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Antecedentes y Sucesiones - 6

en Grandes Series

Septiembre dos mil doce. Sophia terminaba de ensamblar su obra maestra, su cama, en el taller de Davidson Avenue, en donde realmente esperaba ver a Emma para recordar su cara, que con el tiempo se le había olvidado, pero nunca la vio, quizás Emma nunca iba al taller, pues era eso, nunca iba, no le gustaba ir, no tenía por qué ir, si todas sus piezas eran compradas y no hechas, eran las ventajas de tener todo comprado, de convencer al cliente de comprar todo o de restaurar los que ya se tenían y no querían perder. O iba una vez a las aburridas a las ocho de la mañana, cuando recién abrían. No veía el día en que podía comenzar realmente a trabajar, que las preguntas la invadían, ¿cómo sería el ambiente? ¿Serían todos como en Armani Casa? ¿Serían todos juntos pero no mezclados? ¿Cómo se manejaban las cosas? ¿Qué pasaba si no encajaba? Sophia nunca había estado tan insegura en toda su vida, pero hacía lo que su mamá le había dicho, lo que le había aconsejado, aquella frase de “déjate llevar, deja que las cosas sigan su curso” era lo que la había llevado a Manhattan, aunque no podía negar que era difícil, sin conocer a otra persona además de Volterra, con quien se veía un par de veces a la semana para cenar, y era cuando mejor se lo pasaba, al menos podía hablar cómodamente con alguien que conocía, y que le caía bien, pues Volterra era gracioso, se interesaba por saber cómo estaba, cómo se sentía, las preguntas básicas que tenían que ver con el estado emocional. Y aquella noche, que no se vio con Volterra, pues estaba en Pittsburgh, decidió salir de su apartamento, que a veces el piso cuarenta y uno, al ver hacia abajo, no le aterraba, pero la hacía cuestionar la expresión: “mientras más alto, más duele el golpe”, y era porque creía que, a cuarenta y un pisos sobre la calle, el golpe ni se sentiría. Salió a cenar, sola, pues no conocía a nadie más que a los del taller y a Volterra, a un par de calles y avenidas de su edificio, a comer un poco de italiano, lo que ya extrañaba, pues tampoco era como que el neoyorquino cocinaba, lo podía notar por el tamaño de su cocina, aunque procuraba tener comida que no se tuviera que cocinar; entre una dieta de frutas y verduras, sopas instantáneas y quesos y embutidos, y, claro, un poco de pan. Y, después de una Minestrone y una Dr. Pepper, vaya combinación, caminó de nuevo hasta su apartamento, fumando su cigarrillo entre la noche fresca, que podía empezar a sentir el frío, el potencial frío.

 

- Estás loca- rió en aquella voz áspera y desinhibida, dos tonos por arriba del volumen promedio pero sin gritar, era porque la otra mujer la arrastraba, y hablaba entre risas, voz sin restricción de una perfecta gesticulación y pronunciación de cada palabra, de cada ausencia de palabras, en un tono creado entre la nariz y la epiglotis, en pausas toscas y marcadas por un acento foráneo. - ¿Me vas a meter ahí?- volvió a reír, en su voz suelta y carrasposa, en su acento británico.

 

- Vamos, sólo entra- reía la otra, que Sophia no sabía si era rubia o no, pues, eventualmente, lo rubio desaparecía en cabello castaño. – Tengo muchísimos billetes de un dólar- remedaba su acento británico.

 

- ¿Cómo voy a entrar a un Stripclub?- “por la puerta”, pensó Sophia, pero la otra la seguía arrastrando hacia donde había dos hombres, enormes, de enormes músculos que guardaban una puerta con aspecto de entrada de perdición femenina, como si hubiera sido la inspiración de “Magic Mike”.

 

- Sólo disfruta de los machos- reía, acordándose de las palabras de Phillip: “Macho sólo hay uno: yo. Pero puedes llevar a Emma a que vea que hay más hombres además de Fucker”, y le había alcanzado un rollo de billetes de un dólar.

 

Y Sophia no las seguía, simplemente ellas caminaban, o se arrastraban, a lo largo de la acera contraria, pero Sophia, ante su discapacidad de poder ver de lejos sin gafas, no logró reconocer a ninguna de las mujeres, más porque era de noche, y la iluminación no ayudaba en lo absoluto, y por eso sólo siguió caminando, inhalando su cigarrillo hasta su edificio, en donde, a falta de televisor y sólo con Wi-Fi, decidió desempacar su nueva MacBook Pro de quince pulgadas, que era más potente que casi cualquier portátil, pues era el único que podía correr AutoCad y SketchUp sin mayores dificultades, al menos las últimas versiones, que eran las más completas. Y, al haber comprobado el sistema operativo, haberle instalado todos los programas que tenía que tener, habiéndole dado las ocho de la mañana del siguiente día, tirada sobre su colchón inflable, se dispuso a colocarle los respectivos cobertores a su portátil, que el de la tapa era la Snow White’s Evil Witch, que sostenía la manzana, por encima un cobertor transparente para proteger el aluminio. Terminó por caer muerta mientras esperaba las veinticuatro horas de reposo del protector líquido.

 

- Buenas tardes, Arquitecta- se asomó Volterra a la oficina de Emma.

 

- Hola, Alec, pasa adelante, por favor- sonrió, con la sonrisa más cansada de toda su vida, pues habían salido, con Natasha, de aquel Stripclub a eso de las cuatro de la mañana. - ¿Cómo va todo en Pittsburg?

 

- Mejor que con tu cara- rió, burlándose de las ojeras y de la expresión de resaca que tenía Emma. - ¿Noche difícil?

 

- Ni quiero acordarme- suspiró, terminando de escribir un e-mail a los corresponsales del proyecto de Louis Vuitton. No era que no quería acordarse, es que no se acordaba.

 

- ¿O es que no te acuerdas?

 

- Sólo quiero irme a dormir- sollozó, viendo la hora, que apenas eran las dos de la tarde.

 

- Vete a casa, necesitas descansar… será nuestro secreto

 

- A ver… ¿qué ocurre?

 

- Nada, ¿por qué?

 

- Tú no eres así a menos que tengas algo que decirme o algo que pedirme

 

- Bueno, quería consultarte sobre una contratación, de un Arquitecto novato, recién graduado

 

- Contrátalo si quieres… sabes que en eso no me meto, contrata a Manhattan entero, siempre y cuando no me lleves a la quiebra, adelante, no me lo consultes, confío en tu juicio- sonrió, viendo su reloj, que no había pasado ni un minuto.  - Trae el contrato y lo firmo

 

- Está bien- rió. – Ve a casa, descansa, ¿está bien?

 

- A veces siento que te adoro, Alec

 

- No me vas a adorar dentro de poco- guiñó su ojo, pero a Emma le pudo importar mil carajos, sólo tomó su bolso y, pasando por el pasillo, despachó a Gaby, que al fin la tenía de regreso, pues no sabía cómo había sobrevivido sin su enorme ayuda por tanto tiempo.

 

Octubre dos mil doce. Siete de octubre para ser exacta. Emma se levantó después de los alcoholizados días, viernes y sábado, pues el viernes había cumplido años Natasha, y, el efecto del alcohol, le había durado tanto, que había pasado todo el sábado en la cama, sin levantarse, sin comer, sólo tomando de las seis botellas de Pellegrino que había logrado ir a traer por la mañana, que ahora estaban tiradas sobre la alfombra, vacías, arrojadas sin cuidado, y eran las tres de la tarde, que, después de un día sin bañarse, Emma no se sentía tan sucia, por primera vez en su vida, pero se arrastró, todavía con un leve dolor de cabeza, hacia su walk-in-closet, en donde admiró la repletitud de él y amó las dimensiones de aquello, y caminó hacia el interior para deslizarse en ropa deportiva, pues, por alguna razón, tuvo antojo de trotar por Central Park, ir a visitar a sus amigos los patos, que eran tan grandes, que parecían perros, y era culpa de Ella Natasha Roberts. Se metió en su sostén deportivo Supernova, en esta ocasión rosado, seguido por una ajustada camisa amarilla desmangada, leggings de entrenamiento, un suéter ajustado, en total desproporción cromática, y en sus zapatillas Stella McCartney, que Natasha siempre la molestaba porque decía que ni para correr dejaba aparte las marcas, pero para Emma no había nada como una fusión de un buen zapato, cómodo, funcional, y bonito. Y salió de su apartamento, con su cabello, sucio, pero ¿para qué lavarlo antes? Lo atrapó en el único tipo de gorro que se ponía, de esos de invierno, y, con las llaves del apartamento en el bolsillo de sus leggings, trotó, desde su edificio hasta el MET, atravesándose Central Park por Transverse Road hasta el museo de Historia de Historia Natural, llegando hasta Lincoln Square, yéndose por Amsterdam Avenue hasta que se convirtiera en la décima avenida, pasando Hell’s Kitchen de largo, mientras escuchaba música inalámbricamente, pues su iPod se encontraba amarrado a su brazo por debajo de suéter, y llegando a la cuarenta y dos, corriendo a lo largo con “Show Me The Money” de Petey Pablo en sus oídos, pasando Bryant Park de largo hasta incorporarse a Madison Avenue pero para bajar hasta Madison Square Park, irse por la veintiséis hasta la segunda avenida, con Flo Rida de fondo, hasta la cincuenta, y correr la cincuenta hasta llegar a Rockefeller Center, para incorporarse nuevamente a Madison y subir, desde la cincuenta, hasta la sesenta y dos, y “Summertime Sadness” sonaba, y a Emma sólo le daban ganas de llorar, no sabía por qué, pero quería estar en Roma, penosamente enrollada en una cobija en la cama de Sara, que la abrazara. Hormonas. Casi tres horas después llegó a su punto de partida, muerta, sin aliento, famélica y sedienta, que terminó comprando tres hot dogs del carro frente a su edificio, que, para cuando llegara a la puerta de su apartamento, todo estuviera en su estómago ya.

 

Se arrojó a la ducha, no sin antes odiando tanto sudor, que fácilmente podría haber podido exprimir hasta el suéter, y se sentó en la ducha, en su nueva ducha, con paredes de vidrio, con un grosor de dos pulgadas, que estaban perfectamente instaladas, por fin, y lavó su cabello mientras escuchaba a Snow Patrol salir de los parlantes impermeables de la ducha, mientras lavaba su cuerpo con el jabón Jo Malone, y cantaba, a pulmón vivo y flojo “Hang Over” de Taio Cruz. Salió de la ducha, estirándose antes, sabiendo que tenía que darse un shock de potasio antes de que le dolieran sus oxidados músculos, y, en vista de que todavía tenía hambre y tenía cuatro bananos, que nunca tenía bananos, se los devoró, no sin antes pensar, o imaginarse, lo que Natasha diría si la viera comiendo bananos, no en rodajas, sino desde la cáscara; pues Natasha tenía un método bastante peculiar para comer bananos, para no verse muy sexual: cortaba la mitad de la cáscara, a lo largo y se lo comía a cucharadas. Y se encontró sin anda por hacer, su rompecabezas de cinco mil piezas ya lo había terminado, por lo que lo desarmó y lo guardó en su respectiva caja, para guardarlo en la habitación del piano junto con los demás, con los otros dieciséis que ya había armado y se detuvo a ver su piano, el Steinway A que Margaret le había regalado. Sacó el banquillo y se sentó, acariciando la cobertura de las teclas con ambas manos, y lo abrió. Acarició las teclas, sintiendo que las manos le ardían, como todas las veces que se acercaba a un piano, que el ardor psicológico y físico en sus manos se hacía más fuerte a medida que lo tocaba, pero que dejaba de arder al tocar una pieza sin ningún error. Empezó despacio, acorde fuerte, y acordes suaves y tiernos, acordándole de una tergiversación de recuerdos, que no sabía si era película de Disney o qué, pero la tocó, con sus ojos cerrados, llena de sentimiento, pues sólo le acordaba a que aquella canción sonaba en el fondo cuando vio a su mamá sonreír amplia y verdaderamente por primera vez; que dibujaba una “S” muy ancha, que la curvatura superior era cerrada, pues una línea recta salía tangencialmente a ella, formando una “P”, para luego escribir “eccorini” en una letra ancha y suelta, como si fueran rizos alocados, terminando con una curva, estilo Nike, invertido que subrayaba aquel garabato.

 

Y se acordó de la letra de aquella canción, “It’s All Coming Back To Me”, y balbuceó mentalmente, entre su furia, “But if I touch you like this, and if you kiss me like that, It was so long ago, but it’s all coming back to me now”, y dio un golpe iracundo a las teclas, causando un estruendo que, al tener presionado el Sostenuto, se alargó, y duró lo que su ahogo mental y psicológico duró, pues aquella canción de un melancólico amor, también podía verlo de la otra manera, de la manera dolorosa, que había logrado mantener alejada desde que le había vendido, por un dólar, la glock diecisiete a Romeo. Quitó el pie del pedal, cerró las teclas y salió de la habitación, con una furia y un inmenso dolor, que le dolía hasta que le doliera el recuerdo, un dolor de orgullo, y se sirvió un vaso de Grey Goose puro, sólo con hielo, sin agua, sin nada, y se lo llevó a su habitación, en donde se enrolló en las sábanas violetas y se dispuso a ver “crappy TV”, como ella y Natasha le llamaban a la programación de los domingos por la noche, la programación más grisácea y aburrida de toda la semana, cuando, en realidad, se suponía que debía ser la mejor programación. Y pasó de largo los deportes, aburrido, nada que ver, VH1 y un documental sobre Pitbull, adiós, “The E! True Hollywood Story: Courtney Love”, no, gracias, TNT Nitro: Steven Seagal Special, nunca, Noticieros: El programa de Comida Saludable en las escuelas de Michelle Obama, rumores entre la pareja de Twilight, blah, blah, blah, cayó en la repetición de Project Runway, que no era su programa favorito por el simple hecho de que no tenía tiempo para verlo, ni Natasha lo veía, aunque era estúpido, pues Natasha ya sabía lo que pasaba, y Emma también a pesar de que firmaban un contrato de confidencialidad.

 

Se quedó dormida, y tuvo una de las peores noches desde hacía mucho tiempo, de dormir de bloque en bloque, despertándose entre asustada y afligida, pues los sueños evolucionaron, de no pasar nada, a realmente pasar algo, no importaba si se despertaba, si se relajaba, pero siempre terminaba mal, en su sueño, hasta el último sueño, que fue que ella tomó el control de la situación y decidió terminar con ella misma antes de que Franco lo hiciera. Y se despertó enojada, enojada con el cosmos, con la vida, con su inconsciente, preguntándose cuándo carajos dormiría bien por primera vez, de verdad dormir, de eso de no despertarse en toda la noche, de no despertarse con una pesadez moral todas las mañanas, o con una melancolía aguda, y declaró que dormir era una pérdida de tiempo, de profunda inquietud, pues eran las horas en las que el ser humano era totalmente indefenso: sujeto y víctima del subconsciente bajo el secuestro del inconsciente, que el subconsciente goza, disfruta del estado inerte del ser humano, de la muerta consciencia, de la inútil capacidad de razonar, y, mientras el inconsciente nos detiene, nos retiene por los brazos, quizás amarrados a una silla, o a una barra, el subconsciente nos apuñala lenta y sabrosamente en la espalda, nos traiciona con los recuerdos que todos quisiéramos olvidar, con aquel recuerdo tan oscuro y tan mortal que hemos decidido creer que fue mentira, que fue producto de la imaginación, pero el inconsciente lo revive, y se lo presenta en una imagen viva, acordándole de cómo la empujaba, de con la sonrisa sádica con la que le pegaba, las palabras que escogía al gritarle, y ella simplemente no podía gritarle; porque nunca quiso ser como él.

 

Se levantó con pereza, con cansancio, y se detuvo de los bordes del lavabo derecho, preguntándose si algún día habría alguien que utilizara el lavabo de la izquierda, y vio por la ventana, un día de hermosa transición verano-otoño, porque no quería engañar a nadie, el invierno no le gustaba, era una falsa imagen que Hollywood vendía, pues hacía frío, y no se podía andar en Stilettos porque sino terminaría sin dientes en cualquier acera, y se sorprendió: “¿Tan superficial soy?”, y sacudió la cabeza con su ceño fruncido, en autodesaprobación. Levantó la mirada y vio a una mujer que la acechaba, alta, con las clavículas saltadas, con expresión de ningún amigo, y le clavó la mirada verde en la suya, en una mirada cansada, diciéndole “no me mires a mí, es tu culpa que estés así”, y respiró hondo, asintiendo, dándole la razón, pues podría quedarse durmiendo todo el día, en modo sedentario, porque, después de todo, era su propia dueña, eran los beneficios de ser Socia de Volterra, pero había una desventaja: si se quedaba, no saldría nunca más, o así lo creía. Se arrancó la ropa como pudo, mientras la mujer que la acechaba la veía de reojo por el espejo, burlándose de Emma por intentar quitarse, con un esfuerzo sobrenatural, una camisa desmangada: “levantar y tirar hacia afuera” susurró la mujer, una y otra vez, hasta que Emma la escuchó, y le hizo caso, y sólo así pudo quitarse la camisa. Encendió el agua de la ducha, y se metió en ella, entre el vapor y las paredes cubiertas de azulejo marmoleado, beige y marrón, y los gruesos vidrios, y el agua le quemaba los pies, y supo que le iba a quemar la espalda, pero no le importó, se metió bajo la cascada, intentando no gritar ante el ardor, y, para olvidarse de aquello, aplaude fuertemente para que la música inunde la ducha, “Shoot Him Down!”, canción que le levantaba el ánimo, por obvias razones, y se reía, sabiendo que la imaginación era su mejor aliada, pero el recuerdo de la prueba de italiano le invadió la mente.

 

//

 

- Papi, papi- corrió hacia Franco, quien le sonreía a la entrada de la puerta del apartamento.

 

- Tesorino!- la abrazó. - ¿Cómo te fue en el colegio ahora?- y la levantó, cargándola a sus siete años en sus brazos.

 

- Bien- y le sonreía con su risa, falta de un diente, muy graciosa.

 

- ¿Qué aprendiste ahora?- caminó por el pasillo hacia la habitación de Emma.

 

- La Universidad de Roma, le llaman “La Sapienza” porque significa “Sabiduría”, y es la Universidad más grande de toda Europa, tiene muchísimos estudiantes

 

- ¿Y sabes que “La Sapienza” fue fundada en mil trescientos tres por la Iglesia Católica?- Emma sacudió la cabeza, pero todavía sonreía. – Le puedes decir eso a tu profesor de Cultura General, seguramente te pone un A+

 

- ¿Adivina qué?

 

- Dime, Tesorino- la bajó al borde de su cama, ayudándole a quitarse su Backpack, que ya no era más grande que ella, pues estaba muy alta.

 

- Tengo una “A” en italiano- sonrió.

 

- ¿Una “A”?- Emma asintió con la sonrisa más tierna del mundo. - ¿Por qué no tienes una “A+”?

 

- Me equivoqué en dos palabras, se me olvidó cómo se escribía “Pinocchio” y “Passeggiata”- su mirada se apagó, vio hacia el suelo.

 

- Deletréalas para papá, por favor- sonrió, agachándose frente a ella, abriendo con su mano una de las gavetas de ropa de Emma, sacando una camisa limpia.

 

- Pinocchio: P.I.N.O.C.H.I.O, Passeggiata: P.A.S.E.G.I.A.T.T.A- sonrió, creyendo que lo había dicho bien.

 

- No, Tesorino, Pinocchio tiene doble “c”, y Passeggiata tiene doble “s”, doble “g” y sólo una “t”, ¿te quitas la camisa, por favor? Tengo que cambiarte para llevarte a donde la abuela- sonrió. Emma se quitó la camisa frente a él, y se dio la vuelta para tomar su camisa limpia, pero fue cuando se descuidó, y Franco le pegó una vez en la espalda media, sacándole el aire, y las lágrimas silenciosas.

 

- Papi- interrumpió Marco en el cuarto de Emma, justo cuando Franco le pegaba la segunda vez, él se petrificó al ver cómo Franco le pegaba a su hermanita, que, a pesar que no era de su agrado, le molestó, se asustó.

 

- Marco, espérame afuera, por favor, tu hermana se está vistiendo- sonrió, y Marco se retiró, pero sólo se colocó al lado del marco de la puerta.

 

- Esas dos palabras ya no se te olvidan, ¿verdad?- susurró risiblemente, Marco lo escuchó. – Cada vez que te equivoques en una palabra, te voy a pegar… estudia más para la próxima prueba- se puso de pie y salió, dejando a una Emma muda, intentando no quejarse, porque, si sollozaba, le volvería a pegar, ya le había pasado. – Marco, ¿qué pasó? ¿Por qué no estás listo?

 

- Laura quiere que vayas, no me hace caso- le dijo temblorosamente. Franco acarició el cabello rubio de Marco, revolviéndoselo, revolviéndole los rizos flojos, y se marchó hacia la habitación de Laura. – Etta…- murmuró Marco a espaldas de su hermana. Así la llamó siempre y para siempre, apodo que nadie se podía explicar. - ¿Estás bien?- le acarició la espalda desnuda, en donde Franco recién le pegaba, a Emma le ardía.

 

- Sí, estoy bien- murmuró, apartándose de la mano de Marco, extendiendo la camisa para deslizarse en ella.

 

- Papá te pegó… ¿qué hiciste?

 

- Me equivoqué en dos palabras en mi prueba de italiano…

 

- Tienes que hacerte más inteligente entonces- dijo aquel niño, ayudándole a ponerse su camisa. – Aunque eso va a estar difícil

 

//

 

Y, Emma, ante el recuerdo, salió de la ducha sin apagar el agua, deslizándose por el agua en sus pies, cayendo de rodillas exactamente al inodoro, en donde vomitó, y vomitó, y volvió a vomitar, el sólo recuerdo la enfermaba. Dejó ir la cadena, más bien presionó el panel en la pared, y se puso de pie, sintiendo el ácido quemarle en su esófago, se metió a la ducha de nuevo, sólo para enjuagarse, y salió, secándose cuidadosamente su espalda, que le dolía, psicológicamente, al tacto. Subió la toalla a su cabello, y lo sacudió para secarlo, para quitarle el exceso de agua, y tomó el Spray, aplicándoselo por diez segundos, sobre el cabello húmedo, y lo peinó con sus dedos, para luego retorcerlo en la toalla por dos minutos; manera más fácil de moldear su cabello en sus típicas ondas. Caminó hacia su clóset, y vio su ropa, paseándose por aquellos montones de ropa, pantalones, jeans, y tomó una falda gris, pensando en que seguramente Segrate acosaría su trasero, con lo descarado que era, y pensó en lo que seguramente ya había pensado antes, o alguien le había dicho, o lo había soñado quizás: “Entre Fred y Segrate, entre la mentira sin sentido y el acoso sexual, prefiero tener una vida amorosa inexistente a tener una vida amorosa de tipo miserable”. Se deslizó en su típica tanga negra, luego en unas medias negras, para meterse en su falda, se quitó la toalla de la cabeza y aflojó su cabello con sus dedos, sin peinarse, y pensó que, por su forma de vestirse, podía pasar por abogada, o por trabajadora social, pero a quién le importaba si no era a ella. Se colocó su sostén reductor, pues si iba a mostrar trasero, no mostraría busto, no era cosa de 2x1, y se metió en una blusa Burberry, en un patrón de café con beige, de seda georgette, un tanto floja, y se arrojó una chaqueta Helmut Lang, estilo tuxedo de solapa redonda, en gris, y se retiró a la cocina a servirse un tazón de granola con yogurt, para comerlo mientras se maquillaba.

 

Deslizó el panel del maquillaje, que se encendían unas luces y revelaba un espejo, y, entre cucharadas de desayuno, que eran diez cucharadas, contadas, pues Emma era de cavidad bucal ancha, por así decirlo, pero era la prisa nada más, se aplicó lo mismo de todos los días: delineador negro, más ancho en el párpado superior, mascara, un poco de Blush y, al terminar su desayuno, el Lipstick, y, justo cuando iba a deslizar el panel para guardarlo todo, ubicó la fotografía, que la había escondido meses atrás ahí y que nunca, desde ese entonces, la había visto hasta ese día, la tomó en sus manos: Franco y Emma, pequeña, abrazados, con sonrisas, y, por impulsos iracundos, la arrojó al suelo, y la alfombra no puso resistencia alguna, el marco se quebró, así como el vidrio, y se sintió mejor, un poco más liberada. Caminó, sin recoger la fotografía, hacia los cilindros de sus zapatos, y movió las secciones hasta que aparecieron sus Chiarana Louboutin: el perfecto cut-out shoe, en pie de pitón, puntiagudo en lo más mínimo, el par que toda mujer debía tener. Y se dirigió, a pie, hacia el Estudio, pues le gustaba caminar para despejar su mente, por eso salía más temprano, para estar, a más tardar, a las siete y quince en su oficina, tomando su taza de té, y siempre escuchando música en su iPhone, veinte minutos sobre Stilettos, quince sobre tacones mortales, “The Voice Within”, “Mama”, “La Solitudine: Napoli” y “How To Love”, lo suficiente para llegar hasta su oficina, saludando únicamente, con un “buenos días”, que de “buenos” no tenían nada”, a Gaby. Moses ya le tenía, sobre su escritorio, una taza de humeante té de vainilla, infusión de vainilla y durazno en realidad, que la tomaba, todos los días, viendo hacia la ventana.

 

*

 

- Sem palavras…- suspiró Emma, poniéndose de pie, viendo a Sophia, en su vestido Elie Saab, caminar hacia ella. – Oh, meu Deus…- sonrió para ella, pues Sophia venía muy lejos todavía. – Irreconhecível…

 

- Estás… wow…- suspiró Sophia, abrazándola fuertemente. – Gorgeous, ridiculously Good-looking- susurró a su oído.

 

- Zoolander youself- rió Emma, despegándose de Sophia para verla bien. – Te extrañé

 

- La espera valió la pena…- Emma se sonrojó. – Sólo quiero besarte- sonrió, como si estuviera diciendo cualquier cosa, menos algo así. Emma le alcanzó su Whisky.

 

- ¿Estás bien?

 

- Sí, ¿y tú?

 

- Un poco nerviosa, ¿tú no?

 

- Pues…sí, bastante- rió. – Sino pregúntale al otro vestido…

 

- It’s not about the Dress… it wouldn’t matter if you were wearing jeans and flip flops… you’re here, you know?

 

- You’re here, too… looking as gorgeous as ever…

 

- I love you… I really do love you… enferma y obsesivamente, te amo- susurró Emma, tomando las manos de su novia en las suyas.

 

- Em… yo también te amo… - celeste y verde se encontraron a la misma cóncava altura, y sin sonrisas, sólo una mirada.

 

- ¿Qué estamos haciendo?- murmuró Emma, frunciendo su ceño en total y completa confusión.

 

- Caímos en la convencionalidad- sonrió Sophia. - ¿Qué quieres hacer?

 

- Hay tantas cosas que quiero hacer…

 

- Dímelas… todas… por favor- dijo, bebiendo aquellas dos onzas de Whisky de un trago.

 

- Hay una verdad universal… ¿sabes?- Sophia la vio con desconcierto. – Todo tiene su final, queramos o no, todo tiene su final… y, personalmente, no me gustan los finales- a Sophia se le agujeró el alma, creyó que estaba a punto de cancelarlo todo, que no importaría con tal de que Emma siguiera con ella. – No me gusta el último día de la semana, el domingo, porque significa que el lunes voy a trabajar de nuevo, no me gusta el último día del verano, porque no me gusta el invierno, no me gusta el último capítulo de “The Great Gatsby” porque ya no hay otro capítulo, no me gusta decir “adiós”, porque el “adiós” es definitivo, prefiero el “hasta luego”… - Sophia tenía dificultades para respirar, las manos de Emma envolvían las suyas, sus dedos largos se entrelazaban con los suyos, tibios y delgados. – No llores, déjame terminar… por favor…- Sophia asintió, viéndola a los ojos. – Lo gracioso es que me gustan los finales, también me gustan, porque significa que hay un comienzo, el capítulo de un nuevo libro, el lunes, que me acuerda que tengo un trabajo que me gusta, el final del día, porque estoy segura que me voy a dormir a tu lado… porque no concibo el día en el que eso no suceda… lo que intento decirte es que no me importa si es convencional o no, y hay muchas cosas que quiero hacer, pero que no quiero hacerlas si no es contigo, cosas importantes, para mí y para ti… - abrió su bolso y buscó la cajita. – No es exactamente el regalo de Bodas que esperabas, y, si no lo quieres, yo lo entenderé, sólo tienes que decirlo…

 

- Es…un…número… ¿estás jugando conmigo otra vez?- Emma asintió. - ¿Qué vas a hacer ahora, en un rato?

 

- Pues… no sé, quizás tú tengas una idea más interesante…

 

- Tengo una boda, aburrida, que tengo que estar presente… I’m kind of…uhm… important… y estoy un poco nerviosa- susurró.

 

- I’m always gonna have your back… - sonrió, tendiéndole la mano a Sophia. – Voy a tomarte de la mano todo el tiempo

 

*

 

Ocho de octubre. Sophia firmó su contrato el día anterior, pues hasta el día anterior, su contrato tuvo el sello de aprobación migratoria, y, ese día, en un pantalón negro de pierna semi-ancha, camisa negra desmangada, en un cárdigan de botones, negro y de coderas café, tal y como iba a trabajar a Armani Casa, con sus Jason Wu de gamuza cian, peep toe, tacón grueso pero de la altura de un Stiletto, se dirigió a las seis y media de la mañana al Upper East Side a recoger su iPhone, que lo había dejado en el apartamento de Volterra el día anterior, y lo necesitaba, por alguna razón lo necesitaba. Pero había algo con lo que Sophia no contaba: el malestar estomacal. Era una fusión del Kebap de la noche anterior, con mucha salsa, mucho chile, y el nerviosismo de la aceptación en el Estudio. Iba a salir con Volterra, al mismo tiempo, pero se adelantó a la farmacia más cercana, a Duane & Reade de Madison y cincuenta y ocho, pues necesitaba algún tipo de mezcla de Valeriana con Dramamine, y buscó, en todos los pasillos hasta que encontró para las náuseas, menos la Valeriana, y se hizo camino hasta la fila. Le dieron más ganas de vomitar en cuanto, acercándose, una mujer se le metió a la fila, pues, sólo llegó antes que ella, pues todavía iba en un pasillo cuando ella se colocó en su lugar. Y la analizó desde atrás: pantalón ajustado gris, chaqueta rosado claro, Louboutins en alguna piel entre marrón, plata, gris y algo enmedio. Sophia inhaló su aroma, olía a limpio, a elegancia, a belleza. Y rió al ver que, de su mano izquierda, se suspendía un paquete de tampones sin aplicador, cincuenta y seis tampones. Y el anillo, un anillo plateado, reluciente, con un rubí, quizás, una piedra roja, brillante, en una mano muy femenina. Volvió a reír, pero le dolió el estómago.

 

“Mier…da”, pensó, al ver que aquella mujer se daba la vuelta con su cuello y la analizaba de pies a cabeza, con una mirada denigrante, quizás se había molestado por su risa. Pero no, simplemente se devolvió. Y esa cara, a Sophia esa cara, denigrante, con autoridad, como si fuera suprema, se le hacía conocida, quizás era una modelo, o una actriz, todo podía ocurrir, más en Manhattan, pues no sería la primera que veía, por Central Park se paseaban algunas, a veces. Sophia bajó la mirada, viendo las infinitas piernas de aquella mujer, que se acercaba a la caja con pasos seguros y femeninos, con un manejo seguro de sus quince centímetros, como mínimo, como máximo dieciséis. Escuchó una canción que se le hacía familiar, en algún lugar la había escuchado, sí, en el taller de Davidson Avenue, era “Your Song”, de Elton John, y, de manera inconsciente, tarareó aquellos versos: “Yours are the sweetest eyes I’ve ever seen, and you can tell everybody that this is your song”, y aquella mujer se volvió hacia ella, ahora con una mirada más tranquila, más pacífica, más humana, pero se devolvió para avanzar en la fila. Se le notaba incómoda, quizás por cómo Sophia no podía quitarle la mirada de encima, quizás por el vapor maloliente que despedían los corredores mañaneros.

 

- Next!- gritó la asiática de la caja registradora. Aquella mujer, tan altanera, pero tan hermosa, ¿qué tenía? Que la hacía tan inalcanzable, en altura, y en sociedad, pero que la hacía tan humana al darle el puesto a Sophia, dando un paso hacia un lado, abriéndole paso con la mano derecha, agachando suavemente la cabeza.

 

- Thank you- le susurró Sophia, aunque estaba segura que no la había escuchado, pues tenía el volumen de la música muy alto, podía distinguir un piano.

 

Salió de aquella farmacia, sin mirar atrás. “Mierda” susurró en lo alto, dejando caer la bolsa plástica al suelo, sintiéndose en una toma cinematográfica circular, ella como centro. “Mierda, mierda, mierda, mierda”, sacó un cigarrillo mientras recogía la bolsa del suelo, y la vio caminar lentamente hacia la otra dirección, Sophia simplemente aceleró su paso, olvidándose por completo de que Volterra la recogería en la farmacia, y caminó en dirección a Rockefeller Center, olvidándose por completo de tomarse el Dramamine, sintiéndose más repuesta sólo de la impresión, sin poder quitarse aquel rostro de la cabeza, aquella grandeza. “What the fuck’s wrong with me?”. Y se detuvo de golpe a contestar su iPhone, era Volterra, que dónde estaba, que fue exactamente cuando Emma la vio del otro lado de la acera, y se alegró de verla más repuesta, pero pasó de largo, pues iba tarde ya, y sonrió, sonrió todo el camino, sonrió a todos a su paso, sonrió a los del Lobby, a los conserjes, a los del servicio de limpieza, a todos, hasta a Segrate. Y vio su oficina, ya transformada para que fuera invadida, tomó su taza de té y la bebió como todos los días. Volterra se reunió con Sophia exactamente en el Lobby del edificio, tomándola con una sonrisa, acompañándola en el ascensor, notando su nerviosismo.

 

- Tranquila, Sophia… es como cualquier otro trabajo- sonrió Volterra. – Estarás a salvo, en las mejores manos

 

- Gracias, tío… ¿o debería decir “Arquitecto”?

 

- Como tú quieras…

 

- Tío, tengo una pregunta

 

- Dime

 

- ¿Trabajaría con alguien en especial?

 

- Todos trabajamos con todos, depende del proyecto, como te dije ayer por la noche… pero supongo que, por estar en la misma oficina que Emma- y Sophia dejó de escucharlo, sólo escuchaba murmullos que no podía distinguir. “¿En su misma oficina? Mierda.” – No trabaja muy bien en equipo, entre menos gente, mejor- eso sí lo escuchó. – Pero, tranquila, no muerde- sonrió. “¿Y si quiero que me muerda? ¡Sophia! ¿Qué te pasa?”

 

- Let’s do this- suspiró, saliendo del ascensor, pasando por entre la puerta de vidrio que Volterra le abría, la que daba entrada principal al Estudio Volterra-Pensabene, en donde se encontraba un escritorio cóncavo, o bien, convexo, con una mujer sentada detrás de él, con el típico headset y micrófono, que sonrió ampliamente para Volterra y para Sophia con un “Buenos días, Arquitecto”, y para Sophia, todo eso, era como en cámara lenta, con “Consoler Of The Lonely” de fondo, con caminado de rockstar, que todos saludaban a Volterra tras los vidrios que formaban el pasillo del ala derecha.

 

- Ingenieros- se anunció, abriendo la primera puerta de la izquierda del pasillo. – Quiero presentarles a mi sobrina- dijo, marcando el primer límite, colocándole la etiqueta de “intocable” a Sophia. – La Licenciada Rialto

 

- Hola, mucho gusto- sonrió, estrechando las manos de todos.

 

- Ah, la que invadirá la boca del lobo- rió Bellano. – Bellano- sonrió, presentándose.

 

- Querrás decir… “la belleza en persona”- lo corrigió Segrate. – David Segrate, jefe de Ingenieros

 

- Bienvenida, soy Robert… Pennington- tartamudeó aquel hombre.

 

- Cero bromas pesadas, ¿eh?- advirtió Volterra. – Que es cinta negra- mintió, y las sonrisas de Bellano y Segrate se volvieron en un trago grueso. – Sigamos con el recorrido- y salieron de aquella oficina, a la que Emma llamaba “el Prostíbulo”, pues allí se llevaban a cabo todas las ventas de cuerpo, del tipo de “si me haces la pared, te llevo los planos un mes entero”. – No les hagas caso, son un tanto imbéciles…

 

- Me parecieron graciosos- sonrió Sophia, en un tono de voz muy tímido.

 

- Ten el menor contacto posible, cero físico de ser posible, por favor- rió. – Arquitecto Harris- abrió otra puerta de vidrio.

 

- Ah, Licenciada Rialto, bienvenida- dijo, estrechándole la mano, casi arrancándosela. – Marcus Harris, para lo que necesite

 

- Gracias, mucho gusto- ah, qué tedio, qué vergüenza presentarse.

 

- A seguir, que tienes que llegar al destino final- rió. – Harris, el concreto- le murmuró, Sophia saliendo por la puerta. Harris asintió. – Aquí está mi oficina- dijo, apuntando a la puerta de sólida, de madera, del final del pasillo.

 

- ¿Por qué es la única de madera?- preguntó, acordándose que hace algunos veranos había querido preguntar lo mismo pero con la oficina de Emma.

 

- Porque las de vidrio son instalaciones, eran espacios abiertos que hemos cerrado para mayor comodidad y discreción- guiñó su ojo. – Esa de ahí- dijo, señalando la puerta de vidrio al lado izquierdo de su oficina. – Es la sala de reuniones… todas las semanas hay una reunión, por lo general sólo es una, a veces son dos, a veces ninguna, depende de la cantidad de trabajo… pero sigamos- y se devolvieron hacia la izquierda, volviendo a pasar por el escritorio de la entrada, para abrir la primera puerta de vidrio. – Arquitectas, mi sobrina- sonrió, mostrando a Sophia.

 

- Belinda Hayek- sonrió, extendiéndole la mano. – Mucho gusto

 

- Mucho gusto, Sophia- sonrió.

 

- Nicole Ross- se presentó la otra. – Bienvenida

 

- Gracias- le estrechó la mano.

 

- Cualquier cosa, cuentas con nosotras- sonrió la Arquitecta Hayek.

 

- Gracias- sonrió tímidamente Sophia, saliendo de la oficina. – Todos son muy amables aquí

 

- No suelo tener a ogros en mi Estudio, Sophia- rió, pasando de largo un escritorio vacío en un espacio abierto. – Ahí va la secretaria de las Arquitectas, Hayek y Ross, y de Fox, quien no está ahora porque tenía una reunión en Hell’s Kitchen y la secretaria no sé dónde está- sonrió. – Gaby- llegó al escritorio que estaba en un espacio abierto, luego de un cuarto que parecía cocina, porque lo era. – Mi sobrina, Sophia

 

- Mucho gusto- sonrió Gaby, con su voz jovial y su sonrisa sincera. – Yo me encargaré de su récord- la sonrisa imborrable, ¿qué pasaba en ese Estudio que todos estaban de tan buen humor?

 

- No creo que sea necesario, lo llevaré yo…cuando tenga uno- murmuró. – Pero gracias

 

- Para lo que necesite, Licenciada- y tomó asiento.

 

- Ahora sí, ¿lista?- bromeó. Sophia asintió, y Volterra llamó a la puerta, golpeando tres veces, lentamente, con sus nudillos y abriendo la puerta al mismo tiempo. – Emma, mi Arquitecta estrella, ¿tienes un momento?- asomó la cabeza por la puerta entreabierta.

 

- Buenos días, Alec, pasa adelante, por favor- dijo aquella voz, la misma de aquella noche, el acento británico, la voz, el tono, “Dios mío…”.

 

- Vengo a presentarte a tu compañera de oficina, la Licenciada Rialto- sonrió, y Sophia entró a la oficina, era tal y como se acordaba, sólo que ahora la adornaba Emma.

 

- Mucho gusto, Emma Pavlovic- sonrió, un tanto con su voz pegada, pero le extendió la mano.

 

- Gracias por el favor de Duane- sonrió, igual que Emma, y, de una brutal forma inconsciente, guiñó su ojo. “¿Qué me pasa?”

 

Lo siguiente que Sophia supo, era que Emma se sentaba a su mesa de dibujo y, apretando “play” en el iPod Nano, y una música extraña pero relajante salía del parlante, era como muy circense,  pero electrónica, y, aunque Sophia no lo supiera, era Bob Sinclar. Y veía a Emma, en su inmensa perfección, con su pierna cruzada, sentada sobre el banquillo alto, que su Stiletto se detenía del tubo de apoyo del banquillo, sin su chaqueta rosado pálido, con su espalda cubierta sólo por aquella camisa manga larga blanca, que se le ajustaba a cada milímetro de su torso, que se le notaban los omóplatos cuando trazaba líneas largas, que a veces se detenía, erguía su postura y jugaba, con su pulgar, con su anillo en su dedo anular, definitivamente era un rubí, y le daba vuelta, lo giraba. Y Sophia no pudo evitar ver su reloj, muy fuera de lo común, pues era de un dorado que no era ni amarillo ni opaco, tampoco era rosado, pero se veía muy fino como para ser una réplica, el brazalete era de cuero de pitón café, de escamas anchas, y luego, el reloj en sí, rodeado de diamantes, la circunferencia, y la cara era café, como un marrón quemado, y tenía dos relojes dentro del reloj, un cronómetro de un minuto y el de las horas del día en curso, con una pequeña ventanita para la fecha, las agujas en el mismo dorado, números romanos. Y tampoco supo Sophia en qué momento Emma la había invitado a sentarse con ella, era como la sensación de sentarse con los populares en el colegio, una autorrealización extrema, y entablaron una conversación, y tampoco supo qué la poseyó como para que le dijera: “Así está mejor, tienes unos ojos muy bonitos, déjame verlos”. Trá-game Tie-rra.

Día siguiente.

 

- Buenos días- sonrió Sophia, entrando a Louis Vuitton de Rockefeller Plaza, que era al otro lado del edificio y Emma se encontraba montando la vitrina de Halloween. – Traje café- sonrió de nuevo, levantando las dos bandejas, con cinco vasos herméticos cada una.

 

- Buenos días, Licenciada- sonrió Emma, sabiendo que la intención de Sophia estaba en orden, pero que tendría que rechazar la oferta del café, pues no bebía café.

 

- Té, para ti- sonrió. – De vainilla y durazno… Gaby me lo dijo- dijo, alcanzándole el único vaso que tenía, entre la tapadera y el vaso, un delgado cordón, el de la bolsa de té.

 

- Muchísimas gracias, Licenciada- sonrió, acariciando su mano al tomar el vaso en su mano. – Very… thoughtful- murmuró para sí misma, asombrándose.

 

- Supuse que, si sería tu sombra, al menos te debería traer lo que sueles tomar, ¿no?- Emma sólo sonrió, sacando la bolsa de té y colocándola sobre la tapa. – Ah, ten- murmuró, sacando un paquete de miel de abeja de su bolsillo.

 

- Wow- rió Emma. – Gracias

 

- Arquitecta, ¿la pieza de vidrio cómo la instalamos?- interrumpió uno de los trabajadores.

 

- ¿El pulpo o las llamas?- se volvió a Aaron, el jefe de construcción, el que le ayudaba en todo trabajo; grande o pequeño.

 

- Las llamas

 

- Primero el Pulpo, porque es más grande, va colgado… sólo son tres tornillos en la forma de arriba, los nudos los haré yo- Aaron agachó la cabeza y se retiró.

 

- ¿Pulpos? ¿Llamas?- preguntó Sophia.

 

- Te explico- rió, volviéndose a una mesa en la que tenía el diseño extendido, colocándose al otro lado de la mesa, dejando que Sophia viera el diseño. – Louis Vuitton se caracteriza por pensar fuera de la caja pero sin ceder a la locura… se basan en una idea, de la que tiene que estar gráficamente plasmada, que se note lo que es, ¿qué ves aquí?- murmuró, apoyándose con sus manos separadas de los bordes de la mesa.

 

- Es… Disney- rió.

 

- No cualquier Disney… mira de cerca- murmuró, inclinándose un poco sobre la mesa, que el cuello redondo de su blusa, que le quedaba holgado, se despegó de su piel, y Sophia vio, disimuladamente, el sostén de Emma, que albergaba el par de senos que tanto se le antojaron en ese momento, que, en el pestañeo, se imaginó entre ellos, besándolos, acariciándolos, mordiéndolos. “¿Qué me pasa con ella?” y sacudía la cabeza para ahuyentar los pensamientos sexuales. Era la primera mujer que le despertaba tales cosas, que hacía que su corazón latiera rápidamente, sin descanso, como si quisiera reventar su pecho, salir corriendo.

 

- Son los villanos, ¿no?- susurró. – El pulpo es Úrsula, el maniquí de las llamas es Hades, la de los cuernos es Maléfica, la del afro es Cruella…Jafar…

 

- Exacto…- susurró Emma, no comprendiendo por qué susurraba Sophia.

 

- ¿Cómo se te ocurren estas cosas?

 

- Villains are cooler than Heroes- rió, levantando su ceja derecha, bajando la izquierda, guiñando su ojo izquierdo y llevando su mano izquierda a su cadera, al borde de su falda negra, y su mano derecha tomaba el vaso de té caliente.

 

- ¿Cómo hiciste para hacer algo así?

 

- Hacen un concurso anual, las vitrinas de la Quinta Avenida son distintas a las de las otras cinco tiendas, siguen la misma idea, pero les interesa más que éstas sean las que causen más impresión, porque tienen la competencia inmediata del resto de tiendas a lo largo de la avenida… y te dan un catálogo de  la ropa que estará en Otoño en la tienda, para que lo puedas utilizar, porque tienen que tener ropa, obviamente… y así es como, por ejemplo, Cruella se me ocurrió con el abrigo blanco, Maléfica con este abrigo negro con violeta, Úrsula con este vestido negro, Jafar con el chaleco y el pantalón, aún el cinturón, Hades por la toga… y, revisando los convenios, Louis Vuitton tiene convenio con Disney, por lo que no se me hizo tan difícil

 

- Sí que tienes imaginación- rió. – A mí nunca se me hubiera ocurrido hacer algo así… mucho menos con vidrio, me daría miedo, por si se quiebra

 

- Go big or go home, así funciona todo aquí… sino los demás te pisotean, créeme…- Sophia sólo tomó un sorbo de su chocolate caliente. – Y con la imaginación… pues, leí en algún lado que Angelina Jolie está filmando una película en el papel de Maléfica, y me acordé que Annie Leibovitz ha hecho como una compilación de Disney, de famosos posando como los distintos personajes,  David Beckham es el Príncipe Felipe, Penélope Cruz es Bella, Julianne Moore es Ariel, Queen Latifah es Úrsula…

 

- No sé qué decir… es como transformarlo todo

 

- Cuidado con el plagio- guiñó nuevamente su ojo. – Ayúdame a vestir los maniquíes si quieres- Sophia asintió, viendo a Emma beber su té hasta el fondo. “¿Cómo diablos no se quema?”.

 

Emma se movía con facilidad sobre sus Christian Louboutin Chiarana, movía a los maniquíes con facilidad también, desenroscaba las partes, los vestía y los armaba como si nada, y a Sophia le gustaba ver cómo les ponía los zapatos, pues se agachaba, y, en esa falda, que Dios perdonara sus pecados, porque lo único que quería era tocar su trasero, le intrigaba saber qué tipo de panties usaba Emma, la gran Arquitecta Pavlovic, que trabajaba para su ídolo, Meryl Streep, que no se imaginaba trabajando para ella, seguramente se desmayaría al verla, ¿utilizaría tangas? ¿G-String? ¿Nada? Y no podía evitar sonrojarse ella sola. Además, Sophia casi se muere cuando vio a Emma tomar el martillo y clavar ella misma un par de tornillos para luego atornillarlos en la base falsa que se sostenía de las columnas. Se trasladaron a Louis Vuitton de la cincuenta y siete, antes del medio día, en donde se tardarían un poco más en montar la vitrina, pues el flujo de gente era mayor y no podían abarcar tanto espacio.

 

- So…who wants a Hot Dog?- sonrió Emma, dando dos aplausos para llamar la atención de sus trabajadores. – Pasen una lista de cómo los quieren y qué quieren de tomar, por favor- le alcanzó un pedazo de papel a Aaron. - ¿Y tú? ¿Comes Hot Dogs?- la miró con escepticismo.

 

- ¿Por qué no comería?

 

- Es comida chatarra- rió, alcanzándole tres tornillos a uno de los trabajadores.

 

- Pues… ¿y?

 

- Digo, cuidas la figura, supongo- sonrió. – No creo que comiendo Hot Dogs seas así de delgada

 

- Te sorprenderías- guiñó su ojo, y Emma sintió cómo su corazón dio un vuelco. – Creo que eres tú la que no come de esas cosas

 

- Te sorprenderías- rió, agarrándose el “exceso” de grasa del abdomen. – Chilli Dogs con Cheese Whiz

 

- Que sean dos

 

- Dos me como yo- rió Emma, reacomodando su blusa para alcanzarle el hilo al trabajador.

 

- Yo también, por eso dije “que sean dos”… para mí

 

- Muy bien- y le sonrió, pero se le quedó viendo, analizando su rostro, que se apresuró en quitar la mirada para no ser tan obvia. – Gracias- murmuró, tomando la lista de la comida. – Necesito un par de manos extras, ¿me ayudas?- Sophia asintió, viendo a Emma tomar su bolso y escribir algo más en el papel mientras salían de la tienda y caminaban en dirección a Miu Miu, en donde estaba el carro. – Y… entonces, ¿SCAD?

 

- Sí, Bachelor y Master… seis años, desde que me gradué del colegio… no esperé, no tomé año sabático ni nada, apliqué de una vez

 

- ¿Y de qué colegio te graduaste?- era simplemente conversación educada, para que no las atacara el silencio incómodo.

 

- Scholi Moriati

 

- Eso no es aquí, ¿cierto?- Sophia veía la rapidez con la que Emma caminaba en esos quince centímetros, no era caminado de pasarela, pero era una pisada recta y de largo proporcional, que se contoneaba un delicioso trasero en esa falda negra, que seguramente no era de Gap.

 

- No, es en Atenas… digamos que soy mitad griega, mitad italiana

 

- Ah, qué interesante, Licenciada Rialto- sonrió. – El Rialto ya lo había escuchado, ¿es un apellido común?

 

- No lo sé, hay muchos italianos- rió Sophia.

 

- Sono molto consapevole- la volvió a ver y le guiñó su ojo derecho. – Soy italiana, digamos que cien por ciento

 

- Pero tu apellido no suena a italiano- llegaron al carro de Hot Dogs.

 

- I’d like them in a Doggy-Bag, please- dijo al hombre del carro, quien tomaba la lista que Emma le alcanzaba. – Chilli Dogs aside, please…- dijo, materializando en su mano izquierda una bolsa de tela, que la utilizaría para meter las bebidas, latas y latas. – No, no es italiano… es eslovaco, pero mi papá es italiano, mi abuelo era eslovaco… pero, volviendo al tema, ¿es un apellido común?

 

- No lo sé, como te dije, hay muchos italianos- rió. - ¿En dónde lo escuchaste?

 

- Esa pregunta me confunde… porque a veces pienso que es un lugar, en el que ya estuve, pero no me acuerdo en dónde

 

- Ah, Arquitecta, ¿ha estado en muchos lugares?

 

- Por aquí y por allá- sonrió. – Aunque Roma es donde siempre quisiera estar… es muy especial- murmuró, contando las latas y las botellas. - ¿Qué quieres de tomar?

 

- Agua estaría bien

 

- ¿Con gas, sin gas?

 

- Sin, por favor

 

- Sólo con gas si tienen sabor, entiendo- sonrió, metiendo una botella de agua fría a la bolsa y una Dr. Pepper  para ella. Sophia asintió, recibiendo la primera bolsa del hombre del carro. – En Roma- dijo para sí misma. – Claro… en Roma… ¿no te llamas Allegra, o si?

 

- Allegra es mi mamá… pero todos le dicen Camilla- se explicó, recibiendo la segunda bolsa.

 

- Sí, “via dei Foraggi”… cierto… le dejé un paquete a tu mamá, entonces- rió, sacando un billete de cincuenta dólares de enmedio de sus dedos para pagarle al hombre contra la entrega de los Chilli Dogs, que iban en un hermético desechable en otra bolsa. A Sophia se le vino a la mente aquella imagen, de aquella mujer sin rostro, o con rostro, pero el recuerdo estaba más que distorsionado.

 

- También es un lugar en Venecia- dijo Sophia, saliéndose rápidamente del tema.

 

- Cierto, el puente del gran Canal…- Sophia asintió. – Sin ofenderte, Venecia no me gusta- murmuró, reanudando la marcha antes de que el hombre pudiera darle el cambio.

 

- A mí tampoco- rió. – Prefiero Roma, o Nápoles…el Vaticano sobre Venecia…

 

- El Vaticano es aburrido, la Plaza San Pedro es muy grande, demasiado…

 

- ¿Tú vivías en Roma?

 

- Sí, pues, toda mi vida viví en Roma, ahí fui al colegio, fui a la Sapienza… sólo me moví a Milán año y medio para hacer mi Máster y luego vine aquí. - ¿Tú viviste en Roma?

 

- Sí, antes de venir, con mi mamá…sólo un par de meses, en lo que conseguía trabajo… ¿vivías en la ciudad?

 

- Al principio sí, vivía cerca del Centro Histórico, cerca de la Plaza España… y luego viví en Castel Gandolfo, primero del lado Valle San Lorenzo y luego un poco más a la orilla del lago…- Sophia tuvo la sensación que Emma era pudiente, pero quizás de clase media-alta que tenía el suficiente dinero para costearse una casa en Castel Gandolfo, un chalet, pues era lo más común allí.

 

- Creo que una vez fui al Lago Albano, pero en algún verano hace años ya

 

- No es el Lago Como- rió. – Pero relaja ver agua

 

- Digamos que el Hudson no me relaja mucho

 

- Ah, vives de ese lado- sonrió, deteniéndose para rascarse la pantorrilla derecha con el empeine izquierdo.

 

- ¿Es mala zona?

 

- Nunca he vivido ahí pero he arreglado un par de apartamentos en Chelsea y en Greenwich, cosas pequeñas, pero no me parece una mala zona…

 

- Supongo que tú vives en el Upper West Side o en Lower Manhattan

 

- No, vivo en el Upper East Side- sonrió, colocándose frente a la vitrina y haciéndoles una seña, a los trabajadores, se que salieran a comer.

 

- Estamos en el Upper East Side, ¿no?- Emma asintió.

 

- Buen provecho, Señores- sonrió, poniéndoles la bolsa de tela en el suelo, sacando ella la botella de agua y la lata de Dr. Pepper. – Se me olvidaba- sonrió. – Aaron, meta la mano en mi bolso y saque la cajetilla, por favor- le extendió el brazo con mucha confianza, y Aaron metió la mano, sacando dos cajetillas. – La de Marlboro déjela, que esa es mía… o tómela, creo que hay suficientes para los cinco- sonrió y volvió a acomodar su bolso en su hombro, volviéndose a Sophia.

 

- Eres como que…muy amable con los trabajadores- susurró. – Como que muy, muy amable

 

- Como te dije ayer, es cuestión de mantenerlos contentos para que trabajen bien… y, pues, piensa, ¿cómo te negarías a trabajar si hay buena paga y buena comida?

 

- Les diste tus cigarrillos, no creas que no me di cuenta

 

- Y pagué un almuerzo que el Estudio no paga… además, si le hubiera quitado la cajetilla de Marlboro, hubiera marcado todavía más la diferencia entre ellos y yo, y lo que intento es que sea lo más fina posible, que lo único que la marque sea la obediencia y el respeto, claro, la autoridad viene como plus

 

- Lo tomaré en cuenta- sonrió, abriendo el empaque y apoyándolo de un banco que uno de los trabajadores había sacado. – So…

 

- Scholi Moriati, por ahí íbamos, creo

 

- Supongo- dio una mordida Sophia. – Toda mi vida ahí…desde esos años en los que empiezas a caminar hasta que te gradúas

 

- Dekaéxi olókli̱ra chrónia?

 

- Claro que también hablas griego- rió Sophia, un tanto sorprendida, pues italiano, inglés y griego ya era bastante, y no exactamente la combinación más común.

 

- Pues, depende de con quién sea, supongo- dijo, con su boca llena, pero enseñando nada de comida, sin mancharse su camisa color crema, qué riesgo, qué agallas comer Chilli con Carne y Cheese Whiz con una camisa así de susceptible. – Disculpa la pregunta, pero, ¿cuántos años tienes?

 

- Veintisiete… ¿por qué?

 

- Simple curiosidad, Licenciada…

 

- Tengo una pregunta

 

- ¿De respuesta elaborada?- rió Emma, volviendo a morder su Hot Dog. Sophia sacudió la cabeza mientras terminaba de tragar.

 

- Harris…el que tiene cara de asustado… ¿es Licenciado o Arquitecto? – Emma rió nasalmente mientras terminaba, de una enorme mordida, su primer Hot Dog.

 

- Depende de cómo lo veas…es las dos cosas…tiene un major en Fine Arts y un minor en Arquitectural Landscape Design… pero, para mí, es Licenciado- dijo en un tono indiferente, como si ser “Licenciado” fuera lo peor del mundo.

 

- Suena como que si el título te diera problemas… o es porque el título de Arquitecto es muy preciado para ti

 

- Es una profesión que busco preservar

 

- ¿Por qué?

 

- ¿Alguna vez te despertaste y viste a tu alrededor algo que no tenía sentido?- Sophia asintió. – Bueno, pues a mí me pasó desde pequeña, que no me terminaba de gustar mi casa, nunca, y me preguntaba “¿Por qué no hay un mueble así? ¿O un color aquí? ¿O una forma acá?”… y me pareció la forma más coherente de hacer lo que me gusta, fusionando la Arquitectura, que es la parte de crear y construir, para complementarla con el diseño de interiores…porque, a veces, una buena ambientación no termina de quitarle el mal gusto a una estructura…

 

- Te entiendo perfectamente…- sonrió, viendo cómo se devoraba, en tres mordidas, el segundo Hot Dog.

 

- ¿Y tú? ¿Por qué la combinación?- le preguntó, limpiando sus labios a pesar de que no tenía nada que limpiar, y limpió sus manos, que tendría que lavárselas, o bañarlas en Purell para que se le quitara el olor a callejero, que era lo que no le gustaba de comer con las manos.

 

- Como tú, nunca me gustaban los lugares…siempre creí en que una estructura podía ser muy fea por fuera pero una sorpresa por dentro… pero, estudiando Diseño de Interiores, te das cuenta que no existe el mueble perfecto, ese que cabe en una esquina específica, con los colores y el acabado que necesitas… y por eso me especialicé en eso… aunque después me di cuenta de eso que dices, que las estructuras…pues, hay unas que no tienen salvación, necesitarías un milagro, que por más que le pongas y le quites, se van a ver raras…

 

- Suele suceder… y, por experiencia, te digo que yo también he cometido errores arquitectónicos, de creación… y vivir con eso en la conciencia es… fa-tal - rió, buscando en su bolso su teléfono. – Un segundo- sonrió, agachándose para tomar la lata de Dr. Pepper que tenía entre los pies. – Hello!- saludó efusivamente. – Estoy supervisando Louis ahora… acabo de almorzar… Chilli Dogs- rió, Sophia sólo la veía reír, y le encantaba verla, era como si cada movimiento que hacía era diferente. – Creo que si lo compras tú y Donatella se da cuenta, te odiará de por vida… además, los diseños de Donatella te van bien… aunque no te puedes vestir toda la vida de Donna Karan y de Donatella… varía un poco, ¿si?...- Esos nombres le sonaban a Sophia tan de amistad, la manera en cómo se refería a ellas, a Donatella Versace y a Donna Karan, ¿quién era esa mujer? ¿O con quién hablaba? – Amor, ahora estoy libre- rió. – Podemos cenar a las ocho… Está bien, Brasserie a las ocho… yo también, Amor, Bye- sonrió, y Sophia lo malinterpretó todo, era Natasha quien hablaba, y no sabía que se trataban así de cariñoso, y, según Sophia, ese “yo también” sólo correspondía a un “Te amo”, que no sabía por qué le costaba respirar ante la idea. Yo sí sabía, intenté hacérselo saber, pero no pude. – Lo siento… los colapsos nerviosos- rió Emma, abriendo la lata de Dr. Pepper al haber arrojado el iPhone a su bolso.

 

Sophia sólo sonrió y terminó de comer en silencio, intentando descifrar por qué le daba tanta “rabia” que Emma llamara a alguien “mi amor”, o le contestara un “te amo”. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué con Emma sentía que no tenía ninguna fuerza? “No puede ser”, Si, Sophia, sí puede ser. “No puede ser, simplemente no puede ser… no a mí, no ahorita, no con ella”, pero sí, Sophia, si puede ser, simplemente sí puede ser, a ti, a cualquiera, en cualquier momento y con cualquier persona, es la ley de la vida: “Expect the Unexpected”, ah, no, ese es el slogan de Bleu de Chanel, la fragancia para hombres. “¿Cómo me desenamoro?”, no te puedes desenamorar, Sophia, no estoy segura siquiera si la palabra existe, pero no se puede. Pues, le habían gustado tantas mujeres como a Sara Peccorini le gustaba la berenjena, nada, ninguna, le gustaban de vista, pero no para comérsela, en un sentido figurado…o literal, pero había llegado su “nunca”, y, así como Sara Peccorini comía, en aquel momento, Penne alla putanesca e melanzana, o sea con berenjena, y le parecía lo más rico que había comido en aquel restaurante con su mejor amiga, Carmen, y Sophia supo, en el momento en el que Emma se despidió de ella, de un beso en cada mejilla, al final del día, que por fin habían terminado de instalar las vitrinas en la cincuenta y siete, que no quería besos en las mejillas, sino besar sus labios, besar su cuello, enterrar su nariz entre su cabello y su cuello mientras mordisqueaba por aquí y por allá: un enamoramiento que, en escala del uno al diez, siendo el diez el mayor puntaje, era un verdadero e insuperable “Shakespeare”.

 

- Good Evening, Double-O-Seven- rió Emma, pues el número de teléfono de Natasha terminaba con “007”.

 

- Good Evening, Em- rió, refiriéndose a “M”.

 

- ¿Cómo estás?- sonrió, abrazando a su mejor amiga mientras tambaleaba su cabeza de lado a lado. - ¿No viene tu hombre?

 

- Quizás más tarde, tenía que trabajar bastante… sólo fui a darle la fuerza que necesitaba

 

- Dios mío…estás bañada en pecado, Anticristo- rió Emma, tomándola de los hombros para entrar a Brasserie.

 

- No, hoy no me bañó… usamos casi que tres condones por vez

 

- Agh, por favor, no hablemos de cosas que tengan que  ver con semen, por favor…- frunció su ceño, con un poco de asco. – Pensaba comer un Croque Madame con Bechamel…ahora eso ya no será posible

 

- Está bien, está bien…- murmuró, sentándose a la mesa. – I’ll have the Filet Mignon, medium, Please

 

- I’ll have a Steak Frites, medium well- ordenó Emma. – And Brasserie Signature Martinis, Olives on the side, Please…and keep them coming- sonrió ante el asustado mesero, que era su primer día y ya lo habían bombardeado con una orden complicada, o así le pareció, pues no pudo concentrarse por la belleza de las dos mujeres.

 

- Oye, Em, de verdad, perdona que no puedo invitarte a lo de mamá el otro sábado, sólo puedo invitar a dos… y James se muere por conocer al comité gastronómico

 

- Nate, tú tranquila, ¿sí?- sonrió, estirando la servilleta de tela sobre su regazo, sobre sus piernas cruzadas. – Me quedaré armando mi rompecabezas

 

- A veces no sé si me das lástima o te admiro

 

- Ouch- rió.

 

- No quise decirlo así…

 

- Lo sé, lo sé…tienes razón… tengo que terminar a Alfred, ya… el viernes de la otra semana…o cuando lo vea…- suspiró, viendo cómo el agua fría caía en las copas que llenaba el mesero.

 

- No hablemos de ese, mejor- rió. - ¿Cómo va todo con tu intrusa?

 

- Se llama Sophia Rialto - le dijo, atravesando su burla con la mirada.

 

- Ah… ¿cómo es Sophia?- preguntó, haciendo una nota mental de averiguar cosas sobre Sophia.

 

- Es mi sombra, por ahora

 

- ¿No te molesta que te ande siguiendo cual perro?

 

- No me molesta que me siga un perro así de guapo- rió. – Y no es un perro, es bastante humana, de hecho…

 

- ¿Guapa?

 

- Supongo, sí… rubia, como de mi estatura, delgada…

 

- ¿Barbie?

 

- No, no Barbie…es distinta, supongo… no sé, Nate, su presencia no me molesta…además, siendo la sobrina de Volterra, Segrate se ha alejado de mi oficina, al parecer Volterra le dijo que era cinta negra- rió.

 

- ¿Y eso es gracioso porque…?

 

- Porque Sophia no parece que mate a una mosca, debe ser mentira

 

- Nunca subestimes a una mujer

 

- No la subestimo, simplemente es…humana, no sé…tranquila, graciosa, puedes conversar con ella fácilmente, no estorba, que es lo más importante

 

- Sounds like she’s cool…- murmuró, notando la manera en cómo Emma cambiaba el tono de su mirada cuando hablaba de la tal Sophia. – Al menos te ha alejado al imbécil de David

 

- No es lo más rico que ha hecho, y eso que sólo ha estado ahí dos días

 

- ¿Rico?- rió Natasha, echándose con su espalda sobre el respaldo de la silla. – Vamos, Em… ¿qué clase de palabra es esa?

 

- Tiene manos suaves- Natasha soltó una carcajada. – Oye, es cierto…tiene manos suaves, ¿qué le voy a hacer?

 

- Ay, qué descaro…- sacudió su cabeza.

 

- ¿Y cómo te fue ahora?- sonrió Volterra. - ¿Cómo va todo con Emma? Me enteré por ahí que eres su sombra- comían en “Il Vagabondo”, un poco de italiano y vino tinto.

 

- Bien, todo va bien- sonrió, clavándole el tenedor a su ensalada.

 

- ¿Qué tal te parece Emma? ¿Es la boca del lobo como dicen?

 

- No creo, es muy humana…pues, tiene sus aires de grandeza, un ego generosamente grande, pero es amable, es muy afable su compañía, conversa conmigo, me explica todo lo que hace, por qué lo hace así, cómo decidió hacerlo así… me impresiona, la verdad

 

- ¿Por qué?

 

- Tiene mi edad, me considero joven, y creo que el ego que tiene es justificable, no cualquiera trabaja con Louis Vuitton, o con Meryl Streep… tienes que ser alguien para que te busquen, ¿no cree?- Volterra asintió pensativamente. – Me parece una persona interesante además…

 

- Emma es una persona complicada, quizás no complicada, pero si compleja, no acomplejada…

 

- ¿A qué se refiere?

 

- Tiene muy claro lo que quiere y cómo lo quiere, y le molesta que interrumpas su proceso…le gusta que se hagan las cosas como ella dice, que debo admitir que es raro que se equivoque con algo, si tiene dudas pregunta, pero siempre acierta…sólo una vez ha tenido un error, y fue porque la Arquitecta Fox le dio un consejo que no era el más de acuerdo a lo que Emma hacía, por eso, en lo que a su trabajo se refiere, Emma es muy cerrada… y es la única que no le pasa sus diseños a Harris…pero tiene su carácter, Sophia, le gusta el control, porque sabe que es muy buena teniendo el control de las cosas, sólo así puede lograr la perfección, que es perfeccionista en todo sentido, ¿no has visto cómo se viste?- Sophia asintió. – Según Emma todo tiene su momento, su lugar, su razón de ser, pero el momento correcto…

 

- No es muy flexible, entonces- murmuró Sophia, clavando nuevamente su tenedor entre la lechuga y el tomate. – No le quita lo interesante, tío… es como muy madura para su edad, como que creció y se quedó joven, aparte que se ve como de veintitrés años…¿no cree que para alcanzar ese nivel de conocimiento se necesita madurez antes que experiencia?- Volterra asintió pero un tanto dudoso. – Digo, el nivel de seguridad en sí misma que tiene…no sé, me hace admirarla… - pero Volterra ya sabía que no era admiración, que era algo más. – Sólo digo, es una persona interesante, pareciera que ha vivido tanto que no ha vivido nada… es como…perfecta- suspiró.

 

- ¿Perfecta?- Sophia asintió, bebiendo de su copa. – Emma quiere alcanzar la perfección, pero sabe que no es perfecta… yo creo que por eso su obsesión con la perfección laboral, pues es lo único que está perfecto siempre, su trabajo, los resultados de su trabajo…lejos de eso, no la conozco en un sentido muy personal, pero sé que hay cosas que no la dejan vivir en paz

 

- Lo tiene todo, tío… un trabajo, un buen trabajo, pues dudo que Emma gane lo que yo gano, tiene un novio, vive en el Upper East Side…exitosa en todo sentido

 

- ¿Novio?- rió. – Emma no tiene novio, al menos no que yo sepa… anduvo saliendo con un alguien pero ya no, al menos ya no la he escuchado mencionarlo desde hace mucho

 

- ¿Ah, no?- sonrió, intentando disimular la sonrisa, pero no pudo.

 

- Emma, el único novio que tiene, es su trabajo… tú crees que teniendo novio, ¿se iría de la oficina a las seis de la tarde?- Sophia se encogió de hombros. – Busca una excusa para no ir a su apartamento…vive cerca de Louis Vuitton de la cincuenta y siete, por cierto…así de “en el Upper East Side” vive…

 

- Entonces es como que trabaja por hobby o gana tan bien que puede costearse la vida ahí, gana tan bien como usted

 

- A veces Emma gana más, depende del proyecto…el proyecto jugoso que tiene es el de Boston…no me acuerdo cuánto le están pagando…oye, qué falta de ética de trabajo tengo contigo- rió, sabiendo que era porque era su hija. – Ya no más Emma por la cena, ¿de acuerdo?- Sophia rió. – La verás el viernes y así puedes preguntarle lo que quieras, directamente a tu sujeto de estudio

 

- ¿Hasta el viernes?- Volterra asintió, terminándose su pizza de pepperoni. - ¿Qué voy a hacer mañana entonces?

 

- Puedes trabajar en lo de los Hatcher, que Emma me dijo que te habían contratado- sonrió. – Puedes ir al taller, a comprar materiales…

 

- O me puede decir dónde estará…- Volterra supo que Sophia simplemente se había enamorado, ¿era raro? Y fue cuando Volterra consideró sus opciones, entre proteger a Sophia de una manera descontrolada, o mantenerla protegida con alguien que conocía, con Emma, pero le parecía un poco difícil imaginarse a Sophia tan enamorada de Emma, imposible imaginarse a Emma correspondiéndole, pero, ¿qué lugar más seguro que Emma?

– Prada…- suspiró. – En Soho, sobre Prince Street y Broadway- notó la sonrisa de Sophia, que crecía cada vez más. – Estará supervisando el mantenimiento de la fachada…

 

- ¿Mantenimiento?

 

- Es Patrimonio Cultural, se le tiene que dar mantenimiento… y es todos los años, antes del invierno, para evitar mayores daños en el invierno, y para que, con el cambio de temperaturas y humedad entre primavera y verano del otro año, contando con que bajo Prada hay una estación de subterráneo, no haya un daño de tipo “multa”

 

*

 

Sophia y Emma caminaron de la mano hacia el salón, volviéndose a ver por momentos, Emma admirando la belleza que despedía su rubia favorita, con su cuello delgado, que colgaba tiernamente el anillo de él, los aretes que Natasha le había regalado, el toque perfecto para el Elie Saab, que no era el vestido que hacía ver bien a Sophia, sino al revés, Sophia hacía ver bien al vestido. La licenciada veía la felicidad con la que Emma la veía de regreso, esos ojos verdes nunca se vieron más puros, bueno, sólo un par de veces, cuando le dijo que la amaba, cuando se reconciliaron en la oscuridad de la víspera de año nuevo del dos mil doce, y cuando le pidió, de aquella tan rara pero interesante manera que se casara con ella, y no podía evitar ver su sonrisa, disimulada y tirada del lado derecho, que invitaba a comer de la comisura de sus labios, a besarlos, a simplemente firmar el papel y hacer el amor, hacer el amor una y otra, y otra vez, sentir su piel así como la primera vez, así como la noche de la reconciliación, así como la noche de la propuesta, así como esas veces que no se daban un orgasmo, sino que sólo sentían sus pieles rozarse, sus alientos mezclarse y sus labios unirse, entre caricias tiernas y apasionadas, que sólo querían sentirse cerca. Sophia desvió su mirada hacia el hombro desnudo de Emma, qué hombro para gustarle, con esas pecas dispersas, pocas pero sensuales, sus antebrazos, la clavícula que se le saltaba, el calor de su mano que envolvía la suya, su pulgar que acariciaba el costado del suyo, pero, al ver nuevamente hacia el frente, Sophia se detuvo.

 

- ¿Qué pasa, mi amor?

 

- Voy a ir por mi mamá- rió. – Se me había olvidado que iría por ella y por mi hermana

 

- No sé si ya están aquí, mi amor… déjame preguntarle a Phillip, ¿sí?- Sophia asintió, viendo a Emma buscar su iPhone.

 

- ¿Qué se supone que haga con un ocho?- rió, refiriéndose al número que le había dado Emma, quien se encogía de hombros mientras desbloqueaba su iPhone. - ¿Es el número de orgasmos que me vas a dar?- Emma rió a carcajadas. - ¿Las veces que Darth Vader ha desgraciado el piso?

 

- Pipito- saludó a Phillip por el teléfono, sacudiendo su cabeza con una sonrisa para responderle a Sophia. – Una pregunta, ¿Camilla e Irene ya están ahí?... Roger that, Sarge. Pavlovic, Out. – y colgó. – Te espero en el salón, ¿está bien?- dijo, volviéndose a una sonriente Sophia.

 

- Hubiera sido más fácil si estuvieran ya abajo- rió.

 

- ¿Por?

 

- Seguro me da “the talk”

 

- Esa “talk” me la dieron a los catorce, y luego a los dieciséis, y luego a los diecisiete… ¿no estás un poco mayor para eso?- rió Emma. – Digo, a los veintinueve como que no esperan que seas virgen- rió a carcajadas descaradas.

 

- ¡Ay!- canturreó, riéndose por el buen humor de su novia. – Esa nunca me la dio porque me incomodaba demasiado… y le he huido por veintinueve años, Arquitecta, no voy a dejar de huirle ahora.

 

- Creo que, en realidad, tienes miedo de confesarle a tu mamá que eres una ninfómana- murmuró, tomándola de la mano y acercándola a ella lentamente. – Y de confesarle que te encanta cuando me como tu clítoris…- y aquel murmullo se iba convirtiendo, con el paso de las palabras, en un susurro juguetón y coqueto. – O… cómo te gusta que te haya eyacular…- susurró a ras de su oído, Sophia con la piel erizada y tratando de tragar con normalidad. – Mientras penetro tu…- respiró, cayendo su exhalación tibia sobre el cuello y el hombro de Sophia, que sintió cómo Sophia apretujaba su mano, intentando decirle “¿mi qué?”. – Ano

 

- Holy.Fuck- resopló Sophia entre su ahogo, respirando por fin, soltando el aire que tenía estancado en sus pulmones, pero, al mismo tiempo que lograba respirar, resolvía sonrojarse del color de la alfombra del Radio City Music Hall.

 

- Holy is your tiny and tight little asshole- sonrió Emma, despegándose de su oído y clavándole los ojos en los suyos. – Te estaré esperando…- sonrió, dando el primer paso hacia el final del pasillo, en donde, a la izquierda, se encontraba el salón.

 

- Wait, wait…- Emma se detuvo, y Sophia vio cómo respiraba hondo. La tomó de la mano y la haló hacia ella. – You’re so gonna regret this- rió, dándole un beso fugaz en sus labios.

 

- No te tengo miedo- sonrió, que Sophia le soltaba la mano y se daba la vuelta para salir por el pasillo principal hacia los ascensores.

 

- ¡Deberías!- elevó su voz junto con su dedo índice derecho, como haciendo la típica seña de regaño paternal, de una amenaza de “no lo vuelvas a hacer”, y desapareció al cruzar hacia la izquierda.

 

*

 

Octubre doce, viernes, dos mil doce. Ya era relativamente tarde, al menos ya no había sol, y era el fin de una larga y extraña semana para Natasha, había tenido que despedir a alguien por primera vez, y no le había gustado, pues había visto la preocupación de aquel hombre, el qué haría entonces, y, peor aún, cuando se había puesto a llorar, rogándole que le diera una segunda oportunidad, y fue que Natasha no supo si le daba lástima, miedo, asco, o qué, pero no sabía ni cómo consolarlo, sólo le pasó la caja de Kleenex, e intentó con todas su fuerzas no verlo, pues le incomodaba, no era decisión suya despedirlo o no, eso era lo que el hombre no entendía, era decisión de producción, pues, últimamente, el equipo llegaba incompleto a Parsons, siempre estaba incompleto, que eran cables de extensión, o conectores de cámara a monitor, o cualquier cosa, y Natasha simplemente hacía su trabajo, despedirlo, cumplir con la orden que venía del departamento de su mismo nivel, que tenía que rendir hacia abajo al despedirlo, hacia la derecha para contratar a un nuevo técnico. Qué momento más incómodo, e hiriente también, pues la mirada de ese hombre, de preocupación y ruego, se convirtió en una mirada de odio otorgado por casualidad al Natasha decirle “lo siento, Mr. Fields, pero no hay nada que yo pueda hacer”. Y esa secuencia de imágenes se repetía en su cabeza, una y otra vez, sin descanso, intentando descifrar la reacción del hombre, por qué la odiaba a ella y no a los que habían tomado la decisión de despedirlo en un principio. Salió de su oficina, taconeando sobre sus botas, hasta por debajo de la rodilla, rojas, de gamuza y cuero Louboutin, que enfundaban su skinny Jeans The Row, cubierto por los bordes de un abrigo negro de otoño, largo, hasta por arriba de la rodilla, que guardaba una camisa formal, de manga larga, de lino, color crema, a rayas distanciadas y gruesas, azules con contornos blancos.

 

- Miss Roberts- la saludó Hugh, abriéndole la puerta trasera de aquel Mercedes Benz.

 

- Hugh, buenas noches- sonrió entre su cansancio, arrojando su bolso Narciso Rodriguez de golpe al asiento para luego meterse ella, Hugh cerrándole la puerta, ella apoyándose con su codo de aquel corto espacio que había entre la ventana y el vacío, llevando su mano a su cara, deteniéndolo desde su frente, escuchando a Hugh subirse al auto, encendiéndolo, ella apoyando la cabeza contra el vidrio.

 

- ¿Miss Roberts? ¿Está todo bien?- preguntó en su voz preocupada al verla así a través del espejo retrovisor, manía que tenía de todos los días desde aquel día que Natasha iba llorando, en silencio, como siempre le había gustado. Tenía once, o doce, aquella vez, mal día en el colegio.

 

- Sí, todo está bien, Hugh- murmuró, pero sin dirigirle la mirada, ni el más mínimo y considerado reojo.

 

- Recogí el paquete de la oficina de Mr. Shaw- murmuró, alcanzándole el sobre manila por entre los asientos.

 

- ¿Y qué dijo?- lo tomó con su mano izquierda, irguiéndose para sacar lo que había dentro.

 

- Nada en especial, que esperaba tener el resto del pago cuanto antes y que el Señor Romeo nunca se enterará, como acordado- puso el vehículo en marcha. - ¿A Kips Bay?

 

- No, a donde Phillip, por favor…

 

- Con mucho gusto, Miss Roberts- sonrió, ya con la corbata un poco floja y con su camisa desabotonada al primer botón. - ¿A Watch Group?

 

-  No, a Beaver House, por favor- murmuró, revisando la cantidad de papeles que aquel sobre contenía, un merecido diez para Shaw, el P.I de Romeo. Guardó los documentos en el sobre y los metió en su bolso, preguntándose de dónde había sacado tanta información, ¿qué tanto podía existir sobre alguien? Y no había algo que Natasha odiara más que los semáforos en rojo, todos en rojo, pues no sólo estaba cansada, sino que estaba ansiosa por revisar los documentos, y tenía hambre, y ganas de verlos con Phillip. – Yes, hi, uhm… I’d like a Carne Asada Quesadilla, two Puerco Burritos, one Puerco Torta, one Tamarindo and one Jamaica, to William Beaver House, 47th Floor, Please… I’ll pay cash, and twenty dollars extra if you could make it in less than half-an-hour, ok?... Ok- y colgó, viendo, a lo lejos, el edificio de su príncipe azul, pero no alcanzaba a ver si las luces estaban encendidas, que nunca lo había logrado.

 

- Creí que no te vería ahora- sonrió Phillip al abrirse el ascensor.

 

- ¿Ya comiste?- caminó, arrojando su bolso sobre la mesa de la entrada para quitarse, en el trayecto hacia Phillip, su abrigo.

 

- No, estaba a punto de ordenar- sonrió, recibiéndola entre sus brazos, abrazándola por la cintura mientras Natasha lo abrazaba, con sus muñecas, por su cuello para saludarlo con el típico beso.

 

- Olvídalo, Guapo… ya ordené, mexicano para los dos, uno de esos de Tamarindo que tanto te gustan- sonrió, volviendo a darle un beso, enterrando sus dedos entre su cabello.

 

- ¿Sucede algo?- murmuró, notando la falta de espíritu de Natasha.

 

- Mal día en la oficina, nada más- sonrió de nuevo, dándole otro beso, este fugaz y corto, despegándose de él para colgar su abrigo en el closet de la entrada.

 

- ¿Algo de lo que quieras hablar?

 

- Tuve que despedir a alguien… no big deal, for me, of course… for him…you know- suspiró, sacando el sobre de su bolso y volviéndose hacia él.

 

- Me imagino que no fue fácil… me asustaría si lo hubieras disfrutado… ¿qué tienes ahí?

 

- Toda la información sobre la nueva compañera de trabajo de Emma

 

- ¿La Intrusa?

 

- Esa misma…

 

- Oye… ¿no es invasión a la privacidad eso? ¿No va en contra de algún reglamento femenino?

 

- Tengo la demencial teoría de que a Emma le gusta- susurró, tomándolo de la corbata y halándolo hacia ella.

 

- ¿Le gusta de que le gusta trabajar con ella o de que le gusta físicamente?

 

- Las dos cosas… sólo que la segunda opción no la sabe todavía

 

- Y…esta demencial teoría, como tú le llamas… ¿de qué comentario de Emma parte? ¿O es simplemente que estás perdiendo la cabeza?

 

- Oye, respétame- rió, dándole un golpe burlón con el sobre en la cabeza. – Tú sabes cómo es Emma…te conté cómo estaba porque le iban a invadir la oficina… pues ese turbo-cabreo que tenía se le evaporó ante la guapísima mujer que invadió su oficina… que no sé qué tan guapa sea, pero Emma habla grandezas de ella, laborales, físicas…hasta me dijo que sus manos eran suaves

 

- Tal vez sólo le ha caído bien, tal vez sólo son compatibles- trató de razonar con Natasha, como si él tuviera integridad, al menos más que Natasha. -Dame ese sobre- rió ante su curiosidad, perdiendo toda moral que el diablo podía robarle.

 

- Así me gusta, Phillip Charles- sonrió, pegando el sobre a su pecho para que lo tomara y ella caminó hacia el sofá de la sala de estar, un comodísimo sofá de cuero, ancho y cómodo, negro, como todos los muebles en ese Penthouse, y se dejó caer de espaldas, con sus pies colgando del brazo. – Mi amor…

 

- Dime- dijo, sacándole las botas, cosa que Natasha no le había pedido, pero él, por atención personalizada, lo hacía.

 

- ¿Qué tan bueno eres dando masajes?

 

- No lo sé, pero supongo que podría intentar contigo… Consentida- susurró, bromeando.

 

- No pienso salir de aquí hasta el lunes por la mañana, ¿sabes?

 

- ¿Y qué hay de Emma? ¿No tenías una riña en el Fencing Center programada para mañana?

 

- Ya no, Emma me canceló… - suspiró, sintiendo a Phillip quitarle sus cortos calcetines.

 

- ¿Qué podría ser mejor que estar contigo?- sonrió, subiendo sus manos a los bordes del jeans de su novia, sabiendo que el botón sólo era adorno, pues era Denim con Spandex, lo que lo hacía retirable, y lo retiró. – Pues, ¿más importante?

 

- Mmm… Guapo, así me gusta- rió, tanto por su pregunta como porque la estaba desvistiendo. – No es mejor en calidad de tiempo, pero es mejor para ella

 

- ¿A qué te refieres?

 

- Soy mala influencia- sonrió con diversión.

- Ay, no seas mala- le reprochó en tono mimado, cómo le daba risa a Natasha cuando hablaba así. Phillip tenía la habilidad de hacerla reír en tres segundos, o menos, cuando hablaba y se movía como un homosexual que se había potencializado al lado femenino, así como Ross Matthews, que sacaba la mujer más mujer que llevaba dentro, o cuando hablaba como afroamericana, con todo y gestos, que su nombre era artístico era Lashonda o Shaniqua, y esa habilidad la había aprendido de las adorables secretarias del área de Mergers & Acquisitions, que eran otro tipo de consultores. - Dime

 

- Guapo, la curiosidad no es buena- sonrió, sintiendo a Phillip desabotonarle la camisa, y sólo sintiéndolo, pues tenía sus ojos cerrados.

 

- ¿Y me lo dices tú? ¿La que ha mandado a investigar a la mujer esa?- rió.

 

- Touché, touché…

 

- Vamos, dime, no le voy a decir a nadie- terminó por desabotonar aquella camisa, viendo la unión de su sostén del mismo color de su piel.

 

- Le di el teléfono de Alastor

 

- ¿Quién es Alastor?

 

- Alastor Thaddeus, Psicólogo funcionalista… es un Dios para resolver los traumas

 

- Dos cosas- dijo, abriendo la camisa de su novia mientras acariciaba, con sus dedos, el contorno de su sostén de encaje. - ¿Por qué sabes tú de ese psicólogo y en traumas? Y, ¿por qué necesita Emma un psicólogo? Is she alright?

 

- Muchos de mis compañeras en NYU decían que estaban traumadas, por A o por B motivo, y terminaban en el consultorio de Alastor, y es un poco famoso por arreglar traumas sin remitirte a un Psiquiatra… y Emma está bien, sólo necesita saber algo, supongo… no sé con exactitud, ella simplemente preguntó si sabía de un buen psicólogo que no fuera tan psicólogo

 

- Tú eres psicóloga, ¿no podías ayudarle tú?

 

- No soy psicóloga clínica… mi minor es en Psicología Clínica y Criminalidad, pero no me hace una psicóloga con la capacidad de hacer ni la mitad de lo que un psicólogo clínico hace

 

- Pero, digo, eres su mejor amiga… algo sabes de eso

 

- Guapo, a veces es más fácil contarle tus problemas a alguien que no conoces y  que, como profesional, no te juzgará… yo puedo decirle muchas cosas, pero siempre la relación de amistad va a interferir en mi distanciamiento

 

- ¿Y… lo que le pasa a Emma no tiene nada que ver con tu humor?

 

- Un poco, sí, es justo preocuparse, ¿no?

 

- Ustedes viven como en simbiosis, ¿no?

 

- Pretty much… pero dejemos de hablar de Emma, que íbamos por buen camino, se me había olvidado que estaba preocupada por ella también- suspiró, abriendo sus ojos, viendo los ojos grises de Phillip, sonriéndole con ternura, como si quisiera pedirle algo. – Sólo pregunta

 

- No, no quiero preguntarte… quiero decirte lo que quiero

 

- Ay, Guapo… así me gusta, mi oposición oficial- gruñó cariñosa y juguetonamente, sentándose, recostando su espalda sobre el respaldo.

 

- No sé qué quiero, en realidad…

 

- And we’re back to Square one- rió. - ¿Quieres casarte conmigo?- sonrió, levantando su mano derecha, mostrándole el anillo y el cordón rojo alrededor de su muñeca, que había sido recientemente renovado, y el anillo no se lo quitaba ni para ducharse.

 

- Desde hace mucho tiempo, mi amor

 

- ¿Tienes una propuesta más interesante?- Phillip asintió, pero luego dudó y tambaleó su cabeza. – Aclárate, ¿sí?- y sacudió la cabeza. – Oh, se trata de tus fantasías, ¿no?- y asintió. - ¿Quieres que las adivine?- volvió a asentir. – Quieres que me masturbe para ti… y quieres saber si estoy dispuesta a tener sexo anal, ¿cierto?

 

- La primera si es fantasía… pero… la segunda no, no podría hacerte eso

 

- Si puedes… sólo tienes que pedirlo… aunque pedirlo es lo que te da problemas…- murmuró, guiando su mano, por la verticalidad de su abdomen, hasta su sexo, introduciendo su mano dentro de su tanga, la típica tanga negra.

 

- You have got to be fucking kidding me- gruñó ante el timbre del Lobby.

 

- No te preocupes, Guapo… que sí me masturbaré para ti… sólo si te quitas las ganas anales que me traes

 

- No tengo lubricante

 

- Pero yo sí

 

- ¿Anal?- su mirada se abrió de par en par, casi se le salen los ojos.

- ¡No!-soltó una carcajada mientras se ponía de pie sobre el sofá y saltaba por el respaldo para caer sobre el suelo. – Piénsalo- sonrió. -  Yo invito- dijo, desapareciendo por el pasillo, no para vestirse, sino para que el hombre del  servicio a domicilio no la viera semi-en-pelotas. Phillip ya había aprendido que, cuando Natasha decía que ella invitaba, era porque ella invitaba, pues, al principio, Phillip no la dejaba gastar en nada, y Natasha, un día, decidió rebelarse contra el sistema de gastos y le regaló un Yacht-Master, un Rolex de platino, con una nota que decía: “Mi amor, ¿prefieres que gaste quince mil veces más que lo de la cena del sábado, o lo de la cena del sábado? Con advertencia y amor, Natasha”, e hizo que se lo fueran a dejar un Payaso, una enfermera sexy, y Fabio, pues, un doble de Fabio. Y él no quería repetir aquella vergüenza, que le dio risa, pero lo hizo entender. – Here- sonrió, alcanzándole un Adizero Bermuda gris. – Yo ordeno- dijo, refiriéndose a la cena.

 

- Gracias

 

- I’d take a bullet for you

 

- No digas eso, Natasha…- suspiró, imaginándose esa escena, y no la pudo digerir, se quitaba su camisa junto con su corbata. – Nadie me va a disparar… nunca

 

- Pues, sólo mi papá- rió, sacando las servilletas de uno de los gabinetes.

 

La cocina de Phillip era lo único que no le gustaba, pues sólo estaba ahí puesta, contra la única pared que no era completamente de vidrio, y no tenía pared que le diera privacidad, simplemente estaba a la vista pública dentro del Penthouse; era lo que Emma decía: “mi apartamento lo compré porque tenía una cocina grande y no era completamente abierta, no entiendo por qué los neoyorquinos no cocinan en sus casas”, y Emma tampoco cocinaba, al menos no muy seguido, pero esa noche sí, cocinaba vieiras y cola de langosta a la mantequilla y al limón, con un toque de ajo y cebolla, y el ingrediente secreto de Sara, nuez moscada y un poco de Bourbon para flambear aquellos mariscos, y servirlos al lado de una generosa porción de arroz al vapor, con un vaso alto de Grey Goose con Pellegrino, un toque de menta y limón, y, junto a Coldplay en los parlantes de la habitación del piano, a puerta cerrada para no perturbar a los vecinos, se dispuso a terminar de armar su rompecabezas de mil quinientas piezas, aquella imagen de Van Gogh.

 

- ¿Tienes algo?- preguntó Phillip. Estaban acostados en su cama, en su, Foglia de roble, un diseño de Armani Casa, que en un principio fue concepción de Sophia pero que había sido de los muebles modificados por Gio o Francesco, que fue que sólo le agregaron una curvatura a la parte final de la cama.

 

- Pues… cuando Emma me dijo que estaba guapa… no me dijo que estaba así…- dijo, mostrándole una fotografía de Sophia saliendo del edificio en Rockefeller Center. – De guapa

 

- Con el debido respeto que te mereces, mi amor…

 

- Lo sé, lo sé… está guapísima

 

- ¿Es normal que una Arquitecta sea así de guapa?- rió, volviendo a sus páginas. – Digo, Emma es guapa, es diferente, no las puedo comparar

 

- No es Arquitecta- sonrió, dándole la hoja de vida de Sophia. – Es Diseñadora de Interiores y de Muebles

 

- ¿Diseñar muebles es una profesión?- resopló. – Debe ser buena para que haya trabajado tanto tiempo en Armani Casa

 

- Una pregunta… ¿en qué caso pagarían de dos cuentas distintas el mismo fin?

 

- ¿A qué te refieres?

 

- Sophia está bajo el seguro financiero, por ahora, según esto… y el pago viene, con normalidad, de Volterra-Pensabene, pero, el apartamento en Chelsea… vale dos mil quinientos mensuales, no lo paga ella

 

- No, eso no puede ser… el seguro mensual, por cada trabajador, cubre hasta cinco mil dólares, dos mil quinientos más necesitaría la firma de Emma y de Volterra, y eso pasaría por el contador y luego por mí… ¿dice quién lo está pagando?

 

- No, sólo dice que es una transferencia que se ha programado por los próximos seis meses, para que se haga el depósito a la administración de Clever Tower…- hizo una pausa y rió. – Desde la cuenta de Volterra

 

- No está haciendo nada malo, entonces- sonrió, pasando las páginas. – Es su cuenta personal, no tiene nada que ver con el Estudio

 

- ¿Por qué harías algo así? Digo, Volterra no le pagó un apartamento a Emma cuando recién llegaba… ¿o sí?

 

- Mi amor, tal vez sólo trata de ser amable, dos mil quinientos dólares para Volterra… ni los nota al final del mes… oh, escucha esto: hija de Allegra Camilla Rialto Stroppiana y Talos Artemus Papazoglakis, congresista y secretario general de la fracción del Movimiento Panhelénico Socialista, Sophia Rialto Stroppiana, sus primeros tres años de vida tuvo el primer nombre por “Nina”, que fue removido en el ochenta y ocho, fue declarado como una confusión estatal, tiene una hermana, se llama Irene Melania Artemisia Papazoglakis, es bisnieta de Leopoldo Rialto, uno de los cinco ingenieros que implementaron el sistema de trenes rápidos en Italia, su abuela materna era actriz de teatro, su abuelo dos veces medallista olímpico de plata en Shooting…

 

- Suena como que si Sophia tuviera mucho dinero, Phillip

 

- Sus papás se divorciaron el verano pasado, razón principal de que Sophia se haya cambiado el apellido… dice aquí que la justificación fue “acuerdo mutuo entre padre e hija” y luego la dejó, a ella, y a su mamá sin un centavo

 

- Pues, sí, supongo… porque Savannah College por seis años no creo que sea barato…

 

- Creo que cuesta más o menos cuarenta mil al año, pues, sin costos de vida, claro… Summa Cum Laude en su Bachelor y Cum Laude en su Master… la niña es superdotada- rió, poniendo los papeles sobre el suelo.

 

- Tiene veintisiete, niña no es… y Emma tiene Summa Cum Laude en ambas cosas- dijo, saltando a la defensiva de su mejor amiga.

 

- ¿Por qué hiciste que investigaran sobre ella? ¿Tienes celos?

 

- No, no son celos, es sólo que…

 

- ¿Qué?- murmuró, quitándole las páginas de las manos y tirándolas, a ciegas, sobre el suelo. – Dime…

 

- Emma no es feliz, quizás un poco de amor le ayude

 

- ¿Amor? ¿Qué se supone que tiene con Fucker?- dijo, refiriéndose de tal manera a Alfred, porque él sí pensaba que Alfred era un verdadero Fucker, un Fucked up Fucker, había algo en él, más allá de su comportamiento y de su historia, que no le terminaba de agradar.

 

- Con Fucker no tiene nada- rió Natasha, acomodándose entre los brazos de Phillip.

 

- Tú lo que quieres es saber si, por cómo Emma habla de Sophia, es que inconscientemente hay cierto coqueteo, ¿no?- Natasha asintió, paseando su mano por el pecho de Phillip, que le gustaba que tuviera vellos, pues no eran muchos y no era una jungla densa. – Just give her a Little push when the time’s right… they’re both gorgeous…

 

- Emma no es tan lesbiana, mi amor

 

- Get her drunk

 

- Tú sabes algo que yo no sé, Phillip Charles

 

- Alcohol is the truth serum, go for it

 

- Está bien… está bien… ahora, tema concluido… tengo ganas de algo, un antojito

 

- Nate, ¿no comiste suficiente?

 

- No es eso… - sonrió, con una risa nasal, despegándose de los brazos de su hombre y quitándose su sostén. – Te debo algo, que será un literal placer dártelo- se colocó entre las piernas de Phillip, encarándolo, abriendo sus piernas sobre las de él.

 

- ¿Es en serio?

 

- Yo no bromeo con esas cosas, mi amor… pero…- susurró, irguiéndose hasta topar su frente con la de Phillip. – Quiero que lo saques pero que no lo toques- y atrapó su labio inferior con sus dientes.

 

Natasha también podía ser traviesamente picante. Phillip se quitó sus pantaloncillos junto con su bóxer, dejando su miembro, suavemente flácido, a la vista de su novia, quien se había recostado, con sus piernas abiertas, frente a Phillip, pero deteniéndose con su codo izquierdo para ver el panorama. Acarició su vientre con sus dedos, juntos y suaves, guiando la caricia con sus uñas, manicuradas al natural, hasta su monte de Venus, en donde Phillip tuvo que intervenir y le ayudó a quitarse lo único que separaba su vista de aquella masturbación. Llevó sus dedos, sus cuatro dedos hasta cubrir por completo su sexo, acariciándolo totalmente, de arriba abajo, lento, sólo para que Phillip viera que ella se trataba con cariño también. Y, con su dedo medio e índice, introducidos levemente entre sus labios mayores, acarició, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, desde su perineo hasta su clítoris, lentamente, gozando su momento, pues no engañaba a nadie, ni a sí misma, simplemente le gustaba que Phillip estuviera viendo. Presionó su clítoris con su dedo de enmedio, liberando aquellos sonidos húmedos de cuando su dedo se despegaba de su pequeño clítoris, sonidos sensuales y tiernos, bueno, tiernos quizás no, pero eran lindos, según Phillip. Natasha no solía gemir cuando se masturbaba, pues en la oscuridad de su habitación, ella sola, ella y su vívida imaginación, no podía hacerse gemir ella sola, pero ahora, masturbándose frente a Phillip, sí que podía gemir, por morbo, por excitación, por excitarlo a él, que era notable, pues su pene, conforme los segundos pasaban, se iba acomodando a una hermosa y recta erección.

 

Phillip veía el cambio en el cuerpo de Natasha, haciendo el recuento de lo raquítica que solía ser cuando la conoció, cuando la vio por primera vez, que quizás era talla cero, o talla dos, pero ahora, en su hermosa talla cuatro, que seguía siendo pequeña, en estatura, en proporción a él, y en peso, era muy liviana todavía, pues Phillip solía levantar doscientas libras en pesas todas las mañanas, ciento veinticinco libras no eran nada. Y el cambio físico momentáneo también lo pudo apreciar, aquello de que los pequeños pezones de su novia se hicieron todavía más pequeños, más rígidos, que se concentraban tímidamente en el centro de cada seno, sus senos que descansaban sobre la parte más alta de su abdomen plano, grandes, pero no enormes, dignos de un escote que casi nunca mostraba, a menos que fuera para él, el rubor de sus mejillas y de su cuello, parte de su pecho, a la altura de sus clavículas, sus ojos café transparentes, bordeados de un maquillaje en negro, lo miraban con lascivia, con excitación, su ceño fruncido mientras mordía el interior de su labio inferior por la parte derecha. No se diga la parte de su cuerpo que tocaba con tanto cariño, con tanta delicadeza, sus labios mayores hinchados, apenas brillosos por sus jugos, pues al no ser muy carnosos ni envolventes, sus jugos tendían a salirse fácilmente, lo que enloquecía a la testosterona ahí presente. Introdujo su dedo, pausadamente, acariciando sus adentros como lo hacía cuando no podía estar con Phillip por razones temperamentales, que eran los cuatro días que dormía con Emma, pero que utilizaba la ducha nocturna para darse placer, y así, junto con su tampón, dormir plácidamente al lado de Emma. Y acariciándose, o frotándose, suavemente su GSpot, dejó salir un gemido liberador junto con su orgasmo, que la intensidad se creaba al compás del frote de Natasha en su clítoris, para alargarlo.

 

- ¿Cumplí tus expectativas?- sonrió, todavía un poco agitada por su orgasmo, Phillip, en estado mudo, asintió lentamente. – Sabes…- se acercó a él con su espalda. – Tienes un pene tan lindo…- sonrió, tomando aquella erección en sus manos, sólo atrapándolo en ambas manos. – Tan lindo que me dan ganas de comérmelo a besos

 

- No sé cuánto tiempo aguante- balbuceó, sintiendo que Natasha cerraba un poco más sus manos.

 

- ¿Quieres que me lo coma? ¿Lo quieres aquí enmedio?- susurró, poniendo su mano entre sus senos. – Or… do you want to fuck me?

 

- Get on four- le susurró con una sonrisa y Natasha, creyendo que iba a sacarle los ojos de la magnitud de aquella violación, obedeció con una sonrisa, le encantaba cuando Phillip le decía qué hacer.

 

- Oh my God- suspiró al sentir la lengua de Phillip entre sus glúteos. Era una sensación extraña, pero sabrosa, le gustaba, y supo por qué no había dejado que Enzo lo hiciera, porque no era suyo, y dejó caer su rostro sobre la cama, rindiéndose ante la sensación, la barba suave de Phillip rozándole su trasero, la lengua que era rígida y se paseaba verticalmente por su agujerito, que se fueran al carajo las normas sexuales “normales”, eso se sentía demasiado bien.

 

- ¿Te gustó?- suspiró, irguiéndose y alcanzando el típico y molesto condón, para ambos, para colocárselo sin que Natasha lo viera, pues simplemente no le gustaba.

 

- Para ser la primera vez… creo que me mojé muchísimo más

 

- Primera vez para ambos entonces- y rozó su miembro contra el interior de los labios mayores de Natasha, para lubricarlo, para luego meterlo lentamente. Phillip nunca había contemplado la idea, menos con Natasha, a quien tanto respetaba, pero es que veía hermoso hasta su agujerito rosado, y, como sabía lo pulcra que era Natasha, se había decidido a probarlo, y no supo qué le había gustado más, si la combinación de el calor, el sabor y la textura, o lo que había provocado en Natasha, o la combinación de ambas cosas. Y empezó a penetrarla, tal y como a Natasha le gustaba, el consenso del placer, que era rápido para Phillip pero suave para Natasha, el punto perfecto y, viendo aquella espalda, con los omóplatos saltados por estarse deteniendo de la cama, con el cabello a lo California Invertido, es decir rubio de la raíz, difuminándose a castaño hacia las puntas, y su trasero, que se movía agraciadamente con cada embestida, Phillip no pudo contenerse al agujerito, era mágico, y lubricó su pulgar para acariciarlo con él. – You’re so perfect…- gruñó, acariciando el agujerito circularmente mientras la penetraba, Natasha se autoestimulaba, tanto de sus pezones, con su mano izquierda, como de su clítoris con su mano derecha. Y empujó lentamente su pulgar dentro de Natasha, sintiendo que lo estrujaba, que ponía un poco de resistencia.

 

- Más… más…- gemía Natasha, diciéndole “más rápido, más duro, más adentro”. Y Phillip enterró completamente su dedo en el agujerito, Natasha gemía de placer, gemía doble si dibujaba círculos dentro suyo, y le gustaba, Dios mío que sí le gustaba, tanto que se corrió, se corrió tan fuerte que Phillip, entre los espasmos vaginales de Natasha, se corrió dentro de ella, con la barrera del látex por supuesto. Se salió de Natasha, tomándola delicadamente por la cintura para traerla junto a él. – Lo disfruté muchísimo- jadeó, tomando el miembro de Phillip para deslizarle el condón hacia afuera.

 

- Yo lo haré- dijo, evitando que ella lo anudara y lo botara.

 

- Es lo menos que puedo hacer por ti, mi guapísimo Semental- sonrió, deslizándolo hacia afuera y tomándolo entre sus dedos mientras se levantaba de la cama y se dirigía hacia el baño. – Hey… I wanna ask you something…- murmuró, acostándose a su lado bajo las sábanas, acomodándose entre sus brazos.

 

- Las preguntas que quieras

 

- ¿Qué piensas de tener hijos?

 

- Oh… bueno…- resopló, quedó pensativo un momento, en un sonido gutural del génesis de la tierra. – Siempre y cuando salgan de ti, ¿por qué no?

 

- ¿Cuántos quieres?

 

- Los que tú quieras tener… porque sé que ahorita puedes pensar que quieres tener diez, porque sé que te gustan los niños, no creas que no te he visto jugar con Leni, o con Henry cuando los llevan a Lifetime…pero creo que, después de unos cuantos ya el cuerpo no te rinde para más

 

- Pues, mi amor, yo quiero dos o tres… porque no me gusta ser hija única

 

- ¿Por qué no? Tienes la atención absoluta de tus papás, no tienes que pelear con alguien que te acusa de algo que no hiciste…

 

- Y te sientes solo… aunque Adrienne no lo acepte, se le nota que te adora… yo aprendí a adorar a Greg, porque era el primo mayor, del lado de mi mamá, claro, y era popular… pero nunca tuve que compartir, ni cosas así

 

- La razón de por qué no quieres compartir a Emma- rió, haciéndole cosquillas a Natasha.

 

- Si la comparto, no seas grosero- gimió entre risas.

 

Sophia no se sentía mal, pero, por alguna razón, todavía no terminaba de sentirse bien. No esperaba que la gente de la estudio la incluyeran de inmediato, pues, Emma sí lo hizo, pero en un sentido laboral, en un sentido personal no, era la barrera que Emma había construido entre ellas, y Sophia no sabía cómo o qué hacer para que no le doliera esa cercanía tan distante, que era entendible, pues el hecho de que ella estuviera interesada en Emma, no significaba que hubiera reciprocidad. Y, tras dos horas de estar dando vueltas a la cama, pensando en qué estaría haciendo Emma, en cómo sería su vida fuera del trabajo: quizás Emma trabajaba todo el fin de semana sin descanso, quizás salía con sus amigos, pero, a las tres de la mañana, hora en la que Sophia estaba en su cama, intentando dormir, pero no pudiendo ante el bombardeo mental de quién era Emma, se la imaginó yendo a la cama, sola. Todavía fue capaz de verla desvestirse, mucha imaginación; frente a un espejo de cuerpo entero, desabotonando su camisa negra, botón a botón, con una mirada ya cansada, invadida de sueño, retirándola, dejándola caer sobre el suelo, y se imaginaba aquella estructura de su torso, hombros cuadrados pero femeninos, no de tenista, con las clavículas saltadas, con la cadena que llevaba ese día; fina, con un pendiente de una bolita estática, y un abdomen plano, quizás tenía un arete, quizás no, pero se la imaginó en un sostén negro. Y se desabrochaba su pantalón blanco, dejándolo caer sobre el suelo, saliéndose a pasos de él, quedando sólo en su sostén y en su tanga, porque usaba tangas; se la había visto a través del pantalón en cuanto se había agachado, pero no pudo distinguir el color, por lo que creyó que era negra también, o nude.

 

Y cuando menos sintió tenía su mano adentro de su pantalón de pijama, imaginándose a Emma quitarse lentamente su sostén, liberando sus senos, ¿cómo serían sus pezones? Juzgando por el color de sus labios, debían ser rosado pálido, un poco más oscuros que los suyos, o café muy pálido, quizás no muy pequeños, pero, “¿Por qué los quiero tanto?”, y sacudía la cabeza para volver a su imaginación, que era cuando Emma tomaba su tanga por los elásticos de la cadera y lentamente la deslizaba hacia abajo, y gimió, algo que era nuevo para ella, y volvió a gemir en cuanto se imaginó a Emma verse en el espejo, pero su imaginación la traicionó, pues vistió a Emma en algo que lograba tapar cada milímetro de su piel, hasta abrió los ojos y se dio cuenta de que se estaba masturbando, pensando en Emma, y casi muere de la vergüenza, pues nunca se había masturbado pensando en alguien, no así. Y se sentó de golpe sobre la cama, poniéndose de pie para salir a su diminuta terraza para devorar tres cigarrillos, para calmarse, uno tras otro, viendo la oscuridad neoyorquina, concentrándose en no pensar en Emma, pero no podía, pues, viendo al Hudson, las palabras de Emma le sonaban una y otra vez en su cabeza: “Relaja ver agua”. ¿Qué tenía su voz que no podía encontrarle un defecto? ¿Era la seguridad con la que hablaba? ¿Era la manera en cómo gesticulaba y pronunciaba las palabras? ¿La manera en cómo utilizaba su boca como medio para expresar más allá que una palabra? ¿Era cómo mordía su labio inferior por el lado izquierdo cuando trazaba una línea recta muy larga? ¿Era cuando sonreía? ¿Las pocas veces que sonreía? ¿O los momentos en los que sonreía? ¿Era la manera en cómo se paraba: sus piernas estiradas, la izquierda siempre de apoyo, recto, a noventa grados sobre el suelo, su pie derecho apenas apoyado sobre el suelo, formando un ángulo de treinta grados entre ambas piernas, y su mano izquierda a su cadera, a veces ponía la derecha sobre la izquierda, erguida y con firmeza? ¿O era la manera en que gritaba por dentro lo que no decía? Sí, tal vez eso era, el enigma de lo que era, de lo que escondía tras sus turbulentos ojos verdes, de la fachada. Pero su cabello, en esas ondas rubias y castañas que se mezclaban sin temor. Y ese día, se veía diez años menor de lo que era, pues llevaba su cabello partido por el costado izquierdo, apenas había tomado su flequillo por el lado derecho con un Bobby Pin que habría jurado que estaba forrado de listón negro.

 

Pero Emma no, Emma estaba dormida, totalmente muerta bajo sus sábanas, que la cubría de pies a cabeza mientras abrazaba, bajo su cabeza, una almohada, y descansaba su rostro sobre su mejilla izquierda, con su rodilla derecha flexionada; totalmente cómoda. Y soñaba lo que los últimos días soñaba; que estaba sentada en una de las butacas del Radio City Music Hall, en aquellas butacas rojas, ella sola en la parte superior, la parte baja también estaba vacía, sólo había dos o tres personas que veían lo mismo que Emma: una mujer, de estatura media, piel morena, cabello rubio que no era nada natural, Emma sabía quién era, y escuchaba su voz, cerraba los ojos para tomar ese glorioso momento, literalmente música para sus oídos, y era porque se había dormido con la música encendida, con “My Kind Of Love” en el fondo, y soñaba eso, sólo disfrutando de la música, del ensayo, la prueba de sonido, o como aquello se llamara, y sentía una mano rodear su cuello, suave y cariñosamente, como si no quisieran asustarla o interrumpir su momento, la mano la tomaba por el hombro derecho, y tenía miedo de abrir los ojos porque no quería saber quién era, porque sabía que era un sueño, como cosa extraña, y sabía que si no abría los ojos nada pasaría, pero sintió una segunda mano tomarle su hombro izquierdo, y masajeaba sus hombros, suave y pacientemente, no eran las manos a las que le temía y, poco a poco, abrió los ojos, en el sueño, y vio a Sophia, sonriéndole entre ese par de camanances mientras le acariciaba sus hombros. Emma se hizo hacia atrás, para saludarla, y Sophia se acercó a ella, pues estaba sentada en la butaca de atrás. Y, aún sabiendo que era un sueño, y sabiendo que era porque sabía que era un sueño, la tomó por su cabeza con su mano, acercándola lentamente a su rostro, y la besó, lenta y apasionadamente, liberando vapor, liberando esas intensas ganas que tenía, saboreando la suavidad de sus labios, succionando suavemente su labio inferior mientras la tomaba gentilmente del cuello. Y el beso fue dulce, que Emma no quería que se detuviera, sólo quería mantener sus labios en los de Sophia. Se despertó de golpe, abriendo sus ojos, escuchando que “I Kissed A Girl”, pero en versión acústica, sonaba en el fondo, y se rió, pues le atribuyó aquel sueño a la canción, qué coincidencia.

 

Aplaudió una vez, que era lo que daba espacio a un comando y dijo: “Playlist: Classic: Prokofiev”, y empezaron los trombones y las tubas junto con las violas, los cellos y los violines, Emma respiró hondo, inhalando aquella composición tan maestra, que no era alegre, ni relajante, sino que inspiraba tensión, y hasta un poco de terror y desesperación, pues básicamente así le gustaban, no las alegres, no el Lago de los Cisnes, porque se escuchaba a dulces y a rosado, sino “Suffocate”, “Tristesse”, “Requiem”; de preferencia “Introitus”, “Lacrimosa Dies Illa” y “Dies Irae”, hasta le gustaba la Marcha Funeral de Chopin, o la Séptima Sinfonía de Beethoven, el Segundo Movimiento para ser precisa, y no se diga un poco de Orff y su “Carmina Burana: O Fortuna”. Se puso de pie, vio la hora, apenas las tres y media de la madrugada, y, ¿qué hacer? Pues no iba a volver a dormir, eso ya lo sabía, hasta mucho había dormido, cuatro horas era demasiado para los últimos días. Se metió en su típico sostén deportivo, un Supernova negro, pues tenía uno en cada color, y se volvió a meter en su camiseta negra, se deslizó un par de calcetines y se metió en sus zapatillas tennis, se hizo un moño alto y fijo, se lavó los dientes, tomó sus botellas de agua, una fría y una con agua tibia, y se dirigió, con su iPod y sus llaves, apagando la música, hacia el octavo piso, en donde había un gimnasio, pues, a las tres de la madrugada, ¿quién estaría utilizando la banda sin fin? Y llegó, directamente a la banda, primero a caminar, en nivel uno, nivel dos, a marchar, en nivel tres, nivel cuatro, a trotar en nivel cinco, correr en nivel seis, hasta alcanzar el nivel siete tras una hora, y media hora de nivel siete, hasta que la camisa la tuviera sudada completamente, que el iPod llegara al punto de terminar la lista de música clásica para pasarse al pop, rock, y demás; “Silhouettes” en ese caso.

 

Subió nuevamente a su apartamento, a comer su desayuno sabatino: dos pancakes con miel de maple, un huevo revuelto con jamón de pavo y una mimosa mediterránea; en vez de jugo de naranja era jugo de durazno. No era de todos los sábados, sólo cuando necesitaba matar el tiempo, y, sabiendo que no iba a poder dormir, pues a las ocho tenía la cita con Alastor, que no sabía si ir o no ir, más porque le cobraría doscientos dólares por la media hora, y, normalmente, un psicólogo tomaba una hora, por lo que eran cuatrocientos dólares seguros, se devoró su creación culinaria en la barra del desayunador en compañía de un poco de George Michael, para cambiar el ambiente de música clásica, y la edición de Vogue USA de octubre para luego ducharse e irse.

 

*

 

- Increíble- sonrió Irene al abrir la puerta. – Estás… - y se lanzó en un abrazo, sin encontrar una palabra que describiera lo que quería decir.

 

- Gracias, Nene- sonrió, correspondiéndole el abrazo, un poco asfixiada por el abrazo. - ¿Estás lista ya?- murmuró, despegándose de Irene para verla. Ella asintió. – Estás guapísima, Nene- sonrió, acariciándole los antebrazos a su hermana menor.

 

- No más que la novia- rió. – Y me refiero a ti, no a Emma- “Eso es porque no la has visto” pensó Sophia con una carcajada interna mientras asentía para traducir el “gracias”.

 

- ¿Y mamá?

 

- En el baño

 

- Nene…si quieres baja, Emma ya está ahí, Phillip y Natasha también…- Irene asintió. – Mamá y yo bajamos en un segundo- y entró a la habitación mientras Irene tomaba la cámara digital, que ya había tenido la advertencia mundial de “ni facebook, ni twitter, ni instagram, ni ninguna red social”, y salió de la habitación en sus Stilettos, que le costaba caminar en ellos pero no habría otra ocasión tan cercana o tan importante como para hacerlo, más por ser amante de las zapatillas deportivas y las flip flops, la culpa era del tennis, según ella.

 

- Pia- sonrió Camilla al abrir la puerta del baño y verla cómodamente sentada, recostada sobre el respaldo del sofá, con su pierna derecha sobre la rodilla izquierda. – Estás preciosa, hija- le dio un beso en la cabeza, cuidando de no desarreglarla.

 

- Tú también estás muy guapa, mamá…- sonrió, ofreciéndole asiento frente a ella. - ¿Algo que me quieras decir?

 

- ¿Algo como qué?

 

- No sé, alguna charla, o sermón, o lo que sea…

 

- A estas alturas de tu vida, creo que un sermón, sobre lo que sea, es un poco inútil- sonrió cariñosamente para Sophia. – Nunca quisiste un sermón… ¿quieres que te lo de ahora?- Sophia asintió. Camilla se puso de pie y buscó algo en su bolso, sacó dos sobres. – Este- dijo, alcanzándole un diminuto sobre. – Es tu regalo de bodas

 

- Mamá, dijimos que no queríamos regalos- sonrió, tomando el sobre en su mano.

 

- No es nada- sonrió. – Y… este- dijo, alcanzándole un sobre más grande. – Es un sermón… que no puedes leer hasta después de la boda

 

- ¿Cómo? ¿Me vas a dejar con el hígado curioso?- murmuró, notando que había algo sólido dentro del sobre. Camilla asintió. - ¿Emma te obligó a esto?

 

- Emma te ama, Sophia…  y quiere que todos seamos parte de eso, que no se quede en que fuimos sólo invitados

 

- ¿Todos? ¿En qué los ha metido ahora?- rió, pero Camilla se encogió de hombros. – Como sea… ¿algo que quieras decir?

 

- Ya dije todo lo que tenía que decir

 

- ¿Segura?

 

- ¿Hay algo en especial que quieres que te diga?

 

- No lo sé, eres la mamá de la novia… ¿no se supone que tienes que decirme algo?

 

- ¿Algo como qué?

 

- Yo no sé, tú eres la que lo tienes que decir

 

- Uhm…está bien…- se quedó pensativa por un momento, viendo a Sophia a los ojos. - ¿Tienes buen sexo?- y lo hizo porque quería incomodar a Sophia, porque no tenía nada que decirle, todo lo decía en su sermón sellado.

 

- ¡Ay, mira la hora!- resopló Sophia, viéndose la muñeca equivocada, pues en la muñeca derecha no tenía su DateJust Special Edition en oro blanco y diamantes.

 

- Tú querías un tema incómodo, yo te lo estoy dando

 

- ¿Quieres que discuta mi vida sexual contigo?- siseó incrédulamente aquella rubia Afrodita. Lo que hubiera dado Afrodita por verse así.

 

- Llega un momento, en todo matrimonio, en el que el sexo es prácticamente lo único que te mantiene en cierta sintonía… y ustedes, por lo que sé, no van a tener hijos… ¿tienes buen sexo?

 

- No, me he estado guardando para este día- Camilla la vio con escepticismo. – Me da nervios pensar en lo distinto que es el sexo con otra mujer… ¿te imaginas? ¿Te imaginas cómo será mi noche de bodas?- Sophia se merecía un premio por tal actuación, pues el descaro con el que hablaba sobre aquel-alguna-vez-tema-tabú, la falsa indignación, era digna de aplaudir. - ¿Te imaginas a dos mujeres desnudas pretendiendo hacer lo que hacen un hombre y una mujer en la cama?- la mirada de Camilla simplemente se abría cada vez más, una mirada de desconcierto y confusión. – Yo tampoco puedo imaginarme eso, porque es distinto, mamá… y eso es todo lo que tienes que saber sobre mi vida sexual, ¿o quieres que te cuente lo que hacemos por las noches? ¿O a veces por las mañanas, antes de ir a trabajar?

 

- ¡Ya, ya, ya! ¡No estoy oyendo nada!- elevó su voz, tapándose los oídos.

 

- Hay placeres que deberías explorar, Ca- sonrió, haciendo una descarada referencia, en tono y en expresión, a Volterra. - ¿Quién es la incómoda ahora?- levantó su ceja derecha y sonrió del lado.

 

- Creo que sí es hora de que bajemos, Sophia- balbuceó entre sus mejillas sonrojadas, poniéndose de pie.

 

*

 

Sábado trece de octubre de dos mil doce. Emma por fin regresaba a casa, había salido a las siete y media de la mañana hacia el consultorio de Alastor, en su look de sábado; un super skinny jeans de YSL, suéter de patrón de leopardo, Peacoat corto y azul de otoño y en sus Pitou Louboutin, nada que un bolso Chanel color crema no pudiera hacer funcionar, pero Alastor, quizás no había sido una pérdida de tiempo, pero entendía por qué tenía tanta clientela con traumas, pues ella se imaginaba a un anciano, casi de bastón, de esos que irradiaban psicología, pero no, era un Brendan Frasier de la época de “George Of The Jungle”, un poco bohemio, con ese bronceado que a Emma se le encendió su “gaydar”, que la hizo comprender por qué era tan caro, si era un deleite visual, para todas quizás, pero Emma sólo reconoció que estaba guapo y simplemente le contó lo que quería contarle.

 

- Tomémoslo despacio, ¿quiere?- sonrió, indicándole que se sentara. – Las pesadillas, Señorita Pavlovic, ¿cuán frecuentes son?

 

- Depende, hay veces en las que son todos los días y por un período generoso, como de una semana, o dos, pero a veces son pocos días, y me despierto, para volverme a dormir y seguir con la pesadilla o empezarla de nuevo

 

- ¿Tiene usted un buen ambiente laboral?

 

- El mejor

 

- ¿Un ambiente personal?- Emma ladeó su cabeza en desentendimiento. – Pues, en su casa

 

- Vivo sola, supongo que sí

 

- ¿Y en su vida personal?- Emma ladeó nuevamente su cabeza pero hacia el otro lado. -  Sus amigos, su familia, su vida amorosa

 

- Con mis amigos estoy bien, tengo pocos pero buenos amigos, con mi familia estoy como siempre, y vida amorosa no tengo

 

- ¿Por qué tiene pocos amigos?

 

- No soy muy sociable

 

- Explíquese, por favor

 

- Pues, usted dígame…- rió. – No me gusta mezclarme con cualquiera, soy muy selectiva con mis amistades… llámele altanería o arrogancia, pero no me interesa ser amiga de medio mundo

 

- ¿Alguna razón en especial?

 

- Prefiero tener pocos a tener miles que no sean mis verdaderos amigos, por muy trillado que eso suene, supongo

 

- ¿Y su familia?

 

- Disfuncional; papás divorciados, mi hermano mayor vive con mi padre, o algo así, mi hermana se casó hace cuatro años, o tres, y no vive en casa, y mi mamá, vive en el extranjero

 

- ¿Por qué la diferencia para referirse a su papá? ¿Padre y mamá? – Emma se encogió de hombros, era la primera vez que lo hacía y la única vez que lo hizo en toda su vida, lo hizo sin intención alguna, simplemente salió. – No necesita decirme que hay cierto distanciamiento entre usted y su papá

 

- No hablamos, si es eso lo que quiere saber…

 

- ¿Alguna razón en especial?- preguntó de nuevo.

 

- Agresión- dijo con una sonrisa mientras exhalaba. Una sonrisa falsa, de incomodidad. - Y sé que mis pesadillas tienen que ver con él, y que sólo aparecen cuando me acuerdo de él… lo que yo quiero es dormir bien, dormir más de tres horas seguidas, o más de cinco en total

 

- ¿Últimamente tiene esas pesadillas?- Emma tambaleó la cabeza. - ¿Las tenía y terminaron o no han empezado o las tiene desde hace varios días?

 

- Desde finales de septiembre hasta lunes, martes por la madrugada se puede decir

 

- ¿Es normal eso?

 

- No lo sé, vienen y van, no son constantes…

 

- ¿Sueña otras cosas?

 

- Bueno…- resopló.

 

- Dígame, Señorita Pavlovic, pierda la vergüenza

 

- No me acuerdo bien de lo que soñé los últimos días, sólo sé que fue diferente…

 

- ¿Algún tipo de sueño en especial?- preguntó, entre lazando sus dedos y viéndola sonrojarse. – Si lo tuviera que poner en una categoría cinematográfica, ¿en qué categoría lo pondría?

 

- Entre comedia romántica y romance

 

- La pornografía también es un género, Señorita Pavlovic- sonrió aquel hombre, al que Emma simplemente le quiso arrancar la cabeza en ese momento, ¿qué le importaba al pervertido ese si tenía sueños “mojados”?

 

- No creo que haya tenido uno de esos- dijo a secas un tanto a la defensiva.

 

- No necesariamente tiene que haber explícitamente una relación sexual, o un roce sexual en el sueño, lo que tenga una respuesta fisiológica en usted, eso es lo que cuenta

 

- Bueno… supongo que sí, ahora en la madrugada

 

- ¿Alguna persona en especial?- Emma se ruborizó como nunca antes en su vida. - ¿Es una fantasía o es una realidad? Digo, ¿es una persona que usted conoce o es una fantasía sexual?

 

- La conozco

 

- Señorita Pavlovic, hay cosas que nosotros mismos sabemos y no queremos aceptar, y en este momento usted está en completa negación de lo que quiere, ¿de qué tiene miedo? ¿De que no le corresponda?

 

- Yo no quiero nada con esa persona- frunció su ceño. “I don’t?”.

 

- Usted verá, Señorita Pavlovic, un sueño de ese tipo, suele suceder más cuando no tenemos a la persona con la que queremos estar, tendemos a querer lo que no tenemos; por eso resulta fácil, porque no hay una conexión sentimental, el respeto no es tan grande como cuando tenemos esa conexión… nos convertimos en lo que quisiéramos ser porque sabemos que no podemos lastimar a esa persona

 

- Yo sólo quiero que me diga qué hacer para dormir mejor, o cómo dormirme nuevamente- sonrió, intentando cortar el tema antes de que empezara la segunda media hora.

 

- ¿No debería haber ido a un neurólogo para eso?- sonrió sarcásticamente el hombre.

 

- No lo sé, usted dígame- sonrió en respuesta Emma, poniéndose de pie.- No soy una persona a la que le excitan las medicinas, o los doctores, o los exámenes médicos…

 

- Usualmente, cuando despertamos de una pesadilla, estamos llenos de tensión aunque no lo parezca, y,  el error que comete la mayoría de personas es que se levanta, por un vaso con agua, o al baño, a lo que sea, no se levante, pierda la tensión sin levantarse de la cama, relájese e intente dormir… hay un método, que no sé si le va a servir: imagínese un pizarrón blanco, y tiene dos marcadores, uno azul y uno rojo, con el azul dibuje un círculo grande, con el rojo un noventa y nueve, y luego bórrelo sin borrar el círculo, y escriba el noventa y ocho, y así sucesivamente…

 

- Bien, lo pondré en práctica- sonrió. – Muchísimas gracias- le alcanzó la mano.

 

- ¿Cita el otro sábado a la misma hora?

 

- Ya lo veremos- guiñó su ojo mientras le estrechaba la mano. – Ha sido de gran ayuda- salió del consultorio, pero sólo para hacer cita para el miércoles de la semana entrante, no para el sábado.

 

Y salió de ahí, justo para ir a cortarse el cabello, como cada quince días, que ya le estaba empezando a dar pereza, por lo que decidió, con ayuda de su asesor de imagen, Oskar, parte de lo que le había aprendido a Natasha: nada mejor que tener un asesor de imagen, no para que asesoraran, sino para que uno sólo llegue y él busque, comprar en Bergdorf’s sin mover un dedo, o pocos, que debía cortarse el cabello una vez al mes nada más, quizás hasta una vez cada dos meses, pues Emma no se maltrataba el cabello con una plancha o con una secadora, y, luego de un corte de cabello, “mani y pedi”, lo usual, , almorzó en el Plaza, se dedicó a repasar cada tienda de la Quinta Avenida, sólo para liberar vapor de la olla de presión, y terminó con dos bolsos nuevos, un par de pantalones, un vestido casual, un abrigo y cuatro pares de zapatos; entre Vivienne Westwood, Christian Louboutin y Lanvin. Y concluyó su día al cenar, tras haber dejado las bolsas en su apartamento, en Moralda, el mejor lugar que conocía para comerse un Philly Cheese Steak. Regresó a su apartamento, a guardar sus compras y, con una pinta de Peach Cobbler de Ben & Jerry’s y uno que otro cigarrillo, se pasó la mayor parte de la tarde y noche en el balcón de la habitación del piano, escuchando su música vergonzosa; desde Jennifer Lopez hasta Nicki Minaj, desde LMFAO hasta Britney Spears, que disfrutaba en el silencio provocado, aislado por sus audífonos mientras jugaba Angry Birds, porque simplemente le daba la gana de no hacer nada, porque podía, y era porque necesitaba el tiempo para pensar en lo que el Psicólogo Bohemio le había dicho sobre Sophia, pues no era primer sueño que tenía, pero sólo en el último le había visto la cara, en los anteriores se sentía a ella, y por eso la había besado con tantas ganas en ese sueño. Así como Emma lo veía, sólo tenía dos opciones, dos puntos: opción uno, extrapolar su sueño a su realidad, explorarlo dentro de su vida diaria con Sophia, ¿sería que realmente quería besarla? U opción dos, quitarse las ganas en cuanto a Sophia al entrar en un estado de negligencia aprendida.

 

- Hey- saludó a través del teléfono, con una voz baja.

 

- Hola, amor, ¿cómo estás?- sonrió Emma, volviendo a sus Angry Birds.

 

- Muy bien, ¿y tú?

 

- Bien, también…

 

- ¿Qué haces?

 

- Pues, nada, estoy en el balcón, con una cobija, con helado y música, ¿y tú?

 

- Estoy frente a tu puerta… se me olvidó llamarte antes- rió vergonzosamente, pues sabía que Emma odiaba las visitas espontáneas.

 

- Espera, te abro- rió nasalmente, apagando el cigarrillo y poniéndose de pie para hacerse camino hacia la puerta principal. – Qué hermosa sorpresa- sonrió, viendo a Natasha en su abrigo azul pero en ropa de Phillip.

 

- Can I crash your place?- Emma la vio escépticamente. – I brought Tequila- sonrió, sacando una botella de su bolso.

 

- Pasa adelante, por favor- rió haciendo énfasis en el “por favor”, como si ella también necesitara esa botella de tequila. -¿Pasó algo con Phillip?

 

- No, ¿por qué?

 

- Creí que te quedarías todo el fin de semana con él…

 

- Y yo creí que el pan engordaba más en la mañana- sonrió, quitándose su abrigo y guardándolo en el closet de la entrada.

 

- El pan es pan, engorda a toda hora, pero es rico, so I don’t give a single fuck

 

- You don’t give a fuck about anything, don’t you?

 

- I care… but only for things that are worth it- sonrió, caminando hacia la cocina para sacar un cuchillo, para cortar las limas.

 

- ¿Y qué es lo que vale la pena?- murmuró, sacando sal para ponerla en un recipiente.

 

- Tú, Phillip, el Popurrí, mi mamá, extrañamente mi hermana también…

 

- ¿Y tú? ¿No te importas?

 

- Particularmente no me importo, pero me gusta importar, ¿a quién no?- “Qué plática más profunda”.

 

- A mí me importan mis papás, mi trabajo…Phillip y tú, son las cuatro cosas por las que realmente me preocupo- abrió la botella de tequila, pero se dio cuenta que no había sacado los copitos.

 

- Mi trabajo…sí, también me importa mi trabajo- rió, sacudiendo suavemente su cabeza.

 

- ¿Qué te importa del trabajo? ¿La profesión, el ambiente, la imagen, la paga?

 

- Me importa rendirle honores a la profesión que, con eso, mantengo la imagen… la paga me da igual, no me quejo, definitivamente no me quejo… el ambiente de trabajo me importa tanto como para preferir trabajar sola

 

- O con la Intrusa- rió, no dándose cuenta que implicaba lo que no quería implicar.

 

- Se llama Sophia…- la corrigió, como todas las veces que Natasha se refería a ella. – Y con ella es diferente, antes de que preguntes, no es un avance pero tampoco es un obstáculo, no me muero por trabajar con ella, pero no me molesta hacerlo, supongo…

 

- Bueno, entonces… brindemos por…- murmuró, alargando la última palabra mientras servía quizás dos onzas en cada copito. – Porque nos importa lo que nos importa y porque no nos importa lo demás- sonrió, hundiendo su gajo de lima en la sal, imitando a Emma, y chocaron los copitos, lamieron la sal, bebieron el tequila y mordieron el gajo de lima.

 

- So… what’s up with the whole tequila thing?- preguntó, sin hacer ninguna expresión de dolor esofágico luego del tequila.

 

- Supuse que podíamos emborracharnos, ¿no quieres?

 

- Tiene que haber una razón, ¿no?- sonrió Emma sirviendo tequila en los copitos.

 

- Tengo un problema…- Emma la volvió a ver mientras le alcanzaba otro gajo de lima, preguntándole con la mirada. – No sé cómo describirlo…

 

- Pues, tal vez con un poco más de tequila se te afloje el cerebro y después la lengua- sonrió, hundiendo su gajo en la sal para repetir el proceso. – Por la solución de tus problemas, amor- guiñó su ojo y bebió el tequila. – Está riquísimo…- suspiró con una sonrisa, sirviendo un poco más.

 

- Son…quizás once o doce shots cada una, ¿no?- Emma asintió, partiendo otra lima, que no era que los gajos se habían acabado, es sólo que pensó que, tras otros nueve o diez shots más, no tendría la habilidad de cortar la lima sino de amputarse la mano. – A veces te envidio

 

- ¿Por qué?

 

- Porque todo te importa un carajo

 

- Creí que ya habíamos establecido que hay cosas que si me importan- rió nasalmente, tomando la tercera lima para cortarla.

 

- Tú te importas un carajo… eso es envidiable

 

- O sea… no me puedo tomar muy en serio, sino no avanzo… me importa lo que la gente piense de mí, ¿a quién no? Y trabajo mucho en no tomármelo en serio, porque a veces pienso demasiado las cosas, y es cuando no logro avanzar… es raro, porque puedo tomar una decisión grande, como venir a vivir aquí, sin conocer a nadie, choque cultural al máximo, trabajo nuevo… pero no logro tomar una decisión tan pequeña como en dónde poner esa escultura- rió, apuntando a una escultura de una mujer desnuda. – No sé si clavarla a la pared, porque es demasiado pesada, o diseñarle un tipo pedestal para ponerla sobre él, o simplemente deshacerme de ella

 

- Creo que entonces sí te importas, y mucho… ya no te envidio- rió, chocando suavemente su copito contra el de Emma, y, con el ritual, el tequila para adentro. – Si no te tomaras en serio, no hubieras huido de Roma

 

- En realidad, mis planes eran muy concretos… quería examinarme, al fin, para diseño de modas… pero no lo hice

 

- ¿Estudiaste diseño de modas o querías estudiarlo?

 

- Es raro que nunca te haya contado esto- rió, sirviendo más tequila. – Lo estudié pero no lo examiné, eran demasiados exámenes en Diseño de Interiores, los prácticos eran pesadísimos… y decidí posponer los exámenes de la otra carrera por un semestre, que nunca llegué a hacer porque me vine

 

- El gusto es adquirido, estudiado y agregado, ¿no?- Emma asintió con una sonrisa. – Sólo los exámenes te hacen falta, ¿por qué no lo absuelves?

 

- Tendría que volver a cursarlo, el año entero para tener derecho a examinarme, sólo lo puedes posponer por cuatro semestres, y ahora no me apetece ni puedo ir a Milán – sirvió otro tequila, y aplaudió para que la música empezara a salir de los parlantes de la sala de estar y de la cocina, aplaudió de nuevo para abrir el comando. – All songs, random- y salió “Killing Me Softly” de The Fugees. – Como te decía, antes, cuando no tenía un trabajo, me gustaba estudiar, hubiera pasado toda mi vida estudiando todos los tipos de diseños y arquitecturas que existen, hasta hubiera experimentado con la ingeniería… pero porque me sobraba el tiempo, pero una vez empecé a trabajar, never in my life vuelvo a estudiar… siempre estoy estudiando, pero no desde cero, sólo ampliando lo que le dicen “el conocimiento”- rió, levantando su copito.

 

- Por la hagaranería- rió Natasha, tomando su tequila y golpeándolo contra el granito de la barra.

 

- Haraganería- rió Emma a carcajadas, sirviendo más.

 

- Suele suceder que el de habla materna habla peor que el de habla aprendida- dijo, falsamente resentida.

 

- No es que se me olvide el italiano, pero a veces escribo un poco mal- rió, tratando de suavizar el momento.

 

- Je ne sais pas, ma Chérie…- llenó de sal otro gajo de lima y levantó su copito. – Pour ne pas parler correctement

 

- Salut- murmuró Emma, lamiendo la sal de su gajo, deslizando el tequila por su esófago, ya sintiendo que le quemaba, pero qué sensación más rica y mordió la lima. – Tu sais, le français n’est pas sexy

 

- Creí que era la única que creía eso- rió, sirviendo más, llegando casi a la mitad de la botella. – Es el portugués

 

- Es sexy, pero no es salaz como el italiano

 

- Amen to that, sister- levantó el copito, y Emma, a diferencia de Natasha, lo bebió puro. – El portugués es seductor

 

- Un baile sensual, sí…- gruñó Natasha pero en un sentido sensual y juguetón. – Pero el italiano es sexo, apasionado e intenso, con sudor, gemidos, ¡uf!- Emma sonrió y levantó su copito, llevándoselo a sus labios, igual que Natasha, sin sal y sin lima.

 

- No entiendo cómo puedes estar así todo el tiempo- rió Emma, limpiando los restos de tequila que se había derramado sobre su barbilla.

 

- ¿Así cómo?- preguntó, sólo para provocar la respuesta, pues sabía que Emma tenía, el noventa por ciento del tiempo, demasiado pudor encima como para hablar de sexo.

 

- Así como con ganas

 

- ¿Con ganas de qué?

 

- Ay…tú sabes- dijo, notándosele la inmensa incomodidad, sirviéndose más, pero sólo para ella, obviando el copito de Natasha, y lo llevó a sus labios al ver que Natasha se negaba con la cabeza. – Así…- gimió en su tono de desesperación, sintiendo ese calor recorrerle las venas, y esa anestesia general que reinaba en su cabeza. – Con esas ganas de tú sabes- y sirvió más tequila, esta vez sí en los dos copitos.

 

- ¿De coger?

 

- ¡Ay!- gimió, llevando sus manos a su pecho, como si la palabra le doliera. – No le llames así- rió infantilmente, con todo el pudor del mundo, pues a pesar de que había utilizado la misma palabra con Alfred, había sido porque ese era el lenguaje de él, pero no era el suyo, y odiaba llamar así a esa acción.

 

- Perdón, me corrijo, y digo dos puntos: acto en el que se une un pene y una vagina, en penetración; usualmente acompañado por sexo oral; felación y cunnilingus, en otros casos, entre parejas más experimentadas y con más confianza, o en la pornografía, sexo anal, ¿qué te parece esa definición?- Emma simplemente sacudió su espalda, pues se había puesto nerviosa. - ¿Qué? ¿Me vas a decir que nunca te excitas y no hablas sucio?

 

- ¡Sh!- rió Emma, sumergida en la incomodidad del asunto.

 

- Oh, come on! Tus secretos están a salvo conmigo- sonrió, viendo a Emma empinarse la botella de 1800 y beber cuatro tragos seguidos, poniéndola de nuevo sobre la mesa, con una expresión facial de asco, pues claro.

 

- A veces… no soy una persona muy sexual

 

- Eso es imposible, te acostabas con Fred

 

- Pues, sí… es bastante…”considerado”, por así decirlo, para el sexo oral- sonrió, no sabiendo de dónde le había nacido decir algo así.

 

- Ah, ¿te gusta el sexo oral?- sonrió, levantando su ceja, sabiendo que ya había entrado al tema de clavado, y que era muy poco probable que aquello terminara.

 

- ¿A quién no?- resopló, sirviendo más tequila en los copitos. – Es más, te confesaré que Fred ha sido el único que me ha visto tan de cerca de por ahí

 

- ¿Nunca te habían dado sexo oral?- eso sí que era una noticia impactante para Natasha. Emma sacudió la cabeza lentamente mientras llenaba otro gajo de lima con sal. – Pues, entonces, ahora que no estás con Fred, en teoría, supongo, porque lo suyo es como la peor de las relaciones que he conocido… ¿qué haces?

 

- Ocasionalmente me toco…

 

- ¿Ocasionalmente?- murmuró, llenando su gajo de lima en la sal también.

 

-Sí, allá a las… mil- susurró con la mirada al vacío, lo que le demostraba a Natasha que el “ocasionalmente” era una vez cada nunca.

 

- “Ocasionalmente” suena a problema vaginal- rió.

 

- Sí, pues… no soy de las de grifo abierto, ¿sabes?- Natasha la vio con confusión, su mirada ya estaba un tanto apagada, qué rápido efecto de tanto alcohol. – No me lubrico… ni fácil, ni mucho- y lamió la sal del gajo, bebió el copito y mordió el gajo, sacudiendo su cabeza mientras exhalaba el fuego que aquella bebida reposada le provocaba en su esófago.

 

- Entonces… ¿cómo haces? Porque ya me dijiste que te aburriste del vibrador que te regaló Julie…

 

- Me aburrí de él porque no me hacía nada…

 

- Ay, Arqui, su clítoris es de hacerse rogar entonces- rió Natasha, sirviendo los últimos dos copitos que tenía la botella para ofrecer.

 

- Un poco… pero a veces logro lubricarme

 

- Emma, no digas “lubricarme”, por favor

 

- ¿Y cómo se dice?

 

- Mojar- dijo frescamente, levantando los brazos, como si quisiera decir “es que así se dice”.

 

- Ay, no… se oye muy… ordinario- susurró en indignación, ah, qué pudor, qué contradicción. Natasha sólo le lanzó la mirada de “dilo”, y Emma respiró hondo. – Me cuesta mojarme, ¿de acuerdo?- Natasha asintió lentamente con una sonrisa.

 

- Tienes que tener un plan de apoyo- rió, levantando sus cejas, sintiéndose ya un poco ajena a su propia racionalidad, aunque Emma estaba peor, motivo de su sonrisa. – Como la pornografía- Emma se carcajeó en su cara, Natasha no se explicaba por qué. – Comparte el chiste, ¿sí?

 

- ¿Sabes que una persona de cada cinco, que ven pornografía, es mujer?- Natasha se negó lentamente con la cabeza. – No te voy a negar que alguna vez he visto… pero puedes revisar mi laptop, cero pornografía

 

- ¿Y tu iPhone?

 

- ¿Puedes ver pornografía en el iPhone?- sonrió graciosamente, intentando no soltar la carcajada.

 

- Pero eso es algo que ya sabías… eres una malísima mentirosa

 

- Salud, hermana, porque soy una mala mentirosa- sonrió, levantando el último copito de tequila.

 

- Espera…

 

- ¿Qué?

 

- ¿Qué categorías te gustan?- sonrió pícaramente, tratando de hacer lo que Phillip le había dicho la noche anterior.

 

- No sé ni un carajo de categorías

 

- Entonces, ¿debo suponer que te gustan los videos de sexo anal, sexo con maduras, interracial y zoofilia?- Emma soltó la carcajada ebria del siglo.

 

- Está bien… uhm…- se quedó un momento pensativa, haciendo un breve recuento de los videos que alguna vez había visto, y se dio cuenta de que no eran tan especiales, ni tan alarmantes, ni tan nada. – Usualmente sólo veo la parte del cunnilingus

 

- Oh, ¿te gusta ver a la mujer recibiendo placer o al hombre dándolo?

 

- Yo qué sé… es mi parte favorita del sexo, ¿qué quieres que haga?- sonrió, levantando nuevamente el copito para beberlo.

 

- Wait…- susurró Natasha. - Ya no puedo, voy a vomitar- sonrió, deteniéndose el estómago.

 

- You’re such a pussy- se bebió el suyo y, de ipso facto, bebió el de Natasha también. – Mañana voy a tener una Señora Doña Resaca…- murmuró para sí misma, luego exhalando el calor que el tequila le había dado. – Pregunta, ¿qué con la ropa de Phillip?- rió, acordándose que andaba en un pantalón deportivo holgado, que definitivamente no era nada ella.

 

- Ah, es parte de mi problema

 

- ¿Me quieres contar sobre tu problema?- Natasha se quedó pensativa. – Vamos, yo te acabo de decir que no me mojo y que veo pornografía…”porno”- se corrigió.- Para que estés más contenta con mi lenguaje- sonrió.

 

- Tendría que quitarme el pantalón

 

- ¿Y cuándo ha sido eso un impedimento, Natasha?- rió ebriamente, tomando las limas en sus manos para botarlas.

 

- Está bien, está bien…- suspiró. – Vamos al baño…- se puso de pie y tomó a Emma de la mano. – A lavarse las manos- susurró, abriendo el grifo del lavamanos de Emma y colocándole un poco de jabón líquido en las manos. – Bien lavadas- y la acompañó, entre imitándola y guiándola, pues Emma sí que estaba borracha, hasta tenía los ojos rojos, seguramente no estaba de tan buen humor y por eso le había afectado tanto y tan rápido. Natasha se secó las manos y le alcanzó la toalla a Emma, para que, cuando Emma volviera a ver, viera a su mejor amiga bajarse los pantalones.

 

- Oh… entonces no era broma- rió. – Do you usually go regimental?

 

- What the fuck does that mean?- dijo, saliéndose del pantalón, quedando desnuda de la cadera hacia abajo.

 

- Que no usas panties

 

- Ah, no, es parte del problema…

 

- A ver… ¿qué tienes?- sonrió un tanto burlonamente, pues, ¿qué podría tener como para andar así? ¿Herpes? – Natasha se acercó a los lavabos y, apoyándose de sus brazos, se impulsó hacia arriba para sentarse entre ambos lavabos.

 

- Estoy un poco… lastimada- susurró, abriendo sus piernas, no en ese sentido, pero sí para Emma. – Look

 

- ¿Tú pretendes que yo vea tu aparato reproductor?- murmuró graciosamente y entrando en una faceta de confusión.

 

- Bueno, tú preguntaste qué tenía, es tu decisión si ves o no

 

- ¿Herpes?

 

- ¡Ay, no!- rió Natasha. – Dije que estoy lastimada, no que tengo una infección de transmisión sexual

 

- Bueno, bueno… ¿qué tienes?- preguntó, todavía guardando la distancia, pues no estaba entendiendo del todo.

 

- Realmente esperaba que tú me lo dijeras

 

- What the fuck? ¿No es trabajo de tu novio verte ahí?

 

- ¿Conoces el término “te confío mi vida”?- Emma asintió. – Pues esta soy yo, confiándote no sólo mi vida, sino también mi “aparato reproductor”

 

- Es un tremendo honor- rió. – Pero, ¿qué quieres que haga?

 

- Que veas, carajo, que veas qué carajos tengo

 

- This is the most awkward thing I’ve ever done- resopló, hincándose entre las piernas de Natasha. – Gira el regulador hacia la derecha para más luz, por favor- le dijo a Natasha, acercando su rostro cada vez más a la entrepierna de su mejor amiga.

 

- ¿Arriba o abajo?

 

- Arriba, creo- murmuró Natasha, refiriéndose a que le dolía, o le ardía, o le quemaba algo alrededor de su clítoris. - ¿Qué ves?

 

- Aparte de lo que ya había visto, pero de lejos… nada- sonrió.

 

- Vamos, Em…it fucking burns

 

- ¿A dónde?

 

- No sé, si supiera te lo dijera- dijo, haciendo una expresión de “¡Duh!”.

 

- Está bien- respiró hondo. – Ábrela…supongo- y Natasha, ruborizada por primera vez ante Emma, abrió su intimidad, y vio a Emma hacer su labor de… ¿de qué? ¿Eso era lo que una amiga hacía? ¿O una hermana? Pues Natasha no sabía, nunca había tenido una hermana, y con Emma no le daba tanta vergüenza. – No veo nada fuera de lo común- murmuró. – Pero, con el debido respeto que te mereces tú, y tu vida, y tu aparato reproductor se merecen…- volvió a respirar hondo, llevando su pulgar al cuerpo clitoriano, sólo para dar un vistazo, en plan médico, alrededor del glande clitoriano. – Sinceramente… no veo nada, amor- por lo visto no era nada grave, pero eso no le quitaba el ardor a Natasha que, cuando Emma deslizó, realmente por accidente, su pulgar hacia abajo, Natasha sintió morirse entre el ardor, la quemadura y no pudo evitar gemir de dolor. – Perdón, perdón, perdón, perdón…- dijo rápidamente Emma.

 

- Sweet Motherfuckers…- respiró hondo. – Ahí, ¿qué mierda tengo ahí?- Emma sacó su iPhone y, tras unos cuantos juegos con su pulgar, encendió el flash de la cámara; bendito sea el iPhone5, y, con ayuda de aquella resplandeciente luz, alcanzó a ver un diminuto rasguño, que era quizás de un milímetro de largo y de un tono de rojo bastante perdido.

 

- ¿Nunca te dijeron que no te lavaras tan exhaustivamente?- rió Emma. – Tienes un rasguño más pequeño que el grosor de un Penny

 

- No me lavé exhaustivamente… ha de haber sido en mi intento desesperado por quitarle la mano a Phillip de ahí

 

- Bueno- sonrió, dando un beso a sus dedos. – No se te va a salir el cerebro por ahí- y puso sus dedos en el aparato reproductor de su mejor amiga, en realidad dándole un beso de manera indirecta.  – Sana, sana…- susurró. – Seguramente para mañana ya se te ha quitado

 

- ¿No hay un tipo de ungüento que me pueda poner?

 

- Mi casa no es farmacia, Natalia- rió Emma a carcajadas, poniéndose de pie. – Además, es un área bastante susceptible, no querrás una infección por ponerte cualquier cosa, ¿cierto?

 

- Creo que me duele menos ya…

 

- Pues, claro, ahora que ya sabes que no es un hematoma, o un rasguño del tamaño de mi cicatriz, claro que ya no te duele tanto- rió, ayudándole a bajarse de aquella encimera.

 

- ¿Cómo te hiciste esa cicatriz?- preguntó, siguiendo a Emma hacia la habitación, pues ya había apagado la luz.

 

- Ah- rió. – Fue el motherfucker supremo- balbuceó, halando las sábanas. – Come on, naked ass, let’s get some sleep- sonrió, tratando de evitar el tema de su papá. Aplaudió dos veces para apagar la música y salió rápidamente a apagar la luz de la cocina y la sala de estar, para luego apagar la luz del balcón de la habitación del piano y meterse a la cama con Natasha, la del trasero desnudo.

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