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El lado sexy de la Arquitectura 25

en Lésbicos

- ¡Emma!- gritaba Natasha. – Wait up!- gritaba, tratando de mantener el paso apresurado de Emma, el que iba contra la marea de gente en el Fumicio. Emma se detuvo de golpe y Natasha y Phillip se tropezaron con aquella menuda espalda. – Parece que te vas haciendo del vientre- suspiró Natasha, tratando de recuperar el aliento, para darse cuenta de lo que había dicho y estalló en una carcajada junto con Emma y Phillip.

 

- No me voy “haciendo del vientre”, Ella Natasha, simplemente me estresa toda la gente, me sofoca- dijo, afianzando, a la manija de su carry-on, el agarradero de su bolso negro. - ¿Dónde está Sophia?

 

- Aquí estoy- dijo, emergiendo atrás de Emma con una sonrisa con camanances.

 

- Good- exhaló la Arquitecta, sonriéndole y reanudando el paso.

 

Emma realmente estaba nerviosa, sentía que hiperventilaría en el momento en el que su mamá conociera a Sophia, el momento en el que inhalaran el mismo oxígeno, que compartieran el mismo espacio, aunque también se preocupaba por las demostraciones de afecto entre Natasha y Phillip en público que, de un tiempo acá, parecía que no les importaba, como si la palabra “compromiso” les viniera en gracia y les diera libertad para no disimular su deseo. Lograron llegar a migración, en donde sólo Natasha y Phillip fueron retenidos por una fila de quince minutos mientras a Emma y a Sophia simplemente les marcaban la entrada a la Unión Europea, puerto Roma, en sus respectivas Identificaciones. Recogieron el equipaje, risible para Emma pues, a pesar de ser mujer y lo que eso estereotípicamente implicaba, viajaba relativamente ligero, pues sólo llevaba su carry-on, igual que Sophia, mientras que Natasha, como que si había llevado su clóset entero: un carry-on de cabina, un Duffel y un carry-on de equipaje, mientras Phillip, como todo buen hombre, se encargaba de lo que Natasha no podía manejar y todavía se encargaba de su propio Duffel. Salieron de la Terminal y se quedaron parados unos momentos.

 

- Sabes, ahí están los Taxis- sonrió Phillip al oído de Emma mientras ella veía con escepticismo el panorama.

 

- Yo sé qué es un Taxi y cómo se ve…más en mi ciudad- su tono era como de enojo, de desesperación.

 

- ¿Qué esperamos entonces?- preguntó Don Testosterona.

 

- Dame un minuto para respirar, ¿quieres?- murmuró, levantando su mano y colocándose sus Walnut Aviatior a los ojos para distraer a sus acompañantes de su mirada de querer matarlos a todos por igual, o tal vez sólo se quería matar ella.

 

Phillip dio un paso hacia atrás y se dirigió de hombros encogidos hacia Sophia que fumaba un cigarrillo con Natasha a la par de un basurero. ¿El encendedor? Pues Sophia se había extraviado en el aeropuerto en busca de una cajetilla de cigarrillos y un simple encendedor que le había costado casi un riñón. Una X3 vermilion metálico se aparcó frente a Emma mientras ella, distraída, buscaba su teléfono en su infinito y profundo bolso Balenciaga negro, y, Phillip, viendo la escena de reojo mientras sacaba un cigarrillo de la cajetilla, vio salir a una mujer un tanto baja, alrededor del 1.60, de cabello rubio claro y liso hasta un poco por arriba de los hombros, vestida en una blusa negra ajustada de las mangas y holgada del torso; estilo murciélago, pantalón beige un tanto ajustado hasta los tobillos, Mocasines café oscuro de cuero; una señora en forma pero ya acorde a su edad, que no se podía describir su rostro por sus oversized sunglasses que dejaban ver, claramente, el encaje de las “F” que eran para Fendi. Emma levantó la mirada y, quitándose sus gafas, se arrojó a su mamá con alegría, como si tuviera una vida de no verla.

 

- ¡Mami!- gritó, riendo mientras la abrazaba por los hombros y la mecía de lado a lado en aquel fuerte abrazo.

 

- Tesoro- sonrió, enseñando la misma sonrisa perfecta de Emma al aire sin notar a los tres recluidos ahogarse en el humo de sus cigarrillos de la impresión, de ver cómo Emma se le arrojaba a su “mami” para abrazarla. – Perdón el retraso, tuve un problemita que ya solucioné- sonrió, tomando a Emma por su mejilla derecha entre sus nudillos para luego darle un beso en ambas mejillas. Emma, ante la felicidad de ver a su mamá, sólo podía sonreír. La volvió a abrazar, para luego, con una sonrisa, apartarse y llamar a los ahogados recluidos.

 

- Mamá…- suspiró. – Ella es Natasha, mi mejor amiga- y Natasha le cayó con un abrazo, al fin conocía a la mujer de la que había salido aquella perfecta amiga. Sara le respondió el abrazo. – Él es Phillip, el novio de Natasha y creo que mi mejor amigo también- dijo, volviendo a ver a Phillip con una sonrisa mientras Phillip le daba un beso en su cabeza y luego abrazaba a Sara así como Natasha. – Y…ella, mamá…-dijo, tomando a Sophia de la mano y, Sophia, coloreada de rojo comunismo por la pena y el nerviosismo, dio un paso hacia adelante con una sonrisa tímida. – Es Sophia…mi novia- y, aquellas palabras salieron tan fácil como había sido el parto de Emma, iluminándole el rostro a Sara, que fue ella quien abrazó a Sophia.

 

Phillip y Natasha veían aquella escena con una sonrisa de éxito, viendo que Sara aceptaba a Sophia, en un principio la sexualidad de Emma, pero al mismo tiempo les daban celos porque ellos no habían recibido un abrazo así de caluroso, pero les alegraba lo otro.

 

- Es un gusto, Sophia- murmuró Sara al oído de Sophia mientras le paseaba su mano por su espalda.

 

Sara se despegó de Sophia y le dio un beso en cada mejilla, luego, abrió la cajuela del auto para que Phillip, como todo un caballero y no sólo en frente de Sara, metiera el equipaje. Emma le arrebató las llaves a su mamá de la mano y, metiendo a Phillip en el asiento del copiloto, metió a Sara entre Natasha y Sophia mientras ella se dedicaba a llevarlos hasta Castel Gandolfo, pues Emma acostumbraba a conducir más rápido y más intrépido, lo cual le serviría para: o ahorrarse el silencio incómodo, o acortar la incomodidad de la conversación en caso de que hubiera una.

 

En realidad mamá tiene que llevarse un Oscar, si es que estaba actuando, porque le preguntó a Phillip qué hacía en su trabajo, a Natasha cómo iban los preparativos de la boda, a Sophia sobre su vida, creo que sólo se esforzó por socializar con mis amigos y con mi novia. Lo más gracioso fue cuando mamá les preguntó a los tres si comían de todo, y ellos dijeron que sí; cosa que tienen que aprender: primero preguntar antes de responder, pues mamá les jugó la broma de que había hecho lasagna de hígado de cabra, que tuvieron que haberle visto la cara de Phillip, como si hubiera visto a la Calaca, la de Natasha se tornó verde, y, Sophia, sólo por agradar, le respondió con un “suena delicioso”, que fue cuando mamá ya no pudo más, yo tampoco, y tuvimos que reírnos. El color le regresó a Natasha en cuanto mamá les dijo que esperaba que tuviéramos hambre porque nos esperaba un poco de rodaballo al limón y a la mantequilla y un poco de risotto con langosta, y, de postre, unas empanadas de Mascarpone y crema de avellanas.  

 

Emma se aparcó sobre aquella grava gris, exactamente frente a la puerta principal, una puerta doble y café que estaba abierta de par en par. Era una casa que, a ese nivel, tenía dos pisos pero tenía dos más hacia abajo, con una fachada muy a lo italiana; arbustos verdes rodeando aquella estructura un tanto naranja, un ciprés verde oscuro guardando la puerta a cada lado. Cruzaron la puerta entre sonrisas y cargando cada quién con su equipaje, Sara se dirigió a la cocina, diciéndole a Emma que los acomodara en las habitaciones que habían acordado. Los tres veían de arriba abajo la casa, examinándola con cuidado y con cero-disimulo, paseándose por los pisos de roble rojizo y viendo que, desde la puerta principal, se alcanzaba a ver el lago Albano a través de un ventanal inclinado que recorría las escaleras hacia abajo en el mismo ángulo. Pasaron viendo la cocina, que se resumía en una enorme cocina de gabinetes de roble rojizo, igual que el piso, con encimeras de mármol negro. De largo hacia la derecha, vieron varias puertas, asumiendo un clóset, un baño y algo más.

 

- Bueno, decidí dejarlos en la habitación de huéspedes porque mamá duerme arriba y así pueden tener sexo tranquilos- rió Emma, sonrojando a los futuros Señor y Señora Noltenius. – Sólo dejen las cosas, les voy a dar un tour por la casa para hacerle tiempo a mamá- y esperó, junto con Sophia, quien admiraba aquella habitación sin oxígeno de la impresión. Era la única habitación del lado izquierdo del pasillo.

 

Era una habitación no muy grande, ni muy pequeña, pero tenía la cama al centro, a los lados unas puertas corredizas que daban salida a una pequeña terraza para admirar el lago Albano, un built-in-clóset al lado izquierdo, todo de madera, a la derecha una puerta que daba a un baño y, a nivel de la puerta, había una pequeña sala de estar: dos sillones de suelo, un sofá, todos en negro a juego con la coherencia de la habitación y una pequeña mesa de café a suelo. Subieron las escaleras de madera para llegar a un pasillo nada más, que todo se deslizaba hacia la derecha, que únicamente tenía un espacio con aire de oficina; un par de libreras, archiveros, un escritorio, una silla, ventanas hacia el Lago Albano. El techo era ahí un poco más bajo, pero seguía siendo alto. Pasaron la primera puerta izquierda, que Emma indicó que era un medio baño y abrió la siguiente puerta, pasando la oficina, a la derecha: su habitación, que era más grande que su habitación en Manhattan, pero por obvias razones y por el tipo de distribución. Phillip se encargó del equipaje de Sophia, quien juró que se quedaría con Emma, y así era pero, en vista pública, dormirían separadas; qué dolor. Emma indicó que la otra puerta del lado izquierdo era una bodega que estaba destinada a ser la habitación de Marco, su hermano.

 

Abrió la siguiente puerta del lado izquierdo, la habitación de Laura, su hermana, en donde Sophia se estaría quedando, sin vista al Lago Albano, pero era por lo mismo, porque Laura nunca llegaba a casa. Una habitación un tanto femenina, risible y ridícula, pues era la única en la que Emma no había tenido ni voz ni voto para decorar: todo en blanco liso y un lavanda más pálido que las camisas de Phillip, todavía con la cantidad exuberantes de libros de Enfermería que sólo estaban ahí para que Laura pudiera decir que había estudiado “algo”. Emma le guiñó el ojo a Sophia mientras Phillip dejaba su equipaje allí y salía a reunirse con sus mujeres.

 

- Y, bueno, ésta es la habitación de mamá- dijo, abriendo la puerta, la última puerta que era la que daba finalidad al pasillo y se concentraba en medio de él, abriendo al mundo una habitación espaciosa, del ancho de pared a pared para colocar un walk-in-closet al lado izquierdo por la falta de vista del lago Albano, una división de puertas corredizas para llevar a una enorme cama, a una sala de estar, a otro escritorio, a un par de máquinas para hacer ejercicios, a la derecha un tanto escondido, un baño completo; más que completo, y, a la derecha, puertas corredizas de vidrio para salir a una terraza que daba la mejor vista del lago, con una mesa y un par de sillas para que Sara se sentara a tomar su café de la mañana junto con algún libro que escogía de alguno de los estantes por debajo del televisor.

 

Bajaron a la cocina, viendo que Sara seguía cocinando el rodaballo en una sartén de cobre. Emma los llevó hacia la primera planta baja, en donde, del lado derecho, había una sala de estar espaciosa junto con un bar en una esquina, a la izquierda la mesa del comedor que nunca utilizaban, más que Sara para fin de Año cuando tenía invitados. Salieron por una puerta lateral que estaba detrás de uno de los sillones de la sala de estar y llegaron a otra terraza en forma de “L”, la misma en donde Emma había tenido aquel encuentro “amoroso” con su papá, y se apreciaba el color de agua azul del lago; una terraza que rodeaba un pequeño jardín.

 

- Piccolo!- llamó Emma, esperando a que llegara su Weimaraner, y llegó, tumbándola como la vez pasada y lamiéndole la cara sin cesar.

 

- Tú…¡tienes un perro!- exclamó Natasha, sorprendida porque nunca se imaginó a Emma con una mascota que no fuera un pez Beta que nunca había tenido.

 

- Y se llama Piccolo, ¿Verdad? ¿Verdad?- reía, acariciándolo detrás de las orejas mientras Sophia tomaba la bola de tennis con la que había llegado a por Emma. Piccolo se detuvo y miró penetrantemente a Sophia, pues era la bola de Emma y de él. Empezó a gruñirle. – Piccolo, no!- demandó, levantándose y haciendo algo que para todos fue extraño: acarició la cabeza de Sophia, luego la suya, luego la de Piccolo, luego le tomó la mano a Sophia y la paseó por la cabeza de Piccolo tal y como Emma lo había hecho, cosa que aquel Weimaraner tomó como una muestra de cariño, sabiendo que Sophia era de fiar. Emma tomó la bola de la mano de Sophia y se la regresó a Sophia para que Piccolo notara que estaba bien que ella la tomara, para que luego Sophia la arrojada hacia el jardín.

 

- Emma habla Canino- rió Natasha mientras abrazaba a Phillip por el costado.

 

- Algo así- sonrió Emma, recibiendo la bola de Tennis de la boca de Piccolo para decirle con el dedo que ya no más y, sin un comando más, Piccolo se sentó. – Buen chico…- sonrió, palpándole la cabeza. – Ahora, abajo- dijo, entrando de nuevo a la casa, tomando a Sophia de la mano, halándola hacia ella para tomarla por el costado mientras bajaban el último par de gradas que estaban pegadas a una pared, pues del otro lado había un estanque al que piedras le daban forma y una fuente movimiento.

 

Emma corrió la puerta de madera hacia la izquierda y salieron a una pérgola, en donde había otro bar al lado derecho, una built-in-barbecue y, justo fuera de la pérgola, estaban un par de Chaise Lounges que estaban dirigidos a la piscina infinita que, en términos de vista, se unía con el lago. Emma abrazó a Sophia desde atrás por la cintura, y posó su mentón sobre su hombro izquierdo, inhalando su perfume hasta llenar cada rincón de sus pulmones.

 

- ¿Te gusta?- susurró, dándole besos en el cuello y apretujándola por su abdomen.

 

- Ahora veo a qué te referías con la vista…es impresionante- sonrió, posando sus manos encima de las de Emma.

 

- ¿En dónde acaba el terreno?- preguntó Phillip mientras veía idiotizado a Natasha que estaba idiotizada por la vista.

 

- El terreno sigue hasta llegar al lago…si quieres más tarde podemos ir- sonrió, viendo a Phillip asentir.

 

- ¿Dormiré solita?- murmuró Sophia mientras se despegaba de Emma y la tomaba por su cuello con sus codos.

 

- Mi cama es un poco pequeña, yo me pasaré a dormir contigo, mi amor- sonrió, dándole un beso fugaz en sus labios.

 

- Me gusta más la cama pequeña…así estamos más juntas- sonrió, sonrojándose y viendo hacia arriba cual angelito y luego plantándole un beso a Emma que duró lo suficiente como para que Sara apareciera y las interrumpiera al aclararse la garganta.

 

- Ya está el almuerzo- sonrió Sara, haciendo que Sophia y Emma se sonrojaran; el primer infraganti de muchos por venir.

 

Tomadas de la mano subieron hasta la cocina, en donde almorzaron por dos horas, entre risas y pláticas, devorándose lo que les pusieran enfrente como si no hubieran comido nunca antes. Phillip era el que menos participaba en la conversación y el que más comía, todo por estar pensando más allá de las cosas: “Emma lo tenía todo aquí, allá vive en la miseria si lo compara con esto…esto es un paraíso en la Tierra. ¿Por qué dejarlo todo abandonado? ¿Por qué algo así? Más esta comida…” y sonreía ante sus pensamientos de lo deliciosa que estaba la comida, que casi le dice a Sara que él buscaba una madre adoptiva que le cocinara así de rico como ella.

 

- Tesoro, ¿me ayudas con la alacena?- dijo Sara mientras Emma recogía los platos y los colocaba en la lavadora. Emma asintió y se metió a la alacena con su mamá, sabiendo un tanto ya a lo que iba.

 

- ¿Quién va a decir algo primero?- susurró Natasha mientras veía a Phillip y a Sophia. – Porque a mí me ha dejado sin palabras…

 

- Aparentemente tienes una novia bastante pudiente- rió Phillip viendo a Sophia. – Y te quejas que lleva vida ostentosa en Manhattan- rió más fuerte, bromeando a Sophia. – Sophia…eso es un chiste con lo que tiene aquí

 

- ¿Chiste?- siseó Natasha. – Chiste se queda corto…ni siquiera la casa de mamá en Westport  es así de grande…y eso que le costó quince millones más o menos…

 

- Bueno, bueno, pero esto es Roma, no es consumismo norteamericano- dijo Phillip, notando que Sophia no decía nada.

 

- Tiene un perro…- dijo Sophia viendo al vacío, como si eso fuera lo que más le había impresionado, que era realmente lo que más le había impresionado. – De nombre Piccolo…que de pequeño no tiene mucho…y lo hace para donde quiere…- Phillip y Natasha la veían divertidos. – Y mi suegra nos vio besándonos….- murmuró, empinándose su Mimosa de fresa, limón y albahaca.

 

- Ah, pero, ¿quién habla de suegra?- sonrió Phillip, haciendo que Sophia se sonrojara.

 

- Él sabe que estás aquí- dijo Sara, viendo a Emma a los ojos en aquella alacena.

 

- ¿Cómo sabe?- el corazón de Emma dejó de funcionar por un segundo.

 

- No sé, pero sé que no le dijiste tú…quería venir ahora a recibirte, le dije que estarías cansada

 

- ¿Sabe que vine con mis amigos?

 

- No sé- sonrió, acariciándole la mejilla. – Te lo digo para que lo sepas, porque de ser por mí, que no lo dejen entrar a la casa, puedo llamar a portería

 

- No vamos a pasar mucho tiempo en casa de todas maneras…- sonrió para no preocupar a Sara, y no sabía por qué pero eso iba a pasar sí o sí y todo iba a terminar siendo una catástrofe.

 

- Bueno, Tesoro…- murmuró, abrazándola. – Es bueno verte después de tan poco tiempo- sonrió. – Por cierto, quiero decirte un par de cosas, no son malas, no te preocupes- rió, viendo que Emma empezaba a colapsar de los nervios. – El Jaguar está lavado y listo para que lo uses, compré un par de botellas de vino tinto y de Champán, hice reservaciones en Roma Sparita para pasado mañana, para seis personas y ahora debo irme porque voy a tomar un café con Carmen, así descansan un rato y los llevas a cenar o nos juntamos en Vascello, yo ahí estaré a eso de las siete u ocho- concluyó, dándole un beso a Emma en su frente. – Es más bonita en persona- sonrió, saliendo de la alacena para despedirse de los tres indiscretos.

 

- Son las tres de la tarde…- dijo Emma, ajustando la hora en su Patek Complications café. – Yo digo que una siesta bien puesta y los llevo a conocer un poco la ciudad por la noche- sonrió. - ¿Qué quieren ver en Roma?- rió, dándose cuenta que era algo que no habían discutido antes.

 

- A mí no me vean…yo Roma lo conozco…- dijo Sophia, limpiándose el problema de las manos y dejándolo en manos de Natasha y Phillip.

 

- ¿El Coliseo, el Coloso, el Vaticano, Piazza di Spagna; Trevi para que tiren la monedita hacia atrás?- rió Emma.

 

-  En realidad sólo queremos conocer el lado no turístico de Roma, todo eso ya lo conocemos- sonrió Natasha, inclinando su cabeza contra la de Phillip. – Venimos de vacaciones, no a caminar por la ciudad hasta dejar los pies en el adoquinado- murmuró, cerrando sus ojos. – Aunque la monedita suena bien- rió.

 

- Bueno, bueno, entonces sedentarismo será- sonrió Emma, tomando a Sophia de la mano. – Si quieren hacer uso de la piscina, adelante- dijo ya saliendo al pasillo.

 

- ¿Qué te dijo tu mamá?- preguntó Sophia un tanto apenada.

 

- Que eres más bonita en persona…y que ya hizo reservaciones para los seis…¿estás nerviosa?

 

- No, tú ya conoces a mi mamá…te pareces a tu mamá, ¿sabes?

 

- No es primera vez que lo escucho, y me gusta parecerme a ella

 

- Y cocina muy rico- sonrió, un tanto sin aliento después de haber subido las escaleras.

 

- Y tú dudas de mi vocación de Chef, mi amor- rió. – Ahora…me voy a dar una ducha…- murmuró, abrazando a Sophia por la cintura y acercándola a ella. – ¿Te duchas conmigo?- sonrió, dándole un beso en la frente mientras Sophia asentía.

 

La haló hacia su habitación y, encontrándose con Piccolo dormido debajo de la mesa de dibujo, se metió al baño. Encendió el agua caliente, como siempre, y besó a Sophia, tomándola por la cintura. Tenían cinco días de no tener ningún tipo de roce sexual debido a que la feminidad había decidido atacar a Sophia y la había hecho desangrarse sin morirse, cosa que Emma respetaba por motivos de sensibilidad. Además, Emma recién entregaba la casa de los Hatcher en Boston y ya tenía construido el segundo piso de la casa de los Van de Laar en los Hamptons, el Penthouse de Meryl lo había entregado antes de tiempo para poder irse de vacaciones y había tomado Project nuevamente porque querían otro apartamento; cosa que a Emma le molestaba porque ya no sería tan igual. Sophia, por el otro lado, había terminado sus tres proyectos satisfactoriamente y había tomado el de la oficina de Phillip, que era cuestión de dos días para terminarlo. Se metieron a la ducha entre besos y caricias, masajeándose las espaldas por la tensión del viaje. Salieron de la ducha y, con las toallas enrolladas a sus pechos, se acostaron en la diminuta cama de Emma, no sintiendo antes que la iban a quebrar por un ruido extraño que hizo el armazón.

 

- Sabes, hay algo que me dificulta mi existencia- rió Philip a través de su nariz mientras se metía a la ducha con Natasha luego de un asalto fugaz al congelador para comer un poco más.

 

- Quieres decir…que te mueres por saber algo y te pica por no saberlo, ¿verdad?

 

- Sé que los papás de Emma son divorciados, pero nunca habla de ellos- dijo, obviando el comentario acertado de Natasha.

 

- Amor, tú no hablas mucho de tus papás, ni yo, ni Sophia…es que no es tema de interés- rió.

 

- Sí, eso es cierto…- tomó el jabón en sus manos y lo frotó contra la espalda desnuda de su novia.

 

- Te imaginas, dos puntos: tú y yo, en la cama, and you’re fucking the shit out of me, y de la nada te cuento, inception-dos puntos: “Mi amor, sabes que mamá se hizo un Facelift?”

 

- Ya, ya- rió Phillip, pensando en que eso no había necesidad de decirlo porque se le notaba; que no quería decir que se viera mal. – Pero a veces, cuando sale sobre la mesa, es que su mamá aquí y allá…pero, ¿y su papá?

 

- Oye, mi amor- dijo Natasha, tomándolo por su flácida adjunción y halándolo un poco a manera de masturbarlo. – El señor es tema sensible…no vayas a ir ahí a menos que sea algo superficial, no le preguntes por qué no habla de él, nada más…

 

- ¿Por qué? ¿A caso es Voldemort o Saruman o Darth Vader?- rió, reaccionando fisiológicamente a las caricias de su prometida.

 

- Ay, Phillip, no preguntes que yo tampoco sé, cállate y cógeme rico- rió, halándolo un tanto más duro, haciendo que gruñera risiblemente. “Esos villanos son ficticios…ese es de carne y hueso”.

 

Y, como todo buen hombre, que le había prestado las pelotas en el momento en el que la besó por primera vez, y se las regaló comprimidas en ese Harry Winston que llevaba en su dedo anular izquierdo, hizo lo que su mujer le exigía: cogerla.

 

Emma se despertó a eso de las cinco de la tarde, todavía había un poco de luz, pero ya no tanta. Volvió a ver a Sophia que dormía todavía y, con mucho cuidado, se despegó de ella para vestirse a oscuras. Logró sacar una tanga de su clóset, pues no había llevado ropa para Roma sabiendo que ahí tendría, y, volviendo a deslizarse en su skinny jeans Cucinelli, en sus TOMS de cordellate marfil, su sostén blanco y una camisa celeste de cuello y botones a rayas rosadas y blancas, bajó a ver si Phillip y Natasha ya estaban despiertos, que no lo estaban. Encendió las luces, también la de la puerta principal, y, viendo que no había movimiento, aplaudió tres veces de una peculiar manera sólo para llamar a Piccolo y sacarlo al jardín a jugar un rato con él. Esperó a que Natasha reviviera, saliendo con su cabellera, ahora completamente café oscuro pues se preparaba para la boda, alborotada, la cual intentaba aplacarse con sus dedos, y un tanto congestionada de la nariz; así se despertaba siempre.

 

- ¿Phillip sigue muerto?

 

- No entiendo cómo puede dormir tan tranquilo y yo con el relajo de la boda en la cabeza 24/7- sonrió, sentándose a la par de Emma y apoyando su cabeza sobre su hombro mientras Emma tomaba la bola de tennis del suelo y la volvía a arrojar.

 

- ¿Qué te preocupa, amor?

 

- No quiero una boda convencional- suspiró, paseando sus dedos por sus párpados inferiores.

 

- Eso lo sé…pero, ¿qué te preocupa en realidad?

 

- Tengo cita para ver mi vestido al regresar, estoy entre dos, ¿te acuerdas?- Emma asintió- Quiero que me acompañes…porque mamá insiste en que quiere el pomposo…pero me siento…gorda- suspiró, haciendo que las últimas palabras se desvanecieran con el viento. – No creo que Vera quiera que alguien se vea gorda en su diseño

 

- ¿Bromeas, verdad?- sonrió, abrazándola por sus hombros. –  Has rebajado como quince libras, estás más flaquita que cuando te conocí…estás raquítica- rió, dándole la mirada a Piccolo de “ya no más” para que se sentara. – Serás la novia más hermosa de la historia- susurró Emma, dándole un beso en el ángulo de sus labios, cosa con buenas intenciones. – Harás que el vestido de Vera se vea precioso en ti, me gusta que la has llevado a usar el encaje hasta el cansancio, no muy Vera Wang

 

- Aquí están- irrumpió Phillip. – Tengo hambre

 

- ¿Eso es novedad?- rió Natasha, haciendo que Emma se carcajeara mientras acariciaba a Piccolo entre sus piernas.

 

- ¿Y Sophia?- preguntó Emma. - ¿No sabes si ya revivió?

 

- Sí, está en la cocina, a punto de asaltar el congelador- rió, cargando a Natasha como a un bebé entre sus brazos. – No me gusta que estés así de anoréxica…- susurró, cosa que Emma todavía pudo escuchar.

 

Emma se levantó y, pasando antes al baño para lavarse las manos, recogió sus cosas y avisó que se podían ir ya. Se subieron a aquel Jaguar XF color champán del 2010,  con el interior en el mismo tono y se hicieron camino hacia la ciudad, en donde se juntaron con Sara para cenar. Después de aquella magna cena, a la que Sara invitó aunque Phillip quería suicidarse por ello, regresaron a casa sólo para caer rendidos, nuevamente, en un abrazo de Morfeo.

Se levantaron relativamente temprano y, a eso de las once de la mañana, ya estaban listos para regresar a la ciudad, sólo a arrojar la moneda, de espaldas, en la fuente de Trevi e ir a sentarse a las escaleras de la Plaza. Emma hacía fila todavía para comprar su gelato favorito: una de fresa y una de limón, aunque sabía que regresaría por uno de Tiramisú y Stracciatella.

 

- Signorina, posso invitarti a un gelato; ¿una fragola, un limone?- dijo aquella voz típica de fumador empedernido. Emma se petrificó. – Tesoro, no me dijiste que venías- sonrió aquella voz. Emma sintió el tacto de aquella mano posarse en su nuca.

 

- Franco…- suspiró. - ¿Qué haces aquí?

 

- Aquí vivo- rió.

 

- ¿No deberías estar trabajando, Papá?- dijo, a secas, sin volverlo a ver, haciendo de aquel “papá” como un puñal.

 

- Mi oficina queda ahí por si no te acuerdas- dijo, señalando hacia arriba, a una de las ventanas, aunque Emma no quiso darse la vuelta. - ¿No me das un abrazo?- “Exactamente, papá, no te lo doy.”

 

- Em, otro de avellana y crema, ¿me haces el favor?- dijo Phillip, alcanzándole dos euros a Emma sin darse cuenta que tenía compañía. La mirada de Franco se iluminó, “por fin un novio decente”.

 

- ¿No nos presentas, Emma?- sonrió Franco, ejerciendo presión con sus dedos en la nuca de Emma, que a Emma le dolía.

 

- Phillip, él es mi papá, Franco…o Stefano, como quieras llamarle- murmuró incómodamente mientras Franco le estrechaba la mano con una sonrisa idílica a Phillip.

 

- Phillip Noltenius- se presentó, con la misma sonrisa, pues al fin conocía al hombre que había concebido, junto con aquella graciosa y excelente mujer, a Emma.

 

- ¿En qué trabajas?- preguntó Franco, algo que probablemente, o al menos yo, no pregunto de buenas a primeras.

 

- Soy consultor financiero, hago consultorías para el CitiBank, el BNP y para el Banco de Santander en Nueva York- mientras la fila avanzaba, Emma sólo quería que esto se acabara. La sonrisa de Franco crecía cada vez más. - ¿Y usted?- por educación se pregunta.

 

- Asesor financiero del gobierno

 

- Emma, no me  dijiste que estábamos en el mismo gremio- bromeó Phillip, no sabiendo cómo eso sonaba. – Aunque, claro, yo soy apolítico- sonrió.

 

- Es lo mejor que puedes hacer, a Emma no le agradó que me metiera en la política, ¿verdad, Tesoro?- y la vena de la cabeza de Emma, esa que tiende a saltarse, estaba a punto de explotar del enojo. Emma al fin pudo ordenar los gelatos mientras de reojo veía a Sophia y a Natasha reírse y sin darse cuenta de lo que pasaba. – Bueno, yo me retiro que debo regresar a la oficina- dijo Franco, dándole un beso a Emma en la cabeza. – Un piacere, Filippo- le estrechó la mano y caminó en dirección opuesta. Vio de reojo cuando Emma tomaba del brazo a Phillip, así como solía hacerlo siempre, aunque, para Franco, eso significara otra cosa: no cabe duda que el ignorante vive más contento.

 

El episodio no se le olvidó a Emma, pues se había quedado con esa inquietud, aunque al menos creyó que Phillip era su novio, hasta que se juntaron a un almuerzo tardío con Sara y Carmen, la mejor amiga de Sara, que era casi como su hermana, Emma la llamaba “tía”, sólo cuando le convenía. Carmen descifró, en menos de tres segundos, que Emma y Sophia eran algo más que amigas, pues, muy disimuladas ellas, se habían tomado la mano por debajo de la mesa y, cuando Carmen botó el salero, a propósito, Emma levantó su mano derecha, que estaba entrelazada con la de Sophia, para recogerlo, pero no alcanzó a librarse de los dedos de su hermosa rubia; se pusieron en evidencia. Carmen era quince años menor que Sara, pero trabajaban juntas, si es que trabajaban, venía de Petrer, Alicante; una “Señora” agradable y graciosa, a quien Emma solía molesta con un “Doña Carmen”;  que tenía un humor de espinas que a Phillip le costaba entender; más cuando era de burlarse, por la cantidad de comida que ingería, y él ni por enterado que era burla de él, aunque Emma y Natasha se morían de la risa, pues aparentemente ellas sí comprendían.

 

Caminaron unas horas por la ciudad hasta el anochecer, Phillip comiéndose un gelato en cada gelatería que veía en su camino: que eran demasiadas, y era sólo porque estaba nervioso por la boda; era su manera de lidiar con los nervios; hasta pasaba por mujer en ese sentido. Sophia y Emma caminaban tomadas de la mano, a veces, mientras esperaban a Phillip pedir, con dificultad inmensa, como si fuera curso básico de “Ciao, Italia!”, un gelato, se besaban cortamente frente a Natasha, a quien le iluminaban la mirada con cada beso, con cada muestra de cariño, pues nunca se imaginó a Emma enamorada; al menos no así, y tampoco se imaginó la persona que podía enamorarla, bendito sea el momento en el que, ebria, le dijo a Emma que lo intentara con Sophia la noche aquella de la fiesta de Fred.

 

Se dirigieron a “Fortunato al Pantheon”, uno de los lugares más chic para comer en Roma, en donde Emma siempre había pedido lo mismo desde que tenía memoria: Gnocci ai pomodoro e quattro Formaggi. Después de dos horas de risas, burlándose de Phillip por el episodio de Doña Carmen, unas cuantas botellas de vino, mucha comida y un tiramisú, se dirigieron a casa, no sin antes Emma preguntar: “¿No quieren conocer la vida nocturna romana?”, para que todos dijeran que “NO”, pues la edad ya les había entrado antes de tiempo; ¿qué hacen unos ancianos de casi treinta en un club?, mas no sabían que Europa funciona un tanto distinto a América, pero no habían viajado a Roma para ir a hacer lo que podían hacer en Marquee, o en Masa. Se sentaron a la piscina, metiendo los pies en el agua tibia, y tomando vino, se les pasó la noche, llegando hasta el amanecer despiertos y, con cinco botellas de Brunello di Montalcino repartidas en aquellos cuatro sistemas circulatorios, se metieron a la cama en la menor de las habilidades motoras de tener alguna clase de sexo. Sara, a eso de las nueve, salió directo al Vaticano un tanto nerviosa, pues conocería a su consuegra, pero, antes de salir, se dirigió a la habitación de Emma para no encontrarla y fue cuando supo dónde estaría; en la habitación de Laura, que, entrando, vio a su hija y a su nuera, en las ropas del día anterior, con los labios un tanto rojizos, hasta púrpuras por el vino, Emma descansaba sobre su costado y Sophia la abrazaba por encima de sus brazos, encajando perfectamente a su posición fetal entre aquella mezcla de cabello café y rubio alborotado.

 

Sophia se despertó alrededor de las cuatro de la tarde, todavía con Emma entre sus brazos. Respiraba ligeramente a través de su nariz, tenía sus manos tomadas entre ellas como en un torniquete y pegadas al pecho, su camisa se había subido un poco y su jeans se había bajado un poco por falta de cinturón; daba una perfecta vista de ¼ de trasero y media espalda. Sophia paseó su mano izquierda por la desnuda piel de Emma, rozándola con sus dedos y acariciándola, su mano tomando la forma de cada curvatura, de cada hueso saltado de su cadera. Emma se alborotó ante este roce, pero no se despertó, simplemente se movió y se colocó sobre su espalda, pasando su brazo izquierdo por encima de su cabeza y su brazo derecho sobre su pecho. Sophia se arregló su cabello y se lo recogió en uno de aquellos moños que Emma le había enseñado, de aquellos que no necesitaban una banda, y viendo el abdomen de su mujer, estirándose y encogiéndose por la respiración, la recorrió con la mirada, admirando su ombligo; pequeño, bajando por su vientre hasta los comienzos de su monte de Venus, pues hasta ahí se le había bajado el jeans, sólo la tapaba aquella tanga de spandex de PINK color piel.

 

La Licenciada Rialto se colocó sobre Emma, a la altura de sus pantorrillas, y, apoyándose con sus manos, se acercó a su tibia piel con su nariz y sus labios, recorriéndola de arriba abajo, inhalando aquella fragancia de su típica aceite de coco ya absorbida y difuminada, llegó hasta su monte de Venus e inhaló profundamente aquella deliciosa fragancia, única en su especie; si había que ponerle un color habría sido el naranja transitivo a amarillo, con pinceladas blancas, si es que saben lo que esos colores significan. Tomó el jeans de Emma y lo haló lentamente hacia abajo, intentando que no se despertara, pues Emma era de sueño ligero, aunque, en esta ocasión, la resaca del vino estaba a su favor; hacía el sueño de Emma totalmente pesado, bueno, un poco. Logró quitarle el pantalón sin muchos estragos, sólo deteniéndose una vez porque Emma se movió pero no se despertó. Desabotonó la camisa blanca de Emma y acaricio sus clavículas con sus dedos, rodeó sus senos en aquel sostén blanco, y subió de nuevo, inclinándose para plantarle un beso “mañanero” en sus labios color tinto difuminado, atrapando ambos labios entre los suyos y succionándolos un poco, probando aquel Brunello con cigarrillo, era como volver a beberlo.

 

Recorrió con besos cortos sus mejillas, su barbilla, succionó su mentón; paseando su lengua por él, cosa que no supo por qué lo había hecho, simplemente se le había antojado, y bajó a la parte derecha de su cuello, pues la izquierda era inaccesible, y la besó, con unos cuantos lengüetazos a su paso, bajando por su pecho con la misma calidad de besos, besando sus senos, aquel diminuto lunar que era apenas una pequita café claro, bajó por su abdomen, haciéndole cosquillas a Emma, lo notó por cómo se sacudía levemente pero sin despertarse. Llegó a su vientre y la llenó de besos, empujando con su barbilla el elástico de aquella tanga para hacerle cosquillas en su monte de Venus. Se acercó a la entrepierna de Emma y la vio de frente; en aquella tanga se le marcaba la hendidura de sus labios mayores, se veía muy sensual, más que, cuando abrió un poco más sus piernas, reveló gran parte de su vulva, pues la tanga era muy, pero muy angosta de esa parte, que se introducía entre sus glúteos y tapaba lo más mínimo de sus labios mayores.

 

Sophia no pudo resistirse y, en lugar de apartar aquella diminuta composición de spandex, introdujo su dedo a su boca y, empapado, lo paseó por en medio de los labios de Emma sobre aquella sintética tela. Acercó su rostro y, sacando su lengua, la paseó una y otra, y otra vez, mojando aquella tela hasta el punto de que, cuando paseó nuevamente su dedo, su dedo se deslizaba; Emma ya estaba lista, con sus jugos calientes y un tanto viscosos. Tiró hacia un lado aquella tela elástica y ahí los vio; sus labios mayores hinchados y un tanto mojados con aquel líquido brillante que sólo la invitaban a degustarse de tal exquisito banquete. Emma se comenzó a mover con sus caderas, despertando poco a poco por el roce de la lengua de Sophia en su clítoris, con aquel ruidito de fondo, y, suspirando, se despertó del todo, irguiendo sus piernas para apoyarse con sus pies sobre la cama y, abriendo los ojos, sonrió ante aquella melena rubia en moño. 

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