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El lado sexy de la Arquitectura 36

en Lésbicos

Bueno, no voy a decir lo obvio, aquello de que “lo que ha unido Dios, que no lo separe el hombre”, y nadie supo nunca quién lloraba más, si Margaret o Romeo, que ambos compartían aquel pañuelo blanco mientras Phillip repetía los votos reglamentarios y deslizaba, en el dedo anular de Natasha, aquel anillo matrimonial que acompañaría el de compromiso, que era brillante, lleno de diamantes, cuatro filas de diamantes, creando el Pavé en Platino, y luego, Natasha deslizándole aquel anillo, la perfecta fusión de Paladio y Platino, un anillo relativamente pesado, pero sobrio, mate a pesar de haber sido pulido hasta el cansancio, pues a Phillip no le fascinaban los anillos, eso lo sabía Natasha, y sería más fácil para él si no brillaba. Después de que Su-Gran-Eminencia-el-Arzobispo-de-Nueva-York-Timothy-Michael-Dolan los bañara en agua Bendita, con Bach de fondo, y luego les hiciera una limpieza pulmonar con aquel incienso con el que pretendía purificar sus almas, todo para que cerrara con aquel típico y cinematográfico: “I now pronounce you, Husband and Wife; Phillip, you may kiss your lovely Wife”, y aquel beso, que quedó fotografiado a la perfección, tanto en blanco y negro, como en sepia, como a color, a una resolución inexistente, ¿qué habría hecho Margaret para tener a Mario Testino fotografiando cada momento? Y si tan sólo Consuelo hubiera sabido, en totalidad, las personalidades que estaban sentadas tras ella, personas que no tenían por qué estar ahí, sin embargo ahí estaban, desde Michael Bloomberg y su compañera doméstica, pues no era su esposa, viva la unión libre, hasta la creadora de los vestidos de Emma y Sophia, a quien Natasha llamaba, con libertad y cariño: “Aunt Donna”, desde André Leon Talley hasta Kimora, desde Bobby Flay, íntimo amigo de Margaret, hasta Gloria Gaynor, aunque todos sabían que, muy en el fondo, Natasha estaba incompleta, pues “Auntie Donna”, que no era Donna Karan, sino Donna Summer, faltaba, en todo sentido faltaba, quizás porque era una de las mejores amigas de Margaret; que era, quizás, la mezcla más diversa en el círculo de amigas de Margaret: ella de crítica, Donna S. de cantante, Terry de escritora literaria, Diane de escultora, Mercedes ex-tenista profesional y ahora entrenadora, Donna K. de diseñadora y Jane, la actriz.

 

Aunque la mayoría de invitados ya se había trasladado al Plaza, creando un embotellamiento de tráfico por la larga fila de autos negros que se alineaban a lo largo de la Quinta Avenida, llegando hasta más allá del Plaza, algunos invitados habían decidido caminar aquellas siete calles, el resto de los invitados esperaban a que los nuevos esposos, que de nuevos eran realmente hacía una semana, a que terminaran la típica sesión de fotografías, para que, al fin, salieran de la mano, y nada de arroz, ni burbujas, ni un aplauso, NADA, sino que, urgentemente, a la fiesta, Sí Señor. La ventaja de ser de la familia de la novia o del novio, que ni era la familia en realidad, sino sólo los novios, los padres de los mencionados, y los padrinos y madrinas, todos gozaban del derecho de Limusina para llevarlos rápidamente al Plaza, al Great Ballroom, en donde, por supuesto, tenían que mantener la tradición: el primer baile de los novios, que bailarían al compás de “What A Difference A Day Makes”, un baile totalmente improvisado pero romántico, con aquella rasposa y sensual voz del único e inigualable Rod Stewart, en vivo, todo para que terminaran bailando Phillip con Katherine y Natasha con Romeo, y luego en intercambio, Natasha con Phillip I y Phillip II con Margaret, pero eso era para que se terminara lo cursi y lo tradicional, o, bueno, para que sólo quedara el discurso/éxitos/bendiciones del Best Man, o sea Patrick, y el brindis de la Matron of Honor, que habían decidido que fuera Emma quien levantara la copa del brindis final, ningún brindis de ninguno de los padres ahí presentes, ni del novio, ni de la novia, simplemente dos, pues había mucho que celebrar: el permiso de la Arquidiócesis para transformar la fornicación en un “acto de sexualidad natural en pareja con el fin de procrear, basado en el amor”, el hecho de que no sólo las Leyes del Estado, sino también las Celestiales, les hacían la constancia y les emitían el permiso para vivir juntos, que tenían el permiso de, por fin, vivir una vida completamente juntos.

 

- ¿Hola?- sonrió Emma al micrófono, atrayendo la atención de todos los invitados, que recién Patrick se iba, y ella quería decir las palabras que cerrarían aquel ciclo, no sólo quería, sino que tenía que hacerlo. – El que no tenga una copa en su mano, por favor levante la mano para que les lleven dos en compensación- sonrió, aclarándose la garganta y consiguió uno que otro silbido lascivo, un par de aplausos y otras risas difuminadas por ahí en la multitud. – Estoy completamente a favor de los discursos cortos, así que, al grano. Soy Emma, y Natasha es como mi hermana, y Phillip es mi mejor amigo, y quiero decirles este día, a los dos, que estoy muy feliz por ustedes, porque al fin sólo voy a tener que ir a un lugar para verlos a los dos, porque al fin sólo voy a tener que llamar a un teléfono los sábados por la tarde y no a dos. Gracias por hacerme la vida más fácil al ser felices como ustedes querían, de verdad, muchas gracias. No voy a decirles que los quiero muchísimo, a Natasha, a mi hermana, que se ve espectacular, a Phillip, que se ve muy guapo, sin ofender, porque eso ya lo saben, sino que vengo a compartirles el secreto del éxito del matrimonio… y lo están viendo, es la combinación de Natasha y Phillip Noltenius, gracias por hacerme la vida más fácil al llamarlos bajo el mismo apellido también- susurró al micrófono, consiguiendo un par de risas. – A mí no me enseñaron a mentir, sino a decir la verdad, y la verdad es que sé que van a ser felices, contrario a lo que muchos piensen, y que su matrimonio va a ser tan sano y vivo como ningún otro, que nos van a enseñar a todos que se puede ser más feliz que ser simplemente feliz. Gracias a Katherine y a Phillip por haber criado y educado a un hombre tan honesto y respetuoso como Phillip, gracias por haberlo moldeado para ser un ejemplo; en el trabajo, en la vida diaria, y no dudo que algún día será un ejemplar papá, gracias a Margaret y a Romeo, por haber aderezado y condimentado, de manera inconsciente, a Natasha para el paladar de Phillip, gracias a Natasha y a Phillip por permitirnos celebrar con ellos este día- la sonrisa de Natasha crecía, pero también sus lágrimas caían por sus mejillas mientras se intentaba limpiar una a una y Phillip la abrazaba y, cuidadosamente, le daba besos en su cabeza. – Gracias por permitirnos ser parte de uno de los mejores recuerdos de sus vidas, y yo no sé los demás invitados, pero yo estaré en las buenas y en las malas, porque ustedes, para mí, son personas excepcionales… y les deseo una vida llena de risas y sonrisas, de abrazos y besos, de respeto y de éxitos personales y en pareja- sonrió, viendo al suelo, viendo las burbujas de su champán reventar en la superficie del líquido. – Y quisiera proponer un brindis- murmuró, levantando su copa. – Por mis mejores amigos, mis hermanos, y los ahora recién casados, por Phillip y por Natasha- guiñó su ojo hacia los novios y sonrió, sólo para ellos, para nadie más, pues tenía pánico escénico. - ¡Salud!- y todos y cada uno de los invitados corearon aquel brindis.

 

Aquella multitud aplaudió luego de haber bebido de su copa de champán, que siguieron aquello con un aplauso que la orquesta, que no era sinfónica, pero tenía todo tipo de instrumentos, desde los clásicos hasta los electrónicos y digitales, a tal grado que, aquella fiesta comenzó, con aquella canción que, irónicamente, no sería la del final, sino la que reventara el comienzo, en honor y respeto a los que faltaron, en honor a Auntie Donna, que la mismísima Gloria Gaynor terminó por cantar aquel épico éxito que a Natasha le fascinaba, pues, a veces, cuando estaba deprimida o se sentía confundida, era la canción que sonaba sin parar en su iPod o en su iPhone, tanto que la había escuchado más de diez mil veces según la cuenta de su iTunes, también porque, de pequeña, Auntie Donna solía cantársela en vez del “Happy Birthday”, y fue aún mejor cuando Gladys Knight se unió a aquella proeza de canción, “Last Dance” aquella canción era. Y debieron haberle visto la cara a Consuelo cuando veía que, los invitados, eran los que cantaban, por placer, no por paga, y que todo era perfecto, Natasha bailando muy cómoda con Phillip, ¿por qué no iba de mesa en mesa para saludar a todos sus invitados? ¡Porque no eran suyos! ¡Ni siquiera Consuelo! Emma se dirigió a la mesa en la que estarían con Julie y James, con Sophia, Thomas y su nueva novia, Boni, y que no se me olvide Sara, Vanessa, la otra amiga de Natasha, Alexis, la ahora jefe-provisional-de-Recursos-Humanos de Project Runway, de paso también, sólo para llenar los diez puestos por mesa, a Consuelo, que la había puesto ahí por “maldad”, pues quería que se le consumiera el hígado en un turbo-cabreo al ver que nadie hablaba con ella, y que todos platicaban amenamente, era todo con todos menos con ella.

 

- Sophie…- sonrió cínicamente Matt, el desgraciado primo de Natasha. – Qué bien te sienta la noche- eso era lo malo de ir caminando por el pasillo, y sola.

 

- Matthew- suspiró, enrollando sus ojos, acelerando el paso, tomando su vestido en su mano para agilizarse.

 

- ¿Por qué tan seria, preciosa? ¿A dónde vas?- le pisaba los talones, de manera metafórica, claro.

 

- A piérdete y déjame en paz- aquel añejado miedo la invadió de nuevo, pues la estaba siguiendo y ella se dirigía hacia el baño.

 

- Tú no aprendes- resopló. – Me gustas más cuando te haces la difícil- la tomó por el brazo con el que recogía su vestido, halándola violentamente hacia él.

 

- Tú no estás bien- le dijo Sophia, alejando su rostro del de aquel rubio. – Suéltame

 

- La tercera es la vencida, preciosa… y, si sabes contar, esta es la tercera vez- gruñó, apretando su brazo, que a Sophia le dolía porque rozaba directamente sus huesos con sus dedos, y los enterraba bajo ellos.

 

- Dije que me soltaras- lo empujó con su mano derecha, que lo movió dos pasos atrás, y sólo logró enojarlo más.

 

- Tú no me vas a pegar…- gruñó entre dientes, arqueando sus cejas de una maligna y conspiratoria forma, y pateó su vestido, pues tenía una diminuta cola, y Sophia sabía que, de dar dos pasos, se le rompería. – En cambio yo a ti sí- murmuró, tomándola por ambos antebrazos.

 

- Señor Blair- dijo aquella voz tranquila pero de ultratumba.

 

- Y tú, ¿quién carajo eres, negro?- se volvió a él con una mirada de odio pero sin soltar a Sophia, que daba gracias que alguien había interferido.

 

- Suéltela- sonrió, poniendo su mano, grande y fuerte, sobre su hombro.

 

- Dije, ¡¿quién carajo eres, maldito negro?!

 

- Si usted no la suelta, seré su peor pesadilla- dijo, ejerciendo presión, de alguna manera, con sus dedos, haciendo que aquel pretensioso rubio se debilitara en plena consciencia mientras lo tomaba por los brazos para disimular ante el flujo de la gente en el pasillo. – Me dijeron que la estaría molestando, no se preocupe, Señorita Rialto, yo lo tendré bajo control- sonrió, colocando correctamente de pie a su objetivo, que sólo tenía que mantenerlo calmado, por órdenes de Phillip, pues debía proteger a su “hermana”, sólo que Sophia no lo sabía; aquel hombre era tan invisible que ni lo notó en los Hamptons para la boda Civil.

 

- Gracias…- sonrió, acariciando sus brazos, en donde Matt la había apretujado sin piedad.

 

- D’Sean- sonrió, escoltando a Matt en la otra dirección, volviéndose a él para susurrarle las implicaciones que tendría si se acercaba a Sophia de nuevo, si se acercaba a Emma.

 

- Entonces… Natasha no es cualquier Natasha, ¿cierto?- preguntó Sara, hablándole a Emma al oído, quien esperaba, de pierna cruzada, por Sophia, para raptar nuevamente a los mejores bailarines de aquella Boda: Romeo para Emma, Patrick para Sophia. Y Patrick sabía que no podía meterse con Sophia, simplemente eran una buena mezcla para bailar.

 

- Creí que ya lo habías entendido- rió, sintiendo la mirada penetrante de Consuelo que le leía los labios. – Natasha tiene tanto dinero, por ella misma, sin contar lo de sus papás, que es ella quien está pagando por la boda, por todo esto- vio a Thomas pelearse con su novia, que ahora entendía que era “novia”, pues aquella mujer se levantó y Thomas ni fue tras ella.

 

- Y tú, ¿cómo te sientes?- sonrió Sara, viendo a Emma a los ojos, preguntándole más cosas con la mirada.

 

- Hay algo de lo que quiero hablarte… pero no es ni el lugar, ni el momento

 

- ¿Es sobre Sophia?- Emma asintió. - ¿Tendrás tiempo el lunes, a solas?

 

- Para ti siempre tengo tiempo- sonrió, viendo por el encima del hombro derecho de Sara, que Thomas posaba su mano.

 

- No soy muy buen bailarín… pero puedo intentar- sonrió Thomas, alcanzándole la mano para invitarla a bailar, lanzándole a Emma una mirada de: “No te preocupes, es tu mamá”.

 

- Ve, Thomas no es malo en la pista…- sonrió Emma, viendo a su mamá levantarse y haciéndose camino por entre las mesas.

 

- Bueno, ahora que se fue tu mamá, hay algo de lo que debemos hablar- rió James, sentándose al lado de Emma, colocando su codo sobre la mesa para tapar, con su puño, su boca, pues había estado observando a la reina del Odio, perdón, a Consuelo, y sabía que podía leer los labios, o al menos eso intentaba, y hablaba inglés, lo que lo haría más fácil, pues James no hablaba más que inglés y francés, y masticaba el español.

 

- Me vas a preguntar de Sophia, ¿cierto?- levantó la ceja, imitando a James con su codo, pues sabía que un Chef como él no irrespetaba la mesa sólo porque sí. Él asintió. – Pues, ¿qué quieres que te diga? ¿Que es mi novia?- dijo en un tono muy natural, como si hablaran sobre el clima.

 

- No le creía a Julie- resopló. - ¿Novias-novias?

 

- Sí, novias-novias… de besarnos y todas sus implicaciones

 

- ¿Todas sus implicaciones?- se ahogó, imaginándose gráficamente la fantasía de todo hombre, que todavía no logro entender qué tiene de excitante…a quién engaño, a mí sí me provoca cosas, por lo tanto, lo entiendo.

 

- Todas, Chiquito- rió, punzando suavemente la punta de su nariz, que los meseros empezaban a llevar las raciones de comida comunal; quesos variados, lo que no era muy inteligente según Consuelo, pues, ¿quién comería queso con galletas en una Boda? Pues, querida Consuelo, para amortiguar el alcohol hasta que las Entradas llegaran, pasaría, por lo menos, una hora.

 

- ¡Sophia!- gimió Natasha, halándola suavemente de la mano, trayéndola a un costado, en donde Phillip estaba de pie, esperando por Natasha. - ¿Bailas un momento con Phillip?

 

- Emma me está esperando

 

- Por favor, necesito cambiarme los zapatos- gimió, mostrándole una leve marca roja en donde el Cisne del Manolo le cortaba el empeine derecho.

 

- Ve, bailaré con él- sonrió, y Natasha también, que salía del salón para dirigirse tras bambalinas, en donde Mini-Me había dejado sus zapatos de emergencia, tanto los Casadei color crema, que Emma los tenía pero en gamuza y en negro, como las “pantuflas” Prada blancas, que salían aquellos picos metálicos puros de rockstar. – Hay dos cosas que quiero decirte- le dijo a Phillip, dejando que la tomara por la mano y por la cintura mientras ella colocaba su mano sobre su hombro y se afianzaba a su mano bajo aquel ritmo tan seductor y divertido, con aquellas voces impresionantes, siempre siguiendo los gustos de Natasha por el género Disco, “Get Down Tonight”, que se tomaban y se separaban para dejarse llevar por la música que, aún bailando por separado, era bailar conjuntamente.

 

- Tú dirás- gritó, separándose de ella con el cuerpo, creando aquella tensión mientras le tomaba las manos, para halarla e impulsarse él.

 

- Felicidades, Pipe…no tengo palabras para describir cómo irradias felicidad- sonrió, bailando ahora muy pegado a él, con su sien contra la suya mientras daban una vuelta. – Y, segundo…conocí a D’Sean- Phillip se quedó estático y la empujó suavemente hacia el exterior de la pista de baile. – Oye, ¿qué pasa?

 

- ¿Te tocó? ¿Te hizo algo?- su mirada era de preocupación, pero estaba alterado, le clavaba la mirada a Sophia en la suya, era enojo confuso. – Sophia, te estoy hablando, ¿te hizo algo?- gimió en una preocupación profunda e infinita.

 

- No, gracias a D’Sean no lo hizo, por eso te quería agradecer- balbuceó un tanto asustada, cayendo en un abrazo de alivio de Phillip. – But you can’t protect me forever, you know?

 

- Mientras pueda hacerlo, Pia, lo haré…- sonrió, viéndola a los ojos. – No puedo dejar que te haga algo ese pedazo de…- gruñó, ahogando el insulto en una exhalación pesadamente nasal.

 

- Tranquilo, sólo no iré al baño sola de nuevo, ¿está bien?

 

- Gracias, gracias… tú sabes que eres como una hermana para mí, ¿verdad?- Sophia asintió, sintiendo el flash de una cámara apuntarle a ellos, y era uno de los catorce fotógrafos que se había contratado, y había más afuera, pero ellos no tenían el gafete de la Boda, que pasaban, sí o sí, por el registro del Hotel y luego de Mini-Me. – Estás muy guapa, sonríe- sonrió, haciéndole cosquillas en la cintura, siendo el resultado una secuencia de fotografías que narraban, en imágenes, las risas y desplomes ridículos de aquellos dos.

 

- Iré a rescatar a mi novia…

 

- Y yo un Whisky y a mi esposa- sonrió, dándole un beso, como siempre, en la frente y dejándola pasar antes que él, pues era un caballero que rebalsaba cortesía, más entre aquella ropa que tanto le molestaba, pues no estaba acostumbrado a utilizar chaleco, y se sentía gordo, o tal vez no gordo, pero sí ancho, y pesado.

 

- Perdón que me tardé tanto, me asaltaron varias veces en el camino- sonrió Sophia, gritando por la música, viendo a Emma platicar muy de cerca con Julie y James, que ella estaba sobre sus piernas en aquel Blouson Cavalli que era realmente exquisito.

 

- Sophia- gritó James, extendiéndole la mano. – Creo que no nos hemos conocido correctamente, James Doherty- y Sophia le tomó la mano y la sacudió suavemente.

 

- Sophia Rialto- gritó, deteniéndose con su mano izquierda del hombro izquierdo de Emma, sintiendo su suave piel arder aún con tal baja temperatura de aire acondicionado.

 

- Bienvenida a la familia- rió, que Julie se puso de pie y tomó a James de la mano.

 

- Con el permiso de ambas…- gritó Julie, agachándose un poco, inclinándose hacia Emma y hacia Sophia para que la escucharan, que fue cuando Emma supo que tenía que decirle a Mini-Me que bajara el volumen de la música en la consola principal de sonido. – Me robo a mi prometido- y lo tiró de la mano, que aquella pelirroja no podía verse mejor en aquel azul vibrante.

 

- ¿Qué le pasó a tu brazo?- preguntó Emma al Sophia sentarse a su lado, encarándola en realidad, pues habían reacomodado las sillas para mayor sociabilidad.

 

- Nada, ¿por qué?- Consuelo observaba, con cara larga y de “algún día los mataré a todos”, aquella discusión.

 

- No me mientas, por favor- acarició sobre las leves marcas rojas que, en la piel de Sophia, se marcaban violenta y fuertemente sobre ella. Sophia sólo se encogió, apartando la mano de Emma de su antebrazo. – Fue él, ¿verdad?- Sophia no tuvo ni que asentir para que Emma lo tomara por afirmación y, sin importarle, le robó un beso, exactamente frente a Consuelo, pues, era con intención de ahuyentarla, porque seguramente era homofóbica, pero sólo quería saber si Sophia estaba bien… y ningún beso miente, ¿o me equivoco? Y fue como si Sophia, al despegarse de los labios de Emma, le gritara, en un siseo, un “Emma” con la mirada.

 

- ¿A dónde vas?- le gritó, viéndola ponerse de pie con aquel enojo que la había visto aquel día de enero en la oficina.

 

- To set fucking rules and fucking boundaries with that Motherfucker- gritó, moviéndose intempestivamente por entre las mesas, buscándolo con la Mirada, como si tuviera vista de halcón, porque la tenía, pero no lo veía, ni en la pista de baile, en donde Sara bailaba, maravillada, un poco de Cha Cha de ballroom. Sophia seguía a Emma a paso apresurado, pues Emma caminaba demasiado bien en sus tacones, con los límites de lo que la zancada entre aquel vestido le permitía, y eso no la detenía. Salió del Great Ballroom, buscándolo por los pasillos, y nada.

 

- ¡Emma!- gritó Sophia, al fin alcanzándola.

 

- Quédate aquí- dijo, viendo a aquel rubio fumando en una salida de un ventanal, que formaba un pequeño balcón. – Hablo en serio, Sophia, quédate aquí…- esa era una advertencia que Sophia nunca había escuchado salir de la boca de Emma, no, ni parecido.

 

- Pero…

 

- Pero NADA- dijo, volviéndose a ella. – Ese cabrón ya me tiene hasta aquí- gruñó, haciendo un gesto a la altura de su coronilla. – Quédate aquí… por favor- y aquellas mágicas palabras, el simple “por favor”, hicieron que Sophia asintiera y la esperara fuera, que vería la escena como público. Emma abrió el ventanal, alto, y acompañó a aquel rubio, que todavía estaba adolorido del dedo de D’Sean en aquel punto de presión en la clavícula, que había sentido que le cortaban la respiración desde entonces, pero fumaba un cigarrillo, y no necesariamente de tabaco, pues el humo era demasiado denso, espeso, y olía a Brownie Universitario. – Matthew- suspiró, pues afuera, el ruido de los salones, era inexistente. Aquel hombre se volvió, pues no pudo reconocer la voz, o tal vez sí, pero no le pudo poner rostro y, cuando se volvió hacia Emma, Emma lo tomó por las solapas de su saco y lo empujó, con furia, contra la pared lateral. – Listen to me very fucking carefully, you obnoxious Fucker- gruñó, viendo la sorpresa y el pánico en aquella mirada. – If you ever molest my girlfriend again, if you ever fucking do that, if you even fucking try it again…- aquel hombre desvió la mirada en una risa. – Listen to me, I said- gruñó de nuevo, retirándolo de la pared y volviéndolo a golpear con aquella fuerza brutal. – I’m a very dangerous person, you Jackass- le advirtió. – My ex–boyfriend cheated on me, so I cut off his dick and fed it to the pidgeons at Saint Peter’s Place…oh, and they enjoyed it…- mintió, pero era su mejor amenaza, y volvió a retirarlo para volver a golpearlo. – And that, you fucking Fucker, is what I’ll do to you if you ever even dare to look at her- volvió a golpearlo, sacándole completamente el aire a aquel rubio. – Now, do we fucking have a fucking understanding?!- preguntó, viendo a Matt detenerse de la baranda para recuperar el aliento. – I said; do we fucking have a fucking understanding?!

 

- Yes…yes…- tosió, viendo nublado y sintiendo que el aire le faltaba. Y Emma le dio unas palmadas cínicas en la cabeza, agachándose ella con su espalda también.

 

- Ugh…- suspiró, intentando no inhalar de nuevo. - ¿No que muy macho?- dijo, llevando sus manos a su nariz. – De ahora en adelante… te llamaré “Don Mierda”- sonrió, halando el ventanal para salir de ahí, de ese olor. – Buena suerte con el cambio de pañales- rió, saliendo de aquel balcón. – Oh… y una cosa más, dijo de espaldas…como dije antes…no te voy a matar, pero te voy a hacer sufrir… y lo voy a disfrutar…- cerró el ventanal, curándose el olfato después de aquella diarrea, qué asco. – Espero que haya entendido el Ultimátum- sonrió, tomando a Sophia de la mano.

 

- ¿Te puedo decir algo y no te enojas?- Emma se encogió de hombros. – No te tengo miedo… pero verte así… me asusta- Emma se petrificó, se sintió como un monstruo, algo feo, se sintió satanizada. – Repito, no te tengo miedo

 

- Pero te asusto- murmuró pensativamente, como para sí misma.

 

- Me gusta que me defiendas, que me protejas… y no me asusta que te pongas así, menos con ese, porque me gusta… pero me asusta el hecho de que te puede pasar algo… después de todo, él es familia de Natasha…y Romeo… no sé, no sé si me explico

 

- Nada me va a pasar, ¿entendido?- sonrió, acariciándole la mejilla, y Sophia vio a Matthew salir corriendo, un tanto cojo, faltándole el aire.

 

- Si tú dices…

 

- Oye, Natasha y Phillip saben lo que te hizo en Año Nuevo, Margaret también… D’Sean- dijo, apuntando en su dirección, pues Emma ya sabía de él, sólo que, como era tan invisible, se le olvidaba su existencia. – Él tampoco vio nada, por órdenes de Phillip… somos demasiados contra la palabra de Matthew…

 

- Bueno, supongo que tienes razón- sonrió, tomándola de la mano, pero Emma se acercó a ella y le plantó un beso corto y ligero. – Mmm… no me tientes… porque en ese vestido… sólo buenas cosas me provocas- gruño sensualmente entre dientes.

 

- Me gustaría provocarte unas cuantas malas también…- sonrió. – Pero, olvidándonos de aquello… a la fiesta… que nos esperan unos deliciosos Springrolls de Langosta en esa salsa de maní…que…- e hizo una expresión de orgasmo que a Sophia le dio risa.

 

Entrar a aquel salón era impresionante, pues se habían construido, o ensamblado, cuatro bares, en los extremos, contra la pared, pues Natasha no había querido poner mesas en el Foyer del salón, sino sólo en la parte baja, y había un mesero por mesa, un mesero extra cada dos mesas; todos vestidos especialmente para la ocasión, pues Natasha odiaba los uniformes de los meseros, los había vestido a todos de negro, con zapatos cómodos, corbata en vez de corbatín. La orquesta que tenía veintinueve integrantes, más los tres cantantes principales y los tres coristas, que velarían por el entretenimiento de la Boda hasta, por lo menos, las cinco de la mañana, hora en la que se calculaba que aquello terminara, aunque el uso del salón había sido reservado hasta las once de la mañana del domingo. Y, en efecto, los rollos de langosta ya habían sido servidos, que Sophia y Emma se sentaron, y, por educación, invitaron a Consuelo, que tenía complejo de solterona, a que comiera con ellas mientras la mayoría bailaba en la pista, pues la música estaba muy interesante. Pero simplemente fue imposible, Consuelo no soltaba una palabra si no era en el idioma del cinismo o si no era un comentario para descomponer la imagen de Natasha, y, de no haber sido porque Sara y Thomas regresaron a la mesa, aquella tortura, que ellas mismas se habían recetado. Y degustaron, junto con mucho champán, cada uno de los platillos, que luego de los rollos de langosta habían sido Porcini a la parrilla sobre una lasca de Parmigiano Reggiano sobre un Crostini perfectamente horneado, con una pizca de ajo y nuez moscada, luego, de una real entrada, un gazpacho de langostinos, aguacate en lascas y cebollas dulces, no caramelizadas, sino dulces, que era pequeño, tres cucharadas como máximo. El platillo principal, para los que habían elegido vegetariano; risotto con Ragout de champiñones y chalotes, para los que habían elegido carnes blancas; pollo a las hierbas y al limón, flambeado en whisky y ajo confitado, todo, en el platillo, sobre una base de pan Naan y un puré de espárragos, wasabi y puré de patatas, y, para los que habían escogido carnes  rojas; Filet Mignon rostizado, Galette de patatas al gratín, brócoli y trufas salteados en vino blanco y una hermosa salsa de vino blanco y menta. Y la torta no era precisamente el postre, que también se la comerían, pero a eso de las dos de la mañana, para darle lugar a un poco de comida y a la bebida de lavanda y jengibre que acompañaba, con grandeza, aquella torta de cinco pisos, redonda, que era de vainilla, que realmente se habían horneado con vainilla de vanilla beans, y tenía un relleno de Buttercream de chocolate blanco y una pizca de Ron Vizcaya, cuyo baño era sencillo, una fina capa de merengue crudo, que era básicamente insípido, sólo para cubrir aquellas proezas que la mismísima invitada que había confeccionado el Bouquet, que residía en Bedford, Newark. El postre era mini berry cobblers  y mini ginger puding.

 

Pues, sí, alrededor de las dos de la mañana, cuando ya la mayoría se había retirado, el Bouquet fue lanzado de espaldas, como la tradición lo dictaba, y no lo atrapó ni Emma ni Sophia, pues estaban ocupadas con Julie y James y Sara, hablando de cualquier tontería, pues a todos se les había subido ya el alcohol; a las féminas por la calidad y el sabor del champán, y las demás bebidas femeninas que ingerían, pues, entre tanto bailar, que Phillip, a esa hora, ya sólo estaba en camisa y en pantalón, fuera corbatín, chaleco y saco, sólo daba sed, James siempre con un Whisky en la mano, o un Ron puro, que era también Vizcaya, y todo era culpa de Natasha, que había dado órdenes específicas que, a esa mesa, nunca le faltara nada sobre las demás, ni copas vacías, ni Crostinis con salmón ahumado y chalotes marinados para marchitarles el olor, ni los favoritos de Natasha, el pão de queijo, que a todos les gustaban. Y tampoco fueron partícipes de cuando Phillip le quitó la liga a Natasha, que, contra la voluntad de Margaret, era negra, de encaje elástico, diseñado y manufacturado por Donatella y no por Vera. Comieron de la torta, siguieron bailando hasta las cuatro de la madrugada, que ya quedaban no más de cincuenta personas, y, bueno, entre que Natasha no soltaba a Phillip, o Phillip a Natasha, porque era mutuo, Emma bailaba con Sophia, o Sophia con Emma, pues nadie tenía el control ahí, simplemente se disfrutaban, y Sara las veía en aquella completa simbiosis, que, a pesar de estar notablemente cansadas, por no decir exhaustas, pero se sonreían y se reían, se veían a los ojos con aquella tensión sexual, y el roce que se daban cuando Emma tomaba a Sophia, con su mano izquierda, por la cintura, y cómo Sophia giraba a Emma, y luego reían, y cantaban “Cause I don’t know, if I can stop now, I’m going too fast, heart first, my head just can’t slow me down, and I don’t care if you don’t break my fall, you got me dreaming of a life that anybody else would die for”, y fue entonces, sólo entonces, que, mientras Sara y Margaret platicaban, pues el volumen de la música ya había bajado mucho, y los invitados seguían yéndose, que pasó lo que pasó.

 

Emma y Sophia se quedaron estáticas, luego de haber dado un par de vueltas sobre su eje, Emma deteniéndola con una mano por la cintura, Sophia por su hombro desnudo, tomándose de la mano para no salir en direcciones opuestas. Natasha y Phillip bailaban como si el tiempo no existiera, Julie y James también, sólo que buscaban detenerse entre ambos de la Señora Ebriedad que los poseía, que seguro terminaba en un sexo anal muy violento, y Katherine y Phillip llegaban a sentarse con Sara y Margaret, para que luego Romeo los acompañara. Emma soltó la mano de Sophia y la tomó completamente por la cintura, acercándola a ella en aquel hermoso vestido, la vio a los ojos y, sin quitarle la mirada de la suya, le cantó: “First sight, I believe in first sight, no second thoughts in my mind, just felt right” y, mientras buscaba los labios de Sophia con los suyos, Sophia le respondió con aquel “Oh My Goodness” y se besaron, que el tiempo realmente se detuvo, se besaron frente a todos, frente al Alcalde de Nueva York, quien estaba más ebrio que Emma y Natasha en sus épocas de empinarse los vinos de caja, frente a todos, que a Margaret le pareció adorable, pues no era un beso pornográfico, sino como los que Natasha y Phillip se daban, que parecían tener un fundamento en el amor y no en el deseo. Y Sophia paseaba sus manos por el cuello de Emma, por su cabello, la detenía delicadamente por las mejillas, Sara comprendió que aquello era lo que probablemente debía pasar, lo que debía ser, que no era porque Emma se había aburrido de buscar al hombre que podía satisfacerle todas sus necesidades, que excluían las económicas, que no era un capricho, pues, de ser capricho, no estaría así, así de feliz, porque los caprichos, una vez concretados, una vez superados, no tenían mayores frutos. Sara no conocía a Sophia tan a fondo, pero sabía que los de Emma y Sophia no iba para otro lado que no fuera para largo, y que ella, en su búsqueda de apoyar a Emma así como Emma estaba siempre presente para ella, así debía estar para ella, no al punto de asolaparle los caprichos y los antojos, sino de, como su mamá, darle el mejor consejo si se lo pedía, darle el apoyo incondicional, aceptar lo que viniera.

 

- Sara, ¿usted conoce a la novia de Emma?- preguntó Margaret, agradeciéndole, con la mirada, al mesero, que traía más champán para ella.

 

- Sí, la conocí hace un par de meses, cuando fueron a Roma- sonrió, viendo todavía aquel beso que no tenía intensión de cesar.

 

- Es cierto, me contó Natasha que se habían quedado en su casa- resopló. - ¿Se portaron bien?

 

- Me dieron un breve respiro- dijo, volviéndose a Margaret y a Romeo. – Ambos son muy educados- y volvió a ver a Katherine y a Phillip, que Katherine estaba incómoda con aquel beso público. – Y muy graciosos… al menos yo me la pasé muy bien con ellos

 

- Natasha venía hablando maravillas de los lugares que habían visitado- dijo Romeo. – Y, cuando le pregunté qué había sido lo más impresionante de su viaje, ¿sabe qué me dijo?- Sara sacudió la cabeza.

 

- Su cocina- rió Margaret. – Tanto el lugar como la comida

 

- Eran requisitos de mi mamá; saber cocinar, hacer un buen café y apreciar las distintas formas de Arte que existen- sonrió, tomando la copa de champán.

 

- Disculpe, ¿qué es lo que usted hace?- interrumpió Katherine, dirigiéndose a Sara.

 

- Soy la Presidenta del Equipo de Curación del Vaticano- sonrió, intentando no sonar muy altanera. - ¿Y usted?

 

- La Presidenta de “Parker & Brennan Oil Company”- pues, Sara ya sabía que la familia de Phillip no era exactamente sencilla, pero el petróleo nunca se le ocurrió. – Y mi esposo construye vehículos marítimos

 

- ¿De qué índole?- sonrió Sara, mostrando interés.

 

- Del que usted me pida- sonrió aquel hombre relajado, que tenía expresión de “yo dejo que Katherine se pelee, yo ya peleé demasiado”. Era un hombre alto, que se notaba que, en el pasado, había estado en la mejor forma, que todavía seguía estándolo para su edad, pues Sara le calculaba un poco más de sesenta. Ahí todos eran contemporáneos. – Desde un bote, motorizado, por supuesto, hasta un yate… - y era raro, pues aquel hombre, de expresión tosca, tenía aire de ser muy dulce en su inmensa despreocupación, más entre su sonrisa crónica por excelencia, entre su cabello gris y alocado, y Sara sólo podía decir que era muy guapo, y que Katherine se veía bien a su lado, quizás, en otra época y él siendo soltero, ella hubiera hecho una de aquellas antiguas pero efectivas movidas.

 

- Es el mejor- dijo Romeo, como si se tratara de su mejor amigo. – Oh, Sara, quizás un día de la otra semana pudiera acompañarnos a un paseo por altamar, así le muestro la grandeza que construyó mi consuegro para mi familia y la belleza de Westport, en donde vivimos

 

- Claro, con gusto- sonrió Sara, sabiendo que aquello no pasaría, pues no se quedaba mucho tiempo, y Emma seguramente ya había organizado todo alrededor de su estadía.

 

- En fin, Sara- sonrió Margaret. - ¿Qué tan bien conoce a Sophia?

 

- Bueno, la conocí, la primera vez, hace un par de meses… y, pues, a través de Emma la conozco bastante, aunque filtrada por Emma, por supuesto, ¿usted la conoce?- tosió ante el humo del Louixs que fumaba Romeo y Phillip a la mesa, más mientras Katherine fumaba Vogue Cigarettes, y a Sara, realmente, el humo le molestaba, pues nunca había sido fumadora, por eso Emma se había acostumbrado a no fumar dentro de la casa, sólo en espacios abiertos, ni siquiera en el balcón de su apartamento.

 

- Sí, claro que la conozco- sonrió. – A través de Emma y Ella Natasha un poco más, pero es una persona transparente, grita las cosas sin decirlas

 

- Es una persona muy dulce- sonrió, viendo que, por fin, Emma y Sophia se despegaban para hacer la coreografía que todos estaban destinados a saberse; YMCA, pecado si no se la saben.

 

- Emma construyó nuestra casa en Westport, realmente debería venir a verla- dijo Margaret. – Le tengo mucho cariño, a la casa y a Emma…ha sido la mejor influencia para Ella Natasha, ay, no- resopló, bebiendo un trago elegante de su champán. – Me acuerdo cuando Emma hizo, del apartamento de mi hija, un lugar habitable- rió, con cierto descaro y burla, con osadía. – Y me consta que Emma es una buena persona… hasta me atrevería a decir, con su perdón, Sara, que, si Sophia no fuera merecedora de Emma, yo hubiera sido una de las primeras en decirle algo…- rió. – Emma es como una hija para mí, creo que es porque ha sido la única, de las amigas de Ella Natasha, que está disponible para ella todo el tiempo, y siempre le da el consejo correcto… hasta yo he recurrido a Emma para que haga entrar en razón a Ella Natasha, es como si la mantuviera anclada a la tierra- y eso ya era el alcohol hablando.

 

- Me alegra saber eso de Emma- sonrió Sara, un tanto conmovida, pues había cosas que, como mamá, ignoraba, pues sabía que Emma no le contaría todo, y no pretendía saberlo todo, pero se sentía bien cuando alguien pensaba y creía cosas buenas de sus hijos, de cualquiera de los tres.

 

- Créame, Sara- intervino Romeo. – Que Emma está muchísimo mejor que con Alfred

 

- ¿Con Alfred?- repitió un tanto confundida.

 

- Sí, usted sabe, con los problemas de drogadicción… todos le dijimos a Emma que no se involucrara con él, pero, dicen por ahí, que intentó ayudarlo… Sophia es otra historia, es una jovencita muy encantadora- sonrió Romeo. – Y baila muy bien- rió ante la mirada matadora de Margaret.

 

- Definitivamente está mejor ahora, sin malas compañías…- sonrió Margaret. – Y con eso de que está aliada con Trump Organization y está arrastrando a Ella Natasha en ello… ojalá y aprenda algo Ella Natasha, le vendría bien saber otras cosas… para que explore sus opciones

 

- Sí, dijo Phillip que la habían despedido del trabajo- dijo Katherine, en ese tono mofador, que, lo único que haría, sería calentar la conversación.

 

- No la despidieron, ella renunció- aclaró Margaret. – Ella Natasha no necesita trabajar, querida Katherine, tiene bastante de qué comer, con o sin su esposo…

 

- Pues, que aprenda a cocinar… porque no voy a dejar que mi hijo muera de hambre- y era intensa, con la mirada fría, de odio, a Sara no le cayó bien.

 

- No la voy a obligar a que aprenda a cocinar…- refunfuñó Margaret, que Romeo y Phillip hacían aquella expresión de “y ahí vamos otra vez”.- Así como no pretendo obligar a Phillip a que le dé más espacio en su closet- era una relevante alusión a que Katherine había obligado a Natasha a firmar aquel documento sobre el embarazo, o a la ida al ginecólogo. Margaret tenía ojos y oídos en todas partes de Manhattan, pues era su terreno, no el de Katherine. – No planeo meterme en su matrimonio cuando ni ha empezado… y esperaría que el respeto a su matrimonio sea de ambos lados- dijo, levantando su ceja, marcando el fin de aquella discusión.

 

- ¿Qué me estás haciendo?- murmuró Emma al oído de Sophia, que la había hecho girar y ahora sostenía, en su pecho, su espalda.

 

- ¿De qué habla, Arquitecta?- sonrió Sophia, desenvolviéndose al desenroscarse y estirar su brazo para clavarle aquella sonrisa con camanances.

 

- No sé qué hacía antes de que aparecieras- dijo a su oído, volviéndola a traer mientras aquella canción ícono de Santana empezaba a sonar. – Ni me acuerdo cómo me divertía en las fiestas, no me acuerdo cómo era

 

- Eso es lo que hace el alcohol- rió Sophia, dándole un beso en la mejilla.

 

- Dame un beso de verdad

 

- Ese fue un beso de verdad- levantó la ceja derecha en ironía.

 

- No, uno como éste- y, con aquella letra de fondo, aquella guitarra, aquella sensualidad que transmitía aquella canción de los noventas, Emma probó una vez más los labios de Sophia, un beso que gritaba deseo, pero más que eso, era que Emma sólo quería desinhibirse, dejar de pretender ante todos, al menos los que quedaban, que no eran muchos, que Sophia era algo más que su amiga, y, bueno, la mayoría pensó que era el alcohol, no el amor.

 

- Te amo- sonrió a ras de sus labios, que no era audible pero Emma lo sabía, lo había sentido, lo había escuchado, y Sophia besaba, a picos cortos y cariñosos, el labio inferior de aquella eminencia de Arquitecta.

 

- Yo también te amo, Sophie

 

Sara no tuvo que esperar mucho, pues, de repente, se encontró con que Emma y Sophia sonreían e interrumpían en la mesa, aquella plática amena y divertida entre Margaret, Romeo y Sara, pues Phillip y Katherine ya se habían retirado a descansar, y los novios ya se iban también, por lo que ellas también ya se iban y, con ellas, Sara. Margaret y Romeo a ser llevados al Trump Hotel, en donde se habían acomodado en la Suite Ejecutiva, una con vista a Central Park, pues, asombrosamente, no como Katherine y Phillip, Margaret y Romeo seguían compartiendo la cama juntos por algo más que el respeto y la rutina, pues seguían sintiéndose cómodos con la compañía del otro, que se daban un beso en los labios antes de dormirse, que se apoyaban en todo, no era que no se quejaran, porque eso era idílico para ya casi treinta años de casados, pero siempre se respetaban, y se hablaban, se tenían aquel cariño profundo, que, claro, sin pudores ahora, revivirían aquel momento en Los Ángeles en mil novecientos ochenta y cuatro, aquel enero temprano en el que Margaret había acompañado a Romeo para el cumpleaños de una de sus hermanas, aquel día en el que, luego de haber bebido unas copas de vino y haberse comido una suculenta hamburguesa en la barra del bar del Chateau Marmont, hotel en el que se estaban hospedando, habían concebido a Ella Natasha, que habrían querido que se llamara “Simonette” también, pero que no los dejarían tener tres nombres en aquella época, todo para que, hoy en día, existieran no sólo nombre como Torpedo Nuclear, o Apple, o Blue, ¿y eso era legal? En fin, regresaron al Trump mientras Phillip y Natasha caminaban aquella cuadra en sus atuendos de “marido y mujer”, pues no habían querido irse en Taxi, o en auto, simplemente querían caminar hasta su nuevo hogar, y Emma, Sophia y Sara se dirigían, de la misma manera, pero en Taxi, a su apartamento.

 

- Muy bonita boda- sonrió Sara al entrar al apartamento. – Y Natasha se veía espectacular

 

- Todo salió muy bien, excelente podría decir, de no ser porque Consuelo fue de blanco- dijo Emma, encogiéndose de hombros, importándole tres carajos la tal Consuelo, pues sabía que no la volvería a ver, al menos no hasta que Natasha bautizara a sus hijos, que faltaba mucho para eso.

 

- Eso es lo malo, que se acordarán de ella como “la que fue de blanco”, que no es una referencia exactamente bonita- rió Sara, viendo a Sophia pasar de largo al baño de visitas, pues, por no ir sola al baño de nuevo, se había esperado hasta llegar al apartamento. - ¿Te vas a dormir ya?

 

- En un momento, ¿y tú?

 

- Yo sí, estoy muy cansada, entre el Jetlag y tu amigo Thomas y el desvelo, estoy muerta- sonrió, abriendo la puerta de la habitación de huéspedes. – Te ves hermosa, Tesoro

 

- Gracias, tú también- dijo, colocando la bolsa con sus Stilettos contra la puerta de su habitación para ayudarle a Sara con la cremallera trasera del vestido. – Si te despiertas antes que yo y tienes ganas de salir, despiértame sólo para saber que saliste, ¿sí?

 

- Claro que sí, Tesoro, pero no creo que salga… me duelen los pies y seguramente estaré cansada todavía, Mamma non è più venti- rió.

 

- Bueno, por cualquier cosa, nada más- sonrió Emma, acariciándole suavemente los hombros a su mamá por debajo del vestido, que también poseía las mismas pecas, pero muchísimas más, se esparcían hasta su espalda baja. – Pasa buenas noches- le dio un beso en la cabeza.

 

- Buenas noches a ti, Tesoro… y dale un abrazo a Sophia de mi parte, de buenas noches, por favor- entró a su habitación y cerró la puerta.

 

Emma respiró hondo, dándose cuenta cómo algo, de un momento a otro, podía terminarse, así como una fiesta, se podía terminar un matrimonio, así como aquellos nervios habían terminado, así podía terminarse cualquier cosa. Y aquello daba vueltas en su cabeza, se preguntaba demasiadas cosas y se sintió incapaz de pensar en su habitación, por lo que ni abrió la puerta y se metió en la habitación del piano, a inhalar un poco de aire fresco desde el balcón. Lo de Sophia y ella, ¿estaba escrito en alguna parte que debía pasar? ¿Debía sólo pasar o debía ser? ¿Había sido realmente natural o había sido manipulado? ¿Por qué Volterra había metido a Sophia en su oficina y no con Hayek, si Segrate, el seductor frustrado, a Hayek no se le acercaba ni que le pagaran? ¿Por qué pasar por tanto problema, con la visa, por la hija de la novia que tuvo en el colegio y en la universidad? No, pero Volterra cómo sabría que a Emma le gustaría Sophia, pero aún, Sophia no podía ser hija de Volterra, al menos no sólo porque la trataba diferente, pues a Emma también la trataba así, sí, Volterra era la ventana de información real que tenía Camilla, eso era, simplemente eso. Pero aquello que Emma había hecho hacía ya un par de años, ¿qué con eso? ¿Por qué Volterra le daría dinero a Camilla? ¿Por qué tanto? No, simplemente no, y otra vez no, era porque Volterra la seguía queriendo, por no decir “amando”, y quizás, a pesar de Patricia, a pesar de haber enviudado, Volterra seguía atrapado en aquella época de romántico amor, quizás, sí. Todo tenía una explicación coherente y real, Sophia no era hija de Volterra, al menos no biológica, sólo era la hija de la mujer que amaba, porque hablaba de Camilla como nunca había hablado de Patricia, y quizás era su manera de llegar a Camilla de nuevo, no, quizás no, es que así fue, ¿qué mejor que ayudar a Sophia cuando no tenía trabajo? Volterra sí que estaba desesperado en aquel entonces pero, entonces, ¿por qué no traer a Camilla también? ¡Por Irene, claro! ¿Pero por qué sólo ayudar a Sophia cuando podría haber ayudado a Irene así como ella y Sophia lo estaban haciendo en esos momentos? No, es que Irene estaba bajo el dominio de Talos, por eso no pudo, y no trajo a Camilla porque quería estar lejanamente cerca de su otra hija. ¿Y Sophia no necesitaba de ella? Sophia ya había vivido en aquella cultura, no la necesitaba tanto, ¿o sí?

 

- ¿En qué piensas?- murmuró Sophia, entrando al balcón y abrazando a Emma por la cintura, pegando su pecho a su espalda y dándole un beso en su hombro desnudo, en el izquierdo.

 

- Tengo dos preguntas para ti- suspiró, apoyando su cabeza contra la de Sophia, quien seguía dándole besos cortos y suaves a su hombro. – Antes de navidad… ¿cuánto tiempo tenías de no ver a tu mamá?

 

- Cinco o seis meses, ¿por qué?

 

- Me dijiste que tenías como un año de no verla- resopló Emma, acordándose de aquella conversación tan evasiva.

 

- Porque es mi mamá… es como que yo te pregunte en dos o tres semanas hace cuánto viste, por última vez a la tuya, y me vas a responder que tienes una vida entera de no verla…

 

- Buen punto- dijo, pensando en que era una explicación válida. – Y eso me transporta a mi segunda pregunta, ¿por qué no vino tu mamá contigo?

 

- ¿A qué hubiera venido?- Emma se encogió de hombros. – Habla el inglés pero no ha vivido la cultura, mi mamá no tiene un grado universitario del cual valerse para conseguir un trabajo aquí, ni parecido al que tiene en la Sapienza… además, mi hermana quedaba allá, yo ya sabía cómo era vivir aquí, mi hermana la podía necesitar en cualquier momento… my mom didn’t give up on her, not like that

 

- ¿Por qué Volterra no le ayudó con Irene también? Si bien recuerdo, tú dijiste que le preguntó si ustedes estaban bien

 

- Mi papá no es precisamente un fanático de Volterra y mi mamá no se iba a arriesgar a perder a mi hermana para siempre, la ayuda que tú ofreciste la tomó porque venía de ti, o de mí, como sea, la cosa es que tú no eres Volterra… y, ahora que mi hermana va a empezar la universidad allá, dudo que mi mamá considere irse, en caso que Volterra se lo plantee… ¿por qué hablamos de esto?

 

- No sé, estaba pensando en lo que me dijiste sobre tu mamá… tiene que haber algo que no estamos considerando- sonrió, volviéndose a Sophia, tomándole las manos, envolviéndolas en las suyas para besarlas. – Pero creo que es sólo porque tu mamá siente que, con Irene, cedió demasiado, no peleó por ella… - la improvisación más ingeniosa, ahí estaba.

 

- Sí, puede ser… no lo había visto de esa manera…- susurró, volviendo a caer sobre el hombro de Emma para besarlo, pues es que le encantaba.

 

- ¿Alguna vez has pensado en qué hubiera pasado si Volterra hubiera ido tras tu mamá luego del divorcio?

 

- Sí, muchas veces… pero siempre supe que Volterra no iba a intentar nada con mi mamá… por mucho amor que hayan tenido en aquella época prehistórica, esto no es precisamente “The Notebook”- rió a ras del cuello de Emma. – Crecieron por aparte… lejos uno del otro, y dejaron que los años pasaran, no era que no se hablaran, porque sí lo hacían… hasta me acuerdo de un verano, no me acuerdo en qué año fue, que mi mamá se reunió con Perlotta y Volterra en Roma, por un café…y fue porque mi papá no estaba, no había llegado… y, sinceramente, creo que, por mucho amor que le tengas a alguien… si tú y yo estuviéramos enamoradísimas, así como ahora, y yo, por comodidad, decido fugarme con algún banquero, ¿tú crees que algún día podrías perdonarme eso?

 

- Yo te lo perdonaría… pero tu castigo sería vivir con la idea de que nunca te perdoné- dijo Emma, tomando suavemente a Sophia por los hombros para verla a los ojos.

 

- ¿Ves? Por eso no podría funcionar entre mi mamá y Volterra… aunque alguna vez tuve que escuchar que, la única vez, que mi mamá tuvo placer sexual, fue con Volterra… y la sola idea me aterra- rió.

 

- ¿Cuántas veces has tenido placer sexual?- sonrió Emma, un tanto ladeado hacia la derecha.

 

- La primera vez que, de verdad me disfruté como persona sexual, fue cuando estaba en la universidad… que me masturbé tan, pero tan rico, que fue la primera vez que tuve un orgasmo- y se sonrojó pues, para haber estado ya en la universidad, implicaban dos décadas de vida quizás. – Y, la siguiente vez que realmente tuve un placer sexual… fue contigo, aquel domingo por la madrugada… en el que vinimos a tu apartamento, así como hoy, de gala…

 

- Que ahora entiendo que, para mí, no fue sólo sexo… porque no quería divertirme, quería sentir y hacerte sentir placer… - susurró, acercándose cada vez a sus labios, pero lo hizo lento y doloroso, tortuoso, anticipativo.

 

- Tú no lo sabes…- susurró Sophia, sintiendo cada vez más el calor de los labios de Emma, que no la besaban, pero merodeaban por los suyos. – Pero me seduces todo el tiempo; con la mirada, con tus palabras… con la manera en cómo truenas tus dedos, con la manera en cómo caminas… con tu respiración… te me haces irresistible… y es peor cuando te haces sentir- susurró, cada vez más bajo, acariciando los labios de Emma al gesticular. – Cuando me viste de esa manera en Duane la primera vez… que me despedazaste con la mirada, sentí que me desnudabas, que me entrabas hasta los huesos, y me pareció que tu autoridad era sensual, esa altanería con la que me viste esa vez, que no me has vuelto a ver así nunca… sólo me dio ganas de saber a qué sabía la gran Arquitecta Pavlovic- la acercó por la cintura, pegándola a ella totalmente, y Emma, como cosa realmente rara, estaba empapada. – Porque sabía quién eras desde que me viste, pero eso ya te lo he dicho… y te me hiciste tan grande, tan grande que no podía tomarte entre las manos…porque alguien así de supremo, alguien así de imponente como tú, es tan grande y tan pesado que no sabes cómo pero quieres levantarlo y guardarlo, sólo para ti…  

 

- Por mucho que me halague estar entre tus manos… quisiera estar aquí también- susurró Emma, acariciando el pecho de Sophia. – Y no soy tan grande como piensas, ni tan imponente…

 

- Sólo es para asegurarme de que no te me escapas- resopló, citando a Emma de aquella noche en la habitación de Natasha, en la casa de los Roberts en Westport, en aquella fiesta.

 

- Puedo escaparme en cualquier momento- dijo en aquel tono calmado y bajo, rozando su nariz contra la de Sophia. – Pero no tengo la intención… porque te siento profundamente; en todo lo que hago, pienso y siento… porque te siento parte de mí… esa parte que nunca tuve y que ahora no sé qué hacer sin ella, esa parte que me hace suprema, intocable, invencible… esa parte que me motiva, que me mueve...

 

- ¿Y qué es lo que te mueve?- preguntó, así como aquella vez.

 

- Tú- respondió, y unió sus labios a los de Sophia en un beso de simple roce estático, pausó el beso para verla a los ojos, para asegurarse que era real y volvió a besarla, esta vez más profundo, entrelazando sus labios, degustándolos, gozándolos, disfrutando su suavidad, su sabor, su sensación. Pero Sophia la detuvo y le dio la vuelta, apoyándola contra la baranda del balcón, viendo el cielo colorearse cada vez con más claridad. – Nunca te lo pregunté, ¿qué te mueve a ti?

 

- La felicidad- susurró, tomando la cremallera de Emma entre sus dedos. – Y descompongo la felicidad en comodidad, placer y amor, y resumo esas tres cosas en una sola; en Emma Pavlovic… porque tengo comodidad emocional, tengo un lugar al que puedo llamar “hogar”, y me siento cómoda en él, viniendo a ti si algo me pasa, extrañándote si no estás, que me lleva al amor, que no hay nada mejor que sentir que me amas- y bajó la cremallera. – Y que tú me dejes amarte… porque no ha habido alguien que me haga sentir así de especial, y el placer… contigo tengo placeres que creí que se encontraban en distintos lugares; la risa- resopló, retirando el hombro del vestido del hombro de Emma. – La comida…- y lo dejó caer sobre el hormigón del balcón, dejando a Emma totalmente desnuda, pues Emma, en un vestido así, había decidido ir au naturale. – Pasar tiempo contigo es un placer… un inmenso placer…- y se inclinó sobre la cicatriz de Emma, aquella que había besado, sin saber su origen, la primera vez. – Y me das el placer, el completo placer, de ser mujer, porque así me haces sentir…- subió con besos por su espalda, hasta su nuca. – Me haces sentir que estoy y soy completa, feliz… me haces sentir tuya- y, de un movimiento, Emma se dio la vuelta y clavó sus labios entre los de Sophia, tomándola por las mejillas, simplemente dejando que su deseo por besarla se saciara, aunque ese deseo nunca se acabaría.

 

- Te amo, te amo, te amo- susurró a ras de sus labios, volviendo a besarla rápidamente, febrilmente, cariñosamente, enamoradamente, todo mientras, poco a poco, recogía, con ambas manos, el vestido de Sophia, todo para que Sophia, ya descalza, diera aquel minúsculo salto para quedar a horcajadas con ella, que Emma la llevó, sin mayor esfuerzo, mientras le bajaba la cremallera, hasta la habitación, y, una vez ahí, bajó su vestido hasta el piso, quedando ambas en absoluta desnudez mientras lo hacían constar entre sus besos.

 

- Ti adoro- suspiró, cayendo de golpe sobre la cama, cayendo bajo Emma, que aquel minúsculo sonido despertó a Sara. Y Emma seguía besándola mientras la empujaba, recogiendo su cintura con su brazo, deslizándola hasta recostarla sobre las almohadas. – S 'agapó̱- suspiró entre dientes, sintiendo a Emma como siempre pero potencializada, Sara escuchaba las voces, pero nada que pudiera distinguir, probablemente sólo platicaban antes de dormir.

 

Pero Emma abrazó a Sophia, y la griega trajo, hacia ella, a la italiana, y la besó en aquella oscuridad, manteniéndola entre sus piernas, acariciándole las mejillas, el cuello, los hombros, deslizando sus manos hacia su espalda, clavándole apasionadamente sus uñas, sintiendo la calidez de su piel en sus dedos fríos, repasando sus vértebras, aquella hendidura vertebral que se le formaba al apoyarse de la cama, o al besar su cuello, y no había nada mejor que aquello, que aquel roce cálido, y que Sophia sólo podía querer besar y abrazar a Emma, y que la sentía suya, sólo suya, porque quería creer y podía creer que Emma no tenía ojos para nadie más que no fuera ella, porque así era, y era recíproco. Aquellas dos mujeres, que en distintos momentos de sus vidas se declararon asexuales, no por decisión, no por sensación y tampoco por inclinación natural, sino porque no habían encontrado a aquella persona, hombre o mujer, de género irrelevante, que las hiciera sentir así; desde que las piernas les temblaran, o las manos les sudaran, hasta sentir un impulso sexual, y que era sano. Se seguían besando, entre sus respiraciones pesadas, los ruidos de cuando sus labios se despegaban y se volvían a unir, y hubo un momento que me confundió, pues se dejaron de besar, quedaron frente contra frente, nariz contra nariz, y sólo resoplaron al mismo tiempo, y Sophia irguió a Emma, más bien la sentó sobre la cama, entre sus piernas, encarándola en aquella celeste oscuridad, y volvieron a besarse entre una sonrisa disimulada. Emma se hincó, Sophia la detuvo con sus brazos por detrás de su espalda baja, abrazándola por la cintura y llegando a la cadera por su espalda, juntando ambas, de alguna manera, sus entrepiernas, que no iban a por un placer sexual, todavía no. Y entendí por qué, pues Sophia, de un movimiento lento y suave, terminó entrelazando sus piernas con las de Emma, al punto de unir su entrepierna con la de Emma, que no era una simple unión, era una fusión, tan perfecta, inigualable, como nunca la vi antes, que la crearon por cuestiones del destino ciego y oscuro, no por haberlo planeado, pues los labios menores de Sophia eran abrazados por los labios mayores de Emma, un roce directo de clítoris contra clítoris, que fue cuando Sophia gimió, y gimió deliciosamente sensual, de esos gemidos que excitan a terceros, a terceros que no se llamaran “Sara Peccorini”, pues aquello era realmente incómodo, y no había nada por hacer más que esperar.

 

- Slower, please- jadeó Emma, pues no sabía exactamente si era su clítoris o el de Sophia el que invadía su cavidad, una hinchazón más psicológica que física.

 

Y Sophia para eso se pintaba de todos los colores del arcoíris, se transformaba en Cashmere, y movía su cadera, de adelante hacia atrás, lenta y sensualmente, echando su cabeza hacia atrás, jadeándole al techo, a la madrugada. Emma no se atrevía a moverse, no porque no supiera cómo, sino porque le encantaba ver a Sophia así, así de libre y así de excitada, que no frenaba sus gemidos, que los dejaba salir por su nariz mientras su pecho se volvía una superficie cóncava, de hombro a hombro, y que sus senos reposaban tranquilamente y, por el mismo hecho de no ser extremadamente grandes, sino que cabían bajo la categoría de “de cómodo tamaño, suficiente”, se veía toda su redondez, con aquella característica separación por donde el sostén rodeaba externamente sus senos que, por el mismo hecho de usar el sostén de la talla y forma adecuada, no era tan notable. Emma se empezó a mover intercaladamente; cuando Sophia se retiraba, ella iba, cuando Sophia iba, ella se retiraba, y era un constante roce sensual y erótico, que no elevaba tono ni rapidez, simplemente se mantenía, y hacía que las dos gimieran sin restricción alguna; ruborizando a Sara, porque nadie nunca le dijo a Emma que las paredes, que no fueran de la habitación del piano, escuchaban, pues no tenía el revestimiento que aquella habitación sí. Sara escuchaba prácticamente todo, y se decía a si misma que podía ser peor, podría ser con aquel Fred, que ella siempre lo creyó un buen hombre, y podía ser sólo por sexo, por saciar aquella sed jovial, que ni tan jovial, porque podía sentir, entre los jadeos lejanos, que era más que eso.

 

Sophia, que era la que tenía más tiempo de no correrse, que sólo eran unos cuantos días, en realidad desde el martes, que ya era bastante para no estar en incapacidad femenina, agilizó el ritmo, y lo hacía un tanto golpeado, roce y frote al cien por cien, pero era un poco tosco, hermosamente rico para las dos, y, dejándose llevar, que Emma logró presentir aquello, introdujo su mano entre sus entrepiernas y frotó a Sophia, llevándola a caer de espaldas, con la cabeza al borde de la cama, y Emma no cesaba el roce, ni cuando Sophia se aferró, con ambas manos, de su cuelo, gimiéndole a los ojos, que sabía que Emma la veía a los ojos, y que sus caderas se movían sin su consentimiento, que sus entrañas se contraían cada vez más, retuvo su respiración y, soltándola en un gemido entre dientes, agudo y tembloroso, estalló en aquel enorme estremecimiento. Y Emma, al ver eso, aquella expresión facial de innegable e inconfundible placer, llevó sus dedos, los mismos con los que había frotado a Sophia, a su clítoris, a hacer lo mismo, y ahí, estando todavía entre las manos de Sophia, gimió una vez, y otra, apretando su mandíbula, jadeando entre dientes, frunciendo su ceño, entrecerrando sus ojos, hasta que, ¡Ah! Sophia la abrazó se aferró a ella y sintió su peso tembloroso sobre el suyo, ambas jadeando, exhalando champán por la boca.

 

Todavía intentaban recuperar el ritmo promedio de la respiración individual y colectiva. Aquello se sentía bien, se sentía sensual, se sentía femenino y hasta delicado, y Emma agradeció con una sonrisa, a quien sea, por estar en ese momento, buscó el cuello de Sophia con sus labios, aquello no terminaba, deslizó sus manos por debajo de sus hombros y la recogió, llevándola de nuevo a las almohadas, colocándose entre sus piernas de nuevo, paseando su mano derecha desde su cintura hasta su muslo, envolviendo su trasero en el trayecto, haciendo, entre sus besos y mordiscos gentiles y el roce de su mano, que Sophia gimiera suavemente, sólo por anticipación, por una cuestión realmente psicológica. Emma se mecía contra el torso de Sophia, y era sutil, nada grotesco, sin intención de hacerlo en realidad, sólo se estaba dejando llevar, y las manos de Sophia, que se aferraban a su espalda o a su nuca, sólo la alentaban a seguirse meciendo así, que era una sensación fuera de este mundo, pues la rigidez de los pezones involucrados era extrema, y era delicioso, innegablemente exquisito, más entre los alientos cortados de Sophia. Bajó por su pecho, no sin antes haber mordisqueado los espasmos musculares crónicos que tenía aquella griega en sus hombros, y besó sus siempre huesudas clavículas, intentó morder aquella piel que se alojaba sobre la escotadura yugular.

 

Rozó su nariz, hundiendo luego su mejilla, luego la otra, restregándose suavemente entre el valle de aquel pecho griego mientras la rodeaba con sus brazos, Sophia simplemente se relajó, pasando sus brazos por encima de su cabeza, recostándolos sobre las almohadas para mayor comodidad. Y era aquella delicadeza con la que Emma adoraba cada milímetro de su piel, con los cinco sentidos principales, y con muchos de los secundarios pero no menos importantes, de cómo se abría camino, con besos, hacia su pezón izquierdo, que era manía de empezar por el izquierdo. Pero lo besó con tal exquisitez que Sophia tuvo que gemir agudamente, gemido que Sara escuchó claramente. Tuvo un breve romance con cada pezón, porque le encantaba sentir la textura de aquellas areolas, tan suaves y uniformes, tan perfectas, y la rigidez del pezón en sí, que era pequeño en circunferencia y corto en altura, que el romance daba los resultados que Sara escuchaba, y no tenía otra alternativa más que aguantar la incomodidad, pues no era lo mismo discutir la vida sexual de su hija para incomodarla que vivirla, literalmente, a una distancia de no más de seis metros, con dos paredes de por medio, ni loca salía al pasillo. La Arquitecta bajó, respetando el protocolo que había estipulado para aquel cuerpo, con besos por su abdomen, que Sophia jadeaba, y su abdomen se hundía, “and it’s so cute when she does that”, y, cuando llegaba a su vientre, esa fina frontera entre su vientre y el comienzo de aquella letal arma, sacudía horizontalmente sus caderas, pero ya resolvía en abrir más sus piernas para Emma.

 

Emma besó los bordes de su vulva, que era aquella leve hendidura raquítica entre el muslo y el labio mayor, Sophia entrelazó sus dedos, quería “sufrir” de placer, y Emma paseó su nariz, la punta más bien, por aquella empapada sensibilidad sexual, porque no había mejor olor que el olor de una Sophia excitada, el olor de la excitación de aquella mujer que le cambiaba la cordura por la locura. Muy despacio, con la mayor de las paciencias, Emma pasó sus brazos por debajo de los muslos elevados de Sophia, tomándola por su abdomen, que Sophia las tomó en las suyas para besarlas. Pero no hubo mejor reacción que sentir la excitada exhalación en sus nudillos al lamer una única vez su clítoris. Emma cerró los ojos, igual que Sophia, y ambas se guiaron por la memorizada topografía de las ajenas partes del cuerpo que tenían a su disposición, haciendo las dos lo mismo: besando y succionando suavemente, inundando el amanecer con el ruido de aquellos besos que se intercambiaban.

 

- Mi amor…- balbuceó Sophia, apretujando los dedos de Emma entre los suyos mientras vivía aquel minúsculo respingo previo a su orgasmo. – Mi amor…mi amor- jadeó agudamente, creando un movimiento circular con su trasero, que yacía en su cadera, pero era suave, mecido, y era culpa de las caricias que la lengua de Emma hacía exclusivamente en su clítoris; que era que Emma colocaba, sobre su clítoris, su labio superior para tener un soporte, y, horizontalmente, despacio y seductoramente, paseaba su lengua, rozando no sólo su labio, sino también aquel hinchado e hirviente clítoris.

 

Sophia inhaló, haciendo ese sonido agudo al fondo de su inhalación, estrujó los dedos de Emma, contrajo sus entrañas, apretó fuertemente su mandíbula y sus ojos, y se dejó relajar en un leve sacudir de caderas, relajando su rostro, soltando su mandíbula para gemir sin restricción alguna. Todavía intentaba tranquilizarse cuando Emma recorrió el interior de sus labios mayores y menores, desde su vagina hasta su ardiente clítoris, recogiendo una, y otra vez, aquellos sabrosos y abundantes jugos, que tenían ese toque dulce al final. No fue suficiente, pues Sophia había secretado tanto lubricante, en aquella minúscula viscosidad que la caracterizaba en los días posteriores a su regular femineidad, que tuvo que recogerlos también desde el otro lado del perineo de su novia; lengüetazos suaves y lentos, que intentaban saborear tanto aquella mezcla de lubricante y orgasmo como del sabor local. Le encantaba sentir cómo Sophia se contraía al roce de su lengua, le parecía una reacción muy dulce. Y al fin, la Licenciada dejó caer sus piernas sobre la cama, dejando que Emma sólo pudiera darle besos, que eso fue lo que hizo; besos cariñosos en aquellos labios hinchados.  

 

- I love it when you moan and groan like that... – sonrió Emma, subiendo verticalmente, con besos, por su monte de Venus hasta su cuello, hasta llegar a sus labios.

 

- It’s inevitable when you’re making love to me- dijo entre su dificultosa respiración, soltando por fin los dedos de Emma, pues quería abrazarla mientras se tranquilizaba. El problema con aquello era lo siguiente, y yo también digo dos puntos: número uno, estaban un poco ebrias, tenían el volumen distorsionado por la música de la Boda, por lo tanto hablaban jodidamente fuerte, número dos, por el mismo hecho de que hablaban fuerte, Sara podía escuchar cada palabra, pues habían dejado de susurrar, que también era por el número tres, que se habían olvidado de que Sara estaba en la otra habitación, por lo que ni la puerta habían cerrado, y, en aquel momento, eso era irrelevante. - Oscar Wilde dijo en “The Importance of Being Earnest” que la única manera de controlar a una mujer era haciéndole el amor si era bonita… pero, si no lo era, si era plana y monótona, que la controlabas al hacerle el amor a otra mujer…- rió, no sabiendo exactamente de dónde había salido aquello.

 

- “Soy egoísta, impaciente y hasta un poco insegura. Cometo errores, estoy fuera de control y, a veces, soy difícil de controlar. Pero si tú no puedes aceptarme en mi peor momento, por el mayor de los carajos que no me mereces en mi mejor momento”- rió Emma a la defensiva.

 

- ¡Uh!- rió Sophia, sintiendo los dedos de Emma incrustársele juguetonamente en su cintura, sí, cosquillas.

 

- Marilyn Monroe- resopló, tapándole la boca a Sophia para que dejara de gritar y reírse tan fuerte. Y se detuvo, clavándole la mirada a Sophia en la suya, quitándole la mano de sus labios.

 

- If you can make me laugh, you can make me do anything- susurró Sophia, irguiéndose con su cuello para besar a su novia.

 

- Me encanta tu risa- murmuró, cayendo a su lado y abrazándola. – Pero no te obligaré a hacer algo que no quieras hacer, nunca

 

- Era una cita de Marilyn Monroe también- rió, volviéndose hacia Emma, cayendo con su cabeza entre su brazo y su pecho, utilizando su hombro de almohada.

 

- Me parecía conocida- sonrió, sintiendo a Sophia abrazarla por la cintura mientras entrelazaba sus piernas con las suyas.

 

- Tengo una pregunta para ti- Emma la abrazó por su cuello, pasando su mano por detrás de él, llevando sus dedos hacia el cabello para retirarle los Bobby Pins de aquel rubio moño. – Si pudieras escoger a alguien para que esté contigo hasta que literalmente la muerte los separe, ¿a quién escogerías?

 

- ¿Esa persona tiene que ser dentro de lo que ya tengo o dentro de lo que no tengo?

 

- Lo que tú quieras, pero quiero explicación- sonrió, paseando su dedo índice por su abdomen, acariciándolo suave y cosquillosamente, sin sentido, sólo para sentir su piel.

 

- Es una pregunta engañosa- murmuró, tratando de alcanzar uno de los restantes Bobby pins que se incrustaban en aquella melena. – Escogería a Meryl Streep- dijo sin pensarlo, que, a mí, en un principio, me asustó, pero tenía su punto. – I’m a big fan of hers… pienso que es una mujer muy interesante, y es inteligente, bastante simple; ha sido de mis clientes favoritos

 

- ¿Eres fanática de ella o de su trabajo?

 

- No puedes separar esas dos cosas, porque su habilidad es convertirse en lo que le pidan, transformarse, y sabe jugar astutamente… y creo que su personalidad real es la que la mayoría no ve, they mistake intention for affection

 

- ¿Y qué haría mi novia con Meryl Streep?

 

- No lo sé, tomar una buena copa de Pomerol del dos mil, darle jamón serrano y champiñones salteados en vino y hierbas, hablar de lo que sea…- enredó sus dedos entre el cabello rubio de Sophia y lo aflojó, habiendo tomado antes los Bobby Pins en su otra mano.

 

- ¿Por qué no escogiste a Natasha para tenerla para el resto de tu vida?- preguntó, preguntando, indirecta e implícitamente por qué no a ella.

 

- Porque las personas que tengo en mi vida, las tengo, ya las tengo…- le dio un beso en su frente, enterrando sus dedos alocadamente entre la melena ya floja, le gustaba jugar con aquellos cabellos rubios. – Creo que mantener una relación, de la índole que sea, es una cuestión de decisión… yo decido a quiénes tengo en mi vida y a quiénes no, yo escojo que Natasha esté en mi vida para siempre, escojo mantener a mi mamá muy cerca, escojo marginar y excluir a mi papá de mi vida… yo soy dueña de mis amistades, yo escojo hasta qué punto las dejo entrar en mi vida y por cuánto tiempo…- y suspiró, sintiendo la mano de Sophia envolver su rostro para alcanzar aquella coleta, para quitarle el Bobby Pin que sostenía el recubrimiento sobre la banda elástica, que se perdía al tener, en el ángulo, una de las argollas Tiffany que Natasha había llevado en su cabello. – Pero una relación no es sólo de una persona, es de dos… y yo puedo decidir los límites y la otra persona puede respetarlos o no, puede notar o no los límites…- sonrió, tomando la mano de Sophia en la suya y acercando su rostro, más bien sus labios, al de Sophia, rozando su nariz. – En cuanto a mi hermosa griega, la que ha logrado hacerme saber que estar demente no es suficiente, decidí hace mucho… no te puedo soltar, no te quiero soltar… y siento y pienso que no debo soltarte

 

- A veces…- susurró, enrollándose todavía más contra Emma. – A veces intento descifrar cómo logras poner palabras tan sencillas en una composición tan compleja, la manera en cómo les das un sentido propio sin intentarlo…

 

- Para mí hay tres formas de hablar…- sonrió, acariciando la mejilla de Sophia, abrazándola y sosteniéndola cual bebé entre su cuerpo y su brazo, como si la estuviera protegiendo. – Desde la boca, que es de donde viene el término “hablas porque tienes boca”, desde el corazón, que es motivo de que la gente hable más rápido de lo que piensa, que dice cosas que “en realidad no quería decir”, y desde la mente, en donde todo está estructurado y organizado, todo tiene un plan, una razón, una meta, y todo tiene sentido

 

- I’m listening- balbuceó con sus ojos ya cerrados, tomando a Emma por el borde externo de su seno izquierdo.

 

- Y está el término literal de “speak your mind”, que va a la velocidad del corazón y con la estructura de la mente, you say what you mean, and you mean what you say… and you don’t regret it, because you speak your truth

 

- Las verdades duelen

 

- Pero es mejor ser odiado por lo que dices que ser amado por lo que no dices- susurró, sintiendo la respiración de Sophia ya un tanto pesada, callada y tranquila. Cómo le encantaba que se durmiera así, enrollada contra ella, porque sentía que podía protegerla hasta de sus sueños, que nunca había escuchado que Sophia tuviera una pesadilla, pero sentía que podía darle su amor aún estando dormida, y le gustaba ver su expresión inofensiva, la paz con la que dormía, era como si a aquella mujer le duplicaran la belleza mientras dormía, se rebalsaba su perfección mientras transpiraba honestidad. – Escogí, para contigo, un verdadero “hasta que la muerte nos separe”- susurró, viendo hacia el techo, olvidándose de todo cansancio, de tener sueño. – Descanse, Licenciada Rialto- sonrió, dándole un beso en la frente.

 

Emma estiró su brazo, alcanzando el control remoto, sólo para encender aquella pantalla, pues se le antojaba, no ver las noticias, sino una buena película, quizás algo que le diera sueño. Había cosas que Emma realmente disfrutaba, cosas que sabía que gozaba al máximo y que las repetía, que las podía repetir exactamente al terminarse. En la literatura eran dos obras, magníficas en sus respectivos estilos; “Emma” y no por egocentrismo, sino porque era realmente bueno, y le encantaba, sobre cualquier obra de Jane Austen, “The Great Gatsby”. En la cinematografía no era exactamente una fanática de las películas nuevas, y con “nuevas” me refiero a las que salieron después del dos mil, pues le encantaba “Death Becomes Her”, porque la mezcla de su idolatrada Meryl Streep y de Goldie Hawn, añadiéndole a un sumiso Bruce Willis, era simplemente brillante, y era una película que caricaturizaba, de la mejor manera, al mito de la vida eterna y a la mitificación del narcicismo, y, contrastando aquella película, le gustaba “The Shawshank Redemption”, aunque también le gustaba “The Help”. En lo que a la “cuisine” se refería, no podía negarse nunca al sushi o a aquellos medallones de carne en salsa de pimienta y vino tinto con un poco de puré de patatas, y tampoco podía negarse a un poco de piña asada con helado de vainilla. Y había cinco canciones que nunca le aburrirían, “My Kind Of Love” de Emeli Sandé, “Cry Me A River” en la voz de Diana Krall, “White Knuckle Ride” de Jamiroquai, “La Cose Che Vivi” de Laura Pausini y “Dance Of The Knights” de Prokofiev.

 

Pero aquella vez no buscó ninguna de sus películas favoritas en Netflix, intentó, pero pensaba que si una película estaba bien hecha, merecía su absoluta atención y, en ese momento, Emma no estaba segura de si duraría más allá de la mitad de la película despierta, y por eso, sólo por eso, puso la película que, por excelencia, la dormía cada vez que intentaba verla, alguna de las películas de The Matrix, y sólo escogió cualquiera, pues sabía que se dormiría. En vez de aquello, logró ver aquella escena de la cuchara, logró ver hasta el final, hasta que los créditos tuvieran su tiempo, en realidad miró la película, pues de atención: NADA. Y todo era porque estaba pensando, constantemente pensando, progresando y volviendo al punto inicial; y más que todo era la palabra “matrimonio”, pero sabía que un matrimonio sin amistad, estaba condenado a la miseria sentimental; así como el matrimonio de sus papás, así como el de los papás de Sophia, así como no estaba condenado el de los Roberts. Y luego estaba también el tipo de matrimonio que es “vivir juntos pero separados”, así como el de los papás de Phillip. Pero para Emma todo tenía solución, así como todo tenía su razón. Pero las preguntas la atacaban también, ¿por qué quería casarse con Sophia? ¿Por qué caer en el convencionalismo de una relación? Y sólo Natasha tenía las respuestas que Emma misma tenía pero que no quería aceptar. Le dieron las once de la mañana y, al no tener a Sophia entre sus brazos, pues se había desplazado hacia las almohadas para mayor comodidad, Emma se levantó, por hambre y por necesidad de hacer algo, no sin antes haberle dado un beso a Sophia, que intentó despertarla, pero fue imposible. Se deslizó en su bata Burberry, de hace tres temporadas, pero le gustaba porque era de cachemira roja, y, ordenándose el cabello en un moño flojo, salió de aquella habitación, cerrando la puerta tras ella, pues se acordó que Sara estaba en la habitación del otro lado del pasillo.

 

“You know you’re in love when you can’t fall asleep because reality is finally better than your dreams” se dijo a si misma mientras abría el congelador y sacaba una botella de Pellegrino. La abrió, escuchando aquel gas escaparse por entre el tapón y, dejando que saliera con tranquilidad, abrió la otra puerta del congelador y sacó Cream Cheese y salmón. Sirvió ¾ del vaso con el agua, le dejó ir un generoso chorro de miel de abejas, el jugo de una lima y una de las mitades ya exprimidas, sacó dos Bagels y, utilizando el cuchillo correcto, los introdujo en la tostadora. Sacó un recipiente de vidrio y un tenedor, eneldo, menta, sal y pimienta, un poco de romero y aquella botellita de aceite de trufas, y revolvió todo aquello con  un poco de Cream Cheese en el recipiente, todo para que saliera el primer Bagel y tapizara con aquella mezcla la superficie, recubriéndolo con unas lascas de salmón ahumado, y nada mejor que aquello, hasta sonrió al sentir aquella mezcla de sabores. Y comió apoyada de la encimera, viendo la mañana neoyorquina a través del ventanal, saboreando lo crujiente del Bagel, la suavidad del salmón y lo cremoso que lo acompañaba. Hizo lo mismo con el segundo Bagel, que moría de hambre, tanta para haberse comido cuatro mitades, oh sí, y, habiendo limpiado todo, al menos enjuagado lo que había utilizado para colocarlo en la lavadora de platos, se dirigió con una nueva botella de Pellegrino en la mano, con un vaso virgen, hasta la habitación del piano, en donde se sentó ante él, sabiendo que, con la puerta cerrada, no sería la gran cosa, más si la caja estaba cerrada. Repasó las teclas con sus dedos mientras colocaba sus pies en los pedales, que siempre le dijeron que no utilizara su pie izquierdo porque era “de mal gusto”, pero a Emma eso le importaba tres carajos, y, sin saber qué melodía tocar, bebió un trago grande y apretado de su agua con gas, de aquellos tragos que le daban ganas de soltar una que otra lágrima por reacción al gas, y, apretando su cavidad nasal para no estornudar y/o llorar a causa de algo tan inofensivo como una bebida carbonatada, apretó un par de teclas, y, en cuanto se dio cuenta, se encontró tocando aquel Preludio en E menor de Chopin, al que la mayoría de las personas le llamaba “Suffocate” cuando en realidad se llamaba “Suffocation”, y a veces hasta ella le llamaba así, por error coloquial.

 

En aquel vacío mental en el que lograba no pensar en absolutamente nada, que le daba ventana a un espacio en blanco, tanto en color como en contenido, como si fuera el estereotipo de una institución de salud mental, pasó de acariciar las teclas a presionarlas con pesadez, con odio, pues al principio sólo presionaba suavemente, con su dedo medio y anular derecho, intercalando la B y la C, para luego un A#, y luego una A, pasar a un G#, A, B, D, C, E, A, F#, y que lo más lejos, que su mano derecha llegaría, sería a la E, pues los acordes finales eran, obviamente, graves. Y se encontró sin poder dejar de presionar las teclas, pasando de Chopin a algo menos pesado como Horner, en aquella mezcla de “My Heart Will Go On” y “The Portrait”, que le acordaba demasiado a Natasha, pues se acordó de aquella noche en la que corroboró su teoría de que la música calmaba a las personas, que aliviaba el dolor emocional, que fue la primera vez que tocó el piano, desde hacía tantos años, no para velar por la salud de las cuerdas y los martillos, sino para emitir una melodía. Era su mundo, su burbuja, en el que era más vulnerable que nunca, ¿pero quién dijo que ser vulnerable era malo? Terminó por tocar “La Solitudine”, algo más pop, y se equivocaba, pues sin partituras, ¿quién no? Y se sentía libre de equivocarse, porque equivocarse no tenía consecuencias, simplemente continuaba.

 

- Cierra la puerta, por favor- susurró Emma, deteniéndose de repente pero sin abrir los ojos. – No quiero despertar a Sophia

 

- Buenos días, Tesoro- sonrió Sara, caminando hacia ella luego de cerrar la puerta.

 

- Buenos días- respondió, reanudando aquella melodía mientras sentía el beso de su mamá sobre su cabello. - ¿Qué tal dormiste?

 

- No mejor que tú, supongo- y Emma se volvió a detener, respiró hondo y se volvió sobre el banquillo, tomando del suelo su vaso con agua para beberlo hasta el fondo. – No te avergüences…

 

- No he dormido nada, si es que lo tuyo era ironía

 

- ¿No?- resopló, cruzando su pierna al sentarse sobre el sofá en el que Sophia solía sentarse para armar aquel rompecabezas. Emma sacudió la cabeza. – Te veo cansada

 

- Porque no he dormido- sonrió un tanto divertida, cerrando cuidadosamente la caja de las teclas.

 

- No lo cierres- y Emma la vio con escepticismo. – Tengo veinte años de no escucharte tocar el piano- suspiró con cierta melancolía que a Emma le partía el corazón, pues era como lo que le había dicho a Sophia, en este caso ella podía perdonar a Sara por no hacer nada en el momento en el que tuvo que hacerlo, pero era el castigo de Sara vivir con aquello, y era un castigo que nadie le había puesto, nadie más que su propia moral y su propia consciencia. Se puso de pie y se sentó al lado de Emma, al lado derecho, como cuando estaba pequeña y tocaban juntas el piano, tenían su canción. - ¿Todavía te acuerdas?

 

- No la he vuelto a tocar desde aquella vez- susurró, viendo las manos de su mamá, pequeñas y femeninas, con sus uñas cortas y pequeñas, por las mismas proporciones de tamaño de las manos, con laca similar a la que Emma llevaba desde siempre, manos con las venas saltadas, con un anillo que nunca se quitaba, ni para dormir, un anillo grueso y de oro rosado, que, en medio, llevaba una franja de mármol marrón. - ¿Cómo estás?- murmuró, presionando el primer acorde y las primeras teclas, trabajando los tonos agudos, viendo a Emma colocar sus manos sobre las teclas correspondientes.

 

- Bien, ¿y tú?

 

- Mejor que tú… ¿qué te pasa? ¿Qué te atormenta?- aquellas dos mujeres, madre e hija, tan parecidas que hasta retiraban las manos de las teclas con el mismo gesto lento y ceremonioso. Emma sintió aquel nudo en la garganta, aquel mismo que había sentido cuando le tuvo que decir por qué estaba reclamando la herencia. - ¿Qué es lo que quieres decirme y no puedes?- Emma respiró hondo, cerrando sus ojos para evitar ceder a la angustia. – Las cosas están bien con Sophia, ¿no?

 

- Vamos por partes…- susurró con su voz quebrada, pues la cantidad de confianza también era intimidante. - ¿Qué tanto te afecta a ti el hecho de que yo esté con Sophia de la manera en la que estoy con ella?

 

- ¿A mí?- resopló con sus ojos cerrados. – Soy tu mamá… por mis hijos hago lo que sea, sea el hijo que sea, daría mi vida por cualquiera de los tres…

 

- ¿Por qué no ayudaste a Marco en aquel entonces?

 

- Porque no hay mejor manera de aprender que de los errores que tienen grandes consecuencias, Emma… mira lo que pasó; salió bajo fianza y lo volvió a hacer… pienso que cuando solucionas un problema por alguien, cuando les solucionas cada obstáculo, no les ayudas…

 

- ¿Por qué me ayudaste a mí?

 

- Los dos cometieron un error… pero el tuyo fue por “amor” y no por “ambición”… y había una diferencia muy grande...- aquellos tonos eran tan tranquilos, tan cariñosos y melancólicos que a ambas les evocaban aquellas tardes, cuando el sol se metía por la ventana y alumbraba sólo el teclado y el costado izquierdo de Emma. – Cuando tu hermano llegó a pedirme la herencia, lo único que vi en sus ojos fue el miedo a arruinar su reputación… la reputación se la hace uno mismo, como consecuencia de sus actos, Emma… y, cuando tú llegaste a mí, vi miedo, un miedo diferente, un miedo que nunca se me va a olvidar, el mismo miedo que vi en las vacaciones, y vi algo más importante… que se llama arrepentimiento, y eso es digno de admirar… porque no todos nos arrepentimos de todo lo que hemos hecho, pues si lo hiciéramos, ¿lo volveríamos a hacer? Y, aún así, Emma, no es obligación mía dar la vida por ustedes, no es una obligación legal, es algo que sólo sientes… que no está escrito en ningún papel, que no viene en ningún manual de maternidad… y una mamá da lo que sea por la felicidad de sus hijos

 

- Mi felicidad es con Sophia…

 

- He dejado que mis hijos sean felices de la forma que quieran, que hagan las cosas a su manera, yo no soy nadie para interferir en la felicidad de mis hijos… porque yo no soy feliz si ustedes no son felices… Laura es feliz, o al menos así parece estarlo, con ese filósofo por esposo que tiene, Marco supongo que es feliz porque no ha regresado de Londres… y si Laura y Marco han tenido esas libertades, ¿por qué no dártelas a ti también?- quitó sus manos de las teclas, interrumpiendo la melodía antes de la parte intensa, abriendo los ojos para volverse a Emma.

 

- Sólo quiero quitarme cosas del pecho

 

- Tesoro- sonrió, tomándole las manos en las suyas. – Mi única responsabilidad es no dejar que seas infeliz… a mí no me importa si te atraen los hombres, o las mujeres, o si te atraen los dos… no me importa si eres la mejor Arquitecta de Manhattan, del mundo entero o si eres simplemente “Emma Pavlovic”, tú eres mi hija y, hagas lo que hagas, siempre me vas a hacer sentir orgullosa… he visto cómo ves a Sophia, cómo te ve ella a ti, sé que la has dejado entrar en tu vida y ella a la suya. Es imposible conocerlo todo de la otra persona pero yo sé cuando tú confías en alguien, y la diferencia entre las confianzas que hay con Natasha y con Sophia… que son parecidas, pero nunca iguales

 

- Tengo miedo a equivocarme- suspiró, agachando la cabeza, pareciendo una niña de nuevo, que su mamá le recogía el flequillo tras la oreja izquierda mientras la veía con ojos maternales, llenos de preocupación y cariño, un amor que podía recibir una bala.

 

- De las equivocaciones salen cosas buenas también, Emma- sonrió, levantando la cabeza de Emma, dirigiendo su mirada hacia la suya. – No es una justificación, pero hay que ver el vaso medio lleno y no medio vacío - dijo, levantando el vaso de Emma del suelo. –El vaso está como está, no por coincidencia y complot del cosmos, sino por una razón… porque el vaso medio vacío o medio lleno también es ambivalente, está a la mitad...- tomó la botella de Pellegrino en su otra mano. – Y es decisión tuya…- susurró, bebiendo luego el agua hasta el fondo del vaso. – Si te tomas lo que hay en el vaso… o si lo llenas- y le alcanzó el vaso luego de haberle vertido agua. – El vaso no puede estar a medias toda la vida, ¿cierto?- levantó su ceja derecha, tal y como Emma la levantaba.

 

- Siempre he tenido un vaso medio lleno…- suspiró, poniéndose de pie para caminar hacia los libros de Harry Potter. – Tuve la suerte de nacer en una familia como en la que nací, en la que nunca tuvimos una preocupación económica, que tú dices que el dinero no compra la felicidad, pero acaba con las angustias de fin de mes… la familia era un poco disfuncional, porque no hay familia que sea totalmente funcional…- levantó el panel, revelándole la caja fuerte a Sara. – Pero tuve una buena educación, una buena cultura, tuve muchas oportunidades, y todo lo que viví en ese entonces, en lo que papá y tú me dieron, fuera bueno o malo, me hicieron lo que soy ahora…- digitó la contraseña y colocó su pulgar en el sensor. – Ese era mi vaso medio lleno…- abrió la puertecita y tomó en sus manos aquella cajita celeste. – No sé si es ambición… pero ya no quiero tener el vaso medio lleno- suspiró, dándose la vuelta y caminando con aquella cajita de reluciente celeste hacia Sara. – No sé si fui yo quien lo encontró, o si “eso” me encontró a mí…- destapó la cajita y dejó caer, sobre la palma de su mano, la cajita de gamuza celeste. – Eso que llena mi vaso… y quiero que se quede lleno hasta que la vida decida que debe vaciarse, ya sea hasta la mitad, o por completo- y abrió la cajita, mostrándole a Sara aquel anillo, que cada vez que lo muestra, me emociono, no lo puedo evitar.

 

- ¿Qué quieres que te diga?- susurró atónita, tomando la cajita entre sus manos, viendo aquel diamante amarillo brillar por el reflejo del sol que entraba por las puertas que daban al balcón, en donde estaba, tirado, el vestido de Emma, y que no se había acordado hasta ahora que lo menciono.

 

- La verdad

 

- No dudo que esto ya lo hablaste con Natasha- suspiró, cerrando la cajita con cierta pesadez. – Pero necesito respuestas

 

- Pregunta todo lo que quieras, que por eso te lo estoy diciendo… para aclarar las cosas, para no ir de escondidas a hacerlo, así como mi hermana

 

- ¿No es muy rápido?

 

- El tiempo es relativo e irrelevante…

 

- Hablemos, ¿si?- sonrió, alcanzándole la cajita a Emma para que la guardara en su lugar. – Cuéntame de tu relación con Sophia

 

- ¿Qué de todo?

 

- Todo… porque sólo supe que Sophia era tu compañera de trabajo y, de la nada, que era tu “algo”

 

- ¿Qué tal estás del corazón?- resopló Emma, volviéndose hacia la caja fuerte.

 

- Estoy muy bien… confía en mí, sólo quiero saber

 

- Está bien…- suspiró, manteniéndose de espaldas a Sara. – Mi relación con Sophia no empezó con un “cortejo”- dijo, haciendo las comillas con sus dedos índices por el aire. – Sophia me daba curiosidad en un nivel más profundo que sólo “curiosidad”… porque, por primera vez en mi vida, me dolía la indiferencia, o me encantaba la invasión a mi privacidad… no la perseguí, ni ella a mí, simplemente los planetas se alinearon y supimos que estábamos en la misma página; Sophia me ha dicho que ella es lesbiana- dijo, como si la categorización le molestara en el hígado. – Pero nunca había estado con una mujer, y le creo… pero la admiro, porque ella sabe que es lesbiana, yo no sé si soy o no soy, si lo soy por Sophia o qué…- cerró la puerta y deslizó el panel. – Todo lo que no hice en mis años de universidad, esas locuras de acostarme con alguien sin tener una relación, de tomar un riesgo estúpido… todo eso lo hice con Sophia… tú quieres saber, y yo te lo estoy diciendo, Sophia y yo tuvimos relaciones sexuales muchísimas veces antes de ser “novias”… que ni me acuerdo desde cuándo somos novias, porque no me importa, porque aunque sea esa fecha, yo fui suya desde mucho antes, y ella mía- Sara sólo la veía hablar con naturalidad, como si hablaba de cómo hacer un salmón al vapor, como si fuera cualquier cosa, y eso le venía bien, pues se lo hacía más fácil para asimilarlo. – Yo no sé cómo fue tu vida sexual con papá, o con quien sea, no te la estoy preguntando… pero mi vida sexual consta de tres personas, y Sophia es el final de mi vida sexual, porque es con la única persona con la que he podido saber y sentir qué es hacer el amor, he tenido la satisfacción de sentir lo que una mujer siente cuando la persona que ama le toma la mano en la calle, le abrí mi vida, mi corazón, las puertas de mi hogar, y nunca se sintió tan bien y tan correcto; con nadie más

 

- ¿Por qué quieres hacerlo?

 

- Podría simplemente quedarme viviendo con ella por el resto de mi vida… seguir un noviazgo vitalicio… pero tú una vez me dijiste que el matrimonio es algo sagrado…

 

- Bueno, yo no soy la mejor persona para hablar del matrimonio, pues vivo en eterno pecado por haberme divorciado…

 

- Mami… tú te casaste a la antigua, porque literalmente te casaron con papá… yo quiero casarme con Sophia porque quiero casarme con ella, porque sé que es la persona indicada, porque sé que es esa persona… y, te soy sincera, esta relación con Sophia es muy bonita, es casi perfecta… y no es perfecta porque es un jodido secreto…

 

- ¿Llamas secreto a besarla en público en la pista de baile?- rió Sara, sacudiendo su cabeza lentamente hacia los lados.

 

- “Yo no nací para encajar, yo nací para sobresalir”… y Dr. Seuss tiene razón, yo no quiero una relación secreta con Sophia, una relación así de bonita no debería ser secreto, no debería ser pecado tenerla, y mantenerla en secreto es quizás por vergüenza, porque conlleva riesgos… pero yo no quiero encajar en mi vida alrededor de una mentira, de que Sophia y yo sólo somos compañeras de trabajo, o que vivimos juntas porque yo tenía problemas financieros y Sophia necesitaba donde vivir- se encogió de hombros en ironía mientras enrollaba sus ojos. – Yo no quiero tener que negarle un beso a Sophia, nunca, jamás, porque no es justo que ella me de la felicidad y yo le niegue un beso, yo no quiero tener que negar a Sophia nunca…

 

- No la tienes que negar, la presentas como tu novia y ya, Emma…

 

- No te agrada la idea, ¿verdad?

 

- Volvamos a la pregunta inicial, ¿sí?- Emma tambaleó la cabeza de lado a lado. - ¿No crees que es un poco rápido?

 

- Puedes tener mil años o un día de relación antes de casarte, pero si no eres su amiga, antes que amante, novia, y todo lo demás, no tienes ni la más remota posibilidad de tener un matrimonio exitoso… yo lo vi en Natasha y en Phillip, lo viví al lado de Natasha, que esperó a cumplir los veintiocho para poder hacerlo oficial, pero los veintiocho para Phillip no eran los veintiocho biológicos… y les tomó más tiempo del que debió haberles tomado, todo porque respetaban una tradición de Margaret… y me di cuenta que todo se acaba rápido; Natasha pasó meses trabajando en un proyecto y su trabajo se acabó en cuarenta y cinco minutos, pasó meses planeando su boda y, en una noche, aquello es cosa del pasado, mi relación con Sophia puede acabarse antes de siquiera haber empezado… y sé que me estoy apresurando, que no tengo ni la más remota idea de lo que estoy haciendo o en lo que me estoy metiendo… pero se siente bien, siento que es lo correcto, no lo sé pero lo siento

 

- Tu planteamiento es bastante catastrófico…

 

- Sí, y es por eso que me pregunto: “¿qué es lo peor que puede pasar?” Y lo peor que puede pasar no es un divorcio, porque sólo es un papel, no es que terminemos nuestra relación, eso no es lo peor

 

- ¿Y qué es lo peor, Emma?

 

- Lo peor sería no haber aprovechado las “normalidades” que, supuestamente, la sociedad nos ofrece… amo a Sophia, y siento que me ama de la misma manera, esa es la verdad universal… quiero compartirlo todo con ella, oficialmente, que si, algún día, me pasara algo, Sophia pueda decidir mi paradero por ser familiar si no estás tú… así, quiero poner mi vida en las manos de Sophia… no puedo tener una familia completa, pero puedo tener una esposa, que me puedo referir a nosotras como la familia Rialto o la familia Pavlovic… - Sara respiró hondo, dibujando una sonrisa con sus labios y con sus ojos, y caminó hacia Emma.

 

- Emma, Tesoro… no puedo evitar que hagas una locura como esa… y tampoco quiero evitarlo

 

- Entonces…

 

- ¿Qué quieres? ¿Mi bendición?- rió, tomándola por las mejillas y sonriéndole a los ojos. – Es más fácil apoyarte en esto que tomar una bala por ti- sonrió. – El anillo está precioso, Tesoro…

 

- Mi vida es más fácil cuando sé que puedo contar con mi mamá- se lanzó en un abrazo que hizo sonreír a Sara, pues realmente nunca había visto así de feliz, ni así de decidida a Emma.

 

- ¿Sophia ya lo sabe?

 

- Planeaba que fuera sorpresa- sonrió traviesamente, con esa sonrisa de “yo no fui”.

 

- ¿Me cuentas mientras asalto el congelador?

 

- Está bien- sonrió. – Aunque, si quieres, podemos pedir que traigan algo…

 

- No, no te preocupes…sabes que puedo materializar algo comestible con lo que sea- guiñó su ojo, volviéndose hacia el piano para cerrar la cajuela de las teclas. – Sólo hazle un favor a tu estresante madre- resopló. – Quita el vestido de ahí- dijo, señalando aquel precioso vestido sobre el hormigón del balcón.

 

- Mamá…uhm…- murmuró Emma, pues tenía que saber si había escuchado algo.

 

- Nunca logré tener ese brillo- sonrió.

 

- ¿Cuál brillo?

 

- Ese brillo que irradias, ese brillo que sólo logras después de tú-sabes-qué – sonrió con ironía, más bien con burla, y Emma sólo se sonrojó, quedándose boquiabierta, intentando excusarse pero no pudo. – No te preocupes, no haré ningún comentario al respecto

 

- Gracias- suspiró en alivio prematuro, tomando el vestido, apuñándolo apresuradamente entre sus manos.

 

- Bueno, sólo que, aparentemente, sabes cómo le gusta a Sophia- rió, saliendo por el pasillo, a paso rápido para que Emma no la reprendiera a su modo.

 

- ¡Laura!- siseó entre su espeto, sabiendo que aquella rubia mujer, que caminaba descalza en aquella bata azul marino, sonreía ampliamente.

 

Pero, al ver que aquella mujer, que decía ser su madre, se dirigía en modo automático a la cocina, simplemente rió calladamente y entró a su habitación, en donde vio a una Sophia inconsciente, totalmente desnuda, acostada sobre su abdomen, viendo hacia el lado en el que Emma dormía, con su pierna derecha flexionada, que dejaba ver su exquisita y suculenta entrepierna. Emma arrojó el vestido sobre uno de los sillones y cerró la puerta, todavía sin quitarle la vista de encima a aquella hermosa entrepierna, tan vulnerable a jugar de “víctima”. Se veía preciosa, apetecible, inocente, como sin preocupaciones, y Emma se acercó a ella, con ganas de “postre”. Comenzó por darle besos en sus glúteos, besos pequeños y cortos que se acercaban cada vez más al medio y, mientras tanto, acariciaba, con sus dedos derechos, el muslo izquierdo de la dormida rubia, de la hermosa princesa. Emma no pretendía violarla, no podía concebir una relación sexual fuerte y violenta, ella no quería ser, para Sophia, así como había sido Fred con ella, pues Sophia se merecía caricias y satisfacciones suaves y pacientes, que no sólo la hicieran sentir mujer, sino una mujer completamente amada, que sintiera cómo Emma era suya y podía hacer lo que quisiera con ella, así como Marilyn Monroe dijo, sólo que, para Emma, la risa no era el punto de partida, sino Sophia misma. Dio un beso a sus dedos y los rozó suavemente contra sus labios mayores y menores, que le encantaba que la complexión de Sophia era distinta a la suya, y que era hermosa, como si se hubieran tomado todo el tiempo del mundo para diseñarla y cincelarla. Subió con besos por su espalda, sintiendo los suspiros transitorios de su novia al sentir el roce de la cachemira con su piel, al sentir la seda de los labios de Emma.

 

- Wake up, my Darling- susurró a su oído con una sonrisa, teniendo de fondo mental aquella canción que recién tocaba con Sara al piano, “Vocalise” de Rachmaninoff. – Sophie…- susurró, besando su mejilla y rozando su nariz contra la de ella, que estaba sobre la almohada. – Despierta, mi amor…- y alcanzó a darle un beso en la comisura de sus labios cuando Sophia respiró hondo, esa respiración que todos hacemos cuando nos despertamos. – That’s it… wake up, Gorgeous

 

- ¿Qué hora es?- balbuceó contra la almohada, que se había hundido totalmente en ella para rascar su rostro pero sin sus manos, para poder abrir los ojos, como todas las mañanas.

 

- Las doce y cuarenta y siete, mi amor- susurró Emma, acariciándole el hombro, repasándole la leve marca que el imbécil de Matt le había dejado con sus dedos.

 

- Fuck it…- suspiró, levantando, por fin, su rostro de la almohada, llevando sus manos a su rostro para despertarse mejor. – Me acabo de dormir- se quejó, volviendo a caer sobre la almohada.

 

- No, llevas seis o siete horas dormida, mi amor- pero sólo consiguió un quejido de negación rotunda. – Vamos, tienes que levantarte, sino, en la noche, vas a estar sin sueño- y consiguió el mismo quejido. – Levántate, por favor, tienes que comer algo… antes de que la resaca te invada

 

- Más tarde… tengo demasiado sueño- balbuceó de nuevo, abrazando la almohada por debajo de su cabeza.

 

- Por favor, Sophia- rió Emma. – Sino… habrá consecuencias… - y le hizo el gesto italiano de “Non mi importa”. – Have it your way, Sophia… because I wasn’t kidding

 

- No te tengo miedo- dijo contra la almohada, sintiendo a Emma colocarse entre sus piernas y acariciar su trasero.

 

- Get up- resopló, dándole una ligera nalgada en su glúteo izquierdo con su mano derecha, pero Sophia caricaturizó el sonido de un ronquido gracioso y exagerado, que hizo que Emma riera, y retirara su mano de su trasero. – Vamos, levántate- pero Sophia siguió con el ronquido.  Sophia no se dio cuenta ni cómo, ni cuándo, pero sólo gimió al sentir que Emma introducía dos dedos en ella, en su vagina, ¡Ah!, qué hermosa sensación. – Levántate- Sophia siguió con su ronquido, que ambas ya sabían que era para que Emma siguiera. Emma introdujo sus dedos hasta el fondo, presionando a su paso su GSpot, sacándole otro gemido que se disipó contra la almohada. - ¿Te vas a levantar?

 

- ¡Jamás!- gritó contra la almohada. - ¡Shit!- gimió con todas su fuerzas al sentir que Emma movía sus dedos de arriba hacia abajo. Iba directo a hacerla eyacular.

 

- ¿Te vas a levantar?- preguntó de nuevo, pero Sophia se negó con la cabeza, abriendo más sus piernas para Emma, elevando un poco su trasero para que la hiciera eyacular. – You get wet so fast- resopló, bajando a su trasero, girando sus dedos dentro de Sophia para hacerla eyacular en su boca.

 

- You get me wet so fast- la corrigió, llevando su dedo ya humedecido, entre sus jadeos, a su trasero, en donde empezó a acariciar su agujerito, qué antojo, por Dios, qué ganas de sentir placer.

 

Y lo que Emma sintió, al ver que Sophia introducía su dedo en su agujerito, simplemente se me hace demasiado difícil explicar, pues fue tan sensual y lleno de lujuria adormitada que se vio exquisito, ver cómo aquel delgado dedo invadía aquel agujerito, que el agujerito lo abrazaba, lo encerraba con presión, como siempre, y no era sólo eso, sino que era la mano delicada de Sophia, ver que a algo tan elegante, juzgando por su manicura y su complexión manual, le gustaba “some quite ‘dirty’ pleasure”, era la mezcla justa de picante y elegancia, era eso, picante. Emma que no cesaba sus movimientos, escuchando a la vagina de Sophia ceder ante sus dedos, ante el movimiento vertical que hacían sus dedos, que se despegaban de los contornos de aquella estrecha vagina, con aquellos ruidos húmedos, no, empapados, inundados, y que aquella vulva se inundaba de brillo que se deslizaba cada vez más hacia abajo, hacia el clítoris de Sophia, que Emma ahora rozaba con la palma de su mano. Sara sólo sonreía ante los gemidos de Sophia, pues sabía, desde el momento en el que Emma cerró la puerta de la habitación, que la despertaría con cariño, pero aquello no sonaba sólo a cariño, sino a un placer que era demasiado grande para la palabra misma. Y ahí estaba, Sophia pujó entre un gruñido sensual, expulsando los dedos de Emma de su vagina, expulsando aquel lubricante directamente en la boca de Emma, que ya la esperaba con una sonrisa que intentaba no dibujar con sus labios para no perder ni una tan sola gota de aquel tembloroso orgasmo de Sophia.

 

- Boy, you taste so good- rió Emma, succionando sus dedos para no desperdiciar aquellos jugos que los envolvían. – Are you gonna get up?

 

- Oh, sí- suspiró, que, de un movimiento brusco, tumbó a Emma sobre la cama, temblando por aquella eyaculación. – Te debo dos- sonrió, yendo directamente a su clítoris, pues Emma sólo llevaba aquella bata.

 

Sabía tan bien, era la mezcla de los jugos de la madrugada con los de ese momento, con los jugos que había secretado al ver a Sophia penetrar su agujerito, eran tan concentrado el sabor que a Sophia la volvía loca, la despertaba y la hacía querer hacer lo mismo que Emma: tragar hasta la última gota de aquel lubricante tan femenino. Emma no se resistió en lo más mínimo, simplemente abrió más sus piernas para Sophia, la tomó de la melena y se dejó llevar por la lengua de Sophia, y ni se diga de cuando su vagina fue invadida por dos largos y elegantes dedos, mano opuesta a la que Sophia había utilizado en su agujerito, y la invadían engañosamente; entraban y salían dubitativamente, hasta el fondo, provocándole gemidos celestiales. Sara nunca había presenciado un exorcismo, pero aquello parecía un exorcismo sexual, y sabía que era su hija la que gemía ahora, que le incomodaba, pero que era justo, pues, al menos, tenían una vida sexual bastante activa, por no decir “crónicamente latente”, nada que unos Linguine en vino tinto y Parmigiano Reggiano no lograran distraer, pues el proceso de lo que “en vino tinto” se refería, iba más allá de sólo hervir los Linguine y luego dejarles ir un chorro de vino tinto, no, era hervirlos en agua por tres cuartos del tiempo, drenarlos y verterlos en vino tinto hirviente para seguirlos cociendo. Y, justo cuando Sara arrojó los Linguine en el agua, que arrojó el paquete entero, Emma gimió entre dientes, más bien gritó entre ellos mientras se aferraba al cubrecama con ambas manos, elevaba su cadera y hundía su abdomen para dejar que aquel orgasmo la poseyera al cien por ciento.

 

- Tengo hambre- resopló Sophia, regresando al clítoris sensible de Emma, que Emma se estremeció ante los labios de Sophia.

 

- Mi mamá iba a cocinar, vamos a que te haga algo a ti también- dijo Emma con su voz entrecortada, falta de aire, sintiendo el dolor en sus dedos al aferrarse de tal fuerte y brutal manera al cubrecama.

 

- Pensaba más en una dulce venganza- sonrió, introduciendo nuevamente sus dedos en Emma, obteniendo un ahogo agudo que era digno de besar. – Y no me importa que esté tu mamá… que se entere de la clase de orgasmos que te doy- rió, introduciendo su pulgar en el agujerito de Emma.

 

- Oh, God…- sollozó, contrayendo sus agujeros, sintiendo suyos los dedos de Sophia.

 

- Me llamo “Sophia”, pero gracias por la comparación- rió, sacando un ego materializado que hizo sonreír a Emma, sonrisa que se le borró por placer, para morder su labio inferior por el lado izquierdo mientras fruncía su ceño y jugaba con su cabello, que Sophia, despiadada y placenteramente, implementaba aquella técnica que Emma misma había utilizado en ella en Venecia, hacerla eyacular, pero no tres o cuatro o cinco veces, sólo una, pues moría de hambre, y digamos que Sara no le era tan irrelevante. – Tócate… para mí

 

Murmuró aquello, ante aquella Emma que estaba en la perdición del placer, que tenía fuerzas y razón suficiente, únicamente, para gemir, para respirar y para llevar sus dedos a su clítoris, en donde Sophia vería aquel evento de descontrol supremo, ese momento en el que Emma Pavlovic era potencial Maria Sharapova, pues era lo único que la lograba descontrolar tanto, y con justa razón. Para Sophia, ver cómo Emma tocaba su clítoris, era como aquel momento en el que siete vidas corrieron magno peligro en “Totem”; intenso, potencial catástrofe, en el buen sentido, éxito seguro, asombro del público, emocionante, lleno de adrenalina, pues no había nada más sensual que ver a Emma, a sus inmaculados y arquitectónicos dedos, con esa laca YSL, ¡Uf, por los lugares por los que esos dedos pasaban! Ver el descontrolado control con el que Emma frotaba aquel botoncito inflamado, que estaba completamente tenso, que se asomaba por entre aquel femenino prepucio clitoriano y se fundía con sus tensos labios menores, una complexión digna de aplaudir. Y la manera en cómo Emma escondía su excitado rostro entre su antebrazo, que había pasado su brazo por detrás de su cabeza, era simplemente lindo, pues se coloreaba de rojo, desde la frente hasta el comienzo de sus senos, pero en su rostro era menos intenso, su cuello y su pecho, por efectos y defectos de los gemidos y esfuerzos por ahogarlos, se enrojecía con mayor facilidad, y le gemía a su antebrazo, rozando su nariz y sus labios a él para aguantar el descontrol. El secreto estaba en que Sophia se detenía, pues si lo hacía por más de quince o veinte segundos Emma eyacularía, y sólo quería torturarla para liberarla en un hermoso y potente orgasmo, uno que la dejara sin la capacidad de razonar. Hasta que se cansó, hasta que la mano se le empezó a acalambrar, que empezó a sentir aquel hormigueo, que abusó de su novia, de su sensual gemidora, hasta hacerla gritar, en un equivalente a un remate de Maria Sharapova, un remate seguro y brutal, que la hizo sacudirse sin dirección establecida, en un vaivén de caderas y pubis descoordinado, los gruñidos que salían por entre su tensada mandíbula y se alojaban bajo su ceño fruncido mientras Sophia la mantenía sobre la cama y recibía la mayor parte de aquella eyaculación en su cavidad bucal.

 

- Boy, you taste so good, too- resopló, limpiando a Emma desde su agujerito hasta su clítoris, tomando sus rendidos dedos para succionarlos lascivamente cual felación.

 

- Lo sé- gruñó Emma sensualmente entre sus dientes, dejando salir un “Grrr” demasiado sensual y gracioso que, a pesar de estar sin oxígeno, fue capaz de reírse hasta llorar al ver a Sophia retorcerse en una risa genuinamente de burla. – Buenos días, Licenciada- sonrió Emma, cesando la risa mientras se sentaba para acercarse a Sophia.

 

- Buenos días, Arquitecta- repuso, dándole un beso con sabor a ella, que fue capaz de introducir un poco su lengua, sólo por motivos de “porque sí”. - ¿Agua y jabón?

 

- Lavamanos y Bidet- sonrió, dándole otro beso corto en sus labios para luego ponerse de pie.

 

- No has dormido, ¿verdad?- dijo Sophia al verla a través del espejo mientras se secaban las manos, que ya se habían lavado casi todo lo que tenían que lavarse, pues la ducha venía más tarde. Emma se negó suavemente con la cabeza, colgando la toalla de manos en la barra que colgaba del lado de su lavamanos, pues había otra del lado de Sophia. - ¿Por qué?- Emma sólo se encogió de hombros. - ¿No tienes sueño? ¿No podías dormir? ¿Pesadillas?

 

- No podía dormir… creo que tengo demasiadas cosas en la cabeza ahora que la Boda de Natasha no ocupa el cuarenta por ciento de mi atención- resopló, saliendo del baño tras Sophia, quien se ponía su bata al cuerpo mientras caminaba hacia la puerta de la habitación.

 

- ¿En qué piensas?

 

- En que creo que esta semana voy a trabajar desde aquí… no quiero estar en el Estudio cuando estén remodelando el Estudio y tampoco quiero estar en la Trump Tower por mientras

 

- ¿Y tus cosas?- abrió la puerta, ya con la bata amarrada, que creaba el mismo escote que la de Emma, aunque la suya no era Burberry, sino La Perla. - ¿Las vas a dejar ahí?

 

- Mi oficina no la van a tocar, así que, si vas, te ruego que la cierres con llave… no es que haya algo confidencial ahí, pero, tú sabes…

 

- ¿Cómo que “si voy”?

 

- ¿Tienes trabajo por hacer?- guiñó su ojo con una sonrisa, viendo hacia la izquierda, en donde Sara cocinaba de espaldas al pasillo. Sophia sacudió la cabeza. – Considera tus días personales… que no aparecerán nunca en tu record- sonrió, caminando hacia la cocina.

 

- I love my Boss!- rió, haciendo reír a Sara.

 

- Buenos días, Sophia- sonrió, drenando los Linguine del vino tinto, que había utilizado botella y media de Chianti, nada elegante, y no era como que Emma se enojaría si drenaba un litro de Chianti.

 

- Buenos días, Sara, ¿qué tal durmió?- sonrió, acercándose al congelador para sacar una Aranciata.

 

- Muy bien, estaba demasiado cansada y caí como roca, ¿tienen hambre?

 

- ¿Qué haces?- preguntó Emma, materializando su iPhone de uno de los bolsillos de su bata.

 

- Linguine en vino tinto- sabía que a Emma le gustaban, y que nunca se había atrevido a hacerlos por miedo a estropear la receta. - ¿Los has comido así, Sophia?

 

- No, pero se escucha interesante

 

- ¿Interesante?- resopló Emma. – Espera a que los pruebes… vas a enloquecer con el sabor

 

- ¿Con qué se comen?- preguntó a Sara, pues vio a Emma bastante sumergida en su iPhone, probablemente revisaba su correo electrónico.

 

- Bueno, ahora que los he drenado, les dejas ir la generosa italiana de aceite de oliva, aunque veo que Emma tiene aceite de trufa blanca, que creo que le van a dar un toque bastante único…- sonrió, dejándole ir un buen chorro, a lo que se refirió con “la generosa italiana”, al recipiente blanco que había sacado, en donde había colocado aquellos Linguine violetas. – Aquí tengo Parmigiano Reggiano, fino, con una cucharada de ralladura de limón, un toque de nuez moscada, un poco de romero, un poco de eneldo y media cucharada de pimienta negra…

 

- Suena a que acabo de pasar de tener hambre a estar famélica- rió Sophia, sacando tres platos del gabinete superior. – Emma, ¿quieres?- Emma sólo emitió el “mjm” que tanto la caracterizaba, esta vez no era sinónimo de total atención, sino de total distracción, pues leía, en ese momento, un correo electrónico demasiado interesante. Oh, Volterra, ¿cuándo aprendería a revisar el destinatario de sus correos?

 

- También puedes comerlos al pomodoro y con feta, o al burro con mozzarella ahumado- dijo Sara, sirviendo, con maestría, aquella porción, que era más generosa para Sophia por tener más hambre que hambre.

 

- ¿Y con qué se acompaña? Digo, si están hervidos en vino tinto, no se toma vino, ¿o sí?

 

- Puedes acompañarlo con lo que quieras, algo que no le mate el sabor a vino tinto, supongo

 

- ¿Alguien quiere un Martini?- sonrió Emma, poniendo a un lado su iPhone, volviendo a la tierra con una expresión de incógnita total.

 

- ¿Tan temprano?- rió Sara, viendo que Sophia le arrojaba la cantidad perfecta de queso al plato de Emma, quien se encogía de hombros ante la pregunta. – Que sea sucio

 

- ¿Sophia?

 

- Que no sea sucio

 

- A sus órdenes- rió Emma, paseándose por el otro lado de la cocina, en donde la cocina dejaba de ser cocina y se volvía una especie de bar, que estaba al roce del ventanal.

 

- Tesoro, ¿alguna vez has comido en la mesa?- sonrió Sara, viendo a Emma sacar la botella de Gin y de Vermouth para luego sacar las tres copas. Emma sólo soltó una carcajada, pues nunca había comido en ella, más bien se la habían comido a ella sobre la mesa.

 

- No, usualmente como de pie, ahí, donde está parada Sophia- dijo, acercándose al congelador para sacar la bolsa de hielo y las aceitunas. – Esa mesa está de adorno, ¿verdad, Sophia?

 

- Speak for yourself, yo sí la he usado, una vez para comer y la otra para el obsoleto rompecabezas

 

- Al menos Sophia sí sabe aprovechar las superficies- dijo Sara, siendo totalmente ajena al chiste de “comer en la mesa”.

 

- En la tercera gaveta, de arriba hacia abajo, del gabinete del medio de la barra- dijo, sacudiendo aquella mezcla en el mixer, que sería el de Sophia y el de ella, pues no les gustaba sucio, a Emma ni con la aceituna dentro, a Sophia sí, por lo que le ponía siempre tres. – Ahí hay Placemats y servilletas, por si quieren arreglar y usar la mesa- guiñó su ojo, vertiendo aquel frío líquido en las dos copas, pero Sara no, simplemente se sentó a la barra, tomando el tenedor y la cuchara que Sophia le alcanzaba junto con una servilleta de papel. – O no- rió, encogiéndose de hombros al ver que Sophia se sentaba al lado de Sara y dejaba el plato de Emma sobre la encimera que encaraba a ambas.

 

- Dime, Sophia…- comenzó a decir Sara, con aquella voz que Emma sabía que hablaría sobre ella. - ¿Cómo es que no sabía yo que tenías una hermana?- Emma respiró en alivio, pues creyó que iría a por algo sexual, o quién sabía a por qué. – Digo, tuve que enterarme por medio de Camilla- sonrió, viendo a Emma atravesar las aceitunas con un palillo.

 

- ¿Por mi mamá?

 

- Sí, bueno, nos hemos tenido que reunir

 

- ¿Reunir?- repitió Emma, llevando la copa de su mamá entre sus manos.

 

- Sí, el Vaticano da un seminario de restauración y uno de curación Renacentista en el semestre de invierno- sonrió Sara, agachando la cabeza ante la entrega de su Martini, a manera de “gracias”.

 

- ¿Y tú das el seminario?- preguntó Emma un tanto indiferente, volviéndose hacia las copas de ella y de Sophia para llevarlas a donde comerían.

 

- No, yo sólo apruebo el currículum del Seminario… mi Seminario es de Barroco y es en el semestre de verano

 

- ¿Tía Carmen da el Renacentista?- sonrió Emma, alcanzándole la copa a Sophia, quien la veía con una sonrisa de perdición total.

 

- No, ella es Gótico y en verano…- sonrió. – En fin… llegué a firmar el currículum a la oficina de tu mamá- dijo, volviéndose a Sophia, y Emma se dio cuenta que ahí había algo raro.

 

- Perdón que interrumpa, ¿quién me dijiste que daba el Renacentista?- le clavó la mirada a Sara, quien se negaba a dársela. Oh, eso se pondría bueno en unos segundos.

 

- Giannini- sonrió, nombrando sólo el apellido de aquella persona, sí, “persona”. – Como te decía, Sophia- resopló, desviando nuevamente la mirada hacia ella. – Llegó tu hermana a la oficina, Emma no me había contado que tenías una hermana

 

- Sí, Nene…- sonrió, viendo la mirada cínica de Emma, la que buscaba con burla la mirada de Sara. – Va a empezar en la Sapienza en Invierno

 

- Es un amor- sonrió. – Me acordó mucho a Emma estaba empezando la universidad

 

- Emma…- resopló Sophia. - ¿Eras insoportable?- rió, y Sara también.

 

- Tomé un voto de silencio que me duró un año, juzga tú- sonrió. – Mamá… Giannini es nueva, ¿no?

 

- ¿Nueva? Se llama Bruno, Emma- dijo, enrollando la primera porción de Linguine en su tenedor, ayudándose de su cuchara. – Y lo transfirieron de Florencia hace un poco menos de cuatro meses, supongo que sí, cuenta como “nuevo”- Sophia simplemente se apresuró a introducir aquellos humeantes Linguine en su boca, todo porque ya sabía cómo terminaría aquello.

 

- Y… este tipo… el tal “Bruno”- resopló Emma, bebiendo a fondo su Martini, sin hacer una tan sola expresión de disgusto. - ¿Tiene algo que ver con que llame a casa a las ocho de la noche y no te encuentre?- “Busted.”, pensó Sophia, “She’s dating”.

 

- Bueno, puede ser, supongo que a veces me entretengo en la oficina… o salgo a cenar con Carmen, yo no sé, Emma Marie, no veo por qué Bruno debería ser la razón- dijo con el mayor de los descaros, pero todavía no podía ver a Emma a los ojos.

 

- ¿Cuántos años tiene el tal Bruno?

 

- Cuarenta y algo, no pasa de los cuarenta y cinco- y Sophia casi se ahoga, volviendo a ver a Emma, que parecía estar boquiabierta sólo con la mirada.

 

- Madre, véame a los ojos y dígame que no está saliendo con él- murmuró Emma.

 

- Emma, Bruno es sólo un compañero de trabajo

 

- ¿Y por qué no me ves a los ojos?

 

- Porque me parece ridículo- rió, viéndola por fin a los ojos. - ¿Qué estás insinuando?- dijo, Emma le dio la espalda y se dirigió al bar para hacer triple Martini.

 

- El Hobby de  Emma es leer a las personas- le susurró Sophia a Sara. – Se lo aprendió a Natasha

 

- Hago la aclaración- dijo Emma mientras sacudía su cabeza de lado a lado, que lo acompañaba con una sonrisa incrédula y divertida. – No estoy enojada

 

- Está enojada, ¿verdad?- susurró Sara a Sophia.

 

- Si sonríe y empieza a arrastrar las palabras clave… sí, pero, por ahora, no creo que lo esté- le susurró de regreso.

 

- ¿Por qué habrías de enojarte, Tesoro?

 

- Sophia, ¿alguna vez te dije por qué mamá nunca viene a Nueva York?- sonrió, sacudiendo aquel líquido en el mixer.

 

- ¿Porque queda muy lejos, le da pereza viajar en avión por tantas horas y le aturde el estrés de Manhattan?

 

- Exacto- sonrió, destapando el mixer mientras caminaba hacia su copa. – En escala del uno al diez, ¿qué tanto te costó convencerla?

 

- Uhm… no sé- se sintió acorralada.

 

- Dile, Sophia- sonrió Sara, enrollando Linguine en su tenedor.

 

- ¿Cinco?- sonrió, como si hubiera respuesta incorrecta, porque había nueve respuestas incorrectas, si no era porque había diez.

 

- ¿Estás segura que cinco?

 

- Le dije que sí de una buena vez, Emma…- intervino Sara, para acabar con la incomodidad de Sophia.

 

-Verás, Sophia- sonrió, enrollando Linguine en su tenedor. – Mamá no vino sólo a la boda de Natasha, no vino sólo porque tú le pagaste el boleto… vino porque las cosas con el tal Bruno se han enseriado y quería intentar armarse de valor para decírmelo de frente

 

- Le dije que no hay mucho que pueda ocultarle- rió suavemente Sophia, haciendo aquel gesto sobre sus labios, como si los cerrara con una cremallera. – A mí no me metan en eso

 

- ¿Es porque es menor o simplemente porque no sabes qué te voy a decir?- dijo Emma, comiendo más de sus Linguine, viendo a Sophia casi terminarse los suyos.

 

- No sé, la verdad no sé

 

- Yo quiero mi vaso lleno- sonrió, vertiendo la mezcla en su copa. – Quiero que mi vaso se rebalse- y no dejó de verter líquido hasta que se derramó sobre la encimera. – Tu vaso es tuyo, yo no pienso beber de él- Sophia no tenía la más mínima idea de lo que hablaban, en qué clase de código se comunicaban. – Así como tú no piensas beber del mío

 

- Está bien, está bien… sí, estoy saliendo con Bruno- y Emma hundió sus brazos, en ese gesto de “Success!” y alegría que a Sophia le pareció tierno.

 

- Why, Mrs. Peccorini, dating younger men?- resopló Emma en una burla, oh, cómo le gustaba molestar a su mamá.

 

- Él me buscó, no yo a él… además, son sólo once años de diferencia, que a tu edad podrían verse bastante, pero a mi edad ya no…

 

- Además, tu mamá está joven, se ve más joven que mi mamá al menos- dijo Sophia.

 

- No dije que tenía algo de malo- resopló incrédulamente. - ¿Tienes alguna fotografía?

 

- Tiene que haber una que otra en mi Dropbox- sonrió, materializando, igual que Emma, su iPhone de uno de los bolsillos de su bata.

 

- Dios, mi mamá es tecnológicamente minusválida- rió Sophia. – Del correo electrónico no pasa

 

- Bueno, no es que yo sea la izquierda y la derecha en la tecnología, querida Nuera- sonrió, encontrando la fotografía por fin. “¿Nuera?” se preguntaron retóricamente las otras dos féminas, que se entendieron con la mirada. – Pero cuando Emma te dice “te voy a mandar algo”, a veces es por distintos programas… yo ni sabía que Google tenía Gmail hasta que Marco me mandó un correo desde su cuenta de Gmail… creo que tu mamá y yo estamos en la misma página, sólo que a mí me obligan- rió, mostrándole a Emma al tipo aquel.

 

- Madre- suspiró Emma, sacando una risa nasal un tanto burlona. – No está nada mal- sonrió, mostrándoselo a Sophia. – Cuéntanos de él- Sara sólo ahogo las palabras en un suspiro pesado, que era seña de que no era nada bueno. – Aquí nadie te va a juzgar- sonrió, pues era cierto, al menos Emma no lo haría, a Sophia, como no le importaba, no juzgaría tampoco.

 

- Es divorciado… desde hace ocho o siete años… trabaja para el Vaticano desde que estuvo en la universidad… es el encargado de la Capilla y la Basílica

 

- ¿No era ese tu trabajo?

 

- Yo estoy encima de él- y Emma tuvo que reírse por la simple alusión sexual que aquello conllevaba. - ¡Emma Marie!- se escandalizó graciosamente, ahogándose con el último bocado de sus Linguine.

 

- Yo no dije nada- dijo, levantando los brazos para liberarse de toda culpa. – En fin, ¿tiene hijos?

 

- Dos… y aquí es donde creo que tú le vas a ver el problema- rió Sara. – Vittoria tiene dieciséis… y Luca tiene diez

 

- ¿Y qué tan serio es lo de ustedes dos como para que tú creas que yo le veo un problema a eso?- preguntó Emma, volviéndose hacia una Sophia cabizbaja, que sabía que pensaba lo mismo que Emma.

 

- Apenas estamos saliendo… pero los dos me conocen, viajan a Roma cada dos semanas a ver a Bruno, viven con Ravenna en Florencia… Ravenna es la ex-esposa de Bruno

 

- ¿Y…?

 

- Nada… tú sabes, para Vittoria soy irrelevante, y Luca me ve como su abuela- rió. – Porque sucede que la mamá de Ravenna es sólo tres años mayor que yo

 

- Espero que te des cuenta que no es porque estás o te ves vieja, ¿está bien?- dijo Emma, bebiendo luego de su Martini. – Porque eso, lo único que significa, es que Vittoria está consumida en su teléfono todo el tiempo y que la abuela de los Stronzetti se estrenó como madre demasiado joven- y Sara y Sophia simplemente rieron ante “Stronzetti”, pues, es que no era normal escuchar a Emma decir palabras así, menos para referirse a “niños” con “little fuckers”. – Y también significa que Sara Peccorini tiene muchísimo más sex-appeal que la tal “Ravenna” 

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