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Antecedentes y Sucesiones - 12

en Lésbicos

- Exactamente, ¿qué es lo que tiene de especial todo esto?- suspiró Sophia mientras inhalaba su congestión nasal, la cual no era por un simple resfriado sino por el infernal invierno del nuevo enero.

 

- Es todo un ritual- sonrió. - ¿No lo ves?

 

- No estoy segura- sopló sus manos a través de sus guantes, ¿por qué estaba utilizando guantes? Ah, sí, porque Emma necesitaba salir por aire rejodidamente fresco luego de tanta actividad sexual y de haberse despedido de su mamá, que le había dicho: “no quiero estar tanto tiempo en este olor porque puedo empacharme”. - ¿Costumbre?

 

- La costumbre la terminas haciendo de mala gana- Sophia se volvió hacia el estanque, viendo las espaldas de las dos mujeres, una con tendencia a ser rubia y con un abrigo corto de cuero marrón con interior de piel de oveja, la otra, la de cabello oscuro y atrapado en un gorro de cachemira azul marino que combinaba con su abrigo largo Saint Laurent y que le terminaba de dar la postura recta y cuadrada que su mala postura de parado le daba al no permitirse estar en Stilettos, igual que la potencial rubia, sólo que ella sí tenía una postura recta por definición de enseñanza de abuela; por libros sobre la cabeza, por el palo de la escoba que le ayudó con su postura para entrar al equipo de Esgrima en su debido momento. – Y, si las ves a las dos… sólo hay una que lo disfruta

 

- Y nosotros dos- rio.

 

- Que no somos parte de la costumbre ni de la tolerancia que comparten ellas dos- sonrió. – Somos parte de la paciencia colateral- Sophia sólo rio nasalmente e introdujo sus manos en los bolsillos para calentarlas. - ¿Sabes por qué es tan importante, por qué es tan especial?

 

- Ilumíname, por favor- se inclinó y se recostó sobre su hombro, que Phillip la abrazó para darle un poco más de calor, pues eso no estaba mal bajo ningún código de “what not to do” en lo que a los celos se refería, no en el código de Natasha, no en el de Phillip, no en el de Sophia, y definitivamente en el de Emma tampoco. Hermandad pura.

 

- Hija única, no por abstinencia ni por elección, sino porque ya no resultó naturaleza para un hermano o una hermana. Dice que, de haber tenido un hermano, lo habrían llamado “Renard” y, de haber tenido una hermana, la habrían llamado “Fiona”. Margaret y Romeo querían muchos hijos, ¿te imaginas?- Sophia sólo supo sonreír. - Margaret es una mujer especial, y todos sabemos que es ella quien manda, ella tiene más pantalones que Romeo y no sólo en el clóset- rio. – Lo que no todos saben es que Romeo le pone los pantalones, y todos creerían que Romeo era el ausente pero no, era Margaret. Dice Natasha que ella se acuerda de sus papás en todas las cosas que tuvieran que ver con ella; en el Kinder, en el colegio, en lo extracurricular, en todo, pero que, en la casa, del que más se acuerda es de Romeo porque era el que más tiempo pasaba allí pero que no era mucho tampoco. Un día a la semana, el miércoles por la tarde, Margaret llegaba temprano del trabajo, almorzaba con Romeo, iba a recoger personalmente a Natasha al Kinder a las cuatro de la tarde, Margaret llevaba el pan que había sobrado de la semana anterior, venían al carrousel y, a la salida de las cinco veces que subían, les daban de comer a los patos

 

- No sabía que significaba tanto- susurró. – Creí que era algo que había surgido de la nada

 

- Bueno, sí surgió de la nada- rio. – Margaret prefería darle el pan viejo a los patos a botarlo a la basura… en esa casa nunca se bota la comida, o se la comen hasta que se acabe, o Margaret la manda a algún refugio. Además, ese momento era en el que estaban sólo ellas dos y, si tú le preguntas a Natasha cuál era el mejor momento de su semana, era ese día

 

- No logro comprender la naturaleza de la relación de tu esposa con tu suegra

 

- ¿Se quieren pero se odian?

 

- Sí

 

- No le resiente nada en especial porque estuvo presente en todo lo importante; desde los cumpleaños hasta los juegos de lacrosse y los campeonatos de esgrima, pero sí le resiente, en la medida de lo normal, que no la conozca tanto o que quiera imponerle ciertas cosas. Hoy ya no es tanto, pero solía corregirle todo; la postura, la ropa, la comida, todo. Pero Natasha sabe que tiene una mamá espectacular, que se preocupa por ella y que está para ella en todo momento, que si Natasha bota su arete en el Pond ella hará que Bloomberg autorice que lo vacíen para poder sacarlo- sonrió. – Y quizás Natasha parezca ser un poco distante con Margaret, pero yo sé que es capaz de matar por su mamá, y viceversa…

 

- Yo mataría por la mía, ¿y tú?

 

- No, yo no- Sophia levantó la mirada con extrañeza y vio a Phillip ver al vacío, como si tuviera una proyección visual imaginaria de los hechos. – No puedo cambiar a mi mamá, no puedo cambiarme, pero desde hace un tiempo me pregunto si hice algo mal o si no soy quien debería ser para que mi mamá sea realmente distante… todo me hace envidiar a Natasha, a Emma, a ti, porque ustedes tienen una buena relación con sus respectivas progenitoras

 

- No has hecho nada mal y eres quien debes ser, así tiene que ser- sonrió, colocando su mano sobre su nuca para acariciar aquellos microscópicos cabellos negros que se salían de los límites del gorro negro, cosa que nunca sucedía con él, pero esa vez sí porque había perdido una apuesta con su esposa y había terminado rapado. – Ninguna mamá es perfecta, Phillip

 

- Pero tu mamá es de las que te abrazan, igual Sara a Emma…

 

- Hablando lo que es, ¿te gustaría que tu mamá te abrazara a medio Bergdorf’s y te atacara a besos?- Phillip sólo rio un poco incómodo y sacudió su cabeza. – Tenemos eso pero nos faltan muchas otras cosas… mírame a mí, tengo una mamá muy buena pero que no tiene las pelotas para decirme algo que ya sé, y tengo un papá que tiene diez veces menos pelotas que mi mamá, y tengo un papá de quien me sentía más cómoda siendo hija… y luego tienes a Emma, que no tiene papá, que no tiene hermanos, sólo tiene a su mamá como persona fija y sabe que eso se acaba…

 

- ¿Tú serías más cómoda siendo hija de Talos?

 

- Yo soy su hija- sonrió nostálgicamente. – No importa si Alec puso el nadador, con quien yo crecí fue con Talos, él me dio todo a pesar de que no tenía por qué dármelo, y me dio hasta más de lo que le ha dado a mi hermana aunque haya sido para no verme o por la razón que sea… pero, la verdad, Phillip, es que yo no necesito un papá cuando tengo a mi mamá, quiero un papá por el arte de quererlo, pero el que deba ser mi papá, a la larga, es el que quiera serlo… y yo sé que Alec quiere, pero entre su torpeza de quererlo, no se da cuenta de que me asusta- rio. – Todo sería más fácil si fuera blanco o negro… turns out it isn’t y no puedo tener sólo un papá, sino que tengo dos a pesar de que mi mamá escogió a mi papá por mí, y no sólo una vez sino dos veces

 

- Y, de poder escoger a uno, ¿a quién escogerías?

 

- Los escogería a los dos… no cambiaría una mierda- rio un tanto confundida o para confundir. – Todo eso es la razón por la cual yo estoy aquí un primero de enero, congelándome hasta el colon, pero soy feliz… ¿quién necesita más cuando tienes una familia como la que tenemos nosotros entre nosotros?

 

- ¿Esta orgía de amistades dices tú?- Sophia soltó una carcajada y le dio un golpe suave en el pecho por bromear. - En realidad, yo salgo adelante por ustedes… que no sé por qué estar con mujeres me resulta mejor que estar con hombres

 

- Eso se llama heterosexualidad- rio. – Es broma… pero, aunque no lo creas, a mí también se me facilita más estar con mujeres que con hombres

 

- Eso se llama homosexualidad- le regresó la broma. – Ustedes es entendible, hablan ese código en el que nunca es lo que realmente es- frunció su ceño ante la filosófica aseveración.

 

- No creas, cada mujer tiene su propio código. El “quizás” de Natasha es un “sí”, pero su “tal vez” es un “no”, y nada de duda del cincuenta por ciento sí o no, así es. Mi “quizás” es sinónimo de “tal vez” y significa “no sé” o “existe la posibilidad”

 

- ¿Y cómo se entienden?

 

- ¿Quién dijo que nos entendíamos?- se carcajeó. – Yo hay cosas que no entiendo y no quiero entender

 

- ¿Y cómo haces con Emma?

 

- Ah, no… es que con Emma es especial… a Emma le tienes que decir las cosas como son, con ella no hay código, ella es como simplista- sonrió. – No le puedes decir “azul” porque eso puede ser infinitas posibilidades de tonos de azul aun cuando se sobreentiende que hablas de “azul marino”. A ella le tienes que decir “sí” para sí y “no” para no, le tienes que decir que eso no te gusta o que sí te gusta… nada de metáforas, directo y natural

 

- Quiere ir en contra de la naturaleza de la mujer

 

- Naturaleza tal vez no, estereotipo quizás sí

 

- “Tal vez”, “quizás”…- rio confundido. – Cambiando el tema, ¿has pensado lo del anillo?

 

- Sí, pero no sé si existe

 

- Ese es el punto de diseñarlo tú misma, que será one of a kind. ¿Cómo lo quieres?

 

- Estuve investigando un poco sobre diamantes, porque diamonds are a girls best friend, ¿no?- Phillip asintió. – Y encontré, entre los tintados, uno que es del color del cognac y otro del champán- se irguió y le tomó la mano izquierda a Phillip para quitarle su anillo. – Supongamos que es un poco más grueso, digamos que de un centímetro, con el diamante circular, de cinco milímetros de diámetro, exactamente en el centro. Quiero que sea de madera

 

- ¿Madera?

 

- I’m not reaching for the stars, eso te lo puedo asegurar… pero no sé si hacerlo con madera de agar o con chittum

 

- No tengo la menor idea de qué tipo de madera son esas- rio. – Pero, ¿qué con el diseño?

 

- Va, va… tiene que tener una base de metal para poder ensamblarlo con la madera. Estaba pensando en un bezel de platino u oro blanco

 

- Entonces, déjame ver si entiendo- murmuró, tomando su anillo entre sus dedos. – Quieres que, por fuera, vaya la madera, por dentro el metal y que el diamante vaya incrustado en la madera

 

- Sí

 

- ¿Madera? – repitió con escepticismo.

 

- Una libra de agar cuesta como cinco mil dólares, la de chittum como dos mil

 

- ¿Y de qué está hecha?- se escandalizó. - ¿De cagada de los dioses del Olimpo?

 

- No sé por qué pensé que dirías algo así- lanzó una suave carcajada interrumpida.  

 

- Es que, Pia, ¿qué tienen de especial esas maderas? ¿No puedes ir por algo más normal como el pino o qué se yo?

 

- El clóset de tu esposa es de madera de agar

 

- ¡Con razón salió tan cariñoso!- Sophia sólo rio, pues no era del todo cierto, sólo los bordes de la zapatera. - ¿No crees que madera de clóset y madera de anillo es un poco…tú sabes?

 

- Buen punto, además, trabajar con agar… prefiero que el IRS me venga a buscar- sonrió.

 

- ¿Qué tiene de especial la otra madera que mencionaste?

 

- Sólo que se vería bien con el diamante- sonrió ampliamente.

 

- ¿Qué hay de la madera favorita de Emma?- Sophia frunció su ceño, pues en eso no había pensado.

 

- Le fascina el nogal- murmuró.

 

- ¿Y el cognac se vería bien en nogal?

 

- Si es oscuro sí, pero el champán se vería excelente

 

- ¿Por qué no lo haces en nogal, entonces?

 

- Este tal Señor Batton- suspiró. - ¿Es una persona particular o trabaja en algún lugar?

 

- Depende de cuánto quieras pagar- sonrió. – Es más caro si lo buscas a él como persona particular, como si lo estuvieras contratando a él, pero él te asegura un trabajo impecable y un diseño único, pero si tú vas a Tiffany, donde él trabaja durante el día, el diseño queda registrado en Tiffany

 

- ¿De cuánto estamos hablando?

 

- Cinco como contrato base, el cual te incluye exclusividad de diseño y mano de obra del ensamble, luego te cobra los materiales más la comisión en caso de que no los consigas tú y, si hay que cortar el diamante, te lo cobra también

 

- ¿Crees que hace la base de madera también o la tendría que hacer yo?

 

- Sería de preguntarle, ¿por qué no le preguntamos si podemos visitarlo cuando regresemos?- sonrió, sacando su iPhone para darle una llamada si Sophia accedía.

 

- Antes de meterme en todo esto, tú que conoces mis finanzas, ¿crees que me alcanza? 

 

- No veo por qué no, y, si no te alcanza, para eso estoy yo

 

- Jamás- se sonrojó. – No voy a dejar que compres el anillo de mi novia

 

- Lánzame un presupuesto

 

- ¿Ahora, aquí?

 

- Sí, así te digo si te alcanza o no… pero infla los precios

 

- Sesenta… ochenta… digamos que noventa

 

- Pia, ¿noventa qué? – ensanchó la mirada.

 

- Noventa aguacates, por supuesto- dijo con sarcasmo. – Dólares, miles. Ahí va el Plaza, el vestido, los zapatos… todo lo que no es el anillo, ¿cómo estoy con eso?

 

- Los zapatos te los regalaré yo- rio. – Pero estás bien, no creo que quedes en bancarrota

 

- ¿Estás seguro?

 

- Sí, además, ya te debería haber entrado el bono de fin de Año de parte del Estudio, ¿no?

 

- ¿Bono?

 

- Sí, el diez por ciento del profit de tu año laboral… tuyos son como veinticinco si no me equivoco

 

- Nunca escuché de ese bono, ¿no será el bono Emma Pavlovic?

 

- No, se llama estrategia de impuestos- rio. – El Estudio paga menos impuestos si les ofrece un bono porque cuenta como paga

 

- Entonces nosotros declaramos los impuestos- sonrió.

 

- Exactamente, es injusto, yo sé, pero así funciona el mundo de las sucias finanzas

 

- Por cierto, cambiando el tema, a Emma le ofrecieron la ciudadanía

 

- Tienen tres años de estársela ofreciendo- rio. – Como que no han entendido que no quiere

 

- ¿Eso no trae ningún tipo de problema?

 

- No, ella está legalmente como residente por trabajo

 

- ¿No necesita ser ciudadana para ser dueña del Estudio?

 

- No lo es- sonrió. – El dueño es Volterra aunque ella sea dueña hasta de su culo. Está catalogado como inversión extranjera, que baja impuestos también

 

- Creí que tenías que haber vivido diez años o algo así para poder optar a la ciudadanía

 

- El dinero mueve las leyes también, Pia. Si Emma se convierte en ciudadana, la tasa de impuestos se estandariza y la harían declarar impuestos por sobre el dinero que ni siquiera está en el país pero que ha sido administrado aquí por medio de una banca internacional… al Estado le conviene que Emma se naturalice para soltarles una jugosa cantidad de dinero, cosa que no va a hacer porque no quiere ser estadounidense, prefiere ser italo-eslovaca

 

- No sabía que era eslovaca, pues, de pasaporte

 

- No tiene ninguna ventaja en ninguna parte- rio. – Pero la mantiene para ponerles un alto a los de aquí, la triple nacionalidad no se puede en ninguna parte del mundo. Además, ¿tú crees que Emma se quiere quedar aquí hasta el fin de los tiempos?

 

- ¿De qué hablas?

 

- ¿Te acuerdas de cómo era Emma en Roma?

 

- Felipe, háblame claro… pareces mujer- rio, sacando su lengua.

 

- ¿Cómo te sentiste tú cuando estuvimos en Mýkonos?

 

- Como si estuviera en casa- frunció su ceño, pues ya empezaba a entender a lo que Phillip se refería.

 

- Sin embargo, Pia, no estabas en casa. La diferencia entre tú y Emma es que Emma sólo ha tenido dos casas, por así decirlo, tú has tenido cuatro. Emma vivió en Italia, ¿qué, hasta los veintidós años, casi veintitrés?- Sophia asintió. – Fuera Roma, Florencia, Milán, Nápoles… Italia es Italia por demasiado tiempo. Tú, al contrario, creciste en Grecia, viniste a Georgia por cinco o seis años, qué se yo, no regresaste a casa sino fuiste a Milán, luego a Roma, luego regresaste pero a Nueva York… y, ahora, te pregunto, ¿tienes raíces en algún lugar?

 

- En Grecia… y en Roma porque allí está mi mamá y mi hermana, aquí está mi trabajo y Emma

 

- Y te pregunto, ¿te molestaría irte?

 

- ¿A dónde?

 

- A casa

 

- A-ah…- suspiró. – Ya te entendí

 

- Quizás no sea algo de los próximos años, no mientras su trabajo le guste y le guste la ciudad, pero apostaría lo que sea por que Emma, en algún momento, se regresará porque no tiene por qué soportar la política al extranjero, tampoco el clima, tampoco la cultura cuando tiene un Plan A, siendo éste su plan B… además, tiene casa en Roma, material suficiente para dar clases en su adorada Sapienza, una casa en Varenna… y muchísimos más euros que dólares

 

- Te olvidas de que nunca se iría del lado de tu esposa

 

- ¿Y crees que mi esposa no me va a decir de irme a Italia si Emma así lo decide?

 

- ¿Lo harías?

 

- Lo he pensado muchas veces, hasta ya me hice a la idea de que eso es lo que va a suceder- sonrió. – Y, sí, lo haría

 

- ¿Y dejarías tu vida?

 

- A diferencia de Emma y tú, yo no he tenido un comienzo desde cero- se volvió a ella con una sonrisa tímida y anhelante que empezaba a conmoverla. – Mi vida ha sido Corpus Cristi, Manhattan, ni siquiera Nueva York, y Princeton… podría retirarme en diez años y vivir el resto de mis días de lo que he ahorrado desde que mis abuelos me depositaban la “mesada”- rio. – El dinero no me preocupa, tengo suficiente, y tendré más para ese entonces. Podría pedir un traslado, podría ver si consigo un trabajo allá, pero yo, por Natasha, créeme que me voy hasta a Taiwán si ella así lo quiere. No me molestaría que mis hijos crecieran en Italia, o en otro país

 

- Phillip- sonrió, obviando casi todo. - ¿Hijos?

 

- De que se puede, se puede- se encogió entre sus hombros con una suave sonrisa. – Pero de que va a costar, va a costar

 

- Me alegra escuchar eso… pues, no de que va a costar sino de que se puede

 

- Por ahora nos dijeron que era mejor que no quedara embarazada, que le diéramos tiempo al tiempo, entre cuatro y cinco…- se quedó callado y se sonrojó.

 

- ¿Menstruaciones?- preguntó, intentando ocultar su risa.

 

- Sí, eso… cuatro o cinco y tengo prohibido… tú sabes

 

- No

 

- No me hagas decirlo

 

- No me lo digas, entonces- rio.

 

- Eres la primera persona con la que hablo de esto

 

- Todos necesitamos alguien con quien hablar, supongo

 

- Nunca he hablado de mi relación con Natasha de una manera tan abierta

 

- Y te sorprendería saber que no es tan abierta

 

- ¿No?

 

- Creería que tú sabes perfectamente lo que pasa en mi relación con Emma a puerta cerrada

 

- Con demasiado detalle quizás… pero eso es porque ustedes se cuentan todo

 

- ¿Sabes por qué nos contamos todo?

 

- ¿Por qué les encantan los chismes?- rio, encogiéndose entre sus hombros, que Sophia no pudo contenerse y le soltó un manotazo en el hombro. – Yo qué sé, carajo

 

- Se llama “catarsis” y siempre un input o un feedback cae bien, pues, de alguien como Natasha que ve nuestra relación con relativismos, es la que piensa con la cabeza fría y a quien puedo pedirle un consejo porque conoce a Emma

 

- Siempre creí que hablar de mis relaciones era algo de un no-caballero- suspiró. – Algo malo, algo de irrespeto

 

- Depende de cómo hablas de esa relación… ¿o te parece que yo irrespeto a Emma si te digo que nuestro hobby es hacer el amor?- Phillip se ahogó en su propia saliva al mismo tiempo de que su risa nerviosa atacaba, lo cual lo hizo toser. – Muy distinto sería irrespetar mi relación y lo que hacemos si te cuento con lujo de detalle y doy a conocer cosas de mi mujer, cosas que no tiene por qué saber nadie más que ella y yo en nuestro kinky yet passionate and elegant sex life

 

- ¿Kinky?

 

- Nada de qué preocuparse… sabes que con Emma, la sola idea del BDSM es como mencionarle al diablo

 

- No me vas a creer, pero, ¿qué es BDSM?

 

- “B” es de Bondage, “D” es de Dominación y Disciplina, “S” de Sumisión y Sadismo, “M” de Sadomasoquismo

 

- Ah- rio. – No sabía que así se llamaba eso

 

- Digamos que te creo, Felipe

 

- La pornografía y yo no nos llevamos muy bien, desde nunca… hasta creería que mi esposa ha visto más pornografía que yo

 

- Y, por lo visto, yo también- se sonrojó. – No sé cómo es que sé qué significa cada letra

 

- Digamos que es cultura general- guiñó su ojo. – Pero, como sea… se siente bien poder hablar con alguien sobre esas cosas, y no con alguien que va a lanzar el comentario más grosero u obsceno del repertorio

 

- Puedo pensar como mujer… y, como una mujer a la que los hombres no le atraen en el sentido sexual, no puedo criticarte

 

- ¿Puedo preguntarte algo realmente personal?

 

- Por favor

 

- ¿Qué tiene Emma que no tenga un soltero codiciado? Digo, ¿qué tienen las mujeres que no tengan los hombres para ti?

 

- Creo que no has logrado entender que tú y yo tenemos los mismos gustos- resopló. – A los dos nos gustan las mujeres… así que, eso es como que yo te pregunte, ¿por qué te gustan a ti las mujeres?

 

- ¿Porque me atraen física, emocional y sexualmente?

 

- Y ahí lo tienes- sonrió. – No todas las mujeres son iguales, pero Emma me entiende, o al menos pone cara de que me entiende. Es femme fatale. Nunca fui capaz de tener sexo casual con nadie, quizás nunca tuve la oportunidad de tenerlo, quizás sí, no sé, pero nunca nadie me había atraído tanto como Emma, y es frustrante cuando quien te atrae, de esa tan fatalista manera, no corresponde a tus gustos

 

- Pero Emma te ha correspondido. Mierda, hasta se van a casar, ¿no es eso suficiente correspondencia?

 

- Y tú te casaste con tu Scherbatsky- sacó su lengua. – Es simplemente buena suerte que te correspondan

 

- Lo mío fue acoso

 

- Y fue buena suerte que no te denunciara por acoso sexual, ¿no crees?

 

- Buen punto, como siempre, Pia

 

- ¿Qué vamos a hacer más tarde?- suspiró Emma mientras se encargaba de arrojar rocas planas al agua para hacerlas saltar, o no.

 

- No tengo planes, ¿y tú?

 

- ¿No quieren venir a cenar donde nosotros?

 

- Sure. ¿No sale muy temprano tu vuelo?

 

- A las nueve sale, no es mayor problema- bostezó ampliamente entre sus manos, que sus ojos se aguaron por el cansancio.

 

- ¿Tú bostezas?- se carcajeó Natasha, pues era primera vez que la veía hacerlo, eso era verdadero y puro cansancio.

 

- Casi no he dormido

 

- Te ves cansada- rio mientras partía un pedazo de pan con dificultad.

 

- No shit, Sherlock…

 

- Nunca te había visto así, ¿algo de lo que quieras hablar?

 

- Me da escalofríos de sólo pensarlo- rio.

 

- Bueno, no puede ser tan malo si te estás riendo

 

- Es intenso- se agachó para recoger más piedras en su mano, pues ya había encontrado la manera de tolerar el pasatiempo de Natasha; si ella alimentaba a los perros, perdón, patos, de Central Park, ella podía inundar el Pond con un sano pasatiempo de aburrimiento al comprar, por cinco dólares, un saco de cincuenta libras en piedras planas, las cuales habían sido descubiertas durante un vistazo en Google y una pecera. – Tuve la jornada de sexo más intensa

 

- ¡Emma!- siseó un tanto escandalizada. Eso no lo vio venir.

 

- No me digas que recuperaste tu virginal pudor

 

- Es sólo que me tomaste desprevenida, pero, por favor, no te contengas los detalles

 

- Irene es una maestra para las bromas

 

- ¿Qué hizo ahora?

 

- Le estaba dando Viagra a Sophia- rio.

 

- ¿Qué?

 

- Citrato de Sidenafilo- suspiró frustrada al no poder hacer que la piedra, que lanzaba, rebotara sobre el agua. – Mejor conocido como Viagra, también afecta a la mujer. Me duele la quijada, siento los labios como si fuera la hermana perdida de Angelina Jolie, me duele la mano, creo que tengo algo en el túnel carpiano, siento los dedos hechos polvo… y ni hablar de mi aparato sexual

 

- ¿Qué pasa con él? ¿Te lastimaste?

 

- Tuve que comprar Replens

 

- ¿Y eso qué es?

 

- ¡Humectante vaginal!- elevó su voz, que Natasha la calló mientras veían a su alrededor y no veían a nadie cerca, sólo las espaldas de Phillip y Sophia que se alejaban en dirección al carrito de comida. – Humectante vaginal- susurró.

 

- Sabes, la resequedad es un problema muy común… ¿por qué no vas al ginecólogo?

 

- No es problema de resequedad per se

 

- ¿Entonces?

 

- We fucked so much…

 

- Fucked?

 

- Sí…- asintió con su mirada sorprendida. – Sólo queríamos más, y más, y más

 

- ¿Quién eres y qué hiciste con Emma?

 

- Me tomé dos cápsulas de las que Irene le había dado a Sophia, sólo por bromear porque no creía en los efectos, pero cuarenta minutos después me tenías con Sophia entre las piernas

 

- Está extremo

 

- Un orgasmo por hora, por veinticuatro horas, repartidos entre las dos

 

- ¿Te corriste doce veces?

 

- No, sólo diez… es que ya no aguanté más, ahí como que si es aftermath de Hiroshima y Nagasaki juntas. Sophia se corrió más que yo

 

- Moraleja: no jugar con Irene

 

- Yo qué sé, Natalia… el punto es que estoy hipersensible de todos lados

 

- ¿Todos lados?

 

- My nipples sting against my bra, my clitoris burns like a motherfucker… and my vagina, oh Lord, my vagina- canturreó entre su catártico berrinche. – La siento como si me hubiera cogido Mandingo- y se ahorró la parte en la que sólo se sentía con vida si estaba sentada al bidet y con agua más fría que tibia.

 

- ¡Emma Marie!- sollozó, sacudiéndose con asco ante la imagen que se había visto obligada a materializar.

 

- Lo siento, es sólo que me duele

 

- ¿Por eso la falta de Stilettos?

 

- Me subí a unas botas y casi que se me revienta el GSpot- rio. – Los Samba no están mal tampoco

 

- Como quien dice… “te dejaron bien cogida”

 

- Me sobra para la semana

 

- Ni tú te la crees

 

- En serio, deberías haberme visto… estoy roja

 

- ¿Roja de irritada o roja de qué?

 

- Donde suele ser rosado por naturaleza… mierda, parece rojo vermillion

 

- ¿Te sientes bien?

 

- No tengo fiebre, no me duele nada alarmante, sólo estoy demasiado sensible… eso me lo tuve que lavar en el bidet porque, ¿pasarme la mano? Ni que me paguen

 

- ¿Y Sophia?

 

- Ahí donde la ves- rio. – Anda con cuatro analgésicos encima y el humectante. Yo no tuve las pelotas para ponerme el humectante, lo tuvo que hacer Sophia y con guantes

 

- Lo que ningún hombre te hizo, te lo hizo Sophia- bromeó, arrojándole el último pedazo de pan a los patos, que, por mala suerte, cayó sobre el zapato de Emma y, cuando se lo sacudió, alborotó a los cinco patos que tenía alrededor. Creó un graznido colectivo, un revoloteo nervioso, y nadie supo qué pasó ni cómo pasó, pero uno de los perros, perdón, patos, se confundió de alguna extraña manera y terminó por morder el denim de su jeans, el cual no habría podido morder si Emma se hubiera puesto el Skinny de la noche anterior, pero no porque olía a comida y a cigarro, y a orgasmos que se habían rebalsado de los límites de su tanga. Emma se sacudió suavemente para hacer que el pato la soltara, y no la soltó, se sacudió más fuerte y sólo logró alborotar más al resto de los patos. Dio una patada al aire, una patada lo suficientemente fuerte junto con “Pezzo di merda, testa di cazzo! Ti ammazzo, figlio di puttana!”, y el pato se desprendió entre graznidos asustados hasta que cayó al agua fría del Pond por el impulso. - ¿Estás bien?- rio, viendo a Emma con cara de asesina en serie.

 

- ¡Pato hijo.de.cien.putas!- gruñó, que Natasha se asustó por la clase de insulto que aquello era. Nunca la había escuchado decir algo parecido, no en otro idioma que no fuera italiano. - ¡Es un Balmain!- suspiró con odio mientras se veía aquel desgarre en su jeans.

 

- Tu Balmain será recordado por su gran labor y su perfecto servicio a la humanidad con su impecable estética. Pero, ¿estás bien?

 

- Perfectamente enojada- gruñó, empuñando su propia piel mientras tensaba la mandíbula y respiraba tan hondo como se podía para relajarse.

 

- Pues, si quieres podemos llamar a Animal Control- sonrió, alcanzándole su teléfono por iniciativa.

 

- No, ese pato tendrá otro destino- sonrió como si Maquiavelo la hubiera poseído. – En fin, y como sea…

 

- No lo vas a matar

 

- ¿Al pato?- resopló.

 

- No, al Papa

 

- Ha.Ha. Very funny, Nate- entrecerró los ojos con una sonrisa perturbada.

 

- No tienes complejo de asesina

 

- ¿No me crees capaz de matar?

 

- Sí te creo capaz, pero no a un pato y no por un jeans…- Emma la volvió a ver con mirada desafiante. Vaya enojo. – Vamos, si no mataste a Matthew por lo que le intentó hacer a Sophia, ¿de verdad esperas que te crea capaz de hacerle algo a un pato y por un jeans?

 

- No me subestimes

 

- Está bien- rio escépticamente. – Sabes… voy a cambiarte el tema

 

- ¿Más sobre la decoración y la comida?

 

- No, ya todo lo que tenía que ver con eso te lo he dicho- se asombró al verla bostezar de nuevo, y pensó que quizás era el cansancio acumulado y no precisamente por sexo.

 

- Confío ciegamente en tus gustos, dah-ling

 

- ¿Dah-ling?- resopló. – Mariah Carey, devuélveme a mi amiga

 

- Y este es el momento en el que yo te pongo cara de que no tengo idea de qué estás hablando y tú te ríes y me dices: “olvídalo”, ¿verdad?

 

- ¿Podríamos olvidarnos de tu jeans por un momento?- murmuró, apuñando la bolsa de papel en su mano y volviéndose a ella con vergüenza que no debía ser vergüenza.

 

- ¿Qué pasa, Nate?- frunció su ceño al ver su mirada. – Esa mirada sí que me asusta

 

- Han pasado, ¿qué se yo? ¿Dos meses?- Emma sólo elevó su ceja derecha al no entender por dónde iba aquello, pues le había prometido a Natasha que iba a borrar aquel evento de su cabeza, que sólo recordaría el episodio si ella se lo pedía. – Pues, el primer mes no se podía por instrucciones del Gyno

 

- Nate- tarareo suavemente. – Ilumina mi camino, por favor

 

- Tengo a Phillip en peligro de extinción

 

- ¿Perdón?

 

- Lo que tú hiciste con Sophia… no consigo hacerlo con él

 

- Y asumo que ya sabes por qué tras un autodiagnóstico, ¿no? – Natasha asintió. – Y, ¿a qué conclusión llegaste?

 

- No puedo

 

- Esa no es una conclusión digna de Natasha Roberts

 

- No, en serio, no puedo

 

- ¿Quieres de las “vitaminas” que Irene le dio a Sophia?

 

- La vez pasada estuvimos a punto de hacerlo, y tú sabes cómo es todo después de demasiado tiempo de no hacerlo

 

- ¿Lo violaste?

 

- Al contrario, me puse tan nerviosa, más nerviosa que mi primera vez, y no se pudo

 

- ¿Cómo que no se pudo?

 

- It didn’t get in- se sonrojó. – Ni él arriba, ni yo arriba… ni siquiera con las piernas a los hombros

 

- ¿Dolía?

 

- Demasiado, y a eso fui anteayer porque creí que era un problema grave

 

- ¿Y lo es?

 

- Mi nerviosismo extremo lo es- resopló. – Pero necesito recuperar mi vida… año nuevo es vida nueva, ¿no?

 

- Poco a poco, Nate- sonrió, abrazándola por los hombros y dejando que su sien se recostara sobre la suya mientras veían hacia la infinidad imaginada del Pond. – Debe ser algo bueno, muy bueno, el sólo hecho que hayan intentado, ¿no te parece?

 

- Supongo que sí, pero haberle provocado una hipertensión del epidídimo no fue nada bueno

 

- ¿Y eso qué es?

 

- Blue Balls

 

- Auch- sacudió su cabeza. – ¿Se enojó por eso?

 

- Se enojó porque quise remediarlo- Emma sólo frunció su ceño y no necesitó preguntar nada para obtener la respuesta que quería y no quería saber. – Sé por hecho científico, gracias a cualquier artículo que leí alguna vez sobre eso, que es algo que duele y puede tener efectos secundarios más allá que un orgullo mallugado y una excitación herida, además, ¿cómo voy a dejar a mi esposo con las ganas? Lo que nunca me dijo ningún artículo, o perversión escuchada en las esquinas de esta chismosa ciudad, es que se negaría a un plan B

 

- ¿”Plan B”? ¿La “B” representa “blowjob”?

 

- Ha.Ha. Very funny, Em- la remedó. – Pero, sí… uno de esos, o las manos, o cualquier medio que no fuera mi aparato reproductor femenino- sonrió, haciéndole saber que, en esa ocasión, le incomodaba parcialmente llamarle de otra manera a su entrepierna. - ¿Es legal que un hombre se niegue a cualquiera de esas alternativas? No debería serlo, ¿no crees?- Emma se encogió entre sus hombros. - ¿Cómo es que prefiere quedarse con las ganas a que le ayudes? Además, no es primera vez que le doy un…- e hizo ese movimiento con su mano, aquel que simbolizaba una felación.

 

- Eso es porque no eres su juguete, deberías estar orgullosa de él y muy alegre por la salud mental-sexual de ambos, Nate… te respeta, y no sé por qué me da la impresión de que tú no estabas en tu mejor momento tampoco

 

- ¿Cómo sabes eso?

 

- Te conozco- sonrió, evitando decirle “debió ser frustrante, más para ti”.

 

- Sí, no estaba muy contenta que se diga, estaba más bien upset conmigo misma, y lo suyo sólo terminó por frustrarme. Luego vino la culpa

 

- Ya llegará el momento en el que suceda, Dah-ling.

 

*

 

- Tuto bene?- sonrió Emma al Sophia llegar a su lado, que la tomó de la mano para ayudarle a sentarse.

 

- Tuto bene- le sonrió de regreso.

 

- ¿Te gustaría una copa de Champán?- Sophia asintió. – Eso pensé- y le deslizó una copa, y Sophia supo que era Bollinger, que no era la mejor del mundo, que la que bebía Natasha y el resto era mejor por ser más cara, pero a ella esa era la que le gustaba.

 

- Aw- dijo James, llevando sus manos a su pecho, ejerciendo una arruga en su corbata violeta que a Natasha le perturbaba, pues no sólo la veía, sino la sentía en el ambiente como una arruga, una falla de dióxido de carbono entre la franja de oxígeno, y la escuchaba entre la seda de calidad media, y la podía oler, pues era nueva. – Isn’t that adorable?- dijo en ese tono risueño pero ridículo.

 

- ¿Celoso?- bromeó Emma golpeando suavemente el borde de su vaso, que estaba lleno de Grey Goose, y hielo con un torniquete de cáscara de limón.

 

- Tampoco te pavonees, Darling- rio al mismo tiempo que Sophia y Emma se guiñaban un “salud” con una sonrisa.

 

- Yo quiero saber cómo es que todos se casan menos ustedes- dijo Thomas, refiriéndose a Julie y a James con aquella sonrisa que volaría en mil pedazos si no la quitaba.

 

- Y yo no sé cómo es que todos tenemos a alguien que nos dura más de dos semanas menos tú- ladró Julie en plan de resentimiento supremo.

 

- Tengo que probarlas a todas antes de decidirme- dijo, haciendo reír a todos porque sabían que era la peor excusa para respaldar que ninguna mujer lo lograba soportar.

 

- Yo empezaría a buscar en primer año en Columbia o en NYU- rio Natasha. – Jóvenes, con mayor probabilidad de ser estúpidas o con un English Major, de tu misma edad mental y con la emoción de estar dating a un hombre mayor, con dinero y que no está tan feo

 

- ¿Feo?- resopló. – Soy el más hermoso de la mesa, de todo Nueva York

 

- Y por eso es que “hermoso” es un término sobrevalorado- rio Emma. - Totalmente desgastado y malinterpretado… nadie lo comprende

 

- ¿Y cómo sabrías tú algo sobre eso, Pav?- intervino Luca, que arrastraba una silla para colocarla al lado de Emma. Todas las cabezas se volvieron a él, miradas de “what the fuck did he just say?” se le clavaron entre la sonrisa traviesa, que Emma no supo si había malinterpretado el comentario o si era la intención concreta de la que debía preocuparse. – Digo, jamás te escuché decir que alguien era “hermoso”

 

- Y, precisamente por eso- arqueó su ceja derecha. – No conozco a ningún hombre hermoso

 

- Ah, entiendo- resopló, y Natasha sólo entrecerró el ojo izquierdo con una furia que empezaba a invadirla, furia y desprecio en cuanto al italiano pendejo, pues el comentario que estaba a punto de salir de su boca no era nada bueno. – Sólo a mujeres- motherfucker.

 

- Yo creo que es difícil para Emma reconocer que alguien es “hermoso” porque se rodea únicamente de gente hermosa- y es por eso que tú no estás alrededor, rio Phillip, cosa por la cual Natasha no sintió ni la más mínima sensación de celos al ser un comentario inofensivo con la única intención de sacarla de ahí. – Phillip Noltenius- se presentó, alcanzándole la mano sobre la mesa.

 

- No tienes cara de Arquitecto- resopló Luca, que Sophia sólo volvió a ver a Emma con ganas de aniquilarlo. Repugnante.

 

- Me reflejo- sonrió con un poco de odio.

 

- Como sea…- suspiró Julie con incomodidad al notar la verdadera riña entre Phillip y el intruso. - ¿Cuáles son sus planes?

 

- ¿Planes?- resopló Emma, pues aquello se escuchó demasiado parecido a “planos”.

 

- Sí, ¿Honeymoon? ¿Vacaciones al dos por uno? ¿Nada? ¿Hijos?- sonrió James.

 

- ¿Un encerrón sexual?- opinó Thomas, recibiendo un manotazo de parte de Natasha para hacerlo callar, que, con ese comentario, Luca volvió a ver a Emma y a Sophia y realmente las empezó a considerar como lo que eran: una pareja, y era evidente que una pareja no podía sobrevivir sin una conexión sexual, al menos no una en la que no se convirtiera en relación sexual física. ¿Cómo serían esas relaciones? El sólo pensamiento lo hizo sonreír de manera estúpida, pero no estaba solo, pues Natasha estaba con él; ella sabía lo que estaba pensando, algo tan enfermo y tan íntimo y ajeno que no le pertenecía y que no debía pensar, así como el resto de los que estaban en esa mesa, que veían a Emma y a Sophia como lo que eran, no como una categoría pornográfica llena de morbo por ser diferente. – ¿Un encerrón sexual durante su Honeymoon?- dijo rápidamente antes de que pudieran contestarle algo, que trajo a todos a reír menos a Luca.

 

- Serás el primero en saber si rompemos alguna hamaca- rio Emma.

 

- You’re such a perv…- susurró James, pero Luca era todavía más. No le había quitado la mirada de encima a Emma y a Sophia, pues necesitaba referencia visual para desvestirlas lentamente y, así, poder jugar a una versión perversa de cuando sólo había dos Barbies y ningún Ken que ofreciera servicios fálicos en la historia ficticia. ¿Cómo lo harían? ¿Quién dominaba a quién? Oh, y Natasha que sabía imagen a imagen lo que pensaba, sabía cómo se le ocurría la secuencia progresiva de irrespeto al género femenino y a la mujer que supuestamente alguna vez fue su amiga. – No respetas pero ni a tu propia madre

 

- ¿Qué te puedo decir? Por algo me echaron de mi casa, ¿no crees?- resopló Thomas. – Y, como sea, la tercera boda es la de ustedes, ¿no?- se volvió a Julie. – Estar comprometidos por tanto tiempo no es sano, seguro termina en divorcio

 

- El experto ha hablado- rio James.

 

- No me urge casarme

 

- Ah, pero cuando James y Julie se casen… la presión de grupo, por principio psicológico, así sea que no te presionemos, te va a urgir sentar cabeza…- murmuró Natasha, todavía sin quitarle la mirada de encima a Luca, quien estaba perdido en el vacío de sus pensamientos gráficos mientras se las imaginaba todo lo contrario a lo que eran debido a la personalidad que creía conocer de Emma y que suponía de Sophia: fuerte, rudo, sin cariño, con Emma tomando el control sobre toda situación y toda posición, ¿qué posición les gustaría más? ¿Lo harían más por los días o por las noches? ¿Cuántas veces lo harían al día, a la semana, al mes? ¿Con luz o sin luz? ¿Gritarían? Tantas preguntas para una sonrisa tan enferma. – Y, como sea- tomó su copa y golpeó suavemente el vaso de Whisky de Phillip para despertar a Luca. – El tema no es Thomas

 

- Toda la razón- sonrió Julie. – Así que, ¿qué será?

 

- Dos semanas de agua cristalina y silencio- dijo Sophia al mismo tiempo que una suave música empezaba a sonar en el fondo; un poco de Bossa Nova quizás, no se distinguía.

 

- ¿Islas Vírgenes?- preguntó James.

 

- ¿Bromeas?- resopló Thomas.

 

- ¿Qué tiene de malo una Luna de Miel en las Islas Vírgenes?- frunció su ceño Natasha.

 

- Vírgenes- dijo en ese tono de “¿No es evidente?”, que Luca Perlotta casi se ahoga por el comentario, pero su problema era Emma y su amor estúpido, juvenil e irracional amor platónico e imposible por ella. Y es que era demasiado “hermosa” para él, era perfecta, más ese día, que lo único que le molestaba era ese brazo que envolvía a Sophia a pesar de que entendía la naturaleza de su atracción sexual y su recién-hace-quince-minutos-legal-matrimonio-civil. – Por eso es que los Señores Noltenius no visitaron las mencionadas islas, hay que mantener el nombre lo más intacto que se pueda

 

- Very funny, Thomas- sonrió Emma.

 

- Son sólo celos- bromeó Sophia. Rico, picante humor confianzudo, pero eso les gustaba a todos en la mesa, menos a Luca Perlotta. El intruso, el verdadero intruso. - ¿O no?- sonrió para Emma, quien volvió su rostro hacia ella y le dio un beso sonriente en plena vista.

 

- Amén, Pia- levantó Phillip su vaso.

 

*

 

- Disculpen, Señora Pavlovic y Señora Rialto- se acercó una de las aeromoza en su inmaculado y tedioso uniforme azul marino con la mascada roja al cuello, y esa sonrisa tan… eso no era para nada bueno. – Me temo que tenemos un inconveniente

 

- ¿Qué clase de inconveniente?- sonrió Emma con pesadez mientras cruzaba su pierna y unía sus manos sobre su regazo.

 

- Me temo que no podemos brindarles servicio de Primera Clase el día de hoy- Sophia sólo cerró los ojos y sólo tuvo la intención de decirle a la aeromoza que corriera por su vida y que le rogara al cielo porque a Emma, algo así, le caía como kryptonita a Superman, pero los abrió rápidamente para ver a Emma, quien soltaba una risa de bucal y de vocal “A” pero muda, como un suspiro cínico que pasaba por sonrisa de “no lo puedo creer” cuando en realidad era un “no lo puedo creer” pero con intenciones asesinas.

 

- ¿Cómo que no?- preguntó con la misma sonrisa, esa sonrisa que a Sophia le daba pánico porque era un absoluto enojo: posible combustión.

 

- Me temo que contamos con la presencia de tres Generales del Ejército de los Estados Unidos de América- sonrió en respuesta a la sonrisa que no sabía qué significaba en realidad.

 

- Qué bueno- ladeó su cabeza hacia el lado izquierdo, y Sophia que ya empezaba a buscar refugio. - ¿Y eso qué tiene que ver con mi asiento y el de mi socia?- ladeó la cabeza hacia el lado derecho.

 

- Me temo…

 

- No se tema más- la interrumpió sonrientemente.

 

- Disculpe, Señora Rialto- sonrió complacientemente.

 

- Ah, Sophia, es contigo la cosa, entonces- la volvió a ver divertidamente. – Yo soy la Señora Pavlovic- se volvió a la aeromoza.

 

- Siento mucho la confusión, Señora Pavlovic, mi error- y Emma asintió, que Sophia ya sabía que Emma pensaba en un elocuente y educado: “No shit, Sherlock!”. – Bueno, Señora Pavlovic- dijo en tono de autocorrección. – Los señores Generales necesitan un asiento

 

- Ni modo que vayan de pie todo el vuelo- resopló, haciendo que la aeromoza se riera educadamente, no porque le hubiera dado risa sino porque sabía que no era nada bueno, como por querer simpatizar con ella. – Supongo que va en contra de alguna ley

 

- Sucede que tendré que desplazarla, junto con la Señora Rialto, a Economy

 

- ¿Qué?- siseó Emma, sacudiendo su cabeza una única vez y con sus ojos cerrados.

 

- No tenemos asientos disponibles para los caballeros- sonrió.

 

- ¿Por qué nuestros asientos y no los de alguien más?- sonrió Emma de regreso, que ya la vena del cuello se le empezaba a saltar, así como las venas de sus manos y empezaba a frotar las cutículas de sus pulgares con sus dedos índices.

 

- Me temo que ustedes dos son las únicas que no son parte de nuestro “AAdvantage Program”- suspiró como si quisiera explicarle lo que para Emma no tenía explicación.

 

- ¿Y eso me obliga a mí…- dijo, apuntándose con sus manos hacia su pecho con una clara molestia. - … a moverme de asiento?

 

- Lo sentimos mucho, Señora Pavlovic, pero son los beneficios de nuestro Programa de Viajero Frecuente- sonrió. – Si gusta, una vez esté en su nuevo asiento, puedo ofrecerle, por su amabilidad con los Señores Generales del Ejército de los Estados Unidos de América, un paquete de millas para que pueda aplicar al Estatus de Oro

 

- Sus millas no me interesan- dijo lentamente. – Me interesa más saber si nos van a devolver la diferencia que hay entre el inmerecido asiento de Primera Clase y el despreciado de Economy- murmuró, que ni eso le interesaba, sólo esperaba que le dijera que no, así podía rehusarse a quitarse de su asiento.

 

- American Airlines se encargará de reembolsarle el monto completo de su viaje ida y vuelta, es un viaje patrocinado por nosotros y, aun en Economy, gozará de los Servicios de Primera Clase que había comprado en un principio y, en su vuelo de regreso, nos aseguraremos de que goce de nuestra zona de Primera Clase junto con los Servicios adquiridos - sonrió patéticamente, pues la sonrisa de Emma le estaba ganando la estabilidad emocional. Bully. – Sino, puedo ofrecerle dos asientos en Primera Clase para el siguiente vuelo con destino a Los Ángeles que sale en una hora y treinta minutos

 

- ¿Y usted le va a explicar a mis clientes y a mis jefes por qué llegué tarde a mi reunión de la una y treinta?- sonrió, que logró cohibir completamente a la mujer, pobre mujer. – No es nada personal- aclaró.

 

- Entiendo la incomodidad de la situación, Señora Pavlovic- suspiró.

 

- No, no la entiende- repuso Emma al mismo tiempo que Sophia lo pensaba. – Pero, como sea, Señora Cooper- murmuró al leer su nombre de la placa de su uniforme. – Me urge llegar a Los Ángeles, así que… lo que usted quiera- tomó su bolso The Row de piel de cocodrilo negra, aquella que costaba un riñón y un pulmón en el mercado negro, y, con una sonrisa de suprema furia iracunda, se puso de pie. – Con su permiso- la apartó hacia un lado para abrir el compartimento superior para sacar las dos maletas.

 

- No se preocupe, Señora Pavlovic- la detuvo la aeromoza. – Su equipaje de mano y su abrigo puede quedarse, sólo es el asiento el que necesitamos- sonrió.

 

- Al menos…- suspiró Emma, colocándose el bolso al hombro y alcanzándole la mano a Sophia para que se la tomara.

 

- Por aquí- pasó hacia adelante la aeromoza, atravesando la zona de Business para llegar a la zona de Economy.

 

- Tranquilla, ma chérie- susurró Sophia mientras caminaba tras una iracunda Emma, que no podía negar que, en ese estado, se veía más guapa de lo normal. O quizás eran esas piernas en aquel pantalón The Row gris pálido que no se sabía si le llegaba a la cintura o qué, pues alrededor de la cintura llevaba una banda gruesa y más oscura que fundía una ajustada blusa Carolina Herrera negra que hacía la clara distinción de corset frontal sólido y cuello, mangas y espalda de encaje, aunque el encaje no se notaba por la chaqueta bolero a juego de color con su pantalón. O quizás era porque había visto cómo se había deslizado aquella Kiki de Montparnasse negra pero transparente, peor porque se había paseado por el clóset sólo en esa Tanga y en sus Corneille Louboutin de diez centímetros de satín negro mientras se pegaba las copas de látex a sus senos. – Sono solo sei ore

 

- Non mi aiuta- suspiró.

 

- Sei ore con me?- sonrió risueñamente al llegar al asiento, que Emma sólo rio nasalmente y asintió, pues eso sí era bueno.

 

- Almeno- levantó la ceja con una sonrisa sincera y calmada.

 

- Asientos veintisiete C y G- sonrió la aeromoza, que el color verde le volvió a Emma al ver que estaba en el bloque del medio y no al costado sin posibilidad de ventana cerca.

 

- ¿No podemos sentarnos en el H y J?- le preguntó, señalándole que estaban vacíos.

 

- Están ocupados, Señora Pavlovic- se apartó para darle paso a una señora con un niño de no más de cuatro años que venían del baño, los dueños de dichos asientos.

 

- ¿Qué hay de dos asientos contiguos? ¿El E y el C, o el E y el G?- preguntó desganada y frustrada al ver que tendría a un niño cerca, que vio a su alrededor y el vuelo tenía a varias promesas infantiles. Mierda.

 

- El asiento E está asignado para un Mayor- sonrió, y Emma sólo respiró hondo.

 

- Está bien, gracias- murmuró.

 

- ¿Puedo ofrecerles algo antes del despegue?- Sophia y Emma sacudieron la cabeza.

 

- Ni siquiera- protestó Emma en referencia al “almeno” que había dicho hacía unos segundos.

 

- Se volete rimango vicino al bambino- sonrió Sophia.

 

- No te preocupes- le abrió paso para que se sentara al otro lado del pasillo. – Son sólo seis horas…- suspiró, y se dejó caer en su minúsculo e incómodo asiento.

 

Podría haber sido capricho infantil del que estaba sufriendo Emma, podría haber sido inhumano, ¿cuál era la gana de no querer sentarse en Economy? Bueno, Emma tenía sus razones, y la primera era el factor de la gente con la que compartía su zona, la cual no le importaba si eran Narcotraficantes o Empresarios o Suertudos, simplemente se resumía a la regla de la ausencia de niños. Luego, por si aquello no fuera suficiente, era el espacio que tenía para colocar sus proporciones talla cuatro en un asiento, la comodidad del asiento y el hecho de no tener que compartir los brazos del asiento mismo al haber suficiente espacio para dos codos y no sólo uno. Esas dos cosas, comodidad y privación de infantes, no tenían precio, ni siquiera que la aerolínea le patrocinara un vuelo de ida y vuelta, a ella y a Sophia, valorado en más de trece mil dólares. Además, antes de Sophia, Emma era capaz de comprar el asiento a su lado sólo para ahorrarse la indeseada compañía, esas pláticas que no llevaban a ninguna parte más que a su misma desesperación, esa desesperación que alguna vez la llevó a decirle a una pobre señora, ya mayor y que le acordaba a Sara, durante un vuelo a Boston: “Could you just please, please, please be quiet?”, o quizás había utilizado el “shut the fuck up”, no me acuerdo. Pero ahora, con Sophia, todo aquello se había arreglado, pues Sophia no era sinónimo de charlas indeseadas y le gustaba más sentarse junto al pasillo y no junto a la ventana por la misma razón de que no le gustaba despertar a Emma, nunca, en caso de que se durmiera, que era algo que no solía suceder, pero no la despertaría sólo porque tenía que ir al baño.

 

- Veintisiete E- dijo en su grave voz, con aliento pesado, tan pesado como el de un toro, y se plantó al lado de Emma, incomodándola con tanta cercanía que no le gustaba con ningún hombre que no fuera Phillip porque sabía que era totalmente inofensivo. – Sólo será un momento- le sonrió a Emma, quien no se dignaba ni a darle una mirada al estar sumergida en un tipo de mantra mental para no descomponerse ante el roce del muslo de aquel hombre contra su antebrazo, y Sophia la veía con preocupación pero sabía que no era momento para tocarla, ni siquiera para acariciar su mano. El hombre tomó su maletín y lo colocó en el compartimento que estaba sobre Emma, quien, al terminar aquello, pretendió ponerse de pie para darle paso al asiento que le correspondía. – No, no se preocupe- respiró en aquella densidad que a Emma sólo le pudo acordar a Fred, y no supo exactamente por qué pero no le gustó. – No se levante, puedo pasar- y, metafóricamente violando las rodillas de Emma al pasar por entre ellas y el respaldo del asiento de adelante, se dejó caer pesadamente sobre el asiento mientras su respiración pesada, ruidosa e intranquila provocaba una exagerada tensión en la mandíbula de Emma, quien mantenía los ojos cerrados y se aferraba a los brazos de los asientos como si pudiera apuñarlos. – Listo. Señoritas- se dirigió a Sophia y a Emma, interrumpiendo aquel intento de relajación por parte de Emma. - ¿El cinturón de seguridad?- sonrió, viendo hacia ambas caderas para ver que lo tenían abrochado. – La seguridad ante todo- resopló. Bad joke, Mister. – Jefferson Osborne- se presentó, extendiéndole la mano a Sophia primero. – Mucho gusto

 

- Nina- sonrió, estrechándole la mano y utilizando su obsoleto nombre porque siempre le sonaba aquella voz de su papá, de Talos: “no hables con extraños así sea el Papa”.

 

- Jefferson Osborne- se volvió a Emma, que la vio con los ojos cerrados todavía. – Oiga, no se preocupe, el avión no se va a caer- Sophia casi combustiona en una risa, pues a Emma no le daba miedo volar, sino le incomodaba la presencia de el mismo Major Osborne.

 

- No tengo miedo de volar- murmuró Emma, abriendo los ojos con indisposición.

 

- Claro que no- resopló como si no le creyera. – Jefferson Osborne- repitió y le alcanzó la mano.

 

- Mucho gusto- dijo incómodamente.

 

- Lo siento, no percibí su nombre- sonrió ladeadamente.

 

- Eso es porque no lo dije- y volvió a cerrar los ojos, dándole un fin a la conversación que no quería que se materializara.

 

- Señora Pavlovic- se acercó la aeromoza, haciendo que Emma entrara al borde del colapso temperamental porque nadie la estaba dejando relajarse más que Sophia. – Una bebida antes de despegar- sonrió, mostrándole la charola con dos copas de champán.

 

- Dios la bendiga- susurró con una sonrisa como si fuera alcohólica anónima que revelaba su anonimato en ese momento.

 

- Señora Rialto- le alcanzó la copa a Sophia, quien le agradecía con una sonrisa. - ¿Les puedo ofrecer algo más de beber o de comer? ¿Un tentempié quizás? ¿Un brioche simple y Nutella?

 

- Estaría bien, muchas gracias- sonrió Sophia, que Emma ya había colocado su copa vacía de regreso en la charola.

 

- Señora Pavlovic, ¿desea algo más de beber?

 

- Tomato Juice, lime, salt and pepper, and some Vodka- balbuceó, y la aeromoza simplemente se retiró.

 

- Architetta- murmuró Sophia, asomándose por delante del ancho pecho del uniformado que la apartaba de su novia. – Tha boroúsa na ton rotíso an tha alláxei thési me eména… I tha thélate- sonrió.

 

- Está bien así, no te preocupes- sonrió, dándole a entender que no había por qué molestar al robusto hombre.

 

- S ‘agapó- le dijo con una sonrisa ladeada que lograba marcar sus camanances con ternura y que sus ojos celestes brillaban.

 

- Anch’io- sonrió de la misma manera pero guiñó su ojo porque no iba a lanzarle un beso aéreo entre la resaca de su furia. Sophia sólo regresó a su respaldo y, cruzando su pierna enfundada en aquel pantalón blanco de pierna ancha sólo para que se viera su pie enfundado en sus Pigalle Louboutin negros, zapato que le llamó la atención al Mayor. – Dice Natasha que si necesitas algo, que le avises- Emma sólo asintió en silencio.

 

- Disculpe el atrevimiento- le dijo el uniformado a Sophia, viendo cómo escribía de rápido en aquel iMessage.

 

- Ya, ya, ya lo apagué- dijo sin pensarlo, pues supuso que, por el comentario del cinturón de seguridad, le diría que apagara el teléfono.

 

- No, no era eso- rio nasalmente. – Es sólo que no pude evitar notar el idioma que estaban hablando entre ustedes, ¿qué es lo que hablan?

 

- Una mezcla rara entre griego, italiano e inglés- resopló. – A como salga

 

- ¿Para que nadie más entienda?

 

- En esencia, sí- asintió, llevando la copa a sus labios. – Pero es la costumbre- suspiró, agradeciendo que, por fin, el avión ya se movía y se alistaba para despegar.

 

- Griego- susurró para sí mismo. – Es un idioma complicado, ¿no es así?

 

- No le sabría decir, lo aprendí así como supongo que usted aprendió el inglés- se encogió entre sus hombros y llevó la copa a sus labios para terminarse aquel champán.

 

- ¿Su apellido es “Rialto”?- Sophia asintió. – Pero su idioma materno es griego

 

- Soy italiana- lo corrigió, pues, por primera vez, tomó en cuenta la genética y se consideró italiana por genética a pesar de que, culturalmente, era italo-greca y por partes desiguales: veinticinco Italia, setenta y cinco griega.

 

- Entonces, ¿creció en Italia o en Grecia o aquí?

 

- En Grecia- sonrió. – El italiano se aprende por la familia y por el trabajo, el inglés porque es básico

 

- Y yo que no paso del inglés- rio avergonzado.

 

- Seguramente tiene otras gracias- dijo, sólo para hacerlo sentir bien. – Digo, en el Army tiene que haber estudiado algo interesante

 

- Física e Ingeniería Nuclear

 

- ¿Ve? Yo no pasé de los dibujos y del desvarío- sonrió. – Soy Diseñadora

 

- ¿De modas?

 

- De Interiores y de Muebles

 

- Me la habría imaginado más de modas- dijo, pensando que era un halago.

 

- ¿Por qué?

 

- Por sus zapatos- los señaló. – Creo que asocio esas cosas raras con ese mundo

 

- ¿Qué tienen de raro mis zapatos?- frunció su ceño, volviendo a verlos un tanto extrañada.

 

- Las espinas- Sophia sólo rio nasalmente y levantó rápidamente la ceja con diversión al escuchar el grito mental de Emma: “No son espinas, son púas. Mente aguda.”. - ¿Punzan?

 

- No- rio. – No son un arma, son de cuero

 

- Interesante zapato, mínimo cuesta un ojo de la cara

 

- Tengo mis dos ojos todavía- sonrió divertida. – Pues, con miopía pero los tengo. Hay para hombres también

 

- Pero no con tacón, ¿verdad?- Sophia sólo dejó caer su cabeza para no hacer algo tan evidente de su risa burlona. – Sin tacón- dijo el hombre ante la risa de la rubia y simpática compañera de vuelo.

 

- Supongo que si quiere con tacón- dijo, riéndose con el pecho y los labios fruncidos, risa que era idéntica a la de Talos Papazoglakis. – Para eso tendría que hablar con ella- le señaló a Emma.

 

- ¿Son su creación?- ensanchó la mirada, pero era como una sorpresa agradable, como si estuviera fascinado.

 

- No, ella sabe cómo hacer que el diseñador haga un zapato a su gusto y de acuerdo a la forma de su pie- resopló, viendo a Emma dibujar una sonrisa que daban ganas de besarle.

 

El hombre, avergonzado pero divertido, se quedó en silencio hasta que el avión empezó a acelerar para despegar, el momento más preciado para Emma, el momento que le sabía a paradoja: su gusto, hasta emoción, y el miedo o estrés de los que no gozaban del ruido  del temblor de la cabina. Le gustaba tocar “Habana Twist” en su cabeza mientras cerraba sus ojos, se cruzaba de brazos y empezaba a marcar el ritmo de aquella música con sus dedos de la mano derecha en su antebrazo izquierdo, así como el temblor del pie izquierdo, el que le colgaba al tener la pierna cruzada, el que marcaba los tambores de aquella canción. Y era demasiado bueno para ser verdad. Emma respiró hondo, abrió los ojos y no cruzó su pierna izquierda sobre la derecha, sino al revés, no cruzó los brazos, sino tensó sus dedos índices contra las cutículas de sus pulgares, y no tocó “Haban Twist”, sino todo lo contrario, la canción que más despreciaba desde los tres años y de manera consciente, inconsciente y subconsciente, “Bamboleo” de los Gipsy Kings, todo porque el tío Salvatore, el hermano de Franco, se había pasado todo el verano en Cagliari con la puta canción, y esa canción sólo le inspiraba violencia verbal, de esa de: “Alla cazzo di cane, cazzata! Stronzo, testa di cazzo! Porco di mignotta! Figlio di Puttana, pezzo di merda! Fotti tua madre! Scopa!”. Todo porque el niño, que no podía sentarse al lado de la ventana sino a su lado, claro, a su lado inmediato, empezó a llorar como si el mismísimo Satanás se estuviera vengando de Emma por el abuso del Citrato de Sildenafilo, por esa folladera/fornicadera/cogedera que se trajo con Sophia como si quisiera empezar mal el año, y que lo había empezado mal con ese dolor de entrañas, dolor que ya se había disipado de manera aparente. Y el llanto del stronzino se contagió por la cabina y lloraron tres más. ¿Cómo es posible que cuando a uno le dicen “un bebé” todos se derriten pero prefieren tener a un dragón de komodo y no a un bebé, o niño/infante, al lado todo el vuelo? ¿Cómo, en qué mundo, en qué cabeza todos prefieren un depredador y no un bebé? Y Emma no supo qué la poseyó en ese momento y, tres, dos, uno:

 

- Sta ‘zitto!- gruñó para el niño a pesar de que no lo vio, y sólo Sophia entendió que ese era el acabose de la cordura mental de Emma. – Scopa…- siseó repetidamente mientras sacudía su cabeza. Menos mal que la madre del ofendido, o que no era tan ofendido sino más bien que había sido callado sin la más mínima de las consideraciones de la elocuencia y le retórica, no sabía hablar italiano, menos por cómo lo había dicho Emma entre sus dientes. Esos cinco minutos que se tardaron en apagar la señal del cinturón de seguridad fueron eternos, más eternos que el “sí” que Sophia le había podido regalar al aceptar su propuesta. Violentamente se quitó el cinturón de seguridad y, literalmente, corrió hacia el baño como si estuviera completamente desubicada, y Sophia, en su inmenso súper disimulo, la siguió con pasos calmados y actitud de “aquí no ha pasado nada, nada que ustedes sepan”. - ¿Podría tener un poco de agua?- preguntó a las dos aeromozas que no hacían nada por sus vidas en ese momento, que ella sabía y comprendía que se le había olvidado el “Disculpe” y el “por favor”, pero sólo quería agua.

 

- El carrito con las bebidas pasará en unos momentos- sonrió la del acento sureño.

 

- Sólo un poco de agua- casi se los implora, que yo creo que si les hubiera dicho: “Agua o asesino al niño que estaba llorando a mi lado, a los Generales que me robaron mi asiento y a cualquiera que me saque de mis casillas zen”.

 

- Tome asiento, Señora- le dijo la otra, que Sophia ya había llegado y había escuchado el tono de “por favor” de Emma.

 

- Disculpe, ¿me podría dar un vaso, por favor?- sonrió Sophia, que la sureña, amablemente, le alcanzó un vaso de plástico. – Gracias- le dijo, y se acercó a Emma. – Inspirare… espirare- le dijo, tomándola de la mano frente a las aeromozas que las veían desconcertadas. – Inspirare… espirare…- y Emma que le hacía caso, que, en otras circunstancias y con alguien más que no fuera Sophia, eso de “inhala, exhala” habría sido que le metía el “Inhala” y la mitad del “Exhala” por donde todos sabemos. – Inspirare…- y se retiró al baño sólo para llenar el vaso con el agua que le habían negado aquellas dos insípidas mujeres, que sabía que no era el agua más potable de todas pero nunca como el agua que había salido de aquel lavamanos en Boston, entre eso y la del avión: la del avión. – Aquí tienes, mi amor- le alcanzó el vaso y Emma, con mirada agradecida, bebió el agua que tenía sabor a Pellegrino sin gas.

 

- Gracias- suspiró, llevando su mano a sus ojos para presionar sus lagrimales, pues eso, extrañamente, la relajaba un poco.

 

- ¿Te sientes mejor?- tomó el vaso de su mano y se lo alcanzó a una de las aeromozas, a la que estaba siendo testigo de todo aquello desde el “mi amor”.

 

- No realmente- murmuró pequeñamente.

 

- En escala de Toro de Encierro en Pamplona a la Crisis de Octubre del ’62, ¿qué tan enojada estás?

 

- No estoy enojada, estoy Gorbachev después del Chernobyl- suspiró.

 

- Fuck- resopló Sophia y sólo la envolvió entre sus brazos.

 

- Disculpe- llegó la mujer que se sentaba al lado del diablito que había interrumpido el momento zen de despegue de Emma. - ¿Podría comprar un yogurt para mi hijo?- Emma y Sophia vieron aquella injusticia suceder.

 

- No se preocupe, cortesía- sonrió la aeromoza que le había negado un vil vaso con agua a Emma, y le alcanzó el yogurt ese de asqueroso sabor a “blueberry chewing gum”.

 

- Mi amor- susurró Sophia para Emma, que ya le veía las ganas de ahorcar a la cagna esa, y volvió a llamar la atención de ambas aeromozas. – Tranquila, ¿sí?- y le dejó ir un beso suave en los labios que escandalizó a las que menos les podía importar pero, después de todo, era un espacio público.

 

- Disculpen, pero no pueden hacer eso a bordo- las interrumpió la sureña, la que recibió la sentencia de muerte de parte de la mirada y la ceja elevada de Emma junto con los ojos cerrados, fuertemente, de Sophia. – Tomen asiento, por favor- pero Emma, entre su berrinche, su enojo, su desesperación, su indignación y su bien puesta altanería, le dejó ir un beso a Sophia con toda la mala intención. – Por favor, sino tendré que llamar al Capitán para que las sancione

 

- Whatever…- suspiró Emma, dándole un beso en la frente a Sophia y retirándose por el pasillo, que Sophia la siguió porque iba decidida a pedirle, sino a rogarle, al Mayor Jefferson Osborne el favor de su vida, pues, para salvarle su vida, la vida que no había perdido en algún Tour.

 

- Mayor Osborne- se dirigió a él con una sonrisa carismática, que Emma estaba de pie frente al asiento y Sophia más hacia la fila de adelante. - ¿Usted cree que sería posible si usted y yo cambiamos asientos?- “por el bien y la seguridad de todas las vidas en este avión, haga algo sensato y acceda”.

 

- Claro, claro- sonrió.

 

Se quitó el cinturón de seguridad y se tomó su tiempo para deslizarse al asiento de Sophia, pues antes tuvo el detalle de cambiar el bolso de Sophia de asiento, pero, en ese preciso momento, los Dioses del mal Karma y del malhumor decidieron desatar su furia contra Emma: el niño entró en completa necedad de que no quería soltar el recipiente de yogurt azul-vómito-de-Listerine porque quería comerlo él con su propia independencia, pero la mamá se lo peleaba a tirones porque no quería que manchara los asientos con el desastre que solía hacer y, de tirón en tirón, la racional mamá soltó el recipiente y el niño tiró con fuerza hasta que el recipiente cayó estratégicamente sobre el pantalón y el Stiletto de Emma. EL DIABLO ESTÁ A BORDO. Emma cerró los ojos y respiró hondo, que clavó sus uñas de sus dedos índices en las cutículas de sus pulgares hasta casi arrancarse los dedos involucrados, y abrió los ojos mientras escuchaba un: “¡Por Dios, Aiden! ¡Mira lo que has hecho!” y, claro, la adulta responsable se enojó, como si fuera sólo culpa del niño.

 

- Discúlpelo, por favor- salió aquella mujer con un paño húmedo con olor a infante-que-todavía-usa-pañales y pretendió limpiarle el pantalón y el Stiletto a Emma mientras el Infierno se desataba con el niño, el tal “Aiden”, llorando por haber sido regañado y por haber tirado su yogurt.

 

- No se preocupe- murmuró Emma, que no quería que la tocara, mucho menos con aquel olor impregnado en aquel paño, pero la mujer la limpió. – No- intentó no gruñir. – No se preocupe

 

- De verdad, discúlpelo

 

- No se preocupe- repitió.

 

- Aiden- le llamó la atención. – Pídele una disculpa a la Señora

 

- No hace falta- resopló inundada en incomodidad, que se agachó para detener a la mujer y a su mano que limpiaba sin cuidado alguno su ya-de-por-vida-arruinado-Louboutin. – Por favor, no hace falta- le clavó la mirada en los ojos, una mirada turbia de “deténgase”. – Me voy a cambiar- susurró Emma para Sophia, quien sabía que tenía que cambiarse porque no soportaba el olor al yogurt, por eso lo comía muy rápido y con granola y miel, para opacar el molesto y ácido olor.

 

No era precisamente por eventos desafortunados e inesperados como esos que Emma llevaba cambio de ropa a la mano y no en su Pégase sino en su Keepal, mismo maletín donde guardaba su portátil, su iPad y todo su arsenal de cargadores y cables necesarios. Caminó hasta donde debió ser su asiento desde el momento en el que lo compró, que ahora se sentaba un General del Ejército al que ella mantenía con sus impuestos. Irónico, ella pagando impuestos, ella dándoles el salario, y ellos quitándole su asiento, asiento que, de haberlo tenido, no habría pasado nada y su pantalón habría quedado intacto, al igual que su hígado, que era peor un enojo Pavlovic que una intoxicación por alcohol. Tomó su maletín y, esparciendo aquel sabroso olor a yogurt de asqueroso sabor, ese olor que provocó náuseas en los Generales, y con qué gusto. Se dirigió al baño de Primera Clase porque era su baño también y, mierda, una falda y no un pantalón para los 17°C que le esperaban, que en Fahrenheit nunca le había interesado saber porque su cuerpo no lo comprendía, y, ni modo, se sacó el pantalón sólo para darse cuenta de que esa falda no le daría oportunidad alguna de abusar de la presencia de un inofensivo G-String porque se le notaba al ser una falda hasta la cintura y sin la banda elástica del otro pantalón; esta falda tenía dos línea de dos botones cubiertos al frente, cubiertos de la misma manera que su chaqueta. Se subió a sus Manolos negros, que eran de patrón de leopardo negro sobre base negra, muy meticulosos y juguetones, y, luego de haber intentado salvar sus Louboutins con agua y jabón, que los dio por perdidos hasta que los pudiera llevar a Bergdorf’s para que los curaran, salió de aquel baño como si nada hubiera pasado. Lo único que no se pudo quitar fue el enojo.

 

- Qué guapa, Arquitecta- le susurró Sophia en cuanto se puso de pie para darle el asiento del centro, que no era que a Emma le gustara, sino que era para mantenerla a su lado pero lo más lejos posible del niño.

 

- Gracias, Licenciada- sonrió sinceramente ante el halago, pues el enojo no era con ella, era con el resto del universo. – Gracias por el asiento, Mayor Osborne- sonrió para él mientras se abrochaba su cinturón de seguridad. – Emma Pavlovic- se presentó, alcanzándole la mano, que creyó que era lo más justo después de la amabilidad que había tenido con ellas.

 

- Mucho gusto, Emma Pavlovic- sonrió. - ¿Italiana también o usted es la griega?

 

- Nunca escuché un apellido que terminara en una “c” romana

 

- Eso es porque probablemente habrá escuchado apellidos, o palabras, que terminan en “ć” que se da en el polaco, en el serbio, en el croata o en el bosnio, y probablemente ha escuchado que terminan en o en “č”, que eso básicamente sucede en el checo. Ambos suenan a “ch”, que en ese caso fuera “Pavlović” o “Pavlovič” pero no. En parte es que está mal escrito, más bien mal transcrito porque en la época de Checoslovaquia se hablaban tanto checo como eslovaco, en aquel entonces me habría llamado “Pavlovič” pero, por cuestiones de que mi abuelo estuvo en Italia desde qué-sé-yo-cuándo, el registro salió como “Pavlovic” a falta de acento en el sistema, que tampoco está mal escrito en sí porque también existe pero es muy raro. Además, si usted dice “Pavlovič” y no sabe cómo se escribe puede ser que me tome por polaca, que no es una de mis pasiones- sonrió. – Aclaro, no estoy para discriminar, simplemente es cuestión de patriotismo

 

- Le preguntaba porque, al único que conozco con ese apellido, es a Sasha Pavlović

 

- El que juega para los Celtics, ¿cierto?- él asintió. – Serbio si no me equivoco- sonrió.

 

- Sí, pero aquí le quitan el acento a la “c” y lo siguen pronunciando igual… supongo que una clase de cultura o de orígenes y gramática u ortografía es lo que nos falta

 

- Son errores comunes que no creo que insulten, es como el “Greenwich”- sonrió. – Las pronunciaciones varían, el punto es que se entienda

 

- Sí, como “Bowner”- comentó, sonando aquello como “Boner” y haciendo que Emma se riera. – Esa es la típica reacción ante el apellido de uno de los Generales- patético, un General de apellido pronunciado “Erección Fálica” le había robado su asiento.

 

- Y, ¿el suyo?

 

- También entra en esa categoría de múltiples pronunciaciones, pero nada como “Bowner”- sonrió. – Pero, como sea, Emma Pavlovic- sonrió, pronunciando el apellido de Emma como era para ella. – A usted sí la veo como diseñadora de modas

 

- Mmm…- tambaleó su cabeza. – Interiores

 

- Definitivamente nunca conocí a Diseñadoras de Interiores- resopló. – Son una rareza

 

- ¿Por qué es eso?- frunció su ceño y ladeó su cabeza.

 

- Bueno, con todo el respeto que puedo exteriorizar- dijo, que Emma supo que estaba nervioso por las palabras de “niño grande”. – Nunca creí que una Diseñadora de Interiores sería tan guapa- y la alarma de Sophia se activó. – Pues, siempre me las imaginé un poco bohemias, no sé por qué… pero hoy me doy cuenta que mi teoría está mal con usted… muy guapa, muy sofisticada

 

- El gusto se adquiere, Señor Osborne, y lo que usted tiene es un estereotipo un tanto extravagante- sonrió. – Si le dijera que soy Arquitecta, ¿qué esperaría?

 

- Me diga lo que me diga, yo creo que usted debería ser modelo- le dijo, que Sophia pasó la página sin necesidad de hacerlo y la rompió de aquello que ya hervía en ella.

 

- ¿Modelo? ¿Yo?- resopló Emma mientras sacudía la cabeza.

 

- No quiero ofenderla- sonrió aquel hombre que ya tenía sonrisa coqueta y mirada de intento de seducción. – Pero yo creo que usted estaría perfecta para ser modelo de Victoria’s Secret- patético, se merece Valentino. Emma rio con una suave carcajada, y si no hubiera sido porque el comentario le sonrojaba, Sophia no habría roto la segunda página. – Sin ofender, de verdad, pero yo fuera a Victoria’s Secret sólo para ver sus posters, o me subscribiera al catálogo mensual si es que hay uno

 

- Es usted muy amable- resopló Emma. – Pero me quedo con mi carrera de Arquitectura y Diseño de Interiores, que mi cara me va a dejar de dar de comer cuando se me agudicen las arrugas- señaló aquellas leves y superficiales marcas de felicidad alrededor de sus labios, aquellas que se formaban únicamente cuando sonreía. Culpemos al cigarrillo, aunque le exceso de sol romano también tenía la culpa, pero no era nada que, si Emma no lo mencionaba, no se notaba.

 

- Seguramente ganaría muchísimo como modelo- comentó. – He escuchado que ganan alrededor de diez millones de dólares- sonrió, ¡error! Depende de quién hablemos. – Podría costearse un asiento en Primera Clase y se evitaría accidentes como los del yogurt- ¡doble error! Emma sólo rio nasalmente. - ¿Verdad que eso suena atractivo?

 

- Sin ofender- lo remedó. - ¿Por qué cree que estoy en este asiento y no en Primera Clase?

 

- Bueno, no quisiera insinuar nada, pero quizás es porque no puede costearse un asiento en Primera Clase, cosa que, si ganara diez millones al año, supongo que pudiera hacerlo

 

- Señora Pavlovic, disculpe- la interrumpió la aeromoza con las bebidas y el brioche que les había prometido. – Tengo el formulario para el reembolso y las especificaciones para su vuelo de regreso, sólo necesita llenarlo. Usted también, Señora Rialto- sonrió, alcanzándoles dos páginas blancas con copia adjunta en amarillo.

 

- ¿No podemos hacer sólo uno?- preguntó Emma, desconcertando a la aeromoza. – Fue un pago nada más

 

- Ah, bueno, en ese caso sí- sonrió, recibiendo el formulario de las manos de Sophia mientras Emma colocaba sus bebidas en la mesilla de Sophia para tener espacio para llenar aquel formulario. – Y aquí tengo la declaración de las veinticinco mil millas para que usted pueda ser parte de nuestro AAdvantage Gold Membership- le alcanzó un folder. – Puede leerlo, tómese el tiempo que necesite para leerlo, y si le agrada la oferta y los beneficios… por favor, nos daría gusto tenerla en nuestro selecto grupo- sonrió. – También para usted, Señora Rialto- le alcanzó uno a Sophia. - ¿Puedo ofrecerles algo más?

 

- Sí- asintió Emma, materializando el gemelo de aquella pluma fuente Tibaldi con la que tomaba todos los apuntes, pero éste era un bolígrafo, igual en azul imperial y con comodidad para escribir en tinta negra, pues cómo odiaba Emma escribir con un bolígrafo en tinta azul, eso sólo para las plumas fuente. – Un yogurt para el Señor de al lado- señaló al niño, que llamó la atención de la mamá, quien sólo le sonrió.

 

- Y otro jugo de tomate, igual- añadió Sophia. – Por favor- la mujer agachó la cabeza y se retiró. – Haz lo tuyo, si te parece bien, lo firmaré yo también- susurró para Emma, quien ya estaba llenando aquel formulario con sus típicas letras pequeñamente mayúsculas.

 

- Perché sei così arrabbiata?- murmuró mientras sacaba su cartera para apuntar los datos de su tarjeta de crédito, que el uniformado se sorprendió en cuanto vio que era una American Express Platinum, aquella que había escuchado que era perfecta para los que viajaban, que era así como Emma conseguía comodidades en casi cualquier hotel y en casi cualquier vuelo.

 

- Non sono arrabbiata- respondió, guardando la revista en el respaldo del asiento frente a ella para poder prepararle la bebida a su novia: antes del jugo de tomate, que le habían llevado la lata, dejó ir los cincuenta mililitros de Absolut Vodka, qué asco para Emma pero no había Grey Goose, luego la sal, la pimienta, el gajo de limón y, por último, el jugo de tomate.

 

- Disculpe la pregunta incómoda- le dijo el uniformado a Emma mientras abría su pasaporte para apuntar los números que no sabía de memoria. - ¿Por qué le están reembolsando?

 

- Porque no estoy en Primera Clase sino aquí- murmuró, abriendo aquel documento en la página de la fotografía. Emma era mortal, hasta en ese tipo de fotografías salía mal. – Que, en realidad, deberían estarme reembolsando casi catorce mil dólares, que es lo que me están reembolsando aquí- y le señaló el monto que ya la aeromoza había escrito en el documento. – Y los mil trecientos que cuesta mi pantalón, más los seiscientos cincuenta que cuestan mis zapatos, y entonces sí sería un completo reembolso- dijo, que no era para que conociera el precio de su vestimenta sino porque era su manera de desahogar el asesinato de su The Row y sus Loubis, cosas que no tenían precio, así como su tranquilidad durante un vuelo de seis horas con dos horas ganadas o perdidas. - ¿Por qué el reembolso?- preguntó retóricamente y le otorgó un poco de su verde mirada. – Porque American Airlines, por muy orientada al cliente que sea, por muchos beneficios que crean que tienen, es una Empresa tonta, tonta- sonrió. – Y es tonta porque deja que un par de Generales del Ejército, a quienes yo les pago el alto salario con mis perfectamente declarados impuestos, nos usurpen nuestros asientos en Primera Clase- y Sophia sólo rio internamente entre la mordida que le daba a aquel Brioche con Nutella. – Yo entiendo que sean personas importantes, seguramente hacen un espléndido trabajo, pero no son más importantes que yo cuando yo no sólo pago sus salarios sino también mi cómodo asiento, privado de niños y generoso en silencio. Ahora, usted dígame a mí, ¿qué los hace a ustedes más importantes que yo? ¿La Guerra en Iraq?- resopló. – Sin ofender, ustedes mandan a buenos hombres a su propia perdición, física y/o psicológica. Yo, por el otro lado, me encargo de asegurarme que, lo que sea que yo diseñe, sea construido con seguridad para los habitantes de dichas casas, apartamentos u oficinas. Yo no ordeno la muerte a largo plazo de un batallón, yo me encargo de darles un hogar seguro a los civiles que se supone que ustedes paranoicamente protegen…a los civiles que, aparentemente, ven de menos por tomarse atribuciones como las de usurpar mi asiento en un vuelo porque usted es General y yo una simple Arquitecta italiana que ha rechazado la ciudadanía norteamericana, no la de Canadá, porque ellos no son Norteamericanos, no- sacudió la cabeza con sarcasmo. – Y que la ha rechazado porque me gusta que me dé, pero no que me quite y, el día de hoy, me han quitado un buen pantalón, un buen par de Stilettos y un asiento en un vuelo que el Ejército no pudo auspiciarles costosamente en un avioncito aparte. – y eso fue lo que quería decir, eso era lo que necesitaba decir, pero había algo que su propio papá, aquel hombre que le había otorgado, por parentesco inmediato, un pasaporte diplomático a pesar de ya no estar en el mundo carnal, le había enseñado: “Emma, Tesorino; la diplomazia é la chiave del successo: raccontare un asino come non-così-intelligente lui é.”, y eso hizo. – Nos movieron para que los Generales del Ejército pudieran viajar cómodamente- sonrió, que el sarcasmo fue algo que no pudo evitarse.

 

- Lamento mucho que hayan tenido que moverse de asiento- suspiró. – Me disculpo en nombre de mis Generales

 

- Se puede disculpar todo lo que quiera- le dijo entre un suspiro. – Pero no creo que lo lamente en realidad- y ella iba más por la línea de “no creo que les importe mover a otras personas sólo porque ahí vienen ustedes”.

 

- No, en realidad no lo lamento- sonrió, bajando la mesilla para apoyarse con su codo de ella, así se apoyaría de su mano para entrar en modo coqueteo sin piedad, que no sabía por qué pero la idea de que se pudiera costear Primera Clase le otorgado cierta plusvalía, y, por si eso fuera poco, el hecho de que se hubiera movido, pues, para él, aquello significaba que respetaba al Ejército tanto como él. – No lo lamento porque la he conocido a usted- a Sophia no le dio cáncer de hígado en ese momento porque la serotonina de la Nutella se encargó de combatir su iracunda combustión. – Nunca me imaginé que iba a conocer a una mujer tan hermosa, mucho menos en un avión- ¿cuándo va a soltar la bomba de “¿Estás bien? ¿Te golpeaste? Es que creo que te caíste del cielo”?

 

- Sí, cuáles son las probabilidades, ¿no?- resopló Emma, no dándose cuenta de que, con eso, sólo le daba alas al uniformado y traspasaba su enojo a Sophia, pero, en realidad, Emma no le estaba prestando atención.

 

- ¿Cuántos años tienes?- le preguntó con una estúpida sonrisa. – Porque te puedo tutear, ¿verdad?

 

- Me gusta más cuando me tratan de “usted”- sonrió, pues sólo aquellos que la conocían más o menos bien podían tutearla.

 

- ¿Cuántos años tiene, Licenciada Pavlovic?- se corrigió, pero lo hizo mal, cosa que a Sophia le gustó porque sabía cómo a Emma le molestaba que la llamaran “Licenciada” cuando no lo era, pues, en dado caso, que la llamaran “Máster Pavlovic” porque su Máster era en Diseño de Interiores, lo que todos asumían que era su Grado, su Licenciatura.

 

- Arquitecta- lo corrigió con un suspiró. – Arquitecta Pavlovic- reafirmó.

 

- Pues, de verdad se equivocó de carrera, Arquitecta Pavlovic- comentó en aquel tono coqueto que a Emma no le hacía pero ni cosquillas para reírse. – Debería optar por el modelaje, por la lencería… ¿o es menor de edad?- resopló, pues cómo quería él saber su edad.

 

- Tengo edad suficiente para decidir mi camino, la he tenido desde que nací, desde que escogí ser Arquitecta- cerró su pasaporte y, una ligera pesca en el bolso de Sophia después, sacó su pasaporte, pues debía justificar ambos pasajeros para el reembolso de ambos asientos.

 

- Mujer con decisión- creyó halagarla, que Sophia le otorgó un “alago”, sin “h”, de tan estúpido que aquello era. – Me gusta cuando las mujeres son así

 

- El setenta y tres por ciento de los hombres dicen que les gustan las mujeres de carácter fuerte, que se puedan cuidar solas, pero, en realidad, sólo el veintisiete por ciento lo dice en serio- murmuró Emma, sonriendo ante la fotografía del pasaporte de Sophia.

 

- Yo le juro que soy del veintisiete por ciento- dijo con orgullo.

 

- Seguramente, en el Ejército- dijo, colocándole un peso sarcástico a la institución. – Sólo hay mujeres así; con carácter, fuertes, independientes

 

- Pero nunca tan guapas como usted- Emma rio nasalmente y, revisando que todo estuviera en orden, plasmó su intricada firma en la esquina inferior derecha. – Es en serio- dijo, como si Emma no le hubiera creído, aunque ella sabía que no era fea, que algo tenía.

 

- Gracias- levantó la ceja derecha, colocando el folder sobre aquel formulario para sacar el regalo de veinticinco mil millas que a Emma ni le iban ni le venían. Tomó el jugo de tomate en su mano y, con una sonrisa para Sophia, quien se evidenciaba entre su arrabbiatismo, así como diría Phillip para decir “enojo”, cerró cariñosamente sus ojos, así como si le estuviera dando un beso y un “gracias” por su jugo de tomate, pues así lo veía el niño de al lado, pero era una “Maldita María”, o una “Sangrienta María”, dependiendo de cómo se veía la situación, bueno, un “Bloody Mary” en la jerga adulta. – Excelente- levantó su ceja en felicitaciones para la Mixóloga por accidente, quien sólo agachaba la cabeza mientras embadurnaba su Brioche con más Nutella.

 

- Entonces, usted es Arquitecta- dijo, como si aquello era un descubrimiento para Emma, pues la memoria no la había perdido, no todavía. Ella asintió. - ¿Qué tipo de Arquitecta?

 

- Pues…- resopló. – Del tipo que diseña y le hace la vida imposible a los Ingenieros por hobby cuando están construyendo

 

- Y… ¿qué tipo de cosas diseña? ¿Muebles también?

 

- No, el mundo de los muebles no es tan sencillo como parece- dijo, elogiando a Sophia de manera indirecta. – No sólo es poder diseñarlos sino también poder construirlos o ensamblarlos

 

- Pero, vamos, usted es Arquitecta y Diseñadora de Interiores, ¿por qué no?

 

- Porque hasta para trabajar la madera de una silla es un proceso distinto al que yo utilizo para inventar poner una viga de la misma madera

 

- Dios no quiera que se arruinen esas manitas- Emma rio en sus adentros, de esas risas con el abdomen, y Sophia que introdujo el resto del Brioche a su boca para no estallar en una carcajada. – Ha de salir caro el manicure… y me imagino que no sólo el manicure, sino también un pedicure y un facial, quizás- Emma tambaleó la cabeza, pues los faciales, por el hecho de involucrar manos ajenas en su rostro, estaban más que prohibidos. - ¿Le gustan los manicures y los pedicures?

 

- Si son los sábados después de una noche de buen sueño y descanso y un brunch en perfecta compañía…- sonrió, refiriéndose a las noches de viernes que solían involucrar sexo, lo idílico para caer muerta entre los brazos de Sophia, pues no sabía por qué los viernes le gustaba dormir entre sus brazos, por qué los viernes en especial. Los sábados, que eran despertarse entre ocho y nueve, a las siete y media en el peor de los casos, y era cuando se quedaba en modo “haraganeo” con su cabeza sobre el pecho de su rubia prometida, que a veces platicaban, a veces sólo se quedaban en silencio y con sus ojos cerrados, a veces eran incapaces de no tenerse ganas, a veces se quedaban estancadas en el beso de “buenos días” como por quince minutos o hasta que les dolieran los labios y las mandíbulas. Y, la perfecta compañía de brunch, eran por supuesto los Noltenius y Sophia en dominio Noltenius o en dominio Roberts, o sólo con Sophia y los buttermilk pancakes, que tanto le gustaban a la perfecta compañía. – Claro que sí

 

- Me imagino que una mujer como usted, así de guapa- Sophia casi vomita. – Debe pagar millones por su apariencia

 

- Ah, pero no tengo millones porque no soy modelo- sonrió satíricamente.

 

- Pero debe invertir mucho en su imagen

 

- Me sale más caro cortarme el cabello

 

- ¿Sí?- Emma asintió. – Si no es indiscreción de mi parte, ¿cómo cuánto le cuesta su belleza?- y Emma, no sabiendo exactamente por qué, se sintió un tanto prostituizada, si es que la palabra existía. - ¿Cincuenta dólares?

 

- Mmm…- sonrió, colocando la dirección del Estudio en aquel regalo de millas aéreas para que todo le llegara al Estudio y no al apartamento, todo porque no quería recibir llamadas de “Buenos días, Señora Pavlovic, habla Fulano de American Airlines, del programa de viajero frecuente AAdvantage y quería saber si me podría regalar un minuto de su tiempo”, llamadas que Gaby, muy amablemente, colgaba en su debido momento. - Un poco más

 

- ¿Sesenta?

 

- Cuando es manicure y pedicure- suspiró. – Cada quince días

 

- Y cuando se corta el cabello, ¿ochenta?

 

- Ciento dos- sonrió, no sabiendo por qué la respuesta le había salido tan automática, quizás porque estaba más concentrada en escribir sus datos personales en aquel papel.

 

- ¿Ciento dos por un corte de cabello?- murmuró escandalizado, pero Emma no respondió por estar escribiendo. – Debe ser un genio el que le corta el cabello, Arquitec…ta- suspiró, pues Emma elevó su ceja y mordió su labio inferior; manía de cuando escribía, como si escribiera con la boca, aunque sólo lo hacía cuando escribía números.

 

- Manhattan es caro para cortarse el cabello, sea quien sea que se lo corte, así sea que se gane cortando arbustos con tijeras de podar y le maltrate el cabello

 

- A mí me lo cortan en la Base

 

- Más bien se lo quitan- sonrió.

 

- Usted tiene un cabello muy bonito- continuó con sus halagos que no tenían sentido más que para una sufrida Sophia, ¿por qué Emma no le decía nada? ¿Por qué no le ponía un alto? ¿Acaso le gustaba que le coquetearan? ¿Acaso le gustaba que le coqueteara él? Una mente entre los celos podía pensar cualquier cosa, cualquier cosa que no fuera racional o coherente. – Y no sólo el cabello- Emma sólo rio, nuevamente con su abdomen y su pecho, pero la risa no hizo ningún sonido. – Y… bueno, ¿qué le gusta hacer en tu tiempo libre?

 

- Pues, lo normal… lo usual- sonrió, cerrando el folder para quitarle las cosas a Sophia de su mesilla, así ella podía declarar que recibiría el Estatus de Oro por millas aéreas que le cayeron sobre el regazo, literalmente, del cielo.

 

- Y… ¿alguna vez ha estado en Los Ángeles?- sonrió, introduciendo su mano en el bolsillo exterior de su chaqueta mientras se quitaba la boina.

 

- Sí

 

- ¿Cuánto tiempo se queda?

 

- El suficiente- respondió con la mejor de las evasivas.

 

- ¿Es usted una mujer más de vino tinto o vino blanco?- Emma ladeó su cabeza. - ¿Cerveza?

 

- No soy afín a la cerveza- levantó la ceja. – Grey Goose

 

- ¿En algún Martini?

 

- O en las rocas

 

- Bueno- sonrió, tomando el bolígrafo de Emma, sin su permiso, para escribir algo en el reverso de una tarjeta que había materializado. Emma se petrificó ante aquel abuso de confianza, que eso sí que era abuso, debía ser ilegal. – Si le interesa, Arquitecta- le alcanzó la tarjeta junto con el bolígrafo, que Emma sólo le tomó la tarjeta y le clavó la mirada a la parte brillante del bolígrafo en donde lograba ver las huellas digitales de aquel abuso, y, como no supo tomárselo, él lo colocó sobre el folder de donde lo había tomado. – Puedo darle un tour por mi ciudad, quizás podría invitarla al mejor Martini de California, al mejor Martini de su vida- Emma elevó su ceja hasta casi la Exósfera al ver que era su número telefónico. Sophia dejó de escribir y ahogó su gruñido de furia histórica, que jamás, nunca, nunca de los nunca, jamás de los jamás, nunca-jamás se sintió tan con el Diablo adentro, tan enojada, tan violenta, tan bélica.

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