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El lado sexy de la Arquitectura 27

en Lésbicos

- Let me go!- se quejó Emma, pataleando y tratando de librarse de Phillip.

 

- No, no y no- reía. – Y quédate quieta porque te puedes lastimar- reía más fuerte mientras la llevaba con su pelvis a su hombro derecho, tomándola por la parte trasera de las rodillas mientras Emma se reía sin sentido. – Emma, ¡sí que hueles a mujer!- se burlaba, por el olor a sexo que Emma llevaba consigo.

 

Bajaban por las escaleras, Emma se seguía quejando, atrás de ellos iba Natasha muerta en risa, más porque Phillip corría con Emma y veía el rostro de Emma de “me voy a morir”. Phillip había irrumpido en aquella habitación, haciéndose notar con el portazo, despertando a Emma y a Sophia a las exactas doce del medio día. Sophia, que estaba desnuda, le arrancó las sábanas a Emma para taparse, pues estaba contra la pared, Emma sólo en tanga y en la camisa de botones de la noche anterior, fue abusada por la fuerza bruta de Phillip al rehusarse a levantarse: causa de la escena. Y era que Emma estaba muerta después de esa ida a Nápoles el día anterior, pero se debían reunir con Camilla.

 

- Asshole!- gimió Emma saliendo a la superficie de la piscina. Phillip y Natasha se reían a carcajadas de una Emma divertidamente enfurecida.

 

- But I’m your asshole- rió Phillip, rascándose el pecho desnudo.

 

Sophia corrió desde las escaleras hacia abajo directo a Phillip y, embistiéndolo con todas sus fuerzas, pues era alto y fornido, lo empujó a la piscina también, no tomando en cuenta que ella también iría a parar a la piscina por el impulso.

 

- Ahora quiero ver que salgas, desgraciado, con ese tu bóxer blanco a ver qué no nos dejas a la imaginación- rió Emma a carcajadas mientras se apoyaba de la orilla con sus brazos y se impulsaba hacia arriba mientras dejaba que Phillip viera su trasero literalmente desnudo y la camisa pegada al torso, marcándosele sus senos y sus pezones, pero no era algo que Phillip no había visto ya.

 

Sophia siguió a Emma, dejando a Phillip solo en la piscina. Al salir apretujó sus senos y dejó que se escurriera su camisa. Natasha las veía con miedo, sabía a lo que habían salido y, por justicia manipuladamente divina, aquellas empleadas de Volterra-Pensabene tomaron a Natasha, quien sólo llevaba su sostén y unos cacheteros de encaje negro que no dejaban mucho a la imaginación, y, de un empujón, la tiraron a la piscina junto con su prometido. Natasha salió a la superficie mientras Phillip se acercaba más a la orilla, intentando tardarse lo más que pudo, pues era cierto; de que se le marcaría, se le marcaría. Natasha sonrió y, ante las manos tendidas de Sophia y Emma, salió de la piscina, escurriendo su cabello y su sostén para luego arreglarse la parte trasera de su cachetero.

 

- ¿Qué esperas? Sal- sonrió Emma. Oh, eso era venganza y de la tortuosa: impotencia contra vergüenza.

 

- Yo, aquí, como Suiza…- dijo Natasha, levantando las manos y diciendo que ella no participaría en esa disputa al ver que Phillip la veía con ojos de “dile que no sea mala”.

 

- Me voy a sentar aquí- dijo, sentándose en un Chaise Lounge. – Y no me voy a mover hasta que salgas, Don Penoso, Duque de mierda- rió, deteniéndose el abdomen de la risa y haciendo que Natasha y Sophia se rieran después del estado boquiabierto por el uso del “de mierda” por parte de Emma. – Y tengo tooooodo el día- concluyó, cruzando la pierna y apoyando su codo en ellas para apoyar su quijada en su mano, sin quitarle la mirada de encima.

 

Phillip respiró hondo y, peinándose hacia atrás aquella cabellera negra y marcando sus músculos mientras lo hacía, se empezó a acercar a la orilla de la piscina para salir. Sophia estaba sonrojada y todavía no había visto aquel menudo artefacto, de aquellos que no se le apetecían ni a palos, se tapaba con una mano los ojos, intentando su incómoda y penosa curiosidad y la luz de aquel penetrante sol del medio día. Natasha simplemente sonreía de brazos cruzados mientras su cuerpo goteaba no sólo agua, sino también lubricante femeninamente natural, pues sabía que, con sólo verlo, se le antojaría un poco de aquello. Phillip sacudió su cabeza, como en negación, pero aún así se impulsó de la orilla hacia arriba, haciendo que su bóxer, de por sí ya ajustado, se ajustara todavía más y se hiciera transparente, para que, cuando se pusiera de pie, dejara ver de lo que estaba hecho. Se dejó caer de nuevo a la piscina.

 

- Ugh…- suspiró Emma, poniéndose de pie y acercándose a Phillip, agachándose; poniendo una mano entre sus piernas abiertas para taparse del prometido de su amiga, que no era que no confiaba en él, era que lo respetaba, más a Natasha. – Era una broma…cuidado me punzas el ojo, Tigre- rió, dándole unas palmadas en la cabeza como las que le daba a Piccolo. – Quedamos a las cuatro…si van a hacer algo, es para salir a las tres- sonrió Emma para aquella pareja. – Sólo respeten a mi mamá

 

- ¿Tu mamá sigue en casa?- volvió a ver Natasha con mirada de sorpresa. Se esperaba otro perro.

 

- Sí, los miércoles no trabaja

 

Y Emma tomó de la mano a Sophia para que se dirigieran a la ducha. Se metieron a la ducha con ropa, de igual forma ya estaban mojadas, Sophia besaba a Emma mientras la tomaba por su trasero, clavándole sus uñas blancas y cuadradas, masajeándolo y acariciando su hendidura suavemente mientras Emma la aprisionaba contra la pared, en donde les llovía una cascada, por primera vez, fría, demasiado fría. Emma enterraba sus labios en el cuello de Sophia, tomándola por su trasero también, subiendo por su espalda, clavándole las uñas. Sophia tomó a Emma por el cuello de aquella camisa que le evocaban tantas cosas del día anterior.

 

Habían ido a Nápoles, un viaje de más o menos dos horas de camino en el que Emma dejó que Phillip condujera en carretera nada más para poder estar con Sophia en el asiento de atrás, donde la tomaba de la mano y dejaba que Laura Pausini, lo único que sonaba en el iPod de Emma, hiciera efecto en la atmósfera de los besos y las caricias que no tenían pena o vergüenza de hacerlo frente a Phillip y a Natasha, que a veces las miraban por el espejo, o las escuchaban besarse, pero, dentro de todo, fueron platicando sobre cosas relativamente banales, en donde Sophia se encargó de crear una lista de lo que había que hacer en Nápoles:

- Entrenar el paladar con una buena pizza napolitana, original y única en su clase

- Merodear sin mapa como todo buen turista

- Comer gelato de Chalet Ciro, uno de cada uno si se puede

-Regresar vivos

 

Emma tarareaba, y a veces cantaba apenada en voz baja, “La Cose Che Vivi”, pensando en Sophia, a quien le tomaba la mano, cosa que pasó todo el día, durante la pizza; que terminaron siendo cuatro pizzas, mientras la atacaba a besos en un callejón mientras Phillip y Natasha veían las tiendas de souvenirs, mientras caminaban sin destino por la ciudad para intentar digerir todo el gelato que se habían comido, mientras abrazaba a Sophia en el asiento trasero y jugaba a peinar su cabello hasta que se durmiera en sus brazos mientras Phillip tomaba la SS7 para tener vista al mar todo el camino aunque el viaje tomara una hora más. Al llegar, despertando a Sophia a besos, se retiraron a la cama todos por igual, pues entre la caminata por la ciudad y el adoquinado y la cantidad de comida, todos estaban exhaustos.

 

Alrededor de las dos de la mañana, Emma se despertó de golpe tras haber tenido un sueño no tan ameno para su tranquilidad emocional. Se encontró abrazada de Sophia, que apoyaba su cabeza entre su pecho y su brazo y la abrazaba por su abdomen. Emma sudaba a causa de sus palpitaciones agitadas por el sueño, que ni ella misma quería repasar el sueño, quería sólo obviarlo así como yo, sólo quería intentar respirar tranquila. Sophia se despertó ante aquella agitación repentina pero no estaba segura de qué decir; si decir algo o no decir nada.

 

- Shhh…aquí estoy yo, mi amor- susurró, abrazándola y acomodándose hasta llegar a su cuello y besarlo, tomando su mano con la suya. – Respira conmigo…- le puso su mano sobre su abdomen para que sintiera su respiración y ella pudiera imitarla. - ¿Estás bien?- susurró, viéndola a los ojos que, aun en aquella oscuridad, podía encontrar. Emma asintió, tocando el cuello húmedo de su camisa. – Estás ardiendo, mi amor…¿te quito la camisa?- preguntó, dándole besos en su mano. Emma sacudió la cabeza. - ¿El pantalón entonces?- Emma tambaleó la cabeza, o al menos así sintió Sophia.

 

Quitó aquellas sábanas de encima suyo, desarropando a Emma mientras, al mismo tiempo, se quitaba ella sus leggings, y, a gatas en la oscuridad, exploró aquella diminuta cama hasta llegar a su cadera, de donde se detenían sus jeans y, deshaciendo el cinturón y desabrochando el jeans, lo haló hacia afuera, gateando hasta sus pies. Sophia masajeó rápidamente los pies hirvientes de Emma, acariciando sus pantorrillas y sus muslos hasta llegar a su camisa, que desabrochó dos botones más y acarició su pecho húmedo y caliente con sus manos mientras, a horcajadas sobre la cama, la abrazaba con sus muslos por sus caderas, y besaba su frente, bajando por su nariz con besos hasta llegar a sus labios.

 

- ¿Sigo?- murmuró, dándole besos en su labio superior.

 

Emma emitió un “sí” gutural mientras la abrazaba por su cintura, metiendo sus manos bajo aquella camisa desmangada Polo hasta llegar a su espalda baja y subió, subiendo la camisa en el camino hasta llegar a sacar sus manos por la curvatura de las mangas, haciendo que Sophia se irguiera y, cruzando sus brazos, se sacara aquella camisa que, según ella, Emma quería sentir fuera, y así era. Reanudaron sus besos que no pasaban de sus labios, haciendo que Sophia cayera totalmente sobre ella al traerla con sus brazos contra sí, sintiendo la piel de Sophia rozarle sus caderas por el arrastre hacia arriba de su camisa, el roce de sus piernas. Sophia levantó su trasero para que, entre Emma y ella, sacaran su tanga y, así, Emma consiguió tenerla totalmente desnuda sólo para ella.

 

- ¿Quieres hacer el amor?- murmuró Sophia, pues cuando Emma no estaba emocionalmente estable por algo, no había manera de encenderla.

 

- Quiero tenerte así- respondió, besando la barbilla de Sophia. - ¿Quieres tú?

 

- No importa lo que yo quiera, mi amor…- sabía que Emma no quería y ella no estaba ardiendo tampoco, bueno, quizás si haya estado un poco mojada y tenía la respiración agitada, pero no, no quería.

 

- Onto my face- exhortó en aquel concierto de susurros.

 

Y Sophia, muy obediente, a horcajadas sobre la cabeza de Emma, fue atraída hacia la lengua de Emma con sus brazos por sus muslos, sacando un leve pujido al que intentó ahogar sin éxito. Se detenía de la repisa que estaba sobre la cama de Emma; la que tenía atestada de Vogue Italia.

 

- Spank me…- susurró Sophia entre sus respiraciones cortadas causadas por la lengua de Emma, que se paseaba con minuciosidad por su clítoris, endureciéndolo, hinchándolo y encandeciéndolo.

 

Emma, con su mano derecha, le dio una nalgada suave, luego otra, otra, y otra, haciendo del placer de Sophia un enorme placer que no conocía el silencio.  Le dio otra nalgada suave para corroborar sus sospechas, pues Sophia volvió a gemir. Emma llevó su mano por el vientre de Sophia, recorriéndola hacia arriba, apretujando suavemente sus senos para sentir sus pezones ya erectos, recorriendo su cuello hasta llegar, a ciegas, a sus labios, en donde le introdujo su dedo índice en la cavidad bucal de Sophia, quien sabía por qué lo hacía: para calmar sus gemidos, aunque eso sólo le excitara más. Sophia introdujo el dedo anular de Emma también, atrapándolos con sus labios, succionándolos de arriba abajo como a manera de felación, previendo que tal vez esos largos y delgados dedos irían a penetrar su ano, algo que se le antojaba desde hacía algunos días. Imitaba a la lengua de Emma con la suya, trazando los mismos círculos, las mismas líneas, las mismas succiones.

 

La Arquitecta sintió a Sophia hacerse hacia abajo, señal de su próximo orgasmo que no avisaría por tener la boca llena. Sophia tomó la cabeza de Emma con sus dos manos, ahogándola entre su entrepierna, creándole dificultades para respirar; por lo que Emma exhaló fuertemente mientras Sophia mordía sus dedos con fuerza, haciendo un gemido colectivo muy sensual mientras Sophia se mecía de adelante hacia atrás y en círculos sobre la lengua de Emma mientras la tomaba por el cabello. Sophia logró quitarse de encima de Emma para dejarla respirar y se dedicó a limpiar el contorno de los labios de Emma, con besos y lengüetazos suaves, probándose no sólo su sabor; un tanto salado pero dulce sabor, con aquel olor característicamente dulce y aquella textura propia de la feminidad, sino también los labios tristes de su novia. Emma la abrazó, acomodándose en la posición inicial y, para la sorpresa de Sophia, Emma movió un tanto sus piernas para que le fuera más fácil penetrarla, sí, en su ano con su dedo del medio, el que Sophia había lubricado.

 

- Agh…- gruñó entre dientes, siendo tomada un tanto por sorpresa. Al fin, no sabía por qué pero necesitaba a Emma ahí.

 

- ¿Te duele?- susurró Emma, preocupada y lista para sacar su dedo y besar aquel ano en compensación. Sophia sacudió su cabeza mientras se derretía ante un beso de Emma en sus labios, que ella la detenía con su dedo índice por su barbilla. – Relájate…- murmuró, haciendo que Sophia supiera exactamente lo que venía. Movió un poco más su pierna para abrir sus glúteos.

 

Sophia respiró hondo mientras soltaba un quejido sensual y caluroso que era causado por el dedo anular de Emma, el que se introducía lentamente en su cavidad anal, haciendo de Sophia una contracción corporal enorme que trituraba sus dedos, sus quejidos que eran tragados por la garganta de Emma.

 

- ¿Duele?- volvió a preguntar Emma.

 

- No, pero no me penetres, por favor- susurró, recostando su cabeza sobre el hombro de Emma, tomándolo como almohada, apretujando sus dientes por el dolor, intentando no quejarse, sólo respirando agitadamente.

 

- Perdóname- murmuró, sacando lentamente sus dedos de Sophia, quien emitió el quejido que quería contenerse.

 

- Está bien, mi amor- Emma encendió la lámpara de su mesa de noche, sólo quería cerciorarse que no le había hecho daño. Sophia no lloraba pero se notaba la memoria de su molestia. – Mi amor, estoy bien, de verdad…- sonrió un tanto cegada por la luz. Emma se puso de pie y se  dirigió al baño. - ¿A dónde vas?- Sophia se sentó sobre la cama, sintiendo aquella molestia todavía más. Emma no le respondió. Escuchó a Emma buscar algo mientras el agua corría con fuerza en el lavabo. - ¿Para qué es eso?- preguntó, viendo que Emma traía una toalla, un sobre, un recipiente con agua, algodones y un recipiente con gotero; era transparente y se hacía púrpura, con letras negras.

 

- ¿Confías en mí?- murmuró, colocando la toalla en el suelo, a la par de la cama.

 

Sophia asintió y se colocó en cuatro sobre la toalla, apoyándose de la cama con su cabeza mientras separaba sus glúteos con sus manos, sin que Emma se lo dijera. Emma colocó el recipiente con agua y le vació un sobre que contenía un polvo blanco y de relativamente mal olor, olía entre a hospital y a azufre, un olor que invadía el olfato y daban ganas de vomitar. Emma sumergió un poco de algodón en aquel agua turbia, removiendo el olor y el estómago de Sophia, lo escurrió un poco, le dio un beso al convaleciente agujerito, colocó el algodón sobre la hendidura del trasero de su novia, lo terminó de escurrir, haciendo que Sophia se quejara.

 

- Está caliente…- susurró, hundiendo su cara en las sábanas.

 

Emma se acercó a su ano y lo sopló para calmarle la temperatura. Volvió a hundir el algodón en el agua, lo sopló un momento y lo volvió a escurrir sobre su ano, posando luego el algodón en aquel agujerito. Sophia no sabía cómo sentirse; si consentida porque su novia le estaba intentando quitar esa molestia, si apenada por lo mismo, si mal por haberse quejado cuando podía haber aguantado un poco más el dolor o si enojada con Emma por haberla lastimado. Emma retiró el algodón y repitió el proceso cinco veces más mientras le tarareaba suavemente “La Cose Che Vivi”, acompañada por caricias y besos mientras el algodón reposaba sobre el agujerito. Lo retiró y sopló hasta dejarlo seco.

 

- Más tarde ya no te va a doler…- murmuró Emma mientras preparaba el gotero.

 

- No me dolía…- bostezó Sophia contra las sábanas.

 

- Te conozco, Sophia…- bostezó por contagio y vertió dos o tres gotas con el gotero por su agujerito, tenía un olor agradable, como a hierba de limón, que opacaba totalmente aquel olor molesto de lo anterior. Se lo esparció por su agujerito, masajeándolo suavemente en círculos, luego introdujo la punta de su dedo para esparcir el aceite por dentro. – No te preocupes, no te va a dar una infección...listo- dijo, dándole un beso en su trasero por seña que podía tomar otra posición.

 

Sophia se volvió a acostar sobre la cama, sintiendo un leve hormigueo en su trasero, como si hubiera sido un analgésico lo que Emma le hubiera aplicado, porque eso era, y resolvió acostarse sobre su costado mientras Emma ordenaba y se deshacía de aquel olor molesto. Escuchó a Emma gruñir y dar un golpe, y era porque Emma se estaba reprendiendo a sí misma por lastimar a Sophia, se había pegado en la mano derecha, con la que había pretendido penetrarla. Sophia la esperaba, todavía desnuda, y, cuando la vio acercarse, le clavó la mirada en aquellos ojos verdes rodeados por blanco a grietas rojas, cosa que no pudo apreciar bien porque Emma apagó la luz, precisamente para eso, para que no la viera.

 

- Me gusta que me cuides…- murmuró Sophia, aferrándose a Emma como cuando se habían despertado.

 

- No tendría que cuidarte si no te lastimara- repuso, abrazándola fuertemente y dándole besos en su cabeza.

 

- Son cosas que pasan, que ni tú ni yo podemos prever…y que no quiero prevenir tampoco- sonrió, paseando su mano dentro de la camisa de Emma, sintiendo el yacimiento de sus senos y retirándose de ellos porque sabía que Emma no se sentiría cómoda. – Se latrévo…- susurró para Emma, haciendo que sonriera y se riera por su nariz.

 

- Yo también te adoro, mi amor- y se fundieron en un abrazo hasta que Sophia se durmió, siendo protegida por Emma.

 

Emma no logró conciliar el sueño hasta cuando el sol ya había salido, tiempo que utilizó para pensar en lo de Irene, quien había aceptado ir a Venecia y eso la ponía nerviosa, pues dormiría con ella y con Sophia en la misma habitación en vista de que ya no tenían habitaciones individuales vacías, cosa que la llevaba a preguntarse cada tres minutos o menos si ella sabía de las preferencias sexuales de Sophia, si sabía algo de ella, algo en general, pero lo hecho, hecho estaba y ni modo. Laura, por el otro lado, se había negado a ir a Mýkonos porque tenía una cena muy importante, Emma se habría enojado cuando supo que era de la AGFP “Asociación Griega de Filósofos Post-modernos”, pero no, porque sabía que su hermana era incapaz de pensar más allá de las cuatro paredes y la melena rubia que la tenía en casa.

 

- ¿Excitada?- murmuró Sophia con una sonrisa mientras tiraba de aquella camisa de botones hacia los lados y reventaba las costuras que sostenían los botones, liberando sus senos. Emma se rió por la nariz. – Oops…¿era cara?- sonrió pícaramente, mordiendo su labio inferior por el lado derecho.

 

- Benetton- rió, embistiéndola contra la pared mientras la tomaba por sus muslos y la cargaba contra la pared, enterraba sus labios en el cuello de Sophia.

 

- Castígame por cuarenta y cinco euros- rió Sophia entre su respiración cortada mientras se quitaba su camisa desmangada con dificultades, sólo para que Emma se hundiera entre sus senos mientras Sophia buscaba de qué detenerse, y no vio nada aparte de la ducha en sí, tomándola con las dos manos y estirando, por consiguiente, sus senos hacia arriba; levantándolos.

 

- Puedes quebrar, romper, arruinar cualquier cosa…- murmuró, viéndola a los ojos. – Pero no lo más caro y preciado que tengo… ¿entendido?- dijo, levantando su ceja.

 

- ¿Y eso qué es? ¿Tu Patek de noventa mil?- sonrió, no entendiendo y acordándose de cuando Emma casi muere de un infarto cuando su reloj cayó al suelo y creyó que lo había rasguñado, fue cuando le preguntó el precio y la marca, pues no era el único reloj que Emma tenía, pero era el único que cuidaba de esa manera.

 

- Ese lo puedes quebrar si quieres…pero no es lo más caro que tengo, ni lo más preciado- aquel contacto visual era intenso, todavía Emma cargaba a Sophia, pero sus miradas eran dulces, como si una flauta traversa tocara en el fondo. Sophia levantó sus cejas, como diciéndole “dime, por favor”. Emma bajó a Sophia, respiró hondo y se aclaró la garganta. – Son dos cosas que no puedo separar…- bajó su mirada y tomó la mano de Sophia en la suya.

 

- ¿Mi amor?- murmuró, levantando el rostro de Emma con su dedo índice libre.

 

Emma suspiró y puso su mano, junto con la de Sophia, entre sus senos y, al mismo tiempo, puso su mano izquierda en medio de los de Sophia. Y es por eso que la atmósfera entre ellas dos cambiaba totalmente de un momento a otro, pues pasó de aquel salvajismo erótico a algo más romántico y apasionado. Sophia sonrió sonrojada y se acercó lentamente a Emma, sólo para besar en donde estaban sus manos. Retiró lentamente la camisa de Emma hacia afuera, haciendo que cayera ruidosamente sobre el suelo mojado de la ducha mientras empujaba a Emma con besos por su pecho, bajando por su abdomen con su corazón a mil y no por excitación, sino por lo que Emma le había dicho, más bien insinuado. Bajó su tanga y volvió a subir por sus muslos con besos hasta llegar a su cuello; no sin antes haberse quitado ella su tanga mientras estaba agachada.

 

- ¿Excitada?- repitió Sophia al oído de Emma, haciendo que gimiera. – Creo que sí- sonrió, devorándose sus labios mientras sus manos recorrían aquella piel levemente bronceada por el sol romano, imaginándose lo que un poco de sol despiadado veneciano le haría para que luego un sol mykoniano afianzara su bronceado.

 

Sophia bajó directamente a su clítoris, abriendo las piernas de Emma, cargando con su pierna izquierda sobre su hombro mientras el agua fría le resbalaba a Emma por el abdomen. Emma estiró los brazos, deteniéndose de la pared y de la puerta de vidrio mientras sentía la lengua de Sophia coquetear con su clítoris, echaba la cabeza hacia atrás, el agua fría le daba cierta inestabilidad, era como si quisiera enfriar lo caliente de su vientre, peor Sophia era más poderosa que el agua fría, haciendo del clítoris de Emma un punto hinchado y sabroso. Introdujo su dedo índice y medio de golpe en Emma, moviéndolos de adelante hacia atrás mientras Emma se apoyaba con ambos pies sobre el suelo y se abría todavía más; topando sus pies contra la pared y contra la puerta. Sophia recorrió su labio inferior desde por donde sus dedos causaban espasmos precoces hasta su clítoris, en donde succionó con fuerza y, mientras lo tenía succionado, paseó rápidamente la punta de su lengua por el hinchado y rosado clítoris de Emma al mismo ritmo que sus dedos presionaban su G-Spot.

 

Tres segundos de incertidumbre en el mundo fisiológico de Emma y expulsó los dedos de Sophia hacia afuera junto con una prominente eyaculación que llenaba los labios sonrientes de Sophia que tragaban lo poco que aterrizaba en su cavidad bucal. Emma era un nudo de convulsiones corporales y mentales, que no sabía ni el día, ni la hora, ni el lugar, sus piernas se flexionaban inconscientemente, jadeaba sin poder cesar, deseaba que hubiera algo de qué poderse sostener con sus manos, algo que pudiera apuñar a ciegas, pues su habilidad de abrir los ojos era realmente nula mientras apretaba su mandíbula entre aquella evacuación de placer que hacía de su piel la sensibilidad en persona. Sophia abrazó a Emma mientras aquella hermosa mujer temblaba desparramada en los brazos de aquel otro despampanante espécimen, sintiendo su G-Spot invadirle su vagina entera, su clítoris del tamaño del mundo, que el aire no era suficiente, que los besos de Sophia en su cuello eran quinientas mil veces más profundos y potentes, que su mano frotando su clítoris, presionándolo, de izquierda a derecha y de adelante hacia atrás, eran como una dulce y feliz perdición.

 

- ¿Cómo se siente mi Arquitecta?- murmuró Sophia, volviendo a recorrer el cuerpo espasmódico de Emma. Emma intentó balbucear alguna respuesta que no pudo, emitiendo únicamente un sonido gutural y gracioso para Sophia, una respuesta digna de un orgasmo así de explosivo. – Mi amor…- susurró Sophia, rozando su nariz contra la de Emma, sintiendo su respiración todavía cortada rozarle sus labios. – Literalmente te corriste en mi boca- Y Emma era la personificación del color rojo. – Sabes delicioso…- suspiró sonriente, atrapando el labio inferior de Emma entre sus dientes y acariciándolo con su lengua. - ¿Ducha?- sonrió, sintiendo el agua más fría que antes.

 

Emma reguló el agua, tornándola tibia para que la temperatura no causara tanto impacto, se lavó su cabello para luego asistir la espalda de Sophia con la esponja, esparciéndole aquella fragancia de almendra, inundando la ducha mientras Sophia trataba su cabello con el acondicionador de aquel mismo olor. Le encantaba ver a Sophia peinarse con sus dedos para luego tomar su cabello en una mano y retorcerlo, y retorcerlo hasta hacerlo un moño, que se detenía él sólo, mientras se daba la vuelta para enjuagar a Emma de la misma manera.

 

- Buenos días, ¿qué tal amanecieron?- saludó Sara a Phillip y a Natasha en cuanto entraron a la cocina.

 

- Buenas tardes, Sara- sonrió Phillip, dándole un beso en ambas mejillas. Natasha un abrazo. – Muy bien, ¿y usted?

 

- Muy bien, también. Les hice unos biscotti de chocolate y almendras para que coman algo antes de irse- sonrió, alcanzándoles un plato con aquellos biscotti perfectamente horneados y todavía tibios. - ¿Qué quieren de tomar? ¿Café americano? ¿Latte? ¿Latte Macchiato? ¿Lo que suele tomarse Emma?  

 

- Yo un Latte- sonrió Phillip, llevándose un biscotti a la boca y mordiendo a través de esa perfección de punto medio entre suave y crujiente.

 

- Probaré lo de Emma, gracias- agregó Natasha con una sonrisa, viendo a Sara darse la vuelta y caminar hacia la cafetera, depositó agua en la parte inferior, el café recién molido y lo colocó sobre la hornilla KitchenAid, la que calentaba más rápido.

 

- ¿Leche descremada, semidescremada o entera?- preguntó Sara mientras abría el congelador y veía las tres botellas de leche.

 

- Semidescremada para los dos- sonrió Phillip, metiendo el segundo biscotti entre sus dientes.

 

Sara vertió toda la leche en una jarra de aluminio y sacó dos tazas; una verde y una roja. Se dirigió a la máquina de vapor y la dejó por treinta segundos, mientras sacaba una tableta de chocolate blanco con turrón de almendras y cortó dos trozos, depositándolos en la taza roja. Retiró la jarra metálica, le dio unos golpes contra la encimera, la sacudió levemente en forma circular y la dejó reposar. Sacó una botella de extracto de almendra y vertió menos de un segundo en la taza roja. Tomó la cafetera y la vació en la taza verde, seguido por llenarla con parte de la leche vaporizada de la jarra de aluminio y se la alcanzó a Phillip. Vertió un poco de la leche en la taza roja, derritiendo de inmediato el chocolate; dejó un poco para vaporizarlo en frío, para luego ponérsela encima junto con un poco de nuez moscada para alcanzársela a Natasha.

 

- Bon appetit- sonrió Sara mientras le alcanzaba una cuchara. Escuchó las llantas de aquel coche rodar por la grava. – Discúlpenme un momento, coman lo que quieran- volvió a sonreír con aquella calidez maternal que sonrojaba a Phillip, Katherine no era así con él, ni por cerca.

 

- Ciao, Sara- saludó Franco en un cantadito ridículo, apoyado con un brazo al marco de la puerta, viendo sobre sus gafas Armani. – Bellisima, come sempre- halagó a la única esposa que alguna vez tuvo. Nunca le había dejado de gustar su físico, menos su sentido de la moda; siempre de pantalón a un tanto ajustado y hasta los tobillos, mocasines Prada de cuero y blusas hasta por debajo de los codos; ya fuera el corte o el doblado.

 

- Non so che cosa dobbiamo parlare…- suspiró, con aquella mirada hastiada de un verdadero y profundo “ya sé de qué vienes a hablar pero sé que no vas a dejar en paz a Emma hasta que te aburras del tema”.

 

- Siempre fuiste tan cariñosa- rió, entrando a la casa, viendo que Natasha y Phillip estaban en la cocina. - ¿Quién es esa?- preguntó, bajando las escaleras, se dirigían a la terraza; la conversación iba destinada a ser corta, intensa y subida de tono.

 

-Franco, ¿de qué quieres hablar?- Sara estaba molesta por la insistencia, pero no quería que molestara directamente a Emma, quiso evitarle una escena frente a Sophia y a sus amigos, que no sabía lo previamente ocurrido, oh, ese mal rato inevitable.

 

- ¿Me puedes explicar quiénes son esos?- repitió, sacando un cigarrillo y encendiéndolo, exhalándole el humo a Sara sobre el rostro, cosa que hacía explotar a cualquiera.

 

- Son amigos de Emma

 

- Emma tiene amigos- rió sarcásticamente. - ¿Desde cuándo los homosexuales pueden tener amigos? Bueno, amigas- dijo, enfatizando el género femenino de la situación.

 

- Eso no nos incumba ni a ti ni a mí, Emma nunca ha estado tan feliz, tu hija nunca ha estado tan feliz

 

- Emma no es mi hija, yo no tengo hijos homosexuales

 

- Oh, Franco, per favore!- rió Sara cínicamente, viendo la mirada de Franco tornarse violenta, no le gustaba que se rieran de él, menos en su cara. – De tus tres hijos, Emma es la única que no te ha decepcionado: Marco, el fraude y dos veces porque le asolapaste el primero, Laura, le asolapaste una vida sedentaria e idílica y luego vienes a juzgar a Emma…tienes razón, no tienes hijos homosexuales, tienes un fraudulento, una sedentaria y una exitosa, ¿dónde cabe la homosexualidad en esto?

 

- Tú fuiste quien los arruinó- gruñó, inhalando profundamente su cigarrillo.

 

- ¿Yo?- volvió a reír. – Eduqué de igual manera a mis hijos, les di la misma cantidad de amor y atención a los tres y, ¿qué pasó? A Marco y a Laura los has consentido, Emma…que no te quiere ni ver pintado ¡y mira lo exitosa que es!

 

- Eso es porque mi manera de educarla fue fuerte y dio resultados…

 

- Tú mismo te contradices…como siempre- rió, viéndolo con mirada penetrante. – Y esa no es manera de educar, poco hombre- fue el reclamo más liberador para Sara. – Deberías estar rendido a sus pies, de rodillas, pidiéndole perdón, regalándole tu dignidad en una caja, no depositándole quince mil euros al mes para que no los use nunca, el dinero no compra el perdón….el perdón no se compra, y con Emma llevas las de perder…- continuó, sacudiendo su cabeza en desaprobación. – Déjala en paz

 

- Sara, ¿no lo ves? ¡Está con una mujer! ¡Eso no es normal, por Dios!- se exaltó, botando su cigarrillo y pateándolo con fuerza, como un niño caprichoso.

 

-¿Normal? ¿Y qué sabes tú de normalidades? Déjala en paz, Franco…te lo advierto, Emma ya no es una niña, es dueña de su vida, de ser feliz…

 

- ¿Vas a dejar que esté con una mujer? ¡No es su amiga!- gritó, tan fuerte que Emma, desde su habitación, escuchó aquella profunda voz penetrar las paredes mientras se ponía sus TOMS. Emma, sólo en sostén del torso, tomó la camisa en sus manos y, corriendo hacia la terraza, se la puso en el camino mientras llamaba a Piccolo. - ¿A caso no las has visto besarse? Eso no es de amigas, ni aquí, ni allá, ni en la China

 

- ¿Y a ti qué? – se encogió de hombros, con esa sonrisa desafiante, pues Franco no había visto un beso de aquellos, como los de la cajuela del Jaguar. Lo estaba provocando con el mayor de los placeres, sabiendo que no podía ponerle una mano encima. Sophia salió tras de Emma mientras abotonaba su camisa en el camino, parándose de repente por miedo.

 

- Tú me reprochas a mí por asolaparle a Marco lo del fraude…tú le asolapas la homosexualidad sin sentido a nuestra hija- gruñó. Se sentía impotente, tan impotente como nunca; por no poder descargar su enojo a través de la violencia, pues a Sara nunca había podido ponerle la mano encima, sólo a Emma porque la veía de menos, más inocente, más ingenua, sin poder.

 

- Yo no soy nadie para juzgar a mi hija, la amo…y, ¿sabes qué? Adoro a su novia- rió.

 

- ¿Su novia? ¡Eso no existe, Sara, por favor! ¡Esa es…- gritó.

 

- ¿Esa es qué?- interrumpió Emma, con Piccolo a su lado. Caminó hacia Franco en tono determinado, espalda erguida, frente en alto, irradiando valor.

 

- Emma, Tesorino- sonrió hipócritamente Franco. – Dale un abrazo a papá- abrió sus brazos, acordándose de la vez que con un abrazo la había educado, presionándola contra su pecho varias veces, de golpe, hasta dejarla casi sin respirar y con los bordes de su reloj marcados en la espalda.

 

- Ni un abrazo ni un carajo- gruñó. - ¿Tienes algún jodido problema conmigo? ¡Por un carajo y medio, dímelo a la cara!- siseó, pero era con enojo, con desprecio.

 

- Emma, tu papá ya se iba, no, ¿Franco?- intentó intervenir Sara, viendo aquel duelo de miradas, igualmente fuertes, turbulentas e iracundas.

 

- Sara, por una vez, cállate- dijo, Franco, levantando su mano con mirada aburrida.

 

- Respeta a mi mamá- exigió Emma. – Respétame, respeta mi vida, respétate- gruñó, empujándolo con ambos brazos por sus hombros hacia atrás.

 

-¡¿Cómo puedo respetar a una lesbiana?!- gritó, levantándole la mano, listo para soltarle una bofetada.

 

- Ni se le ocurra pegarle- gruñó Sophia desde la puerta, con una mirada que atravesó a Franco, por primera vez una mujer lo había detenido, cosa que no le gustó. Phillip estaba detrás de Sophia, Franco caminó hacia Sophia, apartando a Emma al empujarla hacia un lado, haciendo que cayera sentada sobre la grama. Piccolo ladró.

 

- “Coño” te pregunta quién eres- dijo Franco, con aquel tono seco y rabioso, remontándose al episodio de la cocina.

 

- Acuérdese de mi nombre y de quién soy: Sophia Rialto, la novia de Emma, quien algún día será mi esposa, le guste o no- gruñó, creando en Franco un ahogo de odio, Sophia no se movió ni le apartó la vista de la suya.

 

- Piccolo!- gritó Emma, haciendo que fuera directo a morderle el tobillo, no podía dejar que le pegara a Sophia, pero falló, pues Franco le soltó una patada en el hocico que lo dejó inconsciente.

 

– Pégueme si es tan hombre como se cree- lo desafió. Levantó su brazo y Sophia sin inmutarse, se preparó para el golpe.

 

-  Ni se le ocurra pegarle a mi hermana- gruñó Phillip, pasando su brazo por encima del hombro de Sophia y deteniéndole la bofetada. – Ni a ninguna otra mujer- dijo, apartando a Sophia con su otro brazo.

 

Emma estaba petrificada, todavía sentada sobre la grama, con el corazón que iba a reventarle el pecho de ver a aquel hombre, que alguna vez le pegó, renacer, era como enfrentar todas y cada una de las veces que le había pegado, el cuerpo le ardía en dolor psicológico, todos aquellos puntos que fueron alguna vez lastimados, ahora el doble, viendo a Piccolo tirado e inconsciente sobre el hormigón, a Sara abrazar a Sophia, Phillip interviniendo, una pálida Natasha en el fondo contemplando la escena.

 

- Métase con alguien de su tamaño- dijo Phillip mientras le soltaba la mano a Franco, más bien se la retiraba con fuerza, como si se la estuviera tirando. – Sophia, ¿estás bien?- murmuró calmadamente mientras se giraba hacia Sophia y no veía el puñetazo de Franco, directo al estómago, más bien a la cadera, encontrándose con un hueso, algo un tanto más rígido de lo que esperaba. Natasha casi se muere, pero no se iba a meter en aquella escena, ni loca salía golpeada, nadie la había golpeado nunca, no veía por qué ese viejo patético y ridículo, con el perdón de Emma, le pegaría.

 

Phillip sintió un leve dolor y la falta de aire, pero el enojo lo poseyó como nunca antes. Giró su cabeza y, de un movimiento, le devolvió el puñetazo a Franco pero en la cara. Emma simplemente cedió a la impresión y sintió la paz y el mareo invadirla hasta que cayó acostada sobre la grama al mismo tiempo que Franco caía de espaldas, sobre aquel inerte Weimaraner, al suelo. Phillip lo tomó por el cuello de la camisa, levantándolo mientras éste se sobaba la quijada. Lo arrastró hasta el auto con odio, profundo desprecio e ira.

 

- No se le acerque a Emma, ni a Sophia…que lo voy a emparejar, se lo advierto- dijo, con aquella sonrisa victoriosa.

 

Natasha y Sophia corrieron a Emma para levantarle los pies y desabrocharle lo que le apretara mientras Sara buscaba alcohol, un vaso con agua y un biscotti. No costó mucho que Emma reaccionara, tardó más Phillip en llegar que Emma en reaccionar. Tomó un poco de agua, estabilizó sus sentidos, comió el biscotti mientras notaba a Phillip en el fondo, a gatas y con la cabeza casi por el suelo, no entendiendo nada, Natasha y Sara le tapaban el panorama. “Piccolo”. Emma gateó hasta Piccolo, viéndolo ahí tirado, estático, sin mover un tan sólo músculo. Acarició su dorso y su inerte tórax, su pecho y su cruz, rascándolo detrás de su oreja, pero no tuvo ninguna respuesta. Le susurró su nombre mientras acercaba su oído a su hocico, para escuchar nada. Delicadamente tomó sus patas y lo colocó sobre su lomo, localizó la arteria femoral y colocó la palma de su mano en la parte interna de su Weimaraner para sentir nada. Tragó duro y profundo, devolviéndolo a la posición en la que estaba, acarició su stop siempre en dirección a la húmeda nariz una y otra vez mientras le acariciaba su cuello; todavía estaba tibio, como siempre.

 

- ¿Me ayudas?- susurró a Phillip, volviéndolo a ver con sus ojos saturados de agua a punto de estallar en lágrimas.

 

Phillip metió sus manos bajo aquel cuerpo sin vida y lo levantó entre sus brazos, siguiendo a Emma mientras se limpiaba los ojos con los puños; se le notaba triste, pero más que triste, irritada, colérica, indignada. Caminaron escaleras abajo, haciendo una parada en la caseta de Donatello, el Handyman, para recoger una pala y una excavadora manual, llegaron, por el borde de la piscina, a un sendero marcado en grava marrón, rodeado por grama y luego árboles, hasta llegar a la orilla del lago, un poco menos de cinco minutos caminando. Emma, con el primer hundimiento de la pala, que hundió con su pie, derramó la primera lágrima de despedida. Phillip recostó a Piccolo debajo del último árbol, tomó la excavadora y, en silencio, ayudó a Emma a hacer un agujero de buen tamaño y buena profundidad para luego depositar cuidadosamente a Piccolo en él. Emma le acomodó las patas, lo acarició por última vez y comenzó a rellenar el agujero.

 

- I’m sorry- suspiró Emma mientras se lavaba las manos y los brazos con el agua del lago.

 

-¿Por qué te disculpas?- murmuró Phillip, agachándose a la par suya e imitándola.

 

- That was quite a scene…

 

- Hey…- susurró, tomándole las manos mojadas en las suyas. – We’re family…I’m the one who sould be sorry- murmuró, irguiendo a Emma y poniéndola de pie. – Le pegué a tu papá, lo siento…

 

- No te disculpes por eso…

 

- Sólo acepta mis disculpas, y mis condolencias por Piccolo…- la abrazó, sintiendo a Emma hundir su rostro en su hombro mientras se aferraba. – Care for a smoke?- susurró, paseando sus manos por su espalda. Emma asintió.

 

Fumaron el cigarrillo de regreso a la casa, sin volver a ver atrás. Sara se había disculpado con Sophia, y no sólo eso, también le había confesado su admiración por el valor que tenía al enfrentar a un violento como Franco, más porque le daba la impresión que sabía, muy a fondo, lo que para Emma significaba Franco. También se disculpó con Natasha, por la escena, quien le dijo que no se preocupara, que ahora entendía a Emma perfectamente, que la escena sería olvidada por su parte y nada que disculpar. Emma regresó más repuesta después de aquel Marlboro rojo y, con una leve sonrisa, abrazó a Sophia y la besó frente a su mamá y a Natasha, un beso de agradecimiento y de amor.

 

- ¿Estás bien?- susurró Emma, deteniendo a Sophia con sus manos por sus mejillas y viéndola a los ojos.

 

- Estoy más que bien- sonrió. – Siento mucho lo de Piccolo-susurró, dándole un abrazo febril que la reconfortó.

 

- Voy a cambiarme y nos vamos, ¿si?- murmuró, como si en aquella cocina sólo existiera Sophia y nadie más. Emma se dio la vuelta y, dándole una sonrisa a Sara, salió de aquella cocina para cambiarse totalmente, pues llena de tierra: nadie, menos Emma Pavlovic.

 

Volvió a bajar como nueva, con un jeans ajustado pero sin ser skinny, sus TOMS, que ya no eran blancos, y una blusa de encaje rosado pálido, “del mismo tono de los pezones de mi novia”, mangas hasta por debajo de los codos, un tanto transparente, por lo que tuvo que ponerse una camisa blanca abajo. Su cabello se lo arreglaba en agarrarse el flequillo por ambos lado hacia atrás para detenérselo con uno o dos pins, su cabello ondulado y un tanto más claro.

 

- Tía Carmen viene a cenar, tráeme un manojo de cebollines, por favor- sonrió Sara después de que Emma y el resto se despidieran de ella.

 

Se reunieron con Camilla en la puerta del edificio donde vivía. Vivía entre los primeros diseños de Sophia y los diseños que Sophia dejó en cuanto se fue a Nueva York, una decoración sobria y sencilla que invitaba cómodamente a sentirse como en casa; paredes blancas, piso de madera, todo muy acorde y los muebles que Sophia misma había diseñado y construido, ya fuera a prueba y error o a diseño concreto, pero no estaba mal según Emma y eso que era bastante exigente en lo que al ambiente de una casa se refería. En un momento en el que todos estaban en la terraza, alistándose para salir a caminar un poco y comprar los cebollines que Sara le había pedido a Emma, Sophia atacó a su mamá con la situación de Irene; tanto como que iba a llegar a Venecia como que le gustaría que Irene viviera con ella y que estudiara en Roma, que ella se lo pagaría. Camilla no hizo muchas preguntas al respecto, en el fondo sabía que Emma estaba detrás de todo, tanto en lo económico como en la idea en sí. Por Camilla no había ningún problema, de igual manera, la habitación que Sophia había utilizado tres meses en ese apartamento, después que la despidieran de Armani Casa, seguía habitable, sino, Sophia, o mejor dicho Emma, compraría lo necesario, pues habían acordado que Sophia pagaba los estudios y Emma los gastos colaterales. Sophia se despidió de su mamá, igual que todos los demás, pues era una pena que no pudiera acompañarlos a cenar donde Emma, tenía una cena que no podía perderse.

 

Llegaron a eso de las siete de la noche a Castel Gandolfo, sólo para encontrarse con una suculenta cena que necesitaba el último toque: los cebollines. Comieron en sentido de “despedida”; chuletas de cordero a la parrilla al ajo, limón y mantequilla, potato skins porque Phillip dijo que le encantaban, puré de patatas porque a Emma le gustaba, un buen Petrus Pomerol y, de postre, un tiramisú de chocolate. En esa ocasión, Doña Carmen no se rió a expensas de Phillip, sino más bien de Natasha en cuanto Emma contó, muy elegantemente durante el postre, la vez que Natasha y ella habían ido con Phillip a Universal Studios por unos días, para que, justamente antes de “The Hulk”, Natasha se comiera tres pedazos de pizza y una Coca-Cola gigante y, al sentarse en la primera fila del vagón, su vomitó fue repartido equitativamente por las nueve filas de asientos más.

 

- El tren sale a las diez y cuarenta, con que salgamos a las nueve de aquí, llegamos perfectamente- dijo Emma antes de que Sara, Phillip y Natasha se retiraran a dormir.

 

- A las nueve- repitió Sara como para sí misma. – Buenas noches

 

- Boa noite- repuso Natasha, guiñándole el ojo y no sabiendo por qué, se sonrojó. – Yo también ya tengo sueño, creo que me voy a dormir- balbuceó entre un bostezo que le contagió a Phillip.

 

- Que tengan buena noche- sonrió Sophia, sacándole la lengua a Phillip.

 

Phillip se acercó sonriente a Sophia y le dio un beso en la cabeza, luego abrazó a Emma y, esperando a Natasha que daba las buenas noches con besos y abrazos, se retiraron de la mano hacia su habitación.

 

- ¿Cómo estás?- murmuró Sophia, ayudando a Emma a poner los platos en la lavadora.

 

- Bien, mi amor, ¿y tú?

 

- Bien también…- sonrió, viendo a su Emma, por primera vez, como si Franco no le importara en lo absoluto.

 

- Gracias por lo que has hecho por mí frente a mi papá…- dijo Emma, colocando la última copa en la lavadora y abriendo el gabinete de la par para sacar una pastilla de jabón.

 

- Haría lo que fuera, no iba a dejar que reviviera en ti todo lo que ya superaste- Emma cerró la compuerta y apretó unos cuantos botones.

 

- Si te hubiera pegado, no me lo hubiera perdonado...- tomó las manos de Sophia y las besó.

 

- Así como me cuidaste por la madrugada, así me habrías cuidado…no habría sido tu culpa tampoco, no pasó, despreocúpate, ¿si?- Emma sólo asintió, tomando a Sophia por la cintura y levantándola para sentarla en la encimera.

 

- Hay dos botellas de Grand Cuvee, ¿brindamos?- sonrió Emma.

 

- ¿Por qué brindamos?- murmuró Sophia, volviendo a ver a Emma que le alcanzaba una botella para ella abrir una.

 

- Ábrela- sonrió, quitándole el seguro y empujando un poco el corcho para escuchar aquel sonido celestial de un champán recién abierto, seguido por el de Sophia. – Brindemos por…por el amor- titubeó, queriendo decir “Brindemos porque algún día serás mi esposa”, pero no se atrevió.

 

- Por el amor- sonrió Sophia, chocando su botella con la de Emma y haciendo lo imperdonable: empinarse la botella y tomar directamente de ella. – Sabes…- murmuró, desvaneciendo su intención de decir algo con los segundos.

 

- Dime- repuso Emma, dándole un trago, o dos, o tres a su botella.

 

- El Grand Cuvee es rico- sonrió, dándole ella un trago, o dos a la suya.

 

- ¿Pero?

 

- Pero sabría mejor si la bebo de tu cuerpo- y, ¡ah!, eso había sonado demasiado sexy. – Ven- sonrió, bajándose de la encimera y tomándole la mano a Emma, dirigiéndose hacia la piscina.

 

Hacía un poco de frío, el champán estaba frío, muy frío, pero no les importó y, ante las estrellas y la media luna, se desvistieron una a la otra entre besos y caricias, entre tragos y ahogos de Grand Cuvee, Y estando ahí, desnudas una para la otra, se metieron entre quejidos al agua fría de la piscina, que la dejaron de sentir fría en cuanto el calor de la tensión sexual subió mil niveles. Las botellas a medio beber reposaban sobre el hormigón, a la par de un Chais Lounge, en donde la ropa estaba regada. Emma se sentó a la orilla de la piscina para alcanzarle a Sophia una de las botellas; volviendo a chocarlas para beber otros tres o cuatro tragos seguidos, sintiendo ese hormigueo bajarles por la garganta; ese sabor amargamente dulce, esa picazón en la nariz, esa esencia única del champán. Sophia le abrió las piernas a Emma, Emma se recostó sobre el hormigón con sus codos, subiendo sus pies a la orilla también, quedando un tanto inclinada con su abdomen.

 

Sophia vertió un poco de champán en su abdomen y, con un  impulso de brazos, salió un poco del agua para lamer aquel trazo etílico. Le indicó a Emma que se recostara totalmente y, vertiéndole aquel líquido frío y burbujeante a Emma sobre su entrepierna, haciendo que emitiera un quejido por la temperatura y las cosquillas de las burbujas el reventarse sobre su piel, observó cómo aquel líquido se resbalaba por los labios mayores de Emma, por entre ellos también, llegando hasta hacerle cosquillas a su ano. Emma se irguió un poco para dar otros tragos, quedaba un poco más de un cuarto de botella. Sophia volvió a verterle un poco sobre su entrepierna, posicionando su lengua en su ano, esperando la llegada del champán; todo para lamer desde aquel agujerito hacia arriba, provocando en Emma un quejido lascivo de placer que por poco arrastra a Sophia al orgasmo. Sophia bebió un poco de su champán, dejando un poco para verterlo todo sobre el vientre y la entrepierna de Emma, creando la misma sensación.

 

- Fuck…- jadeó Emma al sentir que aquel líquido se adentraba por entre sus labios menores mientras Sophia introducía su dedo de golpe en su vagina ya mojada por la anticipación.

 

Y Emma, bebiendo hasta terminarse su Grand Cuvee, se dejó llevar por la salvaje lengua de Sophia y sus sensuales dactilares embestidas, siendo acompañadas por un hermoso e indescriptible placer que le proveía su novia con su dedo índice izquierdo en su ano, penetrándola en ambos agujeros y abusando descaradamente de su clítoris. Emma arqueaba su espalda, se aferraba del Chaise Lounge o de la ropa que tenía cerca, pero no le servía de nada, era como si el orgasmo eyaculatorio de la mañana la hubiera dejado inestablemente sensible, lo que hizo que, de un segundo a otro, se elevara en un orgasmo que anunció al viento y al Lago Albano y a toda la comunidad de Castel Gandolfo, un orgasmo bajo el nombre de ”Sophia”, cuyo nombre inundó no sólo el ambiente y el viento, sino las entrañas de Emma, haciendo que Sophia se sintiera la dueña de su placer y de su mundo, porque lo era.

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