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El lado sexy de la Arquitectura 40

en Lésbicos

Emma salió de su reunión con Mr. García, que realmente se llamaba Don, era el día que le sucedía al taller, a la visita al Doctor Thaddeus, el día en el que llevaría a Sophia en una cita. Era temprano, apenas las diez de la mañana cuando todo aquello explotó.

- Arquitecta- interrumpió Gaby en la oficina de Emma. – El Arquitecto Volterra la está esperando en su oficina

- ¿Le puedes decir que iré en cuanto termine de revisar el plano que me mandó?

- Dice que es urgente- dijo sin consultarle a Volterra.

- ¿Urgente?- suspiró Emma, enrollando sus ojos entre sus párpados en desesperación, ¿qué podía ser más urgente que le revisara el plano que él mismo había catalogado como urgente? – Está bien…- murmuró con pesadez para luego ponerse de pie. - ¿No sabes qué quiere?

- No, Arquitecta, pero sonaba molesto

- ¿Molesto como cuando a la Trifecta se le cayó el techo?- resopló, pues si estaba así de molesto, en dos segundos lo contentaba.

- No- Emma ya iba por el pasillo, Gaby la acompañaba, pues iba a por unas impresiones de Plotter en el cuarto de impresiones. – Como cuando calcularon mal el presupuesto de Rochelle Porter- y esa sola explicación petrificó a Emma, una corriente fría la recorrió por el cuerpo, de pies a cabeza y de regreso, y de regreso, y de regreso. - ¿Está usted bien, Arquitecta?

- Sí, sí- balbuceó, viendo que, con cada paso que daba, la puerta de la oficina de Volterra se acercaba cada vez más. – Hazme un favor… uhm…- respiró profundo y se volvió a Gaby. – Dile a Belinda y a Nicole que revisen el plano de Volterra, por favor

- Como usted diga, Arquitecta- sonrió Gaby, y Emma llamó a la puerta con el típico toque: tres toques cortos, con una pausa entre el segundo toque y el tercero. Y ella sólo escuchó un seco “Arquitecta Pavlovic, pase adelante”, y la puerta se cerró tras Emma. Gaby sabía que Volterra no llamaba a nadie así, sólo cuando estaba enojado, extreextremadamente enojado, y pensar que Sophia estaba ahí dentro también.

- Siéntate- le exhortó a Emma, apuntándole la butaca al lado de una rígida Sophia. El “por favor” había huido de aquella oficina. Holy shit. Holy fuck. Sweet Jesus, what did we do? Is it about Sophia not taking any calls from Camilla? Shit.

- ¿Qué es tan urgente, Alec?- murmuró Emma, viendo que Sophia no parpadeaba, sólo veía un punto fijo, ¿la había regañado?

- Necesito hablar con ustedes dos- dijo, señalándolas a ambas con una mirada asesina.

- Eso es evidente- resopló Emma. – La pregunta es, ¿sobre qué?

- ¡¿Sobre qué?!- gritó, y eso fue como si a Sophia la empujaran, pues se hizo hacia atrás, como si quisiera eterna distancia de los gritos y de Volterra mismo. - ¡¿Cómo puedes ser tan cínica de preguntarme “por qué”?!- gritó más fuerte, y Emma estuvo segura que aquellos gritos traspasaban todas las paredes, de vidrio y concreto que aquel Estudio tenía, que el edificio más bien, que se escuchaban por todo Manhattan. Sophia tragó con dificultad, un trago grueso y espeso de dificultosa saliva, y sólo supo tomarle la mano a Emma. - ¡¿Por qué?!- repitió, y le dio un golpe a su escritorio, causando un sobresalto en ambas féminas.

- Alec, sólo era una pregunta, no tengo ni idea de qué hablas- murmuró Emma, intentando tranquilizar a aquel italiano que estaba a punto de cometer uno de los errores más grandes de su vida.

- ¡Arquitecta Pavlovic, no me pida que me calme!- pero Emma no le había pedido que se calmara.

- Tío…- balbuceó Sophia.

- ¡No! ¡Nada de tío!- le gritó a Sophia, específicamente a ella. – ¡”Arquitecto Volterra” para usted, Licenciada Rialto!

- No le hables así- le advirtió Emma, pero Sophia sólo le apretujó la mano, de la misma manera en la que Natasha había apretujado su mano hacía unos años ante la noticia de Margaret.

- ¡Usted no me va a decir a mí cómo trato yo a mis empleados!- volvió a ver a Emma y se volvió una batalla visual, de ojos celestes cristalinos, los de Volterra, en los ojos verdes y oscuros de Emma.

- ¿Empleada?- resopló Emma. – Te acuerdo que tengo el setenta y cinco por ciento del Estudio, lo que me da el absoluto derecho de prescindir de tus servicios laborales- Sophia volvió a ver a Emma, ¿Setenta y cinco por ciento? Y sí, se cuestionó la repartición de los porcentajes, pues, si Natasha tenía el veinticinco, ¿cómo podría Emma tener el setenta y cinco si Volterra tenía el veinticinco restante?- Y tampoco voy a permitir que le hables así a Sophia- gruñó, estando a punto de perder la cordura total, sintiendo sacar humo por los oídos. – Dinos qué carajos pasa y lo resolvemos como personas adultas que somos

- ¿Cómo puedes ser tan cínica?- gritó.

- Me rehúso a gritarte, Alec… - murmuró. – Puedes gritarme todo lo que quieras, pero, por un carajo, dime qué carajos pasa

- ¡¿Qué carajos pasa?!- dio otro golpe a su escritorio, que Emma suprimió la risa porque notó que le había dolido. - ¡¿Qué carajos pasa?!- repitió. - ¡Esto es lo que pasa!- y, de un manotazo, le dio la vuelta a la pantalla de su iMac, y Emma y Sophia se sorprendieron, ambas se pusieron blancas, blancas, blancas a pesar de sus bronceados.

*

El auto se detuvo frente al taller de Davidson Avenue, era uno de los tres autos que habían sido contratados por Trump Organization para el uso de Volterra-Pensabene, perdón, de Volterra-Pavlovic, y eran típicos autos negros, de vidrios polarizados al treinta por ciento, con el típico chofer que venía, casi por nacimiento, junto con el auto. Tony, el chofer de dicho auto, se bajó en su típico traje negro, todavía con la corbata a la altura del cuello, rodeó el auto para abrir la puerta y, muy amablemente, le alcanzó la mano para ayudarla a bajarse. Sophia le tomó la mano porque, de no tomársela, terminaría sin uno o dos dientes al caer de bruces, pues no sólo estaba sobre diez centímetros sino que era una SUV que se elevaba más de treinta centímetros sobre el nivel de la acera. Le agradeció con palabras y con la mirada a Tony, quien cerró la puerta tras ella y se apresuró para abrirle la puerta del taller, cosa que Sophia volvió a agradecer y le deseó una feliz tarde a Tony, no era agradecimiento sólo por sus atenciones, sino por ser excepcionalmente profesional y educado, pues era el único que no la veía con ojos lascivos por el espejo retrovisor interno mientras la llevaba a su destino, por eso le gustaba reservar a Tony, quizás era igual que ella, o quizás no, pero nunca se había propasado.

El taller no era exactamente la gran cosa, pues, era grande; era como si una bodega y un hangar hubieran tenido un hijo, amplio, de cincuenta por veinticinco lo que era el área de trabajo, eso más una pequeña sala de descanso para que los trabajadores pudieran almorzar, beber café, etc., y el área de admisiones y contabilidad, en donde se marcaba quiénes entraban y a qué hora mientras se les supervisaba por cámaras en el interior del espacio de trabajo, no porque desconfiaran de los trabajadores, sino porque la zona no era la mejor o la más segura y necesitaba vigilancia por la noche. Sophia entró como todas las veces que tenía que entrar, con su identificación en mano para que grabara su entrada en el lector de código de barras de la entrada, saludó a Mrs. Andrews, la que estaba tras la ventanilla y estaba encargada de revisar todo lo que entraba y salía del taller, le alcanzó, junto con una sonrisa, un Latte de Starbuck’s, no sé por qué pero Sophia siempre le llevaba uno, Mrs. Andrews le alcanzó una hoja impresa, la típica hoja color menta que significaba la entrada de material, Sophia la firmó, firmando al mismo tiempo la copia bajo ésta, la blanca, y se retiró con aquellas páginas a revisar el pedido, para luego firmar de completo y entregarle el original a Mrs. Andrews y quedarse ella con la copia, cuestión de procedimiento y transparencia, que era por lo mismo que a Emma le daba pereza ir al taller, pero lo tenía que hacer.

Caminó nuevamente hacia la izquierda, haló la puerta de vidrio y empezó a bajar las escaleras de aluminio en sus hermosos Pigalle Spikes Louboutin negros, el zapato más peligroso, no por el tacón sino por las púas. Se apoyó del pasamano con su mano izquierda y terminó de bajar las escaleras, taconeó hasta la estación en la que sus materiales estaban; estaba por construir la estructura de una cama, gracias a Dios que era sencilla y cuadrada, nada de curvas, gracias Volterra. Colocó su bolso, un Louis Vuitton rojo, Vintage, que Emma decía que no era Vintage sino Retro por las simples definiciones cronológicas de cada uno de los términos, a un lado, contra la pared, se arregló el cabello en un moño alto, se quitó su Blazer Saint Laurent, que era igual a uno que Emma tenía, sólo que el de Emma era azul marino y rosado vibrante y el de ella era blanco con verde, recogió las mangas de su camisa blanca, que era Gap pero parecía Olatz, se quitó sus Stilettos y sacó sus TOMS, los que estaban manchados por producción y por experiencia en el taller y se dedicó a mover tablón por tablón hacia la plancha metálica en la que empezaría a pegar las piezas más pequeñas, pues la cama la moverían en piezas . Terminó de mover las piezas, que agradeció que se las llevaran ya cortadas a la medida que había pedido y se colocó su iPod, agarrándolo de la solapa de su camisa para que no le estorbara en ningún momento, gracias a Emma por regalarle un Shuffle, y en negro, y colocó simplemente play para escuchar “Feel” de Robbie Williams.

La tarde se le pasó, pues aquel lugar tenía complejo de casino: el tiempo era inexistente, pues, entre la intensa iluminación y las ventanas polarizadas al cincuenta por ciento, la luz del día, la luz natural, no se sentía. Entre el sudor de las manos al tener guantes puestos para no astillarse, el sudor de la frente, que secaba con el exterior de su brazo, y el sudor de su pecho, que estaba rojo del esfuerzo que hacía al levantar los tablones, y Represent Cuba, Sophia utilizaba la pistola de clavos para asegurar cada pieza a cada tablón antes de pintarlo, cómo detestaba pintar de negro, pues primero tenía que pintar de blanco para luego pintar de negro. Fácilmente podía sólo verificar los materiales y dejarlo bajo el poder de Joey, el que solía ayudarle a Sophia ensamblar sus muebles, pero a Sophia le gustaba hacerlo ella, al menos lo más entretenido, que era ensamblar las piezas principales, pues la parte de pintar no le agradaba porque le aburría y no siempre le quedaba bien, pero era su manera de desesterarse.

Eran las seis de la tarde, los trabajadores habían estado terminando su jornada desde las cuatro y media, y, poco a poco, Sophia se fue quedando sola, pues, sólo en la compañía de Black Eyed Peas y Alicia Keys, mientras ensamblaba el respaldo de la cama, que era más complicado que la expresión del carajo y medio de Emma, gracias Volterra. Emma, en vista de que Sophia no contestaba ni el más insignificante iMessage, supuso que estaría enfrascada en la madera de Roble, por lo que decidió llevarle la cena; Filet Au Poivre, Macaroni & Cheese, una botella de Château Pavillon Rouge del ’06 y, de postre, una porción de White Chocolate Raspberry Truffle Cheesecake, y, acompañada por Tony, porque Hugh la recogería en cuanto le avisara, llegó al taller y tuvo que entrar con la llave maestra. Y, también en Stilettos, se dirigió hacia la estación en la que Sophia solía trabajar, y ahí fue cuando la vio, en realidad la escuchó, pues cantaba a todo pulmón una de sus canciones favoritas, lo que hizo sonreír a la italiana, por ternura, porque la canción que cantaba era una de las de su película favorita, aquella que decía “and life is a road and I want to keep going, love is a river I want to keep flowing, life is a road now and forever, a wonderful journey”. ¿Cómo llamar su atención para no asustarla? Y utilizó la técnica que Natasha utilizaba con ella: le clavaba la mirada y gritaba su nombre en su mente para llamar su atención, hasta que lo logró.

- Mi amor- sonrió Sophia al arrancarse los audífonos.

- Buenas tardes, Licenciada- levantó Emma su ceja derecha con una sonrisa, Sophia que comenzó a caminar hacia su novia, sí, todavía novia, que estaba de brazos cruzados, abrazando su cárdigan rojo y su blusa blanca, estaba apoyada de la estación de Sophia con su trasero, las bolsas de papel, con el logo de Smith & Wollensky en verde, estaban a su lado derecho, la botella y las dos copas que había comprado a un dólar, plus taxes, a su izquierda.

- Buenas tardes, Arquitecta- sonrió, acercándose a ella con su rostro para saludarla correctamente, de beso en los labios. – Qué sorpresa

- Traje cena- sonrió Emma, escuchando que, por los audífonos de Sophia, la canción había cambiado al otro extremo, Lady Gaga, que a Emma no le importaba, era escuchable, Born This Way.

- ¿Cena?- se sorprendió. - ¿Qué hora es?

- Las…- murmuró, alargando las últimas dos letras mientras lograba descubrir su Patek de entre la manga de su camisa y su cárdigan. – Seis y treinta y cinco

- Ouch- resopló. – Es tarde ya

- Tarde es en Roma- sonrió, acariciando la mejilla izquierda de Sophia con el dorso de sus dedos. Sophia rió nasalmente y no supo por qué se sonrojó pero lo hizo, y volvió a ver hacia abajo. - ¿Qué pasa? ¿Está todo bien?

- Se me olvidó por completo que teníamos planes de ir a cenar- ah, a Emma también se le había olvidado.

- A mí también- se sinceró. – Pero traje cena- repitió.

- Gracias- sonrió, y dibujó los típicos camanances que a Emma tanto la enloquecían.

- Te propongo algo- murmuró, quitándole los guantes a Sophia y materializando un Purell del bolsillo de su jeans y le dejó ir dos veces el gel en sus manos. – Cenamos despacio, disfrutamos de lo mejor del mundo…

- ¿Lo mejor del mundo?

- Sí, la comida- Sophia no pudo evitar reírse suavemente mientras Emma le limpiaba las manos con el Purell. - ¿Qué?

- Creí que lo mejor del mundo era yo

- Oh- rió Emma. – No, tú no eres lo mejor del mundo

- ¿No?

- Eres lo mejor del Universo- sonrió, soplando las manos de Sophia para secar el volátil gel.

- You’re so full of shit- rió Sophia ante el comentario improvisado de Emma.

- Evacué ayer, no puedo estar tan llena- sonrió sarcásticamente, y Sophia sabía exactamente a lo que Emma se refería, y no se contuvo la carcajada.

- Como sea…- dijo entre su risa. - ¿Qué tal estuvo la reunión?

- Rebecca rompió el suelo

- ¿No quieres decir “rompió el hielo”?

- No, porque eso lo hicimos con la botella de Zacapa 23- rió Emma. – Creo que se enamoró del cliente

- ¿Está guapo?- Emma sacó los recipientes herméticos desechables más elegantes de las bolsas de papel mientras Sophia buscaba su Swiss Army para descorchar la botella.

- Para Rebecca sí- rió nasalmente. – Sólo lo vio y se le cayeron los pantalones junto con los panties, pero se le cayeron tan fuerte que hizo un agujero

- ¿No se supone que Fox es demasiado buena para cualquier hombre?

- Pero Don García no es cualquier hombre, tiene el carisma y el acento de Andy García, tiene la fortuna de Terry Benedict, y coqueteó con Rebecca todo el tiempo, el proyecto terminó siendo suyo y no mío

- Fabricado- murmuró Sophia.

- Amén- sonrió Emma, viendo a Sophia verter el vino en las copas que sólo esperaba que el líquido no se saliera de ellas.

- ¿No se supone que Rebecca tiene al mismo novio desde que nació?

- No, terminaron hace un par de semanas

- ¿Ya anda buscando repuesto?- resopló Sophia.

- Mark my words, Sophie… se va a casar con García

-  Amén- repitió, como si aquello cerrara el recuerdo. – Por cierto, ¿viste a Natasha?

- No, ¿por qué?

- Creí que a eso habías salido

- No, tenía una reunión aparte- sonrió, y Sophia sabía que no debía preguntar nada más al respecto.

x

                                             

En cuanto Gaby terminó por firmar aquel contrato, que era lo que la sentenciaba a dos años más bajo el mando de la Arquitecta Pavlovic, casi su mamá, y de la Licenciada Rialto, la novia de su casi mamá, pero que la sentenciaba de buena manera pues su paga había sido doblada tras Emma amenazar a Volterra con matarlo si no le doblaba la paga a Gaby, pues, sin Gaby, Emma estaba perdida, Emma tomó el último trago a su Pellegrino para intentar quitarse la remota ebriedad que la media botella de Ron Zacapa 23 le había dado al cerrar el contrato con “Mr. García”, sí, aquel hombre había sido el primer hombre que había logrado descomponer a la Arquitecta Rebecca Fox, el magnate cubano, que se había vuelto magnate al vender todas sus tarjetas de colección de beisbol, desde el setenta y cuatro hasta el ochenta y nueve, era el hombre que estaba destinado, entre sus inversiones en Miami y su pasión por el golf, a arrancarle el “Fox” a Rebecca para hacerla “Rebecca García” en cuestión de dos años y tres meses, que sería la pérdida de Fox para el Estudio pero la contratación de Tessa Houston, la que luego sería esposa de Pennington, más o menos al mismo tiempo en que Volterra y Camilla decidieran “cut the crap” y darse una oportunidad sentimental de nuevo. Pero para eso faltaba mucho, casi tres años y cinco meses después.

Volviendo al último trago de Pellegrino, ya sin gas, Emma sacudió su cabeza ante el turbio y amargo sabor de aquel líquido transparente, que no era insípido, se arregló su Filo Louboutin derecho, pues le molestaba del talón y era porque aquel fino grafito del portaminas con el que trabajaba en los planos de Malibú, pues había habido cambios polares, que en realidad se había rascado la pantorrilla con aquel grafito, se había quebrado y había caído entre la piel y el cuero y le había empezado a molestar más allá de su paciencia y tolerancia física, se abotonó el botón que Sophia le había desabotonado a las nueve de la mañana en una fugaz visita que había sido sólo por un beso de treinta y tres segundos, se ajustó su jeans a sus caderas altas, que ya iban por el comienzo de su trasero por haber olvidado ponerse cinturón, se colocó su cárdigan, se colocó su abrigo de otoño, tomó su bolso Zagliani, el mismo que había utilizado, contra sus principios femeninos de cambiante moda, por casi cuatro meses ya, se despidió de Gaby a la una y ocho de la tarde, entró a la oficina de Sophia, quien estaba al teléfono con Camilla en ese momento, y entró sólo para darle un beso en sus labios, beso que no sólo Gaby vio, sino también Hayek, Sophia se sonrojó y no le preguntó a dónde iba, no le interesaba saber, pues ese beso le robó todo, y Emma salió del Estudio, atravesando el pasillo con una sonrisa estúpida, por amor y por ebriedad, que era lo mismo en la Antigua Grecia, o quizás sólo en mi mente. Caminó un par de metros, levantó la mano y sucedió el milagro que todo neoyorquino quiere que le suceda: un Taxi se aparcó frente a ella en tiempo récord, y la llevó a la Sesenta y Cuatro y Amsterdam, justo frente a una puerta verde con un catorce dorado en el centro de ésta.

La dejó entrar una mujer que sólo le acordaba a Gaby, pues tenía el mismo aire de gratitud por su jefe, que no era Emma, y Emma se detuvo a pensar un momento, todo mientras “Gracie”, la secretaria-pero-no-asistente-del-doctor-Thaddeus le indicaba que pasara a la sala de espera, en donde sólo esperaría ella para que, puntualmente, a la una y treinta de la tarde de aquel primero de octubre, pudiera entrar al consultorio de aquel doctor, que odiaba llamarlo “doctor”, pues le gustaba llamarlo “Oído-Thaddeus” porque eso hacía, él escuchaba.

- Señorita Pavlovic- sonrió aquel hombre, – Pase adelante- dijo, alcanzándole la mano para que Emma se la estrechara, que así lo hizo.

- Doctor- sonrió. – No sé si decir que es un placer volverlo a ver- estrechó su mano y desapareció en el interior de aquel consultorio.

- No es primera persona que me lo dice- sonrió. – Por favor, tome asiento, o recuéstese si quiere- le apuntó con la mano, así como un año atrás, pero ahora a un sofá negro, de cuero, un sofá que a Emma le gustaba, y sonrió ante la comodidad psicológica, doblemente psicológica de aquel consultorio. – Debo decirle, me sorprendió que programara una cita conmigo… y de una hora

- Definitivamente estoy perdiendo la cordura, entonces- resopló Emma, tomando en cuenta de que cada media hora eran doscientos dólares.

- Entonces vino al lugar correcto- resopló, aquel hombre al que Emma alguna vez había descrito en mayúsculas como LA VERSIÓN DE BRENDAN FRASER EN LA ÉPOCA DE “GEORGE OF THE JUNGLE”, PERO BOHEMIO Y CON RIZOS LARGOS  que en aquella época, hacía un año, estaban alocados, y, en ese entonces, estaban meticulosamente peinados hacia atrás con exceso de gel.

- Muy gracioso

- No es primera persona que me lo dice- sonrió de nuevo. – Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?

- He tenido un mes espantoso- suspiró, saliéndose de su abrigo de otoño, sí, aquel Altuzarra negro que había usado el año anterior, y se asustó, pues se dio cuenta de que estaba reciclando abrigos, pero sonrió.

- ¿Por dónde quisiera empezar?

- ¿Le parece bien “por el principio”?- sonrió, doblando el abrigo por la mitad vertical externa, dejando el forro de seda negra a la remota vista por la que las solapas debían unirse, y lo colocó sobre el respaldo del sofá. El hombre asintió con una sonrisa. Había envejecido tres años en uno, vaya cosa, ya no le calculaba cuarenta y cinco, sino sesenta y cinco, y esos no eran tres años, sino diez, sí, diez en un año, tiempo récord que ni Margaret en su peor momento había logrado. Qué cruel, Emma. – Todo empezó en el momento en el que decidí guardar dos secretos que no eran míos

- Tómelo despacio, ¿cuál es el más relevante?

- No hay ninguno más relevante que el otro… los dos son igual de grandes, los dos pesan en mi conciencia, pesan igual… y no puedo vivir con tanta culpa

- Cuénteme sobre los secretos, tenemos una hora- sonrió, pronosticando que, justamente a la media hora desde ese punto cronológico Emma le daría las mismas palabras que las otras veces.

- La última vez que estuve aquí, usted me dijo que el tiempo era relativo, que no había sido un error pedirle a Sophia que se mudara conmigo, tuve momentos de pánico, sí, y varios…

- Empecemos desde el verdadero principio, Señorita Pavlovic… ¿qué pasó después de aquel episodio?

- Esa misma mañana que vine aquí, Sophia me rechazó la oferta… no me dio ninguna explicación, tampoco se la pedí, quizás porque fue mi propio alivio también… pero, un tiempo después, me enteré de que había sido porque creyó que era demasiado rápido…

- ¿Qué pasó con Sophia?

- Al principio, después de lo de que se mudara conmigo, decidí tomarlo a paso lento pero apresurado…- se aclaró la garganta, notando cómo aquello sonaba tan raro, pero cierto. – Rechazó mi oferta, pero decidimos que los fines de semana los pasaríamos juntas, uno en el apartamento de ella, otro en el mío, y así sucesivamente… no fue hasta después que comprendí que yo no sabía cómo perseguir a alguien para que le gustara, siempre había sido al revés, ellos venían a mí y no yo a ellos, y el primer problema era que eran “ellos” y no “ella”, que son tratos distintos… y el segundo problema era que yo creí que necesitaba hacer maravillas para mantenerla conmigo

- ¿Qué fue lo que pasó? Digo, todo apunta a que sigue con Sophia, pero, ¿en qué términos está ahora?

- Ese día que me fui de aquí me di cuenta que Sophia tenía el potencial poder para lastimarme porque la había dejado entrar, no sólo aquí- dijo, apuntando con su pulgar a su sien. – Sino que aquí también- apuntó a su pecho, exactamente donde la blusa empezaba a cerrársele, o a abrírsele. – Intenté convencerme de que Sophia tenía que ser simple diversión física… pero, mientras más intentaba, más la dejaba entrar… empecé por mezclarla con mis amigos, empecé a tratarla como lo que era en mi cabeza pero no en mi vida pública: mi pareja

- ¿Por qué hace la distinción?

- Porque me avergonzaba tener una novia, y no éramos ni novias… es lo que no me explico… yo, desde el principio, incluso desde antes, lo quería todo con ella, todo lo que conocía y lo que no conocía, esos arranques eran tan locos como cuerdos… en mi cabeza era mi novia, pero para mis amigos ella era Sophia, simplemente Sophia, todo porque yo no me atrevía a pedírselo, tuve que hacer que ella me lo pidiera

- ¿Por qué?

- Porque si yo lo hacía, la cosa se hacía cada vez más seria y más real

- ¿Y fue así?- levantó su ceja con una sonrisa, Emma sonrió y decidió ver al suelo mejor.

- No, no fue así… porque para mí ya era real, y era serio… pero no era miedo, era temor a lo desconocido a pesar de que quería eso mismo con Sophia… y, bueno, Sophia verbalizó aquellas palabras y dije que sí porque eso quería… y se sentía incorrecto, pero al mismo tiempo se sentía correcto

- Señorita Pavlovic, ¿qué tiene de incorrecto?

- Nunca lo supe hasta hace poco… como sea, eso viene después…- el Doctor Thaddeus asintió con una expresión comprensiva y le indicó que continuara. – Le fui enseñando cada una de mis manías, de mis trastornos, hasta le mostré lo obsesivo compulsiva que puedo llegar a ser, aunque a mí me gusta más el término “perfeccionista”- aquel hombre rió nasalmente y asintió, pues había notado que Emma ya no era tan dura consigo misma, no como antes. – El momento en el que confirmé que todo era inevitable e innegable fue en el momento en el que me abrí por completo con ella, le conté lo más oscuro de mi vida, lo que más me comía la felicidad…

- ¿Su papá?

- Sí, le conté cómo era mi relación con mi papá… y, por primera vez, no me sentí juzgada, ni con la mirada de lástima encima… y no sé si fue eso o que tuve el coraje de decirle lo que realmente sentía por ella…- hizo una pausa y respiró hondo. – Le dije que la amaba… y esas dos palabras, un simple “te amo” me hicieron darme cuenta de que Sophia tenía el poder de destrozarme, sin piedad, con crueldad, en menos de un segundo… Sophia podía volver mi felicidad en una inmensa miseria

- ¿Por qué?

- Es obvio- resopló. – Me conoció el lado sensible

- ¿Qué tan difícil fue para usted contarle todas esas cosas?

- No fue difícil… quizás porque sabía, muy en el fondo, que Sophia no me juzgaba… que no me iba a ver con ojos de lástima… pero nunca imaginé que me vería con ojos de ira, de desprecio

- Creí que todo iba bien, ¿qué fue lo que pasó?

- Bueno… uhm…- Emma paseó sus dedos por entre su cabello, ¿por qué era tan difícil acordarse de aquella pelea? La respuesta era obvia. – Mi abuela solía decir que ella se moriría feliz porque mi abuelo la había hecho feliz hasta el último día de su vida- aquel Psicólogo realmente estaba interesado en Emma, no como mujer, sino en historia, pues no era tratar con un tema vacío como con las niñas que llegaban del primer año de NYU, de la carrera que fuera, sólo por comprobar la leyenda urbana de su sensacional atracción, o como los que tenía doce años de tener en terapia porque habían creado una dependencia suicida, con Emma era distinto, era como una conversación más humana, más centrada, menos incómoda. – Mis abuelos eran dueños de un viñedo en la Toscana, estaban en una posición económica bastante cómoda… mi abuela siempre dijo que mi abuelo decía que el dinero era para gastarse sólo en tres cosas: en joyas, en tranquilidad, y en consentir, pero esas tres cosas sólo en una persona: en la persona que uno amaba. Mi abuelo eso hizo con mi abuela, la llenó de joyas, de risas, de viajes por el mundo, de todo lo que pudieran hacer juntos con el dinero que habían ganado a lo largo de los años, ah, porque mi abuelo decía que el dinero, al final, era papel… y que si él se moría sabiendo que podía hacer feliz a la persona que él más amaba y no lo hacía, ese dinero no valía nada, ni un centavo

- Entonces, así como sus abuelos, me imagino que usted está en una posición bastante cómoda en lo que a sus finanzas se refieren, ¿cierto?

- Mis abuelos murieron, mi mamá era hija única, todo le quedó a ella, pero mi abuela había dividido las cosas en dos partes

- En usted y su hermana o hermano, supongo

- Tengo dos hermanos, que no recibieron nada de mi abuela… porque mi abuela murió por último… y la herencia se dividió entre mi mamá y yo

- Entonces, Señorita Pavlovic, ese dinero, junto con lo que decía su abuelo, o su abuela, fue lo que usted hizo con Sophia

- Sophia no estaba en la mejor situación económica en aquel entonces… y, le soy sincera, nunca se me ocurrió rebajarme a un nivel más accesible para ella, sino que mi solución fue invitarla a todo, cubrir todos sus gastos dentro y fuera del Estudio… y todo empezó con este consultorio

- ¿Con mi consultorio?

- Sí… ¿se acuerda de que, en octubre del año pasado, usted ubicó una licitación?- aquel hombre asintió mientras se rascaba su espesa barba, se veía mejor que el año pasado, pero todavía no lo suficiente como para ser tomado en serio y, aún así, Emma le estaba contando, como hacía un año, sus problemas, sus aflicciones, sus confusiones. – Bueno… primero, me asombró ver la licitación en línea, más cuando usted sabía que yo trabajaba en ambientación… pero luego me puse a pensar de que estaba fuera de su presupuesto, por lo que licité el proyecto a nombre del Estudio para que Sophia pudiera trabajarlo… y, segundo, fue la perfecta oportunidad para darle a Sophia el empujón que necesitaba para empezara a tener proyectos neoyorquinos en su portafolio, eran dos pájaros con una bala…

- Sophia es una mujer muy amable, aunque creo que me odió- resopló, pero Emma se encogió entre sus hombros, pues realmente ese proyecto no lo había hablado con Sophia, en lo absoluto. - Creo que lo tomó más por Sophia que porque no le gustara mi consultorio

- Pues, no era fanática del decor de las cuatro paredes en las que pretendía dar terapias o consejerías… pero mi prioridad era ayudar a Sophia… por su situación económica

- ¿Qué tan mala era su situación como para que usted tuviera que intervenir?

- Oh, bueno- suspiró. – Fue cuando fuimos al cine, a ver Taken 2, yo compré las entradas, Sophia suponía comprar el Pop Corn y las bebidas… y se asombró al ver que la comida era más cara que la función… bueno, es que soy consumista y me gustan las bebidas más grandes porque no son en vaso de cartón, sino plástico… y me hizo el comentario más adorable de la historia: “¿Sabes lo que se puede comprar en Victoria’s Secret con veinticinco dólares? ¡Cinco panties! Y te duran, por lo menos, seis meses y no dos horas como tu Mountain Dew”, fue entonces que comprendí que no podía dejar que Sophia gastara tanto en mis gustos… porque eran míos, Sophia no conocía mis gustos, el valor monetario de ellos… pero nunca consideré en concentrarme en sus gustos, en que ella era feliz bebiendo Smirnoff Vodka y no Grey Goose, y que le gustaba comer las patatas fritas con las manos porque era más fácil… en vez de eso, de respetar sus gustos, decidí que no iba a dejar que ella pagara por los míos, porque a mí no me gusta un Steak de cualquier lugar, sino de Strip House o de Smith & Wollensky… que una comida ahí serían, por lo menos, veinticinco panties

- Señorita Pavlovic, no tiene nada de malo que usted haya decidido hacer eso, ¿se acuerda de lo protectora que se sentía de Sophia? – Emma se ruborizó mientras asentía con la sonrisa más tonta de la historia, de mi historia. - ¿En qué mundo le gustaría que su novia estuviera en bancarrota sólo porque usted tiene gustos que no son tan económicos?

- En ninguno- respondió, soltando la ligera risa nasal. – Y por eso empecé a pagar todo, y empecé a comprender lo que mi abuela decía que mi abuelo decía… pagaba los almuerzos en días de trabajo, las cenas después del trabajo, el Taxi que Sophia tomaba desde el lugar en el que estábamos hasta su casa… todo porque me gustaba cómo se sentía, porque creí que eso era consentirla, que eso era lo que quería ella… pero era lo que yo quería, pues, siempre que pagaba yo, Sophia se ruborizaba y me reclamaba de la manera más adorable que existía, y me gustaba que lo hiciera… pero no sabía que había un límite

- No hay sólo un límite, hay varios… déjeme adivinar, el primer límite que no vio fue que Sophia y usted pensaban de distinta manera, ¿cierto?

- Exacto… Sophia sintió que mis intenciones eran que quería comprarla…  yo quería consentirla, darle todo lo que ella no podía comprarse

- Pero usted nunca pensó que Sophia no quería eso… que Sophia quería ser parte de algo y no ser de alguien, ¿cierto?

- No, creo que era al revés… yo quería ser suya, volverme indispensable para que no me dejara mientras arreglaba mis pensamientos, porque no había conocido a alguien con quien me sintiera tan bien como con ella…en mi infantil mente, la idea del ciego amor, todavía existía…  en fin, llegué a un punto en el que pasé todas las fronteras con una tan sola acción

- ¿Se hizo pasar por un cliente?

- Bueno, esa idea me demuestra que no caí tan bajo con la mía- rió Emma, pues tenía razón.

- ¿Entonces?

- Navidad se acercaba y, que yo supiera, Sophia no tenía amigos en Nueva York… me di cuenta de que yo me iría a Roma con mi mamá y que ella se quedaría sola, cosa que me partía el corazón en mil pedazos, ¡es Navidad! Y, a pesar de que no soy fanática de la Navidad, por primera vez sentí la importancia, no la supe, sólo la sentí… no lo puedo describir…

- ¿Qué hizo?

- Primero necesitaba un plan, necesitaba una mentira convincente… y para eso utilicé a mi mejor amiga, porque dicen que soy pésima mintiendo… y, por muy tonto que suene, funcionó… le llamé a su mamá y le dije que, anualmente, cada uno de los trabajadores escribía las tres cosas que más quería para Navidad, y que, para realizar esos deseos, se rifaban diez mil dólares, que Sophia se lo había ganado y que, antes de decirle a Sophia, habíamos leído lo que decía su papelito, y que decía que quería que su mamá pasara Navidad con ella, que quería donar la mitad de su salario para la comida de un refugio y que quería que su iMac corriera AutoCad… y fue cuando traje a su mamá a Nueva York, de sorpresa, porque realmente pensé que sería una bonita sorpresa…

- Pero a Sophia no le gustó- la interrumpió.

- No, no le gustó… en lo absoluto- sacudió su cabeza ante el recuerdo, ante las palabras de Sophia, palabras que ya había olvidado y que sólo podía ponerlas en modo mudo en aquella mirada asesina e iracunda. – Esa vez confirmé, una vez más, que Sophia era la persona que tenía el poder absoluto para sumergirme en una depresión… que podía lastimarme y hacerme miserable… porque eso fue lo que pasó a raíz de eso

- ¿Qué pasó después?

- Cuando regresé de Roma… no sé, estaba enojada por lo que me había dicho, porque no había intentado hablar conmigo, estaba enojada conmigo misma por haber cruzado la línea, por ser tan cobarde de no poder hablarle… pero, cuando llegué a mi apartamento, la vi sentada en el pasillo, llorando… y, si hay algo que mi mejor amigo me ha enseñado, es que una mujer llorando es un pecado… no sé qué me pasó en ese momento, pero sólo quise que dejara de llorar, y sabía que lloraba por mí, fuera algo bueno o algo malo, no me gustaba verla llorar…

- Señorita Pavlovic, ¿usted lloró?

- Como nunca… lloré todo el vuelo de ida, todas las noches, todo momento que estaba a solas, y no lloré en el vuelo de regreso porque me embriagué hasta quedarme dormida… - aquel hombre sólo sonrió. – Después de esa pelea, comprendí que no todo gira alrededor mío, y fue cuando dejé que Sophia empezara a pagar cosas, al menos sus cosas… que el tema del dinero era lo que más le incomodaba- Emma hizo una breve pausa para abrazar el final de aquel momento y volvió a ver al Doctor Thaddeus.

- Pero nunca resolvieron el asunto del dinero, ¿verdad?- sí, sé lo que estarán pensando, el tipo estaba lleno de preguntas.

- En realidad no, nunca lo hablamos… simplemente empezamos a ceder… Sophia no protestaba si yo pagaba la cena, yo no me enojaba si pagaba la cena… me dejaba pagar porque sabía que me hacía feliz… y, poco a poco, la dejé empezar a pagar cosas más caras… como las últimas dos cuotas de mi apartamento

- Ah, entonces, Sophia y usted sí viven juntas

- Después de aquella pelea, Sophia accedió a vivir conmigo… supongo que ese era el momento adecuado y no cuando la acababa de conocer… en fin, me di por vencida, me dediqué simplemente a gozar de mi relación con Sophia, fuera homosexualidad o casualidad… no me importaba

- ¿Pero?

- En Springbreak nos fuimos, junto con Phillip y Natasha, a Europa… a un mini EuroTrip

- ¿A qué ciudades fueron?

- Roma, Venecia y Mýkonos

- Venecia es una ciudad tan extraña- murmuró como para sí mismo.

- Voy a ir por partes, porque estoy de acuerdo…

- Antes de que siga, ¿quisiera algo de beber?- sonrió, poniéndose de pie. – Tengo agua, agua con gas, Whisky… Ron

- ¿No va en contra de toda ética profesional ofrecerme algo de beber cuando soy su paciente? Digo, de tipo alcohol- frunció Emma su ceño.

- Ese es el error, Señorita Pavlovic, usted no es mi paciente…- sonrió, vertiendo un poco de Whisky desde la jarra de vidrio en un vaso ancho y corto.

- Siempre me dijeron que usted no era un Psicólogo convencional- resopló. – Un Whisky estaría bien

- Yo no soy Freud, tampoco soy un Psicólogo que juega a analizar a sus pacientes… me considero una persona a la que le gusta escuchar y, con lo escuchado, emitir un consejo… un confidente con un verdadero juramento hipocrático- sonrió, alcanzándole el Whisky que ya había servido, como si supiera que Emma eso elegiría a pesar de que no era una persona de Whisky.

- Supongo que, por doscientos dólares por la media hora… puedo aceptar ésto- sonrió Emma, tomando el vaso en su mano derecha. – Aunque ahora bebí media botella de Zacapa- rió.

- Seguramente el Zacapa es lo que le ha liberado la lengua, Señorita Pavlovic- sonrió el Psicólogo raro. – En fin, íbamos por las vacaciones de Springbreak

- Sí… bueno, todos querían conocer a mi mamá, por lo que me estafaron para que nos quedáramos más días en Roma, más días que en Venecia y Mýkonos… y, como cosa rara, todos los lugares tuvieron algo especial y por razones distintas…

- ¿Qué pasó en Roma?

- Bueno, conocieron mi casa, conocieron a mi mamá… supieron quién era la verdadera Emma Pavlovic… - suspiró, hizo una pausa mientras veía el líquido en el vaso. Lo llevó a sus labios y, primero oliéndolo, bebió un generoso trago de aquel Whisky. Old Parr según el paladar de Emma. – Al principio no estaba de acuerdo… porque ir a Roma era mostrarles a todos sobre mí, mi esencia… era poner el suceso histórico en una línea de tiempo, recrearlo en tiempo y lugar con las mismas condiciones…

- ¿Se refiere a su papá?

- Sí y no… expuse mi nostalgia, mis secretos, como mi perro y mi papá… expuse mis intimidades… y no sólo a Sophia, sino a mis mejores amigos también

- ¿Eso cómo se sintió?

- En el momento fue abrumador…luego fue liberador… como si ese peso se hubiera esfumado… después de que pensé que Roma sería el más catastrófico, fue quizás el más conmovedor. Fue donde Sophia me defendió de mi papá, donde me di cuenta de que mis amigos están siempre conmigo, pase lo que pase, le pase a quien le pase… y fue cuando comprendí por qué creí que lo mío con Sophia era incorrecto

- Tómelo despacio, por favor

- Mi papá siempre intentó educarme de cierta manera… quería que fuera perfecta, con los modales y los valores perfectos, quería que fuera inteligente, que fuera exitosa, que fuera importante, que me casara con la imagen que un hombre podía darme, que le diera nietos… y sé que no soy perfecta… no puedo ser perfecta, pero, dentro de mi imperfección soy exitosa a mi modo, soy inteligente a mi modo… y estar con una mujer no era correcto, uy, no… pero ese momento, el momento en el que Sophia me defendió, provocó a mi papá y que intentó hacerle saber que no estaba mal querer a una mujer… ese momento fue el que hizo darme cuenta por qué estaba con Sophia y no con alguien más, porque nadie tiene el coraje de enfrentarse al papá de su novia de la manera en cómo lo hizo ella, nadie estuvo dispuesto a recibir un golpe impulsivo… saber que no está sólo a mi lado sino que también va a interponerse entre mis miedos y yo, eso me hizo respetarla aún más… - Emma bebió el Whisky hasta el fondo, a temperatura ambiente le gustaba, bueno, es que no sabía cómo tomarlo, Whisky era Whisky y sabía igual. – Ver que no le tenía miedo a lo que yo sí, me motivó a perderle el miedo…

- Me imagino que no sólo se refiere al miedo a su papá

- No, no sólo a él- murmuró, viendo al hombre ponerse de pie para alcanzar la jarra de Whisky. – Sophia no tenía miedo de demostrarme su afecto frente a mis amigos, o frente a mi mamá, o frente a la suya… todo era tan real que parecía imposible

- ¿Más?- Emma asintió.

- A mí me cuesta expresarme, me cuesta decir lo que siento, me cuesta dar a entender mi gratitud y mi admiración… sé hacerlo con dinero, no conozco otra forma… y, al haber visto que Sophia había hecho eso por mí y para mí, regresé un poco de eso… - hizo una pausa para tomar el vaso en su mano. – Decidí usar lo que tenía destinado usar para mi hermana menor… mi hermana menor nunca estudió, decidió que eso no era lo suyo, y la hermana de Sophia sí quería estudiar… simplemente desplacé el fondo a nombre de la hermana de Sophia

- Por la manera en cómo lo dice, Señorita Pavlovic- sonrió, haciendo una pausa para conseguir el contacto visual de Emma después del sorbo de Whisky. – Me suena a que no lo hizo ni por usted ni por Sophia- Emma sacudió su cabeza con una sonrisa pequeña pero avergonzada.

- En fin… Venecia- sonrió. – Invité a la hermana de Sophia, más que todo para que Sophia la viera porque tenía más de un año de no verla, pero me escudé en que el cumpleaños de Sophia se acercaba y en que me gustaría que le dijera que ella le pagaría los estudios… - bebió un poco de Whisky y sonrió. – Debo admitir, Venecia es la peor ciudad del mundo… pero, al mismo tiempo, es la ciudad en la que decidí que le iba a pedir a Sophia que se casara conmigo… y Mýkonos, bueno, esa fue en la ciudad en la que conocí los celos

- Suenan a las mejores vacaciones que alguien puede tener

- Dentro de todo, Doctor Thaddeus, fueron unas buenas vacaciones… pero no las mejores- sonrió, dándole a entender que había habido mejores. – Después de eso, exactamente al venir de esas vacaciones, empecé a notar ciertas cosas en Sophia que me molestaban

- ¿Como cuáles?

- Cosas que mi jefe hacía... hace

- ¿Por qué le molestaban?- dijo, haciendo énfasis en el pretérito, pues, aparentemente, aquello no le molestaba más a Emma, y no le molestaba porque sabía por qué era.

- Porque no sé… quizás porque, en algún momento, de tan similares que los vi, me imaginé en una relación con mi jefe, y eso fue terriblemente asqueroso

- Debe serlo- opinó, echando su espalda hacia el respaldo de su sillón, deteniendo su quijada con la “L” que su pulgar y su dedo índice formaban.

- Mis intenciones de pedirle a Sophia que se casara conmigo empezaron por la misma época… y, junto con mis ganas de pedirle que se casara conmigo, la idea de que mi jefe era su papá crecía en mí… lo que me trae al primer secreto

- ¿Su jefe es el papá de su novia?- sonrió con una risa nasal.

- ¡Exacto!

- ¿Lo ha comprobado o es una idea suya nada más?

- Lo comprobé, él mismo me lo dijo…

- Entonces, su primer problema es que no sabe si decirle o no a Sophia que su jefe es su papá… ¿cierto?- Emma asintió. – Usted ya consideró las opciones, en caso de que le diga a Sophia; si reaccionará bien o mal, que de reaccionar mal puede ser la misma reacción en caso de que no le diga y ella se entere de que usted ya sabía y hubiera sido mejor decírselo- Emma volvió a asentir. – La incertidumbre es sólo eso, una incertidumbre… es cierto, no es su secreto, al menos no lo era, no lo era hasta el momento en el que usted se volvió parte de él… pero también es cierto que la confianza que usted le tiene a Sophia se ve puesta a prueba

- No me toca a mí decírselo, le toca a sus papás… pero, si yo no fuera hija de mi papá me gustaría saberlo

- Sí, en eso tiene razón, pero Sophia no tiene un papá como el suyo, y usted no es Sophia

- Entonces, ¿qué me recomienda hacer?

- No hay una respuesta correcta, con cada respuesta posible tiene el más mínimo riesgo de provocar lo que no quiere, Señorita Pavlovic- sonrió. – Lo ideal sería saber si Sophia quisiera saber, pero no hay forma de saber eso sin decirle por qué- Emma se quedó un momento entre sus pensamientos, aquel Psicólogo tenía razón. - Tal vez la respuesta está en cómo es su relación con Sophia hoy en día

- Tenemos casi un año de estar juntas, casi lo mismo de ser novias… más de seis meses de estar viviendo juntas, todo va muy bien

- ¿Usted cree que ese tiempo es el tiempo que necesita para estar segura de querer casarse con ella?

- Como usted alguna vez dijo, nunca es demasiado rápido, nunca es demasiado lento… las cosas pasan al ritmo que deben pasar

- ¿Pero al menos tiene claro el “por qué”?

- Se lo pondré así…- suspiró, viendo su reloj, viendo que sólo habían pasado un poco más de veinte minutos, tal vez lograba la media hora nada más, le dolía pagarle a Brendan Fraser doscientos dólares más. – Yo no sé por qué se casó usted con su esposa, y no le estoy preguntando tampoco...

- Está bien

- Al principio fue como una epifanía… me di cuenta de que, con Sophia, no podía engañar a nadie, ni siquiera a mí… me hizo darme cuenta de que puedo ser fuerte aún siendo sensible, que puedo ser independiente aún necesitando de mis amigos, necesitando de ella… cosas que ya sabía pero que no podía aceptar, no sé por qué, no quiero saber, me basta con saber que sé que estaba equivocada…

- ¿Y ahora?

- Eso no ha cambiado, lo tengo muy presente… quizás es mi buena suerte

- Quizás- sonrió el Psicólogo, viendo a Emma sonreír ante algún recuerdo. – La buena suerte no es exactamente buena suerte, es una serie de decisiones con resultados exitosos

- Prefiero creer en el destino, porque él es el único que controla las variables que mis decisiones no pueden, que yo no puedo… y me gusta no poder controlarlo

- Suena a que Sophia le da la seguridad- sonrió. – La seguridad que le faltaba

- En algunos países le llaman “cojones”, pero su término me gusta también

- ¿Qué es lo que la hace sentir especial con Sophia?- Emma suspiró, y no logró encontrar las palabras para describirlo. - ¿Sabe lo que la hace sentir especial?

- No le sabría decir…- susurró, abrazándose con sus manos por sus antebrazos.

- Intente, quizás eso le dé una idea de lo que debe hacer

- Es tan grande, tan complejo, tan… no sé, no lo puedo describir- sonrió, sabiendo que podía describirlo con ejemplos pero no con términos, pero no los quería decir.

- Se lo dije hace un año, se lo repito ahora, se lo repito a la Emma nueva y más libre: a veces necesitamos decir las cosas en voz alta para saber que son ciertas, para aceptarlas, para digerirlas- sonrió, ofreciéndole más Whisky con un ademán, pero Emma sacudió la cabeza.

- Me siento diferente cuando no está

- ¿Y cuándo es que no está?

- No estoy todo el día con ella- se encogió de hombros.

- Creí que compartían oficina… ese era el problema inicial, ¿se acuerda?- sonrió, levantando su ceja como aquel primer sábado que había ido a ese mismo consultorio.

- Ese no era ningún problema, empiezo a creer que nunca lo fue… creo que el problema era yo

- ¿A qué se refiere?

- Tengo mis teorías

- Y tenemos tiempo- sonrió, sabiendo que ya se había embolsado los otros doscientos dólares a cambio de un interesante cotilleo.

- Mi primera teoría es que mi jefe metió a Sophia a mi oficina para que le ayudara a arrancar en el Estudio, la segunda es que mi jefe metió a Sophia a mi oficina para evitarle estragos con los calenturientos de los ingenieros, la tercera es que la metió allí porque mi oficina era la más grande, la cuarta, y última, es que la metió allí sabiendo que Sophia era lesbiana, y sabía que conmigo no corría peligro alguno- y lanzó la carcajada irónica que no había logrado contenerse.

- ¿No le ha preguntado?- Emma sacudió la cabeza. – Le preguntaré algo sobre su jefe…- Emma le dio luz verde con un ademán bastante universal, el de bajar la cabeza. – Cuando supo que usted sabía que Sophia era su hija, ¿qué hizo?

- ¿Aparte de evacuar el intestino grueso en su silla de cuero?- el Doctor Thaddeus asintió divertido. – Me culpó de que la confianza entre él y Sophia cayera… y, antes de que me diga algo, no creo que sea mi culpa- se excusó. – Sophia piensa que Volterra es sólo el novio que tuvo su mamá hace más de treinta años, lo llama “tío”

- Señorita Pavlovic- resopló aquel Psicólogo. – Su novia podrá ser rubia, pero no tiene ni un pelo de estúpida

- ¿De qué habla?

- ¿Usted realmente cree que su novia no se ha preguntado lo mismo?- Emma lo vio con escepticismo. – Quizás ya lo sepa

- ¿Por qué no dice nada?

- Si de la noche a la mañana, a sus veintiocho años, le dice su mamá que su papá no era su papá, ¿qué hace? ¿Sigue llamando “papá” al hombre al que llamó “papá” por veintiocho años o al hombre que la concibió?

- Sabe, esa pregunta es engañosa- resopló Emma, volviendo a ver al suelo mientras se inclinaba sobre la mesa que la separaba del Psicólogo, todo porque iba a tomar un Kleenex, sí, era marca Kleenex. – Siempre quise que alguien me dijera que mi papá no era mi papá

- Pero eso es entendible, Señorita Pavlovic, su relación con su papá no era la mejor

- Aún de grande, de adulta, deseé que ese hombre no fuera mi papá- sus ojos se llenaron de lo que parecían ser lágrimas. – Era cruel, violento… pero sé que en el fondo, muy en el fondo, enterrado en lo más duro y grueso de su ego y su orgullo, me quería, y me quería bastante por el simple hecho de ser su hija, y punto… dentro de todo, no puedo odiarlo, simplemente no puedo… la culpa fue de los dos; la primera vez fue su culpa, la segunda y las siguientes fueron mi culpa porque yo no dije nada…nunca fui capaz de decirle que lo odiaba, porque no lo odiaba- se limpió las mejillas con el Kleenex. – Pero era mi papá, que yo sabía que entre sus golpes y entre sus gritos, siempre había un lugar para mí, que me llamaba “hija” y me abrazaba, y me daba un beso, e intentó disculparse… pero seguía siendo mi papá- el Psicólogo permaneció en silencio, viendo cómo Emma se quebraba en dos o tres pedazos, que tenían nombre, y ninguno se llamaba Ego u Orgullo. – El papá de Sophia no le pegó, no le gritó, no era así… pero nunca estaba para darle un abrazo, ni forzado ni por voluntad, nunca la llamó “hija”… eso no es un papá, y es eso lo que me impulsa a decirle a Sophia que él no es su papá, pero él tampoco ayuda, deja que los días pasen y no le dice nada, cada día que pasa es un día más que Sophia no tiene una explicación de por qué su papá era así con ella

- Él no tenía por qué darle afecto, no es obligación

- Pero tampoco era culpa de Sophia que su mamá… usted sabe- las lágrimas se le habían consumido, sólo había sido cuando había hablado de Franco.

- ¿Sophia le resiente cosas a su papá?

- Sólo le resiente que le haya sido infiel a su mamá, lo demás creo que no le afecta tanto

- Yo creo que su punto es válido, pero creo que todo estaría más claro si Sophia le resintiera cosas a su papá, cosas más personales como lo que usted mencionaba; los abrazos, la presencia, esas cosas

- Sí, creo que tiene razón…- suspiró, arrojando el Kleenex hecho bola compacta hacia el interior del basurero.

- Ahora, hay algo que me llamó mucho la atención, ¿por qué se refería a su papá en tiempo pasado?

- ¿Porque ya murió?- se encogió de hombros, como si aquella respuesta fuera públicamente sabida por todo el mundo.

- Lo siento mucho, Señorita Pavlovic, no tenía idea

- No me gustan las condolencias

- ¿Por qué?

- No lo sé, nunca me gustaron- sonrió, intentando esconder su incomodidad ante el tema.

- ¿No le gusta que se las den, no le gusta darlas o en general?

- Que me las den

- ¿Cuál es la diferencia entre darlas y que se las den?

- No lo sé, me incomoda que me den las condolencias, nada más

- Está bien- sonrió. - ¿Quisiera agregar algo al tema de su papá?

- En realidad sí

- Usted maneja el tiempo, Señorita Pavlovic- sonrió de nuevo, poniéndose de pie para servirle un vaso con agua.

- Mi papá trabajaba para el gobierno italiano, asesoraba a uno que otro Ministerio, pero, más que todo, daba consultorías para el parlamento, consultorías financieras… fue a Atenas, en un viaje oficial, hubo un tiroteo que nadie se explicó nunca, pues la investigación nunca prosiguió, mi papá terminó con un disparo en la pantorrilla y con otro en la columna. Mi hermana vive en Creta y, junto con mi hermano, que llegó desde Livorno, decidieron que lo trataran en Creta

- Su tono

- ¿Qué pasa con mi tono?

- Cambia cuando habla de sus hermanos

- No lo sé… el punto es que me pareció tonto que estuviera en Creta cuando lo habían podido trasladar a Roma, ¿o por qué no dejarlo en Atenas? Supongo que la incompetencia es una de las cosas que emergen con las malas noticias…- suspiró, y el Psicólogo supo que no sólo se refería a sus hermanos, sino a ella misma también. – Hice que trasladaran a mi papá a Nueva York, traje a mis hermanos… tenía un viaje de trabajo, mi papá murió mientras estaba en el viaje

- ¿Usted regresó?

- No

- ¿Por qué?

- La última vez que hablé con mi papá me di cuenta de muchas cosas- tomó el vaso con agua que el hombre le alcanzaba. – Mi papá no iba a cambiar nunca, al menos no a la vista pública… y yo no iba a complicarle la existencia con seguir insistiéndole que lo hiciera, en vez de seguir intentando, le dije que lo quería mucho y que le perdonaba todas las veces que me había hecho algo… quizás hasta me burlé de él

- ¿Quisiera explicarse, por favor?

- Los doctores le dijeron a mi hermano que, de haberlo dejado en Creta, mi papá se habría muerto por una infección en una de las heridas de bala, pero que habían logrado detener la infección, con la única negativa que había quedado parapléjico… mi hermano le contó a mi papá, mi papá me reclamó su paraplejia. Yo estaba feliz de verlo con vida, pero no podía estar feliz por él… tengo veintinueve, no estaba lista para quedarme sin papá… pero no podía hacer nada, y tampoco quería después de que me dijo que habría preferido morirse a quedar parapléjico

- ¿En qué momento se burló de él?

- Sabía que estaba enojado, reconocí la mirada y los puños apretados de cuando quería pegarme… le ofrecí zapatos para correr, para perseguirme y luego pegarme… lo que me faltó fue decirle que me nombraba voluntaria para una turbo paliza en cuanto me alcanzara

- ¿Cómo se sintió en ese momento?

- Me sentí grande, más grande que él… omnipotente… saboreé el momento, porque siempre me pregunté qué se sentía algo así, cómo se sentía él al agredirme… y no me gustó. No me arrepiento pero no lo volvería a hacer

- ¿Quisiera hablar de sus hermanos?

- ¿Qué quisiera saber de ellos?

- No, Señorita Pavlovic, no es lo que yo quiero saber de ellos… es lo que usted necesita decir- sonrió, viendo a Emma beber el agua, con tranquilidad, de tres tragos.

- A mi hermana la comprendo, a mi hermano no

- Empecemos por su hermana, entonces- sonrió, alcanzándole la botella de agua para que siguiera bebiendo.

- Es menor que yo, siempre tuvo lo que quiso, si no lo tenía de mi mamá, lo tenía de mi papá… no era la persona más brillante en el colegio, pero se graduó. Intentó estudiar en la universidad y decidió que eso no era lo suyo. Se casó con un griego, han vivido en lugares que ni me imagino… pero hay algo que le admiro a mi hermana, y es que nunca se dejó llevar por lo que la gente decía

- ¿Que era qué?

- De todo; que era mimada, un poco bruta, enamoradiza, que no tenía futuro… y quizás no tenía el futuro que todos definimos como futuro, pero está felizmente casada, está intentando tener hijos… es feliz con lo que tiene, no le falta nada

- ¿Y su hermano?

- Sabe, tiene el mismo carácter violento de mi papá… pero mi hermano nunca me pegó, aunque creo que ganas no le faltaban… y hay algo que va en contra de toda relación de hermanos

- ¿Qué es eso?

- Mi hermano, por salvar su trasero, prefirió dar el mío en bandeja de plata, y es literal… después de ese episodio, mi hermano ha tenido estragos para volver a ser quien era… pero Italia no es un país sin memoria… es difícil que olviden las cosas malas, como todo el mundo, pero cuando tiene que ver con el gobierno es todavía peor… pero, después de todo, sigue siendo mi hermano… y fui yo quien le dio el arranque de nuevo, pero no lo sabe, y, aunque lo sepa, no cambiaría conmigo

- ¿Por qué?

- Cree que mi mamá me quiere más a mí que a él

- ¿Y es eso cierto?

- Mi mamá nos quiere a los tres por igual… pero mi hermano no habla con ella porque la dio por muerta hace más de seis años, mi hermana raras veces habla con ella, pues, es que mi hermana no se termina de ubicar… pero, por lo menos, cada conversación la cierra con un “La quiero mucho, mamá”.

- Creo que, con su hermano, aplica la misma regla que con su papá

- Yo siempre estaré abierta a tener una relación de hermanos con él, y tengo tiempo y paciencia para esperarlo, pero no tengo fuerzas para perseguirlo y persuadirlo… todavía me queda dignidad- sonrió Emma, sirviéndose un poco más de agua en el vaso. – Sophia dice que el tiempo es con lo único que debería contar porque es el único que puede arreglar las cosas

- Y tiene razón… sólo que hay a personas a las que les toma más tiempo que a otras- Emma sólo supo asentir, pues aquello eran tan cierto para ella como tan imposible para Marco. – En fin, volvamos a Sophia… ¿le parece?- Emma volvió a sentir, pues hablar de Sophia la tranquilizaba, hablar de Marco le incomodaba. - ¿Cómo se siente cuando Sophia no está?

- Incompleta

- Esa no es una respuesta- sonrió.

- El momento decisivo fue cuando me pregunté cómo era antes de Sophia, qué hacía antes de que Sophia apareciera, por qué hacía lo que hacía y por qué lo hacía de esa manera… y no pude responderme, no pude encontrar una explicación, es como si no me acordara de cuando Sophia no estaba…

- ¿Cómo se siente cuando Sophia está con usted?

- Me siento yo, me siento bien, más que bien… el problema es cuando no está… como que si su ausencia me doliera, como si todo fuera gris y amargo, el tiempo es eterno y complejo… siento que no tengo sentido

- Pero, ¿qué es lo que más nota en usted desde que está con Sophia?

- Puede sonar muy raro, pero creo que todo lo que no me había permitido vivir antes de Sophia, lo he vivido con Sophia en menos de un año

- ¿Por qué cree que no se lo había permitido vivir?

- Porque hay cosas que no se pueden hacer uno solo… y, le soy sincera, nadie quiere estar solo… creo que es simplemente encontrar con quién hacer todo eso que se quiere hacer, hasta lo que no se sabe que se quiere hacer

- Y, Sophia, ¿cómo es con usted?

- Nunca me ha presionado para hacer algo o para sentir algo, me tiene mucha paciencia…

- La paciencia no puede ser el único factor, porque tiene que tener muchas cosas más como para que usted siga tan enamorada como al principio, tan enamorada que hasta está pensando en casarse con ella

- Hay dos cosas que me dice… que son las dos cosas que hacen que me falte el aire…

- ¿Cuáles son esas dos cosas?

- “Mi amor” y “te amo”- el Psicólogo simplemente sonrió, y le conmovió el rubor que invadió las mejillas de Emma. – No es tanto el cómo es ella conmigo, sino cómo es ella en general

- ¿Y cómo es ella?

- Es perfecta

- Señorita Pavlovic, nadie es perfecto, tiene que tener imperfecciones, ¿no le parece?- murmuró, poniéndose de pie para traer un vaso con agua para él.

- Error- sonrió. – Todos definen “perfección” como algo óptimo, sin ningún problema, sin ningún defecto… pero la perfección, para mí, es el conjunto de perfecciones e imperfecciones que hacen que algo funcione

- Entonces, usted me está diciendo que usted está consciente de las imperfecciones de Sophia, ¿cierto?- Emma asintió. – ¿Le molestaría nombrar cinco?

- Es impuntual, siempre llega tarde… a todo, ya sea porque no está bien organizada con su tiempo o porque se ha quedado dormida, le encanta dormir, porque puede dormir, y demasiado… puede disimular todo, desde el dolor hasta su alegría, pero no puede disimular cuando algo no le gusta

- Entonces, es impuntual, dormilona, desorganizada y no puede disimular su disgusto- Emma asintió. – Le falta una

- Se preocupa más por los demás que por sí misma

- Explíqueme algo, ¿por qué las imperfecciones la hacen perfecta?

- Porque Sophia es humana, y me gusta que sea así… sus defectos son perfectos para mí porque son cosas que yo no puedo hacer, y admiro que Sophia pueda hacerlas y no tenga ningún problema siendo así… porque, a mí, hay veces en las que me enoja ser tan egocéntrica y egoísta, me enoja enojarme, si es que eso tiene sentido…

- ¿Sophia sabe cómo enojarla?

- No ha podido enojarme, todavía- sonrió Emma.

- ¿Qué tanto tiempo a solas han estado?

- El suficiente como para saber que no puede sacarme de mi Zen

- ¿Han estado aisladas de todo?

- Sí, hace poco regresamos de nuestras vacaciones… tomamos un crucero por el Caribe, nos divertimos unos cuantos días en Florida… pero tuvimos que regresar antes de lo previsto…

- ¿Por qué?

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Sophia se despertó sintiendo el olor hogareño que tenían aquellas sábanas blancas en las que estaba envuelta tan a la ligera, como si no se acordaba de la noche anterior por haber sufrido de un tremendo ataque de alcohol y su memoria estaba incompleta, pero no, no estaba incompleta, simplemente había regresado muy cansada, ni siquiera se acordaba de la hora a la que Emma había regresado del Estudio. Se regresaron antes de lo previsto, antes del siete de Septiembre, el cuatro para ser precisa, todo porque Emma no sólo tenía que firmar un pago, que no debía entrar hasta el doce del presente mes, y era un cobro que debían firmar los tres Socios por ser mayor de “x” cantidad de dinero, viva T.O., sino que también tenía que revisar, de manera urgente, los cambios a la propuesta de Malibú. Abrió los ojos lentamente, y se encontró del lado del que Emma solía dormir, con el despertador encarándola cruelmente: las siete y media. ¿Había dormido dieciséis horas seguidas? Algo que, según Emma, sólo Sophia podía lograr. Y sí, por eso estaba así, y tan descansada, ni había logrado desvestirse, todavía estaba en el jeans con el que había llegado, con la camisa manga larga a rayas rojas y azules que se ajustaba a su torso. Agradeció a Emma por haber encendido el aire acondicionado, sino estaría a punto de evaporarse. Sophia respiró hondo y, suavemente, se estiró hasta tocar, con sus puños, el respaldo de la cama, que estaba muy frío, y, con sus pies, alcanzó a tocar, en puntillas, el borde vacío de la cama, arrojando al suelo el edredón que Emma insistía en sólo doblar y arrinconar al borde de la cama, pues su Trastorno Obsesivo-Compulsivo no la dejaba quitarlo.

Lentamente, en su velocidad amodorrada, se dio la vuelta y vio a Emma todavía dormida. Estaba sobre su costado izquierdo, con la mano izquierda entre su mejilla y la almohada, con su otra mano tomándose, como si se estuviera deteniendo fuertemente, de su hombro izquierdo. Armaba una perfecta posición fetal, con el hematoma en la rodilla derecha, que se lo había hecho con la cama del crucero, pobre cama, y estaba dormida con su cabello recogido, dejando su durmiente rostro a la libertad visual de Sophia; se veía tan tranquila, tan relajada, que no mataba ni a una mosca, porque se rehusaba a matarlas, por asco y por respeto, que Natasha la molestaba con la diplomacia animal que la invadía cuando una mosca, o varias, invadían el espacio en el que Emma estaba en dicho momento: “Señoras Moscas, de manera muy amable me dirijo a ustedes, ¿podrían retirarse?” y lo coronaría con una sonrisa. Y, más allá de la banda elástica que probablemente detenía su cabello en el moño, pues podría ser sólo un nudo con el mismo cabello, no tenía nada de ropa encima, ni la sábana, nada. Lo que sí tenía era ese bronceado cognac, del color de un Hennessy, que brillaba alrededor de los vacíos, ligeramente bronceados y no blancos, de lo que su bikini había protegido de la luz directa del sol, que eran, impresionantemente, la forma meticulosa del bikini Lanvin negro.

Sophia se levantó de la cama, pues, primero se sentó, luego se puso de pie, y no le pareció humano dejar a aquella hermosa mujer sola, menos después de la experiencia de dos semanas y media que habían tenido en conjunto; llena de risas y sonrisas, de un poco de alcohol que desataba un poco de llanto, romance, uno que otro percance estomacal de denominación bucal en un basurero de algún parque de diversiones, muchos gritos, mucha adrenalina, todo eso concentrado en los primeros días, para luego, en el crucero, tuvieran el placer de hacer el amor en altamar, que sólo se bajaban de la cama cuando habían llegado a un destino temporal, para conocer, no porque habrían preferido quedarse en la cama, haciendo el amor todo el día, durmiendo, descansando de verdad, aunque se levantaban y se nutrían como niño en plan de recuperación de peso inmediato, aunque nunca faltaba la dosis de orgasmos al despertarse, ni la dosis de orgasmos, o eyaculaciones, antes de irse a la cama… para dormir. Se quitó el jeans, se quedó sólo en su camisa y en su bikini de seda roja, y se volvió a acostar en la cama, al lado de Emma y sobre su costado derecho para encararla, y la contempló por un momento, analizó su estructura física, la manera en cómo podía ser tan perfecta; debía ser ilegal. Las ojeras habían desaparecido, y era el único momento, así, cuando a Emma se le notaban aquellas leves y superficiales arrugas a los lados de su boca, esas marcas que se hacían y se cavaban por la sonrisa y las risas, que a Emma no le molestaban esas arrugas, pues no las contaba como tal, porque eran sinónimo de felicidad, no como las que se hacen por seriedad o enojo en la frente al fruncir el ceño, que no tenía. Pero eran mínimas, en ancho, profundidad y largo.

Cómo le gustaba a Sophia ver a Emma, independientemente si estaba dormida o despierta, simplemente se deleitaba de su composición física, de lo pacífica que era su respiración, de lo suave que era, como si no estuviera respirando. Se acordó de lo bien que la habían pasado, de todo lo que aquellos labios habían besado, lo que sus manos habían tocado, cómo habían tocado ese “qué”, y sonrió ante el recuerdo de Emma cantando “I’m Coming Out” a todo pulmón, que sabía hasta la parte que Sophia detestaba, sí, toda la canción, o de la hermosa ebriedad que se habían inducido un día en altamar, que se la lograron quitar a base de agua y sexo. Quién sabe cómo esos clítoris aguantaron casi setenta orgasmos vacacionales cada uno, aún Emma estando en sus días más sanguinarios, que no le importó por primera vez, que se dejó de Sophia; desde quitarle y ponerle aquellos utensilios de absorción interna, hasta asumir la tarea de degustar a Emma en ese período, kinda messy and irony, pero para Emma había sido lo más íntimo, después de un beso, que le había dado a Sophia. Emma se movió entre su mal sueño, que no reflejaba con su rostro relajado, pero era sombrío, a mí me daba cierta incomodidad, cierto miedo, pues pasaba las barreras de lo normal de suspenso y miedo, volviéndose sobrenatural y confuso. Se volvió sobre su espalda, abrazándose por su abdomen, por debajo de sus senos, mostrándole sus pezones dilatados a Sophia, dilatados pero suaves y pequeños, de ese café pálido que tenía una pizca de rosado cosmético, la circunferencia era del mismo tamaño de Pi, dilatado.

Sophia se quedó ahí, abrazando visualmente cada momento de paz de aquel perfil, la nariz recta y un tanto respingada, y notó que Emma también sólo se había aventado en la cama, pues todavía tenía rastros de mascara en sus largas pestañas. Era de las pocas veces que la veía con tanto detenimiento, que podía aprovechar a inspeccionarla y sin que Emma se incomodara, porque le incomodaba que la vieran tanto y tan penetrantemente, no sabía por qué, quizás sólo era la pizca de vergüenza que, por ser mujer, traía más honestamente consigo, y se dio cuenta de cómo eran las manos de Emma sin la típica laca YSL, las veía un poco extrañas, eran igualmente perfectas, pero supuso que se había acostumbrado a verlas con laca, y ahora podía apreciar exactamente la división de cada parte de sus uñas, de borde libre corto, cuerpo ungeal del típico tono rosado, la lúnula era mínima. Llevaba el anillo en su dedo índice derecho, que siempre estaba en el anular menos cuando tenía que acordarse de algo, que se lo pasaba a su dedo índice, y tenía que acordarse de no enojarse al acordarse de que “Junior” quería dos edificios y no uno, en el que se tomara en cuenta el sol del día o el sol de la tarde, a lo que Emma había pensado “That little Fucker”. Los huesos de su cadera se saltaban un poco, que era lo único que sobresalía por la planicie de aquella coordenada, pues su pubis era plano, de la misma altura de su vientre. Se arrancó la camisa por el calor psicológico que aquel cuerpo le daba, y no le fue suficiente, pues terminó por arrancarse todo lo que no fuera piel y, por no levantarse, porque no quería despegarse ni un segundo de Emma y no sabía por qué, se quitó su ropa ahí acostada, tomó su iPhone y se dispuso a leer, a seguir leyendo “The Art Of Racing In The Rain”, que sólo bastaron tres páginas para dormirla de nuevo.

Emma no tardó mucho en despertarse, quizás una hora bien descansada más, y, luego de estirarse como siempre que se despertaba, ubicó a una durmiente rubia a su lado que tras la promesa que le había hecho, no podía dejarla sin despertarla. El problema era que, para Emma, la cama sólo se utilizaba para dos o tres cosas: dormir, coger y ver televisión, aunque “coger” se podía en otra superficie, y ver televisión no era una de sus pasiones, por eso disfrutaba de una mala película, porque siempre la habían llevado a la razón principal del uso de la cama: dormir. Vio la hora, las nueve menos cinco, y le pareció una hora prudente para despertar a Sophia, quien sabía que se había despertado por estar ya en completa desnudez, y se le ocurrió algo que nunca hubiera hecho si no era para despertar sensualmente a Sophia, pues tenía que relajarse. En el silencio más quieto y sepulcral, Emma llevó sus dedos a su entrepierna, a estimularse hasta mojarse, usaba, de incentivo visual, el cuerpo de la rubia Licenciada que dormía con inocencia a su lado, todo lo que quería hacerle y por el resto de su vida, aún diez años después de ese día, veinte años después, y se preguntó cómo su vida sexual, de pedirle a Sophia que se casara con ella, evolucionaría; ¿sería igual hasta que se aburrieran? ¿Sería cada vez más intenso? ¿Cada vez menos intenso? ¿Cómo sería? Y se dio cuenta de que no era lo que quería, no era lo que le importaba más, sino mantener a Sophia a su lado, tuvieran sexo o no, tuvieran veinte dólares o veinte millones, y sonrió por dos cosas, porque le gustó cómo su dedo había abusado de su clítoris y porque se acordó de las risas, las carcajadas, que Sophia sacaba desde sus entrañas con el chiste, que no era chiste, de su profesor de física tres, “cada vez que alguien no aprobaba el examen, el hombre adjuntaba una aplicación para trabajar en McDonald’s a cada examen”, eso o cuando Emma se había enojado porque le habían dado un McFlurry equivocado y ella, en su ebriedad, había gritado: “You McFucked Up!”

Ya no aguantaba, y no era el orgasmo, sino las ganas de pedirle a Sophia que la dejara ser su esposa, porque no era tanto como que Sophia fuera suya como que ella fuera de Sophia, porque nunca hubo algo o alguien que la hiciera sentir parte de algo tan grande que no podía ponerle nombre, no a la sensación, a la emoción, sólo podía describirlo como “Sophia Rialto”, pero todavía no se le había presentado aquel momento al que Natasha se refería, aquel momento que debía ser perfecto, ese en el que Emma se decidiría finalmente, porque no podía simplemente decirle “Sophia, cásate conmigo”, porque no, no, no, se podía decir, que se corría el riesgo de sonar un tanto exhortativo, pero se podía preguntar, ¿cómo hacerlo? No quería que sonara como que le pedía un favor, ni quería sonar como que le estaba rogando, pues eso implicaba lástima, y a Emma no había algo que la matara más rápido que la lástima. Y, como ven, la cabeza de Emma siempre estaba llena de algo, no era como Sophia, que aunque pensara y pensara todo el día, Sophia tenía la habilidad de hacer que su mente se quedara en blanco, y Emma sólo podía lograr aquello en dos momentos: cuando Sophia estaba haciéndole el amor y cuando no sabía que estaba pensando, o sea cuando estaba ebria o dormida. Quizás por eso le gustaba que Sophia le hiciera el amor, porque podía dejar de pensar y podía sólo sentir, sólo sentir a Sophia. Y eso quería en ese momento, sólo quería dejarse llevar para no pensar, porque las cosas que no planeaba eran las que mejor le salían, y era así como pensaba proponerle las cosas a Sophia, por eso fue que quitó su dedo de su clítoris, porque quería tocar el de Sophia, y así lo hizo, dándole gracias a Dios, porque con él había crecido, dentro de un catolicismo bastante fuerte en fe pero no en religión, y le dio gracias a Él porque Sophia tenía abiertas sus piernas, no abiertas de par en par pero sí lo suficiente como para que, con su dedo lubricado, pudiera acariciar la intimidad de Sophia, y así lo hizo.

Acarició circularmente aquel pálido clítoris entre aquellos pálidos labios mayores y menores, que los rozaba con su dedo índice y anular de su mano derecha, y fue que Sophia se estremeció hasta que se despertó, pero no supo abrir los ojos, sólo supo abrir sus piernas para que Emma la siguiera tocando. Emma supo que estaba despierta al Sophia abrir sus piernas, y no pudo contenerse a sus pezones, menos a su pezón izquierdo, el que tenía a su inmediata disposición, y lo tomó entre sus labios; lo succionó suavemente, y sintió a Sophia tomarla por la cabeza, hundiendo sus dedos entre su cabello, que era señal de que le gustaba, y mucho.

- Buenos días, Arquitecta- suspiró Sophia entre un gemido al Emma introducir su dedo en ella.

- Buenos días, Licenciada- sonrió sin volverla a ver, sólo para succionar fuertemente su pezón. - ¿Dormiste bien?

- No mejor de lo que me desperté- resopló, alcanzando su iPhone, pues vibraba la llamada sobre el molesto olmo de la mesa lateral.

- Who is it?- gruñó Emma, mordiendo luego aquel pezoncito erecto y estimulando su otro pezón con el dedo lubricado.

- Mi mamá- pero devolvió aquel iPhone a la mesa, sólo apretando “hold” para silenciarlo. – But you’re not my mother- sonrió, llevando el rostro de Emma hacia el suyo, porque quería besarla, besarla de verdaderos “buenos días”.

- I sure am not- sonrió, llevándola sobre ella, a horcajadas sobre sus caderas, Sophia callando nuevamente su iPhone, van dos.

Sus labios se unieron nuevamente, se succionaban suavemente, Sophia el labio superior de Emma, Emma el labio inferior de Sophia, se succionaban y se acariciaban suavemente con sus lenguas, con sus dientes, Emma abrazaba con sus piernas a Sophia por la cadera, halándola hacia abajo hasta hacerla reposar completamente sobre ella, clavándose sus pezones mutuamente, a Sophia aquello le encantaba, más sentir cómo se apretujaban contra los de Emma, y empezó aquel vaivén; adelante, atrás, un roce de pubis contra pubis, y Emma que sólo sabía colocar sus manos en la espalda  y en la cabeza de la rubia y hermosa mujer que la besaba, así como habían sido los días y las noches anteriores, todas, sin excepción, y sí, se habían vuelto más unidas, al punto en el que habían sobrepasado el nivel físico, que Sophia sabía cosas de Emma que nadie más sabía, y Emma de Sophia; Emma sabía lo que a Sophia toda la vida le molestó, cosas que no había comprendido nunca, más que todo a nivel familiar, y, por primera vez, Sophia le contó a Emma aquello que tanto le perturbaba, que había crecido con ella desde hacía un par de años, algo con lo que Emma terminó por identificarse con Sophia, quizás porque tenían las mismas confusiones, o quizás porque había comprensión profunda de las cosas.

Camilla ya llevaba seis llamadas, ¿cuál era la urgencia? Bueno, la urgencia era que Volterra, en su inmensa desesperación y sorpresa de que Emma lo había descubierto, no creyó que Emma guardaría el secreto y corrió a Camilla como todo hombre asustado, como si Camilla tuviera todas las respuestas, y no logró nada más que alterar a Camilla, hasta le hizo creer, entre su inmensa ingenuidad, que seguramente Sophia ya sabía, porque no podía concebir que algo así era algo que Emma podía guardarse, pero Emma le había dicho bien, que no era suyo compartir ese secreto, aunque lo correcto, para su relación honesta con Sophia, sería decirle. Siete llamadas perdidas, aquel iPhone ya estaba sobre la alfombra, y seguía vibrando. Ay, Camilla. Emma deslizó a Sophia hasta su rostro, pues, su entrepierna hasta su rostro, y Emma, muy diligentemente, se encargó de devorar aquel clítoris para quitarse el ayuno, tomando a Sophia por sus senos, apretujándolos suavemente, aquella italiana que sabía hablar griego por convicción y aprendizaje, porque de griega no tenía nada, ni un tan sólo gen, pero seguía siendo Afrodita, porque Emma era Venus, y no podía haber dos porque la mitología no lo permitía, más porque Sophia decía que ella no era griega porque había nacido de un griego, que no era italiana por haber nacido de una italiana, que era griega porque Grecia era gran parte de su vida, pero también era italiana, nacida de ambos padres italianos a pesar de que no lo supiera y Emma sí, ella sólo lo intuía, y, en ese momento, que Camilla llevaba once urgentes llamadas perdidas, Sophia no contestaba porque estaba ocupada gimiendo mientras se mecía sobre los labios bucales de Emma, que no quería correrse, no todavía, porque estaba demasiado rico. El iPhone de Emma empezó a vibrar también, y Sophia espetó al ver que era “Rialto, Camilla”.

- Te juro que me enojo si te detienes- le advirtió a Emma, quien acató la orden a la perfección, pues no se detuvo ni un segundo.

No sé qué habrá creído Camilla, no sé si creyó que Sophia, en caso de que Emma le hubiera dicho todo, la hubiera saludado con un “Mamá, ya sé que Alec es mi papá”, pero no. Para Sophia aquello parecía Emergencia, pues, ¿por qué llamaría hasta a Emma? ¿Estaría todo bien con ella y con Irene? Pero algo, dentro de su sensación de emergencia, no la dejó contestar, quizás era Emma y la manera en cómo succionaba sus labios mayores, intercalándolos con sus labios menores, y con su clítoris. Aquella intención era recíproca, pues ninguna de las dos quería que hubiera un orgasmo, Sophia porque quería alargar su estadía en los labios de Emma, Emma porque no quería que aquel grito explotara todavía, sólo quería que Sophia enterrara sus dedos entre su cabello y la ahogara contra su clítoris para no sólo saborear, sino también suspirar aquel olor y sabor, y así lo hizo Sophia sin que Emma se lo dijera, frotaba a Emma contra su fuente de placer, pero aquello era imposible mantenerse, por lo que Sophia se dejó llevar y, meciéndose cada vez más rápido e intenso contra Emma, Emma tomándola por su trasero, ambas gimiendo por placer, Emma por ósmosis y porque le parecía excitante que Sophia se corriera en su boca, no había nada más rico que hacer que Sophia se corriera. Sophia gimió, en aquel tono agudo y suspirado, el triple “mi amor” al que le seguía, por evidentes razones, un hermoso y jadeante “me voy a correr”, y así lo hizo, se dejó ir sobre Emma mientras ella succionaba su orgasmo y le sacaba una risa orgásmicamente nerviosa desde el punto en el que se había originado su orgasmo.

- Buenos días, Arquitecta- sonrió, reafirmando los “buenos días” mientras se quitaba de sobre Emma y se tumbaba a su lado.

- Buenos días, Licenciada- repuso Emma, volviéndose hacia Sophia para recibir su beso de agradecimiento cariñoso.

- Arquitecta…- susurró. – Mejor no pudo despertarme… ¿cómo puedo devolverle el favor?

- ¿Cómo quisiera devolvérmelo?

- Abra sus piernas para mí- y así lo hizo, las abrió de par en par, así como Sophia quería, tan abiertas que sus labios mayores se despegaron de sí, hasta sus ajustados labios menores, dejando a la vista de Sophia cada división, cada parte de su vulva, que estaba tan empapada que Sophia creyó que no podía estarlo más, y se equivocó.

- ¿Me vas a tocar?

- ¿Qué se te antoja?- sonrió, paseando sus uñas por el interior de sus muslos.

- Quiero que me toques- suspiró, Sophia llevando sus dedos al clítoris ya rígido de Emma, en donde empezó a ejercer sus caricias circulares.

- ¿Qué más?- susurró, admirando aquel rígido y definido clítoris, le gustaba verlo, era tan femenino y tan perfecto que sólo podía tocarlo suavemente, con cariño.

- Hazme lo que quieras- y Sophia sólo supo sonreír, porque tenía planes grandes para Emma, que iría improvisando poco a poco.

Emma se rindió ante el cariño de Sophia, ante el tacto de aquella rubia que sabía lo que hacía, que no tocaba su clítoris en sí, sino aquel rígido y definido capuchón, que no sabía que era tan sensible hasta ese día, que no sabía que era tan poderoso e intenso tocarlo, no hasta ese día, no hasta que, con su dedo lleno de lubricante, lo acarició hasta que hizo que Emma pujara, y pujara tanto y tan fuerte, por reflejo de placer, que eyaculó, poco y tranquilo pero eyaculó, todo mientras Sophia veía aquel ligero y minúsculo chorro de lubricante femenino. Fue la eyaculación más tranquila y callada que Emma había tenido, pero la que más había enrojecido aquel área, y Emma que había quedado muda, con una leve sonrisa y su ceño fruncido. Sophia besó sus pezones, los mordisqueó y los succionó, intentaba que se relajara, pero intentaba que se excitara y le pidiera más, porque tenía antojo de su clítoris, tenía ganas de penetrarla con su lengua y con sus dedos, en su vagina y en su ano, uno primero y el otro después, o al mismo tiempo. Bajó por su abdomen hasta llegar a su entrepierna, y fue directo a penetrarla, con sus piernas en lo alto, deteniéndolas con sus manos, la penetró con su lengua, Emma jugaba con sus pezones, más porque sabía que a Sophia le gustaba que lo hiciera, sí, sí, Sophia era un poco pornográfica en ese sentido, pero le parecía demasiado excitante que Emma pellizcara sus pezones, apretujara sus senos, jugara con ellos. Introdujo sus dedos en Emma, y Emma casi se corre en ese momento, también cuando Sophia atrapó su clítoris entre sus labios, pero aguantó, y sus jugos se salían de su vagina en leves eyaculaciones que la empujaron hasta el borde de la cama. Aquellos cortos y cortantes orgasmos, o eyaculaciones, lograron hacerse uno sólo en cuanto Sophia mordisqueó suavemente su clítoris, y la hizo gritar hasta que a Sophia se le salió de las manos y se irguió en una carcajada orgásmica para no caerse de la cama.

- Hola, mi amor- sonrió a ras de su nariz, volviéndola a acostar por acercamiento.

- Ciao, Principessa- sonrió Emma, abrazándola completamente para besarla. – No me quiero levantar

- ¿Por qué deberíamos levantarnos?- sonrió aquella mujer de la rubia melena alborotada, que era alborotada por el sexo, que en ese momento se cuestionaban si había sido sexo, o amor, o sexo con amor.

- Me gustaría ir a ver a Natasha…

- Sólo si le llevamos algo que la haga sentir mejor

- Me gusta cómo piensas- sonrió, y le soltó una nalgada cariñosa para luego peinarla suavemente, para devolverle el flequillo a su lugar. - ¿Qué tienes pensado llevarle?

- ¿Qué te hace sentir mejor cuando estás de bajos ánimos?

- Tú

- That’s quite romantic- resopló, sabiendo que no era exactamente broma aunque había parecido.

- No hay mejor medicina que tú y una copa de Pomerol

- Pero Natasha no puede beber… y no creo que yo sea la mejor medicina para Natasha

- Bueno, es que tú preguntaste qué me hacía sentir bien a mí, no a Natasha- bromeó, robándole un beso corto de sólo roce de labios.

- ¿Qué hace sentir mejor a Natasha cuando está de bajos ánimos?- se corrigió, reposando su cabeza sobre el hombro de Emma, inhalando el difuminado L’Eau de su cuello, un olor que le sentaba mejor que el Chanel, y tenía coherencia su nuevo olor, le gustaba, quizás el Chanel se lo había olido a Camilla por demasiado tiempo, sí, quizás era por eso que, desde que Emma había dejado de usar aquella fragancia, Sophia le hacía el amor con más desenfreno, con más pasión.

- Cinnamon Buns de Ben & Jerry’s

- ¿Hay en el congelador?- Emma tambaleó su cabeza. – Vamos a ver, así vamos cuanto antes

- Dame un beso y te hago un Latte- sonrió, y Sophia la atacó con varios besos.

- Nunca me va a quedar un Latte como te quedan a ti

- Pues vamos por ese Latte- la tomó de la mano y se fueron, al mismo paso, hasta la cocina, en donde Sophia se iba a dedicar a revisar si tenían de aquel Ben & Jerry’s o no, y Emma que iba a prepararle el Latte a Sophia.

- Sabes, creo que tenemos que hacer algo en cuanto al congelador

- ¿Por qué?

- Porque no comemos tanto helado como crees- rió. – Todavía tenemos ediciones navideñas

- ¿Hay Cinnamon Buns?- aquel Espresso ya salía y caía en la taza mientras Emma intentaba vaporizar la leche.

- Edición Valentine’s- rió, viendo que la pinta estaba llena de corazones por la ocasión. – Supongo que es el que menos comes, porque Peach Cobbler no hay

- ¿Ni edición Valentine’s?

- Ni edición Valentine’s…sabes, todavía no entiendo por qué tienen tantas ediciones para un mismo producto

- ¿A qué te refieres, mi amor?- la leche estaba lista, y Emma tomó la taza en su mano y la jarra de leche en su otra mano.

- Si es Navidad, sacan una edición navideña, si es Valentine’s, sacan una edición acorde… ¿qué tanto ayuda para el consumismo?

- No lo sé… pero, ¿tú sabes la esencia de todas esas ocasiones?

- Tal vez por eso no lo entiendo- sonrió, viendo a Emma hacer una especie de corazón con la leche en el Espresso y tomaba un palillo de dientes.

- Verás…- suspiró con una sonrisa.

- ¿Nota cultural?

- Es correcto, mi amor- rió Emma, haciendo fugazmente un recuento de cuántas veces le había dado alguna cátedra cultural; desde curiosidades sobre animales hasta las formas en las que copulan, desde la economía mundial hasta un término tan trillado como “shit”. – Se supone que en el Siglo III, bajo Claudio II, se prohibieron los matrimonios entre jóvenes, supuestamente porque se creía que los hombres servían más en el Ejército si no tenían ataduras familiares, pues, de índole amorosa, como una esposa…- mojó el palillo en el café y empezó a dibujar una especie de curvatura alocada por el centro del corazón. – Entonces es cuando aparece el Sacerdote rebelde y decide que puede celebrar matrimonios, pero en secreto... el resto es otra historia, pero es por eso que celebran… aunque seguramente hay otras teorías…o “leyendas”, si así lo prefieres- le alcanzó su Latte, y eran dos personas besándose, muy dibujo de Kindergarten pero era alusivo al tema, como todas las veces anteriores, como todas las veces que le daba uno que otro punto cultural.

- ¿Cómo sabes todas esas cosas?

- Cuando te interesa algo, es más fácil entender y acordarte de ello- le dio un beso en la frente y se dirigió a la mesa de la entrada, en donde estaba su bolso.

- Creí que, de Historia, lo que te interesaba era de la Primera Guerra Mundial en adelante

- No es exactamente la Historia la que me interesa- sonrió, abriendo la cremallera interna de su bolso para meter su mano en el interior de éste. Y pensar que había llevado el mismo bolso por tantos meses, algo que no era normal en Emma, quien cada una semana, o dos, o menos, cambiaba su bolso, porque se aburría de tener el mismo. Pero no sacó la cajita. No era el momento.

- No creo que te interese San Valentín… no lo celebras- dio un sorbo a su Latte, intentando no destruir aquella imagen que le había sacado una sonrisa, y relamió su labio superior para quitar la espuma que se le había adherido.

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- Porque tuve que atender cosas del trabajo, aunque nadie me quita de la cabeza que mi jefe boicoteó mis vacaciones

- ¿Por qué?- preguntó el Doctor Thaddeus.

- Porque le dije que necesitaba ese tiempo para pedirle a Sophia que se casara conmigo, y no pude

- Entonces, ¿no se lo ha pedido todavía?

- No, no he podido

- ¿Por qué?

- Porque no he encontrado el momento perfecto para preguntárselo- sonrió, viendo su reloj, dándose cuenta de que le faltaban quince minutos para completar la hora entera.

- ¿No lo encontró en sus vacaciones?- Emma sacudió la cabeza al ritmo de su bostezo que atrapaba en su puño. - ¿Por qué?

- No le sabría decir- resopló. – Quizás porque estuvimos demasiado ocupadas gritando en cada Rollercoaster, teniendo ataques de adrenalina que Dios sabe cómo no nos dio un infarto al corazón, o quizás porque estuvimos conociéndonos más allá de lo que ya nos conocíamos… o quizás…- Emma resopló, y se ruborizó en vergüenza eterna. – No, sólo quizás

- Vamos, Señorita Pavlovic, dígalo- Emma sacudió su cabeza. – No puede ser tan malo- levantó su ceja.

- O quizás porque tuvimos tanto sexo que casi concebimos- se carcajeó, y eso le dio una idea al Doctor Thaddeus de qué tanto habían pasado en la cama.

- Supongo que el sexo no ha bajado de nivel

- Ni de nivel ni de cantidad, eso sólo va para arriba

- Le voy a preguntar algo, si no quiere responderlo, no lo responda- sonrió el Psicólogo, y Emma asintió. - ¿Usted se considera lesbiana?

- No sé lo que soy… pero no me importa si la gente me ve como lesbiana, como bisexual, como confundida… Sophia es mujer, y si eso cabe bajo la categoría de lesbiana, entonces sí, soy lesbiana… pero, sino, sólo soy una mujer enamorada de otra mujer… ¿es una respuesta válida?

- Totalmente- suspiró. – Ahora, después de que ha dicho todo esto, ¿considera usted que debería compartir con Sophia el secreto?

- Esperaba que usted me lo dijera

- No, yo le estoy preguntando a usted, Señorita Pavlovic- sonrió. - ¿Qué le parece lo más correcto?

- Lo correcto es ser honesta con Sophia

- Entonces, dígale- sonrió ampliamente. Emma se quedó en silencio unos segundos, contemplando su propia respuesta, ¿era correcta su respuesta?- Ahora, le tengo que preguntar, ¿el otro secreto va por la misma línea?

- Tengo que irme- murmuró al regresar a sus sentidos.

- ¿La veré la otra semana?

- Ya lo veremos- sonrió Emma, repitiendo las mismas palabras que las veces anteriores. Se puso de pie y se colocó su abrigo. – Ha sido de mucha ayuda- dijo, alcanzándole la mano.

- Es un placer para mí poder ayudarle, Señorita Pavlovic- se puso de pie y le estrechó la mano. – Espero haber podido darle la respuesta que buscaba

- Le tengo fe, Doctor Thaddeus- sonrió Emma, tomando su bolso. – Gracias por el Whisky, tenga bonita tarde- salió del consultorio sólo para pagar lo que costaban las dos medias horas, y se sintió diferente.

x

- ¿En qué piensa, Arquitecta?- sonrió Sophia al terminar de masticar el bocado de Steak.

- Hay algo que quiero preguntarte- murmuró, volviendo a ver a Sophia mientras cortaba, a ciegas, un trozo de su Steak.

- Soy toda oídos

- Si tuvieras un secreto, que no es tuyo, ¿lo compartirías con la parte afectada que no está al tanto de lo que pasa?

- Depende de qué tan grave sea, supongo- respondió. - ¿Quieres hablar sobre el secreto?- Emma se quedó pensativa unos momentos, ¿quería ella hablar sobre eso?

- No lo sé…

- Te diré algo que me ha servido a mí toda la vida- Emma asintió. – Sólo porque quieres decirlo no significa que necesita ser dicho- esa era la respuesta que Emma necesitaba, y, si colocaba las dos cosas que Sophia le había dicho, el hecho de que Volterra fuera su papá no era grave, no para ella, pues, de igual forma, Sophia había crecido sin papá, pero aquello sí aplicaba para el otro secreto, que sí era grave ocultarlo, quizás no tanto de vida o muerte, aunque sí, si implicaba vida y/o muerte. Pero, primero, tenía que razonar con Natasha.

- Gracias- sonrió, tanto con los labios como con la mirada y llevó el trozo de Steak a su boca.

- ¿Por qué?

- Por ser como eres- sonrió, y, por más que Sophia se riera de la respuesta, Emma realmente lo decía en serio, pero Sophia no se rió, sino que sólo se sonrojó. – Me gusta cuando te sonrojas

- Es incómodo

- ¿Por qué?- Sophia se encogió de hombros y Emma le lanzó un beso aéreo, cosa que la sonrojó aún más. – I’d like to take you on a date- sonrió.

- ¿Cuándo?

- Ah, Licenciada Rialto, ¿tiene agenda ajetreada?

- Es sólo que mi novia quizás tenga planes para las dos- guiñó su ojo mientras llevaba la copa de vino a sus labios.

- ¿Su novia?- Sophia asintió. – No sabía que tenía novia

- Sí, tengo… pero creo que a mi novia no le importará cancelar los planes si es para salir con usted, Arquitecta Pavlovic

- Dígame- sonrió. - ¿A dónde le gustaría ir?

- Quiero que me lleve a cenar al mejor restaurante de Nueva York, con la mejor botella de Champán… y quiero que luego me haga el amor

- ¿Por qué esperar hasta mañana?- murmuró Emma, tomándola por la cintura para acercarla hacia ella. - ¿Por qué no hacer hoy lo que se puede hacer mañana también?

- ¿Quiere hacerme el amor aquí, ahora?- susurró, llevando sus dedos a sus botones mientras Emma asentía. - ¿Qué quiere hacerme?

- Quiero ir al mejor restaurante de Nueva York, beber la mejor botella de Champán… y escuchar la mejor música del mundo- susurró, deslizando sus manos por el interior de la blusa de Sophia, paseándolas por su cadera hasta su cintura mientras su vista se desviaba hacia el sostén blanco que decoraba aquella bronceada piel. - ¿Usted sabe qué restaurante es ese?

- Creo que sí- sonrió, y le plantó un beso en sus labios mientras tomaba una de las manos de Emma y la colocaba entre sus piernas. – Creo que éste es- susurró, y continuó el beso.

Pequeño detalle: las cámaras de seguridad se activaban, en caso de que no las hubieran activado manualmente, a las cinco de la tarde, lo que significaba que todo aquello estaba siendo grabado. Y lo que aquellas cámaras grabaron no fue más que una demostración de amor y pasión sobre una plancha fría de metal, en la que Sophia se recostó para alojar a Emma entre sus piernas, para recibir la lengua y los dedos en su vulva, para mostrarles a las cámaras las expresiones faciales que Emma sabía ponerle cuando le hacía el amor, todo mientras ella, con su blusa abierta de par en par, apretujaba sus senos por encima de su sostén. Y luego fue el turno de Emma, que se subió a la plancha de metal para que Sophia la tocara, la tocara sin piedad hasta repetir aquella eyaculación pausada y repetitiva que habían logrado al regresar de sus vacaciones, todo mientras la besaba sin cesar, mostrándole su trasero a una de las cámaras, los besos a Emma a otra, el roce a otra. Todo aquello duró menos de diez minutos, pues también se demoraron por quitarse la ropa y por besarse. Nada de todo aquello habría sido motivo de inspeccionar el video de vigilancia si no hubiera sido porque, al decidir irse para continuar aquello en casa, pues la plancha de metal era demasiado fría, ordenaron todo de manera apresurada y dejaron las dos copas sucias sobre el suelo.

*

- Alec…- balbuceó Emma.

- ¡¿Alec?! ¡¿Eso es todo lo que puedes decir?!

- ¿Qué quieres que te diga?- se encogió de brazos.

- ¡¿En qué estaban pensando?! ¡No! ¡Es que claramente no estaban pensando!- gritó de nuevo.

- ¿Qué quieres que hagamos? Lo hecho, hecho está- dijo Sophia, poniéndose de pie con paso y espalda firme.

- ¡A mí las palabras de Duncan me importan un bledo, Licenciada Rialto!

- Deberían, porque fueron de Macbeth- lo corrigió, Emma la volvió a ver, estaba asombrada de que Sophia le contestara a Volterra, esa no era Sophia, pero, de alguna forma, le gustaba. Volterra permaneció en silencio de sorpresa por unos segundos. – No podemos arreglar eso, simplemente no se puede, lo único que podemos hacer es pedirte una sincera disculpa y prometerte que no volverá a pasar

- ¡Eso no arregla nada!- gritó de regreso, y Emma le iba a responder pero Sophia la detuvo.

- ¿Sabes qué?- resopló, sacudiendo su cabeza con los ojos cerrados, estaba decepcionada de Volterra. – No sé quién te crees para gritarme así, ni siquiera mi papá me gritó así, ¡nunca!- y soltó el primer grito. Sophia enojada: hola, Mundo. - ¡Cometí un error! ¡Como si tú nunca cometiste los tuyos! ¿Mis disculpas no arreglan nada? ¡Pues no pienso trabajar para usted, Arquitecto Volterra, no pienso aguantarlo! No pienso aguantar que usted insista en meterse en mi vida privada- sí, Sophia le estaba echando en cara todo lo que no soportaba de él. – Usted no es nada mío, no le da derecho, ¡a nada!- el argumento se había salido de proporción y de coherencia, pero, a este punto, ¿qué importaba?

- ¡No mezcles las cosas!- Sophia respiró hondo, cerró los ojos y exhaló el aire.

- Renuncio- dijo a secas, y Emma casi vomita de la impresión.

- ¡¿Cómo dijiste?!

- ¡Re-nun-cio!- gritó Sophia. - ¡Renuncio, renuncio, renuncio!- sonrió, se sintió más calmada.

Se volvió a Emma y le plantó un beso en los labios que tenía, por único propósito, transmitirle “cojones”.  Desprendió su gafete del bolsillo de su pantalón y lo colocó sobre el escritorio de Volterra, le sonrió a Emma y soltó su mano, comprendiendo que Emma no tenía los mismos motivos para renunciar, porque no podía renunciar, era dueña de todo aquello, ¿setenta y cinco por ciento? Abrió la puerta para encontrarse con las miradas acosadoras que habían escuchado todo aquello, podría haber sido lo que conozco como “The Walk of Shame” pero no, Sophia se sentía orgullosa, y caminó con la frente en alto, la espalda erguida, taconeó sobre los Zanotti por los que había perdido aquel juego en enero, los que eran de gamuza y de distintos colores, eran tan radiantes como su sonrisa. Al mismo tiempo que Sophia abría la puerta de su oficina, y la dejaba abierta, Volterra caía de golpe sobre su silla de cuero en completo silencio, Emma también pero sobre la butaca frente al impulsivo y gritón hombre. Permanecieron en silencio unos momentos. Sophia volcó una de las cajas en las que tenía el proyecto de Versace, arrojando todos los documentos sobre su escritorio y, en dicha caja, arrojó todas su pertenencias, tomó su bolso y, con la misma sonrisa con la que había entrado, le agradeció a Gaby y, con un saludo de manos distantes, se despidió de las Arquitectas Ross, Fox y Hayek.

- Tres cosas- comenzó a decir mientras recomponía su compostura y su postura en aquella oficina. – La primera es que debes saber que realmente lo siento mucho- continuó, repasando sus uñas con su dedo pulgar. – Reconozco que no era ni el lugar ni el momento para hacer algo así, hicimos mal, pero no hay nada que pueda hacer para borrar eso- paseó su pulgar por sus dedos. – Segundo, ese video es copia única y sólo lo revisa Mrs. Andrews y tú en caso de que necesite ser revisado… lo hiciste más grande de lo que era, pues si me hubieras dicho, el dinero es un fantástico silenciador, y ese video se destruía y todos tranquilos, no es primera vez que algo así pasa, ¿te acuerdas de Nicole? Y, tercero, ¿te das cuenta de cómo trataste a Sophia? Tú, Volterra, más que nadie, deberías tener más cuidado con Sophia… ¿o ya se te olvidó que uno de los atractivos del convenio con Trump era que teníamos a una diseñadora de muebles con el prestigio de Armani?

- Emma…- suspiró.

- No, “Arquitecta Pavlovic” para ti, Alec- y sólo eso necesitó para hacerle entender que ella estaba por encima de él, que ella era la jefa y le debía respeto, respeto que Emma a él le había perdido por la recién señora gritada. – Conmigo no pasa mayor cosa, yo soy una más en el Estudio… no tienes que hacer mayor cosa para contentarme, porque créeme que estoy furiosa- sonrió, y Volterra casi evacuó de nuevo. – Pero yo soy eso, una compañera de trabajo, tu Socia… a mí me puedes exigir lo que quieras, que te llame como quieras, aunque no, espera, no puedes- resopló, poniéndose de pie. – Pero a tu hija le acabas de marcar la barrera más grande y gruesa que pueda existir- suspiró. – Nunca dejarás de ser el Arquitecto Volterra para ella, el hombre que le gritó y que se interesaba demasiado en su vida privada… ningún papá hace eso, ni siquiera el mío me exigió que lo tratara de “Doctor Pavlovic”… el título de “papá” se gana, Alec… y tú lo empezaste a perder desde que no tienes el valor para decirle la verdad a Sophia… ¿sabes qué es lo peor?- resopló de nuevo. – Si no hubieras gritado, nadie en el Estudio se hubiera enterado que Sophia y yo estábamos en el mismo problema y que estabas enojado con las dos… será cuestión de meses y de preguntarle a todos qué fue lo que pasó- volvió a sonreír. Volterra estaba sin habla, pues claro. – Cero resentimientos, Alec, realmente cero resentimientos, te ofrezco nuevamente mi disculpa- se dirigió a la puerta, giró la perilla y haló la puerta. – Si necesitas ayuda para deshacerte de ese video, en el que se ve la mitad de lo que era, búscame…- se paró bajo el marco de la puerta y lo vio con su vista periférica extensa. – Estaré en mi casa- y cerró la puerta, caminó por el pasillo, las miradas se volvieron hacia ella así como habían sido con Sophia. – Gaby

- Arquitecta, ¿está todo bien?

- Necesito que me hagas un par de favores, por favor

- Dígame- materializó la libreta en sus manos y un bolígrafo.

- Quiero que le preguntes a Don García si estaría de acuerdo con que la Arquitecta Fox se haga cargo del diseño de su edificio- entró a la oficina y sólo buscó su bolso y su abrigo. – Si dice que sí, dile a Rebecca que es todo suyo, sino, me llamas y no le dices nada a Rebecca- se colocó su abrigo y salió de su oficina. – Segundo, averigua todo sobre la visa de trabajo de Sophia, si se termina porque renunció o le dan tiempo para buscar trabajo, quiero su estatus, por favor… no llames a Romeo Roberts, llama a Leigh Chestwick, está en la agenda de contactos del Estudio, es el que me tramitó a mí la renovación de la visa de trabajo, pregúntale todo, hasta lo más mínimo- Emma salió del Estudio, Gaby todavía tomaba nota. – Tercero, llama a Zoe, la de la floristería, y dile que necesito que me mande una flor de azafrán a mi apartamento, para hace cinco minutos- apretó el botón para llamar al ascensor. – Necesito que saques todos los proyectos de Sophia, en forma digital, por favor… mételos en algún CD o en lo que sea y, por último, que la oficina de Sophia quede intacta, por favor

- ¿Algo más?

- Nada más- sonrió. – Llámame si tienes preguntas- se metió en el ascensor y presionó el botón del Lobby mientras mantuvo apretado el botón para cerrar las puertas.

Emma salió en el Lobby y no ubicó a Sophia, se había tardado demasiado. Cruzó las puertas del edificio y una ráfaga de viento frío la golpeó de frente. Vio a su alrededor y, contra las masas de gente que cruzaban la plaza, se dirigió, en pasos largos y apresurados, pues iba corriendo, hasta la transitada acera, teniendo fe en que algún Taxi se aparcaría frente a ella con sólo levantar la mano. Y esperó diecisiete segundos hasta que alguien tuvo piedad de ella. Se subió al Taxi, y aquellos segundos se le hicieron tan largos como intensos, se incorporaron a Madison Avenue, pero los jodidos semáforos, Emma sólo quería botarlos. Detuvo el Taxi en la sesenta y dos, no tuvo paciencia para que se incorporara a la sesenta y tres para regresar a la sesenta y dos por la Quinta Avenida, le arrojó un billete de veinte dólares y cerró la puerta tan fuerte que obtuvo un grito del Taxista “Softer, Bitch!”, pero no le importó, “Because this Bitch is worried”, y corrió nuevamente, saludando rápidamente a Sergei a la entrada, quien se asombró de verla tan temprano. Llamó al ascensor, que se tardó una eternidad en llegar, pero llegó, y, al salir en el onceavo piso, respiró hondo, buscó sus llaves en su bolso.

- ¡Sophia!- llamó desde la puerta, viendo que su bolso estaba en el sillón que le daba la espalda a la puerta principal, y, contra el reverso del respaldo, estaba la caja. - ¡Sophia!- volvió a llamar, pero Sophia no respondió, y fue cuando Emma casi pierde la cabeza, quién sabe qué se imaginó, y la buscó en la habitación, en el clóset, y nada.

- Shit!- rió Sophia al Emma abrir la puerta del baño, la había asustado. .

- Aquí estás- sonrió, entrando al baño, no importándole que Sophia estaba en proceso de evacuar la vejiga con su pantalón sobre el suelo.

- Sí, aquí estoy- resopló, todavía con el corazón acelerado, viendo que Emma se hincaba a su lado y la abrazaba por el cuello.

- ¿Estás bien?- susurró, dándole besos en sus labios, evitando que Sophia pudiera responder.

- Sí, ¿por qué?

- Renunciaste

- Hasta donde tengo entendido, sí, renuncié- sonrió.

- ¿Estás bien?

- Sí…

- ¿Pero?

- I really need to pee- susurró, y Emma rió, se despegó de ella y se dio la vuelta, escuchando cómo caía aquel líquido en el agua del lugar de sacrificios.

- Perdón- murmuró Emma al escuchar que Sophia dejaba ir el agua y subía su pantalón.

- ¿Por qué?

- Porque nada de esto hubiera pasado si yo no hubiera llegado ayer

- Y nada de esto hubiera pasado si no se hubiera cometido el pecado original- levantó su ceja, trayendo a Emma a una carcajada.

- ¿Estás bien?- susurró, tomándola suavemente por el cuello y viéndola con ternura. Sophia asintió. - ¿Estás segura?

- Sí, creo que necesitaba hacer eso

- ¿Por qué?

- Volterra me asfixia- sonrió. – Es todo lo que voy a decir al respecto

Emma supo, por la mirada que Sophia le dio, que ese “Volterra me asfixia” era que Sophia ya sabía que Volterra no era su jefe, ni el novio de hace mil años de su mamá, ni su tío, ni su amigo, ni nada de todo eso, que ya sabía que era su papá y punto. Del tema no se habló más, al menos no en ese momento. Emma no insistió en preguntarle nada tampoco, simplemente dejó que las cosas fluyeran como si nada había pasado, y, en vez de insistirle, le preparó un reconfortante Brunch, nada que tostadas a la francesa y una mimosa no pudieran arreglar.

- Creí que podías tener hambre- sonrió Emma al entrar a su habitación, en donde Sophia estaba recostada sobre las almohadas mientras veía el comienzo de una serie de películas de mala calidad en lo que a la trama se refería.

- No tenía hambre, pero ahora sí- murmuró Sophia con una sonrisa, irguiéndose al oler la fusión de canela y azúcar de vainilla con las que Emma había preparado las tostadas a la francesa. - ¿Tú no vas a comer?

- Desayuné durante la reunión con García- dijo, colocándole la mesa del típico “breakfast in bed” sobre las piernas.

- ¿Qué comiste?

- Llevaron pan con mantequilla y café- rió Emma.

- ¿Y eso comiste?- Sophia levantó su copa mientras Emma tomaba la suya, eso sí bebería.

- Me alimenté únicamente de pan con mantequilla- sonrió, chocando suavemente el borde de su copa con la de Sophia, se vieron a los ojos, pues la leyenda urbana decía que, de no hacerlo, eran siete años de mal sexo, pero siempre les daba risa y terminaban por cerrar los ojos antes de chocar las copas. – Si quieres más, puedo hacerte más

- Creo que cuatro son suficientes, mi amor- sonrió, dándole un beso en los labios. – Gracias

- My pleasure- murmuró, viendo a Sophia mientras ella vertía la leche condensada sobre las cuatro rodajas, sin orillas, de aquel pan blanco que a Sophia le gustaba comer con mantequilla, azúcar y canela. ¿Leche condensada? Sí, no era algo usual, pero a Sophia le gustaba porque mataba la pincelada del sabor a huevo batido que llevaba absorbido aquel pan. – Buen provecho

- Gracias, ¿segura que no quieres?- le ofreció al estar apilando una tostada sobre la otra para, psicológicamente, comerse una y no cuatro, o algo así.

- Era pan de papa- sonrió Emma, dándose unos golpes en el abdomen, que sonaban a que todavía estaban llenos. – Pero gracias- Sophia asintió mientras masticaba, y un silencio corto pero incómodo invadió aquella habitación, que ni siquiera las peleas de Ethan Hunt tenían lugar en esa habitación. - ¿Quieres más mimosa?

- Sí, gracias- murmuró, viendo a Emma salir de la habitación para traer la jarra. Tenían que hablar. Sí, tenían que hablar, al menos eso pensaba Sophia. - ¿Con qué la hiciste?- preguntó Sophia al Emma entrar nuevamente a la habitación.

- ¿No te gusta?

- Sí, sí me gusta… sabe un poco diferente, y no es por lo dulce de esto- dijo, apuntando a su pila de tostadas a la francesa. – Creo que me gusta más que la mimosa convencional- y lo dijo en serio.

- Es jugo de naranja, Bollinger y un poco de sirope de Hibiscus

- Sí, lo zesty la hace más refrescante- frunció su ceño, preguntándose cómo no se le había ocurrido esa combinación a ella.

- Glad you like it- sonrió, y le dio un beso en su cabeza para luego verter un poco más de mimosa en su copa y en la de Sophia desde la jarra.

- Emma…- suspiró, sabiendo que esa plática la quería tener, y cuanto antes. Emma la volvió a ver y supo, por la mirada de Sophia, que algo le abrumaba, y no precisamente era el acoso de Volterra, que tal vez la palabra era fuerte, pero eso aparentaba ser al ojo público. – Tenemos que hablar- Emma bebió su copa hasta el fondo y se preguntó por qué no había sido más Bollinger que lo demás. Odiaba esas tres palabras, eran las palabras que la descomponían, pues no tenía buenas experiencias basadas en esas tres palabras, pues las había escuchado de Franco cuando su abuela había fallecido, de su primer novio cuando la fecha de expiración de aquella relación había llegado, del mismo imbécil, el que acabo de mencionar, cuando la chantajeó, las mismas palabras que Franco utilizaba para reprenderla por sus calificaciones, que por qué tenía A y no A+, o B y no A+, esas palabras no eran nada bueno en la vida de Emma, en la vida de nadie creo yo.

- De lo que quieras, mi amor- sonrió falsamente.

- ¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué sigue?

- Bueno, hay muchas opciones

- ¿Como cuáles?

- Puedes tomarte tu tiempo para buscar un trabajo o simplemente empiezas enseguida, como tú quieras- sonrió. – O puedes tomar nuevamente la plaza

- ¿La plaza a la que acabo de renunciar?

- Sinceramente, no creo que hayas renunciado a la plaza, sino a lo que dijiste, a seguir soportando a Volterra… la plaza es tuya si la quieres

- You have no regrets whatsoever, ¿verdad?- resopló, refiriéndose al episodio del taller.

- Sé que estuvo mal, que no era el lugar… todavía no sé cómo se me olvidaron las cámaras, si Nicole sufrió del mismo mal…

- What?

- Si Nicole tuviera que nombrar a su hijo tras el nombre en el que concibió al hijo que espera… se llamaría “V&P Workshop”- Sophia soltó la carcajada.

- Entonces, ¿no te arrepientes porque no eres a la primera a la que le pasa?

- No, no me arrepiento porque no podría arrepentirme de hacer esas cosas contigo- Sophia se sonrojó. – No me importa si los del Estudio se dan cuenta que soy lesbiana, o que hice lo que hice… igual, todo sería una leyenda urbana, como la de Nicole

- ¿A qué te refieres?

- El video sólo se reproduce una única vez, si lo quieres reproducir otra vez necesitas la contraseña de Volterra… igual si quieres sacar una copia del video, necesitas la contraseña… el video ya no existe, como el de Nicole… Poof! Gone.

- Las maravillas que se pueden hacer por teléfono, supongo

- Eso y lo que mil dólares significan para Mrs. Andrews- sonrió. – Pero, volviendo al tema… si quieres la plaza, tómala…

- No puedo, acabo de renunciar

- ¿Sabes lo difícil que es encontrar a alguien que sea minúsculamente compatible con tu perfil?

- Eso es porque soy única- sonrió con su ceja levantada, bueno, al menos tenían buen humor las dos.

- Regresa a trabajar conmigo

- Emma, acabo de renunciar- dijo de nuevo.

- ¿Es por la paga? ¿Por el horario?

- No, es sólo que no quiero soportar a Volterra

- Por eso, trabaja conmigo… no trabajes para él

- ¿Cómo piensas hacer eso?

- Sophia, Sophia, Sophia…- tarareó. – Yo soy tu jefe, no él- rió.

- ¿Desde cuándo?- se carcajeó.

- Desde principios del año fiscal con la reestructuración, ¿no estabas en la reunión?

- ¿En cuál de todas?

- En la que dijimos que Volterra era el encargado de la parte de Arquitectos e Ingenieros y yo de la parte de Diseño de Interiores- se rió.

- Pero de esa parte sólo estábamos tú y yo

- Sí, y, hasta donde tengo entendido, y sin ofenderte- sonrió. – No eres Arquitecta

- Primera vez que eso no suena mal, Arquitecta- rió Sophia.

- Yo decido con quién quiero trabajar… y ya busqué demasiado tiempo, no encontré a nadie con tu perfil ni con tu experiencia… y yo sé que I’m full of shit… pero Volterra no está en la posición de pelear conmigo, ni en mi área, ni en nada…

- ¿Tiene eso algo que ver con el setenta y cinco por ciento?

- Natasha sólo es Socio oficial, no es material ni intelectual… pero eso es algo que nunca escuchaste de mí

- ¿No es fraude eso?

- Sí y no… es fraude pero no es ilegal…

- Ese tipo de fraude es nuevo para mí… pero confío en que estás haciendo las cosas bien

- Todo es legal, mi amor- se volvió a las tostadas a la francesa y comenzó a cortar la pila en pedazos. – Mientras decides qué hacer, tienes a donde vivir y me tienes a mí

- Me gusta trabajar ahí… de verdad

- Entonces, ¿quieres regresar?

- Sí- se sonrojó.

- Sólo quiero que entiendas algo…- clavó el tenedor en múltiples pedazos de tostada a la francesa. – Renunciar no fue un error, no tienes que avergonzarte por querer la plaza, tampoco porque, eventualmente, después de esa gritada que se dieron entre tú y Volterra, te verán en el Estudio de nuevo… - llevó el tenedor a la boca de Sophia. – Si la vergüenza es grande… yo me encargaré de que no sientas vergüenza

- You’re too nice- sonrió entre su bocado mientras Emma clavaba más pedazos en el tenedor.

- Dame dos semanas para arreglarlo todo, tu nuevo contrato, todo…

- Está bien

- ¿Te sientes mejor?- llevó nuevamente el tenedor a la boca de Sophia. Ella asintió y se tomó el tiempo para masticar y tragar. - ¿Qué quieres hacer ahora?

- Creo que me consientes demasiado

- Creo que te consiento demasiado poco- sonrió Emma, clavando los últimos pedazos de comida en el tenedor y llevándolos a la boca de Sophia. - ¿Qué quieres hacer?- preguntó de nuevo, colocando el tenedor sobre el plato.

- Lo que tú quieras

- Iré a dejar esto a la cocina, porque Ania ya va a venir… así lo limpia- sonrió. – Cuando regrese, quiero que me digas qué quieres hacer. Sophia sonrió, dándose cuenta de que lo que Emma quería hacer era lo que ella quería, qué difícil, ¿qué hacer para que Emma no se aburriera? - ¿Ya lo pensaste?- dijo Emma al entrar a la habitación nuevamente, que cerró la puerta tras ella y se acostó al lado de Sophia.

- ¿Es legal si te digo que quiero quedarme así, contigo?- murmuró, enrollándose contra el costado de Emma, apoyando su cabeza entre el brazo y el pecho de Emma, paseando su mano por el abdomen de su técnicamente-jefa hasta que logró introducir su mano entre los botones de la camisa para acariciar su piel.

- Totalmente legal y válido- sonrió, abrazándola, ambas viendo aquella película que ya no me acuerdo cuál era, pero estaba aburrida, tanto que ambas cayeron en un sueño.

Pero a Emma, como siempre, no le duró mucho. Apenas media hora de sueño, lo suficiente para darse cuenta, de una buena vez, que su relación con Sophia trascendía más allá de una relación de trabajo, de jefe-empleada, de compañeras de trabajo, y que no era una locura por muy loco que le pareciera a cualquiera. Era lo que quería, tal vez eso estaba esperando, ese día, que nada había estado bien; Volterra le gritó a Sophia, Sophia le gritó a Volterra, Sophia renunció, Sophia sabía que Volterra era su papá pero no quería hablar del tema, Volterra asfixiaba a Sophia, sí, todo había estado mal, lo único que prevalecía sobre todo aquello era que habían podido hablar civilizadamente, que se tenían una a la otra, que Sophia se iba a apoyar en Emma y Emma la iba a apoyar, en lo que decidiera y en lo que no, dentro de todo, lo único bueno, eran ellas dos. Y fue cuando a Emma se le ocurrió lo que se le ocurrió. Sophia había trasnochado, algo que no era proporcional a las horas de sueño que había obtenido en la noche, pues no sólo se habían embriagado lo suficiente como para entrar en modo estúpido y ridículo, sino que se habían desvelado haciendo el amor. Sophia necesitaba dormir, y eso iba a hacer, Emma le calculó seis horas de sueño. Seis horas le alcanzaron para definir la cita que tenía con Sophia. No fue fácil. ¿Cuál era el mejor restaurante de Nueva York? Era el que servía la comida que Sophia podía comer todos los días y que nunca se aburriría, en el que estaba el ambiente y la música que a Sophia le gustaba. ¿La mejor botella de Champán? A Sophia le gustaba el Bollinger Blanc de Noirs. No tenía sentido para nadie más que para Emma. Recibió lo que Gaby le había pedido a la floristería, la flor de azafrán y un pedido de tres docenas de color rojo. Pidió la comida, todo aparte porque era demasiado temprano, sólo la calentaría y la arreglaría cuando Sophia se despertara, y metió la última botella de Bollinger que tenía al congelador, calculando que, en dos horas, estaría listo.

- ¿Qué haces aquí?- dijo Emma, que lo esperaba con la puerta abierta para que Sophia no se despertara al él tocar el timbre de la puerta.

- Vengo a disculparme con Sophia- dijo en su voz vencida y resignada.

- Está dormida

- Despiértala- la miró con ojos de súplica, pero eso, con Emma, no funcionaba en ese momento.

- No

- Por favor

- Alec…- suspiró. – Deja de asfixiarla, por favor… te lo digo con buenas intenciones, dale su espacio…

- ¿Ella está bien?

- Sí, está bien…

- Me equivoqué feo, ¿verdad?

- Es de humanos equivocarse- sonrió, dándole unas palmadas en su hombro. – Todos tenemos la culpa

- Perdí la cabeza cuando la vi así, en esas cosas…

- Alec, lo siento, no puedo hacer nada para quitar esas imágenes de tu cabeza… no me acordé que había cámaras, tampoco supe actuar racionalmente

- Lo sé, Emma, lo sé…

- Pero tienes que decirle, porque se ve mal…

- ¿Qué es lo que se ve mal?

- Que actúes como su papá cuando, oficialmente, no lo eres, que la humilles así siendo ella tu hija… simplemente se ve mal, cualquier otra persona te habría demandado por acoso sexual… o le dices todo o tomas distancia, no hay un punto medio para pretender

- No tengo el coraje suficiente para decirle, no es tan fácil

- Sophia no es tonta, Alec… tarde o temprano, se dará cuenta… no es el secreto mejor guardado

- Ni siquiera sé cómo decirle a Camilla que Sophia renunció

- No se lo digas, porque Sophia no me ha renunciado a mí, y te acuerdo que yo soy su jefa, no tú

- Creo que estoy demasiado estresado con lo de Washington

- Tómate unos días para relajarte, te vendrían bien… te harían olvidar- sonrió.

- Tal vez tengas razón… - susurró. – Olvidaste tu iPhone en la oficina, ha estado sonando toda la tarde dice Gaby

- Gracias- dijo, tomando el iPhone de la mano de Volterra. – Oye… todo va a estar bien

- ¿Qué pasa si nunca me perdona?

- Eventualmente lo hará… como te digo, los tres tenemos la culpa… no seas tan duro contigo mismo

- ¿Cómo puedes estar tan fresca después de lo que pasó?

- No me tomo las cosas tan en serio- sonrió.

- ¿Emma?- murmuró Sophia a sus espaldas, todavía se rascaba los ojos con sus dedos ante la cegadora luz del pasillo.

- Sophia- susurró Volterra.

- Ah, hola- sonrió, olvidando que estaba sólo en la camisa en la que había renunciado y en los panties que llevaba bajo el pantalón que había perdido antes de quedar dormida. - ¿Qué haces aquí?

- Alec ya se iba… vino a dejarme mi iPhone- dijo, mostrándole el teléfono en su mano.

- Sí… bueno- balbuceó Volterra. – Tengo mucho trabajo, debo irme…- sonrió, y se rascó la calvicie con la palma de su mano. – Nos vemos mañana, Arquitecta

- Buenas noches, Alec- sonrió, abrazando a Sophia por su hombro mientras veían a Alec retirarse por el pasillo para luego cerrar la puerta. - ¿Qué tal dormiste?

- Rico… ¿qué hacía Alec aquí?

- Vino a dejarme mi iPhone- dijo nuevamente.

- Digamos que te creo- sonrió, dándole un beso en sus labios. – Tengo hambre

- ¿Quieres comer?

- Por favor- sonrió.

- No creas que se me ha olvidado

- ¿Qué cosa?

- Lo que me dijiste ayer- sonrió Emma, dándole un beso en su frente. - ¿Quieres ir?

- Sólo me voy a vestir

- No

- ¿No?

- Así estás bien- murmuró, tomándola de la mano, dándole gracias a Dios que no había tenido que despertarla, bueno, gracias a Volterra mejor, gracias por haber aparecido antes y no después de aquello, gracias por no haber sido durante.

- ¿Estás segura?- bostezó.

- Totalmente- caminó por el pasillo interno y se paró justo enfrente de la habitación del piano. – Cierra los ojos- susurró, y Sophia obedeció. Se dejó guiar por Emma hasta notar que salían al balcón y Emma la sentaba en una de las sillas de la pequeña mesa de café parisino para luego envolverla en una cobija por el frío, tomó la cajita de gamuza cian y sacó el anillo del interior para ponérselo en su dedo anular pero con el diamante apuntando hacia el interior de la palma de su mano. – Abre los ojos- Sophia los abrió y vio alrededor suyo, no era nada más que la noche neoyorquina, más bien el atardecer neoyorquino, algo que le gustaba, y mucho.

- ¿Qué es esto?- murmuró, refiriéndose a la cúpula de metal que estaba frente a ella.

- Ábrelo- sonrió, acariciando la pulcritud del anillo que tenía en su dedo anular, más bien la pulcritud del diamante amarillo. Sophia quitó el cobertor y se encontró con un florero corto y cuadrado, lleno de pétalos de rosas rojas.

- ¿Dieta nueva?- sonrió, sabiendo que Emma tenía algo preparado para ella, quizás para levantarle el ánimo.

- Hay ciento noventa y seis pétalos

- ¿Qué significan?

- Este año se vendieron ciento noventa y seis millones de rosas rojas para el día de San Valentín… tú me dijiste que no me interesaba San Valentín porque no lo celebraba- sonrió. – Y no, no lo celebro, pero no porque no me interese, o porque sea anti amor… sino porque no entiendo por qué sólo un día te deban regalar rosas

- ¿Porque se supone que es un día especial?- resopló, acobijándose porque el frío era demasiado, pues sólo estaba en panties y camisa.

- ¿Por qué es más especial ese día que el resto de los días del año?- murmuró Emma, poniendo su mano izquierda sobre la mesa, sobre su dorso para que Sophia se la tomara. - ¿No te gustaría que te mandara flores sólo porque me dieron ganas y no porque todo el mundo lo está haciendo?

- Nunca me has mandado flores… supongo que nunca te han dado ganas- sonrió, y Sophia sólo bromeaba, pero era cierto, y no era algo que le reprochaba a Emma, pues, es que las flores no era algo que le fascinara; de flores sabía lo mínimo, sabía lo poco de flora que había llevado en Biología hacía más de diez años en el colegio, sabía lo de su clase de Botánica I y II, lo de su Seminario de Paisajismo, todo en el primer año de su Bachelor, hacía demasiado tiempo, y no era un tema que le apasionara; nada como experimentar con Magnesio y un mechero de Bunsen, o Sodio y agua en una caja Petri, o aquello de concebir y concretar sus muebles, no había nada mejor que eso, ni las flores, ni los chocolates, que los chocolates no eran sus favoritos, no era un “sweet tooth”.

- Hoy me dieron ganas- sonrió Emma, indicándole con la mirada que debía remover los pétalos de rosa. Sophia introdujo su mano en el florero y removió los pétalos hasta encontrar la flor de azafrán.

- ¿Cuál es la ocasión?

- Que es dos de octubre- sonrió.

- ¿Qué tiene de especial el dos de octubre?

- Por ahora, nada- sonrió Emma. – Tengo una pregunta para ti

- Dime

- ¿Qué te hace sentir especial? 

- No lo sé- se encogió de brazos. – Tengo mucho tiempo de estarme sintiendo especial… ya no sé qué es no sentirme especial

- ¿Qué te hizo sentir especial?- volvió a verla, entrelazando sus dedos de la mano izquierda con los de la mano derecha de Sophia.

- La buena suerte me hace sentir especial, supongo- Emma se puso de pie, obligando a Sophia a que se pusiera de pie también.

- ¿Qué es la buena suerte para ti?- murmuró, llevando a Sophia a la baranda del balcón.

- Nunca creí en la buena suerte per se- sonrió, intentando mantener la cobija alrededor de ella. – Pero es cuando te pasa algo que no precisamente buscas…

- ¿No entraría la mala suerte en esa definición también?

- Pues, yo no te busqué, simplemente apareciste- sonrió de nuevo.

- ¿Y estás segura de que yo soy la buena suerte y no la mala suerte?

Mala suerte sería si te hubiera buscado toda mi vida, sin descansar un tan solo segundo, y nunca te hubiera encontrado

- Entonces, ¿por qué soy yo tu buena suerte?

- Diré dos puntos- se aclaró la garganta. – Primero, porque yo no buscaba a nadie, nunca lo busqué- dio un respiro de la brisa fresca, de aquellos que purificaban no sólo los pulmones, sino el alma también. – Segundo, porque, ¿cuáles son las probabilidades, dentro de no buscar, que encuentres a alguien tan diferente pero tan igual a ti? Tercero, ¿en qué dimensión perdida haces que una persona heterosexual se fije en ti? Cuarto, ¿en qué mundo logro que Emma Pavlovic se fije en mi?- Emma sólo se carcajeó, casi se ahoga con su propia saliva. - ¿Le parece algo gracioso, Arquitecta?

- Licenciada, usted sí se da cuenta de que usted es la principal causa de que mi Ego sea tan grande como para que esté considerando comprar una cama más grande, ¿verdad?- rió.

- ¿Lo dice por lo último que dije?- Emma asintió y Sophia sacudió su cabeza mientras reía nasalmente. – No estaba bromeando, mi amor… mi buena suerte es que te fijaste en mí

- Interesante definición- levantó su ceja.

- Ah- rió nasalmente, apoyando su frente contra la de Emma. – Creo que usted, Arquitecta, tiene una definición distinta para “buena suerte”- murmuró entre los ruidos urbanos de Nueva York, aquellos que se fundían con los ruidos de la naturaleza de Central Park, que estaba al lado izquierdo de aquel balcón, posó sus manos sobre el pecho de Emma y las deslizó por debajo de las solapas de la bata negra que traía encima pero abierta, y descubrió, sin quitarle la bata, el babydoll blanco, a impresión de florecillas azules, que le llegaba hasta más arriba de medio muslo.

- Bueno- suspiró, tomando la mano derecha de Sophia en la suya para besar sus nudillos, empujando el anillo con su pulgar hacia el interior de su dedo, asegurándolo. No despegó su frente de la de Sophia – No es tan distinta

- Ilumíneme- se cruzó de brazos por el frío y reposó su cabeza sobre el hombro de Emma, y Emma terminó por decidirse.

  

- Sí, buena suerte es encontrar lo que no se busca…- deshizo el nudo en el que se encontraban los brazos de Sophia, sólo con sus dedos, con la punta de ellos para no rozarla con el anillo. – Pero también es entrar en la dimensión de lo que te hace cambiar- tomó las manos de Sophia, descansando sus dedos a lo largo de su dedo índice y tomándolos con sus pulgares. Sophia levantó su rostro.

- El cambio no siempre es bueno

- Si hablas del cambio que promete cualquier político- sonrió, acariciando los dedos de Sophia con su pulgar. – No es siempre bueno…

- ¿Pero?

- Mi buena suerte es que me has hecho cambiar…- Sophia la vio con confusión, como si necesitara una explicación más allá de una simple “iluminación”. – Yo no sólo era egocéntrica, era egoísta también… era una compilación de opiniones, comentarios, recuerdos, planes y dudas… - entrelazó sus dedos con los de Sophia, y Sophia sintió el interior del dedo anular de Emma, le incomodó el tamaño de la roca, no se acordaba que el anillo del rubí tuviera una roca tan grande, no, el rubí no era así de grande, tampoco tenía puntas, ¿o sí? ¿Por qué lo estaba utilizando al revés?-  Buena suerte fue encontrar a esa persona que pudiera sacar lo mejor de mí… - soltó su mano izquierda de la derecha de Sophia y la llevó a su mano derecha, posándola sobre los dedos de la rubia que escuchaba en silencio, viendo la reluciente banda de oro blanco, que era más delgada que la del anillo que siempre solía utilizar. – La persona que me obligara, sin obligarme, a sacar, desde la raíz, todas mis inquietudes, que me inspirara decirle lo que pensaba por muy crudo y cruel que fuera, la persona que me hiciera enfrentarme a mis recuerdos, hasta al más sombrío y autodestructivo por mantenerlo en secreto… la persona que aclarara mis dudas, la que asegurara y cambiara mis planes… esa sería la misma persona que me enseñaría un poco de humildad, la misma que me enseñaría a compartir- colocó el pulgar de Sophia sobre la roca, el índice y medio sobre la banda, y extendió su dedo anular. – Buena suerte es saber que puedo confiar en alguien que no sólo me va a escuchar, sino que también me va a entender, buena suerte es saber que puedo ser quien soy, sin ninguna máscara, sin ninguna fachada, buena suerte es saber que todo lo mío es tuyo- llevó sus dedos a los de Sophia y, lentamente, deslizó el anillo hacia afuera, Sophia sólo permaneció en silencio. – Buena suerte es saber que puedo llamar “hogar” a un simple apartamento, buena suerte es saber que puedo tener el coraje para estar aquí y ahora- tomó el anillo, que todavía la roca apuntaba hacia el suelo y no se veía mayor cosa de lo que lo componía, y lo llevó a su dedo índice, deslizándolo, horizontalmente, desde el dedo índice de Sophia hasta el anular de la mano izquierda. – Buena suerte es saber que tengo todo lo que quiero, y lo que nunca supe que quise, concentrado en un lugar, en una persona…- deslizó el anillo a lo largo de aquel dedo, y sólo supo entender que, por la respiración agitada de Sophia, estaba nerviosa, pues la rubia tonta no era. – Me di cuenta de que no soy egocéntrica, simplemente tengo un Ego muy grande… porque no quiero que todo gire alrededor mío… - y justo cuando pronunció aquel verbo conjugado, “gire”, giró el anillo, llevando el diamante amarillo, y los diamantes blancos que yacían lateralmente de aquel céntrico diamante, hacia la vista de Sophia.

- Mi amor…- susurró en tono casi mudo y la vio a los ojos con nerviosismo, sí, las dos estaban nerviosas.

- Marry me- susurró, entrando al segundo más eterno de toda su vida, al segundo que duró, según Emma, dos horas y treinta y siete minutos con doce segundos, el segundo que Sophia se tomó para responder. 

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