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Antecedentes y Sucesiones - 9

en Lésbicos

- Emma María- se puso Phillip de pie al ver a Emma y a Sophia salir del ascensor, que daba directo a donde él esperaba. – Pia- las abrazó a ambas con una sonrisa frustrada, cansada y preocupada. – Gracias por venir

 

- Pipe, ¿cómo estás?- susurró Sophia, como si no quisiera que la escuchara nadie más que Phillip.

 

- Bien, bien, por favor, tomen asiento- les ofreció la sala de espera, las pocas sillas que estaban vacías, él estaba vacío.

 

- ¿Está despierta?- murmuró Emma antes de sentarse en una silla.

 

- Creo que sí, entra, le alegrará verte- sonrió con la misma sonrisa y mirada cansada.

 

- Regreso en un momento- suspiró, colocando su bolso en la silla al lado de Sophia.

 

- Pia, ¿cómo estás?- se dirigió a ella, quien se sentaba a su lado mientras veían a Emma desaparecer por el pasillo hacia la habitación de Natasha.  

 

- Bien- sonrió un tanto incómoda, pues era un ambiente incómodo. - ¿Y tú?- Phillip simplemente sacudió la cabeza y Sophia, por reflejo, simplemente lo abrazó, y sólo bastó esa muestra de cariño para que Phillip dejara de ser aquel hombre resuelto y bien estructurado, frío de cabeza aún durante un incendio, estalló en dolor, culpa e impotencia. Fue como si se quedara sin aire, como si quisiera gritar hasta romperse las cuerdas vocales, quería patalear como un niño pequeño en medio de un berrinche, quería odiar a todos, a todo el mundo, a todo, pero simplemente apuñó el suéter de Sophia, lo apuñó tan fuerte como pudo, y Sophia sólo lo abrazó por la espalda y por su mejilla, estaba más inconsolable que Emma en su peor momento.

 

Al mismo tiempo que Phillip emitió el primer ahogo gutural, Emma entró a la habitación en la que, con sólo entrar, le dio más frío que de costumbre, y no sabía por qué, pues todo estaba cerrado, y hasta un poco oscuro para que la luz no penetrara tanto en la habitación. No, en esa habitación no había nada que estuviera bien o que fuera a estar bien, pero Emma, como optimista, sólo podía esperar que todo iba a estar bien, igual que todos. Caminó sobre sus zapatillas deportivas Samba marrones, pues le había parecido interesante que no fueran negro y blanco como solían ser, y, al llegar al borde de la cama, simplemente rozó el borde lateral con la parte externa de su rodilla y se sentó a la orilla de la cama. Bajó la cabeza y vio la mano de Natasha, realmente delgada y blanca, no era el blanco que la invadía en otoño, era un blanco consumido.

 

- Hey…- susurró Natasha en cuanto Emma le tomó la mano, que había abierto los ojos.

 

- No quería despertarte

 

- No lo hiciste- sonrió suavemente. - ¿Qué haces aquí?

 

- Phillip me llamó…- Natasha sólo sonrió mínimamente, pues no podía sonreír, no quería.

 

- How are you feeling, Nate?- pero ella sólo sacudió la cabeza, una vez hacia la izquierda y una vez hacia la derecha, no le daba para más, inhaló profundamente y lo atrapó en un golpe pulmonar para evitar llorar. – Hey… hey… hey…- susurró comprensivamente Emma.

 

- Es sólo que…

 

Fue todo lo que pudo decir, fue lo último que dijo en casi un mes, se aferró a Emma, se aferró con pánico, con la misma frustración de Phillip, con dolor físico y emocional, Emma sólo pudo abrazarla, así como Sophia a Phillip, ambos inconsolables. Natasha estaba peor que aquella vez afuera de Jean Georges, estaba diez veces peor, una magnitud que ningún alcohol podía ahogar. Se aferró a Emma de la misma manera de aquella vez, apuñando la solapa izquierda de su chaqueta, arruinándole el finísimo cuero café de aquella chaqueta Armani, pero a ninguna de las dos le importaba, Emma simplemente la abrazó, y se quedó con ella entre gemidos, quejas inentendibles, gruñidos y dolores, mares de lágrimas, un desborde, un colapso. ¿Y en dónde carajos estaba Margaret? Emma esperó, y esperó, la abrazó por un poco menos de una hora, la consoló sin palabras, sólo con su abrazo y los besos que le daba en la cabeza, que no tenía palabras que la pudieran reconfortar, no sabía siquiera qué era que le arrebataran algo tan importante, al que se alimentara de ella, que viviera por ella; de eso no sabía nada, y no lo sabría nunca.

 

El día después del cumpleaños de Natasha, los dolores habían empezado, no eran precisamente de vientre, pero había empezado a tener dolores corporales generales, todo el tiempo tenía frío  y le molestaban las caderas para desplazarse por el apartamento, y eso que había tomado todo muy en serio, había estado llevando una vida bastante tranquila, sin sexo, de buena alimentación y de mucho, mucho reposo, pero no había sido suficiente. A partir de los dolores, le recomendaron reposo absoluto hasta que se sintiera mejor pero ese “mejor” nunca llegaría, pues, con cada día que pasaba, a Natasha le aumentaba el dolor, en especial en la cadera. No retenía nada, ni líquidos ni sólidos ni intermedios, y nada de que le lograban llegar al intestino delgado, nada, bocado que se llevaba al esófago era bocado que vomitaba. Se había empezado a deshidratar de una manera demasiado rápida, por lo que optaron por suero intravenoso, que tuvieron que punzarla cuatro veces para poder dar con la vena, y había empezado a dormir casi todo el día, Phillip había dejado de ir a trabajar por estar con ella. Margaret y Romeo estaban por terminar de mudarse a Manhattan, ese fin de semana se instalarían nuevamente en aquel Penthouse que habían dejado hacía tantos pocos años.

 

Había sucedido a eso de las cuatro de la madrugada. Phillip no había podido dormir en toda la noche, era cuarto o quinto día que no pegaba el ojo por estar al pendiente de Natasha, a quien le dolía demasiado moverse y había que estarla moviendo cada cierto tiempo de acostada a sentada y a recostada, todo para que la espalda y la cadera no le molestaran tanto. Natasha se había despertado por el frío y por las ganas de ir al baño, que, aparentemente, era una buena señal, pues entre eso de no moverse y no alimentarse, era raro que fuera al baño. Ambos se levantaron, Phillip para ayudarle a sentarse y a pararse, pues para caminar ni se diga, la cargaba hasta el baño entre sus brazos. Estando Natasha sentada y haciendo sus necesidades, le dijo a Phillip que si por favor le podía servir un vaso con agua, pues tenía molestias en la garganta y, sorpresivamente, tenía sed. Habían empezado a mantener agua embotellada en la habitación para que Natasha pudiera beberla rápidamente y, ese día, Phillip no encontró ninguna botella, por lo que salió hacia la alacena a traer una pero, en el camino, se dio cuenta de que la luz de su iPhone se encendió, y tomó el iPhone para revisarlo, pues le parecía raro que alguien le estuviera escribiendo o llamando a esa hora, pero no era un mensaje para él, se habían equivocado de número telefónico. Entró a la alacena y no encontró las botellas, tuvo que regresar al interruptor para ver mejor, las encontró en el tercer estante, que era a su altura y, por sacar dos botellas con una sola mano, se trajo el paquete entero al suelo, que casi le cae en los pies, pero fue más rápido y los apartó. Recogió el paquete y lo volvió a poner en el estante. Apagó la luz y se dirigió con ambas botellas hacia la habitación, pero la luz de su teléfono se volvió a encender y tuvo que revisarlo, por costumbre, le dio un ataque de tos muy fuerte, que, con su voz, era más grave y fuerte en sonido, número equivocado de nuevo, pues él no era “Johnny”. Tomó las botellas y se dirigió a la habitación, que sólo tuvo que entrar para saber que algo no estaba bien. Dejó caer las botellas y, cuando entró al baño, sólo vio algo de lo que nunca quería acordarse de nuevo.

 

Nada en esta vida es una mera coincidencia, todo pasa por algo, y eso era algo con lo que Phillip debía aprender a lidiar después de ese episodio, pues él se atribuía las dos cosas, que Natasha, su esposa, tuviera un aborto totalmente natural, y que se dislocara la clavícula por el golpe contra el lavabo. Fue una serie de culpas. Phillip hablaba por teléfono, Natasha estaba dormida, y Agnieszka se había acercado a él para preguntarle si Natasha tenía agua todavía pero él, al estar más en la discusión de negocios al teléfono que en lo que pasaba alrededor suyo, sólo asintió y Agnieszka no colocó las dos botellas que debían estar ahí. Si tan sólo él hubiera revisado que hubiera agua antes de irse a la cama, si tan sólo no se hubiera detenido a ver el mensaje en su iPhone, si tan sólo hubiera encendido la luz desde el principio, sin tan sólo hubiera sacado una botella primero y la otra después para no botar el paquete entero al suelo,  si tan sólo no hubiera revisado una segunda vez su iPhone, si tan sólo no hubiera tosido hubiera escuchado el quejido de Natasha, sólo si tan sólo, si tan sólo hubiera escuchado cuando Emma le dijo que un lavabo ovalado era más fácil de limpiar que uno rectangular, si, si muchos “si tan sólo”, y si algo de eso no hubiera pasado, Phillip creía que Natasha no hubiera tenido que levantarse sola del inodoro, no se hubiera caído, que en la caída se dislocó la clavícula al golpearse contra la esquina del lavabo, y no hubiera tenido el aborto. Si tan sólo. Pero no, no fue la caída lo que causó todo aquello, fue una simple y terminal falta de compatibilidad entre el Frijolito y Natasha, aquello sólo era cuestión de tiempo, una bomba de tiempo que simplemente explotó en ese momento.

 

- ¿Cómo estás?- le preguntó ese día,  una semana después del episodio, que ya habían llevado a Natasha de regreso al Penthouse.

 

- Bien

 

- ¿Estás seguro?

 

- Sí, Em… no me afecta el hecho de que no voy a ser papá, sino de que Natasha está así de mal

 

- ¿Qué tan mal?

 

- Igual… ya no sé qué hacer, casi no come, no se levanta de la cama, llora el tiempo que no está dormida, no puedo cuidarla, no puedo hacer nada, ¡no me deja!- hundió su rostro entre sus manos. – No puedo, ya no puedo, ya no puedo

 

- ¿No puedes qué, Phillip?- levantó Emma la ceja al ver que sacaba una cajetilla de cigarrillos.

 

- Ya no sé qué hacer, ya intenté todo, no me habla, no me ve… ¿qué quieres que haga?- dijo, poniendo un cigarrillo entre sus labios.

 

- ¿Qué carajo estás diciendo?- le arrebató el cigarrillo de los labios y lo quebró frente a él. - ¿Me estás diciendo que te estás rindiendo?- le pegó a la mano, y la cajetilla cayó veinte pisos hacia abajo hasta la calle.

 

- ¡No puedo! ¡Yo no entiendo a Natasha!- y nadie lo vio venir, pero Emma le dio una bofetada.

 

- Escúchame bien, Phillip- levantó su dedo índice, así como Margaret. – Una vez te lo voy a decir, y sólo una jodida vez, ¿comprendiste?- él la veía con asombro, pues nunca había visto a Emma dar un tan solo golpe. – Lo que pasó, pasó, y lo siento, debe ser difícil- gruñó, todavía amenazándolo con su dedo índice. – Esa mujer que está ahí es tu esposa, a la que le juraste que ibas a estar para ella en las malas y en las peores, ¿te acuerdas? ¿Te acuerdas?

 

- Em…

 

- No hay nada que puedas hacer para regresar en el tiempo, nada de lo que pasó se puede cambiar, preocúpate por lo que va a pasar. Esa mujer que está en tu cama está deprimida, golpeada por la vida y por la cerámica del lavabo… si tú no estás dispuesto a estar para ella, muévete a un lado y no estorbes, que lo que necesita es saber que estás ahí. Así que si de verdad te importa, vas a ir a estar con ella, la vas a abrazar, vas a aguantarte los golpes que te dé y no la vas a dejar de abrazar hasta que le veas la más mínima mejora, ¿me entendiste?- gruñó, y gruñó feo, estaba enojada. - ¿Me entendiste?

 

- Sí…- respondió como un niño recién regañado por malas calificaciones.

 

- No la vas a presionar, no le vas a decir que tú no vas a comer si ella no come, motívala, no la presiones… - sus ojos se volvieron como si tuviera dos vidrios tiritantes frente al verde que tanto los caracterizaba. – Nada, absolutamente nada es más importante que Natasha- Phillip sólo dio un paso hacia adelante y envolvió a Emma entre sus brazos para darle un abrazo muy fuerte. – No se trata de que lo supere, se trata de que lo acepte

 

- You’re just as scared as I am…- murmuró, y Emma le soltó un golpe en su pecho, un golpe de impotencia, como si estuviera protestando, porque ella tampoco podía hacer algo para alegrar a Natasha.

 

- The hell I am… ni para lo de Margaret estuvo así- se limpió rápidamente las lágrimas y respiró profundamente. – Voy a entrar un minuto, luego es toda tuya- se despegó de él sin otorgarle una mirada directa, pues no le gustaba que la vieran a los ojos cuando lloraba.

 

- Emma- la detuvo. – Gracias

 

Emma agachó la cabeza y entró al Penthouse, tomó el bouquet de lirios entre sus manos y el pequeño sobre blanco entre sus dedos, taconeó sobre sus Louboutin Ron Ron azules, golpeó suavemente la puerta tres veces y la abrió. Sonrió porque extrañaba esa cara, ese cuerpo, extrañaba la presencia de Natasha a pesar de que, en ese momento, era irreconocible entre su depresión, entre su mirada fija al vacío, que veía el tiempo pasar a través de las puertas de vidrio que daban a la terraza de su habitación, en donde había días que no veía el sol porque estaba nublado, o veía la lluvia caer sobre el linóleo de la terraza, veía a los Protonotarios que se paraba en el barandal de hierro, y su estado inerte corporal, que estaba acostada sobre su costado derecho para mantener en reposo su brazo y su clavícula izquierda. Colocó el bouquet en la mesa de noche de su lado, a la que le daba la espalda y, sobre la nota del día anterior, colocó la de ese día. Llevaba cuatro con esa. Tomó el bouquet del día anterior y lo colocó en la terraza, en donde sabía que lo iba a ver con seguridad. Se acercó a la cama, así como aquel día en el hospital, y se sentó a su lado, encarándola, pero Natasha no reaccionó, no la volvió a ver.

 

- Aquí estoy- le susurró, acariciando su mejilla para luego guardar su flequillo tras su oreja. – Para lo que sea que necesites, Nate…- se inclinó sobre ella y le dio un beso pausado en su sien. – I love you- y le dio un segundo beso, con el que Natasha sólo cerró los ojos pero pareció no reaccionar más allá de eso.

 

Emma, desde que la habían llevado de regreso al Penthouse, se había tomado la tarea de llevarle, a diario, un bouquet de Lirios, porque estaba consciente, con su conocimiento paisajista, que los Lirios tenían cierto efecto en las personas que estaban en dolor, físico, mental o emocional, y le llevaba, junto con el bouquet, que siempre cambiaba de color para darle pluralidad a la vista del otoño, llevaba una nota sellada en un sobre pequeño, algo que le escribía todos los días por si, en algún momento, se le daba la gana leerlas, pero ya iban cuatro días y no se le había dado la gana, tendría que llevar quince, para que a la decimosexta, Natasha estuviera lista para hablar con ella la primera vez desde el incidente. Y todos los días hacía lo mismo, a eso de las cinco de la tarde, así se partiera la tierra en mil pedazos, ella llegaría al Penthouse, le dejaría el bouquet en su mesa de noche, colocaría la nota sobre la del día anterior, que todas estaban enumeradas, y llevaría el bouquet del día anterior a la terraza, se sentaría en el mismo lugar, le haría la misma caricia, le susurraría las mismas palabras, le diera los mismos dos besos, y se iría, porque entendía que, para aceptar algo así, se necesitaba tiempo y espacio pero también apoyo, por eso iba todos los días.

 

- ¿Bueno?- contestó aquella voz a la que muchos le temían pero no Phillip.

 

- Mamá, hola- dijo mientras Emma estaba en la habitación con Natasha.

 

- Phillip, ¿cómo estás?- dijo sin la más mínima alegría en su voz.

 

- Bien, ¿y usted? ¿Cómo va todo?

 

- Bien, bien, no te imaginas cómo han subido las ventas, ha sido un mes excelente- y eso sí que pudo sentirse a sonrisa. – Estoy preparando todo para poder ir a visitarlos en dos semanas, me muero por ver cómo está quedando la habitación de mi nieto

 

- Mamá, hay algo de lo que tenemos que hablar

 

- Ahora voy a una reunión, ¿hablamos luego?

 

- No- le dijo, y era primera vez que le decía “no” a la Reina del Hielo. – Es urgente

 

- Phillip Charles, ¿qué puede ser más importante que una inversión de nueve millones?

 

- Natasha- y la sangre le empezó a hervir a Katherine, pues siempre se refería a Natasha como “mi nuera” o “la esposa de Phillip”, nunca por su nombre porque no le terminaba de agradar. – Natasha es más importante

 

- Phillip, si es para hablar de divorcio, lo hablaremos luego, ¿de acuerdo? Conozco un abogado excelente que los puede divorciar en menos de setenta y dos horas

 

- Mamá, no me estoy divorciando de Natasha- gruñó un tanto desesperado.

 

- Entonces no le veo la importancia a lo que sea que tengas que decirme, Phillip, hablamos luego

 

- Mamá, si me cuelga, le juro que me enojo de por vida- gruñó claro y fuerte.

 

- Phillip Charles, no me hables así que soy tu madre- lo reprendió en su tono tajante.

 

- Natasha lo perdió- eso era todo lo que quería decir, pues consideraba que ese era el paso que necesitaba dar para aceptar completamente que eso había pasado para, así, preocuparse ya sólo por Natasha, su esposa.

 

- ¡¿Qué?!- Phillip no pudo verlo, pero su mamá se quedó en blanco. Llevó su mano derecha, que parecía que tenía Parkinson de lo mucho que le temblaba, y así, temblorosamente, se quitó sus gafas. Phillip esperaba alguna de las siguientes cosas:

a) ¿Está bien?

b) ¿Cuándo pasó?

c) ¿Por qué pasó?

d) ¿Necesitan algo?

e) Lo siento mucho, Phillip

f) Llego mañana mismo para poderlos acompañar

g) etc.

h) Todas las anteriores

Pero quizás ese temblor en la mano no era de sorpresa, aunque sí era, pero no de devastación, sino de otra cosa, que no sé cómo se llama exactamente.

 

- Sí…- murmuró, pues no sabía si repetir aquello.

 

- ¿Me estás diciendo que ni siquiera un nieto me puede dar?- y pareció que aquello lo había ladrado.

 

- ¡Mamá!- se sorprendió. - ¿Cómo puede decir eso? No fue su culpa

 

- ¿Cómo que no fue su culpa? Seguramente tiene algo malo ahí adentro que no se le pega bien- y  yo digo: What the fuck?! – Ay, Phillip, yo te dije que esa mujer no era para ti, yo te dije que no era sana, ¿ves cómo sí tenía razón? No puede darme ni un nieto prematuro, vergüenza le debería dar

 

- ¡Más respeto para mi esposa!- le exigió. – Y sepa que no voy a ir a Corpus Cristi para Navidad, porque voy a pasarlo con mi familia aquí en Nueva York

 

- ¿Familia?- resopló. – ¡Si ni una familia te puede dar! Tu familia está en Corpus Cristi, Phillip Charles

 

- Buenas noches, Katherine- dijo  en tono seco y terminó la llamada, que dejó a Katherine con el típico “A mí no me hablas así”, que, del enojo, apretujó el iPhone en su mano derecha y lo estrelló contra la madera de la terraza en la que se encontraba. – Nota mental, dos puntos: no tomar nada que venga de mi mamá- dijo para sí mismo en voz alta, pues sólo así se le quedaban las cosas más importantes.

 

¿Iracundo? Sí. ¿Injustificadamente? Jamás, hasta me alegró que exigiera respeto para su esposa, esposa a la que estaba decidido recuperar del silencio y de la ausencia a costa de lo que fuera: no iría a trabajar hasta que se recuperara, se quedaría con ella todo el tiempo, estaría para ella las veinticinco horas del día por los ocho días de la semana. ¿Su misión? Revivirla. Sólo quería saber que no había perdido la voz que tanto le gustaba, quería saber que, en aquella mujer vacía, Natasha seguía llenándola de vida, de travesuras, de la esencia juguetona que la caracterizaba, que estaba la mujer sin escrúpulos, la que era hasta una pizca de vulgar, pero que todo se resumía a la mujer que se le había escapado por entre los dedos por no haber sabido cómo manejar la situación emocional, y si ella había hecho el esfuerzo de mantenerlos juntos, desde la primera vez que le había propuesto matrimonio hasta ese día, él le debía exactamente lo mismo, y nada menos. Entró decidido a recuperarla, a atraparla antes de que se estrellara contra el suelo en un tipo de suicidio emocional, se dirigió a su habitación, en la que no se había encendido la luz desde que había regresado, y no la encendió para respetar la visión de su esposa, pero se acostó a su lado, imitó su posición pero le dio la cara, le tomó la mano izquierda con la derecha y le dio el primer beso desde la noche del incidente, que habría querido dárselo en los labios, pero respetaba demasiado su espacio. Así se quedaron toda la noche, tomados de la mano, pues eso no lo objetó la Señora Noltenius, quien logró dormirse junto a su esposo.

 

La melodía era tan familiar, tan melancólica y nostálgica, tan triste, que no era sólo la melodía sino también la postura de Emma, su actitud en cuanto al piano, pues no estaba erguida, y, con cada presión a las teclas, era como si tuviera un intento de erguirse, era como un rebote. Tenía sus ojos cerrados, su respiración se notaba que era apenas esporádica y suave, que respiraba al ritmo de los pausados rebotes que ella misma provocaba. La melodía era limpia y suave, como si un carrete de hilo rodara por un lienzo eterno de seda, pero su expresión facial no era suave, era de preocupación, de terror, porque tenía miedo: no sabía qué hacer para ayudar a Natasha, no sabía si era su deber ayudarla o no, no sabía cómo, o qué hacer, se sentía mal por cómo había tratado a Phillip, pero era la misma impotencia, pues para ella, Natasha era su hermana, no su esposa, pero era igual de importante, no era necesario que no fueran hijas de la misma madre, o que compartieran un tan sólo alelo, simplemente era así, y nadie podía atentar contra esa conexión. Quería arreglar algo y no tenía las herramientas para hacerlo, ni siquiera sabía si lo que estaba haciendo era correcto. Tenía frío, frío en sus manos por las teclas frías, frío en sus pies por los pedales congelados, frío en sus piernas por estar únicamente en panties, frío en sus brazos por estar únicamente en camiseta desmangada, pero el frío era el mismo que había sentido en presencia de Natasha, era como estar con ella, cómo la extrañaba, pero no era momento de pensar en sí misma, sino en su mejor amiga, en su hermana. No supo en qué momento cambió de melodía, pero era más alegre, o menos triste, era más amarilla.

 

- Look at the stars, look how the shine for you and all the things that you do- cantó suavemente Sophia mientras Emma se deslizaba un poco hacia la izquierda para que ella se sentara a su derecha, y sólo sonrió ante la presencia de su prometida, de su prometida en secreto porque habían acordado no decirle a nadie hasta que Natasha y Phillip lo supieran primero, y eso no era urgente en esos momentos. – Supuse que aquí te encontraría- murmuró en cuanto Emma terminó la canción.

 

- No podía dormir

 

- ¿Quieres hablar?- la tomó de la mano, que a Emma le gustaba ver que Sophia utilizaba el anillo en su dedo, no se lo había quitado desde que se lo había dado hace un poco más de dos semanas, bueno, sólo para ducharse.

 

- Si tú te acercas a mí con un problema, te ayudo a solucionarlo. Estoy acostumbrada a tener la solución para todo, porque casi siempre tiene que ver con dinero, y eso se me facilita. Pero ahora no veo solución, no veo cómo puedo solucionarlo

 

- No puedes

 

- Odio no poder

 

- No es tu culpa no poder, así como no fue culpa de Natasha, o como no fue culpa de Phillip… no es culpa de nadie, mi amor

 

- Veo cómo mi mejor amiga se deteriora con el pasar de los días, cómo se va desmejorando física y emocionalmente, que no le veo avance alguno… es como dejar que alguien se muera en las manos aún cuando sabes hacer una perfecta resucitación cardiopulmonar

 

- Mi amor, el tiempo es el lo único en lo que puedes confiar- se recostó sobre su hombro desnudo y atrapó su mano entre las suyas. – Me parece muy lindo lo que haces todos los días, y no sabría decirte si deberías hacer más o no deberías hacer nada, pero Natasha está en todo su derecho de sufrir en silencio el tiempo que le tome aceptar que necesita hablarlo con alguien y, cuando eso pase, primero será con Phillip, luego verá si decide hacerlo contigo o con Margaret, pues las dos le dirán cosas distintas; tú la tratarás de animar, Margaret la tratará de víctima, así como ha venido tratándola, que no sé si es el mejor trato que le puede dar

 

- ¿Me quieres acompañar mañana?

 

- Puedo acompañarte, pero no voy a entrar contigo a ver a Natasha

 

- ¿Por qué no?

 

- Porque pienso que es un momento muy íntimo, muy privado, y no cualquiera puede estar ahí, tú no eres cualquier persona, yo sí

 

- Pero Natasha es tu amiga también

 

- Lo que pasa es que no quieres entrar sola de nuevo, ¿verdad?

 

- Me conoces tan bien- asintió lentamente.

 

- Natasha sabe que estoy para ella pero a quien en verdad va a acudir es a ti, no a mí

 

Emma no se dio por vencida, no podía darse ese lujo, porque darse por vencida era como resignarse a algo que no existía en el corazón de Natasha, ni en su corazón ni en su vocabulario, y no podía hacerlo sólo porque sí. Pues pasaron catorce notas de Emma, catorce bouquets de Lirios, y Natasha seguía igual,  que ni siquiera habían podido sacarla de la cama para llevarla a su revisión, no quería saber nada de eso, nada de nada, y tuvo que llegar el médico a hacerle la revisión general y a revisarle el progreso de la clavícula, que había sanado bastante bien porque no se movía, pero le quedarían los dolores reglamentarios mientras no se alimentara bien, pues se había rehusado al suero intravenoso, no otra vez, ya suficiente. Pues ese día llovió como si el cielo fuera a caerse, llovió con furia, como si fuera huracán, el diluvio bíblico; gotas anchas y potentes que hacían mucho ruido al estrellarse contra los vidrios, pues el viento era increíblemente fuerte. El cielo no era gris, era hasta rojizo, daba miedo, daba sensación de traer malas consecuencias. Emma sólo llegó a dejarle el bouquet número quince, con la respectiva nota y las respectivas palabras, y se largó a su apartamento porque tenía cosas que hablar con Sophia, quien ya había vuelto al Estudio y estaba, nuevamente, en la oficina de Emma, pues la suya había sido usurpada por un especialista en conexiones eléctricas y tuberías, y estaban analizando la posibilidad de que ellas dos se convirtieran del panel de contribuidores de ElleDecor, que harían una crítica, un top10, un artículo y un análisis al año, uno por cada trimestre. La paga era buena, el reconocimiento mejor y era lo que Trump quería para estar orgulloso de que estaba asociado con personas capaces, o algo así.

 

– Emma trajo una Tarta Tatin de pera en vino tinto, Sophia lo hizo… she thought you might like it- dijo suavemente mientras estaba acostado al lado de Natasha, quien se volcó sobre su espalda con dicho comentario. Era la primera vez que se movía frente a él. Veía al techo, eran iguales, sin vida, blancos. Posaba su mano izquierda en su vientre y su mano derecha al azar, pero no la soltaba de la de su esposo. Phillip sólo veía su abdomen, ya raquítico, que hasta las costillas se le notaban, cosa que no era normal en ella. – Por cierto, Tía Donna llamó para preguntar si te habían gustado el cárdigan y el suéter que te mandó, le dije que te habían encantado… - Natasha se sentó sobre la cama, le dio la espalda, y se puso de pie, pues tenía ganas de ir al baño. Phillip se puso de pie, aquello le parecía extraño, y no sabía si era bueno o no, pero no le gustaba que lo ignorara más que de costumbre, que le diera la espalda. – Nate…- susurró al ver que se quedaba de pie, estática, al borde del baño, en donde la madera se convertía en el linóleo beige del baño, era la primera vez que intentaba ir a ese baño desde el incidente, estaba frecuentando el del pasillo por mientras. – Nate…- susurró nuevamente al ver que se abrazaba suavemente y se resistía a entrar. – Mi amor…- murmuró en tono amoroso y comprensivo mientras la abrazaba por la cintura. – Entremos…- intentó dar un paso hacia el interior del baño pero Natasha se resistió, no quería entrar. – Estaré contigo todo el tiempo, no me voy a ir- intentó dar el paso pero se volvió a resistir. – Por favor- y decidió utilizar la fuerza bruta, la empujó junto con él hacia el interior, ella sólo se apresuró para querer salir, pero Phillip la detenía, no la dejaba salir, no aunque le estuviera pegando histéricamente en el pecho mientras él la mantenía abrazada.

 

- ¡No es justo!- sollozó, cansándose de darle golpes a su esposo, que fue que estalló en un llanto tan inconsolable como el de la mañana siguiente al incidente, que apenas se recuperaba del legrado.

 

- No, no lo es…pero hiciste lo que pudiste, y no es tu culpa- intentó razonar con ella, que ya sólo lloraba amargamente, cosa que le partía el alma, pues odiaba ver a una mujer llorando, lo detestaba.

 

- Perdón- balbuceó entre su llanto, entre sus lágrimas y sus ahogos, entre su congestión nasal, entre su falta de consuelo, el que empezaba a encontrar entre los brazos de su esposo.

 

- ¿Por qué me pides perdón, mi amor?

 

- No sé cómo manejar esto

 

- No tienes que manejarlo tú sola… déjame manejarlo contigo- le daba besos en su cabeza, la abrazaba con ganas, así como la había extrañado, y le encantaba escuchar su voz; con tan poco y ya sentía a su esposa de regreso.

 

- Tú no eres el problema, Phillip- le dio un golpe que realmente le dolió, pero no le hizo caso, entendía la rabia, la frustración. – Es como si estuviera tan sucia que no se quiso quedar conmigo

 

- ¿Sucia?- la abrazó más fuerte y la cargó lo suficiente como para que colocara sus pies sobre los suyos, y caminó lentamente hacia la ducha. – Tú no estabas sucia, no lo estás…y nunca lo estarás- murmuró mientras se metían a la cabina de la ducha. – No fue tu culpa- encendió el agua, y un chorro suave de agua tibia los empezó a bañar, así como estaban, en la misma posición, abrazados y con ropa; Natasha reposando su cabeza sobre el pecho de Phillip, él con sus brazos alrededor suyo, manteniéndola cerca y protegida, apoyando su mejilla sobre su cabeza. – Déjame ayudarte, por favor

 

Natasha asintió, ya no podía ella sola, ya no quería, se sentía demasiado miserable como para cargar ella sola con tanta miseria, necesitaba un respiro porque estaba por ahogarse, necesitaba eso, ese momento, ese momento en el que sólo el agua de la ducha se escuchaba caer, en el que la ropa les pesaba por el exceso de agua, que goteaban y que no les importaba más que estar juntos y el intento de Phillip por limpiar a su esposa. Lentamente, sin intención lasciva alguna, le quitó la ropa, que fue que se dio cuenta de la vulnerabilidad de su cuerpo; las consecuencias rojas de aquella intervención quirúrgica ambulatoria de la que ninguno de los dos había querido saber mayor cosa, sólo las consecuencias de dicha intervención, que cabía la posibilidad de la esterilidad, pero era por el bien de la Señora Noltenius, la decadencia del cuerpo de su esposa, raquítica, tan raquítica como la primera vez que la había visto en Bergdorf Goodman; sus clavículas saltadas, los rastros del hematoma profundo del golpe, los omóplatos más saltados que de costumbre, sus caderas saltadas, así como sus costillas . Lavó cada milímetro del cuerpo del verdadero amor de su vida, llamándose a sí mismo “Imbécil” por haber pensado en tirar la toalla, paseó el jabón de miel de abejas, avena y leche de almendras por todo su cuerpo, y ella se dejó, le gustó sentirse consentida, más cuando Phillip lavó las partes que eran más delicadas, que no les importó lo rojo, sólo limpiar a la Señora Noltenius. Y lavó su cabello, que aprovechó para hacerle un masaje suave y cariñoso a su esposa.

 

La cargó hasta la cama, la secó con la toalla más suave que encontró, la humectó, la vistió con la paciencia más grande de los tiempos de la razón, con la debida protección y de la debida manera, la peinó y la metió a la cama. Sólo salió de la habitación para llevarle algo de comer, que regresó con una pequeña porción de la Tarta de Sophia, pues había que cuidar su estómago por la falta de costumbre de la comida. Phillip la abrazó mientras comía lentamente aquella mezcla de sabores livianos, y, aunque no cruzaron otra palabra en toda la noche, supo que iban por buen camino, más cuando Natasha se quedó dormida sin la pastilla, la que tiempo después le ofrecería a Sophia para relajarla el día de su boda, y se quedó dormida enrollada contra él hasta que fue de mañana y ambos se despertaron distintos, quizás no con infinito positivismo, pero sí sin tanta miseria.

 

- Bonjour, mon amour- susurró Phillip al ver que Natasha se despertaba, que sólo se despertó y se aferró más a él. – C’est un nouveau jour- ella no le correspondió ni el saludo ni las palabras que le siguieron, simplemente intentó empezar volver a la normalidad de su matrimonio, y le dio un beso corto en sus labios, que ambos lo sintieron tan bien como el primero que se dieron mutuamente.

 

- ¿Qué hora es?

 

- Casi las nueve- sonrió Phillip, viendo que Natasha se sentaba sobre la mesa y, por primera vez en su conciencia y consciencia, veía el Bouquet de Lirios y la pila de sobres. – Son de Emma- la vio acercarse al bouquet y darle una probada olfativa a los Lirios.

 

- ¿Vas a ir a trabajar?

 

- Mi trabajo es estar contigo- sonrió, viendo a su esposa tomar la pila de sobres, todos iguales y firmados de la misma manera, que no sólo era  una “E.-“, así como solía firmar Emma, sino que decían “Emma”, todos.

 

- ¿Los has leído?- le preguntó, revirtiendo el orden de los sobres para dejar el primero arriba.

 

- No, son tuyos…

 

- ¿Sabes qué dicen?

 

- No, no le pregunté y tampoco me dijo- bostezó suavemente. - ¿Los vas a leer?

 

- Después de desayunar y de ducharme- dijo, colocando la pila de sobres nuevamente sobre la mesa de noche para retirar las sábanas y levantarse.

 

- Espera, le diré a Agnieszka que lo traiga a la cama, no te muevas- dijo, saliéndose rápidamente de la cama, haciendo que se quedara sentada. - ¿Qué quisieras de desayunar?

 

- Tengo ganas de avena

 

- ¿Café?

 

- No, agua, por favor- murmuró, volviéndose a meter a las sábanas, pues afuera hacía frío. Tomó nuevamente los sobres y abrió el primero. – “Lo siento mucho”- leyó en susurros, pues había ciertas cosas que las leía así para protegerse de que su mente divagara y empeorara lo escrito. – “No fue tu culpa”- leyó el segundo. – “No sé cómo te sientes, pero estoy para lo que necesites; cualquier día, cualquier hora, en cualquier momento. Siempre”- ese le causó un leve nudo en la garganta, pero logró contenerlo. – “No tienes que estar bien para nadie, sólo para ti. No hay nada que debas sentir o debas hacer. No encuentro un manual para que sepas cómo lidiar con esto”.- Natasha respiró hondo. – “Tómate tu tiempo”- el nudo quiso salir pero, por no salir, sus ojos se llenaron de lágrimas. – “Cry when you need to because I know how tears are helping you grieve”- las primeras lágrimas recorrieron su rostro por efecto de la gravitación. – “Be patient with yourself and give yourself time to heal”- y todavía no sabía qué tenía de especial el número siete, pero casi siempre era el más acertado. – “Im here. Call me any time of the day or night. I’ll cry with you, I’ll listen to you and I’ll even laugh with you. I’ll bring the tissues”- una lágrima cayó sobre el pequeño papel que leía. – “¿Cómo te sientes hoy? Me gusta pensar que mejor que ayer y no tan bien como mañana”- contuvo la congestión nasal y salió el segundo par de lágrimas. – “Alimenté a los patos del Pond en tu nombre”- y rió con su aliento. Le dio la vuelta al papel porque tenía una flecha que se lo indicaba. – “No tiene nada de malo que te hayas reído hoy”.- respiró hondo y ahogó una segunda risa, pero salió en forma de aliento, igual que la anterior. – “Cuando estés lista, te voy a escuchar y no te voy a ver como si hubieras perdido la razón”- asintió suavemente entre un sollozo casi mudo. – “Mais pour nous aussi la life is good, quizás no ahora, pero pronto”- volvió a reír con su aliento tembloroso. – “If troubles seem like they never end…just remember to keep the faith.”- abrió el número catorce. – “Anytime you need a friend, I will be there.”- abrió el número dieciséis. – “So don’t you ever be lonely, love will make it alright.”

 

- Mi amor, ¿está todo bien?- se asustó Phillip al verla con todos los papeles regados por la cama y con lágrimas en los ojos.

 

- ¿Tenemos pan viejo?- le preguntó mientras se limpiaba las lágrimas con los bordes de las mangas de su suéter.

 

- Puedo preguntarle a Agnieszka… ¿estás bien?

 

- Cuando terminemos de comer… y de ducharnos, ¿podrías hacer que Emma venga, por favor?

 

- Por supuesto- sonrió, al ver que su esposa tenía la mínima señal de una sonrisa al tener su labio tirado hacia un lado. - ¿Algo más que necesites?

 

- No me las quiero volver a tomar- dijo, alcanzándole el frasco de Zoloft, que Phillip se lo tomó e inmediatamente las guardó en la caja fuerte, que para Natasha fue suficiente, pues desconocía la combinación. - ¿Vienes conmigo?- lo invitó a la cama al haber guardado todas las notas de Emma en un solo sobre.

 

Phillip se volvió a acostar con ella y la volvió a abrazar, ella le dio un beso, un beso más completo que el del día anterior, más ella, más él, más ellos, que se besaron por tanto tiempo que hasta Agnieszka los interrumpió al entrar con la charola del desayuno de ambos, y se alegró de ver a Natasha con más vida a pesar de que sus ojos gritaran frustración y tristeza, pero eso pronto acabaría. Sólo les dejó la charola, el tazón de avena para Natasha, así como le gustaba; con canela, nuez moscada, azúcar moreno y extracto de vainilla, una botella con agua fría, y, para Phillip, un bagel, queso crema y lascas de salmón ahumado. Desayunaron mientras veían, por primera vez en casi un mes, veían la repetición de las noticias del día en la BBC, no había noticias buenas, al menos las malas superaban a las buenas, a las que podían alegrar, pero no les pusieron mucha atención, pues Natasha pidió sus ediciones mensuales de las revistas que solía leer, y Phillip se dedicó a simplemente disfrutar de su esposa, de verla comer, de verla leer usando sus Tom Ford de vidrios súper delgados, que el grosor se reducía a la mitad, y de cuyo lente izquierdo gozaba de +0.50 y el derecho de +0.25, que no era nada pero no quería llegar a ser como Margaret, de +1.50 en cada ojo.

 

- ¿En qué piensas?- le preguntó Sophia al notar que ya llevaba más de media hora en su silla y veía, con pasividad, hacia afuera en una pose bastante desganada.

 

- ¿Sabes por qué le llaman “The Big Apple” a esta ciudad?

 

- Ilumíname- sonrió, dejando a un lado el contrato de ElleDecor, pues ella no leía tan rápido como Emma y le gustaba saber, punto por punto, lo que podía y debía hacer para ser parte del Panel de Expertos.

 

- A los caballos les gustan las manzanas- resopló. – En los años veinte, un escritor se refirió a Manhattan como “La Gran Manzana” porque todas las compañías quería estar aquí, así como todos los caballos corren tras la manzana

 

- Interesante dato, mi amor- se puso de pie y caminó hacia ella mientras intentaba no preguntarle si estaba así por Natasha, pues últimamente, para Emma, el tema de Natasha era un tanto sensible; Sophia había vivido, de primera mano, lo que significaba ella para su futura esposa, era como si le hubieran arrancado la mitad de su felicidad, como si estuviera medio presente y medio ausente.

 

- ¿Te quieres sentar conmigo?- se volvió a ella, y Sophia asintió, pero se dirigió hacia la mesa de dibujo para arrastrar el banco hasta colocarlo al lado de Emma, o eso pretendió hacer. – No, aquí- sonrió, dándose unas palmadas en sus muslos.

 

- Hace un mes nos regañaron por demostrarnos nuestro afecto en el ojo privadopúblico- dijo, haciendo de la última expresión algo gracioso.

 

- Llámame irrespetuosa, sin escrúpulos, como quieras- suspiró, recibiendo a Sophia sobre su regazo. – Pero, pregúntame cuántos carajos me importa eso- Sophia pasó su brazo por la nuca de su hermosa Arquitecta, quien llevaba su cabello recogido en un moño que le había robado dos calles y cinco Bobbypins en hacerlo.

 

- ¿Cuántos carajos te importa eso?- susurró con una sonrisa, que logró que riera nasalmente.

 

- Ni uno- sonrió, diciéndolo en serio, que quizás su Ego de Alfa y Omega la había desubicado en cuanto a la moralidad y su relativismo, o quizás era que simplemente podía hacerlo: su Estudio, su oficina, su novia, su boca, sus reglas. Punto.

 

- That’s what I thought- dijo con una lengua lasciva que terminó por encontrar sus labios, y labios con labios, simplemente abusando terriblemente del espacio que las rodeaba, pues Emma había entrado ya en la etapa de: “Sophia es mi novia, ¿y qué?”. – Dime algo, Emma Marie- que sonó a un acento francés de lo más gutural y correcto que existía a pesar de que Sophia, de francés, ni un culo sabía, o algo así le había dicho en una borrachera a Emma, quizás el día antes de renunciar, así se brutal habrá sido la borrachera que ni se acordaba cuándo había sido, algo que sonó a “Emmá Marí” y la “r” muy tierna y seductora, y rozaba la punta de su nariz contra la de la poseedora de aquel seductor nombre, que ninguna sabía qué tenía de especial hacer aquello, pero casi siempre lo hacían. – Tu cumpleaños es en diez días

 

- “Tu cumpleaños es en diez días”- repitió, intentando sacarse una risa, tanto a ella misma como a Sophia.

 

- Ay- rió, y Emma también, misión cumplida. - ¿Qué quieres hacer para tu cumpleaños? ¿Qué quieres que te regale?

 

- ¿Qué quieres hacer? ¿Qué me quieres regalar?- levantó la ceja.

 

- No sé si enojarme o reírme cuando haces eso- dijo con su ceño fruncido y una expresión graciosa, la misma que pone cualquiera con “ay, qué lindo el niño”.

 

- Me gustas enojada… pero no conmigo- sonrió, arrebatándole un mordisco de mentón que le dio cosquillas a Sophia.

 

- No te me alejes del tema

 

- No fui yo, fuiste tú- se irguió un poco, sólo para poder besar a Sophia en su cuello.

 

- Como sea- suspiró al sentir sus labios detrás de su oreja derecha. - ¿Qué quieres que hacer? ¿Quisieras algo en especial?

 

- Me gustó mi cumpleaños del año pasado…

 

- No se vale repetir

 

- Supérate- rió.

 

- No quiero hacer algo que no te guste

 

- No lo harás- dijo entre un suspiro mientras se dedicaba a darle lengüetazos cortos a Sophia, lengüetazos amargos por el perfume.

 

- Tampoco quiero hacer algo demasiado… no sé cómo decirlo…- murmuró, tomando la cabeza de Emma para mantenerla en ese punto, exactamente sobre la yugular, en donde se debía a la quijada. – No quiero hacer algo muy extremo

 

- No te tengo miedo- sonrió, que siguió besando ahí.

 

- Deberías

 

- Noticia de última hora: Arquitecta muere de tanto coger- se burló Emma. – Sorpréndeme, porque de tanto coger cualquiera se va feliz a la tumba

 

- Bene, bene- rió. - ¿Qué quieres que te regale?

 

- Sorpréndeme

 

- Me voy a vengar por el rompecabezas ese- rió.

 

- Véngate… ya te dije, no te tengo miedo- murmuró, elevando su rostro para verla a los ojos.

 

- Ya te dije que deberías- la tomó con su mano izquierda por la mejilla y la trajo hacia ella, la trajo hacia un beso suave y sedoso, de ojos cerrados y las manos de Emma abrazando a Sophia por la cintura, un beso que las obligaba a seguir besándose porque el segundo que le seguía al segundo presente era mil veces más rico que hace dos segundos.

 

- ¡Oh!- espetó aquella femenina voz al abrir la puerta y verlas en aquella tertulia. La mirada de Sophia se ensanchó, la de Emma se cerró en modo de autoprotección infantil, como si no la vieran por tener los ojos cerrados. – Perdón, no quería interrumpir… y Gaby no está, perdón- dijo nerviosa.

 

- Pasa adelante- fue lo primero que se le ocurrió a Sophia. – Yo tenía que salir a hacer algo a ese lugar- Emma seguía con los ojos cerrados. – Quédate- Sophia se levantó del regazo de Emma y, limpiándose el contorno de sus labios, salió de la oficina a un lugar sin lugar, sin rumbo, sólo a intentar reírse histéricamente para no desplomarse en un repertorio poético de palabras soeces.

 

- Perdón, no quería interrumpir- repitió.

 

- No te preocupes, Belinda- abrió los ojos y respiró hondo. – Dime- se volvió con la silla completamente hacia ella.

 

- Necesito que firmes los planos que aprobaste ayer- dijo, colocándole un rollo de quince planos sobre el escritorio.

 

- ¿Son los de García o los de Henderson? Es que aprobé los dos

 

- Los de Henderson- suspiró, viendo a Emma sacar su pluma fuente, no la que tenía el Bentley grabado, pues esa la utilizaba a diario y para casi todo, sino la Omas de madera de olivo que tenía tinta roja y sólo la utilizaba para firmar los planos. - ¿Cómo va lo de Newport?

 

- No tengo idea, no me encargué de la construcción, sólo de los diseños… cuando la terminen de construir la voy a ambientar- respondió sin volverla a ver mientras levantaba cada esquina inferior derecha para firmar.

 

- ¿Y Providence?

 

- No vamos a construir hasta que acabe el invierno, es más barato- le faltaban tres planos por firmar, pero decidió ver a Belinda a los ojos con una sonrisa. - ¿Me vas a preguntar lo que de verdad quieres preguntarme o no?- Belinda ensanchó la mirada porque quería preguntar lo obvio, y no sabía cómo, ni si sus ganas eran tan evidentes. – Está bien, puedes preguntarme… de verdad- sonrió, volviéndose a los planos para terminar de firmarlos.

 

- Are you girls a thing?- obviamente esa era la pregunta más, valga la redundancia, obvia.

 

- No diría que somos una thing… ya llevamos casi un año- dijo, firmando el último plano. - ¿Eso te molesta?

 

- Nunca te imaginé…- murmuró mientras se arreglaba las solapas de su chaqueta, la clásica señal de que estaba nerviosa y/o incómoda.

 

- ¿Cómo?- sonrió mientras enrollaba los planos.

 

- Bueno, tú sabes… con una mujer

 

- No es una mujer, es Sophia- la corrigió.

 

- Bueno, felicidades- resopló. – Supongo

 

- Gracias, supongo- se puso de pie y le alcanzó los planos. - ¿Algo más?

 

- ¿Algo como qué?

 

- Bueno, no sé- se encogió de hombros.

 

- No, nada- dijo rápidamente al escuchar que el teléfono de Emma sonaba. – Tu secreto está a salvo conmigo- sonrió.

 

- No es un secreto- la volvió a corregir, y tomó el teléfono. – Pavlovic- contestó su iPhone.

 

- ¿Cabe la posibilidad de que puedas venir, Emma María? – le dijo Phillip en una voz que parecía ser de un hombre totalmente diferente.

 

- Claro, ¿a qué hora me necesitas?

 

- Ya

 

Emma se volvió blanca, pálida, sin vida, y sólo colgó. Belinda vio aquella descomposición de aura y sonrisa, sólo la vio ponerse su blazer gris oscuro, que contrastaba divinamente con su camisa celeste Burberry, que nadie sabía qué tenían esas camisas que hacían que cualquier mujer se viera bien en ellas, y le daba un contraste más obtuso por la falda negra que empezaba en su cintura. Taconeó en sus Sexy Strass Louboutin, que muchos, en cuenta Anna Wintour, creían que eran Stilettos para la noche, pero un Louboutin no tenía día y no tenía hora, siempre deslumbraba y despertaba y alborotaba la envidia con su suela roja, pues nadie sabía, tampoco, por qué la suela roja era tan llamativa. Yo sí, y Emma también. Tomó su bolso y su ligera bufanda Hermès, aquella con la que había vendado a Sophia alguna vez, y, en el camino, aparte de cruzarse con Gaby, que Emma le indicó que saldría un momento con una simple señal de manos al formar una “T” con ellas, se cruzó con Sophia, que estaba riéndose con Clark en una de las fuentes de agua, se arrojaron un beso aéreo, pues Clark, por muy macho que se hubiera visto la primera vez, no había tardado tres días más en sacar, en propulsión, su homosexualidad, pues aquella vez, en la oficina, no le estaba admirando el busto a la Licenciada Rialto, sino el corte y la silueta que la camisa le daba a su torso. Sophia no le preguntó a dónde iba, simplemente, por la cara que llevaba, supo que algo había sucedido con Natasha.

 

- Emma María- sonrió Phillip al abrirse el ascensor justamente en el interior del Penthouse. – Qué rápida- le abrió los brazos. Se veía diferente.

 

- No sé si, de haber corrido, habría llegado más rápido- dijo, sintiendo a Phillip abrazarla por los hombros mientras la encaminaba hacia la habitación principal.

 

- ¿En Stilettos?- resopló. – Cuidado y te lastimas, Tigresa- le dio un beso en la cabeza y la apretujó un poco. – Voy a estar en… por ahí- dijo con una sonrisa, dejándola sola frente a la puerta. – Go ahead… you know she doesn’t bite- le hizo un gesto de “adelante” con ambas manos, el mismo de “retírate”, pero era un gesto raro.

 

Emma golpeó suavemente la puerta, tres veces, como siempre, respiró hondo, así como todos los días anteriores, y giró la perilla, exactamente como antes, y empujó la puerta lentamente. La habitación estaba llena de luz relativa, pues no había sol, peor había luz, no como todos los días anteriores, o quizás era la hora a la que llegaba, pues solía llegar a eso de las cinco, no a eso de las diez y media. La cama estaba arreglada, con las almohadas contra el respaldo, apiladas así como a Natasha le gustaban, las sábanas sobresalían por el pliegue del edredón; el color crema se veía estupendo sobre el gris oscuro del edredón, y la banda, a los pies de la cama, en verde olivo, tan tensa como todo lo demás. La puerta del baño estaba cerrada, la del walk-in-closet estaba cerrada también. Se movió por el alfombrado mientras veía todo en su lugar, el mueble de la televisión, el que Sophia les había diseñado especialmente para ellos, que tenía cajones en los que se guardaban las sábanas y las toallas, una sala pequeña de tres sillas, una mesa de café entre ellas, dos y una, y una mesa lateral con uno de los bouquets que Emma había llevado, la decoración en los estantes progresivos; las botellas de colección de Natasha, eran todas rojizas y en distintas formas, veinticinco en total, todas del Met Gala, daban una por cada año. Salió a la terraza y tampoco estaba ahí. Sumergió su mano en su bolso para sacar el sobre del día, pues tuvo la sensación que no había nada que hacer ahí, por lo que le dejaría la nota sobre la mesa de noche, así como todos los días, más tarde regresaría con el bouquet.

 

-So… - murmuró desde la puerta del walk-in-closet que apenas se abría. Emma dejó caer la cabeza al escuchar su voz, al escucharla como la típica Natasha y, mientras se volvía hacia ella, levantó la mirada junto con una sonrisa. – No sé cuáles ponerme – dijo, levantando un par de Stilettos en cada mano. – Los Zanotti- sacudió la mano izquierda, mostrándole los botines de gamuza marrón pero que tenían el agrado del descaro de ser peep-toe. – O los Versace- sacudió su mano derecha, mostrándole la gamuza negra y la aguja de metal.

 

- ¿Cuál es la ocasión?- sonrió, caminando lentamente hacia ella, conteniéndose el abrazo que quería darle, que tenía intensiones de apretujarla con todas sus fuerzas.

 

- Tú dime- le apuntó, con la mirada, hacia uno de los estantes del mueble de la televisión: una bolsa de papel de la que salía un Baguette.

 

- Definitivamente los Versace- guiñó su ojo con cierto orgullo, un orgullo que sólo a Sara le vi alguna vez, esa sonrisa que se contiene en la que intenta presionar los labios contra sí pero la tira hacia un lado y tensiona la nariz.

 

- Sabía que dirías eso- suspiró, levantando sus pies hacia atrás, flexionando la rodilla para enfundarse los Stilettos mientras Emma tomaba la bolsa y sentía que no era un Baguette viejo, sino fresco, hasta estaba tibio todavía. - ¿Me harías el honor?- le tendió la mano, y Emma se la tomó con el sobre, para dárselo personalmente, y terminaron brazo bajo brazo y con la mano en la de la otra mientras se dirigían hacia el Pond, que en todo el camino no dijeron ni una tan sola palabra, sólo caminaron con paz en su mente, sin soltarse la mano ni el brazo, sin soltar el sobre entre sus palmas. Hasta se sentaron así en la banca, juntas, no como siempre, que Emma se sentaba y la veía darles de comer a los patos, Emma le alcanzaba la bolsa con el Baguette, lo detenía, y Natasha cortaba un pedazo con su mano: trabajo en equipo. - ¿Novedades?

 

- Jennifer Lopez perdió la cabeza- sonrió, viendo a Natasha arrojar el primer pedazo. – Ya anunció que está planeando hacer un cover de Vogue

 

- Está loca

 

- Lo mismo dije yo- rió. – Pero sólo le van a vender los derechos a Lady Gaga, a Beyonce o a Lana Del Rey… eventual y preferiblemente a Adele, pero ella no hace un up-tempo así, aunque quién sabe

 

- J.Lo que se quede cantando con el Pitbull… y que se vista como en los Grammys del dos mil: eso NO es Vogue

 

- Amén, al fin alguien que entiende- rió, que habría querido tener un Martini para brindar por eso.

 

- Em…- se volvió a ella sólo con su rostro. Emma vio la tristeza que todavía tenía, vio que estaba intentando mantenerse a flote, que no estaba bien pero que estaba intentando, y eso era lo que importaba en ese momento. – Perdón

 

- ¿Por qué me pides perdón?- se sorprendió, pues no era lo que esperaba, esperaba más una plática que cabía entre los parámetros de “irrelevancia mundial, relevancia personal”, así como lo de Jennifer Lopez.

 

-Porque me encasillé

 

- Nate, no tienes que pedirme perdón… en lo absoluto- murmuró suavemente mientras chocaba suavemente, a manera de apoyo, su frente contra la sien de Natasha. – Estás en todo tu derecho

 

- Pero te abandoné… aún después de todo lo que has hecho por mí

 

- Yo te veo y te siento aquí, conmigo, ahora… no veo que me hayas abandonado- apretó un poco su mano. – Además, no se trata sobre mí

 

- No sabía qué decir, ni qué sentir, ni qué hacer…

 

- There’s nothing you can make that can’t be made, no one you can save that can’t be saved, nothing you can do but you can learn how to be you in time, it’s easy: All you need is love- citó, que los Beatles no eran de su agrado, ni por cerca, pero era lo único que podía decirle en ese momento.

 

- Gracias…- suspiró. – Gracias por hacerme saber que no te es suficiente estar para mí, sino estar conmigo… gracias por las flores, por las palabras, por las notas… por todo

 

- ¿Las leíste todas?

 

- No, no todas… me falta una- susurró, soltándole la mano a Emma para tomar el sobre en sus manos.

 

- Te puedo decir lo que dice- la detuvo, pues le dio ansiedad que la leyera frente a ella.

 

- Me gusta tu caligrafía- sacó la nota, que estaba doblada, como todas las anteriores, por la mitad. – Esto es, precisamente, lo que pensé al terminar de leer todas tus notas- sonrió. – I love you, too- le dio un beso en su mejilla y terminó por abrazarla.

 

- ¿Es raro que te quiera más a ti que a mis hermanos?

 

- No, porque yo soy irresistible, ¿cómo no quererme?- rió nasalmente.

 

- Toda la razón, Darling, toda la razón- le alcanzó el Baguette y Natasha cortó otro pedazo. - ¿Cómo estás del hombro?

 

- Me molesta poco, sólo para levantar el brazo, pero nada tan satánico como la vez anterior- sonrió, recostándose sobre el regazo de Emma, recostándose sobre la banca, todo para que Emma peinara su cabello, pues eso le gustaba; la relajaba. – Lo que sí me tiene ya un poco desesperada es que a veces me agarra con la guardia abajo esto de la indisposición

 

- Perdón, me estás hablando en tailandés- dijo, poniéndole un poco de humor al asunto, pues se acordó de cuando habían intentado pedir una dirección en aquel viaje y no habían entendido nada a pesar de que dijeron “¡Claro! ¡Sí! ¡Entendimos!”, que se perdieron por una hora.

 

- Es como esos días del mes… en los que dices “es que estoy en ESE día”- suspiró.

 

- Pero eso, ¿es normal?

 

- Las primeras dos semanas, sí

 

- Pero ya te pasaste de las primeras dos semanas

 

- Digamos que mi puntualidad femenina está en plena Revolución Sanguinaria… paso tres días sin sangrar, me dejo de poner esas cosas espantosas y me vuelve a caer

 

- ¿Cuáles cosas espantosas?- rió Emma por cómo lo había dicho.

 

- Esas cosas que parecen pañales

 

- Se me ha olvidado el nombre

 

- Pero es que son horribles, son como así de grandes- y trazó la distancia entre sus dedos medios, que casi llegaba al metro de longitud imaginaria.

 

- ¿En serio?- levantó Emma su ceja con diversión.

 

- Bueno, tal vez así- y redujo la distancia en tres cuartas partes. – Pero eso sí que me tiene ya un poco fuera de mis paciencias… hasta creo que está resentida porque hay roce todo el día, todos los días

 

- Como que si nunca utilizaste

 

- Bueno, después de los catorce no… y de los doce a los catorce… pues, no era roce directo, if you know what I mean- levantó las cejas de horror.

 

- Pronto dejarás de usar pañales y volverás a la normalidad, a los veintisiete días que te caracterizan…

 

- ¿Te acuerdas de “eso”?- Emma asintió y se aclaró la garganta, pues se estaba preparando para entrar al tema. – No sé cómo pude ser tan idiota de haberlo considerado…

 

- Eran las circunstancias, Nate… muy distintas a las de ahora, y yo sé que no lo hubieras hecho

 

- ¿Puedo decirte algo?

 

- Por favor

 

- La frustración me pasó rápido porque, en el fondo, sabía que iba a pasar, no sé si te acuerdas que te lo dije un día cuando estaba en Westport- Emma asintió. – Frustra, sí, porque no es real ni tangible hasta que pasa… pero me frustra más el miedo

 

- ¿A qué le tienes miedo, Nate?

 

- ¿Qué pasa si vuelvo a perderlo? ¿Qué pasa si no puedo nunca más?

 

- ¿Te han dicho algo los médicos como para que pienses eso?

 

- No, pero es algo que no se me quita de la cabeza… tú viste a Phillip cómo estaba de emocionado, viste cómo se puso a pintar la habitación, él, él, él con sus manos… ¿qué pasa si nunca llego a darle un hijo que utilice esa habitación?

 

- ¿Tienes miedo de que Phillip te deje por eso?- Natasha asintió tímidamente, con miedo, no, no con miedo, con pavor. - ¿Phillip sabe las posibles consecuencias de lo que pasó?- volvió a asentir.

 

- Quizás no dice nada porque todo es muy reciente, pero no puede ser que no le importe

 

- No es que no le importe, Nate, simplemente le importas más tú, tu salud… y si algo malo puede pasarte, le importará más tenerte sólo a ti a arriesgarse a que no estés tú. Estoy segura de que Phillip entiende que no es que tú no quieras, él está consciente que no es tu culpa… y te admira por haber tenido los tres meses más difíciles, por haber aguantado tanto- Natasha sólo respiró hondo y cerró sus ojos. – Phillip ya entendió que no es tu culpa, y que tampoco fue su culpa

 

- Es que él no tiene la culpa

 

- Pero él, al principio, así como tú, creyó que sí la tenía

 

- No veo razón para justificar eso

 

- Él creía que, de haber llegado antes al baño, tú no te hubieras caído y nada de eso hubiera sucedido… que si hubiera hecho algo diferente, nada hubiera sucedido

 

- Pero si cuando me caí ya había pasado, es más, creo que me desmayé por lo que vi… - aún con los ojos cerrados, a Natasha se le escaparon dos lágrimas, una de cada lado.

 

- Pues Phillip pudo haber jurado sobre la Biblia que podía haber sido diferente, que nada hubiera pasado, pero ya entendió que no fue su culpa, ni la tuya… por eso está tan tranquilo, tan positivo- Emma materializó un Kleenex y, con delicadeza, recogió y secó aquella humedad que se escapaba de aquellos ojos que sufrían de ojeras, no por no dormir, sino de tanto llorar. – Llora todo lo que quieras… llora conmigo, llora con Phillip, llora sola, con tu mamá, con tu papá, puedes hacerlo hasta con Sophia, todos te vamos a entender… porque sabemos que no es fácil y que necesitas tiempo, pero nadie te va a dar la espalda… llora todos los días, llora cada vez que tengas ganas, no te lo guardes… va a llegar el día en el que ya no vas a querer llorar más, y todos vamos a estar listos para eso también… tienes a tus papás, a tu esposo, me tienes a mí- parecía mamá, repitiéndole lo mismo una y otra vez pero en distintas palabras, pero sólo era para que se le quedara grabado en la memoria. – Podemos hacer lo que hacíamos al principio… me puedo quedar hablando contigo toda la noche, te puedo leer, te puedo contar cosas… o, cuando te sientas sola o no quieras dormir sola en medio del día, llámame… y yo te voy a acompañar en silencio, y voy a estar cuando te despiertes

 

- No puedo hacerte eso, sería comprometer tu trabajo, tu vida, tu noviazgo con Sophia

 

- Mi trabajo no es más importante que tú, mi vida la llevo a la ligera, ya te lo he dicho, me interesa llevar más en serio la tuya… y, por mi noviazgo con Sophia, no te preocupes… ella entiende

 

- Creo que necesito conseguir un trabajo para poder distraerme y no interferir en la vida de los demás- suspiró.

 

- ¿Como qué quisieras hacer?

 

- No sé, algo que me mantenga ocupada, que me dé poco tiempo para pensar

 

- Nate, sabes que de pensar nunca vas a estar exenta, que tienes que pensar en ello. Pero seguramente encontraremos algo para que hagas, ya verás… quizás sería un buen momento para usar la influencia de “Ella Roberts”

 

- Me quedo con “Natasha Noltenius” mejor- sonrió suavemente. – Necesito un trabajo como el de Sparks, uno así de ofuscante y absorbente…

 

- ¿Planner?

 

- Sí, algo que me mantenga pensando en alcohol, en música, en detalles que no sean de mi vida, algo grande y complicado

 

- Nate, creo que tengo la idea perfecta- sonrió, y Natasha abrió sus ojos y encontró la mirada perfecta. - ¿Te gustaría planear la Boda que realmente querías y no ese popurrí alla Natasha que se inventaron las madres?

 

- ¿Y casarme de nuevo?- resopló. – Me gusta estar casada, pero, ¿no es muy pronto para renovar los votos?

 

- No, no te casarías tú…- Natasha se irguió, se sentó de golpe y se le cayó la quijada hasta que topó contra el asiento de la banca.

 

- Perdón- suspiró asombrada. – Totalmente egoísta de mi parte al no preguntarte de tu vida

 

- No me gusta que me preguntes, me gusta que adivines y deduzcas

 

- ¿Ya?- preguntó con una sonrisa amplia, tan amplia como la Natasha de hacía cuatro meses. Emma no tuvo que asentir, ni exteriorizar un “sí”, simplemente se aflojó el cuello. - ¡Felicidades!- se lanzó en un abrazo tan brusco y cariñoso, tan alegre, que ahuyentó hasta a los patos. - ¿Cuándo? ¿Cómo? ¡Cuenta con detalles!

 

- ¿Me lo pregunta mi mejor amiga o la encargada de planear mi Boda?- sonrió, con la misma alusión a Jacqueline Hall.

 

*

 

Las puertas de la Monroe Suite se abrieron y una mujer blanca, de estatura media, caminaba en Stilettos bajos, de, quizás, ocho centímetros, negros igual que su vestido, que sólo Emma y Natasha sabían que era vestido, los demás podrían haber jurado que era falda, pues, sobre él llevaba una chaqueta roja, que menos mal Sophia no se había dejado el Oscar de la Renta, pues era el mismo tono. Era seria pero de rostro cálido, quizás era el peinado lo que la hacía ver menos seria, pues llevaba una trenza angosta que le daba cierta jovialidad, quizás era para detenerse el flequillo en un mal día. En su mano llevaba dos carpetas de cuero rojo, idénticas, así como en las que almacenaban los contratos en el Estudio, pero eran Prada; culpa de Natasha.

 

De repente, todos se encontraron en silencio, nadie supo cómo o por qué, quizás porque ella se posicionó tras la mesa más alejada y que estaba centrada, la del bouquet distinto, y todos se volvieron hacia ella, todos entendieron. Luca Perlotta, que se había dado cuenta que ya era muy tarde para salir corriendo de ese lugar, simplemente vio alrededor suyo y no vio a ningún hombre fuera de lugar, sólo que el hombre vestido de negro le tomaba la mano a la mujer de rosado jódeme-la-vista, ese no era el ya-casi-esposo de Emma, tampoco el hombre que había estado hablando por teléfono todo el tiempo, pues ahora estaba en su mesa y le sonreía a las otras cuatro mujeres, a los dos hombres también. En la mesa en la que estaba Alec sólo había vejestorios, nadie fuera de lugar, ¿quién coño era el casi-esposo de Emma? ¿A quién tenía que darle la golpiza del Siglo por haberle robado al amor de su vida? Y, por eso, siempre digo que hay que leer todo: instrucciones, e-mails, invitaciones, contratos, etc. para no hacer el ridículo, así como lo estaba haciendo Luca en ese momento, que no fue hasta que Emma se colocó frente a la mesa de la mujer, que recién hacía su entrada triunfal, junto a Sophia. Sí, en ese momento comprendió por qué estaba Camilla allí, por qué eran tan cercanas Sophia y Emma, y sólo quiso llorar, pues, al principio, sintió lo mismo que Alfred; que había convertido a Emma en lesbiana por su reacción infantil en cuanto ella lo rechazó pero, en cuanto Emma le tomó la mano a Sophia, comprendió el verdadero significado oculto, y quizás imaginado, de las palabras de Emma al rechazarlo: “Luca, eres un buen hombre… pero yo no soy para ti”. ¿Emma lesbiana? Qué desperdicio de mujer. Bueno, lo mismo dicen de los hombres.

 

- Querido amigos y familiares- empezó diciendo la Abogado, que no le importaba si le escuchaban o no, le importaba que aquel día fuera memorable para Emma y para Sophia, y era culpa de Natasha también, que se había sentado con ella por dos semanas, todos los días, para desarrollar aquel discurso, que tenía que hacerlo ver, para los escépticos y los sonrientes, tan normal y tan puro como una boda heterosexual, que tenían que ser palabras que tocaran alguna fibra sensible, esas palabras que las hicieran iguales ante todos los presentes, que eran los que importaban, esas palabras que las convertían en familia. – Estamos aquí reunidos para presenciar y celebrar la unión, de Emma y Sophia, en matrimonio- ambas nombradas se volvieron a ver con una sonrisa que enterneció a todos los ahí presentes menos a Luca Perlotta, que todavía estaba un poco asombrado. – En el tiempo que han estado juntas, entre su mutuo amor y su mutua comprensión, han crecido y han madurado y, ahora, han decidido vivir juntas sus vidas como esposas- Emma a la izquierda, Sophia a la derecha; así como siempre, pues a Emma no le gustaba ver hacia la izquierda. – El verdadero matrimonio es más que sólo unir a dos personas en él; es la unión de dos corazones, es lo que nace y vive en el amor mutuo, que nunca envejece y que hace, del día siguiente, un día lleno de prosperidad sentimental.

 

- Que siempre puedan hablar sobre las cosas que les molesten, que siempre puedan tenerse confianza mutua, que puedan reírse, que puedan disfrutar la vida juntas, que puedan compartir esos momentos de paz y tranquilidad cuando el día ya esté llegando a su final. Que tengan la bendición de una vida llena de felicidad y de un hogar lleno de calidez emocional y comprensión, que siempre se necesiten, no por vacío, sino para comprender su mutua plenitud, que siempre se quieran, pero no porque se faltan. Que siempre puedan abrazarse pero no para cercarse una a la otra, que puedan tener éxito en todas las cosas que quieran, tanto para una como para las dos, y que no fracasen en las pequeñeces de la cotidianidad. Que tengan felicidad, que la encuentren en hacerse felices mutuamente, que tengan amor y que lo encuentren en amarse mutuamente

 

Nadie sabía si era el deber de la Abogado decir esas palabras, pero a nadie le importaba, más porque nadie sabía que Natasha era la que les deseaba todo aquello, pues le parecía justo que, por no tener derecho a una Religiosa, por lo menos en la Civil, en la que importaba para todo lo que no fuera Espiritual, tuvieran las palabras hermosas; las palabras que Natasha habría querido escuchar, fuera del Abogado o del Obispo. Le dijeron parecidas, pero no esas y, después de todo lo que Emma, y a la larga Sophia, había hecho por ella y por Phillip, ¿cómo no hacerlo? Por otro lado, era interesante ver a la parte de la familia, a la parte adulta mayor a los cuarenta y cinco años; Camilla y Volterra, Margaret y Romeo, Sara y Bruno. Camilla, desde que vio a Sophia frente a la Abogado, simplemente se descompuso en lágrimas que se le escapaban sin mayor esfuerzo, sólo corrían sin hacerla gemir o sin ahogarla, y mantenía el pañuelo que Romeo le había alcanzado al comenzar aquello entre su puño, el cual estaba presionando sus labios. Volterra, que estaba a su lado izquierdo, no sabía si sentirse orgulloso por estar presente en la Boda de su hija, o estar increíblemente enojado por la impotencia que sentía al saber que, luego de la ceremonia, que Emma le había jurado diez veces que sería corta, la fotografía familiar sería sólo Camilla, Irene y Sophia, él estaría fuera, y por cobarde. Pero, sin importar aquello y conmovido por las sonrisas y las miradas tiernas que se daban su hija y su Arquitecta Estrella, su jefa y la dueña del Estudio que él había erigido con Pensabene, y mejor no podía ser, no cuando sabía las intenciones de Emma, a pesar de que él quedaba, como con la fotografía familiar, fuera del plano.

 

 

- Emma y Sophia, este día lo han escogido ustedes para que, frente a sus amigos y familiares, den el primer paso hacia el comienzo de una nueva vida, una vida juntas. Por todos los “mañana” que vienen, ustedes se escogerán de nuevo, pero en la privacidad de sus vidas. Vivan las maravillas del mundo, incluso cómo la paciencia y la sabiduría pueden calmar la inquieta naturaleza del ser humano. Que en los brazos reconfortantes y amorosos siempre encuentren un lugar seguro al que puedan llamar “hogar”.

 

Sara era otra historia. Ella estaba bien, tenía la sonrisa de orgullo perfectamente instalada, pues nunca creyó que Emma se casaría, nunca le había visto esas ganas, esas ansias, ni esa emoción, pero se alegraba de que fuera con Sophia, alguien con quien realmente le veía paz. Ese día no tenía preocupaciones, ni la que le había surgido aquel día que Emma le informó de sus planes de casarse con Sophia, aquel que tenía nombre y apellido, y no es que se haya alegrado por su muerte, porque no le alegraba, pero sabía lo que eso significaba para cada uno de sus hijos; para Laura era indescriptible, algo que no iba a poder superar en ésta vida, ni en la siguiente, para Marco era enojo y hora de crecer y ser independiente, de aprender a vivir con lo que se tiene y no con lo que sebe, para Emma fue una simple liberación, que le pareció injusto que se muriera, porque dentro de todo lo quería, a su manera pero lo quería, pero comprendió que la naturaleza de su relación había sido, desde hace varios años, como si uno de los dos hubiera estado muerto. Tras ella estaba Bruno, que aquello iba realmente serio, quizás no terminaría en matrimonio pero sí en una relación duradera. Él no era ni homofílico ni homofóbico, simplemente los entendía, y admiraba a Sara, pues creía que para ningún padre era fácil cuando sus hijos definían sus preferencias, y la admiraba porque estaba ahí, con esa sonrisa, con esa mirada de felicidad, y la admiraba más porque no sólo era que hiciera cosas para mantener una fachada, como muchos podían creer, sino que, cuando a él le había hablado de Emma, se le habían iluminado los ojos, y había hablado grandeza y proeza de ella; se le notaba el orgullo y el amor.

 

- Y, así, Emma y Sophia, les quisiera preguntar; Sophia, ¿qué te trae aquí hoy?

 

- Mi amor por Emma y el deleite de ser su esposa- sonrió, viendo a Emma un tanto sonrojada, pues ya sabían ambas que eso de decirlo frente a otras personas era simplemente: awkward.

 

- Y, a ti, Emma, ¿qué te trae aquí hoy?

 

- La vida- sonrió. – Y mi amor por Sophia y las simples ganas de ser su esposa- guiñó su ojo derecho y ambas intentaron no reírse, pues se habría visto mal, muy mal. Y eran los nervios de lo que venía a continuación.

 

- Les pregunté qué era lo que las había hecho enamorarse, y cada una tiene una respuesta por aparte. Emma, ¿te gustaría compartirlo con Sophia en este momento?- bueno, tal vez no eran votos, porque los votos eran los mismos casi siempre, mejor eso. Qué vergüenza. Aunque los votos venían después. Vergüenza doble.

 

- Que tienes agallas para “dejarte llevar”, porque es tu deseo vivir la vida al máximo pero sin excesos. Porque no hay montaña rusa tan alta y tan rápida que pueda hacerte sucumbir. Porque tienes la habilidad de no cambiar tu forma de ser ante un mundo que te consume y que te tienta a cambiar. Porque no conoces más límites que los que tú te pones, porque tienes el valor para defender lo que es tuyo y en lo que crees, porque tienes carisma y eres educada; siempre pides las cosas “por favor” y las recibes con “gracias”. Porque tienes un corazón bondadoso y porque has aprendido a usar lo que tienes para hacer cosas buenas y para hacerlas bien, así como al C…- se tapó la boca y sólo Phillip y Natasha rieron suavemente porque sabían que se refería a “Carajito”. – A Darth Vader- se corrigió a tiempo, que Sophia le lanzó la mirada de “¿Ves como ni tú lo llamas ya por su nombre?”, pero le dio risa.

 

- Sophia, ¿podrías compartir tu respuesta con Emma?

 

- No sé- rió. – Son demasiadas cosas… - se mordió su labio inferior y respiró hondo. – No sé… eres considerada y muy cariñosa, me cuidas en todos los sentidos y en todas las formas que existen; te preocupas por hacerme entender que tú y yo somos tan iguales como diferentes y que, a pesar de estar juntas, vamos por diferentes caminos pero que corren paralelamente, cada quien haciendo lo suyo pero al lado de la otra. Siempre me incluyes en tu mundo, en un mundo en el que soy nueva, te preocupas por mi bienestar, que nada me falte y que nada me afecte; así como cuando me cuidaste cuando estaba enferma- sonrió, que “enferma” encerraba múltiples cosas que no eran precisamente enfermedades, sino otras cosas. – Porque eres generosa y no te vales de ello para hacerte más increíble, porque sabes quién eres y qué quieres. Tu Ego- sacudió lentamente su cabeza mientras soltaba una risa nasal, risa que contagió a todos los que conocían a Emma y a su Ego, que eran casi todos, todos menos Bruno y Luca, quien no había escuchado nada después de lo que Emma había dicho de Sophia. – Tu ego es enorme- asintió. – Pero su existencia es sabiamente fundamentada, y es tan fascinante que no sólo me hace reír todos los días sino que también me enseña cosas nuevas y me hace reconsiderar mis ideas… todo eso and your british accent- dijo, imitando el acento de Emma, que logró sacarles una risa a todos, a todos por igual.

 

- Emma y Sophia, esas son las cualidades que atesoran la esencia de su relación- “eso y mucho sexo” pensaron las dos al mismo tiempo. – Acuérdenselas a ustedes mismas todos los días. Una relación exitosa no es sólo amor, pero ayuda mucho. A partir de hoy, su relación se hará más fuerte y más profunda, todavía más llena de amor, pero todos sabemos que eso no borrará las diferencias que hay entre ustedes dos. El matrimonio no cambiará que Sophia no desayune y tome un Taxi todos los días por despertarse tarde y tomarse su tiempo para ducharse, no evitará que Emma quiera tener todo controlado para que sea perfecto, y tampoco cambiará la importancia que Emma le otorga a la moda, así como tampoco evitará que Sophia doble el cubrecama cuando a Emma le gusta bajo las almohadas. El matrimonio no va a evitarles discusiones diplomáticas en la oficina por una tela; que si es chiffon o que si es charmeuse la mejor opción, o por si es mejor trabajar en secuoya o en ceiba. Tampoco evitará que Emma no deje que Sophia pague las cuentas o que, para Sophia, un Kebap sea sinónimo de “la mejor cena del mundo”. Sin embargo, saber lo que la otra necesita para ser feliz y tener la voluntad para proveérselo si ayuda al entendimiento, y eso es algo que ya hacen muy bien- “y no sabe cómo funciona eso en la cama” volvieron a pensar, que sabían lo que pensaban por las miradas divertidas que se lanzaban.

 

- Emma y Sophia, ustedes han decidido caminar, por la vida, tomadas de la mano. No hay declaración de amor más verdadera que esa. Su decisión de estar juntas no fue determinada por un único momento, sino por incontables momentos especiales.- “y muchas primeras veces y muchos primeros orgasmos”. - Sepan que el objetivo del matrimonio no es que piensen igual, porque nunca lo harán, pero sí es que piensen juntas. Tienen que estar de acuerdo en que se puede estar en desacuerdo. Ustedes se pertenecen. El fundamento de su amor es una amistad profunda.- ya, para ese entonces, Camilla Rialto estaba abrazada por Alessandro Volterra, abrazada así como Margaret se abrazó de Romeo el día de la Boda Civil de su única hija, la que estaba de pie a pocos pasos de Emma y se veía como una mujer feliz, dueña de sí misma y en control de todo lo que quisiera controlar. – Serían tan amables de tomarse de las manos y verse a los ojos, ¿por favor?

Estas son las manos de tu mejor amiga, llenas de amor para ti, tomando las tuyas en el día de tu boda

Estas son las manos que te rascaran la espalda cuando no te alcancen los brazos y las manos para rascarte tú sola

Estas son las manos que te ayudarán a decorar el apartamento

Estas son las manos que tomarán el teléfono y te enviarán un mensaje de texto diciéndote que te amo aun cuando estemos en la misma habitación

Estas son las manos que, a veces, van a querer estrangularte

Estas son las manos que te van a sostener para reconfortarte y te harán cosquillas para hacerte reír

Estas son las manos que limpiarán lágrimas de tristeza, de estrés y aflicción, y de felicidad

Estas son las manos que van a cargar a Darth Vader para bajarlo de la cama

Estas son las manos que van a trabajar junto con las tuyas para construir un futuro juntas

Estas son las manos que te van a amar y a adorar apasionadamente con el paso de los años

 

Sí, todo eso lo dijo, y lo dijo tal y como Natasha le había enseñado; el tono, la postura, los gestos, todo, y todo lo había dicho perfectamente a pesar de que a Emma y a Sophia les pareció que faltaban una, dos o tres cosas que le faltaron. ¿En dónde quedó “las manos que te van a abrazar toda la noche” o “las manos que te van a cocinar tu comida favorita”? ¿Qué tal con “las manos que te van a mimar cuando te enfermes” o “las manos que te van levantar cada vez que te caigas? Bueno, bueno, sí, muy lindo todo eso, y qué bueno y qué sano pensaban aquellas dos mujeres de veintinueve años por igual, que poseían la misma inmadura madurez mental, y, aún así, no estaban exentas de desvariar en una línea tenebrosa y obscena aun estando en un momento tan sano. Sí, había faltado mencionar más habilidades: las manos que van a recorrerte completamente, las que van a desvestirte tortuosamente, las que van a acariciar cada milímetro de tu piel con la misma pasión intensa y candente con la que Michael Bublé interpreta “Cry Me A River”, las mismas manos que van a traerte hacia mí para poder hacerte el amor, las que te van a hacer gemir, las que te van a hacer alcanzar uno, dos, tres, o los orgasmos que aguantes, y que también tienen la capacidad de hacerte eyacular, que son las mismas manos que te van a detener mientras te sacudas sin control, las que te van a detener la cabeza para que me sigas comiendo, las que te van a mimar hasta que te duermas.

 

- Les pregunto a las dos: ¿Han venido por voluntad propia?

 

- Sí- corearon ambas mientras asentían una tan sola vez para respaldar la afirmación.

 

- Emma, ahora te pregunto a ti,  ¿Aceptas a Sophia como tu esposa?

 

- Sí, acepto- algo pasó que a ambas se les revolvió el estómago, quizás de risa porque siempre se habían burlado del famoso “sí, acepto” y ahora lo estaban diciendo ellas, o fue quizás que todo, en ese momento, se convirtió en realidad.

 

- Sophia, ¿Aceptas tú a Emma como tu esposa?

 

- Sí, acepto- dijo por protocolo, pues aquello se sobreentendía, y ni había terminado de decir aquellas palabras cuando Phillip le alcanzaba a la Abogado una caja pequeña y rectangular de cuero negro, sólo para que la abriera y mostrara dos anillos de tres filas de diamantes transparentes que se incrustaban, al estilo pavé, en oro blanco, en cuyo interior se podía leer el nombre de su esposa; el de Sophia llevaba grabado “Emma” en sánscrito, y el de Emma llevaba “Sophia” en hebreo, que tenían sus razones para ser distintos y no en simple escritura estándar.

 

- Emma, por favor toma el anillo, ponlo en el dedo de Sophia y exprésale tus votos- Emma tomó el anillo que estaba de su lado y verificó que fuera el de Sophia, le tomó la mano izquierda, libre del anillo de compromiso, y colocó el anillo justo para empezar a recorrer su dedo con él.

 

- Nosotros; yo, Emma, y mi Ego, te tomamos a ti, Sophia- todos rieron, y supuestamente Emma no iba a decir eso, lo había escrito por molestar, pero en ese momento de nervios se le olvidó olvidarlo. – Para que seas mi esposa, mi compañera en la vida y mi único y verdadero amor. Apreciaré nuestra amistad y te amaré ahora, mañana y para siempre. Confío en ti y te respeto, reiré y lloraré contigo porque sólo tú sabes contagiarme plenamente.- terminó de deslizar el anillo. – Voy a amarte fiel e incondicionalmente, así sea que los tiempos sean buenos, sanos y felices, como los malos, tristes o que estén llenos de indisposiciones. Lo que sea que venga, te prometo que estaré para ti, para siempre, haya prosperidad o pobreza, haya Christian Louboutin o Nine West, haya estilo Clásico o Rústico, porque lo demás no importa si eres lo primero y lo último que veo en el día. – ahora, eso sí supo quebrar a Sara, pues no era que no supiera cuánto amaba a Sophia, pero escucharla decir esas cosas, que quizás podían estar fuera de lugar o podían ser estúpidas para muchos, pero significaban mucho para las dos, y era eso lo que debía importar, que se mantuvieran fieles a sí mismas para mantenerse fieles mutuamente.

 

- Sophia, por favor toma el anillo, ponlo en el dedo de Emma y exprésale tus votos- Sophia imitó a Emma, sólo que no tuvo que verificarlo, tomó la mano de su ya-casi-esposa en la suya y colocó el anillo en la perfecta posición.

 

- Yo, Sophia, los tomo a ustedes, Emma y Ego de Emma, para que sean ¿mis esposas?- resopló, trayendo más humor a la situación, haciendo que ambos padres, ambos en lágrimas, fueran capaces de reírse. – Emma, para que seas mi esposa, mi compañera en la vida y mi único y verdadero amor- eso era igual, y también era culpa de Natasha, pues no podían decir cosas totalmente fuera de lo que se estipulaba el protocolo. – Uno mi vida a la tuya, no sólo como esposa, sino como tu amiga, tu confidente y tu aliada. Te confío mi inmenso amor por ti, te seré fiel, prometo respetarte, acompañarte y amarte siempre, pase lo que pase, haya prosperidad o pobreza, suenen las Spicegirls o me toques una pieza de Chopin en el piano o me cantes “I’m Coming Out” desde Orlando hasta Port Everglades, así tengas una sonrisa o no, así balbucees en portugués y no te entienda, prometo reírme y hacerte reír hasta que el chiste de la plancha te aburra, no hay nada mejor en el día que ver la perfecta sonrisa que naturalmente construyó mi Arquitecta favorita. – sólo se querían abrazar, se querían besar, se querían tocar más que las manos, se querían sentir, pero, con una mirada de la Abogado, tuvieron que continuar. – Prometemos amarnos la una a la otra y compartir hasta nuestros pensamientos más íntimos- “y retorcidos, y sucios, y sexuales, y obscenos, y no aptos para nadie aquí presente… quizás sólo Natasha”.

 

- Prometemos sostenernos, apreciarnos y valorarnos- dijo Emma.

 

- Queremos vivir cada día como si fuera el último- “y hacer el amor como si fuera la última vez”.

 

- Y prometemos nunca acostarnos enfadadas- “pues, claro, con un poco de Vodka o Whisky, sexo y sonrisas, ¿quién lo hace?”-

 

- Si el dolor entra en nuestras vidas- “como el de esos incómodos días o como cuando le insisto que me penetre con más de un dedo”.

 

- Juntas lo superaremos- sonrió Emma, “con San Ibuprofeno y masajes”.

 

- Mientras envejezcamos y lentamente cambiemos- “que calculo que a los cuarenta estará más buena que el pan”.

 

- Podremos mirarnos a los ojos y saber que lo que tenemos juntas nunca desaparecerá- “como los jueguitos traviesos, los cubos de hielo, los cumpleaños… etcétera, etcétera, etcétera.”

 

- Y, con cada aliento que exhalemos- “porque sí que me deja sin aire a veces”.

 

- Crecerá nuestro amor- y se escuchó un coro de “Awww…” que luego se convirtió en una risa incómoda colectiva.

 

La Abogado abrió las dos carpetas al mismo tiempo y, del interior de su chaqueta, sacó una pluma fuente Etoile Montblanc, que cómo odiaba Emma las plumas fuente de esa marca, porque no eran tan suaves como las Tibaldi al estar en contacto con el papel, las Montblanc terminaban por rasguñarlo, y eso sólo lo podía saber alguien que había tomado el taller de “Escritura, Caligrafía y composición de fuente y papel”. Peor aún, la tinta era negra. Pero eso era parte del Trastorno Obsesivo-Compulsivo de la Arquitecta Pavlovic, pues no se podía ser todo perfecto sin tener un punto débil, pues, eso. Tanto Emma como Sophia firmaron en ambas carpetas, Emma al lado izquierdo, Sophia al lado derecho, bajo la firma de Emma firmaron Sara y Natasha como sus testigos, bajo la de Sophia se trazaron las de Phillip e Irene, y todo aquello terminó con la firma de la Abogado, que qué-firma-más-fea-válgame-Dios, pero era Abogada, le pagaban para las legalidades, no para que escribiera bonito, y un sello en tinta roja.

 

- Emma y Sophia- dijo, juntando sus manos, haciéndolas sonar como en un aplauso incómodo. Emma y Sophia apretujaron la mano de la otra, pues Emma no había dejado de tomarla de su mano izquierda, sólo la había soltado para tomar el anillo. – Por el poder que la legislación del Estado de Nueva York me confiere, y por el permiso que sus amigos y familiares me otorgan, es un privilegio para mí, Helena Miller, estar aquí el treinta de mayo de dos mil catorce, para declararte a ti, Emma Maria Pavlovic Peccorini, y a ti, Sophia Rialto Stroppiana, como esposas de por vida.- Emma y Sophia respiraron, por fin, tranquilamente, como si esos diez o quince minutos hubieran sido la carga más grande de sus vidas, quizás por la emoción, quizás por la ansiedad, quizás por una mezcla de ambas cosas. – No sé quién besa a quién- murmuró la Abogado. – Pero pueden besarse

 

Y no lo hicieron, simplemente se abrazaron fuertemente. O tal vez sí se besaron, pero no en los labios, sino en ambas mejillas para luego volver a caer en un abrazo cálido y fuerte mientras todos aplaudían, menos Camilla que luchaba contra sus lágrimas y Luca que estaba casi por desmayarse al ver que aquello era real, pues entendía todo, sí, y lo respetaba, pero no lo libraba de la sorpresa, no Señor. Vio cómo Phillip y Natasha se les lanzaban en un abrazo, el flash de una cámara no dejaba de brillar, que había estado presente desde hace  tiempo ya, desde el Champagne Bar, pero nadie se había dado cuenta por los nervios, ni Emma ni Sophia lo habían notado durante los quince minutos más pesados de sus vidas. Aunque quizás era la discreción con la que trabajaba la fotógrafa; Annie Leibovitz, amiga desde hace una vida de Margaret, y había accedido a ser la fotógrafa oficial no sólo por la amistad y por la buena paga, sino porque era un evento que ella, en el fondo, siempre quiso experimentar con Susan, y era su manera de hacerlo, pero sola.

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