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Antecedentes y Sucesiones - 17

en Lésbicos

—No, no, no, no, no —la detuvo justo a tiempo—. No vas a firmar con un bolígrafo, mucho menos con un Cross—sacudió su cabeza y agitó su dedo índice de lado a lado—. Mucho menos con tinta negra cuando está impreso en negro —dijo, alcanzándole la pluma fuente Omas Arte Italiana Milord de tinta azul, esa que era especial para firmar contratos, cheques y demás asuntos oficiales.

     —Como tú digas, y cuantas veces digas —sonrió, tomando la pluma en su mano para firmar trece veces en las trece páginas que tenía cada una de las cuatro carpetas que tenía frente a ella.

     —Cincuenta y dos firmas que te harán famosa.

     —¿Cómo me hace esto famosa? —rio, trazando la primera letra de su firma—. Estoy perdiendo el veinticuatro por ciento, más uno, de un excelente Estudio de Arquitectos e Ingenieros…

     —Sí sabes que ese veinticuatro, más uno, nunca fue tuyo, ¿verdad?

     —Oh, yes… but a girl can dream, Arquitecta Pavlovic —susurró.

     —Oh, yes, a girl can —murmuró, tomando su taza de té para llevarla a sus labios—. But a woman has goals.

     —¿Así o más profundo? —rio, refiriéndose al sentido filosófico del comentario.

     —Eso te preguntó Phillip ayer por la noche, ¿verdad? —bromeó Emma, ahogando la risa traviesa en el eco de su taza.

     —Phillip es sinónimo de profundidad… él no pregunta si está bien “así”, él sabe que “así” está bien.

     —A veces eres tan explícita en lo que a tu vida sexual se refiere… —sacudió su cabeza.

     —Una mujer que está orgullosa de su sexualidad no se avergüenza de su vida sexual… o de la falta de —rio—. Aunque, normalmente, tiende a ser una percepción polar; a un lado tienes la lástima, al otro tienes a un híbrido de arrogancia con orgullo.

     —No, sólo te burlas de ti misma cuando te das lástima y elogias todo lo que esté a tu paso cuando tienes una vida sexual más viva y placentera que la de Baco —sonrió.

     —True —asintió una tan sola vez—. Pero, ¿a quién le importa sino a uno mismo?

     —A mí me importa si tienes vida sexual o no —sonrió ampliamente.

     —Y eso es porque… —levantó su mirada—. ¡Porque eres una pervertida!

     —Sólo por las noches —susurró, y guiñó su ojo derecho—. Pero no, no es por eso… es porque estás más manejable y más soportable cuando decides imitar a los conejos.

     —Hieres mis sentimientos, Emma Marie —rio—. Pero es muy cierto… debo haber sido peor que una apendicitis antes de perder mi inocencia.

     —Nate, llámale como quieras menos “inocencia” —rio—. Nunca fuiste “inocente”; eso se te nota.

     —El término “virginidad” me afecta… es tan…

     —¿Religioso?

     —¡Exacto! —suspiró, cerrando la primera carpeta para alcanzársela a Emma—. Y tú y yo sabemos que no soy particularmente religiosa.

     —Ah, pero estabas más que contenta en el altar, siendo bendecida por Dios a través de la boca del Obispo, ¿no?

     —That was different —levantó su dedo índice—. Tú sabes que sólo me interesaba que me dieran permiso legal, social, religioso, parental, y demás, para poder sudar cada superficie de mi apartamento con Phillip, ¿no?

     —Lo que tú digas —se encogió entre hombros y bebió su taza hasta dejarla sin té; ya estaba más frío que tibio y el sabor había mutado en amargura de expresiones faciales de asco en la italiana.  

     —¿Tú no lo harías?

     —¿Haría… qué?

     —Casarte por la iglesia… digo, tú eres más creyente que yo.

     —No necesito permiso de nadie para hacer que Sophia sude sobre la mesa del comedor… o que me haga sudar ella a mí—rio.

     —Yet, te estás casando…

     —Pero no lo hago porque necesito que me den permiso, o porque no quiero que hayan Trojans involucrados, o las consecuencias de cuando no los hay… sino porque, cuando descubran que cometí el crimen perfecto, Sophia no tenga que testificar en mi contra —sonrió burlonamente.

     —El único crimen, cuyo cadáver tienes literalmente en tu clóset, es ese kaftan Michael Kors rojo.

     —¿Ese que me regalaste tú? —rio.

     —Yo no te lo pude haber regalado —sacudió su cabeza—. Yo no tengo tan mal gusto.

     —Te lo regaló una de tus primas, no me acuerdo cuál de todas porque todas tienen el gusto por el suelo, y te lo estabas probando cuando ni siquiera te entró —sonrió—. No te quedaba por esas —dijo, señalándole el escote que escondía bajo su suéter de cachemira violeta—. Y yo te dije que me lo dieras, por eso es que crees que está en mi clóset, pero, en realidad, se lo di a alguien a quien realmente le quedaría y que lo apreciaría.

     —No me digas que le regalaste un regalo a Sophia; eso es bajo y barato.

     —¿Cómo se te ocurre? —frunció su ceño—. Además, Sophia no es tan fanática del rojo. Se lo di a Gaby.

     —Sí sabes que eres un poco nepotista con tu secretaria, ¿verdad?

     —Gaby no es mi secretaria, Gaby es Gaby: es como un título —levantó su ceja—. Y el término que buscas, en dado caso, es “favoritismo” porque Gaby no es realmente parte de mi familia —sonrió—. Que, en el caso de que sea ése el término al que te refieres, entonces es un “sí”: Gaby es mi favorita.

     —Cuidado y te meten a la cárcel por violación al menor.

     —Tiene veinticuatro —entrecerró sus ojos—. Y todavía no entro en la categoría pornográfica de “maduras”, y nunca entraré a la de MILFs, if you know what I mean.

     —Siempre creí que la secretaria de mi papá tenía privilegios, pero, entre ella y Gaby, está difícil decidir: extra innings.

     —¿Innings? —preguntó un tanto extrañada por la referencia.

     —Sí, cariño: “innings”.

     —¿Desde cuándo utilizas referencias del deporte del verano?

     —Desde que Phillip ganó la cuenta de los Yankees y, como regalo de bienvenida, le dieron season tickets —sonrió—. Baseball, Derek Jeter, una cerveza y un Hot Dog en el Yankee Stadium, cantando “Here Come The Yankees”… quizás es momento para volverme una aficionada.

     —Quizás pasen muchos años antes de que logres llegar a la Serie Mundial, pero, mientras tanto, engordarás un poquito —guiñó su ojo.

     —Sí sabes que a veces no me caes bien, ¿verdad? —rio burlonamente.

     —No te caigo bien cuando tengo razón.

     —Exacto —dijo, cerrando la segunda carpeta para alcanzársela a Emma—. En fin… ¿a qué hora te vas?

     —A las tres y media. ¿Se te ofrece algo antes de que me vaya a mi fin de semana largo?

     —¿Qué tal si me quitas a mi suegra de encima? —sonrió—. ¿No quisieras llevártela a Poconos?

     —Creo que es una oportunidad que voy a dejar pasar —rio—. Se me muere en el camino con lo homofóbica que es.

     —¡Ése es el punto, Emma! —ensanchó la mirada—. El crimen perfecto: un infarto cardíaco y cerebral provocado de manera pasiva.

     —Acuérdame qué es lo que está haciendo tu suegra en la ciudad de nuevo, por favor…

     —Está intentando comprar dos oil rigs… —se encogió entre hombros, pero, en crescendo, dibujó una sonrisa maquiavélica.

     —Y tu papá es el intermediario, ¿no?

     —Quería comprarlos por quince —rio nasalmente, sacudiendo su cabeza—. El valor estimado es de ochenta por uno y ciento tres por el otro.

     —Debe haber vaciado su cuenta bancaria para acercarse con una propuesta tan generosa —rio sarcásticamente.

     —Tiene casi un mes de estarme peleando que mi papá, sólo por joderle la existencia, no le quiere vender las plataformas —dijo—. Y no es mi papá, yo le dije a mi papá que no se las vendiera —sonrió inocentemente—. Creí que así saldría más rápido de mi casa… y resulta que me ha salido el tiro por la culata porque se han tardado una eternidad en negociar.

     —¿Y tus teorías son…?

     —Digo dos puntos: opción “A”; es una guerra constante sólo para joderme la vida, opción “B”; es una guerra constante porque le arde la cuenta bancaria, opción “C”; no le interesa comprar nada y sólo quiere recuperar lo-que-sea con Phillip, opción “D”… realmente no tengo opción “D”, pero creo que es una mezcla de todo. Si pudiera llevar a Phillip al parque, de la mano, y mecerlo en cualquier columpio, balancín, o-lo-que-sea, lo haría… pero creo que ciento-ochenta-y-tantas-libras no son fáciles de maniobrar para una Doña de ciento sesenta y cinco centímetros que se viste como la prima perdida de la Reina de Inglaterra, que tiene mal gusto o que tiene buen gusto pero que no tiene dinero para tener buen gusto, y que usa tacón bajo y grueso, que usa cheap-skank-red-lipstick, ese de felaciones en rebaja, y que se rocía de un Elizabeth Arden que hace que el perfume de Britney Spears sea un Guerlain Shalimar… el único buen gusto que tiene es el Cartier que le regalamos para su cumpleaños, y los Van Cleef & Arpels que significan su sagrado voto de cierre vaginal ante Dios —sonrió maléficamente.

     —Acuérdame de nunca caerte mal —rio.

     —Baby, jamás te descuartizaría así por muy mal que me cayeras… tienes muchas cosas rescatables; como el buen gusto. Eso no se compra.

     —El gusto es adquirido, eso es muy cierto.

     —Quisiera poder regalarle un poco de buen gusto para navidad… pero, ¡bueno! —suspiró—. Como no existe, un trozo de carbón es lo que le voy a regalar instead —sonrió ampliamente—. Quizás y le regale un cargamento de carbón… ¡uh! ¡Sería una excelente broma navideña!

     —Cálmate, Santa Claus… apenas estamos en marzo —rio.

     —Speaking of which… —dijo, alcanzándole la tercera carpeta de la misma manera—. No me has dicho qué le vas a regalar a tu Sophie —dijo en ese tono suave y risueño, casi infantil.

     —Sí te dije —frunció su ceño.

     —¿Y esperas que te crea que le vas a regalar una cámara?

     —¿Por qué nadie me cree que eso le voy a regalar? —rio extrañada.

     —Es una cámara… una vil cámara…

     —Dime una cosa: ¿cómo le dices a Phillip lo que quieres que te regale de cumpleaños?

     —He just makes it happen.

     —Sí, sí, yo sé cómo funciona esa parte… pero me refiero más a la parte en la que tú le dices qué quieres y por qué quieres eso que quieres.

     —Mmm… —se detuvo a media firma—. Es una buena pregunta —frunció sus labios y asintió lentamente mientras mordisqueaba el interior de su labio superior por el lado izquierdo—. La primera vez me regaló un mini refrigerador para mi oficina porque siempre me quejaba de que mis bebidas desaparecían en el refrigerador comunal… creo que se aburrió de mis quejas, tú sabes, de que no tenía jugo de tomate para bajarme la resaca —se encogió entre hombros, pues Emma sabía exactamente a qué veces se refería porque ella también había tenido la misma resaca los mismos días y sin jugo de tomate, no porque desapareciera sino porque en ese Estudio no existía de eso hasta ese entonces—. No sé, supongo que sólo escucha mis quejas y me las resuelve…

     —Ahora pregunto: ¿qué tiene de raro que le regale una cámara a Sophia?

     —Tiene un iPhone, ¿para qué necesita una cámara?

     —¿Mejor resolución? —se encogió entre hombros.

     —Sophia no es de tomar tantas fotografías como para que le des una cámara con una memoria de sabe-tu-mamá-cuántos-gigas…

     —Prefiero dejar a mi mamá fuera del tema —ensanchó la mirada y sacudió lentamente su cabeza de lado a lado hasta que sacudió sus hombros en un escalofrío que era generado por asco y perturbación por partes iguales.

     —Kinky —levantó ambas cejas y lanzó la monumental carcajada que no significaba nada sino una burla descarada.

     —¿Qué? —murmuró confundida.

     —Tú me escuchaste… kinky.

     —¿El hecho de que quiera dejar a mi mamá fuera del tema es algo “kinky”?

     —No, kinky es el hecho de que le vas a regalar una cámara, porque no creo que tantos gigas le sirvan para tomarle fotografías al amanecer o al atardecer, o a los rascacielos, o a las aves…

     —Ella dijo que le gustaría guardar ciertos momentos, guardarlos en algo como un Flashdrive…

     —Y tú diste el salto a la cámara…

     —Que guarde lo que quiera y cuando quiera —se encogió entre hombros—. Sean amaneceres y atardeceres, sean plagas avícolas, o sean fotografías turísticas…

     —O desnudos de mi mejor amiga —rio.

     —O desnudos de tu mejor amiga —asintió.

     —Si me preguntas a mí, cosa que no estás haciendo…

     —Pero que de igual forma me lo dirás… —la interrumpió Emma.

     —Yo creo que la mayor expresión de confianza no es compartir tu clóset, o tu cama… sino dejarte vulnerable en algo que te inmortalice en tiempo y espacio, sea del tipo de congelamiento que sea: fotografía, pintura, escultura, etc.

     —Lo tendré muy en cuenta cada vez que pase por la escultura de la mujer desnuda en mi apartamento —sonrió—. Me acordaré de ti.

     —Es raro que no te acuerdes de mí porque soy yo —guiñó su ojo.

     —Eres tú, sí, pero a escala y sin curvas —rio—. Digo, sin ofender a tu full C-cup, por no decir 36D —guiñó su ojo con una pizca de venganza.

     —Yo sé que gustaría tenerlas así de grandes como las mías…

     —¡Na-ah! —exclamó en ese tono que Phillip solía imitar, en ese tono afroamericano—. Ya tengo suficiente peso con mis Cs normales… con Cs llenas o Ds, cuidado y me voy de frente.

     —¡Como sea! —siseó, reanudando su firma—. El tema no son mis rebalsadas Cs sino el hecho de que le vas a regalar una cámara a Sophia, y que creo que eso muestra mucha confianza.

     —I do trust her… —asintió—. Eso no es tema de discusión ni de refutación.

     —Está bien, no dije que no confiabas en ella… y, además de la cámara, ¿qué le vas a regalar?

     —¿Aparte de un fin de semana extremadamente-largo en Poconos y la cámara? —Natasha asintió—. No lo sé, lo que sea que me pida. ¿Ustedes qué le van a regalar?

     —Vas a tener que esperar para saberlo, igual que ella —sonrió—. Por cierto, ¿en dónde está?

     —Salió a almorzar con Volterra.

     —Ah, esa es nueva.

     —Camilla le llamó ayer para decirle que fuera, así que supongo que cuenta como obligación. Están celebrando su cumpleaños.

     —Supongo que sí es el secreto peor guardado de la historia —rio Natasha.

     —Yo creo que sólo Volterra no sabe que todos sabemos. Me gusta llamarlo “negación”… o “pánico”.

     —¿Qué hay del otro papá? ¿Viene a la boda?

     —No creo, todavía no le ha dicho nada a Sophia… pero, por lo que ella dice, asume, y cree cual religión de su devoción, es más un “NO” que un “no”.

     —Bien. Siguiente tema: te alegrará saber que ya decidí el menú, y las bebidas, y la música, y la decoración, y todo. Sólo falta que se arreglen de nuevo con la protegida de mi papá…

     —Con la hija adoptiva —bromeó.

     —Ha-ha, very funny —entrecerró sus ojos—. Mi papá sólo tiene ojos para mí.

     —Eres hija única, ¿qué esperabas? —rio.

     —Touché. En fin… ¿ya decidieron regalos de bodas?

     —No queremos regalos —sacudió su cabeza—. ¿Te acuerdas que te dije lo de la vajilla? —Natasha asintió—. Ya la están haciendo.

     —Bien… pero realmente esperaba quebrar un plato y gritar “Opa!”… es fantasía social, creo yo.

     —Para tus cinco años de casada podemos hacer lo eso.

     —Pero con la vajilla de porcelana de mi suegra —sonrió.

     —Dios… sí que la odias.

     —No la odio… sólo no me cae bien —la corrigió, pues había una diferencia muy grande que era realmente muy pequeña.

     —¿Por qué no sólo le dices a tu papá que te la quite de encima?

     —Porque no voy a dejar que, por mi incomodidad, los clientes de mi papá pierdan tanto dinero. Además, puedo soportar un par de días más con ella… puedo soportar que, cuando me despierte, lo primero que vea es a mi suegra apoyada en el marco de la puerta que nos ha estado viendo dormir.

     —Creepy…

     —En otra vida, en otra dimensión, podría apostar a que mi suegra es una cougar adúltera… deberías ver cómo ve a Phillip cuando está dormido —sacudió la cabeza.

     —Dentro de esa capa de hielo tiene que correrle un poco de sangre tibia o de maternidad, whatever the case might be.

     —Pues que le corra en la privacidad de su cuerpo y de su tiempo… que no veo por qué tiene que vernos dormir todos los días, debería dormir más ella.

     —¿Y Phillip no le ha dicho nada?

     —La vez pasada irrumpió en la habitación con desayuno en la cama, nos despertó de golpe, que casi me cago porque esa no es manera civilizada de despertar a alguien, y no entendió todas las indirectas de “estamos sin ropa” hasta que me hizo sentarme y vio que me estaba cubriendo las niñas con las sábanas. Phillip le dijo que no era momento para hacer esas cosas, mucho menos a las seis de la mañana en un sábado, la sacó de la habitación, me cogió hasta que casi me quema los sesos, y luego desayunamos todos juntos a la mesa como una familia perfectamente disfuncional.

     —¿Quedaste contenta?

     —“Compensada” diría yo… aunque, sí, contenta también… me dijo que gritara si quería, que exagerara todo si quería… encontramos a mi suegra casi con infarto después de que grité pornográficamente un “harder, harder, harder!” y un “oh my God, it’s so deep!”… cosa que nos dio risa en el momento porque ni me estaba cogiendo, pero, hey… si quiere ser público, hay que darle espectáculo, ¿no?

     —¿Por qué esa anécdota no la sabía yo?

     —Porque estuviste en Providence la semana pasada y porque fue en los Hamptons…

     —Que no me invitaste, cierto —bromeó.

     —Te quiero demasiado como para hacerte soportar a mi suegra; ese karma me lo trago yo, y sólo yo.

     —¿Quieres que te santifiquemos? —rio—. Seguramente mi mamá conoce a alguien en el Vaticano; tú dilo y hacemos que suceda.

     —¿Para eso no necesito milagros, y no sé qué más?

     —La información la podemos buscar en Wikipedia —sonrió.

     —Olvídalo, calidad de Santa no tengo… aunque es milagro que no la haya matado todavía, eso debe contar, ¿no?

     —Estoy segura de que sí, amor —rio.

     —Como sea… ¿cómo vas con tu regalo de bodas?

     —Bien, Sophia aceptó que me hiciera cargo de Irene y Camilla… eso es más que suficiente para mí.

     —¿Eso cuenta como filantropía?

     —Very funny —entrecerró sus ojos mientras presionaba el número uno en su teléfono para llamar a Gaby, pues sabía que no estaba en su escritorio al haberla enviado en una misión especial que trataba sobre socialización con las secretarias que gozaban del título de “secretaria”.  

     —¿Y Sophia qué quiere que le regales?

     —Esta conversación ya la tuvimos, ¿verdad?

     —No que yo sepa —sacudió su cabeza.

     —Me pidió algo imposible.

     —“Imposible” no existe en tu diccionario, Emma.

     —Gaby —sonrió al abrirse la puerta—. ¿Té frío? —sonrió, relevando al “por favor” que la sonrisa significaba.

     —Claro que sí, Arquitecta. ¿Algo para usted, Señora Noltenius?

     —Lo mismo, por favor —murmuró, notando que Gaby sólo asentía y se retiraba, cerrando la puerta tras ella—. ¿Qué fue lo que te pidió?

     —¿Te he dicho algo de la nueva adquisición al arsenal de juguetes que tenemos? —ladeó su cabeza con su ceño fruncido.

     —¿Nueva adquisición? ¿”Arsenal”? ¿Cuántos tienes?

     —Tres… si no me equivoco.

     —¿Y a eso llamas “arsenal”? —rio.

     —Plural ya lo hace arsenal —se encogió entre hombros—. Pero, volviendo a lo que es realmente importante, supongo que no te he contado, entonces.

     —Acuérdate que suprimimos el tema de conversación lo más que pudimos.

     —Cierto… bueno, tenemos un vibrador, el dildo que tú conoces, y un… un… un… —frunció su ceño todavía más mientras hacía gestos con sus manos, gestos que intentaban describir la forma del objeto pero que, por alguna razón, no tenían sentido.

     —¿Strap-on? —intentó adivinar.

     —That’s the problem… it doesn’t have straps.

     —¿Dildo doble?

     —De alguna forma, sí. Pero es como… no sé… no es recto.

     —¡Oh! Thomas me habló de eso hace un tiempo…

     —Ni voy a preguntar qué carajos hace Thomas viendo pornografía lésbica.

     —Fantasía de todo hombre que conozco —dijo un tanto indiferente—. Pero, ¿qué pasó con eso?

     —Bueno, lo hemos utilizado dos veces: para mi cumpleaños y hace dos semanas, pero es más bien que Sophia lo usa conmigo.

     —Hablemos de roles.

     —Sí, supongo que sería el hombre.

     —Ajá, y Sophia te pidió que lo usaras con ella… —Emma sólo asintió—. ¿No puedes o no quieres?

     —Ayer lo medí y me sentí muy rara, incómoda… y, hablando las cosas como son, la idea me estorba, me perturba, me incomoda. No quiero ni puedo hacerlo; me vi al espejo y casi me muero al ver que, de un momento a otro, tenía una cosa de esas que tienen los hombres…

     —Díselo —rio nasalmente.

     —Dijo que tenía hasta el día de la boda para hacerlo, pero que no le dijera…

     —Y tenías pensado hacerlo este fin de semana, ¿no?

     —¿Cómo sabes?

     —Dentro de todo, amor, tú quieres que tu boda sea especial… quieres que sea algo que, cuando te acuerdes, te haga sonreír con cariño y no con picardía nostálgica. Tú eres toda sobre adoración, sobre apreciación, sobre amor en lo que a Sophia se refiere, y con “Sophia” me refiero a cuerpo, mente y, aunque no te guste el término, corazón, alma o como quieras llamarle. Tú tratas a Sophia como si se te fuera a quebrar entre las manos, tú adoras a Sophia así como alguna cultura precolombina adoraba al sol, y a la lluvia, y a las estrellas, y no logras verte teniendo sexo ese día, no ese día; de todos los días de tu vida, no logras verte teniendo sexo crudo, rudo, divertido y seco… te ves llenándola de besos y caricias, y de algo que te haga sentir posesión y pertenencia pero sin llegar a darla por sentado y sin llegar a cosificarla. Tú te ves haciéndole el amor hasta que la idea, de que es tuya, te dé una bofetada y te haga sólo sentir más ganas, y más ganas, de seguir haciéndole el amor; y quieres que te toque más de lo que normalmente te toca, que te toque porque, aunque lo niegues, un papel le dio permiso a ella de tocarte y a ti de dejarte tocar, y tienes ganas de ceder lo último que te queda por ceder… y eso es algo que no se logra a través de sexo pornográfico, ni con un strap-on a la cadera… porque, por si eso fuera poco, eres mujer y te casaste con una mujer, y quieres ser mujer, y quieres que sean mujeres entre ustedes. —Emma se quedó muda, con la mirada ancha y perpleja—. ¿Tú sabes por qué Sophia te reta? ¿Por qué le gusta jugar contigo? ¿Tú sabes por qué te dio un cubo y no una caja normal? ¿Tú sabes por qué?

     —Ilumíname, por favor.

     —Muy en el fondo, enterrado en su consciencia e inconsciencia, ella cree que es simple, insípida, que no es como tú; que tienes capas y capas de colores y sabores. Ella cree que es plana, que es un poco aburrida, y sabe lo rápido que tú te aburres de las cosas, que tienes que estar entretenida para no mandarlo todo al carajo… así como yo sé que mandaste al carajo el primer intento de pedirle que se casara contigo, porque te aburrió esperar, porque te aburrió que Sophia estuviera ausente, porque simplemente te desesperaste… de la misma manera en la que mandaste al carajo a Fred: porque te aburriste de soportarlo, porque te aburriste de la rutina.

     —No sé si te estoy entendiendo.

     —Sophia no quiere que caigan en una rutina, claro, eso ni tú lo quieres… aunque las rutinas no te disgustan porque sabes que, al menos, hay cosas que son seguras a pesar de que juegas con el límite de lo seguro y de lo aburrido; de lo que das por sentado, pero Sophia cree que tiene que hacer más, más, y más, y simplemente más para mantenerte entretenida; así como lo hizo con el cubo. Te reta porque sabe que te gustan los retos, le gusta jugar contigo porque sabe que eso te entretiene; seduce a tu Ego y a tu interés. El problema es que ya no se da cuenta de que lo hace inconscientemente, no se da cuenta de que te entretiene verla, o de que te entretiene preocuparte hasta porque el papel higiénico sea de algodón del Olimpo con extracto de manzanilla, o que te preocupas porque tenga el shampoo para cabello rubio porque sabes que piensa que su cabello es rebelde, o que te preocupas porque tenga ropa que le guste sin importar su precio… ese memorándum no lo recibió; ese en el que le haces saber de que ella es tu mayor entretenimiento sólo porque existe. Así que, por si no me has entendido, Sophia te reta porque cree que eso es lo que quieres y necesitas… aunque creo que es lo que ella cree que necesita para sí misma, en el caso de que no se haya dado cuenta de que estás, sin ofender, casi de rodillas ante ella.

     —¿Cuánto tiempo tienes de estar aguantándote todo esto? —elevó su ceja derecha.

     —Me acaba de salir —se encogió entre hombros—. Pero me dejó con esa idea desde que empezó a hacerte ese anillo —dijo, señalándole su dedo anular izquierdo.

     —Su trabajo no es entretenerme así, aunque no niego que sí infla mi Ego… pero no necesito que me rete a que cuente cuántas estrellas hay en el cielo para mantenerme entretenida —frunció su ceño.

     —Eso yo lo sé, pero ella quizás no lo sabe…

     —Me acabas de decir que se lo diga.

     —En cierta forma, sí.

     —¿Sophia te ha dicho algo?

     —Nada fuera de lo normal, sólo tenemos conversaciones convencionales —sonrió—. Lo que te acabo de decir es mi opinión, la cual sabes que siempre es la correcta —rio egocéntricamente.  

     —Es que tiene lógica lo que dices…

     —Mírale el lado bueno, si Sophia lo hace es porque no te da por sentada. —Emma suspiró y hundió su mirada en su mano—. Explícale que no te sientes cómoda haciendo lo que te pide, pregúntale si es algo que quiere o si es sólo un juego curioso… quizás ahí esté el factor determinante, pero explícale que el día de tu boda no la vas a follar hasta sacarle los ojos.

     —La vez pasada le dejé muy claro que ella puede decirme que “no” cuando sienta que es un “no” o un “no sé”.

     —Creo que hay muy pocas cosas que tú no le vas a hacer o que no vas a hacer por ella, y forzarla a hacer algo es una de esas cosas. Eso es bueno —sonrió.

     —Ahorita tengo algo trabado —suspiró de nuevo, señalándose su garganta.

     —¿Desde hace cuánto?

     —El lunes… tuve una reunión con los de “Oceania Cruises”.

     —Sí, me dijiste que habías tenido una reunión, y que te había ido bien… pero no hablamos detalles ni nada.

     —Me ofrecieron el trabajo, directamente a mí... quieren que ambiente el crucero nuevo.

     —Eso es bueno, ¿no?

     —Bastante —sonrió minúsculamente.

     —¿Por qué no te noto tan contenta?

     —Son veintitrés espacios distintos los que tengo que ambientar; desde habitaciones de tripulación hasta habitaciones de huéspedes, desde el bar a la orilla de la piscina hasta el restaurante formal, el Lobby, los baños, todo. Me pagarían seis cifras por mi trabajo, empezando en septiembre cuando me entreguen los planos y las especificaciones, para entregarlo en el verano del dos mil quince para su primer viaje.

     —Dijiste “me pagarían”… asumo que estás pensando en no tomarlo.

     —Tengo hasta el miércoles de la otra semana para aceptarlo o rechazarlo —se encogió entre hombros.

     —¿Pros?

     —Buena paga, bueno en el portafolio, buen jefe y buen cliente, buenos beneficios posteriores a mi trabajo con la empresa en general… experiencia, blah, blah, blah… lo mismo de siempre.

     —¿Y el Downside?

     —Es en Miami —murmuró, y, estando a punto de continuar, la puerta se abrió, que era Gaby con los dos vasos de té frío en sus manos, por lo cual Emma simplemente decidió no continuar hasta que Gaby volviera a salir.

     —Miami… —dijo Natasha para recoger nuevamente el tema ante la salida de Gaby—. Todavía no le veo el downside real, estás con un proyecto en Malibú y no te escuché hablar de un downside.

     —En enero del otro año tendría que estar de planta en Miami.

     —Oh… —musitó, frunciendo su ceño.

     —El primer viaje lo tienen programado para el diecisiete de julio, eso significaría siete meses de planta en Miami… viviría siete meses allá.

     —Iría a visitarte, eso es seguro —sonrió.

     —Y sabes que serías más que bienvenida…

     —¿Pero?

     —Me ofrecen todo; vivienda, transporte, comida… pero sólo para mí.

     —Ah… —suspiró—. Ya entiendo…

     —La mitad es un “sí” muy grande… la otra mitad es un “no” igualmente grande.

     —Analicemos el “no”.

     —No voy a moverme siete meses a Miami, no voy a dejar a Sophia aquí… si no pude soportar la idea de estar tres días sin ella, y fue por eso que fue conmigo a Providence, ¿cómo no me voy a ahogar en siete meses? Esa desesperación no la calman ni seis cifras. Y, por el otro lado, no puedo pedirle que venga conmigo, que deje de trabajar aquí para que me acompañe a vivir allá sólo porque…

     —¿Por qué no sólo lo hablas con ella? —la interrumpió.

     —Porque sé que me va a decir que lo tome, que we will make it work… pero, sinceramente, no puedo dejarla, no puedo sólo irme.

     —Si Sophia estuviera en tu lugar, ¿qué le dijeras?

     —Trabajaría a distancia, pero eso es porque siendo Arquitecto eso puede hacerse hasta cierto punto… pero Sophia no es Arquitecto.

     —Suprime la arquitectura.

     —Tengo licencia nacional, quizás podría hacer freelancing allá por ese tiempo, o no sé… —se encogió entre hombros—. Pero sí aventaría todo por irme tras ella. No puedo dormir de pensarlo, a veces me encuentro con dificultad para respirar, a veces me entra esa desesperación que me lleva a los pocos berrinches que hice cuando no se me veían tan mal; de esos de patalear, de sacar el Satanás que llevo dentro hasta terminar llorando por impotencia… me estresa el hecho de saber que no sabría si está comiendo bien, si está durmiendo bien, si está bien.

     —Darling, háblalo con ella —rio nasalmente—. Quizás no tenga la respuesta que buscas pero puede ser que te diga algo que te haga decidir con mayor facilidad.

     —Es sólo que… —dijo, y gruñó ante la impotencia de poder decidir.

     —Soluciones hay, y muchas —le dijo—. Al final del día yo sé que terminarás con una sonrisa.

     —Al menos al final del día de hoy sí —sonrió—. ¿Qué vas a hacer este fin de semana? —le preguntó, pues asumió que, con cambiar el tema, parte de su aflicción se esfumaría.

     —Mis papás se van a los Hamptons, creo que me voy a ir con ellos… no me voy a quedar aquí soportando a mi suegra de gratis. Por cierto, mis papás quieren cenar con ustedes algún día, pues, nosotros iríamos también… quieren desearle feliz cumpleaños a Sophia.

     —Sólo digan el día, la hora y el lugar, y llegamos. ¿Qué tal está tu mamá?

     —Va a estar toda una semana con Martha en mayo.

     —Las amiguitas se vuelven a juntar —rio.

     —Lo mismo le dije yo. Sólo falta Aunt Donna para revivir las tardes de arresto domiciliario —se carcajeó.

     —Hablando de tu Aunt Donna… no te entendí nada de lo que me dijiste hace un par de días y se me había olvidado preguntarte.

     —Me ofreció ser Head de Relaciones Públicas de DKNY —se encogió entre hombros—. Pero roba demasiado tiempo; desde conferencias de prensa hasta lanzamientos de colecciones, y, en realidad, no tengo ganas de trabajar en algo que me consuma tanto, no cuando Phillip está regresando tan temprano del trabajo y que en verdad puedo pasar tiempo con él.

     —Esa parte sí te la entendí, pero me hablaste de otra cosa también.

     —Quiere que sea un apéndice de planta para Recursos Humanos y para Relaciones Públicas; que supervise, que intervenga y que encuentre los puntos débiles de cada área; “Damage Control”.

     —No suena nada mal, Nate.

     —No, eso me llama más la atención… y quiere que observe periféricamente desde los preparativos para la siguiente Fashion Week.

     —Ya entendí, ya entendí —asintió—. ¿Estás contenta?

     —Si no estuviera mi suegra, lo estaría mucho más —sonrió—. Por cierto… hay algo que te quiero pedir.

     —Lo que quieras.

     —Quiero limpiar esa habitación —dijo, y Emma supo de cuál habitación hablaba—. Quiero que hagas lo que sea para que esa habitación no sea lo que es ahorita.

     —¿Por qué quieres hacer eso? —murmuró un tanto sorprendida, quizás más triste que sorprendida porque asumió algo que no era.

     —Estoy cansada de que mi suegra lo utilice para atacarme silenciosamente; cada cierta cantidad de días la encuentro en esa habitación, curioseando las cajas para ver qué encuentra. La vez pasada la encontré con la lámpara de la jirafa en las manos y que había sacado los Tartin et Chocolat de una de las gavetas… —suspiró, sacudiendo su cabeza con infinita desaprobación—. Te pagaré lo que me pidas, sólo deshazte de eso, por favor…

     —Más despacio, más despacio —sonrió reconfortante y empáticamente—. ¿Quieres que me deshaga de todo eso o quieres que lo quite de tu vida temporalmente?

     —Just make it go away —susurró.

     —Está bien —asintió una tan sola vez—. ¿Qué te gustaría que hiciera en esa habitación?

     —No sé, ¿qué se te ocurre?

     —¿Qué tal algo como lo que tienen tus papás en el Penthouse? —ladeó su cabeza con una sonrisa.

     —¿Mi escape de la depresión?

     —Sí —asintió—. Digo, pensando en algo fácil y que puede o no ser temporal… nada que sea una instalación muy complicada para que se pueda quitar cuando el momento llegue, ¿no crees?

     —Continua…

     —Algo ordenado pero simple, oscurezco las paredes pero no lo suficiente como para complicarme en un futuro, anular o reducir la luz natural con una persiana especial, te instalo una pantalla junto con todos los dispositivos que se te ocurran para tener buen sonido y buena imagen… te puedo poner un mini bar con un refrigerador y congelador pequeño, para poner una que otra botella y vasos. ¿Prefieres un sofá muy grande o butacas?

     —Sofá muy grande, y muy cómodo… en el que me pueda acostar de frente de ser posible.

     —Un sofá muy grande será. Además, te pondría algo en lo que puedas guardar un par de cobijas, tu colección de DVDs obsoletos y demás… ¿qué te parece?

     —¿Alfombrado?

     —¿Qué tanto le quieres complicar el trabajo a Agnieszka?

     —Lo menos posible.

     —Entonces no —rio—. Lo dejamos así como está.

     —Sabes que confío en tu gusto, haz lo que quieras… pero hazlo cuanto antes, por favor.

     —¿Vas a estar mañana por la mañana en tu casa?

     —Depende de lo que me vas a decir a continuación —rio.

     —Puedo hacer que lleguen mañana a desarmar muebles y a despintar paredes —sonrió—. Ellos empacarían los muebles y se los llevarían mañana mismo; los meterían a mi bodega, si estás de acuerdo.

     —Suena perfecto —sonrió agradecida, y ni había terminado de expresarse verbalmente cuando Emma ya presionaba el botón del intercomunicador.

     —Gaby, ¿puedes venir un momento, por favor? —sonrió para el teléfono y se volvió a Natasha mientras soltaba el botón—. Sólo tienes que hacer algo; o pones a Agniezska a guardar toda la ropa y los utensilios, y todo-lo-que-sea, o lo haces tú.

     —¿También te la llevarías? —preguntó un tanto extrañada.

     —Darling, you asked me to make it go away —dijo con una sonrisa, volviéndose a la puerta porque Gaby recién entraba.

     —Dígame, Arquitecta, ¿qué puedo hacer por usted? —dijo Gaby, materializando su típica libreta, ahora con un bolígrafo Tibaldi que Emma le había regalado porque no lograba concebir que las cosas se escribieran con un Pilot negro, así como lo hacían el resto de secretarias.

     —Necesito que veas si Jack está libre mañana. Si está libre, dile que necesito que se lleve a dos para desarmar y empacar unos muebles en el apartamento de la Señora Noltenius —sonrió, pues cómo le gustaba ver cuando Natasha se sacudía ante el título de “Señora”—. Quiero que se lleven esos muebles, junto con otras cajas que les den, a mi bodega… y que empiecen a despintar las paredes. —Gaby asentía mientras escribía rápidamente en ese idioma que sólo ella se entendía—. No, mejor que sólo las pinten de blanco. Si no terminan mañana, que regresen el… —se volvió a Natasha para que ella completara la frase.

     —El lunes estaría bien.

     —El lunes —confirmó Emma.

     —¿De qué hora a qué hora pueden estar en su apartamento, Señora Noltenius? —le preguntó Gaby directamente a Natasha.

     —De siete y media a cinco —se encogió entre hombros, pues no sabía cómo funcionaba eso, pero se sintió cómoda con la idea del tiempo por la mirada de aprobación que le daba Emma—. Y que no se preocupen por el desayuno o el almuerzo, o la comida en general —dijo, dibujándole a Emma una sonrisa.

     —¿Algo más? —murmuró Gaby, levantando su mirada para encontrarse la de Emma y la de Natasha.

     —Si no está Jack, que lo haga Marcel, por favor —sonrió—. Y que tengan cuidado con esos muebles, por favor —dijo con esa mirada que significaba que Gaby tenía que advertirles que debían tratar a los muebles como tratarían a sus propios hijos—. ¿Tienes hambre? —le preguntó a Natasha.

     —Más o menos —sonrió, volviéndose a las carpetas para seguir firmando.

     —Puedo pedirles algo de almorzar —dijo Gaby, y Emma volvió a ver a Natasha para buscar un “sí” o un “no”, pero todo lo que obtuvo fue un “no sé” que era sinónimo de “como tú quieras”.

     —Sushi estaría bien —dijo Emma—. Dos de los míos, por favor —añadió antes de que Gaby le preguntara qué quería Natasha, y eso se resumía a una orden de Rainbow Roll, dos Ebi, dos Hirame, dos Ika, dos Kani, dos Maguro, dos Sake, dos Tai, dos Tako y dos Katsuo, con un suculento y exagerado montículo de Gari rosado, no amarillo, y una generosa flor de wasabi para cuatro paquetes de salsa soya.

     —Enseguida —murmuró.

     —Y, Gaby —la detuvo Emma antes de que se retirara—. Necesito que le digas a Moses que me compre unas cosas…

     —Dígame —sonrió, volviendo a materializar su libreta y su bolígrafo.

     —Space bags, de trece por veinte… con una docena bastarían. Seis cajas de plástico de quince por veintiuno por doce. Bubble wrap de veinticuatro pulgadas de ancho, que la longitud sea de más de treinta y cinco pies. Un dispensador de Packing Tape, de la transparente, y adhesive pouches. Ah, y un Sharpie negro… y que lo lleve hoy a la casa de la Señora Noltenius, por favor.

     —¿Algo más?

     —Por favor almuerza algo, yo invito —guiñó su ojo, haciendo que Gaby se sonrojara, así como siempre sucedía, siempre que la trataba demasiado bien.

     —Gracias, Arquitecta —murmuró—. Con su permiso —dijo, y se retiró de aquella oficina.

     —¿Qué era de tu vida antes de Gaby? —rio Natasha.

     —Era más complicada… pero, ¿quién no se acostumbra a tener ayuda? —resopló—. No me quejo.

     —No la vi en la lista de invitados de tu boda.

     —No, tiene un viaje programado.

     —¿Tiene o le programaste un viaje?

     —Pobre… —rio—. Le tendrías que haber visto la cara, siempre que le digo que se siente cree la voy a despedir…

 

*

 

Adelante —elevó Emma su voz ante el llamado de la puerta.

     —Su agua —sonrió Gaby al entrar a la oficina.

     —Gracias, Gaby. Muy amable —sonrió de regreso.

     —Licenciada, ¿se le ofrece algo? —se volvió hacia Sophia, quien trabajaba en lo de “Patinker & Dawson” con “MoneyGrabber” de fondo.

     —No, Gaby, gracias. Todavía tengo café —murmuró sin quitarle la vista a la pantalla de su iMac.

Gaby asintió y, así, en ese silencio que tanto la caracterizaba siempre que estaba frente a Sophia, pues la mezcla de Emma y ella le daba más pánico que cuando sólo estaba Emma, pretendió darse la vuelta para volver a su escritorio a jugar cualquier cosa ante la falta de movimiento laboral.

     —Gaby… —la llamó Emma con tono serio y aireado.

     —¿Sí? —se detuvo y, con una respiración profunda, reunió coraje para darse la vuelta y verla de frente.

     —Siéntate un momento, por favor —dijo, apuntándole con la mirada a una de las butacas frente a su escritorio mientras cerraba la última edición de ElleDecor, no sin antes haber arrojado su iPhone entre el tour escrito y fotográfico que proveía el artículo sobre la residencia de Tommy Hilfiger en el Plaza—. ¿Qué tal está Jay? —le preguntó en cuanto ya estaba sentada.

     —Bien, muy bien. Creciendo… —respondió un tanto extrañada por la pregunta, pues Emma no era de las personas que precisamente se preocupaban por su hijo; ella sólo pagaba Guardería y Niñera, próximamente pagaría Preschool tras la promesa que le había hecho a Gaby en su debido momento.

     —El trece de mayo cumple años, ¿verdad? —Gaby asintió—. ¿Dos?

     —Sí, dos.

     —¿Y tú?

     —Veinticinco —resopló un tanto sonrojada, aunque, en cuanto emitió su respuesta, dudó de la pertinencia de la misma, pues podía haberle estado preguntando cuándo era que ella cumplía años, además no sabía por qué le estaba preguntando eso—. El treinta de mayo —añadió.  

     —Perfecto, no me equivoqué —sonrió Emma.

     —No le estoy entendiendo, Arquitecta.

     —Sabes, para mi vigésimo quinto cumpleaños me sumergí en tanto alcohol que se me olvidó hasta mi nombre; pero la pasé demasiado bien con mis amigos. Veinticinco shots de Vodka, fotografías que hasta la fecha me dan vergüenza y que me sirven para tener un vago recuerdo de la noche; bebí, fumé porque en esa época fumaba bastante, comí, bailé, y se me olvidó que tenía cierta reputación que cuidar —rio—. Licenciada Rialto, ¿usted cómo celebró su vigésimo quinto cumpleaños?

     —Lo celebré con un resfriado, y un par de pinzas para sacarme las astillas de madera de los dedos —respondió Sophia, estando realmente muy avergonzada de lo deprimente que eso había sonado, aunque habría sido más deprimente si hubiese mencionado el hecho de que había ingerido una botella de Smirnoff en soledad, sobre un colchón inflable con “Baby One More Time” de fondo, y ni hablar de lo que habría sucedido si hubiese mencionado que la había cantado a todo pulmón entre ebriedad de gafas y mala puntería de pinzas contra la paupérrima luz de una lámpara de mesa de noche.

     —¿Cómo planeas celebrar tu cumpleaños, Gaby? —rio Emma, pues ella sí sabía cómo había sido ése cumpleaños de Sophia, hasta sabía que “As Long As You Love Me”, cuando pertenecía a los originales, había sido la canción que había sonado al compás de los quejidos que se le escapaban en cuanto sus lastimados dedos se enterraban en el algodón empapado con alcohol, o quizás había sido vodka; Sophia no se acordaba.

     —Todavía no lo sé, quizás como todos los años: con mis papás, y con Jay.

     —Ya veo… ¿y le vas a celebrar el cumpleaños a Jay?

     —Sí, algo pequeño, con algunos de los niños de la guardería… todavía no sé.

     —Gaby… —dijo, estirando su brazo para sumergir su mano en su Bottega Veneta negra—. Yo sé que todavía estamos en marzo, pero no quiero que se eche a perder —sonrió, sacando, de su bolso, un sobre rectangular negro que, en la esquina superior derecha, tenía la distintiva “T” en blanco que sólo podía significar “Trump”—. Mi boda es el treinta de mayo, y, por mucho que me gustaría que nos acompañaras, me parece que es más justo que celebres tu cumpleaños por tu lado —dijo, y, con la misma sonrisa, le alcanzó el sobre—. Y me parece más justo que te tomes un par de días libres también; que te relajes, que descanses, que cambies de ambiente… sol, playa, uno que otro masaje, que alguien haga la cama por ti… tú sabes: que te consientan —suspiró, notando las ganas que Gaby tenía de abrir el sobre pero que, por lo que sus papás le habían enseñado, no lo haría frente a ella y sólo le agradecería—. Ábrelo, y dime si tienes tiempo para eso —rio, atentando contra los principios de aquella mujer con la que tenía una relación más cercana y más sana que con su propia hermana.

Gaby le dio la vuelta al sobre y, con delicadeza, despegó la solapa para abrirlo. Adentro había una serie de papeles doblados en tres secciones, papeles que sacó para ver qué eran.

Arquitecta… —suspiró anonadada, y a Emma cómo le satisfacía saber que estaba haciendo algo bueno.

     —Alec sólo está esperando una respuesta de mi parte para firmar tu permiso y entregárselo a Jason. Tú dirás si tenemos algo que firmar o no —sonrió.

     —Arquitecta, no sé qué decirle… —se sonrojó.

     —Seis noches en Waikiki… no puedes decirme muchas cosas.

     —Yo creo que sí —intervino Sophia con una risa nasal, y Emma sólo sonrió ante la mirada confundida de Gaby—. Digo, Waikiki no queda a la vuelta de la esquina, ¿no?

     —Ah, Licenciada Rialto —rio Emma—. Gracias por acordarme —dijo, aunque no era que se le había olvidado, simplemente le gustaba superarse porque su Ego se lo agradecía si era gradual y no de una vez—. Yo y mi cabeza… —se sacudió, abriendo la primera gaveta de su escritorio para sacar uno de los sobres del Estudio—. No planeo que nades hasta allá —dijo, alcanzándole el segundo sobre—. Antes de que digas “sí” o “no”, tienes que saber que hablé con tu mamá. —Gaby levantó la mirada, fue como si le hubieran mencionado a la muerte—. No te preocupes por niñera, por nada; todo está cubierto. Tu mamá va a cuidar a Jay por esos días.

     —Además, sólo una vez se cumple veinticinco —dijo Sophia.

     —Gracias, Arquitecta. Gracias, Licenciada —sonrió.

     —No, no —sacudió Sophia su cabeza—. Yo no tuve nada que ver con eso, Gaby… eso fue Emma.

     —Gracias, Arquitecta —se sonrojó.

     —No hay de qué, Gaby. Supuse que unas vacaciones bien merecidas estaban en orden.

     —Aunque… Emma —murmuró Sophia, tratando de contenerse la risa y la sonrisa—. ¿No crees que falta algo?

     —Yo creo que sí —rio, y le dio risa porque Gaby ya no sabía ni cómo sentarse de la incómoda emoción.

     —Sí, yo también creo eso —dijo Sophia, alcanzándole un sobre que era demasiado pequeño como para ser otro papel, tamaño carta, doblado en tres secciones—. Creo que también es justo que compres un bikini nuevo, y que le regales a Jay lo que se le antoje.

 

*

 

—Nada que una gift card de Macy’s no pudiera hacer.

     —Me retracto, tu secretaria es más consentida que la de mi papá —rio Natasha, alcanzándole la última carpeta—. “Asistente” —se corrigió antes de que Emma la pudiera corregir.

     —Hace un par de semanas, David quería un favor de Gaby… creo que era que le prestara su código de impresiones porque él no tiene, y Gaby le dijo que no. David le preguntó qué le había hecho como para que le negara algo tan vital para su trabajo, y Gaby le dijo: “Ingeniero Segrate, usted se mete con la Arquitecta y se mete conmigo”. Boo-yah!

     —Con razón la quieres tanto; hasta te defiende.

     —That’s the point: she’s loyal. Además, gana más que la secretaria de Volterra; su lealtad está implícita en su descripción laboral.

     —No veo por qué no debería, de igual forma Volterra no es el que tiene más poder aquí: él tiene un voto y tú tienes tres, próximamente sólo dos en el caso de que Sophia te firme los papeles, o quizás sigas teniendo tres en caso de que Sophia no quiera el veinticuatro por ciento, o el veinticuatro más uno.

     —Volterra es el Managing Partner, lo que lo hace, básicamente, el que tiene más poder en papel.

     —En papel —resaltó—. ¿Quién de ustedes dos gana más; tú o él?

     —Si hablamos de salario fijo yo gano más que él pero por las distribuciones de porcentajes, pero, en lo que a proyectos se refiere… —suspiró, frunciendo su ceño y llevando el vaso de té frío a sus labios—. Creo que este año él hará más que yo. Yo he tenido cinco proyectos de arquitectura particulares, él ha tenido dos de patrimonio cultural y tres particulares entre Philadelphia y Washington, que es donde mejor pagan, pagan tan bien como en Boston y en Providence.

     —Espera, ¿está cagado en plata?

     —Este año creo que lo va a cerrar con cinco… uno de sus mejores años.

     —No parece…

     —No, no parece. Se acaba de comprar un Condo en el veintidós, sobre la Cincuenta y Nueve y Quinta.

     —Eso es al lado del Plaza —dijo estupefacta.

     —Sí, exactamente al lado del Oak Bar. Por fuera no es muy vogue, pero tiene su encanto por dentro. Son los últimos dos pisos más una parte del rooftop. La terraza del último piso da exactamente frente al Pond… tiene una vista impresionante. Después de esa compra no está tan cagado en plata, pero sigue teniendo sus lujos…

     —Siempre me lo imaginé siendo una persona muy sencilla.

     —Lo es, todavía no logra entender muchas cosas que encierran la comodidad doméstica, pero creo que ya se dio cuenta de que, si no disfruta lo que ha ganado, no vale la pena. Ahora quiere que alguien le haga la limpieza, que le cocine, todo…

     —¿Qué le dijiste para corromperlo?

     —Cuando fuimos a ver el apartamento, porque quiere que se lo ambiente, le pregunté qué iba a hacer con una cocina tan grande… y su respuesta fue: “yo nada… que alguien más me cocine, y que ese alguien se encargue de regar las plantas y de aspirar las alfombras que sé que me vas a poner”.

     —¿Y ese “alguien” no será Camilla Rialto?

     —Mi mamá cocina más rico —susurró traviesamente—. Pero no sé, yo le dije que buscara en Pavillion a una housekeeper/cook que no tuviera miedo de vivir con un hombre soltero, o que fuera live-out. Digo, de Pavillion viene Agniezska, Vika y Hugh… y creería que Anya también es de Pavillion.

     —Pavillion debe odiar a mi familia —rio—. Hemos privatizado a tres.

     —Y cómo no —se carcajeó—. Pero, volviendo a lo de Camilla… no tengo idea de qué hay ahí. La vez pasada estaba en la oficina de Pennington y Clark, estábamos viendo unos planos que nos habían enviado de TO, y sólo se escuchaban las carcajadas de Volterra.

     —¿Estaba hablando con Camilla?

     —Sophia le habló en ese momento a Irene, y, en efecto, estaban carcajeándose los dos… que Alec, aparentemente y según Irene, se aburrió de no tener acceso rápido y directo a Camilla y por eso le regaló un iPhone, para que pudieran Facetime cuando se les diera la gana… o qué sé yo. El punto es que Camilla estaba intentando descifrar cómo funcionaba el teléfono, y Alec la estaba molestando.

     —¿Qué dijo Sophia?

     —Estaba un poco indignada —rio—. En diciembre fuimos a la Apple Store porque Sophia le iba a regalar un iPhone nuevo a Irene, que escogiera el que quisiera; color y memoria, y, estando allí, Sophia le preguntó a Camilla cuándo se le vencía el contrato de su Blackberry, así veían de aprovechar que ya estaban allí para comprarle un iPhone también. Camilla le dijo que ella no entendía de esos teléfonos, que eran muy complicados, que ella se quedaba con Blackberry porque eso había tenido desde que Talos le había dado el primero: a lo seguro. Y no, no, no, y no. Ya te imaginarás a Sophia cuando supo que de Volterra sí había aceptado uno… o quizás le enojó el hecho de que Volterra se tomó la molestia de imponérselo —rio de nuevo.

     —Esa relación es más rara que la de Mariah Carey y Nick Cannon…

     —Muchísimo más rara —asintió—. She’s hot for him, he’s hot for her.

     —Sí te das cuenta de que acabas de utilizar una referencia sexual para referirte a tus suegros, ¿verdad?

     —No puedo explicar esa tensión de otra forma —se encogió entre hombros—. Alessandro no es guapo; si tuvieras que poner una cadena evolutiva de físicos, a un extremo tendrías a Jason Statham y, al otro extremo, tendrías a Stanley Tucci… eso que hay en medio es él. Guapo no es.

     —Feo tampoco… digo, si es el último hombre en la tierra, más de alguna de le tira encima.

     —¡Ah! No hablemos de mi jefe en ese sentido, por favor.

     —Tú empezaste.

     —No, yo dije que no era guapo.

     —Tu definición de “guapo” se reduce a Ryan Reynolds y al Príncipe Harry —entrecerró sus ojos.

     —Touché.

     —Como sea… el punto es que es una relación extraña.

     —Es que no tienen nada resuelto; lo dejaron en stand by hace tres décadas y ahora ya no saben ni cómo referirse al otro… a veces parecen adolescentes, pero creo que es porque no vivieron eso.

     —¿Quién es el que no se deja?

     —¿Que no se deja qué?

     —O sea, siempre hay una parte que da el primer paso, la otra siempre se contiene.

     —Los dos intentan demasiado eso de contenerse, son como una olla de presión sin agua. Ninguno da el primer paso, pero, en caso de que alguien lo diera… apostaría a que es Camilla quien lo da; Volterra es el que tiene la vagina estrecha… digo, metafóricamente hablando.

     —Tendría que ver cómo se comporta él alrededor de ella.

     —Eso nunca lo he visto, pero sí he visto cómo se comporta cuando habla de ella, o habla con ella… es un niño nervioso, y eso hasta él lo sabe.

     —Tiene, ¿qué? ¿Cincuenta?

     —Cincuenta y dos.

     —Esa cosa todavía le funciona, y todavía tiene la capacidad de rebelarse —rio, haciendo que Emma sólo hundiera su rostro entre sus manos ante el comentario—. Ya está bastante grande como para dejarse de tanta mierda.

     —A veces lo entiendo, o al menos trato de entenderlo.

     —¿Qué hay que entender? Sólo se está haciendo de rogar.

     —No creo que sea que se hace de rogar, creo que es que a veces se acuerda de lo que le hizo Camilla… aunque, según lo que me dijo la vez pasada, sabe que fue culpa suya y no sólo de ella. Y no es que no le perdone que literalmente lo dejó por Talos, porque eso lo superó, lo que no le logra perdonar es que le robó a Sophia, que le robó ese tiempo con Sophia; le robó ser papá.

     —Bueno, si lo pones así es entendible —asintió—. Pero tampoco puede ponerle todo el peso a Camilla porque, a estas alturas, si tanto le urgiera recuperar tiempo con Sophia, si es que esa es su intención, ya le habría dicho que él es su papá.

     —True, pero ni él se entiende… dice que se confunde entre las dos versiones que conoce de Camilla.

     —Tu suegra no me deja ese sabor de cometer el mismo error dos veces porque le pesan bastante, creo que es de esas personas que pueden perdonar a cualquiera menos a sí mismas.

     —También es muy cierto; no es algo que me haya dicho, pero no tiene que decírmelo para darme cuenta de que, para perdonarse, tiene que completar el proceso…

     —Y el proceso es decirle a los dos involucrados, ¿no?

     —Sí. Y Camilla le va a sacar la delantera a Volterra… quiere decirle a Sophia, le pica la boca por decírselo, pero Volterra siempre se retracta. Iban a decirle en diciembre, que era parte del porqué habían venido, pero Volterra salió huyendo a Napoli.

     —Bueno, entiendo que la situación involucre a los tres, y que la opinión de Volterra, en ese caso, también pesa bastante, pero llegará un momento en el que a Camilla no le importe en lo absoluto si él está de acuerdo o no, si está presente en el momento en el que se lo diga a Sophia o no. Después de todo, no es él quien tiene que come clean, es ella.

     —Eso lo sé yo, lo sabes tú, lo sabe Irene, lo sabemos todos menos Volterra. Y, así como Sophia me dice, ella entiende que su mamá hizo algo que no necesariamente fue “malo”, pero que estuvo mal hecho, y que entiende que su mamá siga sintiéndose mal por eso, porque Talos no fue un papá amoroso, pero fue un buen papá en el sentido de que nunca le faltó nada y, todo lo que pedía, se lo daba, que quizás y Volterra le habría dado lo que Talos no, y no le habría dado lo que Talos sí. Ella dice que no puede culpar a su mamá por algo así, no por la decisión, porque ella también tuvo que tragarse a Talos, y, dentro de todo, Sophia adora a Irene aunque, el noventa por ciento del tiempo, tenga ganas de matarla. Ella no culpa a Camilla por eso, los resultados fueron compartidos, pero sí le pesa que no tenga el valor para decírselo, aunque hasta eso le respeta. Lo que no logra tragarse es el hecho de que Volterra la trate en esa zona gris, que sea un papá en el trabajo y un jefe en la vida civil, que se confunda de roles; después de todo, Volterra es su papá, que resulta ser su jefe, y es el jefe que resulta ser su papá: no puede separar las dos cosas.

     —Y ahí está el error, no tiene por qué separarlo…

     —Le emociona saber que tiene una hija, está orgulloso de quién es Sophia, pero le queda la astilla de que no fue producto suyo sino de Talos, que creo que es entonces cuando abusa de su ineptitud parental. Siempre que Sophia hace algo mal, o algo malo for that matter, Volterra anula la parte parental y abusa de su autoridad como jefe.

     —¿Y Sophia qué piensa al respecto?

     —Dice que cuando hace algo mal, que es como si se lo atribuyera a Talos automáticamente… y, sinceramente, comparto su teoría.

     —¿En qué tipo de cosas pierde él el control?

     —No es que pierda el control, porque eso se acabó en cuanto Sophia le renunció el año pasado… pero, por ejemplo: el martes tuvimos reunión general, y Volterra, como todos los años, nos avisa de seminarios, talleres, que tenemos que renovar tales permisos o licencias para el comienzo del año fiscal. Resulta que, en junio, hay un taller de una semana en NYU sobre el minimalismo, y Volterra me preguntó si estaba interesada en hacerlo, que el Estudio lo iba a cubrir, lo mismo con Selvidge.

     —Asumo que, por cómo me lo dices, no se lo ofreció a Sophia.

     —No —disintió—. Esperamos al final de la reunión para saber qué era eso de no ser equitativo… a que no sabes de qué se agarró.

     —No puede ser falta de fondos… —Emma sacudió la cabeza—. ¿Tiempo en el Estudio?

     —No, no importa cuánto tiempo tengas de estar trabajando aquí, si hay un seminario, taller, o lo que sea, se lo ofreces a todos por igual; tengas diez años o una semana de estar aquí.

     —¿Sophia tiene programado un proyecto para esas fechas?

     —Tenemos que entregar “Patinker & Dawson” a finales de noviembre, no es algo que urge. Por lo demás, cero proyectos por el momento.

     —Me rindo —levantó las manos.

     —¿Te acuerdas de que te dije que le había dicho a Volterra que a Sophia le gustaban más los muebles que la ambientación?

     —Oh —rio—. ¿Lo tomó muy literal?

     —Demasiado. Le dijo que, cuando hubiera algo sobre diseño o manufacturación de muebles, le avisaría… pero que, dadas las circunstancias de que no le gusta el diseño de interiores, que no vale la pena invertir en ella in that area of expertise.

     —Me confundí —frunció su ceño—. ¿No le gusta el diseño de interiores o le gusta más lo que tenga que ver con muebles?

     —No es que no le guste el diseño de interiores, porque sí le gusta; por algo lo estudió… pero, no logró entender que le gustaba más trabajar en muebles que en ambientación, que en ningún momento se empleó la palabra “odio” o alguno de sus sinónimos.

     —¿Qué le dijo Sophia? —le preguntó, pero Emma sólo sacudió la cabeza ante la inhabilidad de poder hablar mientras bebía de su té frío—. ¿Qué le dijiste tú?

     —Que una de las políticas del Estudio es el reparto equitativo de formación laboral; tú no sólo traes un brownie y lo arrojas al cielo para jugar a los Hunger Games de manera literal, traes suficientes brownies, mejor si hay para repetirse. En el caso de que el taller fuera de cupo limitado por Estudio, que entonces se iba a hacer como se ha hecho siempre con lo de arquitectura o ingeniería: se rifa el puesto. Me dijo que no iba a gastar en algo que a Sophia no le interesaba, que eso era lo que yo le había dicho.

     —O es porque es hombre o es porque es un poco tonto.

     —Combinación mortal de las dos —rio—. Al final sólo le dije que su obligación, como jefe, era hacerlo equitativo, que si Sophia se lo rechazaba era otra cosa.

     —¿Se lo ofreció?

     —Sí, pero Sophia ya estaba un poco irritada… va a ir al taller conmigo, y con Selvidge.

     —¿Qué clase de término es “irritada”? —resopló.

     —No estaba enojada, estaba entre molesta, incómoda e indignada… me dijo que no entendía cómo podía él decidir por ella qué era lo que le gustaba y lo que no; después de todo, Volterra la contrató por ser diseñadora de interiores, no por ser diseñadora de muebles.

     —Ése era el plus, y que es su hija.

     —Sí, pero hablo de area of expertise.

     —He really lacks of parenting skills…

     —No lo culpo. A veces trata a Sophia como si tuviera tres años, a veces como si tuviera quince, a veces como si fueran contemporáneos… y, por supuesto, aunque diga que no es cierto, me considera la cuna de sus problemas.

     —¿Por qué?

     —Piensa que arruiné la humildad de Sophia —se encogió entre hombros—. ¿Te parece que hice eso?

     —¿Sinceramente?

     —Por favor.

     —Creo que Sophia, cuando te conoció, lo único que llevaba en su equipaje eran inseguridades: físicas, emocionales, económicas, mentales, creativas, etc., etc., etc. Sí ha cambiado, pero no necesariamente para mal. Si hablamos del aspecto creativo, creo que se ha permitido salirse de su comfort zone, que ha aprendido de ti tanto como tú de ella; sean pequeñeces o ideas grandes. Si hablamos del aspecto emocional, creo que no hay mayor seguridad emocional que sentirte parte de un hogar… digo, sé lo suficiente como para saber que tiene una vida sexual bastante activa, que recibe mucho cariño de tu parte, y que se siente incluida y no como que está en la periferia. Si hablamos del aspecto físico… bueno, no ha acudido a ningún procedimiento estético, no porque le falte o le sobre algo, o porque no le guste algo, sino porque no la haces sentir insegura; tiene el mismo corte de cabello, con las mismas ondas que se enrollan en las puntas, no ha engordado ni adelgazado, simplemente ha dejado que el factor económico haga de las suyas. Cuando vino no tenía mucho, era nueva, no conocía la ciudad y me atrevería a decir que no se conocía ni a ella misma, quizás y estaba en una etapa en la que se estaba reinventando. Te conoce a ti, que cagas Benjamin Franklin y Barroco y Rococó, y su reacción es compararse, y eso es algo que no se hace porque entonces sí crees que eres menos o que vales menos cuando en realidad es algo que se reduce a una cuestión monetaria, pero eso es algo que adquiere el ser humano como si fuera deporte. Tú no llevas una vida como la de mis papás, o como la mía, dentro de todo eres más de bajo perfil, no tienes chofer porque crees en el transporte amarillo, y sabes que, de necesitar que te lleven, Hugh lo hace encantado de la vida o porque yo le diga. Contigo Sophia conoce algo que se llama “calidad de vida”, quizás en el sentido estético: mani y pedi, un buen corte de cabello, productos adecuados para la piel y el cabello, etc. No es que tú hayas cambiado su forma de expresarse, porque no lo has hecho; Sophia habla de la misma manera, se mueve de la misma manera, quizás a puerta cerrada se suelte más, y es normal, pero sigue siendo la misma. Lo que sí cambiaste es algo que nota cualquier mujer o cualquier hombre interesado en dicha mujer: la ropa. No es que cambiaste su forma de vestir, aunque quizás, con hacerle saber lo hermosa que es para ti, le subiste l’estime de soi y conseguiste que, de vez en cuando, mostrara piernas bajo vestido para venir a trabajar, pero todavía no usa faldas o vestidos sólo porque sí; tiene que tener una buena razón, tan buena como una reunión importante. El estilo lo sigue conservando, básicamente lo único que hiciste fue cambiar Nine West por Christian Louboutin, Banana Republic por Dolce & Gabbana, Victoria’s Secret por La Perla o Kiki de Montparnasse, un reloj Armani por un Rolex, aretes Tiffany para el día a día… y, claro, quizás tú le compres muchas cosas, pero porque está en tu naturaleza de compradora compulsiva y porque te fascina gastar en Sophia, más cuando sabes que la misma camisa desmangada, que pudo haber comprado en Gap, la viste ahora de Ralph Lauren y que le hace justicia a las curvas que tiene o que necesitan ser resaltadas para tu propio deleite, o que el algodón fue cambiado por la celestial cachemira, y que las sábanas de algodón ahora son de ciento catorce hebras de algodón egipcio. Life’s so much easier when you get pampered and taken care of.

     —Claro, ¿a quién no le gusta la comodidad de la ropa que está diseñada para ser incómoda? Volterra lo ve como algo superficial, algo muy materialista y no en el sentido filosófico de la palabra…

     —The man has no taste in fashion whatsoever —rio—. Viste igual todo el tiempo; su paleta de colores es sólo en el torso: camisas celestes, blancas, azules o rojas… todas sólidas. Y luego la chaqueta casual que se arroja: gris, azul oscuro o algún tono de café/beige.

     —Still, no sé cómo puede criticarme si sus jeans son Armani y sus zapatos Ferragamo… —dijo, indignada y como si fuera su excusa o su pieza central de defensa.

     —En dado caso no es que arruinaste a Sophia… sólo la hiciste feliz —sonrió—. Y viceversa. Nunca te vi querer tanto a alguien, y no sólo en el sentido físico que pasa por “deseo sexual”, sino también en el sentido emocional.

     —Me hace feliz, y si me hace feliz sólo puedo corresponderle con cariño, con mucho cariño.

     —Tú la adoras…

     —En todo sentido… literalmente caigo de rodillas, así como tú dijiste.

     —That’s love, Darling.

     —Y me gusta —sonrió.

     —Hablando de que te gusta… hablemos de lo que te gustaría, ¿sí?

     —No entendí, pero sí.

     —¿Quieres votos, quieres ir al grano, qué quieres?

     —I’d like to say something meaningful… sean votos, o lo que sea.

     —¿Quieres hacer que tu mamá y tu suegra lloren?

     —Mi mamá está difícil que llore, pero supongo que sí; algo conmovedor pero no ridículo.

     —Bien. ¿Quieres primer baile?

     —Siempre he creído que el primer baile es algo demasiado “cheesy”… sin ofender —rio—. De igual forma no sería el primer baile que tengo con Sophia.

     —Pero sí sería el primer baile que tendrías con tu esposa —rio.

     —Oh, shut up —sacudió su cabeza—. Un papel sólo la hace mi esposa ante la ley… además, tendrías que emborracharme al extremo como para quitarme la vergüenza. Prefiero hacer mi versión de Dirty Dancing literal en la privacidad que me corresponde —guiñó su ojo.

     —Oh, come on! —le lanzó esa mirada que era potencial latigazo—. Vas a compartir uno de los momentos más importantes de tu vida con nosotros, you might as well share a first dance.

     —Quiero algo convencional sólo para hacerla sentir normal, pero no quiero que se sienta igual que el resto.

     —O me tienes demasiada fe… o me tomas por medio-idiota.

     —Scusi? —ensanchó la mirada.

     —¿Cómo esperas que crea que Sophia no se siente “normal” o que no es feliz siendo quien es, con los gustos y preferencias que le nacen por naturaleza?

     —Yo no dije que no era feliz; sólo hice la distinción entre ser “uno del montón” o ser parte de la diferenciación, así como sucede con las células: tienes una célula madre y le pones “A”, “C”, “D”, “Q” y “R” características, las cuales resultan siendo glóbulos rojos, pero, si le pones “A”, “B”, “C”, “D” y “Q”, eso resulta siendo una neurona... o algo así, no terminé de leer el artículo —se encogió entre hombros.

     —¿Puedes dejar de hablar mierda y hablar en algún idioma que yo entienda? Digo, tú sabes que soy un poco idiota por naturaleza.

     —Bueno, mi querida medio-idiota-y-mejor-amiga —sonrió burlonamente—. El hecho de que aceptes tus preferencias no necesariamente significa que te sientes cómoda con ellas en el ojo público.

     —Como soy medio-idiota, tengo que saber si hablamos de Sophia o si hablamos de ti.

     —She deserves to have a life —entrecerró sus ojos—. Es una combinación óptima, corregida y aumentada, de “ethos”, “moralidad” y “ética”.

     —Un poco Socrática.

     —Más Aristotélica que Socrática, en realidad… aunque la parte Aristotélica viene más en la retórica y en la oratoria si no me equivoco.

     —La filosofía y yo nos llevamos tan bien como Segrate contigo… logré sacudirme las dos filosofías en la universidad.

     —O sea…

     —Nada. Explícame —rio—. Pero explícame de una manera en la que entienda.

     —“Ethos” es un estilo de vida que es subjetivo porque fue invención de un grupo, una sociedad, una cultura, etc. Básicamente es un… “lo que es”. “Moralidad”, ah, es un término que me encanta —sonrió—. No hay tal cosa como la inmoralidad; lo que es inmoral para ti es moral para otra persona —le explicó antes de que le preguntara el por qué—. Es lo que es aceptado, lo que es aplicable porque es una convicción básica para el funcionamiento de una sociedad. Son normas que ahora, en su mayoría, son leyes… y no necesariamente “inmoral” y “no moral” son sinónimos. Y luego tienes a la “ética”, lo que, en otras palabras, debería pronunciarse como “lo que debería ser” para que todos vivamos felices con unicornios y arcoíris, y gocemos de justicia total.

     —Dime algo, ¿esto tiene algo que ver con tu boda o sólo es para sacarme una tangente? —ladeó su cabeza.

     —Tengo dos teorías, y digo dos puntos: tu suegra nubla tu coeficiente intelectual, o la falta de sexo ha hecho que tu cerebro no respire inteligencia.

     —Como dije: estoy medio-idiota.

     —Está bien… –suspiró—. Yo evolucioné.

     —¿Qué evolucionaste?

     —Yo quiero tener lo que toda la gente tiene.

     —Eso se llama “permiso” —rio—. Permiso social, legal, parental, sexual, todo lo que crees que no necesitas.

     —No —sacudió su cabeza—. Yo no necesito tener permiso, pero no está mal si lo tengo.  

     —Por favor, ilumíname.

     —Empecé avergonzándome hasta de las pestañas por lo que estaba pasando con Sophia; Dios no quisiera que alguien se enterara de que me estaba acostando con una mujer, mucho menos que me tenía totalmente imbécil. El término “noviazgo” me daba escalofríos, y me refiero a lo “moral” —dijo, haciendo las comillas aéreas para resaltar la subjetividad del último—. Sophia me dio la seguridad y la comodidad de hacerme saber y entender que eso era entre ella y yo, que no tenía que ser público y que eso ella me lo respetaba hasta el punto de que no le importaba si era o no público. Está muy claro que yo quiero poder referirme a Sophia como “mi esposa”, pero es parte por sentido egoísta y de cruda posesión, sana posesión debo decir, y parte porque se merece el lugar real que tiene en mi vida; no me basta con que la gente sepa que es mi compañera de vivienda, o que es mi compañera de trabajo, o la mujer que invadió mi oficina, no me basta en lo absoluto: ella se merece algo mejor. Lo mejor que me pudo pasar fue el episodio del taller, ese por el que Volterra personificó a Satanás… since then, I really don’t give a fuck anymore: quiero poder entrar y salir de este Estudio con ella de la mano, no sólo caminando lado a lado, quiero que, cuando me llame a que vea un diseño en su monitor, yo pueda acercarme por un costado y darle un beso, o poder abrazarla por la cintura cuando esté trabajando en la caja de luz. Con esto no quiero decir que no lo hago, o que me rechace o que me detenga esos gestos, pero siempre existe ese “estamos en la oficina” que siento que le quita las ganas de todo.

     —¿Y pretendes que, con casarte, esa frase se le quite?

     —No, pretendo que, estando frente al público que me interesa, Sophia pueda anular la parte de la “moralidad”… that’s the whole point of it; de a quiénes hemos invitado.

     —Sigo procesando…

     —Yo quiero casarme con ella, eso es lo que yo quiero, con eso me basta… pero es más gratificante saber que puede “break-free”… así sea que estemos aquí y con la puerta abierta o cerrada, o que estemos en el pasillo o en la sala de impresiones, nada que incomode o que le falte el respeto a los demás… o que las hormonas no sepan liberar con una mano en la boca para callar. Así sea que estemos con Julie, James y Thomas, o que estemos con Camilla e Irene, o con mi mamá y Bruno, o con tus papás, aun con Volterra. Ella se merece su comodidad de actuar con la misma libertad que los demás…

     —Contenerse, no frenarse —murmuró.

     —¡Exacto!

     —Interesante abordaje de la situación; lógico y bien pensado debo decir.

     —¿Pero?

     —No es el tema con el que empezamos —rio.

     —No, todo empezó por el primer baile…

     —Quieres algo convencional para hacerla sentir normal y cómoda entre un selecto grupo de personas, pero no quieres que sea ordinaria.

     —Oficialmente te anulo el “medio” del “medio-idiota”.

     —Qué linda —rio nasalmente—. Pero, como sea… estás medio-convencional.

     —¿Sabes qué fue lo primero que me dijo cuando se lo propuse?

     —Asumo que te refieres a algo sumamente irrelevante como para que sea relevante. —Emma asintió—. Entonces no, no sé… o quizás sí sé y no me acuerdo.

     —“Nada de vestidos blancos, ni velos, ni marchas nupciales, ni nada de eso”.

     —Pero estás teniendo votos.

     —Tú no tuviste votos en tu boda civil porque te los leyó el abogado —rio.

     —Cierto.

     —Además, no pretendo sólo pararme en frente de todos a ser víctima de las leyes, y de un abogado que hable mierda por quince minutos.

     —Abogada, mujer —la corrigió—. Y no hablará mierda, de eso me encargo yo… y te daré el “dinamismo” que quieres.

     —Gracias.

     —¿Brindis?

     —¿No habíamos tenido ya esta conversación? —frunció Emma su ceño.

     —Rompiste mi esquema —sacó su lengua—. No quieres primer baile, no quieres cut the cake, quieres votos…

     —Brindis… que lo haga quien quiera.

     —¿Qué tal si lo haces tú?

     —¡No! —sacudió su cabeza entre una risa—. Que lo haga alguien más, no me interesa quién, pero que sea corto.

     —Bien. Entonces, si no quieres primer baile, no quieres cut the cake… ¿qué quieres en su lugar?

     —No lo sé, nunca me he casado —sonrió—. Y tampoco me han invitado a tantas bodas.

     —Piensa en el concepto de tu boda, en el principio.

     —Como dije, si por Sophia fuera… we would elope. Sólo quiero que se sienta cómoda.

     —¿Qué la hace sentir cómoda? ¿Qué la relaja? —Emma sólo lanzó una carcajada que atrapó entre sus dedos, una carcajada más abdominal de exhalación nasal continua que era de ojos cerrados y cejas elevadas—. Y “comer clítoris” no es a lo que me refiero —dijo en cuanto se dio cuenta de lo que recién implicaba con sus preguntas.

     —Yo no dije nada —levantó ambas manos para sacudirse el inequívoco mea culpa mental.

     —No, yo lo dije.

     —Eso es porque tú sabes lo que la relaja… porque es lo mismo que me relaja a mí, y que te relaja a ti, y que relaja a cualquier mujer que no tenga tendencias conservadoras.

     —Creería que las conversadoras son más salvajes en la cama…

     —“Conversadoras” no. Con-ser-va-doras —rio, claramente ante la burla de la dislexia verbal de la que sufría su mejor amiga desde siempre.

     —Ése no es el punto —rio, burlándose de sí misma de una muy sana manera—. Sólo dime qué podríamos hacer para que Sophia se sienta cómoda —dijo, dejando fuera cualquier término que implicara “relajación”.

     —Es una buena pregunta, lo admito. ¿Qué te hace sentir cómoda a ti?

     —¿Cómoda o bien?

     —Relajada —sonrió, atrapando su labio inferior entre sus dientes para frenar su risa.

     —Una cobija Matouk, una copa de vino tinto, Ben & Jerry’s Peach Cobbler o Blueberry Vanilla Graham, “Pearl Harbor” o “Bossa Nova”, tentativamente en un abrazo de Phillip.

     —¿”Bossa Nova”?

     —Sí, la de Pedro Paulo.

     —Ah —resopló—. Bueno, me parece muy bonita tu idea de “relajación”, pero no creo que eso se pueda hacer a media boda.

     —¿Qué te relaja a ti? Y tiene que ser algo que no sea Sophia, o que no tenga que ver con Sophia.

     —Lo que sea que tenga que ver con mi casa…

     —¿Tu mamá? —sonrió un tanto conmovida.

     —Sure… —se sonrojó.

     —¿Algún ritual?

     —Puede decirse que sí —asintió, aunque tambaleó su cabeza de lado a lado en un “más o menos” al mismo tiempo—. Mi mamá, aparte de beber un capuccino por la mañana y uno por la tarde, no es quien compra bolsas de té… creo que, para ella, ir a una tea store es como cuando yo voy a una papelería: podría irme a la quiebra; todo me gusta, todo es perfecto. Mantiene las cajas de aluminio de “n” cantidad de olores y sabores. A veces, cuando no podía dormir, nos quedábamos en la cocina hablando sobre cualquier cosa y fue así como se me hizo costumbre tomar té… que la mezcla de vainilla y durazno fue simplemente porque me gustaban los dos olores, y resultó ser algo que me gustó.

     —Té es agua amarga.

     —Y el café también —sonrió—. Y así te lo sigues tragando.

     —Touché.

     —El punto es que eso me relajaba; me podía hacer dormir, me podía despejar la mente para seguir estudiando, o simplemente una distracción por tener algo en la boca. Junto al té, en mi casa siempre había Cannoli; los que tenían chocolate y que eran de mi hermana y de mi mamá, y los que no tenían, y que tampoco tenían azúcar glas, esos eran los míos.

     —So… you hung out with your mother?

     —Sí… pero, a veces, eso no me era suficiente y me iba a su habitación, me metía en su cama y… bueno, cuando ella ya se dormía, yo me levantaba y me iba a la mía. Pero era relajante.

     —Make her feel home… but like in home-home.

     —¿Grecia?

     —Camilla e Irene vienen, todos los que vienen son de Roma; es como que traigas Roma a tu boda. Trae lo que no viene.

     —¿Grecia? —repitió.

     —No estoy segura qué costumbres tienen en Grecia, o qué cosas son las que a Sophia la hacen sentir en casa… digo, en esa época nostálgica que todos tenemos.

     —Sophia dice que no hay nada que la haga sentir tan en casa como el Ouzo.

     —¿Qué hay de tradiciones?

     —Creo que se quiebra un plato a la entrada de la casa para empezar de nuevo, con vajilla nueva, y, el número de pedazos rotos, es el número de años que se supone que dura tu matrimonio.

     —Somewhat jewish.

     —No tengo idea de cómo funcionan ellos, vengo de una extensa ascendencia de católicos, algunos ortodoxos o dos veces cristianos…

     —¿Por qué no quiebras platos? Digo, estarías convirtiendo mis fantasías en realidad —rio.

     —Se te olvida que no voy a ir a mi casa ese día.

     —Sí, sí… ese día no vas a caminar ni quinientos metros para poder hacerle el amor a tu esposa.

     —Y es por eso que no puedo quebrar el plato a la entrada de mi casa.

     —No lo quiebres en tu casa, quiébralo como para consumarlo todo… Opa! —resopló—. Quebrar un plato tiene que relajar a cualquiera; no todos los días te regalan esa oportunidad.

     —Muy cierto, pero eso no es algo que Sophia ha vivido.

     —El Ouzo lo ponemos como trigger de “Opa!”.

     —No suena mal…

     —¿Pero?

     —No, ningún “pero”.

     —Vamos, Em… yo conozco ese tono. Si es por Volterra… que se lo meta por el…

     —No, no, no es eso… es sólo que siento que falta algo.

     —¿Algo como el primer baile? —rio.

     —Sorpresivamente: sí.

     —Voy a ver “My Big Fat Greek Wedding” y veré qué se me ocurre— se carcajeó, y, entre su risa contagiosa, comenzó a tararear aquella distinguida y distintiva canción que era más himno que el himno.

     —You’re a fucking genious! —exclamó.

     —Eso lo sé… pero, ¿por qué soy un genio? —resopló, todavía con la resaca de la carcajada.

     —Mýkonos, ¿no te acuerdas?

     —Hubo comida, playa, Santorini, “la mentira”, tus celos y Pan de mierda… un enojo fugaz…

     —¿No te acuerdas que Sophia le intentó enseñar a Phillip cómo-se-llamaba-esa-canción?

     —¿Estaba ebria?

     —¿Tú o Sophia?

     —Las dos —se encogió entre hombros.

     —Fue precisamente después de las dos botellas de Ouzo, que nosotras dos estábamos en la piscina y Sophia pretendió enseñarle.

     —Riiiight… —rio, no acordándose—. Debo haber estado hammered.

     —Tomando en cuenta la resaca que soportamos… sí.  

     —Fuck… esta sería una tarde de sol, playa y caipirinhas de no ser por tus jefes…

     —Ni me lo acuerdes —sacudió su cabeza—. Pero tenemos vacaciones pendientes juntos.

     —Totalmente. Pero, volviendo al tema del baile… ¿por qué no bailas eso con Sophia?

     —Ya te dije que yo sola no, necesito que la vergüenza se reparta entre más personas o que me emborraches muy rápido.

     —¿Sabes cómo se baila?

     —Le puedo preguntar a Sophia.

     —Si le dices no tiene gracia… ridiculiza el momento para aflojarlo un poco —sonrió—. Hazla reír, haz que se le olvide que es una ceremonia que pretende ser seria.

     —Eso nos deja a YouTube, entonces.

     —Para eso mejor le preguntas a Sophia.

     —O a Irene —sonrió—. Le podría preguntar hasta a Camilla. Ellas deben saber.

     —Déjame marinar bien la idea, ¿te parece?

     —Sólo prométeme que no voy a ser yo sola bailándole a Sophia; para eso mejor le hago un striptease… que es de la única manera en la que le bailo en frente.

     —Déjamelo a mí, yo lo arreglaré todo para que no seas tú sola, ¿de acuerdo?

 

*

 

—Sophia… —se acercó Volterra con aquella misma pesadez e inquietud que le provocaba su ineptitud parental de la que Emma tanto se quejaba de manera mental, o verbal si era con Natasha.

     —Alessandro… —sonrió diplomáticamente, haciendo que la incomodidad de la mesa se esparciera a velocidad exponencial.

     —¿Me prestas a tu esposa un momento? —preguntó, tragando gruesamente ante el término “esposa” pero logrando sonreír.  

     —Ella goza de libre albedrío —sonrió, ahora con cinismo.

     —Perfecto —repuso, volviéndose hacia Emma con una sonrisa que implicaba una obligación—. Cinco minutos, nada más —dijo, tendiéndole la mano a la de vestido negro.

     —Alessandro… —resopló casi inaudiblemente, imitando a Sophia, más por una ridiculización que por una sonrisa de agradable compañía—. ¿Qué puede ser tan urgente que me has sacado de mi octavo Martini, o de mi sexto vaso de Grey Goose, o de mi cuarta copa de champán? —sonrió, estando demasiado sobria como para lo que alegaba haber bebido.

     —Cualquiera diría que tu objetivo es embriagarte —resopló, tomándola por el brazo con el suyo—. O que realmente estás contando lo que bebes.

     —En realidad, Arquitecto… —frunció su ceño, y no por el comentario sino porque se dirigían a donde a Emma no le gustaba estar ni “prácticamente” a solas—. Ya perdí la cuenta… yo sólo bebo sin parar.

     —Como dije, cualquiera diría que estás intentando embriagarte… y de forma exhaustiva —sonrió, volviéndose a ella y tomándola sutilmente con su mano por la cintura hasta envolverla por la espalda con su mano y su brazo.

     —Cualquiera diría eso, sí… supongo —suspiró.

     —¿Arrepentida de firmar un papel? —bromeó.

     —Eres cualquiera —sacudió su cabeza—. ¿Hoy qué te picó? —entrecerró sus ojos, dándole su mano en la suya—. ¿Qué hice para que te hayas amargado?

     —Tú le dijiste a Sophia, ¿verdad?

     —Sabes, detesto bailar sola…

     —Por eso bailas conmigo —sonrió.

     —Whatever… —suspiró.

     —¿Tú le dijiste a Sophia?

     —Te di mi palabra de que no le diría.

     —La palabra valía algo en la Edad Media, y creo que ya no estamos en la Edad Media desde hace demasiado tiempo…

     —Oh, you so hate me —rio—. Te la robé.

     —Todo lo que quiero saber es si le dijiste o no.

     —Como no estamos en la Edad Media, no importa lo que te diga…

     —No importa si le dijiste o no, sólo quiero saber si le dijiste o no.

     —Verás, Alessandro… eso de que era “la única” que sabía no es cierto. Irene sabía, los Noltenius sabían, Belinda sabía, Nicole y Rebecca sabían, Gaby sabía… y, sobre todo, Sophia sabía.

     —¿Cómo podía saberlo si no es porque se lo dijiste?

     —Es el secreto peor guardado de la historia, aparte de la existencia de los extraterrestres —rio—. En realidad, creo que tú le dijiste… pero no me acuerdo —sonrió—. Tu hija… mmm… me gusta más como suena “mi esposa” —levantó su ceja derecha—. Mi esposa no es nada tonta, deberías estar orgulloso. Se fue por la línea de la genética, empezando por la peanut allergy. No tiene ni un pelo de Papazoglakis, ni siquiera el apellido. ¿Por qué te molesta tanto que sepa que es tu hija? Digo, ¿no deberías estar orgulloso de haber contribuido a la concepción de la octava maravilla? —resopló un tanto confundida, aunque quizás sí era el alcohol el que empezaba a hablar, pero, por muy sorprendente que su suelta lengua fuera, tenía sentido.

     —Debido a que, en efecto, soy quien concibió a tu “octava maravilla”, soy su papá y tenía derecho a decirle.

     —El antónimo de “derecho” es “deber”, ¿sabes? —sonrió—. Si no cumples tus deberes, no puedes reclamar tus derechos.

     —¿Alguna vez has considerado un lugar en la política? Porque suenas exactamente como de alguna comisión del Senado, algo pro Familia o pro Educación.

     —Mmm... me gusta más ladrar órdenes—sonrió—. Prefiero estar en la cúspide administrativa de una fuerza que se llama “partido político”, quizás la Secretaría estaría bien. Irónico, ¿no crees? —guiñó su ojo.

     —Parece ser que la ironía se me perdió en el camino —frunció su ceño.

     —Primera etapa de la ironía: Política. Segunda etapa de la ironía: Secretaría de algún partido político. Tercera etapa de la ironía: tu némesis es el Secretario del Panellínio Sosialistikó Kínima, mejor conocido como “PASOK” o “Movimiento Socialista Panhelénico”. Cuarta etapa de la ironía: Sófocles y su Edipo —guiñó su ojo, y lo hizo de la manera más hiriente que conocía por el simple hecho de estar cansada del tema de la paternidad, de lo correcto o lo incorrecto, de la verdad o de la mentira, y se cansó de que dudara de ella, y de que la criticara silenciosamente—. Totalmente irónico.

     —¿Desde hace cuánto querías decirme eso? —rio, intentando no mostrar la herida que sabía que se merecía.

     —Uh… —frunció sus labios, siendo alejada y a halada en un giro sutil—. Desde que supe que eras su papá,  aunque, en realidad, me pica la boca desde que te tardaste muy poco en bully me and/or her.

     —Bully? —rio nasalmente, totalmente indignado y asombrado.

     —No me digas que Sophia renunció porque tenías una cara bonita —le devolvió la risa.

     —Eso no fue bullying, eso fue standard procedure para cuando mis empleados deciden hacer una película pornográfica en el trabajo.

     —Cierto… —asintió escéptica pero graciosamente—. Pero, lo que sí es cierto, y muy neutral en lo que a las ironías y sarcasmos se refiere, es que Sophia ya sabía… y, el hecho de que, a pesar de que te lo dijo hace unos momentos y no has podido reaccionar… es una lástima; no está enojada, simplemente decidió ser la persona más adulta y madura e incluir a su papá en una fotografía que inmortalizaría uno de los días más especiales de su vida, ¿o pretendías estar ausente el día de su boda?

     —My attitude… that’s just selfless.

     —I believe it would actually be “selfish”.

     —Tomato-Tomatoe…

     —Tú no le dijiste nada porque tenías miedo, sino pánico, de que reaccionara mal y que “la perdieras antes de tenerla”… eso es ser egoísta, no desinteresado, ni altruista, ni autosacrificio, mucho menos caridad. No pensaste en lo que a Sophia realmente le importa. But then again… eso es porque, dentro de todo, no la conoces más allá de sólo lo que quieres ver.

     —¿Te provoca algún placer este tipo de bullying que me estás haciendo? —frunció su ceño.

     —Tit for tat, porque, hasta donde sé, sigues siendo mi jefe y no mi suegro.

     —Con la diferencia de que yo te respeto.

     —Dudas de mi palabra, me acusas de haber faltado a mi palabra, me señalas con el dedo por cualquier cosa que salga mal entre tú y Sophia, pero de lo bueno nada, lo bueno es tu éxito, y, por si fuera poco, te robas a mi esposa, que es tu hija, que su boda no es nada sino pretenciosa, pomposa, opulenta, “over the top”.

     —¿Ella te lo dijo? —exhaló, quedando boquiabierto.

     —No tuvo que decírmelo. Sé leer labios… maña de sobreprotección que desarrollé desde que conocí a Sophia… siempre la estoy cuidando, así sea que tenga “n” cantidad de metros entre ella y yo; yo siempre estoy ahí, yo siempre me entero.

     —No era mi intención ofenderla, u ofenderte, simplemente no sabía qué decir.

     —¿Qué tal una confirmación de paternidad? —preguntó, encogiéndose entre hombros en esa incómoda posición que hacía que su brazo se aburriera—. Sophia ya lo sabe, no está enojada… ¿qué tan difícil es aceptarlo?

     —No sé cómo ser un papá.

     —Nadie tiene un manual… pero pierdes más jugando a ser papá que cuando no sabes cómo ser uno. Sólo dale un abrazo, y empieza de ese punto. Un papá no sabe todo, no necesita ni quiere saber todo, y tú sabes demasiado.

     —Sé demasiado sólo porque ustedes se encargaron de hacerlo público.

     —Sabes demasiado porque la curiosidad es tu peor enemiga, quizás tu castigo también —rio—. En el momento en el que la ropa empieza a desaparecer es el momento en el que dejas de ver, y eso es por salud mental; está mal ver a tu hija en esas “actividades recreacionales”.

     —Realmente te da placer restregarme esas cosas en la cara, ¿no?

     —¿Esto…placer? —rio—. No —sacudió la cabeza y se acercó más a él para acercar su mejilla derecha a la suya—. Pero, como eres curioso y quieres y necesitas saberlo todo, el placer viene luego, e involucra a tu hija y a la superficie, ritmo y cantidad de su elección—sonrió amplia y cruelmente entre el susurro que envolvía su oído, y regresó a la posición recta y erguida que había aprendido por cuestiones del destino—. Ups… ¿demasiado cruda la imagen? —se burló ante el hundimiento anímico de su postura.

     —Sé que lo disfrutas, y probablemente me lo merezco.

     —Probablemente —entrecerró sus ojos, dándose cuenta de que, en realidad, bailaban algo totalmente inapropiado y sólo porque era una canción que debería estar bailando con Sophia; “You Go To My Head”.

     —Cambiando el tema, porque se nos ha salido de las manos y ya se volvió un poco ofensivo —murmuró con una sonrisa de “aquí no ha pasado nada”, pues era lo más inteligente por hacer—. ¿Ya te dije que te ves muy guapa?

     —Nunca está mal repetirlo —guiñó su ojo.

     —Te ves muy, muy guapa —repitió, sólo para alimentar su Ego y su feminidad.

     —¿Digna de tu hija?

     —No lo sabría —rio—. Tendría que verte recién despierta y sin maquillaje, con el cabello en calidad de melena… hay a mujeres a quienes una ducha y el maquillaje las transforma demasiado.

     —No quiero saber con qué gárgolas te has despertado al lado —rio, devolviéndole la suave patada visual y mental.

     —Con Camilla y con Patricia —sonrió.

     —Sin comentarios —sacudió su cabeza, pues a Patricia nunca la conoció y siempre le había parecido una mujer promedio, y, en lo que a Camilla se refería, prefería no imaginarse nada por su propia salud mental al ser demasiado-casi-igual a su ahora esposa—. ¿Sabes quién se ve muy guapa, también?

     —Sophia.

     —No —susurró—. Ella se superó.

     —Sí, su vestido rojo le sienta muy bien —rio sarcásticamente.

     —Aparentemente ese vestido tuvo un altercado con un par de tijeras, y una mancha de mostaza de McDonald’s —entrecerró sus ojos—. No tuve nada que ver con eso.

     —Dashing.

     —No. “Mesmerizing” —lo corrigió—. Pero no me refería a ella, sino a Camilla.

     —Ah, sí… guapísima —asintió, pues estaba demasiado de acuerdo.

     —Habiendo aclarado eso, quiero decirte que I know for a fact que estuviste con ella el miércoles por la tarde, y por la noche, y que llegó muchísimo después que Irene a la habitación… en la madrugada —sonrió.

     —¿Quieres saber por qué llegó tan tarde?

     —“Temprano” —lo corrigió—. Y no voy a aceptar una excusa como “le quería enseñar la vista del atardecer que tengo”.

     —¿Por qué no si eso fue?

     —¿De verdad quieres saber? —levantó su ceja derecha.

     —No es una excusa, es una inocente verdad. Así que, sí, sí quiero saber.

     —¿Estás seguro?

     —Tengo oídos de acero; me declaro inmortal e invulnerable a tus comentarios.

     —Mmm… “la vista” fue la excusa que usé, y que no necesitaba, para que Sophia subiera a mi apartamento la primera vez que nos acostamos —sonrió, y sonrió más amplio en cuanto Volterra sí se vio afectado por el comentario—. Uy, ¿demasiado crudo otra vez?

     —Yo no utilicé mi vista para meterme en los pantalones de una Rialto —rio.

     —¿Tu vista? —resopló—. La de tu Condo quizás.

     —Sólo la invité a cenar, unas copas de vino blanco, y mucha plática directa sobre muchas banalidades y vanidades, y se nos pasó el tiempo… además, no es como que vivo tan lejos de este hotel; la dejé exactamente en la puerta de su habitación. Y, por si esa no fuera explicación suficiente, pedimos comida de Nino’s y nada más; acuérdate que no tengo ni muebles ni nada allí —sonrió.

     —Y es bueno saberlo… se me olvida que ya no estás en edad de hacer deporte sobre el suelo —rio—. Y, para una futura referencia: los pantalones se quitan, no te metes en ellos —guiñó su ojo.

     —Smart mouth.

     —That I am —repuso.

—Pia —la llamó Phillip con un susurro a su oído—. ¿Bailas conmigo? —le tendió la mano por un costado, y Sophia se la tomó mientras veía la aprobación de Natasha, aprobación que era parte de un plan que estaba diseñado para ser satisfactorio para ella, y para el resto—. Tu esposa debe estar sufriendo de la vergüenza —rio.

     —Tiene que estar acribillando a Alec en compensación —sonrió, viendo de reojo a Sara que le tomaba la mano a Bruno mientras él simplemente observaba la escena cual antropólogo social ejerciendo el etic, y que Camilla y Sara reían infaliblemente con Romeo y Margaret entre las copas de champán que predominaban en la mesa, pues el Dirty Martini, con dos aceitunas, que Sara bebía era la excepción.

     —¿Qué dices si we get this party started? —la miró con esos ojos coquetos mientras la tomaba de esa amable y fraternal manera para bailar, para bailar medio-en-pareja; juntos pero con cierta distancia que se acortaría por la confianza y el respeto que se tenían.

     —Oh, what the fuck —rio, dándose por vencida con la rectitud de su aparente actitud, y se sumergió en esas notas que sólo implicaban el acid jazz que Phillip le había contagiado

     —No hace falta decir que me alegro por ustedes dos —sonrió Phillip, que su rostro se iluminaba con una sonrisa ante el comienzo de la canción, canción que le acordaba a sus comienzos con Natasha en Bungalow 8 cuando todavía existía como tal. Era su género musical favorito, si es que podía contar como género.

     —No hace falta decir que yo también —rio Sophia, tomándolo de las manos para improvisar así como sólo ellos dos sabían hacerlo para la envidia de sus respectivos cónyuges—. Dime que tuviste algo que ver con la música, porque, hasta el momento, he escuchado varias canciones de nuestra playlist compartida sólo que en vivo —rio de nuevo.

     —ES nuestra playlist compartida, pero en vivo —guiñó su ojo, empujándola y tirándola de sus manos para luego darle una suave vuelta—. I know people who know people.

     —Good useful people, I must say —resopló, notando que, ante el contagio aparente, James y Julie se unían a ellos, pero todavía alejados de Emma y Volterra, quienes, para ellos, seguían hablando de algo importante y personal, pero era justo en el momento en el que Emma cedía a la guerra de quién tenía la capacidad de hacer más feliz a sus respectivas Rialto—. ¿Qué piensas de Luca? —le preguntó a su oído por la casualidad misericordiosa de la posición en la que estaban.

     —No me cae bien —dijo indiferente, no porque le fuera indiferente, porque no lo era; sólo quería golpearlo por imprudente e irrespetuoso, y por ser la verdadera definición de “persona non grata”—. ¿Y tú?

     —A mí tampoco, se le notan las ganas que tiene de propasarse.

     —¿Ganas? Pero si eso ha hecho todo el rato —ensanchó la mirada.

     —No me gusta que asocie cualquier cosa sexual con Emma —agachó sus celestes ojos para medir la distancia que había entre ambos pares de pies—. No tenía que verlo a los ojos para saber que lo disfrutaba.

     —¿Estás bien?

     —I’m just pissed … my wife is not a toy to get oneself off with… en dado caso es mi dildo personal, no su muñeca inflable ni su playmate del año —sacudió su cabeza, intentando sacudirse la ofensa y la indignación también.

     —He won’t last shit in her life; si no estuvo por tantos años, ¿cómo pretendes que se quede?

     —Yo no pretendo que se quede, si Emma quiere que se quede, se va a quedar… la conocí sin él, y no le hacía falta.

     —Si no le hacía falta…

     —No significa que le va a sobrar, pero sí significa que a mí sí —se encogió entre hombros, y en eso le di la razón.

     —Agresiva, me gusta —estuvo él de acuerdo conmigo.

     —¿Alguna vez te has enamorado de esa manera tan estúpida que no se te olvida que estás enamorado de esa persona?

     —Sí. Y me casé con ella —sonrió.

     —Es lo mismo, sólo que él no se casó con ella… y es algo que nunca se te quita, es algo que te pica toda tu vida. Ejemplo: mi mamá. Corroboración: el pervertido ese. Él no es mi amigo, y no va a ser mi amigo.

     —¿Por qué no?

     —No puedo ser amiga de alguien que desvista a mi esposa con la mirada cada vez que la vea. Se merece integridad y respeto. Y yo también.

     —Pia, tú que conoces a Emma… ¿tú crees que lo va a dejar entrar?

     —Quizás sí, no lo sé —se encogió entre hombros—, parece que así de pesado “bromeaban” todo el tiempo.

     —Al principio van a ser muy unidos, luego se van a separar porque así es la naturaleza de esa relación… eso más el factor de perversión.

     —Sólo espero que no diga más estupideces… o que Emma le dé la bitch slap que se merece.

     —Si se mete contigo se la dará, si se mete con ella no; buena fe y beneficio de la duda. Mírale el lado bueno, nos enteramos de que se disfrazó de Sophia Loren.

     —Buen punto —sonrió, notando que Thomas llegaba con Irene, lo que significaba que Natasha estaba con el indeseable en la mesa, que sólo tuvo que ver hacia la mesa para darse cuenta de cómo él veía a Emma, quien le agradecía a Volterra por el baile, parte guerra y parte guerra pasiva, y se ponía de pie para robársela en cuanto se acercara.

 

*

 

Estaba sentada en el sillón de la habitación; espalda recta, pierna izquierda sobre la derecha, pie izquierdo inquieto de arriba hacia abajo con efecto de rebote corto, manos deteniendo ligeramente la última edición de Vogue.

Odiaba que Rihanna estuviera en la portada de marzo, quizás por eso no había tenido el valor de siquiera abrirla; no era nada personal a pesar de que sólo le gustaba “Diamonds” y porque era tocable en piano, lo cual sonaba demasiado bien. Simplemente no consideraba que una portada de primavera era apropiada para ella. En realidad, ella no consideraba que Rihanna fuese una celebridad Vogue, mucho menos una persona con dichas características que el término implicaba. Para marzo era alguien más como Kate Hudson, o, aunque lo aborreciera, alguien como Scarlett Johansson; marzo era, para Emma, el equivalente al “September Issue” del primer semestre impreso.

                Su moño era alto, desordenado y relativamente flojo, su ceja derecha se levantaba esporádicamente en cuanto leía o veía alguna aberración. Fruncía sus labios y su ceño, al mismo tiempo, cuando encontraba algo interesante.

                Frente a ella, además del ottoman que no utilizaba, estaba, sobre la silla del escritorio, su duffel bag negra Louis Vuitton, la de siempre, y, sobre esta, estaba su ropa perfectamente doblada, y la cama estaba intacta.

                Todavía tenía su reloj, sus aretes y sus anillos puestos, simplemente se había quedado en la pijama de aquella misma vez, de aquella vez que le acordaría a Sophia en cuanto viera la escena.

—This is so familiar… —dijo en cuanto salió del baño, apagando la luz y cerrando la puerta tras ella.

     —Con la diferencia de que estoy sentada, y no de pie —sonrió, cerrando su Vogue y colocándola sobre el ottoman—. Y hoy no voy a preguntar qué lado de la cama prefieres —dijo, poniéndose de pie y caminando hacia ella.

     —¿No? —ladeó su cabeza con una minúscula sonrisa que apenas ahondaba sus camanances.

     —No —susurró, tomándola por la cintura—. ¿Te gustó la cena?

     —¿Qué no me puede gustar de un herb crusted sea bass? —sonrió, pasando sus manos por su nuca para adoptar esa posición que tanto le gustaba porque era muy íntima y, de cierto modo, seducía a Emma a que la besara en sus labios—. Y una copa de vino blanco… y tu compañía… y de cómo planeas conquistar el mundo, Cerebro.

     —Mi Ego sonríe, Pinky —susurró con una sonrisa, cediendo luego a la seducción de sus labios para besarlos lenta y delicadamente.

     —Me gusta más cuando tú sonríes —susurró en cuanto su labio inferior regresó de entre los de Emma—. That’s more like it —sonrió ante su sonrisa—. ¿Cama?

     —Hasta que ya no quieras estar ahí —guiñó su ojo—. Escoge el lado que quieras.

     —¿Qué tal si escogemos el lugar luego?

     —También puedo hacerte cosas indecentes en el suelo, no hay problema —resopló.

     —You can suck my pussy later —sonrió—. And you better suck it hard.

     —Y, mientras tanto, ¿qué haremos?

     —Vamos a hablar sobre el elefante rosado —dijo, tomándola de la mano y sentándose sobre la cama.

     —No estaba al tanto de que había un elefante rosado —murmuró confundida.

     —Lo que sea que no puedes decirme, que no me has dicho y que te está comiendo, dímelo.

     —No sé de qué estás hablando —se encogió entre hombros.

     —No quiero irme a la cama sabiendo que hay algo que no me estás diciendo y que es más importante y relevante, por no decir trascendental, que algo tan simple como una queja de algún cliente o que der Bosse te está amenazando sin fundamentos porque sé que eso termina en lo que ambas sabemos: en que se las meta por el culo —sonrió—. Eso que no me estás diciendo, y que sé que te viene molestando con mayor peso con el paso de los días… es casi lo mismo a que si estuviéramos enojadas; no quiero irme enojada a la cama.

     —¿Qué quieres primero; lo liviano o lo pesado?

     —¿Tiene algo que ver con salud? —ladeó su cabeza.

     —Absolutamente nada —sonrió—. No es grave, sólo liviano o pesado.

     —Dame lo pesado primero, así lo liviano es prácticamente nada.

     —Oceania Cruises…

     —¿Lo aceptaste?

     —Todavía no.

     —¿Por qué no?

     —Quería consultarlo contigo.

     —Esa discusión de L.A —susurró—, no tienes que consultarme nada, tómalo si quieres, I’ll have your back.

     —No, esto sí es algo que debo consultarte… es en Miami.

     —Si es por la comida cubana… —empezó diciendo, pues a Emma no le fascinaba aquella comida.

     —Es por siete meses.

     —Siete meses equivalen a buena paga, ¿no? —ladeó su cabeza al mismo tiempo que se volvía con su torso hacia ella para verla de frente y no torcer su cuello de esa tan incómoda manera al estarla viendo hacia la derecha, lo cual era una simple falta de costumbre.

     —Siete meses en Miami —susurró.

     —Oh… —suspiró casi inaudiblemente.

     —Exactamente… —la imitó.

     —Bueno, como te dije… yo te apoyo en la decisión que tomes.

     —Si yo estoy siendo honesta, me gustaría que tú también lo fueras, por favor.

     —Estoy siendo muy honesta; yo te apoyo.

     —¿Te es indiferente mi decisión?

     —No.

     —¿Entonces?

     —Es tu proyecto; es tu decisión —se encogió entre hombros, pues para ella era demasiado evidente lo que eso significaba.

     —Pero necesito saber qué hacer —frunció su ceño.

     —Pesa las ventajas y las desventajas… vas a tomar la decisión correcta.

     —Sophia, te estoy diciendo porque necesito saber qué piensas… porque tu opinión cuenta —dijo, llamándola por su nombre con cierta seriedad.

     —No, mi opinión no cuenta… es la única que vale —dijo, con su mirada al vacío—. Tú no sabes qué decidir. Quieres que decida por ti.

     —¡Sí! —elevó un poco su voz, lo suficiente como para que su desesperación se notara—. Quiero que me digas qué hacer porque yo no sé. Ayúdame.

     —¿Te gusta el proyecto?

     —Es muy bueno.

     —¿Te gusta porque pagan demasiado bien o porque el proyecto en sí es bueno?

     —Me están pagando por hacer algo que me gusta; me están pagando por divertirme lujosamente.

     —¿Qué piensas de vivir en Miami siete meses?

     —Que es coherente, que tiene sentido y lógica, pero es demasiado tiempo lejos del Estudio; concentrándome en un tan solo proyecto, es demasiado tiempo de la ciudad y que no me gusta Miami… y que sé que eres capaz de decirme que lo tome, o que no, pero puedes acompañarme o no. Either way, me sentiría culpable por irme y porque vinieras.

     —¿Cuándo te irías?

     —En enero.

     —Tómalo —sonrió.

     —¿Qué? —siseó boquiabierta.

     —Tómalo —repitió, llevando su mano a sus labios para besarla.

     —¿Vendrías conmigo?

     —¿Quieres que vaya contigo?

     —Es lo que hace la diferencia.

     —¿O quieres quedarte conmigo? —sonrió.

     —Urgentemente —susurró.

     —Yo no te voy a obligar a que rechaces un proyecto que suena bueno, te voy a obligar a que lo tomes, y voy a buscar un proyecto y algún seminario o taller interesante. Yo no tengo proyectos para ese tiempo, estoy a tiempo de controlar qué proyectos tomo y cómo los tomo; al menos los suficientes como para que mi cuota en el Estudio se pague.

     —Si no lo logras, yo te ayudo —dijo rápidamente.

     —No, eso no.

     —Ayuda recíproca; tú vienes conmigo para mi paz mental, yo te completo la cuota para tu paz mental.

     —Yo te apoyo —repitió con la misma sonrisa.

     —No me digas eso, por favor… —susurró cabizbaja.

     —¿Por qué no si es verdad?

     —Suena a un “we’ll make it work”, y no sé por qué eso me suena a que te estoy obligando… y no me gusta esa sensación, ni por mí ni por ti.

     —Es que no es un “we’ll make it work”, es un “we’ll figure it out”, que es muy distinto —frunció su ceño, no por lo que Emma decía sino por la caída de ánimo de Emma—. No tengo una bola de cristal y tampoco tengo vocación de vidente como para prometerte que los siete meses serán tan suaves como el algodón egipcio de no-me-importa-cuántas-hebras… una cosa es el trabajo y otra es la vida, y sé que el trabajo te va a gustar, pero puede ser que la vida no, y si yo puedo hacer algo para hacerte el trago menos amargo, o dulce en el mejor de los casos, ¿por qué no? —dijo, elevando el rostro de Emma con una suave caricia en su mejilla—. No me estás obligando, y sé que quizás me costará adaptarme, pero hay más mundo que sólo la Quinta Avenida, mi amor —sonrió, pero notó que no era razón suficiente—. Puedo ayudarte a disipar un poco la tensión que sé que vas a tener, puedo ayudarte a agilizar el trabajo que lleves a casa, puedo ser tu asistente, tu esposa, tu amiga, tu confidente, tu almohada y tu versión personalizada de una Stepford Wife.

     —No te digas así —susurró, que hasta su Ego se quejó—. Si vienes conmigo quiero que seas tú misma y no una versión servil, sumisa y dócil…

     —Está bien —sonrió, ahuecando su mejilla—. ¿Qué otras ganancias están en el contrato?

     —Pagan costos de vivienda, transporte y comida; yo escojo dónde y cómo pero no cuándo. Probablemente pisos más allá del décimo para tener buena vista, vista de playa, por supuesto —dijo, omitiendo la parte en la que ella completaría los costos adicionales.

     —¿Prometes ollas y sartenes para mantenerme entretenida en la cocina?

     —La comida es vital, por supuesto.

     —¿Buen sexo?

     —¿Te refieres a cosas indecentes? —rio.

     —No he logrado entender la definición real de “cosas indecentes”.

     —Todo lo que tenga que ver con kinky, naughty, voyerista y exhibicionista en privado, y todo lo que pueda ser un poco messy.

     —Espero que con “messy” no te refieras a algo realmente sucio.

     —I let you lick Nutella and ice cream off of my nipples —entrecerró sus ojos.

     —Necesitaba una excusa para suck your nipples —sonrió.

     —Si te dan ganas, sólo desabotonas mi camisa, analizas mi sostén; si tiene broche frontal sólo lo desabrochas, si tiene broche trasero sólo bajas la copa, si es de látex sólo lo despegas, y te dedicas a hacerme una de las cosas que más me gustan.

     —Si te lo hago, te vas a desconcentrar y no me vas a decir lo otro que me quieres decir; lo liviano.

     —Quiero que pienses en otro regalo de bodas.

     —¿Otro? —rio—. Ya te dije lo que quiero.

     —¿Y es lo que de verdad quieres?

     —Sure, why not?

     —¿Es porque eso quieres o porque quieres hacer algo interesante?

     —Buena pregunta, ¿por qué la haces?

     —Curiosidad.

     —No quieres hacerlo, ¿verdad?

     —Yo pregunté primero.

     —Y yo después. Eso no hace la diferencia.

     —Del uno al diez, siendo diez un “demasiado bueno”, ¿qué tanto te gusta la cosa roja esa?

     —No lo puedo calificar con un número —frunció su ceño.

     —¿Por qué no? —suavizó su voz, entrando en un estado de confusión total.

     —Because it was as fun as “Mood”. 

     —¿Qué? —frunció su ceño.

     —Depende de lo que busques, depende de la ocasión. Si te quieres quitar la curiosidad, es emocionante. Si tu novia hace que te corras con él, pero sin tocarte, es intenso. Provoca dolor de cadera, nada grave, y es detachable: un regalo de Dios. No es vital, tampoco necesario… it’s just a disposable toy.

     —Entonces te es indiferente.

     —Relativamente —asintió—. No me molesta su presencia tanto como a ti, pero la vista que provoca es demasiado buena.

     —¿Te gusta la vista?

     —Sí, fue nueva: lo nuevo atrae.

     —Entonces es la vista y no la acción.

     —I don’t care if you ride my fingers, I kinda liked to watch them bounce —dijo calladamente, señalando sus senos con su dedo índice—. Tú gimes, cabalgas, gimes y cabalgas al mismo tiempo: hago combustión.

     —Entonces, ¿por qué quieres que lo use contigo?

     —No sé, supongo que tit for tat. Te lo dejé muy claro cuando te lo dije: no me voy a morir si no lo haces.

     —¿Quieres que lo haga o no? Literalmente, mi amor, estoy para complacerte. Sólo necesito que me digas lo que necesitas para complacerte.

     —No me complace verte incómoda —sonrió con demasiada sinceridad.

     —No quiero hacerlo, no puedo.

     —No lo hagas, entonces —rio nasalmente, chocando su frente contra su sien.

     —Si quieres que lo haga, sólo dímelo.

     —No, no quiero que lo hagas —sacudió suavemente su cabeza.

     —Te lo compensaré, lo prometo —susurró Emma.

     —No tienes nada que compensarme; no estaba ni diseñado para que sucediera —rio—. Te lo dije por decirte cualquier cosa, algo naughty captaría tu atención, y tu reacción fue demasiado buena, demasiado entretenida; te reíste histéricamente y te caíste de la cama, ¿cómo no va a ser eso gracioso?

     —¿No esperabas que lo hiciera?

     —Hablando lo que es, ¿realmente piensas que mi vida sexual-heterosexual es lo que me seduce cuando estoy contigo? Me gusta ver una mujer siendo mujer, me gusta verte siendo mujer, ni siquiera sé cómo me sentiría estando en esa posición… mi vida sexual se reduce a ti.

     —Y a Pan —dijo con pesadez, y, sin saber cómo, logró anular el “de mierda” que acompañaba al abreviado nombre.

     —Yo creo que terminó antes de meterlo —rio—, y fue tan bueno que ni me acuerdo.

     —No te acuerdas porque estabas ebria.

     —He estado muy ebria en numerosas ocasiones contigo, y no se me ha olvidado nada de eso. De lo que sí me acuerdo es que no sabía cómo cabalgarlo —se sonrojó.

     —¿No será por eso que me lo pediste? Digo, ¿por curiosidad?

     —Me gusta cuando usas tus dedos, tienen más magia que la cosa negra aunque vibre. Y, visualmente, porque sí sabes que uno come primero por los ojos, ¿verdad? —Emma asintió—. Tu…

     —¿Mi…? —levantó la ceja derecha, provocándole una risa abdominal y silenciosa a Sophia—. No digas “aparato reproductor” porque no reproduce —rio.

     —Figa —lanzó esa mirada coqueta, ridícula y juguetona.

     —¿Ajá…?

     —Tu… “figa”, es muchísimo más atractiva que una cosa masculina; se ve mejor, reacciona mejor, huele mejor, sabe mejor, y, definitivamente, se siente mejor. Se siente correcta, se siente correcto.

     —Hermosas palabras… las tomaré como halagos.

     —Son verdades.

     —Lo sé —sonrió, o no sé si era su Ego quien sonreía.

     —¿Eso era lo que me querías decir? —Emma asintió—. Mrs. three-o’-five, y la cosa roja a la basura.

     —¿Qué quisieras de regalo de bodas, entonces?

     —I wanna have fun.

     —¿Qué clase de diversión?

     —La que me hace reír, y divertirme —rio.

     —¿Cuánto quieres que dure?

     —Hasta el último segundo de vida que tenga —guiñó su ojo.

     —Acuéstate, sobre tu abdomen… —sonrió, dándole un beso en su sien.

     —¿Qué me vas a hacer? —rio nasalmente, gateando hacia las almohadas para ponerse lo más cómoda posible.

     —Wouldn’t you like to know? —dijo con una sonrisa burlona mientras se colocaba a horcajadas a la altura de su trasero.

     —Tienes razón… —rio, con su mejilla sobre la almohada mientras la abrazaba y Emma apartaba su cabello de su espalda—. Eso se siente bien… —murmuró al sentir sus manos masajearle suavemente sus hombros por sobre la camisa.  

     —Estoy segura de que el masaje que te van a dar mañana va a ser mejor.

     —¿Cuál masaje? —preguntó.

     —No digo que sea mañana, puede ser cualquier día, o todos los días; lo que sea que quieras. Se llama “libre albedrío”.

     —Me acuerdo que una vez me dijiste que no te agradaba saber que manos ajenas me tocaran —suspiró ante las suaves y circulares caricias que sus pulgares hacían en su nuca—. Si quería un masaje… tú me lo darías.

     —Muy cierto —sonrió—. Pero yo no soy profesional en masajes relajantes, creo que te mereces uno de vez en cuando… siempre y cuando yo esté presente para tener paz mental de que no te están tocando más allá de aquí —dijo, bajando sus manos para delinear la piel de su espalda que ya no cubría el elástico de su tanga negra—. Y, antes de que digas algo, no son celos… porque eso implicaría que no confío en ti, sino que, aunque sea trillado, no confío en los demás.

     —Sí, eso sí es trillado —rio—. Pero así eres con todo; nadie toca lo que es tuyo.

     —Y tú… ¿tú eres mía? —susurró a su oído.

     —La pregunta me ofende, Arquitecta.

     —Tú sabes que eres mía —resopló, dándole un high-five a su Ego.

     —Así como tú sabes que eres toda mía y nada tuya —resopló de regreso, dejando al Ego de Emma totalmente boquiabierto.

     —Uy, uy, uy —rio muy complacida y emocionada—. Cuidado y no es mi Ego quien me bota de la cama hoy.

     —Podemos dejar que nuestros Egos se queden con la cama, no sería la primera vez que duermo en el suelo —bromeó.

     —Puedo conseguir otra habitación para nuestros Egos, yo me quedo en esta; ya saqué mis cosas en el baño y me da pereza moverlas. Además, yo puedo dormir en el suelo… usted, Licenciada Rialto, no va a dormir en el suelo. Eso sobre mi cadáver.

     —¡Ajá! —se carcajeó—. Yo no voy a dormir en el suelo, voy a dormir encima de ti.

     —Suena más factible y más satisfactorio para mí.

     —¿Eso significa que quieres dormir en el suelo?

     —Acabo de darle un “time out” a mi Ego, el tuyo cabe en la cama con nosotras —sonrió—. Hemos dormido con Phillip y Natasha en la misma cama, los dos Egos caben.

     —Se te olvida que me despertaste para salir huyendo de ese horno.

     —Cierto —rio Emma, no sabiendo exactamente a qué le regalaba ese “cierto” porque estaba distraída en la textura que sus manos sentían al envolver lentamente su desnuda cintura en ellas—. Tienes una piel tan suave… —murmuró.

     —Quizás es porque, después de cada ducha, tú me la humectas…

     —Es una excusa para tocarte antes de irme —rio.

     —¿Desde cuándo necesitas excusas para tocarme?

     —Es por eso que te estoy tocando ahorita —dijo, que Sophia pudo sentir en el ambiente cómo Emma guiñaba su ojo—. Porque puedo y porque quiero.

     —Y se siente muy bien —dijo aireadamente, pues Emma presionaba los costados de su columna de manera vertical—. Esta era mi idea de “masaje” cuando lo mencionaste en tu intento publicitario de este fin de semana largo.

     —¿Lo dices porque es algo que quiero escuchar o porque es algo que realmente piensas?

     —Si es lo que quieres escuchar o no, igual lo pensé —rio suavemente—. ¿Tú crees que con la cantidad de endorfinas que produzco y stress que libero a través de la abundante cantidad de sexo… crees que necesito un masaje?

     —Perdón —susurró, quitándole las manos de encima.

     —¿Por qué? —frunció su ceño y abrió los ojos, como si con abrirlos terminara de darse cuenta de que algo había incomodado a Emma, quien ahora se erguía para tumbarse a su lado.

     —No tiene importancia —sonrió minúsculamente, aunque era la sonrisa más falsa y atropellada que Sophia le había visto; una parecida a cuando recién se conocían.

     —Hey, hey… ¿qué pasa? —preguntó, volcándose sobre su costado para encararla.

     —No es nada —dijo en el mismo tono falso, poniéndose de pie para recoger su botella de agua del refrigerador; algo que no era más que una técnica de relajación: concentrarse en el agua para desconcentrarse de lo que le había incomodado.

     —¿Estás enojada? —le preguntó, sentándose de golpe para poder analizar el lenguaje corporal que tanto le costaba analizar porque lo único que podía delatarla eran sus ojos, y era básicamente lo único que no veía porque le daba la espalda.

     —No —sacudió la cabeza una tan sola vez y llevó la botella a sus labios.

     —Upset?

     —No —repitió entre los tragos de agua.

     —¿Hice algo mal? —Emma sólo sacudió su cabeza y continuó bebiendo agua—. Mírame —dijo en ese tono seco; una mezcla de preocupación, supuesta culpa, y frustración. Emma respiró profundamente y, con la más pesada pesadez, se volvió a Sophia sólo con su cuello, lográndola ver de reojo mientras seguía intentando “desincomodarse”—. Mírame bien —repitió, ahora con un grado de enojo muy bajo, pero ahí estaba el enojo.

     —Yo no miro, yo veo —repuso, volviéndose a ella completamente y reposando su trasero contra el mueble—. Y siempre te estoy viendo —le dijo, dándose unos suaves golpes en su sien derecha con su dedo índice para luego señalarla.

     —¿Qué hice?

     —No hiciste nada —sonrió de nuevo de esa manera que ya no era tan falsa, pues había logrado deshacerse de la falsedad ante el apoyo que había encontrado, inconscientemente, en la semántica.

     —Entonces, ¿qué se supone que hiciste como para que me pidieras perdón? —frunció su ceño.

     —Pretendí darte un masaje que no querías.

     —… the fuck? —siseó, viendo hacia un lado con su ceño todavía más fruncido, y llevó su dedo índice y pulgar a tomar su tabique—. ¿Cuándo dije eso? —suspiró pesadamente, no entendiendo exactamente qué había pasado o cuándo, quizás y se había empezado a quedar dormida y había dicho alguna estupidez.

     —Tú no quieres un masaje —sonrió—. And that’s fine.

     —No —dijo, retirando sus dedos de su tabique mientras abría sus ojos—. Yo no necesito un masaje —suspiró, poniéndose de pie para ir hacia Emma—. Así como no necesito un Rolex, o unas vacaciones fuera de Manhattan, o irme a Miami contigo por trabajo… —Emma se quedó en silencio, y empezó a rozar su pulgar derecho contra las cutículas del resto de sus uñas de dicha mano, lo cual era una clara señal del enojo que intentaba contener, comprimir y anular—. El hecho de que no lo necesite no significa que no lo quiera.

     —Semantics… —murmuró.

     —Sí, y porque sé cómo funcionas es que te hago la aclaración —dijo, bajando gradualmente su voz mientras se acercaba más a ella—. Necesito saber la hora pero quiero un buen reloj y que sea bonito, necesito vacaciones del trabajo porque quiero despertarme más tarde, necesito trabajo… pero no voy a dejar de vivir lo que quiero vivir por estar trabajando —susurró, acorralando a Emma entre sus manos al colocarlas sobre los bordes del mueble—. No necesito que me den masaje: quiero que me toques al punto de necesitar que no dejes de hacerlo —susurró casi inaudiblemente, elevando lentamente su rostro para terminar su exhalación a ras de los labios de su injustificadamente-molesta-novia, y le clavó su mirada en la suya; era suave y tierna contra confundida y culpable, y una pizca de enojo verde—. Creo que no me escuchaste: quiero que me toques.

     —Dame un momento —murmuró, llevando nuevamente la botella a sus labios, y esta vez la bebió hasta que sus oídos empezaron a ceder ante la falta de oxígeno.

     —No estás molesta conmigo —frunció su ceño, que era algo sólo para contener una sonrisa que podía parecer burlona, pero que era más de graciosa incredulidad que la tomaba por sorpresa.

     —No, contigo no —suspiró, apretujando la botella plástica en su mano para luego, al tenerla comprimida, taparla—. Conmigo.

     —¿Por qué?

     —Soy ciega; a veces no puedo ver lo que te molesta, o lo que te hace daño… y la sola idea de incomodarte, molestarte, o lastimarte… me enferma al punto de enojarme.

     —Lo sé —susurró—. Pero, ¿cuándo te he dicho que no quiero de manera tan explícita?

     —Mmm… —frunció su ceño—. Cuando me dijiste que no querías ir al cine, y que no querías ir a almorzar con Phillip y Natasha, y con la mamá de Phillip, y cuando no querías comer rigatoni sino fettucini, o cuando me dijiste que no querías ver “Scandal” porque Kerry Washington te cae mal, lo cual no significa que seas racista… sólo que te cae mal porque es mala actriz.

     —¿Te he dicho alguna vez que no quiero que me toques, o que no me beses, o que no me veas, o que no me abraces?

     —Nunca —susurró.

     —Perdón —dijo suavemente, abrazándola y trayéndola contra su pecho, acción que Emma no entendió ni por significante, ni por significado, ni por referencia—. This is an unneeded and unnecessary hug —le dijo, pasando sus manos por debajo de los suyos para disipar la razón principal por la que le había pedido perdón—. But it doesn’t mean that it’s an unwanted hug —dijo, reposando su sien izquierda sobre su hombro derecho para quedar casi sobre su pecho y respirando de su cuello, y Emma que recién reaccionaba con sus manos y la envolvía suavemente entre ellas.

     —¿Por qué me pediste perdón? —frunció su ceño.

     —Abrázame bien—murmuró, y Emma, ante eso, dejó caer la botella, o lo que quedaba de ella, al suelo—. Sé que no te gustan los abrazos, mucho menos por encima de los brazos —sonrió, apretujándola todavía un poco más.

     —No, no me gustan —dijo, apoyando su mejilla contra su cabeza mientras la envolvía entre las palmas de sus manos y acariciaba su espalda—. Pero así sí me gustan.

     —No, tampoco te gustan así. Y no los quieres ni los necesitas.

     —Un abrazo bien dado es siempre bienvenido.

     —Bienvenido, pero no pedido —rio Sophia—. Cuando tú quieres un abrazo, lo pides.

     —No pedí este abrazo pero me gusta estarlo teniendo.

     —¿Por la estrategia o porque no te estoy sofocando?

     —Por la estrategia, porque no me estás sofocando, y porque eres tú.

     —¿De quién más te dejas abrazar? —elevó su rostro con una sonrisa.

     —De mi mamá, de Natasha y Phillip… y de ti; en dado caso de tu familia, pero tu hermana me tiene miedo y casi que ni me ve a los ojos.

     —Era una pregunta inocente nada más —sonrió—. Me gusta que me abraces, y que me toques… aun cuando no te lo estoy pidiendo. Me gusta saber que te gusta tocarme, besarme, abrazarme, o lo que sea… que nazca de ti…

     —Eso es porque eres demasiado atractiva, tanto que no puedo quitarte las manos de encima —se sonrojó—. You are so beautiful…

     —Tócame todo lo que quieras y cuando quieras, en lugar de lastimarme… me haces sentir bien.

     —I’m sorry —susurró.

     —¿Te disculpas por disculparte? —frunció su ceño, pero en esa forma graciosa.

     —Y por enojarme —se sonrojó un poco más.

     —Bene, ahora: olvídalo y compénsamelo.

     —¿Cómo quieres que te lo compense?

     —Hazme lo que quieras —sonrió, deshaciendo el abrazo para llevarla a la cama—. Explícitamente: te necesito —murmuró, jugueteando con sus labios contra los de Emma, queriendo besarlos pero no haciéndolo sólo para provocarla—. Te ne-ce-sito.

     —I’m so sorry —susurró, abrazándola de nuevo, ahora en un abrazo que no titubeaba, que estaba diseñado para aferrarse a ella.

     —No pasa nada, mi amor —susurró con una sonrisa, envolviéndola de la misma manera pero con mayor delicadeza; tibia y cariñosamente, de manera condescendiente y no por soltar el tema, sino porque realmente, para ella, no pasaba nada y no había pasado nada; «that’s who she is, and I like it»—. Quiero que me regales algo de lo que tú también puedas sacar provecho… algo que me divierta pero que no implique sexo, algo “sano” —dijo, haciendo que Emma levantara la mirada lo suficiente como para encontrar su mejilla y besar, desde su pómulo, hasta sus labios—. Pero eso significa que me tienes que decir qué quieres también —le dijo entre los besos que Emma no tenía planeado dejar de darle.

     —Ya te dije lo que quiero —murmuró húmedamente contra sus labios, y sus manos viajaron hacia sus piernas, recogiéndolas para cargarla hasta recostarla sobre la cama—. Y creo que cuenta como regalo extraordinario eso de que vengas conmigo a Miami.

     —¿Qué quieres que te regale? —preguntó, siendo empujada sobre la cama hasta que su cabeza encontrara las almohadas.

     —El hammer de Thor y el escudo del Capitán América —sonrió, y no pudo contenerse la risa que su improvisación le provocaba.

     —Te voy a dar algo, y, cuando el momento llegue, espero que no te enojes.

     —Gracias por la advertencia —susurró, irguiéndose con una sonrisa jovial en su rostro y posando sus manos sobre las rodillas elevadas de Sophia.

     —Tócame —sonrió, llevando sus brazos sobre su cabeza para posarlos sobre las almohadas y, así, invitarla abierta y libremente para que la tocara—. Por favor.

Emma sonrió ladeadamente, con esa sonrisa que se tiraba más de la izquierda para contrarrestar su ceja derecha, y, sin quitarle la mirada de la suya, deslizó sus manos desde sus rodillas hasta sus caderas. Pero el mundo habría estado bajo control si hubieran sido sólo sus manos con torpeza o con normalidad mortal; había decidido recorrerla con sus uñas y con las palmas, omitiendo el pulgar por motivos de control de calidad, pues, cuando llegó a sus caderas, sus pulgares masajearon lenta y profundamente aquellas líneas que se conocían, coloquialmente, como “bikini”.

—¿Duele? —preguntó Emma, todavía sin quitarle la mirada de la suya.

     —Como después de una jornada de esfuerzo físico, que te arden los muslos pero que, cuando empiezas a correr de nuevo, sientes que se te queman rico —murmuró, que le hacía saber que dolía pero que no dolía lo suficiente como para que la lastimara, y Emma conocía esa sensación demasiado bien—. Ya te diré si duele demasiado —suspiró, sintiendo que los dedos de Emma bajaban hasta presionarle su hueso púbico, ese que no tenía tanto recubrimiento de grasa o de piel.

     —Me gusta —sonrió, refiriéndose a la Paladini negra que pretendía cubrir su entrepierna con una mezcla de tul y encaje.

     —Lo sé —asintió una tan sola vez—. Si es negra, tiende a gustarte. Si es negra y seethrough tiende a gustarte más. Pero, si lo seethrough se termina exactamente donde mis labios empiezan… —sonrió provocativamente—. Tiende a gustarte todavía más porque tienes la excusa perfecta para quitármela.

     —Me conoces muy bien, mi amor.

     —Tú me das excusas para que vaya al taller, yo te doy excusas para que me quites la ropa—ahogó un gruñido en cuanto Emma presionó a los costados exteriores de sus labios mayores—. Es otro nivel de condescendencia.

     —En el departamento de lencería y de carpintería, sí… y funciona en ambas direcciones.

     —Claro —se volvió a ahogar—. Aunque las proporciones de condescendencia son desproporcionadas.

     —Proporciones desproporcionadas… —susurró—. Funny.

     —Yo corto madera y estoy feliz, tiendo a sudar cuando lo hago, cuando llego a casa lo primero que haces es quitarme la ropa; el marcador es uno a uno —se ahogó de nuevo, pues, mientras Emma más presionara y más abajo lo hiciera, más le molestaba, pero, cuando dejaba de presionar, sentía alivio muscular y un ligero hormigueo que disfrutaba—. Caso “A”, y digo dos puntos: me quitas la ropa y me convences de tomar una ducha en la que tú me lavas. Caso “B”, y digo dos puntos: me quitas la ropa y no alcanzas a llegar a la ducha porque nos detuvimos en la cama, o en el diván, y juegas con mi clítoris. El marcador es, en cualquier caso: dos a uno, llevas la ventaja —dijo, ahogando ahora un gemido que ya tenía sabor a placer sexual porque había subido rozando suavemente sus labios mayores por debajo de la parte sólida de su Paladini—. Siguiendo con el caso “A”: o me haces esto o lo otro en la ducha, o me lo haces cuando salimos. Caso “B”, después de hacerme esto o lo otro me metes a la ducha y me lavas. Marcador: tres a uno, sigues llevando la ventaja.

     —Caso “C” —dijo, sacando sus pulgares del interior de su Paladini—: pasa en la ducha y en la cama, o en la cama y en la ducha. Caso “D”: pasa en la cama, en la ducha y nuevamente en la cama.

     —Marcador: cuatro a uno —se sacudió, pues Emma paseaba su dedo índice por la línea de piel que interrumpía el elástico de su Paladini en su vientre, y eso le hacía cosquillas—. De la condescendencia: el ochenta por ciento eres tú, y el veinte por ciento soy yo.

     —Tu teoría, si es que así puede llamársele… —murmuró, tirando la parte frontal hacia abajo para ver el color real de su piel con la intención de ver sus labios mayores, cosa que no vio en ese momento—. Está completamente errónea —dijo, tirando todavía más para descubrir ese centímetro de evidente división labial, la cual acariciaba con presión, con su dedo y con su mirada, de arriba hacia abajo.

     —Oh, esto se pone interesante —resopló Sophia, tensando su mandíbula ante esa coqueta caricia de Emma.

     —Por una parte, creo que las proporciones las tienes donde no corresponden; tú tienes el ochenta por ciento y yo el veinte —sonrió, presionando ese punto que cubrían, o que pretendían cubrir, sus labios mayores, ese punto en el que yacía el cuerpo externo de su clítoris—. Es cierto: yo te lavo y te hago cosas decentes, cariñosas, e indecentes, pero tú te dejas. Eso, para mí, cuenta como “condescendencia” también —sonrió—. Tú sabes lo que a mí me gusta, y sabes que eso implica que me gusta que no muevas ni un dedo para que tengas lo que quieres.

     —No tan fuerte —suspiró, para luego sentir cómo Emma dejaba de presionar para sólo acariciar.

     —¿Así o menos? —sonrió.

     —Perfecto —cerró sus ojos de esa sonriente forma para volverlos a abrir—. Me gusta que me cuides, que me consientas… que me exfolies la espalda y que me abraces bajo la ducha, y que me humectes, y que me sostengas la bata para que yo sólo meta los brazos. Si tengo ganas de sushi, eso comemos. Si tengo ganas de ir a ver “Jersey Boys”, eso hacemos. Si tengo ganas de una copa de vino, abres una botella. Por el otro lado… me gusta el sexo, ya te he dicho que me considero ninfómana leve, si es que el diagnóstico existe… es la fusión de ambas cosas —sonrió, encogiéndose entre hombros y volviéndose a sacudir por las cosquillas que esa caricia le daba.

     —¿Qué es lo que te gusta en realidad?

     —Todo.

     —¿Qué es “todo”?

     —Ya te lo he dicho: me gusta perder el control —sonrió, siendo totalmente lo opuesto a Emma, quien se regía bajo el “voy a tener un orgasmo cuando yo diga” pero que siempre lograba acomodarse a un “ya no aguanto y ya quiero tenerlo”—. Me gusta el despilfarro de hormonas —rio.

     —Hormone-junkie —rio—. No tan convencional, me gusta. Pero, ¿qué es lo que en realidad te gusta? —repitió.

     —Las sensaciones, no te puedes quejar que de que no te gusta que te roben los pulmones y el corazón —guiñó su ojo—. De que te roben todo menos tu integridad, supongo.

     —“Integridad”… —suspiró, como si la palabra no tuviera sentido.

     —¡Está bien! —siseó, frunciendo su ceño, tanto por darse por vencida y porque Emma dejaba de acariciarla—. Me gusta correrme, y lo que me haces para que me corra, ¿contenta?

     —Un poco —sonrió, reacomodándole la tela sobre su piel.

     —I like it when you suck it —se sonrojó.

     —Suck what? —preguntó, y Sophia solo le entrecerró la mirada—. ¿Cuando te succiono qué? —repitió.

     —Todo —rio, pues no había mejor respuesta para ella—. No soy tan sensible como tú de estos… —dijo, llevando sus manos a sus senos—. Pero me gusta.

     —Si no eres tan sensible, ¿por qué te gusta? —sonrió, tomando las piernas de Sophia por debajo de sus rodillas para abrirlas y elevarlas un poco.

     —Me gusta cuando me estás haciendo algo y me ves a los ojos —se volvió a sonrojar.

     —¿Algo como esto? —sonrió, llevando su mano a su monte de Venus para colocarla de tal manera que su pulgar pudiera alcanzar su clítoris, sobre la Paladini, y hacer círculos de media presión sobre él, mientras le clavaba sus verdes ojos en los suyos muy celestes.

     —Exactamente eso. Así —sonrió, sintiéndose hundir entre la cama por el minúsculo placer que se le empezaba a generar en aquella zona—. Así como cuando veo que muerdes y tiras de él —dijo, dibujando un círculo, con su dedo del medio de la mano derecha, sobre su areola con su camisa de por medio.

     —Por otro lado —dijo, deteniendo sus caricias sobre su clítoris—. Creo que tú eres más condescendiente que yo.

     —Creí que ya habíamos superado el tema —rio abdominalmente.

     —Siempre empezamos un tema y nunca lo terminamos —resopló—. Y falta mi “teoría”, que es más fuerte y más consistente que la tuya.  

     —Dime.

     —Tú eres más condescendiente que yo; sé que la ropa te es relativamente indiferente, por eso no cambias tu estilo, pero, en el departamento de lencería, sé que siempre te vistes para mí. Así que: te vistes para mí, me dejas desvestirte, me dejas bañarte, me dejas hacer cosas decentes, indecentes y cariñosas, cuantas veces quieras, como quiera y en donde quiera. Yo sólo te dejo cortar madera —sonrió.

     —“Teoría” nueva: esa es quien tú eres, esa es quien yo soy. Tómalo como “complemento” en el sentido de “completar” y “complementar”.

     —Quizás también quiero la capa de la Mujer Maravilla —dijo de la nada.

     —¿Algo de Iron Man quizás?

     —No, de él ya tengo el Ego —sonrió.

     —No wonder he’s so sexy —rio, dejando que sus piernas reposaran sobre la cama. 

     —Acuérdame de decirle a tu hermana que el Ego sí es sexy, entonces —guiñó su ojo—. Are you wet? —sonrió.

     —¿Por qué no lo averiguas tú? —Emma levantó su ceja derecha y dejó ver una sonrisa de ligera y fina dentadura reluciente—. Si no estaba mojada, ya lo estoy —rio, pues esa ceja era omnipotente.

     —Interesante —murmuró aireadamente, bajando su ceja.

     —Hay algo que quiero decirte —dijo un tanto intempestivamente.

     —Dimmi.

     —Prometo nunca volver a decirte que no puedes tocarme.

     —¿Por qué siento que no hablamos sobre lo de hace un rato?

     —Porque hablamos sobre lo que pasó hace días.

     —Oh… —frunció su ceño—. Bueno, no es como que no te podía tocar…

     —Pero yo sé cuánto odias no poder hacerlo.

     —Cierto, pero no era porque no querías… era una simple regla temporal. Además, yo sé que había alternativas para hacer lo que querías, y estaba la alternativa de decirte que “no” y ya, simplemente seguir.

     —Bien. Sigue tocándome —sonrió, pero Emma se puso de pie y caminó hacia el mueble del televisor para tomar la típica hielera de hotel—. Prefiero que me toques con las manos —frunció su ceño—, no con plástico —dijo, refiriéndose a la hielera.

     —No te voy a tocar con esto —entrecerró sus ojos.

     —Lo sé. Era un chiste —la imitó.

     —Lo sé —rio.

     —Arruinaste mi chiste —inhaló falsa indignación.

     —Y un Hamster en Tuvalu se murió por mi atrocidad humorística —rio cínicamente—. ¿Vas tú o voy yo? —dijo, agitando la hielera en su mano.

     —¿Para qué quieres hielo? —frunció su ceño.

     —La pregunta real es si quieres estirar tu cumpleaños por seis días o si quieres celebrarlo sólo el día que supuestamente cumples años.

     —Esa no fue una pregunta, fue una afirmación que presenta alternativas —rio, sentándose sobre la cama—. ¿Para qué quieres hielo?

     —Gracias —sonrió, alcanzándole la hielera.

     —Dame una buena razón para ir por hielo —suspiró, arrebatándole la hielera con pesadez.

     —¿Sólo una? —rio.

     —Las que quieras.

     —Uno: no tengo ganas de vestirme. Dos: no tengo número dos. Tres: te conviene. Cuatro: ya te entró la curiosidad —sonrió, alcanzándole su jeans, porque madre de Dios que no saldría en nada más corto al pasillo.

     —You’re toying with me —entrecerró los ojos, arrojando la hielera a la cama para ponerse el jeans, el cual le quedaría un tanto flojo por ser de Emma.

     —No, lo siento, no traje ningún juguete —sonrió burlonamente.

Sophia sólo rio nasalmente, subiéndose el jeans sin desabotonarlo, y, con una mirada desafiante pero juguetona, salió de la habitación sólo para llegar al final del pasillo y llenar la hielera hasta que no pudiera taparla; si quería hielo, hielo le daría.

                Mientras tanto, Emma simplemente se volvió a apoyar del mueble y, lentamente, así como todas las noches, se quitó su reloj y su anillo de la mano derecha; el de nogal, así como Sophia el suyo, no se lo quitaba más que para ducharse.

—Espero que sea suficiente hielo —dijo al entrar a la habitación.

     —Un cubo más y habría sido demasiado —sonrió, tomando la hielera entre sus manos para dirigirse al baño.

     —¿Me hiciste ir a traer hielo para deshacerte de la mitad? —elevó su voz en cuanto escuchó aquel ruido que hacían los cubos al golpear el lavamanos.

     —Dependía de qué tanto trajeras —dijo, dejándola llena de hielo hasta la mitad y abriendo la llave del agua fría para llenarla hasta dos tercios.

     —¿Para qué querías hielo? —se asomó a la puerta del baño, viendo a Emma secarse las manos con una de las toallas extras, la cual se echó al hombro.

     —¿Para qué crees?

     —Tengo varias teorías.

     —Te escucho —sonrió, tomando la hielera entre sus manos para volver a salir a la habitación.

     —Creí que tenías una botella de Grey Goose, pero le pusiste agua al hielo y ya no me pareció tan factible.

     —Puede ser que ponga la botella en la hielera para enfriarla así como suelo enfriar champán en tiempos imposibles.

     —Puede ser, pero no te vi empacar una botella de Grey Goose.

     —Entonces no es una botella de Grey Goose —rio, pasando de largo para colocar la hielera nuevamente en el mueble y, disimuladamente, metió su mano en su duffel para pescar un frasco plástico—. ¿Puedo tener mi jeans de regreso? —sonrió, que Sophia asintió en silencio y, agachando la mirada para bajárselo, Emma enterró el frasco en el agua con hielo—. Es mi único par de Balmain.  

     —¿Tienes dolor de cabeza?

     —No, el hielo no es para un dolor de cabeza —sonrió, tapando la hielera para llevarla a su mesa de noche.

     —¿Fiebre? —preguntó, y Emma sacudió la cabeza—. ¿Ganas de enfriar agua? —dijo, doblando el jeans de Emma por el eje vertical para luego doblarlo por el eje horizontal.

     —Hay preguntas más interesantes que esas.

     —To mess with me?

     —La construcción de esa frase no es precisamente la correcta; le falta un verbo y un determinante indefinido. —Sophia frunció su ceño—. Creo —rio, dudando de los nombres de esa parte sintagmática de cualquier idioma.

     —Me estás volviendo loca —rio, queriendo patalear con desesperación al no estarle entendiendo nada.

     —Lo sé —sonrió—. Acuéstate —le dijo, señalándole la cama mientras pasaba de largo hacia la puerta.

     —¿Cómo me acuesto? —preguntó, pues asumió que habría instrucciones más específicas en cuanto al “cómo”.

     —No te acuestes —rio, abriendo la puerta sólo para colgar el letrero de “Do Not Disturb” de la manija.

     —Quién te entiende.

     —Tú, y, a veces, yo. Enciende las lámparas, por favor —dijo, apagando la luz principal.

     —No son ni las once, ¿pretendes que me duerma ya? —rio Sophia.

     —No… —susurró, acercándose a su lámpara, ganándole a Sophia en encenderla, y le sonrió desde arriba al estar ella de pie y Sophia recostada—. Hazte a un lado, por favor —sonrió, colocando la toalla al centro de la cama para luego recostarse sobre ella y sobre un par de almohadas.

     —¿Me vas a decir para qué querías hielo?

     —Hop —dijo, dándose unas suaves palmadas sobre su vientre, indicándole que se colocara a horcajadas sobre ella—. Toda pregunta tiene respuesta, mi amor —añadió, irguiéndose para atrapar la cintura de Sophia entre sus brazos mientras la veía hacia arriba.

     —¿Me vas a tocar?

     —¿Quieres que te siga tocando? —susurró, introduciendo sus manos por debajo de su camiseta desmangada para acariciar su espalda. Sophia sólo asintió—. Estás muy tibia… —sonrió.

     —Quizás sólo tienes las manos un poco frías —repuso, dejando caer un poco su trasero entre las piernas abiertas de Emma para quedar a una altura más accesible.

     —Quizás… —murmuró, levantando la camisa de Sophia hasta lograr sacarla con su ayuda—. You have such beautiful breasts —dijo suavemente, irguiéndose y paseando la punta de su nariz sobre la piel de lo que ponía en referencia, haciendo que Sophia se sonrojara—. And such beautiful nipples… —dijo de nuevo, dándole un beso muy superficial en la punta de ambos pezones, los cuales reaccionaron sensiblemente al tacto húmedo y suave de sus labios—. ¿No dijiste que no eran sensibles? —sonrió ante la reacción.

     —Dije que no era tan sensible, eso no significa que no lo sea… claramente lo soy —respondió, colocando sus manos sobre la nuca de Emma, así como siempre—. ¿Para eso es el hielo?

     —¿Para qué? —sonrió, viéndola a los ojos con sinceridad.

     —No, ya me respondiste —sonrió—. El hielo no es para torturarme.

     —No de manera directa —dijo—. Claramente te tortura no saber para qué sí lo quería.

     —¿No me vas a decir? —frunció su ceño, haciendo un puchero muy simpático.

     —Te voy a enseñar, pero todavía no…

     —¿Cuándo?

     —Cuando esté listo —sonrió, volcándose sobre su costado, llevándose a Sophia por efecto secundario a las almohadas—. Sabes… de verdad me gustan —volvió a sonreírle a sus ojos, que claramente se refería a lo que su mano derecha acariciaba.

     —Asumiendo que no has visto tantos… —entrecerró sus ojos—, ¿”gracias”?

     —¿”De nada”? —resopló—. Y depende de cuántos sean “tantos”.

     —¿Diez?

     —¿Diez pares o cinco pares? —rio.

     —Diez mujeres.

     —Mmm… —entrecerró sus ojos—. Hollywood hace maravillas —rio.

     —Me refería a que si las habías visto de cerca.

     —No, no llego a diez —sonrió—. Hay varias que no cuentan.

     —¿Por qué no? —frunció su ceño.

     —¡Ay, porque ahí estoy incluyendo a mi mamá! —siseó, ahogándose en un rojo que a Sophia le dio demasiada risa.

     —Pero eso es normal —dijo con la resaca de su risa—. ¿Quién no lo ha hecho?

     —Te voy a preguntar algo realmente incómodo.

     —¡Por favor! —siseó, sabiendo que era de las preguntas que más la divertían.

     —¿Qué tan igual eres a tu mamá? —preguntó Emma, ahogándose en un rojo más intenso que el del fondo de la bandera de Albania.

     —Asumiendo que no quieres detalles… —murmuró, viendo a Emma sacudir su cabeza rápidamente y con la mirada muy ancha—. Puedes estar muy tranquila —sonrió, y Emma respiró aliviada.

     —Perfecto. ¿Podemos dejar el tema de nuestras progenitoras fuera de la cama, digamos… “para siempre”?

     —Yo no traje el tema, fuiste tú —rio—. Pero lo prometo.

     —Gracias —suspiró, dejando caer su cabeza en aliviada resignación—. Ahora, ¿en qué estábamos?

     —En que te gustan mis full-Bs.

     —Cierto… quién diría que esa niña rubia, demasiado rubia y demasiado exhibicionista, que tienes en una fotografía en uno de tus álbumes, crecería para tener esto… —susurró, llevando sus labios a su pezón derecho para, con su mirada clavada en la suya, succionarlo y tirarlo; tal y como a Sophia le gustaba.

     —¿Exhibicionista? —jadeó—. Tenía tres años.

     —Topless es topless a la edad que sea —dijo, volviendo a atrapar su pezón entre sus labios, pero esta vez no lo succionó, simplemente jugó con él con su lengua.

     —Muérdelo —suspiró, y Emma, que también se regía bajo “sus deseos son órdenes”, atrapó su areola entre sus dientes y tiró suave y lentamente de ella, mostrándole un poco sus dientes para que viera que la mordía y que no la succionaba, pues la parte visual podía entrar en conflicto con el tacto—. Tal vez sí soy un poco sensible —sonrió.

     —Sí lo eres —dijo, llevando su dedo a la areola recientemente abusada para trazar suaves círculos cariñosos.

     —Pero no tanto como tú…

     —¿Qué significa eso? —resopló, atrapando su erecto y pequeño pezón entre su índice y su pulgar para pellizcarlo y retorcerlo con gentileza.

     —Te estornudo encima de un pezón y ya te mojaste —rio por su propia exageración.

     —Dios bendiga al que inventó los sostenes de copa dura —sonrió, sabiendo que era muy cierto; era hipersensible, ¿y qué?

     —Si tan sólo utilizaras sólo de copa dura… —suspiró, pues Emma había pellizcado su pezón con mayor fuerza.

     —Para sostenes hay camisas, y para camisas hay sostenes —guiñó su ojo—. Pero hablamos de tus pezones, no de los míos.

     —Harder… —susurró, para luego gruñir de placer al Emma pellizcarla como le había pedido—. Now suck it.

     —Yes ma’am —sonrió, llevando sus labios al pezoncito para reconfortarlo ante la brutalidad social de su abuso; masajeándolo entre labios y lengua, dándole besos superficiales que sólo contribuían al sonriente hormigueo que sentía Sophia en esos momentos—. ¿El otro también?

     —¿Compras sólo el Louboutin derecho? —sonrió.

     —Buen punto —resopló, dirigiéndose a su pezón izquierdo para darle la misma atención.

     —No es un punto, es un pezón —pretendió corregirla, pero Emma ensanchó la mirada de tal manera que Sophia se congeló en tiempo y espacio para que el pánico la sofocara lentamente, pero, gradualmente, una sonrisa fue empujando la ceja de Emma hacia arriba, la misma sonrisa que terminó entre los labios de Sophia mientras era atacada a cosquillas en su cintura, que no se podía mover porque tenía el peso de Emma encima y la risa nasal contra su cuello; doble cosquillas—. ¡No! ¡No! —se quejaba entre una carcajada que hasta a mí me hacía sonreír, sacudiendo sus piernas, intentando que Emma le dejara de hacer cosquillas, pero era imposible entre tanta risa que empezaba a tener repercusiones abdominales en la rubia—. ¡Emma! —reía como en aquella fotografía que recién mencionaban—. Apples, apples! —jadeó, y Emma se detuvo, irguiendo su mirada para encontrar la de Sophia, la cual lloraba literalmente de la risa.

     —You’re so beautiful —susurró Emma, peinando su flequillo tras su oreja mientras la veía brillantemente a sus ojos, con ese amor incontenible—. So, so beautiful… —sonrió, limpiando las risibles lágrimas que se habían escapado de Sophia, esas lágrimas que sí le gustaba provocarle.

Sophia sonrió sonrojadamente entre sus jadeos de abdomen cansado y temporalmente adolorido, pero no podía dejar de verla a los ojos, quizás porque decían más de lo que decían sus cuerdas vocales en conexión con su cerebro; era más puro y sin menos filtro, más vulnerable y más sensible, más emocional y sentimental.

                Emma se acercó a sus labios pero no la besó, simplemente la vio de cerca, muy de cerca para construir una transfusión de indirectas y tibias exhalaciones.

                Y tuvieron ese momento en el que las sonrisas se fueron desvaneciendo en la lentitud más larga de un segundo, así como cuando se vieron a los ojos la primera vez que se despertaron una al lado de la otra, así como cuando se vieron a los ojos después de que Emma pudo verbalizar esas dos simples y sencillas palabras, “te amo”, así como cuando se daban cuenta de que todo estaba bien, de que todo estaba perfecto, esa manera en la que implicaba más que un enamoramiento adolescente, desencadenado, hormonal e idiotizante, esa manera en la que el corazón, o sea el músculo, lograba acelerarse divinamente.

Un segundo fue lo que le tomó a Emma rozar sus labios con los de Sophia, dejándolos estáticos mientras la punta de su nariz rozaba el costado de la suya, que sentía cómo el tórax de Sophia intentaba relajarse para respirar con mayor ligereza.

—Te amo —susurró Sophia casi inaudiblemente, apenas rozando los labios de Emma cuando pronunció aquella fugaz “m”.

     —¿Te casarías conmigo? —preguntó de la misma manera.

     —Mañana mismo. ¿Y tú conmigo?

     —Always… —dibujó una milimétrica sonrisa mientras ahuecaba su mejilla sin alejarse de sus labios—. Y te amo tanto… tanto… tanto…

     —¿Por qué no me besas? —se sonrojó.

     —I’m taking it all in —se sonrojó también, que ambas se contuvieron el “that’s what she said” para no arruinar el momento.

Sophia rio a través de su nariz mientras sacudía su cabeza ligeramente y, con un impulso de pocos milímetros, logró alcanzar los labios de Emma para sentirse completa, para sentirse suya con la pausada delicadeza con la que Emma acariciaba sus labios con los suyos, y que su respiración era más tranquila que nunca; tranquila, liviana y suave, que no forzaba nada ni con sus manos ni con su cuerpo, simplemente la estaba besando.

Su lengua apenas rozaba sus labios antes de esconderse, sus labios no se despegaban ni cuando concluían el período; besos a un solo labio, a los dos, suaves tirones, apenas caricias, nada de un beso hambriento y alocado, nada sexual sino sensual y seductor: cariñoso.

—Yo también te amo —susurró Sophia, todavía con sus ojos cerrados por el beso que había concluido porque se había detenido a pesar de no haber un retiro real—. Y… gracias.

     —¿Por qué?

     —Porque te importa —sonrió, pero Emma no logró entender, y yo tampoco—. Te estresa más saber cómo quieres que celebre mi cumpleaños, o qué quiero de regalo de bodas, o que no tuvimos Springbreak y que me faltarán mis vacaciones… te estresa más todo eso que el hecho de que estén evaluando el Estudio, y que tengas que ver cómo solucionas al tercer socio.

     —¿Tercer socio? —preguntó, ensanchando su mirada.

     —Alec me dijo —se encogió entre hombros, y Emma sólo suspiró por no gruñir, aunque, mentalmente y en un abrir y cerrar de ojos, lo asesinó y lo revivió mil veces sólo para volver a asesinarlo y siempre de una forma más creativa.

     —Mis prioridades están en orden, y el tercer socio está en el puesto número no-está-en-mi-lista… pero, ¿podemos no hablar de trabajo?

     —Sólo quería resaltar que te agradezco que te importe.

     —Eres importante —sonrió, no sabiendo exactamente cómo responder a un agradecimiento de ese tipo—. Eso no se agradece, se gana.

     —De todos modos y de todas formas: gracias.

     —De nada —sonrió de nuevo, y, para matar el tema, le dio otro beso corto en sus labios.

     —¿Para qué es el hielo?

     —Creí que ya se te había olvidado —resopló, y Sophia sacudió su cabeza—. ¿Quieres uno?

     —Supongo —se encogió entre hombros mientras Emma estiraba su brazo para sacar un cubo ya un poco derretido—. ¿Me hiciste ir a traer hielo para jugar con él conmigo? —rio, empezando a pensar ya un poco acorde a las intenciones de Emma.

     —¿Quieres que juegue con él? —preguntó, colocándose el cubo derretido entre sus labios para quitarle el exceso de agua.

     —Lo que tú quieras —sonrió.

     —Es tu cumpleaños, dije que habría condescendencia al máximo.

     —Y es mi decisión que me hagas lo que quieras —dijo, abriendo sus labios para recibir el cubo de una manera que no esperaba: con los dedos, nada sexy.

     —Tengo que repetirlo —dijo, y Sophia le enrolló los ojos con desesperación—. Tengo que repetir que tienes un par de Bs perfectos.

     —Ah, eso —se sonrojó—. ¿De verdad te gustan?

     —¿A ti no?

     —No es eso, es sólo que a veces creo que son pequeñas —frunció su ceño.

     —¿Pequeñas? —resopló—. Treinta y cuatro B es básicamente lo mismo que treinta y dos C; son una copa B llena, lo que significa que estás básicamente a una pulgada de mi talla y a pocos centímetros cúbicos de mi copa, lo cual no considero que sea pequeña…

     —Tómalo con calma, no estoy pensando en recurrir al cirujano plástico de Margaret —rio, haciendo que Emma pudiera respirar tranquilamente, pues, de alguna forma, la plática con Natasha, esa que había tenido hacía unas cuantas horas, le había empezado a perforar la seguridad en sí misma.

     —Ni se te ocurra —concluyó con una indignación real ante la idea—. Así me gustan, así me fascinan… así las quiero.

     —Ahora que hemos cubierto el tema de mis senos —sonrió, sabiendo que la rectitud de palabras iban con Emma—. ¿Puedes tocarlos como se debe?

     —Gracias —sonrió.

     —Y besarlos… y morderlos…

     —Now we’re talking.

Cayó con sus labios entre los implicados para llenarla de besos suaves y sin estrategia, besos que se convertían en mordiscos y en sonrisas que rozaba contra su piel mientras apretujaba lo que tenía que apretujar como si fueran del material más frágil que podía existir.

Bajó por entre ellos para aplicar los mismos requisitos en su abdomen, mordiscos que ahora daban cosquillas y besos que relajaban las previamente mencionadas. No había nada que apretujar, pero eso no impedía que le gustara jugar con su ombligo sólo porque sí, y porque le daba cosquillas.

—Sería pecado no repetirlo —susurró, acariciando suavemente la línea de piel que marcaba el límite de la tanga, y, así como la vez anterior, Sophia se contrajo superficial y muscularmente por las cosquillas que el roce le provocaba—: me fascina cómo te queda —dijo, refiriéndose a la tela que se interponía entre ella y la entrepierna desnuda de Sophia.

     —¿Sí? —resopló, irguiéndose un poco con la ayuda de otra almohada que colocaba bajo su cabeza.

     —Mjm… —asintió deslizando su dedo por el centro vertical de su entrepierna hasta llegar a ese punto en el que ya no había nada por acariciar por culpa de la toalla y la cama—. Además, es perfecta.

     —¿Porque es negra?

     —Aparte —sonrió, acercándose con su rostro a su entrepierna pero sin quitarle la mirada a Sophia de la suya.

      —¿Entonces? —cerró sus ojos ante el roce de la punta de la nariz de Emma contra la línea derecha de su bikini.

     —Sólo lo es —sonrió de nuevo, ahora recorriendo la línea izquierda, de abajo hacia arriba.

     —¿Por qué? —resopló nerviosamente, intentando contenerse el reflejo de cerrar sus piernas ante las cosquillas que esa caricia le provocaba.

     —Porque no es densa —dijo y, sin tanta sorpresa, clavó su nariz contra aquella sólida parte que era una ligera mezcla de seda, tul y encaje—. Y puedo hacer esto sin ahogarme. 

     —Gee…! —gruñó Sophia al sentir cómo la nariz de Emma se enterraba entre sus labios mayores, por encima de la composición de la tela, e inhalaba profundamente de la fragancia que la definía sin filtros y sin alcoholes, y Sophia intentó huir por reacción natural de inconsciente y subconsciente vergüenza, pero Emma la detuvo al aferrarse a su cadera mientras mantenía sus muslos abrazados.

     —Don’t run away from me —murmuró al terminar de inhalar uno de sus placeres que no eran tan pecaminosos a pesar de que así los catalogaba por la naturaleza pornográfica que lo definía, y se expresó con un conmovedor, pero gracioso puchero.

     —I’m not —rio—, sólo no me lo esperaba… además, da cosquillas.

     —Lo siento, no me pude contener —se sonrojó—. Hueles extremadamente bien…

     —Gee… —resopló sonrojada.

     —Sí sabes que “Gee” es “pussy” en irlandés, ¿verdad? —rio, y Sophia sacudió su cabeza con una risa que intentaba contenerse.

     —“Dios mío” —se corrigió—. “Oh, my God!”

     —Me gusta cuando te acuerdas de mi tercer nombre —guiñó su ojo, haciendo que Sophia ya no pudiera contenerse la risa, la cual exteriorizó en forma de carcajada, carcajada que hizo sonreír a Emma hasta casi hacerla reír por igual, y tenía ganas de reír, pero no se comparaban con las ganas que tenía de hacer cosas que se encontraran en el punto de medio de la decencia y la indecencia.

     —O-oh! —suspiró, viéndose entre el inminente corte de su carcajada ante el ataque de la lengua de Emma, la cual coqueteaba con su zona más erógena por encima de su tanga—. You’re such a tease… —sonrió, llevando sus manos a la cabeza de Emma para enterrar sus dedos entre el moño flojo—. ¿Qué verbo y que determinante faltaba en aquella frase? —suspiró, siendo la más sonriente de las víctimas del abuso.

     —¿Cuál frase? —dijo, hablando claramente con la boca llena.

     —“To mess with me”.

     —Yo sé que ya sabes —rio, y, como si estuviera haciendo nada en especial, como si estuviera relajándose entre una conversación por entretenimiento, llevó sus piernas a esa típica ortogonal posición en la que sus pies jugueteaban entre sí y se entrelazaban mientras amenazaban con dejarse caer nuevamente sobre la cama—. Y, si no lo sabes, averígualo… después de todo, estás acostada sobre una toalla.

     —Eso es porque intuyo que me vas a hacer eyacular —resopló, pero cerró sus ojos de esa manera que enloquecía a Emma como pocas cosas en el mundo, cosas que sólo Sophia lograba.

     —¿Eso quieres?

     —Lo que quiero es que dejes de darle sexo oral a una tanga y que me lo des a mí —rio, viendo la mirada ancha de Emma, esa mirada que mezclaba la sorpresa con la diversión; ese término que yo conozco como aroused amusement.

     —A veces dices unas cosas… —resopló con esa sonrisa que relevaba al estado boquiabierto en el que se encontraba.

Sophia, con una sonrisa que crecía de oreja a oreja, le dibujó un “I know” mudo con sus labios, por lo que Emma, actuando veloz y audazmente, tomó la parte frontal de la tela negra, ese triángulo, y lo apuñó de manera vertical para luego halarlo hacia arriba con fuerza, haciendo que la tela se escabullera, por obligación, entre los labios mayores de Sophia y aprisionara su clítoris y sus labios menores, así como la tensión que se había creado en cierto área de su trasero; un wedgie frontal que tenía repercusiones naturales traseras también. La sonrisa cambió de dueña, pues se le dibujó a Emma en cuanto la satisfacción de la expresión facial de Sophia la había invadido: se había desplomado en una descripción de entrecejo hacia arriba, ojos cerrados, reacción labial lasciva entre dientes y un gruñido, y su cabeza cayó rendida contra las almohadas.

—Emma… —logró suspirar, pues, claro, su placer tenía nombre, apellido, y múltiples intenciones que conocía y que desconocía pero que se moría por conocer.

     —“To make a mess with you” —sonrió, y llevó sus labios a sus labios mayores para empezar a besarlos.

     —¿Me vas a hacer eyacular? —dijo entre aires de entrecortada consciencia.

     —Estoy para complacerte —respondió—, quiero complacerte.

     —¿Me vas a meter un hielo? —levantó la mirada, creyendo haber tenido una de las epifanías que más temía.

     —Scusi? —rio, dejando de darle besos a sus labios mayores.

     —¿Me vas a meter un hielo? —repitió.

     —¿Por qué haría eso? —continuó riendo.

     —“Cosas indecentes”.

     —No, eso ya cae en la categoría de la crueldad —sacudió su cabeza—, jamás te “metería” un cubo, algo que tiene esquinas, en algo tan lindo, y circular…

     —¿En mi clítoris?

     —Creo que es imposible meter un hielo en un clítoris —sonrió graciosamente.

     —Frotarlo —entrecerró sus ojos.

     —No.

     —¿Para qué es el hielo?

     —Olvídate del hielo, ¿sí? —sonrió, devolviéndose a sus labios mayores para mordisquearlos.

Sophia sólo asintió y se volvió a recostar sobre las almohadas para disfrutar de las divinas crueldades de Emma, quizás eso de ir a traer hielo no había sido nada relevante para la noche, quizás y sólo era para jugar con su grado de estrés, «sí, eso debe ser». Pero era para todo; para estresarla, para tener hielo a la mano, para enfriar algo que se conocía, en toda cultura, a toda hora y en equivalencias en las respectivas lenguas mundiales, como “lubricante”, algo que había descubierto con la misma emoción con la que presumió que Cristobal Colón había descubierto América en su momento, y que, en realidad, no era más que un redescubrimiento.

 

x/x

 

“Salmón a la parrilla con salsa de aguacate”, o algo así. Era una porción generosa de saludable y rosado salmón al que James le había robado el sabor al haberlo arrojado a la parrilla para dibujarle las exquisitas marcas que delataban el proceso; había sido marinado en una mezcla de aceite de oliva, sal, paprika, cilantro, comino, polvo de cebolla y ajo y pimienta negra. Rebanadas de aguacate, cebolla morada, pimientos rojos, amarillos y verdes finamente picados, hojas de cilantro, jugo de limón y aceite de oliva, habían sido enfriados con anticipación. Tres o cuatro patacones, y una porción de arroz blanco. Justo como a Emma le gustaba; sin espárragos en el plato, choque de lo caliente del salmón con lo frío de la salsa de aguacate, arroz nítidamente blanco y sin intentos de arrojar cualquier ***** (mierda decorativa) para subirlo de nivel, «porque sólo es arroz», y los patacones para añadir el crunch necesario. Sí, James conocía las kryptonitas de Emma. Además, de postre, se había tomado la molestia de hacer una galette de fresas y ruibarbo con un helado de vainilla con un dash de bourbon. Todo para seducir el estómago de Emma porque iban a hablar de negocios.

Oh… —musitó Emma en cuanto James terminó de explicarle cómo quería la cocina del nuevo Dean & DeLuca que querían abrir en el Financial District, algo que Phillip apreciaría con demasiados agradecimientos y dólares que ya no tendría Starbuck’s—. Es un proyecto muy bonito, James —asintió, con esa pose compuesta de su brazo izquierdo abrazando su cintura, siendo el soporte de su codo derecho mientras su mano simulaba una “L” con sus dedos pulgar e índice y presionaban sus labios de manera pensativa.

     —¿Pero?

     —Realmente… —comenzó a decir sin quitarle la vista al plano y a los dibujos cavernícolas de James.

     —Es por el presupuesto, ¿verdad? —la interrumpió.

     —No es mi área de expertise —le dijo—, o sea, yo te puedo ayudar con la ambientación sin ningún problema, pero en la parte de los muebles que quieres… no lo sé, creo que no soy la persona más adecuada.

     —Pero si no es primera cocina que harías, hiciste la de Margaret.

     —Es una cocina doméstica, una cocina que ella escogió de entre una pila de catálogos que ofrecían flexibilidad por manufacturación en terceras manos —le explicó—. Tú quieres una cocina personalizada, y, con el presupuesto que tienes… no creo que puedas cubrir a dos personas. —Emma y James levantaron la mirada para ver a una Sophia que conversaba tranquilamente con Julie, quien había soltado la lengua tras una que otra copa de vino blanco que venía siendo llenada desde las dos de la tarde sin parar—. Sophia —la llamó con una sonrisa—, ¿puedes venir un momento, por favor?

     —¿Para qué soy buena? —sonrió, poniéndose de pie y caminando hacia ellos, hacia la mesa del comedor.

     —James quiere consultarte algo —entrecerró los ojos, y Sophia rio porque sabía exactamente qué tipo de respuesta pudo haber salido de su boca.

     —Dime —rio guturalmente, y Emma le cedió su asiento, pues huiría de ahí para anular presiones y comentarios al respecto, de igual modo se había desentendido de un potencial proyecto y no necesariamente porque quería darle un proyecto a Sophia; ya tenían bastante con lo de Patinker.

     —Dejemos a los de la cocina hablar de cocinas —sonrió Emma, dejándose caer al lado de una Julie que tenía tanto glamour y tanta felicidad como un recién atropellado—. What’s up?

     —No mucho —bostezó contra su puño.

     —¿Día rudo?

     —Tengo un paciente que… —suspiró, sacudiendo su cabeza y llevando la copa a sus labios—. Un paciente que desde siempre he dicho que no necesita terapia de nada, lo único que necesita es que sus papás le expliquen dos o tres cositas… pero como que se les congelaron las pelotas y los ovarios con lo del Polar Vortex porque me pagan para que busque y arregle un problema que no existiría si no fuera porque… —ahogó su voz y gruñó—. Los papás son los que necesitan terapia urgente. 

     —Nunca te había escuchado hablar de tus pacientes —le dijo Emma.

     —Esto trasciende la ética y el privilegio paciente-terapeuta —rio—, así de estúpido es el caso.

     —¿Me cuentas?

     —Un niño de cuatro años les abrió la puerta a los papás cuando estaban en lo mejor de… tú-sabes —rio.

     —Hermosa imagen —murmuró, tornándose un poco verde ante el pensamiento empático.

     —Shit hit the ceiling no porque el niño vio cómo es que los adultos se divierten… sino porque vio que el papá estaba ahorcando a la mamá mientras tú-sabes.

     —The fuck… ¿ahorcando?

     —No “ahorcando”, pues, le tenía la mano en el cuello… y la señora por supuesto que se estaba ahogando pero no porque la estuviera matando, sino porque se la estaban cogiendo —rio.

     —The fuck… —sacudió su cabeza con esa mirada de confusión—. ¿Por qué “ahorcarías” a alguien? Digo, si ya te cuesta respirar en ese momento, ¿cómo se te ocurre hacer eso?

     —Tan linda —rio, y Emma se confundió todavía más—. El punto es que ahí jugaron dos cosas: papá intentó matar a mamá, y papá se estaba cogiendo a mamá hasta casi sacarle los sesos por las orejas… el niño vio eso, los papás se dieron cuenta de que tenían público, el niño salió corriendo.

     —Tuve cuatro años hace veinticinco años, creo que la reacción que hubiese tenido no la conozco.

     —Cuando me lo llevaron, a principios de febrero, fue porque el niño no hablaba y creían que era por ese episodio; creían que lo habían traumatizado al punto de quitarle el habla, pero el enano conmigo habla de lo más normal, y con ellos también… el problema es que los papás creen que el enano debería estar hablando hasta por los pelos, y el enano es simplemente tranquilo, cosa que ya les dije no sé cuántas veces. El enano come bien, no tiene daño cerebral, así como lo sugirieron los papás que tienen un amplio conocimiento de internet sobre neurología y psicología, habla de lo que un niño de su edad normalmente habla, simplemente no habla tanto como el hijo de la vecina, que habla hasta que vomita el desayuno.

     —Ciento veinte dólares por la hora… no te quejes —rio.

     —No, no me quejo de eso, sólo pienso que los papás necesitan ayuda urgente… o que dejen de imaginarse cosas, o que le expliquen algo con más sustancia que sólo “estábamos jugando”.

     —Jugando “tute” —rio.

     —Mírate, y yo que te creía más inocente —sacó su lengua.

     —Eso se llama “imaginación”, Julie, así como los papás de tu enano.

     —Me mataste —sacudió su cabeza con una sonrisa.

     —¿Puedo preguntarte algo? —le preguntó intempestiva e improvisadamente.

     —Sure.

     —¿Por qué la estaba ahorcando?

     —¿Es en serio? —ensanchó la mirada, y vio a Emma sonrojarse por primera vez desde la conocía—. ¿Nunca te han ahorcado? —Emma sacudió la cabeza—. Bueno, voy a corregir el término, no es “ahorcar” es “asfixiar”, y, habiendo aclarado que es asfixia, se llama “asfixia erótica”, o “hipoxifilia” si prefieres el término más erudito —rio.

     —¿Control de respiración? —susurró.

     —Eso es cuando lo haces tú sola, y que, porque sabes de qué hablo, probablemente ya lo has hecho, pero, cuando se lo haces a otra persona, simplemente alteras la circulación de sangre, no le cortas el aire… es una mierda cerebral que tiene que ver con oxígeno y endorfinas y otras mierdas.

     —¿Pero ahorcar a alguien? —preguntó con cierto tono retórico mientras veía sus manos.

     —No lo veas como algo tan malo —sonrió, tal y como Natasha solía sonreír cuando notaban que algo no lograba ser asimilado, esa sonrisa de Psicóloga, esa sonrisa de comprensión y paciencia—. Sólo lo haces por unos segundos, tres o cuatro, mientras te dejas ir… tampoco se trata de desmayar… aunque suele suceder.

     —¿James te asfixia?

     —A veces, no siempre… ¿no sabes cómo nos conocimos? —rio.

     —En Bungalow 8.

     —¿Pero sabes cómo fue que realmente nos conocimos? —Emma sacudió la cabeza—. Su pick-up line fue: “Pareces ser del tipo de mujer a la que le gusta que la asfixien”. —Emma ensanchó la mirada y dejó que su quijada sufriera de la caída libre—. Una hora después me estaba licuando los sesos en el piso de su apartamento.

     —Increíble… —suspiró, empuñando sus manos.

     —Asumo que tu “rough sex” no es realmente tan rudo, ¿no?

     —No sé siquiera si tengo “rough sex”. —Julie dejó que su quijada imitara la de Emma—. No creo saber lo que eso significa en realidad.

     —Un poco de hair pulling, slapping, spanking really hard, contra la pared, sujetar contra la cama y un sprint de veinte minutos de meter y sacar —se encogió entre hombros—. En tu caso debe ser más un hair pulling, slapping, spanking really hard, un poco de bondage, un strap-on y no sé qué más; nunca me he acostado con una mujer.

     —Oh… —rio un tanto incómoda.

     —Si no lo tienes, quizás es suerte… —le dijo—. Es difícil cuando James quiere y estoy tan cansada que soy prácticamente una cuna de falta de excitación…

     —Bueno, también te mereces un día de descanso, ¿no crees?

     —El hecho de que no me excite en un principio no significa que no me excito en lo absoluto, siempre lo dejo que me empiece a coger —rio.

     —Me duele sólo de imaginármelo —se retorció.

     —¿Por qué crees que duele?

     —Porque si me molesta un dedo, es de asumir que algo más grande duele. —Julie rio, y, tomándose unos segundos para quién-sabía-qué, terminó su última copa de vino blanco—. ¿Qué?

     —Ven conmigo —dijo, poniéndose de pie y apuntándole con la cabeza que irían al dormitorio—. Sabrá Dios cómo has llegado a los veintinueve sin conocer el mejor descubrimiento desde la penicilina —rio, abriendo la gaveta de su mesa de noche para sacar un frasco que era tan chic que pasaba por perfume—. Se llama “lubricante”, ¿lo conoces?

     —Claro que lo conozco, es sólo que no lo uso —rio, tomándolo en su mano.

     —¿Por qué no?

     —No soy fanática —sonrió.

     —¿Fanática de la idea o fanática de usarlo?

     —Del lubricante en general, no me gusta —dijo, y Julie frunció su ceño—. ¿Qué?

     —¿Cómo no te va a gustar mojarte?

     —Eso me da igual, pero si se trata de tocarme… no lo necesito.

     —Espera, espera —sacudió su cabeza y le clavó su mirada llena de escepticismo y confusión—. ¿Quieres que crea que no te disgusta la sequedad?

     —No soy una minusválida sexual —entrecerró sus ojos—, tengo el potencial para alcanzar cualquier estrellita; con o sin lubricante. Se llama “control de respiración” —guiñó su ojo—. Además, la idea de un lubricante, la idea de que sea viscoso y pegajoso… me da asco en realidad —dijo, dándose cuenta, en ese momento, que era prácticamente lo único que podía darle asco, y era bueno porque era sintético.

     —No es pegajoso ni viscoso —frunció su ceño, y, con buenas intenciones de reformar un pensamiento escéptico, presionó la bomba de aquel frasco de cien mililitros para que una gota cayera sobre el dedo índice de Emma—. Frótalo entre tus dedos —le dijo, y Emma, muy incómoda, lo hizo hasta que, en cuestión de dieciocho segundos, aquella sustancia básicamente se había evaporado—. Base de agua, lo mejor que existe —sonrió, notando que Emma todavía inspeccionaba sus dedos de toda forma posible: visión, olfato y tacto.

     —Seguramente —balbuceó—, pero es la falta de fricción la que me molesta… es demasiado resbaladizo.

     —Haz una cosa —sonrió, metiendo la mano nuevamente en la gaveta para guardar el frasco, y sacó la versión miniatura de quince mililitros—. Llévatelo.

     —¿Para qué? —rio.

     —Para que te lo comas con cereal —dijo con esa mirada sarcástica, y Emma rio—. Pruébalo, verás que la fricción no es la misma… además, si no te gusta, es más fácil limpiarlo que limpiar el natural, si es que sabes a lo que me refiero —dijo juguetonamente—. Y yo sé que no me estás pidiendo ningún consejo, porque Emma Pavlovic no pide consejos, y asumo que especialmente si se trata de placer sexual —rio—, pero… si lo enfrías… —sólo asintió.

     —Ya tuve un hielo en esas coordenadas, y no fue tan placentero como cualquiera creería —sacudió su cabeza.

     —Ése es el punto, no es un hielo… dos o tres gotitas, porque ya me dijiste que no te gusta tan poca fricción, y lo vas a calentar… sólo se trata de jugar con la temperatura, no de que te quemes con hielo —sonrió—. Cuando termines vas a pensar en llamarme para agradecérmelo, porque un iMessage o un Whatsapp no será suficiente —guiñó su ojo, y cerró la gaveta.  

 

x/x

 

Emma tiraba periódicamente de la parte que apuñaba, y tiraba de cierto modo que no sólo rozaba sino que presionaba también; era una masturbación ajena que se complementaba con succiones y mordiscos que, en un final, estaban ya tal y como a Emma y a Sophia les gustaban; a Emma por la simple estética, a Sophia porque la sensibilidad era fuente de placer, de genuino e innegable placer.

                Soltó, liberó lo que tenía aprisionado entre el tul y el encaje, provocándole un suspiro de placentero alivio a la rubia que había empezado a respirar con mayor pesadez, y, con una mirada traviesa de concupiscente sonrisa entre dientes, apartó el obstáculo textil para darle un vistazo a la maravilla estética, eso que debían haber diseñado con acuarelas y pinceles.

—You are so beautiful —suspiró ante la imagen, y Sophia, ante la exhalación que se había enfriado en el trayecto, se contrajo e intentó huir por el reflejo que la caricia de la respiración de Emma le había hecho en esas tan sensibles partecitas.

     —Emma… —rio suavemente con un ligero rubor en sus mejillas.

     —Es que… —suspiró de nuevo—. Es tan linda…

     —Ah, hablabas con ella —bromeó.

     —Y contigo también —levantó la mirada.

     —¿De verdad te parece “linda”?

     —Sure do, looks innocent… it’s a beautiful pussy —sonrió.

     —¿Inocente? —rio—. Definitivamente no ha experimentado cosas inocentes.

     —¿Rudas?

     —No que yo me acuerde.

     —¿Feas?

     —Tampoco.

     —¿Hirientes?

     —Sí —rio, y Emma ensanchó la mirada, la cual estaba que rebalsaba de miedo, frustración y culpa—, como ahorita… la estás torturando.

     —Ah… —sonrió aliviada—. Es que no me ha dicho qué quiere que le haga.

     —De aquí a que una vagina hable… —resopló, y Emma entrecerró sus ojos—. Quiere que le des un besito.

     —¿”Un besito”? —ladeó su cabeza, así como si no entendiera.

     —Uno chiquitito chiquitito —dijo, simulando una pizca con sus dedos—. Pero que sea rico.

     —¿Y en dónde lo quiere?

     —Aquí —sonrió, llevando su dedo índice a su clítoris sólo para señalarlo.

     —¿Aquí? —murmuró, llevando sus labios a él para darle el besito chiquitito chiquitito pero rico, y Sophia asintió con una sonrisa—. ¿Otro?

     —Por favor —suspiró.

Emma le dio otro, y le preguntó con la mirada si quería otro, a lo cual Sophia respondió que sí, y se lo dio, y volvió a preguntarle si quería otro, y otro, y otro, y otro, y cada vez se transformaban en algo más; pasaron de ser chiquititos chiquititos a ser chiquititos, a ser chiquitos, a ser besos, a ser “be…sos”, que, de no ser por la humedad que delataba los besos que se transformaban en succiones y en cosquillas labiales, habrían sido mudos.

                Las succiones eran suaves alrededor de su clítoris y de sus labios menores, pero eran intensas, y la hacían jadear así como había jadeado la noche anterior también. Ah, mis ninfómanas favoritas. Veía a Emma hundirse entre sus piernas con los ojos cerrados, y la veía tirar de sus labios menores, y eso sólo lograba excitarla más. La veía detenerse, abrir los ojos y llevar sus dedos a su clítoris para frotarlo con una textura distinta a la de su lengua, con diferente presión y precisión, y luego volvía a adherirse a su clítoris con sus labios, para luego bajar con su lengua y acariciar su USpot y comprobar la rigidez de sus labios menores en cuanto su lengua los rozaba, mordiscos y succiones a sus labios mayores, y dientes que sólo coqueteaban y pretendían mordisquear su clítoris, pero ella no estaba concretando nada porque Sophia no le decía que quería que cambiara, que, de no hacerlo en unos cuantos segundos, ella tomaría la decisión de dejarla riendo entre jadeos.

—Quítamela —jadeó de repente, y a Emma no le tomó ni tres segundos en llevar sus manos a su cadera para empezar a deslizar la Paladini hacia afuera—. ¿Sabe bien?

     —Como no tienes idea —sonrió, y sonrió doble porque Sophia levantaba sus piernas una junto a la otra para compactar su entrepierna de esa forma que sabía que a Emma le gustaba también, aunque, después de todo, a Emma le gustaba de todas formas y en todas las posiciones y compresiones que existían—. Jesus Christ… —rio, sacudiendo su cabeza mientras arrojaba la Paladini a ciegas.

     —Así me quiero quedar por unos momentos —le dijo, abrazando sus piernas, por el interior de sus rodillas, para mantenerlas en tal íntima y reveladora posición.

     —Sabia decisión —sonrió, recostándose de nuevo sobre su abdomen para quedar a la altura perfecta—. Eres perfecta, Sophie… —susurró, trazando líneas de roces aduladores con su dedo índice por la línea vertical que con tanta gracia separaba esa entrepierna—. Simplemente perfecta, mi amor —sonrió, y le dio un beso en lo que ya se consideraba su trasero.

     —¿Te gusta esto? —le preguntó, llevando su dedo índice a su vagina para introducirlo en ella sin dificultad alguna por la bastedad de excitación líquida que la había colmado y que la seguía colmando.

     —Es her-mo-sa —sonrió, dándole un beso a su nudillo índice.

     —¿Y esto? —dijo, acariciando su perineo con el mismo dedo.

     —I think it’s amazing —respondió, dándole un beso al área señalada por sobre el dedo que se interponía entre ella y la corta longitud que se estiraba por la posición en la que Sophia estaba.

     —¿Y esto? —suspiró, pues su mismo roce se lo provocó.

     —Me fascina —dijo con sinceridad, y se ahorró el “Freud habría tenido un buen sujeto de estudio conmigo”—. Can I kiss it?

     —Yo no sé si puedes besarlo, Emma Marie… —sonrió, retirando su dedo de aquel agujerito que implicaba toda fijación y tema tabú que no salía de entre ellas dos, y quizás de Natasha y Phillip, pero ellos no cuentan—. Pero quiero que lo beses.

     —¿Besitos chiquititos chiquititos pero ricos? —le preguntó, hincándose sobre la cama y no perdiendo de vista aquel agujerito que se contraía por la voluntad provocativa de su dueña.

     —Y otras cosas también —sonrió, abriendo sus piernas sólo para verla, pero mantuvo la altura de ellas con ayuda de sus manos y de las de Emma.

     —Te amo —vomitó, queriendo darse una bofetada por ello, pues no le parecía un momento tan correcto para declararle su amor, más porque no quería que las razones de su amor yacieran en un “puedes hacerme lo que quieras”; esos “te amo”, esos que se escapaban por esa razón, no contaban y no valían.

     —Yo también de amo —sonrió, y, ante eso, Emma sólo supo estirarse para darle un beso en sus labios, para redimirse por su mal tiempo—. Before you play hide & seek with my ass… —susurró contra sus labios—. Dímelo de nuevo, ¿sí?

     —Te amo —susurró—. Te amo, te amo… te amo en “Rococco Red”.

Y de ese tono se tornó Sophia, de ese rojo que no era tan rojo, pero que tampoco llegaba a ser rosado; era el rojo por el que se habían peleado, a nivel laboral, para pintar ciertas paredes de “Patinker & Dawson”.

                Ya era tarde, al menos lo suficiente como para estar en la oficina, y estaban avanzando con lo del proyecto mencionado para poder salir del estancamiento mental y creativo en el que se encontraban por las especificaciones alocadas de sus clientes; paredes blancas, muebles oscuros pero no negros, pisos blancos, y querían algo rojo. Ni dijeron qué querían rojo ni qué tan rojo.

Las dos habían acordado en pintar ciertas paredes de rojo, pero eso iba a depender del tipo y tono de rojo, y el problema era que Emma quería un “Chinese Red” y Sophia un “Poppy Red”, y Emma lo quería en TCX y Sophia en TPX.

                Luego de argumentar y defender su color ante la soledad de un jurado inexistente, porque ni Gaby estaba para brindar sus a-veces-sorprendentes-conocimientos, no lograron llegar a una decisión en concreto y el enojo escaló entre nuevos argumentos que ya habían caído en la línea infantil de “porque el mío es menos jodido para el ojo humano” (Sophia) y “porque yo digo” (Emma). Se habían enojado a nivel profesional y creativo, y, en un arranque de furia, Sophia gruñó algo en griego y arrojó la guía sobre la mesa que habían instalado en el centro de la oficina para tener mayor espacio visual y no tener que estar paseando de escritorio a escritorio, y Emma, en un arranque similar, tomó a Sophia por la cintura hasta que la había acorralado entre ella y la pared, y entre los besos que ambas se arrancaban, Emma la cargaba e intentaba embestirla, y no sabía ni por qué, pero esa era su reacción, y Sophia que sólo la tomaba por las mejillas para mantenerla quieta y poder ella controlar el arrebate de sus labios.

Rebotaron por donde quisieron los Louboutin Pigalle de Pitón de Emma, arrojaron todo lo de la mesa hacia el suelo para que Emma pudiera desabotonarle la camisa a Sophia y para que Sophia pudiera subir el vestido de Emma, que fue cuando se dio cuenta que, bajo ese Oscar de la Renta, se encontraba un garter que sujetaba sus medias, por lo tanto su Kiki de Montparnasse no sería tan fácil de quitar. Sophia cortó la Kiki negra con una tijera, la mutiló tal y como en dos meses y medio mutilaría su Oscar de la Renta rojo, y Emma logró deshacerse del pantalón de la rubia y de la furia inmediata. Sexo oral para Sophia después, una baja de furia por la serotonina de ambas, frente contra frente, Emma fue víctima de los dedos de Sophia, y, por último, una jornada de tribadismo clásico sobre múltiples bosquejos, ambas cayeron sobre sus espaldas, lado a lado, entre risas jadeantes y fijaciones al techo; Emma con su vestido a la cadera y todavía con sus Louboutin y su sensual garter puesto, Sophia con la camisa abierta y sus senos apenas obligados hacia afuera y sin nada que cubriera sus piernas, Sophia se quejó de lo incómodo que se sentía aquel objeto que se le incrustaba en la espalda.

Lo sacó y sólo suspiró para luego reír, pues era una de las guías de rojos, y la extendió en forma de abanico para darse aire y a Emma también.

                Las dos cedieron para que el color de la otra quedara plasmado en la propuesta inicial, pero, ante dicho momento de frustración, Sophia empezó a repasar tarjeta por tarjeta a ciegas, y Emma, a ciegas también, le dijo cuándo parar, y luego, de la misma forma, repasó los colores de tal tarjeta para que Emma la detuviera. Al final, el color que había sido decidido había sido el “Rococco Red” en TPX.

—Oh my… —evitó retorcerse Sophia ante esas cosquillas que le hacían la punta de la nariz de Emma, quien veía de cerca el agujerito estaba por clasificar su razón de locura.

     —¿Vergüenza? —sonrió, dándole un besito chiquitito chiquitito pero rico ante la contracción.

     —En posiciones más vergonzosas me has puesto —bromeó—, y has visto partes de mí que son más vergonzosas que eso.

     —Quizás —rio, volviendo a juntar sus labios con aquella textura—. Vale la pena repetirlo… you have a mesmerizing little asshole.

     —¡Mi amor! —se ahogó entre un gemido de vergüenza y pudoroso rubor.

     —Bellissimo… piccolino, e incredibilmente appetitoso —sonrió, y volvió a darle un beso, este ya más pausado y profundo.

     —Quindi… mangialo —dijo entre una risita que daban ganas de atacar a besos y a cosquillas.

E mangiato fu, aunque primero dio dos mordiscos; uno a cada lado que encerraba el agujerito, y, como consecuencia, un par de ahogos no lograron ser ahogados con éxito. Los besos se fueron haciendo cada vez más pausados y con mayor presión, se hicieron esporádicos y no continuos, pues su lengua acariciaba la circunferencia de arriba hacia abajo o de manera circular, alternando un sentido natural y un sentido en contra de las agujas del reloj. Cuando su lengua iba de abajo hacia arriba, Sophia esperaba que presionara un poco más para que la penetrara superficialmente, pero ella pasaba de largo y sólo podía responderle la omisión con una contracción voluntaria que le hacía más daño a ella que a Emma, aunque “daño” era relativo sino metafórico.

Unos mordiscos más por aquí y por allá, una estimulación perianal bastante cariñosa, y Sophia soltó sus piernas, igual que Emma, para colocarlas sobre la cama y obligarla a que subiera a su clítoris de nuevo.

—¿Quieres saber para qué es el hielo? —le preguntó antes de succionar su clítoris, empezando a frotarlo con sus dedos.

     —Así que sí tiene un propósito —sonrió.

     —No te haría ir a traer hielo sólo porque sí —murmuró, irguiéndose para alcanzar la hielera.

     —Dime, ¿para qué es?

     —Sólo un experimento —sonrió, arrojando la tapa sobre la cama para meter la mano entre el agua fría—. ¿Quieres intentarlo?

     —No sé a qué estaría accediendo —se encogió entre hombros—. Pero sí, I’m in.

     —¿Cómo lo quieres; rico y cómodo o intenso y rico?

     —¿No puede ser intenso, cómodo y rico? —sonrió golosamente.

     —Eventualmente se vuelve cómodo, sí.

     —¿Qué tengo que hacer?

     —Abrir un poco más las piernas, mantenerlas abiertas, cerrar los ojos y dejarte ir.

     —Bene —suspiró, y cerró los ojos para, literalmente, dejarse llevar por lo que fuera que Emma pretendía hacerle.

     —Beautiful —la halagó, colocando la hielera sobre el suelo y arrojando aquel frasco a la cama para ganar un poco de tiempo.

Se recostó nuevamente sobre su abdomen y, como antes de interrumpirlo todo, llevó sus labios a su clítoris, que hizo que Sophia gimiera tanto por anticipación como por curiosidad, por sorpresa y por placer acostumbrado. Su dedo presionaba suavemente la empapada bienvenida de su vagina, se introducía sólo para coquetearle y para dejarla esperando una mayor longitud; era una vil pero interesante y emocionante provocación.

Su dedo bajó por su perineo, acariciándolo y presionándolo gentilmente para empezar a ganar puntos receptivos con la zona, y, en cuanto llegó al agujerito, Sophia supo que empezaría la estimulación previa y obligatoria, por no decir que era por efectos de ley, de aquello que penetraría salazmente con un dedo. Quizás y el hielo sólo era para adormecer el área que daría la bienvenida a dos dedos, quizás y era ése momento del año, quizás y el hielo era para Emma, para cuando diera un respiro de su clítoris poder enfriar su cavidad bucal y regresar a su labor oral con una punzada que tenía características imaginadas y supuestas de ser completamente satisfactorias.

                Fue uno de esos momentos en los que apagaba las funciones que tenía que apagar para agudizar aquellas de las que su potente y satisfactorio placer necesitaba para estallar en lo que Emma solía sexualizar con un gentil tacto y una sonrisa de picardía que provocaba nervios. Apagó el control de sus manos y dejó que cobraran vida para que jugaran con sus senos o para que se enterraran entre el moño de Emma, apagó la concentración de mantenerse lo más callada posible para no sentirse parte de una película pornográfica, apagó el trabajo, apagó a Volterra, apagó a todos menos a quien tenía entre las piernas, pues lo único que no apagó fue la imagen mental de una Emma que reclamaba lo que era suyo por méritos, por condescendencia, por gusto  y porque sí, apagó el control de sus caderas y de la resistencia de pudiera tener como consecuencia de un estrés que había empezado a sacudir en las dos horas, casi tres, en las que Emma la había llevado hasta el hotel mientras cantaban un popurrí de “Señorita”, “Like I Love You”, “Tunnel Vision”, “TKO”, “Sexy Back” y “Suit & Tie” como unas adolescentes que se daban vergüenza propia y ajena. Relajación total.

                Entre labios enrojecidos que habían pedido un receso, Emma simplemente se despegó de su clítoris para poder ver cómo su dedo desaparecía lentamente en aquellas dimensiones que eran demasiado cálidas y estrechas, y Sophia, ante la falta de atención que su clítoris recibía, y que su control corporal estaba al mínimo, sus dedos se encargaron de acompañar la inserción con un frote un tanto incoherente y torpe, pero la mezcla de las sensaciones fueron suficientes para hacerla gemir dos o tres veces, esos gemidos que eran mimados y agudos y que salían más por exhalaciones que por una manifestación de cuerdas vocales.

El dedo de Emma llegó hasta donde su propia anatomía se lo permitía, y el frote de Sophia había cambiado de rápido a una caricia realmente concupiscente.

—Sophie… —suspiró, viendo cómo había reclamado su clítoris para estimularlo ella misma, y le dio besos y mordiscos en el interior de sus muslos—. You are so beautiful… —susurró, totalmente estupefacta ante la autoestimulación de Sophia, la cual no se resumía sólo a su clítoris sino a un coqueteo por sus senos también; su mano los apretujaba, los ahuecaba, pellizcaba y halaba suavemente sus pezones.

     —Fottimi —exhaló, y Emma, ahorrándose el “sarà un piacere”, empezó a hacerlo; a penetrar aquel agujerito que sufría gustosamente de la inundación de su vagina—. No, non ci —gimió—. Qui —suspiró, llevando su dedo a su vagina para introducirlo de la manera más lasciva que no conocía en completa consciencia.

A Emma casi le da un paro cardíaco de ver aquella excitación que la obligaba a penetrarse, algo que no solía pasar, quizás una en veinte veces, y, aguantándose la combustión, relevó el dedo de Sophia con el suyo, dejando su dedo índice izquierdo en su otro agujerito, dejándolo estático, y penetró aquella cavidad que tenía color, olor, sabor, y textura y música perfecta. Así era como a Emma le gustaba, con Sophia diciéndole qué hacer y cuándo hacerlo, trabajando en equipo con ella, pues sus dedos habían regresado a acariciar su clítoris para sacarle cada gemido que se había aguantado en las últimas veinticuatro horas.

                Un segundo dedo invadió a Sophia, que fue cuando todo se volvió extremadamente erótico y sensual por el tono de sus gemidos y de sus ahogos, tanto que se proyectaban en Emma, quien intentaba no gemir porque era demasiado pornográfico, pero no lo podía evitar; era tan intenso que tenía demasiados efectos audiovisuales, mentales y físicos en ella, hasta había empezado a sentir aquellas palpitaciones en su clítoris y en su vagina que sólo gritaban su exigencia de atención y satisfacción.

                Besos y mordiscos seguían aterrizando en el interior de los muslos de Sophia, pero los ojos de Emma nunca dejaron de estar concentrados en su clítoris, en cómo respondía al frote con una hinchazón que la hacía gruñir por querer succionarla, o en cómo mordía su labio inferior entre los gemidos de los que podía hacer una canción de ocho mil setecientas sesenta horas.

Sus dedos entraban y salían de su vagina con impresionante facilidad, y su agujerito estrujaba periódicamente su estático dedo, algo que era tan anhelado y voluntario que se había vuelto involuntario. A veces sus dedos presionaban su GSpot, a veces la pared trasera de su vagina, esa que, al presionarla y levantar un poco su dedo entre su otro agujerito, podía sentirlos muy cerca, a veces presionaba su ASpot, acción que solamente liberaba más y más jugos, y, a veces, simplemente, con sus dedos en la mayor profundidad que podía alcanzar, empujaba todavía más para que la profundidad se ampliara y se agudizara, y a Sophia le gustaba; eso era lo importante.

                Era una estimulación potente, intensa, overwhleming and overpowering, así como cuando había un titánico choque de Martini con aceitunas y una dosis de Moonlight Sonata; era simplemente demasiado, demasiadas cosas malas, tristes y erróneas juntas, pero ahora era en el buen sentido, era como una parodia exagerada, en calma y silencio, idealizaciones y fantasías, de levitaciones y sonrisas, de la Op. 15 en F Mayor de las Nocturnas de Chopin. Una parodia, o un nuevo significado para un nuevo sentimiento por un nuevo escenario de explicaciones y asociaciones, algo sexual y sexualizado, eso que había poseído a Sophia de una encantadora e idotizante manera, idiotizante e hipnotizante, de esas sensaciones de altibajos que sólo le provocaban ganas de atacarla a besos y abrazos por simple meritocracia; era como si hacerle cosas indecentes, porque eso era parte de algo indecente según su definición, le provocara hacerle cosas perfectamente decentes al punto de ser inocentes y de pureza digamos-que-virginal.

Gemidos para grabar, ahogos para sonreír, jadeos para darles aliento con caricias, expresiones faciales para olvidarse de todas las desgracias de Berlusconi y del antojo crónico de Nesquik que nunca satisfacía,  y, de alguna manera, un todo para arrullar y mimar entre caricias y susurros.  

                Llegó ese momento crítico en el que el dilema se agrandaba y se profundizaba sí o sí, ese momento que algunas personas describen con un “click”, o con una ola de mayor calor, o como un choque eléctrico, o así como Sophia lo exteriorizaba: “Gamó!”; agudo, arrancado y más sollozo que gemido que contraía sus entrañas cual espasmo muscular temporal, y Emma sacó sus dedos para dejar que esa contracción pudiera asegurarse con mayor tensión.

                Sophia gimió entre la falta de su completa estimulación, entre la añoranza de las perfectas sensaciones, pero no era algo mortal o terminal, o permanente, pues Emma sólo tomó uno que otro segundo para dejar que un push de aquel diminuto frasco cayera sobre su pulgar. Estaba frío, tal y como ella lo había probado en sí misma en un intento de redescubrir y conocer la lubricación sintética que, a pesar de no darle asco, tampoco le entusiasmaba tanto, pero que debía saber qué tan intenso e insoportable, o soportable, serían las sensaciones para ni siquiera tener el mínimo de probabilidades de lastimar o incomodar a Sophia en un momento tan crítico y caliente.

La profunda respiración de la rubia le dio el permiso que necesitaba para introducir sus dedos nuevamente en su vagina, y, ante la sonrisa que era imposible dibujar entre tantos gemidos y reanudados placeres, encontró la luz verde para introducir su pulgar.

Se había imaginado un educado y elocuente “shit!”, o un “fuck!” o un “cazzo!” en forma de gruñido, pues el lubricante estaba tan frío como si realmente le hubiese introducido un maléfico hielo, y congelaba el espacio virtual, lo adormecía con absoluta perfección, lo cual era más que útil para penetrarla en ambos agujeros, y, así, ir calentando poco a polco el congelado lubricante que sólo le había provocado un entrecortado sollozo con una contracción aún mayor.

                Emma se concentró en hacer algo rítmico y cómodo de las penetraciones que hacían que Sophia llevara su mano a su cabello para intentar contenerse en el doblez de su codo mientras continuaba frotando su clítoris, el cual ya estaba por estallar en un hinchado orgasmo que todavía no se sabía si tenía cara de eyaculación o no. La mirada de Emma se levantó y recorrió la verticalidad de Sophia con lentitud, de su clítoris examinó su intranquilo abdomen, el cual parecía endurecerse como una roca con cada contracción que le ayudaba a provocarse, subió a sus senos y sólo obtuvo una de las mejores vistas de ese par de full Bs que gozaban de un par de erectos pezones, y su enrojecido cuello junto a sus enrojecidas mejillas. Se encontró con la mirada de Sophia, una mirada que imploraba más placer; así de rendida estaba, y, manteniendo el contacto visual, el cual costaba mantener por la versión de Sophia que sólo quería ceder a hacerse estallar de ojos cerrados para realmente implosionar a gusto, incrementaron la intensidad del momento para que, de un momento a otro, Sophia entrara en esa faceta de tensar la mandíbula para gruñir entre dientes mientras aceleraba el frote hasta quedarse en completo silencio temporal.

Emma, en cuanto supo que estaba sucediendo, reclamó sus dedos para dejar que se corriera a gusto, aunque creo que, en realidad, fue una excusa, pues, entre las sacudidas salvajes de las caderas de Sophia, logró controlarla al abrazarla por sus muslos hasta alcanzar sus senos, y, apretujándolos, se las ideó para arrebatarle su clítoris con sus labios para hacer eso que Sophia le había dicho hacía rato: “you can suck my pussy later. And you better suck it hard”. Y lo hizo tan fuerte, tan intenso, con tantas malas pero buenas intenciones, que le arrancó un grito de ojos abiertos que progresivamente se enrollaron hasta cerrarse, algo que vio Emma y su Ego la felicitó con unas palmadas en la cabeza.

                El grito la dejó jadeando y sollozando en silencio, desplomada, hundida entre la cama que intentaba sostenerla. Sus piernas eran más débiles que la gelatina, apenas y podían no desprenderse de su cadera, su cerebro se había adormecido de manera temporal; tenía ese leve hormigueo que la poseía como pocas veces lograba poseerla al cien por ciento.

Emma se despegó de aquel enrojecido botoncito sólo para ver, por curiosidad, cómo sufría de espasmos que todavía contaban como orgásmicos y no como postorgásmicos.

                Subió con los típicos besos por su abdomen hasta llegar a sus labios, en donde intentó besarla, pero fue un fracaso total entre la agitada respiración y lo inerte que no respondía ni correspondía. Se tumbó a su lado y, por cosas de la automaticidad, la envolvió entre sus brazos.

—Tutto bene? —susurró al cabo de unos segundos de preocupante silencio, pero Sophia no respondió, sólo suspiró, y eso, en el diccionario que contenía toda la terminología de la única Licenciada que toleraba porque adoraba, no era nada bueno—. ¿Mi amor? —susurró de nuevo, y Sophia, privándola de respuesta, se aferró a ella; apuñó su camisa y se enrolló completamente entre su brazo y su pecho, que fue como si le dieran una patada al estómago—. ¿Estás llorando?

La pregunta era justa, y rara al mismo tiempo, pero también era curiosa, y era del tipo de preguntas que Emma sabía que podía tener una respuesta que era menos mala que la otra, porque, de estar llorando, sentiría ese vacío interno que pocas veces había sentido en los últimos años de su vida, ese vacío por sentirse realmente miserable, por sentirse culpable y la provocación absoluta de su llanto.

                Sophia no respondió, sólo suspiró de nuevo, y eso fue respuesta suficiente.

—¿Te lastimé? —La rubia simplemente sacudió su cabeza en silencio, y Emma se sintió aliviada, pues, probablemente, era un simple despilfarro hormonal gone south—. ¿Puedes verme? —le preguntó, y obtuvo otra negación silenciosa, por lo que sólo estiró su brazo y trajo las sábanas para cubrirla.

Se conformó con saber que “no” era “no”, y no intentó hacer un “está bien” forzado de ese “no”, estaba en todo su derecho de estar tan hormonal como quisiera; como podía estar ovulando, podía simplemente haber tenido de esas reacciones que su hombre interior no lograba comprender con tanta profundidad. Se quedó ahí, abrazándola en silencio, abrazándola en estado vegetal y sólo respirando en seco mientras Sophia inhalaba humedad a través de su atascada y enrojecida nariz. La había tomado de la mano y había posado sus labios sobre su melena de reciente diversión sexual, le daba besos esporádicos, o quizás le daba un beso por cada gota que se encargaba de mojar su camisa.

—Perdón —murmuró en esa quebradiza y pequeñita vocecita que partía corazones y anudaba gargantas.

     —¿Por qué? —se reacomodó para poder ver a Sophia a los ojos, quien sólo se encogió entre hombros por respuesta—. ¿Te lastimé?

     —No, ya te dije que no —susurró.

     —¿Estás bien?

     —Sí —asintió, y dejó que Emma le limpiara las mejillas con los dedos que todavía podía pasar por limpios.

     —Ti voglio bene assaje —susurró mientras secaba su tabique—, ma tanto, tanto bene sai.

     —Quindi, parliamo napoletano? —resopló entre la humedad de su nariz.

     —Solo “Caruso”, cara mia —guiñó su ojo—. Parliamo romano moderno; l’italiano corretto e reale.

     —¿Me perdonas?

     —No hay nada que perdonar, ni a ti ni a tus hormonas —sonrió, trayéndola sobre ella para poder mimarla como se debía.

     —Yo sé que eres de la misma raza de Phillip.

     —¿Y eso qué significa? —rio.

     —Que entran en crisis cuando alguien llora…

     —Entro en crisis cuando me lloran —la corrigió—. Puedo ver a alguien llorando en la calle y no me importa… pero si tú te pones a llorar frente a mí —sacudió la cabeza.

     —Hence, lo siento.

     —Me voy a enojar si vuelves a disculparte, o a pedir perdón, o a decir “lo siento” —le advirtió—, y hablo en serio.

     —Para mi salud mental, sólo dime que sí —ensanchó la mirada.

     —Está bien: “estás perdonada” —entrecerró sus ojos.

     —Gracias —suspiró, ya más aliviada.

     —Ahora… Principessa —sonrió amablemente—, ¿quieres una ducha antes de dormir?

     —¿Me estás metiendo ya a la cama? —dejó caer su quijada para mostrar su asombro.

     —En teoría ya estás en la cama.

     —Digo, ¿quieres que me duerma ya?

     —No, no… usted, Licenciada Rialto, goza de algo que se llama “libre albedrío”, por lo tanto quisiera que se diera cuenta de que le ofrecía una ducha y que no la estoy obligando, además… “antes de dormir” puede ser en este momento, en veinte minutos, o en una hora; no sé qué tan cansada esté.

     —¿Tú crees que voy a dejar que te vayas a dormir sin pagarte mi orgasmo?

     —¿Quién te lo está cobrando? —rio—. Esas cosas se hacen con todo el placer del mundo.

     —Se me olvida que tu placer sexual es darme placer sexual —bromeó, aunque sabía que era cincuenta por ciento cierto.

     —Me gustas, ¿qué le puedo hacer? —se encogió entre hombros.

     —No, no quiero que hagas nada al respecto —se sonrojó—. Quiero seguir gustándote.

     —Te amo, Sophie… —susurró, enterrando sus dedos entre la alborotada melena de su rubia prometida—. Ma tanto, tanto bene, sai?.

     —Que lo sepa no significa que no me guste escucharlo, mi amor —sonrió, acercándose a sus labios para darle un beso.

     —Te amo —susurró de nuevo.

     —I love you back —sonrió, y le volvió a dar un beso pacífico—. ¿Qué te parece si…?

     —¿Si…? —rio, pero Sophia se sonrojó, cosa que a Emma le fascinaba demasiado—. ¿Qué quieres? Tú dime y haré que suceda.

     —Quiero hacer que te corras.

     —¿Y cómo me quieres? —sonrió.

     —How about if… —susurró, acariciando su labio inferior con su dedo—. If… if you sit on my face?

     —Mmm… —suspiró.

     —¿Por qué no te gusta?

     —¿Por qué crees que no me gusta? —Sophia entrecerró sus ojos—. Me da pánico ahogarte.

     —Ah, ¿pero no te da pánico de que yo te ahogue?

     —Me gusta que me ahogues —sonrió—. No sólo facesitting, sino también faceriding… además —resopló—, respetables Damas como usted, Licenciada Rialto, no pueden prestarse a esas cosas.

     —¿Y Emma Pavlovic no es una “respetable Dama”?

     —Me vas a destruir todo lo que te diga, ¿no? —rio un tanto frustrada.

     —Eso es precisamente lo que voy a hacer… al menos hasta que me des una respuesta con la que quede satisfecha.

     —No me siento cómoda estando encima de ti, me siento más cómoda cuando estás encima de mí; me gusta tener peso encima, no ser el peso… estupideces mías, supongo —sonrió—. Pero, también me da pánico ahogarte… no estoy lista para enviudar antes de tiempo. 

     —Hm… —frunció su ceño, considerando que tal vez ésa era una respuesta que satisfacía sus parámetros de respuesta—. ¿Cuál es tu posición favorita, entonces?

     —Tú, en mi cara —rio repleta de ironía.

     —Algo que no tenga que ver con mi placer sino con el tuyo.

     —Cualquier posición en la que tu vida no corra peligro; me puedes poner en cuatro, en dos, con las piernas en tus hombros, sobre mi espalda, sobre mi abdomen, de cabeza si quieres…

     —Tienes que tener una que te guste más que el resto —le dijo—, y pobre de ti si me dices que soy yo en tu cara —le advirtió con tono serio.

     —No es tanto una posición favorita, Sophie… es más cuando juegas conmigo —se encogió entre hombros—. Me vendas los ojos, me amarras a la cama, me pasas un hielo por todos lados, me pones sobre la mesa del comedor; bending over o simplemente con las piernas abiertas, me pones Nutella y me la quitas con la lengua… you can fuck me however you want to, whenever you want to, wherever you want to… sólo me gusta estar contigo: plain and simple —le clavó la mirada a una Sophia pensativa—. ¿En qué piensas?

     —Te gusta que te diga lo que quiera, que te boss you around… ¿por qué no me dices lo que tú quieres?

     —Porque tengo todo lo que quiero, el resto, lo que “sobra”, es una razón más para estar feliz…

     —Pero tiene que haber algo que quieras —frunció su ceño.

     —Sí, y está conmigo en esta cama en este momento —le dijo—, y ha estado conmigo desde que casi me vomita mis Chiarana Louboutin en Duane… —Sophia sólo frunció su ceño todavía más—. ¿Todavía no lo entiendes?

     —¿No entiendo qué?

     —Me gusta girar alrededor tuyo, me gusta que todo gire alrededor tuyo; eso es lo que me gusta, y eso es lo que me llena. El sexo es algo muy bonito, y muy rico, y medicinal y recreacional si quieres, pero mi posición favorita es en la que estés tú… en la que me estés viendo, en la que me estés tocando… te podría decir que esta es mi posición favorita —sonrió, refiriéndose a la posición en la que se encontraban en ese momento—. O te podría decir que esta es mi posición favorita —dijo, volcándola sobre su espalda para colocarse ella encima—. O esta —susurró, y le clavó un beso en sus labios—. La posición que más me gusta es en la que haces que me sienta tuya; ése es el punto de que me digas qué quieres, y cómo lo quieres, y que me amarres a la cama si se te da la gana… I need to feel yours, I want to feel yours, I must feel yours, I wish to be yours —le dijo con sus ojos penetrándole los suyos, «¿así o más claro»—. Dime algo, por favor —susurró al cabo de unos incómodos segundos de silencio—. Lo que sea… por favor.

     —Puedo marcarte cual ganado con un hierro candente —susurró con la mirada ancha, como si no supiera qué decir.

     —Va a oler a carne a la parrilla —rio.

     —Rico —sonrió—. Pero lo digo en serio…

     —No eres capaz ni de acercarme la plancha del cabello —rio.

     —Eso es porque no tengo una —guiñó su ojo.

     —No la necesitas —dijo, enterrando sus dedos entre su melena—. ¿Qué? —resopló después de unos segundos.

     —Estoy intentando imaginarte con el cabello planchado…

     —¿Y? ¿Cómo me veo en su imaginación, Licenciada Rialto?

     —No tengo idea.

     —Puedo plancharlo algún día si quieres, digo, por si quieres saber cómo me veo…

     —Sure —asintió—. That would be cool.

     —Cool —saboreó la palabra como si no tuviera sentido, o quizás era que la palabra no satisfacía la lingüística del momento—. Volviendo al tema inicial, creí que en L.A. me habías marcado de manera simbólica… y los simbolismos los respeto.

     —Digo, es que quizás así logro penetrar ese cerebro…

     —¿”Penetrar”? —rio—. ¿Para qué quieres penetrar mi cerebro?

     —Para que entiendas de una vez por todas de que eres mía, y sólo mía… de nadie más, y vas a ser siempre mía. —Emma cerró los ojos y suspiró, y, poco a poco, una sonrisa fue invadiéndole el rostro—. Sólo mía.

     —¿En dónde carajos estabas hace diez años? —susurró, y, de un momento a otro, simplemente la besó con agradecimiento, con nostalgia, con alivio, con respeto, con amor, con eso que no podía explicar.

     —Mía, mía, mía —jadeó entre aquel beso—. Sólo mía —repitió, viéndola a los ojos para ver cómo esa posesión parecía relajarla.

     —Do you want me to sit on your face? —preguntó sonrojada. Y esos eran los extremos a los que Natasha le decía que estaba dispuesta a ir sólo porque se trataba de Sophia—. Lo haré si quieres que lo haga.

     —No —sacudió su cabeza.

     —¿Qué quieres, mi amor?

     —Agua —rio.

     —¿Fría, con gas, sin gas? —preguntó en ese extraño tono diligente y servicial mientras se erguía—. Mejor compro una de cada una, ¿no crees? —sonrió, poniéndose de pie para buscar su jeans.

     —Mi amor —rio, deteniéndola al tomarla de la mano.

     —Juro que iré rápido. 

     —Mi amor —rio de nuevo—. Yo puedo ir a traer mi agua —sonrió, halándola para que se sentara de nuevo sobre la cama.

     —Todavía queda una botella de agua —dijo, apuntando el refrigerador miniatura.

     —Tengo veintiocho años de beber agua de grifo —sonrió—. Sólo espérame aquí, ¿sí?

     —Está bien —respondió con la misma sonrisa.

La vio retirarse al baño entre contoneos de piernas frágiles, como si diera pequeños saltos o como si caminara sobre sus dedos y no sobre su pie completo, y sonrió ante el sonido de lo que parecía ser un bostezo amplio.

                Se deshizo del frasco que todavía estaba frío y de la toalla que estaba tibia, y, pescando en su duffel, contempló aquella caja que había envuelto, con muchas dudas e inseguridades, en aquella cachemira celeste, tal y como lo eran los ojos de Sophia. Quizás era el regalo en sí, quizás era el envoltorio, quizás era eso de no saber qué regalarle en realidad y se había inclinado por algo que fácilmente podría haberle regalado cualquier día y con cualquier excusa.

La escuchó suspirar pesadamente, un suspiro que ni el eco quería reproducir, y se asomó al baño sólo porque sí, pero no era nada de qué preocuparse, sólo era una Sophia que enjuagaba su rostro y su cuello como por rutina, y ella que la acosaba desde el marco de la puerta con una sonrisa estúpida.

—Se me olvida que te cuesta ser obediente —le dijo Sophia a través del espejo con una sonrisa que se escondía bajo sus manos que masajeaban sus ojos con un poco de agua tibia.

     —No es delito apreciar la vista —sonrió, abrazándola por la cintura, o quizás sólo quería alcanzar el agua para lavarse las manos.

     —En eso estamos muy de acuerdo —rio, abriendo sus ojos para verse al espejo y notar que todavía estaban un tanto enrojecidos por su vómito hormonal.

     —Estaba pensando… —murmuró, empozando el lavamanos al halar el botón hacia arriba—. ¿A dónde te gustaría ir en vacaciones de verano?

     —¿No vamos a Bora Bora?

     —Alec me debe demasiadas vacaciones —rio—. Los primeros cinco años que trabajé con él no falté ni cuando era una incubadora de bacterias… o sea, cuando tenía gripe —sonrió—. Me debe su culo en vacaciones.

     —A ti, no a mí.

     —El trato de no tomarme mis vacaciones en Springbreak era que me daría lo que quisiera luego… ”lo que quisiera” , y, cuando negociamos eso, quedó muy claro que ibas incluida en mis planes si tú accedías… dos semanas me parece que es justo, las dos que me debe de Springbreak.

     —¿Cuándo te gustaría tomártelas?

     —Depende de ti —sonrió—. Yo escogí la fecha y el lugar de nuestra Honeymoon, escoge tú las condiciones y las circunstancias de nuestras vacaciones adicionales… de igual forma, para verano nos corresponde una semana como base también, así que ve pensando a dónde te gustaría ir.

     —Summer sí tiene que ser con Phillip y Natasha, eso no se discute.

     —Te amo, ¿sabes? —sonrió contra su melena.

     —Yo también te amo —guiñó su ojo con esa sonrisa que estaba a punto de ser atacada por un bostezo.

     —Mi amor —resopló Emma contra su hombro—. Casi me tragas —bromeó, y Sophia sólo se sonrojó—. Gorgeous —sonrió, y le dio un beso en su hombro, cosa que la hizo sonrojarse más.

     —¿Cuándo es que nos vamos?

     —Del cinco al dieciocho de septiembre —dijo, apagando el agua y sumergiendo sus manos en el agua empozada para corroborar la temperatura.

     —Una semana más en Navidad —bostezó—. Eso es lo que quiero si es que está bien contigo.

     —¿Alguna razón en especial?

     —¿El invierno no es suficiente razón?

     —Es suficiente razón —rio, y llevó sus empapadas manos al pecho de Sophia para simplemente enjuagarlo, pues ducha ya sabía que no habría; ya los dos o tres bostezos se lo habían informado—. ¿Y qué te gustaría hacer?

     —Sólo estar en Roma… tú sabes, ser turista residente; Villa Borghese, Piazza di Spagna, la famiglia, la cucina…

     —Acuérdame de decirle a Gaby que nos busque un hotel.

     —¿Un hotel? —rio—. Nuestras familias viven allí, ¿para qué necesitas hotel? —Emma sólo sonrió—. Además… me gusta la vista que tienes del Lago Albano.

     —¿Te quieres quedar en mi casa? —susurró un tanto sorprendida, pues habría esperado una estadía en casa de su futura familia política—. Digo, también podemos quedarnos en casa de tu mamá —dijo por pura diplomacia, pues esperaba que la respuesta fuera “no”; ese apartamento no estaba diseñado para poder tener sexo, ni callado ni recreacional, sin que Camilla se diera cuenta.

     —¿Y tener momentos de apretar los dientes por mi hermana y privaciones por mi mamá? —resopló—. No, para mi salud mental… y para la tuya también —sonrió—. ¿O buscas una excusa para no quedarte en tu casa?

     —Presiento que Bruno tiene algo que ver en eso… —dijo, remojando sus manos para pasearlas suavemente por sus senos sin la menor intención de segundas intenciones, y Sophia asintió—. No lo conozco.

     —No lo conoces porque no lo has querido conocer —rio.

     —No he tenido que conocerlo, que es distinto… todavía no asimilo eso.

     —Ya llevan un poco más de un año…

     —¿Cuánto tiempo te tomaría a ti asimilar que tu mamá y Alec tuvieran algo que sabes que no es precisamente de tomarse de la mano?

     —¡Ahhh! —gruñó, y se cubrió los ojos.

     —¿Ves? —rio—. Cuesta… pero no estoy evitando ir a mi casa por él… es a Roma a donde estaba evitando ir.

     —¿No quieres ir esta Navidad tampoco?

     —Tampoco puedo huirle a mi casa tanto tiempo —sonrió—. Tengo que renovar pasaportes… y una que otra cosa legal que tiene que ver con mi papá.

     —¿Algo en lo que tengan que ver tus hermanos?

     —No —sacudió su cabeza—, pero tengo que deshacerme del apartamento de mi papá, y de firmar muchos papeles. Pero no tengo ganas de hablar sobre eso —susurró.

     —¿Pero sí quieres ir en Navidad?

     —Sí —sonrió, tomando una toalla para secar lo que había mojado con agua—, sí quiero.

     —Bene —susurró, volviéndose hacia ella para reposar su frente sobre su hombro—. You missed a spot —sonrió.

     —¿Dónde?

     —Aquí —le dijo, tomando su mano para darle un beso a sus dedos y, así, llevarlos a su entrepierna.

     —¿Cómo quieres que lo limpie?

     —¿Qué opciones tengo?

     —Tú nómbralas —sonrió minúsculamente, y lo único que pudo nombrar fue un enorme bostezo que la dejó riéndose suavemente con ojos más cristalinos y frágiles—. Here… —susurró, tendiendo la toalla entre los dos lavamanos—. Have a seat.

     —¿A dónde vas? —le preguntó, pues Emma simplemente salió del baño en silencio.

     —Ya regreso —dijo, viéndola sentarse sobre la toalla y encorvando su espalda para dejar que su rostro se enterrara entre sus manos por un bostezo que era inevitable resistirse a exteriorizar con amplitud—. ¿Todo bien? —susurró luego de lo que a Sophia le habían parecido tan solo segundos—. Recuéstate —sonrió ante la sonrisa de Sophia.

     —¿Puedo decirte algo? —musitó, recostándose contra el espejo que estaba tras ella, y Emma asintió—. A veces me siento nerviosa…

     —¿Nerviosa? —frunció su ceño, agachándose para que la entrepierna de Sophia le quedara tan accesible como fuera posible—. ¿Por qué?

     —No sé —se encogió entre hombros, y subió sus pies a la superficie de granito verde oscuro—, sólo me encuentro haciendo cosas que suelo hacer cuando estoy ansiosa o nerviosa.

     —¿Cosas como cuáles?

     —Como no poder concentrarme…

     —Eso es que estás distraída, no necesariamente nerviosa —sonrió, remojando sus dedos para limpiar las indecencias de hacía rato.

     —¿Te acuerdas de que una vez te pregunté si yo encajaba en tu mundo? —dijo tan bajo como pudo, como si no quisiera que le escuchara, y Emma levantó la mirada con el corazón casi en la boca—. De alguna manera encajo, eso lo sé… pero, ¿soy suficiente?

     —No eres una cosa, Sophia… —suspiró Emma, pues intentaba no estrellar su frente contra el borde del granito, lo cual no sería accidente—. No eres algo que pase de moda, tampoco eres algo que se pueda arruinar… o algo repetitivo —le dijo, sabiendo exactamente a lo que ella se refería.

     —What if…

     —Nada —la interrumpió—. Imposible… —sacudió su cabeza—. Me entretiene hasta escucharte respirar… me entretiene más eso que releer “The Great Gatsby”.  

     —Es lo que me pone nerviosa —susurró sonrojada.

     —Mi amor —sonrió enternecida, y le dio un beso a su rodilla—. Lo más sencillo es lo más fascinante… y ser sencillo no es ser insípido, no es ser monótono, no es ser aburrido. —Sophia sólo asintió y se sonrojó todavía más—. ¿Qué te dijo Alec? —rio.

     —Sólo me dijo que procuraba no darte proyectos en los Hamptons porque te habían aburrido a pesar de que, al principio, eran los proyectos que más te gustaban.

     —¿Y tú crees que eres como un proyecto en los Hamptons? —frunció su ceño, y Sophia se encogió entre hombros—. Lo que le faltó decirte es que me aburrí de tomar proyectos en los Hamptons porque todos los clientes querían que copiara lo de alguien más o que hiciera lo de alguien más… o llegaban con planos que habían comprado en internet o en otro Estudio, o llegaban con fotografías de sus vecinos allá, o de la casa de fulano en Marbella o en Ibiza… Alec me dio el proyecto de los van de Laar porque ellos querían todo desde cero y querían que les diera opciones, no ellos a mí. Un proyecto no tiene gracia si no tiene ningún reto, Sophie, y el reto principal son los clientes porque los proyectos los dan ellos… es imposible que algo te guste si siempre es lo mismo de lo mismo; tú no eres una rutina, no me exiges ni me pides lo mismo una y otra, y otra vez, no me pides que te trate como Phillip trata a Natasha, o viceversa… —suspiró—. Eres de los elementos en mi vida que me atrae por el simple hecho de no poder descifrar completamente por qué me atraes tanto; de eso que cuando me preguntan qué te vi, o qué tienes tú que no tenga alguien más, sea hombre o mujer, yo respondo: “no sé”, porque es una respuesta que sigo buscando completar, una respuesta que sé los primeros componentes… así como pi; es un número que sólo sigue, y sigue, y sigue. Respondo “no sé” porque no sé qué me gusta más de todos los números que he podido calcular hasta el momento —dijo metafóricamente—, no es porque no sepa qué es lo que me gusta, porque sí sé… sólo no sé el final de la lista —sonrió—. Y no creo que con eventos como cuando, estando sobria, hiciste una parodia de Lady Gaga y su “Applause”… o como cuando, sobria también, te peinaste como Miley Cyrus para los MTV Music Awards, o como cuando pasamos horas de horas hablando de nuestras travesuras cuando éramos menos mayores, o como cuando me hiciste el mejor sandwich que me he comido en mi vida... pero no le digas a mi mamá que dije eso —rio—. Sólo puedo explicar el “por qué” con un: “no sé, porque es perfecta… y me gusta” —se encogió entre hombros.

     —Mi amor… —se sonrojó todavía más.

     —No te ahogues por eso, por favor —sonrió—. Sólo piensa en que el día en el que no tengamos nada que hacer… no sé, quizás y jugamos Monopoly al fin.

     —¡Emma! —rio con una carcajada, pues las dos le temían a ese juego por ser más aburrido que el aburrimiento mismo, o quizás porque siempre quedaban en bancarrota.

     —Tienes razón… haremos hasta lo imposible por hacer combustión, y, de no logarlo, nos induciremos un coma orgásmico con las “vitaminas” que te dio tu hermana —sonrió.

     —Arquitecta, siempre con un Plan B.

     —Lo que sea por no jugar Monopoly —dijo, y se puso de pie en vista de que, como cosa rara, sus muslos le habían empezado a arder—. No te preocupes por eso, ¿sí?

     —Gracias —murmuró.

     —Y no dejes que Alec te meta ideas en la cabeza… porque él no me conoce tan bien como cree, y a ti tampoco.

     —Ti voglio bene assaje —sonrió, irguiéndose para abrazarla por la nuca.

     —Ma tanto, tanto bene sai —susurró, y le dio un beso en su frente, pues había empezado a bostezar, y darle un beso a un bostezo era peligroso—. Ti voglio bene, Principessa —sonrió, y le dio otro beso en su frente—. Ahora, ¿quieres que termine o que te lleve a la cama?

     —Termina, termina —susurró, volviendo a echarse hacia atrás—. Por cierto… ¿qué clase de ocurrencia es enfriar lubricante?

     —¿Te gustó? —resopló.

     —Factor sorpresa, sí… pero no para todas las veces.

     —Lo sé, lo sé —sonrió—. Tú sabes que el lubricante y yo no nos llevamos muy bien.

     —Sí, lo sé, por eso lo considero un factor sorpresa.

     —Me agrada que te haya gustado —sonrió de nuevo—. Por cierto, eso es tuyo —le dijo, señalándole con la mirada al envoltorio de cachemira.

     —¿Sí? —sonrió, tomándolo entre sus manos.

     —No sabía qué darte… y sé que no es lo que esperabas, o lo que normalmente se da… no es ni apropiado ni adecuado en un sentido “moral”, pero supuse que te podrías divertir un poco con ella —dijo, paseando suavemente la toalla por la entrepierna de Sophia—. Te daré algo más cuando se me ocurra algo inteligente, ¿sí?

     —¿Me estás dando mi regalo de cumpleaños hoy?

     —No tendría mucha gracia si te lo diera el día de tu cumpleaños —dijo, presionando el botón para dejar ir el agua, y la tomó de la mano para llevarla a la cama—. Escoge el lado que más te guste —susurró a su oído, tomándola suavemente por los hombros.

     —Derecha —murmuró, y se volvió hacia su lado derecho para ver a Emma.

     —Sabia decisión —rio suavemente, sabiendo que se refería a algo más que sólo el lado de la cama, y se inclinó un poco más para dar y recibir un beso inocente.

     —Gracias por mi regalo —susurró.

     —No lo has abierto todavía —sonrió, dándole un suave cabezazo bromista.

     —Tienes buen gusto, estoy segura de que me va a gustar —rio, encogiéndose entre hombros y viendo a Emma caminar hacia el lado izquierdo para apagar la luz de la lámpara al mismo tiempo que encendía el televisor sólo “para-porque-sí”.

     —Tengo buen gusto material, y quizás mis intenciones no sean las más moralmente correctas —sacó su lengua y se tumbó sobre la cama.

     —Esas intenciones son las más divertidas —rio, levantando su mirada para ver a una Emma que se metía bajo las sábanas.

     —¿Qué? —sonrió ante la mirada asesina de Sophia.

     —¿Desde cuándo es legal que te metas con ropa a la cama?

     —Quítamela —sonrió ampliamente, mostrando su blanca dentadura.

     —Será un placer —rio, tumbándose a su lado para hacerlo.

     —¿Quieres que te despierte para desayunar? —le preguntó, sintiendo sus manos tomar los elásticos de la típica tanga negra para deslizarla hacia afuera—. Digo, no planeo sacarte de la cama hasta que te aburras —rio—, hablo de room service —le dijo antes de que pudiera decir cualquier cosa.

     —Sé lo grumpy que te pones si no desayunas —rio, haciendo que Emma levantara su trasero para poder realizar su difícil y tediosa labor de desnudarla.

     —El tema es si quieres que te despierte o no, porque no planeo dejar de comer —bromeó—. Puedes escoger entre el menú vegetariano y el menú del Country Club… que tiene Bagels and Lox —guiñó su ojo.

     —Si me vas a despertar, espero tener un desayuno que no me enoje —bromeó de regreso, retirando por fin aquella risible cantidad de encaje negro, y se refería a que no quería ver alcaparras en su plato.

     —Eggs, bacon, sau… —enmudeció de repente, pues Sophia llevó esa partecita de encaje a su nariz mientras no titubeaba en verla a los ojos—… sage… orange juice.

     —Y no se te olvide mi Bagel and Lox.

     —Sin alcaparras —dijo Emma, todavía estupefacta, y ahora más, pues Sophia llevó esa partecita a sus dientes. Sophia asintió y liberó el encaje de entre sus dientes para luego arrojarla a ciegas e inclinarse sobre Emma—. That was sexy… and hot.

     —¿Caliente jalapeño o caliente moruga? —sonrió, jugando con la nariz de Emma con la punta de su nariz.

     —Caliente Inquisición —murmuró.

     —¿Sí?

     —Oh, sí —asintió.

     —Abre tus piernas…

     —¿Para qué?

     —Quiero verte.

     —¿Sólo verme?

     —En esencia —sonrió, sintiendo cómo Emma abría sus piernas bajo las suyas—. ¿Izquierda o derecha?

     —Izquierda —titubeó.

     —Sabia decisión —resopló, y llevó su mano derecha a su entrepierna sólo para darse cuenta de cuán inundada estaba—. No te voy a dejar con las ganas que dices que no tienes —sonrió, volviendo a rozar la punta de su nariz contra la de Emma—, porque tu clítoris dice otra cosa.

     —Creí que tenías sueño —suspiró.

     —Tengo un fin de semana muy largo para dormir, para recuperarme —guiñó su ojo—. Y te voy a hacer lo que quiera, ¿sabes por qué?

     —¿Por qué? —exhaló, ahogando un primer gemido.

     —Porque eres mía; no del militar que me hizo perder la cordura, no de Natasha, ni de tu mamá… ni siquiera tuya. —A Emma le brillaron los ojos de esa manera en la que, de no ser porque Sophia la anclaba a la cama, probablemente era síntoma de estar levitando ante tales posesivas palabras pero que le gustaban porque eran tan sinceras como el más honesto de los “te amo”—. Así como yo no soy mía sino tuya —sonrió, dejando que su dedo del medio se escabullera hacia el interior de su vagina.

     —Mía —gruñó ante el segundo dedo.

     —Y mía.

     —Qué amor más enfermo —rio, ahogándose ante las caricias a su GSpot.

     —Pero así me gusta —sonrió contra su mejilla—. Entre más enfermo, más me gusta… más me gustas.

     —How the fuck can I not love you? —gruñó, tumbándola sobre la cama para arrancarse la camisa en cero segundos y colocarse entre sus piernas para embestirla.

     —En esta cama mando yo —gruñó de regreso, y la tumbó nuevamente sobre su espalda para colocarse sobre ella—, y sólo yo.

     —¡Sí! —rio, siendo nuevamente anclada a la cama, ahora por las manos, pues Sophia las había tomado y las había incrustado por encima de su cabeza con las suyas.

     —¿Qué me ibas a hacer? —sonrió maquiavélicamente—. ¿Esto? —y la embistió, haciéndola suspirar con ojos cerrados—. Tú sabes lo mucho que me gusta cuando lo haces —dijo entre dientes, embistiéndola de nuevo.

     —Otra vez —suspiró, y recibió una tercera embestida—. No te detengas…

     —¿Te gusta? —exhaló contra su cuello, y Emma, abrazándola por la cintura con sus piernas, recibió más embestidas que sólo la hacían gemir por no decir un “sí” más claro. 

     —Sophie… —gruñó, bajando sus piernas para poder darle una nalgada doble, de esas que sus manos se quedaban adheridas a sus glúteos para traerla contra sí y para apretujar todo lo italianamente apretujable, y, de un movimiento, volvió a tumbar a Sophia sobre su espalda para, rápidamente, llevar su pierna derecha a su hombro y, colocándose en la posición más perfecta que conocía, empezó aquel tribadismo que a Sophia tanto le gustaba, y que Emma no negaba que le gustaba también—. Cazzo… —gimió, sintiendo su clítoris rozar el de Sophia como si fuera un coqueteo gracioso y tortuoso que ambas gemían en lugar de reír.

     —Sklirótera, moró! —gimió, y Emma, acatando las órdenes de quien mandaba en esa cama, lo hizo más fuerte, lo cual implicaba un frote pausado, un frote que parecía más un masaje de erótico vaivén.

Lo gemidos cristiano-religiosos atacaron a Emma, esos “¡Dios mío!” que gemía hacia el techo o hacia Sophia pero que, por alguna razón, no podía dejar de provocarse por más que supiera que iba a convulsionar de tal manera que realmente le daba miedo sonriente.

Se aferraba a la pierna de Sophia, y Sophia se aferraba a las sábanas porque estaba en la misma sintonía, aunque ella padecía más de los gemidos griegos que implicaban cualquier cosa menos algo inocente, varios “skatá!” que podían ser “shit!” o “fuck!”, aunque también gemía “gamó!”, que venía siendo lo mismo.

—Emma… Emma —dijo entre dientes, con esa expresión que se construía en su rostro, así como cuando se contraía antes de relajarse, porque eso estaba haciendo.

     —Córrete —gruñó, acelerando el vaivén pero manteniendo la presión que ejercía contra su entrepierna.

Ni Sophia ni yo sabemos qué tenía esa palabra con ese tono, pero ambas sabíamos que era como si le dieran luz verde para hacerlo, como si fuera lo único que necesitara para dejarse ir.

Gimió entrecortadamente ante la inhabilidad de poder sacudirse a gusto, pues Emma la mantenía en su lugar y no tenía pensado en interrumpir el tribadismo, lo cual era un tanto cruel por no darle esa ventana de un segundo para poder recuperarse; pero era, al mismo tiempo, erótico de alguna enferma y extraña manera. Capricho de dioses, o capricho de Emma.

                Inhaló tanto aire como pudo, algo que Sophia sabía que era un inminente orgasmo inducido prematuramente, y, entre su propio desbalance orgásmico, logró ver cómo Emma, con el aire que había atrapado, lograba crear presión entrañal adrede para, entre la entrecortada exhalación, estar a un minúsculo paso del orgasmo. Respiró profundamente de nuevo y, conforme sus labios dibujaron una “O” muy amplia y larga, Emma, sin deshacer la posición, llevó sus dedos a su entrepierna para frotar rápidamente su clítoris y, así, poder correrse frente a Sophia de una de las más descaradas maneras que existían; pero el descaro era disfrutado de igual forma.

Cayó sobre el pecho de Sophia, quien bajaba su pierna para poder empezar a recuperar el movimiento muscular total de esta, y, jadeando contra su pecho mientras mantenía esa hincada posición que ahora parecía ser fetal, se aferró a ella por la cintura.

—Mi Emma… —musitó Sophia, abrazándola ligeramente por su cabeza y su espalda—. Sólo mía…

     —Sólo tuya —dijo falta de aliento.

Ambas se quedaron un rato en ese estado inerte de recuperación inmediata postorgásmica, una que estaba gritando por oxígeno, la otra que no quería mover ni los dedos de sus pies por saber que estaban adormecidos; cada una en su mundo a pesar de no perder de vista el mundo de la otra.

                Sophia tomó su regalo, ese que parecía haber caído en el olvido temporal, y, por la misma razón, empezó a desenvolverlo, o a quitarle los imperdibles naranjas que meticulosamente detenían la cachemira en su lugar. Emma todavía descansaba sobre su pecho, quizás ya no estaba jadeante, quizás ya no le faltaba el aire, quizás ya no temblaba hasta de las entrañas, quizás sólo escuchaba el latido del corazón de Sophia, o el paso del aire hacia sus pulmones, o cuando tragaba la poca saliva que podía tragar; quizás ésa era su posición favorita.

Sacó, de entre la cachemira, una bolsa negra y muy pequeña, y muy ligera, que contenía lo que ya todos sabíamos menos Sophia.

—¿Una cámara? —frunció su ceño, y Emma levantó su mirada.

     —Sé que no necesitas una cámara —dijo, reacomodándose para quedar horizontal y ya no fetal—. Ciento veintiocho gigabytes de memoria para que los uses como… tu sai, come un Pendrive —sonrió, y le dio un beso sobre su epigastrio, y Sophia ensanchó la mirada con asombro—. Puedes tomar fotografías de lo que quieras, videos de lo que quieras, todo en alta de-fi-nición —sonrió—. La mejor cámara según Selvidge.

     —Ah, ¿de eso hablabas tan amablemente con él? —resopló, viendo todos los ángulos de aquella Casio que no era ni más larga ni más ancha que su iPhone.

     —Siempre hablo amablemente con él —rio, sabiendo que no era precisamente cierto.

     —¿Puedo tomar una fotografía? —le preguntó sonrojada, encendiendo la cámara para descifrarla en el trayecto.

     —Para eso te la compré, para que la uses —sonrió, volviendo a darle un beso sobre su abdomen—. Para lo que quieras y para cuando quieras…

     —Por si nos ponen trabas para cuando tengamos que sacar la licencia —rio, presionando la pantalla para tomar la fotografía de una Emma que besaba su abdomen.

     —No se trata de amor a primera visa porque no soy ciudadana, ni tú —rio, recostando su sien sobre parte de su seno para poder verla a los ojos con mayor facilidad—. Quizás y por cuestiones de seguros y demás, pero no creo que haya problemas, sino un par de fotografías y un par de visitas legales es lo que tendremos que soportar…

     —Smile —susurró, pues quería tomar otra fotografía, y Emma sonrió minúsculamente para la cámara—. ¿Sí sabes lo peligrosa que puedo ser con un juguete nuevo, verdad?

     —Con tal de que no termine en pelotas en alguna red social o en alguna página porno… estoy dispuesta a dejar que me tomes cuantas fotografías y cuantos videos quieras, en la posición que quieras, y haciendo lo que quieras…

     —Eres mía —sonrió, tomándole otra fotografía—, y será para alimentar mi morbo nada más, no el del resto del mundo.

     —Good —murmuró.

     —Además… —dijo, haciendo a un lado la cámara y reacomodándose para quedar a la altura del rostro de Emma con el suyo—. No planeo sólo utilizarla para cuando estés “en pelotas”…

     —¿No? —sonrió, acercándola a ella con su brazo por su cintura mientras entrelazaba sus piernas con las suyas.

     —Tienes ciertas poses, ciertas expresiones que me gustan —se sonrojó.

     —¿Como cuáles?

     —Así como cuando terminas de subir tu falda, que la ajustas a la altura que es por los costados mientras te ves al espejo, que normalmente ya estás en Stilettos y con sostén puesto… o cómo te paras cuando estás bebiendo tu té por la mañana; estás a contraluz y se ve muy bonito… o como cuando estás hablando por el teléfono de la oficina y lo detienes con tu hombro para alcanzar algo en qué escribir, o como cuando vas a trabajar en un plano y te haces un moño, o una coleta, o una de esas trenzas que luego se hacen moños, o como cuando estás con Natasha y te ríes como entre una facepalm, o como cuando te duermes y a veces sonríes, o como cuando estás a punto de darle el primer bocado al almuerzo o a la cena; el hambre con el que se lo das… o como cuando estás tocando piano y te das cuenta de que te estoy acosando desde la puerta; esa sonrisa y esa ceja arriba me matan…

     —¿Sí? —sonrió y levantó su ceja, a lo que Sophia asintió y le robó un beso corto y suave de sus labios con los suyos—. ¿Algo más que quieras agregar a la lista?

     —Cuando dices “Yahtzee!” cuando el cliente te aprobó algo que creías que no te iba a aprobar, cuando pretendes ahorcar el aire cuando Selvidge o Segrate salen de tu oficina, o cuando le dices a Belinda que le dé de comer a los pajaritos… o como cuando tu mamá te habla a la oficina sólo para saludarte…

     —Prestas mucha atención —se sonrojó.

     —No más de la que sé que me prestas a mí… sé que conoces todos mis movimientos de estrés, de frustración, de enojo, de irreverencia, de indiferencia, de desesperación… sé que sabes cuántos pasos me retiro de la pantalla para asesorar un color, sé que sabes cuántas veces limpio mis lentes de cada lado del vidrio…

     —Y que, cuando ves que una hamburguesa o un sandwich es muy grande, intentas aflojar tu quijada para que un bocado te quepa, sé que todos los días consideras ponerte un vestido o una falda, pero nunca logras convencerte, sé cuántas veces inhalas el aroma de un Latte antes de darle el primer sorbo, sé exactamente cuándo se te acaban las vidas en Candy Crush… y me gusta la sonrisa que “Freak” te pone cuando la escuchas, y me gusta cuando empiezas a headbanging al ritmo de “I’ve Got a Life”, pero que tiene que ser de Eurythmics y Guetta, y que siempre que te pica alguna comida me pides un beso, y que siempre que empiezas a cocinar tarareas “Tra Te E Il Mare”, y que siempre que estás resolviendo un cubo rubik tienes una sonrisa, y que siempre que suena “Flight Attendant” te sonrojas… y me fascina que siempre llegas a la oficina con prisa, que siempre vas peinándote, y me fascina cuando revientas en “Break Stuff” porque te la sabes completita, y me gusta cuando murmuras “gracias” por lo que sea y a quien sea, y me gusta cuando me acosas cuando estoy tocando piano, y me fascina que siempre te elogias cada comida que cocinas, y no tienes idea de cuánto me encanta cuando haces pucheros y empiezas a desesperarte cuando te das cuenta que la conversión de formatos se va a tardar demasiado… y me fascina cuando empiezas a cantar con el corazón en la mano… o con tu teléfono, o con una pluma, o con un rotulador, o con un bridge de Pantone… y fui feliz cuando literalmente te corriste con “Sexy Back” en concierto, y con todas las canciones… —rio, haciendo que se sonrojara entre una sonrisa avergonzada.

     —Aparentemente no soy tan acosadora como creía —murmuró.

     —Nos vamos a tie-break —sonrió, y amplió su sonrisa ante el bostezo de Sophia—. Y a la cama también —dijo, tomándola por la cintura para recostarla sobre las almohadas y, así, poder halar las sábanas para cubrirla—. Hay algo que me gusta más que nada en el mundo —murmuró, acogiéndola en un abrazo mientras apagaba la lámpara restante y dejaba que la muda iluminación del televisor alumbrara parcialmente la habitación—. La forma en la que me miras cuando recién te despiertas…

     —Me gusta que seas lo primero que veo cuando me despierto —sonrió, acomodando una almohada sobre el huesudo y delgado hombro de Emma.

     —Es sólo que te despiertas de buen humor…

     —Entre besos y susurros, y una sonrisa tuya, ¿cómo no?

     —No lo sé, sólo me ayuda a que mi día empiece realmente bien.

     —Y mi día empieza bien porque me despiertas civilizadamente, mi amor —sonrió, elevando su rostro para darle un beso a Emma en sus labios.

     —¿A qué hora te gustaría desayunar?

     —A la hora que tú quieras —sonrió, reacomodándose sobre su hombro para mayor comodidad de ambas.

     —Ti voglio bene assaje, ma tanto, tanto bene, sai? —susurró.

     —Lo so, ma mi piace ascoltare —sonrió.

     —Te amo, Sophie… mucho, mucho, mucho.

     —Yo a ti, mi amor —bostezó.

     —Dormi, Principessa… dormi —sonrió, y le dio un beso en su frente mientras apagaba el televisor, pues no le encontró función alguna si Sophia estaba a tres segundos de caer ser compartida con Morfeo—. Esta es una de mis posiciones favoritas —susurró, y cerró sus ojos para intentar unirse a Sophia.

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El lado sexy de la Arquitectura (Obligatorio)

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