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El lado sexy de la Arquitectura 16

en Lésbicos

- Para los gustos, Sophia, están los colores- dijo, con furia incómoda, tratando de no elevar su voz para no lastimarla.

 

- Pues para el color del ego está Emma- repuso, arrojando su bolso sobre suelo. – Todo tiene su límite y tú sobrepasaste los míos- gruñó, oh, Sophia estaba furiosa, por primera vez furiosa. .

 

- ¡Ah! ¡Eso es entonces! ¿Qué carajo tiene de malo que te de un puto detalle, Sophia, por Dios?

 

- ¡¿Llamas a eso un puto detalle?!- repuso, elevándole el tono a Emma.

 

- Licenciada Rialto, no me grite que yo no le estoy gritando- murmuró, haciendo un gesto con su mano para intentar calmarla; orgullo oficialmente herido.

 

- ¡Ah! ¡Y de repente soy “Licenciada Rialto”! ¡Y me pide que no le grite! ¡Puta, qué descaro!- gritó, como para que todo el edificio escuchara, para que todo Manhattan se diera cuenta que estaba gritándole a Emma.

 

- Sophia, por favor…no me grites, te lo suplico- murmuró, intentando no llorar. No quería victimizarse, pero le dolía mucho, las palabras de Sophia eran como una muerte lenta y dolorosa, como una tortura.

 

- ¡No me pidas que no te grite! ¡¿No ves que estoy con el diablo adentro y es por tu culpa?!

 

- Creí que sería una bonita sorpresa, Sophia…no tenía idea de que no te gustaría- se encogió de hombros, hundiendo su cabeza entre ellos e intentando no llorar; las únicas veces que alguien quien amaba mucho le gritó, fueron las veces que su papá le había pegado; gritar y pegar iban de la mano.

 

- Cuando dije que yo NO quería ir a Roma, creo que implícitamente dije que NO quería que mamá viniera, ¡¿en qué puto mundo vives Emma?! ¡¿A caso no tienes la glándula del respeto en ese cerebro?!

 

- Perdóname, no sabía que estaba cruzando la línea…¿qué puedo hacer para compensártelo? Haré lo que sea, Sophia, por favor- susurró, en un tono de voz de dolor, de tener heridas por todos lados, una voz quebrada, llena de tristeza.

 

- ¡Emma, comprende que no quiero que hagas algo, no quiero que me compres algo para compensármelo! ¡Yo no soy un árbol de navidad al que puedes adornar a tu gusto!- oh, Sophia se estaba pasando también, ya no encontraba la forma de frenar su enojo, de frenar y quedarse sus palabras para ella sola.- Vete…ahorita no quiero verte…ni mañana…no quiero verte…

 

Emma asintió en silencio y, llena de sumisión confundido con sometimiento, salió de aquel infierno en vida, de aquella hoguera que había quemado más allá que su piel. Cerró la puerta detrás suyo y, sin dar un paso más, estalló en lágrimas, en las lágrimas más emocionales, las que dejaban ver su estado; sus heridas. Sophia también estalló en lágrimas y se sintió demasiado mal en cuanto escuchó el primer sollozo de Emma que se deseó la muerte en ese momento, no sabía qué demonio la había poseído en ese momento. En cuestión de segundos, Sophia había recapacitado lo que no había podido recapacitar durante toda la cena, llena de enojo porque Emma había llegado a su apartamento con la mejor de las sorpresas; Camilla, su mamá. Era una bonita sorpresa, pero no era la obligación de Emma, ¿agh, Emma, cuándo vas a entender? Y lo peor de todo, según Sophia, era que Emma había pagado no sólo su estadía por un par de días en Manhattan, sino que tenía el servicio de auto cubierto, y había cubierto el viaje a Houston, todo lo había planeado con las mejores de las intenciones, pero era demasiado, Sophia se sentía mal, barata.

 

¿Y ver la química que tenía su mamá con Emma? Era excepcional, habían hablado casi toda la cena sobre la Sapienza, de lo que había cambiado y de lo que debería cambiar. Camilla estaba maravillada con la elocuencia de Emma, la hacía reír y, muy en el fondo, sabía que Emma pondría el mundo a los pies de Sophia con tal de tenerla, pero ya la tenía y sin tantas cosas. “…Vete… ahorita no quiero verte…ni mañana…no quiero verte…” era lo único que tenía eco en Emma, eso y el sonido de sus sollozos, de su congestión nasal. Tomó su teléfono sólo para llamar a Emergencias: “Nate, te necesito, ven a mi aptamento pro favor, te necesito” y sí, le temblaban los dedos, eran demasiadas emociones de una vez, concentradas en los gritos de Sophia, quien la había visto no sólo con odio y con enojo, sino también con asco. Y sí, Emma había decidido traer a su mamá antes de que ella se fuera para conocerla, era algo que no se podía perder, más porque sabía que, para que  Sophia se la presentara, pasarían siglos amargos de espera. Emma entró a su apartamento con la peor de las ganas.

- Bienvenida, Señora Soledad, tiempos sin vernos- susurró Emma, pensando en voz alta. – Sabía que no podía haberse ido tan lejos…- sacudió su cabeza, arrojando sus botas sobre el suelo de madera, que por primera vez no le importó cuidarlo, arrojó su abrigo y su bolso con odio a sí misma, como si su ropa le diera asco.

 

Abrió las puertas de su pantry y contempló su colección de bebidas alcohólicas y, sin pensarlo dos veces, alcanzó una botella de Vodka, aquella botella que tenía el año y medio de vivir ahí, empolvada por el olvido y por el daño que hacía, sí, era como tomar del que vendían en la farmacia. Y le dio un trago y no sintió alivio. Otro y tampoco. Otro, otro y otro y empezó a sentir aquel calor, aquella calma temporal, pero no dejaba de llorar. Arrastró la botella hasta la habitación de la biblioteca, dio otros tres tragos seguidos, ardía pero no ayudaba, abrió el piano y se sentó mientras llegaba a la mitad de la botella. “No quiero verte…¡ah, joder, qué dolor!”. Y la primera tonada; negra y tenebrosa, de miedo, de dolor, nada peor que “Lacrimosa” de Mozart, más unos cuantos golpes repentinos de frustración y enojo al teclado, haciendo retumbar el apartamento entero por no haber cerrado la puerta, es que no le importaba. Bebió a fondo aquella botella y sin vomitar, sin tener aquel reflejo, sólo quería perder la consciencia, despertar de esa pesadilla, de las palabras de Sophia.

 

- ¡Emma!- gritó Natasha desde la cocina, la estaba buscando. Se guió por el sonido violento del piano, de los golpes hostiles de Emma y la encontró, en la peor de las vidas, con la botella acostada sobre el suelo y ella apoyando su cabeza con su brazo sobre la caja, rozando las teclas con sus dedos de la mano derecha, no teniendo más fuerzas para apretar una tan sola tecla más. – Háblame- murmuró, sentándose en el banquillo con ella y tomándole su mano, calentándola. - ¿Te peleaste con Sophia?- Emma asintió, dejando salir más lágrimas de las que creyó haber tenido. - ¿Qué pasó?- Natasha le acariciaba su mano mientras intentaba verla a los ojos pero su mirada analizaba el entorno, la botella de vodka barato.

 

- Se enojó por lo de su mamá…y me gritó, me gritó fuerte y feo…no sabía que se iba a enojar tanto, sabía que no le iba a gustar pero creí que le daría más gusto ver a su mamá…- murmuró entre sollozos y ahogos, tratando de lidiar con la congestión nasal. – Me dijo que no me quería volver a ver…no ahora…ni mañana…que no quería verme…- y se dejó caer en los hombros de Natasha, quien no sabía qué decir, sintiendo el aliento pesado de Vodka en Emma, nunca la había visto así de descompuesta, así de herida.

 

Natasha la levantó, abrazada todavía y la llevó hacia su habitación, metiéndola  en la cama, abrazándola para no dejarla ir, dándole su hombro para que llorara todo lo que quisiera, para que ajara su blusa en su puño, sí, ahí estaba Natasha, por primera vez sin saber qué decir al respecto, sin poder darle una palabra que la calmara, pero ahí estaba para no dejarla sola, aún cuando había tenido que salir corriendo de la cama de Phillip.

 

- ¿Por qué no te vas?- murmuró Natasha mientras le limpiaba las lágrimas a Emma. Emma la volvió a ver con incomprensión. – Es trece, te vas el dieciséis…vete mañana, date un respiro, te podría servir- murmuró, sabiendo que huirle al problema no era la solución y, como psicóloga, estaba faltando a sus principios. – Puedo hacer que te vayas a primera hora mañana si así lo decides- y Emma, sin pensarlo dos veces, asintió.

 

Emma respiró hondo y, con aquella tristeza reprimida, revisó su teléfono para ver si había noticias de Sophia…y no. Se subió a un Taxi y, con la peor de las voces, le dijo que la llevara a la Castel Gandolfo, necesitaba un abrazo de su madre. Habría querido tener aunque fuera la mínima de las resacas, para no tener que pensar en Sophia y en sus palabras, sino en su malestar, pero no, el cuerpo había decidido abandonarla y dejarla pensar en su novia, en su enojada e hiriente novia. Y no esperaba una disculpa, sólo que le hablara, que pudieran olvidar el episodio…pero no, no, no y no. Era domingo de invierno, un invierno distinto que, aunque tuviera luz, era oscuro, frío, muy frío, desolado, el dolor adolescente.

 

- ¡Natasha! ¿Dónde está Emma?- atacó Sophia a Natasha en cuanto le abrió la puerta, todavía despeinada y en pijamas, más dormida que despierta.

 

- Sophia…- suspiró Natasha, no sabiendo qué decirle. No estaba enojada, o quizás sí, pero no sabía bien qué había pasado. – Pasa adelante, por favor…- murmuró, diciéndole a Phillip con la mirada que se metiera a su habitación.

 

- Natasha…por favor, dime dónde está…- su tono era evidentemente de preocupación. – Fui a su apartamento a las seis de la mañana, ya no podía aguantar más…y nadie me abrió, esperé y esperé y ya es medio día y nadie me abría…¿dónde está?- y Sophia se reventó en lágrimas.

 

- ¿Quieres un té?- preguntó Natasha, un tanto indiferente, pero sabía que el té no solucionaba las cosas, pero sí relajaba cuando era de jazmín. Sophia asintió. – ¿Has intentado llamarle a su teléfono?

 

- Como cien veces y me remite al buzón de voz…¿dónde está?- repitió, notando que Natasha estaba molesta con ella por lo de Emma, sí, Natasha tenía que saber.

 

- Sophia…- suspiró Natasha, alcanzándole una taza vacía. – Emma se fue a las cuatro para Roma…

 

- Pero no se iba hasta el domingo…

 

- Podría traumarte de por vida…pero así lo decidió- sonrió, disculpándose y mordiendo su lengua por no decir “la hubieras visto, estaba descompuesta, de verdad la lastimaste”.

 

- Soy tan estúpida…- murmuró Sophia, hundiendo su rostro en sus manos mientras cedía a la deshidratación por tristeza.

 

- No eres estúpida Sophia…no te digas así…¿quieres contarme lo que pasó?- oh, no, Psicóloga al ataque.

 

- Emma llevó a mi mamá a donde íbamos a cenar, la llevó a Per Se, ¿sabes el choque cultural que es para mi mamá Per Se? Todavía lo es para mí…y no sólo la llevó, sino que fue al JFK a recogerla, la instaló en Pennsylvania y luego a cenar…y estoy enojada…

 

- ¿Te enoja que Emma haya traído a tu mamá?- sonrió, aunque tratando de ocultarlo, era un bonito detalle en realidad.

 

- Es que no es el que la haya traído…es que odio que no me deja pagar nada, odio que me consienta tanto, odio que me de todo y yo no puedo darle nada…

 

- Sophia, Sophia, Sophia…no me digas que no te gusta que te consienta…no voy a tratar de hacerte sentir mal…es bueno que te sientas así, y no sé qué le dijiste a Emma, pero fue suficiente para que no fuera a trabajar…¡mierda! ¡TRABAJAR!- gritó, preguntándose qué carajos hacía si era viernes. – Diablos…me van a regañar…pero no importa, Emma y tú son más importantes…-suspiró, tratando de olvidarse de su trabajo.

 

- Le dije que no me gustaban muchas cosas de ella…y me dijo que para los gustos había colores, y sentí como si me había dado a entender un hiriente “si no te gusta, ahí está la puerta”…y le dije que ella tenía el color del ego, el color Emma…y me dijo que no le gritara, que ella no me estaba gritando…y realmente no me estaba gritando ahora que lo pienso, pero era ese tono con el que le hablaba a David…y me enojó más, le empecé a gritar, me llamó “Licenciada” y todavía me enojó más, me empezó a tratar de calmar…y en mi momento de furia le dije que si le faltaba la glándula del respeto, que no sé qué es eso, que por qué no captaba que lo que había hecho no me había gustado y que tampoco se lo había pedido…y le dije que no tratara de hacerme a su gusto, que yo no estaba tratando de hacerla a mi gusto, que no era un árbol de navidad para que decorara a su gusto…y no me respondió…y le dije que se fuera…- y Sophia era un mar de lágrimas, calentando sus manos con la taza de té caliente que le acababa de servir Natasha. Natasha tenía expresión de espanto. Whoa!

 

- En efecto…no es tan malo como pensé- sonrió, tratando de no preocupar a Sophia, aunque era peor de lo que pensaba. – No sé qué aconsejarte en realidad…no sé qué decirte…pero tienes dos opciones; llamar o no llamar…

 

- ¿Tú qué harías si fuera Phillip?

 

- Es distinto, Sophia…Phillip es un hombre que no conoce las peleas…pero, no sé, supongo que llamaría, pero antes pensaría bien mis palabras, hasta las escribiera supongo…

 

- ¿Con qué voz, con qué cara le digo a Emma que lo siento?- murmuró, limpiándose las lágrimas.

 

- Escríbele entonces…Sophia, todo en esta vida tiene solución, eso te lo puedo asegurar…y tal vez no es un “lo siento” lo que ustedes necesitan, sino algo más complicado que se llama “comunicación”- murmuró, viendo que Phillip quería salir de la habitación pero, con la mirada, le dijo que no. – Después de todo…te dijo que te amaba, Sophia…eso ya es algo, y muy grande, el amor no se mata por una pelea, no es sujeto de suicidio ni de estudio, es empírico- sonrió, abrazándola por los hombros, recordando lo emocionada que estaba Emma hacía dos días por la llegada de su potencial suegra y porque le había comprado a Sophia el regalo perfecto; algo que había averiguado mientras Sophia dormía un día y le preguntó qué quería de Navidad, le dijo “Quiero unos Prismacolor nuevos”, y Emma, no conociendo los límites, o no conociendo qué Prismacolor quería, le compró uno de cada uno, más una pluma estilográfica Tibaldi, parecida a la suya, Bentley también, pero en Dark Sapphire, más un Moleskine de “Le Petit Prince” y un hermoso Attaché rojo de Prada, más una tarjeta que decía “Feliz Navidad, mi amor. Porque no hay nadie que sepa usar todo esto mejor que tú, con todo mi amor, Emma.”, y todo iba envuelto en lona blanca que Emma había pintado abstractamente con tanto cuidado y amor y había logrado asegurar con un listón rojo de pulgada y media, le había puesto esfuerzo y amor .

 

- ¡Tesoro! Creí que venías hasta el lunes, qué sorpresa- saludó Sara a Emma, con un abrazo fuerte y tibio, justo lo que necesitaba.

 

- Mami…- murmuró Emma, pasando sus brazos por la espalda de su mamá y apretándola fuerte contra ella, no pudiendo contenerse las lágrimas que había logrado retener y esconder con sus gafas oscuras.

 

- Emma…¿Por qué lloras?

 

- Te he extrañado- murmuró Emma de nuevo, sabiendo que era cierto, pero que en realidad era Sophia, algo que no podía compartirle.

 

Sara era una señora clásica de casi cincuenta y seis años, un poco más baja que Emma, de cabello corto y liso, rubio y de facciones finas, no era delgada, tenía cuerpo europeo, curvilíneo y añejo. Llevó a Emma a su habitación, intacta, tal y como la había dejado el año anterior; una habitación relativamente pequeña y en forma de “U”, teniendo como isla el baño, teniendo el closet en la pared de la entrada, al lado izquierdo, el baño al lado derecho, para luego encontrar una mesa de dibujo y una silla frente a la ventana, seguido por la pared paralela al clóset, con repisas llenas de marcos con fotos, libros de arquitectura y uno que otro libro que le acordaba de su niñez y adolescencia, luego una cama pequeña, una cama de 90x200; arreglada a la perfección en sábanas beige de algodón, como de camiseta deportiva y una tan sola almohada que recordaba que era cómoda, al lado su mesa de noche con una lámpara y una foto con “Piccolo”, el Werimaraner, quien al llamado de Emma, corrió desde el jardín hasta la habitación para tumbar a Emma en lengüetazos. “Se me olvida lo bueno que es estar en casa”.

 

Emma se desvistió en frente de Piccolo, quien la observaba desde la esquina de la habitación con suma paciencia y con la bola de tennis al alcance. Se metió a la ducha, dispuesta a relajarse, a sentirse limpia, pero no, lo único que pudo hacer fue echarse a llorar, disimular su tristeza con el agua caliente, dejando que el agua caliente le corriera sin cesar, cayéndole exactamente sobre la nuca, viendo cómo caía sobre la base de la ducha que quemaba sus pies, pero en cierto modo era bueno, pues si sentía dolor era sinónimo de no haber muerto en vida.

 

Sophia intentaba llamarle a Emma, pero la llamada simplemente era desviada, el teléfono de Emma todavía no había captado el cambio de país y, aunque le saldría una fortuna por tenerlo en transacción de datos, no le importaba con tal que Sophia llamara o diera señales de todavía quererla. Emma salió de la ducha después de media hora de estar sometida al vacío y, a pesar de no sentirse emocionalmente mejor después de aquella catártica desolación, se metió en la Emma civil y normal, cero Haute Couture, cero Arquitectura, cero Manhattan, simplemente un jeans holgado y viejo, hasta manchado de pintura, una camiseta y su viejo suéter de la escuela, un suéter amarillo con letras rojas, un atentado, pero a Emma le gustaba, más cuando se ponía sus viejos Converse blancos.

 

- Emma…¿quieres un poco de tiramisú y un café?- preguntó su madre en cuanto Emma se sentó en la silla de la cocina, en donde normalmente comía, pues arreglar el comedor para dos personas era demasiado trabajo y, en el comedor, Piccolo no tenía permiso de estar. Piccolo a sus pies como siempre, lo había cuidado los primeros dos años en Milán, luego migró a Roma, ya adiestrado por Emma, para luego abandonarlo, pero la emoción del can era simplemente notable.

 

- ¿Tienes bourbon?- su mamá asintió. – Entonces sí, un café estaría bien…y doble porción de Tiramisú, por favor…¿tienes crema batida? Quisiera mucha encima, por favor…y salsa de chocolate si tienes…

 

- Es esa muchacha, ¿verdad?- oh, no. El mundo de Emma se detuvo por lo que pareció una vida entera. Emma la volvió a ver con cara de desconcierto. – Fred llamó para disculparse por haber hecho que mi hija se fuera en la otra dirección, ¿sabes?

 

- Madre…- murmuró Emma, apenada y con miedo.

 

- ¿Eres feliz así?

 

- Desde hace no-sé-cuántas-horas no…pero sí, lo soy, ¿no estás molesta?

 

- Eres mi hija…la única que no me ha dado la espalda…¿qué esperas, que te dé la espalda por algo así?- dijo, con una sonrisa y alcanzándole el Tiramisú tal y como lo había pedido. Emma se encogió de brazos. – Cuéntame…o es esa chica…¿Natasha?

 

- No, mami…Natasha es mi mejor amiga…

 

- Ah, pero es muy guapa- sonrió, alcanzándole el café y poniéndole la botella de bourbon a la par. – Ponle lo que creas necesario

 

- Se llama Sophia…Rialto…- y cuando dijo su nombre le dieron ganas de llorar otra vez.

 

- ¿La que trabaja contigo?

 

- Sí…mami, yo sé, no tengo que mezclar los negocios con el placer…sólo pasó…

 

- ¿Negocios y placer? Emma…ya estás grande, y no pretendo mantenerme en negación, sería inmaduro de mi parte…¿tú y Sophia…?

 

- Madre, por Dios…¿quieres que discuta mi vida sexual contigo?- dijo, escandalizada y con espanto. Su madre asintió. - ¿Estás segura que quieres saberlo? Digo, puede ser que sea crudo y cruel…

 

- Emma, crudo y cruel sólo lo conozco en el hombre que se supone que es tu papá…puedes confiar en mí- sonrió, poniendo su mano sobre la de Emma para evitar que llevara un bocado de Tiramisú a su boca.

 

- Si, mami…la respuesta es sí…

 

- No tiene ninguna enfermedad venérea, ¿verdad?

 

- No, mamá…¿quieres verla?- preguntó, sonriendo por primera vez desde que había llegado a casa, creyendo que la respuesta sería no.

 

Sara asintió con una sonrisa, preparándose para ver quién era la persona que tenía sufriendo a Emma de tal delirio mental, pero no le molestaba, le molestaba verla incómoda y triste. Emma sacó su teléfono, notando que no había señales de Sophia y se apresuró a meterse a “Photos” y presionar la primera foto, sí, una foto de sólo Sophia. Estaba en la oficina, viendo el plano de un proyecto que le había surgido, era un proyecto bueno, ahí mismo en Manhattan, para decorar el apartamento de una pareja que iba a contraer matrimonio. Estaba apoyada en el escritorio, con sus brazos tensos, sus hombros empujados un tanto hacia arriba, sonriéndole a la cámara, mostrando sus dientes y sus camanances, con sus gafas puestas, vistiendo una camisa blanca manga larga y de botones, con las mangas recogidas hasta antes de sus codos, deteniendo un lápiz entre sus dedos.

 

Pasó la foto y era otra vez Sophia, esta vez bebiendo vino tinto, sonriéndole a la cámara, con su cabello suelto y un tanto desordenado, pero estaba en la cocina de Emma, en un suéter rojo, mostrando la manicura que dejaba que Emma le pagara, pues habían empezado a ir juntas, y, de su muñeca derecha, colgaba su pulsera Pandora, la que Emma le había regalado.

 

- Es muy bonita, Emma- murmuró su mamá, viendo cómo Emma veía con amor a Sophia a pesar de ser una foto, le dio un beso en su cabeza y se retiró. – Date tiempo, llámala después…- gritó desde las escaleras.

 

“¿Cómo carajos sabe mamá lo que pasa? Se me olvida…es mamá. Punto.” Emma se terminó aquel Tiramisú y su café, que la calentó en el buen sentido de la palabra, dándole ganas de recorrer su primera construcción, su casa, su obra de arte, con Piccolo a su lado, por supuesto, a quien le otorgaba esporádicas palmadas en su cabeza. Saliendo a la terraza, respirando aire puro y sacando un cigarrillo para relajarse, el primero en una semana, admiró la vista del Lago Albano, y sintió lo mismo que la primera vez que se paró en el terreno, cuando tomó medidas personalmente de las dimensiones del terreno para poder levantar la casa de sus sueños, aunque por momentos se detenía a pensar: “¿En qué rayos pensaba al no poner esquina ahí? La vida hubiera sido menos complicada…pero, bueno…la vida es complicada, con esquinas o con curvaturas…es más fácil limpiar, pero cuesta encontrar un mueble que quepa ahí…quizás Sophia podría aconsejarme” y ahí estaba, Sophia otra vez en sus pensamientos.

 

- ¡Emma!- llamó aquella voz ronca desde el interior de la casa. “Excelente…lo único que faltaba”. – Aquí estás…- sonrió, abriéndole los brazos a su hija para que le diera un abrazo. Emma, sin soltar su cigarrillo, le dio un abrazo incómodo y distante que habría preferido no darle, más porque paseó sus manos sobre su cicatriz, reviviendo ese desprecio que se negaba a sentir por su padre. - ¿Cómo estás? Tu madre me dijo que no vendrías hasta el lunes, qué sorpresa, ma chérie- sonrió entre aquella barba de una vida entera.

 

- Te ves viejo, papá…- repuso Emma, a la defensiva y tratando de mantener distancia.

 

- Te ves muy bien Emma, estás delgada…¿cómo van las cosas en el trabajo?

 

- Excelente, estoy construyendo una casa en Boston, una en los Hamptons…y adivina qué, estoy remodelando la casa de los Van der Bilt, oh, sí…y también decoré Rockefeller Plaza- sonrió, con burla escondida, se sentía bien sacar su furia con el hombre que no quería que la tocara nunca más.

 

- ¿En serio?- dijo, boquiabierto.

 

- No, papá…- “facepalm, Papá”

 

- Siempre humor filoso, hija…te traje esto, por tu cumpleaños- murmuró, sacando un sobre del interior de su chaqueta. – Pensé que te podía gustar…ahora, creo que debo irme, sólo venía realmente a saludar, sé que no estás muy cómoda alrededor mío…lo siento- dijo, dándole un beso a Emma en su frente mientras Emma expulsaba el humo de su cigarrillo por la nariz, tomando el sobre de la mano de su padre.

 

- Piccolo, vai a prenderla!- gritó, arrojando la pelota de tennis lo más lejos que pudo al jardín. – Stefano…Franco…Quizás llegue a verte a casa…llamaré a tu secretaria para confirmarte- sonrió, un tanto forzada, tratando de anteponer el lazo sanguíneo ante su desprecio.

 

El papá de Emma salió de la casa con el mismo pesar de todas las veces, Emma siempre lo rechazaba de alguna manera, era como si le tuviera asco, como si no lo quisiera. Abrió el sobre y era una foto de Emma cuando estaba pequeña, con el abuelo Félix. Se sintió pequeña de nuevo, pero feliz, no sabía que tenía fotos con él. Fue a la cocina y encontró cerveza, lo único con alcohol en esa casa, bourbon sólo no era su favorito. Emma se hundió en el Chaise Longue de la terraza, decidida a terminarse las dos cervezas de un litro y a terminarse su cajetilla de cigarrillos en lo que contemplaba la oscuridad de la tarde, a veces le tiraba sin ver la pelota de tennis a Piccolo, la estaba pasando relativamente bien.

 

Llegó el día del cumpleaños de su mamá, y todavía no había tenido noticias de Sophia, se conectaba por horas interminables a Skype y Sophia nunca la llamaba, nunca se conectaba, nunca le llamaba, o un mensaje de texto, ni whatsapp, tanta fue la decepción que Emma decidió apagar su teléfono, al menos por el día de su mamá. Le había comprado una cartera Béarn de Hermès, nada muy grande ni escandaloso, y a su madre le tomaría tiempo averiguar qué marca era, o bueno, tal vez no tanto tiempo como esperaba. La había llevado a almorzar a Roma Sparita, en donde la había invitado a la mejor botella de Pinot Noir, sabor que le acordaba a Sophia, todo tenía que ver con Sophia, y Sophia ni sus señas.

 

Del otro lado del océano atlántico, Sophia pasaba horas enteras, entre el trabajo y revisando su teléfono, escribiéndole mensajes de texto a Emma, sabiendo que le saldría caro, pero estaba dispuesta a pagarlo, así como las llamadas y los interminables mensajes de voz que le había dejado: “Emma, por favor, contéstame…estoy arrepentida, por favor, perdóname. Sólo necesito saber que estás bien. Te amo, mi amor. “ o “Emma, te ruego que me contestes, estoy al borde del colapso, no he sabido nada de ti en más de cuatro días, no has dado señales de vida, por favor, mi amor, aparece, no ignores mis llamadas, necesito hablarte”.

 

- Ahora en la noche me voy a Houston con mamá, está empacando en el hotel todavía, ¿tú qué harás?- preguntó Sophia mientras tomaba el cigarrillo de los dedos de Natasha.

 

- Voy a Westport, los papás de Phillip y mis papás y unos cuantos amigos…me habría gustado que vinieras- dijo Natasha, sonriéndole sobre la copa de vino.

 

- Me habría encantado…- suspiró, temblando de frío en la terraza de Natasha.

 

- ¿Todavía no ha dado señales, verdad?

 

- No…estoy abatida…jamás he tenido una preocupación así de grande, Natasha- murmuró, dándole el cigarrillo a Natasha.

 

- A mí tampoco me ha respondido mis e-mails…no me ha respondido nada…pero, hey…tranquila- susurró, poniendo su mano en el hombro de Sophia. – Regresa en tres días - murmuró Natasha, con mirada comprensiva, partiéndose en mil pedazos por ver la desesperación de Sophia, que en ese momento le pareció que a Sophia le parecía que diecisiete pisos era una altura considerable para no sentir el golpe.

 

- Mi amor, ¿me consigues un Whisky?- interrumpió Phillip. Natasha asintió. – Yo no sé mucho de mujeres porque casi sólo con Natasha he tratado…y no me estás pidiendo mi consejo- dijo Phillip, apoyándose de la baranda de la terraza y encendiendo su Ashton. – Pero estoy dispuesto a ayudarte, si me dejas- continuó, exhalando el humo por su nariz.

 

- ¿Ayudarme? ¿Por qué me quieres ayudar?- preguntó Sophia sorprendida, pues con Phillip no tenía tanta confianza, no tenía confianza, punto.

 

- Porque cuando Emma es feliz, Natasha es feliz…y Natasha tiene días de estar preocupada por Emma…y si en mis manos está, que Emma sea feliz, créeme que lo haré…no sé lo que pasó, sobra decirte que si le rompes el corazón a Emma, se lo rompes a Natasha y de paso a mí…pero, quiero ayudarte, si me dejas…¿aceptas?

 

- ¿Y qué esperas a cambio?

 

- Oh, Sophia…yo no espero nada a cambio…espero que hagas feliz a Emma así como he escuchado repetidas veces que ella quiere hacerlo contigo…¿aceptas mi ayuda?- recalcó, extendiéndole la mano para cerrar el trato.

 

- Toda la ayuda es bienvenida, Phllip, gracias- estrechó su mano.

 

- ¿Cuándo regresas de Houston?

 

- El veintiséis en la mañana, a eso de las nueve

 

- Bien, Emma no viene hasta en la tarde, eso nos da tiempo, ¿a qué hora te vas a Houston?

 

- A las once de la noche sale el vuelo

 

- Dios, ¿vuelas con American?- dijo Phillip, un tanto confuso. Sophia asintió. – Tenemos tiempo, tenemos ocho horas para encontrarle a Emma el regalo de navidad perfecto

 

- ¿De qué hablas? ¿Tú me vas a ayudar a escoger un regalo para Emma?- preguntó, un tanto en voz baja porque escuchaba a Natasha abriendo la botella de Whisky, había tenido que ir al cuarto de bodega a buscar la última botella de Whisky, compraban treinta y seis botellas de Whisky para Phillip al año, ajustaban a la perfección.

 

- Sí, ¿dudas de mis conocimientos sobre Emma?- Sophia tambaleó su cabeza. – Bueno, ¿quieres que Natasha nos acompañe o tomarás el riesgo?

 

- No, no…tú, confío en tus conocimientos- Phillip sonrió, apagando el Ashton en el cenicero y cortándolo para más tarde.

 

- Amor, llevaré a Sophia a dar un paseo a donde Rowena- dijo Phillip a Natasha en cuanto le alcanzaba su Whisky.

 

- ¿Estarás de regreso para la cena? Así pido algo de comer, mi amor- sonrió Natasha, no preguntando ni a dónde iban, ni por qué, ni nada.

 

-Perfecto, asegúrate de que Sophia y su mamá coman algo antes o durante el vuelo, por favor, mi amor- sonrió Natasha, con una sonrisa que a Sophia le dio esperanzas.

 

Emma jamás se había sentido tan mal y tan descansada a la vez, se dormía a las cuatro de la mañana, hora local, y se despertaba a las cuatro de la tarde. Pasaba la madrugada sentada en la cocina, acariciando a Piccolo ya dormido. A veces  ponía una olla pequeña en la hornilla, un poco de leche, canela, nuez moscada, azúcar de vainilla y un poco de Brown sugar, y la calentaba para luego tomársela y sentirse levemente menos mal. Todos los días sacaba a Piccolo a dar un paseo al lago, sin correa, sólo caminando los dos, y Emma le hablaba, le hablaba todo el camino, de cómo era su vida, de su trabajo, de lo bien que se sentía estar en casa…y le hablaba de Sophia, por supuesto.

 

- ¿Natasha no te cuestiona nada, verdad?- murmuró Sophia en el ascensor.

 

- Sabe que voy a donde Rowena, ahí no hay nada malo…y no, Natasha no me interroga así como yo a ella tampoco, es parte de la confianza, Sophia…

 

- ¿Qué hay donde tu amiga?

 

- Rowena no es mi amiga, es una persona con la que solía trabajar y que logro sacar su negocio un par de veces al año…es el lugar perfecto para Emma, ya lo verás

 

- ¿Cómo sabes qué comprarle a Emma? Eso ni yo lo sé…

 

- Emma tiene muchas manías, Sophia, no debería asombrarte- sonrió. – Además, no es nada nuevo que le guste leer…y Emma no es de las que comprará un libro para leerlo en su iPad

 

- ¿Hablas de un original?

 

- Todos son originales, Sophia…pero no todos son primeras ediciones- Ah!

 

Una navidad patética para Sophia, escuchando a sus tíos pelear por quién había engordado menos, cuando la verdad…”libra, libra y media…” y reía en silencio. Tomaban vino tinto, no tenía un buen sabor, era un “Franzia” de caja, ah, el paladar se le había acostumbrado al Pomerol que tanto le gustaba a Emma, o a aquel Sauvignon del’96 que se habían tomado el día de su cumpleaños, postradas en aquella cama, desnudas, sonriendo y besándose, viendo HBO y comiendo paninis de queso Gouda, o aquel Bollinger Blanc de Noirs, o de un Dom Perignon o hasta el banal Veuve Clicquot…ah, todo era Emma, Emma, Emma, y Emma no respondía nada todavía. Habían intentado cocinar medallones de steak con salsa de vino tinto, pero habían usado Franzia y no Pomerol, y no sabía igual, no sabía a como Emma lo preparada, ah, sí, todo era Emma. Y Sophia no se sentía superior, eso era bueno, simplemente extrañaba a su sofisticada Emma que, así como ella estaba aprendiendo, Emma había aprendido y con razón no dejaba esa vida ni de broma.

 

Emma cocinó sólo para ella y para su mamá, cocinó canelloni con cangrejo y queso ricotta, acompañado de un Strawberry-Limoncello Cooler y, de postre, un panini con queso brie, chocolate y albahaca, lo suficiente para no poder caber en sus pantalones adolescentes y retirarse a dormir antes de las doce junto con Piccolo, habiendo recibido el regalo de su madre: un marco de fotos para que pusiera una de ella y Sophia juntas, Emma era difícil de regalarle algo.

 

Sin haber sabido de Sophia por más de diez días, su corazón partido por haberse ido de Roma y por no saber nada de Sophia, volvía la ansiedad de saber qué tenía el futuro para ella; un futuro con o sin Sophia. Recostada en el asiento C81 del vuelo de Lufthansa Roma-JFK en el Boeing 747-400, dejándose llevar por Raul Rincon y su “Dry Martini” mientras ingería el único Pinot Noir que ofrecían y devoraba un Coq Au Vin, pensaba en si buscar a Sophia o no, pero tendría que esperar dos horas más porque su vuelo se había atrasado por mal tiempo, dos horas menos sin saber de Sophia. Pero tuvo tiempo para ingeniárselas…y hacer que Sophia la perdonada por ser tan pomposa y entrometida, después de todo se había pasado, sí, lo estaba considerando, por fin consideraba que Sophia tenía razón, pero, aún así, no era razón suficiente para gritarle de la manera que lo hizo, al fin y al cabo, las palabras eran lo que menos importaba, pues era el grito el que la había herido, sí, eso era, el odio a los gritos, tanto odio que no visitó de nuevo a su papá porque, al escuchar su voz, los recuerdos de sus gritos se le materializaban, y no era sano.

 

Habiendo dormido tan poco pensando en cómo pedirle perdón a Emma, y en ideándoselas para envolver el regalo de Emma, se le ocurrió tomar la Vogue Paris, la Vogue USA y la Harper’s Bazaar y empezó a recortar cosas que le recordaban a Emma, poniéndolas sobre un pliego de papel blanco, pegándolas de tal manera que parecía una cascada de colores, para luego envolver aquellos tres libros primera edición, que la mitad la había pagado ella y la mitad Phillip y, aunque debiera mucho, se sentía feliz y satisfecha de al fin poder pagar algo, más para Emma. Llegó al apartamento de Emma a la hora que supuestamente aterrizaba, calculando que le tomaría una hora en llegar, pero quería asegurarse que estuviera ahí para cuando ella llegara.

 

Usando todo lo que Emma le había comprado aquella vez en Bergorf’s; una blusa Gucci azul marino, a finas rayas blancas con el cuello y las muñecas en blanco, un jeans Michael Kors amarillo pálido, unas Dardatas café natural de ochenta y cinco milímetros, cinturón del mismo tono de las botas, bufanda Loro Piana rosado pálido y en un short pea cot Altuzarra azul marino, sí, y la Rachel Zoe Tote bag le daba el toque inspirador, hola, Sophia fashionista. La esperó ahí, sentada en la silla del pasillo, apoyada de la mesilla de corredor, en donde descansaba el regalo de Emma más una bota de Navidad llena de Godiva, en la que Sophia, con paciencia y valor, había escrito “Emma” con brillantina, toda una odisea, una tarde entera de manualidades después de haberse despedido de su madre, quien se había quedado en Houston, pues Emma, a petición de su potencial suegra, había arreglado para que saliera de ahí y no tuviera que esperar mucho.

 

Pasó una hora, Sophia estaba anticipante a la llegada de Emma, pero Emma nunca llegaba, esperó media hora más y tampoco, otra media hora y tampoco, se empezó a preocupar, “ Tal vez fue donde Natasha primero…tal vez no va a venir, pero entonces Natasha está en Westport pero entonces tendría que estar aquí, pero no está, entonces ¿qué pasó?”. En ese momento Sophia pensó que tal vez darle un regalo no era lo correcto, pues no quería que se sintiera como se sentía con su papá, que intentaba comprar su perdón, pero en realidad era sólo un regalo que, pasara lo que pasara, lo iba a tener, pues era de ella, lo había comprado pensando en ella, y debía dinero a Phillip por ella, y había logrado al fin pagar algo para ella, y al fin se sentía feliz con alguien y consigo misma, alguien con quien podía compartir no sólo un espacio, sino suspiros y besos e ideas y sueños, alguien que la escuchaba. Esperó una hora más y Emma todavía no aparecía, Sophia sintió una aflicción inhumana, una aflicción que no se la deseaba a nadie nunca, y empezó a llorar de la desesperación, “¿Cuánto más tengo que esperar? ¿Vendrá? ¿No vendrá? ¿Dónde estás, mi amor? Ah, qué horror esperar” y hundió su rostro en sus manos, inclinándose hacia el suelo pero todavía sentada, hundida en su aflicción y en su arrepentimiento.

 

- ¿Por qué lloras? No me gusta que llores…- murmuró Emma, hincándose ante Sophia, que, cuando Sophia levantó su mirada roja, Emma secó sus lágrimas con la punta de un Kleenex que había logrado sacar en silencio en cuanto había logrado terminar de subir las gradas. Sophia se quedó sin palabras, justo cuando necesitaba decir algo, no podía, se odiaba. – Ojos así de lindos no deberían llorar…- susurró, limpiando su nariz con el resto del Kleenex. Le dio un beso a los nudillos de Sophia, intentando no llorar ella también, no soportaba ver a Sophia llorar. - ¿Quieres pasar?

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