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Antecedentes y Sucesiones - 8

en Lésbicos

Miércoles veinticuatro de octubre de dos mil doce. Emma se despertó a las seis en punto, sin despertador, sin nada, simplemente por costumbre, se estiró y abrió los ojos, viendo hacia la izquierda, hacia el lado izquierdo de la cama, y no vio a Sophia. Se sintió rara al no despertar junto a ella, pero, ¿por qué? Sólo había dormido con ella un par de veces, tal vez era la obsesión, pero no, no, “obsesión” es un término muy fuerte. ¿Qué tenía Sophia que la embriagaba tanto? Le robaba la razón. ¿Era eso enamorarse? Sí, sí, enamorarse era ser tonto, pues, ciego y tonto, ceder a lo que no cedía normalmente, pero con Sophia quería muchas cosas, pero no, no, y nuevamente no, “¿Le pedí que se mudara conmigo? Holy…fuck.” suspiró, irguiéndose de golpe sobre la cama, encontrándose desnuda, y sí, aquello no había sido un sueño caliente, ¿en qué momento se le había ocurrido aquello? ¿Habría sido la remota ebriedad? ¿O era precisamente que estaba enamorada, en tal profundidad, que hacía cosas tontas? Y se levantó, tomó su iPhone y llamó, a plenas seis y tres de la mañana, a Alastor Thaddeus.

 

- Alastor- contestó, no sonaba a que lo hubiera despertado.

 

- Doctor Thaddeus, habla Emma Pavlovic- suspiró, encendiendo la luz de su walk-in-closet para buscar la ropa que se pondría.

 

- Ah, sí, buenos días, Señorita Pavlovic- lo sintió sonreír con ironía. - ¿En qué le puedo ayudar?

 

- Perdón por llamar a esta hora, para empezar…- sacó una camisa formal, amarilla y de manga larga, Burberry, al típico cuadriculado pero en negro y blanco. – Quería saber si tiene tiempo ahora, necesito hablar

 

- Tengo la primera cita a las siete, el día lo tengo lleno… pero, si va a ser como las otras veces que sólo se toma la primera media hora, supongo que puedo recibirla a las seis y media

 

- Ahí estaré- dijo Emma. – Gracias, lo veo en un momento- y colgó, sacando un jeans y luego unos Ferragamo del cilindro.

 

Se dirigió al mueble de ropa casual, abriendo la primera gaveta para deslizarse en la primera tanga que tomó, luego, la segunda gaveta, sacó un sostén deportivo, se metió en un short Supernova, en una mezcla obscena de cian y magenta, algo que sólo en los deportes se podía ver bien, se metió en una camiseta del Hombre de Vitruvio, que la tenía en todos los colores habidos y por haber, pues era, quizás, una de las imágenes que más le gustaban, pues era la supuesta perfección, o quizás estaba en el mismo nivel de sus camisetas sarcásticas, como la de “I’m NOT insulting you. I’m describing you” o “I’m fairly certain ‘YOLO’ is ‘Carpe Diem’ for stupid people”, camisetas que casi nunca se ponía, pero que era el chiste de su closet. Se enfundó un par de calcetines, se metió en sus zapatillas deportivas, sin desamarrarlas, como ya alguna vez expliqué, y, colocando su iPhone en la banda del brazo, se colocó sus audífonos y presionó “play”, un poco de Tchaikovsky y su Obertura 1812. Introdujo su identificación, su tarjeta de crédito y unos billetes, junto con sus llaves, en el bolsillo interior del short. Se lavó rápidamente los dientes y la cara, se hizo un moño rápido pero tenso, se deslizó en una sudadera gris con rojo, se puso su reloj deportivo y, saliendo por la puerta del apartamento, enfundó su cabeza en un gorro. Salió del edificio, respiró hondo y, tomando dirección hacia Central Park, bordeándolo hasta incorporarse a la sesenta y cinco, la primera calle que atravesaba Central Park, corrió hasta Central Park West, o sea, lo atravesó, y buscó la calle sesenta y cuatro y llegó a la residencia catorce.

 

- Buenos días, Señorita Pavlovic- sonrió Alastor al abrirle la puerta, pues la secretaria no había llegado todavía. - ¿Agua?- sonrió de nuevo, viéndola sudando, casi sin aliento, pues había atravesado Central Park en diecinueve minutos, tiempo suficiente para que Tchaikovsky se terminara y Liszt también.

 

- Por favor- dijo, quitándose el gorro y bajando la cremallera de su sudadera. Aquel hombre se movía con tanta serenidad, sin ninguna preocupación. ¿Cómo sería la vida de un psicólogo clínico? ¿Irían ellos también a un psicólogo? No, mucho “In Treatment”. – Gracias- dijo, sentándose en el sofá, en el de las últimas dos veces, y tragó el vaso con agua tibia.

 

- La veo diferente- sonrió. – Sonaba aturdida al teléfono, pero no la veo precisamente aturdida, ¿o me equivoco?

 

- No lo sé…

 

- A ver, despacio y desde el principio, como siempre. ¿Qué ha pasado?

 

- Bueno…- suspiró, quitándose la sudadera y arrancándose la banda con su iPhone del brazo. – Pensé en lo que me dijo la semana pasada… en lo de que me podía perder de muchas cosas buenas si me cerraba… y, bueno, hasta mi mejor amiga me alentó, como si ya supiera lo que pasaba…

 

- Señorita Pavlovic- resopló. – A veces creemos que somos disimulados, que nos guardamos muchas cosas, pero no es así, todo lo decimos de alguna manera, por el lenguaje corporal, o por las palabras que escogemos para expresarnos, aún por las más mínimas acciones… y no dudo que su mejor amiga la conozca muy bien a pesar de que no se abre mucho con ella

 

- Pues, tiene un minor en perfiles criminales

 

- Ah- rió nasalmente. – Entonces su mejor amiga la conoce mejor que lo que usted se conoce a sí misma

 

- Quizás sí, quizás no, no lo sé…- se encogió de hombros.

 

- En fin… ¿qué ha pasado?

 

- Esto no es fácil- susurró.

 

- Yo sé que no es fácil, Señorita Pavlovic… pero, como le dije, a veces tenemos que decir las cosas en voz alta para considerar aceptarlas- sonrió.

 

- Bueno… el viernes fue un día bastante especial, por así decirlo, tuve un fiesta, no me sentía bien, le conté a mi mejor amiga… regresé a mi apartamento y le hablé a Sophia, terminamos comiendo un Kebap en el carro de la cincuenta y cinco  y la sexta…

 

- Oh, esos son muy ricos- rió, sólo para aflojar el momento, que Emma tomara la declaración como algo ligero. – Debería probar el que va en una tortilla de trigo

 

- Son buenísimos- rió Emma de regreso, sintiéndose un poco más relajada por sólo reírse. – Pero no me desvíe del tema que no tenemos mucho tiempo… el punto es que comenzó a llover y llevé a Sophia a mi apartamento, porque el Taxista no quería bajar hasta Chelsea, estaba lloviendo demasiado fuerte, y, estando en el apartamento, llegó mi ex-novio, que quería tener relaciones sexuales, pero, por más que le dijera que no, no entendía… y Sophia estaba ahí, y me besó frente a él- cerró los ojos, acordándose de aquel beso con una sonrisa. – El hombre se fue, Sophia me dio a entender que no era nada… y, bueno, la lluvia no terminó, y se quedó a dormir en mi apartamento… pero, como yo me despierto a cada rato, no sé en qué momento se me ocurrió abrazarla… se veía tan frágil, tan desprotegida, con frío, y sólo quería abrazarla y hacerla sentir segura… no sé por qué, de verdad que no sé…

 

- Una pregunta, antes de que siga- sonrió con su ceño fruncido. – Bueno, dos… ¿la abrazó porque la vio desprotegida y frágil o porque quería abrazarla? Pues, no sé si usted vive en una zona peligrosa, aunque, por lo que me dice, tiene que vivir cerca de la cincuenta y cinco y sexta para que el Taxista se haya negado a bajar “hasta” Chelsea… y, la segunda pregunta, ¿qué sintió al abrazarla?

 

- Es que ese beso que me dio, me revolvió el estómago, me quitó el enojo por el desafortunado evento con mi ex-novio… me fui a bañar y dejé la puerta abierta para que entrara si quería, pero no entró, me esperó afuera… y ella no se bañó, no quería que se enfermara, y simplemente era algo que me daba ganas… y, cuando la abracé, no sé, sólo quería apretarla fuertemente contra mí, no sólo abrazarla con un brazo, sino con los dos, pero se hubiera despertado…y me daba demasiada tentación meter la mano en lugares inapropiados, pero me conformé con besar su hombro. Y, por lo mismo de que no puedo dormir, me quedé ahí, escuchándola respirar, en eterna tranquilidad, no sé si envidiándola por poder dormir así de profundo y sin moverse, sin despertarse… pero, no sé, me quedé dormida, dormí como por cuatro horas, sentí cuando puso su mano sobre la mía…

 

- ¿Y luego qué pasó?

 

- Llegó mi mejor amiga, que uno de sus amigos le había cancelado a último momento ir a la fiesta de su mamá, y quería saber si yo quería ir, porque su mamá sólo le había dado dos puestos… y vio a Sophia en el apartamento y nos invitó a las dos… y, pues, íbamos en el auto hacia la fiesta cuando le volví a preguntar el hombre que le gustaba, y no me dijo “él es así, y aquí, y allá”, sino que me dijo que le llamara “persona”, porque era de otro mundo, o algo así… y, bueno, yo estaba fumando un cigarrillo y me dijo que, lo que más le gustaba de esa persona, era cómo fumaba su cigarrillo- se puso de pie y empezó a caminar de lado a lado.

 

- Supongo que entonces se dio cuenta que el beso que le había dado la noche anterior no era sólo “cualquier” beso, ¿cierto?

 

- Pues, llevé a Sophia a la mejor habitación de la casa, que sabía que era la mejor porque yo la hice, la que tenía mejor vista… y la besé… no me diga nada todavía- dijo, viendo que abría su boca para sacar alguna pregunta o comentario. – Bueno, para no alargarlo más… volvimos a mi apartamento, ya de madrugada, pasó lo que pasó, y amanecimos juntas, pasó lo que pasó, luego, el lunes, dije tantas estupideces, como que estaba comprometida de corazón con ella, y ella me dijo que me amaba, y ayer por la mañana, que amanecí en su apartamento, no sé si cabe en relaciones sexuales pero algo de eso pasó, y ayer por la noche tuvimos Face-Time-Sex… y le dije que se mudara conmigo- cayó sentada sobre el sofá, sin aliento, pues todo aquello lo había dicho en un respirar, rápido, como si no quisiera que la juzgaran, pues no quería eso.

 

- Vamos, por partes, ¿le parece?- sonrió, y Emma asintió, viendo en su reloj que eran las seis y cuarenta y uno. – La parte del sexo, la primera vez, ¿qué tan cómoda se sintió?

 

- Muy cómoda, era como si supiera lo que estaba haciendo… no tenía ni idea de qué hacía, sólo pensaba en cómo me gustaría a mí que me hicieran las cosas… y sólo quería comerla a besos, que lo hice… o no me acuerdo, no sé… tenía muchísimo champán encima

 

- ¿Y las siguientes veces?

 

- No me dio vergüenza que me viera desnuda, tampoco me importó que ella fuera mujer, sentía que no era tan incorrecto

 

- Y, en comparación a sus relaciones sexuales con un hombre, ¿cómo siente eso?

 

- Me encanta el cuerpo de Sophia, no me da asco tocarlo, ni abrazarlo, pegarlo al mío, quiero abrazarla, mimarla, besarla todo el tiempo…  la quiero sólo para mí y eso me asusta

 

- Dejemos eso a un lado, por ahora…- sonrió. – Señorita Pavlovic, a usted qué le parece más íntimo, ¿un beso o una relación sexual?

 

- Ahora que lo pienso… un beso

 

- Y usted le dio un beso a Sophia, le entregó su intimidad real… no es que el sexo implica besos, es que el beso implica, a corto o largo plazo, una relación sexual… tiene que considerar todos los factores, pues eso que le dijo, que estaba comprometida de corazón, es cierto, lo está. Usted le entregó no sólo su intimidad en un beso, sino que le entregó su cuerpo en ya un par de ocasiones, lo que significa que a usted le gusta, a ella también, que no fue algo de sólo una vez… y usted siente algo por Sophia, algo que quizás nunca ha sentido, quizás porque no ha sentido o quizás porque tiene miedo de sentirlo… eso no fue una estupidez, como usted le llama, eso es lo que usted siente, porque le ha entregado dos cosas muy importantes; su cuerpo y su “alma”, si así quiere llamarle… le falta entregarle su “mente”, que es lo que comprende todo su pasado, su presente y su futuro, su esencia, el por qué de su modo de actuar- sonrió. – Ahora, ella le dijo que la amaba… y, por cómo usted lo ha dicho, creo que lo ha tomado en broma… quizás Sophia esté confundida, o quizás no, usted no conoce los sentimientos de Sophia… quizás, para ella, usted es la persona correcta, la persona que ella quiere para hacer muchas cosas, para dejar de hacer muchas otras… a usted le puede tomar tiempo, mucho o poco, saber si Sophia es, para usted, esa persona… quizás ya lo sepa y no lo quiere aceptar, quizás no lo sepa, lo dude, pero llegará el momento en el que todo lo tendrá claro

 

- Pero todo está sucediendo muy rápido

 

- Señorita Pavlovic, se lo digo por experiencia personal, a veces el tiempo que dura una relación no asegura el éxito de ésta, no se puede juzgar, mi esposa y yo nos conocimos, un mes después ya estábamos comprometidos y no porque estaba embarazada, sino porque se sentía correcto, y, pues, llevamos ocho años de casados, sin problemas de ningún tipo… y le digo esto por lo que usted le dijo a Sophia, que se mudara con usted. Usted dijo que ella era la sobrina de su jefe, ¿cierto?

 

- Pues, no es la sobrina, es la hija de una novia que mi jefe tuvo hace muchísimos años…

 

- Pero sabe que si su jefe confía en ella, usted puede confiar en ella… lo que significa, Señorita Pavlovic, que a usted, Sophia le hace sentir confianza, en el sentido de seguridad física, y no sé cómo fue el ambiente en sus relaciones sexuales, pero, si se ha repetido, es porque le gusta, como le dije antes, quizás, lo que usted quiere, es tener a Sophia en su apartamento para repetir esas relaciones sexuales, que no tiene nada de malo, quizás es su manera de dejarla entrar a su vida, de decirle usted a ella que usted no está jugando con ella

 

- Es que no estoy jugando con ella… al principio quería sólo quitarme las ganas de estar con ella, quitarme esa curiosidad, pero, estando en mi cama… créame que la cosa cambió, es que me pregunto cómo no quererla, si es tan tierna, tan considerada… sabe, lo que me impactó es que… bueno, tengo una cicatriz en la espalda… y Sophia la besó

 

- Sophia sabe, entonces, que las cicatrices no son causadas por algo que dio risa, sino por algo que significó dolor… y, mientras más grande la cicatriz, más grande fue el dolor… usted lo ha procesado como que ella no quiere sólo sexo, ¿cierto?- Emma asintió. – Señorita Pavlovic, no hay una velocidad adecuada, ni correcta, puede hacerlo todo en un día, vivir una vida en un día, o alargar las cosas, igualmente las va a disfrutar o las va a detestar, depende de cómo construya usted la relación… usted sabe qué hacer, sabe si ponerle un alto o si dejar que siga… que no le importe lo que piensen los demás. Piénselo así: aquí, en la universidad, el primer año, todos viven en Dorms, y nadie juzga a nadie, los compañeros de dormitorio ni se conocen… usted conoce más a Sophia de lo que usted cree y, si no me lo cree, pregúntese cuántas cosas íntimas sintió usted que Sophia le entregaba al tener relaciones sexuales, pregúntese si fue sólo sexo o si fue algo más

 

- Entonces… ¿qué? ¿Sólo dejo que todo fluya y ya?

 

- Es una manera de hacerlo, sí- sonrió. – Tal vez la mejor decisión que tome es no pensar las cosas tanto

 

- Usted suena a Sophia- resopló Emma, volviéndose a poner la sudadera. – Me dijo que me dejara llevar, que sólo hiciera eso… porque quizás yo era de las personas que, si pensaban mucho las cosas, se arrepentían

 

- ¿Y es así, Señorita Pavlovic?- sonrió tranquilamente, viendo a Emma rehacerse el moño. Era una rareza de mujer, definitivamente.

 

- Sí, así es… lo único que no me gusta de mi trabajo es que tengo que revisar muchas veces lo que hago, por errores, y llega un momento en el que no me gusta, y empiezo a querer cambiar aquí y allá, por eso sólo lo reviso una vez y luego se lo paso a mi jefe- se puso de pie y sacó su American Express del bolsillo interior. - ¿Le puedo pagar con tarjeta a esta hora?

 

Sophia se despertó aquella mañana, con una sonrisa, estirándose de la misma manera que su sonrisa se estiraba, y decidió haraganear cinco minutos más, que no entendía por qué cinco minutos eran tan rápidos. Pero se levantó, dándose cuenta que estaba desnuda, y se acordó de aquel episodio de FaceTime, y, con el simple recuerdo, se mojó, por acordarse de Emma al masturbarse, ¿qué estaban haciendo? ¿A qué estaban jugando? Pues a Sophia le daba risa nada más, pues le gustaba el juego, y cayó de nuevo a la cama, abriendo sus piernas y saciando sus enormes ganas, las ganas que aquel recuerdo travieso le daban, y aquello se sentía tan bien, recorrerse a sí misma por donde Emma había estado, recorría sus labios menores, donde Emma había succionado, y había paseado su lengua con tanta lentitud, con tanta dedicación, Emma no lo sabía, pero le gustaba más de lo que creía, se le notaba en la mirada. Y Sophia sonreía al jugar con su cabello y penetrarse, que era algo que Emma no había hecho, pero que quería que hiciera, con muchas, muchas ganas, quería sentirla adentro, seguramente tendría la misma maestría para penetrar que para lamer y relamer, y succionar, y morder. Gimió. Presionó su clítoris con sus dedos y lo acarició en círculos, rápidamente, sosteniéndose a sí misma al apretujar su seno derecho con su mano izquierda, y se acordó de cuando Emma se corrió frente a ella la primera vez, que se corrió por ella y para ella, y levantó sus caderas, arqueando su espalda, sin poder despegar sus dedos de su clítoris, que ahora lo frotaban rápidamente para alargar su orgasmo, y rió. Emma llegó a su apartamento, corriendo como antes, tomándose ese momento para pensar en lo que Alastor le había dicho, y no era mentira, el tiempo de una relación no determinaba su éxito, cada relación era única y tenía su propia naturaleza, pero el problema base de aquella potencial relación era Emma, sí, porque le tenía miedo al amor, aunque en realidad le tenía miedo a lo que ella creía que era el amor, aquel amor destructivo que le tuvo a Marco. Pero no había manera de saber cómo sería el amor con Sophia si no era que lo intentaba. Se metió a la ducha, se lavó el cabello rápidamente, se secó con prisa, se vistió mientras se maquillaba, pues ya estaba tarde, ya eran las siete y media. Y fue la única vez que tomó un Taxi para ir al trabajo, pues, por ir tarde.

 

- Arquitecta, buenos días- la interceptó Gaby a la entrada del Estudio, que veía a Emma estresada por llegar tarde.

 

- Buenos días, Gaby… Buenos días, Liz- saludó a la secretaria de Volterra, la que estaba en el escritorio principal, el de la entrada. - ¿Qué me tienes?

 

- Reunión el otro viernes con Meryl Streep, los Hatcher quieren un reporte financiero y Project Runway quiere cuatro propuestas para el miércoles de la otra semana, lo quieren moderno pero austero, cómodo… y fueron muy específicos en que hiciera todo lo contrario a lo que la psicología del color le decía, querían intensidad, no armonía- murmuró, intentando seguir el paso de Emma.

 

- Está bien, está bien- suspiró y se detuvo frente al escritorio de Gaby, dándose la vuelta hacia ella. – Llámales, pídeles los diseños anteriores y qué quieren cambiar, qué quieren mantener… y cambia la reservación del Commonwealth, para que la Licenciada Rialto se quede en mi mismo cuarto, pide una cama adicional nada más… y cero molestias por la próxima media hora, por favor- Gaby asintió, y vio a Emma abrir la puerta y cerrarla de golpe. “¿Mal humor?” rió Gaby.

 

Emma dejó caer su bolso sobre el suelo, y caminó con autoridad hasta la silla donde estaba Sophia, la empujó contra la ventana, Sophia viéndola a los ojos un tanto asustada, topó contra la ventana, Emma se subió a la silla, encerrando, con sus rodillas, los muslos de aquella rubia, y le plantó un beso feroz, nostálgico, la tomaba del cuello, Sophia de su cintura, de su cadera, de su trasero en aquel jeans, y los ruidos de aquel beso húmedo salían de sus labios. Emma tomó las manos de Sophia de su trasero y las llevó a sus senos, quería que la tocara, que la hiciera suya, ahí, en ese momento, y Sophia deshacía los botones de aquella blusa, sacando a su vista el sostén negro de Emma, en el que clavó sus labios, besando ese pequeño lunar, mordisqueando aquellos abultados y sensuales atributos, abrazándola fuertemente por su cintura. Sophia le quitó su abrigo, revelando un blazer azul marino, que se lo arrancó también, cayendo sobre sus pies, no dejaba de besar sus senos, de atrapar aquel encaje entre sus dientes. Pero no, el teléfono, el jodido teléfono. Y Emma tuvo que levantarse, abrochando sus botones en el camino, que habían sido cinco, tenía la camisa abierta hasta su ombligo, y contestó, con una furia increíble.

 

- ¿Qué?

 

- Emma, necesito que vengas, tu secretaria no me deja entrar- dijo Segrate al otro lado del teléfono.

 

- ¿No puedes esperar un momento?

 

- No, tenemos un problema- Emma respiró hondo.

 

- Está bien, sólo déjame terminar la otra llamada- y colgó, levantó el teléfono y lo volvió a colgar. – Perdón… ataque de furia- sonrió, volviéndose a Sophia, que tenía los labios rojos de tanto besarla.

 

- No te preocupes- balbuceó, todavía en shock del asalto.

 

- Buenos días, mi amor- sonrió Emma, caminando hacia ella, halando la silla a su puesto original, pasándole encima a su abrigo y a su chaqueta con las ruedas de la silla.

 

- Buenos días, mi amor- repuso Sophia, pues no sabía exactamente qué había pasado, pero ese asalto sí que la había puesto mal, no sabía que podía mojarse tanto, tan seguido y en tan poco tiempo.

 

- Regreso en un segundo, ¿sí?- Sophia asintió. Caminó hasta la oficina de Segrate, en donde la esperaban Pennington y el susodicho de pie, con expresión de funeral. - ¿Qué pasó?

 

- Me vas a matar…- suspiró Segrate.

 

- ¿Qué pasó?- repitió, intentando guardar la calma. “¡Al fin te puedo matar, maldito cabrón!”.

 

- Teníamos que probar la conexión del agua- Emma se cruzó de brazos, eso no podía ser bueno. – Y la dejaron correr, todo estaba bien… pero…

 

- ¿Pero qué?- siseó. – Robert, ¿qué pasó?- se volvió, pues el cobarde de David no le diría.

 

- En los planos, tú reuniste todas las tuberías aquí- dijo, apuntando un punto sobre el jardín en el plano que se proyectaba sobre la pantalla. – Cuando estaban poniendo las tuberías, había una piedra aquí- señaló otro punto, que estaba sobre una de las tuberías principales. – Y es demasiado grande como para sacarla

 

- ¿Es?- murmuró, llevando sus manos a su cara.

 

- Bueno, con David pensamos que la grúa no estaba en el presupuesto, entonces lo que hicimos fue bordear la piedra

 

- Robert, David…- suspiró. – Si bordearon la piedra… significa que la próxima conexión está bajo la casa, bajo la sala de estar, ¿cierto?

 

- Sí… pero el problema no es ese, sino que no teníamos presupuestadas tres piezas más, para bordear la piedra y que, en efecto, las tuberías se reunieran en el punto que habías planeado… entonces compramos de PVC de cuatro centímetros- David y Robert cerraron los ojos.

 

- Adivino… dejaron correr el agua, todo estaba bien pero la conexión de siete centímetros a cuatro se arruinó con la presión y ahora tengo un cráter en la sala de estar, ¿verdad?- susurró, deteniéndose de la mesa de dibujo de Pennington así como se detenía de su lavabo. Y no obtuvo respuesta, pues, en el silencio la tuvo. - ¿Qué tanto dejaron ir el agua?

 

- Toda

 

- Dios les ayude… porque ahí hay concreto reventado y techo afectado… no sé cómo van a hacer para arreglar eso, no cuando ya hay toda una estructura alrededor del desastre… porque no pienso llamar a los Hatcher para decirles que se reventó una tubería porque a los genios de mis Ingenieros se les ocurrió dejar correr el agua a cien y no a sesenta y cinco, a la presión normal para Massachusetts… - suspiró, estando realmente molesta, pero le divertía pensar lo idiotas que habían sido. – Estimen el presupuesto para que eso esté arreglado para cuando lleguemos el cinco de Noviembre, estímenlo bien, piensen qué le van a decir a Volterra, pidan que el Espíritu Santo lo ilumine para que no les descuente la pérdida de sus salarios… porque al Estudio, esa estupidez, le va a salir caro… ¿Tienen idea de cuánto cuesta arreglar algo así en semana y media?- siseó.

 

- Pues, en eso estaba, Emma- dijo Pennington. – Y… hasta ahora, si tomamos en cuenta que hay que abrir un poco más para arreglar la conexión, que hay que tapar el cráter, que hay que volver a poner concreto y que hay que arreglar el techo… son alrededor de doce mil dólares

 

- No me digan “alrededor de”, díganme cuánto va a salir, porque los Hatcher quieren un reporte financiero para hoy, lo que significa que ustedes van a tener que explicarles un par de cosas…. – Emma respiró hondo, se irguió y se dirigió hacia la puerta. – Arreglen eso para antes del almuerzo, porque Volterra va a salir a las cuatro para Pittsburgh y dudo que pueda hacer mucho desde allá… - salió de aquella oficina, entre ansiosa, divertida, frustrada y enojada, quizás era tanto su enojo que sólo podía sonreír. – Moses- llamó a la cocina.

 

- Dígame, Arquitecta

 

- Deje mi té- sonrió. – Necesito que consiga dos rosarios, dos botellas de agua bendita y dos cruces y dos biblias y que se los lleve a Segrate y a Pennington

 

- ¿Arquitecta?- rió.

 

- Los necesito cuanto antes- sonrió. – Pase a mi oficina, por favor- y caminó a su oficina, que Sophia ya había recogido su bolso y había colgado su abrigo del perchero y había puesto el blazer en el respaldo de su silla. – Aquí tiene- sonrió, alcanzándole un poco de dinero. – Espere un segundo- murmuró, escribiendo dos Post-Its que decían: “Que Dios los acompañe. Pavlovic”. – Se lo pone a cada paquete, por favor- sonrió.

 

- ¿Algo más?

 

- No, no creo. ¿Sophia?

 

- No, absolutamente nada, Moses, gracias

 

- Con su permiso, entonces- la tarea más rara que alguien le había dado a Moses.

 

- ¿Qué lo mandaste a hacer que parecía confundido?- preguntó Sophia.

 

- Lo mandé a comprar ayuda espiritual para los Ingenieros

 

- ¿Qué pasó? ¿Problemas?

 

- Sólo reventaron el concreto y arruinaron el techo- rió.

 

- Solamente…- murmuró Sophia en tono de burla. – Oye… quiero hablar contigo

 

- Dime

 

- Estaba pensando… en lo de mudarme contigo…- Emma emitió su “mjm”. – No me puedo mudar…

 

- Está bien- suspiró Emma, sintiendo paz pero incomodidad. – Entonces, si no te mudas conmigo, al menos ven a dormir conmigo algunos días de la semana, ¿sí?- se volvió a ella con una sonrisa.

 

- ¿No estás enojada?

 

- ¿Me veo enojada?- sonrió Emma. ¿Estaba enojada? No, el problema de Segrate y Pennington era más intenso.

 

- No- rió. – Y… bueno, con lo de irme a dormir contigo, a eso no me puedo negar… pero me gustaría que durmieras en mi apartamento también

 

- Me parece justo- asintió Emma en aprobación absoluta. - ¿Empezamos este fin de semana?

 

- ¿Mi casa o tu casa?

 

- Rock, Paper, Scissors?

 

- Dos de tres, donde la que gane- rió Sophia, sabiendo que Emma le ganaría, pues, ¿en qué mundo perdía Emma a algo tan sencillo como eso?

 

- Uno- dijo, levantando su puño. – Dos- lo golpeó contra su mano. – Tres- y sacó tijera, Sophia papel. – Parece que va a ser en mi casa, Licenciada- rió.

 

- Otra vez- refunfuñó Sophia. – Uno, dos, tres, ¡Ja! ¿Decía, Arquitecta?- rió, sacándole la lengua a Emma, pues Emma había sacado papel y Sophia tijera.

 

- La decisiva- rió Emma. – Um, Dois, Três- y ambas sacaron piedra. – Jeden, Dva, Tri- sacaron papel.

 

- ¿Qué idioma fue ese?- rió Sophia a carcajadas.

 

- Eslovaco- dijo con una expresión divertida. – Cuenta tú

 

- Moja, Mbili, Tatu- rió Sophia, sacando piedra y matando a la tijera de Emma. - ¡Eso es!- gimió divertidamente, halando ambos brazos hacia abajo en una descarada victoria.

 

- ¿Qué idioma es ese?

 

- Swahili- guiñó su ojo.

 

- ¿Hablas Swahili?- tosió Emma.

 

- No, sólo hablo italiano, griego, inglés y le hago bailes sensuales al español

 

- Buena mezcla… oye, estaba pensando- sonrió. – Viernes a Domingo en tu apartamento… ¿te parece si vamos al Zoológico el sábado?

 

- Suena bien, ¿es una cita?- rió nasalmente Sophia.

 

- Será una cita si salimos de ahí con un par de Souvenirs y comemos, aunque sea, un Slurpee… y damos un paseo en los Camellos- rió, haciendo una expresión de saturación de adrenalina en su sistema.

 

- Suena muy romántico- rió Sophia con sarcasmo.

 

- ¿Romántico?- pensó Emma en voz alta. - ¿Qué vas a hacer ahora en la noche?

 

- Pues… nada, en realidad, ¿por qué?

 

- I’d like to take you on a real date, no friends, no parties, just you and me

 

- Está bien… cuéntame sobre esta cita

 

- ¿Te gustan las películas exageradas y de acción?- Sophia asintió, pues no tenía un género favorito de películas, no veía mucha televisión en realidad, no tenía televisor, pero nadie se negaba nunca a una buena risa, fuera por gracia o por mentira. – Taken2 está a las seis y veinte

 

- La primera es demasiado exagerada, seguramente la segunda también- rió. – Claro, suena bien

 

- Luego… ¿qué te gusta comer?

 

- Soy omnívora- sonrió. – Pizza, tengo ganas de una buena pizza, grasosa, de esas que te dejan la consciencia contaminada de tanta grasa, pero que no sea italiana, que sea americanizada

 

- Tengo Sbarro y Pizza Hut en la cercanía del cine

 

- Sbarro

 

- Bueno, entonces, este es el plan, dos puntos: Vamos al cine a ver Taken2 a las seis y veinte, que tendríamos que salir a las seis de aquí, cenamos en Sbarro de la séptima y cuarenta y siete, y luego te dejo en tu apartamento, ¿te parece?

 

- ¿Me vas a dejar pagar algo?- Emma se negó con la cabeza. – Negociemos- suspiró. – Las entradas al cine o lo que comamos en el cine, porque no pienso morirme de hambre ahí dentro, no en un cine

 

- Está bien, tu pagas mi enorme Mountain Dew y mi Hot Dog, ¿te parece?

 

- It’s a date- proclamó con una sonrisa.

 

Viernes veintiséis de octubre, dos mil doce. Meryl estaba más que concreto, pues a Emma no le gustaba dar un proyecto por sentado hasta no estrechar la mano del cliente, de manera personal, empezarían a trabajar en el apartamento en cuanto Emma regresara de Boston, pues a Meryl no le urgía tanto, y prefería que se tardaran a que resultara algo de mala calidad, que, de terminar de mal gusto y/o mala calidad, Emma era la primera en considerar ponerse una bala a través de los sesos. Sophia era diferente, pues había pasado todo el jueves en el taller de Davidson Avenue, cortando madera para ensamblar las camas de todas las habitaciones, que se llevarían en piezas para economizar el espacio de los camiones que llevarían la mayoría de los materiales restantes; los muebles pequeños o que no podían ser transportados en piezas, como las lámparas, o las sillas, sillones, sofás, esos muebles serían los últimos que llevarían, y que no tenían prisa por sacarlos, pues la casa no la entregaban hasta en marzo, y Lilly había accedido a recibir los muebles en una ventana del diez de diciembre al veinte de enero, claro, con la debida notificación previa. Y Sophia también había estado todo el viernes en el taller, dejando a Emma sola por segundo día, día dolorosamente consecutivo, y Emma se sentía sola, como si el espacio, que alguna vez fue muy pequeño para ella sola, fuera ahora muy grande ante la ausencia de Sophia. Veía la silla de Sophia, la veía vacía y, en medio de su desvarío, se preguntaba qué tenía Sophia que le gustaba tanto, tanto no, demasiado, y se preguntaba, también, sobre la razón de aquel impulso, cuyo origen permanecía desconocido, el por qué decirle que se mudara con ella así de rápido, ¿por qué? La respuesta la sabía y no la sabía y, ante aquel desvarío, dieron las cinco de la tarde, que Emma sonrió al ver que pasaba de ser las “16:59 p.m.” a ser “17:00”, se puso de pie, apagó el ordenador, metió su silla en su escritorio, arrojó su teléfono en su bolso, se colocó su Altuzarra negro, se enrolló su bufanda Roberto Cavalli, tomó su bolso, apagó las luces, cerró la puerta de su oficina y, viendo que sólo quedaban Fox, quien estaba al teléfono, y Hayek, quien veía atentamente unos planos en la pared, salió del Estudio, tomando un Taxi hacia su apartamento para cambiarse y preparar lo que llevaría para quedarse, como acordado, donde Sophia.

 

Habían quedado que Emma llegaría a las seis en punto al apartamento de Sophia, sólo a dejar sus cosas e irían a cenar, a un lugar que Emma solía describir, tras las palabras de Margaret: “not too fancy, yet not quite shabby”; a Smith & Wollensky, y, claro, Emma invitaba. Emma preparó su típico Duffel Louis Vuitton con lo básico; una camisa para dormir, que no estaba segura si la necesitaría, tres tangas, negras todas pero diferentes en diseño, un hipster porque estaba en sus días femeninos, que usualmente le duraba cuatro días y ya iba por el tercero, dos sostenes, un jeans, dos blusas, sus artículos de aseo personal, que intentó limitarlo sólo a su perfume, su cepillo de dientes, su jabón para el rostro, su desodorante y su aceite para humectarse la piel ante la entrada del invierno real y no oficial, pero no era tan brutal como para andar en zapatillas, sus zapatillas negras de cuero Blahnik. Y, exactamente a las seis, Emma dejaba su Duffel en la habitación de Sophia y salía, con aquella rubia, hacia el ascensor.

 

- Entonces- dijo Emma, cerrando el menú para alcanzárselo al mesero. - ¿De qué hablaremos esta noche, Licenciada Rialto?

 

- Tengo una pregunta- sonrió, tomando su copa de agua en su mano para llevarla a sus labios, Emma asintió suave y pausadamente para darle a entender que preguntara. - ¿Cuál es tu secreto para mantenerte en forma?

 

- Digo lo que pienso- resopló, notando en Sophia una mirada confundida. – Verás- sonrió. – Mi abuelo me contaba que, en Bratislava, donde vivía él, más o menos por mil ochocientos, se decía que la gordura era el reflejo de todo lo que te comías; y no se refería exactamente a comida

 

- Entonces, ¿qué? ¿Decir lo que piensas es como un laxante?

 

- Básicamente- asintió. – Él decía que la comida no era tan dañina como la omisión de la verdad…

 

- Bueno, la mayoría de políticos no son exactamente delgados- rió Sophia, pensando en la gordura, por los años, de la que Talos se había hecho acreedor.

 

- Sophia, le has encontrado otro significado a “pez gordo” en el ámbito de la política- rió Emma, que no sabía por qué le gustaba escucharla hablar.

 

- ¿Tienes alguna idea de lo que tu sonrisa me provoca?

 

- I beg your pardon?- se asustó, pues eso había surgido de la nada.

 

- Tú te ríes mucho, sonríes bastante, eso se nota… pero no lo haces con cualquiera

 

- No cualquiera me hace reír o sonreír, Sophia

 

- ¿Qué tengo que hacer para mantener una sonrisa en tu rostro?

 

- Dejar que te invite- guiñó su ojo con una sonrisa amplia y exagerada, de chantaje total.

 

- Está bien- rió. – Vaya chantaje

 

- ¿Qué tengo que hacer yo para que me dejes conocerte?

 

- Invitarme- sonrió, volviendo a ver al mesero que llevaba sus cervezas en un vaso con orilla dorada, ah, viva Stella Artrois.

 

- Pregunta- sonrió al irse el mesero. - ¿Tú sabes que te gustan las mujeres, los hombres y las mujeres o soy una aventura de principios curiosos?- Sophia la vio con sorpresa. – Perdón, olvida la pregunta… creo que fue un poco tosca

 

- No, es sólo que fuiste ”al grano”

 

- Pues, ¿para qué perder el tiempo?- sonrió burlonamente, chocando su vaso suavemente con el de aquella rubia que tenía frente a ella.

 

- Te puedo admitir que un hombre está guapo, guapísimo o que es, simplemente, un manjar visual, pero no puedo estar con ellos así como he estado contigo… eso lo he comprobado

 

- ¿Te dan asco?

 

- No, no… asco no… no sé… sólo no puedo….

 

- Pero has tenido novios, ¿no?

 

- Sí, tuve dos, uno en el colegio y el otro en la universidad, pero ya durante el Máster

 

- ¿Y novias?

 

- Ninguna

 

- I like you- dijo Emma, desviando su mirada para evitar sonrojarse, pues, de ver a Sophia, se sonrojaría y le dejaría ver demasiado de su atormentada intimidad sentimental.

 

- I certainly like you, too- sonrió.

 

La cena siguió como se esperaba, tranquila y graciosa, llena de risas y sonrisas que eran provocadas por la historia de Sophia, de una Sophia universitaria, con compañeros de veinte años, que trataba sobre una broma, bastante buena pero grosera, que le habían hecho al asistente de uno de los profesores del módulo de construcción, pues era demasiado altanero y arrogante, a veces hasta se creía el profesor, o con la autoridad que este tenía, pues había llegado a tal grado de “autoridad” que les descontaba créditos, enteros o fracciones, por llegar tarde a la clase, lo cual era injusto. La clase de “Construcción primaria y secundaria” era a los martes a las seis de la tarde, oficialmente empezaba a dicha hora, realmente empezaba quince minutos después, antes de esa clase tenían “Construcción aerodinámica y espacial”, que empezaba a las cuatro, en realidad a las cuatro y quince, y terminaba a las cinco y cuarenta y cinco, dichas clases quedaban de punta a punta y ambas eran únicas, pues no había otra opción de otro día u otra hora, ambas eran obligatorias. Pues habiendo aclarado esto, el asistente, sabiendo lo mismo que ustedes, decidía tomar asistencia a la antigua, nada de que cada alumno firmaba al final de la clase, sino que tomaba asistencia quince minutos antes de la hora oficial, o sea a la hora que la clase anterior acababa. Pues, cansados de aquello, los setenta y cinco estudiantes, notando que los trabajos, pues no había exámenes para dicha materia, eran corregidos en dos etapas; la primera etapa era que el asistente los corregía, a lápiz, luego los entregaba a los alumnos para que pudieran revisar la nota prevista, quejarse, preguntar, etc. , y luego lo corregía el profesor, pero pasó que se dieron cuenta que el profesor simplemente sumaba el puntaje que el asistente otorgaba, pues nunca hacía otra anotación y nunca variaba en su nota. Aquellos estudiantes, fraudulentos, cambiaron las anotaciones a lápiz, y se convirtieron en el primer grupo, completo, en aprobar el curso con, por lo menos, una B-. De aquello nunca se dieron cuenta, más que el asistente pero, de decir algo, significaría no sólo su trabajo, sino el de su jefe también.

 

- Mis relaciones no se caracterizaron por ser exitosas- susurró, abrazándola por la espalda y tomándola por la cintura mientras fumaban un cigarrillo en el balcón del apartamento de Sophia. – What if…- susurró, cortando su propio impulso para pensar bien lo que diría a continuación. – I don’t know… I don’t know how this really works

 

- Me neither- murmuró Sophia, exhalando el humo denso mientras Emma introducía su mano, la que estaba libre de cigarrillo, por debajo de su blusa.

 

- What if we mess up?- llevó el cigarrillo a sus labios e inhaló por última vez el humo del cigarrillo, pues no dejaba que se acercara al filtro, pues eso era lo que causaba los dedos y las uñas de color amarillo.

 

- If we mess up… it’ll mean that at least we tried- sonrió, apagando el cigarrillo en el cenicero, justo al mismo tiempo que Emma.

 

- ¿Qué pasa si no trato lo suficiente?

 

- No trates… let it flow… let it be… ¿no quieres saber hasta dónde es capaz de llevarnos nuestra naturaleza?

 

- ¿Tú crees que somos compatibles?- susurró, que Sophia se giraba para encararla, pero siempre con su cintura entre sus brazos.

 

- Apuesto a que somos más compatibles de lo que creemos- sonrió, juntando sus labios con los de Emma.

 

- Algún día voy a averiguar qué es lo que tanto me atrae de ti- murmuró, introduciendo sus manos bajo la camisa de Sophia, cada vez más arriba.

 

- ¿Y si nunca lo averiguas?- murmuró juguetonamente, desabotonando la blusa de Emma, desde el primer botón de arriba hacia abajo.

 

- Oh, trust me, I will find out- sonrió. – Tengo que decirte algo- Sophia asintió, terminando de desabotonar su camisa, revelando su sostén negro. “Does she only wear black underwear?” – Estoy en mis días

 

- ¿Y?- murmuró, dibujando el contorno de la copa de su sostén con su dedo índice, acariciando el borde de la tela negra y el principio de su piel.

 

- Nunca me han hecho el amor en mis días

 

- ¿Te molesta?- llevó sus labios a donde había paseado su dedo.

 

- No, pero no me siento muy cómoda con la idea de que mi sangre esté por todas partes…- suspiró, considerando ceder si Sophia se lo pedía.

 

- ¿Mañana?- suspiró, que, cuando exhaló, el aire tibio cayó ya frío sobre los senos de Emma, y notó cómo aquella piel se erizaba suavemente.

 

- Lo más seguro es que hasta el domingo se pueda- pero Sophia introdujo su dedo entre la copa y el seno derecho de Emma y, lenta y seductoramente, tiró hacia abajo.

 

- ¿Alguna vez has tenido esa sensación… esas ganas por saberlo todo sobre una persona?- Emma emitió aquel “mjm” que sólo a ella le podía sonar así de extraordinario, pues era, quizás por su acento, o quizás era sólo la maravillosa capacidad de hacer que todo lo que dijera sonara elegantemente bien.

 

- Sophia…yo…

 

- Dije que quería saberlo todo…- atrapó su pezón, ya erecto y rígido por la brisa fría de aquel otoñal fin de octubre. – No me gustan las cosas a la fuerza… yo tengo todo el tiempo del mundo- Emma se estremeció ante la combinación de aquellas palabras, que eran sinónimo de “paciencia eterna”, y del lengüetazo plano y húmedo que Sophia ejercía en la parte inferior de su areola, levantando suavemente el rígido pezón para terminar de lamer, sólo con la punta de su lengua, hasta la parte superior de la areola. – Quiero saber todo eso que te gustaría decir y no dices… porque todos nos guardamos cosas, no sobre los demás, sino sobre nosotros mismos

 

- Quiero decírtelo…- suspiró ante el mordisco que atrapaba toda su pequeña y encogida areola izquierda.

 

- Some day, you will- sonrió, regresando el sostén a su posición original.

 

- Tengo que ir a cambiarme…- murmuró Emma, apartando suavemente a Sophia de su camino y saliendo del balcón, o entrando al apartamento, como ustedes quieran.

 

- Te espero en la cama- sonrió ante el generoso “mood-swing” de Emma, tal vez le había incomodado, o tal vez sólo había tocado alguna fina hebra de algo que le evocaba cosas no tan agradables. Se dirigió a la habitación, en donde vio el Duffel de Emma sobre el suelo y, siendo Louis Vuitton, lo recogió y lo colocó en la silla que había colocado en la esquina de su habitación…quién sabe por qué razón. Se sentó sobre la cama, sobre el lado que solía dormir, el lado izquierdo de la cama, rara vez pasaba al derecho, y no sabía por qué, pero así había sido con Emma; Emma durmió del lado derecho y ella del lado izquierdo, y ninguna de las dos se pasó al otro lado, o tal vez sólo para abrazarse, pero aquello era válido.

 

- No te había preguntado…- llegó Emma, viendo a Sophia sentada, viendo sus manos, que tenía las cutículas dañadas por el filo de la madera que todavía no limaba ni curaba, sino que recién cortaba personalmente y sin guantes, pues sus manos, al ser un poco pequeñas, no había guantes en el taller que le quedaran y se había olvidado de comprar unos de su talla. - ¿Está todo bien?

 

- Sí, es sólo que me arden los dedos… me los hice polvo en el taller

 

- Déjame ver- sonrió, hincándose frente a ella y tomando sus manos entre las suyas. – Me gustan tus manos- susurró, extendiendo los dedos de Sophia sobre su puño para verlos.

 

- ¿Por qué?

 

- Son suaves- dijo, besando cada enrojecido dedo, porque sabía que había una manera de acabar con aquello. – Y es raro…porque te dañas las cutículas pero no la laca- alcanzó su bolso y, después de unos segundos de pesca, sacó una Victorinox plana, la que era una tarjeta, la que le había regalado Phillip, y sacó la diminuta tijera. – No muevas los dedos, por favor- y se dedicó a cortarle, con el mayor de los cuidados, cada nanómetro de  de piel astillada, pues, lo que ardía no era exactamente que estuviera astillada, sino la astilla en sí, pues se había encargado de deshidratarse y se atascaba en cada tela. – Adivino…- murmuró, como para sí misma.

 

- Eres buena adivinando- resopló Sophia, dándole la otra mano, sintiéndose consentida, demasiado consentida, y le gustaba pero, al mismo tiempo, se preguntaba si Emma era realmente así con ella porque le importaba o porque le gustaba lo que pasaba en la cama o por cualquier otra razón que no fuera interés cariñoso.

 

- Usas negro, mucho negro, porque es casi imposible equivocarse con ese color y porque te da la impresión que el color cambia, a pesar de ser el mismo, si lo pasas de un pantalón a una falda… y es por eso que sólo usas pantalones

 

- Me considero una “Tomboy” reformada- rió. – No sé cómo es que puedes ir tú a trabajar en esas faldas que te pones, que son ajustadas de todos lados, o en vestido…

 

- ¿Tú crees que yo no soy una “Tomboy” reformada?

 

- ¿Con ese gusto? Jamás

 

- La ropa no es sólo ropa, Sophie… habla por sí sola…- sonrió. – Me gusta verme bien… pero es más porque quiero que mis clientes sepan, sólo con verme, que yo no estoy dispuesta a jugar o a decorarles o diseñarles algo a lo Faux-Pas

 

- ¿Faux-Pas?

 

- Un “Faux-Pas” es algo social, es como un evento sin tacto, de mal gusto, ordinario, torpe… si no me equivoco es más que todo para definir algo que va en contra de una norma social o de una costumbre colectiva, quizás puede llegar a afectar las reglas de la “etiqueta universal”- sonrió, besando sus dedos recién librados de cutículas dañadas. – “Faux” significa “falso”, “Pas” es “paso”… un paso en falso

 

- ¿Y cómo sería diseñarles algo a los “Faux-Pas”?

 

- En la industria más superficial- dijo, refiriéndose claramente a la moda. – Hay tres categorías… categorías que se utilizan, según los críticos, para posicionar a un diseñador de acuerdo a la proporcionalidad que el diseñador muestra de su marca, su nombre o lo que sea, en sí mismo… están los “Generales”, como Carolina Herrera, Valentino, Tom Ford, Miuccia Prada y Monique Lhuillier, que son los que, al salir ellos a la pasarela, muestran que su colección es tal y como ellos son, luego están los “Oficiales”, como Diane von Furstenberg, Vera Wang o Karl Lagerfeld, que siempre se ven igual y que varían entre lo que ellos son y alguna locura, pero no se visten personalmente mal, los Generales y los Oficiales se visten bien, porque son los que piensan que ellos quieren vestir a la sociedad a su modo, ¿qué mejor manera de mostrar que sus creaciones son accesibles al ponérselos ellos mismos? – Sophia intentaba entender todo, pero se distraía por cómo Emma articulaba cada palabra, cada letra, cómo formaba las palabras en aquel acento británico que tanto le fascinaba. – Y están los “Faux-Pas”, que no necesariamente son malos diseñadores, o alocados, pero ellos no tienen nada que ver con la colección que presentan, generalmente son el fenómeno de la “fashion misconception” … en esa categoría cabe Betsey Johnson, John Galliano o Ágatha Ruíz de la Prada

 

- Entendí la octava parte de lo que dijiste…- resopló, elevando a Emma hasta ponerse ambas de pie, Emma sin soltarle las manos, pues no le gustaba que Sophia tuviera sus dedos rojos, y sólo quería besarlos y acariciarlos, hacer que se curaran por arte de magia.

 

- Perdón, me emociono con el tema…- se sonrojó.

 

- ¿Te gusta mucho la moda, verdad?- Emma asintió. - ¿Por qué no estudiaste eso?- preguntó, haciendo como si Natasha no le hubiera dicho, pues sería bonito escuchar aquella afirmación salir de aquel acento británico.

 

- Si lo estudié pero no lo absolví… y lo que estudié no era la parte de “Corte y Confección”, sino “Crítica y Diseño de Modas”

 

- ¿Cuál es la diferencia?

 

- Yo puedo darte un diseño, dibujarlo, concebirlo en papel… puedo decirte qué está mal y por qué está mal, pero no puedo intervenir para alterar el producto, ni para concebirlo materialmente, sé las costuras principales, sé dónde están y con qué puntada se dan para darle los diferentes efectos, los diferentes acentos, pero yo no sabría colocar la tela bajo la aguja y coserlo…

 

- Y… en alguna cosa que hayas estudiado sobre ropa… ¿no te enseñaron nada sobre quitar la ropa, de casualidad?- sonrió mientras susurraba a ras de su rostro, encontrando la mirada sonrojada de Emma, esa mirada sonrojada de sorpresa, tan tierna, tan jovial, tan inocente.

 

- Tengo un PhD en eso- resopló, halando a Sophia entre sus brazos para acercarla a ella y clavar sus labios en su cuello, ladeando su cabeza hacia el lado derecho para bezar la parte izquierda del cuello de su rubia favorita, de la única rubia, así de rubia, que le llamaba la atención.

 

- Te extrañé- suspiró al sentir aquellos besos en su cuello, que no sabía si había extrañado más a Emma o a sus besos, pero ambas se implicaban mutuamente, eran recíprocas y simbióticas.

 

- Aquí estoy- dirigió sus labios hacia detrás de su lóbulo. – Aquí me tienes- y Sophia pudo haber sentido mal, como cualquier adolescente enamorado, pues Emma no le respondió un textual “yo también te extrañé”, en vez de eso, sonrió y cerró los ojos en alegría, pues aquellas dos enunciaciones no eran más que sinónimos para decir lo que no dijo, más porque la intención se notaba, y demasiado, pero el Ego y el Orgullo de Emma Pavlovic eran más grandes que el querer reventar en un “mi amor, yo también te extrañé”, porque Emma sí la había extrañado, no sólo en su cama, sino también en su oficina, en todo tipo de privacidad que le pudiera quedar. - ¿Puedo tocarte y besarte?- susurró, a ras de su cuello, que no tenía que pedir permiso, no para Sophia, además, ya había empezado.

 

- Todo lo que quieras, por el tiempo que quieras- murmuró, ladeando su cabeza hacia la derecha para que Emma tuviera un mayor acceso. Pero Emma levantó su camisa, pues era eso, simplemente una camisa, o camiseta, no sabría decir con exactitud, pero era negra y de algodón, muy ajustada a su torso, que pronunciaba su no-tan-grande-busto y delineaba su plano abdomen, de cuello redondo, que apenas dejaba ver las interioridades de sus huesudas clavículas, delineaba sus torneados antebrazos, más cuando los estiraba, pues sus tríceps se marcaban suavemente, todavía se marcaban, y Sophia siempre sonríe cada vez que le digo que todavía se le marcan, las mangas bajaban hasta por arriba de sus codos, ni manga corta ni manga tres cuartos. Reveló un sostén blanco, liso y de algodón, de copa gruesa, que albergaba con cariño aquel par de senos que volvían loco a cualquiera.

 

Emma escabulló sus dedos fríos por debajo de los elásticos de aquel sostén, aquellos que lo detenían de los hombros, y volvió con sus labios a su cuello, besando aquel punto en el que el cuello se fusionaba con el hombro, deslizó el elástico derecho; bajándolo por el hombro hacia el antebrazo, rozando el trayecto con su mano, acariciando con sus labios el mismo trayecto que el elástico había recorrido, y repitió el proceso con el elástico izquierdo, haciendo que la excitación de Sophia fuera inevitable. Sophia tomó a Emma por sus hombros, en realidad sólo se detuvo de ellos, y se dejó besar; porque le gustaba que la besaran así, que Emma la besara así, como si le estuviera haciendo el amor a cada milímetro de piel que besaba, que el área que encerraban los labios de aquella eminencia de Arquitecta, el roce de sus labios ahí, despertaba aquella sexualidad sensual que nunca había logrado salir del estado de adormitado letargo, que ahora terminaba por agudizar sus terminaciones nerviosas. A Emma le gustaba besar aquella piel porque era de Sophia, simplemente empezando por eso, y porque era uniforme; blanca, que no era que el color fuera relevante o motivo de gustos o disgustos, pero ésta le fascinaba porque el blanco de Sophia Rialto no era blanco nórdico, no ese blanco que tendía a tornarse rosa con la más mínima exposición al sol, sino que era un blanco como el color de un diamante cognac, como un bronceado de rangos menores, un dorado pálido, crónico y vitalicio; el color de aquella tibia piel, que aún estaba tibia cuando Sophia se quejaba de frío; sí, tibia y suave. No tenía ninguna cicatriz, lo que a Emma le gustaba demasiado, pues era la señal de que nada físicamente violento le había sucedido a su rubia favorita, no tenía pecas, ni lunares, ni manchas de ningún tipo, ni en su rostro, ni en el resto de su cuerpo.

 

Le gustaba pasar sus brazos por su cintura, abrazándola completamente, sin despegar sus labios de su cuello, moviendo sus manos por su espalda, acariciando, de abajo hacia arriba, por la hendidura que formaba su columna vertebral, hasta llegar al broche de su sostén, el cual, según Emma, no estaba colocado correctamente, pues estaba demasiado arriba, y eso sólo podía significar un error de compra de índole horma o talla; muy pequeña o inadecuada, pero eso era algo que arreglaría más adelante. De un movimiento suave separó aquel elástico que abrazaba la espalda de Sophia, la bordeó por sus brazos y la acarició desde sus omóplatos hasta sus clavículas con la punta de sus dedos, haciendo que aquel sostén cayera sobre los pies de ambas. Con el reverso de sus dedos acarició lenta y ligeramente sus pezones, que, lo único que ocasionó, fue que aquellos rosados y pequeños pezones se erizaran; que se tornaran rígidos y se encogieron todavía más de la areola, lo que a Emma le parecía tierno, pues el pezoncito se endurecía y se definía por encima del relieve de la ésta. Deslizó sus manos hasta el botón del jeans blanco, primera prenda blanca que le veía a Sophia, o de otro color que no fuera negro o que no se utilizara en los pies o en las manos, pues su reloj era rojo granate. Aquel coqueteo físico era algo de lo que ambas gozaban, a Emma porque le encantaba recorrer a Sophia, porque le picaban las manos si no la estaba tocando, y a Sophia porque nunca se imaginó que alguien pudiera tocarla de esa manera, de esa manera tan íntima y próxima, de un roce bastante personal y acortado, al punto de excitarse sin hablar y sin verse a los ojos, con el sólo sentir, que ni era un roce totalmente sexual, pues no estaba acariciando nada que pudiera mojarla, dejando fuera a los pezones, claro, que todo aquello le provocaba las mitológicas mariposas en el estómago, aunque también aquel hormigueo entre sus piernas, en el que sentía a su corazón latir entre el aturdimiento nervioso que hacía que sus piernas se debilitaran y, que, como producto final e impulsivo, la hacía simple y sencillamente abrirlas para invitar a Emma a que abusara, POR FAVOR, de ellas y de todo lo que había en su longitud y exactitud, periférico y central.

 

Desabrochó el jeans y metió sus manos entre el trasero, cubierto por unos panties de algodón, y el jeans de Sophia y lo apretujó suavemente con ambas manos, que fue cuando Sophia gimió ligeramente, pues no podía negar que le gustaba que tocaran su trasero, no alocadamente, sino así como Emma, sensual y suave. Sophia se dio cuenta de que a Emma le gustaba jugar con su trasero, pues era un apretujón delicado y pensó en pedirle una nalgada, sólo por diversión, por conocer la fuerza sexual que podía implicar un golpe en su trasero, un golpe de aquella Arquitecta, con aquella mano tan perfecta, pero su impulso se interrumpió al encontrar la mirada de Emma, que Emma ni siquiera la veía, sino veía algún punto perdido en el hombro izquierdo de Sophia, y Sophia, entre la caricia y el tono de su mirada, entendió que Emma le decía que su trasero era intocable, que lo acariciaba y nada más. Emma bajó el jeans y los panties de aquella rubia, los sacó de sus pies, y acarició aquellas piernas, brillosas por lo perfectamente humectadas que estaban, y Sophia, tras el acariciar de sus pies, de sus pantorrillas, de los besos que Emma le daba a sus rodillas, de las caricias en sus muslos y del abrazó con el que Emma culminó todo aquello, un abrazo por su trasero, que acompañó con un beso en su monte de Venus, se dio cuenta que Emma era totalmente inofensiva, pues alguien que besara y acariciara de esa manera, que respetara su piel, su integridad física de esa manera, simplemente le parecía imposible que pudiera maltratarla, aun en el más simple y minúsculo de los sentidos.

 

- Lo que no me enseñaron fue a poner la ropa de regreso- susurró, incrustándole un beso en sus labios que fue tan profundo que hasta sintió como si besara más allá de sus labios, como si besara su alma, como si la besara completamente.

 

- No sé como vaya a sonar lo que voy a decir… porque en mi cabeza suena retorcido- sonrió a ras de sus labios, sintiendo que Emma acariciaba su labio inferior con su pulgar, como si intentara conocerlo con otra parte de su cuerpo.

 

- Dilo… así lo pensamos en conjunto

 

- Contigo no quisiera que hubiera ropa de por medio…

 

- Wow…- resopló, tomando a Sophia nuevamente por su cintura, acercándola a ella a una distancia más allá que personal e íntima, pues sus senos se rozaron, en desventaja los de Sophia pero se rozaron con los de Emma, sus abdómenes también, ahí no había desventaja. – Acabo de descubrir que tu cabeza tiene potencialidad de Santo- rió Emma, bajando sus manos por el trasero de Sophia.

 

- I beg your pardon?

 

- Si supieras lo que pasa por mi cabeza… eso sí que es retorcido… lo que tú quieres… es nivel de Kindergarten- y acarició su trasero de una manera lasciva pero todavía respetando su integridad física y moral.

 

- What?

 

- Por primera vez, en mis veinte-casi-ocho años, odio mis días de menstruación- Sophia emitió una risa graciosa. - ¿Te parece gracioso?

 

- You’re kind stiff with words, you know?

 

- Stiff?

 

- Sí, tú sabes…rígida, cuadrada, linear, correcta- resopló, pero Emma todavía no entendía.- How do you call a man’s genitals?

 

- Penis and testicules?- rió con una sonrisa confusa, levantando un poco su ceja derecha entre la ridiculez de su comentario.

 

- People call it dick or cock… and balls or nuts… ¿cómo les llamas a éstas? - preguntó, colocando las manos de Emma sobre sus senos, apretujándolos un poco.

 

- Breasts?

 

- People call them boobs… ¿cómo le llamas a esto?- sonrió, llevando la mano derecha de Emma a su mojada entrepierna.

 

- Le llamo…- tomó aire, mucho aire- Sophia está excitada, lo que hace que sus glándulas vaginales secreten lubricante, así se lubrica su vulva, preparándola para tener un contacto físico de índole sexual- dijo rápidamente hasta quedarse sin aire.

 

- People call it “wet pussy”- rió Sophia, aunque no había entendido que Emma sólo le estaba tomando el pelo. – Pero- dijo, viendo la expresión facial de Emma, que era de arrogancia sensual total. – Tú no eres “those people”… y me gusta que tengas esa rigidez para las palabras

 

- No creo que sea lo único que tengo rígido- rió a carcajadas ridiculizantes hasta para sí misma. – En fin, Señorita- sonrió- ¿No quieres que la ropa sea un obstáculo?

 

- No

 

- Explícate, por favor

 

- Quiero que, siempre que durmamos juntas, haya la menor cantidad de ropa posible

 

- Eso es tentar al diablo- sonrió Emma, quitándose su camisa y, casi que al mismo tiempo, su sostén.

 

- No soy el diablo… pero te aseguro que no soy Santa

 

- Y así…- susurró, tomándola por la cintura y acercándola a ella. – Estás perfecta- sonrió, que iba a decir “me encantas”, pero no tuvo el coraje para hacerlo.

Sophia sólo sonrió y le dio un beso corto y rápido de agradecimiento en los labios. Su objetivo no era quebrar a Emma, no era desarmarla hasta que quedara lo más humillante y significante de ella pues, si ella insistía, eso pasaría; no era lo mismo a que Emma decidiera hacer muchas cosas, o a decirle muchas otras, todo porque eso le dejaría a Emma su dignidad y su integridad intacta, pero, dentro de todo, Sophia necesitaba que aquello pasara rápido, todo porque no podía explicarse en qué mundo, o en qué estado demencial, Emma Pavlovic estaría ahí con ella en ese momentos o en esas circunstancias; le parecía imposible, un juego o algo que no sabía describir. Y eran las batallas mentales de cada una, pues Sophia nunca se había sentido más atraída a alguien, tampoco tan bien con alguien, entre la comodidad y la comprensión, pero la reciprocidad era casi nula. Realmente se cuestionaba la acción de la paciencia que se había proyectado para Emma, ¿qué tanto podía esperar a que Emma se decidiera a hablar? ¿Qué tanta paciencia le podía tener? Se dirigió al baño para lavarse el rostro y los dientes, dándole vueltas al asunto de la paciencia, porque Sophia era muy paciente, siempre lo fue, pero también tenía su fecha de expiración, ¿qué tanto iba a explotarla Emma?

 

- ¿Necesitas algo?- murmuró Sophia con una sonrisa al ver a Emma de pie.

 

- No, ¿por qué?- levantó su ceja mientras pasaba sus dedos por entre su cabello y Sophia veía que el Duffel de Emma estaba nuevamente sobre el suelo y, sobre él, estaba su camisa y su jeans doblados a la perfección bajo el sostén, que Sophia nunca había visto esa forma de guardar un sostén, o de doblarlo, y, a un lado de él, estaba lo que suponía Sophia que era su tanga negra, aunque tenía otra puesta, siguiendo flexiblemente la petición de Sophia.

 

- Estás parada nada más…- se encogió de brazos.

 

- No sé de qué lado duermes tú- sonrió. Sophia se le quedó viendo con una genuina expresión de “What?!” pues eso, para ella, no era ningún problema, ¿o sí? – Digo, siempre hay un lado en el que uno se siente más cómodo durmiendo, ¿no crees?

 

- No sé… siempre he dormido del lado izquierdo- dijo, apuntando frente a ella mientras Emma tomaba una nota mental de que, a partir de ese día, ella dormiría del lado derecho para que Sophia durmiera al lado izquierdo, fuera en la cama que fuera.

 

- Lado derecho será- sonrió, bordeando la cama para colocar su reloj, su anillo y su cadena sobre la mesa de noche.

 

- ¿Te molesta dormir del lado derecho? Porque podemos cambiar- le dijo mientras veía con el cuidado que colocaba las cosas; su reloj extendido, su anillo viendo hacia la pared y, en medio de éste, dejó caer lenta y suavemente su cadena.

 

- El lado derecho es más que perfecto- murmuró con una sonrisa, materializando, literalmente de la nada, su iPhone para colocarlo antes que su reloj y sobre la pantalla.

 

- ¿Segura?- se acercó ella a la mesa de noche en la que solía poner sus cosas, que para ella no importaba el orden, ni la forma, simplemente que no se cayeran. Emma asintió suavemente  mientras silenciaba su iPhone. - ¿Tienes frío?

 

- No, ¿y tú?- Sophia sacudió su cabeza y se metió a la cama, cosa que le dio luz verde a Emma para meterse también. - ¿Me estabas esperando para meterte a la cama?

 

- Es tu cama- sonrió, arreglando las almohadas para poder recostarse.

 

- Sí, pero la vez pasada no preguntaste nada de eso, ni hiciste nada de eso- murmuró, acomodándose ella también hasta quedar sobre su espalda.

 

- La vez pasada no se suponía que me iba a quedar a dormir, y tú te dormiste… ¿querías que te despertara para preguntarte?- resopló, pero Sophia sólo se le quedó viendo con curiosidad, pues la manera en cómo había dicho lo último le había dado la impresión que eso, para Emma, era un ultraje.

 

- Me puedes despertar cuando quieras- dijo suavemente, estirando su brazo para apagar la luz de su lámpara, ahora la de Emma era la única que estaba encendida. – Desde para preguntarme dónde están los vasos…

 

- En el gabinete superior, a la derecha de la cocina

 

- Hasta cómo se reinicia el agua caliente

 

- Fusible ocho- sonrió.

 

- ¿Cómo sabes eso?

 

- Si estudiaste Diseño de Interiores tienes que saber que, por definición, la vajilla va a arriba y los utensilios van abajo; la vajilla va a la derecha de la cocina porque a la izquierda pueden ir las especias, y no es gran ciencia lo del fusible… es un edificio construido en los ochentas, en aquella época, enumeraban los fusibles de acuerdo a su prioridad por área, y, en aquella época, se acostumbraba a poner un fusible por interruptor porque, en caso de que uno hiciera cortocircuito, no era sinónimo de que toda tu conexión eléctrica, o gran parte de ella, se estropearía… pero, volviendo a los interruptores…- sonrió. – Y tienes uno en el pasillo, uno en la cocina, uno en tu habitación, otro en tu closet, otro en el baño, van cinco, y tienes uno en la sala de estar y otro en la terraza, que son siete… tu calefacción es el noveno porque sólo lo utilizas un par de meses al año, por lo tanto, el octavo fusible pertenece a tu agua caliente…

 

- You’re like really, really clever- resopló, viendo a Emma estirar su brazo para apagar la lámpara.

 

- That’s what I do for a living- murmuró, volviéndose hacia Sophia con el cuidado de no golpearla o agredirla por accidente. – Pero, volviendo a lo de despertarte… no creo que valga la pena despertarte si no me estoy muriendo- susurró, abrazando a Sophia por sobre su costado, formando una posición de encaje demasiado tierna y tibia que hizo que a Sophia no le importara esperar, pues era como si las intenciones de Emma fueran las más cariñosas posibles; no tenía la obligación de abrazarla, ni siquiera se le había ocurrido a Sophia que lo haría, ni pedírselo, y mucho menos los besos que ahora le daba en su hombro desnudo en plena oscuridad mientras la tomaba de la mano para entrelazar sus dedos. - No soy muy fan de despertar a las personas

- ¿Alguna razón en especial?

 

- Respeto el sueño de los demás… no soy alguien que suele dormir bien, o mucho

 

- Y… ¿ahora tienes sueño?

- ¿Tú tienes sueño?- repuso con la evasiva más clara de todas.

 

- Un poco

 

- ¿Un cuento te ayudaría a dormir?- murmuró Emma a su oído, causándole escalofríos a Sophia, tanto que cada poro de su piel se erizó, hasta su espalda, cosa que le dio escalofríos a Emma también.

 

- Oh, ¿Emma Pavlovic cuenta cuentos?

- Mmm…- resopló entre un tarareo.

 

- Vamos, cuéntame un cuento, así te digo si es un cuento de verdad o es algo que has improvisado, ¿te parece?

 

- Bueno- rió suavemente mientras Sophia se daba la vuelta para encararla mientras permanecía abrazada por Emma. – Había una vez un niño, pequeño, como de seis o siete años, y cenaba con su papá mientras la niñera se hacía cargo de su hermanito de un año y su mamá estaba en la típica cena semanal con sus amigos. Después de haberse comido su porción de pollo frito y de puré de patatas, viendo que sólo el brócoli y la zanahoria le quedaban, decidió emplear la técnica que usaba su mamá cuando quería librarse de algo. “Papá, ¿qué es la política?” le preguntó el niño, notando la sonrisa del papá al ver que su hijo tenía interés en su trabajo, hasta se imaginó que el pequeño Johnny sería congresista como él. Y el papá, bajando el periódico para prestarle atención a su hijo, le respondió: “Hijo, déjame explicártelo de esta manera: yo soy el que trae el pan y el dinero a la casa, llámame ‘Capitalismo’. Tu mamá, ella administra el pan y el dinero, así que llamémosle ‘Gobierno’. Nosotros, tu mamá y yo, estamos para satisfacer tus necesidades, así que a ti te llamaremos ‘la gente’. De paso, llamaremos a Mandy, la niñera, ‘la clase trabajadora’ y, a tu hermanito, le llamaremos ‘el futuro’. Ahora, ve a cepillarte los dientes y a la cama mientras piensas si lo que te he dicho tiene sentido” y el niño se fue con una sonrisa, pues no había tenido que comerse las verduras. – Sophia intentaba no reírse, ¿a dónde iba con eso? No sabía qué le daba más risa: si la seriedad con la que Emma contaba la historia o el contenido de ésta. – Así que el pequeño Johnny se fue a dormir mientras intentaba encontrarle sentido a las palabras de su papá. Por la noche, se despertó porque su hermanito, el pequeño Mike, estaba llorando, entonces se levantó a ver que todo estuviera bien con él. Cuando llegó a la habitación de su hermanito, encendió la luz y se dirigió hacia donde él estaba y lo levantó, que, para su sorpresa, su hermanito lloraba porque su pañal se había rebalsado de sólidos que eran un tanto líquidos. Así que el niño, asqueado y preocupado por su hermanito, fue a la habitación de sus papás y vio que su mamá estaba dormida, no la quiso despertar. – Sophia entendió que aquello tenía que ver con Emma, muchísimo, quizás era un poco de su vida. – Entonces fue a la habitación de la niñera. La puerta estaba cerrada. Como la casa era un tanto antigua, todavía tenía cerrojos anchos, por lo tanto, el pequeño Johnny miró a través del cerrojo y vio a su papá en la cama con la niñera.- Sophia agradeció que las luces estuvieran apagadas, pues su expresión de asombro era indisimulable. – Se dio por vencido y se regresó a la cama, además, su hermanito se había callado.

- ¿Qué pasó después?- murmuró Sophia, acariciando con sus dedos los dedos de Emma.

 

- A la mañana siguiente, el pequeño Johnny se sentó a la mesa con su papá, que leía el periódico de nuevo. La niñera se hacía cargo del pequeño Mike y la mamá servía el desayuno; huevos revueltos, salchichas y tocino para el papá, para el pequeño Johnny y para ella sólo unos hot cakes. La mamá le sirvió jugo de naranja y una taza de café al papá, que fue cuando bajó el periódico y notó al pequeño Johnny sentado frente a él. “Buenos días, campeón” le dijo el papá mientras tomaba la taza de café en su mano. “Papá, creo que ahora entiendo qué es la política” le dijo el niño. El papá, muy emocionado, bajó completamente el periódico y le sonrió, “Hijo, dime en tus propias palabras de qué crees que se trata la política”. El niño tomó el jugo de naranja entre sus manos y dio un sorbo, “Bueno… mientras el Capitalismo está jodiendo a la clase trabajadora, el Gobierno está dormido. La gente está siendo ignorada y el futuro está sumergido en mierda.”- y Sophia no se contuvo y soltó una carcajada que le costó terminar. – Wow, nunca había tenido una reacción así con esa historia tan mala- rió Emma.

 

- It was a pretty lame story- rió. – Pero me dio risa

 

- Al menos logré una risa- murmuró, dándole un beso de sorpresa a Sophia en sus labios.

 

- Sabes… podemos hablar hasta que te duermas, yo no tengo prisa por dormirme

 

- No tienes prisa, pero tienes sueño- sonrió, abrazándola fuertemente.

 

- ¿Vas a velarme el sueño?

 

- Voy a cerrar los ojos hasta quedarme dormida, así no parecerá que te lo estoy “velando”, ¿te parece?

 

- ¿Te molesta dormir sobre tu costado derecho?

 

- ¿Es más cómodo para ti dormir sobre tu costado derecho?

 

- Costumbre, aunque casi siempre me despierto boca abajo y viendo hacia la derecha… y no quisiera despertarte

 

- Seguramente no estaré dormida- sonrió comprensivamente, abrazándola, porque eso quería hacer. Sí, que Emma se tomara el tiempo que quisiera.

 

- ¿A qué hora iremos al Zoológico?

 

- Abren a las diez

 

- ¿Cómo te piensas ir? ¿En Taxi?

 

- ¿Y pagar como cuarenta dólares por eso?- rió. – Jamás

 

- ¿Teletransportación?

 

- No, mi amor- sonrió. – El número dos nos lleva desde Times Square hasta Pelham, de la estación al Zoológico son como diez minutos caminando… y sale cada cinco o siete minutos, entonces supongo que como a las nueve y media tendríamos que salir porque se tarda como media hora en llegar

 

- ¿De verdad esperas que crea que vamos a ir en subterráneo?- sintió a Emma asentir con sus labios contra su hombro. - ¿Emma Pavlovic viaja en subterráneo?

 

- Si vamos a ir al Bronx Zoo, tiene que ser una experiencia totalmente original- sonrió, volviendo a darle besos en su hombro. – Te digo, con todo y paseo en los camellos, el Slurpee, la fotografía junto a la jirafa de Lego…

 

- Suena divertido- murmuró, bostezando luego, casi tragando a Emma de la potencia de aquel bostezo.

 

- Espero que lo sea- sonrió. – Duerme…

 

- Buenas noches, Emma

 

- Buenas noches, Sophie

 

¿Sophie? Ah, Sophia casi se derrite. Emma se quedó ahí, estática, sin moverse, sólo escuchando a Sophia respirar con tranquilidad, y no sabía si era envidia que Sophia pudiera dormir así o si le alegraba que lo hiciera. Fue en ese momento en el que Emma realmente se sintió bien al estar durmiendo con alguien, se sintió bien durmiendo en una cama que no era suya y que no conocía, pues ni en la cama de Natasha podía dormir, prefería que Natasha durmiera donde ella y no al revés. Quizás era porque no tenía el olor al que asociaba con la palabra “hogar”, pues todo aquello olía a Tide, y ese era el caos de Natasha, que no era un mal olor, al contrario, era bastante neutral, pero no era el caso de Sophia. Sus sábanas olían a ella, a una mezcla del L’Air que rociaba en su cuello y en sus brazos con el perfume de su shampoo y su acondicionador, que Emma se había sorprendido cuando se había dado cuenta de que eran unas viles botellas de Pantene, no era el mismo olor a lo que ella llamaba “hogar” porque no olía a esa mezcla de lavanda y a Chanel del final del día y de las horas del Jo Malone en su cabello, pero olía a comodidad, y era un olor tibio y fresco que no le molestaba, en el que no se le hacía imposible descansar y bajar la guardia. Y se quedó dormida hasta a eso de las siete y media que se tuvo que despertar ante la opaca luz del cielo gris que se metía por la ventana de la habitación de su rubia ¿novia? Como sea, Emma se salió de la cama, directo a la ducha por sus días femeninos, y dejó a la rubia Afrodita muerta en la cama, que abrazaba una almohada bajo su cabeza y se acobijaba hasta media espalda. Veinte minutos después salió del baño, vestida en un jeans de color red tomato que no era tan rojo, sino más rosado, una camisa blanca manga tres cuartos y, encima, un suéter Polo azul marino de cuello en “V”, lo que contrastaba perfectamente con sus zapatillas amarillas Alexander McQueen. Le daba un diez porque no había once. Registró el congelador por algo de comida y no encontró mucho, sólo lo suficiente como para prepararle unos Hot Cakes a Sophia, que así lo hizo.

 

El día estaba programado de tal manera que almorzarían en el Zoológico, verían lo que querían, se regresarían para ir al Zoológico de Central Park y luego matarían el tiempo en algún lugar de la Gran Manzana, quizás en Times Square o quizás en Little Italy, o China Town. Pero no. A eso de las dos de la tarde la tormenta las tomó por sorpresa en pleno Zoológico, en medio de aquel sector, frente a los osos polares, y habían quedado empapadas: las zapatillas de Emma, casi nuevas, habían fallecido, su suéter empapado, el de Sophia también, y no tuvieron más remedio que comprar un arsenal de souvenirs de mal gusto: un par de camisetas negras, con una cobra en blanco, que era justo el recuerdo de la cátedra de Emma en cuanto habían visto una en la casa de los reptiles, y no sólo habían sido las putas camisetas, sino también un suéter que no daba a conocer su origen en lo absoluto con su rótulo de “The Bronx Zoo”, pero, ah, como eso no era suficiente, pues por diez dólares más les hacían el veinticinco por ciento de descuento, tomaron dos cosas que según Sophia parecían consoladores, y Emma no sabía ni cómo describirlos, eso y el único paraguas que quedaba. Pues bueno, todo aquello las hizo sentir como unas verdaderas turistas, y turistas con sal, pues cuando habían salido de aquella tienda en donde habían despilfarrado el dinero de Emma en las horrendas camisetas y demás, empezó a llover más fuerte, lo que las volvió a mojar parcialmente, que de no haber sido por aquel paraguas de gusto espantoso, se habrían mojado completamente. Y las ganas de ir al zoológico de Central Park se apagaron. Emma simplemente optó por tomar un Taxi y pagar los cuarenta y ocho dólares que costaba hasta el apartamento de Sophia, cosa que tenía que hacer por la seguridad de su salud pues, de tardarse mucho en ducharse, se enfermaría casi que de por vida, pues era el complejo Pavlovic, que se remontaba a cuatro generaciones hacia atrás: nunca se enfermaban pero, cuando lo hacían, terminaba no siendo una gripe cualquiera, sino una neumonía, no un simple dolor de cabeza, sino una migraña, no un esguince, sino una dislocación o una quebradura.

 

Llegaron al apartamento de Sophia, Emma casi que se desvestía en el trayecto sólo para arrojarse a la ducha, a la diminuta ducha. Llamó a Sophia y la haló para que se bañara con ella, era antojo y deseo, Sophia lo agradeció y lo recordaría para siempre, más que todo porque Emma, por no caerse, se agarró de la cortina y la rompió, lo cual fue motivo de carcajadas y de una inundación en el baño. Terminaron apreciando el diluvio por la ventana mientras comían de Blockhead y tomaban cerveza, lo que las dejó repletas hasta el punto de llevarlas a la cama para dormir. Y al día siguiente sólo fue de permanecer en la cama, que sólo habían salido para desayunar, para luego volver a la cama y hacer el amor bajo el cielo gris que expulsaba agua por cada milímetro que tenía.

 

*

 

- Emma, Darling- sonrió Margaret, recibiéndola con un abrazo cálido y con una sonrisa de oreja a oreja. Ah, Margaret. Margarita. Maggie. Marge. – Estás… Dios mío- dijo, enrollando sus ojos hacia el techo y llevando su mano a su pecho para luego tirarla hacia atrás. – “Hermosa” no te describe lo suficiente

 

- Gracias, Margaret- resopló Emma un tanto sonrojada. – Gracias por venir

 

- No me lo perdería por nada en el mundo- murmuró, tomándola de las manos y viéndola a los ojos a través de sus ojos grises que se hundían con precisión entre un par de arrugas laterales. - ¿Estás feliz?- sonrió, ahondando sus arrugas alrededor de sus labios. Pues, sí, Margaret no era precisamente una mujer que había sido bonita, pero tenía algo, era quizás la frialdad con la que imponía su presencia, de eso que no movía ni un dedo y todos estaban al pendiente de qué hacía, de cómo se movía, de qué decía y de qué vestía. Era de expresión fría pero con una sonrisa cálida. Su ojos eran turbios, a veces verdes, a veces azules, ahora eran grises, quizás era porque no había podido dormir mucho por estar escribiendo su columna semanal, la cual, semana a semana, tenía el mismo impacto en el New York Times, la publicaban todos los jueves, todo para que entre jueves y viernes sus críticas fueran tomadas en cuenta para el fin de semana, pero, semana a semana, se le dificultaba cada vez más surgir con algo nuevo e interesante, todo porque ya lo había cubierto prácticamente todo, y ahora se había concentrado en la guerra entre los vegetarianos y los omnívoros/carnívoros, que, para ello, había tenido que pasar un mes entero pretendiendo ser vegetariana, todo un martirio para alguien que realmente disfrutaba cada pizca y cada sabor de cada platillo.

 

- Sí, sí…- murmuró incómodamente.

 

- Emma, hija- las interrumpió Romeo. “Ah, gracias, Romeo”, y lo abrazó así como había abrazado a Margaret. – Es un gusto verte- sonrió.

 

- Lo mismo digo- sonrió Emma, viendo que Romeo era como Phillip, y que Natasha, literalmente, se había casado con su papá, que era lo normal. Y le dio risa. Y era como Phillip porque solía combinar el color de su corbata con el atuendo de Margaret, que en esta ocasión llevaba una corbata rojo cereza sólo porque Margaret llevaba una blusa, muy elegante, del mismo color.

 

- Helena viene en camino- le informó, cosa que Emma no necesitaba saber.

 

- Y Sophia está por bajar- sonrió en respuesta. - ¿Me disculpan un momento?- dijo con una sonrisa para los Roberts, quienes asintieron y la dejaron ir. – Viniste…- susurró a su espalda con asombro mientras él veía su teléfono, o al menos eso pretendía hacer, pues estaba tan nervioso que no sabía qué más hacer; no conocía a nadie más que a Volterra, y él no estaba en ese momento.

 

- ¿E-Emma?- tartamudeó, intentando saber si la misma voz de hacía tantos años pertenecía a esa despampanante mujer de la que hacía más de ocho años no había sabido nada por un capricho suyo y no de ella.

 

- Hasta donde mi pasaporte lo dice, sí, soy Emma- resopló. – Creí que no vendrías- se le lanzó en un abrazo caluroso y nostálgico, que él tardó unos momentos en reaccionar.

 

- Aquí estoy, Pav- dijo mientras paseaba su mano por la espalda de Emma.

 

- ¿Desde cuándo estás aquí?

 

- Hoy vine- se despegaron del abrazo y la examinó disimuladamente.

 

- ¿Cuándo te vas?

 

- Creo que el lunes- balbuceó, viendo el rostro perfecto de Emma, el rostro que con los años había distorsionado para peor, pues sólo quería olvidarla, pero así como él la había distorsionado, Emma había mejorado, y mil veces más de lo que aquella infantil e inmadura mente varonil, que sufría de despecho crónico, había intentado convencerse.

 

- ¿Crees?- sonrió.

 

- Sí, no sé si acortar mi estadía o alargarla- dijo, inhalando aquella fragancia que despedía la mujer de la que, desde que la vio sentada en la segunda fila del aula Magna para la clase de Historia del Arte I, se había enamorado. – Emma…- dijo por impulso, haciendo una pausa para pensar bien lo que iba a decir. – Te quiero…- alargó la última palabra, oscilando entre “robar de el peor error de tu vida”, “secuestrar para que sepas que puedo darte más de lo que el imbécil con el que vas a casarte te ofrece”, “decir que es no debería estar aquí”, o lo que le dijo a continuación. – Decir… que estás muy guapa- sonrió.

 

- Tú estás muy guapo también, Lu- sonrió, dándole una palmada amigable en su pecho, justo sobre la solapa de su saco. – Los años no nos han sentado tan mal

 

- No, no tanto- dijo a secas, viendo que Emma desviaba su mirada de él y veía hacia atrás, hizo un gesto de “ven aquí” y esperó con una sonrisa.

 

- ¿Estás bien?

 

- Si, Pav… debe ser el Jetlag- sonrió, intentando no darse vuelta, todo porque sabía que era el futuro esposo de Emma, y seguramente le darían ganas de golpearlo hasta matarlo, porque no había hombre lo suficientemente bueno o suficiente para Emma, probablemente ni él.

 

- ¿Seguro? Sabes que puedes hablarme- dijo Emma, acordándose de por qué no habían hablado por tanto tiempo: porque no tenían nada de qué hablar. Y, sí, esa invitación había sido un error, aunque su consciencia estaba tranquila.

 

- Todo está bien, Pav

 

- Bueno… Luca- dijo, extendiendo su mano al lado de su brazo para alcanzar la mano de Sophia. – Quiero que conozcas a Sophia- y la haló para que viera frente a frente al hijo del Arquitecto Perlotta.

 

- Sophia, es un placer conocerte- dijo, dándole un beso en cada mejilla. – He oído de ti por mi papá- porque por Emma no había escuchado nada nunca de Sophia, ni de ella misma, pues Luca había cortado toda la conexión entre ellos en cuanto Emma lo había rechazado un poco antes de graduarse de Arquitectura.

 

- Y yo por Emma- sonrió. – No sabía que venías…

 

- Aquí estoy- repitió, viendo a Emma a los ojos. – Espero que no sea mayor problema… me decidí a último minuto

 

- En lo absoluto- corearon las dos, y él se preguntó por qué Sophia tenía voz en aquello, ¿era la Wedding Planner, o qué?

 

- Puedes sentarte en la mesa de allá, si quieres- dijo Emma, apuntándole a la mesa en la que estaban Julie y James junto con Thomas y la pareja provisional que, como siempre, tenía planes de matrimonio desde la primera cita. – O en la de allá- apuntó hacia la mesa en la que estaban los que sabían de Emma y Sophia en la oficina. – O, si te quieres sentar con Volterra y el resto de adultos responsables… puedes sentarte en la de allá- sonrió, apuntándole la mesa a la que Sara se sentaba mientras hablaba con Phillip.

 

- Ya veré en cuál- dijo a secas. – Pav, ¿cigarrillo?- le ofreció, mostrándole la cajetilla de Marlboro Rojo.

 

- No, gracias

 

- Vamos, serán menos de cinco minutos- sonrió, acercándole la cajetilla con la mano.

 

- No, gracias… ya lo dejé- sonrió, devolviéndole la mano y la cajetilla.

Fue entonces cuando Luca Perlotta, aquel hombre de treinta años, que nunca fue apuesto hasta que, por despecho, decidió ser apuesto a base de mucho gimnasio y mucho estilo forzado, que se encontraba de pie, incrédulo ante la enunciación de Emma, vestido en aquel traje Dolce & Gabbana negro, con la corbata más evidente al cuello y sus zapatos que no hacían nada más que hacerlo ver como un maniquí de de la marca misma, no supo quién era Emma Pavlovic, pues la que él conocía era una mujer que se vestía bien, pero no tan bien, de expresión seria y tosca que sólo soltaba una sonrisa o una risa pero no eran consecutivas, sin maquillaje, en ocasionales tacones pero nunca tan altos como los Lipsinka que llevaba en ese momento, y ni hablar de los demás accesorios. Además, la Emma que él conocía era fanática de la Roma, que era de las que se embriagaba en cada partido de la Roma contra la Lazio y que cantaba, a pulmón flojo, “Roma, Roma, Roma, core de ‘sta Città, unico grande amore, de tanta e tanta gente che fai  sospirà. Roma, Roma, Roma,  lasciace cantà, da sta voce asce un coro so centomila voci c’hai fatto innamorà…” con la camisa de la temporada, siempre autografiada por todos los jugadores, pues era de los beneficios vitalicios de que su abuelo materno hubiera trabajado en la administración de dicho club. Y aquella misma Emma era la que fumaba tres o cuatro cigarrillos diarios por su cuenta pero que era capaz de acabarse una cajetilla entera si se la ofrecían, más si bebía Moretti. La Emma que no solía tener amigas mujeres porque la desesperaban, y ahora era amiga de Sophia, la hija de Camilla Rialto, la que trataba a Volterra con los pies, y amiga, aparentemente muy cercana, de la mujer de cabello oscuro y de la pelirroja que abrazaba con tanta emoción. ¿En qué momento? Pues no, él no conocía a esa Emma que estaba viendo, haber llegado era un completo error, pues ahora le gustaba más. En aquel entonces le pareció superable que lo rechazara, porque no consideraba que era mal partido, pero ahora se iba a casar, ¿quién de todos ellos era el imbécil? ¿El hombre vestido de negro? ¿El afroamericano? ¿El imbécil que le acariciaba el hombro al mismo tiempo que se lo acariciaba a la pelirroja? No, tenía que ser el imbécil que estaba hablando por teléfono en una esquina, el único imbécil de traje gris carbón y zapatos café, ¿cómo se había podido fijar en él? Transpiraba homosexualidad con su camisa de cuello y muñecas blancas y de fondo celeste con la corbata marrón.

 

*

 

- Buenos días, Licenciada- suspiró suavemente en cuanto sintió a Sophia despertarse entre sus brazos.

 

- Buenos días, Arquitecta- resopló, pues se preguntó si habría algún día en el que ella se despertaría antes que Emma. - ¿Qué hora es?

 

- Las ocho de la mañana… y tres o cuatro minutos- sonrió, llevando su mano a sus labios, pues se habían dormido con los dedos entrelazados, y empezó a besarla.

 

- Todavía es ayer

 

- Quizás en Roma- rió, tomando a Sophia de tal manera que la llevó hasta estar sobre ella.

 

- ¿Cómo es que te despiertas con una sonrisa?- se escabulló entre su cuello y su hombro y se dedicó a besarla, a besarle sus hermosas y llamativas pecas.

 

- Despertarse no es mi parte favorita- rió. – Pero no es tan malo cuando, lo primero que veo, es a ti

 

- Mmm… no sé cómo no enamoras a cualquiera- susurró a su oído. – Dices las cosas más…

 

- ¿Más qué?

 

- Sweet- sonrió, volviéndose hacia los labios de Emma para besarla, beso que las llevaría a una ronda sabatina y matutina, de lo mejor.

 

- Tú no te cansas de hacer el amor, ¿verdad?- resopló, tumbándola a un lado para colocarse ella encima.

 

- ¿Bromeas?- se mordió su labio inferior con lascivia. – La última vez que tuve la más mínima expresión de sexo fue cuando tenía diecisiete

 

- ¿Una década sin sexo?- rió y Sophia asintió. – Eso es como…

 

- Como diez años sin sexo- rió Sophia y atrapó el labio inferior de Emma con sus dientes.

 

- Iba a decir “eternidad”, pero “diez años” es lo mismo- y siguió el beso con una sonrisa.

 

Habían tenido una noche bastante interesante; entre que Sophia había accedido, por fin, a que Emma le ayudara a vestirse, porque Emma era de la opinión que el negro era elegante, pero también demasiado serio y hasta un poco intimidante, y era por eso que Sophia, con la personalidad que poseía, necesitaba proyectar esa felicidad y amabilidad que la caracterizaba, y habían hablado de Emma, que era algo tan nuevo para Emma como para Sophia, que Emma no era exactamente la primera vez que lo hablaba, pues ya lo había hecho con Natasha y con Alastor, pero no así, no de esa manera tan detallada, tan profunda, y Sophia que había comprendido que ese tema no se tocaba sólo porque sí, eran un tema del que no sabía si prefería saber para comprender a Emma o si prefería no saber para no conocer las cicatrices emocionales y mentales que aquello tenía. Además, había conocido el lado sencillo de Emma, el lado que no gritaba Coco Chanel, el lado en el que bebía té de manzanilla, en el que se calzaba unos Converse más arruinados que las manzanas que tenía en su congelador, en el que se sentaba en el dominio público peatonal a comer comida de la calle y no le importaba quedar con el aroma a aquel pincho de carne que nadie quería saber su procedencia. Y, después de todo eso, que se diera por vencida y aceptara el hecho del único sentimiento que no había experimentado nunca antes en su realidad y totalidad: el amor. Ese sentimiento era especial por dos razones: porque era con Sophia, una mujer, y porque no veía la capacidad de lastimar en Sophia, no la veía en su naturaleza, no entre sus cabellos rubios que esa mañana descansaban sobre la almohada blanca mientras la besaba con amor, con verdadero amor.

 

El medio al amor, para Emma, era quizás comprensible, tenía miedo a amar a alguien tanto, con tal incondicionalidad, porque quería que su vida fuera de lo menos triste posible. Había crecido con la idea de que Dios, sí, Dios, había creado al ser humano para cometer errores y para aprender de ellos, pero que eso no significaba que habían sido creados para sufrir, no para llevar una cruz, no para llevar al mundo en los hombros, claro, eso no significaba que estaba exenta de dolor y frustración y sufrimiento, pero había un límite, el límite que le otorgaba la rutina de silencio al ducharse, que era silencio porque estaba ocupada en otra cosa: Pater Noster, Ave Maria, Gloria Patri, Salve Regina et O Lenis Mater!. Creyente a su modo, pues las iglesias no le gustaban, la religión hecha por el hombre no le gustaba, y no le gustaba porque no la podía comprender como los principios de la Bauhaus, pero su fe la mantenía, por costumbre y por fiel creyente pero no practicante, y sí consideraba los momentos de confesión, dos o tres veces al año, a veces sólo una. Y, pues eso, era su manera de protegerse, y Sophia le había dado tanta seguridad en cuanto a eso que Emma había terminado por quitarse toda su protección, la famosa “armadura” a la que Sophia se refería, y había decidido aventurarse a darse una oportunidad en el amor incoherente, insensato y estúpido que tenía por Sophia, pero quizás ese era el mejor tipo de amor, el que era irracional.

 

- ¿Ahí?- susurró con mirada comprensiva.

 

- Más a la derecha- suspiró Sophia. – No, a la izquierda, entonces- ambas rieron. – Oh my God… ahí, sí…- bueno, sí, era el dedo de Emma, el dedo que abusaba con cariño el clítoris de Sophia, el dedo que estaba destinado a oler a Sophia en casi todo momento. No, mentira. Pero sí era el dedo que iba a compensar la década sin sexo. Eso sí.

 

- ¿Así?- jadeó Emma, que le excitaba ver a Sophia así, así de descompuesta, que disfrutaba del roce de lo más pequeño de su cuerpo, la manera en cómo su expresión facial cambiaba, la manera en cómo respiraba y contraía su abdomen al roce del suyo, que Sophia movía sus caderas en un vaivén sensual, y que se detenía de su cuello mientras le robaba besos esporádicos para saciar las ganas labiales. Sophia sólo pudo asentir, y ni asintió bien, sólo se dio por sentado que lo hizo. - ¿Quieres eyacular?

 

- ¿En tu cama?- gimió. Le preocupaba arruinar las costosas sábanas que se sentían como nubes cuando la envolvían.

 

- Las sábanas se lavan- guiñó su ojo. - ¿Quieres eyacular?- y fue inmediato el rubor que invadió a Sophia, un “sí” que se sobreentendió aquí, en la China y en Madagascar.

 

- ¿A dónde vas?- suspiró, viendo que Emma se iba hacia su entrepierna y succionaba dos de sus dedos, los que introduciría en Sophia en tres, dos, uno. – Oh shit… fuck me- jadeó, sintiendo la lengua de Emma en su clítoris y sus dedos ir de arriba abajo en el interior de su vagina.

 

Nada que unas succiones de clítoris y la tibia respiración nasal de Emma, junto con aquella estimulación de GSpot, nada existía que no pudiera ser más que una evidente eyaculación, diez segundos y contando, y parecía como si Emma estuviera apuñalando a Sophia, pero eran los gemidos más genuinos y sensuales que alguien podía emitir desde sus entrañas, que eso a Emma sólo le ponían una sonrisa. Se quedó sin aire, y Emma dejó de lamer su clítoris y de penetrarla, pues tenía el tiempo justo para mover su boca a la vagina de aquella a-punto-de-eyacular-griega, una vagina que, al igual que el resto del interior y parte del exterior de su vulva, era tan rosada como sólo en esas ocasiones: brillante de lubricante, cálida del rosado que explotaba en ella, y candente por la hinchazón natural de la excitación. Emma sólo tuvo que penetrar su vagina con su lengua y fue lo que le dio luz verde a Sophia, lo que hizo que dejara de resistirse a tanta presión vaginal, y terminó por expulsar un moderado chorro, no parecía proyectil ni era tan abundante como el primero de toda su vida, pero Emma lo bebía mientras aquello terminaba de salir; sabía a la mezcla perfecta entre dulce y suave para el paladar y para la garganta, algo que era como si la cachemira se pudiera tragar. Aquel orgasmo concluyó con un gemido de liberación de parte de Sophia, que pudo gemir en cuanto la eyaculación cesó, y Emma, con una sonrisa, besó su clítoris mientras se controlaba aquella tiritante mujer.

 

- Diez años…- resopló Emma mientras subía por su abdomen con mordiscos y besos, un abdomen intranquilo que merecía caricias como esas.

 

- Valieron la pena- rió, que se contrajo del todo y gimió porque su clítoris y su GSpot todavía estaban intentando estabilizarse.

 

- ¿Ni masturbarte?- sonrió, deteniéndose un momento para dedicarse a sus pezones.

 

- Eso sí- sonrió entre las cosquillas que le daban los besos sonrientes de Emma. – Tampoco soy de piedra

 

- Definitivamente no, Licenciada- resopló y le dio un beso suave en sus labios para tumbarse a su lado.

 

- ¿Qué pasa?- murmuró un tanto preocupada, volviéndose hacia Emma mientras le acariciaba las pecas que se esparcían por su hombro. - ¿Estás bien?

 

- Si, mi amor, estoy bien- sonrió al volverla a ver.

 

- ¿En qué piensas?- susurró, llevando sus labios hacia el irresistible hombro de su novia.

 

- ¿Estás segura que quieres hacerlo?

 

- ¿Por qué? ¿Lo estás dudando?

 

- Sophie… es que… es como que le des un juguete nuevo a un niño pequeño

 

- Let me be your Barbie then- guiñó su ojo y le dio un beso en la mejilla. - ¿Ducha?

 

Hay pocas cosas que describen una personalidad a gritos, aun cuando la persona no dice ni una tan sola palabra: la forma en cómo come, la manera en cómo camina y con qué se viste, independientemente sea marca desconocida o Armani. Y así pues, se demostró, con ajustes a través de generaciones y generaciones, que la personalidad no es algo que se hereda, sino que se aprende, y no necesariamente de una sola persona, sino que termina siendo un popurrí de esencias, un collage de proyecciones visuales y una mezcla bioquímica que se ha administrado internamente para que las cadenas de aminoácidos repitan el proceso todas las veces que la persona las desencadene y de manera inconsciente, y aun siendo aprendidas, son degeneradas o mejoradas por decisión del sujeto. ¿Lo más curioso de todo? Sí, es que todo eso se absorbe en los primeros años de vida, todo porque se desarrolla y se madura con los años, pero no es por eso que se habla de que “fulano no tiene personalidad”, no, sino porque no se tiene personalidad cuando se ha hecho una copia exacta de algo o alguien y no se ha dejado lugar para personalizarlo. Personalidad: personalizar. Tiene lógica. Es curioso cómo lo más insignificante puede marcarnos, como Britney Spears en “I’m A Slave 4 U” con sus pantalones de cuero y la tanga/bikini fucsia encima, hasta lo más relevante a nivel histórico, como las consecuencias a largo plazo del Wall Street Crash del ’29 o, para mantenerlo más reciente, el rescate de Ingrid Betancourt, todo nos marca, todo, todo, lo que vivimos y lo que no, las verdades y las teorías de la conspiración.

 

¿La crisis del ’29? – Se levantaron con la Guerra. ¿Ingrid Betancourt? – Qué bueno que la rescataron, ojalá y haya sido rescate y no parte de algún plan maquiavélico. ¿La tanga de Britney Spears? – La tanga se usa bajo el pantalón, no por encima. Todas esas cosas las absorbía porque no había modo de que no, pero la marca que habían dejado se reducían a ese tipo de comentarios que ni siquiera se atrevía en voz alta para no gastar saliva. ¿Qué fue lo que la marcó? Fue algo tan sencillo como irrelevante para muchos, pero para Emma eso fue lo que significó su futuro, fue el punto de partida, lo que significó la raíz para quién era ella junto con las ramificaciones, o las implicaciones, de dicho evento. MTV Awards del noventa: Vogue. Los seis minutos y medio que Emma mejor invirtió alguna vez. No sólo era Madonna, no, no sólo era un tributo a la vogue de Marie Antoinette, porque “Vogue” no sólo era eso, no sólo era una canción, o una presentación, o un video, era una creencia, una convicción, un manual. Al principio no era tapizado de Valentino fotografiado por Testino, no, era una guía para saber cómo vestirse de acuerdo a edad y cuerpo, era precisamente lo que su nombre significaba: “una moda o un estilo que prevalece en el tiempo: ‘el vogue es realismo”. La primera Vogue que Emma sostuvo en sus manos fue la edición de diciembre del noventa, que Sophia Loren estaba en la portada, y había escogido la versión Estadounidense porque Kylie Minogue ni cosquillas le hacía en la memoria y Sophia Loren era italiana. Debía significar algo estar en la portada de una revista estadounidense al ser italiana. Luego, al devorar visualmente la revista, pues a los seis años qué carajo que iba a absorber tal longitud, hizo que Sara le comprara la edición italiana porque le picaba todo por leer, por entender, y fue cuando descubrió a Edith Head: diseñadora de vestuario, la inspiración para Edna Mora de “Los Increíbles”.

 

Y, pues sí, hablaban de aquella película que era aclamada por muchos, odiada por otros, una película de, quizás, malas actuaciones o simplemente una trama extraña, pero era entretenida, y a Emma no le gustaba la película, en lo absoluto, la trama le aburría, quizás porque estaba acostumbrada a ver películas de trama más elaborada o más rápida, pero había algo que valía la pena de esa película: el principio, esa escena tan majestuosa. La Quinta Avenida de Nueva York, Tiffany & Co., Audrey Hepburn, que lo único que le interesaba era que quería vestirse como Coco Chanel, y las perlas, los guantes, el peinado, Mancini de fondo, las joyas: magnífico. Esa elegancia, ese porte, era simplemente interesante y llamativo para Emma, que no era que quería ser Coco Chanel, pero si había ropa así en el mundo, ¿por qué no usarla? Quería sentirse dueña de su elegancia, de su imagen personal, quería inspirar el respeto y la distancia, la autoridad y la imponencia que no tenía con Franco o con sus hermanos, quería sentirse grande.

Vogue podía ser hasta un sacrilegio o una blasfemia al pretender utilizar términos como “Dios”, “Trinidad” y “Divina Concepción”, pero todos tenían su razón de ser: Karl Lagerfeld era el diseñador de Chanel, que no eran sinónimos, pero era el Dios de la elegancia, La Trinidad, no era la “Santa Trinidad”, sino era un trío de modelos históricas: Christy Turlington, Linda Evangelista y Naomi Campbell, a las que no se les sacaba de la cama por menos de diez mil dólares por un trabajo, a las que Margaret había logrado sacar en el ochenta y dos por menos de la mitad, Divina Concepción no era nada referente a la Virgen María, no, sino que era cada edición de Vogue, pues era única, con contenido único y modas que recién se descubrían, diseñadores recién descubiertos y que prometían un gran futuro, y, todo eso, a Emma le gustaba tanto como los cannoli de su abuela: la terminología, el diseño, el sonido y el olor de cada página al ser volteada, conocer un poco de historia de la moda, como que los botones fueron invención de Napoleón Bonaparte.

 

- Emma- la vio fijamente a los ojos. – Insegnarmi come devo vestire- y le guiñó el ojo, pues estaban en un lugar público, en Bergdorf.

 

- Hay dos maneras de comprar: deductiva o inductivamente

 

- ¿Y de qué partes?

 

- Deduces de la ropa al zapato o induces del zapato a la ropa. Ninguna de las dos es la más correcta, depende de tu forma de comprar

 

- Oh, Arquitecta, ¿usted cómo compra?

 

- Del zapato a la ropa

 

- ¿Por qué?

 

- Piénsalo: la mayoría de gente compra su ropa y luego se da cuenta de que no tiene un zapato que combine, y es más difícil encontrar un par de zapatos a encontrar un atuendo… por eso yo compro mis zapatos y luego veo cuáles son las posibilidades, aunque casi siempre intento escoger zapatos que sé que pueden ir con más de dos colores

 

- Soy toda tuya- sonrió. – Y no sólo por lo de hace rato

 

- ¡Sophia!- se carcajeó. – Presta atención y luego arreglamos eso- ensanchó la mirada y le sacó la lengua. - ¿Sabes la diferencia entre un Stiletto y un tacón?

 

- ¿No se supone que el Stiletto es mayor a diez centímetros?

 

- Errado, cara Sophia- sonrió. – Un Stiletto es la forma del tacón, tiene que ser una aguja; hay Stilettos desde los seis centímetros, normalmente hasta los dieciséis. Tacones son todos. ¿Sabes cómo escoger un tacón?

 

- Pues, lo que pueda soportar, ¿no?

 

- No exactamente, quítate los zapatos, por favor- sonrió, y Sophia se los quitó. – De puntillas- y Sophia se elevó hasta donde sus dedos podían soportarla. – Si un tacón supera esa altura no es para ti, porque eso es lo que hace que una mujer ande caminando como que si es cangrejo recién parido… y se ve espantoso

 

- ¿Cangrejo recién parido?- rió un tanto fuerte, llamando la atención de todos los Asistentes de Bergdorf’s y la de los compradores. – Espero que nunca hayas visto el parto de un crustáceo, Emma

 

- No necesito verlo si puedo ver a Jennifer Garner en tacones- sonrió, alcanzándole un par de Louboutin de dieciséis centímetros sólo para saber si los pies de Sophia los soportarían. – De puntillas- le dijo cuando ya se había puesto los Stilettos, y sí, podía elevarse un poco más, lo que significaba que podía utilizar Stilettos de hasta dieciséis centímetros, más allá de eso no tenía expresión de Dios. – Ahora, tú tienes pie angosto, por lo que todo tipo de tacón se te ve bien, aunque, por ser angosto como el mío, tienes que evitar los Slingbacks, porque necesitas soporte en el talón para no hacer el ridículo… entonces te recomiendo que sean cerrados, puntiagudos o no, peep toe o D’Orsay, algo que te de soporte tanto en la punta como en el talón. Escoge quince pares de Stilettos- sonrió, ofreciéndole toda la sala de zapatería femenina, de zapato alto nada más, que tenía Bergdorf Goodman para ella. – Intenta evitar a Steiger, los Stilettos curvos no son la mejor idea- guiñó su ojo.

 

Emma se paseó por ahí junto a su Asistente de compras, que Sophia tenía la suya, y Emma, a diferencia de Sophia, sabía en qué tipo de Stiletto se sentía más cómoda, más bien en qué diseñadores, porque no cualquiera daba un zapato cómodo, y Louboutin y Ferragamo eran excelentes en comodidad, les seguía Blahnik, Giuseppe Zanotti, Jimmy Choo y McQueen, luego algunos Fendi, algunos Valentino y uno que otro par Lanvin, y, por último, en la categoría de 7 puntos de 10 en comodidad, caían Atwood, Saint Laurent, Prada, Weitzman y los Charlotte Olympia, que eran como la nueva sensación a pesar de que llevaba tiempo en el mercado. Decidió probar unos Gucci que se veían que gritaban su nombre, tres pares de Louboutin, dos pares de botas porque ya se acercaba el invierno y no se podía estar muy confiada, y el repuesto de sus Fendi, que no se mediría ningún zapato porque sabía que en 7.5 le quedarían a la perfección. Emma no sufría del mal de las actrices, de esas que tenían que inyectarse colágeno en la planta del pie para poder soportar la altura, y era porque no escogían el Stiletto así como le había aconsejado a Sophia, quizás sus asesores de imagen se los decían, pero no hacían caso, quién sabía: Emma sí podía soportar todo el día en dieciséis centímetros, más porque andaba descalza en su casa, todo el tiempo.

 

- Dime lo que piensas- sonrió Sophia, alcanzándole su iPhone para que viera, en la aplicación remota de Bergdorf’s, los que había escogido.

 

- Te los tienes que medir todos, pueden ser un poco engañosos- sonrió. – Pero me gustan

 

- ¿Todos?

 

- Uno de cada diseñador, sólo para que estés segura que es tu talla- y observó a Sophia medirse cada uno de los quince pares, caminar sobre ellos, que dio gracias a Dios porque Sophia no caminaba como cangrejo recién parido, caminaba bien, lo que era extraño para alguien que no estaba acostumbrada a utilizar Stilettos. - ¿Te quedan todos?

 

- Sí…

 

- ¿Pero?

 

- Hay dos que no me convencen

 

- Si no te convencen, llévalos arriba, tal vez te terminan de convencer cuando veas algo con lo que puedan combinar- sonrió. – Sino, simplemente los quitas

 

- Pero tendría que regresar a escoger otros dos

 

- ¿Por qué?

 

- Dijiste quince

 

- Pero no significa que los quince tienes que llevar, Sophie… eran los quince que más te gustaban, pero si sólo te gustan diez, pues sólo diez llevas- volvió a sonreír, y Sophia quitó los dos pares de la lista de su iPhone, que se conectaba directamente con la de la asistente de compras. Subieron hasta el segundo piso, en donde estaba todo lo que una persona podía ponerse para cubrir sus piernas, pues, de ropa. – Talla dos hay hasta para regalar aquí- sonrió. – No te será difícil encontrar algo

 

- ¿No me vas a dar ningún consejo?

 

- Sabes lo que te gusta y lo que no… pero sí te puedo decir que se te podrían ver bien los que no bajan de la cadera- dijo, apuntándole aquel hueso que a ambas se les saltaba. – Pero sabes que mis pantalones y mis faldas siempre van un poco más arriba de la cadera; son más cómodos, al menos para mí

 

- ¿Eso es todo? Creí que tú me ibas a ayudar a escoger

 

- Yo no me voy a poner tu ropa, no me queda- rió suavemente. – Fíjate en los zapatos nada más

 

Y así, como si sonara la música Lounge de fondo, de esa que caracterizaba a los clubes más chic de Manhattan, esa que relajaba sin éxtasis, esa que hacía que la gente comprara más, Sophia aprendió que había faldas, como las Pencil o las rectas, que hacían que sus piernas se vieran más largas y tonificaban sus muslos de tal manera que tenía una figura más femenina que en un pantalón, se veía más sensual, que era lo mismo que pasaba con los vestidos, pues definían y acentuaban sus delicadas curvas, y los colores, que nunca pensó que utilizaría, como el amarillo pollo literal, o el fucsia. Aprendió también que las camisas no son cualquier cosa de “me gusta ésta y me gusta aquella” sino que hay ciertas costuras, como las que Emma le mostró que iban a la altura de los hombros, que se tenían que respetar, así como la técnica de levantar los brazos a la altura de los hombros para medirse las mangas, o las blusas, que eran especiales, que las asimétricas tenían un límite para caer sobre el hombro desnudo, que las de cuello oblicuo tenían un contorno para mostrar la frontera de cuánta piel era ético mostrar, aun las blusas desmangadas, qué tipo de desmangado y qué tipo de corte era. Y Emma le mostró, de paso, cómo escoger una chaqueta o un blazer que le acentuara la postura y los hombros: sin hombreras, de solapas largas y angostas, de unión triangular u oblicua, de máximo dos botones, de mangas angostas, pues todo aquello acentuaba el busto de las dimensiones correctas y proporcionaba una línea más pulcra del vestuario, que se veía más femenino que andrógino o unisex.

 

Le explicó que un abrigo no era sólo un abrigo, que había cierto corte de abrigos que le sentaban mejor a las mujeres angostas de espalda como ella, y que las abrigaban más por lo mismo, que siempre había que tener un abrigo negro, uno blanco, uno beige o café y uno azul marino o rojo, o de todos los colores previamente mencionados. El azul y el rojo, el café y el beige debían ser largos, hasta la rodilla, el negro podía ser hasta la cadera o hasta medio muslo, el blanco hasta medio muslo, y que había que descartar los abrigos holgados, porque pesaban más y porque el aire frío tendía a meterse por entre las mangas, que el mejor tipo de abrigo era el Pea Coat nunca fallaba pero que el Notch-Collar sólo se utilizaba de la rodilla hacia abajo. En cambio, el Trench Coat se podía utilizar de cualquier largo y en cualquier color, puesto que estaba diseñado a no cerrarse casi nunca, y estaba diseñado, también, para ser totalmente impermeable pero no precisamente caliente, pues su objetivo era proteger más de la lluvia que de la nieve y del frío.

 

- Creí que venía sola- siseó Sophia en cuanto Emma entró al cambiador.

 

- No creo que sea apropiado que alguien más te ayude con esto- sonrió Emma, mostrándole la típica bolsa del área de lencería, que era para ayudar al comprador. – Además… - murmuró, y dejó caer la bolsa, tomó a Sophia de las manos y la topó contra el espejo, entrelazando sus dedos con los suyos y apretujando suavemente sus manos mientras lo empañaban con las manos el espejo. – Te traigo unas ganas… que creo que soy el diablo ahorita- Sophia sólo supo carcajearse, porque tenía razón de reírse.

 

- Qué diablo más guapo- sonrió, plantándole un beso a Emma que hacía de aquello una potencial multa y veto del lugar. – Si es así… no me resisto a que me posea el diablo- suspiró al despegarse del beso candente que se dieron, que Emma hasta subió las manos de Sophia por encima de su cabeza y, con su rodilla, acarició abusó del roce que se creaba contra su entrepierna.

 

- Terminemos con esto y vámonos… que se me ha ocurrido otra forma en la que se puede utilizar la lavadora- rió, pues la vez pasada habían bromeado de lo que Natasha les había contado en los Hamptons, que había visto en “Mil Maneras de Morir”, que unas lesbianas se habían muerto por estar cogiendo en la secadora, que había hecho cortocircuito la casa, a lo que Sophia preguntó el número de la muerte y Natasha respondió: “No sé, era como la número mil setenta y tres”, y Emma se dio la carcajada del siglo, luego de la que se dio en cuanto Phillip se dio cuenta de que los champiñones estaban podridos: “Los hongos tienen hongos… Hongo-Inception… interesante”, todo porque no había mil setenta y tres en mil. – Porque la secadora nos va a quemar

 

- La lavadora…- sonrió Sophia, tomando a Emma por su trasero, acariciando con su dedo índice donde sabía que estaba aquella unión que al mismo tiempo era separación, la paradoja corporal. O algo así. – Pero tiene que estar lavando algo… ¿no crees?

 

- Sí… sino no tiene gracia- sonrió, y la tomó de sus muslos, haciendo que diera un respingo para cargarla contra el espejo. – Y creo que ya sé qué vamos a lavar

 

- ¿Ah, sí?

 

- Sí

 

- ¿El qué?

 

- Ya verás- sonrió, clavando su nariz entre los senos de Sophia, que agradeció a todo ente superior por haberle desabotonado la camisa hasta el tercer botón, en donde se sentía lo febril de sus senos, donde se respiraba la inocencia de sus pezones. Le dio un beso a la altura de la tráquea y la bajó. – Fuera camisa… fuera todo, Licenciada Rialto

 

- Architetta- resopló. – Ti piace vedermi nuda

 

- No, non solo nuda- guiñó su ojo, sacando el sostén de la bolsa y desabrochándolo de la espalda.

 

- Listo- suspiró viéndose al espejo con Emma tras ella, que ambas veían el reflejo de la Sophia-desnuda-del-torso en el espejo.

 

- Creo que es demasiado criminal que te veas en el espejo así- susurró, extendiéndole el sostén frente a ella para que sólo introdujera los brazos entre los elásticos del soporte.

 

- ¿Por qué?

 

- No sé, me parece sexy que te veas desnuda en un espejo- levantó la ceja mientras le abrochaba el sostén. – A lo que vinimos- rió. – Tu talla de sostén está bien, pero tienes que utilizar un treinta y dos en vez de un treinta y cuatro, te queda mejor, ¿ves?- sonrió, arreglándole los senos entre las copas para luego ajustárselo de los elásticos y de la espalda. – Las proporciones de un sostén están diseñadas para que los cuadrantes externos abracen tus omóplatos, por lo que la banda de la espalda debe queda a media espalda, no a la altura de tus senos- le ajustó sus senos por la parte externa de las copas. – Si halas la banda de la espalda hacia abajo, el busto se levanta- y lo levantó hasta donde debía quedar. – Se ve mejor, te da una mejor postura y es más cómodo, tiende a dejar menos margas en los costados también

 

- La verdad es que…- dijo, colocándose de perfil para ver cómo tenía que colocarse el sostén, qué arte. – Se ve muchísimo mejor- y le dio un beso rápido en los labios sorprendidos, que sólo la hizo sonreír para luego tomar una de las tangas que había tomado. - ¿Qué haces?- rió por nerviosismo, pues le estaba quitando sus panties.

 

- ¿Qué? ¿Vas a tallarte una tanga sobre un bikini?- levantó la ceja, viéndola a través del espejo.

 

- Se supone que no puedo hacer eso

 

- Eres Sophia Rialto, claro que puedes- mantuvo su ceja en lo alto y bajó aquel bikini rojo para introducir sus pies en las piernas de aquella tanga. – Listo- sonrió, acomodándole aquellos elásticos donde correspondían. - ¿Te gusta cómo te queda?- y Sophia se vio en lencería negra, que se veía elegantemente sensual, se veía bien, y asintió. – Espera…- frunció su ceño y tomó aquella parte que se perdía entre los glúteos de Sophia.

 

- ¿Qué pasó?

 

- No sé, espera- lo volvió a introducir, pero de tal manera que Sophia se inclinó hacia adelante y se apoyó con ambas manos del espejo.

 

- ¿Cómo se ve de atrás?- la provocó Sophia.

 

- No tienes idea- resopló, y no pudo contenerse a besar y mordisquear cada glúteo por separado y por detalle. – Hermoso- y su respiración aterrizó en la horma de su glúteo izquierdo, que le erizó al piel a la rubia que se veía en el espejo y se veía cómo su expresión de excitación se iba construyendo, no sólo con palabras, sino con los besos y los mordiscos que Emma no dejaba de darle. – Los pediremos a Seattle, hay más de donde escoger- sonrió, y le retiró la tanga para arrojarla a la bolsa y ponerse de pie, que con una mano, con destreza profesional, le desabrochó el sostén y Sophia se sacudió hasta salirse de él y así quedar completamente desnuda. – Tú preguntaste qué íbamos a lavar, ¿cierto?

 

- Asumo que las sábanas de hace rato- sonrió a través del espejo mientras Emma la abrazaba suavemente por el abdomen desde su espalda.

 

- Prefiero que las laven en la lavandería- susurró, viendo, a través del espejo junto con Sophia, cómo su mano, sin restricción alguna, se escabullía hasta la entrepierna de Sophia, quien abría sus piernas sin dudar un segundo de la inmoralidad irrelevante del asunto, pues, a mal tiempo: buena cara, y era el peor lugar para jugar con el clítoris de Sophia, pero la cara de ambas no era buena, era excelente. - ¡Uf, Sophia!- susurró suavemente a su oído mientras que, con su otra mano, la tomaba de uno de sus senos. – Te lubricas tan rápido

 

- Me mojas tú- la corrigió, que no sabía por qué seguía con los ojos abiertos mientras veía a Emma tocarla, quizás tenía curiosidad. - ¿Nos vamos?

 

- I thought you’d never ask- sonrió.

 

*

 

- Emma, Tesoro- le tocó el hombro Sara, que odiaba interrumpirla cuando estaba con sus amigos, más cuando se veía tan feliz, pero tenía algo importante que enseñarlo, más bien a “alguien”. – Quiero presentarte a alguien- dijo al Emma darse la vuelta.

 

- Salve- le alcanzó la mano para saludarla de la manera más cordial que pudo encontrar.

 

- Bruno, es un placer conocerlo- dijo Emma, omitiendo la mano y le dio un beso en cada mejilla.

 

- El placer es mío- sonrió. Era un hombre pequeño si se plantaba frente a Emma, alrededor del metro ochenta, pero Emma medía unos Lipsinka Louboutin más. Era muy masculino, de cabello café oscuro y casi negro, tenía los rastros de unas cuantas arrugas en la frente y de los ojos a las sienes, sus ojos eran café oscuro, sus cejas, partidas por mitades iguales, sin retocarse, una nariz pequeña y hasta un tanto infantil para ser un hombre que infundía respeto, tenía una barba que se notaba que cuidaba como si fuera lo único que tuviera por cuidar; afeitada sólo para dejarla alrededor de los labios, que la parte inferior se cortaba intencionalmente del bigote, pero lo hacía ver diferente e interesante. Vestía un hermoso traje gris oscuro, con su respectivo chaleco en el mismo color, una camisa blanca a cuadros, de finas líneas azul marino, corbata azul grisáceo a pequeños rombos en un tono más bajo, y, para coronarlo todo con un poco de personalidad, la punta de un pañuelo rojo se le escapaba del bolsillo frontal de la chaqueta. – Se ve usted muy guapa- la halagó, que Emma casi le da una bofetada por tratarla de “usted”. - ¿Me podría presentar a la otra novia?- sonrió, que mostró su blanca dentadura, que no era tan blanca pero pasaba por blanca.

 

- Un momento, por favor- sonrió amablemente y se dio la vuelta para robarse a Sophia, que no podía dejar de pensar en lo hermosa que se veía. – Sophia, él es Bruno

 

- Ah, Bruno, mucho gusto- le dio un beso en cada mejilla, igual que Emma. Aquella escena la analizaba Luca Perlotta desde el asiento que había tenido que tomar después de darse cuenta de que estaba a punto de perder a Emma para siempre, mas no sabía que nunca la había tenido, no porque no era buen partido, simplemente porque él no era Sophia.

 

- El gusto es mío, Sophia- momento totalmente incómodo, pues sólo a Sara se le ocurría llegar con su novio de ya, quizás, un año, a la boda de su hija, que no era una boda normal, pero Bruno admiraba a Sara porque no había dejado de apoyar a Emma, ¿por qué debería?- Se ve usted muy guapa- sonrió. - ¿Puedo tomarles una fotografía a las dos y luego con Sara?- ambas asintieron y, simplemente, se abrazaron por la espalda y sonrieron para la cámara, voilà… o “vualá”.

 

*

 

Y, sí, el tiempo pasó, pasó la pelea, pasó Matt, pasó el arranque de Emma de querer arrancarle la cabeza, pasó el cumpleaños de Phillip, aquella memorable vez de la que ninguna de las dos se olvidarían nunca a pesar de lo ebrias que estaban, pasó Springbreak: Roma, Franco y Piccolo, Venecia, Natasha e Irene, Mýkonos, la apuesta estúpida y Pan de mierda, que así le quedó para cuando hablaran entre Emma y Natasha o entre Emma y Phillip o entre los Noltenius, que siempre se reían cuando se referían al verdadero pan de comida, pues aquel Pan no se podía comer ni aunque les pagaran, no porque fuera pescador, sino porque era un perdedor que había jugado a pellizcarle las pelotas a Phillip, que eso no se hacía, porque una vez Phillip odiaba a alguien, a alguien como Jacqueline, el odio se convertía en infinito y eterno desprecio, así como había pasado con Pan también, y con Franco, aunque eso nunca se lo dijo a Emma. Pasó el cumpleaños de Sophia, las noches solitarias porque Emma estaba en los Hamptons terminando de acomodar la casa de los van De Laar, todo lo que tuvo que ver con la boda de Natasha y Phillip, que nunca se dieron cuenta la relevancia que esa boda había tenido, no sólo para los novios sino para todos, pues, a raíz de aquello, Emma había comprado aquel anillo que ahora colgaba del cuello de Sophia, y había ideado toda una idea complicada alrededor de pedirle que se casara con ella, una idea que no tenía sentido por ser demasiado complicada. Pasó la fusión con Trump Organization, que seguía viento en popa, el accidente de Franco y su muerte, todo lo que eso implicaba para los Pavlovic, que fue la última vez que Emma vio a Marco en toda su vida. El embarazo de Natasha, los secretos que le rondaron a todo aquello, la verdadera hermandad entre Emma y Natasha, el apoyo que se brindaban en las buenas y en las malas, en las malas y en las peores.

 

El hecho de que Emma descubriera que Volterra era el papá de Sophia, las ganas que tenía de decirle a Sophia que Talos no merecía el título de papá, aunque se abstuvo porque Volterra, en ese momento, tampoco lo merecía, o tal vez sí después de que le diera permiso de casarse con su hija. Y, por último, pero no menos importante, la explosión entre Sophia y Volterra, aquel episodio en el que Sophia, simplemente, se cansó de que le mintieran en la cara y de que la trataran como no estaba dispuesta a ser tratada, porque su dignidad era más valiosa que todo eso.  Y, sí, los planes de Emma con Sophia luego de que había renunciado, pues no podía renunciar, no quería que renunciara, porque no supo cómo saber si sobreviviría un tan sólo día sin saber que Sophia estaba respirando el mismo aire, y no sólo en el trabajo, sino en su vida también. Quizás no era el momento perfecto, quizás no era ni el momento adecuado, pero así fue, así pasó, simplemente porque Emma, ese día, supo que era el momento para que Sophia decidiera algo grande sin la presión de su papá, sin la presión de su mamá y sin la presión de un trabajo, aún sin la presión de Emma, simplemente, ese día, Sophia sería dueña de su propia presión y de sus propias decisiones, porque así había sido desde el momento en el que había vocalizado aquellas temerosas palabras en aquel violento tono: “¡Re-nun-cio! ¡Renuncio, renuncio, renuncio!”, pues se le notó que, el peso de vivir con la hipocresía de sus papás y la insistencia intrusa de su papá, que le agradecía el trabajo y el hecho de haber conocido a Emma, pero no de las mentiras, porque tenía derecho a saber, todo eso se le hizo vapor y se difundió en la atmósfera hasta el punto de hacer de Alec Volterra el hombre con la consciencia más pesada del Planeta por un par de días.

 

- Mi amor…- susurró en tono casi mudo y la vio a los ojos con nerviosismo, sí, las dos estaban nerviosas.

 

- Marry me- susurró, entrando al segundo más eterno  de toda su vida, al segundo que duró, según Emma, dos horas y treinta y siete minutos con doce segundos, el segundo que Sophia se tomó  para responder, pues aquello, para Sophia, había surgido un tanto de la nada, la había tomado por sorpresa.

 

- ¿Dos de octubre?- suspiró por fin, abrazando a Emma suavemente y le dio un beso en su mejilla. – Interesante fecha para que te empieces a referir a mí como tu “futura esposa”- susurró a su oído suavemente y le dio un beso nuevamente.

 

- Sólo corroborando - murmuró en voz temblorosa mientras tomaba a Sophia por la cintura y la mantenía así de cerca por si aquella respuesta no era más que un simple comentario más, pues no quería dejarla ir, ni ese día, ni mañana, ni si tenían otra pelea, no.

 

-Sí- susurró aireada y flojamente y paseó sus manos hasta abrazarla por el cuello, y detenía su sien izquierda contra la sien izquierda de Emma, Emma simplemente la abrazó fuertemente y respiró profundamente. – Sí… sí… sí… sí…- repitió suavemente, que cerró los ojos porque sólo quería concentrarse en esa sensación que no podía vivir sin ella: estar entre los brazos de Emma, respirándola y sintiéndola.

 

- Gracias- suspiró, colocando sus labios en el cuello de Sophia, sólo para apoyarse, pues necesitaba reposar para recomponerse de aquel estrés de tiempo infinito.

 

- No me lo agradezcas, no es un favor el que te estoy haciendo, ¿o sí?

 

- Buena suerte es que todo te salga bien, que todo te salga como quieres

 

- ¿Te das cuenta que tenemos algo con los balcones?- sonrió, introduciendo sus dedos entre el cabello de Emma para peinarlo suavemente. – Las dos cosas más importantes han pasado en un balcón

 

- No pensé en eso- resopló Emma, irguiéndose para, por fin, ver a Sophia a los ojos, quien le dio un beso tan extraño, tan cálido, tan diferente, tan como si no fuera simplemente “Sophia”, el primer beso como que eran futuras esposas una de la otra.

 

Y ese beso, delicado, amoroso, tan frágil, encajaba perfectamente entre los labios de las dos italianas, se sentía más allá de los labios, más allá de sus sensaciones, y las obligaba a simplemente no querer abandonar el momento, porque estaban sólo ellas dos y sólo ellas dos sabían lo que pasaba, lo que sentían, cómo y por qué. Era lento, era mutuo, era tan sincero como que no podían abrir los ojos, era tan increíble que no los abrían porque se sentía irreal, como en un sueño, si había que ponerle un color era el celeste: confianza, paz y lealtad pero, más importante, por colectividad y por separado, la integridad; física, moral y emocional. ¿Cuánto podía encerrar un simple beso? Para Emma era increíble la respuesta de la pregunta, más que todo por el color, pues se sentía bien, se sentía en paz, sí, se lo daba con tal delicadeza porque la respetaba, la amaba, y sabía, confiaba, que Sophia le iba a corresponder con las mismas intenciones, un beso que sólo era para Sophia, que sólo a Sophia había podido darle porque con ella había conocido el amor y el respeto a ella misma, pues no estaba sometida a una relación por obligación, ni porque no sabía qué quería, así como la tuvo con Fred, Sophia jamás la había lastimado físicamente, nunca, y no era capaz, y, la única pelea relevante que habían tenido se había resuelto de manera amorosa y civilizada, ahí no había daño emocional, pero, sobre todo, lo más importante para Emma era su integridad moral, pues con Sophia, o por Sophia, se dio cuenta que el amor es realmente ciego: no conoce de edades, ni de profesiones, ni de clases sociales, mucho menos de géneros. Sí, no estaba mal besar a una mujer, no estaba mal amar a una mujer, no estaba mal estar con una mujer, estaba mal no ser feliz, estaba mal no respetar al amor, estaba mal negarse a que la moralidad era relativa y no conservativa.

 

- So…- susurró al despegarse de los labios de Emma, que mantenían sus ojos cerrados y mantenían frente contra frente y nariz contra nariz. – We’re getting married…

 

- Sólo si tú quieres…

 

- ¿Cómo lo tienes pensado? ¿Las Vegas?- rió, cayendo totalmente entre los brazos de Emma, por frío y porque nunca se sintió mejor estar así, envuelta en ellos.

 

- Jamás… tú te mereces algo mejor… aquí, en Manhattan… que no sea rápido, porque no estamos haciendo nada malo ni a escondidas de nadie

 

- Sabes, yo me podría casar contigo mañana, no necesito tanto

 

- Podríamos, pero quiero hacer las cosas como las he venido haciendo: bien

 

- ¿A qué te refieres?

 

- Quiero tener una vida normal y tranquila, quiero darte una vida normal y tranquila, y la única manera de que sea así, es que aprovechemos las igualdades que nos dan… yo no quiero casarme en Las Vegas porque estoy turbo ebria y necesito casarme contigo aunque mis papás no me dejen, no, a Las Vegas podemos ir a jugar BlackJack o a ver alguna cosa, podemos ir cualquier día… quiero que sea especial, que, cuando nos acordemos de ese día, nos acordemos sin ningún arrepentimiento ni remordimiento… vivimos en Manhattan, ¿por qué no casarnos donde vivimos?

 

- Sabes que es algo que no tiene tanto peso como un matrimonio heterosexual, ¿verdad?

 

- Sí, y aún así, tiene más peso casarte por la ley flexible que casarte en Las Vegas en una capilla que sería el equivalente a un Quicky en el sexo

 

- Entonces… tú quieres hacerme el amor- sonrió mientras soltaba una risa nasal muy suave.

 

- Sí, quiero darte el lugar que te mereces ante la ley, porque si lo hacemos en Las Vegas, no es tan factible

 

- Está bien, nos casaremos en Manhattan… pero con una condición- resopló, y ambas abrieron los ojos y se clavaron las miradas.

 

- Tú dime

 

- Nada de vestidos blancos, ni velos, ni marchas nupciales, ni nada de eso, ¿de acuerdo?

 

- ¿Cómo no?- rió con sarcasmo. - ¿Qué más?

 

- No quiero que sea ni en invierno ni en otoño

 

- ¿Primavera?- sonrió, y Sophia también.

 

- Natasha y Phillip- susurró Sophia.

 

- Definitivamente- susurró Emma de regreso. – Tus papás, tu hermana y mi mamá

 

- ¡Mis papás!- siseó con frustración. – Mi mamá estará bien… pero, ¿mi papá?

 

- ¿Qué tiene de malo invitar a tu papá?

 

- No he hablado con él en años, mi amor… además, no creo que le haga gracia alguna que quiera que venga a Manhattan para ver a mi mamá y a mi hermana, y verme a mí, casándome con una mujer

 

- Sophia- suspiró y sacudió la cabeza.

 

- Ah… ¿te referías a Volterra?- Emma asintió. - ¿Por qué no sólo preguntas?

 

- Porque hace rato te entendí que no querías hablar al respecto

 

- Te debo una, por la de la cicatriz- sonrió.

 

- Tú sabes que Talos no es tu papá, y no me dijiste nada… no sé, creí que yo te estaba ocultando algo

 

- ¿Y estás enojada porque no te lo dije?- Emma sacudió la cabeza. - ¿Podemos entrar? Me muero de frío- se abrazó a sí misma por debajo de los brazos de Emma, y Emma simplemente la dejó entrar a la habitación del piano. – Me di cuenta en Londres, no fue hace mucho, pero, con lo de tu papá, preferí no decírtelo… y, luego, me di cuenta de que no importa si Alec es mi papá o no, el hombre con el que crecí, me haya quitado su apellido o no, ese es mi papá, porque a él fue al que escogió mi mamá para que fuera mi papá, no Alec… no estoy precisamente orgullosa de mi mamá, ni de Alec, porque entiendo que lo que pasó fue un error, pero saber que estoy yo de por medio y seguir pretendiendo como que todo sigue igual no me parece justo, tengo derecho a saber, y no de ti, sino de ellos, porque ellos me tienen que decir la verdad, ellos son los que la han estado ocultando… que se tomen el tiempo que quieran para decírmelo, porque voy a estar esperando el momento, sólo porque sé que es lo correcto… además, piénsalo de esta manera, dos puntos: creciste con tu papá pero años después tu mamá te dice que Bruno es tu verdadero papá, what the fuck, no?- Emma asintió, pues Sophia tenía razón. – Pasé más de un cuarto de siglo creyendo que Talos era mi papá, y no importa si lo es o no, es una costumbre que no se me va a quitar… a Alec, que acaba de llegar a mi vida, y ha venido como si fuera la primera cita, todo nervioso, ¿cómo voy a verlo? Digo, al hombre lo conocí hace años en dos semanas, y ahora que me dio trabajo, ni siquiera porque me merecía la plaza, seguramente ni me necesitaban… y se lo agradezco, pero, ¿de qué te sirve tanto esfuerzo si no tienes el coraje para decirme la verdad? A Alec puedo verlo como un amigo, como un padrastro, es psicológico creo… no es como que me alivia saber que Talos no es mi papá, sólo entiendo muchas cosas, pero, con el título de “papá” no se nace, ese título y ese respeto se gana

 

- Él te quiere mucho… de una manera bastante extraña que no logro comprender, pero te adora

 

- ¿No sería más sano que nos quisiéramos los dos al comprender totalmente la naturaleza de la relación que tenemos? Digo, Volterra actúa como actúa porque reacciona como jefe pero ejerce de papá, ¿qué coherencia tiene eso?

 

- Ninguna

 

- Tengo veintiocho, vuelo directo a los veintinueve, ¿no estoy un poco grande ya para podes absorber una noticia de esas?- simplemente exhaló y se dejó caer en el sofá.

 

- ¿Te sientes mejor?

 

- ¡Uf! Definitivamente- rió. – Perdón

 

- Nada de “perdón”- sonrió Emma, cayendo a su lado y tomándole la mano. – Me gusta cuando te enojas pero no conmigo

 

- No estoy enojada contigo, mi amor- sonrió, y se colocó abrazando las piernas de Emma con las suyas, dándole la cara y pasando sus manos por su cuello. – No cake- susurró.

 

- ¿Qué?

 

- No quiero torta- rió.

 

- ¿Y qué va a dar Sophia Rialto de postre el día de su boda?- sonrió, peinando suavemente el flequillo de Sophia hasta por detrás de su oreja.

 

- Creí que me iba a convertir en “Sophia Pavlovic”- mordió su labio inferior.

 

- Me gusta tu apellido, te da algo que no sé qué es

 

- Pues a ti no te sentaría nada bien el “Rialto”- sonrió. – Tienes un Ego demasiado grande para llevarlo con humildad- ambas se carcajearon. – No, yo quiero tu apellido

 

- Pero a mí me gusta cómo suena “Sophia Rialto”

 

- Puedo ponerlo en vez del “Stroppiana”- guiñó su ojo. – “Sophia Rialto-Pavlovic”, es mi oferta final

 

- Qué miedo- sonrió, jugando rozando su nariz contra la de Sophia. - ¿Qué pasa si no la tomo?

 

- Tú sabes que no pasará nada- le dio un beso en la punta de su nariz.

 

- La tomo, entonces- sonrió, tomando aquella franja de la camisa de Sophia, sí, la que tenía los botones, y que, uno por uno, iban a ser removidos.

 

- ¿Qué quieres tú?

 

- Familia y amigos, tampoco voy a imitar la boda de los Noltenius- exhaló, haciendo que a Sophia se le erizara la piel, hasta los microscópicos poros de su pecho se elevaron suavemente. – Que no te preocupes por los gastos y que firmes un acuerdo prenupcial

 

- ¿Me estás haciendo una Ice Queen?- resopló, refiriéndose con ese sobrenombre a la mamá de Phillip, a Katherine.

 

- Al contrario, her-mo-sa – sonrió, llamándola así porque alguna vez, hacía alrededor de un año, la había llamado así casi que por única vez, pues, después de eso, se convirtió en “mi amor”. – Tudo o que é meu, é seu também- terminó de desabotonar toda la camisa, ocho botones en total, y no la abrió para ver lo que había debajo, no, simplemente trazó una línea vertical con su dedo índice, desde donde empezaba su tráquea hasta su ombligo.

 

- ¿Y yo qué voy a darte?- susurró, pues estaba consciente de que ella podía tener ciertas comodidades pero no las mismas de Emma, ella no podía competir contra eso.

 

- Tú…- sonrió, introduciendo su mano bajo la camisa, sin descubrir nada, para quitarle, suavemente, el Sticky-Bra a Sophia. – Tú me vas a der el placer de ser lo primero y lo último que vea cada día, tú me vas a dar el placer de poder referirme a ti como “mi esposa, Sophia”, tú me vas a dar algo que no se compra…

 

- ¿Qué es?

 

- Felicità, amore mio- colocó el sostén a un lado, todavía no descubría el torso de Sophia. - ¿Qué esperas tú de mí?

 

- Tendrás que esperar hasta que escuches mi votos- sonrió.

 

- ¿Votos?- susurró. - ¿Votos a lo Phillip y Natasha?

 

- ¿Quieres una boda relativamente normal?- le dio un beso en la frente. – No soy fan de los votos, pero que queden registrados y con público- guiñó su ojo.

 

- Podría avergonzarte si te digo: “no va a haber noche en la que no te saque diez orgasmos”

 

- Se muere mi mamá- rió. – Está bien…- suspiró y se acercó a su oído para decirle el secreto más silencioso que alguna vez le dijo, secreto que ni yo escuché.  

 

- ¿Eso quieres?- sonrió con ojos de estupidez amorosa, y Sophia le robó un beso corto que le afirmó positivamente su pregunta mientras se quitaba su camisa.

 

- Comeremos luego- resopló Sophia, volviendo a besar a Emma, esta vez como cuando estaban en la terraza, y Emma se dejó recostar sobre el asiento del sofá, cayendo con Sophia encima, sintiendo sus antebrazos fríos y sus labios tibios.

 

No fue sexo, ni sexo con amor, y tampoco hicieron el amor, creo que traspasaron los parámetros de dicha última acción. Sophia se había dejado caer completamente sobre Emma, rozaban sus cuerpos aun con ropa, que se la terminaron quitando al mismo tiempo que terminaron en el suelo, entre la mesa de café y el sofá, y terminaron volcando la mesa porque necesitaban espacio para besarse, besarse hasta que tuvieran los labios enrojecidos, rozar sus cuerpos desnudos, calentarlos por el mismo roce, las caricias de sus manos. Emma recorría a Sophia lentamente por su espalda, repasaba sus vértebras y luego la abrazaba fuertemente para volcarla y estar ella encima, Sophia que, al estar abajo, jugaba con el cabello de su futura esposa, que sentía cómo los rubios cabellos de Emma, los pocos que tenía, se enredaban entre su anillo de compromiso, pero no dolía cuando la seguía peinando, simplemente se besaban más. Fue mejor que tener mil orgasmos, o así confiesan ambas,  que terminaron media hora después, o más, con sonrisas en sus rostros, Emma recostada en un cojín que había halado del sofá, Sophia entre las piernas de Emma, sobre su abdomen, apoyando su quijada sobre su mano derecha mientras ambas admiraban aquel anillo.

 

- ¿Cómo le voy a decir a mi mamá?- rió Sophia, que había depositado el diamante amarillo dentro del ombligo de Emma y sólo dejaba el anillo que sobresaliera del relieve del abdomen y veía a Emma a través de aquella circunferencia con un ojo cerrado.

 

- Puedes hacerlo así como a ti te gustaría que te dijeran que Volterra es tu papá- sonrió, que mantenía sus manos bajo su cabeza, en aquella típica pose de relajación veraniega y paradisíaca total, y veía a Sophia a través de la lejana circunferencia de oro blanco, así como ella, con un ojo cerrado y el otro abierto.

 

- Con madurez, con seriedad- sonrió, que Emma le arrojaba un beso con un guiño de ojo muy juguetón. - ¿Tendría que viajar a Roma para eso?

 

- Si tú quieres, mi amor… y puedes hacerlo en estas dos semanas en las que no tienes que ir al Estudio

 

- Ahora entiendo por qué no me dicen nada- rió. – Soy tan cobarde como ellos

 

- ¿De qué hablas?

 

- No sé cómo decirle a mi mamá que me voz a casar- introdujo su dedo en el anillo y lo recogió hasta colocárselo correctamente.

 

- Pues, arregla todo y dile a tu mamá que viene un par de días a Nueva York y lo hacemos juntas

 

- ¿Tú no quieres decirle a tu mamá?

 

- Una llamada bastará…- guiñó su ojo, tomó a Sophia de las manos y la haló hacia ella hasta que quedaran torso contra torso y nariz contra nariz.

 

- ¿Quiénes sabían de tus intenciones?- entrecerró sus ojos.

 

- Los Noltenius, mi mamá… no dudo que Margaret y Romeo sepan… y…

 

- Y Volterra- le completó la frase. – Por consiguiente mi mamá ya sabe- rió. – Entonces, una llamada será suficiente

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