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Antecedentes y Sucesiones - 19

en Lésbicos

— ¿Se puede? —asomó Sophia su cabeza por la puerta entreabierta de la oficina de Volterra, aunque, claro, antes de asomarse había llamado como cualquier otro mortal que respetaba la idea de una puerta no abierta y de la ausencia de secretaria.

     — Por favor —sonrió Volterra, desviando su mirada de la pantalla mientras se quitaba los anteojos, y se puso de pie con cierto aire de nerviosismo e incomodidad por el simple hecho de ser Sophia y de saber que recientemente no había hecho nada como para que se mereciera un disgusto ajeno.

     — ¿Estás ocupado? —le preguntó, abriendo la puerta pero permaneciendo al borde de la oficina, y le mostró un Flash Drive que colgaba de su dedo índice y un folder entre su mano.

     — No, por favor —repitió—, pasa adelante —le dijo, invitándola a tomar asiento.

     — Gracias —murmuró, cerrando la puerta tras ella y tomando asiento en la butaca más cercana.

     — ¿Ya almorzaste? —sonrió, intentando emplear la táctica del “small talk” que no se le daba bien alrededor de nadie, en especial de Sophia.

     — Me comí el mejor Kotopoulo Giouvetsi de mi vida —asintió—. O de lo que va del año.

     — Me podrías estar insultando y yo ni enterado —rio, apoyándose del borde exterior de su escritorio para estar frente a frente con Sophia.

     — Es pollo horneado con orzo, salsa de tomate y feta… si no me equivoco —resopló—. Lo que importa es que estaba rico.

     — Buen provecho —sonrió un tanto conmovido y sin saber exactamente por qué.

     — ¿Tú ya comiste? —correspondió la sonrisa para relevar el agradecimiento explícito y verbal.

     — Liz me traerá algo de comer cuando ella regrese de almorzar… me dijo que me iba a traer un “mean Fettuccine alla Panna” —rio—, lo que sea que eso signifique.

     — Que es muy, pero muy bueno —repuso Sophia, como si para ella eso no fuera una expresión un tanto contradictoria y engañosa—. Cosa que dudo mucho.

     — Tanto como para bajar mis expectativas —rio Volterra mientras sacudía su cabeza.

     — ¿Alguna vez has probado le Fettuccine alla Panna de mi mamá? —ladeó su cabeza con una sonrisa demasiado inocente como para no tener intenciones secundarias.

     — Mmm… —suspiró, intentando descifrar cuál era la respuesta correcta.

     — Supongo que, si los probaste, fue hace demasiado tiempo —dijo, quitándole ese peso de encima al hombre que podía hacer sudar con una simple insinuación lejana—. Le diré que haga cuando venga, así refrescas el paladar y confirmas lo que digo.

     — Tú sólo me dices y yo llego —sonrió—. ¿Cuándo viene tu mamá al final?

     — Jueves veintidós a la una con cincuenta, llega a Newark… y se va el nueve a las cuatro con cincuenta, saliendo del JFK, y, por si te interesa, no hace escala en ninguna parte y viene en primera clase —ensanchó su sonrisa.

     — Cómoda —resopló—. Me alegra.

     — Yo le ofrecí traerla con el equipaje —bromeó—, lo de primera clase es obsesión de Emma.

     — Me lo imaginé —rio—. Tu hermana no viene el mismo día, ¿verdad?

     — No, mi hermana viene el veintisiete y se va el tres… tiene que ir a clases.

     — ¿Y quién se va a quedar con ustedes? —preguntó con intenciones que según él eran ocultas.

     — ¿Cómo que quién se va a quedar con nosotros? —sonrió traviesamente.

     — Sí… ¿se va a quedar la mamá de Emma con ustedes o van a ser tu mamá y tu hermana?

     — En todo caso la hermana de Emma con Sófocles… o Aristóteles… o Eurípides… o como sea que se llame, que ahorita no me acuerdo de su nombre porque Emma siempre se lo cambia.

     — ¿Y ése quién es? —rio.

     — El esposo.

     — No sabía que la hermana de Emma venía, tampoco sabía que estaba casada.

     — ¿Sabías que tenía una hermana? —bromeó.

     — Laura —guiñó su ojo derecho—. No todo se lo puede guardar, ¿sabes?

     — Evidentemente —asintió—. En fin… mi mamá, por el tiempo que esté mi hermana aquí, se va a quedar en el Plaza… y creo que mi suegra se va a quedar todo el tiempo en el Plaza, viene el novio, y, después de aquí, van a San Francisco por unos días… ¿necesitas tú en dónde quedarte? —rio.

     — Muy amable —sonrió—, pero Trump me tiene muy bien acomodado por el momento.

     — ¿Cuándo te vas a mudar?

     — Cuando ustedes dos ya regresen a trabajar con normalidad después de su boda… pues, para tomarme un par de días libres y no dejar el barco sin capitán.

     — Metáforas navales —resopló—, hasta mucho te habías tardado.

     — ¿Qué le puedo hacer? —se encogió entre hombros—. Ése soy yo.

     — Lo sé, lo sé —asintió.

     — En fin, ¿cómo estás con los nervios? —dijo, decidiendo cambiar el tema para hacerlo más personal para Sophia y, en cierto modo, más distante para él, pues eso sí que lo ponía nervioso.

     — La boda no ha logrado hacer efecto nocebo todavía; no me está quitando el sueño, no me da más hambre, y definitivamente tampoco me obliga a obsesionarme con los preparativos porque ni sé qué te voy a dar de comer… sólo sé que hay elección carnívora y vegetariana.

     — Bueno, supongo que si algo no sale como te guste… no sé, supongo que tienes el aniversario de madera para hacerlo a tu gusto.

     — Creí que sólo se celebraban los veinticinco, los cincuenta y los setenta y cinco —frunció su ceño—, digo: públicamente.

     — A discreción de cada quién, supongo —se encogió entre hombros—. Tendría que consultar mi manual de “organización de bodas y eventos varios” —rio sarcásticamente.

     — No le veo tanto sarcasmo por el simple hecho de que sabes que el quinto aniversario es el de madera —repuso, dándole una bofetada al sarcasmo de quien tenía la actitud apropiada de padre de familia.

     — Nunca dije que fuera el quinto —rio con una suave y corta carcajada—. Dije “de madera” porque sé que no le vas a regalar un dowel de nogal por mucho que le guste.

     — Eso de los regalos sí me estresa —murmuró, intentando no ceder al estrés repentino de lo que significaba buscar qué regalarle a Emma.

     — ¿Por qué?

     — ¿Tú alguna vez le has regalado algo a Emma?

     — Mmm… —frunció su ceño y sus labios—. Sé que le dan ganas de vomitar y que puede hasta hiperventilar cuando recibe un regalo —rio.

     — Y tú y yo sabemos que no es precisamente de la emoción —asintió entre una risa.

     — Mis regalos son más un “tómate el resto del día libre” si la veo con resaca o como que no ha dormido nada —se encogió entre hombros.

     — Bueno, yo no soy su jefa como para decirle que se tome el resto del día.

     — No, y tampoco es como que necesita que yo se lo diga para poder hacerlo —rio—. ¿Ya le has regalado cosas?

     — Contadas veces —asintió—, y últimamente me dice lo que quiere y yo sólo voy, se lo compro y ya: fin de mis problemas de estrés.

     — ¿Y por qué no le preguntas qué quiere?

     — Porque ya me lo dijo.

     — ¿Y…?

     — Es como que yo te diga que de cumpleaños quiero que me regales que gli Azzurri, o la Ethniki, gane el mundial —rio.

     — ¿Tan fuera de tu alcance está? —se carcajeó.

     — Iba más por la línea de que no era lo suficientemente gratificante para mí, pero también.

     — Oh… ¿no quieres que gli Azzurri gane?

     — Me puede importar demasiado poco —se encogió entre hombros—. Yo no tengo una camisa oficial de De Rossi porque fue al único que Prandelli convocó de la Roma… y tampoco estoy esperando a que sea diez de junio para cerrar mis pronósticos en una quiniela de fase de grupos por la que me voy a atrever a poner cien dólares por cada partido por el que no acierte, mucho menos para apostarlo contra Phillip, quien tiene una fórmula para predecir ganadores, tampoco se me hace un nudo en la garganta cuando pienso en que Uruguay o Inglaterra nos pueden ganar, y tampoco tengo a Pirlo por excusa absoluta —rio—. Ni siquiera tengo una camisa de Gekas… por mí que gane el mejor humor y los penalties… ¿de quién es tu camisa?

     — De Cassano —resopló—, pero, por lo visto, no creo que sepas quién es.

     — Para el lunes me puedes preguntar lo que sea —sacó su lengua.

     — Lo haré, lo haré —asintió, pensando que sería un gesto muy bueno, quizás no bonito ni de buena fe, eso de que le hubieran nacido ganas de regalarle una camisa de gli Azzurri porque no podía concebir a un italiano al que no le gustara la Calcio, mucho menos el futbol como unidad nacional, pero, dentro de todo, no sabía si Sophia podía contar como italiana a nivel social por esa molesta influencia griega que se había apoderado, cual parásito, del momento de su concepción—. Volviendo al tema central, ¿qué te va a regalar ella? Si es que puedo preguntarlo y saberlo, y es apto para mayores de doce años o acompañados por un adulto —sonrió.

     — Está pagando todo.

     — ¿En estos dorados tiempos todavía es la novia quien paga la boda? —preguntó, desencadenando en Sophia una carcajada relativamente prolongada—. ¿Qué?

     — La boda la paga pero para su propia gratificación y satisfacción, yo podría ir al City Clerk o a Las Vegas —sonrió—. Me refería a…

     — ¿A la luna de miel?

     — No sé por qué no me gusta cómo se llama eso —asintió.

     — ¿”Luna de miel”?

     — Suena terriblemente mal —sacudió su cabeza—. Ridículo, inclusive.

     — ¿Y cómo quieres llamarle? —rio.

     — ¿”Vacaciones”? —dijo con tono relativamente cínico—. Digo, es un poco anticuado llamarle así… o inapropiado, si así lo quieres llamar.

     — ¿Por qué?

     — Porque se supone que el nombre proviene de costumbres que involucran bebidas con miel o de miel, y con referencias cínicas al ciclo menstrual de una mujer —sonrió—. El hecho de que el ciclo menstrual dure veintiocho días y el ciclo lunar dure veintinueve… —murmuró, balanceando sus manos para que Volterra terminara la idea en su cabeza.

     — ¿Y esa explicación de dónde la sacaste?

     — Realmente no quieres saber —sacudió su cabeza con una sonrisa mientras cruzaba su pierna izquierda sobre la derecha.

     — ¿Te la acabas de inventar?

     — Imaginación espacial tengo, imaginación histórica no —rio.

     — ¿Entonces?

     — Fue “pillow talk” —guiñó su ojo.

     — ¿Tu almohada tiene complejo de enciclopedia? —dijo con cierto sarcasmo.

     — Son de memoria, quizás por eso guardan tantos secretos —siseó ridiculizantemente, haciendo que Volterra riera—. “Pillow talk” es el término que se usa para esa conversación después de tú-sabes-qué.

     — Oh… —se sonrojó, intentando bloquear todo tipo de tangentes mentales al respecto.

     — Yo no sé si la información es cierta o no, pero todo ritual tiene explicaciones un tanto bizarras —sonrió sarcásticamente—. Cual Remo y Rómulo…

     — Lo que pasó, pasó —repuso, estando a punto de tirarse de clavado en el silencio incómodo.

     — Supongo —se encogió entre hombros—. Y, hablando del Imperio Romano… —dijo, alcanzándole el Flash Drive—. Necesito una consulta profesional.

     — Lo que necesites —sonrió, tomando aquel Flash Drive en su mano para conectarlo a su iMac.

     — No hablo de una consulta como compañero de trabajo —le dijo, y Volterra se tornó pálido, pues sólo se le ocurrió que le pediría una consulta de un tipo para el que no conocía respuesta o asesoría—. Hablo de una consulta como Arquitecto.

     — No te entiendo —murmuró, dejándose caer sobre su silla de cuero.

     — Yo no soy Arquitecta, quizás logro entender una que otra cosa de ver a Emma trabajar, pero necesito que me digas si lo que tengo en mente es posible… y no sólo posible, sino factible en un sentido de eficaz.

     — ¿Quieres contratarme? —frunció su ceño.

     — Así es —asintió.

     — Emma debe estar ahogada en trabajo como para que no recurras a ella —rio un tanto incómodo, notando que el Flash Drive sólo tenía los archivos justos y necesarios.

     — No tanto así —sacudió su cabeza, y se impulsó con ambos brazos para ponerse de pie—. No sé cuáles planos podrías necesitar, por eso los pedí todos.

     — ¿Te importaría decirme qué es lo que quieres que haga?

     — Aparentemente, según lo que me dijeron anteayer —suspiró, acordándose de la plática que había tenido con Phillip mientras paseaban a Darth Vader por Central Park mientras Natasha se dedicaba a alimentar a los patos del Pond y Emma se quejaba de la muerte que anunciaba con antelación como si se tratara de mantener la costumbre intacta—, tengo la necesidad de regalarle algo a Emma, y, en esta ocasión, es necesidad patológica querer regalarle algo que no sea algo que ella me diga que quiere; algo que sea lo suficientemente gratificante para mí… por muy egoísta que eso último suene.

     — Mujeres… —resopló, sacudiendo su cabeza—. ¿Quién las entiende? —susurró para sí mismo mientras seguía sacudiendo su cabeza.

     — Son los planos de la casa de Emma en Roma —le dijo, apoyándose del escritorio con su mano izquierda mientras se asomaba por sobre su hombro—. Voy por proceso de eliminación para encontrar el regalo perfecto.

     — ¿Qué es lo que le quieres regalar exactamente? —preguntó, esperando a que el archivo abriera por completo, y Sophia sólo rio nasalmente—. ¿Quieres algún tipo de “guest house”?

     — Sí te das cuenta de lo que me estás preguntando, ¿verdad? —resopló, sumergiendo su mano en el recipiente de chocolates que Volterra le ofrecía con una sonrisa.

     — Emma no tiene cara de ser una invitada en su propia casa, por eso preguntaba.

     — Quizás no sepas que su hermana está casada con un Platón, pero sí que la conoces más de lo que aparentas decir que la conoces.

     — Voy a tomarlo como un elogio —resopló, viendo cómo Sophia escogía un Scharffen Berger de leche al no ser una persona que gozara de un bittersweet o dark, así como Emma en las extrañas ocasiones en las que ingería chocolate—. Entonces, si no quieres una “guest house”, ¿qué es lo que quieres?

     — Ve al primer piso —sonrió, quitándole el envoltorio a uno de los mejores chocolates que había probado en toda su vida, y le agradeció a Volterra el gesto de haber cambiado los Ferrero por algo con más clase y con mayor sabor, y con menos avellanas.

     — ¿Primer piso americano o primer piso europeo?

     — Emma diseñó la casa, ¿tú qué crees? —elevó su ceja derecha, tal y como Emma solía hacerlo, sólo que su ceja no llegaba a tal altura.

     — Con razón se me hacía conocido el diseño —rio—, era el proyecto central en su portfolio cuando vino, ¿ya no lo tiene allí, verdad?

     — No.

     — ¿Tú sabes por qué?

     — Porque prefiere tener un proyecto para cada área que tener algo tan personal, supongo que no quiere que lo juzguen —se encogió entre hombros.

     — El hogar no se juzga —susurró, volviéndose hacia la pantalla para ver el plano del primer piso.

     — Restauración, remodelación, construcción, paisajismo y ambientación sí se juzgan, y, quien no sepa que es su casa, probablemente también lo juzgaría.

     — Es un diseño complicado, pero no le veo mucho por qué juzgarlo —sonrió genuinamente—. En fin, ¿qué quieres que vea?

     — Aquí —dijo, señalando una habitación—. Quiero saber si se puede reorganizar.

     — ¿No es ése tu trabajo?

     — La distribución no me sirve para lo que quiero… quiero saber si el baño lo puedo mover.

     — Un baño no se puede sólo “mover” —rio.

     — O sea, desaparecerlo de donde está y colocarlo en otra parte.

     — De que se puede, se puede… la pregunta es, ¿cuál es el presupuesto?

     — Considérame un cliente de esos a los que todos adoramos —sonrió.

     — ¿Emma sabe sobre esto?

     — Y me gustaría que no supiera —sacudió lentamente su cabeza.

     — ¿Y cómo planeas hacerlo si tú estás aquí, y yo también, y la casa está allá?

     — Tú preocúpate por el diseño, yo me preocupo por Emma y por lo demás.

     — Entiendo, no más preguntas de las pertinentes y de las necesarias.

     — Por favor —susurró—. Y más te vale ponerte precio —dijo, alcanzándole el folder que había llevado consigo—. Quiero saber si se puede hacer lo que está aquí —murmuró, viendo la hora en su reloj, y vio que era hora de correr para estar a tiempo en su reunión en Midtown.

     — ¿Para cuándo quieres saberlo?

     — No quiero que lo tomes como prioridad, pero sí me gustaría tenerlo en la brevedad de lo posible.

     — Mmm… está bien —asintió—. Hablando de precio, ¿qué te parece si me pagas con muebles?

     — Ya discutiremos eso luego —sonrió satisfecha mientras buscaba su teléfono en su bolsillo para hablar con la dueña de la casa, la que no era Emma—. Tengo una reunión en media hora, ¿te veo luego?

     — No tengo planes de irme temprano —sonrió, viéndola alejarse en dirección a la puerta mientras buscaba el contacto de Sara en FaceTime Audio.

     — Alec —murmuró, deteniéndose frente a la puerta.

     — ¿Sí?

     — Gracias —dijo, notándosele el agradecimiento desde lo más profundo de sus entrañas.

     — Para eso estoy, Sophia —se encogió entre hombros al no saber qué más podía decir—. Que te vaya bien.

     — Gracias —repitió con una sonrisa, y salió de aquella oficina mientras llevaba su teléfono a su oreja.

 

x/x

 

— Perdón por el retraso —se disculpó la mujer que hoy no se veía tan seria, quizás porque ya era casi el final del día y ya no tenía ganas de llevar la típica chaqueta que se había arrojado encima desde Harvard Law; hoy había cedido a la primaveral temperatura al recogerse las mangas de su camisa blanca hasta por debajo de sus codos, y, de alguna forma, se notaba que había tenido un día más rudo que sólo rudo—. El tráfico está espantoso —sacudió su cabeza, no logrando sincronizarse con Emma, pues, siempre que alguien llegaba a ella, en una reunión, se tenía que poner de pie.

     — No te preocupes —sonrió, saludándola con un respetuoso apretón de manos que luego se convirtió en un beso educado y distante en la mejilla izquierda—. Sé que el tráfico de las cuatro-cinco es demasiado caótico… espero que no te haya tocado caminar tanto.

     — No, para nada; logré que me dejaran al frente —sonrió, cruzándose de brazos y empezando a caminar al lado de Emma.

     — Qué bueno —sonrió de regreso, buscando su cartera para sacar la tarjeta que tenía, al reverso de la impresión de Les Demoiselles d’Avignon, donde decía que podía entrar desde una hora antes que se le abriera al público mortal; nada que trescientos sesenta dólares al año no pudieran hacer.

     — ¿Cómo has estado? —murmuró un tanto extrañada al estarse dirigiendo directamente al acceso y no a la taquilla.

     — Bien, bien… con bastante trabajo —sonrió, abriendo su bolso para el de seguridad, ese que se encargaba de cerciorarse de que un lápiz labial no fuera el medio perfecto para robarse, precisamente, a Les Demoiselles d’Avignon del quinto piso—. ¿Y tú?

     — Igual, con bastante trabajo… me he pasado toda la semana en la Corte —suspiró, imitando a Emma pero con su portafolio, pues también un par de carpetas y bolígrafos podían ser el medio perfecto para robarse, bajo otras circunstancias, una de las pinturas que a Emma sí le gustaban; el Rothko del sesenta y nueve que era pintura y tinta sobre papel, y que era tan delicado que era por eso que no lo tenían en exhibición para todos los mortales—. No sé por qué te imaginé más como del MET —comentó, que pareció que fue un simple vómito cerebral.

     — Mmm… —tambaleó su cabeza—. Me gusta la parte egipcia y la griega y la romana… creo que, en realidad, sólo usé las escaleras para ver la exhibición de Alexander McQueen en el dos mil diez; creo que el MET es otro tipo de arte. ¿A ti te gusta lo que hay en el MET?

     — Comparto el gusto por la parte egipcia, y creo que sólo fui después de ver la película en la que Pierce Brosnan se roba una pintura…

     — El Saint-Georges majeur au crépuscule de Monet —sonrió.

     — Supongo, no sé el nombre —resopló.

     — Adivino, no lo encontraste.

     — ¿Cómo sabes?

     — Porque esa pintura no la administra el MET —resopló—, no me acuerdo si es el museo de Cardiff o el Bridgestone en Tokyo quien lo administra.

     — Con razón —sacudió su cabeza, sintiéndose completamente engañada, pero, hey, Hollywood es otro mundo—. ¿Fanática de Monet?

     — Mmm… —tambaleó nuevamente su cabeza—. No me molestó nunca, pero, entre Renoir, Degas y Monet… me quedo con Monet.

     — Creí que Degas no era Impresionista.

     — No le gustaba el término —rio—, pero eso no lo hizo menos Impresionista que Monet o que Sisley… era demasiado exquisito —dijo sarcásticamente, dibujando un gesto gráfico del epíteto con sus dedos.

     — Todos ellos eran exquisitos —sacudió su cabeza—, si no eran narcisistas eran egocéntricos, o tenían delirios de grandeza.

     — Eso no es exclusivo de ellos —rio, deteniéndose frente al ascensor y presionando el botón que tenía la flecha hacia arriba—. Voy a tomar el riesgo de asumir que no eres una fanática del arte.

     — No le veo lo grandioso a Picasso —se encogió entre hombros—. O a van Gogh.

     — Yo tampoco… ni a Frida Kahlo, ni a Pollock, ni a Warhol, ni a Munch, ni a Rembrandt, ni a Dalí, ni a Goya, ni a Botticelli, ni a Botero… —se encogió entre hombros.

     — Entonces, si no le ves lo grandioso a ninguno de los “grandiosos”, ¿qué hacemos en el MoMA?

     — Me gusta Rothko, aquí tienen dos o tres obras en exhibición —sonrió—. En realidad, creo que mi pintor favorito es Kandinsky, pero él está en el Guggenheim… al menos la serie que me gusta.

     — ¿Y qué hacemos en el MoMA cuando deberíamos estar en el Guggenheim? —rio.

     — Vengo a hacer mi tarea —sonrió de nuevo, ofreciéndole el paso para que entrara primero al ascensor—. Espero que eso no te moleste.

     — No, para nada —sacudió su cabeza, pues, de igual forma, estar fuera de la oficina le gustaba, más si le estaban pagando por salir de ella—. ¿Qué clase de tarea tienes?

     — A Sophia le gusta Monet —sonrió, estando con su mirada fija en el contador de pisos del ascensor, pues quería llegar al quinto piso para entrar a la sala número nueve, en donde se encontraba aquella larga pintura que tanto le gustaba a su prometida—. A veces, cuando sufre de algún estancamiento creativo, viene aquí para… no sé, supongo que para inspirarse o para relajarse—se encogió entre hombros—. Cuando sale de aquí ya tiene nuevas ideas, y buenas ideas debo decir.

     — Entonces, ¿vienes a inspirarte?

     — No —sacudió su cabeza, sonriendo por haber llegado, al fin, al quinto piso—. Vengo a hacer research de fotografía mental—guiñó su ojo—. No me gusta buscar este tipo de cosas en internet, siento que siempre les falta algo. ¿Qué tal te fue ayer con Sophia?

     — ¿No te comentó nada? —preguntó un tanto extrañada.

     — Dijo: “nada que no se hablara sobre un Latte” —se encogió entre hombros.

     — Estás nerviosa, ¿verdad? —resopló.

     — Sí, y sé que se me nota… que respiro nerviosismo —asintió, reacomodándose su bolso Prada Saffiano rojo al hombro.

     — ¿Por qué estás nerviosa?

     — No sé, no puedo explicar la razón, sólo sé que estoy nerviosa —se encogió entre hombros al mismo tiempo que se cruzaba de brazos—. No sé si es porque creo que, fatalista y catastróficamente, pienso que Sophia puede ser víctima de un par de cold feet, o que no nos den la licencia, o que no sé… —suspiró, aflojando su cuello.

     — Por lo de la licencia no te preocupes —sonrió—. Estoy segura de que se las van a dar…

     — ¿Y si no?

     — No te preocupes —resopló—, iremos el lunes a primera hora a sacar esa licencia, y te prometo que saldrás de allí con la licencia en las manos —le dijo Helena, pero notó que eso no era suficiente—. Lo más que pueden hacer es ponerse estúpidos a la hora de hacer su trabajo, cosa que nunca hacen… pero para eso estaré yo, y, si yo no lo puedo solucionar en el momento, nada que Romeo no pueda solucionar con una llamada telefónica —dijo reconfortantemente—. Si es por cold feet, sinceramente lo dudo; ha firmado cuanto papel me has dicho que le ponga enfrente.

     — Los nervios son mis peores enemigos —se encogió entre hombros.

     — Te pregunté si no habías hablado con ella sobre nuestra reunión ayer por eso —le dijo—, lo que hablamos probablemente te tranquilizaría.

     — Intento no pensar en eso —sonrió ya más repuesta—. Pero no sé si es normal.

     — ¿Pensar que te van a dejar plantada? —resopló, y Emma asintió—. Creo que ese pensamiento, junto con el de que no sabes si te va a quedar el vestido, es muy normal.

     — El vestido es lo que menos me preocupa —rio—, si ese día no me cierra, cosa que dudo demasiado, tengo un plan B.

     — Novia no-convencional —murmuró—. Pero, de todas formas, la situación no es tan convencional.

     — Did you starve yourself to death just to fit into your wedding dress? —le preguntó con su ceja hacia arriba, deteniéndose para verla a los ojos con cierta burla y con cierto cinismo.

     — Yo… —entrecerró sus ojos, arrastrando el sujeto de la oración al no saber cómo era que Emma sabía que era casada—. Me casé en el Ayuntamiento, un miércoles, entre dos casos para los que tenía que estar en la Corte; me casé a la una y cuarto, y, para la una y media, yo ya era la Señora Miller.

     — ¿Hambreaste o no? —levantó más su ceja derecha.

     — No tenía ni vestido, claro que no me suicidé del hambre.

     — Yo tampoco me estoy matando del hambre —sonrió—, no tengo tiempo para hacer eso —dijo, y se volvió hacia su izquierda para entrar a la sala número nueve, directamente a encontrarse con aquellos doce metros de longitud, casi trece en realidad.

     — ¿De qué color es tu vestido?

     — Negro.

     — ¿Por qué negro?

     — Nunca le vi la gracia al vestido blanco —se encogió entre hombros—, y el negro me parece más elegante, más pulcro, más fino —suspiró, sentándose en la banca del centro y, colocando su bolso sobre el suelo, cruzó su pierna derecha sobre la izquierda—. Además, no soy pura, ni virgen, ni me estoy casando por la iglesia… ni me lo tomo muy en serio ni me lo tomo tan a la ligera —sonrió.

     — Para no tomártelo tan en serio —dijo, sentándose a su lado derecho y colocando su portafolio sobre su regazo para sacar unos documentos—, lo haces parecer realmente serio.

     — Me tomo muy en serio a Sophia, no al circo que revolotea alrededor de una boda; no le veo el punto a invitar a gente que ni siquiera conozco. Además, a pesar de que la espera me está matando porque me hace entrar en modo fatalista, hay algo inexplicable sobre la anticipación de ese día… y sé que, si no tengo la cosa esa —dijo, refiriéndose a ese ceremony-like-procedure—, probablemente nunca le diga cosas que en ese momento son básicamente obligatorias; para algunas cosas funciono mejor bajo presión.

     — Primera boda que oficiaré en la que no tendré que encargarme hasta de PageSix —rio.

     — Las ventajas de no llevar la vida de los ricos y los famosos —resopló, estando totalmente enfocada en la pintura que no entendía por qué a Sophia le gustaba tanto—. En fin… ¿qué me tienes? —sacudió su cabeza, y recibió un sobre de manila común y corriente.

     — Sólo es para que revises que todo esté bien escrito… otra vez —sonrió.

     — ¿Pediste una reunión para que revisara algo que podía revisar en una pantalla? —resopló, sacando el documento del interior del sobre.

     — En realidad, era para preguntarte un par de cosas —dijo, materializando su teléfono para abrir alguna aplicación para tomar nota.

     — Lo que necesites —murmuró Emma, revisando que su nombre estuviera bien escrito, y que el de Sophia también, y que todo estuviera bien escrito.

     — ¿Cómo definirías a Sophia? —le preguntó, y pareció como si el tiempo de Emma se hubiese detenido.

     — ¿Cómo definiría a Sophia? —susurró retóricamente con su mirada al vacío—. Sophia es… es el ritmo de “Lonely Boy” pero con la actitud de “The Walker”, y que me hace querer explotar en “It’s Not Unusual” de Tom Jones y salir haciendo el Carlton desde mi casa hasta el trabajo —dijo, y se volvió hacia Helena—. Sophia es como esa primera cucharada de crème brûlée; suave y dulce contra la lengua, y, al mismo tiempo, es crujiente con una nota de sabor-amargo-salado-interesante… es como esa cucharada que abre esa puerta que es imposible cerrar: una vez lo pruebas, no hay modo de saciarte, no hay ni siquiera un riesgo de aburrimiento, de empacho, de rutina, de monotonía. No es una dieta, es un antojo imparable. Es suave como la cachemira, es como ese stiletto que simplemente te queda perfecto; ni flojo, ni apretado, no te molesta, no es ni alto ni bajo, es ligero pero fuerte y rígido y sigue siendo hermoso, ya no es sólo un accesorio, sino es parte de tu actitud y de tu personalidad, probablemente de tu carácter también. Es dulce, simpática y carismática como la vainilla…

     — Pero eso lo sabes desde la conoces —opinó, y Emma asintió—, pero, ¿por qué te gustó? ¿Qué la hizo resaltar?

     — No lo sé —frunció sus labios—, todavía no tengo respuesta para eso.

     — ¿Por qué no lo piensas y se lo dices ese día? —sonrió, y Emma ensanchó la mirada, pues esa era una presión con la que no contaba, y era presión precisamente porque no sabía con exactitud, ella sólo sabía que así era y, hasta la fecha, no le había molestado tanto no saber—. No tienes que decir todos los porqués, sólo tres o cuatro… o los que quieras, los que consideres pertinentes y aptas para el público presente.

     — Está bien, lo pensaré —asintió—, pero no prometo nada.

     — No es obligación, pero, como dijiste que es la ocasión perfecta como para decir cosas que probablemente no le dirías si no fuera por el empujón…

     — Sí, sí —suspiró—, lo pensaré —dijo, y se volvió hacia el documento.

     — Bien, si no puedes hacerlo no hay problema. —Emma sólo asintió—. Ahora, me gustaría saber qué cosas son las que tienden a molestarte de Sophia.

     — Tengo demasiados meses de no saber cómo se siente eso…

     — ¿No hace algo que te moleste?

     — No.

     — Me cuesta creer eso —resopló, pues Sophia había respondido exactamente lo mismo.

     — Creo que las cosas que normalmente molestan son aquellas que van en contra de lo que uno piensa, hace, siente, etcétera —se encogió entre hombros—. Y no siempre tengo la razón, ni hago las cosas siempre bien, ni tengo nombre para lo que realmente estoy sintiendo; yo también me equivoco y me confundo, y no todo lo que yo soy, y nace de mí, es lo correcto… no puedes decir que no te gusta el foie gras si no lo has probado —guiñó su ojo. 

     — ¿De verdad no hay nada que te moleste? —preguntó realmente sorprendida.

     — No son cosas que me molestan, son cosas que en cierta forma me divierten —dijo, deslizando el documento dentro del sobre de manila para alcanzárselo a Helena—, o que me desesperan, o que me ponen nerviosa… pero no necesariamente me enojan.

     — ¿Qué cosas son esas? —sonrió—. No te preocupes por cómo van a sonar, porque no me interesa si suenan bien o suenan mal, es para, así como tú dices, decirles algo que tenga valor; para contextualizar más las cosas… ¿o quieres que les diga lo mismo que les digo a todos? —Emma sacudió su cabeza y se volvió hacia la pintura de Monet.

     — ¿Necesitas que te dé una explicación de por qué me siento como me siento cuando hace esas cosas?

     — Si quieres, no es obligatorio… de todas formas, todo lo que me digas se irá conmigo a la tumba.

     — No me gusta que no desayune —respondió automáticamente—, antes no desayunaba porque prefería dormir a comer, ahora es porque prefiere darle de comer al Carajito que comer ella.

     — El “Carajito” es el perro, ¿verdad? —Emma asintió, y pescó su teléfono del interior de su bolso para mostrarle una fotografía del mencionado—. Sí, Sophia también mencionó algo sobre él… pero creí que se llamaba diferente.

     — Oficialmente se llama “Darth Vader”… pero es un nombre demasiado largo, y ahorita tiene más cara de ser un Carajito que un mini Darth Vader —resopló, mostrándole una fotografía de Sophia, acostada a media cocina por estar jugando con el diminuto can.

     — ¿Qué raza es?

     — French Bulldog —rio, sacudiendo su cabeza.

     — Intuyo que no te gusta la raza…

     — No me disgusta, es sólo que siempre tuve perros relativamente grandes; un Dálmata, un Gran Danés, un Doberman Pinscher, un Weimaraner… es primer perro miniatura que tengo, me está costando acostumbrarme —sonrió—. Es simpático, tomaba del biberón como si iba a pasar de moda —rio.

     — Asumo que no fuiste tú quien lo llevó a la casa…

     — No, fue Sophia… y no me disgustó, simplemente me tomó desprevenida porque nunca lo habíamos discutido, en especial porque Sophia no es precisamente una persona de perros —se encogió entre hombros, dejándole su iPhone a Helena para que siguiera viendo las fotografías—. En fin, igual, cuando es mi día de darle de comer al Carajito, ella prefiere dormir y darse su tiempo en la ducha a desayunar… y siempre toma un taxi porque la pereza no la deja caminar un par de calles.

     — Las calles son más largas que las avenidas —resopló Helena, deteniéndose en una fotografía que ya no era de Darth Vader sino de una captura de pantalla mientras Emma y Sophia hacían FaceTime con Natasha, que era Emma quien mordisqueaba suavemente la mejilla izquierda de Sophia mientras Natasha se desplomaba en una evidente carcajada ante la falsa expresión de dolor de la rubia—. ¿Por qué toma el taxi? ¿No se van juntas al trabajo?

     — A veces sí, pero yo tengo cierta obsesión con eso de llegar al trabajo no más allá de las siete… a veces logro poner a dormir a mi obsesión y me voy con ella. Sophia respeta que me guste estar a la hora a la que ni el estudio está abierto, porque abrimos a las ocho, o antes a petición del cliente… y sabe que me gusta caminar mientras escucho música, por eso es que tampoco insiste en que la espere, o en irse conmigo, además, no es como que Sophia llega tarde, llega quince minutos después que yo, prácticamente ella sale de la ducha, me despido por quince minutos, y ya… pero sí me entra la desesperación cuando se tarda más de quince minutos, pienso que algo le ha pasado, o qué sé yo —resopló—. Hace como dos meses, hubo un accidente en una de las calles que todo taxista suele tomar para ir de la casa al trabajo, y se pasó de la media hora, estaba a punto de llamar a la policía, en especial porque, por estupidez mía de ir corriendo, tomé el teléfono de Sophia creyendo que era el mío cuando el mío ya estaba en mi bolso —sacudió su cabeza—. Polícia, bomberos, ¡todo! —Helena rio nasalmente—. Antes el teléfono de Sophia era blanco y el mío negro, desde el nuevo modelo, y que a Sophia no le gusta el dorado, decidió usar uno del mismo color que el mío… después de ese incidente, porque realmente casi me arranco la cabeza, decidió llevarlo a que le cambiaran el color; ahora es rojo con blanco.  

     — ¿Qué más? —rio, devolviéndole el teléfono y tomando el suyo para tomar nota sobre lo más básico de la idea previamente explicada.

     — Siempre tenemos una constante guerra pasiva que nos da risa; a mí me gusta que el cubrecama quede bajo las almohadas, a Sophia le gusta que quede doblado para sólo tener que halarlo y poder acostarse… eso, en nuestra cama, juega un papel demasiado gracioso, porque llegamos al punto de doblarlo para que la mitad de las almohadas queden sobre él, y la esquina del cubrecama, que queda del lado de Sophia, la halamos para que sea lo más próximo a complacer ambos gustos. El problema es cuando se trata de alistar una habitación que estamos ambientando, todos saben qué camas tendió Sophia y qué camas tendí yo —rio—. Tenemos puntos de vistas distintos en cuanto a tender camas, ahora ya no las arregla a mi modo, antes sí… pero sé que Sophia lo hace para que me dé risa, y sólo lo hace en las habitaciones que sabe que no va a hacer tanta diferencia, y, cuando yo le ayudo en sus proyectos, tiendo las camas como ella.

     — ¿Algo más que quisieras agregar?

     — Tenemos definiciones distintas de lo que es una “cena romántica” —sacudió su cabeza, y atrapó un sorpresivo bostezo entre su puño—. Para mí, una cena romántica es que una de las dos cocine, un par de copas de vino tinto o uno que otro Martini, conversación silenciosa… —«que eventualmente arranca ropa»—. Para ella, una cena romántica es comer un Kebab con una Dr. Pepper y una Mountain Dew para mí —rio.

     — Tendrá su significado gracioso entre ustedes, supongo —resopló.

     — No es tanto gracioso sino como… “cute”, creo. Ella dice que la verdadera cocina no está en Harry Cipriani, sino en las calles.

     — Tú no eres fanática de la comida de la calle, ¿cierto?

     — No soy una persona que va de food truck en food truck probando sabores y combinaciones nuevas —sacudió su cabeza—, ésa es Sophia, y ella los filtra por mí; sabe qué me podría gustar y qué no… y, bueno, pocas veces comemos de un food truck, a Sophia le gusta cocinar, y a mí comer —sonrió—. O ella cocina, o pedimos delivery… raras veces cocino yo.

     — ¿No te gusta cocinar?

     — Sí me gusta, pero no se me da tan bien como a ella… y creo que no me gusta mucho cocinar para ella porque tengo pánico de intoxicarla con algo que haya hecho mal —rio—, siempre que cocino voy a lo seguro, algo con lo que es imposible equivocarse.

     — La cuidas bastante.

     — Creo que evitarle una intoxicación no es tanto cuidarla a ella como cuidarme a mí misma —sonrió—; odio las visitas a los hospitales, y odiaría tener que dormir en uno, en especial si fuera porque es mi culpa que Sophia tenga suero intravenoso. Además, ella cocina demasiado rico.

     — Supongo que el planteamiento del worst case scenario es tu mejor excusa —bromeó.

     — No es una excusa, es una prevención —guiñó su ojo—. ¿Necesitas saber algo más?

     — ¿Consideras que Sophia es tu mejor amiga?

     — No es sólo mi mejor amiga —sacudió su cabeza—. Es mi compañera, mi cómplice en muchas cosas… —dijo, e hizo una pausa—. Sí, supongo que es mi mejor amiga, y más que eso.

     — ¿Qué significan las manos de Sophia para ti?

     — ¿Las manos? —rio, intentando contenerse una carcajada, y sacudió la cabeza para ahuyentar toda respuesta que tuviera que ver con sexo.

     — Sí, las manos —sonrió Helena un tanto divertida, pues Sophia había tenido la misma reacción.

     — Significan… no sé —susurró.

     — ¿Qué son las manos de Sophia para ti?

     — Son… —frunció sus labios—. Son… son… son un escape cuando me toma de la mano o cuando me abraza de alguna forma… son… son una extensión para cuando no me alcanza mi brazo para rascarme ese punto ciego en la espalda —resopló—. Son las únicas manos de las que realmente puedo comer sin siquiera pensar si se las ha lavado o no, son las únicas manos que me gusta tomar y que me gusta besar, y que me gusta que me toquen la cara y que se entierren entre mi cabello… y que me aprieten —dijo como si hubiese tenido la epifanía más grande de su vida—. Son las manos en las que más confío. Confío más en sus manos que en las mías, hasta para cuando se trata de mí —dijo con una enorme sonrisa, y notó la sonrisa de idealización que tenía Helena en su rostro mientras tomaba nota y comparaba mentalmente las respuestas de Sophia, las cuales se resumían a: “son lo que impedirá siempre que Darth Vader se suba a nuestra cama… me miman, me consienten, me acarician y me hacen cosquillas… me sostienen, me apoyan y me reconfortan, me impulsan y me guían… me envían un iMessage con un simple ‘I love you’ o un ‘You are so beautiful’… me hacen masajes, me limpian las lágrimas cuando me pongo hormonal, me cuidan y me protegen, y me abrazan cada momento que pueden; es como si no tuvieran suficiente de mí, como si no se saciaran nunca… y me dicen lo que su boca no sabe cómo decirme; se sienten correctas, se sienten mías”, y había decidido reservarse esos pensamientos extras de: “me hacen sentir mujer, como una mujer en las nubes así sea que esté en el suelo… ¡me hacen sentir todo! El frío, el calor, el miedo, el amor… me hacen sentirla. Y me hacen temblar, me hacen suspirar, me ahogan sin estarme asfixiando, me hacen sonreír, y me hacen hacer cosas que yo sola no puedo hacer (tocar piano, por ejemplo)”.

     — ¿Algo más? —susurró, terminando de anotar la respuesta de Emma.  

     — No apto para todo público —sacudió su cabeza, y Helena rio nasalmente—. Una pregunta, ¿vamos a tener algo como un rehearsal?

     — Pero hasta que ya tengamos a la boda casi encima —sonrió—, y no te preocupes, sólo es para que sepan más o menos cuándo les toca hablar y cuándo no.

     — ¿Natasha te está sacando las primeras canas?

     — Romeo es como mi papá, lo que sea por él y por su familia… y por Sophia y tú también, porque sé que Romeo las considera parte de su familia —dijo con una honesta minúscula sonrisa—. Y el hecho de que Romeo me asignara su boda… no sé, es un bonito respiro.

     — ¿Por qué lo dices?

     — No tengo que lidiar con otro abogado de Skadden, Arps, Slate, Meagher & Flom, no tengo que lidiar con los pormenores de protección y de todos los secretos que tengo que tomar en cuenta para que, cuando se divorcien, no te quiten todo, no tengo que someterme a las excentricidades de los acuerdos prenupciales… no sé si es por la situación, o porque así son ustedes, o por las dos cosas —se encogió entre hombros.

     — ¿”La situación”? —resopló—. Se me olvida que es primer same-sex-marriage que oficiarás.

     — No lo quise decir así —dijo con tono de disculpa.

     — No te preocupes —sacudió la cabeza—, no tiene nada de malo acreditarlo como algo “diferente”… porque supongo que lo es.

     — No porque sea “diferente” pienso que sea malo, creo que es al contrario…

     — ¿Cómo?

     — Yo creo que Romeo me ofreció su “caso” porque, apenas dos semanas antes de recibirlo, perdí a lo grande en la Corte y estaba sin ganas de nada; a veces son los casos más fáciles los que más te afectan… y, bueno, creo que Romeo me ofreció su “caso” para que tuviera un cambio de ambiente, para que viera que había cosas realmente fáciles —se encogió entre hombros—, nada de cláusulas extravagantes, nada de partes engañosas, nada de agujeros en ninguna parte… no sé si es porque no es un matrimonio civil como todos los demás, por sus personalidades o lo que sea, o porque el Marriage Equality Bill les dio un derecho que, en mi opinión, por lo que he leído y he visto en ustedes, era bien merecido porque la tasa de divorcios entre same-sex marriages, en proporción al “matrimonio natural”, es básicamente inexistente.

     — No lo sé, Helena… en realidad, no sabría decirte cómo funciona ese mundo porque no lo conozco —se encogió entre hombros—, no sé siquiera si debería hacer la distinción entre los unos y los otros; creo que todo el mundo, sea same-sex o no, está muy, muy, pero muy loco… la demencia no está sujeta a las preferencias o a los juicios, supongo —dijo, y suspiró con sus labios fruncidos—. Cualquiera pensaría que, en estos dorados tiempos de tolerancia que están llenos de libertades y voluntades propias, ya no existirían matrimonios por obligación, o por impulso, o por inmadurez… creo que los tiempos están como para llamar las cosas por su nombre, y creo que, si vas a hacer algo tan serio, tienes que tener las mismas pelotas para dar una explicación a la persona que sea que te la pida.

     — ¿Tú crees en el matrimonio? —le preguntó, todo porque tuvo la sensación de cierta vaga hipocresía.

     — Creo en el matrimonio, pero no creo en la institución que han creado a partir del matrimonio —sonrió—. No creo en el matrimonio como prueba de amor eterno, no creo en el matrimonio como promesa de responsabilidad por obligación parental, tampoco creo en el matrimonio como juramento de fidelidad, o de respeto… eso, para mí, es un chiste; para jurarte amor eterno no necesitas un papel legal sino haber sido escrito por Shakespeare —resopló dramáticamente—, para ser fiel tampoco, ni para respetar a tu pareja, mucho menos para jurar ser buen papá o buena mamá, o para estar presente en ese caso… el matrimonio lo hace uno, no el matrimonio lo hace a uno —sonrió—, y creo que no se vale culpar al matrimonio por su fracaso, o por el fracaso emocional de las personas involucradas en él. Creo en que nada funciona como por arte de magia, pero tampoco creo que funciona con un horario y sinfín cantidad de reglas… creo en el matrimonio a pesar de que se le ha perdido lo especial y lo sagrado; es como un bolso: tengas dinero o no, lo compras sólo porque te sedujo —sacudió su cabeza.

     — ¿Por qué no te casas por la iglesia?

     — Necesito que el hombre, entre su mente cerrada y sus juicios y prejuicios, me tome por igual —rio—, no que el Dios de “x” religión me acepte… mi Ego me deja dar su aceptación por sentada —sonrió—. Si me acepta o no, muy su problema, igual no lo voy a saber… aunque, si debía saberlo, supongo que me habría dado demasiadas señales evidentes, cosa que no ha pasado —dijo en ese tono de sarcasmo y escepticismo, pues creía muy poco en las señales, y, gracias a Sara, creía en un Dios perdonador y misericordioso y no en uno castigador, pues, sino, todos estuvieran ahogados en castigos, y no precisamente en rezos de absolución de pecados—. Además, ¿has visto quiénes ofician esas bodas?

     — Rabinos, Pastores, Revs… —se encogió entre hombros.

     — Soy católica por fe, no porque pase de rodillas en St. Patrick’s… yo no comulgo, me confieso con suerte una vez al año y sólo por costumbre, y voy a misa tres veces al año con seguridad, no más… a menos de que necesite un lugar silencioso en el que necesite pensar. Necesito que la ley me reconozca, porque, por lo demás, me da igual. Y tampoco quiero ser de esas personas que se casaron por la iglesia cuando no creen ni en la “D” de “Dios”… soy un medio y una máquina de sacrilegios y blasfemias; las pienso, las digo y las hago, pero también tengo mis límites.

     — Interesante posición —asintió Helena.

     — ¿Tú te casaste por la iglesia? —ella sacudió la cabeza—. ¿Puedo atreverme a preguntar por qué no?

     — Nunca fue mi intención, tampoco me interesa.

     — ¿Por qué no?

     — Los rituales espirituales me… —suspiró, y sacudió la cabeza.

     — Está bien —sonrió.

     — ¿Puedo preguntarte algo yo? —murmuró con demasiadas reservas, y Emma asintió—. Romeo me pidió ver el prenup

     — ¿Sí…?

     — Y, pues… me acuerdo que en nuestra primera reunión, cuando repasamos los puntos… pues, cuando llegamos al punto de hijos, tú dijiste que eso no se iba a tocar.

     — ¿Romeo te dijo que debería incluirse en el prenup? —frunció su ceño.

     — No, al contrario: no me dijo nada.

     — Entonces…

     — Yo sé que ya las dos firmaron el prenup, y que el abogado de Sophia no hizo ninguna observación ni pidió modificaciones, y que ya está firmado, etcétera, etcétera, etcétera —dijo, y Emma sólo elevó ambas cejas con un indisimulable gesto de “por favor llega al punto lo más rápido que puedas, que mi paciencia no es eterna”—. Pero, ¿estás segura de que no quieres tocar ese punto?

     — ¿Qué habría que tocar? —suspiró, volviéndose hacia la pintura, ¿qué había con ese tema que todos querían saber por qué no? ¿Qué carajos tenía ese tema que parecía tener un imán para que todos se creyeran con el derecho necesario como para opinar al respecto?—. ¿Suele tocarse ese punto en el resto de prenups?

     — Bueno, en caso de adulterio se suele tocar el tema; la parte que no ha sido adúltera es la que se queda con la custodia de los hijos… y, como te dije antes, menciono lo del adulterio como medida de precaución, aunque también es de doble filo porque aplica para ambas partes del matrimonio, y no debo acordarte que es penalizado por la ley y que puede significar hasta quinientos dólares de multa o tres meses…

     — Lo sé, lo sé —la detuvo Emma con su mano en alto—. Ese tema no se va a tocar —dijo a secas.

     — Sólo intento protegerte… y me asombra que el abogado de Sophia no lo haya hecho con ella tampoco. No intento entrometerme en lo que no me incumba, porque asumo que, si no dijeron nada, es porque entre ustedes dos lo tienen muy claro… sólo intento cubrir todas las bases; se pueden incluir hasta las formas en las cuales tú o Sophia pueden convertirse en madres de familia, no exactamente el child support o la custodia en caso de divorcio por acuerdo mutuo, porque eso es ilegal y un gran loophole —sonrió, intentando hablar lo más eufemísticamente posible.

     — Que quede como tema que no se toca, como tema abierto… y se va a tocar, quizás, cuando yo logre fecundar algún óvulo fértil de Sophia —le dijo con tono de respuesta automática, pues el tema ya empezaba a realmente molestarle—. Cuando uno de mis estériles óvulos logre fecundar uno de sus fértiles óvulos —añadió.

     — Hablaba de adopción, o de surrogate, o de banco de esperma —dijo, y Emma sólo se volvió hacia ella, con su rostro con una mirada ancha y de ceja izquierda hacia el cielo, una mirada que sólo implicaba ganas de gritar un “¡Que no!”—. Bueno, entiendo tu posición, sólo necesitaba estar cien por ciento segura.

     — Gracias por la preocupación —sonrió, cambiando completamente su expresión facial en cuestión de un segundo.

     — Para eso me pagas —asintió Helena. 

     — Una pregunta, ¿Sinclair también tiene que acompañarnos para sacar la licencia? —murmuró, volviéndose a la pintura y refiriéndose al abogado de Sophia.

     — En realidad ustedes podrían ir solas —resopló—. Ya llenaron los papeles que tenían que llenar en línea, básicamente sólo tienen que llenar un último papel, y ya, pero sé que te tranquiliza el hecho de que esté allí —se encogió entre hombros—. Y por eso no cobro.

     — Entonces, ¿el lunes?

     — A las ocho y media en one-forty-one Worth Street —asintió—. Pasaporte y/o Employment Authorization Card —añadió.

     — ¿Nada más?

     — Nada más —dijo, y vio a Emma sólo asentir en silencio, así como si estuviera asintiendo para ella misma y para sus pensamientos de misteriosa profundidad y de intrigante contenido—. ¿Algo más que quieras preguntar, comentar, sugerir?

     — ¿Qué piensas de la pintura?

     — ¿De esa? —le dijo, señalando la larguísima obra de Monet, y Emma asintió—. Sé que son lirios acuáticos pero sólo porque la pintura es realmente famosa… no porque, sinceramente, yo vería un par de manchas —se encogió entre hombros, y Emma rio nasalmente—. ¿No fue en Titanic que se hundió? —frunció su ceño.

     — Junto con Les Demoiselles d’Avignon —rio—. La que según James Cameron se hundió en mil novecientos doce, era más pequeña, y creo que era más definida… desgraciadamente, Monet hizo su serie de Les Nymphéas entre mil novecientos veinte y mil novecientos veintiséis, año en el que murió.

     — Hay algo ahí que no termina de tener sentido… —frunció su ceño.

     — Quizás él sabe algo que yo no —se encogió entre hombros—, quizás sabe que Monet pintó algunas antes —repitió el movimiento de hombros—. Pero, ¿qué piensas? ¿Qué te provoca?

     — Sinceramente… —suspiró con su ceño fruncido—. Nunca le he encontrado la belleza a los lirios, ni a los acuáticos ni a los terrestres; no soy fanática de las flores.

     — ¿De ninguna?

     — No, de ninguna —sacudió su cabeza—. Me hacen sentir como una del montón, dejó de ser clásico y se volvió trillado.

     — ¿Steve nunca te dio flores?

     — A nuestra primera cita llegó con un ramo de cilantro —resopló—, fue bastante original. ¿A ti te gustan las flores?

     — Not really —sacudió su cabeza—, me son indiferentes, pero siempre tengo un bouquet de peonías en mi habitación… porque a Sophia le gustan las peonías, en especial las “pillow talk” y las “coral supreme”, que los colores no combinan con nada en la habitación… pero al menos hay un poco de flora… y creo que me gustan porque me gusta ver cuando Sophia las pone en el florero.

     — ¿Qué te provoca la pintura a ti?

     — A “The Polish Dancer” de Chopin —murmuró, rascando la porción de pecho que se desnudaba por entre el triangular cuello de su blusa, la cual pasaba por un primaveral suéter de botones y de blanca ligereza con el cuello que gozaba de un corte único, redondo, y que, de paso, gozaba de un espectacular y pesado detalle, que recorría toda la intricada línea, en un patrón quizás floral en un elegante y femenino negro para contrastar—. De los Preludios sólo me gusta el cuarto, “Suffocation”… soy más de los Nocturnes o de los Études —dijo, y se dio cuenta de que a Helena eso no le decía absolutamente nada—. Tiene algo bonito, quizás cursi… pero me da pereza; es demasiado lento, demasiado cortado. Es como corto pero se siente eterno.

     — ¿Por qué crees que le gusta a Sophia?

     — No sé, hay cosas que no me explico… así como no entiendo por qué le gusta la ilustración de Le Petit Prince —resopló—. Son de los misterios más grandes que le encuentro.

     — ¿Nunca le has preguntado?

     — Sí.

     — ¿Y qué te respondió?

     — “Sólo me gusta” —se encogió entre hombros—. No necesita razón, motivo, excusa… no necesita nada: simplemente “le gusta”.

     — ¿Y puedes vivir con eso?

     — Me gusta vivir con esa simpleza —sonrió—, simplemente “le gusta” —repitió.

El silencio entre ellas dos se materializó como si no tuviera intenciones de incomodar, pues no incomodaba porque ambas estaban con sus miradas pegadas a la pintura mientras intentaban encontrar respuestas para las preguntas que no tenían.

— Pronto —contestó su teléfono con una enorme sonrisa, pues “I Belong To You” de Lenny Kravitz sólo podía significar que era Sophia quien llamaba, y el ringtone era recíproco.

     — Uy, qué seria —rio nasalmente.

     — Hola, mi amor —rio suavemente una Emma sonrojada y totalmente idiotizada por la rubia mimada voz de quien le había entregado el anillo que giraba, por maña, con su pulgar alrededor de su dedo anular.

     — Hola, mi amor —repuso con una evidente sonrisa—. Ya salí de la reunión —dijo.

     — ¿Cómo te fue?

     — Bien, bien… no hay nada como ambientar con tiempo y con cartera abierta.

     — Dios bendiga a los Banqueros —resopló—. ¿Vas a regresar al estudio o vas a ir ya a casa?

     — Tengo que regresar a dejar las guías y a escanear unas cosas, ¿y tú, todavía estás con Helena?

     — Sí —dijo, viendo a Helena de reojo.

     — ¿Interrumpo?

     — No, mi amor —murmuró con una sonrisa que enterneció y conmovió a Helena, pues ese “mi amor” era demasiado sincero y sagrado.

     — ¿Tú vas a casa?

     — Tengo que ir a SoHo, y luego sí voy a casa.

     — En ese caso…

     — Si el tráfico me ayuda, espero llegar a casa antes de las seis —sonrió.

     — ¿Y qué te gustaría cenar?

     — Lo que tú quieras.

     — Eso no existe —bromeó. Ah, las cosas que se contagiaban como por osmosis.

     — Quiero… —suspiró, y se volvió a Helena—. ¿Qué vas a cenar tú? —le preguntó con una sonrisa.

     — Probablemente una botella de vino tinto —resopló Helena.

     — Quiero un buen grilled sandwich —dijo al teléfono.

     — ¿Y de postre? —rio Sophia.

     — Sorpréndeme —dijo como con una mordida al aire.

     — Te veo luego, entonces —sonrió.

     — I love you —dijo, implicando, con eso, un hermoso y asegurador “sí”.

     — Y yo a ti, mi amor —repuso con lo mimado a la cuarta potencia—. Un besito.

     — Un besito a ti también, mi amor —sonrió Emma, y no tuvo que presionar “end call” porque Sophia ya lo había hecho por ella.

     — Bueno, creo que esa es la señal para dar por terminada la reunión, ¿no crees? —sonrió Helena, no entendiendo cómo habían podido haber estado viendo una pintura por casi media hora.

     — De igual forma, en diez minutos cierran —dijo Emma, poniéndose de pie y llevando su bolso a su hombro.

     — ¿De verdad vas a SoHo? —le preguntó, imitándola pero estando clavada en su teléfono, pues le escribía un mensaje a su chofer que ya estaba por salir.

     — Sí, ¿por qué?

     — Yo voy a casa ya, si quieres puedo acercarte.

     — No te preocupes —sonrió—, no quiero desviarte.

     — No me desvías, vivo en Sullivan Street, y John tiene que ir a Wall Street a traer a Steven, si Sullivan no te queda tan cerca, él puede acercarte todavía más.

     — Grand Street o Canal Street funcionan igual de bien —dijo Emma un tanto incómoda, pero, al saber lo difícil que era conseguir un transporte amarillo a esa hora, supo que aceptar la oferta de Helena no era nada sino provechosa.

 

***

 

— ¿Puedo? —le preguntó Bruno, posando su mano sobre el borde del respaldo de la silla que estaba a su lado.

     — Por favor —sonrió Emma, como si estuviera saliendo de un momento de ausencia mental, de sordera musical y de pensamientos ruidosos, y llevó su Martini a sus labios para beberlo de un trago ancho y profundo.

     — ¿Está todo bien? —dijo mientras tomaba asiento y se desabotonaba su saco con su mano derecha.    

     — Sí, sí, todo bien, ¿y usted?

     — También —asintió, viendo a Emma contemplar el vacío de su copa cónica, por lo que, contrario a lo que habría hecho con cualquiera de sus hijos (porque eran muy pequeños todavía), llamó la atención de un mesero para pedir que, «per favore», le llevaran otro Martini a la novia—. Espero no estar interrumpiendo nada.

     — No —resopló, pues era la única que estaba sentada a la mesa tras haber sido abandonada por sus compañeros de trabajo, quienes ahora bailaban “Moves Like Jagger” como si realmente fueran Mick Jagger—. Estoy juntando todo el coraje que tengo…

     — ¿Coraje para qué?

     — Para ponerme de pie —rio, y notó que Bruno se había tomado muy en serio el comentario—. Ciento veinte milímetros de tacón requieren de cierto coraje a cierta altura de la jornada —sonrió.

     — Oh… creí que te estaba molestando.

     — No, no —sacudió su cabeza—. ¿Usted no bebe nada?

     — Dejé mi copa de vino en la otra mesa —sonrió—. Y, por favor, tutéame —dijo, esperando que Emma le correspondiera la confianza italiana con un “tú a mí también, entonces”.

     — ¿Está aburrida la mesa de los adultos? —preguntó Emma, dejando a Bruno con la confianza colgada.

     — Realmente entretenido —repuso—, es perfecto para desempolvar el inglés.

     — Cierto… cierto —asintió Emma, empezando a sentir cómo el silencio incómodo se interponía entre ellos, pues era primera vez que realmente hablaban, o que pretendían hablar—. ¿Te hospedas aquí también? —preguntó rápidamente para evitar el silencio.

     — Sí, sí —asintió él con su ancha sonrisa labial entre la delicada barba que mantenía.

     — En la misma habitación que mi mamá, ¿cierto?

     — No —sacudió su cabeza, y Emma frunció su ceño, tanto por sorpresa como por confusión.

     — ¿Por qué no?

     — Eh… bueno… —balbuceó, no sabiendo cómo excusarse.

     — Ah… —rio Emma, sabiendo por dónde iba la excusa—. ¿Fue idea de mi mamá o tuya?

     — De tu mamá —resopló, entendiendo por qué Sara a veces no tenía por qué hablar con ideas completas como para que Emma entendiera, pero Emma ensanchó la mirada—. Perdón, “de su mamá” —se corrigió ante la ancha mirada de asombro, pues creyó que era por el abuso de confianza, algo que había sido parte del curso fugaz e intensivo sobre “cómo entablar una relación sana con Emma”.

     — Dai, dai —rio Emma ante la palidez afligida que había invadido el rostro del novio de su mamá—. El tuteo está bien —dijo, cambiando de pierna mientras alcanzaba el plato de dip y crostini—. No tuviste esa entrada de “patada al hígado”, así que tranquilo… —comentó, notando cómo Bruno respiraba con tranquilidad—. Además, no necesito estar en Roma como para saber que duermes en mi casa tres o cuatro veces por semana —sonrió con su ceja derecha hacia arriba sólo para bromear ácidamente con él—. El hecho de que no hayamos compartido un desayuno de tramezzini con mozzarella e prosciutto, o de toast con burro, o de un par de uovi affogati con focaccia… no sé, como que no nos hace tan desconocidos; después de todo compartimos a mi mamá —dijo con una juguetona y traviesa sonrisa mientras esparcía un poco de dip en sus crostini, y sintió bonito poder sacar ese lado que bromeaba en serio, ese lado agridulce con el que le habría gustado poder tratar a Franco por igual, pues así solía tratar a Sara en ciertas ocasiones porque Sara era igual; llena de implicaciones e insinuaciones incómodas para su contraparte.

     — Ay, ay… —rio un tanto avergonzado.

     — No necesito saber detalles —le dijo en tono de sonriente advertencia—, y tampoco quiero saberlos.

     — No, esos detalles que te los dé tu mamá en todo caso.

     — Y ni ella, en ningún caso —rio—. ¿Todo bien con el vuelo?

     — Sí, todo bien —asintió sonrientemente—. ¿Y tú?

     — No, yo aquí vivo —guiñó su ojo, y vio a Bruno hundir su cabeza—. Apenas pude dormir… me pasé la noche entera dando vueltas en la cama, entre escuchando música, jugando Angry Birds y viendo cualquier cosa que se me cruzara por YouTube.

     — ¿Los nervios?

     — Se puede decir que sí —tambaleó su cabeza, pues, en realidad, era el vacío de Sophia en una cama que no era suya, era el vacío de Sophia en una cama que no había sido utilizada nunca antes—. Aunque fue más porque no tenía el peso de Sophia encima —resolvió decir, pues, «if he’s fucking my mom, why the hell not?», además, si había sido testigo de una de las declaraciones más claras de sentimientos de toda su vida, «why the hell not?».

     — Seguramente hoy compensas la noche sin dormir —sonrió, no sabiendo qué decir.

     — No creo —resopló, no estando consciente de que lo había dicho en voz alta—. Supongo que tiene que ver con la adrenalina —se encogió entre hombros.

     — Siempre creí que la adrenalina no debía mezclar con el alcohol —dijo, no pudiendo ocultar su lado de preocupado progenitor a pesar de Emma no ser obra suya.

     — Cierto —asintió con una risa, y dio un mordisco a la crujiente rebanada de baguette con pesto rosso y queso crema—, entonces es de llamarle “emozione” o “eccitazione” y no “adrenalina”.

     — Sí, tu mamá me comentó algo sobre realmente ser un día emocionante para ti —murmuró, omitiendo la presencia del mesero que colocaba un Martini frente a Emma, quien le sonreía al mesero con educado agradecimiento y, al mismo tiempo, le pedía que esperara un momento.

     — Bruno, ¿bebes tequila? —le preguntó Emma un tanto fuera de la línea de conversación.

     — Pero no solo —respondió, creyendo que, con eso, se sacudiría el deber de tener que beber algo con el alcohol que tendía a enviarlo al agujero etílico.

     — La botella para dos, entonces, por favor —dijo Emma para el mesero, quien se retiró nuevamente—. Es un día muy emocionante para mí, sí —asintió, volviendo al tema anterior—, como pocos en mi vida.

     — ¿Qué es lo que encuentras tan emocionante?

     — Tú ya has estado casado, tú dímelo a mí —sonrió con esa leve patada ácida que tiraba su sonrisa más hacia el lado derecho y que obligaba a su ceja derecha a elevarse.

     — No cualquiera encuentra un día como este tan… “emocionante” —repuso con aire evasivo.

     — ¿Sí, verdad? —rio nasalmente mientras asentía suave y rápidamente para ella con sus labios ridículamente fruncidos.

     — Entonces, ¿qué es tan emocionante para ti? —le preguntó, no sabiendo cómo atacar su comportamiento pasivo-agresivo.

     — Mmm… —musitó entre una inevitable risa nasal, y se volvió hacia donde Sophia bailaba.

“I don’t need to try to control you, look into my eyes and I’ll own you. I’ve got them moves like Jagger”, entre cantando y bailando, oh-so-Pop, porque era de las canciones que Sophia escuchaba al Emma no poder tolerar a Maroon 5 entre su música, pero, en esa ocasión, amó sin límites a la canción porque su cerebro no pudo sustituir los movimientos de Sophia con otra canción, ni siquiera el momento. Quizás era la antítesis que describía a Sophia en ese momento; el elegante y estilizado moño, el cual se componía de una que otra trenza floja y una perfecta simetría de ocho perlas que cubrían las puntas de los prendedores rubios que sujetaban todo en su lugar, y la soltura y frescura de sus movimientos que contradecían la rectitud y la pulcritud de su cabello, y de su maquillaje, y de su vestido.

— ¿Por qué no estás bailando con ella? —murmuró Bruno, sacando a Emma de sus intricados y brillantes pensamientos.

     — Porque estoy aquí —dijo, volviéndose hacia él con una sonrisa que parecía no poder borrársele, quizás era el alcohol.

     — Si te estoy deteniendo, por favor… no dejes que te detenga. —Emma no respondió por la simple razón de estar bebiendo de su Martini, o al menos no respondió vocalmente, pues sí respondió con un disentimiento—. Tienes una esposa muy guapa —le dijo al no saber qué más decir.

     — Lo sé —asintió el Ego de Emma—. ¿Tú veías así de guapa a tu esposa el día de tu boda?

     — Probablemente, pero no me acuerdo.

     — Y si el día llegara, ¿verías así de guapa a tu esposa el día de tu boda?

     — Yo ya considero a tu mamá como una mujer muy guapa —le dijo un tanto a la defensiva, «kiss-ass».

     — Lo es, sí… lo es —asintió—. Pero, supongo que lo que estaba preguntando era más un “¿cuáles son tus planes?” —sonrió—. ¿Hacia dónde van? O, más fácil: ¿en dónde están?

     — ¿No le has preguntado?

     — Ah, yo sé la versión de mi mamá —rio—, pero quiero saber la tuya… si es que tienes una.

     — Podríamos hablar de esto mañana, ¿sabes?

     — Lo sé, de que podríamos, podríamos… pero el problema es que yo no sé si voy a estar mañana.

     — ¿Planeas morirte? —resopló.

     — Creo que nadie planea su muerte —sacudió su cabeza—, pero me refería más a que quizás no salgo de la habitación —guiñó su ojo—. Resaca, sueño, cama… no sé, supongo que consumiré room service como si fuera el onceavo Mandamiento…

     — Tienes razón —asintió rápidamente—, si no has dormido nada, cuando lo hagas, no vas a despertarte hasta el domingo.

     — A Sophia le fascina dormir —comentó, llevando su Martini a sus labios mientras el mesero ya colocaba los dos shots frente a cada uno, y Emma detuvo la intención del mesero, esa que sólo abriría la botella, pues era ella quien iba a administrar la botella a su gusto—. Y a mí me fascina verla dormir… pero ése no era el tema —sonrió, tomando la botella entre sus manos para abrirla y verter dos centilitros en cada shot.

     — Cierto —asintió de nuevo, viendo el líquido color caramelo caer con ese penetrante aroma entre el vidrio—. Igual, yo no me voy hasta en un par de días, ¿no prefieres interrogarme luego?

     — Esto tiene muy poco de interrogación —rio—, somos sólo… mmm… bueno, una conversación normal y adulta entre los dos extremos de mi mamá —sonrió, tomando su shot entre sus tres dedos de la mano derecha—. Necesito saber si me caes bien o no, y necesito saberlo cuanto antes para saber si tengo que poner la mejor pokerface que nadie me conoce.

Bruno se quedó mudo y en blanco, pues nunca había hablado con Emma y, básicamente, la primera conversación era la decisiva, y, claro, así era siempre aunque no lo supiera; era la primera impresión. Emma sólo golpeó suavemente su shot contra el suyo y, con una sonrisa, lo llevó a su garganta para no revelar ni la más remota quemadura esofágica, cosa que Bruno no pudo disimular.

— Fuerte —exhaló Bruno, colocando el shot sobre la mesa.

     — Lo justo y lo necesario —repuso Emma, volviendo a verter dos centilitros en cada shot que tenía espacio para el doble.

     — ¿Otro?

     — Claro —asintió él sin detenerse a pensar en la respuesta que significaba un “no”, pues no supo cómo manejar el “no”, no frente a alguien a quien tenía que caerle bien.

     — ¿Conociste a mi papá?

     — Sí, un par de veces llegó a casa de tu mamá.

     — ¿Hablaste con él?

     — Nada serio, nada profundo… tu mamá era quien lidiaba con él —se encogió entre hombros.

     — Te pregunto de nuevo, ¿conociste a mi papá?

     — No —sacudió la cabeza—, sólo desde lejos… y tu mamá no habla sobre él.

     — ¿Sabes por qué no habla sobre él?

     —Tendrá sus buenas razones… ¿no?

     — Mi papá era un figlio di puttana, aunque yo lo catalogo como “stronzo” porque es menos ofensivo aunque probablemente era el más grande de todos —resopló como si fuera gracioso, pues, en ese momento, ya no había mayor problema; quizás era el alcohol el que lograba envalentonarla—. Y, aunque mi mamá no lo diga, yo sé que el hecho de estar casada con él por tantos años… ferite dejaron, y muchas. Quizás nunca le puso mano encima, quizás ni siquiera se la levantó, pero tener que soportarlo y tener que lidiar con él, estando casada y divorciada, sé que no fue una bonita experiencia… y, sinceramente, odiaría que mi mamá tuviera que pasar por algo remotamente parecido a eso de nuevo —le dijo con la mirada seria—. A mi papá era muy poco lo que le podía reprochar con justificación, y eran contadas cosas que realmente le aborrecí —dijo, evitando decir que esas pocas cosas eran suficientemente grandes—, pero a mi mamá la he colocado en el pedestal más fino de todos porque es mi mamá y porque ha hecho cosas que no cualquiera haría por nadie… mi mamá no necesita que la cuiden, no necesita que la carguen para que no camine, y tampoco necesita una figura proveedora porque ella se provee lo que quiere cuando quiere; no necesita que la frenen, que la contengan, o que le estorben… porque para eso tiene a tres hijos.

     — Yo no planeo frenarla —dijo, pero Emma levantó la palma de su mano para detenerlo.

     — Yo no te conozco más que por lo que mi mamá me cuenta, que son sólo cosas buenas; de ti, de tu trabajo, de tus hijos, de todo lo que tenga que ver contigo… no me interesa saber tu lado malo, porque toda persona buena tiene su lado malo, es natural… y, como no te conozco por mi cuenta, no te he podido considerar ni siquiera como el novio de mi mamá; te considero como “Bruno”, porque me enoja cuando se refieren a ti como el novio de mi mamá, como su compañero, o como su pareja… para mí todavía no tienes título, y es culpa mía porque les he huido profesionalmente —rio—. Mi mejor humor es el mejor momento para ser imparcial en cuanto a eso que ustedes tienen.

     — Yo no intento quitarle el lugar a tu papá.

     — No, porque ese lugar sólo él lo puede tener, así haya sido bueno o malo —le dijo—. Y no tengo cinco años como para que me tengas que explicar ese tipo de cosas porque yo sé que ese lugar no se lo vas a quitar, ni al nivel de mi mamá ni al nivel de ninguno de nosotros tres, que son lugares muy distintos; yo no te voy a dejar que le quites el lugar a mi papá. Puedes jugar a ser mi padrastro si quieres, puedes jugar a sólo ser el novio de mi mamá y omitirnos a nosotros… aunque realmente no me interesa qué haces o cómo lo haces, sólo quiero saber si de verdad puedo confiarte a mi mamá.

     — Por supuesto —asintió con una sonrisa.

     — Ten cuidado —rio con una mirada seria—. Entre Sophia y mi mamá, la prioridad es la misma —le dijo—, y, si alguien llegara a tocar a Sophia, si alguien llegara a lastimarla… créeme que me encargo de que esa persona quede igual de lastimada… o peor. Así que pregunto de nuevo, ¿puedo confiarte a mi mamá?

     — Por supuesto —repitió con el mismo gesto y la misma sonrisa—. Tu mamá es una mujer…

     — No —sacudió su cabeza—. Yo sé quién es mi mamá, no tienes que decírmelo… queda ver quién se sacó la lotería con quién, porque, hasta este momento, eres tú —dijo, y golpeó su shot contra el de Bruno para beberlo.

     — Fuerte —repitió como hacía unos momentos, y colocó el shot vacío sobre la mesa—. Emma, yo no pretendo ser un estorbo, ni para tu mamá ni en la relación que tú y tus hermanos tienen con ella, pero tampoco pretendo dejar de verla sólo porque no te caigo bien.

     — Me estás empezando a caer mejor —sonrió.

     — No te lo digo para caerte bien.

     — Y por eso es que me empiezas a caer mejor —rio—. No pretendo que dejes de ver a mi mamá por capricho mío, ya la pubertad y la adolescencia fueron superadas, pero creo que nunca está de más velar por mi mamá así como ella lo ha hecho por mí: retribución…

     — Y eso está más que perfecto —asintió—. Pero te lo decía porque…

     — Yo sé que también es posible que yo no te caiga bien a ti —dijo, robándole las palabras de la mente pero no de la boca—. Y yo acepto y respeto la relación que tienen, pero tampoco significa que me voy a obligar a acoplarme a ustedes.

     — Precisamente a eso iba —rio, tomando la botella para verter él dos centilitros en cada shot—. No quiero ser la razón por la cual no llegas en Navidad… porque sé que algo tuve que ver en la Navidad pasada.

     — A ti no tengo por qué mentirte porque no eres parte de mi convicción —le dijo con una sonrisa—, pero sí fuiste una razón… quizás no de tanto peso como crees —«porque tampoco te consideraba tan trascendental en aquel momento, y todavía no te considero tan trascendental»—. Prefiero lidiar con una cosa a la vez, y no me pareció sano tener que lidiar con lo de mi papá y contigo al mismo tiempo… porque entonces no estaríamos aquí sentados hablando pacíficamente.

     — Tú te conoces…

     — Y bastante bien —asintió—. Más civil y más sano así.

     — Si tú lo dices —se encogió entre hombros—. Pero sí quiero que tengas la confianza para decirme que quieres llegar a tu casa y que yo no esté allí, así sea que nos caigamos bien o mal.  

     — Bruno, yo ya aprendí que no puedo controlarlo todo… a mí no me interesa si te quedas a vivir en mi casa, no me interesa si compartimos tramezzini o no, lo que sí me interesa es que no te veas con la carga de tener tres hijos más; que no pretendas actuar como papá con nosotros.

     — Es lo bueno de que mis hijos tengan que lidiar con un padrastro que se ha adueñado del papel de papá también —sonrió—. Yo no planeo tratarte como trato a mi hija, pero sí planeo tratarte.

     — Mmm… ¿puedo preguntarte algo?

     — Por favor.

     — ¿Qué tan cómodo te sientes conmigo y con Sophia?

     — ¿Cómo? —frunció su ceño—. ¿En qué sentido?

     — Estamos viendo dónde quedarnos en diciembre que lleguemos.

     — Creí que era automático que se quedarían en tu casa… ¿o planeas quedarte en el apartamento de tu papá? —Emma sólo ensanchó la mirada—. Tu mamá va una vez al mes a limpiar —se encogió entre hombros entre su explicación de por qué sabía de ese apartamento—. No es como que yo la acompaño o le ayude, dice que es algo que tiene que hacer sola.

     — Si fuera sólo yo, pues sí… sería automático que me quedara en mi casa —asintió, intentando olvidar el comentario del apartamento de Franco—. Pero Sophia viene conmigo.

     — No veo por qué no puedan quedarse en tu casa —sonrió—. Sé que son los días más felices de tu mamá.

     — Asumiendo que tú no cambiarás tu rutina sólo porque nosotras estamos allí, ¿te molestaría?

     — ¿Por qué me molestaría?

     — Ergo mi pregunta.

     — Es como que yo te pregunte si te molesta la idea de que yo duerma allí tres o cuatro noches a la semana… sin importar la semana que sea —sonrió—. Sólo habría que hacer más tramezzini, poner más café en la cafetera… —dijo, y Emma sólo rio—. Cierto, tú no bebes café y te encargas personalmente del Latte de Sophia.

     — Haces tu tarea —rio.

     — Se hace lo que se puede —guiñó su ojo.

     — Pues, salud —dijo Emma, levantando su shot.

     — ¿Salud por qué?

     — Por la familia —murmuró, y llevó el shot a su garganta.

     — Por la familia —repitió Bruno, imitándola con su shot.

     — ¿Todavía “fuerte”? —preguntó, y Bruno sólo rio calladamente con una simple sonrisa—. “Tolerancia adquirida” —sonrió ante lo que asumió ser una negación.

     — ¿No se supone que se bebe con limón y sal?

     — Quizás con un Patron, a lo mucho con un Don Julio… pero no con un Dos Lunas —sonrió.

     — Lo siento, no estoy tan informado sobre el tema.

     — No es el fin del mundo —sacudió su cabeza—, y tampoco juzgo por un tequila.

     — Qué bueno —sonrió minúsculamente, viendo a Emma tomar la copa de Martini para darle un sorbo tímido.

     — ¿Cuáles son los planes que tienen para mientras estén aquí? —le preguntó Emma para alargar la conversación, pues si debía ser conversación, que fuera equitativa.

     — Tu mamá asumió que mañana no te íbamos a ver —resopló, gozando de cuánto conocía Sara a Emma—, tenemos entradas para ver el musical de Motown.

     — Bonita elección —comentó.

     — ¿Ya lo viste?

     — Sí, hace como dos o tres semanas…

     — ¿Te gustó?

     — Mmm… —tambaleó su cabeza, dudando entre un “no” y un “más o menos”—. Creo que no deberías dejar que mi opinión influya —resolvió responder evasivamente.

     — Sólo para tener una referencia.

     — Es que todo depende de si vas a verlo porque te gusta lo que es Motown, o porque tienes ganas de que te entretengan, o porque es el único musical que no has visto —se encogió entre hombros—. Si te gusta Motown, tanto la música como la época, creo que deberías bajar tus expectativas un poco para no decepcionarte, si tienes ganas de que te entretengan con esos veinte años de música entonces vas a algo bueno, y, si es el único musical que no has visto… mmm… asumo que es para pasar un buen rato.

     — No te gustó —rio.

     — Es justo y representativo, pero no es la gran cosa; mis expectativas estaban muy altas por las críticas de la prensa… pero para eso tengo una playlist a la que Sophia procura nunca entrar.

     — ¿A Sophia no le gusta Motown?

     — Sólo le gusta “I’m So Excited”, pero esa no es tan ícono Motown —sacudió su cabeza.

     — Pero a ti sí te gusta.

     — No soy tan fanática, soy más de los ochentas en adelante, pero también puedo escuchar desde principios de Siglo —se encogió entre hombros—, no discrimino.

     — Entonces es de asumir que la música que están tocando ahorita es la música que le gusta a Sophia.

     — También me gusta a mí —sonrió—. Como sea, ¿qué otros planes tienen?

     — ¿No han hablado con tu mamá sobre eso?

     — Me preguntó qué era lo que podían hacer, le mencioné un par de cosas, y me preguntó si mis recomendaciones las estaba leyendo de Wikipedia porque le había mencionado las mismas cosas —rio—. Al final no sé qué decidió.

     — Vamos a esperar a tu hermana para ir al MET y para ver “Chicago”, por lo demás me dijo que sólo íbamos a salir a donde nos llevara el mapa.

     — Es una buena idea —rio—. Así aprendí a conocer la ciudad.

     — Creí que la habías conocido por puntos de referencia.

     — Sólo una implementación del mapa —rio—, lo que sea que me haga la vida más fácil.

     — La vida es de los astutos —guiñó su ojo, viendo a Emma terminarse su Martini con una sonrisa—. Romeo y Margaret estaban hablando de invitarnos a cenar el domingo.

     — Sí, James y Margaret van a cocinar —asintió.

     — ¿Eso es bueno?

     — Me da hambre de sólo pensar en eso —asintió de nuevo—. Es muy bueno.

     — Entonces intentaré no comer muy tarde, porque, según lo que dijo Margaret, podemos esperar un “three-course-meal”.

     — Ya sé que el domingo sólo voy a desayunar, entonces —rio Emma, levantando su mano para darle continuidad a su labor de exasperar a los meseros—. Quizás el domingo podamos desayunar juntos, así podemos dar un tour caminado, ustedes pueden descansar por la tarde, y luego vamos con los papás de Natasha.

     — Suena bien —asintió—. ¿Natasha es la del vestido rosado, verdad?

     — Agua, por favor —dijo Emma para el mesero mientras asentía para Bruno.

     — ¿Y la otra?

     — Julie, es la eterna novia y prometida de James —sonrió, viendo caer el agua con hielo en la copa adecuada—. Son mis amigos por adquisición, venían con Natasha, igual que Thomas; el que baila con Irene.

     — Suena a “amistad por obligación” —bromeó.

     — Al principio nada más —asintió con una risa nasal, agradeciéndole al mesero con la mirada mientras tomaba su copa de agua en su mano—. Se les toma cariño, andan en la misma sintonía que nosotros.

     — Eso es algo muy bueno —sonrió.

     — Sí —rio nasalmente, y bebió tres refrescantes e insípidos tragos.

     — ¿Vienes para navidad, entonces?

     — Esa es la intención —asintió, aclarándose la garganta con la típica maña de llevar su puño a sus labios—. Me gustaría estar con mi mamá para su cumpleaños.

     — Sí, te echó de menos el año pasado.

     — Este año no será así —dijo un tanto tajante, pues parecía que le estaba reclamando la emoción—. Ya tengo todo para irme el doce y regresar el veintiocho… pero para eso falta.

     — El tiempo se pasa rápido.

     — A veces —sonrió.

     — Siempre —le dijo con una mirada de tener el interés despierto, pero Emma sólo rio nasalmente y bebió un poco de agua—. ¿Cuándo no pasa rápido? —Emma se encogió entre hombros—. ¿Ahorita?

     — Tengo sentimientos encontrados en cuanto a la rapidez con la que el tiempo decide pasar en este día —tambaleó su cabeza—. Ha pasado como en cámara lenta.

     — Es tu boda, si quieres que se termine, no veo por qué no puedas terminarla.

     — Me acabo de casar, ¿por qué lo terminaría? —rio con la mirada ancha.

     — No me refiero a un divorcio —rio realmente divertido—, hablo de la fiesta… si quieres estar a solas con Sophia, no veo por qué no.

     — El tema de conversación se acaba de volver un poco perturbador —se carcajeó, sacudiendo su cabeza mientras intentaba no ceder al automático rubor.

     — No soy tan ingenuo —mantuvo la risa—, y tampoco vivo en omisión.

     — Y no es ni el lugar ni el momento para acabar con esa sonrisa —repuso, señalando a una sonriente Sophia que bromeaba con Phillip entre muecas y brazos y piernas por aquí y por allá, y Bruno sólo rio nasalmente ante la confusión del comentario.

A Emma le dio risa ver cómo era Phillip quien intentaba enseñarle a Sophia cómo se bailaba “Proud Mary”, y le dio risa porque era Phillip quien sabía y no Sophia, quizás el abandono parental le había enseñado cosas buenas y a bailar como Tina Turner sin lograr renunciar absolutamente a su masculinidad, y, desde lo lejos, era Sara quien observaba a Emma y a Bruno desde que Bruno había decidido sentarse a la mesa con Emma; cosas del nerviosismo familiar porque ambos eran importantes pero a distintos niveles de importancia, «por supuesto».

— ¿Es primera vez que hablan? —le preguntó Camilla con la mayor discreción que pudo.

     — ¿Tanto se nota? —resopló Sara, volviéndose completamente hacia Camilla, pues ya los Roberts se habían dedicado a hablar con Volterra sobre sabía Dios qué tema local, probablemente se trataba de de Blasio.

     — No puede ser tan malo, ¿o sí?

     — No tengo idea —se encogió entre hombros.

     — Se han estado riendo todo el rato.

     — Y compartieron tequila —rio nasalmente—, y yo creo que Bruno nunca había bebido tequila antes.

     — ¿Hay algo que te preocupe que hablen?

     — No —sacudió su cabeza—, es sólo que esperaba estar presente en la primera conversación cara-a-cara que tuvieran.

     — Y estás presente —dijo, buscando reconfortarla porque entendía los nervios, pues ella ya los había sentido pero de otra forma—. Se han reído y han bebido tequila, no veo por qué haya un mal resultado —sonrió—. Creo que debería aliviarte un poco.

     — ¿Por qué?

     — Porque la próxima vez que se vean, sea aquí o en Roma, ya no va a ser tan incómodo; lo que importa es romper el hielo —sonrió.

     — En cierto modo me alivia que los dos tengan alcohol en la sangre —dijo, como si eso no tuviera nada que ver—, es la única vez que le he visto lo bueno al alcohol… pero, para la próxima, estarán en su estado más racional y natural posible.

     — ¿Entonces? —rio al ver cómo Sara no podía despegar la curiosa y nerviosa mirada de aquellas dos personas que ahora estaban por beber otro shot de tequila—. No me digas que crees que son patada al hígado mutua…

     — Siempre que hablamos sobre Bruno, Emma se ríe…

     — ¿Y por qué puede ser eso algo malo?

     — Porque si se ríe es porque el tema le incomoda, y ahora el tema está sentado con ella —respondió, viendo cómo brindaban con una risa que sólo podía definir como “incomodidad”—. Y Bruno no la conoce, no creo que sepa que si se ríe es porque está incomodándola aunque ella le diga que no.

     — Bruno es gracioso y Emma es educada, supongo que será cordial y de la amigable porque se trata del novio de su mamá.

     — Piénsalo como si se tratara de Sophia y de… —dijo, desviando su mirada en dirección a Volterra, y Camilla, entre una risa nasal y ojos entrecerrados por la acertada jugarreta, se tomó dos segundos para considerar inyectar una mayor dosis de empatía.

     — ¡Ajá! —lanzó una carcajada repentina—. En ese caso, si se tratara de Sophia, ella se estaría riendo porque estaría bromeando cínicamente con el hombre.

     — Quizás Emma no bromea cínicamente, pero sí insulta subliminalmente… probablemente Bruno ni sabe que lo está descuartizando y él se ríe.

     — Es básicamente lo mismo —dijo, y ambas ensancharon la mirada en un segundo de silencio mutuo e intercambiaron una sonora carcajada que les logró sacar hasta las lágrimas mientras los Roberts y Volterra las miraban sin la más remota idea de sobre qué reían con tanta gracia y con tantas ganas, y con tanto champán encima—. Bueno, resulta que son más parecidas de lo que creímos.

     — Definitivamente —asintió.

— ¡Hey! —rio Emma al ver que Luca se asomaba a la mesa—. Ven, siéntate con nosotros —terminó por invitarlo con un gesto de manos.

     — ¿No interrumpo? —frunció su ceño al ver que estaba con uno de los adultos.

     — Para nada —sacudió Emma su cabeza—. Te presento a Bruno —le dijo mientras lo veía tomar asiento a su lado izquierdo para quedar frente a Bruno—, el novio de mi mamá.

     — Ah, un placer —sonrió Luca para Bruno mientras le alcanzaba la mano por sobre la mesa para ofrecerle un apretón de manos—. Luca.

     — Mucho gusto —sonrió—. Bueno, yo creo que voy a regresar con tu mamá —le dijo a Emma, quien asintió para verlo ponerse de pie y, con un gesto de educado permiso, se retiró con una sonrisa.

     — Ese hombre tiene el cabello que yo quiero tener —dijo Luca en cuanto consideró que había suficiente distancia.

     — Hm… he does have nice hair —comentó Emma para sí misma, aceptando que era el cabello, y el peinado, y el mechón canoso, lo que lo hacía tan ameno para la vista.

     — ¿Perdón? —se acercó más a ella al no haberla escuchado.

     — Hueles a cenicero —resopló con una expresión de sentimientos encontrados, pues extrañaba el olor al punto de provocarle nostalgia, pero al mismo tiempo lo aborrecía—. ¿Te fumaste hasta la cajetilla?

     — Casi —asintió—, pero me queda una cajetilla completa… por si quieres.

     — Por tercera vez: no, no quiero —rio—. Evito arrugas, agudizo papilas gustativas, y no me muero cuando decido trotar una hora.

     — ¿Ahora trotas? —frunció su ceño, y Emma asintió entre hombros encogidos—. ¿Ya no haces esgrima?

     — Tengo como un año o dos de no hacerlo —sacudió su cabeza—, pero todavía tengo mi máscara de Guy Fawkes, mi uniforme blanco y negro con la fleur-de-lys sobre el pecho y el florete rojo.

     — ¿Por qué me dices eso?

     — Porque ya siento un comentario sobre cuánto me ha cambiado la ciudad, el trabajo, la vida, Sophia… —dijo en tono de hostigamiento con un gesto de manos que no eran nada más que de asco.

     — Hay de todo —se encogió entre hombros—, pero no tengo nada en contra de la ciudad, o del trabajo, o de la vida, o de Sophia…

     — Pero sí he cambiado.

     — Sí, has cambiado, no te han cambiado —sonrió, y Emma, queriendo estar de acuerdo, no pudo estarlo al considerar que la habían hecho cambiar, para bien o para mal, y que había cambiado porque así habían sucedido las cosas, en especial porque Sophia había sucedido—. Al menos sé que has aprendido a escoger mejor a tus amistades.

     — Eres un mártir —rio, llevando el dorso de su mano para agravar el dramatismo.

     — No lo decía por mí —frunció su ceño, alcanzando la botella de tequila y el shot de Bruno para servirse un poco.

     — Todos tenemos un ex del que nos arrepentimos por A o B motivo —entrecerró sus ojos.

     — Tampoco me refería a Ferrazano —rio, vertiendo tequila en el shot de Emma también.

     — Definitivamente no aprendí a leer mentes —rio Emma.

     — Tu amiga Natasha… —sacudió su cabeza.

     — ¿Qué con ella?

     — Tiene complejo de hermana —dijo con tono burlón, y Emma elevó la ceja derecha en respuesta.

     — Entonces era sarcasmo —repuso Emma, él asintió, y ella elevó su ceja todavía más.

     — Se cree con la autoridad suprema de poder escoger a tus amigos, como si fueras suya —rio, dejando a Emma colgada con la falta de intención de brindis, pues llevó su shot a su garganta, y, acto seguido, le arrebató su shot de su mano para beberlo también—. Prácticamente me dijo que me alejara, que era un stronzo.

     — Eso es porque lo eres —frunció su ceño.

     — ¿Ah, sí? —rio, sirviéndose un poco más en ambos shots.

     — Con lo stronzo se nace —asintió—, pero, como me considero tu amiga, te lo tolero… porque aprendí a lidiar con eso.

     — Uy, suenas decepcionada.

     — ¿Por qué lo estaría? —ladeó su cabeza con su ceño fruncido.

     — No sé, ya siento un sermón sobre cómo tengo que crecer, sobre cómo tengo que madurar, etc., etc., etc.

     — Dai, dai… crece y madura a tu ritmo, a mí me da igual —rio—, no soy yo la que se lleva los disgustos.

     — Según tu hermana Natasha sí —rio cínicamente—. Soy un atentado a la moral y a la ética conversacional… si es que eso existe.

     — En mi vida ha habido tres assholes, y eso sólo me enseñó dos cosas, y digo dos puntos: me enseñó que el que nace asshole, asshole se queda, y que todos los assholes son iguales —sonrió.

     — Auch —rio, sacudiendo su cabeza al no entender qué era lo que le estaba diciendo con exactitud, y llevó un shot a sus labios.

     — Además, al asshole se le sigue la corriente para que se calle, sino sigue molestando… problemas de baja autoestima, supongo —sonrió de nuevo, y ensanchó la sonrisa en cuanto el otro shot lo hizo exhalar calor y quemadura esofágica.

     — Entonces, ¿tengo baja autoestima?

     — Si el stiletto te queda —asintió.

     — ¿Qué? —frunció su ceño al no entender la metáfora.

     — Yo sé cómo funcionas, estoy acostumbrada a tener a una gama de assholes de referencia, pero con Natasha no te metes —le dijo tranquilamente mientras vertía tequila en ambos shots—. Ella no tiene “complejo de hermana”, ella es mi hermana… y sus papás, esos señores de allá —dijo, señalando a los Roberts—, son como mis papás; entre Natasha, Phillip y ellos, es que logré salir a la superficie… momento en el que, hasta donde yo sé y que lo sé porque te busqué, tú no estabas.

     — Ella se refirió a algo que tenía que ver con Sophia.

     — Sí, porque Sophia me sacó del agua, me dio RCP y respiración boca a boca sin conocerme —sonrió—. Conmigo puedes ser tan asshole como quieras, pero te voy a pedir de favor que a Natasha y a su familia la respetes, y te voy a pedir que a mi esposa la trates como si se fuera a quebrar… porque si no yo te voy a quebrar… personalmente te voy a quebrar, y no es una metáfora —sonrió de nuevo, y se puso de pie.

     — ¿A dónde vas?

     — Voy a dejar que Natasha baile con su esposo para yo poder bailar con mi esposa —guiñó su ojo—. Ven a bailar cuando logres recomponerte.

 

***

 

— ¡Phillip Charles! —canturreó esa voz que la hizo petrificarse al borde del ascensor, al cual quiso regresar para huir de ahí, pero las puertas se cerraron tras ella y no pudo hacerlo—. Tú no eres Phillip Charles —frunció Katherine su ceño ante una Emma que venía con una bolsa color cian y otra color fucsia en su mano izquierda mientras que sostenía su bolso de su hombro derecho e intentaba mantener un paquete de FedEx bajo su brazo.

     — Uhm… ¿no? —murmuró Emma un tanto cohibida, pues ella sí lograba cohibirla y no sabía ni por qué, «pero tampoco lamento decepcionarla».

     — ¡Amor! —corrió Natasha por el pasillo, deslizándose con precisión sobre el piso encerado para imitar a Tom Cruise en “Risky Business” con Bob Seger en el fondo.

     — No es Phillip —le dijo Katherine con desgana.

     — Just take those old records off the shelf, I’ll sit and listen them by myself —canturreó Natasha.

     — Today’s music ain’t got the same soul, I like that old time rock ‘n’ roll —correspondió Emma con una sonrisa al verla realmente como Tom Cruise, pues vestía una camisa que se notaba que era de Phillip  y no sólo por las iniciales bordadas sobre el bolsillo frontal, sino también por la talla y porque era a rayas granate y blancas, y vestía calcetines blancos, aunque eran punteras, y llevaba la camisa abierta para dejar ver el hermoso juego de lencería negra de encaje.

     — ¿Qué te parece? —sonrió, omitiendo conscientemente a su suegra, y dejó caer la camisa al suelo para mostrarle ese juego Kiki de Montparnasse como debía ser.

     — Una vuelta —repuso Emma, dejando caer las bolsas al suelo y tomándola de la mano para darle ella la vuelta—. Mmm… —suspiró, y ahogó un falso gruñido—. You look delicious —dijo en tono salaz, y le dio un beso en la mano para luego saludarla con dos besos lentos y falsamente provocativos, uno en cada mejilla—. Hola, amor —susurró.

     — Hola, amor —respondió con un susurro, y, sin soltarle la mano, esperó los dos segundos que sabía que le tomarían a Katherine para hacerles saber que ella estaba presente con una aclaración de garganta.

     — Perdón, Katherine —sonrió Emma, fingiendo un momento incómodo por lo de la mano mientras Natasha materializaba un rubor falso en sus cabizbajas mejillas—. ¿Cómo está? —se acercó con la intención de un abrazo que sabía que no iba a dar ni a recibir.

     — Fine —respondió tajantemente y de brazos cruzados—, I was fine.

     — Qué bueno —sonrió Emma, apilando fuerzas y coraje para hacer lo siguiente—, siempre es un gusto verla —dijo, y le plantó un beso sonoro en cada mejilla—. Amor, ¿vamos? —se volvió hacia una Natasha que ya se enfundaba las mangas de la camisa en sus brazos.

     — Vamos —sonrió, intentando aguantarse la carcajada interna, y le ayudó con las bolsas que estaban sobre el suelo—. ¿Me trajiste algo de la sex shop? —le preguntó ya cuando desaparecían por el pasillo en dirección a la oficina casera de Phillip.

     — Eres tan mala —susurró con una risita nasal para que Katherine no las escuchara, pero ella seguía petrificada ante el supremo lesbianismo que había presenciado hacía unos momentos.

     — Gracias por ayudarme a incomodarla —guiñó su ojo, dándole paso hacia el interior de la habitación.

     — Lo que sea para que estés más tranquila y puedas respirar bien —respondió su guiño de ojo con uno por igual.

     — Gracias —suspiró, entrecerrando la puerta, aunque creyó que la había cerrado por completo—. Tengo los papeles aquí… —dijo, caminando hacia el escritorio que prácticamente sólo Phillip utilizaba cuando no había modo de dejar el trabajo en el trabajo.

     — ¿Cuántos cheques necesitas? —le preguntó colocando la caja de FedEx sobre una de las encimeras de madera que guardaban una absurda colección de CDs originales, los cuales, al igual que los DVDs y los Blu-Rays, servían para tener algo tangible a pesar de que todo existía también en algún lugar del ciberespacio.

     — Tres —levantó sus dedos índice, medio y anular para graficar el número—. Uno por…

     — No —sacudió su cabeza, introduciendo su mano en su bolso para pescar la chequera que pocas veces sacaba de la caja fuerte—. Te voy a dejar cuatro cheques firmados para que sólo les pongas la cantidad, ¿te parece? —sonrió.

     — Se me olvida que detestas escribir cheques —rio—. Pero sólo dame tres, porque son los últimos tres.

     — ¿Y ya terminé de pagar mi súper boda? —sonrió, materializando su pluma fuente Tibaldi, esa con el “Bentley” grabado.

     — Ya con esto pagas música, la habitación de tu mamá y de tu suegra, y la decoración —asintió.

     — Perfecto —suspiró, agilizando el infalsificable garabato que pretendía plasmar su nombre con unicidad—. ¿Qué papeles me tienes?

      — Tengo la lista de canciones, las especificaciones de las habitaciones, y el catálogo que te envía Tía Martha —sonrió, logrando que Emma elevara la mirada con una ancha sonrisa de emoción—. Nunca te había visto sonreír así por un catálogo de Kitchenware —rio.

     — No es cualquier Kitchenware, es el Kitchenware —rio nasalmente, pasando el segundo cheque para firmar el tercero.

     — You make a fair point.

     — I know.

     — Ego… —sacudió su cabeza, y Emma, mientras asentía, arrancó los tres cheques para alcanzárselos a su mejor amiga—. Por cierto, ¿ya tienes vestido para la otra semana?

     — Tengo varios vestidos en mi clóset, Nathaniel —rio, tomando el papel con las especificaciones de las habitaciones del Plaza para revisar que todo estuviera en orden—, pero, si te refieres al ridículo Badgley Mischka en color oyster… —sacudió su cabeza—. Claro que lo tengo.

     — ¿Badgley Mischka? —frunció su ceño—. No sé por qué creí que te ibas a inclinar más por un Alexander McQueen.

     — El que me gustaba sólo estaba en talla dos y en talla dos y en talla dos —sonrió, sabiendo que había repetido la misma talla tres veces, pues se refería al número de unidades existentes.

     — ¿Cómo es?

     — ¿El Alexander? —preguntó sin volverla a ver, pero, aun sin estarla viendo, supo que sacudía su cabeza—. El Mischka es… es perfecto —rio.

     — ¿Qué tan perfecto?

     — Si tuviera que casarme en un vestido blanco, probablemente me casaría en ese vestido —sonrió—. Aunque, como dije hace veinte segundos, es color oyster y no blanco… pero es simplemente exquisito; es como para bailar “Worrisome Heart” con Sophia.

     — Wo-ow —rio cortadamente, pues ya sabía cómo era de perfecto—. ¿Y Sophia?

     — Un Alice + Olivia de bateau neck y media mermaid skirt…

     — ¿Y qué tiene de especial el vestido?

     — La espalda es muy sexy —rio nasalmente—, es un vestido como para no usar nada; no bra, no thong.

     — ¿Tan atrevido?

     — Es justo —tambaleó su cabeza—. Pero olvídate de nuestros vestidos, hablemos del tuyo y del de tu mamá.

     — Tía Donatella me envió un halter azul marino con plumas…

     — No suena tan…

     — Tiene una cadena —rio, y Emma levantó la mirada—. Tiene una cadena de verdad —dijo, dibujando la línea halter sobre su cuello.

     — Now, that’s cool —asintió.

     — Lo sé —susurró.

     — ¿Y tu mamá?

     — No tengo idea, no lo he visto —se encogió entre hombros.

     — ¿Tu suegra va a ir? —susurró.

     — Mi mamá la ha invitado, también a mi suegro y a mi cuñada, pero no sé si va a querer ir… o si todavía esté aquí para cuando eso suceda.

     — Vienes diciendo eso desde hace una eternidad, y el cumpleaños de tu mamá es el viernes de la otra semana —sacudió su cabeza.

     — Mi papá dijo que mi suegra había colocado una propuesta más agradable para sus clientes, por lo que cree que la van a aceptar… si eso no resulta, no me queda más que tener fe —rio—. Lo que sí sé es que mi cuñada va a venir el martes…

     — ¿Y eso?

     — Cree que tiene un problema —respondió, y Emma frunció su ceño—. Tiene un problema de tipo “eso”.

     — Oh… —frunció sus labios—. ¿Y a qué viene? Digo, ¿no puede hacer algo estando en Princeton?

     — No sé, yo no pregunté lo que sé que no quería que le preguntara —rio—, yo sólo le dije que sí la iba a acompañar a hacerse los exámenes.

     — Eres una buena cuñada, Nathaniel —sonrió, pero Natasha no pudo verbalizar ese “lo sé” por tener otra cosa en el camino vocal—. Pero, si quieres, la llevo yo.

     — ¿Por qué harías eso?

     — Si tú no puedes hacerlo, yo puedo hacerlo, no es ningún inconveniente —sonrió de nuevo.

     — No es ningún inconveniente para mí…

     — Entonces, ¿por qué tienes cara de “quebré la muñeca de porcelana de la abuela”?

     — I’m late —susurró cabizbaja.

     — How late? —reciprocó el susurro pero con la mirada ancha, mirada que no pudo disimular en lo absoluto.

     — Una semana.

     — ¿Eso es bastante?

     — Si a ti se te atrasa por una semana, ¿qué crees?

     — Nate, no es lo mismo —rio—. No es como que Sophia pueda fecundar mis fértiles óvulos —dijo con la boca llena de sarcasmo, y Natasha sólo rio nasalmente—. Ahora que lo mencionas, ya me sucedió una vez, y por eso fui al OBGYN.

     — ¿Y?

     — No tenía nada de malo, sólo estaba reajustando mi ciclo… cosas hormonales que tienen que ver con las hormonas de Sophia… fenómenos que no están en el manual —se encogió entre hombros—. ¿Phillip ya sabe?

     — No quiero decirle hasta estar segura —sacudió su cabeza—. Es más, no quiero decirle hasta que haya pasado el primer trimestre… si es que estoy cultivando un phaseolus vulgaris.

     — ¿Quieres que te acompañe a hacer un examen de sangre el lunes?

     — ¿Harías eso por mí?

     — Tiene que ser después de que saquemos la licencia —le dijo—, pero claro que lo haría… lo haré.

     — Podría recogerte del City Clerk para ir a hacerlo, así no pierdes tiempo en la tarde.

     — Lo que sea que tenga que ver contigo no es una pérdida de tiempo, Nate —sonrió—, pero Sophia estará conmigo.

     — Que venga con nosotras, así tengo dos abrazos en uno.

     — Entonces iremos —dijo en tono reconfortante—, sólo intenta no preocuparte más de lo normal, ¿sí?

     — Me preocupa una respuesta positiva, no una respuesta negativa.

     — Lo que necesitas es una respuesta, sea positiva o negativa no importa por ahora, ya luego veremos qué y cómo hacemos —guiñó su ojo.

     — Gracias, Em.

     — Cuando quieras —dijo, y por fin firmó las especificaciones de las habitaciones.

     — Por cierto, ¿qué te enviaron por FedEx?

     — Ábrelo —le dijo, pasando a las nueve páginas que contenían una doble columna de nombres de canciones.

     — Te lo envió tu hermana.

     — Sí, es el resultado de una misión muy especial —rio.

     — ¿Qué la pusiste a hacer?

     — Nada, no era de alto riesgo ni de proporciones imposibles —sacudió su cabeza, decidiendo omitir los nombres de las canciones porque, en realidad, le daba igual qué canciones tocaban y qué canciones no, y le parecía que, si Natasha había trabajado con ellos en la elección, todo estaba en orden—. Sólo tenía que buscar, lo que hay dentro, en la bodega de mi casa.

Natasha abrió el paquete como si se tratara de una reliquia, pues asumió que, si estaba en la bodega de la casa de Emma, era porque debía serlo de alguna forma, y se encontró con una réplica a escala de un Yamaha de media cola que era relativamente pesado para ser sólo un juguete.

— ¿Qué es?

     — Es un Yamaha G, una réplica del piano de mi mamá —sonrió, alcanzándole las manos para que se lo entregara—. Me lo regaló cuando tenía cinco, y no lo había vuelto a ver desde los doce…

     — Entonces sí es una reliquia —bromeó en cuanto a su edad.

     — Debería serlo, es un trabajo excepcional —sonrió para sí misma mientras colocaba el piano sobre el escritorio y repasaba las falsas teclas con sus manicurados dedos—. Tiene treinta y tres notas… creo que se tardaron tres meses en hacerla —resopló, y, de un movimiento, volcó el piano para ubicar la perilla.

     — It’s a music box —suspiró Natasha con una sonrisa.

     — It is —asintió mientras le daba cuerda el número de veces que sabía que eran necesarias—. Dura tres minutos con doce segundos, nada cercano al tiempo real de la pieza porque es casi la mitad, pero es tan perfecto…

     — Nunca te habría imaginado como una niña de music box.

     — No lo era —sacudió su cabeza—. No es una music box de la que sale una bailarina de ballet con leotardo, tutú y zapatillas rosadas en posición de Arabesque, o en cuarta o quinta posición.

     — Entonces, ¿qué sale?

     — Música —susurró, y, colocando el piano sobre las patas, dejó ir la cuerda para que empezaran a sonar esas treinta y tres notas que Emma ya había empezado a gozar con sus ojos cerrados.

     — Ya he escuchado esa canción… —dijo en cuanto se terminó.

     — Sí —susurró—, ya la has escuchado.

     — ¿Nostalgia sobre tu infancia? —rio nasalmente.

     — No es nostalgia —sacudió su cabeza mientras acariciaba la caja del piano para abrirla.

     — ¿Entonces?

     — Es momento de dejar que regrese a mi vida —se encogió entre hombros.

     — Eso sí suena un poco a nostalgia.

     — Quiero que regrese de otra forma —sonrió, y Natasha entendió a qué se refería—. ¿Puedo dejarla aquí junto con las otras cosas?

     — Claro —asintió, y se dirigió a uno de los gabinetes de las libreras para que Emma pudiera colocar su reliquia dentro de la caja de FedEx.

     — Gracias, Nate —dijo, y le dio un abrazo y un beso en la mejilla.

     — Lo que necesites, Em —repuso, correspondiéndole el abrazo porque pocas veces recibía un abrazo así de cálido—. Por cierto, ¿qué van a hacer mañana?

     — Absolutamente nada, ¿por qué?

     — Wanna hit Top of The Standard?

     — “Top of The Standard” like in the danceclub? —rio.

     — Sí —asintió—. Julie y James vienen, Thomas también, sólo ustedes faltan… pues, es que Patrick, Derek y Mark también van, así que sería salir cada quien por su lado —dijo refiriéndose a Phillip y a sus amigos de toda la vida, y, por implicación, a las novias de los mencionados.

     — Por mí sí, le voy a preguntar a Sophia.

     — Si no quieren o no pueden ir no hay ningún problema.

     — Preguntaré —sonrió.

     — Perfecto.

     — Mmm… tengo que ir al baño —frunció su ceño y sus labios.

     — ¿Desde cuándo te estorba ir al baño? —rio.

     — Desde que las Wolford se me deslizan —sacudió su cabeza, pero Natasha ladeó su cabeza con su ceño fruncido, pues no entendía cómo unas medias Wolford podían deslizarse, y Emma decidió levantar su falda para revelar que sus medias Wolford se sostenían por obra y gracia de un garter negro.

     — Ah, es esfuerzo doble ir al baño —se burló Natasha, y Emma asintió—. Yo no llevaría nada puesto…

     — ¿No thong?

     — Sure, ¿por qué no? —se encogió entre hombros—. Así sólo llego al baño, me siento, hago lo que tengo que hacer, y no tengo que estar desabrochando el garter a cada rato.

     — A veces eres tan inteligente —rio nasalmente, y llevó sus dedos a los broches del garter.

     — Lo sé —sacó su lengua—. Cambiando el tema, ¿en dónde has metido a Sophia?

     — La última vez que revisé mi teléfono… estaba en Central Park, asumo que ha sacado a pasear al Carajito.

     — Entonces voy a asumir que es por eso que Phillip está allí también.

     — Sería lo sensato —asintió—, porque a tus patos sólo tú los puedes alimentar.

     — Mi papá donó a la ciudad, de Blasio puede abstenerse de multarme —sonrió—. Si no le gusta que alimente a su fauna, pues que lo haga él.

     — Ni porque lo hiciera él personalmente lo dejarías de hacer.

     — Déjate soñar —sacó nuevamente su lengua, y Emma, guiñando su ojo, se escondió tras la puerta del baño para tener alivio fisiológico—. Oh, good… entonces sí me haces caso —rio al ver que Emma salía del baño con actitud de relajación absoluta y con su Kiki de Montparnasse en la mano.

     — Claro que sí —rio, y, con el encaje en la mano, metió la mano en la bolsa color cian para pescar una caja blanca rectangular.

     — ¿Qué compraste?

     — Compré… —suspiró con su ceño fruncido al no saber cómo hacer lo que quería hacer—. Hice que Sophia se deshiciera de la cosa roja esa

     — Eso no me dice nada.

     — Compré cinco cosas para que pudiera reponerlo —sonrió, anudando su tanga en forma de lazo alrededor de la caja como si fuese un regalo, porque eso era, «o algo así»—. Aunque creo que sólo fue que… no sé, estoy un poco nerviosa y se me salió la personalidad de compradora compulsiva… y terminé comprando todo lo que me pudieron recomendar usar —rio.

     — Bueno, tienes opciones para explorar —sonrió Natasha, absteniéndose a preguntarle qué cinco cosas había comprado, pues sabía que la privacidad y la intimidad eran sinónimos en esa ocasión.

     — Te digo, hay unas “opciones” que ni siquiera sé por qué las compré… por eso creo que son la consecuencia de mi adicción a las compras.

     — No dudo que se divertirán explorando cada una de las opciones —rio.

     — ¿Las has visto?

     — No, pero un juguete nuevo es como… —frunció sus labios—. En realidad no tengo idea de cómo continuar esa idea.

     — ¿Por?

     — Porque nunca he tenido un juguete —se encogió entre hombros—, ni para mi uso personal, ni para uso en pareja.

     — ¿En serio? —levantó la ceja derecha.

     — En mi cama, lo único que tiene baterías, es el control remoto del televisor —rio—. No he tenido un dildo, tampoco un vibrador, nada… o sea, tenía el que Julie regaló para Valentine’s hace años, pero nunca lo saqué de la caja.

     — Si no has tenido uno, ¿cómo es que sabes cosas bastante acertadas?

     — Porque no se necesita tanta ciencia como para saber qué puede provocarte y qué no —sacó su lengua—, sólo puedes tener dos resultados: o te mueres de la incomodidad, o te corres…

     — ¿Ni lubricante?

     — Eso no es juguete —rio—, es como un atrezo.

     — Muy buen término —asintió, estando muy de acuerdo—. Por cierto, ¿me das un vaso con agua?

     — Estás en tu casa, amor —sonrió, y vio a Emma tomar sus cosas para ir camino a la cocina—. ¿Qué tal la reunión con Oceania?

     — Son como de otro mundo —sacudió su cabeza con una sonrisa—. Y jamás me he divertido tanto en una reunión de trabajo.

     — Cuenta detalles —dijo con tono desesperado.

     — Éramos cinco personas; Conroy, que es el asesor ejecutivo, Gonzalez, el vicepresidente ejecutivo de servicio al pasajero, con esos dos me entiendo directamente, Binder, el vicepresidente de Prestige Cruise Holdings, y Kamlani, que es el director de operaciones.

     — Sólo falos…

     — Sólo falos… y yo —asintió, viendo a Natasha sacar un vaso mientras ella se encargaba de sacar una botella pequeña de Acqua Panna—. Primero hablamos sobre mi precio, y que accedieron a ciertas peticiones que les hice.

     — ¿Qué peticiones?

     — Subieron mi paga, accedieron a darme transporte personal por todo el tiempo que esté allá, apartamento con vista a la playa… y, como hay dos puestos más en mi equipo, que uno lo puedo poner yo.

     — ¿Y te dijeron que sí? —ensanchó la mirada.

     — Sí —asintió, llevando el vaso con agua a sus labios—, hasta me dijeron que creían que I was gonna go bunkers con los beneficios posteriores.

     — Sabrán ellos con qué abortos de la sociedad han trabajado antes —rio.

     — Lo mismo pienso yo —rio nasalmente—. La cosa es que ya todo está arreglado.

     — ¿Y eso te tomó seis horas? —frunció su ceño.

     — No —sacudió su cabeza, y bebió el resto del agua sin parar—. Tenían a Jacques Pépin, el Chef oficial de la flota, para que cocinara cada platillo de cada restaurante.

     — ¿Con el motivo de?

     — Que, a partir de la comida que quieren servir, ambiente cada restaurante… son ocho restaurantes más el Grand Dining Room.

     — Suena a que fue bastante comida.

     — Razón principal por la cual nos tomó seis horas —rio—. Claro, eran porciones muy pequeñas, sólo para que tuviera los sabores necesarios, y había un platillo completo de proporciones y porciones completas para que viera la estética… salí con un inusual álbum de fotos; de una polaroid de cada platillo con una breve descripción y todo categorizado por course y por restaurante, y también salí con la necesidad de visitar la página de Smythson para comprar más Dukes Manuscripts.

     — ¿Estaba rica la comida?

     — Creo que tu mamá estaría muy complacida —sonrió—. Sí.

     — Entonces… ¿es un hecho que te vas? —dijo, no pudiendo evitar sonar triste, y tampoco pudo evitar verse triste.

     — Sólo por unos meses, Nate —respondió con tono reconfortante, y se acercó a ella para envolverla en un abrazo—. Me vas a visitar, ¿verdad?

     — Cada momento que pueda —asintió contra su hombro mientras le correspondía el abrazo—. De igual forma, creo que lo de DKNY se va a caer porque LVMH quiere evitar hacer damage control desde el interior.

     — Lo siento mucho —susurró.

     — No lo sientas —rio suavemente—, al menos yo no lo siento.

     — ¿Estás bien?

     — Estaría mejor si mi suegra se fuera… just to fuck Phillip’s brains out.

     — Yo ya se lo dije a Phillip —rio—, ya su vida se detuvo demasiado por culpa de ella, que no les importe y sólo háganlo.

     — No quiero que a Phillip se le caiga su cosa —frunció su ceño.

     — Se le cae porque le das tiempo para que se le caiga —dijo, dándose unos graciosos golpes en su sien con su dedo índice—. Sólo se requieren ganas para que te deje de importar tanto.

     — Lo dices porque tu mamá no pasa en tu casa, o Camilla en dado caso.

     — Ya las dos han estado en mi casa y eso no nos ha detenido —rio—. When it’s time to fuck, then it’s time to fuck… sea en la cocina, en la cama, en la oficina, en la arena… o en el baño de una casa que estás ambientando mientras que hay doce personas más que se pasean de aquí hacia allá y tienes que taparle la boca a Sophia para que no nos delate…

     — ¡Emma! —se carcajeó.

     — Todavía no lo hago en un castillo inflable —entrecerró sus ojos para bofetearla con el comentario.

     — Y yo todavía no lo hago en un taxi —contraatacó.

     — Uh, golpe bajo.

     — Tú empezaste —sacó su lengua—. Lo del castillo inflable fue una vez nada más.

     — ¿Y tú qué crees, que lo del taxi se repitió? —frunció su ceño con falsa indignación—. Ahora que lo pienso… ¿un castillo inflable? —susurró.

     — No sé qué hacía un castillo inflable en el primer cumpleaños de Arielle, pero lo recuerdo con cariño.

     — Claro, no todos los días se consigue coger en un castillo inflable.

     — Ya era de noche, ya no había niños a los que podíamos traumatizar, tampoco fue tan malo… o pervertido for that matter.

     — Bonita experiencia —rio.

     — Entre esa y la del bubble wrap… —sacudió su cabeza—. No sé cuál fue más extraña.

     — Prefiero quedarme con cualquier superficie que esté entre las cuatro paredes que me pertenecen por propiedad legal y civil —sonrió—. Entiéndase el sofá, la cocina, el comedor, la cama…

     — ¿El piano?

     — You ought not to fuck on a piano —frunció su ceño y sus labios—, ever.

     — ¿En serio nunca sobre el piano? —ensanchó la mirada.

     — Una vez se intentó, pero estaba demasiado frío para los gustos que no me pertenecen —murmuró con sus ojos cerrados, acordándose de aquella fría madrugada en la que se había tenido que levantar de la cama porque, de no hacerlo, probablemente habría tenido un colapso nervioso silencioso—. Por cierto, ¿por qué no lo hacen en la ducha? —abrió sus ojos y materializó una mirada de epifanía.

     — Porque Phillip se va temprano al trabajo, eso implica que me tendría que despertar hora y media antes de lo usual… y, a esa hora, ya está ella despierta también… y tan temprano no me funciona la vagina.

     — El baño es al único lugar al que no va a entrar sin tocar la puerta —le dijo con una sonrisa—. Eso quizás lo hace tu mamá cuando sabe que Phillip no está.

     — Tienes un buen punto…

     — ¿Pero?

     — Se te olvida el aspecto psicológico —resopló, sacando otra botella de Acqua Panna para Emma—. Si de sexo se trata, yo puedo hacerlo sabiendo que mi suegra está con la oreja pegada a la puerta, eso no es ningún problema… así de necesitada estoy, pero es a él al que se le mueren las ganas; necesita que ella no esté en el edificio… o sea, ella es el problema, porque con mis papás no le pasa eso, ni con nadie más.

     — Ustedes sí que son lentos, entonces —se carcajeó, y Natasha sólo se confundió—. Tienen tantas opciones…

     — ¿De qué hablas?

     — ¿Se te olvida la movida clásica?

     — Supongo que sí —asintió—, no sé de qué hablas.

     — Mmm… veo, tú no eres de las que piensa que un hotel hace el trabajo —rio, y Natasha se ahogó con sorpresa—. Lo que necesitas es una cama, en un hotel la tienes.

     — Yo soy demasiada señorita como para ir a meterme a un motel —sacudió su cabeza.

     — Ay —se carcajeó—, y yo también; por eso hablo de ho-tel, con “h”.

     — Aun así —sacudió su cabeza—, no lo hace.

     — Lo que necesitas es privacidad y una cama, en un hotel la tienes… hasta tienes ducha por si eres de las personas que tiene que ducharse después de coger —se encogió entre hombros.

     — Yo puedo coger y no ducharme luego —dijo con tono de haber sido insultada—, la que no puede coger y vestirse eres tú.

     — Momento —levantó su dedo índice—, una cosa es que lo haga en la ducha y otra muy distinta es que tenga que ducharme después de hacerlo; no se trata de matar dos pájaros de un tiro.

     — ¿Puedes ir por la vida sin ducharte después de una sesión de sexo? —levantó ambas cejas.

     — No es mi escenario favorito, pero lo puedo hacer —asintió—. Aunque, si te sirve de algo, la ducha es más una excusa que una necesidad… porque a veces no hay tiempo para ducharse, o ducha for that matter.

     — Muy cierto —murmuró, viendo a Emma asentir suavemente mientras bebía más agua.

     — El “Park Lane Hotel” queda a paso de hormiga de aquí… y cuesta entre ciento cincuenta y doscientos por la noche —sonrió.

     — ¿Y tú cómo sabes cuánto cuesta? —ladeó su cabeza con una mirada divertida—. ¿Ya lo has usado con Sophia?

     — ¡No! —siseó—. Allí se quería quedar mi hermana, por eso sé cuánto cuesta —se encogió entre hombros—. Pero, bueno, si la idea no te gusta… tú tienes llaves de mi casa, Phillip también, y a mí no me molesta si la usan para tener descargas de oxitocina y endorfinas —sonrió.

     — ¿Es en serio?

     — Sólo no usen el piano y todo lo que hay detrás de la puerta de mi habitación —asintió.

     — Gracias —rio.

     — ¿Para qué están los amigos? —guiñó su ojo.

     — Ten cuidado, quizás y te tomo la palabra.

     — No esperaría menos —resopló.

— Phillip Charles! —escucharon gritar por el pasillo al compás de un taconeo de tacón ancho y cuadrado, todo por el timbre del ascensor.

     — ¿Así lo saluda siempre? —susurró Emma.

     — Siempre —asintió con expresión de hostigamiento—, me da miedo de que nunca se vaya.

     — Eventualmente tiene que irse, tiene que ir a hacer lo que sea que le divierta.

     — Joderme la vida le divierte.

     — Y a ti te gusta joderle la suya, así que están igual —rio.

     — Buenas tardes-casi-noches —saludó Phillip con una sonrisa al abrir la puerta que daba entrada y salida al paraíso de encimeras de mármol negro y de gabinetes de caoba oscuros.

     — Felipe —sonrió Emma, recibiendo un beso en cada mejilla—, ¿cómo estás?

     — Todo bien, ¿y tú?

     — Todo bien —respondió, viendo el beso lento con el que saludaba a Natasha.

     — Please, put some pants on —susurró con una sonrisa para su esposa—, me pones nervioso.

     — No es nada malo —rio, pero tuvo un ataque de consideración, por lo que se retiró a ponerse algo que cayera en la categoría de “matapasión”.

     — Dejé a la rubia en tu hogar —le dijo a Emma con una sonrisa—, con todo y Carajito.

     — Eres todo un caballero, Felipe —sonrió Emma—. Gracias.

     — Es todo un placer, Emma María —asintió, mientras llevaba sus manos hacia su cuello para desanudarse su corbata Gucci azul marino—. ¿Cómo vas con lo del regalo de Sophia?

     — Me faltan cuarenta y ocho para alcanzar los trescientos cincuenta y nueve —sonrió, llevando su mano a su estómago por el psicológico dolor que no tenía en realidad pero que había tenido ya varias veces—. Pero voy bien, ya sólo me faltan cosas pequeñas.

     — Tanto por “torpemente romántica” —rio—. No tienes nada que probar.

     — Lo sé, por eso no es que le estoy regalando algo per se —elevó ambas cejas y dibujó un “oh” burlón con sus labios—. Y los dolores de estómago habrán valido la pena cuando el papel esté firmado por las dos y por la hermanastra de tu esposa.

     — Tan catastrófica que eres —rio, colocándose a su lado para abrazarla por los hombros con delicadeza—, si no se pueden casar, yo las voy a casar… —dijo, y Emma se volvió a él con una expresión de tener ganas de pegarle—. Puedo empezar esos cursos online —guiñó su ojo.

     — Concéntrate en no perder los anillos nada más.

     — Están en el lugar más seguro del mundo.

     — Así me gusta —sonrió, desviando su mirada para una Natasha que reaparecía en la cocina mientras terminaba de ajustarse su pantalón de cachemira negra, y fue entonces que todos se dieron cuenta de que Katherine estaba presente y había escuchado cosas irrelevantes a las que ella les pondría relevancia.

     — Le dije a Emma de ir mañana a Top of The Standard —le dijo Natasha a Phillip.

     — Sería bonito que llegaran —dijo Phillip—, claro, va con cena incluida… yo invito.

     — Andas generoso, Felipe —bromeó Emma.

     — No voy a hacer que mi esposa soporte a mis amigos sola… mucho menos a mis amigos con sus respectivas gárgolas —rio—. Las novias —susurró.

     — Ahora tienes calidad de Santo —rio, irguiéndose para tomar su bolso y las bolsas de sus compras—. Sophia ya está en casa, hoy no la vi en todo el día… creo que ya es hora de que me vaya —sonrió, recibiendo un beso en la frente por parte de Phillip para luego caer en un abrazo de dos besos por parte de Natasha, y Katherine que desaparecía de la escena para no tener que despedirse ni de beso, ni de abrazo, ni de nada de Emma.

     — Te llamo mañana para confirmar, ¿sí? —le dijo Natasha mientras esperaban los tres frente a las puertas del ascensor.

     — Te diré en cuanto sepa la respuesta —guiñó su ojo—. Felipe, me despides de tu mamá —sonrió para Natasha.

     — Lo haré, Emma María —asintió, abrazando a Natasha por la cintura para empezar a darle besos en su cuello desnudo.

Emma materializó sus audífonos, esos que adoraba porque podía hacerlos llegar casi que hasta su cerebro, y, ante la desesperación del momento, se dedicó a escuchar “Vocalise”, pieza que duraba lo suficiente como para caminar contados metros hasta la entrada trasera de su edificio, pues le quedaba más cerca del ascensor del ala en el que su apartamento se encontraba a que si entraba por la entrada principal.

                Saludó a Józef, así como siempre, y, ante el repentino buen humor, le deseó una feliz noche junto con un Jackson para que cenara algo con mayor sustancia y con mayor sabor que algo que pudiera encontrar en algún carro de alguna esquina, que algo que tuviera todo el día de estar cocinándose y cociéndose de más.

Por cosa de todos los días, se entretuvo en su buzón postal mientras ya empezaba a ponerse en el ambiente y los gustos musicales que compartía con Sophia, pues, por alguna razón, no le pareció que era justo llegar con la nostalgia de “Vocalise”, no después de que no la había visto en todo el día, cosa que era realmente desesperante y dolorosa, y, en realidad, nada mejor que Duke Dumont con “I Got U”; nada más cierto y acertado en ritmo y letra.

Se metió al ascensor, ya estando totalmente absorbida en el ensordecedor sonido que la obligaba a marcar el ritmo con sus dedos índices y con un leve y disimulado movimiento de cabeza, y no le importó que invadieran los seis metros cuadrados del ascensor a pesar de que no le gustaba compartirlos con alguien que no conociera más allá de un saludo o una diplomática sonrisa. Y no le importó que el apestoso French Poodle del noveno piso invadiera su olfato por los veinticinco segundos que el destino se tomó en quitárselo del frente.

                Justo frente a la puerta blanca de su apartamento, sonrió como para sí misma y guardó sus audífonos en su bolso antes de siquiera intentar pescar el rectángulo de cuero que se adhería a las llaves de su hogar.

Abrió la puerta con cautela porque ya le había pasado que, por abrir abruptamente, no sólo asustaba a Sophia sino que también se llevaba de encontrón al Carajito porque, aparentemente, el lugar más cómodo en todo el apartamento, era justo en la puerta de la entrada.

La música era densa y no en el mal sentido, simplemente envolvía en algo que no sabía cómo definir. Era como una traviesa y pícara tranquilidad de ciertas luces apagadas para no atacar con toda la intensidad lumínica; sólo las luces de la cocina alumbraban el espacio principal, y, en realidad, se veía nocturna y urbanamente sensual. Se veía y se sentía como tenía que ser y estar una cocina: con Sophia en ella. “Butterfly”, de Jamiroquai. Eso sonaba. Y el ritmo era tan bueno como el aroma que desprendía lo que Sophia recién terminaba de saltear en las perfectas medidas de aceite de oliva, sal, pimienta recién molida, estragón, romero y tomillo fresco, y media taza de vino blanco. Nada que un perfecto Pinot Grigio no pudiera hacer mejor que un Chardonnay para cocinar. Cuestión de gustos personales y contagiados.

                El Carajito, por maña instintiva, se le empezó a pasear entre los pies a medida que ella intentaba caminar hacia uno de los sillones para dejar las bolsas y su bolso, y, en relativo silencio, pues sus stilettos no podían ser tan callados, se dirigió hacia Sophia, quien estaba concentrada en lo que fuera que hacía sobre la encimera que daba hacia el comedor.

                Su cabello rubio estaba recogido en un alocado moño que se notaba que se lo había anudado con perezosa prisa, el maquillaje era leve, sus ojos veían a través de sus gafas Prada rojas, las cuales eran vintage a pesar de que todos sabíamos y seguimos sabiendo de que el término correcto es “retro”. Tenía una minúscula sonrisa dibujada, quizás se la provocaba el hecho de estar cocinando, o quizás sólo era el hecho de que era raro cuando no tenía la sonrisa que estaba coronada por el par de camanances que derretían a Emma, y, por entre la sonrisa, se escapaban las letras de labios que cubrían la canción que sonaba en el fondo.

Bajo el delantal rojo llevaba la blusa negra de botones y líneas finas, las cuales se le adherían a cada curva hasta resaltarle lo que debía ser resaltado y a ajustársele en donde debía ajustársele, y se había doblado las mangas hasta por debajo de sus codos para no ensuciarse.

El pantalón era como su camisa, negro y ajustado, y, por la altura de su estatura, y que Emma había visto de reojo hacia el suelo cuando estaba por el sillón que le daba la espalda a la puerta principal, se había bajado de sus Lanvin D’Orsay, aquellos que representaban el inicio de su vida con Emma, y quizás había caído en un par de TOMS o directamente sobre el suelo.

                Emma se acercó a ella sin decir ni recibir una tan sola palabra, sólo una sonrisa de reconocer y admitir su presencia. Se apoyó de la encimera con su mano derecha y se inclinó lentamente hacia ella.

— Hola —susurró aireadamente a su oído, logrando erizarle la piel de inmediato a raíz del escalofrío que recorrió su espina dorsal de tal violenta manera que la obligó a rendir su cabeza y a soltar el pequeño cuchillo que sostenía en la mano derecha—. Huele demasiado bien —sonrió, tomando el cuchillo en su mano derecha y la fresa, que tenía Sophia en su mano izquierda, en la suya—. Sabes… —murmuró, haciendo una curva incisión que seguía la convexidad de la fresa más perfecta—. Cada fresa tiene alrededor de doscientas semillas, y, en realidad, “strawberries” aren’t “berries” —dijo, girando la fresa para repetir la incisión tres veces más—. Es un poco meta, pero, en teoría, cada “berry” tiene una semilla por dentro, y la fresa, por el contrario, las tiene por fuera; por eso se considera que cada semilla es en realidad una “berry” por separado. —Sophia se volvió hacia ella sólo con su rostro, no logrando conseguir un contacto directo de ojos y sólo pudiendo ver que hacía más incisiones —. Además, la fresa pertenece a la misma familia de la rosa —sonrió, separando las incisiones que había hecho para darle una flor que en el momento, y por las circunstancias, le había querido y podido dar.

      — ¿Para mí? —se sonrojó, y Emma asintió con una sonrisa de labios comprimidos.

Sophia simplemente se le arrojó en un beso de labios que tomó a Emma por sorpresa, pues, aunque las sorpresas no le gustaran, de ese tipo sí, y eran agradables y bienvenidas cuando quisieran llegar.

                Se tuvo que elevar en puntillas para poder alcanzarla con mayor comodidad, pero, con manos a la nuca para halarla también hacia ella.

— I missed you too —sonrió Emma a ras de sus labios, abrazándola con su brazo izquierdo por la cintura, pues, con su mano derecha, sostenía la fresa todavía.

     — Hi —rio nasalmente, dándole otro beso corto en sus labios para alistarse a ser liberada de entre el apretujador brazo de Emma.

     — Hi you back —sonrió, dejándola ir para darle nuevamente su rosa de fresa—. ¿Qué tal te fue hoy?

     — Bien —asintió, tomando la fresa con delicadeza.

     — Yo que iba y tú que venías —se encogió entre hombros con su ceño fruncido, y llevó sus dedos a sus labios para limpiar lo que la fresa había decidido sangrar

     — Pero es viernes, y te tengo sólo para mí —sonrió, colocando la fresa sobre la barra del desayunador mientras sumergía su mano en su bolso, el cual estaba en la cocina solamente porque allí estaba su iPod, el cual sonaba por AirPlay por los parlantes—. Igual que mañana y el domingo.

     — ¡Sí! —siseó entre una risita de satisfacción.

     — Compré pesto rosso —murmuró, y se detuvo para ver cómo Emma celebraba la compra con ambas manos al aire—, y carne para hacerte bolognese como se debe hacer —añadió, y Emma, demasiado agradecida, la tomó por el rostro y le clavó un beso en la mejilla.

     — Yo también te compré algo —sonrió—, pero para después de comer.

     — ¿Por qué no ya? —le preguntó con un gracioso puchero.

     — Porque yo sé que si te lo enseño… probablemente ya no comes, y me interesa que cenes.

     — Está bien —rio, viendo, de reojo, que Emma recogía al diminuto can.

     — Good evening, Little Fucker —le dijo en ese tono de infantil jugueteo mientras lo sostenía a la altura de su rostro.

     — “Carajito”, “Little Fucker”, ¿qué sigue? ¿”Aborto de la vida”?

     — ¡Ay! —rio, bajando al can que la veía con confusión—. Eso es demasiado ofensivo.

     — ¿Y “Little Fucker” no?

     — Míralo —se agachó para acariciarle la cabeza—. Es todo como alienígena —rio, rascándolo suavemente por detrás de las pequeñas pero erguidas orejas—; es como un bóxer miniatura, gordito y con cara de preocupación crónica.

     — ¿Y eso amerita que lo llames “Little Fucker”?

     — Es de cariño, ¿verdad, stronzetto cabezón? —bromeó, provocándole un sonido gutural al can y una risa nasal a Sophia.

     — Prefiero “Carajito” —le dijo—. O sea, prefiero “Darth Vader” porque así lo nombraste, porque ése es su nombre, pero, como sé que se te hace demasiado largo, que sea “Carajito”.

     — Es que “Darth Vader”… —rio, llevando su mano a su boca y a su nariz para respirar como el personaje de la saga, haciendo que Sophia se desplomara en una carcajada—. Dudo que me entienda si lo llamo así —ensanchó su mirada y levantando sus manos como si quisiera librarse de toda culpa.

     — Es sólo que, cuando lo llamas de otra forma… no sé, me da la impresión de que no te cae bien.

     — Lo llamo “Little Fucker” por el tamaño, y porque, once in a while, he fucks up the floor with his pee —le explicó—. Y la alfombra de mi clóset fue un über-fuck-up, ¿verdad? —acarició al Carajito con otra risa—. ¿Verdad?

     — Ni siquiera terminó de hacerlo allí —rio Sophia—, fue como un segundo… que nunca te había visto moverte tan rápido de la cama al clóset y del clóset al baño con él en las manos y como que si él era Simba y tú Rafiki.

     — De igual forma, mi clóset es un área prohibida —le dijo al Carajito.

     — Sí, Emma, él te entiende perfectamente —bromeó.

     — ¿Cómo crees que Piccolo era tan educado? —frunció su ceño, viéndola desde abajo cortar las fresas—. Piccolo podía ir por toda la casa pero tenía prohibido subirse a las camas, a sillones y a sofás, y eso no se lo enseñé de la nada; yo no soy Cesar Millan.

     — Tu clóset se ve mejor sin alfombra, me gusta más cómo se ve en Iroko —le dijo sin volverla a ver, pero, a pesar de que no la veía directamente, sí vio cuando Emma se puso de pie con un talante demasiado serio, por lo que se vio obligada a verla a los ojos.

     — “Nuestro” clóset —la corrigió seriamente—. “Nuestro clóset” —repitió—. Y a Darth Vader le di mi apellido… sí me cae bien, sí me gusta tenerlo —le dijo con la misma seriedad—, es sólo que me cuesta tomarlo en serio; no sé si es por el tamaño o por la cara de preocupación que tiene, y eso tampoco significa que no lo quiera o que lo tome a la ligera.

     — So… —susurró avergonzada, sintiéndose un poco minimizada y no por Emma sino por sí misma, pero, en cuanto Emma vio cómo la disculpa se formaba en sus cuerdas vocales, simplemente se le lanzó en el beso que dejó el innecesario “sorry” a medias.

     — Y nuestro clóset sí se ve mejor sin la alfombra —susurró a ras de sus labios, absteniéndose a ahuecar su mejilla al haber tocado al Carajito anteriormente, pues, aunque sabía que el diminuto can estaba limpio (porque de eso se me encargo yo), el rostro de Sophia, y Sophia en general, era demasiado sagrada como para hacer eso—, fue la excusa perfecta —sonrió, apoyando su frente contra la suya mientras jugaba con su nariz—. Huele muy bien, ¿qué harás de cena? ¿Necesitas ayuda?

     — Puedes hacerme compañía —asintió, recibiendo un beso en su frente—. Esto es para el postre —le dijo, devolviéndose a las fresas para continuar cortándolas en trozos relativamente pequeños pero no diminutos.

     — ¿Fresas con crema? —preguntó por suposición y por curiosidad, y, ante el hecho de no poder dejarse tocar a Sophia con rastros directos y frescos del Carajito, se volvió hacia el fregadero para lavarse las manos.

     — No, tengo Blondies de vainilla en el horno —respondió, recogiendo los trozos de fresa, con ayuda del cuchillo, a un recipiente de vidrio.

     — ¿Blondies? —frunció su ceño.

     — Brownies blancos —resolvió explicarle, y Emma rio—. Para que los comas vistiendo un blue jeans negro y con una coca cola de sprite —añadió, trayendo a Emma a una carcajada que me contagió.

     — Brownies blancos… —rio, abrazándola por la cintura desde la espalda, no habiendo hecho tiempo para secar sus manos porque tenía que tocarla.

     — En lugar de azúcar les puse chocolate blanco… sé que ese sí te gusta —sonrió, sintiéndola posar su mentón sobre su hombro izquierdo, pues, al estar cortando con la mano derecha, el movimiento nacía del brazo y no de la mano, lo cual sería incómoda para ambas.

     — Tóxico —rio suavemente.

     — Turbo-tóxico —asintió—: una versión de chocolate brownie fudge ice cream pero en blanco.

     — White chocolate blondie and vanilla ice cream with strawberries —sonrió contra su cuello, del cual inhalaba su perfume cual droga de preferencia—. Suena rico.

     — Espero que quede rico porque nunca lo he hecho —rio nasalmente.

     — Licenciada Rialto, ¿dudando de sus habilidades?

     — De lo quisquilloso de tu paladar —bromeó.

     — Mmm… —inhaló nuevamente su perfume—. No tengo excusa.

     — De cena... —suspiró, pues Emma había inhalado nuevamente y le había dado un suave beso detrás de su oreja—. No me quiero cortar un dedo —vomitó en un susurro.

     — Aguanté todo el día, puedo aguantarme unos minutos más —rio, despegándose de su cuello para darle un beso en su cabeza y, de paso, inhalar la fragancia que se desprendía de su cabello—. Entonces, ¿qué hay de cena?

     — Dijiste que querías un sándwich, ¿no? —Emma asintió—. Cheddar, Monterey Jack y Mozzarella —dijo, viendo a Emma apoyarse de la encimera para sentarse sobre ella con su pierna derecha sobre la izquierda, pose que, estando en medias, mataba concentraciones y robaba ojos y alientos—. Salteé champiñones y caramelicé cebolla, todo para hacerte un buen grilled cheese sandwich —sonrió entre un aclaramiento de garganta, el cual delataba los picantes pensamientos que intentaba contener y frenar para que no tuvieran vívidas tangentes.

     — Sophie… —rio nasalmente mientras sacudía su cabeza, y, cómoda y provocativamente, se echó hacia atrás para recostarse un poco y poderse apoyar con sus codos de la barra del desayunador—. Acabo de salivar —sonrió, paseando su mano por su cabello.

     — Puedes probar los champiñones y la cebolla —le dijo, intentando no desviar su mirada hacia el cuerpo de Emma—. Digo, por si les falta algo.

     — ¿Los probaste tú? —le preguntó con la ceja derecha hacia arriba.

     — Como siempre —asintió, tensando la mandíbula y apretando las entrañas.

     — ¿Les faltaba algo? —ladeó su cabeza, y Sophia sacudió su cabeza—. Entonces no, no les falta nada —sonrió, bajando la ceja por compensación facial.

     — Lo que no sé es si los quieres en pan blanco o en pan integral…

     — El pan integral sólo es para comer atún o Nutella, mi amor —rio nasalmente—. Algo que no hemos comido en mucho tiempo, por lo que asumo que ese pan ha de tener un hongo de proporciones suficientemente tóxicas como para que en cualquier momento venga la CDC —bromeó—. O simplemente ya ha de estar duro.

     — Pan blanco será —rio.

     — You look lovely today —la halagó con su rostro ladeado y con una sonrisa que pretendía buscar su mirada—. Lovely, lovely —susurró, analizando su rostro tal y como había analizado el Monet hacía pocas horas, y, a diferencia del Monet, le encontró la razón de su obsesión; era simplemente perfecta, en especial cuando se sonrojaba.

     — Tú te ves muy bien también —reciprocó entre lo que parecían ser tartamudeos.

     — Lo sé —rio como una Diva—. Me veo como si mis papás me hubieran hecho con amor, como si Daniel Greene me hubiera dibujado con pincel… como si los planetas se hubieran alineado y la perfección fue concebida; y fui concebida —rio, haciéndole cosquillas a su Ego por haberlo tenido enjaulado todo el día, y, en el segundo de silencio, pues la canción estaba por cambiar, vio a una Sophia de mirada ancha, como estupefacta—. ¿Demasiado?

     — Sólo demasiado cierto —rio en ese tono de que no lo podía creer, aunque, más que la perfección, no podía creer todavía que ese tipo de cosas fueran las que más le gustaran de Emma.

     — Pero tú… —susurró, ahora acercándose a ella con su rostro—. Tú eres como el producto del plan maestro que nació de la complicidad de Afrodita y Hestia… parte de la mitología —susurró aireadamente, acercándose cada vez más a ella—, es tan impresionante que se presume que es mentira —sonrió.

     — ¡Mi amor! —rio ruborizada.

     — Lo mío fue casualidad, lo tuyo fue planeado hasta el más simple y microscópico de los detalles —le dijo, y se estiró para darle un beso en la mejilla.

     — Bueno, hermosa casualidad —resopló—, ¿puedes cortar el pan?

     — ¿Cuántos corto? —rio nasalmente, impulsándose de la encimera para caer sobre el suelo.

     — ¿Compartimos el segundo?

     — Pero en diagonal, ¿verdad? —preguntó, pues cómo odiaba cuando tenía que compartir un sándwich que había sido partido por el eje de simetría vertical; locuras que venían en el paquete de los disgustos.

     — Eso siempre —asintió, recogiendo los últimos trozos de fresa para depositarlos en el recipiente y, así, poder deshacerse de lo que no había incluido en el selecto grupo de sanas, rojas y dulces fresas para cocinar—. ¿Cómo te fue en la reunión?

     — Bien, bien, sin ningún problema —dijo, sacando la ciabatta para colocarla en el sistema de rebanado uniforme de pan: una simple base de madera que, a los costados, tenía ranuras que eran lo suficientemente anchas para que el cuchillo cupiera entre ellas y, así, poder cortar el pan del ancho de fracciones o de múltiplos de pulgada; no era invención, pero era de las manos de Sophia porque a Emma le gustaba cortar pan pero siempre se quejaba de que no le quedaban del mismo grosor o con bordes paralelos; cosas del TOC de la Arquitecta—. En realidad no sé si te vas a enojar conmigo, o qué…

     — ¿Por qué lo dices? —frunció su ceño, tirando de una de las manijas de las encimeras bajas para sacar el contenedor de la basura y poder botar los cadáveres de fresas.

     — Bueno, es que no sé cómo te vas a sentir al respeto —se encogió entre hombros.

     — ¿Qué hiciste? —rio. 

     — Negocié las condiciones —se encogió entre hombros, y cortó la primera rebanada de un tercio de pulgada.

     — No sabía que las estabas negociando todavía.

     — Hablé con Alec y me dijo que la paga estaba bien, pero que era un poco tacaña para lo que me estaban pidiendo, Phillip averiguó en ese su mundo en el que vive y le dijeron lo mismo, y hablé con Romeo para las cosas legales…

     — Creí que eso lo estabas tratando con el John Smith que ve todo lo de los contratos del estudio —la interrumpió.

     — Y con él lo estoy tratando, claro, pero quería verlo desde otro punto de vista también, y Romeo se ofreció a ver el contrato personalmente —se encogió entre hombros.

     — ¿Algún truco legal?

     — No, no, ninguno… es sólo que los tres; Phillip, Alec y Romeo, creyeron que tenía que renegociar las cosas.

     — ¿Cosas como cuáles? Digo, aparte de la paga.

     — De que el proyecto entrara a través del estudio pero dirigido a mí para que, por si pasa cualquier cosa, el seguro del estudio pueda cubrirme —dijo por nombrar una de las pocas cosas que había renegociado—. De cómo quería trabajar una vez estando allá; si era de trabajar con gente de mi confianza o de confianza de ellos, y quedó uno a uno.

     — Ajá… —musitó, metiendo las manos bajo el chorro, pues, por mucho que le gustara el olor a fresa, no le sentaba bien lo pegajoso.

     — Ellos me van a dar auto para poder movilizarme a mi gusto, precio fijo en renta con vista a la playa, y la paga subió un par de número pero sólo para que, cuando el estudio me quite lo que me tiene que quitar, me quede lo que me habían ofrecido como contrato personal.

     — ¿Qué más?

     — No, básicamente eso fue lo que renegocié —se encogió nuevamente entre hombros—. No me interesa aprovecharme de los beneficios del después, por mí los podrían haber quitado de la mesa y yo quedaba igualmente satisfecha.

     — Entonces, ¿por qué se supone que me voy a enojar? —frunció su ceño.

     — Porque tú vienes conmigo —reciprocó el gesto facial.

     — Yo encantada de tener vista a la playa, y de que tengas un Volkswagen beetle —rio—. Yo no juzgo.

     — No es por eso —rio—, es por lo de mi persona de confianza para que me ayude cuando esté allá.

     — ¡Ah! —exclamó entre la risa, «how stupid of me»—. ¿A quién conoces en Miami? —sacó su lengua, y Emma lanzó la carcajada.

     — Sí —asintió, apilando las seis rebanadas de ciabatta, y se acercó a Sophia, quien se elevaba en puntillas para alcanzar el rallador de queso—. Allow me —sonrió, estirando su brazo para alcanzarle el molino de queso, pues sus stilettos ayudaban.

     — Gracias —sonrió tiernamente—. Entonces, ¿a quién conoces en Miami? —preguntó de nuevo, no dándose cuenta de que esa pincelada de celos se le empezaba a ensanchar en todo sentido.

     — A una mujer —le dijo, dando un paso hacia adelante para acorralarla entre ella y la encimera al colocar sus brazos a sus lados—. Tiene el mejor gusto contemporáneo que he visto, el estilo art deco lo maneja como si se tratara de algo sencillo, y trata al vintage como si se tratara de armar un rompecabezas de dos piezas —dijo, bajando cada vez más su tono de voz hasta hacerlo llegar a un susurro, y, con el decrescendo de los decibeles, fue acortando la distancia—. A mí se me hace imposible concentrarme cuando ella está cerca, ella es demasiado… “overpowering”.

     — ¿Sí? —susurró ya con sus ojos cerrados, pues Emma le había hablado tan cerca de sus labios que podía sentir el cierre de las “m”, “p”, y “b” sobre sus labios.

     — Tiene ojos penetrantemente cristalinos… —asintió suavemente—. Una sonrisa que siempre distrae, pero que, cuando deja que la risa salga, es simplemente majestuoso… y su olor —suspiró, haciendo que Sophia abriera sus ojos—. ¡Amo su olor! —siseó.

     — ¿A qué huele?

     — A todo lo que me gusta —sonrió contra sus labios—, a casa.

     — Pero tú eres mía —entrecerró su mirada—. Tú no me puedes engañar con esa…

     — Observa cómo lo hago —rio nasalmente, y le dio un beso mientras la tomaba por los muslos para sentarla sobre la encimera.

     — ¿Por qué me enojaría por eso? —le preguntó entre los besos que supuestamente debían callarla.

     — Hay de todo en esta vida —se encogió entre hombros, y se despegó de sus labios para verla a los ojos—. Si voy a tener un equipo, y puedo escoger a una persona… it’s a no-brainer —sonrió—. Porque por chiste de la vida es que me gusta trabajar contigo.

     — ¿Y sólo trabajar? —rio.

     — Y hablar, y comer, y cocinar, y dormir, y ver televisión, y ducharme, y todo… todo.

     — ¿Y tener relaciones sexuales? —preguntó en un tono ceremonioso pero gracioso.

     — Desde un rapidito hasta un maratón —asintió—. Sea sexo de ese que se da porque nos poseyó una ninfa a cada una, sea de ese sexo juguetón o provocativo, sea de ese steamy sex en el que nos tomamos el tiempo justo, sea de esas veces en las que sólo quiero besarte y sentirte…

     — Shhh… —rio nasalmente, estando realmente sonrojada, y colocó sus suaves dedos sobre los labios de Emma.

     — Te amo —le dijo por entre sus dedos, y les dio un beso.

     — Páli —sonrió, atrapándola en un abrazo muy suave, en un abrazo de esos que a Emma sí le gustaban recibir.

     — Te amo. 

     — Páli.

     — Te amo.

     — Páli.

     — ¡Ay! —rio contra su cuello—. Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo —rio entre besos y cosquillas de las que Sophia intentaba huir.

     — Koitáxe me —susurró, y Emma se irguió para verla a los ojos, tal y como Sophia se lo había pedido—. S’ agapó —sonrió, ahuecando su mejilla—. S’ agapó —repitió—. Kai eíste orycheío.

     — A tanto no llega mi griego, mi amor —se sonrojó.

     — Tú me perteneces —susurró con mucha seriedad en su mirada—, y tú perteneces conmigo —sonrió, haciendo que Emma asintiera en modo de entendimiento absoluto—. Y ya no te voy a preguntar si te vas a casar conmigo —dijo, y Emma ensanchó la mirada—, te voy a decir que te vas a casar conmigo: sí o sí —murmuró, dándole la dosis y las palabras justas como para que respirara con alivio—. Porque te vas a casar conmigo: sí o sí.

     — Definitivamente —asintió con una sonrisa, levantando su mano izquierda para mostrarle aquel anillo de madera en su dedo anular—. I’ll marry the most beautiful woman.

     — Pero no pongamos tanta presión —rio, escuchando al estómago de Emma rugir—. Y tampoco pospongamos tanto la cena, que felinos no tenemos, sólo canes —dijo, y le dio un beso en sus labios.

     — ¿Entonces no estás enojada?

     — ¿Por qué estaría enojada por eso? —frunció su ceño.

     — Bueno, no sé si enojada —se encogió entre hombros, viéndola bajarse de la encimera para empezar a preparar los sándwiches.

     — No, no estoy enojada —reconfirmó—. ¿O lo dices porque estaría trabajando para ti y no contigo?

     — No sé, supongo que sí —asintió, caminando hacia el refrigerador para sacar la mantequilla.

     — En realidad estoy agradecida —sonrió—, porque no voy a estar en calidad de esposa de los años cincuenta.

     — Ay, ¿qué me quisiste decir con eso? —rio.

     — Yo voy a ser tu esposa, pero definitivamente no sólo pretendo sentarme a esperar a que llegues a casa a la hora de la cena… digo, yo puedo cocinar porque me gusta, y porque me gusta cocinar para alguien que no sólo soy yo, y puedo hacerme cargo de Vader —dijo, absteniéndose a llamarlo por “Darth” porque se le enredaba la lengua cuando lo decía muy rápido o entre otras palabras, pues, cuando no era inicio de oración—, pero eso de sentarme a esperar a que llegues del trabajo…

     — ¿Por qué no me lo dijiste antes? —frunció su ceño.

     — Son siete meses —sonrió—. No es el fin del mundo.

     — Ah, hablas más en un sentido general —suspiró con alivio, y Sophia asintió—. No, mi amor, la esposa de las dos, esa esposa de los cincuentas que tú dices, esa viene por las mañanas a hacer la limpieza, a botar comida que ya no sirve, a llevar la ropa a la lavandería, a hacer todo lo que yo nunca hice por mí y lo que no pretendo que hagas por mí —sonrió—. Por muy despectivo que eso suene —rio.

     — Oye, mi mamá así era con mi papá y no eran los cincuenta ya —se encogió entre hombros—. Es lo que hay.

     — Mmm… —frunció su ceño mientras paseaba la barra de mantequilla por las dos sartenes, las cuales se ensamblaban en una sola y funcionaban de doble fin para manejar la prensa con mayor facilidad—. Hablando de eso…

     — ¿Se te encendió el bombillo? —bromeó, y Emma sólo rio nasalmente—. Dime, mi amor —dijo, colocando un trozo de queso cheddar en el molino para empezar a rallarlo en un recipiente de vidrio.

     — ¿No te gustaría tener alguien de planta?

     — ¿De qué hablas? —frunció su ceño, volviéndose hacia ella sólo con el rostro.

     — Sí, alguien que esté aquí todo el día —se encogió entre hombros—. A housekeeper —sonrió.

     — Ilumíname, por favor.

     — No sé… que te sirva el maldito desayuno para que comas antes de ir a trabajar, que deje preparadas las cosas para la cena, que limpie, que saque al Carajito a media mañana, que lave ropa, what the fuck do I know —rio—. Una Agniezska; que vaya al supermercado, que tenga algún tipo de trastorno obsesivo-compulsivo con la limpieza, que trate haute couture como si fuera la hija de Valentino.

     — ¿Y a ti qué se te metió? —rio. 

     — Hay a cuatro lugares a los que detesto ir —le dijo, levantando su dedo pulgar izquierdo para empezar a enumerar—. Al supermercado, a la lavandería, al banco y a poner gasolina.

     — ¿Tú quieres una Agniezska? 

     — Si va a hacerme el favor de alimentarte en la mañana, sí —asintió.

     — Sabes que no desayuno, eso ni porque tú me has querido meter comida a la fuerza con taparme la nariz —rio.

     — Pero porque yo como cual mujer en dieta eterna por una obsesión de “tener que” rebajar cinco libras; cosa que no tengo —se encogió Emma entre hombros—. Quizás, si ella te hiciera… no sé, qué se yo… hot cakes, o waffles, o french toasts, o huevos benedictinos… —dijo, volviendo a ver a una Sophia que estaba a punto de estallar en una risa—. Déjame soñar, que soñar es gratis —le advirtió amigablemente con una risa.

     — Yo no he dicho nada —dijo, intentando contenerse la risa, y cerró la cremallera imaginaria de sus labios—. Sólo te tengo una pregunta.

     — Por favor.

     — ¿En dónde dormiría?

     — Asumo que en donde toda la gente normal duerme, mi amor —rio—: en una cama.

     — Cínica —entrecerró sus ojos—, me gusta —dijo, y Emma hizo una reverencia de agradecimiento, pues tenía que tomarlo como un cumplido—. Me refería a que si no te molesta tener a una tercera persona durmiendo aquí.

     — ¡Ah! —rio—. No, definitivamente sería live-out —sonrió, tomando las rebanadas de pan para alinearlas en dos filas paralelas de tres rebanadas—. Y fin de semana quizás sólo medio día, y quizás sólo el sábado…

     — Eres como el paraíso de jefe para cualquiera, entonces —rio.

     — Mi amor —la vio con falsa pero verdadera seriedad—. No es que me moleste tener una audiencia, porque realmente no me molesta, pero, si me dan ganas de quitarte la ropa aquí, en este preciso momento, no voy a titubear ni un segundo en hacerlo… y tu desnudez es sólo mía —sonrió, haciendo que Sophia se ahogara con su propia saliva—. Y, pues, si me vas a poner en la mesa del comedor… and you’re gonna fuck my asshole with two fingers —le dijo con su ceja derecha hacia arriba, haciendo una clara alusión a esa vez—, quizás también quisiera que, como por arte de magia, eso se limpiara al día siguiente o en la brevedad de lo posible... digo, no es como que me dé asco limpiarlo, pero después de algo así de intenso sólo quiero enrollarme contra ti o contigo de alguna forma. 

     — Está bien —respiró profundamente.

     — ¿Qué “está bien”? —rio.

     — Pues… uhm… —rio nasalmente, introduciendo ahora un bloque de Monterey Jack en el molino—. Por mí no hay ningún problema, no sé ni por qué me preguntas.

     — Porque es tu casa también, y porque es tu casa es tu espacio, y no quiero decidir una invasión extraña sola —sonrió, encendiendo la hornilla más grande.

     — No prometo que voy a desayunar.

     — No necesito que tú me lo prometas, sólo quiero que me dejes intentarlo.

     — Pregunta: ¿lo harías hasta que regresemos de Miami?

     — Probablemente se puede relocalizar temporalmente también —se encogió entre hombros.

     — Siete meses para ti no es el fin del mundo porque me tienes a mí —sonrió, sabiendo que así era como le gustaba a Emma que le hablara—, pero es muy probable que esa persona tenga familia aquí.

     — Los fines de semana quedan libres —sonrió—. Que venga cada dos fines de semana, por mí no hay ningún problema con eso.

     — Acabas de redefinir el término “despilfarro” —rio.

     — Prefiero “inversión”, Licenciada Rialto —guiñó su ojo, y se acercó a ella—. ¿De verdad quieres tener una Agniezska?

     — Sólo si empieza después de que te cases conmigo —asintió, relevando la respuesta que estuvo por salirle: “sólo si empieza después de que nos casemos”.

     — Es un trato, futura Señora Rialto-Pavlovic —sonrió, alcanzándole la mano derecha para concretarlo.

     — Se me acaba de calentar algo —susurró, estrechándole la mano.

     — ¿El pecho? —se acercó hasta invadir su espacio íntimo.

     — Mi vagina —respondió con tono retador, y Emma soltó un “¡uf!” entre dientes—. ¿Sabes qué “está bien” también?

     — Dimmi.

     — Two of my fingers up in your asshole —la retó todavía más con el tono y con la mirada.

     — Eso es más que “está bien” —sonrió, viendo a Sophia ensanchar la mirada, pues esa respuesta no se la esperaba ni ese día ni en mil años—. Y definitivamente se siente más que “está bien” —guiñó su ojo, y le dio un cariñoso y juguetón golpecito en la punta de su nariz.

     — Emma… —gruñó, deteniéndose de la encimera con ambas manos y viéndola pasar hacia el refrigerador para guardar la mantequilla y sacar la enorme botella de limonada rosada.

     — Se siente bien —se encogió falsamente inocente entre hombros.

     — ¿Los dos dedos se sienten bien? —balbuceó entre bocanadas de aire, y Emma asintió con una sonrisa demasiado fresca—. ¿De verdad?

     — ¿Por qué no me crees?

     — Porque sólo dos veces me lo has pedido —ensanchó la mirada, o quizás ya la tenía ancha desde antes.

     — Bueno, una vez me lo hiciste tú… en teoría sólo una vez te lo he pedido —sonrió.

     — La cantidad se refiere a las veces que dos dedos han estado ahí —repuso un tanto desesperada, pues no era el momento más tranquilo para hacerlo así.

     — Que no te lo pida siempre no significa que no me haya gustado —rio, sacando dos vasos.

     — Tú sabes la fijación que tengo con eso —susurró, continuando con la labor de rallar el queso.

     — ¿Qué “eso”? 

     — Tú sabes —entrecerró la mirada, y Emma sacudió su cabeza—. Your asshole —gruñó con desesperación.

     — ¿Qué tan difícil era decir eso? —elevó su ceja derecha.

     — No me cambies el tema.

     — Nadie te lo está cambiando, Sophie —sonrió, dándole un suave cabezazo risible—. Y yo también tengo una fijación muy grande.

     — ¿Con el tuyo o con el mío?

     — Claramente con ambos —resopló, vertiendo un poco de la sintética limonada rosada en cada vaso alto—, pero con tu ano más que con el mío —sonrió—. Ten, bebe un poco… cuidado te me desmayas —le dijo, ofreciéndole uno de los vasos con el rosado líquido, y Sophia, al no tener las manos libres, recibió el vaso en sus labios con la delicadeza de la mano de Emma—. Me gusta mucho tu ano —le dijo en cuanto Sophia ya había dado el último trago, pues no quería enviudar antes de tiempo por una provocación que era más un juego intenso de ver quién cedía primero—, y me gusta mucho cuando me dices que quieres mi dedo ahí, o mi lengua, y me mata cuando me dices qué es lo que quieres y cómo lo quieres… lo disfruto mucho —sonrió.

     — Yo más —rio, sintiendo ya cómo la temperatura subía con seriedad—, yo más.

     — ¿Sí? —Sophia asintió—. ¿Qué tanto más?

     — Demasiado —susurró casi inaudiblemente.

     — ¿Dos dedos también?

     — En especial dos dedos —asintió sonrojada, y, contrario a lo que cualquiera habría pensado que sería la reacción de Emma, ella sólo ahuecó su mejilla para que la viera a los ojos.

     — Si no me dices que eso te gusta, ¿cómo voy a saberlo? —sonrió.

     — Lo estás tomando sorprendentemente bien —frunció su ceño.

     — ¿Cómo se supone que debo tomarlo? —rio.

     — Como que sé que no te gusta usar dos dedos porque es muy grande —se encogió entre hombros, y se devolvió hacia el recipiente del queso para revolverlo un poco junto con el mozzarella que ya había comprado rallado.

     — No se trata de si es grande o no —le dijo, y Sophia sólo rio a través de su nariz y sacudió suavemente su cabeza—. Bueno, sí, pero es sólo que no te quiero lastimar…

     — I’m a big girl, I can take it —sonrió, recogiendo un poco de la mezcla de quesos para colocarlo sobre las rebanadas de la fila inferior.

     — Sólo tienes que pedirlo, entonces —dijo, y Sophia asintió en silencio—. ¿Todo bien?

     — Gracias —murmuró sonrojada.

     — Es un placer, literalmente es un placer —rio.

     — No, no por eso… aunque también por eso.

     — Entonces, ¿por qué?

     — Por lo de Miami —sonrió.

     — No es que no me guste saber que duermes hasta que se te quite el sueño, y que descansas, y que cocinas… es sólo que también sé cómo te sientes referente al tema de, así como tú dijiste: “sentarte a esperar a que yo llegue del trabajo” —le dijo—. Además, te consideraría una “trophy wife” y no por las razones comunes… sino porque le gané al mundo y te tengo.

     — Ay, de repente soy trofeo —bromeó, colocando más queso sobre las rebanadas de pan para luego colocarle la mezcla de champiñones salteados y cebolla caramelizada.

     — Tú sabes a lo que me refiero —entrecerró la mirada, y colocó la base de la sartén sobre la hornilla.

     — Sólo bromeo —asintió con una sonrisa—. Pero, ¿no será que lo hiciste también para tener la excusa perfecta?

     — ¿Para que Alec no reviente en estrógeno y progesterona y saque a la criatura animal protectora que lleva dentro?

     — Para que no saque a la tarántula que lleva dentro, sí —asintió.

     — Yo no necesito permiso suyo para irme a trabajar a otro lugar, mucho menos para llevarte conmigo —frunció su ceño.

     — ¿Ah, sí? 

     — Pues, sólo tuyo… porque el secuestro es penalizado por la ley —sonrió—. Además, quizás yo dejé que mi tarántula saliera antes que la suya y le gané la moral —rio—; yo le dije que venías conmigo sí o sí.

     — ¿Fue parte de una excusa o no?

     — Supongo que inconscientemente sí lo fue —se encogió entre hombros, y colocó la otra base de la sartén sobre la hornilla—. Pero, bueno, es que yo no me voy a casar con una mujer de club de campo —sonrió—; que juegue al tenis, al golf, que se broncee a la orilla de la piscina y que pase horas en el sauna cual deporte olímpico.

     — Ay, no —frunció su ceño y rio—. El único deporte que yo necesito es el que se practica en la cama…

     — ¿Por qué siento que esa es como una insinuación bastante puntual? —rio.

     — ¿A qué te refieres?

     — A que quieres practicarlo hoy, y mañana, y el domingo, y toda la otra semana.

     — La otra semana es el remake de cualquier película de Quentin Tarantino —hizo un gracioso y rubio puchero.

     — ¿Eso cómo debo tomarlo?

     — Como que va a haber mucha sangre —se encogió entre hombros, y repartió el resto de los ingredientes de forma equitativa—. Mucha sangre y muchas hormonas.

     — Si te pones de mal humor… —se acercó a ella—. I can always suck your pussy —sonrió.

     — ¡Emma! —gruñó, dándole inicio a una carcajada nerviosa.

     — Así me dices cuando te estás corriendo —susurró, y le dio un beso en la sien—. Y eso es lo que podría estar haciendo en este preciso momento, porque me sobran ganas, pero, de hacerlo, me corro el riesgo de que no cenes… y tú sabes cómo me siento respecto a eso, ¿verdad? —le dijo al oído.

     — Tú… —entrecerró la mirada.

     — ¿Yo? —sonrió, paseando su nariz por su mejilla.

     — Hazte a un lado, por favor —suspiró.

     — ¿Te estoy estorbando? —le preguntó de nuevo, ahora dándole besos suaves por su quijada.

     — Hazte a un lado, por favor —repitió con la mirada seria.

     — ¿Te enojaste?

     — Pero en el buen sentido —asintió.

     — ¿En el buen sentido? —frunció su ceño.

     — Me enoja que tengo que comer comida para comer clítoris —respondió—. I’m looking forward to it —dijo, y Emma, con sus brazos en lo alto, porque «mea culpa», dio dos pasos hacia atrás—. Más lejos.

     — ¿Aquí? —sonrió con su ceja derecha en lo alto, y se sentó sobre la encimera sobre la que se había sentado antes.

     — Perfecto —asintió, colocando los tres sándwiches sobre la sartén para luego taparlos con la otra sartén, «bendita sea la unison double grill»—. ¿Estás viendo mi trasero? —le preguntó con una risa que escondía para sí misma, pues le daba la espalda a Emma.

     — Esos ojos en la espalda no necesitan gafas —bromeó.

     — ¿Y cómo te gusta? —murmuró, inclinándose con distancia para abrir el horno y sacar los blondies.

     — Mmm… —suspiró—. Como que me estás matando.

     — Karma —rio, y cerró el horno con el pie.

     — ¿Ya comió el Carajito? —preguntó con sus labios fruncidos, pues qué injusto era eso.

     — Ah, eso puedes hacer —rio, viéndola por sobre su hombro—. ¿Verdad que ya no parece rata?

     — Ya no parece burrito con patas —sacudió la cabeza—. Porque yo sé que no estás diseñado para ser un perro flaco, pero tampoco quiero tener un perro gordo —le dijo al Carajito mientras lo recogía del pie del refrigerador, pues era un lugar cálido—. Ya eres más alto que mi stiletto —rio, acariciándole la cabeza—. Pero no más pesado que mi bolso.

     — “Porque si es más pesado que mi bolso es que está gordo” —dijo Sophia, colocando el molde de los blondies sobre una rejilla.

     — Así es —rio Emma, sacando un tarro alto y blanco del gabinete inferior de la esquina, ese que ya ni se alcanzaba a ver porque ya estaba frente a la alacena—. ¿Qué me dices de un chofer? —preguntó realmente de pronto.

     — Bueno, un chofer es una persona que te lleva de arriba abajo, de un lado a otro, ¿no? —frunció su ceño.

     — Yo sé lo que es un chofer, y sé lo que hace un chofer —rio, agitando el tarro con fuerza—. Preguntaba si no te gustaría tener uno.

     — ¿Para qué?

     — ¿Para que te lleve de arriba abajo, de un lado a otro?

     — ¿Qué? —se volvió hacia ella con la mirada ancha, y Emma asintió mientras se agachaba para poner al Carajito sobre el suelo y servirle la leche del tarro en el recipiente—. ¿De dónde viene eso? Y, ¿desde cuándo le das en el recipiente?

     — De la misma epifanía de una housekeeper —se encogió entre hombros—, y desde que ya está grande como para que le siga dando de un biberón; que se acostumbre.

     — Dale sentido a lo del chofer, por favor.

     — No sé —se encogió de nuevo entre hombros—, supongo que viene de que siempre te vas en taxi.

     — Y tú caminas —repuso.

     — Yo creo que, con lo que gastamos en taxi, podemos tener a un Hugh que haga lo mismo, ¿no crees?

     — Son diez dólares de aquí a la oficina, tampoco es una millonada —rio—. Diez por cinco, por cincuenta y dos, porque asumimos que trabajo las cincuenta y dos semanas completas, son dos mil seiscientos.

     — Eso sólo en ir de aquí a allá, cinco mil doscientos si es de allá a acá también —sonrió.

     — Y Hugh gana veinte dólares la hora, eso significa que, asumiendo que son las cincuenta y dos semanas del año, y que trabaja de siete de la mañana a seis de la tarde, son cincuenta y siete mil doscientos al año —le dijo con una risa de no poder encontrarle la lógica—. Si quieres te saco la diferencia entre un taxi y un chofer.

     — ¿Eso es un “no”?

     — Es un “si tú quieres uno, contrátalo” —sonrió—. Yo no lo necesito, y tú, si todavía le tienes fe al transporte amarillo, tampoco lo necesitas.

     — Cierto.

     — Además, a eso tendrías que sumarle que tienes que tener auto y aquí el estacionamiento tampoco es como que lo puedes encontrar en cada esquina.

     — Buen provecho, Carajito —le dijo al mencionado con una caricia en la cabeza—. No chofer pero sí housekeeper, está bien —suspiró, irguiéndose para enjuagar el tarro, lavarse las manos, y botar el tarro en la basura.

     — ¿Alguna otra idea loca que se te haya ocurrido de repente?

     — ¿Te quieres cambiar de casa? —murmuró, y ni se dignó a verla a los ojos.

     — ¿Por qué querría eso?

     — No sé, ¿matrimonio es sinónimo de casa nueva?

     — ¿Desde cuándo? —frunció su ceño.

     — No sé, así fue con mis papás, con Phillip y Natasha, probablemente con tus papás así fue —se encogió entre hombros.

     — ¿Entonces?

     — Es una pregunta.

     — No.

     — ¿”No” qué?

     — Yo no me quiero mover de aquí —frunció nuevamente su ceño—. ¿Tú sí?

     — I’m looking forward to pleasing you —susurró con una sonrisa.

     — Dime una cosa, ¿en dónde vas a encontrar un clóset como el que tienes? —dijo, y elevó ambas cejas ante tal pregunta—. ¿En dónde vas a encontrar un clóset como el que tenemos? —se corrigió, y Emma frunció sus labios y su ceño—. Yo estoy feliz con un piano que no está en la sala de estar, y con un cuarto que decidiste llamarlo “cuarto de lavandería” porque no querías dos habitaciones para huéspedes, y estoy feliz con esta cocina que se hace bar, y con la alacena, y con el clóset de la entrada, y con el balcón, y con la mesa de comedor en la que nunca comemos comida, y con la chimenea escondida, y con el baño que se ve espectacular con la Neptune Kara que no hemos estrenado, y con la maldita vista de Central Park que tengo cuando decides ponerme contra la ventana para hump my ass —sonrió.

     — Ya está —rio—. La vista pesa más que el clóset.

     — Digamos que estoy de acuerdo, pero el clóset también me gusta —dijo, dándole vuelta a la prensa para asar el otro lado de los sándwiches—, porque también destrozamos un par de repisas.

     — Uy, ¿te acuerdas de esa vez? —rio sonrojada.

     — Cómo no —asintió, y se volvió sobre sí para desmoldar el blondie—. Bendecir y consagrar una casa nueva, sea casa, apartamento, o lo que sea, llevaría demasiado trabajo… podemos consagrar de nuevo todo lo que quieras; no tiene que ser nuevo.

     — ¿Sí?

     — Tiempo tenemos, y ganas… mierda, ahorita tengo unas ganas que no puedo cuantificar —sonrió, dejando caer la torta blanca sobre la rejilla—. Mira: sin quemarse ni un poquito —le dijo, señalándole la torta.

     — Se ve bonita —se acercó a ella, y abrió la boca.

     — ¿Y sabe? —preguntó, arrancando un trozo del blondie para metérselo a la boca.

     — Your pussy tastes better —susurró, y, en cuanto Sophia entrecerró su mirada, contestó apropiada y coherentemente—: sabe demasiado bien.

     — Saca platos.

     — Sí, señora —bromeó en el tono militar—. ¿Algo más?

     — Servilletas.

     — ¿De tela o de papel?

     — De papel.

     — ¿Blancas, rojas, o navideñas? —rio, pues nunca había sabido cómo o por qué era que tenía servilletas navideñas.

     — Es abril, ¿tú qué crees?

     — Blancas —asintió, tomando dos servilletas y dos platos—. Por cierto, Natasha me dijo que mañana van a ir a “Top of the Standard”, y me preguntó si queríamos ir con ellos.

     — ¿Qué es eso? —frunció su ceño, apagando la hornilla para quitar la prensa.

     — Restaurante, pero luego sería de movernos “Le Bain” para un poco de música, un par de copas… bailar contigo… ¿quieres ir?

     — Con una condición —le dijo, colocando el primer sándwich, con las marcas perfectas en ambos lados, sobre un plato para cortarlo en diagonal, tal y como a Emma le gustaba.

     — ¿Cuál?

     — Que te pongas un vestido que te llegue hasta aquí como máximo —respondió, trazando la línea a medio muslo.

     — Luego puedes escogerlo tú si quieres —sonrió—, y puedes escogerlo todo.

     — Entonces, sí —dijo, y le sirvió el otro sándwich—. Vamos a comer, que me muero de hambre —resopló, tomando los dos platos para que Emma tomara los vasos y la botella de limonada rosada.

     — ¿Cómo te fue hoy?

     — Bien —sonrió, tomando asiento al lado izquierdo de Emma—, me pasé la mañana entera diseñando.

     — ¿Qué diseñaste?

     — Es una habitación, que no sé si cuenta como principal o no —se encogió entre hombros, y recibió un beso en su sien, lo cual significaba un mudo pero cariñoso y educado “buen provecho”, y ella, en reciprocidad, estiró su cuello para alcanzar sus labios—. Buen provecho para ti también —susurró.

     — Gracias, mi amor, y gracias por la cena también —repuso, y le dio otro beso en su sien—. Ahora, cuéntame, ¿por qué no sabes si cuenta como principal?

     — Es… bueno —se encogió entre hombros y le dio un mordisco a la humeante mitad de sándwich—, no es la más grande, pero, de alguna forma, es la más importante.

     — Suena a casa de pareja en la que vive la suegra —rio.

     — Más o menos —asintió con una risa que lograba disimular el nerviosismo—. En todo caso tiene la misma importancia que la habitación en la que duerme la cabeza de la familia.

     — ¿Y qué con esa habitación, qué es lo que tienes que hacer?

      — En un principio solamente reambientarla.

     — ¿Pero?

     — La distribución no era tan común.

     — ¿No era accesible?

     — Sí, sí es… —murmuró, teniendo mucho cuidado de no insultar el diseño inicial de la habitación de Emma—. Tiene su encanto, y tiene su funcionalidad y todo.

     — ¿Pero?

     — Las cosas cambian —se encogió entre brazos—, y, en lugar de tener una cama individual, quieren una King size bed y eso no cabe a menos de que se tope a una pared… y, antes de que preguntes, no, no es posible hacer eso porque tiene que tener acceso de los dos lados —dijo, sabiendo que, de ser por ella, toparía la cama a la pared para no cambiar nada, pero, por ser Emma la involucrada en el asunto, no podía sólo ser así porque a Emma le daría un paro cardíaco debido al antiguo arte de lo obsesivo-compulsivo.

     — Entiendo, entiendo —asintió—. Entonces, ¿cómo vas a hacer?

     — Tengo que reorganizar lo que hay dentro; quitar clósets, mover el baño, y… —dio otro mordisco—. Y eso.

     — “Mover el baño” suena tan fácil —rio—. ¿Belinda te está ayudando con eso?

     — Yo sé que no es fácil, pues, tampoco sé si se puede…

     — Se puede mover un baño, sí, pero es un dolor anal después de diez habaneros —rio.

     — ¿De verdad?

     — Sí —asintió—. Si quieres puedo ver los planos para ver si en realidad se puede hacer o no.

     — En escala del uno a diez, ¿qué tan imposible es hacerlo?

     — Te diría de entrada que no, ¿quién te lo está viendo?

     — Volterra —dijo, y Emma lanzó la carcajada—. ¿Tiene eso algo de malo?

     — Volterra, a pesar de saber que algo es extremadamente difícil, tiene la mala maña de quebrarse la cabeza hasta encontrar una solución que es inútil, o más imposible, o simplemente estúpida —sonrió—. Él con su idea de “el cliente siempre tiene la razón”, hace unas estupideces que… Dios lo ayude.

     — Entonces, ¿qué hago?

     — Empieza a considerar la reorganización del espacio de otra forma.

     — No se puede de otra forma —frunció sus labios con frustración.

     — ¿Ya consideraste ampliar?

     — No hay como que mucho espacio para ampliar.

     — ¿Reubicar clósets?

     — Sale lo mismo.

     — ¿Reubicar puertas?

     — Sale más o menos a lo mismo.

     — Enséñame los planos, tal vez te ayudo a que se te ocurra algo —sonrió.

     — Ya me lo pusiste como cubo rubik, imposible que deje que me ayudes.

     — Está bien —rio—, pero, si hay algo en lo que necesites ayuda, para eso estoy también.

     — ¿”También”?

     — Aparte de para complacerte, claro —bromeó, y trajo a Sophia en un abrazo por los hombros.

     — ¿Qué preferirías tener: tonos grises y blanco, quizás algunos crema, o tonos azules?

     — Mmm… depende de la iluminación de la habitación —sonrió, mordiendo el sándwich que Sophia le ofrecía.

     — Tiene buena iluminación natural —rio nasalmente, pues Emma había dado una mordida que pasaba por graciosa—, y tiene una bonita vista.

     — ¿Vista urbana, vista de agua, vista de jardín?

     — Agua y jardín, pero predomina el agua.

     — Yo te diría que, en ese caso, preferiría los tonos grises para que no compita con la vista del agua; para que no le reste ni impresión, ni importancia, ni nada… pero no sé si tu cliente va a verlo de esa forma o si te va a decir que quiere tonos azules para que “combine” con la vista, o para que la haga resaltar.

     — ¿Pero?

     — Si le pones tonos grises, de alguna forma tienes que ponerle un poco de color para que no apague la vista.

     — Pensaba hacerlo con decoraciones de paredes —asintió, habiendo ya pensado en eso para ese mismo escenario, el cual sabía que era el que Emma recomendaría; la conocía demasiado—. Alguna pintura, unas cuantas fotografías que tiene, una planta pequeña, nada muy loco pero algo que sí le dé más vida que sólo la iluminación natural.

     — ¿Y la iluminación artificial?

     — Más amarillenta que blanca; es más amable con la vista.

     — Suena a que tu único problema es el baño —rio, dándole otro mordisco al sándwich que Sophia le ofrecía.

     — Ya veré cómo lo soluciono —asintió, y llevó el último trozo de sándwich a su boca.

     — Y sé que lo solucionarás —sonrió—. Por lo demás, ¿cómo te fue hoy?

     — Bien, almorcé con Clark y Robert, y luego fui a la reunión que tenía con Mrs. Hudson… cuatro habitaciones para tres baños, cocina enorme y un área que abarca comedor y sala de estar.

     — ¿En West Village?

     — Meatpacking District; al frente de Apple y demasiado cerca de Chelsea Market.

     — No es una mala ubicación.

     — No, la ubicación no es mala… es sólo que el apartamento en sí es un poco raro.

     — ¿Por qué?

     — Paredes blancas, pisos de roble, una pared de ladrillo, los baños nada que ver, ventanas enormes, y la distribución es rara; cuando entras están los dormitorios y, al final, ya está la cocina con este enorme espacio que te digo.

     — Sí, a veces hay unas distribuciones un poco raras allí, no siempre le encuentro la gracia a ese lugar.

     — Tú eres más Upper East Side que un Upper-Eastsider —rio.

     — Podría vivir en cualquier distrito, simplemente este apartamento me atrapó, y era más barato que unos que vi en Upper West, en Chelsea y en East Village.

     — Y no tenía esas cláusulas de no poder abrir una pared y levantar otra pared —susurró.

     — Lo que sea por un clóset digno —asintió—. Por cierto, quedó muy rico —elogió sus capacidades culinarias con un mordisco grande.

     — Me gusta que te guste —dijo, enrollándose un poco entre el brazo de Emma—. ¿Cómo te fue a ti con Helena?

     — Me sacó el enojo fugaz, pero bien; todo bien.

     — ¿Qué pasó?

     — Sacó el tema de los hijos.

     — Sí, a mí me lo sacó ayer también —rio nasalmente al imaginarse el tipo de enojo fugaz al que Emma se refería—. ¿Por qué cuesta tanto que entiendan que no te voy a compartir con nadie? —frunció su ceño con cierta falsedad, aunque era una pregunta seria.

     — Es como si fuera una obligación —se encogió entre hombros y le dio un beso en su frente.

     — Entre la mirada que te dan cuando dices que eres lesbiana y la mirada que te dan cuando dices que no quieres hijos… mierda, la segunda mirada es más asesina.

     — Pero yo te amo, y estoy para complacerte —sonrió.

     — Eso suena condescendiente, como si tú sí quisieras tener hijos.

     — Pero no, no quiero —sacudió su cabeza—. Sería condescendiente si tú quisieras tenerlos y yo te dijera que está bien, que yo también los quiero porque los tendría contigo, pero yo soy demasiado impaciente con los niños… independientemente de que me digan que, cuando son de uno, uno los soporta —rio—. Yo no estoy como para desafiar a la vida en ese sentido; si soy estéril es por algo… sabrá Dios de qué está salvando a los hijos hipotéticos que tendría… además, con el Carajito es más que suficiente.

     — Jamás te he podido ver como una mujer embarazada —rio.

      — There’s no haute couture for pregnant women —dijo con tono de indignación—. Yo a ti tampoco te logro imaginar embarazada.

     — Yo que soy toda de acostarme sobre el abdomen —sacudió su cabeza.

     — Sería de agujerar la cama para que puedas hacerlo —se carcajeó.

     — Sí, sí, ríete.

     — Yo sólo quiero que sepas que si eres un caso de concepción divina… pues, sí lo criaría.

     — Ahí está mi concepción divina —rio, señalando al Carajito, que intentaba beber leche del recipiente.

     — Y con él puedo utilizar lenguaje obsceno y soez sin preocuparme de nada —asintió—. Mejor imposible.

     — Es mejor ser una tía chic and cool.

     — I’ll second that —sonrió, tomando el vaso para beber de él aquel líquido sintético—. Te extrañé hoy, no sabes cuánto habría querido poder llevarte a la reunión con los de Oceania para que te dieras gusto con la comida que van a servir…

     — I’m right here —susurró, tomándola de la mano que se posaba sobre su hombro derecho—. Y estoy comiendo contigo, y voy a trabajar en eso contigo.

     — Luego te enseñaré la bitácora que me dieron sobre la comida y las notas que hice, así podemos hacer brainstorming juntas.

                — Cuando quieras.

Cayeron en un silencio de palabras, pues, entre risas y sonrisas, decidieron jugar con la comida, algo a lo que todo progenitor se oponía en todo país del mundo, pero era un juego sano que terminaba en mordiscos y en estómagos alimentados.

— Listo, mi amor —sonrió Emma en cuanto terminó de poner todo utensilio sucio en la lavadora de platos, pues el arreglo siempre era que, si Sophia cocinaba, ella se encargaba del resto.

     — ¿Quieres postre ya o lo quieres luego? —le preguntó desde la otra encimera en donde ya había mezclado las fresas con trozos de blondie y helado de vainilla.

     — Mmm… —suspiró, acercándose a ella a paso lento, y la abrazó por la cintura—. En este momento quiero quitarme otro antojo —sonrió contra su cuello.

     — Guardo esto en el congelador y te dejo hacerme lo que quieras —dijo rápidamente—, me lo gané.

     — ¿Ah, sí?

     — Ya cené, recompénsame —asintió.

     — Oh, I will —rio suavemente, y se despegó de ella para ir en dirección a la sala de estar.

Usurpó la música, porque quizás, si escuchaba una canción más de Katy Perry, así fuera “I Kissed A Girl”, probablemente tendría un colapso temperamental y destruiría cada uno de los parlantes de su hermoso sistema de sonido. Además, Katy Perry no era ni adecuada ni apropiada.

                Ajustó la intensidad de la luz de la sala de estar, nada muy iluminado ni muy oscuro; simplemente perfecto, y, justo cuando vio que Sophia ya venía en su dirección, haló el sillón para indicarle que ahí era donde debía sentarse.

— ¿Aquí? —rio la rubia, paseando su mano por el borde del respaldo.

     — ¿Algún problema? —elevó su ceja derecha y cruzó sus  brazos.

     — No —resopló, dejándose caer en el sillón con su pierna derecha sobre la izquierda—. Es sólo que, siempre que me siento aquí, es para verte hacer algo.

     — ¿Algo como qué? —sonrió con su labio inferior entre sus dientes.

     — Un striptease —se sonrojó.

     — Y… —susurró arrastradamente hasta apoyarse de ambos brazos del sofá con sus manos, para, así, poder acercarse a su rostro—. ¿Te gustaría uno?

     — I thought you —dijo, colocando su dedo índice sobre la punta de la nariz de Emma— were the one to fuck the living daylights out of me —sonrió.

     — Ah —rio nasalmente, intentando seguir el dedo de Sophia con sus labios—, pero eso sí lo haré… porque tengo unas ganas indescriptibles de dejarte panting.

     — ¿Pero? —ensanchó la mirada.

     — Pero nada —sacudió su cabeza—. I’m horny… really horny —dijo con seriedad y propiedad, y, lentamente, fue dejando que su ceja derecha se elevara cada vez más.

     — ¿Y eso por qué? —rio provocativamente.

     — Me pegaron fuerte las hormonas —se encogió entre hombros y se irguió—. Y porque así soy yo —guiñó su ojo.

     — ¿Sí? —murmuró, acercándose a ella para tomarla por la cadera mientras colocaba su rostro contra su vientre con las claras intenciones de algo más.

     — Mjm —sonrió desde lo alto, enterrando sus dedos entre el flojo cabello de Sophia para, con el disimulo que no la caracterizaba en ese momento, presionarla contra ella—. Soy un horno industrial —le dijo, viéndose obligada a darse la vuelta ante las manos de Sophia, quien ahora colocaba sus labios sobre su falda para besar aquel distante trasero.

     — Aunque me guste un striptease… podría perfectamente omitirlo para sólo tenerte sin ropa —murmuró entre sus besos—. Pero quiero ver cómo mueves esto —sonrió, y mordisqueó su glúteo derecho.

     — I can’t twerk.

     — No te estoy diciendo que hagas eso… sólo quiero ver cómo lo mueves, tú sabes… por mi fijación con esa parte del cuerpo —rio.

     — ¿Y con qué quieres que lo mueva?

     — Sorpréndeme —se encogió entre hombros y continuó besándola mientras la veía tomar su iPod para buscar la canción que realmente sabía que la sorprendería.

Comenzó con un “one, two, three” acapella y en una voz baja y grave, luego algún tipo de canto que parecía ser más un mantra o alguna muletilla característica de las canciones en árabe, o quizás eran palabras, y, rápidamente, entró el beat que no era percusión sino un simple beat muy marcado, el cual fue abusado por las caderas de Emma. «Porque así es como se mueve». Y luego fue la intrigante y sedosa voz que hablaba y que no cantaba; Lana del Rey y una de esas canciones que prácticamente sólo Emma le conocía.

Sensual era la canción, la voz, y el marcado y tajante contoneo de lado a lado. Sensual era el momento y las circunstancias.

                Emma se dio la vuelta a eso del segundo veintinueve, o treinta, justo después de ese “I gave you everything”, y, con las manos de Sophia a la cadera, se encargó de llevar las suyas al cuarto botón para empezar a deshacerse de la hilera que ocultaba su Odile de Changy negro sobre su torso, el cual ya pedía, casi a gritos, que lo broncearan, aunque todavía aguantaba unos meses sin llegar a caer en la categoría de lo desteñido.

                Y «holy shit­», porque las palabras de Sophia no pudieron describirlo mejor, pues, con la extraña sensualidad de la canción, la salida de la camisa fue casi tan obscena como poética, o quizás sólo era el contoneo sin cesar que había poseído sus caderas.

                Le dio la espalda, y dio un paso hacia una mayor distancia. «Double holy shit», porque, «mierda», las pecas eran difíciles de digerir bajo esa luz, eran como ese cruel imán que significaba Sophia en esos momentos. Ella quería tocar, mordisquear y besar. Pero, como Emma era quien tenía dos minutos y veintiocho segundos en total para quitarse la ropa, todo iría de acuerdo al tempo y a todo detalle orgánico de la melodía; de infarto.

Llevó sus manos a su espalda baja para encontrar la diminuta cremallera de su falda, y, con una lentitud y una parsimonia que la canción no conocía, la bajó para revelar los comienzos de su garter de encaje sobre sus caderas. Escabulló sus pulgares por los costados, sacó un poco su trasero, y, con la provocación de cruel combustible, la bajó primero un poco del lado derecho, luego del izquierdo, y del derecho, y del izquierdo, y así hasta que, junto con una mirada creciente de Sophia, se fue agachando únicamente con su torso.

«Triple holy shit», dejó caer su quijada. ¿Garter y sin la típica tanga negra?

                Sophia, manteniéndose sentada, cosa que no sé todavía cómo logró, apoyó sus codos sobre su regazo para acercarse al trasero desnudo de Emma, en especial al sneak peek que le daba de sus labios mayores. Emma la vio de reojo, y, como cosa de la canción, o de la casualidad, todo fue como si se tratara de una hipnosis.

                Con veintiocho segundos, Emma se irguió sólo para colocarse a horcajadas sobre Sophia.

— Em… —susurró arrastradamente Sophia y sin lograr saber en dónde colocar sus manos.

     — Dimmi, Sophie —sonrió, tomando sus manos para colocarlas en su trasero.

     — Creo que tus ganas de abusarme tendrán que esperar —rio, apretujando todo lo apretujable y sintiendo que, cerca de sus dedos, el calor de Emma crecía desde su hendidura.

     — ¿Sí? —exhaló, pasando sus manos hacia su espalda para desabrochar su sostén, y Sophia asintió—. ¿Qué me quieres hacer?

     — Tócate —susurró, ayudándole a quitarse eso que tanto les estorbaba a ambas en su pecho.

     — ¿Qué quieres que me toque?

     — Aquí —sonrió, y, con esa mirada que no puedo describir, succionó sus dedos para colocarlos sobre el clítoris de Emma.

     — ¿Está como para que lo toque yo o como para que lo toques tú? —dijo, preguntando más la cantidad de su humedad que la calidad del antojo.

     — Está como para que lo toques tú —respondió, y retiró sus dedos de aquellas coordenadas para que fueran sustituidos por los de Emma.

     — Pero tú también tienes que tocarme —jadeó a consecuencia del círculo que había trazado sobre su húmedo clítoris.

     — ¿”Tengo” que? —elevó ambas cejas.

     — Yo quiero que me toques —asintió, evitándose el mundialmente sabido y conocido «porque sé que no te aguantas».

La cercanía estaba, el tacto estaba también, y era un tanto extraño ver a Emma dándose placer directo mientras obtenía placer indirecto por las manos de Sophia que viajaban por su espalda, que en realidad era una mezcla de roces, caricias y clavados olímpicos y limpios de uñas que se deslizaban desde sus hombros hasta su trasero, en donde se clavaban con mayor agudeza para apretujarlo como sólo él invitaba.

Los labios de Sophia se habían adherido a su pezón izquierdo por el simple hecho de que, de haber escogido el derecho, habría habido un conflicto en cuanto a la comodidad de sus labios y a la comodidad del uso de los dedos de Emma, el cual nacía prácticamente desde el hombro para no estresar a su muñeca; para no estropearse el túnel carpiano antes de tiempo. La mano izquierda de Emma, aquella que se había proclamado meramente inútil para cualquier tipo de placer sexual, fuera propio o ajeno, mantenía a Sophia en su pezón al tomarla suavemente por la nuca, y, a veces, como si necesitara descansar, aunque en realidad era cada segundo de claro escalamiento de placer el que la hacía rendirse de cabeza y cuerpo, se detenía del borde del respaldo del sillón.

La respiración de Emma era rápida pero cortada, era como si su exhalación fuera dividida en el número de círculos que trazaba en su clítoris, sus ojos oscilaban entre el completo cierre o el excitado entrecierre con el que veía que Sophia tiraba de su pezón para, al dejarlo ir, volverlo a atrapar.

                Hubo un momento, no sé ni qué canción era la que sonaba en el fondo porque los jadeos de Emma eran más embriagantes que la música y eso era desde hacía rato, Emma simplemente dejó de respirar, o quizás sólo atrapó su inhalación en su diafragma, y Sophia, sabiendo muy bien lo que eso significaba, dejó su pezón en paz para poder ver la evolución de su expresión facial en ese momento de traviesa etapa pre-orgásmica.

Emma se aferró con su mano izquierda al borde del respaldo del sillón, lo apretujó al punto de que llegó a sentir la estructura interna, agilizó al movimiento de sus dedos sobre aquel botoncito que no había sufrido del matapasión que Emma misma generaba entre su excitación, pues cómo detestaba disminuir la fricción; quizás tenía que ver con sus dedos, o con su clítoris, o simplemente una exótica psicosis de la que sufría cuando se refería a la autoestimulación.

Sophia apretujó fuertemente su trasero, dejándose llevar por el repentino vaivén que un orgasmo hincado proveía con porqué pero sin para qué, y, viéndola a los ojos, los cuales se habían cerrado para no desperdiciar energía orgásmica, le dejó ir una nalgada que la hizo exhalar lentamente entre un gemido y sollozo de entrañas contraídas.

Frotó rápidamente su clítoris, y dejó que la agudeza de sus cuerdas vocales saliera al compás de la relajación de su mandíbula, pero sólo tuvo el valor de frotar su clítoris durante el apogeo de su orgasmo, pues, de frotarlo más de la cuenta, sabía que corría el riesgo de sólo poder tener un tan solo orgasmo, lo cual no le servía para las ganas que tenía. Las ganas no eran proporcionales al alcance. Sufrió de espasmos cortos y cortados, de espasmos internos a nivel vaginal y clitoral, y de espasmos que todavía se manifestaban como el vaivén de su cadera; de atrás hacia adelante aunque un poco hacia arriba también.

— Oh, fuck… —suspiró Emma, notando que estaba aferrada con ambas manos al respaldo del sillón y que Sophia ya acariciaba su espalda con mayor suavidad.

     — En escala del uno al diez, ¿qué tal? —sonrió Sophia, dándole besos en su pecho.

     — Rico —respondió entre aires.

     — Así se vio —rio, abrazándola a la altura de la cintura para apretujarla un poco—. ¿Aguantas otro?

     — Claro —asintió.

     — Mi turno, entonces —sonrió.

La mantuvo abrazada con su brazo izquierdo, y, con ligereza, escabulló su mano derecha por el vientre de Emma hasta llegar a su entrepierna.

                Le provocó uno que otro espasmo en cuanto rozó su clítoris, el cual ya había entrado en proceso de desinflamación, y, al notar la sensibilidad, simplemente acudió al plan B; porque siempre había un plan B.

Introdujo primero su dedo del medio en ella, el cual pareció provocarle muy poco por la dilatación y la lubricación interna, pero, en cuanto la invadió con un segundo dedo, Emma manifestó ese hermoso ahogo de placer.

Pero Sophia no iba a por una penetración recta y plana, no, no le interesaba penetrarla porque sabía que no hacía mucho con eso, a veces no hacía nada en realidad; en eso mentían muchas actrices porno. Bueno, es que por eso eran actrices.

— Sophie —gimió Emma al sentir la ligera presión sobre su GSpot—, are you trying to make me squirt?

     — Me gusta cuando eyaculas —asintió, provocándole una minúscula sonrisa de labio inferior entre dientes—. Y, como aquí se hace lo que a mí me gusta —rio nasalmente, volviendo a presionar su GSpot—, quiero hacerte eyacular.

Entre gratificación y rendición, quizás un estado de malinterpretada subordinación, Emma se dejó hacer eyacular. Las palabras de Sophia eran gratificantes, y el resultado de sus gustos también lo sería; por un orgasmo intenso cómo no entregarse.

                Emma buscó sus labios, porque así era como su calidad de sumisión quedaba anulada, pues era ella quien controlaría los labios de Sophia con los suyos, además, era algo que la hacía sentir mimada mientras intentaban arrancarle el alma del cuerpo por unos cuantos segundos por muy satisfactorio y agradable que eso fuera.

Sophia batió sus dedos de adelante hacia atrás, pero no era un movimiento sólo de dedos, era más de mano en general. Con cada presión era un gruñido que se sumaba a la pila de placer, con cada soltura era un jadeo de confuso alivio, pues nadie podía negar que el GSpot era una zona demasiado intensa como para encontrarla completamente placentera; era tan placentera y sensible que tenía su mísera dosis de culposo y bienvenido dolor. De alguna forma y por alguna razón, los dedos de Sophia, aquellos que no estaban en su vagina sino sobre sus hinchados labios mayores, ejercían esa intensa y presionada caricia que se complementaba con el tenue mimo que la palma de su mano hacía sobre su clítoris.

                Aceleró el movimiento de sus dedos, de adelante hacia atrás, de atrás hacia adelante, haciendo que Emma se encorvara a tal punto que parecía ya una gráfica rendición de rodillas y todas las implicaciones.

                No tuvo tiempo ni siquiera de hacer esa sagrada y placentera respiración profunda que tanto le gustaba porque realmente la hacía explotar con intensa moderación, pero, por lo mismo, sólo fue soltando ese gruñido, primo de un pujido y hermano de un gemido, mientras se aferraba a la nuca de Sophia con un abrazo que jadeaba contra su cuello entre esos temblores que le hacían una morbosa burla al mal de Parkinson.

                Escaló a un grito de liberación absoluta que se cortaba únicamente por lo que podía confundirse con un ataque de epilepsia severo, y, clavándose las uñas en sus senos porque así se sentía increíblemente bien, se dejó ir alrededor de los dedos de la rubia que intentaba mantenerla en su sitio mientras le sacaba hasta la última gota de orgasmo que podía sacarle.

— Who’s panting now? —susurró Sophia al oído de Emma con una risa burlona.

     — Yo —sonrió como pudo, y se dejó acariciar por lo besos que Sophia le daba en su cuello y en su hombro.

     — ¿Te sientes bien? —Emma sólo asintió—. ¿Rico?

     — Demasiado… creo que, si me pongo de pie, me voy al suelo.

     — Yo te tengo —sonrió, apretujándola entre sus brazos—. Yo te tengo.

     — Quiero más —susurró, levantando su rostro para verla a los ojos.

     — ¿Más? —ensanchó la mirada, pero no con sorpresa de la mala sino de la buena, y Emma asintió—. Qué rico —sonrió.

     — Hormonas pre-menstruales —se encogió entre hombros—. Asumo que eso es.

     — ¿Qué quieres que haga al respecto?

     — Quiero que me calmes las ganas, no que acabes con ellas —rio—, que seguramente mañana y el domingo voy a querer también.

     — Sal de ese cuerpo, Sophia —rio la dueña de la cabellera rubia, haciéndose una burla como pocas.

     — Yo también tengo mis facetas de ninfómana —sonrió.

     — Qué rico —dijo con una expresión demasiado graciosa—. Pero, dime, ¿qué quieres que te haga? —preguntó de nuevo, acariciando su mejilla con el dorso de su mano.

     — ¿Qué hay en el menú?

     — Hay… —suspiró—. Tribadismo clásico y variaciones factibles, sesenta y nueve que puede ser lateral u horizontal y que quizás quede más como un treinta y cuatro punto cinco porque sabemos que nunca es equitativo, facesitting normal y en reversa, faceriding normal y en reversa, masturbación mutua o frente a frente, cunnilingus, anilingus, penetración vaginal, penetración anal, voyerismo, humping… y, como guarnición, hay artefactos de vibración y/o penetración, bufanda negra, estimulación de pezones, mordiscos en hombros, abdomen y espalda, terapia lingual a lo largo de la espina dorsal… y, de postre, tenemos cuddling y spooning, pillow talk, ducha, postre comestible real a una o a dos cucharas, copa de vino tinto, algo de HBO o de Fashion Police pero en mute porque no soportas a Giuliana DePandi…

     — Tienes un menú bastante amplio —rio.

     — Para cubrir cada uno de tus gustos y mis gustos —asintió.

     — No creo que eso sea completamente cierto —le dijo, y le dio un beso en su frente.

     — ¿Me faltó algún gusto tuyo? —frunció su ceño.

     — No, mío no; tuyo sí.

     — ¿Cuál?

     — ¿Me mueves al sofá? —rio en tono mimado, y Sophia, sin decir “sí” o “no”, la tomó fijamente de sus caderas con un abrazo y se puso de pie para volver a caer sentada en el sofá de al lado, ese que quedaba frente a la mesa de café de vidrio—. Te compré algo —dijo, estirando su brazo izquierdo para alcanzar la bolsa color cian.

     — ¿Babeland, eh? —rio—. ¿Qué hacías en una sex shop?

     — Comprándote esto —sonrió, sumergiendo su mano en la bolsa para sacar una rectangular y relativamente pequeña caja blanca del interior.

     — ¿Eso es…? —frunció su ceño al ver que el intento de envoltorio de regalo era, en realidad, la tanga que a Emma le había faltado bajo la falda.

     — La usé todo el día —asintió con una sonrisa de enorme satisfacción, como si estuviera demasiado orgullosa de sí misma.

     — Es tan pervertido… —suspiró, tomando la caja entre sus manos—. Tan pervertido que me gusta.

     — Pero si ni sabes lo que hay dentro —rio.

     — No importa lo que hay dentro —sacudió su cabeza, y llevó sus dedos a aquella tanga para desanudarla—, esto es suficiente —dijo, logrando retirarla de la caja para llevarla a su nariz, cosa que, bajo cualquier otra circunstancia y con otro tono, se habría visto demasiado mal; quizás fue la sonrisa con la que inhaló el aroma de aquella partecita, quizás fue el gusto con el que lo hizo, quizás fue la perversión misma—. Sweet Jesus… —rio, abriendo sus ojos al terminar de inhalar, y, de un movimiento la tumbó sobre el sofá, dejando así la caja en el olvido temporal—. No me gustas con ropa.

     — Pero si no tengo ropa —resopló, empujando las gafas de Sophia por el tabique.

     — Por mucho que me guste abusarte en stilettos… —sonrió, llevando su mano al pie derecho de Emma—. Ahorita me estorban demasiado —dijo, y dejó caer aquel New Declic Louboutin sobre el suelo.

     — ¿Qué me vas a hacer?

     — ¿Qué quieres que te haga? —sonrió de nuevo, tomando el Louboutin izquierdo para dejarlo caer al espacio entre la mesa de café y el sofá.

     — Creí que aquí mandabas tú —elevó Emma su ceja derecha, lo cual sólo logró que Sophia tomara su garter Kiki de Montparnasse y lo retirara como si le tuviera infinito desprecio, que, cuando llegó a las medias, simplemente se las arrancó hasta dejarla completamente desnuda.

     — Abre tus piernas —dijo nada más, y Emma, en ese estado de regocijo total, separó sus rodillas y sus piernas.

Posó su pie derecho sobre el respaldo del sofá, su pie izquierdo sobre el vidrio de la mesa de café, y, como si le complaciera la mirada que Sophia le daba, porque en realidad la estaba turbo-cogiendo con la mirada, llevó su brazo derecho tras su cabeza para adquirir una pose de relajación veraniega total mientras su mano izquierda apenas hacía torpes caricias en su clítoris.

— Estoy tan mojada —resopló Emma, paseando su dedo del medio en aquella corta distancia que había entre su vagina y su clítoris.

     — ¿A qué sabes? —ladeó su cabeza con una sonrisa, y tomó la caja nuevamente para terminar de saber lo que había en su interior.

     — Mmm… —tarareó, llevando su dedo a sus labios—. Tienes que probar esto —rio en cuanto limpió su dedo, pero Sophia no le estaba prestando atención porque había descubierto el artefacto que había en el interior de la caja—. ¿Pasa algo malo? —le preguntó ante el ceño fruncido.

     — Mmm… —rio Sophia nasalmente, y, como si una potencial carcajada malévola la hubiera poseído, simplemente se sentó sobre la mesa de vidrio con sus piernas abiertas—. Tú… —la llamó con su dedo, y Emma se sentó frente a ella—. Dime, ¿qué es esto? —le preguntó, interponiendo entre ellas aquel artefacto.

     — Es un dildo fandango pink con una ventosa, que no tiene la forma real de un falo —frunció su ceño, pues realmente no entendía de dónde venía la pregunta si era algo demasiado evidente.

     — Eso lo sé, y sé para qué se usa también —rio, lamiendo la punta de sus dedos para pasearlos por la ventosa, y, de un agresivo golpe, lo adhirió al borde de la mesa de vidrio por entre sus piernas.

     — ¡Ah! —rio ella también, y se puso de pie sólo para colocarse a horcajadas sobre Sophia, dejando el falo entre ellas para simplemente acercarse—. Sé que te gusta ver —se encogió entre hombros, y se echó hacia atrás para apoyarse con sus manos del asiento del sofá.

     — You’re damn right I do —asintió, ayudándole a Emma a acomodar sus piernas, pues eso de hincarse y tirarse hacia atrás debía ser incómodo a nivel de espalda y piernas.

     — ¿Qué tanto te gusta? —elevó su ceja derecha, y llevó su mano al falo para colocarlo contra sus labios mayores.

     — Emma… —suspiró, viendo cómo, manteniendo el falso falo contra su órgano de placer, porque de reproducción definitivamente no era, comenzaba a subir y a bajar con sus caderas para empezar a frotarse con él.

     — No se siente ni la mitad de bien como cuando lo hago contigo —le dijo con una sonrisa provocativa—, pero no planeo hacerlo en seco.

     — Esto es tan perverso y pervertido que me gusta —rio, colocando su mano en el falo para relevar la de Emma, así ella sólo tenía que subir y bajar con su cadera—. It’s like Christmas in july.

     — Merry Christmas, Sophie —sonrió, elevando sus caderas hasta que el final del falo le quedara en la entrada de su vagina, y, con la ayuda de su propia mano, pues la de Sophia había sido víctima de la hiperventilación, se deslizó alrededor de él con tortuosa y seductora lentitud.

     — Mierda… —rio nerviosamente, sacudiendo su cabeza y posando sus manos sobre los muslos de Emma—. No tienes idea de lo bien que se ve…

     — ¿Te gusta? —jadeó, elevando sus caderas para completar el primer ciclo de penetración, y Sophia asintió—. ¿Quieres que lo haga más rápido?

     — Yo… —balbuceó, estando totalmente ida en la imagen de la entrepierna de Emma; sus labios menores estaban tensos y envolvían al rosado falo que era ciertos tonos más oscuro que ellos, y, como si eso no fuera suficiente, estaba encantada con cómo el falo aparecía y desaparecía.

No supo qué responder, sólo llevó su pulgar al clítoris de Emma para estimularlo, cosa que contaba como compensación para Emma, tanto porque la posición era realmente incómoda en el sentido de que tenía un vacío bajo su espalda como porque eso de la penetración no la satisfacía tanto como el frote; menos mal que la mesa de café era un poco más baja que el asiento del sofá.

                Aceleró un poco la penetración, no porque lo necesitara o porque iba tras un orgasmo, en realidad no había considerado la posibilidad de uno, sino que aceleró todo a raíz de que Sophia había agilizado el frote de su clítoris, el cual no frotaba directamente para cuidarlo de una irritación, coloquialmente conocido como “hipersensibilidad temporal”, pero, sí lo frotaba por sobre el capuchón.

                Sí, sí, a Sophia le encantaba la vista, eso se daba por hecho, pero, dentro de todo, no le terminaba de bastar.

Tomó a Emma por la cadera y la trajo hacia ella con un gruñido, quizás sexual o quizás por la fuerza que tuvo que hacer, y la mantuvo lo más cerca que pudo contra su torso en esa posición de cuclillas. Se acercó más al borde de la mesa para que Emma pudiera acomodarse a su gusto, pero ella decidió quedarse en cuclillas por la simple razón de que nunca lo había hecho en esa posición, además, eso le permitía tomar a Sophia por la nuca mientras era sostenida por la espalda baja con ambos brazos.

— Oh, fuck —gruñó Emma, aferrándose todavía más a la nuca de Sophia mientras mantenía su frente contra la suya.

     — ¿Rico? —murmuró la rubia, estando totalmente embriagada de la situación, pero ella quería una sobredosis.

     — It’s hitting me right in my GSpot —gimió, volviendo a bajar alrededor de aquel falo que, por los muslos de Sophia, sólo se adentraba pocos centímetros en ella; los suficientes como para que se detuvieran en ese punto tan celestial—. Y… ay, mierda… —gimió de nuevo, sólo que esta vez más agudo.

     — ¿Te duele? —supo preguntar, pues esa expresión no era tan clara en el jadeante tono en el que había sido expulsado.

     — Me voy a correr —se ahogó entre su tensa mandíbula.

Sophia se maravilló en todo sentido, por dentro y por fuera, y, con una sonrisa, sólo se encargó de hacer que esa sensación fuera asegurada, tanto en sentido de seguridad de integridad física como en seguridad de exitoso alcance.

                Los jadeos de Emma escalaron en densidad y en constancia, la posición y la sensación ya no le daban espacio ni cuerdas vocales para gemir las advertencias del orgasmo que se avecinaba. Definitivamente eso de las hormonas le estaba ayudando a correrse en la mayor brevedad de lo posible.

                Abrió sus labios, dibujó una “o” que se hacía elíptica al compás del silencio que salía de sus entrañas y de sus caderas que se elevaban hasta sacar el falo por completo de sí, y sus ojos se apretujaban con mayor fuerza con cada espasmo que tenía repercusiones eyaculatorias por igual.

                Sophia la recostó sobre el sofá para que pudiera descansar en una posición que era más cómoda que eso de estar en cuclillas, y, cuando la recostó, quizás fue como si hubiera alargado su orgasmo al relajar sus piernas, pues se desplomó en una convulsión que era digna de mimar con caricias y besos hasta que tuviera recuperación relativamente absoluta.

— Hey, stranger —sonrió Sophia, acariciando su mejilla izquierda con el dorso de sus dedos, y, a veces, se enterraba entre su relativamente flojo moño que se había hecho en el viaje en taxi.

     — Hey you back —susurró, volcándose un poco sobre su costado para enrollarse temporalmente contra su pecho.

     — ¿Muerta? —rio nasalmente.

     — Relajada —musitó—. Dame cinco segundos más.

     — Tranquila —sonrió, enterrando su nariz en su cabello para abrazarla con mayor fuerza—. Tómate el tiempo que necesites, sólo no te duermas aquí.

     — No me voy a dormir —repuso un tanto ofendida, pero la ofensa se le terminó en cuanto ese bostezo la invadió—. No, no, yo no tengo sueño.

     — Bostezas sólo cuando tienes demasiado sueño… ¿quieres ir a la cama?

     — Yo no me voy a dormir —frunció su ceño—, yo no te voy a dejar con los ovarios desatendidos.

     — Mis ovarios no son el problema —rio—, es mi clítoris el que me preocupa.

     — Tu clítoris es muy, muy, muy rico —susurró, llevando sus dedos a los botones de la camisa de Sophia.

     — No sé cómo está la situación ahí abajo, no sé qué tan rebalsada esté, ni qué tan hinchada esté, pero lo que sí sé es que mi clítoris está a punto de tener vida propia.

     — ¿Palpita?

     — Y rápido —asintió, no quitándole la mirada de la suya a pesar de que quería ver cómo sus dedos descubrían su torso.

     — ¿Y de qué tienes ganas?

     — Ya hicimos lo que yo quería, ¿no te toca a ti escoger?

     — Sólo quiero complacerte —sonrió, logrando desabotonar la camisa por completo—. Así que, ¿qué quieres?

     — Quiero… —suspiró, sintiendo la uña de Emma recorrerle su abdomen verticalmente hasta llegar al broche de su pantalón—. Cunnilingus y anilingus.

     — ¿Sólo eso?

     — Cómo y qué tanto lo haces es problema tuyo —mordisqueó su labio inferior.

     — ¿Ah, sí? —rio, desabrochando su pantalón para permitirse escabullir su mano en el interior de él y de lo que parecía ser casi cien por ciento algodón al tacto—. De verdad que estás mojada —dijo rápidamente, pues no tuvo que hacer mucho con sus dedos como para darse cuenta de lo enunciado.

     — No me quejo —sonrió, cerrando sus piernas para aprisionar la mano de Emma entre ellas.

     — No te quejas pero no me dejas —dijo con un puchero.

     — ¿No quieres quitarme la ropa primero para ver lo que estás tocando?

     — Yo sé lo que estoy tocando —sonrió, moviendo un poco sus dedos para escabullirse con picardía por aquí y por allá—. Mi dedo del medio es éste —susurró, acariciando su USpot con lentitud—, y estos son los otros dos dedos —dijo, logrando escabullirlos entre sus labios menores para, con ayuda del dedo de en medio, aprisionar sus labios menores entre una caricia que se sentía demasiado bien.

     — Cazzo… —suspiró, sintiendo cómo los dedos de Emma se movían etéreamente entre el producto de su exagerada excitación sexual, y, con sus manos, se dedicó a ahuecar su mejilla y a tomarla de la nuca.

     — ¿De verdad quieres que te quite la ropa?

     — De preferencia —asintió, y Emma, «inmediatamismo», retiró su mano del interior de su pantalón para erguirse junto a ella, que, al erguirse, elevó la ceja derecha tan alto como pocas veces, pero la ceja no era para Sophia.

     — No me digas que hay un puddle of pee atrás de mí —cerró Sophia sus ojos con fuerza, como si estuviera esperando un “no” por bofetada.

     — No, sólo me acabo de confundir —rio, señalando al diminuto can que las veía como si no entendiera qué estaba sucediendo entre ellas—. He’s a sick puppy —sacudió su cabeza, imitando su cabeza ladeada por diversión.

     — ¿Eso significa que hay un time-out?

     — Now, why would I do that? —frunció su ceño, y se volvió hacia la rubia, a quien le indicaba que se pusiera de pie para hacer que sus pantalones desaparecieran de su vista.

     — Él nos está viendo —se encogió entre hombros.

     — Si no me ha detenido una fiesta navideña, ni un ejército de trabajadores, ni un taxista, ni nada, ni nadie… ¿tú crees que un perro me va a detener? —sonrió, y le arrancó los pantalones junto con lo que fuera que llevara bajo ellos y sobre su piel, que, cuando cayeron al suelo, el Carajito se acercó con torpeza—. En todo caso que vea —bromeó con un guiño de ojo, y trajo a Sophia, con una nalgada doble, hacia ella—, y que aprenda —dijo, y le dio un beso en el vientre.

     — ¿Cómo me quieres? —sonrió, enterrando sus manos entre el cabello flojo de Emma.

     — Con las mejores intenciones —respondió automática, pero no por eso condescendientemente—. Sólo con las mejores.

     — Me refería a “¿en qué posición me quieres?” —rio.

     — Sólo necesito que tengas las piernas abiertas, por mí puedes ponerte hasta de cabeza —se encogió entre hombros, y dio un suave mordisco para luego verla hacia arriba con su mentón apoyado de su vientre.

     — ¿De cabeza? —rio para sí misma, dejando el cabello de Emma para quitarse la camisa y el sostén, pues ya había comprendido que Emma, en esa ocasión, cedería el privilegio de desnudarla por el simple hecho de no poder dejar de tocarla.

     — Por favor, no quiero una paraplejia por un orgasmo —le advirtió.

     — Yo tampoco, sólo no pude evitar imaginarlo —sonrió, colocándose suavemente a horcajadas sobre Emma.

“Fallin’“, «because Alicia tends to do the trick», era lo que sonaba en el fondo, que fue, creo yo, lo que hizo que terminaran las bromas y los chistes pero que no se terminaran las sonrisas que podían manifestar con sus labios o que simplemente se guardaban para sí mismas, pues, entre el beso y las caricias era difícil sonreír, en especial porque el beso importaba más que la sonrisa que en esos momentos se daba por sentada.

                Sophia cayó sobre aquellos cojines en majolica blue de patrón geométrico, y colocó el rectangular y más pequeño cojín a rayas en diversos colores térreos con una que otra raya del azul de los cojines principales. Porque se requería de muchos cojones tener muebles tan grandes de color ocre.

Emma se recostó sobre su abdomen en la típica pose y posición de estar a punto de comerse la entrepierna de su novia, y sus pies bailaban por el aire al ya no tener más espacio, porque por eso le gustaba la cama, o el suelo a falta de cama, pero tampoco iba a permitir que la espalda de Sophia sufriera de los espasmos orgásmicos sobre una superficie tan dura.

                Sonrió por costumbre y por emoción, porque eso era un verdadero postre para ella; nada muy dulce pero que se le desintegraba contra el paladar al mismo tiempo que variaba entre las texturas suaves de sus labios mayores, la textura mínimamente rugosa de sus labios menores, y la textura lisa de su clítoris y de su USpot, el cual acariciaba con la punta de su lengua porque le gustaba cómo se marcaba la rigidez de su clítoris en cuanto lo alcanzaba en su cúspide, que era cuando lo envolvía entre sus labios para abusar de él con succiones y con lengüetazos.

— ¿Sabe bien? —susurró Sophia con una sonrisa mientras peinaba el flequillo de Emma tras su oreja izquierda.

     — Mejor que la mía —asintió, relevando su lengua con su dedo, y Sophia sonrió—. Estoy en un dilema.

     — ¿Cuál?

     — No sé si ir aquí —murmuró, deslizando su dedo hasta su agujerito, el cual intentaba esconderse entre el cuero del sofá y su trasero—, y con eso me refiero a entrar… —dijo, haciendo a Sophia contraerse a consecuencia de la sensibilidad que ya reinaba en la región—. O si ir primero aquí —subió su dedo a su vagina—, y luego bajar.

     — ¡Vaya dilema! —siseó ridiculizantemente.

     — Te lo dije.

     — Mmm…

     — ¿Tienes alguna tercera alternativa? —elevó su ceja derecha.

     — Sí —asintió, elevando sus piernas sólo para no golpear a Emma al momento de volcarse y colocarse de rodillas sobre el asiento y de manos al brazo del sofá—. Se llama “trabajo en equipo”.

     — No termino de entender —frunció su ceño, sentándose correctamente sobre el asiento para verla a los ojos, pues ella la veía por sobre su hombro izquierdo.

     — Tu lengua está aquí —dijo, introduciendo su mano por entre sus piernas hasta alcanzar, con su dedo índice, su agujerito más expuesto por la posición—, tu dedo, o tus dedos for that matter, están aquí —deslizó su dedo por su perineo hasta su vagina, en donde se penetró superficialmente—, y, eventualmente, si lo necesito, yo estaré aquí —sonrió, llevando su dedo hasta descubrir su rosado e hinchado clítoris.

     — Naughty, naughty, Sophia —canturreó divertida, llevando sus manos a su trasero para acariciarlo, y, antes de que Sophia pudiera siquiera pensar en lo que ya todos sabíamos que pediría, le dejó ir una nalgada.

     — Otra —se sonrojó, y Emma, no pudiendo encontrar las fuerzas para negárselo porque carecía de violencia, le dejó ir una palmada en su glúteo izquierdo—. Obediente, así me gusta —rio, citando las numerosas ocasiones en las que Emma se lo había dicho.

     — Hasta yo me asombro —sonrió, y se inclinó para darle besos.

Besó porque era imposible no besar las imaginarias marcas rosadas de sus manos, pues nunca le había dado una nalgada tan fuerte a pesar de que quizás, más de alguna vez, quiso no pensar en cuánta fuerza aplicaba con su mano. Y, tras cada beso, porque fueron varios, dio un mordisco porque tampoco podía resistirse a eso, además, eso sólo lograba incrementar la anticipación, «la desesperación en realidad».

Separó sus glúteos porque le gustaba tomarse el tiempo de ver exactamente qué era lo que estaba a punto de comerse, porque era tan apetecible que tenía que admirarlo, y, sin más ni menos, cedió a las ganas de clavarse con labios y lengua para cumplir uno de los pedidos de la rubia a la que, con el beso y el lengüetazo, le había arrancado un ahogo de contracciones y de dientes apretados.

                Un dedo se adentró en la rubia, y, por estar en el mismo estado que Emma había estado en cuanto ella lo había hecho, no obtuvo mayor reacción, por lo que el cosmos se vio obligado a dejar que un segundo dedo se adentrara para robarle cada milímetro cúbico de oxígeno que tenía.

«Menos labios y más lengua, menos labios y más lengua», se repetía Emma cada cinco segundos, que era lo que se tardaba en entrar y salir de su vagina con sus dos dedos, los cuales se tomaban tanto tiempo por la leve presión que ejercían sobre su GSpot.

Y fue más lengua, más lengua, y más lengua, porque era lo que hacía que Sophia se rindiera contra los cojines al punto de abrazarlos y de morder uno con fuerzas, y más lengua, y más lengua, y más lengua, pero ahora más rígida para osar a intentar adentrarse en el angosto agujerito que tenía una cruel semana de no ser abusado con la más mínima profundidad, lo cual era un crimen que contradecía a todo Joe Cocker y a la seducción aprendida y heredada de “You Can Leave Your Hat On”, ritmo, letra y melodía que estaban tan llenos de ingenio como de gracia en el sentido de chiste pero a un nivel de una pizca de absurda y erótica perversión.

Pero no era tal cosa de Joe Cocker, en lo absoluto, pues era más picante que eso a pesar de que no toda la gente lo considerara picante en realidad; era el Boléro de Ravel, pieza que no sólo contaba con los epítetos que se le atribuían a la canción del inglés setentón, sino que era también un arma de despedazadora seducción porque era todo lo sutil menos cuando se trataba de contradecir o anular a la mala suerte: nadie se podía equivocar con esa pieza porque el objetivo era, además de ser grandiosa al oído, en especial si era la Filarmónica Vienesa quien la tocaba, que todo giraba alrededor de la subliminal convicción y persuasión que se ejercía en la parte contraria, en este caso Sophia y por así decirlo, porque sólo lograba hacer que, lo que sea que Emma tuviera en mente, era realmente idea de la rubia y no suya. Claro, era idea de la rubia, sí, pero si Emma decidía voltearla o literalmente violarla de cabeza, pues era muy probable, casi noventa y nueve punto nueve-nueve-nueve por ciento, probabilidad de preservativo, que la rubia creería que había sido idea suya desde un principio.

Y aclaro con dos puntos: se supone, porque ni Emma ni yo nacimos en mil novecientos veintiocho, ni años antes ni años después sino en el Siglo siguiente, que es por eso que digo “se supone”, porque como puede ser cierto puede ser una vil mentira, aunque no hay que llamarle “mentira”, sino “mito”… o “chisme” cual teléfono descompuesto. En fin, se supone que Maurice Ravel, autor de tal flexible pieza, en una de las primeras presentaciones de la pieza que había compuesto, notó que una respetable mujer de “edad media”, lo que sea que eso signifique, se levantó de su asiento después de que la pieza ya había estado sonando por más o menos diez minutos. Se supone que salió al pasillo del teatro como en una especie de indignación, de furia, de cierto resentimiento, y se supone que Ravel se volvió hacia el caballero que la acompañaba, quien se había quedado sentado, y se supone que le dijo: “¡ella entiende!”.

Claro, por muchos años, muchos malinterpretaron el comentario del francés, quizás por ignorancia o por conveniencia; no se sabe, pues ellos afirmaban que la Señorita estaba contrariada por el obstinado uso de la misma melodía una y otra, y otra, y otra vez, y que la convicción del compositor atacaba a la audiencia con una historia repetitiva y de nunca acabar. Y, bueno, décadas después, mientras el nuevo milenio se avecinaba cada vez más, las mentes de los musicólogos, y de la gente en general, se fue despertando de aquel estado de letargo de malentendidos, y pudieron ver la erótica dimensión de vida y el subtexto más convincente en la realidad de la historia que la composición intentaba contar. Es muy probable que Ravel lanzó aquel comentario con una mirada salaz en medio de la abundancia de su arrogancia y orgullo; la Señorita había comprendido lo que la música le decía, y, lo que le decía, no era algo que ella quería escuchar en un anfiteatro, y quizás tampoco tenía las intenciones de escucharlas en ninguna parte por el simple pudor de la situación.

¿Que si es música para follar?, «¿Que si es música con la que se puede entablar una relación sexual consensual?». Definitivamente sí, particularmente si se trata de que alguna de las partes tiene esas genuinas ganas de querer controlarlo todo, o quizás no controlar nada pero sí sentir que tiene el control de todo, pues eso sólo lleva a resaltar los eventos más importantes del «lovemaking» junto a los puntos más altos de la pieza. «Mmm…», sí, sí, todo tiene que ser en pro de la ciencia, de la experimentación y de la llamada “filosofía”, porque no es una pieza para “hacer el amor”, «sino para hacerse el amor mutuamente». Es como para asignarse/asignarle orgasmos múltiples; un orgasmo por cada entrada instrumental, si es que así se quiere, porque eso cuenta, en esta ocasión, para la rubia, pues, de estar siguiendo la completa naturaleza de la pieza, o sea de la reciprocidad, Emma tendría que, por tener el control o creer que lo tiene, posponer su orgasmo hasta los últimos dos compases. «Pero no existe ningún hombre, ni ninguna mujer, que pueda ganarle al Boléro de Ravel».

No era la Filarmónica de Viena porque eso duraba veintiún minutos con veintitantos segundos, tampoco era la Sinfónica de Londres porque duraba quince con treinta y tres, ni la Filarmónica de Berlín porque eran dieciséis minutos con ocho segundos, era la versión de la Sinfónica de Boston porque apenas llegaba a los trece minutos; trece minutos de intensivo trabajo manual y lingual, de ningún gemido por parte de Sophia porque se había dejado enmudecer y extraviar por la repetitiva percusión desde la primera flauta transversal.

                En fin, ¿en qué estaba?

Ah, sí, en “menos labios y más lengua”, en penetrándola con su lengua más bien.

                Como dije, Sophia se había dejado extraviar con respiraciones densas pero relajadas, porque «skatá!» que se sentía bien que la rígida cúspide de la… que si yo digo “lengua”, ella dice “¡le meto!” como vómito cerebral automático y con una euforia que ni yo sé cómo describir, aunque yo sólo quería un sinónimo; pero también es válido. Supongo. Para mí tiene sentido, y para ella también.

                Los últimos dos compases, los que en teoría le correspondían a Emma, y que en la práctica también le correspondían por razones del alocado, excéntrico y retorcido destino, la mano de Sophia se acordó de lo que tenía que hacer para valerse del efecto Ravel y de los orgasmos asignados, o singular orgasmo, porque su cabeza seguía ida entre las violas, los violines y las sensaciones que Emma le provocaba con algo tan concupiscente como su lengua. Necesitaba dejarse ir porque era simplemente demasiado, y sólo necesitaba que, estando al borde del precipicio del clímax, la empujaran con un tan sólo dedo; el dedo que iba a frotar su clítoris con la seducción de la percusión pero al compás de la intensa melodía del conjunto de instrumentos, que iba a frotar con paciente insistencia salaz, con esa justa presión que se traducía al complemento perfecto para la penetración de lengua en su más-que-relajado-y-estimulado-agujerito, y ni hablar de las presiones en su GSpot, esas que, poco a poco, le iban contrayendo cada tendón, cada músculo, cada picómetro de sus entrañas.

                Una nalgada a la izquierda, una nalgada al compás de un adentramiento en su agujerito, el cual se contrajo de esa forma que sólo advertía que, al relajarse, sería el acabose nervioso de la rubia, y, con un apretujón de glúteo un tanto agresivo, porque vaya que sí tenía ganas de apretujarlo con fuerzas, presionó su GSpot con las mismas ganas aunque fue más delicada.

Y entonces sí.

Ska… —gruñó, como si le hubiera salido desde lo más profundo e inalcanzable de las vísceras que se le habían tensado tanto que parecían habérsele encogido, y frotó rápidamente, y más rápido, todo para terminar de sacar y de saciar ese clímax que Ravel y Emma habían confabulado a su favor—… tá! —gimió luego de uno o dos segundos de silencio de rápido frote, logrando liberarse alrededor de los dedos de Emma, los cuales se resistían a la expulsión para hacer de las suyas, para abusar cruel y descaradamente de lo que era un alargue de eyaculación que se le escapaba por entre sus dedos, expulsión que veía con antojo de querer probar, de querer atrapar, y que, al no poder hacerlo, sólo lo veía caer con tímida abundancia sobre el cuero del sofá, que caía directamente y por desliz a ras del interior de las piernas de Sophia, quien jadeaba todavía con el cojín entre los dientes y no se daba cuenta de que su mano ya disminuía la velocidad del frote por simple sentido de autopreservación.

Emma sacó sus dedos de Sophia, pero no lo hizo abruptamente, sino con consideración, pues tampoco se trataba de abusar tanto, y, con una sonrisa, tuvo su recompensa en los erguidos dedos que recién sacaba porque tenía qué succionar y con abundantes ganas, aunque “abundante” nunca era suficiente.

                Vio a Sophia quedarse inerte por unos segundos, segundos en los que sus contracciones eran demasiado evidentes y en todo sentido y de toda coordenada afectada, y eso, porque era algo que no podía controlar y que Emma veía con descaro mientras succionaba sus dedos, era tan fascinante como pocas cosas en la vida. Eran segundos en los que Sophia daba inicio al intento de procesar el orgasmo en duración, en intensidad y en escala de placer, eran segundos en los que empezaba el intento de descender de la nube del clímax, eran segundos en los que el tiempo simplemente se detenía para reconocer, aceptar y procesar.

                Se irguió con rodillas débiles, porque realmente le temblaban, y, de un movimiento, se dejó atrapar por los brazos de una Emma que la llevó consigo hasta recostarse sobre el otro conjunto de cojines para que terminara de concretar el proceso del clímax en la etapa de retracción. Apoyó su cabeza sobre el pecho de Emma y cedió al pestañeo de ojos abiertos que se podía categorizar como una siesta fugaz, o quizás sólo era para recuperar un poco el aliento entre mimos en la espalda y en su cabeza, y besos en su frente.

Show me how you want it to be, tell me, baby, ‘cause I need to know now, oh, because —cantó Sophia al compás de la aguda pero un tanto nasal voz de aquella mujer que había roto el hielo en el noventa y nueve.

     — My loneliness is killing me, and I must confess I still believe, when I’m not with you I lose my mind —cantaron las dos a todo pulmón entre lo que parecía ser una potencial carcajada—. Give me a si-i-i-ign, ¡hit me baby one more time!

     — Oh, baby, baby, the reason I breathe is you, Girl you got me blinded… oh, pretty baby, there’s no-thing that I wouldn’t do, it’s not the way I planned it —continuó Emma a solas—. Show me how you want it to be, tell me, baby, ‘cause I need to know now, oh, because…

     — My loneliness is killing me, and I must confess I still believe, when I’m not with you I lose my mind, give me a si-i-i-ign, hit me baby one more time! —cantaron nuevamente las dos, porque el coro era lo más poderoso y era lo que Sophia sabía sin ningún error.

     — Oh, baby, baby, how was I supposed to know? —sonrió Emma para Sophia mientras ahuecaba su mejilla—. Oh, pretty baby, I shouldn’t have let you go…

     — I must confess, that my loneliness is killing me no-o-o-o-ow, don’t you know I still believe? —le respondió Sophia.

     — That you will be here, and give me a si-i-i-ign…

     — ¡Hit me baby one more time! —rieron ambas, habiendo cantado con el corazón en la mano y con sus puños cerrados, como si eso les diera más fuerzas.

     — De Ravel a Britney Spears —rio nasalmente Sophia, dejando que Britney siguiera cantando en el fondo—, simplemente pintoresco.

     — No tengo excusa —sonrió—. Seguramente luego viene algo como “No Diggity” o “Rattle”.

     — O algo más “vintage” como Tears for Fears, Duran Duran o The Kool & The Gang —guiñó su ojo, y se acercó a sus labios para robarle un beso que tenía la intención de ser corto, de ser casi que sólo un pico, pero, al sentir su sabor en sus labios, sólo quiso robarle un poco de eso.

     — ¿Lo hice bien? —preguntó con un susurro.

     — Tuviste tu orgasmo —asintió, refiriéndose a que, por lo que mencioné antes, el orgasmo de Sophia también contaba como un orgasmo recíproco por la satisfacción y la gratificación de que había hecho que Sophia se corriera, que era como un premio, y que, por la misma “reciprocidad”, era que contaba como “hacerse el amor mutuamente” y no “hacer el amor”—. Me gusta cuando haces eso —se sonrojó.

     — ¿Cuando hago qué? —frunció su ceño.

     — Tú sabes —murmuró, sonrojándose aún más.

     — ¿Cuando te hago eyacular?

     — También —asintió, pero Emma realmente no supo de qué hablaba—. Tú sabes… —murmuró, sonrojándose al cien por ciento—. When you fuck me with your tongue —dijo casi inaudiblemente.

     — Cuando penetro tu ano con mi lengua —sonrió arrogantemente con la ceja derecha hacia arriba.

     — Eso dije —rio nerviosamente a pesar de no saber por qué el nerviosismo, pero quizás era el pudor mal puesto que todavía le quedaba y que nunca se le iba a quitar por completo, y Emma rio callada pero burlonamente—. Tú juegas rudo.

     — Me gusta cuando te sonrojas, ¿tengo culpa yo de eso? —elevó su ceja derecha, lo cual distrajo a Sophia de poder responder—. Y me gusta penetrar tu ano con mi lengua —sonrió con mayor suavidad y humildad.

     — ¿Y sólo mi ano? —frunció su ceño con falsa indignación y confusión.

     — Tu vagina también —sonrió ladeadamente.

     — ¿Y sólo con tu lengua? —correspondió la sonrisa, sólo que la suya era lasciva.

     — Mi amor —ensanchó la mirada, pero logró mantener la sonrisa—, ¿quieres que use mi dedo? —preguntó, y, sin saber cómo o por qué, la mirada de Sophia, en lugar de ir con el asentimiento, se desvió en dirección hacia donde aquel dildo con ventosa seguía en eterna erección y se mantenía adherido al vidrio de la mesa de café—. ¿Mi amor? —ensanchó Emma la mirada al máximo, y la sonrisa se le borró.

     — Sí, con tu dedo —se sonrojó, sacudiendo la cabeza para verla a los ojos.

     — ¿Estás segura que con mi dedo y no con esa cosa? —balbuceó, casi tartamudeando, y Sophia, intentando salir de lo que cualquiera pensaría un malentendido o una confusión, o que daría por sentado lo que podía ser o no ser, llevó el dedo índice derecho de Emma a sus labios para lubricarlo.

     — Todavía sabes un poco a mí —susurró, y, sin haber siquiera terminado de hablar, Emma ya la había volcado sobre su costado izquierdo para adoptar su posición de semi-spooning—. Oh my… —se ahogó por la sorpresa, pues no esperaba que Emma la penetrara de una buena vez—. God —gruñó con una risita de haber gozado la sorpresa.

     — Mmm… that’s not deep enough —susurró a su oído, y lo introdujo hasta donde ya no pudiera introducirse más.

     — Ahí se siente bien —jadeó, pero no de dolor sino de placer, de ese placer que no podía negar y que le gustaba mostrar porque simplemente le gustaba.

     — ¿Sí? —sonrió, empujando su mano contra su trasero para simplemente crear la sensación de una mayor profundidad.

     — Sí —asintió, aferrándose a Emma por la nuca en esa posición que era tan cercana que podía ser hasta invasiva en el espacio íntimo—. Fuck me, please —jadeó.

     — ¿Eso quieres? —preguntó en ese tono que sólo pedía un “sí” gritado pero gruñido.

     — ¡Sí! —exclamó, rindiéndole honor a su Ego para que empezara a penetrarla con lascivia, porque rudo no era nada satisfactorio, y eso ambas lo sabían.

     — Spread ‘em for me —sonrió, y Sophia, muy obedientemente, llevó su mano derecha a su trasero para separar un poco sus glúteos, pues creyó que Emma sólo quería mayor espacio para su mano por el tipo de movimiento que hacía—. ¿Sientes eso?

     — Mmm… —rio sensual y guturalmente, buscando su mirada con la suya, ambas entrecerradas; una por excitación y la otra por simple sonrisa de regocijo al ver cómo lo anticipaba.

     — ¿Otro dedo?

     — Mjm —asintió.

     — ¿Lo quieres? —susurró, acercándose a sus labios para sentirla aún más cerca, y paseó ligeramente su dedo del medio por el borde accesible de su agujerito mientras continuaba penetrándola hasta madia falange.

     — Yo sí, ¿y tú? —suspiró ante la invasión del primer dedo, una completa invasión hasta donde pudiera alcanzar, y Emma, con una sonrisa, unió sus labios a los suyos para besarla de esa forma que sólo podía sentirse pero no describirse con nada en el mundo; quizás fue un gesto de amor, quizás un gesto de distracción, o quizás ambas cosas, pues, mientras la besaba a ojos cerrados y Sophia la mantenía contra ella y entre sus labios con su mano izquierda por su mejilla, se retiró de Sophia para, con una coqueta cosquilla, avisarle que estaba a punto de empezar a empujar dos dedos dentro de ella.

Sophia exhaló entre el beso, exhaló de esa jadeante y regocijante manera en cuanto sintió cómo el segundo dedo la invadía con tortuosa lentitud y que le provocaba esa sensación de hormigueo y de sentirse repleta conforme el paso de los segundos y de los besos que Emma continuaba dándole en sus labios.

                Era caliente, porque “tibio” habría sido una infravaloración de la situación, y era muy estrecho a pesar de haber sido apropiadamente estimulado con su lengua y con un primer dedo. Como tenían tanto tiempo de no recurrir al segundo dedo, todo por una mortal falla de comunicación, la resistencia del abusado pero complacido agujerito era notable; no rechazaba los dedos de Emma, y no los rechazaba porque no había cometido la estupidez pornográfica de introducir sus dedos de forma paralela, o uno junto al otro, sino que había colocado su dedo del medio sobre su dedo índice y los había presionado contra sí para adquirir una forma más “ergonómica” y menos invasiva, pues el volumen no era el mismo; en lugar de ser representativo de un paralelepípedo, era la representación casi exacta de un cono, lo cual resultaba como mayor estímulo para el sinfín de terminaciones nerviosas que se albergaban en los bordes del rosado agujerito, que, al ser invadido, sólo le arrancaban eróticos y sensuales gemidos a la rubia, y eran tan eróticos que parecía que se los arrancaban, más que de las entrañas, del alma.

                Sophia reacomodó sus piernas de tal forma que podía retirar su mano derecha de su glúteo para poder llevarla a su clítoris, porque la combinación de placeres sería magnífica, o eso era lo que su cabeza le decía en la absoluta inconsciencia, pues era lógico, ¿no?

Ahora, eso era placer como pocos, como los esporádicos, como los selectivos, como los uno-a-las-mil que no eran dos o más por culpa del mortal déficit de comunicación, y quizás no era que era un placer más grande, pero, por ser tan escaso, tan raro, era más intenso y relativamente diferente, «porque era naughty and spicy».

Los dedos de Emma no se enterraban hasta el fondo, no, porque eso sería más cruel para ella que para Sophia, y no por el grosor, porque, en ese momento de excitación sexual por estímulo visual y físico al estar abusando de ella con ojos y dedos, podía penetrarla con lo que fuera que le pidiera la extasiada rubia a la que había vuelto a perder entre el placer compartido, pero, si se le ocurría penetrarla con mayor profundidad, hasta ahí en donde sus dedos desaparecerían casi por completo, la presión del agujerito ahorcaba sus dedos, que se sentía bien, demasiado bien.

— ¿Así está bien? —gruñó Emma contra sus labios mientras acentuaba la penetración—. Faster and/or harder?

     — Slower —suspiró, y no era que le molestaba el tempo de la penetración, porque realmente era rico, pero más despacio era más tortuoso y más provocativo.

     — ¿Así? —sonrió, realmente disminuyendo el tempo a más de la mitad, lo cual era verdaderamente complaciente.

     — Grab my boob —asintió, y Emma, como si se tratara de una orden a la que le tenía miedo, se aferró a su seno derecho, pues era el que más accesible le quedaba al tener su brazo bajo el cuello de la rubia, quien se aferró al mismo seno por encima de la mano de Emma—. Mh… —se ahogó, a ojos cerrados, a raíz de lo bien que se sentía el frote en su clítoris al compás de la lenta penetración—. Se siente bien… —sonrió, manteniendo su rostro a ras del de Emma, porque, de alguna forma, eso que estaban teniendo era más íntimo que cualquier otra práctica sexual.

     — Dime que todavía no te corres, por favor.

     — ¿Por qué? —rio sensualmente, estando por fin cien por ciento poseída por el nivel más alto de la libido.

     — Me gusta verte así —sonrió, posando su nariz contra la suya—. Aroused…

     — Está bien —resopló aireada y flojamente, dejando la mano de Emma para tomarla por el cuello.

Y sí, la libido estaba tan concentrada en Sophia, que había empezado a ser exteriorizada a base de una fina y elegante capa de sudor que sólo supo enloquecer a quien se encargaba de torturarla con concupiscencia. Sudor, cero pudor, ahogos, suspiros y gemidos que se provocaba ella misma, que le provocaba Emma, o que entre ambas creaban, sólo llevó a ese punto al que Emma no quería que existiera todavía, cosa que para Sophia era más que justo porque, si ella había dejado que viera, la reciprocidad y la retribución era algo que se daba por educación y porque daba picante gusto.

                Quitó sus dedos de su clítoris, no para cortar la intención de orgasmo sino para simplemente estirarla, y, sin saber qué hacer con esa mano, dejó que cobrara vida y que hiciera lo que quisiera porque sabía que, lo que fuera que hiciera, le daría placer. Y sí le dio.

Primero entró su dedo del medio en su vagina, el cual, sorpresivamente, sí sintió a pesar de la cantidad de lubricante que parecía no dejar de producir, pues, a diferencia del resto de veces, aunque la excitación implicara cierta dilatación vaginal, ahora sufría de la misma inflamación de la que sufrían sus labios mayores y su pequeño clítoris, y, por si eso no fuera una agradable y verdadera exageración de variables y circunstancias, los dedos de Emma ejercían presión de esa forma que no se podía explicar con exactitud más que con un gemido. Y por mórbida curiosidad, o quizás porque se podía imaginar la intensidad de la sensación, deslizó su dedo anular en aquel empapado, hirviente y sensible canal que servía exactamente para eso: para el placer, porque de reproducción no tenía ni la más remota intención.

                Un gemido agudo se le escapó de entre dientes, pues esta vez sí se sintió repleta pero en la mejor de las formas que se podía; era un placer sorpresivo, candente, potente y no tenía nada de culposo, al contrario, era para disfrutarlo con el más obsceno descaro.

Masajeó su GSpot porque fue lo que más le llamó la atención; era lo primero que se había encontrado en su autoinvasión vaginal, y se sentía demasiado bien como para no “explorar” la sensación, y, al igual que Sophia podía sentir los dedos de Emma en su «naughty cavity», Emma sentía cómo llevaba sus dedos de adelante hacia atrás en su vagina, y, aunque eso le daba curiosidad de la inocente, de esa que nacía de la verdadera ignorancia y de la pregunta de “¿cómo es que funciona eso?”, debía aceptar que le parecía lo suficientemente travieso como para interrumpirlo, pues las ganas de interrumpirlo lo tuvo. No quería que Sophia se partiera en dos. Pero no se iba a partir en dos, exagerada.

— ¿Puedo correrme ya? —musitó Sophia en ese tono que le provocaba mini orgasmos a Emma, y quizás, más que el tono, fue el hecho de que le pidiera el lascivo permiso de hacerlo, no por posesión, no por dominación, porque eso no era, pero le pareció demasiado de esa forma en la que cualquiera dejaría caer su quijada y asentiría en silencio.

     — Por favor —sonrió totalmente embrutecida, encantada por la voz, por el aire, por su sudor, por su entrecerrada mirada, por toda ella.

Sophia sonrió calladamente, con sus labios unidos como si fuera la pizca de lo risueño que le quedaba entre tanta travesura y libido, y sacó sus dedos del interior de su vagina para llevarlos, así de empapados, a su clítoris para hacer precisamente lo que no sólo quería hacer, sino que necesitaba hacer.

                Lo que sintió, y cómo lo sintió, fue digno de ser representado con un gemido al que Emma respondió con un “grrr” que le nació del mismo lugar de donde le había nacido a Sophia lo suyo. La textura de su clítoris era demasiado perfecta, lisa, inflamada, con la fricción justa, y la sensibilidad ni hablar, porque fue de lo mejor que pudo sentir en ese momento, tanto así, y tan así, que se contrajo para apretujar los dedos de Emma. Y necesitó de ese je ne sais quoi, con un poco de presión, para contraerse todavía más, estrujar a Emma hasta el punto de hacer que la dejara de penetrar por la simple contracción, la cual le sacó ese sollozo con el que se frotó más rápido, y más rápido, y más rápido, con el espasmo de cadera que se contrajo todavía más por posición anatómica. Y, como por “sadismo” orgásmico, porque ya estaba en la cúspide del clímax, llevó sus dedos a su vagina para simplemente hacerse eyacular.

— Holy! —gritó, aferrándose a Emma de la única forma que encontró mientras ella se encargaba de mantenerla anclada al sofá con ambas manos, pues ese grito había sido, más que por la eyaculación, porque Emma había sacado sus dedos de su agujerito, alargando así la duración y la intensidad del orgasmo—. Fu-u-uck! —rio entre el tembloroso gruñido que ameritaba la descarga nerviosa—. Theé mou… —suspiró, todavía con espasmos, volviéndose, entre la risa que la estaba atacando en crescendo, hacia Emma.

     — Sophie… —rio nasalmente, abrazándola febrilmente para intentar vivir los espasmos también, pues no intentaba acabar con ellos, ni frenarlos, mucho menos contenerlos; sólo quería sentirlos—. Eso se vio rico…

     — Mjm —asintió, contra su pecho, el cual le quedaba contra su frente.

     — ¿Estás aquí conmigo o todavía no? —sonrió, nuzzling el flojo cabello de Sophia, y ella sólo suspiró, tomándola suave y débilmente por el cuello y la nuca para abrazarla de alguna forma, pues sentía que, a pesar de estar entre los brazos de Emma, podía caerse del sofá, aunque para eso necesitaría volcarse casi completamente.

     — Mmm…

     — Ven aquí —acezó, llevándola completamente sobre sí para sentir el jadeante peso que tanto le gustaba sentir, además, si la tenía encima, podía pasear sus manos con mayor comodidad e insolencia por donde se le diera la gana.

Se quedaron así por unos minutos, en realidad lo que duraba “Diamonds”, y, por esos tres minutos con cuarenta y cinco segundos, nada se movió en esa sala de estar, ni siquiera las manos de Emma, las cuales habían tenido la intención de tocar y seguir tocando, pero, por respeto, no abusó más de la cuenta.

— ¿Sabías que a Sia le tomó quince minutos escribir esa canción? —irguió Sophia su rostro.

     — ¿Quince minutos? —sonrió, y Sophia asintió—. Eso me tardo en la ducha —bromeó.

     — Es como si te pagaran por ducharte.

     — Ah, eso sería triste —rio, pasando su brazo izquierdo tras su cabeza para recostarse sobre él mientras que, con su mano derecha, peinaba a Sophia por la simple costumbre, y se vieron a los ojos por unos momentos mientras sonaba aquella melodía junto a aquella gutural voz de simples “mmm” que de alguna forma eran seductores; era entre misterioso, intrigante y travieso.

     — Gracias —susurró bajo la clara voz de aquella afroamericana que por razones de la vida tenía un cierto aire a Amy Winehouse.

     — ¿”Gracias” por qué? —ladeó su cabeza, y ella se sonrojó—. ¿Por hacer eso? —elevó su ceja derecha al compás de la insinuación.

     — Sí —asintió rápida y tímidamente, como si ya el pudor le hubiera regresado al cuerpo.

     — My pleasure —sonrió con doble sentido—. ¿Quedaste satisfecha o…?

     — No —rio nasalmente, no pudiendo evitar sonrojarse todavía más—, quedé más que satisfecha.

     — ¿Segura?

     — Sí, ¿y tú?

     — Yo estoy bien —sonrió, ahora sin mensajes subliminales ni segundos y terceros sentidos, y, sin explicarse cómo, desvió la mirada de la de Sophia para ver cómo el Carajito simplemente las veía con la misma confusión, con la misma expresión de media confusión y media “wtf”—. ¿Por qué me ves así, Carajito? —rio, haciendo que Sophia se volviera hacia él—. Carajito pervertido… —le sacó la lengua, y él, como si se tratara de un regaño, simplemente se metió entre la ropa sobre la que se había sentado.

     — ¿Tendríamos que hacer este tipo de cosas a puerta cerrada? —se volvió Sophia hacia Emma con su ceño fruncido.

     — ¡Já! —se carcajeó monosílabamente—. La puerta está cerrada —le dijo, señalando la puerta de la entrada.

     — Ay… —hizo un puchero de enojo un tanto gracioso—. Sabes que no me refería a eso.

     — Él es quien recién llega, tú y yo aquí hemos estado haciendo esto desde hace bastante tiempo, que se acostumbre… —se encogió entre brazos.

     — ¿Sí sabes que se trata de un perro, verdad? —resopló.

     — Es lo mismo que te pregunto yo —rio.

     — Cierto —rio, excusándose en el embrutecimiento a consecuencia del orgasmo—. Mmm… Vader mirón.

     — Un perro es como un hijo; se parece a su dueño —guiñó su ojo.

     — No sé por dónde tomar ese comentario —sacudió su cabeza, y llevó sus manos al pecho de Emma para apoyar su mentón sobre ellas.

     — ¿Por el único lado que tiene? —sonrió con la ceja derecha en alto.

     — Estás comparando un perro con un hijo, a un papá con un dueño, y, por sabrás tú qué conexión cerebral, prácticamente dijiste que los hijos son propiedad.

     — Ay, ay, ay —rio—. Tan elaborado no era el comentario —sonrió enternecida—. ¿Acaso nunca viste el principio de los Ciento un Dálmatas?

     — Sí, ¿por qué?

     — Al principio, cuando Pongo está hablando de que Roger es su mascota, y que sale a la ventana para ver si le puede encontrar una pareja, sale que los perros son como sus dueños; el French Poodle es demasiado fancy, igual que la dueña, el Pug camina con el culo hacia afuera y con la nariz hacia arriba, parece ser medio snob igual que la dueña, y no me acuerdo qué otros perros salen, pero son como sus dueños.

     — ¿No es Roger el dueño de Pongo? —frunció su ceño.

     — Ah —rio—. Licenciada Rialto, no me diga que usted sólo ha visto la película con Glenn Close.

     — La que ve todas las películas eres tú —se excusó.

     — ¿Qué me dices de “Los Aristogatos”?

     — No que yo recuerde.

     — Mi amor, ¿y qué veías cuando eras pequeña? —frunció su ceño.

     — ¿Aparte de Gli Antenati? —Emma asintió—. Películas animadas, asumo… no me acuerdo.

     — Gli Antenati es de la misma época de todas esas películas —sonrió.

     — O sea, me vi las de las princesas y esas cosas…

     — Oh, yes, my dear Princess Aurora —sonrió, ahuecándole la mejilla, pues ya en más de alguna ocasión Irene le había llamado así por el supuesto parecido físico que Emma no lograba verle por ninguna parte.

     — ¡Hey! —rio sonrojada por la broma.

     — Sabes —dijo, volcándola contra el respaldo para colocarse ella parcialmente sobre la rendida rubia—, de todas las películas clásicas de Disney, me quedo con esa.

     — ¿Por qué?

     — Porque ni Úrsula, ni Lady Tremaine, ni Gastón… no sé, villanos insípidos —se encogió entre hombros—. Eran malos, no macabros.

     — ¿Úrsula no te parece macabra?

     — Demasiado Diva para ser macabra —sacudió su cabeza—. Además, las historias me dan pereza; Sleeping Beauty es la única que puedo ver una y otra, y otra, y otra vez desde siempre —sonrió—. No me aburre —dijo con el doble sentido, ese sentido adicional que trascendía a sólo la película.

     — ¿Debo asumir que Maléfica es tu villana favorita?

     — No logro decidirme entre Cruella de Vil y Maléfica —tambaleó su cabeza.

     — ¿Y villano?

     — Hades.

     — No sé por qué todos se van con el Capitán Garfio, o con Jafar.

     — Jafar tiene su encanto; tiene el mismo aire que tiene Maléfica… pero Hades me da risa y no me gusta Aladino.

     — ¿Y qué te gusta? —la molestó.

     — Películas con mayor sustancia, cierto —asintió, viéndola directa y penetrantemente a los ojos—. ¿Te puedo hacer una pregunta quizás un poco incómoda?

     — Adelante.

     — Tú… —suspiró con su ceño fruncido, y no por fatalismo sino por no saber cómo verbalizar las ideas mentales—. ¿Te gustaría que yo…? —cortó la idea, pues ese no era el camino—. ¿Quieres que…?

     — Em —rio—. Sólo dilo.

     — Cuando te pregunté con qué querías que lo hiciera… viste eso —dijo, señalando al todavía erecto dildo que estaba pegado al vidrio de la mesa de café—. ¿Tú quieres que lo haga con eso? —preguntó, y vio cómo el rostro de Sophia entró en confusión; fue como si le robaran todo el color del mundo, pero, al mismo tiempo, fue como si se hubiera sonrojado demasiado—. Dime, por favor.

     — Yo… —suspiró entre un balbuceo.

     — La respuesta es “sí” o “no”.

     — No es tan fácil —susurró avergonzada.

     — ¿No? —frunció su ceño.

     — ¿Podemos hablar de esto en otra ocasión?

     — No —sacudió su cabeza—. Quiero saber, y quiero saberlo hoy, ya.

     — Mmm… —suspiró de nuevo, y rascó sus ojos con sus dedos para intentar drenar la vergüenza y el nerviosismo—. Sí y no.

     — Humor me.

     — I’m just curious —se encogió entre hombros, dándole a entender que era un “sí” y un “no” muy parejo.

     — Pero si ya sabes cómo se siente.

     — ¿Tú me vas a decir que se siente igual un par de dedos a un dildo? —rio.

     — Nunca he tenido un dildo up in my ass —sacudió su cabeza, y Sophia entrecerró su mirada para exigirle la seriedad que ella le había pedido de antemano aun sin haberlo dicho explícitamente—. Sí, sí se siente diferente.

     — Pues ahí la razón.

     — ¿Y quieres que lo haga?

     — ¿Ahorita? —ensanchó Sophia la mirada.

     — ¿Quieres ahorita? —ensanchó Emma todavía más la suya.

     — No, no, no, no —rio, sacudiendo la cabeza rápidamente—. Tengo mis límites —dijo, y Emma respiró con cierto alivio—. Pero quizás en algún momento, algún día, yo qué sé.

     — ¿Desde cuándo tienes esta “curiosidad”? —le preguntó en ese tono de voz que tendía a la preocupación, pero no se debía al tamaño o al acto, a la práctica, sino al hecho de que la comunicación no era tan perfecta como ella creía que lo era.

     — Diciembre veinticuatro del año pasado —respondió con naturalidad.

     — ¿Tan exacto?

     — Pues sí.

     — ¿Por qué?

     — Porque me desperté ese día con la curiosidad ya en la cabeza —se encogió entre hombros—. Simplemente me desperté y ya.

     — ¿Por qué no me lo dijiste antes?

     — ¿Para que te pusieras así? —rio un tanto enternecida, y ahuecó la mejilla de Emma.

     — ¿”Así” cómo?

     — No sé, estás como… a punto de freak the fuck out.

     — No —cerró sus ojos ante la tibia caricia de Sophia—. No estoy a punto de tener un ataque de pánico o de ansiedad —sacudió levemente su cabeza.

     — ¿Entonces?

     — Es sólo que son cosas que me gustarían saber en el momento del génesis —murmuró.

     — Es que es sólo la mitad —vomitó en un susurro, haciendo que Emma abriera los ojos como gesto de petición de explicación—. Me desperté queriendo que usaras la cosa roja y que la usaras ahí —se sonrojó.

     — ¿Por qué no me lo dijiste?

     — Porque creí que era pedirte demasiado —se encogió entre hombros—. Digo, de por sí se te notaba la incomodidad que te provocaba la cosa roja aquella, ¿y a eso debía sumarle que la quería ahí? —rio—. Te conozco, y, probablemente, habría sido un “no” más rápido de lo que fue el “no” con la idea a medias… y lo pedí como “regalo” porque sé que bajo ninguna otra circunstancia lo habrías siquiera considerado —dijo, y Emma frunció su ceño—. ¿Estás enojada?

     — No —susurró—. Es sólo que me asusta lo mucho que me conoces.

     — ¿Eso es malo?

     — No —suspiró con ese colosal cargo de consciencia.

     — Em —rio nasalmente, y ahuecó ambas mejillas—. No pasa nada, no me voy a morir si eso no sucede nunca, y tampoco es como que de eso depende mi vida para que lo hagas; así como tú no me obligas a nada, yo tampoco puedo obligarte —pero Emma mantuvo su ceño fruncido, y pareció como si no la hubiera escuchado—. Por favor, dime algo… lo que sea.

     — ¿Te despertaste un día y dijiste: “quiero sexo anal con el feeldoe”? —exhaló, y Sophia asintió sonrojada—. Puedo intentar hacerme a la idea de lo que eso significa —susurró en el mismo sonrojado tono de la rubia que estaba bajo ella.

     — No tienes que hacerlo —sonrió reconfortantemente.

     — Inception —dijo nada más con la mirada ancha, y estalló en una carcajada que relajó la tensión entre la dos. 

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