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El lado sexy de la Arquitectura 38

en Lésbicos

- ¿Estás segura de que quieres estar aquí?- le preguntó Emma a Sophia mientras sostenía sus manos entre las suyas, sentadas una al lado de la otra, Sophia a la izquierda de Emma, y Emma besaba las manos de Sophia, bueno, sus nudillos.

 

- ¿Tú quieres que esté aquí o que me vaya? Sólo son tres avenidas y dos calles…- murmuró Sophia, apoyando su frente contra la de Emma.

 

- Quiero que estés aquí pero no quiero que estés aquí… porque no sé exactamente qué esperar de esto

 

- ¿Es por tus hermanos o por tu papá?- Emma sólo respiró profundamente y le dejó saber que tampoco estaba segura. - ¿Quieres que me vaya?

 

- No, pero si se pone incómodo… puedes salir corriendo- sonrió, abriendo los ojos y viendo que, por el final del pasillo, se abrían las puertas del ancho ascensor, de donde salió aquella camilla, escoltada por dos paramédicos y tres enfermeras y, detrás de ellos, aquellas dos caras que eran tan parecidas a las de Emma, peor tan ajenas entre sí. – Y puedes hacerlo ahora o más tarde

 

- No les tengo miedo- resopló, ayudándole a Emma con el humor, quien no le quitaba la vista a la camilla que se desplazaba hacia un costado, desapareciendo por el pasillo lateral derecho de Cuidados Intermedios.

 

- You shouldn’t- le dio un beso en la frente y se puso de pie, que, hasta ese momento, ninguno de sus dos hermanos la habían reconocido, pero a Emma esas caras no se le olvidaban, nunca.

 

Caminó hacia ellos, siendo más alta que los dos por sus Tom Ford de piel de pitón negra, y sintió el aire frío que penetraba por entre las capas de chiffon plisado de su blusa; desmangada, de cuello redondo y a altura media, del centro blanca, de los costados pálidamente aqua, asegurada, por la cintura, con un listón elástico negro, a pronunciadas canaletas verticales, con un lazo exactamente al centro frontal, aquella blusa caía un tanto bombacha por el hecho de tener el listón, y caía, exactamente, hasta la altura del comienzo de la cremallera de su jeans Saint Laurent negro, ajustadísimo a sus piernas, no trituradores, pero sí que se le veían bien. Todo aquello siendo decorados por una melena suelta y un tanto alocada por las ondas del horrendo clima neoyorquino de la época, pero manejada y ajustada, por el flequillo, que había sido tirado hacia el lado izquierdo, con un Bobby Pin, y eso le daba un poco de inocencia y juventud, la hacía verse menor que su hermana menor, y muchísimos años menor que su hermano mayor. Sophia apreció aquella escena, que sabía que sería extraña, incómoda para Emma, y no por Laura, pues a Laura la soportaba y la quería bien y de buenas, pero, con Marco, de quien Emma no hablaba nunca ni por la fuerza, eso era para grabarlo. Le impresionó ver cómo Laura, quien no dejaba de ser impresionante para la vista, aunque Emma estaba mil veces mejor, corrió literalmente a Emma y la abrazó con una sonrisa, y Sophia notó que Emma se petrificó un poco, pues le tomó unos cuantos segundos en reaccionar ante aquel abrazo y correspondérselo; hasta parecía que Laura no quería soltarla. Notó que, en su dedo índice izquierdo, Laura utilizaba el mismo anillo que Emma utilizaba en su dedo anular derecho, pero éste, en vez de ser un rubí, tenía una esmeralda, como si fuera Pantone 2013.

 

Laura no se despegó de Emma hasta que Emma le dio un beso en su cabeza y le dio unas palmadas en la espalda, Sophia rió nasalmente, pues sabía que a Emma no le gustaba que la abrazaran por tanto tiempo, no así, no pasando su un brazo por encima de su hombro izquierdo, esa era una zona prohibida, que se podía besar, acariciar, pero nunca hacerle presión; secuelas de varios episodios con Franco, aunque Sophia no se había dado cuenta de que, la noche anterior, Emma no se había quejado al ella olvidar eso, hasta se dejó, y era por la misma razón de que su cicatriz no le dolía más. Entonces, aquel abrazo era simplemente porque Emma no era ni mediamente fanática de los abrazos duraderos, de los abrazos que la hicieran sentir aprisionada de los brazos. Laura se hizo a un lado, quedándose de perfil para Sophia, y era delgada, como Emma, pero era más pequeña que Emma, más pequeña que Natasha, medía, quizás, un metro y sesenta centímetros, y se parecía muchísimo a Sara, al menos en cómo se vestía, pues llevaba un pantalón de denim rojo, ajustado y hasta los tobillos pero, en vez de Loafers o Drivers, Oxfords blanco y café pálido que Sophia sabía que eran Ralph Lauren, una blusa de manga hasta por arriba de los codos, de algodón blanco, que se aflojaba del pecho pero que le hacía un favor al tallarle su delgadez, y la herencia de Sara, digo, su prominente busto, aunque quizás más pequeño que el de Emma. En el transcurso de aquel abrazo, que duró un poco menos de treinta segundos, Sophia le dejó de encontrar lo interesante a Laura, pues se notaba que era una niña atrapada en un cuerpo bronceado que, por lo mismo, había envejecido de piel más rápido de lo que normalmente debía, y era todo, su postura un tanto erguida, la inseguridad con la que se plantaba sobre el suelo, aquella coleta desordenada que marcaba su perfil, los Wayfarer negros Ray-Ban, era hasta un poco aburrida para la vista, parecía que estuviera viendo la vestimenta de Gaby, quizás en marcas más caras, o menos baratas, pero en una mezcla de Emma y Sara.

 

Y, quedándose Laura sonriendo, viendo a Emma desde un costado, Sophia no presenció otro abrazo, ni un beso, sino lo que pareció ser un apretón de manos, que no era más que una alusión a sus orígenes, pues se daban la mano para demostrar que no iban armados, que no iban a matarse. Sophia no podía ver al hombre que estaba tras Emma pues ahora Laura también contribuía a la obstaculizada visión. Emma asentía de brazos cruzados, incómoda ante la mano de Laura que se posaba sobre su hombro, pero no la quitaba. Por entre las piernas de Emma y Laura alcanzaba a ver los zapatos de gamuza marrón de Marco, que, de reojo, parecían botas Timberland, y luego yacía un pantalón khaki que caía, asumió Sophia, hasta el suelo, lo que lo descomponía en las hebras de denim, de mal gusto, o muy “chic” si eran los noventas. Emma continuó asintiendo, tambaleando la cabeza ante los ademanes exagerados de Marco, que no eran exagerados, eran italianos nada más, y Sophia veía las manos varoniles volar por el aire, Laura asentía, a veces lo interrumpía y Emma ladeaba su cabeza hacia Laura. Sophia realmente no se explicaba la relación que tenía Emma con sus hermanos, había algo que no encajaba del todo, tal vez era porque estaban juntos por el hombre que menos quería a Emma, o que más la quería en su desquiciada mente. Además, comprendía y, al mismo tiempo, no comprendía a Emma, pues, si tanto evitaba a sus hermanos, ¿por qué pagarles todas las acomodaciones? Pues, Emma les había rentado, a ambos, un apartamento en el Bristol Plaza, ella no dejaría de trabajar, no porque le hiciera falta el dinero, sino porque tampoco podía estar metida ahí, no era sano. Además, tenía que preparar su seminario y su taller, que no era difícil, pero llevaría tiempo, pues sólo eran catorce horas para intoxicarlos con todo lo que debían saber. Emma levantó su dedo índice, sacando su iPhone del bolsillo del pantalón y se hizo a un lado para que sus hermanos no escucharan su conversación por teléfono, y fue cuando Sophia vio a Marco. Sí, tenía esa cara de ser lo que Natasha llamaba “un cabrón”, lo que yo llamo, eufemísticamente, “un desgraciado”. De barba espesa, de dos semanas de crecimiento, rubia, totalmente rubia, así como sus rizos grandes y flojos en aquel cabello largo y tirado hacia atrás con la ayuda de algún producto que no le sentaba bien, pues parecía que no se había bañado en más de tres días. Asco. Y aquellos vellos varoniles que le plagaban el pecho por entre la camisa entreabierta. Se notaba que, en su mejor época, había sido no sólo guapo de la cara, sino del cuerpo también, pero, por algún motivo, ya no estaba tan en forma y había desarrollado un abdomen inflado que le ajustaba la camisa, pero nada grosero y obsceno.

 

- Pia- dijo Phillip al tocarle el hombro, notándola distraída.

 

- Hola, Pipe- sonrió, poniéndose de pie para darle un beso en cada mejilla y un abrazo, pero Phillip la mantuvo en sus brazos unos segundos.

 

- ¿Cómo estás?

 

- Bien, ¿y tú?- sonrió, tomando nuevamente asiento, tomando el bolso de Emma para colocarlo sobre el suelo, casi sintiendo la cajita dentro del forro del bolso.

 

- Bien, bien… ¿ellos son?- murmuró, como si, con la inmensa distancia de siete metros, pudieran escucharlo. Sophia asintió. – Yo soy más guapo, ¿verdad?- rió.

 

- You’re taken, Pipe… no comments- sonrió Sophia, dándose la oportunidad de salir ilesa de aquella pregunta. - ¿Y tu esposa?

 

- En un rato viene, se quedó comprando una de esas cosas de flores

 

- ¿Un Bouquet? ¿Una floristería?- rió, sólo burlándose suavemente de la irrelevancia que aquello tenía para Phillip.

 

- No me extrañaría que comprara la floristería- rió, pasando su brazo por los hombros de Sophia para abrazarla. - ¿Cómo está tu mujer?

 

- Está como quiere- dijo, entre broma y en serio, consiguiendo que Phillip la viera con ojos de “no, en serio”. – Está normal… tranquila, nada fuera de lo normal- dijo, metiendo la mano en su bolso y sacando un cubo Rubik de cuatro por cuatro.

 

- You carry that in your bag?- preguntó Phillip, señalando el cubo con escepticismo.

 

- Sí… a veces es lo único que me entretiene- sonrió, empezando a mover las caras del cubo, en desorden según Phillip. – Pues, cuando tengo que esperar mucho tiempo para algo, nada más…

 

- ¿Te aburro?

 

- No, es sólo que actúa como distractor mental también

 

- ¿Por qué necesitas un distractor de tus pensamientos, Pia?- murmuró, aflojándose el nudo de su corbata Ricci, celeste, a cuadros blancos de línea doble pero fina, con un punto blanco en el centro de cada cuadro y, entre cada doble línea, una finísima línea punteada amarilla.

 

- Gaby se dio cuenta de que Emma y yo vivimos juntas… y, antes de que preguntes “¿y qué?”, nos vio besándonos…pues, supongo que sabe que no estamos experimentando… nos encontró en bata

 

- Explícate

 

- No sé, el paranoico de Volterra la mandó al apartamento de Emma a buscarla… y se me ocurrió abrirle la puerta…

 

- ¿No fueron a trabajar ahora?

 

- No, Emma estaba cansada… tenía dolor de cabeza ayer y durmió bien, tan bien que le dieron casi las nueve dormida, cosa que tú sabes que no pasa nunca

 

- ¿Y tú, Pia?

 

- No tenía ganas de verle la cara a Volterra, prefiero que se me pase la cólera antes de volver a tratar con él

 

- ¿Por lo de tu mamá?- Sophia asintió. – Pues…no me estás pidiendo mi opinión…

 

- Pero eso no te detiene para dármela- sonrió al interrumpirlo.

 

- Exacto- dijo, viendo que un doctor se acercaba a los hermanos Pavlovic y Emma colgaba rápidamente la llamada, que, aparentemente, era de trabajo. – Me pongo en los zapatos de Volterra… él no tiene hijos propios ni ajenos, quizás lo que quería era ayudar, pero, sin experiencia, no hizo nada más que ofenderte… pero porque no se dio cuenta de que se estaba metiendo, de la peor manera y en el peor de los casos

 

- Es sólo que, a veces, cruza el límite… yo soy su empleada, la hija de la novia de la vida pasada… y a veces actúa como si fuera mi papá, así como ni siquiera mi papá actuó conmigo… supongo que, lo que me molesta, es que se tome ese derecho cuando no lo tiene… si en realidad quiere ser mi papá, pues que se case con mi mamá… soy un alma libre- resopló.

 

- ¿Le has dicho a tu mamá que sientes eso de Volterra?- Sophia se negó con la cabeza. – Deberías… así te evitas que tu mamá corra a contarle a Volterra y que Volterra te “regañe”

 

- Tienes razón- suspiró. – Le diré cuando vuelva a hablar con ella

 

- ¿Estás bien?

 

- Sí, ¿por qué?

 

- No sé, el “sí” femenino viene del antiguo griego “no”- resopló, y provocó, en Sophia, una risa ridícula.

 

- Me estoy preparando mentalmente para lo que sea que pueda salir mal

 

- ¿A qué te refieres?

 

- A que haya una especie de Tercera Guerra Mundial entre Emma y sus hermanos, con o sin su papá, con o sin su mamá, que Franco se muera, que no se muera, que nunca se despierte, que Emma esté gastando tanto en él, más cuando tú sabes cómo es él con ella… no sé, es tanto…

 

- A Emma le alcanza para mantenerlo hasta los cien años y no teniendo una tan sola deuda, además, Romeo ya está en contacto con los representantes legales del Ministerio de Desarrollo Económico, Infraestructura y Transporte y del Ministro de Economía y Finanzas, pues, legal por parte del Gobierno… porque le tienen que seguir pagando, al menos hasta que se muera…

 

- Me imagino que Emma ya habló contigo de eso

 

- Pia, Emma no se va a quedar pobre… va a mantener a tu suegro con lo del plazo fijo del primer año- rió, dándole un beso en la cabeza.

 

- No es el dinero- dijo indignada, pues realmente no era eso lo que le molestaba. – Que haga lo que quiera con él… no es mío… es suyo…

 

- ¿Entonces?

 

- No sé si es madurez suprema o es simplemente lo que un hijo tiene que hacer por su papá

 

- ¿Las dos?

 

- Quizás… sólo espero que él lo sepa apreciar

 

- Emma habrá hecho lo que debía hacer, lo que podía hacer, será cosa de él si le gusta o no… Emma tendrá la consciencia tranquila…

 

- A veces se me olvida que tu testosterona es algo bueno para mí- se recostó sobre su hombro, evitando ver a Emma y a sus hermanos hablar con el doctor.

 

- Hay algo que me quita las ganas de vivir… y es ver a una mujer preocupada… a cualquiera

 

- You’re so sweet- dijo, molestándolo mientras Phillip acariciaba su rubia melena.

 

- Me quita más las ganas de vivir cuando es una mujer a la que quiero mucho, como tú- le volvió a dar un beso en su cabeza.

 

- Yo también te quiero mucho, Phillip- y, sólo con llamarlo por su nombre, la situación cambiaba, era más directo y más personal. – Y ya, suficiente romance heterosexual por hoy

 

- Suficiente incesto también- se burló, escuchando el ascensor abrirse, no por el que habían salido los Pavlovic, sino por el que había salido él, pues era el de personas naturales, no pacientes, y Natasha salió de él, que venía, tras ella, Hugh, cargando un Bouquet bajo que sólo gritaba “Serenidad” entre las Dianthus Balls, los Snapdragons verdes y las rosas blancas sin aroma.

 

- Hola, hola, familia- sonrió Natasha en su prácticamente aguda voz, pero la voz rara, aguda pero de una forma que sonaba normal, como si tratara de hacerla sonar profunda, aunque no era así, pero se marcaba su acento neoyorquino, inconfundible e imborrable, lo que no tenía Phillip.

 

- Mi amor- la saludó Phillip, poniéndose de pie, tomándole las manos y dándole un beso en sus labios, un beso corto pero sin quitarle el cariño. Hugh le entregaba el Bouquet a una de las enfermeras que se encontraba en la recepción principal.

 

- Hello, Darling- la saludó Sophia, dándole un beso en cada mejilla.

 

- ¿Esos son?- preguntó, casi como Phillip había preguntado, pero ella ni se molestó en quitarse las gafas oscuras. Ambos asintieron. – I prefer men in “Suit & Tie”- rió, burlándose de Marco en su camisa ajustada, que tenía tono de lo que Natasha catalogaba como “de nuevo narcotraficante”. – And women with class and power

 

- ¿Qué te hace pensar que Emma tiene el poder en esa conversación?- preguntó Phillip, pues era algo que él, por ser hombre, no sabría, no por las razones que Natasha y Sophia sí sabían.

 

- Pipe, ¿tú crees que una mujer se sube en Stilettos sólo para destrozarse los pies?- resopló Sophia, y Phillip simplemente se encogió de hombros.

 

- ¿No se supone que es porque ustedes adoran sus zapatos y todo eso?- preguntó, viendo todavía cómo Emma era la que hablaba con el doctor y los otros dos sólo escuchaban.

 

- Sí, y no- murmuró Natasha, tomando un papel que Hugh le alcanzaba de manera discreta. - Es una manera de imponerte… porque todos ven hacia arriba cuando te quieren ver

 

- ¿Es una cuestión de Ego, entonces?- rió Phillip.

 

- No, el Ego no es un pecado- levantó su ceja Sophia. – Es lo que los demás te permiten tener… es lo que te regalan los demás al dejarte ser grande

 

- El secreto es saber controlarlo… in a whimsical way- añadió Natasha, pasando su brazo por los hombros de Phillip hasta llegar a acariciarle la oreja izquierda. – Pero los Stilettos son un arma de elegancia, riqueza y poder… lo llamo “Psicología Básica del uso de la moda”

 

- Women are wonderful, yet dangerous criatures- susurró Phillip al oído de su esposa, pero ambas féminas se dieron cuenta de que Emma caminaba hacia ellos, y, tras ella, venían sus dos hermanos, quienes, para Natasha, la escoltaban, pues no caminaban a la misma altura, dejaban que Emma tuviera el control de la situación al caminar tras ella, y no se daban cuenta; pues perfectamente cabían a lo ancho del pasillo.

 

- Hey- susurró, arrastrando aquella expresión mientras se lanzaba a Natasha y a Phillip, en un abrazo doble y les daba un beso en una tan sola mejilla.

 

- ¿Cómo va todo?- preguntó Natasha, notando que Marco veía a Phillip con cierto odio.

 

- Bien… bien… perdón- dijo, sacudiendo su cabeza. – Phillip, Natasha… ellos son mis hermanos, Laura y Marco- y se estrecharon la mano, aunque Marco dejó a Phillip con la mano tendida, por rencor ajeno. – Y ella es Sophia…

 

- Tu novia- sonrió Laura al interrumpirla, alcanzándole la mano, que luego se arrepintió y le dio un beso en cada mejilla. Wow. – Mucho gusto

 

- El gusto es mío- dijo Sophia, no sabiendo qué decir exactamente, sólo lo dijo, pero no sabía si en realidad lo sentía así.

 

- Yo me quedo- dijo Marco, dejando a Sophia también con la mano extendida, y todavía le vio la mano por unos segundos, aún mientras hablaba; y la sangre de Emma que empezaba a hervir lentamente, como una olla de presión.

 

- Right…- susurró Emma. – Bueno, mi hermana se está muriendo del hambre… quizás nos quieran acompañar- sonrió para los otros tres, viendo a Natasha a los ojos, y Natasha entendió el mensaje.

 

- Agnieszka estaba preparando Entraña- dijo Natasha.

 

- No podemos desperdiciar un buen corte- añadió Phillip, dándole un beso en la cabeza a Natasha, entendiendo por qué de su fingida invitación, en la que se había calculado comida sólo para cuatro, y sería Emma o Natasha quienes dejarían fuera la Entraña sólo para que Laura comiera, y, la que lo hiciera, comería, en vez de eso, los fabulosos Sourdough Torpedos, o uno que otro pão de queijo y vegetales salteados, qué rico cocinaba Agnieszka.

 

Y así fue, Emma decidió rechazar la Entraña, que era increíble que lo hiciera, pero no le importaba, Laura no le molestaba, simplemente tendía a desesperarla un poco, y podía controlar su desesperación. Claro, ambos sabían porque Franco les había dicho, pues, aquello de que Emma tenía una novia, mujer, y no un novio, que eso no era normal. Laura, como Franco esperaba, no entendía la dimensión de aquellas preferencias, pues a ella no le importaba lo que tuvieran que hacer con tal de ser felices, por eso se había casado ella con un Filósofo, que no le daría una vida de lujos como la habría tenido si se hubiera casado con aquel otro pretendiente que tenía, con aquel heredero de todo un imperio de Aceite de Oliva, Messiniaki era, y Laura, en su profundo enamoramiento, que todavía estaba enamorada de aquel rubio, y habían vivido en muchos lugares, pero a Laura siempre la había hecho feliz, y eso era algo que Franco Pavlovic catalogaba como “estupidez”, o sea, que Laura era estúpida, y así se lo había dicho, así de crudo. Laura no era la mujer más brillante sobre la faz de la Tierra, pero tampoco era tonta, era un poco torpe, y a veces no entendía por qué tenía que hacer ciertas cosas, pues ella, con tan solo tener sol y arena era feliz, y había sido gracia de Franco Pavlovic enfermarle la mente en cuanto a Sara, que era por eso que Laura no quería a Sara, por simple y sencilla mala fama que Franco le había hecho, la misma que le había hecho a Emma. Marco no necesitaba la mala fama, Marco estaba convencido que Sara y Emma eran iguales, peor desde que Emma era lesbiana, qué desgracia para la familia, para el enorme apellido Pavlovic. En mi opinión, el único que lo había arruinado era Marco mismo, no Emma, no Laura, ni siquiera Franco; no de una manera pública. Y sabía que Phillip le había dado un golpe de recuerdo a Franco. Sólo era amable con Emma porque Emma pagaba, porque Emma era la única que podía ayudar a Franco, y a Marco no era como que le importaba Franco en realidad, era simplemente el hecho de que, si Franco no se recuperaba, él no podría seguir teniendo la vida que estaba teniendo en esos momentos. Par de incomprendidos, y en sentidos totalmente distintos.

 

Emma y Sophia regresaron con Laura al hospital, no sin antes Emma haberle comprado un generoso combo de McDonald’s a la réplica de Franco Pavlovic. Marco no le agradeció a Emma, pues, ella tampoco lo esperaba, pero se lo dio con una sonrisa y con un “buen provecho” que le ardió a él en el hígado, pues no podía comprender cómo era que Emma estaba tan tranquila ante un Franco que estaba, literalmente, vegetando en una camilla de hospital, con tubos por todos lados, con la barba que ya le empezaba a crecer, que era él y no era él. Emma prefería no entrar, pues, después de su resfriado, casi neumonía, hacía dos semanas, le habían recomendado estar prácticamente en cuarentena, aunque era obvio que Emma no era de las que acataba las órdenes de un doctor, lo que la volvía, junto con Sophia, dos de las peores pacientes que había tenido Leo Berkowitz. Todavía tenía las secuelas de aquella inundación de flema, ahora cristalizada, por lo que todavía tosía un tanto sin gracia, una tos seca y molesta que todavía le molestaba en el pecho y en la espalda, algo a lo que Sophia no le tenía miedo, y más bien le preocupaba cuando a Emma la tomaba, la tos, por sorpresa, pues tenía unos ataques de nunca acabar, que tosía y tosía hasta que, en su mirada, se notaba que quería llorar de dolor. Pero, claro, Marco no sabía eso, y Emma tampoco le diría, pues no tenía por qué darle explicaciones al grosero de su hermano, al grosero y arrogante de su hermano mayor. Escoltaron a Laura al apartamento que Emma les había rentado, Laura no queriendo dormir con Marco, pues, en el mismo espacio, todo porque se había sentido bien al lado de Emma, se le había olvidado cómo era de tranquilo el ambiente.

 

- ¿Estás bien?- preguntó Sophia a través del espejo, viendo a Emma cepillarse los dientes, igual que ella. Ella asintió lentamente, reanudando el rápido y ágil cepillado sobre la hilera inferior de dientes. - ¿Segura?

 

- No puedo hacer nada- se encogió de brazos, mordiendo las cerdas de su Oral-B, de su vil cepillo de dientes, ni eléctrico, simplemente algo que compraba al por mayor al proveerles una obsolescencia programada de dos semanas y media, siendo su dureza de término medio. - Le estoy dando todo lo que puedo, no puedo revivirlo, no puedo matarlo, no puedo diagnosticarlo, ni medicarlo

 

- ¿Te sientes bien?- Emma sólo respiró hondo y cerró sus ojos, aflojando sus muñecas y tronando sus dedos.

 

- There’s so much pressure Emma can handle- sonrió, dándole a entender a Sophia que no le insistiera tanto, pues era su manera de no quebrarse. No era momento para quebrarse.

 

- ¿Vas a la oficina mañana?- Emma asintió.

 

- Mañana quiero sacar, por lo menos, la mitad del Seminario… ¿te parece si el fin de semana hacemos el taller?

 

- ¿Qué carajos se hace en un taller?- preguntó, pues esa etapa ya la había olvidado por completo.

 

- En tu caso…- dijo, enjuagando su cavidad bucal con un poco de agua, para luego erguirse y volverse a Sophia, quien hacía lo mismo. – Explicas la importancia del espacio, la distribución de acuerdo al cliente, de acuerdo a lo que es mejor, a la accesibilidad, a la facilidad de lo que ya existe o no existe, como las tuberías, el cableado, las conexiones de gas, etc., qué poner en qué pared y por qué, cómo ponerlo… y luego les pones un ejercicio… es como armar un rompecabezas… acuérdate que sólo tienes catorce horas para eso- y sonrió, quitándose su sostén y arrojándolo al cesto de la ropa interior, pues aquello no se lavaba como todo lo demás, sino con un jabón especial; las copas a mano, el resto de la estructura y los panties con una especie de esponja.

 

- ¿Y el que tendríamos juntas?

 

- En la parte del análisis, se hablaría de lo que tienes que considerar para planear, o sea, las estructuras laterales, las tuberías, el cableado, todo eso… cómo escoger el tipo, cómo instalarlo, etc., y, en la parte de visualización, es básicamente con SketchUp… porque los mismos que tuvieron tu taller, van a tener el nuestro… entonces, con el conocimiento de ambas partes, puedes darles uno o dos ejercicios, uno fácil y otro que los haga pensar, todo para que lo introduzcan a SketchUp

 

- Por lo visto ya leíste las carpetas, ¿no?

 

- Pero muy rápido, apenas hojeé el currículum e hice un par de notas, pero sólo me dio tiempo de hacer notas en mi Seminario

 

- Lo que hubiera dado por que tú me dieras un Seminario- sonrió. – Seguramente no habría puesto atención

 

- La parte del taller, en la que yo hable, puedes sentirte una alumna más- rió Emma. Qué rico era escucharla y verla reír.

 

- ¿Y qué parte quieres hacer?- preguntó, tomándola de la mano, llevándola a la cama, que todo estaba listo para simplemente acostarse y dormirse. No sex tonight.

 

- La que mi hermosa novia no quiera hacer- sonrió, siguiendo a Sophia ya sobre la cama, quedando sobre sus rodillas, esperándola a que apagara la luz de la lámpara de su lado, la única luz que faltaba para tener completa oscuridad.

 

- Me sonrojas- murmuró, cayendo sobre su espalda, sintiendo a Emma enrollarse entre su costado y su brazo, y la hizo sonreír, pues era la segunda noche que aquello sucedería, y adrede. 

 

- Te amo, Sophie- suspiró, obviando el comentario de Sophia y disponiéndose a sentir su respiración al poner su mano sobre su abdomen.

 

- Es que hasta me cuesta respirar cuando me lo dices- resopló entre sus mejillas y camanances sonrojados.

 

- Ya no te lo diré… para que no te ahogues… sino te mueres- sonrió Emma, entrelazando sus dedos de la mano derecha con los de la mano izquierda de Sophia, que la tomaban por su costado, entre su axila y su cintura.

 

- Yo te adoro- susurró Sophia, no sabiendo cómo pero, en la oscuridad, logró encontrar los labios de Emma con los suyos. – You should be kissed… and often

 

- But only by someone who knows how- susurró, volviendo a unir sus labios con los de Sophia.

 

- ¿Habrá alguna cita que no sepas?- susurró, rozando su nariz suavemente con la de Emma.

 

- Seguramente- rió.

 

- ¿Citas que te representen?

 

- Varias- volvió a unir sus labios con los de Sophia; era su droga, su medicina, su tranquilizante, su paz, su felicidad. Todo.

 

- Enlighten me

 

- Siempre me merezco el mejor trato porque no soporto otro tipo- susurró, paseando su mano desde el abdomen de Sophia hasta su cuello, sintiéndolo tibio y llamativo. – Podré haber perdido mi corazón… pero no mi autocontrol- y se reacomodó para alcanzar el cuello de Sophia, besándolo corta y lentamente, sintiendo aquel aroma de L’Air, que Sophia, tras una batalla de citas, como muchas otras veces, había comprendido que el perfume se rociaba en cada parte que gustaría ser besada, pues, en sentido figurado, aunque a Emma le encantaba su aroma después de todo un día de llevarlo en su cuello. – Si te amara menos, quizás podría hablar más sobre eso- Sophia sentía sus besos con una extrema profundidad, tibios y amorosos, y sonrientes, así como sus labios se dibujaban con cada beso y cada palabra que Emma le daba. – Siento mucho tener la razón en esta ocasión, habría preferido ser divertida y no sabia…- y ese mordisco en su lóbulo, encerrando, entre su mordida húmeda, su arete de argolla de platino, en cuyo contorno se incrustaban nueve diamantes; no era un regalo de Emma, sino de Volterra para Sophia, por su cumpleaños. – La vida, sin música, es vacía… soy la mejor juez de mi propia felicidad… - paseó su lengua, desde el centro de su cuello hasta su barbilla. - ¡Mal hecho, Emma!- susurró, atrapando la barbilla de Sophia entre sus dientes.

 

- ¿Por qué no aprovechar el placer de una buena vez? ¡¿Cuántas veces la planeación, la estúpida planeación, no destruye la felicidad?!- susurró, y Emma rió a través de su nariz.

 

- Tener fe era contar con ello- susurró, colocándose sobre Sophia. O tal vez sí había espacio para el sexo. Para el sexo no, para hacer el amor sí. – El éxito requiere de esfuerzo

 

- Y es muy difícil, para los prósperos, ser humildes- sonrió.

 

- “She was happy, she knew she was Happy…and she knew she ought to be Happy”- susurró, besó la comisura de sus labios y, en su cabeza, Rachmaninoff le hacía el favor de presentarle un dueto de piano, aquel dueto que solía tocar con Sara, que estoy segura que a cualquiera conmovería, y que haría comprender a cualquiera de la clase y la cantidad de amor que tenía por Sophia, más allá del anillo que esperaba por ser sacado de la cajita, más allá de un simple, pero complejo, “te amo”. Vocalise.

 

- “And time did not compose her…and she never approved of surprises, since the pleasure was never enhanced and the inconvenience was considerable”- suspiró, tomando a Emma por su cintura, sintiendo sus besos nuevamente en su cuello.

 

- Y realmente pensé que ella no era necesaria para mi felicidad

 

- Inocente, a pesar de todas sus culpas- jadeó al Emma morder su lóbulo, así como hacía unos momentos, pero ahora del otro lado.

 

- And where the wound had been given… you were the cure to be found

 

- And you took the idea, you didn’t suppose, you just made everything bend to it- Emma regresó a los labios de Sophia y los besó apasionada pero suavemente, un contacto de labios, un coqueteo tibio, entrelazados, presionándose sin apuros, succionándose delicadamente, despegándose para volverse a unir de la misma forma; un beso frontal, ahora ladeado hacia la izquierda de Sophia, todo mientras Sophia la detenía, por debajo de sus ondas rubio oscuro y castaño claro, por su nuca. – Eres tan Emma- rió Nasalmente, acostando a su Emma entre su brazo y su pecho.

 

- ¡Ya quisiera ella ser como yo!- susurró. – Yo te puedo decir, a ti, que te amo… y que te amo mucho, y que te vuelvo a amar… ella: a nadie.

 

- Emma Pavlovic, handsome, clever, and rich, with a comfortable home and happy disposition, seemed to unite some of the blessings of existence; and has lived nearly twenty-nine years in the world with very little to distress or vex her- suspiró, abrazando a Emma fuertemente por su cuello, pues, no tan fuerte, pero si la mantuvo cerca.

 

- Ahora te amo muchísimo más- paseó su mano por el brazo de Sophia hasta llegar a su mano, dejó que Sophia entrelazara sus dedos y se acomodó nuevamente entre el calor que Sophia despedía y la corriente de aire frío que salía por la pequeña ranura metálica.

 

- Yo también la amo, Arquitecta- susurró, escuchando una leve sonrisa nasal. Wow. Emma cediendo tan rápido al sueño.

 

Quizás Emma sólo necesitaba un abrazo, un abrazo de esos, quizás era su manera de lidiar con el estrés que no quería exteriorizar verbalmente, pues sería aceptar muchas cosas que no quería aceptar, porque no tenía tiempo y porque no quería, y tampoco quería intensificar su catastrófica e inmadura inexistente relación con Marco. Sophia se quedó un momento pensando, pensando más en los Talleres que en lo otro, pues lo otro no tenía sentido pensarlo cuando era tan incierto como un placer fingido, los Talleres dependían de ella, el resto no. Se concentró en un punto fijo, al vacío, sobre la franja que se iluminaba a ras del blanco techo, que iluminaba parte de la lámpara superior. Sentía la respiración de Emma, no la escuchaba, sólo la sentía al estirarse la piel de su costado cuando inhalaba, y de alguna forma se preguntó, entre las teorías espaciales de Ponticelli, Anchieta y Ershov, cuánto durarían las noches así con Emma, si aquella comodidad sería eterna o si estaría destinada a ver su fin en algún momento. La aflicción la invadió; por la incertidumbre de la duración, por el dolor que aquel solo pensamiento le provocaba, ¿qué había después de Emma? Ah, era la primera vez que Sophia estaba enamorada, y enamorada de verdad, no de sólo excusa o explicación fugaz, sino que realmente estaba perdida entre la mirada verde de Emma, entre sus labios de forma de coseno, entre su muda respiración, entre los sueños alocados de Emma que tenían, por música de fondo, “Barbra Streisand” y no era precisamente la cantante, sino la canción de Duck Sauce, no quería encontrarse entre su piel, ni entre el tono de su voz, ni entre el acento británico, el cual nunca hubiera entendido si no era porque Emma se lo hubiera explicado: “Es un secreto. Teníamos profesores ingleses y no norteamericanos, un pecado para una American School Abroad.”. Se rehusaba, de manera definitiva, a decir que no le gustaba la música clásica, a negar una cómoda y funcional blusa de casi tres mil dólares, pues, con Emma, había comprendido que, entre la riqueza material, la miseria era un pecado, un verdadero pecado, y había aprendido a dejar que la consintieran, y que el término “Vogue” no era sólo de una revista, sino que era una elección, un estilo de vida, una corriente personalizada, un grito público de la propia cosmovisión.

 

No se había perdido, sino que había decidido perderse, porque se sentía bien, como en casa, porque Emma, y todo lo que aquella mujer, que ahora descansaba entre sus brazos, comprendía, era su hogar. No era su familia, no la que se componía, socialmente, por papá, mamá e hijos, tal vez abuelos, no, era su familia verdadera, pues aquella familia, la que alguna vez fue la unión de Rialto y Papazoglakis, no había sido elección suya ser parte de ella, pero si había sido una elección suya dejarse ser parte de una familia, que no era disfuncional, de una familia que se componía de su pareja, de su novia, de la única persona con la que quería estar, y que estaba segura que quería estar con ella, de Emma Pavlovic, quien, por consecuencia, había arrastrado a los ahora Señor y Señora Noltenius, y esa era una familia que le gustaba, que no podía compararla con la suya, pero era una que, si le dieran a escoger de nuevo, entre ellos y la idea de una felicidad en un momento pre-Emma, que era la típica familia feliz, de papás casados y todos felices, los volvería a escoger, volvería a escoger ese momento, hasta volvería a escoger vivir aquella única, horrenda y estúpida pelea que había tenido con Emma, porque las había llevado, sí o sí, a esa noche. Ni se molestó en preguntarse cómo habría sido su vida sin Emma, o la vida de Emma sin ella, pues ella, a Emma, mayor cambio no le veía… pero yo sí. Con Emma se sentía más que bien en todo sentido, hasta protegida pero, ¿cómo se sentía Emma? Sophia sonrió ante su pregunta retórica y se dio cuenta de que, lo que Emma había citado, era cierto: “si te amara menos, hablaría más sobre ello”.  Aquella rubia respiró hondo y, al compás de su exhalación, dejó que su propia mente cerrara sus ojos al risible recuerdo de la música de su propio iPod, que tenía algunos artistas que Emma tenía, pero, al contrario de Emma, carecía de música clásica y estaba plagado de Adele, Madonna, Laura Pausini, Black Eyed Peas, The Black Keys, The Bravery, Electric Six, The White Stripes, Jack White, The Raconteurs, Queen, Pet Shop Boys, Coldplay, George Michael, Robbie Williams, Justin Timberlake y Snow Patrol.

 

- Buenos días, Licenciada- sonrió Emma luego de haberle dado un beso en su frente. Se encontraba agachada al borde de la cama, sonriendo mañaneramente, con mirada y sonrisa fresca, de una ducha recientemente terminada.

 

- Cinco minutos más- balbuceó Sophia, volviendo a cerrar sus ojos ante el cansancio acostumbrado, pues no estaba realmente cansada, simplemente le gustaba dormir, haraganear, un verdadero “dolce far niente”.

 

- Son las seis y media- susurró Emma, logrando que Sophia abriera los ojos nuevamente.

 

- Buenos días, Arquitecta- sonrió, restregando su rostro contra la almohada para despertarse un poco más rápido, y vio a Emma, con su cabello partido por el lado derecho, pues había tirado su flequillo hacia el lado izquierdo, deteniéndolo bajo una diadema, que era en realidad un listón negro, que daba lugar a que el flequillo le diera un minúsculo copete estilizado, y el resto de su cabello bajaba, tras sus orejas, revelando sus medianas perlas que daban centro a una circunferencia de diamantes blancos, y sobre su espalda, en ondas hermosamente flojas. Y ni hablar de aquella sonrisa, asesina.

 

- Come on, Sleepyhead… - murmuró, dándole otro beso, pero esta vez en sus labios. – Ve a ducharte, ¿sí?

 

Con ese tono de voz, ¿quién no accedía? Peor aún con esa mirada seductora. Sophia asintió y, con un impulso, que se tradujo a una profunda respiración, se puso de pie y se arrastró hacia el baño, en donde todavía sonaba la música de Emma. Debía estar de buen humor, pues siempre la apagaba y sólo cuando estaba de buen humor la dejaba encendida, “Lujon” de Henry Mancini. Y, Wow, se sintió como una verdadera Afrodita con aquella canción, tan sensual, tan seductora, como una pasión profunda entre dos amantes. Claro, el otro nombre de dicha composición era “Slow Hot Wind”. Emma vio a Sophia arrojarse en la ducha y pasó a su clóset, en donde aseguró su busto en un sostén de látex ante la eminencia de blusa Cavalli que se pondría luego; una hermosa blusa de fondo blanco, con un recubrimiento de chiffon blanco con impresiones impresionantes de cebra, lovely. Sólo escuchaba el agua correr, a Sophia moverse dentro de la ducha, y sonrió ante su plan. Se deslizó en la típica tanga negra y enfundó la parte baja de su cuerpo en un super skinny  jeans, que no era celeste ni azul marino, era un hermoso Stone wash. Sophia salió de la ducha y, habiéndose lavado los dientes, se asustó al ver que Emma no había terminado de vestirse.

 

- ¿Me tardé menos?- preguntó, aclarando luego su garganta ante lo pegajoso de ésta.

 

- No lo sé, ¿por qué?- sonrió Emma, dibujando la típica línea negra en su párpado inferior para luego trazar una en su párpado superior pero más gruesa y en proporción a la curvatura.

 

- No estás desayunando y yo ya salí de la ducha- sonrió, aunque Emma no la pudo ver por estar concentrada en su ojo, en el espejo, en las dos cosas.

 

- Entonces sí te has tardado menos, felicidades- resopló, cambiando el delineador de ojo.

 

- Very Funny- rezongó falsamente, buscando la blusa Armani blanca, la que se amarraba, literalmente, del cuello, y, que del frente central, se expandía una franja plisada en aquella tela de algodón que acentuaba sus curvas, ocasión perfecta para imitar a Emma con su sostén de látex, aunque ella no sabía.

 

- Al salir de la oficina voy a ir a hacerme los exámenes al hospital- le informó, por si quería acompañarla, o no.

 

- Te acompaño, mi amor- murmuró, sacando un pantalón, asumo que Burberry, en un tono rosa cosmético que funcionaba sólo con blusas o camisas por fuera.

 

- Why, Mrs. Knightley, you’re being extraordinarily kind- dijo en un tono ceremonioso y dramático.

 

- Why, Mrs. Woodhouse- resopló, imitándola. – It’ll be my pleasure- guiñó su ojo, despegando el látex de las bases de cerámica.

 

- Te amo- murmuró, acercándose a donde Sophia estaba, acercándose mucho a su rostro, pero sólo era para alcanzar su jeans.

 

- Yo a ti- dijo rápidamente, robándole un beso en ayunas. – No sé si la gente va a trabajar así de guapa como tú

 

- Is it too much?- sonrió, guiñando luego su ojo, introduciendo sus pies en el jeans.

 

- You’ll never be “too much” for me- repuso, entrelazando los broches metálicos de su sostén, el que se aseguraba entre sus senos, que hacía, de su busto, un hermoso y bien ajustado monumento.

 

- Me sonrojas- murmuró, abrochando el jeans bajo su blusa.

 

- Emma Pavlovic se sonroja también- rió divertidamente para ella misma mientras tomaba una tanga negra, sólo que ella no la había escogido entre tantas, Emma sí.

 

- Soy humana- sonrió, halando un cinturón negro del perchero para colocárselo. – Por cierto…- murmuró, enfundando su cinturón mientras veía a Sophia meterse en el pantalón y luego en la blusa. – Voy a cambiar de perfume- dijo, acordándose que eso le faltaba todavía.

 

- ¿De cuál de todos?

 

- Bueno… dejaré de usar el Chanel y el Carolina Herrera… el Insolence es mi preferido, sobre todas las fragancias, es de lo mejor

 

- ¿Qué usarás, entonces?

 

- Pues- rió, sólo para ver la expresión de Sophia. – Pensaba penetrarte todos los días, por las mañanas… así usarte a ti como perfume- y levantó la ceja.

 

- ¡Emma!- rió nerviosamente, volviéndose completamente roja.

 

- No, es broma- resopló, guardando aquella reacción en su memoria, en el cajón de buenos recuerdos. – Creo que voy a optar por un Loewe o por un Nina…

 

- Tú siempre hueles muy rico- murmuró. – Lo que sea que te pongas, olerás delicioso… más al final del día… quizás después de dos sudados orgasmos- levantó la ceja en venganza mientras se dirigía al espejo con el delineador y la mascara en las manos.

 

- ¿Estás insinuando algo?- sonrió, acercándose por detrás y abrazándola por la cintura. Seis y cincuenta. Emma: tarde. Sophia: todavía no.

 

- Tú dime- rió, aplicándose, con maestría, aquel delineador, que lo alargaba más allá de la comisura de sus párpados, por el lado exterior, pero quizás un milímetro o dos, no más.

 

- Prefiero que me sorprendas

 

- Creí que no te gustaban las sorpresas

 

- Turns out I do…- guiñó su ojo y le dio un beso en su cabeza, retirándose para buscar sus Gianvito Rossi rojos, y los Zanotti de Sophia, que no tuvo que decirle cuáles quería, ella simplemente lo sabía.

 

- Está bien, está bien… te sorprenderé- guiñó su ojo, volviendo a cerrarlo para dibujar la doble línea y luego alargar sus pestañas con mascara.

 

- ¿En serio?- resopló, colocándole los Stilettos a un lado y ella se detenía de uno de los percheros vacíos, que yacían de las columnas de madera, que eran las divisiones, para deslizar sus pies en sus hermosos y asesinos catorce centímetros de piel de cocodrilo de escamas pequeñas que le daban forma a una punta un tanto puntiaguda, abultado para permitir el movimiento interno de los dedos, y porque se veía mejor cuando no se marcaban los dedos, más estilizado. Eran lo que se conocía como Cut-Out dentro de la categoría de los D’Orsay, pues, la parte interna de cada pie estaba al descubierto. Y ni hablar del tacón de metal, reforzado con un recubrimiento de Jatoba rojo.

 

- ¿Qué con el tono de sorpresa? ¿Me estás retando?- sonrió, viéndola a través del espejo en cuanto se trabajaba las pestañas con suma destreza y rapidez, tenía más habilidad que Emma, quizás por la motricidad fina, quizás por el apuro.

 

- Io?- repuso en tono sarcástico. – Mai!- resopló sarcásticamente en su exagerado tono italiano.

 

- Mai, mai…- murmuró con una sonrisa, como si estuviera repasando la burla de Emma. – All “mai” arriva, Cara mia- le advirtió, cerrando su mascara y volviéndose hacia el cajón para guardar aquello.

 

- Lo so, lo so…- susurró con una sonrisa, tomándola por la cintura, envolviéndola entre sus manos que intentaban acariciarle el vientre. – Te ves hermosa- le susurró al oído, logrando sonrojarla y, al darle un beso corto, le provocó un hormigueo gracioso que la hizo sonreír.

 

- ¿Por qué no te has ido?- susurró, despegándose de Emma para tomar sus Stilettos.

 

- ¿Me estás echando?- rió.

 

- No, no…- suspiró, enfundando sus pies en aquellos Zanotti que tanto le gustaban, por cómodos y por hermosos. – Es sólo que estoy acostumbrada a que, cuando salgo de la ducha, o ya te has ido o estás por irte…

 

- Pensé que, en un día como este, podía hacer la excepción y esperar a mi novia… para irnos juntas a la oficina- Sophia creyó que el corazón le iba a partir la piel del pecho y saldría corriendo, gritando “Oklahoma, Oklahoma, Oklahoma, Oklahoma!” , tal vez no “Oklahoma”, pero sí en ese estilo, y no de fingida felicidad.

 

- I beg your pardon?- balbuceó, paseando sus dedos por entre su cabello para aplacar y ordenar sus ondas,  que no quedaría ordenado, por el simple hecho de que a Sophia no le gustaba peinarse mucho, pues su cabello perdía volumen.

 

- Pues, ¿cuál es el punto en que me vaya antes si tú trabajas en el mismo lugar?- dijo, alcanzándole la mano derecha. – Además, será la forma más efectiva en que logre que camines y dejes de tomar un Taxi- la haló suavemente, viéndola sonreír tímidamente.

 

Y así salieron, de la mano, sólo haciendo una pequeña parada para tomar sus bolsos, pero así bajaron con el ascensor, así salieron por el Lobby y así caminaron por la Quinta Avenida hasta llegar a Rockefeller Plaza, ambas luciendo no sólo sus gafas oscuras, sino también a la belleza que llevaban de la mano, que, en el frenesí de las siete de la mañana, casi nadie notaba y, los que lo notaban, no le daban mayor importancia, pues aquello, para ellos, no significaba nada, pero, para Emma y para Sophia sí, sí que significaba algo, y mucho. Entraron así, mano en mano, por las puertas de vidrio de la entrada principal, saludando, o deseándole “buenos días” a la secretaria principal, que se llamaba Eugenia y no era la de Volterra, pues aquella se llamaba Liz, fueron vistas, con la misma irrelevancia, por el resto de las Arquitectas, hasta por la secretaria que les pertenecía; Tamara, y sólo se alejaron para que Sophia entrara a su oficina y Emma a la suya, todo para que, minutos después, llegara Gaby, sonrojada y sin poder verla a los ojos, no por odio o repulsión, sino porque le avergonzaba saber aquel secreto, un secreto que a Emma no le molestaba que Gaby supiera. Le entregó su taza de té, que Emma la tomó como todos los días, y luego, ante la llegada de Sophia, terminaron estructurando el taller que tenían en conjunto, todo mientras Emma leía la última edición de Vogue y Sophia jugaba con su Cubo Rubik de cuatro por cuatro, que lo armó y lo desarmó, por lo menos, seis veces en todo lo que acordaban el contenido y la parte de la que cada una sería responsable, y había quedado así: Sophia se encargaba de la teoría, Emma se encargaba de llevar a cabo un holocausto estudiantil, en sentido figurado, con los ejercicios teórico-prácticos.

 

- ¿Puedo pasar?- dijo Volterra luego de haber llamado a la puerta.

 

- Claro, pasa adelante- sonrió Emma, dejando de redactar el primer ejercicio, que estaría, en escala del uno al diez, violentamente difícil, y el segundo que estaba diseñado para ser, en escala del uno al diez, un holocausto.

 

- Gracias- murmuró, cerrando la puerta tras él y abriéndose paso hacia la silla contraria al puesto de Emma. - ¿Qué tal estás? ¿Qué tal está tu papá?

 

- Yo estoy bien, gracias por preguntar… mi papá…- suspiró. – Bueno, estará bien, bajo mis parámetros de “bien”, muy pronto

 

- Me alegra escuchar que estará bien y que tú estás bien, ¿algo en lo que pueda ayudar?

 

- Nada en especial, pero gracias- sonrió, entrelazando sus dedos por sobre su vientre, bajando sus codos y echando su espalda contra el respaldo de su comodísima silla de cuero.

 

- ¿Puedo?- preguntó, levantando el Cubo Rubik de Sophia, pues se le había olvidado tras haber salido, rápidamente, a su reunión hacía apenas unos momentos.

 

- Supongo que sí- respondió, pues no era suyo, pero seguramente Sophia no se molestaría.

 

- Tenía mucho tiempo de no jugar con uno de éstos- sonrió como para sí mismo.

 

- ¿Jugar?- resopló Emma, viendo cómo aquel hombre giraba las caras sin sentido alguno, igual que Sophia, con la diferencia que él se notaba titubeante.

 

- Resolver, si el término te sienta mejor- sonrió, no levantando la mirada del cubo. – Se te desarmó, ¿verdad?- preguntó con una sonrisa, encontrando nuevamente la mirada divertida de Emma, pues Volterra parecía un niño.

 

- Sí- asintió, pues a Sophia se le había desarmado y había pasado más de veinte minutos tratando de resolverlo, no pudo.

 

- Lo armaste mal- le informó, girando las caras, de tal manera, que una pieza se desprendió y aquel cubo se hizo añicos en sus manos.

 

- Quizás por eso no se podía resolver- rió, pensando en cómo Sophia casi pierde la cabeza al no poder resolverlo en menos de cinco minutos.

 

- Quítale el “quizás”… porque ibas bien- sonrió, alineando las piezas de la base.

 

- Eres un experto ahora, ¿o qué?- lo molestó Emma, pues necesitaba desquitarse con alguien, algo que a las once de la mañana sentía.

 

- Esto es como aprender a ir en bicicleta… una vez lo aprendes, nunca lo olvidas- sonrió, notando que Emma se encogía de hombros en su cómoda posición. – En fin… venía a preguntarte si querías quedarte en el hotel que todos nos quedaremos o en otro

- ¿Viniste hasta aquí para preguntarme eso?- resopló, sabiendo que realmente iba a hablar de Sophia, y empezó a contar los minutos, de manera imaginaria, cuánto tardaría en sacar el tema.

- Claro, Jefa

 

- ¿En cuál se quedarán?- murmuró, obviando el título que Volterra le acababa de atribuir, cuánto odiaba eso.

 

- Se llama “Charlotte Street Hotel”- murmuró, comenzando a poner la segunda fila de piezas.

 

- ¿Y el protocolo?

 

- Robert duerme solo, igual que yo… Belinda y Nicole duermen en la misma habitación, tú sabes que son inseparables- resopló. – Y Rebecca duerme sola… se regresa antes porque tiene que presentar el diseño del edificio de Washington

 

- ¿No debería estar Belinda y Nicole también?- preguntó Emma, velando por los intereses que tenían en conjunto con Trump; cliente y socio.

 

- No es al panel ejecutivo, sino a Junior… para corregir errores o hacer modificaciones antes de presentarlo al panel, para el cual si estarán presentes las otras dos

 

- Bueno, si tú lo dices… tú eres el jefe

 

- Pensé que tú lo eras- rió nasalmente.

 

- Que sea mayoritaria no significa que sea la Presidenta del Estudio- sonrió irónicamente, pues eso ya lo habían discutido. Emma no quería ni responsabilidades administrativas, ella quería diseñar, construir y ya,  nada que tuviera que ver con contrataciones, ni con proyectos grandes en los que todo el estudio se viera involucrado, ella sólo quería ser la conexión principal, o ni eso, entre Trump y Volterra-Pensabene. Perdón. Volterra-Pavlovic. Hasta Emma le seguía llamando Pensabene, por costumbre y porque no se sentía cómoda teniendo su apellido, que llevaba sin orgullo y sin vergüenza, en lo alto del mundo Arquitectónico-Comercial-Bienes y Raíces de Nueva York, o de toda la Costa del Este.

 

- Todavía no entiendo por qué… pues estás en todo tu derecho

 

- Tener derecho no es sinónimo de tener la voluntad… las ganas, ¿sabes?- levantó su ceja. Ah, una conversación un tanto profunda, Emma, a salir rápido de ahí.

 

- Toda la razón es la que usted tiene, Arquitecta Pavlovic- dijo Volterra en tono de Yoda filosófico. – Pero, a lo que vine…

 

- ¿A armar el cubo?- rió Emma, sintiendo la vibración de su iPhone en el bolsillo de su pantalón.

 

- También- sonrió. – Pero, ¿quieres quedarte en el mismo hotel?

 

- Bueno… ¿no crees que sería lo normal y lo justo?- se encogió de hombros, sintiendo todavía la vibración.

 

- No sé si Sophia y tú quisieran estar en otro lugar para…

 

- ¿Para qué?- sonrió, y Volterra se había metido en una conversación de mal gusto, o no de mal gusto, pero sí incómoda.

 

- Para que… no sé, tú sabrás- sonrió.

 

- No, no lo sé

 

- Si lo sabes, Emma… no me tomes el pelo

 

- No te lo estoy tomando- rió, burlándose en su cara del evidente nerviosismo que le corría por las venas a aquel hombre que siempre era sereno, siempre menos últimamente.

 

- Bueno, para que puedan tener privacidad

 

- Pero no necesitamos privacidad- levantó su ceja. Y la actuación empezó.

 

- ¿No?

 

- No que yo sepa… ¿o has visto tú alguna demostración exagerada de amor entre nosotras?- Volterra se negó con la cabeza. - ¿Un tan solo beso?

 

- No, no…- balbuceó.

 

- ¿Y tú de verdad crees que Sophia y yo tenemos algo más que una relación de trabajo?- preguntó, jugando al ratón entre las garras del gato.

 

- ¿Por qué me preguntas eso?- se incomodó, y se le notaba la mezcla de la incomodidad con el nerviosismo en sus inquietos dedos que intentaban colocar cada pieza en su lugar.

- Olvídate de Camilla… ¿tú de verdad crees que Sophia y yo tenemos algo? Digo, dejando a un lado todo

 

- Pues, viven juntas, ¿no?

 

- ¿Y eso qué?

 

- No lo sé, no te imagino viviendo con alguien sólo porque sí… por hobby

 

- ¿Y qué si tengo problemas económicos y no puedo pagar el alquiler?

 

- Emma, ¿esperas que crea eso?

 

- ¿Y si somos buenas amigas?

 

- ¿Demasiado buenas amigas?- preguntó por respuesta, con una tonelada de burla que Emma desistió.

 

- Bueno, bueno… pero, si Camilla no te hubiera dicho, ¿te lo imaginarías?

 

- No

 

- Entonces, ¿por qué crees que necesitaríamos estar en otro lugar?- sonrió en plan de terapeuta, así como ella sabía que sonreían al preguntar algo sólo para que la persona se diera la respuesta a sí misma y que no tuviera que dársela ella.

 

- No lo sé…

- Alec, tú, al hacerme esa propuesta, estás insinuando que mi relación con Sophia es muchísimo más avanzada de lo que tú te imaginas- sonrió. – Estás implicando que tenemos un trato distinto, de modo preferencial… y no sería justo para los demás… además- resopló, consiguiendo llamar la mirada de Volterra a la suya. – Estás insinuando que Sophia y yo hacemos cosas que requieren de máxima privacidad

 

- No, yo sólo quería redimirme por lo que hice- murmuró, bajando la mirada nuevamente al cubo.

 

- Yo creo que intentas matar a varios pájaros de un tiro…- dijo, acercándose por sobre el escritorio hacia Volterra. –  Sí, intentas redimirte con Sophia y conmigo, aunque conmigo no tienes por qué redimirte… pero intentas evaluar mi percepción de poder, el tamaño de mi ego e intentas saber si nuestra relación está en ese nivel, en ese nivel que te niegas a darle un nombre, y lo intentas saber por curiosidad… porque Camilla no te lo ha dicho, y quizás no te lo quiere decir porque es demasiado personal… - sonrió pícaramente, pues no había nada más gracioso, para ella, que incomodar a los curiosos. O era quizás que le gustaba incomodar y jugar con la mente de Volterra, por entrometido y curioso, sí, eso era. – Lo cual no me explico- murmuró, frunciendo su ceño en confusión. – Si Camilla no te ha dado detalles de nuestra relación, ¿por qué correr a ti con algo tan personal como una pelea entre ella y Sophia? Eso da una sensación de la calidad de confianza que hay entre los dos, que aparentemente es muy grande y muy buena

 

- ¿Cómo era ese dicho?- murmuró, burlándose de sí mismo, riéndose nasalmente mientras veía hacia el techo.

 

- ¿Nunca subestimes a tu enemigo? ¿Mucho menos si es mujer?- levantó Emma su ceja, todavía más arriba, elevando su juego, elevando su intento de incomodar.

 

- Sí, precisamente eso- sonrió.

 

- Oh…My…God!- siseó. - ¿Tú y Camilla están juntos?- la mandíbula de Emma cayó, tan bajo que casi toca el escritorio.

 

- ¿De qué hablas?

 

- Es la única explicación que le veo a ese exceso de confianza- dijo, elevando irrelevantemente sus brazos al aire.

 

- No, no estamos juntos… ¿quién es el curioso ahora?- sonrió, colocando las últimas piezas del cubo.

 

- Todavía tú- rió Emma. – Pero, en fin… no, no quiero otro hotel… ¿cuál es la mejor habitación?

- Una Penthouse Suite- dijo, presionando las piezas, para hacerlas encajar. – Listo- dijo, alcanzándoselo, Emma lo tomó.

 

- ¿Y qué tipo de habitación me dará el Estudio?- instantáneamente empezó a desordenar el cubo, no con la misma destreza y agilidad que lo habría hecho Sophia, pero lo hacía rápidamente. Era sólo desordenarlo.

- Una Deluxe…

- ¿Cuál es la diferencia de precio?

- Setecientos cuarenta Libras por noche

- ¿Reembolsas?

- No lo sé, ¿tu Estudio le reembolsaría a la dueña?- Emma se sonrojó y se incomodó. - ¿De verdad te molesta tanto que te digan eso?

- Como no tienes idea… mi intención no es ser la dueña

- ¿Esperas que crea que no quieres ser dueña es todo esto?- dijo, rodeando la oficina, implicando el Estudio completo, con su mano.

- Eso, precisamente, es lo que quiero, no que creas, sino que entiendas

- ¿Por qué compraste el cincuenta por ciento, entonces? Digo, si no querías ser dueña de todo esto, no lo hubieras comprado

- Alec, te seré muy honesta… por si no lo has notado, soy dueña de mi tiempo, de mis gustos, de todo lo que tenga que ver conmigo, no necesito gastar seis cifras para ser dueña de algo que ya soy… además, creo que tu corta visión de la visión no te deja ver más allá de las cosas…

- ¿Qué?- murmuró confundido, pues aquello último sólo tenía sentido para Emma.

- Resuélvelo en menos de un minuto y te digo- sonrió, alcanzándole el cubo mientras sentía nuevamente la vibración de su iPhone.

 

- ¿Qué me vas a decir exactamente?

- Oh, Arquitecto Volterra, ¿está usted considerando mi reto?

- Depende de lo que la paga sea- sonrió, tomando el cubo de las manos de Emma.

- Te diré por qué compré tanto, qué pienso hacer con él y qué tan avanzada está mi relación con Sophia

- ¿Un minuto dices?- Emma asintió, tomando su muñeca izquierda entre su mano derecha, apoyándose de su pulgar para presionar el cronómetro de un minuto.

- Tres… Dos… Uno- y Volterra empezó a girar las caras, las filas y a revolver las columnas. Emma sólo supo comparar aquello con el ritmo pulsante y repetitivo del Harlem Shake, lo estresante y acelerado que era aquel movimiento, aunque tenía que aceptar que Sophia lo hacía más rápido. Treinta segundos pasaron y Volterra apenas llevaba hechos los centros, faltándole los bordes, que, según lo que Sophia decía, era lo más fácil. Y todo iba bien hasta que, a partir del trigésimo segundo, Volterra se detuvo, por una mínima fracción de segundo, para analizar los algoritmos a seguir, y tocó una que otra pieza, que parecían ser al azar, pero Emma sabía que no eran al azar. – Veinte segundos- murmuró, y Volterra empezó a gritar en desesperación, a reírse ante la presión del tiempo, parecía un niño pequeño. – Diez… Nueve… Ocho…- Volterra seguía girando las caras y no conseguía resolverlo. – Siete… Seis…- se agitó de manera sonriente, pues ya, sólo quince rotaciones más y lo lograba. – Cinco… Cuatro… Tres…- seis rotaciones más. – Dos….- cuatro rotaciones. – Uno…- tres rotaciones. – Tiempo- murmuró Emma, escuchando aquel “click”, que sólo significaba el desprendimiento de la pieza, que le había impedido rotar las caras dos veces más, dos rotaciones que le explicarían muchísimas cosas, pero no, no sería en esa ocasión.

- Creo que no tendré respuestas por ahora- sonrió, asegurando la pieza y terminando de resolver el cubo.

- Las escucharás de mi boca… lo prometo- balbuceó Emma, viendo cómo Volterra colocaba el cubo, ya resuelto, con la cara blanca apuntando hacia arriba.

- ¿Te sientes bien?- Emma asintió lenta pero nerviosamente. - ¿Estás segura?

- Sí, sí… ¿se te ofrece algo más?- dijo rápidamente, intentando sacar a Volterra de su oficina para poder respirar, y quizás era algo que la continua vibración de su iPhone le provocaba, la intranquilidad, el impacto, la incertidumbre, la confusión, o quizás lo que ya sabía.

 

- ¿Crees que sea prudente acercarme a Sophia para pedirle disculpas?

- Claro, aunque tu sobrina no es una persona rencorosa- intentó sonreír, empleando el término “sobrina” por obvias razones para ella.

- ¿Estás segura que te sientes bien?- preguntó de nuevo, notando cómo las pupilas de Emma se habían dilatado, y cómo mordía, rápida pero suavemente, su labio superior por el lado derecho. A eso, Volterra y yo le llamamos: “Emma pensativa, Emma maquinando”.

- Sí, sí, sí…- balbuceó rápidamente, como si tuviera la lengua en plan de inutilidad completa. – Debo atender esta llamada- dijo, sacando su iPhone de su bolsillo y viendo que era llamada de Laura. Ocho llamadas perdidas. ¿Por qué no llamó a la oficina? Pues, ocho llamadas sonaba a urgencia.

- Bueno, le diré a Liz que les reserve la Suite que quieres, luego reembolsaré la diferencia- sonrió, empujando suavemente el cubo a lo ancho del escritorio mientras Emma asentía suavemente, todavía sorprendida, y Volterra no sabía por qué, aparentemente yo tampoco. - ¿Lola?- preguntó al teléfono, pues así llamaba a Laura, de cariño. - ¿Qué pasó?- Volterra se puso de pie y devolvió la silla a la posición en la que la había encontrado. - ¿Se… despertó?- murmuró con la voz temblorosa, y fue algo que Volterra pudo percibir, creyó que era algo bueno, porque lo era, pero ahora Emma era incapaz de tener una clara, o borrosa, visión de lo que se venía a continuación en lo que a Franco se refería. Y ante un “sí” de Laura, Emma bajó lentamente el teléfono, pretendió colgar en cuanto su mano se posó, cómodamente, sobre su regazo, y se quedó viendo al vacío unos momentos, sin pestañear, sin respirar, unos cuantos segundos que parecieron horas de agonía, de incertidumbre, de la invasión de los ¿Y ahora qué?- Llegaré en cuanto pueda- balbuceó sin pestañear, y logró colgar.

¿En cuanto pudiera? Vamos, si de ser así, Emma nunca podría, y eso quería Emma, no poder, porque se imaginaba el enojo de Franco, el enojo del que ella no tenía la culpa, el enojo con el mundo, con el universo, con todos y por todo, ¿le habrían dado ya la noticia? Dios, Emma sólo quiso gritar de angustia, gritar hasta que la garganta le doliera, hasta que se quedara sin aire, una enorme y verdadera catarsis. Pero, en vez de eso, volvió a su trabajo, colocando música de fondo, la música de Sophia en realidad, pues era la más alocada, y necesitaba distracción, no relajación. Aquel segundo ejercicio no sería “Holocausto”, sino que sería “Guerra Atómica de índole Mundial”, y todo eso se lo debían al estrés por el que Emma estaba pasando. ¿Cuántos aprobarían el Seminario y el Taller al final? Con ese ejercicio no muchos, quizás la mitad, y con suerte. Sacudió su cabeza y, entre el aumento de las distintas impresiones y el paso del tiempo, continuó redactando su parte del Taller. Ella no tenía vocación de profesora, ella sabía cómo plasmar las ideas, cómo poner todo sobre la mesa, pero seguramente no sabía cómo transmitir todo aquello, y creía que era porque, de manera personal, a ella nunca le gustó cuando un profesor, en la Universidad, sólo leyera lo que decía el libro que él mismo había escrito; aquello, para Emma, no era una clase, no era una transmisión de conocimiento, más porque, lo que simplemente se leía, no penetraba el vidrio blindado que cubría el cerebro de un estudiante: toda persona aprende haciendo. A Emma se le quitaron las ganas de comer, las ganas de tomar agua, de salir de su oficina a respirar aire puro sin purificar, al menos dentro de los pasillos de la oficina, a la oficina de Sophia. Terminó de redactar aquellos dos ejercicios, en los que se había esmerado por hacerlos lo más difícil que había podido, todo porque, en su cabeza, los alumnos de último año deberían ser capaces de resolver un pequeño problemita. Y cada “problemita” iba, desde interpretar y diseñar el espacio en un plano, levantarlo en SketchUp, sacar cada minúscula y molesta cotización, etc. y todo eso sería evaluado veintitrés veces, pues eran veintitrés alumnos, qué rico. Y le faltaba preparar, a fondo, su propio Seminario, con la respectiva prueba que estaba obligada a hacerles a los treinta alumnos que asistirían a su Seminario, ¿hacerlo de opción múltiple o de expansión? Opción múltiple, pero la verdadera  opción múltiple.

- Arquitecta- llamó Gaby a la puerta, asomando su cabeza por entre ella.

- Pasa adelante- murmuró, redactando, a ciegas, parte de su Seminario, pues ya le había mandado a Sophia su parte del Taller, claro, vía cibernética. – Dime

- Sé que me dijo que no le pasara ninguna llamada y que no la molestara…

- ¿Pero?- volvió a verla Emma, pero Gaby retiró la mirada.

- Su hermano ha llamado diecisiete veces para preguntar si ya va a llegar…- murmuró viendo las redondeadas puntas de sus tacones negros que se hundían entre las microscópicas hebras de la alfombra marrón carbonizado de la oficina de su jefa.

- ¿Qué le dijiste?

- Que usted está en una reunión muy importante y que no puede tomar ninguna llamada

- ¿A qué hora tengo el examen con el Doctor...? Se me olvidó el apellido- suspiró, llevando sus manos a su rostro. Cómo el estrés y las epifanías consumían toda la energía de una persona en tan solo tres horas, o cuatro, o cinco, ya ni sabía qué hora era.

- A las cinco y media- respondió. – Con Doctor Conway- añadió, todavía con su vista clavada en sus tacones.

- Gaby, ¿te podrías sentar un momento?- le señaló la silla contraria a ella con la palma de su mano mientras que, con la otra mano, tapaba sus ojos, y sólo sintió a Gaby obedecer. – Esto no va a funcionar así…- suspiró, volviendo a ver a Gaby, quien quitó la mirada en cuanto Emma logró el contacto visual. – Tengo demasiados problemas como para lidiar con algo como esto también

- Arquitecta…

- Dime qué te molesta y ya, así de fácil

- No me molesta nada, Arquitecta

- ¿Entonces?

- Es algo nuevo para mí, eso es todo

- ¿Y crees que podrás acostumbrarte a la idea?- murmuró Emma, cayendo con su frente sobre sus brazos cruzados sobre el escritorio. Gaby asintió rápidamente, Emma no lo vio pero lo sintió. – Creo que te lo podrás evitar si llamaras a la puerta- sonrió.

- Lo siento mucho, de verdad… se me olvidó completamente, no sé en qué estaba pensando

- Gaby, no te estoy regañando, no te estoy despidiendo… sólo te estoy dando un consejo… por tu bien mental, supongo- sonrió, pero Gaby no pudo verlo.

- Arquitecta, yo le juro que no le voy a decir a nadie…

- No me preocupo por eso, sé que eres discreta… además, si de algo te sirve saberlo…- respiró hondo. – Volterra lo sabe… así que no estarías tapando el sol con un dedo…- y Gaby, por fin, pudo respirar entre aire tranquilo. – Como sea, gracias por la discreción

- Nadie se enterará por mí- reafirmó aquella mujercita.

- Y te lo agradezco… en fin- dijo, irguiéndose nuevamente. – Se me olvidó decirle a Volterra que quiero  volar en Primera Clase

- Ya lo arreglé… y asumí que le gustaría ir al lado de la Licenciada Rialto… y pagué con los datos de su tarjeta de crédito, sabiendo que van a reembolsarle el costo estándar de Clase Ejecutiva, en lo que vuelan el resto de los que van… Liz está averiguando si se pueden reservar los asientos desde ya, que no creo que sea posible, pero estaré muy atenta para cuando se abra la ventana del Check-In, así me aseguro de colocarla a usted, y a la Licenciada Rialto, en los primeros asientos del lado derecho, a usted a la ventana y a la Licenciada en pasillo… y ya reservé su Suite… y di instrucciones específicas de que no debe haber ni lirios, ni margaritas, ni rosas, de ningún tipo, porque usted es alérgica- sonrió, haciendo a Emma sentirse orgullosa, por el simple hecho de que no era alérgica, simplemente no le gustaban. – Y dije que sería bueno si fueran de lavanda y Equisetum- Emma levantó su ceja en sorpresa, de las buenas sorpresas, y no pudo evitar sonreír. – También averigüé qué tipo de frutas ponían en el recipiente de la sala de estar, y especifiqué que tenían que ser manzanas verdes, ciruelas rojas, nectarinas, duraznos y uvas verdes sin semilla- Emma asintió, comenzando a morderse el labio inferior por el centro, para disimular su sonrisa. – Tiene, todos los días, un desayuno inglés… y pedí que todo lo sirvieran en la habitación a las seis y media de la mañana, con un té y un Latte para preparar en la habitación… cuatro toallas grandes y dos pequeñas

- Te confiaría mi vida- sonrió. – Espera… creo que ya lo hago

- Entonces, ¿todo está bien?

- Perfecto… sólo averigua, si puedes, si las almohadas son cuadradas o rectangulares

- He pedido que pongan sólo almohadas rectangulares, dos altas y dos bajas… pero, hay algo que quería preguntarle… - se sonrojó.

- Déjame adivinar- resopló. – Quieres saber si quiero dos camas o una, ¿no?- Gaby asintió suavemente, sonrojada como nunca antes, y Emma levantó su dedo índice, indicándole que quería una cama nada más.

- ¿Algo más?

- No que yo sepa, Gaby…- sonrió. – Gracias- Gaby asintió una única vez y se puso de pie para empezar a caminar hacia el exterior de aquella oficina.

- Arquitecta, sólo una cosa más…- murmuró, dándose la vuelta.

- Dime

- Son las tres y media, ¿no quiere almorzar?- sonrió, sacando una pequeña libreta y un bolígrafo, literalmente, de la nada. ¿Almorzar? ¡Almorzar!

- Cuando puedas, ¿me podrías subir un Trenta de Iced Passion Tea de Starbuck’s, por favor?

- ¿Limonada?- Emma asintió. – Enseguida, Arquitecta

- Gaby, Gaby- la detuvo antes de que cerrara la puerta, y se volvió con una sonrisa, qué bueno era verla sonreír y ver que podía encontrar sus ojos. - ¿Sophia ya salió?- Gaby se asomó a la oficina de Sophia, que dio gracias a Dios que era de paredes de vidrio, al menos las frontales, y la vio todavía ocupada; dibujando algo sobre un papel mientras las tres cabezas involucradas asentían y un dedo índice señalaba sobre el papel mientras Sophia seguía trazando líneas.

- No, todavía no…

- Cuando salga, sólo dile que ya le mandé las cosas del Taller, por favor

 

 Gaby esperaba más un “dile que venga a mi oficina y no me pases llamadas, y que no me molesten”, pues así había sido en otras ocasiones, ¿qué habrá pasado en realidad? Bueno, Gaby podía preguntarse mil cosas y nunca sabría la respuesta, pero, la respuesta a esa pregunta era simple; a veces trabajo, y trabajo del Estudio, y sólo una vez para realmente hacer lo que Gaby temía. Y asintió, cerrando, tras ella, la puerta de aquella oficina, dejando a Emma redactando como si no tuviera tiempo el resto de los días que tenía la semana, que no sabía si lo había soñado o qué, pero creyó que prepararían el taller el sábado, ¿o no? Y ahora ya había perdido la mitad del día en hacer lo que podría haber hecho el sábado, pero no, calma, querida Arquitecta, el sábado también puede hacer su Seminario. El orden de los sumandos no altera la suma. Pero, justo cuando terminaba de escribir sobre los elementos que comprendían la cultura visual, Gaby le entregó su pedido y se dio cuenta de que tenía, redactadas, dieciséis páginas, que, para cultura material, sería, quizás, la misma cantidad de material, lo cual le bastaría para cubrir lo que el currículum del Seminario esperaba de ella, y dividiría el Seminario en las dos partes más importantes; las primeras siete horas, o sea el primer día, en la cultura visual y, el segundo día, o sea las otras siete horas, en la cultura material; cada parte con una evaluación obligatoria, de resolver dos de tres ejercicios, pues así lo estipulaba el currículum. Se colocó los audífonos mientras introducía su iPhone a su bolsillo, para luego tomar su bolso y salir de aquella oficina, lista para ir a hacerse el examen, pero no para ver a Franco. Sophia no aparecía por ninguna parte, y Emma no iba a esperarla, pues le gustaba ser puntual, y le dejó dicho con Gaby que había ido a hacerse los exámenes, y que, por favor, le dijera que le llamara cuando apareciera.

Resulta que Emma no era contagiosa, a pesar de sus repentinos ataques de tos, pero no era una incubadora de enfermedades respiratorias, ni de las mutaciones que ella esperaba tener para que le negaran el acceso a la habitación de Franco. No le tenía miedo a Franco en sí, sino a las hirvientes emociones de aquel hombre, pues era tan impredecible como nadie en el mundo para Emma, podía estar totalmente renovado y reinventado, agradecido con la vida y, suponíamos todos, que con Dios o con algún equivalente en otra cultura y/o religión, estaría totalmente feliz de estar, al menos, con vida. O podría ser todo lo contrario y de dos tipos, enojado, o quizás cabreado, por estar en terreno de Emma o simplemente porque estar en un hospital le sentaba mal. Pero Emma no consideró la otra opción, no se le ocurrió, no sabiendo lo que sabía, quizás sólo asumió que Franco no sabía, o que estaría tan agradecido, por estar con vida, al menos, que no le importaría aquello. GRAVE ERROR.

- Ah, al fin te dignaste a venir- gruñó Marco, poniéndose de pie rápidamente de la silla del pasillo, casi gritándole aquello a Emma, quien venía caminando lo más lento que su paso italiano le permitía, pues no quería llegar nunca hasta la habitación 404.

 

- Cuida tu tono, ¿quieres?- siseó. – Es un hospital

- Ya te dije que no me trates como a uno de tus empleados

- A mis empleados los trato mejor…- sonrió, acelerando el paso hacia la estación de enfermeras.

- Perra- gruñó, halándola del brazo, peor que Matt con Sophia, lastimándole más la tranquilidad mental que el brazo.

- Suéltame, grandísimo imbécil- siseó, agitando su brazo fuertemente para librarse de la mano de Marco.

- ¡No me insultes, lesbiana hija de puta!- gritó, haciendo que varias cabezas se dirigieran hacia ellos.

- Mi mamá es la misma tuya, y te pido que no la insultes- siseó entre dientes. – Y podré ser lesbiana… pero al menos tengo integridad y dignidad intacta y no vivo de las sobras de Franco- dijo, llamándolo por su nombre, con toda la decisión del mundo.

- ¿Franco?- gruñó, acercándose a ella, rostro a rostro. – Ni siquiera le llamas “papá”…

- Ha sido todo menos un papá para mí… así como tú nunca fuiste mi hermano- dijo, que, por el poder de sus Stilettos, Marco sintió como si Emma fuera más grande que él, hasta cierto punto intocable, hasta invencible.

- Nunca valiste la pena

- Pero valí la herencia entera de nuestra nonna- gruñó, lanzándole la carta más descarada e hiriente que podía tener para Marco. – Y sé que, con tu socio, creyeron que me estaban quitando todo…- se acercó más a él con su rostro, clavándole sus iracundos ojos en los suyos. – PO.BRECITOS- siseó rígidamente. – No me quitaron ni una décima parte… ¿y sabes qué hago con ese dinero?- lanzó una pausa penetrante, intensa y provocadora, ninguno se quitaba la mirada de encima. – Lleno la bañera con todos esos billetes y le hago el amor, una y otra, y otra, y otra vez a mi novia- siseó lentamente, provocándolo, sintiendo cómo, con su inhalación, crecía su furia. Era mentira, hasta cierto punto, pues no tenía bañera, tampoco hacía eso, pero era una de las razones por las que le encantaba gastarlo en Sophia.

- Cagna!- gruñó, levantándole la mano, tomando impulso para azotar la mejilla izquierda de Emma.

- ¡No!- siseó, atrapando la mano de Marco en el aire. – Tú no me vas a pegar a mí

- Es lo que te mereces- gruñó, sintiendo los dedos y las uñas de Emma incrustársele en las venas de la muñeca, que su mano empezaba a perder el rojizo color. – Porque eres lo peor de este mundo

- No, Marco- sonrió, sacudiendo la cabeza en negación. – Lo peor de este mundo fue cortado del mismo lienzo, y Franco y tú fueron cortados de ese lienzo- la mano de Marco era ya blanca, muy blanca, y empezaba a dejar de sentirla, o a sentirla adormecida, no estaba seguro.

- Tú no tienes derecho a insultar a papá

- ¿Y él a mí sí? ¿Y tú a mí sí? – resopló, soltando violentamente la mano de Marco, como si la estuviera arrojando con todo su odio contra el suelo. Marco sólo la vio a los ojos, notando tras ella, que el doctor salía de la habitación en la que Franco estaba. – Y, para que tengas una mejor dimensión de las cosas, oh, grandísimo Marco, alias “Scammer Borghese”- dijo, llamándolo así como lo habían llamado los periódicos en su debido momento. – Gasté seiscientos setenta y cinco mil dólares en el anillo de compromiso que le di a Sophia- sonrió traviesamente, dándole una pequeña mentira, pues no se lo había dado todavía y, dándose la vuelta y reanudando la marcha hacia la segunda fase de su pobre hígado, dejando a Marco intentando no ahogarse en su propia neurosis, en sus ganas de querer gritar como el más demente y matar a Emma a golpes, dio gracias, esta vez sí a Dios, porque Sophia no estaba con ella. ¿En dónde estaría?

- Who’s there?- preguntó al escuchar que la puerta se cerraba pero, por el minúsculo pasillo oscuro, no podía ver bien, pero, al escuchar el taconeo, la reconoció.

- Me alegra verte despierto- sonrió Emma mientras analizaba el panorama; las sábanas blancas, las paredes blancas, todo blanco, el típico “bip” que emitía una de tantas máquinas que tenían tubos conectadas al enclenque hombre que estaba tendido, sobre su costado derecho, sobre la cama.

- A ti te quería ver- sonrió, pero esa sonrisa un tanto satánica, la misma que le había visto dibujar la primera vez que, después del divorcio, tuvo su día de visita.

- Aquí me tienes- murmuró, sentándose frente a él, a distancia de más de un brazo, todavía escéptica.

- ¿Cómo estás?- emitió la voz de ultratumba, con aquella sensación de toda una vida de chimenea cigarrera, que salía, en forma de dióxido de carbono, por entre la desordenada y arrugada composición facial, ahora sin barba, que le daba vida al hombre que decía ser su papá.

- No es importante eso…- sonrió levemente, pues, hasta yo me creí el número artístico. - ¿Cómo estás tú?- preguntó, viendo cómo Franco llevaba su mano a sus ojos para decidir no responder a esa pregunta. – Puedes mover los brazos- sonrió genuinamente Emma, pues realmente, el diagnóstico de Creta decía que quedaría totalmente en tetraplejia.

- No debiste haberme traído- dijo de repente. Wow. – No debiste haberme traído- repitió, frunciendo tétricamente su ceño, creando una expresión de profunda maldad y enojo.

- ¿De qué hablas? Estás bien, estás despierto y puedes mover los brazos… es una gran noticia- sonrió Emma, tanto con sus labios como con sus ojos.

- ¡Yo no quiero poder mover sólo los brazos!- gritó. - ¡Es tu culpa!

- ¿Cómo va a ser eso mi culpa?- murmuró frustradamente, echándose sobre su espalda contra el respaldo de la silla.

- ¡Me hubieras dejado en Creta, así soy un inútil!

- Cálmate, ¿sí? Con el tiempo verás que…

- ¡Con el tiempo nada!- la interrumpió. – ¡Es tu culpa que esté así de inútil! ¡Yo no debía despertar, debía morir antes de ser un inválido!

- ¿Quién te entiende?- resopló.

- ¡Y te ríes de un inválido!

- Corrección, eres “parapléjico”- sonrió. – Y no me estoy riendo de ti- dijo, poniéndose de pie.

- ¿A dónde crees que vas?- gruñó. – Tú no te vas hasta que pagues por lo que me has hecho

- Oh- tarareó, acercándose un poco a él. - ¿Qué? ¿Qué me vas a hacer?- sonrió, y sonrió de inmenso placer, pues no le daba ningún remordimiento hacerlo, no con aquel monstruo que tenía frente a ella.

- ¡Te voy a hacer pagar!

- Qué prefieres, ¿Nike o Adidas?- resopló. – Digo, para comprarte unos zapatos tenis y me persigas por toda la ciudad- y se enserió, hasta a mí me dio miedo, pues le clavó la mirada fría y rígida en la suya. – Porque sé que tienes unas ganas tan grandes de matarme a golpes, y golpes que se me vean… que no puedes siquiera pensar en que alguien más lo haga por ti, porque no te daría placer… no, nada de placer- sacudió su cabeza. – Pero puedo traerte los zapatos tenis, para que te los pongas y me persigas para pegarme tú mismo…- la máquina que sonaba con el nervioso “bip” empezó a salirse de control, a emitir el molesto sonido más rápido. – Franco, Franco, Franco…- susurró. – ¿Sabes qué? Te perdono todo lo que me has hecho y dicho- sonrió, y eso le cayó a Franco como una patada en el hígado. – Mi consciencia está tranquila, hice lo que tenía que hacer, lo que tus otros dos hijos no pudieron, por falta de cerebro y por falta de…- dijo, haciendo un gesto con su mano, un gesto muy italiano que significaba “mucho dinero”. – Eres un adulto, puedes decidir si quedarte aquí o irte… si te quedas- susurró, agachándose levemente para acercarse a él, mostrándole, con un principio psicológico, que ella estaría, desde ese momento, muy por encima de él. – Yo pagaré todo hasta el día en el que decidas morirte… y lo pagaré por dos cosas, porque tengo que hacerlo y porque sé que te encantará que lo haga- alerta de sarcasmo.

- Vete

- Lo que Franco Pavlovic quiera-sonrió.

- ¡Y no vuelvas!- gruñó en cuanto Emma se irguió.

- Te estoy escuchando, no me grites- sonrió de nuevo, tratando de tragarse el enojo entre su sonrisa falsa. - ¿Vuelvo mañana o…?

- Nunca- dijo a secas, y esa fue la última palabra que Franco Pavlovic le dirigió a su hija, la última, la última de verdad, no la última del día, ni de la visita, sino la última.

- Yo también te quiero mucho, papá- sonrió Emma, aferrándose a los agarraderos de su bolso con ambas manos, y esperó un segundo, con su mirada en la de Franco, por una respuesta, al menos una intención, y nada, no obtuvo ni el más mínimo indicio de una intención. – Que te mejores pronto- y fueron las últimas palabras de Emma para su papá, se había cansado ya de buscar una aceptación, una sonrisa genuina, no bastaba ella con querer, no podría cambiarlo, ni eso, ni nada, nunca, y así no valía la pena seguir intentando, pues era como querer ayudar a alguien que no quería ser ayudado.

- ¿Tanto escándalo para venir sólo cinco segundos, Etta?- la interceptó al ella cerrar la puerta de la habitación, con mirada de odio entre sus cejas pobladas y elevadamente fruncidas en cinismo.

- Es todo tuyo, y sólo tuyo… haz lo que quieras con él, en donde quieras…- dijo Emma, escabulléndose por el pasillo, por entre el brazo elevado de Marco, el que se suponía que le bloquearía el paso. – Pagaré lo que sea para él… y estaré para ti cuando me trates con respeto y me busques no sólo porque sabes que puedo ayudarte- y, al darse la vuelta, vio a Sophia salir del ascensor, deteniéndose un paso afuera, evitando un paso más.

- Te odio- murmuró Marco, y Emma lo escuchó y dibujó una sonrisa, como si “O Children” sonara en el fondo de aquella muda escena en la que caminaba directamente hacia la hermosa mujer que la veía con desconcierto, con su bolso Delvaux de reluciente piel de caimán negro en su mano izquierda, con el Rolex que Emma le había regalado y que ya no le gustaba.

- ¿Mi amor?- dibujó Sophia con sus labios y con su mirada.

- Mi amor- sonrió en respuesta, alcanzándole la mano derecha para que se la tomara, y así lo hizo Sophia al cambiarse el bolso de mano. – Te me perdiste- murmuró, presionando el botón del ascensor y dándole un beso en su sien.

- Perdón, tuve un contratiempo… que se hizo eterno

- Nada de pedir perdón- sonrió, soltando su mano para abrazarla por sus hombros, acercándola a ella, no sólo porque sabía que Marco estaba viendo sino también porque tenía ganas de hacerlo.

- ¿Cómo está tu papá?

- No te sabría decir- resopló cerca de su oído. – Pero estamos en buenos términos- a Sophia, aquello, no le sonó nada bien, así como a mí, pero no iba a cuestionar ni a insistirle a Emma, pues eso sería como desatar a un huracán Katrina entre cuatro paredes, o sea una destrucción masiva.

- Me alegra- sonrió, volviéndose a ella para robarle un beso, un beso que hizo que Marco empezara a caminar hacia ellas, con pasos pesados y decididos a atentar contra ellas.

- No he comido en todo el día, ¿tienes hambre?- sonrió, entrando al ascensor con Sophia, alcanzando a ver a Marco de reojo, que estaba a tres segundos de entrar al ascensor, pero las puertas se cerraron frente a él al Emma presionar el simple botón y, justo cuando se cerraba la puerta, Emma tomó a Sophia de las mejillas y le plantó un beso iracundo y ofensivo para el público inexistente, sólo para triturarle el hígado a Marco.

- I’m always hungry- jadeó a ras de sus labios.

- ¿Qué quisieras comer?- la tomó de la mano, entrelazando sus dedos con los de Sophia y elevando la mano hasta sus labios para besarle sus nudillos.

- ¿Te puedo invitar?- susurró mientras la puerta se abría en el segundo piso y más personas entraban a su momento privado.

- No me gusta que me pregunten tanto- guiñó su ojo, y no era más que una cita de la mismísima Sophia Rialto, alusiva a aquella vez, sí, a LA vez en la que todo se hizo realmente relevante, la noche de la fiesta de Margaret.

- Te ordeno que me dejes invitarte- rió nasalmente, siguiéndole el juego a Emma, así como ella había hecho aquella noche.

- Demasiado mandona- repuso mientras salían de aquella cabina y se abrían camino hacia la salida.

- Me dirijo hacia “Rouge Tomate” y me gustaría mucho que aceptaras mi invitación a cenar- sonrió, dibujando sus hermosos camanances en sus delgadas mejillas.

- ¿A qué me vas a invitar?

- A una botella de un perfecto Cabernet Sauvignon, a un Piedmontese New York Strip con los Gnocci de rábano que tanto te gustan y a un Strudel de almendra con salsa de vainilla y canela…

- Suena perfecto- resopló Emma al salir del hospital.

– ¿Por qué no has comido?- dijo, levantando su brazo al borde de la calle, logrando, por suerte, que un Taxi se detuviera frente a ellas.

- Porque se me olvidó… o no sé

- ¿Segura?

- Sí, me sumergí en la preparación del Seminario… - dijo, abriendo la puerta del Taxi para que pasara Sophia.

- ¿Y cómo vas con eso?

- Bien, creo que mañana lo termino- respondió, cerrando suavemente la puerta, notando como sus manos empezaban a sufrir por el ayuno sólido, y se dio cuenta de que no había siquiera desayunado. Y había cenado demasiado mal. – Sesenta y Quinta, por favor- dijo para el Taxista. - ¿Y tú?- se volvió a Sophia.

- No he podido avanzar en mi Taller, pero ya revisé lo que me enviaste… creo que entre mañana y el sábado termino todo

- Me imaginé que no habías tenido tiempo… pasaste como dos horas con el…- dijo Emma, no sabiendo reconocer la nacionalidad de aquel hombre.

- Bhandari es de Nueva Dehli… aunque ese no era Bhandari, sino su asistente y el otro era el traductor…  Bhandari se acaba de comprar un apartamento en la Quinta Avenida… me estaba ayudando a comprender qué era lo que quería exactamente

- ¿Y qué quiere?

- Bueno, que decore el apartamento…- se encogió de hombros. – Es productor de cine

- Seguramente será como Khalifa bin Zayed… decoré su Penthouse en el dos mil diez, creo... y nunca ha estado ahí…

- Ni idea… pero…- sonrió anchamente.

- Oh…- resopló Emma, entendiendo que la paga era diez veces más de lo que quíntuplemente exagerado sería. - ¿Estás contenta?

- Podría comprar la mitad del Estudio con eso- guiñó su ojo.

- ¿Quieres hacer eso?- titubeó Emma, imaginándose, de manera fatalista, cómo su potencial regalo se estropearía.

- ¿Bromeas?- resopló. – Yo no tengo las agallas para hacerme dueña de algo

-¿No te gustaría serlo?

- No te podría decir que no… pero no es porque yo lo compraría, no sé si me explico

- Yo sí te entiendo- sonrió Emma, tomando suavemente la mejilla de Sophia en su mano derecha. – God…- suspiró. – You’re so beautiful- y, con la mirada del Taxista encima, pues las veía por el espejo retrovisor luego de que Emma suspirara aquel halago en inglés, pues habían ido hablando en un italiano puro, reunió sus labios con los de Sophia al cerrar sus ojos.

A eso le llamo yo: necesidad de Sophia, necesidad extrema. No incomodaron al Taxista, no como la vez anterior, sino más bien le pusieron una sonrisa un tanto estúpida en su rostro, sonrisa que le duró hasta que se detuvo frente al restaurante y Emma le colocó, en la escotilla, un billete de veinte dólares que acompañó con un educado “Thanks for the ride, Mr. Gomes… have a pleasant evening”. De la mano entraron al restaurante, en donde tuvieron que esperar unos minutos en la barra, pues el área que ellas querían estaba llena, y, tras el descorche del Colgin Cabernet Sauvignon y dos medias copas de aquel líquido que realmente estaba para no desperdiciar ni una tan sola gota, y no sólo eso, sino también tras dos docenas de ostras frescas, que iban cubiertas de ralladura frita de jengibre y menta, entre risas y sonrisas, golpes suaves de frente contra frente, Emma con sus ganas de fumar un cigarrillo, lo bien que le caería, y Sophia intentando encontrar el momento perfecto para arrojar diversas bombas, ninguna mala, pero con Emma nunca se sabía, aunque le aconsejó Natasha que esperara lo mejor.

- ¿Emma?- resopló Sophia, empinándose su copa para dejar que hasta la última gota cayera en su esófago.

- No sé, no sé, estoy pensando- gimió agitadamente entre una sonrisa mientras el mesero le retiraba la copa a Sophia. – Una de Harlan Blend, por favor- sonrió para el mesero al mismo tiempo que le entregaba la carta de los vinos. Aquel hombre agachó la cabeza y se retiró de la misma manera en la que había preguntado si querían algo más de beber. Y, pues claro, si apenas iban a medias de la cena, Emma comiendo lo que Sophia había pronosticado, Sophia un risotto a las finas hierbas y sin huevo, pues Sophia no era exactamente fanática del huevo, al menos no en un risotto. - ¿Entonces?

- “Legends of the Summer”

- Supongo que estarán en Madison Square Garden, ¿no?

- En dos semanas pero en el Yankee Stadium- dijo mientras sacudía su cabeza y sumergía su tenedor bajo el Risotto.

- ¿Cuándo es?

- El diecinueve

- Ya casi- resopló Emma, viendo a Sophia que intentaba aguantar su risa nasal. – Sólo dime que vamos a ver bien

- ¿Tú qué crees?- levantó su ceja. – Sector central, segunda fila, asientos del medio… sobre el campo

- ¿Y conseguiste esos puestos cómo? Digo, usualmente, las primeras filas son de patrocinadores…

- Conozco a alguien que conoce a alguien- sonrió.

- Bien, vamos a ir. ¿Qué más?

- “The Mrs. Carter Show”, el cuatro de agosto- resopló. – Barclays Center, best seats, too…

- I’m in- dijo al tragar su delicioso y jugoso bocado de carne roja, que la sintió tan gloriosa como orgásmica, añorada. - ¿Qué más?

- Estaba pensando en si querías hacer algo para las vacaciones del verano- sonrió, intentando omitir al mesero que ponía copas limpias frente a ellas.

- Definitivamente no voy a ir a las Maldivas con los recién casados…

- ¿Por qué?

- Porque de haber ido a las Islas Vírgenes… dejaban de ser vírgenes… además, es momento suyo, en eso no me meteré yo

- ¿Y qué tienes planeado hacer?- preguntó, viendo el líquido rojo caer dentro de su copa, y soltaba un hermoso aroma a excelencia por automaticidad, buena elección.

- No tengo la menor idea… pero quisiera hacer algo contigo, sólo contigo… así de tú y yo y nadie más

- ¿Como qué quisieras hacer?- Emma se encogió de brazos mientras le murmuraba un “gracias” al mesero, pues había llenado su copa hasta donde a ella le gustaba tener líquido. - ¿Turismo Interno?

- ¿A qué te refieres?

- No lo sé, ¿has ido a Las Vegas?- Emma se negó con la cabeza. - ¿O prefieres salir del país?

- Creo que sí… es para desconectarme completamente, supongo

- Estaba pensando…- dijo, tomando su copa para beber dos tragos de aquella bebida fermentada que sabía a cielo. - ¿Te gustan los cruceros?

- Claro, es otra manera de viajar… ¿quieres que tomemos uno para las vacaciones de verano?

- Es sólo una de las ideas, Emma…

- A ver, mi amor…- suspiró. - ¿Cuáles son las otras ideas?

- No tengo ninguna otra- rió Sophia contra la servilleta de tela que había tomado de su regazo.

- ¿Por dónde quisieras ir?

- Paradise- sonrió.

- Eso está en la cama- rió Emma en una carcajada que estaba claramente influenciada por la botella de Cabernet Sauvignon.

- El Caribe, ¿qué te parece?- Emma sólo sonrió, aunque todavía reía un tanto fuerte.

- El Caribe es un espacio muy grande… escoge el que más te guste, lo vemos… y lo hacemos- sonrió Emma, colocando su tenedor y su cuchillo, hacia dentro, sobre el plato, apuntando, tras la etiqueta, sobre las cuatro. – Suena demasiado bien

- ¿De verdad?

- Claro, ¿qué más podrías pedir?- rió nasalmente mientras se rascaba el lado izquierdo de su cuello con su mano derecha. – Además… lo que haga contigo siempre suena bien y resulta bien

- Y…- dijo, alargando aquella simple letra hasta que se acercó a Emma por sobre la mesa aunque permaneció sentada. - ¿Tienes planes para más tarde?- susurró, acariciando su cuello con su mano, como si estuviera aflojándolo, pero era por el pudoroso nerviosismo.

- Sólo pedirte algo- sonrió, imitando la posición torácica de Sophia por sobre la mesa.

- Dime

- I’m in desperate need of one of your outstanding fucks- susurró con su sonrisa juguetona, levantando su ceja en modo de seducción, sólo diciendo la palabra “fucks” para sonar un tanto traviesa y lujuriosa, pues la palabra en sí no le agradaba, pero sabía que, sólo con eso, lograría que Sophia se mojara, quizás.

- How desperate?

- Suicidal

- How outstanding do you want it?

- I want you to fuck me- la retó. – I want you to make me sweat it all… I want you to make me cum so hard… that my knees feel numb and weak… I want you to fuck me in every single way you know… and hard- dijo entre dientes, más la última palabra, la cual sufrió de sobrepeso de lujuria, seducción e intención. – In any position you want… with one- dijo, levantando su dedo índice derecho a la altura de su rostro, pues estaba apoyada de su codo. – Or two fingers- añadió, levantando su dedo medio al lado del índice. – Or with the dildo… in the hole of your choice

- ¿Estás hablando en serio?

- ¿Pagas ya?- sonrió, dándole a entender que era todo cierto.

Emma no estaba excitada pero no lograba imaginarse otro escenario en el que pudiera combatir con el resonar del “te odio” de Marco, y del “vete” de Franco. De que le dolió, le dolió, y no era raro que no quisiera aceptarlo, pues nadie, en su situación, lo podría hacer así de fácil o así de rápido, ¿en qué mundo podría Marco odiarla? ¿En qué mundo podría alguien odiarla así? Emma era, a veces, como alguien una vez describió a Sophia, “siempre maquinando pensamientos”, y eso era lo que hacía en ese momento, materializaba un proceso de aceptación o eso pretendía, aunque, lo único que hacía, era preguntarse qué había hecho ella, de manera consciente, para hacer que su papá y su hermano no la quisieran. Sólo le había triturado el hígado a Marco, pero hasta ese momento, nada, y a Franco lo había retado en más de una ocasión, lo había empujado contra sus propios límites, pero nunca se había extraditado, ¿o sí? Pensaba en el momento en el que se había equivocado, si es que se había equivocado, y lo hacía apoyada del brazo de la silla con su codo, deteniendo su quijada entre la “L” que formaba su pulgar y su dedo índice, el cual llegaba hasta el borde exterior de su ojo derecho por sobre su pómulo, y el costado de su dedo medio descansando sobre su labio superior, y veía a Sophia y al mesero cobrar, esperar a que saliera el voucher impreso de aquel cobrador inalámbrico. Veía a Sophia alistar su bolígrafo, el que ella le había regalado, y, con su nombre por firma, parecida a la firma de Sophia Loren aunque estaba escrita en una sola línea continua y que al final tenía una “S”, la que daba una idea del segundo apellido que había adoptado de Camilla, y lo había adoptado, en contra de lo que lo común establecía, porque quería librarse de todo homónimo posible. Guardó su cartera en su bolso y, con una sonrisa, le extendió la mano a Emma y se la tomó con una sonrisa forzada mientras intentaba ahuyentar sus pensamientos, los que asumió que se irían al estar completamente muerta de cansancio.

Cruzaron la calle y ya estaban en el edificio, besándose en el ascensor, Sophia tomando todo el control de la situación, Emma que se lo dejaba, y tenía a Emma contra la pared lateral del ascensor, con sus brazos por sobre su cabeza mientras introducían sus lenguas suavemente en la cavidad bucal de la otra, succionándose sensualmente los labios, enrojeciéndolos, respirándose demasiado cerca, la puerta del ascensor se abrió y se volvió a cerrar con ellas dentro, Emma ya no siendo una incubadora de alguna enfermedad respiratoria, Sophia excitada de sólo acordarse de las palabras de Emma, de cómo, lascivamente, le había pedido el favor de, literalmente, cogerla. Entraron al apartamento, arrojando a ciegas sus bolsos, Sophia intentando arrancarle la ropa a Emma, pues eso era lo único que quería, eso pretendía hacer, pero ropa de esa calidad no podía sufrir así, y, cerrando la puerta principal, apoyando a Emma contra la pared, deshizo el cinturón y logró bajar su jeans hasta la altura de sus rodillas, y fue suficiente. Clavó sus labios en el cuello de aquella Arquitecta y, habiendo movido hacia un lado el algodón de su tanga negra, fue al grano al introducir sus dedos, dos de ellos, en su empapada vagina, y batió sus dedos dentro de ella, de atrás hacia adelante, con la palma de su mano envolviéndole su monte de Venus. Emma gemía, gemía fuertemente ante la presión que Sophia ejercía sobre su GSpot, y aquella sensación junto con los lengüetazos y los mordiscos de Sophia en su cuello, y que Sophia apretujaba, por encima de la blusa, uno de sus senos, Emma padeció casi de un exorcismo al gemir fuertemente, tan fuerte que traspasó las barreras de las paredes y las puertas y se escuchó un piso abajo, un apartamento al lado y un piso arriba, todo mientras sus rodillas, tal y como ella lo había pedido, se debilitaban y se doblaban mientras su tanga se empapaba de su eyaculación y empezaba a gotear sobre su jeans. Definitivamente Sophia se sentía como en una misión, que realmente “Danger! High Voltage” podría describir la intensidad del ambiente, de los incontenibles gritos de Emma. Y cómo le encantaba a Sophia ver el rostro de Emma mientras se corría, no tenía precio; tan vulnerable, en potencial felicidad, de goce de placer, de liberación total.

Sophia no le dio un tan solo respiro a Emma, no dejó que se recuperara y masajeó, con la palma de su mano, a medida que penetraba lentamente a la tiritante vagina de Emma, su clítoris, rígido como una roca, así como seguramente estarían sus pezones, de lo cual Emma intentaba encargarse al pretender quitarse su blusa. Quizás no podía porque Sophia besaba su rostro, mordía suavemente sus mejillas y su mentón para luego clavarse en un beso que sólo la intensidad de la guitarra eléctrica de aquella canción podía describir. Emma desistió y optó, mejor, por quitarle a Sophia su blusa, nada mejor que complementar lo visual con la sensación, y eran los pequeños y rosados pezones de Sophia los que contribuirían a aquel pronto clímax, pues habían estado erectos, por excitación, bajo el látex del supuesto sostén. Sophia también se llevaba lo suyo, pues rozar sus pezones contra la blusa de Emma era como el cielo, eso y que Emma la tomaba por su trasero, que se lo apretaba y alcanzaba a meter sus dedos por entre sus piernas, por encima del pantalón, claro. Sophia sacó sus dedos de Emma y, volviendo a besar sus labios, Emma se salió de sus Stilettos y luchó, con ayuda de Sophia, por salirse de aquel triturador pantalón, lo cual Sophia imitó pero sólo con sus Stilettos. Sophia haló a Emma hasta la cama, pues ahí lo tendrían todo, desde comodidad, más barreras que los gritos de Emma no pudieran traspasar, y aquel dildo cerca. Emma cayó sobre su espalda sobre la cama, Sophia entre sus piernas, a disfrutar del sabor que su tanga había atrapado, dándole un sensual y lascivo sexo oral por encima de aquella tela, Emma logrando quitarse la blusa y, por consiguiente, el sostén, quedando, al fin, desnuda para Sophia, para ella misma, para la histórica cogida que quería, que no sucedería nunca, sólo cuando los planetas de la frustración y el malestar emocional se alinearan, y eso, en cuatro días dejaría de ser cien por ciento menos probable.

Movió aquella tela a un lado, así como hacía unos momentos, y succionó fuertemente todo aquello, logrando hacer que Emma disparara un gemido que sólo era un “más” encubierto. Estaba hinchada, empapada y reluciente, con la viscosidad perfecta, todo coloreándose de un rosado más candente, tornándose más rígido, y eso sólo a la vista de Sophia. Emma atrapó la curiosa cabeza de Sophia entre sus muslos y sacudió su dedo índice, Sophia rió nasalmente y tomó los elásticos de aquella La Perla para retirarla del panorama, igual que el resto de ropa que ella traía encima, para que, en cuanto volviera su mirada a la entrepierna de la Arquitecta Pavlovic, viera que ella, con una mano, abría un poco sus labios mayores y, con los dedos de la otra, estimulara suavemente su clítoris; paisaje digno de admirar, más cuando Sophia notó que aquel agujerito, que se llamaba vagina, se contraía en cuanto Emma paseaba sus dedos por el costado izquierdo de su clítoris, le pareció sensual, muy femenino, y se le antojó que aquellas leves contracciones se llevaran a cabo alrededor de sus dedos, pues quería sentirlas también. Aquella rubia detuvo los dedos de Emma en cuanto aprisionaban su clítoris por los flancos, y ahí los dejó. Sacó su lengua y, se dedicó a lamer aquel delicado e hinchado botoncito, a lamerlo de arriba abajo, de lado a lado, presionándolo por entre las inmaculadas uñas de Emma, sabor a mujer, a una gran mujer, a unicidad de mujer. Nada que su dedo pudiera resistirse a hacer, pues era un desperdicio tenerlo de inútil, por lo que decidió, sin mayor esfuerzo o complejidad, llevó su dedo índice a la entrada de su vagina, sólo lo acariciaba circularmente, sintiendo su calidez y su resbalosa suavidad hinchada, donde presionaba suavemente con su dedo, bromeando con su sensibilidad repartida. Sophia sintió la típica rigidez del clítoris de su novia, el que conocía de memoria y a ojos cerrados, y se fascinó por cómo aquel clítoris se desenfundaba y dejaba que se marcara entre sus dedos.

Emma jadeaba intensamente, intentaba no quitar sus manos de su entrepierna, sólo quería tomar a Sophia por entre sus ondas rubias, tomarla para ahogarla entre sus labios mayores, pues era algo que Sophia sabía hacer con inmensa maestría; Sophia sabía cómo respirar entre los ahogos que le provocaba a Emma, sabía cómo provocarle esos ahogos, esa falta de oxígeno, sabía cómo hacerla perder el control, sí que sabía. La Arquitecta Pavlovic era una mujer débil si tenía a la Licenciada Rialto cerca, más si la tenía entre sus labios; bucales o vaginales, y, ante el déficit de aguante, pues tampoco quería aguantar, se volvió a dejar ir, tampoco tuvo remedio ante el mordisco de Sophia, el mordisco que le robó el oxígeno como nunca antes, como ninguna eyaculación antes, como ninguna emoción anterior, y sus labios vaginales, mayores y menores, se tornaron rígidos de la hinchazón natural de un orgasmo mientras el dedo de Sophia percibía su vagina encogerse y dilatarse con rapidez, al mismo ritmo de lo que su corazón abría y cerraba sus válvulas para el paso de la sangre, para ser bombeada y llevar oxígeno a cada célula de su cuerpo, oxígeno que en ese momento le faltaba y que estaba siendo transpirado en forma de gemidos y jadeos tensos de mandíbula y apretados de dientes.

Pero aquellas contracciones que sintió el dedo de Sophia, tampoco le dio descanso a Emma y decidió, como si tuviera propio uso de razón, introducirse en lo más profundo de las entrañas vaginales de su Arquitecta. Wow, qué buena mano tenía Sophia. Eso lo sabían los senos de Emma, que estaban siendo apretujados por sus manos, ¿y a quién engañaba? Le encantaba, al menos a ella sí. Sophia sacó su dedo, no porque le faltaran ganas de penetrar a Emma, o de hacerla eyacular de nuevo, para eso tenían toda la noche, el resto de la resistencia física de Emma y el aguante total de la ligera ebriedad que la botella de un litro de Cabernet Sauvignon, y el comienzo de la otra, les había provocado, a las dos. Tomó a Emma de sus muslos y, deslizando sus manos hasta donde sus rodillas creaban aquel pliegue, y hundió su lengua en aquel agujerito que a las dos les gustaba tanto coquetearle, pues mutuamente, y no sólo coquetearle a nivel teórico-político, o sea con las boca, sino también a nivel completamente práctico, o sea con las manos, más bien sus dedos. Pero la teórica llevaba a la práctica en esa ocasión, pues a veces era al revés, y la lengua de Sophia atacó directamente el agujerito a una profunda superficialidad, en donde se introdujo eróticamente y fue expulsada al Emma contraerse por la misma sensación, contracción que fue acompañada por un jadeo y el regreso de sus dedos a su clítoris, dedos que la acariciaron con un tan sola meta: placer, y orgasmo, el nombre que prefieran. Sophia introdujo lentamente su dedo índice en aquel ya lubricado agujerito, tanto por su lengua como por los mismos jugos de Emma, y Emma se desplomó en palabras soeces que sólo daban a conocer la retención del orgasmo que estaba preparado entre sus nervios, el cual, al mínimo descuido, se liberaron y estallaron en un “Sophia” por sensual gemido que casi hizo Sophia se corriera al sólo escuchar su nombre entre el descontrol que poseía a Emma.

- ¿Más?- resopló Sophia con una mirada excitada, notando que Emma estaba roja de su rostro, roja de su cuello, roja de pecho hasta por el comienzo de sus senos, roja de sus hombros hasta por la mitad de sus antebrazos, con la piel brillosa y resbaladiza de la transpiración erótica y desintoxicante que su mismo cuerpo materializaba al compás de la liberación del coctel de endorfina, serotonina y adrenalina y, a manera de cereza, que era lo único que Emma toleraba en un coctel y ni siquiera se la comía, la oxitocina.

- Give me a break- murmuró sonrientemente entre la falta de oxígeno. – Come here- dijo, llamándola con su dedo índice, y fue cuando Sophia subió por entre las hormigueantes piernas de Emma, no dándose cuenta de que rozaría, con su pezón erecto, el sensible clítoris de su novia; llenándose también parte de su seno con los jugos tibios de Emma, haciendo que Emma gimiera sensual y femeninamente ante aquel roce, el cual le pareció demasiado sensual.

- Me encanta cuando estás así…- susurró Sophia frente a frente con Emma, clavándole la mirada mientras Emma tomaba el seno de Sophia con su mano.

- ¿De ninfómana?- resopló, halando a Sophia por sobre ella para darse el enorme gusto culinario que sabía que era aquella piel, aunque sabía que se probaría, de manera directamente indirecta, a ella misma, y eso le quitaba la emoción, pero no era un factor de impedimento, más cuando sabía que su sabor no era nada malo.

- Cuando recién te corres…- suspiró, sintiendo los labios de Emma aprisionar su pezón y tirarlo en una succión intensamente erótica. – Aunque de ninfómana…- emitió guturalmente en una sabrosa “m” que arrastró por unos segundos entre su exhalación nasal que se fue degradando, en volumen, con el paso de los segundos. – No me quejo…

Emma se concentró en su pezón y en el masaje delicado que le hacía a ambos senos, que sus manos luego se deslizaban por su espalda y regresaban por sus antebrazos hasta volver a sus senos, y, en todo ese tiempo, mordisqueó, succionó, besó y lamió todo aquel pezoncito erecto todo lo que quiso, tanto hasta volverlo un tanto rojo, así como le gustaba a ambas. Cambió de pezón sólo para abusar equitativamente de aquellas feminidades rígidas mientras Sophia se concentraba en no gritar, en sólo gemir calladamente, y Emma que no contribuía, no sólo por lo que le hacía a su pezón, sino porque deslizó su mano por entre las piernas de Sophia y decidió frotar su clítoris. Más “m” guturales que alargaba, que le temblaban contra la epiglotis, que fluctuaban de agudo a estándar, de nasal a vocal, de inhalaciones nasales, a inhalaciones bucalmente abiertas, a inhalaciones entre dientes. De un movimiento, Emma la abrazó por la cintura con su mano libre y la tumbó a su lado, colocándose rápidamente sobre ella sin dejar de frotar su clítoris. Y se dedicó a besarla, con sabor a vino tinto y a una mínima pincelada de su mismo lubricante vaginal, y, mientras la besaba, alternaba las caricias en el clítoris de Sophia y las penetraciones en aquella hirviente e hinchada vagina mientras Sophia luchaba por no mover tanto sus caderas, aunque le parecía imposible, y frotaba su trasero contra la suave tela del edredón. Los dedos de Emma entraban y salían de tal manera que, al salir, se tornaban un tanto a la forma del pubis de Sophia y terminaban por rozar su clítoris. Pero aquello cesó entre las lenguas que se entrelazaban lentamente, sin ahogarse mutuamente mientras Sophia se aferraba al cuello de Emma, y Emma decidió frotar su clítoris rápidamente, robándole cada gemido y haciéndolo suyo desde sus labios, y más rápido, Sophia elevó sus caderas y estalló en un grito que no era apto ni para mayores de dieciocho años. Emma no esperó ni un segundo. Sophia seguía en su estado orgásmico todavía cuando introdujo sus dedos en su vagina y le provocó, en tres respiraciones agitadas, una contracción de abdomen y vientre y un ceño fruncido, una abundante pero suavemente alocada eyaculación femenina que terminó por expulsar sus dedos de aquella cavidad vaginal. Pero aquello tampoco terminó entonces. Emma frotó, a medida que Sophia eyaculaba, rápidamente su clítoris, llenando a Sophia hasta de los muslos de aquel líquido, llenando el edredón, como si les importara tanto, y luego, al sentir que la eyaculación había terminado, dio uno, dos, tres golpecitos muy suaves sobre el agradecido clítoris de Sophia, provocándole uno, dos, tres gemidos que Emma supo saborear entre aquel beso que no terminaba de terminarse.

- Si no me despierto mañana… será tu culpa- dijo Sophia en un susurro, pues no podía hablar con su voz al cien por ciento, se le había olvidado que aquello se podía.

- La culpa…- sonrió a ras de su mejilla mientras rozaba su nariz contra ella y luego contra su nariz.- Es de mis hormonas y de mis…- dijo como si tomara aire entre cada palabra, que le sentaba un poco sensual, bueno, está bien, bastante, quizás entre el sudor, el vino tinto y el aliento agitado, la sonrisa amplia que se difundía entre cada palabra y entre cada respiro. – Spirit fingers!- resopló, llevando sus dedos frente a los ojos de Sophia y los agitó como aquel ridículo personaje de Sparky Polastri.

- Those are gold- rió Sophia, tomando la mano de Emma, todavía con sus dedos bastante inquietos, brillosos por la eyaculación, pues, empapados, Sophia los llevó a su boca y succionó cada dedo, sintiendo su propio concentrado sabor sobre aquella tersa piel que abrazaba cada dedo, la perfección sedosa de la laca No. 24 de YSL.

- Te amo- susurró en cuanto Sophia terminaba de succionar, o limpiar, su dedo meñique.

- Perissótero- susurró en respuesta a ras del cuello de Emma, en donde se encargaba de besar el último día de Chanel no. 5.

- Te amo

- Perissótero- repitió.

- Te amo- resopló, sintiendo las cosquillas que siempre le nacían detrás de su oreja, y se apartó de Sophia para no armar un griterío por las cosquillas, pues vaya que sí tenía, pero prefería no revelarle aquello a Sophia, al menos no en ese momento, o quizás todavía no.

- Yo también- rió, pues Emma abusaba del secreto, ella sí podía hacerle cosquillas a Sophia, y así la torturaría, lo que Natasha llamaba “Tortura Medieval”, pues, en un sentido figurad, se podía morir de la risa. Y sus dedos se enterraban ridículamente en su cintura, en su abdomen, subiendo por su costado hasta sus axilas, lugar en donde el noventa por ciento de personas, que tienen cosquillas, creen haber perdido la sensibilidad con el paso de los años, pero no. – Stop it!- gimió sin dejar de reírse, que ya se reía a carcajadas e intentaba detener a Emma.

- Tienes una risa demasiado agradable- rió Emma, intentando detener los brazos de Sophia sobre su cabeza con su mano izquierda. Y aquello sólo hizo que Sophia intentara aguantarse la risa, pero le fue imposible, pues volvió a estallar en una carcajada mientras se encogía en posición fetal.

- Ya, ya…- jadeó agitadamente con lágrimas de risa que no terminaban de desprenderse de sus lagrimales externos. - ¡Uf!... not fair, estaba en desventaja

- Qué bueno que esto no es la Corte Suprema de Justicia- rió Emma, tomando a Sophia entre sus brazos y llevándola hasta acostarse sobre las almohadas.

- Dios, ¡qué comentario!- se carcajeó Sophia, volviéndose a su mesa de noche para tomar un sorbo de la crónica botella de agua, sin gas, que mantenía ahí sólo porque a veces le daba sed.

- No te quejes…- dijo, recogiendo sus piernas hasta apoyarse con sus pies sobre la cama. – Tengo uno que otro que es todavía más idiota

- Are you drunk?- resopló, casi ahogándose con el agua.

- Maybe…

- ¿Del uno al diez?- murmuró, abriendo la gaveta y sacando, sin que Emma viera, el dildo negro. Si alguna vez hubiera tenido que comprarse un dildo, creyó que jamás sería negro, no por ser racista como Phillip decía, sino porque simplemente no le parecía inocente, ¿y qué tenía de inocente comprar un dildo? Bueno, hasta ese dildo que fue que el negro, sólo en ese dildo, le pareció un tanto elegante.

- Cinco…o seis… no, no… siete- se corrigió. ¿Qué vino tan mortal tenía 46% de alcohol? ¡Tenía más que el Grey Goose!

- No he terminado contigo- dijo, volviéndose a gatas sobre la cama a Emma.

-  ¿Ah no?

- No, you said you needed a break… break is over, bitches

- Tú si estás más perdida que yo

- Al menos estoy segura de que es un siete- sonrió, tomando las piernas de Emma y colocándolas sobre sus hombros, ambas piernas. Emma sonrió, pues tenía razón, aunque eso no significaba mucho, ¿o sí? Sophia introdujo lentamente el dildo en Emma, lo bueno que era que a Emma se le dificultara absorber todo, y Emma gimió por la sorpresiva invasión de su vagina, que estaba siendo encogida a propósito, más por la posición que por una contracción que ella misma había decidido ejercer.

- You’re so beautiful- susurró en cuanto Emma gimió, pues le encantaba ver aquella expresión de excitación, más cuando fruncía su ceño y mordía su labio inferior por el lado izquierdo.

No sé cómo fue que Sophia logró hacer aquello, pues encendió aquel vibrador en el sexto nivel y, girando aquel cilindro dentro de la vagina de la Arquitecta Pavlovic, colocó aquella parte que no penetraba a Emma sobre su clítoris, siendo ambas estimuladas por la vibración de aquella divinidad. Y Sophia hizo lo impensable, quizás por la ligera ebriedad, quizás porque no estaba pensando, pero qué bueno, pues tomó el dildo entre sus dedos y, sin despegar la vibración de su clítoris, empezó a embestir a Emma con aquel dildo, con movimiento de cadera y trasero. Una penetración corta y suave, pero intensa. Emma llevó sus dedos nuevamente a su clítoris y, con un poco de dificultad por la posición, logró emprender una satisfactoria autoestimulación, provocando en ambas un orgasmo más de origen visual que de sensibilidad, pues Emma, al ver que Sophia la embestía sensualmente y la expresión facial que aquella rubia hacía, que gritaba placer con la mirada y callaba la excitación en sus gemidos, se excitaba cada vez más, y Sophia ni hablar, pues el sólo hecho de ver a Emma tocarse era lo suficientemente matador como para correrse, y podía hacerlo si dejaba de concentrarse en no hacerlo, quería esperar a Emma, pues no había nada más bombástico que un orgasmo sincronizado. Y, ante el “holy fuck” de Emma, Sophia la penetró un poco más rápido y, notando la rapidez con la que Emma estimulaba su clítoris, no quiso aguantar más y, junto con un creciente agudo gemido alla Pavlovic, se evaporó en el clímax conjunto que tanto le gustaba, el cual concluyó con risa y sonrisa de magnífica dificultad de mantener al tumbarse al lado de una igualmente extasiada Emma Pavlovic, quien expulsaba mágicamente aquel dildo de su vagina, sólo con el poder de su vagina.

- ¿Más?- jadeó Sophia.

- Si me das otro no podré caminar ni dos pasos antes de sentir que me quema

- ¿Que te quema el qué?- rió, tomando el dildo y asustando a Emma, aunque sólo lo tomó para apagarlo.

- My pussy

- ¡Uf! ¡Vaya palabra!- rió.

- No te burles… estoy intentando

- No me burlo… me parece sexy- dijo, volviéndose a ella con su ceja levantada, sólo para darse cuenta que Emma la veía suavemente, con un brillo extraño en sus ojos, y ese brillo eran las oprimidas ganas de levantarse, abrir su bolso, sacar la cajita de gamuza cian y pedirle lo que, por respeto, no podía pedirle después de haber tenido lo que Natasha llamaba “sexo desenfrenado, erótico y lujurioso”, y ni hablar de la leve sonrisa que se dibujaba en sus perfectos labios, los cuales eran repasados por las puntas de sus dedos de la mano derecha, que hacían que Sophia admirara aquel heredado anillo, bañado en lo que era, sin dudarlo, lubricante femenino, quizás sólo de la eyaculación de Sophia, o quizás una mezcla de los jugos de ambas. - ¿En qué piensas?

- You glow after you’ve had an orgasm- dijo, haciendo que Sophia se sonrojara ante aquel extraño halago.

- Why, thank you

- You’re most welcome- sonrió.

- Por cierto, tengo algo para ti

- ¿Otro concierto?- Sophia sacudió su cabeza. - ¿Qué es?

- Prométeme que no te vas a enojar

- No me asustes así…

- Sólo promételo

- Está bien, te prometo que no me voy a enojar- sonrió, recibiendo un beso fugaz de Sophia en sus labios para luego verla retirarse por el pasillo. Emma se quedó ahí, tendida en la cama, sobre su espalda, sólo viendo el techo, no siendo capaz de pensar en algo, tenía la mente en blanco: justo lo que quería. Respiró hondo y analizó la perfección de sus uñas, la perfección adquirida  el sábado por la mañana cuando ella y Sophia habían agradecido un buen sol para salir en look veraniego; Emma, por supuesto, en unos pantaloncillos impresos Stella McCartney, en una camiseta desmangada negra y, como cosa rara, en sandalias aunque eran Manolo, así de caluroso estaba el día, y Sophia en pantaloncillos de denim y en una camiseta blanca que era como andar sólo en sostén; así de fina y ligera.

- Temí encontrarte dormida- rió mientras cerraba la puerta de la habitación con ayuda de un leve empujón de su bolso.

- Ahora que lo dices… me dio sueño- sonrió, moviéndose un poco hacia la izquierda para darle espacio a Sophia.

- We’ll sleep… pero antes… - murmuró, sacando una cajita cian, así como la que Emma tenía en su bolso, y Emma se petrificó. – Me acordé de lo que me dijiste hace unos días… y me pareció que te gustaría tener un par- Emma sólo se pudo relajar ante escuchar aquellas dos palabras: “un par”, pues aquello sólo se compraba en singular, por unidad.

- Están perfectas- sonrió al abrir la cajita; un par de perlas negras, perfectas en brillo, perfectas en tamaño. – Gracias- acercó sus labios a los de Sophia y le dio un beso de verdadero agradecimiento. Como para derretirse.

- Las que tú tienes- guiñó su ojo mientras acariciaba su mejilla.

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