arrojados a la mezcla. Esos jadeos eran de lo mejor porque tenían el mismo efecto, en ella, que sus gemidos y sus orgasmos en Emma. Sólo para ponerlo en perspectiva.

Ahora no succionaba, porque eso sólo iba a irritarla, sólo lamía de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo sin despegarse de ella, y justo cuando tomaba una bocanada de oxígeno era que batía su dedo de arriba abajo sin penetrarla.

                Emma, de golpe, se aferró al algodón del cubrecama para apuñarlo con fuerzas mientras empezaba a arquear su espalda por el simple impedimento de elevar sus caderas; había algo del estímulo anal, justo en esa posición, que no la dejaba mecerse de ninguna forma o manera.

Sophia agilizó su lengua, y, sintiendo cómo empezaban las contracciones en Emma, simplemente esperó el momento perfecto para poder sacarlo y dejar que Emma convulsionara a su gusto.

                Y el momento llegó, y Emma se sacudió en un tremor demasiado cortado y demasiado jadeante que la llevó a una inmediata carcajada hormonal y a una posición fetal que le ayudaría a recuperar el aliento. «Dos a dos, empate».

My ass says “thank you” —rio Emma.

     — You’re welcome —sonrió Sophia, inclinándose para darle un beso a su glúteo derecho, y, porque no quería acurrucarse contra la espalda de Emma, la tomó por las piernas para volcarla sobre su espalda y, así, tomarla por la cintura para traerla hacia ella—. Dile que no tiene por qué ponerse celoso, por nada ni por nadie, porque siempre le voy a tener ganas —le dijo en cuanto la tuvo entre sus brazos, ella hincada y Emma a horcajadas alrededor de su cadera.

     — El asistente de Margaret es gay —rio, apoyando su frente contra la suya—, por eso no me molesta que bailaras con él… pero sí me molesta que te haya dado esa vuelta.

     — I’m sorry —se sinceró, porque sabía y entendía que esa vuelta era de Emma.

     — Don’t be —sacudió su cabeza—. Si fuera otro día creo que no me habría importado

     — No estés tan segura —rio nasalmente.

     — Es que no me gusta que toquen lo que es mío —se sonrojó—, ni dormida ni despierta.

     — Lo sé… —susurró, ahuecándole la mejilla izquierda—. Te amo.

     — Y yo a ti —sonrió, tomándole la mano de la mejilla para besarla—. Perdón por el berrinche.

     — I think it’s cute when you throw a tantrum —rio—. ¿Te sientes mejor?

     — Sí, gracias —asintió, sintiendo las manos de Sophia recorrerla desde su espalda hasta sus muslos para poder tumbarla sobre las almohadas—. Ven aquí —le dijo, trayéndola sobre ella para que se apoyara de su pecho con su mentón—. ¿Te dije lo hermosa que te veías hoy? —Sophia se sonrojó y asintió mientras Emma llevaba sus manos a su coleta para quitarle la única horquilla de su cabello para luego tirar de la liga transparente y poder aflojar todo para que adquiriera las propiedades justas de una melena—. ¿Te he dicho lo hermosa que te sigues viendo?

     — Emma… —se sonrojó todavía más.

     — Tenía razón —sonrió, enterrando sus dedos nuevamente en su melena para continuar alborotándola—, eras la rubia más atractiva y más hermosa de la fiesta.

     — Pero soy tu rubia —le dijo a ella, y a su Ego también; a su posesivo Ego.

     — Mi rubia, sí —asintió—. Mi Sophie.

     — ¿Por qué me llamas “Sophie” con acento en la última sílaba, y no “Sophie” con acento en la primera sílaba? —vomitó su curiosidad—. Suena afrancesado.

     — Porque estoy segura de que nadie te ha llamado “Sofí” —guiñó su ojo—, pero muchos te han llamado “Sófi” —le explicó con ayuda de la fonética.

     — Muy cierto.

     — Además, si yo grito en la calle “Sófi”, probablemente un par de mujeres se volteen… pero, si yo grito “Sofí”, probablemente sólo tú te voltees —sonrió.

     — Tú gritando en la calle es como ver a Nemo montando a Bambi —rio—. Tú prefieres llamarme para saber en dónde exactamente estoy… o ves en tu teléfono en dónde estoy, y ya.

     — Santa aplicación —asintió.

     — Me gusta “Sofí” —sonrió.

     — Puedo llamarte “Sófi” si quieres…

     — No, no hagas eso —sacudió su cabeza, y se irguió hasta quedar hincada.

     — Mmm… tú quieres otro orgasmo —rio, logrando leerle las ganas en lo celeste de sus ojos, y se sonrojó—. Y yo que quiero dártelo.

Sophia cayó sobre las almohadas, y no supo ni cómo ni en qué momento pero una almohada había sido colocada bajo su trasero, Emma le empujaba las piernas en lo alto hasta flexionarlas casi contra su pecho, apoyando sus pies de sus hombros para mantener cierta apertura, y ella, tal y como implicado, se acuclilló sobre ella, a la evidente altura de su entrepierna para, con su peso, hacer el contacto de sus labios mayores con los suyos.

Nivel de tribadismo: extremo, más del cien por ciento, más que el estereotipo de “asian level”, «esto es calidad “próximamente en mil-cinco posiciones de Kamasutra”, versión Deluxe». «O un especial de “Mil Maneras de Morir”».

— Advierto, no sé qué tanto me aguanten las caderas y las piernas —le dijo Emma.

Se cercioró del lubricante que haría su trabajo más fácil, y se aseguró de que tanto ella como Sophia estuvieran lubricadas de toda el área.

                Empezó lento pero marcado porque no sabía exactamente qué esperar de la locura del momento, además, necesitaba encontrar la presión adecuada para el movimiento adecuado; pero resultó que, mientras más presión hubiera, mejor era, y el movimiento debía ser sólo con su cadera, ergo su trasero, pues con toda la espalda era demasiado cansado, y no había por qué sumarle cansancio al cansancio preexistente y previsto.

Sus dedos se enterraban en los muslos de Sophia, y Sophia que había decidido mantener sus piernas en lo alto, lo más flojas posibles para no ser una resistencia o un peso muerto, porque eran el apoyo real de Emma, quien la había empezado a cabalgar con mayor expertise conforme avanzaba la mortal estimulación.

Realmente, las dos aceptaron que la posición era no sólo complicada sino compleja, y que evidentemente era demandante para ambas a pesar de que lo era un poco más para quien tenía el placer de estar arriba. Y era una posición rara, ¿de dónde la había sacado Emma? Pero eso ni ella lo sabía.

                Llegaron a un punto, agitado debo decir, en el que las piernas de Sophia ya se habían acostumbrado a la posición requerida sin las manos de Emma, pero, como ella seguía necesitando soporte, había tomado a Sophia por las muñecas para halarla hacia ella cuando lo necesitaba; impulso, soporte, apoyo, contacto.

                Quizás fue la innovación de la posición, o la novedad de esta entre ellas, pero debían aceptar que el contacto era impecable para la complejidad adjudicada, y, definitivamente, la expectativa era un componente demasiado grande que debía atribuirse a la cantidad y a la calidad de excitación en ambas.

                Gracias a que Sophia no sufría de una anatomía que gozaba de la coloquial y vulgar perfección, porque sus labios menores apenas se escapaban de sus labios mayores, y todo se hinchaba al máximo y de manera uniforme, cualquier roce de cualquier componente de la entrepierna de Emma era una enorme ganancia para su placer. Y gemía, y gemía, y gemía involuntariamente, y halaba a Emma de las muñecas para que se frotara contra ella de nuevo, y continuaba gimiendo al compás de los gimientes jadeos de Emma.

Tuvo la decencia de avisarle, con una sollozo, que estaba a pocos segundos de asegurar su orgasmo, y Emma, ya que sabía que no iba a poder aguantar más en dicha posición porque las piernas ya se le estaban quemando, aceleró el frote lo más que pudo hasta sentir el respingo orgásmico que daba Sophia bajo ella entre gimoteos y jadeos de absoluto e innegable placer, el cual también se aferraba a sus manos y a sus muñecas. Pero Emma no se detuvo, porque ese orgasmo que vivió como dueña y señora de él, fue lo que la trajo al borde del clímax.

                La humedad se había convertido en una inundación que adquiría sabor, textura y olor a un exquisito orgasmo rubio que parecía no terminar porque Emma no parecía querer que terminara; ya Sophia no sabía si su orgasmo seguía o si se había terminado hacía unos segundos. Notó ese instante en el que Emma agilizó el frote todavía más, y más, y más, sin poder respirar, sin poder hacer nada más que sólo eso.

Y Emma gritó. Gritó para todos sus vecinos, para todo Manhattan, y para todo el Estado de Nueva York, que estaba teniendo el orgasmo más intenso desde nunca, porque era tan intenso que, una vez empezó a vivirlo, tuvo que detenerse porque literalmente hizo cortocircuito ante la actividad hormonal y nerviosa que estaba sucediendo en aquel maldito y pequeñito botoncito. No convulsionó, no se tiró al lado de Sophia ni al suelo, no hizo nada, sólo se quedó estática mientras gritaba para luego gemir y jadear como nunca antes.

Fue tan intenso que ni una referencia bíblica hubo en el proceso, de ninguna de las dos.

                Emma cayó de espalda a la cama, no pudiendo sentir absolutamente nada más que el cómo su clítoris se retorcía sin piedad y su vagina se contraía más que en cualquier eyaculación previamente vivida.

                Sophia dejó caer sus piernas a los costados de Emma, y, poco a poco, fue soltándose de sus muñecas en reciprocidad. Se irguió para repetir aquello de tomar a Emma por la cintura, pero parecía tener una epidural real; de la cadera hacia abajo estaba aparentemente muerta, quizás su intranquilo tórax se robaba toda la energía y toda la atención. Era un verdadero peso muerto, por lo que logró recostarla sobre las almohadas a su lado. Era la primera vez que la rubia veía algo tan fuera de órbita en ella y en sus ojos, parecía como si hubiera realmente convulsionado y estuviera en esa etapa de semi-inconsciencia, de desubicación, de no saber y no conocer nada. Realmente estaba en las nubes.

La trajo sobre su pecho, en un abrazo, porque no sabía por qué en ese momento parecía ser y estar más vulnerable que en cualquier otro estado habido y por haber, y decidió reciprocar el gesto de su cabello; empezó a remover las horquillas, a deshacer las trenzas, y a aflojar lo que el fijador había mantenido con tanta supremacía. Rascó ligera y delicadamente su espalda con sus dedos y los bordes de sus uñas, acarició sus antebrazos, y dio besos a su cabeza mientras esperaba por una respiración normal, un afloje de muñecas y dedos para que crujieran las lesiones del tenis, un afloje de tobillos para saber la existencia de sus piernas, y algún sonido gutural u onomatopéyico para reconfirmar su estado de vida, porque hasta se tomó la molestia de tomarle el pulso; sólo para saber si ese silencio era sinónimo de muerte por orgasmo o no. Y lo único que sintió fue una exagerada pulsación en su muñeca izquierda.

La mantuvo abrazada porque, tal y como se lo había enseñado su hermana en algún momento, la espalda era el receptor nervioso más grande del cuerpo humano, y era por eso que un abrazo, de manos que viajaban, resultaba siendo relajante y/o reconfortante. Además, intentó hacer de su respiración algo más sonoro, pues sólo quería darle una guía exacta de a qué punto debía llegar con su intranquila respiración. Y esperó. Sabiamente esperó.

Trdelník —masculló Sophia entre un suspiro, enterrando sus dedos entre el cabello de Emma para continuar aflojándolo. La palabra le daba cierta risa.

     — Suenas rara —resopló calladamente Emma con un balbuceo.

     — ¿Por qué?

     — Dilo de nuevo —rio.

     — Trdelník —repitió, y escuchó a Emma resoplar para luego erguirse de cierto modo en el que quedaría haciendo contacto visual.

     — Suenas tan… —entrecerró sus ojos—. Checa —se burló, pero Sophia sólo frunció su ceño con un enorme «what the fuck?»—. “Trdelník” tiene dos pronunciaciones: “Trdelník”, que es checo, y “Trelník”, que es eslovaco —sonrió—. Los checos lo dicen tal y como se lee… y suena raro.

     — Entonces… ¿“Trelník”?

     — La “l” la haces demasiado flat

     — ¿Qué? —rio.

     — La “l” que tú haces es contra los dientes —dijo, diciendo aquella letra—, la “l” que buscas es contra el paladar —dijo, e hizo sonar una “l” mucho más suave, o menos tosca; menos romana y más anglosajona, por si la comparación ayudaba a pesar de no ser la mejor ni la más cierta.

     — “Trelník” —rio, habiéndose hecho cosquillas en el paladar con la lengua al pronunciar la “l” eslovaca, o quizás sólo Emma.

     — “Jeden trdelník, prosím” —asintió.

     — “Jeden trdelník, prosím” —repitió la rubia, viendo a Emma sonreír anchamente con partes iguales de orgullo y satisfacción—. ¿Qué fue lo que dije? —preguntó, porque ya le había sucedido que implicaba una inserción de “x” mencionado objeto en la cavidad anal de alguien más, «como por ejemplo: “métete un trdelník por el culo”». Qué ofensivo, pero qué chistoso.

     — “Un trdelník, por favor”.

     — A todo esto, ¿qué significa “trdelník”?

     — Es como decir “pastel de pincho”… —pareció encogerse entre hombros, porque la palabra era tan específica que no había una traducción específica más que una explicación.

     — Ah, entonces… ¿es un pastel?

     — No —sacudió su cabeza, empezando a intentar mover sus piernas al pretender escalar a Sophia para quedar a la misma altura de su cabeza y poder verla sin muchos estragos de cuello—. Puedes decir que es como una dona, supongo… pero es del grosor de un dedo —levantó su dedo índice—, y, en lugar de ser frita u horneada, es asada… it’s quite tasty.

     — ¿Sí?

     — Pero tienes que probar los eslovacos, no los checos —le advirtió con un asentimiento.

     — Porque la diferencia es que…

     — Que los checos lo hacen mal —susurró con una pícara sonrisa, y terminó por recostarse sobre su costado izquierdo, en una potencial posición fetal.

     — ¿Ah, sí? —rio nasalmente Sophia, volcándose sobre su costado derecho para encarar a Emma con la misma posición.

     — Un trdelník debe ser suave y dulce, pero no lo suficientemente dulce como para ser demasiado y hacerte rogar por agua —sonrió—. Los checos han hecho de los trdelníky algo sobrevalorado, crujiente y hasta amargo… no es lo mismo un turista que prueba un trdelník checo a un turista que prueba un trdelník eslovaco, por ejemplo.

     — Lo que tú tienes es una rivalidad por patriotismo —bromeó.

     — No es rivalidad ni rechazo, tampoco es por patriotismo… es sólo que es una práctica que ha sido explotada de mala forma gracias al turismo… pero, bueno, eso les ha pasado a los checos desde siempre con su Puente Carlos, y su Reloj Astronómico, y sus trdelníky —sonrió osadamente, pronunciando graciosa y burlonamente aquella palabra como ella no solía pronunciarla.

     — Nunca he estado en República Checa —repuso Sophia, dándose cuenta de ello hasta en ese momento.

     — Y no te pierdes de nada —guiñó su ojo—. Vale más la pena ir a Eslovaquia.

     — ¿Cuántos años tienes tú de no ir a Eslovaquia?

     — Viví en Bratislava por siete meses en el dos-mil-y-algo —sonrió—. Y a República Checa fui… creo que ni se había caído el Bloque la última vez que fui —rio—. Debo haber tenido seis o siete.

     — La subjetividad te domina —se carcajeó.

     — Te diré lo que vamos a hacer —frunció su ceño, y Sophia asintió—. Vamos a ir a los dos países y luego tú me dirás lo que piensas.

     — ¿Qué crees que te voy a decir? —sonrió, ahuecándole la mejilla.

     — Que Praga es como París… como Venecia… como Berlín.

     — Nunca he estado en Berlín —repuso—, y la República Checa no es sólo Praga o Pilsen… así como Eslovaquia no es sólo Bratislava.

     — Eslovaquia es más Bratislava, Nitra, Kosice, los Tatras… —dijo por enumerar algunos lugares—. No es como los Checos con Praga que sólo es Staropramen, Pilsner Urquell, y la milenaria y reconocida disputa sobre quiénes son los dueños del nombre “Budweiser”.

     — Tendré que ver para comparar.

     — Bene —sonrió.

     — Aunque tampoco es como que seamos bebedoras de cerveza —rio, acercándose un poco más a ella.

     — O sea… si me dan a escoger entre París y Praga, por ejemplo, voy a Praga… si me dan a escoger entre Venecia y Praga, voy a Praga.

     — Praga está en el puesto número tres de las ciudades más despreciadas por Emma Pavlovic —rio cínicamente.

     — Vamos, no es “más despreciadas” —se sonrojó.

     — “Menos apreciadas” —se corrigió, y ella asintió todavía sonrojada.

     — Para no verme tan mal, debo admitir que la Catedral de San Vito está entre mis diez Basílicas y Catedrales favoritas —balbuceó un tanto a la defensiva—. La Catedral de Praga —dijo antes de que Sophia preguntara.

     — No sabía que tenías una lista de Basílicas y Catedrales favoritas —la molestó, resolviendo enrollarse contra su pecho y entre su brazo.

     — Claro, pero la lista sólo se refiere a la estética exterior de las Basílicas y Catedrales —asintió seriamente, aunque sonrió en cuanto sintió cierto peso de Sophia sobre su brazo, por lo que la trajo sobre su pecho para sentirla más.

     — En el número diez tenemos a…

     — La Catedral de Durham.

     — Nueve.

     — Catedral de San Vito.

     — Ocho.

     — Catedral de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas. Siete: Catedral de Utrecht. Seis: Notre Dame. Cinco: Catedral de Colonia. Cuatro: Duomo di Milano. Tres: Saint Patrick’s. Dos: Cattedrale Santa Maria del Fiore. ¿Quieres adivinar el uno?

     — Mmm… —asintió—. Conociéndote, sé que no es la Basilica di San Pietro —rio nasalmente, y Emma sacudió su cabeza—. ¿La Sagrada Familia?

     — Auch, no —rio—. Esa tiene algo que parecen torres de arena.

     — ¿Cómo?

     — Cuando hay más agua que arena, y tú estás haciendo un castillo, prácticamente puedes hacer una torre de gotas; “drip dried sand towers”.

     — Ah, creí que hablabas más de la estructura, o qué sé yo.

     — No, el problema con construcciones así de grandes y así de atestadas de cosas, es que se tardan siglos en terminarlas, por eso es que en varias ocasiones los estilos varían y se ve un poquito raro.

     — Y eso es algo que no se puede con tu OCD —rio, y le dio un beso en su pecho—. La Catedral de Chartres.

     — No.

     — ¿La de Reims? —frunció su ceño.

     — No.

     — ¿Francia? —Emma sacudió su cabeza—. ¿Países Bajos? —Emma sacudió de nuevo su cabeza—. ¿Italia?

     — Estabas más caliente con Francia.

     — Inglaterra —sonrió, y Emma también—. ¿Londres?

     — Más hacia el este.

     — Mierda, no sé qué hay más al este —rio—, mi geografía me falla.

     — Canterbury —sonrió, apretujándola entre sus brazos para volcarla a su lado, o simplemente para revolcarse con ella así como Thomas siempre las molestaba; les día que parecían Simba y Nala, sólo que no sabía quién era quién—. My toes are numb… and my calves tingle —dijo con una expresión de medio dolor, porque a nadie le gustaba que se le adormecieran/entumecieran las extremidades, en especial cuando se trataba de la cadera hacia abajo.

     — ¿Valió la pena? —Emma asintió en silencio mientras intentaba mover los dedos de los pies, luego los tobillos para sentir las incómodas consecuencias en sus pantorrillas—. ¿Qué te parece si me dejas ir al baño? —sonrió, y Emma, sin decir nada, se dejó caer muertamente sobre ella, a lo que Sophia respondió con un pujido de falsa falta de aire y una carcajada.

     — ¿Necesitar hacer consultar algo con el gurú de porcelana? —dijo contra su hombro.

     — No.

     — ¿Segura? —se irguió con su ceño fruncido.

     — Sí —repuso, reflejándose completamente, y, en cuestión de un segundo, supo que la respuesta no era la mejor, pues Emma empezó a hacerle cosquillas—. ¡No! ¡No! ¡No! —se retorcía bajo Emma, intentando mantener sus brazos adheridos a sus costados para no ofrecerle sus susceptibles axilas ni su vulnerable cintura—. ¡No! —gimoteó con una carcajada al no tener tanto éxito, pero el “no” no era “no”, aunque eso tampoco significaba que era “sí, sigue, por favor”.

Emma ensordeció ante tales súplicas, porque todo lo que ella escuchaba era una carcajada tras otra, tras otra, tras otra, lágrimas que empezaban a salir para recorrer sus sienes, pero de graciosa tortura, y, de repente, se detuvo con la mirada ancha en la muy traviesa de Sophia.

— Ah, así es como obtengo tu atención —rio la rubia, pellizcando el pezón de Emma un poco más fuerte.

     — Whatever you do… please don’t let it go at once —imploró sonrojada.

     — ¿Por qué?

     — I won’t be able to handle it —susurró, y entonces, gradualmente, Sophia fue aflojando su pellizco para liberar su pezón.

     — Here —se deslizó bajo una Emma que había quedado inerte con la ayuda de sus rodillas y sus manos sobre la cama—, a kiss —dijo, y rozó su abusado pezón con sus labios, los cuales hicieron un semi-sonoro beso.

     — Temporalmente fuera de servicio —jadeó, sintiendo a Sophia deslizarse nuevamente hacia arriba—, but you can always sit on my face —sonrió.

     — La mía también tiene sentimientos —repuso con un disentimiento que decía un “gracias, pero ahorita no gracias”—. ¿Me vas a dejar ir al baño o no? —le dijo con sus manos a sus hombros, como si estuviera lista para empujarla sin importar la respuesta.

     — Está bien —suspiró con pesadez.

La dejó salir sólo para acosarla desde ahí, desde la cama, porque no sabía por qué le gustaba verla caminar así; desnuda, con esa relajación post-coital, con el ligero alivio de pies descalzos, y con la pereza que lentamente invadía su sistema.

Vio cuando desapareció tras la puerta del baño, y, justo en cuanto encendió la luz, alcanzó a tener un microscópico vistazo de aquella Neptune Kara que había sido instalada hacía lo que parecían ser ya demasiadas semanas y que seguía intacta e inutilizada. Ninguneada totalmente. Hidromasaje, millones de burbujitas que harían que cualquiera se sintiera como en un baño de champán, chorros de aire activos «¡y masivos! Whatever that means…», con cromoterapia, ozonizador, almohada, y sabía Dios qué más, porque Emma no sabía mucho, «o nada», de ese tipo de cosas, siempre dejaba ese tipo de opciones para sus clientes porque era lo lógico además. En esa ocasión, había recurrido a la explotación de conexiones con el convenio con TO, porque de algo tenía que servir, y le pidió asesoría al encargado del Spa en la TT. Siete mil dólares ignorados.

— Tienes cara de desgracia —resopló Sophia, sentándose a la orilla de la cama, a la altura del abdomen de Emma.

     — ¿Cómo te sientes? —frunció su ceño, logrando volver a la Tierra; al lugar en el que siete mil dólares eran siete mil dólares para cualquiera y para ella.

     — ¿Cómo me siento de qué? —ladeó su cabeza.

     — ¿Estás cansada?

     — No exactamente —sacudió su cabeza, y le alcanzó uno de los paños húmedos que llevaba en su mano derecha, a lo que Emma frunció su ceño—. Sirven para desmaquillarte, Tarzán —sonrió, mostrándole burlonamente cómo se hacía al ella pasear el otro paño por su ojo derecho.

     — Ha-ha, so funny —rio sarcásticamente, y la imitó.

     — ¿Por qué me preguntas cómo me siento?

     — Zvedavost —guiñó su ojo.

     — Salud —repuso la rubia con una risa, y Emma sólo supo carcajearse.

     — “Curiosidad” —rio.

     — Spasibo.

     — Eso es ruso —frunció Emma su ceño.

     — Es lo más cercano al eslovaco que sé —se encogió entre hombros.

     — D’akujem —sonrió.  

     — Ya puedo ser educada en eslovaco —rio—, ya puedo decir “por favor” y “gracias”.

     — Y “de nada” se dice igual que “por favor” —asintió.

     — ¿Por qué no hablas eslovaco fluido tú? —preguntó su “zvedavost”.

     — Lo poco que sé hablar es porque me lo hablaban de muy pequeña mis abuelos, y mi papá dejó de hablarnos en eslovaco cuando nos metieron a la escuela porque pensaba que ya teníamos suficiente con el inglés y el italiano, y después vino el francés, no hubo espacio, pero, cuando estuve en Bratislava, el semestre ese hace un par de años, prácticamente lo volví a aprender… y no lo aprendí tan bien porque mis clases eran en inglés y mis amigos, casi todos, eran de distintos países y el idioma común era el inglés —se encogió entre hombros—, tampoco es como que me interesaba mucho aprenderlo.

     — ¿Vivirías en Eslovaquia?

     — No sabe a casa —sacudió su cabeza—. Yo creo que todo tiene que ver con el clima: mientras más te acercas a los países nórdicos, y viajas por Europa oriental, la gente es muy fría, y la comida y la música no tienden a ser tan cálidas… lo que está más pegado a Europa occidental queda en el medio; la comida es comestible a nivel de olfato, de vista, y de gusto, la música es escuchable y somewhat bailable… y cuando llegas a Asia Central, a donde se quedó la esencia de los Hunos en todos esos países que terminan en “-tán”, ya el clima se arregla un poco y la comida y la música también… aunque supongo que es cuestión de gustos.

     — No lo sabría yo, nunca he estado en un país “-tán” —resopló.

     — Bueno, probablemente me equivoque, pero creo que el problema con esos países europeos, esos que quedan entre Rusia y Alemania, es que el comunismo fue lo que les pasó —rio.

     — Sí, y a ti que te sangran los oídos cuando escuchas que Marx y Engels aquí y allá —asintió con una risa.

     — Me sangran cuando la gente utiliza “comunismo” y “socialismo” como sinónimos… pero, por favor, no hablemos de política —sonrió, irguiéndose un poco para poder sentarse sobre la cama.

     — Por favor —asintió Sophia, acercándose a Emma para darle un beso—. Mmm… todavía sabes un poquito a mí —sonrió, y le alcanzó uno de los paños que había mantenido en su mano izquierda.

     — ¿Y esto para qué es, Jane? —bromeó.

     — Para librarte de incomodidades —guiñó su ojo.

     — ¿Qué te parece si nos olvidamos de eso y nos damos un baño? —sonrió, colocando el paño sobre su muslo.

     — ¿Te espero en la ducha? —asintió.

     — Pensaba más en un “baño”, no en una “ducha” —ladeó su cabeza.

     — Oh —se sonrojó—. En ese caso, ¿realmente quieres remojarte en lubricante y en orgasmos? —rio.

     — No me importa —se sacudió con un escalofrío.

     — Pero, sólo por darme el gusto… límpiate —le dijo Sophia, sabiendo perfectamente de que era eso lo que debía decir; porque a Emma sí le importaba.

     — Si tanto insistes… —suspiró con una sonrisa de satisfacción, y llevó el paño a su entrepierna para limpiarla con gentileza, no quería irritar sensibilidades ni entorpecer susceptibilidades.

     — ¿Qué tal si empiezo a llenarla mientras tú terminas aquí?

Emma sólo asintió, y la acosó de nuevo con descaro y sin vergüenza.

                Se puso de pie sólo para sentir las repercusiones del error de haber llevado stilettos nuevos toda la noche, «error de principiante», pero las circunstancias no se habían dado como para ella poder domar y dominar aquellas agujas.

 

***

 

— ¿Qué se supone que significa eso? —frunció Volterra su ceño.

     — Condenas cualquier tipo de demostración de afecto en público —se encogió entre hombros—, y lo condenas de tal forma que parece que lo desprecias por miedo.

     — ¿Miedo? —siseó confundido.

     — Claro, abogas por la censura —asintió—. Get your head out of your ass, stop being so conceited, so consumed with yourself and let it fucking be —dijo con la más profunda seriedad.

     — ¿Y qué te he dicho yo? —rio defensivamente, pues estaba realmente ofendido.

     — Lo que no dices es lo que gritas —repuso con su ceño fruncido, y, en ese segundo, el silencio fue profundo e intenso—. Pero, ¿sabes qué? —resopló—. Me acabo de dar cuenta de que lo que te molesta es que no me importa… y que a Emma tampoco, y que mi mamá no dice nada… te molesta que tú no puedes hacer lo que yo hago, lo que los demás hacen con tanta libertad… —frunció sus labios, y lo vio penetrantemente a los ojos por un eterno e intenso segundo—. So… you know what? Judge away —levantó sus manos—, I don’t care anymore because it doesn’t matter… it’s not my fault that you’re pissed because I have bigger balls than you… because, unlike you, I do whatever the fuck pleases me  —dijo, y, tal y como lo había hecho su progenitora hacía unos minutos, ella lo dejó ahí, de pie, mudo, y solo, sólo que, en lugar de beso, había sido una bofetada.  

Mas de EllieInsider

Antecedentes y Sucesiones - 28

Antecedentes y Sucesiones - 27

Antecedentes y Sucesiones - 26

Antecedentes y Sucesiones - 25

Antecedentes y Sucesiones - 24

Antecedentes y Sucesiones - 23

Antecedentes y Sucesiones - 22

Antecedentes y Sucesiones - 20

Antecedentes y Sucesiones - 19

Antecedentes y Sucesiones - 18

Antecedentes y Sucesiones - 17

Antecedentes y Sucesiones - 16

Antecedentes y Sucesiones - 15

Antecedentes y Sucesiones 14

Antecedentes y Sucesiones - 13

Antecedentes y Sucesiones - 12

Antecedentes y Sucesiones - 11

Antecedentes y Sucesiones - 10

Antecedentes y Sucesiones - 9

Antecedentes y Sucesiones - 8

Antecedentes y Sucesiones - 7

Antecedentes y Sucesiones - 6

Antecedentes y Sucesiones - 5

Antecedentes y Sucesiones - 4

El lado sexy de la Arquitectura (Obligatorio)

Antecedentes y Sucesiones - 3

Antecedentes y Sucesiones - 2

Antecedentes y Sucesiones - 1

El lado sexy de la Arquitectura 40

El lado sexy de la Arquitectura 39

El lado sexy de la Arquitectura 38

El lado sexy de la Arquitectura 37

El lado sexy de la Arquitectura 36

El lado sexy de la Arquitectura 35

El lado sexy de la Arquitectura 34

El lado sexy de la Arquitectura 33

El lado sexy de la Arquitectura 32

El lado sexy de la Arquitectura 31

El lado sexy de la Arquitectura 30

El lado sexy de la Arquitectura 29

El lado sexy de la Arquitectura 28

El lado sexy de la Arquitectura 27

El lado sexy de la Arquitectura 26

El lado sexy de la Arquitectura 25

El lado sexy de la Arquitectura 24

El lado sexy de la Arquitectura 23

El lado sexy de la Arquitectura 22

El lado sexy de la Arquitectura 21

El lado sexy de la Arquitectura 20

El lado sexy de la Arquitectura 19

El lado sexy de la Arquitectura 17

El lado sexy de la Arquitectura 18

El lado sexy de la Arquitectura 16

El lado sexy de la Arquitectura 15

El lado sexy de la Arquitectura 14

El lado sexy de la Arquitectura 13

El lado sexy de la Arquitectura 11

El lado sexy de la Arquitectura 12

El lado sexy de la Arquitectura 10

El lado sexy de la Arquitectura 9

El lado sexy de la Arquitectura 8

El lado sexy de la Arquitectura 7

El lado sexy de la Arquitectura 6

El lado sexy de la Arquitectura 5

El lado sexy de la Arquitectura 4

El lado sexy de la Arquitectura 3

El lado sexy de la Arquitectura 2

El lado sexy de la Arquitectura 1