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Antecedentes y Sucesiones - 4

en Grandes Series

Gracias a todos por su apoyo. Ya veremos cómo evoluciona todo. Un saludo ;)

E.-

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Sophia había salido a fumar los últimos cuatro cigarrillos de la cajetilla, ahogada no en humo, pues eso sería una bendición, sino más bien en una aflicción que la invadía ocasionalmente, la que no entendía por qué se materializaba. Caminó, como siempre, por el Parque Sempione, se sentó en la misma banca de siempre, con un poco de frío al sólo vestir su típico cárdigan negro, pues ya había establecido que, con ropa negra, era casi imposible equivocarse, y así era como iba a trabajar todos los días, intercalando Banana Republic, a veces Gap, que eran marcas que obtenía porque Talos hacía pedidos a Estados Unidos muy seguido, otras veces, sino casi siempre, Benetton, y algunas lujosas como Loro Piana, Prada, Versace o Marni, pero siempre iba de negro menos los Stilettos, que había sido en Milán en donde había encontrado la fascinación por la mágica altura de un buen tacón, que la mayoría los obtenía, por órdenes de cinco en cinco como máximo, en Armani por ser empleada, pero tampoco podía resistirse a los Nine West Peep Toe, o a los Stuart Weitzman, y su conocimiento de la moda llegaba a extenderse un poco más allá del conocimiento público, pues era parte de su trabajo, pero aun así gozaba de las coderas en sus chaquetas y en sus cárdigans, de sus jeans Guess y de sólo variar su conservador pero elegante estilo con Stilettos de colores fuera de lo común; rojo, cian, magenta, amarillo, algunos negros, pero todos de gamuza. Su dependencia cigarrera, que decidió que lo empezaría a dejar poco a poco, que quizás le tomaría años, quizás no, pero valía la pena intentarlo, lo decidió en una noche, junto con mucha cerveza en la sangre, pues se se dio por vencida y empezó a querer dejarlo, todo aquello no podía doler tanto como las resacas que se estaba auspiciando cuatro días a la semana.

 

Su grupo de amigos, no eran sus amigos en realidad, pues sentía las barreras impedirlo, tanto la suya como la de ellos, y podían charlar, emborracharse, así como en los últimos seis meses, podían ir de club en club, a cual más chic, y podían amanecer todavía ebrios en algún sofá de alguna de las residencias que daba el trabajo, podían hasta besarse en la imaginaria confianza que se tenían, pero ninguno bajaría la guardia, ninguno se dejaría del otro, todo porque la competencia en el trabajo era demasiado alta y cualquier error podía costar la plaza. Tenían diversión como extraños, y nada más. Sophia ya no se sentía tan ajena a aquel mundo; iba de lunes a jueves al taller, martes y jueves a clase de cocina, y viernes y sábado olvidaba hasta su nombre entre tanta cerveza y tanto vino tinto, entre los bailes eróticos que Gio le daba, el más gracioso pero el más desgraciado de los dos, y entre las clases de baile que Francesco intentaba impartirle, a veces intentaba enseñarle un poco de Samba cuando iban a un club brasileño en un callejón no muy frecuentado, y se encargaba de aflojarle las caderas a la rubia griega, a veces le enseñaba un poco de un supuesto merengue, y todo era porque Francesco, de pequeño, soñaba con ser bailarín profesional de ritmos latinoamericanos, pero a sus papás les pareció que eso no era de un hombre viril y por eso lo dejaron estudiar diseño de muebles, creyendo que sería carpintero por automaticidad, y eso era algo que se aprendía en un seminario o taller aparte, que, en ese caso, Sophia era más “viril” que Francesco porque sí sabía de carpintería y de muchas otras técnicas de construcción práctica mientras que Francesco lloraba cuando se limaba mal las uñas; arte de ser mujer era ser cocinera y carpintera de secreta profesión y pasión y todavía tener manos pulcramente presentables, siempre manicuradas de Rouge Pop Art o de Violet Baroque para esconder uno que otro hematoma por un martillazo que se podría haber debido a tres opciones: a) remota ebriedad, b) visión borrosa por llanto, c) distracción por alguna llamada a su teléfono. Sophia se sentía como que necesitaba crecer, madurar, y que no podía, que en vez de hacerlo se cerraba al mundo y a ella misma, que Milán definitivamente no era lo que ella quería para toda su vida, pues le gustaba más Roma, pero, ahora que sus abuelos ya no estaban, ¿qué gracia tenía? Y, por Atenas, había adquirido más bien un sabor a disgusto que de ser acogedor, tal vez porque cada día que pasaba, sabía en la cárcel en la que vivía su mamá.

 

*

 

- Em…- suspiró Phillip, apoyándose del marco de la puerta mientras Emma se veía en el espejo. – Estás guapísima- sonrió, recién duchado y rasurado, sin camisa y sólo en pantaloncillos blancos a cuadros azules.

 

- Gracias- sonrió sonrojada, abrazándose a sí misma por los nervios, sintiendo los brazos de Phillip envolverla y escuchando a Papi correr, en lo que su tamaño le permitía, hasta enrollársele entre los pies.

 

- ¿Estás bien?- Emma asintió. - ¿Segura?

 

- Sí… ¿de verdad me veo bien?- y la pregunta era un poco tonta, pues, entre Camel Croisière en sus labios, Blush No. 6, Eyeshadow No. 2, Waterproof Eyeliner No. 1 y Mascara negra que alargaba sus pestañas, todo sacado de YSL, se veía más que bien, más en su moño flojamente fijado.

 

- Mejor que nunca- sonrió con ella a través del espejo. – Natasha llamó, que a Sophia le falta un poco pero ella ya viene en camino- Emma asintió, viendo a Papi frotarse contra sus tobillos. – Yo también estaba nervioso- murmuró, obteniendo la mirada de Emma a través del espejo. – Siempre pensé que sólo era una formalidad, pero no sabes de lo que hablas hasta que lo vives…y podrá ser sólo una formalidad, pero te logra emocionar, hay momentos en los que te preguntas si la palabra “matrimonio” va a complicar las cosas como por arte de magia, pero no, life itself is complicated- guiñó su ojo. – Sophia y tú tienen un nivel de comprensión bastante alto, algo que yo quizás no tengo con Natasha, porque hay cosas que no entiendo sobre las mujeres, para eso estás tú- rió. – Y piensa que esa unión será válida en Nueva York, pero no en Nebraska, y pueden ser novias en otro lado, quitarse el peso por si no lo aguantan…pero créeme, creo que el secreto de que un matrimonio funcione es dejar que funcione por su cuenta, porque si ustedes pueden soportar una unión de trabajo, una unión económica, una unión de hogar, una unión sentimental, que son las uniones que ya soportan y disfrutan, es porque aquí- dijo, apuntando el pecho de Emma. – Ya están más que casadas- rió. – Disfruta tu día, preocúpate por tomarte tu tiempo para arreglarte y déjale todo lo demás a mi esposa y a la “encargada” del “evento” en el hotel

 

- Gracias- sonrió, volviéndose a él y abrazándolo, que fue cuando Papi empezó a ladrar porque Emma no era Natasha, qué cosas no habría visto Papi.

 

- Eres mi cuñada, mi mejor amiga, de la familia, Emma María- y le dio un beso en la cabeza, viendo su reloj, que marcaba las cinco en punto.

 

- Y tú mi hombre favorito, Felipe- dijo en tono de telenovela, escuchando el ascensor abrirse con el típico timbre y viendo a Papi salir corriendo, en lo que su tamaño le permitía, hacia el recibimiento efusivo de Natasha.

 

- Life’s too short to worry, life’s too long to wait- guiñó su ojo, dándole una palmada cariñosa en su hombro izquierdo. Aparentemente aquel “novio” de Sophia tenía una vaga idea, pero tenía una mala ortografía.

 

- ¿En dónde está mi Papi?- llamó desde la entrada Natasha en su voz aguda y consentidora, causándoles una risa a los tres humanos restantes en el Penthouse. Se escuchaban los gruñidos juguetones de Papi y los típicos “lindo” que Natasha le regalaba mientras lo acariciaba con cariño.

 

- Mi amor- llamó Phillip, asomándose con Emma por el pasillo. – Dios mío- se paralizó, viendo a su perfecta esposa darle sentido y perfección a un Alba Updo y al maquillaje YSL. – Te ves hermosa- balbuceó.

 

- Guapo, espera a que me ponga mi vestido y mis Stilettos- sonrió, guiñando su ojo, trayéndole una risa a Agnieszka, quien se encargaba de recoger las cosas de Natasha para llevarlas a la habitación. – Emma, sal de la sombra de Capitán América- demandó, refiriéndose, con ese título, a Phillip. - ¡Ahhh!- gimió casi tirándosele encima a Emma de la emoción. – Por el coño de Atenea…- suspiró, dándole una vuelta a Emma con su mano. – Per.Fec.Ta- sonrió, ahorcándola en un abrazo fraternal lleno de emoción.

 

- Tú también te ves muy bien, amor- sonrió, respondiéndole el abrazo, tomando el cuidado de no estropear ni peinado ni maquillaje.

 

*

 

Cinco de junio de dos mil once. El episodio de “ESO”.

 

- Por favor, si es de “Bank of America” ya le dije que no estoy interesada - balbuceó Emma al teléfono, pues estaba dormida.

 

- Em, Em, soy yo- sonaba agitada, asustada.

 

- ¿Nate?- abrió los ojos, viendo su iPhone, no explicándose cómo Natasha le había llamado al apartamento y no al móvil.

 

- Emma, tengo una emergencia- tartamudeó, hasta parecía que estaba a punto de hiperventilar.

 

- Cálmate, Cariño- se despertó, sentándose de golpe en la cama. - ¿Qué pasa?

 

- ¿Puedes venir a la cuarenta y dos y séptima?

 

- ¿A Times Square? ¿Qué haces en Times Square, Nate?

 

- Por favor, trae dinero- dijo, desesperada, con su voz quebrada, definitivamente estaba al borde del colapso.

 

- Está bien, está bien, llego en quince minutos- colgó. – Fred- balbuceó, dándose cuenta que aquel robusto hombre se había quedado a dormir. – Alfred- gruñó, moviéndolo por el hombro.

 

- Nena…- respiró hondo. - ¿Qué pasa?

 

- ¿Qué haces tú aquí?- se enojó, poniéndose de pie y dirigiéndose a su clóset.

 

- No quería ir a casa, pensé que podía hacerte compañía- sonrió, siendo cegado por la luz del clóset. – Nena, me encanta verte dormida

 

- Fred, no me acoses, por favor- dijo apresurada, deslizándose en el primer jeans que había visto.

 

- Nena, ¿qué haces?

 

- Tengo que salir- se quitó la camisa y sacó el primer sostén que su mano agarró; un amarillo, realmente al azar.

 

- Es casi la una, ¿a dónde vas?

 

- A Times Square- murmuró, metiéndose en una camisa desmangada que había sacado casi al mismo tiempo de estarse poniendo el sostén.

 

- ¿Hay Flashmob?- Emma sacudió la cabeza. – Nena, a esta hora, en Times Square, sólo hay turistas, locales abiertos y vendedores de cocaína

 

- No voy a preguntar cómo sabes lo de los vendedores de cocaína- gruñó, sacando sus zapatillas Converse blancas, aunque ya maltratadas, y apagó la luz. – No sé a qué hora regrese- tomó su bolso.

 

- Nena, te acompaño

 

- No, no, quédate si quieres, pero voy sola- tomó su iPhone y su reloj.

 

- ¿Me puedes traer algo de comer? Estoy que me muero…

 

- Hay comida en el congelador- dijo, desapareciendo por el pasillo. – ¡Que no vengan los bomberos!

 

Y cerró, la puerta, respirando profundo, exhalando en libertad, y no se explicaba exactamente por qué pero no le había agradado encontrarse a Fred dormido a su lado cuando habían acordado que los domingos no dormiría ahí, nunca, pues le gustaba la compañía pero tampoco tanta compañía porque sentía que su espacio personal era invadido. Estando en el ascensor, pidió un Taxi por teléfono, que, por la excelente ubicación, cualquier Taxi llegaba en treinta segundos o menos, para que, cuando saliera al Lobby, sólo tuviera que hacer el cruce de brazos reglamentario y se materializara el sedán amarillo. Se dirigió a la dirección que le había dado Natasha, tardándose exactamente cinco minutos y seis dólares, el tiempo insuficiente para saber qué le pasaba a Natasha, pues ahí, en Times Square, Fred tenía razón, sólo había tiendas, uno que otro restaurante y básicamente eso, dejando fuera a los turistas y artistas callejeros, pero si Natasha le había pedido que llevara dinero era porque quizás le habían robado el bolso y, por tener la mala, o buena, costumbre de guardárselo en el bolsillo del pantalón, había logrado salvar su iPhone recién adquirido. Y quizás estaba en un restaurante, comiendo sola por ser domingo, pero, ¿por qué no llamó a Phillip? Quizás no le contestó.

 

- Em- gimió, lanzándose en un abrazo necesitado.

 

- Nate, ¿qué pasa?- preguntó, retirándola de sus brazos, notando que tenía su bolso colgando del hombro.

 

- Mierda…- suspiró, enterrando su mano en su bolso, buscando algo en aquella profundidad. – Caminemos a Walgreens mientras lo encuentro

 

- ¿A Walgreens? ¿Mientras encuentras qué?- pero ya habían empezado a caminar.

 

- Necesito que seas mi amiga y mi hermana, no mi mamá, por favor- suspiró, intentando atravesar una corriente de turistas.

 

- ¿Qué hiciste?- la volvió a ver, pero no conseguía encontrar la mirada de Natasha. - ¿Qué no hiciste?- se detuvieron frente a la puerta de Walgreens, pero Natasha no respondió, sólo le dio a entender que entraran con un giro de cabeza.

 

- No me regañes, por favor

 

- ¿Por qué te voy a regañar?

 

- No te enojes- dijo, intentando no sonar como un potencial colapso nervioso mientras tomaba una canastilla y se dirigían al segundo piso por las escaleras eléctricas.

 

- Nate, no quiero enojarme, pero no me dices qué está pasando, ¿qué hacemos en Walgreens a esta hora? ¿Se te acabaron los tampones y no sabes qué marca ni qué tamaño comprar?

 

- Es que no hice algo y ahora pasa algo

 

- ¿Qué no hiciste?- repitió, ya desesperada por no tener una respuesta concreta. Doblaban hacia el fondo, entrando al pasillo de tampones. - ¿Se te rompió el cordón del tampón y no te lo puedes sacar?- rió, pensando en lo poco probable que eso era pero que era lo único que podía tener sentido.

 

- Yo…- suspiró, sacando una barra blanca, larga y delgada, de su bolso. – Es positivo- se lo alcanzó y Emma, sin verlo, comprendió.

 

- Holy…shit- le arrebató la canastilla a Natasha y buscó las pruebas de embarazo. - ¿Cuánto tienes de retraso?

 

- Dos semanas y tres días

 

- Mierda, Natasha…- espetó, tomando una prueba de cada marca, habiendo quince en total. - ¿Y la protección?

 

- Se suponía que no estaba ovulando- trató de excusarse, pero no era una excusa válida, no para Emma, no para el Siglo XXI.

 

- Toma dos botellas de agua y te las tomas para hace cinco minutos, ¿entendiste?- se dirigió a la caja, en donde la vieron raro, obviamente por las quince pruebas de embarazo y los dos litros de agua embotellada. – Asumo que estoy pagando yo porque tu mamá ve en detalle tu estado de cuenta mensual- Natasha asintió entre su ahogo de medio litro. – A mi apartamento no podemos ir, Fred me dio la sorpresa de quedarse a dormir

 

- I can’t be pregnant- dijo entre su agitación nerviosa por intentar tomarse el agua de la primera botella. – Me lo saca a golpes mi mamá

 

- ¿Tu mamá es tu preocupación?- Natasha asintió. – No voy a dejar que tu mamá te lo saque a golpes, ni que consideres abortarlo, que en tu inmensa preocupación creo que ya lo consideraste, hasta consideraste que yo te lo pagara, así nadie se da cuenta…y no, no, no, y otra vez no, prefiero sacarte de aquí, evitarte una paliza de tu mamá, llevarte a Roma, evitar que lo abortes, me voy contigo todo el tiempo y digo que es mío y ya, fin a tus problemas

 

- ¿Harías eso?

 

- Sí, pero sólo por ti…porque todos cometemos errores, hasta en las mejores familias se cometen de esos- guiñó su ojo, tomando la bolsa con las pruebas. – Pero antes de saltar a conclusiones, espero que ya te estén dando ganas de ir al baño…porque tienes quince pruebas que marcar- sonrió.

 

Sophia llegaba a la oficina, lista para explotar su imaginación, como todos los días, y ese día, en vez de hacerlo, se pasó la mañana entera pensando en lo aburrida que estaba, en cómo, mientras Natasha, de quien no tenía la más remota idea de su existencia, pues aquella fotografía había caído en el olvido, descartaba once de las quince pruebas y Emma decidía, por ella, llevarla a un examen médico, uno de verdad y que dijera la verdad, en cómo todos en el mundo tenían quizás una vida más interesante, más intensa que la suya, que fue más o menos a la hora del almuerzo que su jefe la llamó a su oficina, no para regañarla, no para despedirla, ni para felicitarla, sino para decirle que tenía que tomarse dos semanas de vacaciones, pues, en el que caso que no lo hiciera, sus días de vacaciones se perderían, y él pensaba que a Sophia le importaban las vacaciones, que más en lo incorrecto no podía estar. Y así, al salir de la oficina de aquel italiano y consternado jefe, mientras a Natasha le tomaban una muestra de sangre y le trituraba la mano a Emma y Phillip sufría de una intoxicación por comida, Sophia había accedido a tomarse catorce días hábiles de vacación, lo que las políticas de la empresa “sugerían”, y, en el camino a su apartamento, decidió pasar las obligadas vacaciones con su mamá, con Irene, le vendría bien un poco de calor familiar. Empacó lo necesario y se dirigió al aeropuerto, a comprar el siguiente vuelo a Atenas, llegando así de sorpresa, por la noche a su casa, para no encontrar a nadie en ella y tuvo que ir a la oficina de Talos.

 

- Buenas noches- frunció el ceño Sophia, asombrándose de que todavía, a las ocho de la noche, la secretaria de Talos siguiera trabajando.

 

- Las horas de atención son de nueve de la mañana a cuatro de la tarde y con cita previa- sonrió la secretaria, que era menor que Sophia, quizás, a lo máximo, tenía veintidós.

 

- Podría decirle al Congresista Papazoglakis que lo busca Sophia, ¿por favor?- dijo, omitiendo la evasiva grosera.

 

- Como le he dicho, las horas de atención ya están estipuladas y, hasta donde yo sé, porque sí puedo leer la hora, no son esas horas- sonrió, enrollándole los ojos, cosa que le enojó a Sophia.

 

- Usted no entiende, sólo quiero que le diga que me de la llave de la casa o del apartamento, por favor- trató de mantener la paciencia y la pasividad.

 

- ¿Su nombre?- sonrió de nuevo, pero emitiendo las palabras con enojo, como si lo último que Sophia había dicho la hubiera sacado de sus casillas.

 

- Sólo dígale que Sophia está aquí y que necesita la llave de la casa o del apartamento, por favor- repitió, repitiendo, al mismo tiempo, el mantra de marca personal: “paciencia, Pia, serenidad, Sophia, tranquilidad, Supi”. La secretaria se puso de pie con el mayor de los disgustos, viendo a Sophia de pies a cabeza, una y otra vez, como si le diera asco, como si su sola presencia le enojara y le incomodara. Qué lástima el genio que tenía, porque no estaba mal. Sophia se distrajo en lo que la secretaria esperaba a que Talos la atendiera, se dispuso a contemplar el nuevo mural del PASOK, y, justo cuando a Natasha le daban la buena noticia, o sea que no estaba embarazada y que las pruebas de quince dólares no eran las más confiables, Sophia escuchó la discusión que se tenía la secretaria con su papá.

 

- Creí que sólo era yo- le siseó la secretaria.

 

- Maia, no sé de qué hablas- se reía aquella voz masculina, que podía confundirse con cualquier otra voz menos para Sophia, más por la rapidez con la que hablaba.

 

- Afuera está tu mujer, que quiere las llaves de tu casa o de tu apartamento- “Y lo tutea”.

 

- ¿Camilla?- se escuchó sorprendido, hasta asustado.

 

- No, la otra- casi se lo gritaba. “¿La otra mujer?”

 

- No tengo otra, sólo tú- y a Sophia casi le da una especie de ataque fisiológico; se sentía indignada, engañada, enojada, simplemente desubicada.

 

- Y la tal Sophia, ¿quién es?- le gruñó.

 

- Mi hija mayor- pero Sophia ya se había quitado el título de “hija”, pues le parecía absurdo que tuviera el descaro de llamarla así, que tuviera el descaro de encarcelar a Camilla y de engañarla de esa ridícula manera cuando él ni siquiera era un papá o un esposo.

 

- Oh- suspiró. -¿La hago pasar?

 

- No, yo saldré- y Sophia escuchó el sonido de cuando se levantó de la silla, sintiendo ansiedad por no saber qué decirle, si enfrentarlo o no, y se dio una bofetada mental para reaccionar. – Sophia, ¿qué haces aquí?- sonrió Talos, ni le abrió los brazos para un abrazo, que tampoco lo quería Sophia, pero era así de frío y distante con ella, desde siempre.

 

- Estoy en vacaciones- murmuró, tratando de evadir el enojo que la dominaba al saber que engañaba a Camilla con la secretaria, que ser secretaria no tiene nada malo, pero qué cliché. – No había nadie en casa

 

- Greta tiene que estar ahí, ahora mismo le llamo para que te abra- dijo, buscando un billete de veinte euros entre un fardo de billetes de cincuenta, quizás era por eso que a la secretaria le había gustado Talos, pues guapo no era; era alto, con la edad ya había dejado de ser tan plano y recto y había echado panza, cabello gris con algunos destellos negros todavía, cejas rectas y cortas, nariz larga, con el tabique marcado y un poco desviado a la izquierda, ojos celestes que se agrandaban por el aumento exagerado de las gafas y que se contrastaban con el pomposo bronceado a lo JFK, de quijada ancha y barbilla partida, cubierta por una barba de ancla que Sophia detestaba. – Ten, toma un Taxi…- dijo, alcanzándole el billete. – Estoy muy ocupado, tengo mucho trabajo, dile a Camilla que dormiré aquí- Sophia sabía cuando Talos estaba nervioso, pues empezaba a jugar con las mangas de su camisa, si no estaban enrolladas las enrollaba, y si estaban enrolladas, las desenrollaba y las volvía a enrollar.

 

- Está bien, yo le digo- sonrió. “¿Por favor y Gracias murieron en alguna manifestación?”

 

- Hablaremos luego, Sophia, ve a casa, a Camilla le gustará mucho verte- sonrió, haciendo que Sophia se preguntara por qué carajos a Irene si la llamaba “hija” o “cariño”, y con Irene no llamaba a Camilla por su nombre, sino que se refería a ella como “mamá”.

 

- Sí…buenas noches, papá- murmuró, viendo cómo aquella altura se escondía en su oficina de nuevo. Y, al llamarlo “papá” se dio cuenta de lo inevitable: papá era papá y se merecía amor incondicional. – Una pregunta- dijo Sophia, acercándose al escritorio de la secretaria. - ¿Usted cree que con veinte euros puede comprarse mejor carácter?- le dejó los veinte euros que Talos recién le daba y no le dio espacio para indignarse en voz alta, sino que sólo le dio la espalda y se retiró por la puerta principal del edificio. “¿Debería decirle a mamá?”.

 

*

 

Sara se encontraba en el Plaza, en el séptimo piso, con vista a Central Park. Veía el sol brillar como si fuera el medio día, ardiendo, iluminando, como si fuera el día perfecto. Ya estaba maquillada y peinada, que con su cabello rubio no habían hecho mucho, nada más secarlo de manera recta y plancharlo para fijarlo bien, y el maquillaje, nada pesado, pues Sara no solía utilizar más que mascara y delineador, tal vez un poco de Lipstick. Respiró profundo y sonrió, sacudiendo su cabeza, pues veía su vestido Dolce & Gabbana, cuello alto pero ovalado, manga tres cuartos, en amarillo pálido de satín, exactamente hasta la rodilla de largo, con un leve detalle de encaje en el borde de las mangas y  que originalmente, a la cintura, llevaba un cinturón del mismo tono, pero, por la ocasión, Sara lo había cambiado por un listón de satín, del mismo tono, de dos pulgadas y medias de ancho, que iba fijado a una base sólida alrededor de la cintura pero caía con fluidez al amarrarse por la espalda, y, bajo su vestido, descansaban sus Valentino de gamuza negra, de diez centímetros de tacón y de punta fina; el estilo y el buen gusto era tanto heredado como aprendido.

 

Se sentó a la cama, viendo sus pies, hacía un buen rato perfeccionados, en sus mocasines Prada azul marino, viendo la alfombra de aquella habitación, pensando en lo que se venía, en si era lo que Emma realmente quería, en lo que Sophia realmente quería. El origen de su batalla mental tenía nombre y apellido: Franco Pavlovic, “que en paz descanse”. Y se lo había hecho saber a Emma, pues no quería que su hija cometiera el mismo error que ella, o que el error le durara tanto tiempo, así como a Sara su matrimonio; su sacrificio y su infierno, que le había durado trece años, no quería que a Emma le pasara lo mismo, pero fue Emma quien la reconfortó al decirle lo que pensaba, el día anterior, desde su cerebro y no desde su corazón: “Mami, yo te quiero muchísimo, eso lo sabes, y no quiero irrespetarte, pero quiero que te des cuenta de ciertas cosas, como de que mi relación con Sophia no fue sacada de la cuna del romanticismo literario, mi relación con Sophia es un poco más moderna, la hemos construido las dos, nos hemos conocido a tiempo completo, a Sophia le importa lo que yo pienso, a mí lo que ella piensa…yo no me estoy casando porque me estás obligando, yo se lo propuse, ella aceptó…y sé que tu miedo es que yo no sea feliz con Sophia…pues, Mamá, yo no tengo hijos que me detengan para pedirle el divorcio. Sé y no sé lo que estoy haciendo, y hay cosas que no puedo controlar, sé que estoy a tiempo de arrepentirme pero no tengo nada de qué arrepentirme, por algo pasan así las cosas.”

 

Emma tenía razón, no sabía lo que hacía, ¿pues quién sabía en ese momento? Pero sabía que todo tenía una solución inmediata, y sabía cómo manejarlo, no como ella. Sara no esperaba nada de Emma, sólo que fuera feliz, pues ya había pasado por demasiadas cosas, cosas que ella todavía no se explicaba cómo había dejado pasar, quizás por miedo, quizás por ser mala madre, pero siempre se había culpado, y siempre se iba a culpar, del dolor físico de Emma, en especial de esa cicatriz que tenía en su espalda, que era el recuerdo eterno de un maltrato a sangre fría, pero nunca olvidaría todas esas cicatrices emocionales y psicológicas. Sara siempre supo lo que Franco hacía, lo supo cuando Emma tenía cinco años, y era su primer día de colegio; la había bajado del auto luego de haber dejado a Marco y a Laura en el Britannia, que Emma  no atendía ese colegio porque no había sido admitida, y bajó su backpack y su Lunch box Kipling rojos, la tomó de la mano izquierda y comenzó a caminar hacia la entrada del ala del Kindergarten. Emma, en aquel entonces, era alta para su edad, siempre lo fue, estaba en esa graciosa época en la que descubría palabras nuevas y nuevas maneras de emplearlas, que fue por la misma época por la que aprendió a decir una que otra palabra soez, y que su cabello liso, tan liso y sedoso, era siempre detenido por un listón. Vestía como siempre; leggings, que en aquel entonces terminaban de salir del mapa, y suéter un tanto grande de torso pero no de mangas. Se detuvo a la entrada, le colocó en silencio su backpack y le alcanzó su Lunch Box, que Emma tomó con la mano izquierda a pesar de ser diestra.

 

- Tesoro, ¿te quieres ir o te quieres quedar?- le preguntó, agachándose para igualarla en altura. Le daba un no-sé-qué que no había estado gran parte de las vacaciones de sus hijos, por cosas de trabajo, y quizás Emma quería estar un tiempo con ella, aunque era más al revés; ella con Emma.

 

- Me gusta venir a la escuela- sonrió aquella niña que ahora, veinticuatro años después se estaría casando.

 

- ¿Estás segura?- su voz era la misma con la que cualquier madre consolaba a sus hijos.

 

- No me gustaba estar en casa- eso a cualquiera le dolía, pues estar en casa se suponía que era lo más cómodo y reconfortante para un niño, y, a esa edad, era raro que a un niño le gustara tanto ir a la escuela.

 

- ¿Es porque trabajo, Tesoro?- le preguntó, pues le había dolido mucho el hecho que a Emma no le gustara estar en casa cuando a Laura y a Marco había que ofrecerles todos los dulces del mundo para sacarlos de la casa y llevarlos al colegio.

 

- No sé…papá es muy enojado, y la gente enojada no me gusta- sonrió, como si fuera de pan caliente del que hablaba. Y escucharon la campana sonar, lo que le impidió a Sara saber más, pero eso ya era un indicio. – Te veo más tarde, Mami- dijo en su voz de niña pequeña, abrazándola con ambos brazos y dándole un beso en la frente. – Tómate tu tiempo para venir- sonrió, diciéndole adiós con la mano mientras caminaba hacia atrás, luego se dio la vuelta y se alejó en dirección a una de las maestras que esperaban a todos los niños para colocarlos en el aula correspondiente.

 

Luego, más tarde, cuando Marco salía de su práctica de futbol e iba en camino a por Emma, que aquellas palabras le habían dado guerra todo el día, Marco gritaba tiranamente que quería una cajita feliz y Sara se negaba, comprendió lo que pasaba; Franco la regañaba demasiado, pero Emma, en sus ojos, era la más tranquila de las tres, ¿por qué razón la regañaría? Y, cuando tomó las cosas de Emma y la ayudó a subir al auto, notó que se impulsaba, para subirse al auto, con su mano izquierda, que, cuando se hubo sentado y abrochado el cinturón de seguridad, Sara le tomó la muñeca derecha y la presionó un poco, y Emma emitió un quejido. Sara tenía que viajar mucho, por cosas del Vaticano, a cursos y seminarios, tanto de preparación como de repartición, yendo por toda Europa, y era cuando Franco aprovechaba para aleccionar a su hija, que su argumento era que Emma no era como los demás, que no era normal que fuera tan callada, tan tranquila, que así sólo iba a dejar que el mundo le pasara en estampida por encima y la aplastara, que tenía que aprender a defenderse, a ser perfecta en todo, hasta para amarrarse las agujetas de sus zapatillas deportivas, que era por eso que Emma, todavía hoy en día, no deshacía las agujetas de sus zapatillas, nunca. La mejor aliada de Emma era su abuela, o la peor, quien se llamaba Sara y Laura también, que se había dado cuenta del maltrato de Franco hacia Emma, a tal grado que era ella quien curaba a Emma, quien le daba masajes en sus hematomas y le aplicaba cicatrizantes en las heridas que tenía a veces, casi siempre en la espalda, pero nunca dijo nada porque no concebía la idea del divorcio, y su hija no iba a divorciarse del padre de sus nietos, así no era como debía ser.

 

Y pasó que coincidió que Sara regresó antes de tiempo a Roma de un seminario, pues Laura, su mamá acababa de fallecer de un paro respiratorio, y, cuando llegó a su casa, vio, sin intención de espiar, a una Emma de diez años ducharse con la puerta entreabierta, y ubicó marcas violetas, rodeadas de un verde con señas rojas, que tenían forma de la palma de una mano, una sobre la otra, como una huella que hubiera ido rotando; y era una mano demasiado grande como para ser la de Marco, su hijo mayor, y, lo que delató a Franco fue que dejaba la marca de su anillo de matrimonio. Esa misma noche, camino a recoger las cenizas, Sara le pidió el divorcio a Franco, que él estalló y le dijo que la iba a dejar sin un centavo, pues Sara en realidad no tenía nada, y que la iba a dejar sin hijos también. Pero Franco nunca contó con que Sara le pagaría por cada uno de sus hijos desde la herencia de su mamá, a Laura se la vendió por medio millón de Liras, a Marco por un millón, y a Emma por cinco, todo porque creyó que no tenía dicha cantidad, y si la tenía, hasta le sobraba para comprar a cinco Emmas más, y todavía no le importó pagarle el millón por Marco a pesar de que se lo quitara a través de la Corte. Emma costaba más por el mismo placer que tenía de pegarle, más bien de “educarla” como él decía.

 

Y, desde entonces, se encargó de dedicarle más tiempo a sus hijas, tanto como el que necesitaran, desde llevarlas de viaje por el mundo, Marco enojado de por vida con su mamá porque no lo llevaba de viaje pero, al ser menor de edad, era Franco el que no firmaba los permisos legales para poder sacarlo del país, pues Franco podía tener a Marco pero no tenía la custodia completa como Sara con Emma y Laura. Sara era de las que consentía, a su modo, a sus tres hijos por igual, pero a Marco nunca le parecía su modo de consentir, pues Franco se encargaba de que no sucediera, era de las que no daba las cosas sólo porque se las pedían, ella quería que se ganaran lo que pedían, pero Emma nunca le pidió mayor cosa, Laura sí, y Sara se negaba, por lo que Laura acudía a Franco. Lo más que Emma llegó a pedirle a Sara fue que le pagara su educación, como ella la quería y donde la quería, eso y la esgrima que, al entrar a la universidad, ya no la pagaba, pues era gratis. Para Sara, sus tres hijos eran igual de valiosos, pero no podía negar que por Emma tenía un cariño más especial, y quizás no era porque era la víctima, sino porque, a pesar de estar en la distancia tantos años, seguía preocupándose por ella, seguía queriéndola, aún cuando, a veces, no aprobaba lo que hacía, no era una relación de interés económico, como Marco, que la única vez que se suavizó en cuanto a su mamá fue cuando estuvo en aprietos legales y quiso cobrar su parte de la herencia, que no había una como tal para Marco, ni para Laura, pues, antes de morir, como si Sara, la dueña del dinero, supiera que fallecería prontamente, cambió su testamento tras ver la espalda de Emma, y de ver cómo Marco era un niño tirano que no apreciaba nada y que a Laura todo le daba igual, era su forma de darles una lección de vida, que nunca aprendieron, pues Marco, en su desesperación por salir del aprieto, odió no sólo a su propia madre, sino también a Emma, porque la herencia era sólo de ella, Laura nunca entendió y nunca entenderá el por qué no hay herencia para ella, pues nunca se dio ni se dará cuenta; su papá siempre la mantendría a flote, pasara lo que pasara, aun después de fallecer.

 

Camilla había llegado la semana anterior, dos días antes que Sara, con quien, en Roma, se habían visto un par de veces en el transcurso del año, que hacía un par de días más de un año que se habían conocido como consuegras. Camilla sabía que la relación con Emma era seria, sabía que iba en serio para más serio, pues Sophia nunca había hablado de sus parejas con ella, ni siquiera de Pan, su novio del colegio, ni de Andrew, pues nunca supo de él, y sabía reconocer la mirada enamorada con la que Sophia veía a Emma, y viceversa, porque esa era la mirada con la que Camilla alguna vez había visto al amor de toda su vida, al amor al que nunca debió dejar por aquella eminencia política, quien le había prometido el cielo, el mar, la tierra, la luna y las estrellas si dejaba al tal Alec Volterra, que hasta nombre de perdedor tenía. Talos Papazoglakis se fijó en Camilla en aquel evento de “Historia de la Arquitectura Griega”, y le importó poco que aquella hermosa mujer tuviera novio, pues aquel novio no podía ofrecerle un futuro, no un futuro como el que él le ofrecía; lleno de lujos, joyas y comodidades como las que nunca soñó, pues, a pesar de ser la nieta de Leopoldo Rialto, parte del grupo de Ingenieros que intentaban implementar el sistema de trenes rápidos en Italia tras el modelo Alemán, el mismo modelo que los Norteamericanos les habían dado tras la Segunda Guerra Mundial, y, a pesar de que tenía mucho dinero, sabía que sus papás se habían acabado el dinero que aquel hombre se había esforzado en generar;  que tenían lo justo para vivir con cierta cantidad de lujos hasta el día de su muerte, pero nada de lo que Camilla podía beneficiarse. Y la cegó, con sus habladurías de político, haciendo que cometiera el error de dejar a Alec Volterra, con el corazón roto, y la llevó a Atenas, pues su período como Embajador ya había terminado al cambiar de gobierno. En contra de la voluntad de sus papás, Camilla se largó de Roma, a un semestre  de terminar su carrera de Arquitectura Urbana, pues sólo una materia le faltaba, hasta trabajo final había entregado ya, con dos meses de embarazo ya, embarazada de Sophia a sus veintiún años, sólo para que Talos se enterara de que Camilla ya iba embarazada cuando se la había llevado a Atenas. Y le prometió hacerla su esposa, darle los lujos que le había prometido, darle todo al hijo que llevaba dentro, pero no le prometía felicidad, ni fidelidad, ni afecto, ni nada, se limitaría a ser la figura proveedora, pero no le prometía siquiera ser cariñoso con el hijo que llevaba dentro, pues ni le constaba que fuera suyo y no de “aquel”, ni siquiera Camilla sabía; esos eran los errores de los que Camilla siempre se arrepintió. Pero claro, llegó un momento en el que Camilla si supo la verdad, si Sophia era o no hija de Talos Papazoglakis; y la respuesta no había sido sorpresa alguna.

 

- ¿Qué pasa, mamá?- se acercó Irene por su espalda, dándole un pequeño susto, pues veía callada y tranquilamente el estanque de Central Park desde el piso catorce. - ¿Estás nerviosa?- bromeó, abrazándola por encima de sus brazos, haciendo que el contraste entre los tonos de piel fueran más obvios.

 

- Un poquito, sí- sonrió, tomando los brazos de su hija menor, de ya veintidós años, con sus manos.

 

- ¿Por mi hermana o por el tal Alec?- rió, Irene, sabiendo muy bien que, desde que se vieron a los ojos, algo pasó, algo como que se abrazaron con un amor nostálgico, como cuando un soldado regresa salvo de Iraq y se reúne con su familia.

 

- ¿Qué tiene que ver Alec en esto?

 

- He visto cómo lo ves, no te hagas

 

- No me hago, no estoy nerviosa por él, sino por tu hermana- dijo, sacudiendo su cabeza, sin desajustar su cabello, rubio pálido y claro y brillante en aquel torniquete francés.

 

- ¿Por qué?

 

- Así me sentiré cuando tú te cases también, Irene…si es que algún día te casas- sonrió, sabiendo lo rebelde que era su hija menor. - ¿Está todo listo?- preguntó, quitando sus manos de los cálidos brazos de Irene.

 

- Sí, me imagino que vendrán en cualquier momento

 

- Vamos a vestirnos, entonces- murmuró, volviéndose al perfecto perchero del que colgaban un vestido, un pantalón y una blusa, dos atuendos que Sophia había comprado de su dinero, que Emma no había tenido nada que ver a pesar de que Emma seguía auspiciándole la vida a Irene en Roma.

 

Era un vestido Oscar de la Renta, pues Irene siempre soñó con vestirse de él, que no era nada más que un poncho egipcio blanco de algodón y spandex, con un cinturón rojo que caía, amarrado a la cadera, por el centro, en medio de las piernas, hasta el borde del vestido, que bajaba hasta por arriba de la rodilla, y aquello, en los Stilettos perfectos, rojo sangre, en piel de serpiente de agua, Christian Louboutin, harían de la testigo número uno, por el lado de Sophia, una belleza exótica de ahora cabello corto, muy corto, a lo Anne Hathaway post-Les-Misérables. Y colgaba, de aquel perchero, el atuendo de la madre de la novia: Manolo Blahnik puntiagudo, de tacón medio, de cuero azul marino, Carolina Herrera de tela, una camisa formal blanca de encaje, de cuello redondo, desmangada, una chaqueta de seda azul marino, estilo bolero, y un pantalón de pierna ancha azul marino, para amar a Carolina Herrera.

 

*

 

Julio dos mil once.

 

- La mier…da…- se quejó Sophia al golpearse con el borde de una de las patas de la mesa de madera en la que trabajaba, llena de astillas. Caminaba en la oscuridad de su taller, era jueves, se había quedado dormida después de una botella de Captain Morgan y Coca Cola Vaniglia, una bebida demasiado dulce pero embriagante, lo que Sophia necesitaba era sacudir aquello que ella sabía y que no sabía cómo decírselo a Camilla. - ¿Aló?- alcanzó su teléfono, apenas alcanzando a contestar.

 

- ¿Sophia?- escuchó la voz de su mamá un tanto quebrada y baja, muy baja, no sólo de tono y volumen, sino también de ánimo.

 

- ¿Mamá?- balbuceó, deteniéndose de la pared para caminar en territorio despejado. - ¿Está todo bien?- murmuró, viendo su muñeca, para que el reloj Emporio Armani, por precio de empleada, le gritara la hora, pues no la podía leer. Ah, sí, las dos y veintiocho.

 

- Me voy a vivir a Roma- suspiró y, por alguna razón, eso no hizo feliz a Sophia.

 

- ¿Cuándo se vienen?

 

- Necesitamos que vengas cuanto antes

 

- Mamá, ¿qué está pasando?

 

- Tu papá y yo nos vamos a divorciar- y Sophia vio la luz al final del túnel, y, egoístamente, sonrió.

 

- Mamá…- suspiró, no encontrando las palabras adecuadas pues, ¿qué se dice en un momento así?

 

- Tranquila, sólo necesito que vengas…tenemos que arreglar unas cosas, ¿cuándo puedes venir?

 

- Puedo pedir mañana libre y el lunes también, así salgo ahora por la tarde, al salir del trabajo, ¿está bien?- susurró, sentándose sobre su colchón inflable y acariciando su pie desnudo, notando que tenía una que otra astilla satánica ahí dentro.

 

- Gracias, Pia- alcanzó a escuchar una sonrisa de su mamá.

 

- Mamma…tutto bene?- murmuró, encendiendo la luz de la lámpara lateral para ver su pie.

 

- Tutto bene, Principessa- sonrió. – Irene sta bene, un po ‘triste, ma sta bene

 

- Bene…- suspiró, alcanzando su pinza para sacarse les tres jodidas astillas de su pie. – Riposare un po’, bene?

 

- Sì…anche tu- y colgó.

 

Sophia se terminó de sacar las astillas, que le costó un carajo y medio sacarse la última, que era la que más le dolía, pues estaba muy profunda, pero, sólo la sacó, se dejó caer sobre su espalda, a reanudar su sueño, aquel sueño cargado y ahora liviano por el hecho de que sus papás se estaban divorciando. Quizás no era bueno alegrarse por algo así, pero Sophia quizás sólo sabía la punta del Iceberg, y no se divorciaban precisamente porque Talos le era infiel a Camilla, pues no era la primera vez, Camilla lo sabía y se había dado cuenta de, por lo menos, cuatro, con ésta cinco. Se divorciaban porque Camilla había decidido tirar la toalla, pues Sophia era lo suficientemente madura como para comprender y aceptar un divorcio, y a Irene, si se le dificultaba, lo terminaría comprendiendo, pues ya no era una niña. Sophia se despertó a eso de las seis de la mañana y corrió, con su pie un poco lastimado todavía, hasta su apartamento, sólo para bañarse, arreglar equipaje rápido y ligero y salir a la oficina a tramitar, cuanto antes, el boleto de vuelo y el permiso de días personales, por lo que, a las cinco y media de la tarde, estaba abordando el avión para aterrizar  en Atenas, dos horas después y dos horas en el futuro. Tomó el Taxi, el que le cobraba cuarenta y cinco euros por llevarla hasta la puerta de su casa y, estando ahí, respiró hondo y tocó el timbre. Greta, el ama de llaves de toda su vida, la dejó pasar al interior de la casa, en donde se encontró a Camilla y le dio el abrazo más fuerte que le podía dar.

 

- ¿Cómo estuvo tu vuelo?- sonrió Camilla, ayudándole con su bolso.

 

- Bien, lo de siempre… ¿y mi hermana?

 

- Está en su habitación, sube- murmuró, desapareciendo por el pasillo de la oficina provisional de Talos mientras Sophia subía las escaleras.

 

- ¡Supi!- la saludó Irene con una sonrisa triste.

 

- Nene- sonrió un tanto divertida, abrazando a su hermana menor. - ¿Cómo estás?

 

-Bien, ¿y tú?

 

- Bien también… ¿cómo te sientes?

 

- Supi…tengo diecisiete, no necesito que me endulcen las cosas- murmuró, volviendo a su portátil.

 

- Está bien, Señorita Adulta- rió Sophia, quitándose los zapatos y acostándose en la cama de su hermana. - ¿Y papá?

 

- No viene mucho por aquí desde antes de que te fuiste hace tres semanas…es raro ver que se quede a dormir, y yo sé por qué es…porque se están divorciando- dijo, antes de que Sophia pudiera explicarle.

 

- No sé exactamente cómo se maneja un divorcio…pero tienes que estar lista para lo que sea que se venga, porque tienes edad suficiente para decidir, pero sigues siendo menor de edad, por un año todavía, tendrás que vivir con quien te toque vivir…

 

- Lo sé, pero te estaban esperando para hablar de eso…

 

- ¿A mí? ¿Por qué?- preguntó Sophia, viendo que Irene se encogía de hombros. – Pues, pase lo que pase, Nene…ni mamá ni papá te pueden obligar a que te vayas con ellos, y, hagas lo que hagas, yo siempre voy a estar al pendiente de ti, te quedes con mamá o con papá

 

- ¿Por qué me suena a que te estás despidiendo, Supi?- se volvió sobre su silla giratoria hacia su hermana.

 

- No me estoy despidiendo, sólo te estoy diciendo que soy tu hermana y que yo no te voy a abandonar, ni mamá, ni papá, así como ellos no me van a abandonar a mí sólo porque se están divorciando

 

- Sophia, Irene, ya llegó su papá- interrumpió Camilla en aquella habitación, haciendo que ambas se levantaran de sus traseros y se dirigieran a su oficina provisional.

 

- Papá- susurró Sophia al verlo ahí sentado, mientras más de lejos, mejor.

 

- Sophia- sonrió al verla, pero no se puso de pie para saludarla, mucho menos a Irene.

 

- ¿Para qué nos querías ver?- preguntó Sophia, quedándose de pie, recostada del marco de la puerta con su hombro y su antebrazo derecho mientras se cruzaba de brazos.

 

- Como saben, su mamá y yo nos vamos a divorciar, y no vamos a regresar…antes de que nos casáramos, su mamá y yo firmamos un acuerdo prenupcial, en el que los bienes de la familia serían míos, pues su mamá nunca trabajó

 

- Mamá nunca ha trabajado porque tú nunca la has dejado- rió Sophia, con esa risa de “descarado”.

 

- Ese no es el punto, Sophia, lo que yo vengo a hablarles es de negocios- Sophia se extrañó, pero no dejó de sonreír sarcásticamente. – Yo tengo la capacidad económica para sacarlas adelante, a las dos, a ti, hija- dijo, señalando a Irene. – Puedo pagarte los estudios, universitarios, así como se los pagué a tu hermana también, cosa que con mamá no tendrás con seguridad, pues a mamá no le quedará ni un centavo- era como si le tuviera lástima a Camilla, eso de de que se refiriera a ella como “mamá”, a Sophia le sabía a lástima. – Tú puedes escoger con quién quieres vivir, con mamá o conmigo, pero tienes que saber que si te vas con mamá, yo no te pagaré los estudios ni nada, pero si te vienes conmigo, tu vida seguirá igual, y aquí en Atenas, pues mamá se va a vivir a Roma- era como una mala campaña política. – Puedes pensarlo por el fin de semana si quieres- sonrió. – En cuanto a ti, Sophia…lo mismo, sólo que con mi herencia, es de si quieres gozar de ella o no

 

- Eso es un chantaje, eso lo sabes-dijo Sophia un tanto dolida de orgullo.

 

- Entonces, ¿te desconozco?

 

- Hazlo - concluyó.

 

- Nunca fui tu papá, entonces- sonrió, como si eso le quitara un peso de encima.

 

- Si nunca lo fuiste… me quitaré tu apellido, ¿te parece bien?- dijo, como si aquello fuera fácil y tuviera implicaciones ligeras.

 

- Vas a perecer, Sophia- rió Talos, como si gozara de sus palabras.

 

- Prefiero morirme de hambre a que el hombre a que mi papá me niegue la comida

 

- Yo me quedo contigo, papi- dijo Irene tras escuchar aquellas palabras que salían de la boca de Sophia.

 

Y así fue como Sophia pasó de ser “Sophia Papazoglakis” a ser “Sophia Rialto Stroppiana”, que resultaban ser los mismos apellidos de Camilla. Sophia ayudó a su mamá a mudarse a Roma, que no necesitaba mucha ayuda, pues conocía la ciudad como la palma de su mano, y a veces Sophia se subía a un tren de viernes por la tarde a domingo por la tarde con destino a Roma, sólo para pasar con su mamá, para apoyarla, pues había empezado desde cero, sólo con los veinte mil euros que Talos le había dado por orden del Juez. Lo difícil de aquello era lo que todo papá temía para sus hijos hoy en día, que Camilla no había terminado su carrera, no había trabajado nunca porque Talos le decía que eso era para el Proletariado, y que ellos eran de la Élite, ahora, ¿en dónde podía trabajar Camilla? Después de todo, no sabía hacer nada, sabía de aquella Arquitectura que había conocido hacía veintiséis años, pero no sabía de su evolución, tal vez de vista sí, pero en la práctica no, ¿qué podía ejercer? Era el típico “no sabía hacer nada”, nada más que cocinar, que fue el primer trabajo que consiguió, de ayudante en una panadería, de levantarse todos los días a las cuatro de la mañana para tener abierto el local a las seis de la mañana. Sophia había ahorrado mucho, había retirado sus clases de cocina, había dejado de salir con sus compañeros de trabajo y había dejado el taller, había vendido las máquinas, todo, y ese dinero lo usó para ayudar a su mamá, y, mes con mes, Sophia le ayudaba con quinientos euros, que no le sobraban a Sophia, pero que tampoco le hacían falta.

 

Vacaciones de tipo playero, de nuevo, pero en las Bahamas, en el Atlantis, en una habitación doble, como siempre, con vista a la playa, en donde pasarían semana y media en estado vegetativo total, entre dormidos y despiertos, en el sol, en la sombra, en la arena, en un chaise lounge o en la cama, nadando con delfines, con mantarrayas, Emma y Natasha alimentándose de Ben & Jerry’s como dieta básica, por el calor y el sol para mantener la excusa de la evaporación humana, semana y media de comer, como siempre, todo lo del menú del restaurante que quedaba más cerca de la habitación, pues tampoco se moverían tanto sólo por comida, y pedían el alcohol a la habitación para ahorrarse la gente acumulada en un reducido espacio, simplemente les daba demasiada pereza. Eran unas vacaciones soleadamente aburridas, de esas de “fueron unas vacaciones…irrelevantes…un poco.”

 

- Hey…- susurró Natasha al salir a la terraza. – Son las tres y media… ¿qué haces despierta?- se cubrió con su bata, más bien se arropó, pues la brisa era hermosamente fresca y ligera a pesar de ser constante.

 

- Lo mismo que tú- murmuró sin quitarle la vista al horizonte oscuro, que no se distinguía por la iluminación del hotel, que, aún en el piso dieciocho, influía. No había luna, ni estrellas, era simplemente una línea infinita empapada de negro. No era bonito, no, pero el sonido del mar y de la brisa la arrullaban en su estrés y en su frustración por no poder dormir.

 

- I couldn’t sleep…- dijo, sentándose al lado de Emma, en el sofá del balcón.

 

- Me neither…

 

- Wanna talk?

 

- ¿Sobre?

 

- No sé, de lo que te moleste…creo que, desde que te conozco, no hay noche en la que duermas bien…

 

- Problemas para dormir…el cuarenta y tres por ciento de la población mundial los tiene- sonrió, colocando un cigarrillo en sus labios y abriendo su Colibri Beam Sensor negro, en el que colocaba el pulgar en la hendidura para crear la llama.

 

- Você não é qualquer pessoa

 

- Não, não sou qualquer pessoa…

 

- Soy psicóloga- sonrió. – Confía en mí

 

- Te confío mi vida, Nate- le alcanzó la cajetilla y el encendedor. – Si hablo de esto contigo…aceptarás lo que te diga, te mantendrás al margen…y no le puedes contar a nadie

 

- ¿Por qué?- suspiró, sacando un cigarrillo mientras encendía el encendedor.

 

- Porque no me gusta la vida pública

 

- Prometo no contarle a nadie

 

- Bien- exhaló humo, levantando una botella grande de Pellegrino para desenroscarla y beber de ella. – I keep having these nightmares, you know?

 

- ¿De qué tratan?

 

- Es básicamente lo mismo, siempre, es como que yo estoy doblemente presente, viendo lo que pasa desde fuera pero haciéndolo al mismo tiempo…es como una película de miedo de los ochentas, como de una trama intensa pero de mala calidad, te podría decir que alguien me está persiguiendo, pero sólo es la sensación

 

- ¿En qué lugar estás?

 

- Tú sabes que un sueño es como un plano incoherente…es un edificio, de no sé cuántos pisos, pero es enorme, y está como en medio de la jungla, pero turbo high-technology, de ventanales y lo demás de metal galvanizado, y no sé de qué carajos estoy huyendo…pero sé que es malo…

 

- Mmm… ¿alguna vez sales del edificio?

 

- Funny that you ask… sólo a veces, y sonará gracioso, pero, cuando salgo, está la CIA o algo así, que ha plagado la fachada del edificio, y, cuando salgo por la puerta, están todos apuntándome con una glock diecisiete, y hay tanques apuntándome también

 

- ¿Ahí termina?- Emma emitió el “mjm” que tanto la caracterizaba. - ¿Y las veces que no sales del edificio?

 

- Puede ser que pasan dos cosas, dos puntos: la primera es que llego como a la parte trasera, en donde hay como un evento de la high society, y pasa de ser todo metálico y tecnológico, a muy clásico, todo de madera y cortinas rojas, un chandelier sobre las escaleras…y, no sé cómo, pero llego a una como biblioteca

 

- Adivino, te despiertas cuando alguien te habla a tu espalda, ¿no?- Emma asintió, sacudiendo la ceniza de su cigarrillo. – ¿Es la voz de un hombre o de una mujer?

 

- De un hombre

 

- ¿Qué te dice?

- No sé, no le entiendo

 

- ¿En qué idioma te habla?

 

- No sé, es muy tosco, entre ruso y húngaro, no sé…

 

- Mmm… ¿y la segunda opción?

 

- Voy de piso en piso, siempre bajando y revisando el piso, pero es como que no avanzo, hasta que llego a un pasillo que huele a azúcar quemada, a ratos a pan…y me acerco cada vez más a una habitación, que no sé si es habitación, pero escucho a una mujer y a un hombre pelearse, pero están siseando, no les entiendo nada, y el hombre le dice que se calle, sale de la habitación y cierra la puerta de metal…y se va caminando como si estuviera enojado

 

- ¿El hombre te ve?

 

- No sé, me asusto cuando veo que la sombra se acerca al borde de la puerta, me dejo de mover y cierro los ojos, como si eso me volviera invisible…

 

- Es un sueño, con sus derivaciones, bastante…especial- sonrió Natasha, alcanzándole a Emma la cajetilla de cigarrillos para que tomara otro.

 

- ¿Por qué?

 

- Mira, interpretar un sueño es algo muy subjetivo, cada quien lo interpreta a su gusto y en su profundidad…esa clase de sueños, los repetitivos, son más comunes en niños, hasta quizás por los quince años, cuando han tenido un trauma de muy pequeños…los adultos que tienen este tipo de sueños es básicamente lo mismo, un trauma de la infancia sin resolver…acuérdate que todo está conectado, pues puede ser que no hayas tenido un trauma siquiera parecido a lo que sueñes, pero, si de la nada te empieza esta serie de sueños, es porque algo te lo ha activado…¿desde cuándo tienes este tipo de sueños?

 

- Van y vienen…todo el tiempo…- apagó su cigarrillo en el cenicero y, sin haber sacado el humo, empezó a sacar el siguiente de la cajetilla. – Huelo muchas preguntas, cariño…te contestaré las que pueda y las que quiera contestarte

 

- Me las vas a contestar todas porque tienes curiosidad, quizás no curiosidad, sino que sólo quieres que te diga, o te haga entender qué te aturde…para detener los sueños

 

- Muito bem…pergunta…

 

- Háblame de la relación entre tus papás, lo que quieras y lo que puedas decirme, pero desde el punto de vista de una niña, de cuando todavía estaban casados, como si Emma de diez o doce años me estuviera contando sobre la relación que había entre sus papás…

 

- Mmm…- suspiró, encendiendo su cigarrillo. – Era bastante inexistente…pues, yo era muy pequeña cuando todavía estaban casados…me acuerdo que todos nos sentábamos a comer a la mesa, por las noches nada más…mis papás cruzaban un par de palabras entre ellos, luego casi sólo mi mamá hablaba, pero con nosotros…mmm…siempre durmieron en la misma habitación… mi papá no era muy cariñoso, mi mamá tampoco, pero se daban risas…nos íbamos todos de viaje, siempre a donde mi abuelo, en Bratislava, mi abuelo murió cuando tenía ocho años, se llamaba Félix, todo un personaje- rió ante el recuerdo.

 

- ¿Y desde el punto de vista de una Emma del presente?

 

- Era una relación que puedo catalogar bajo el término “mierda”, sólo dormían en la misma habitación por el bien mental de nosotros, pero no sé con qué desprecio se dormían en la misma cama, menos mal allá las camas matrimoniales son la unión de dos colchones individuales- rió. – Seguramente mi mamá en algún momento le dejó ir una patada…  pues, no se odiaban, pero no tenían nada en común, mi papá era muy violento, mi mamá no sé, no sé si le tenía miedo a mi papá o si no sabía cómo lidiar con él

 

- ¿Y tu relación con tu papá?

 

- ¿Desde un punto de vista de pequeña o de adulta?

 

- De las dos…

 

- Mmm…- inhaló profundamente, sintiendo cómo el humo le calentaba el pecho en aquella madrugada de brisa. – De adulta…pues, mi papá no es una persona a la que yo admiro, no lo considero una figura paterna en lo absoluto, no le tengo respeto, no soy capaz siquiera de abrazarlo, me cuesta verlo…lo miro, pero nunca lo veo, no lo puedo ver a los ojos

 

- ¿Te da vergüenza…o te da miedo?- murmuró, irguiéndose y volviéndose a Emma con una intriga como nunca antes, con interés total. Emma suspiró, se aclaró la garganta y se volvió a Natasha. - Mi amor…- susurró, tomándole la mano en las suyas. – Déjame adivinar…tus sueños los empezaste a notar en cuanto tus papás se divorciaron- Emma asintió, inhalando de su cigarrillo, sus manos temblaban un poco. – Y no es primera vez que tratas el tema, no con un psicólogo, te ayudó mucho la primera vez, por eso no los tienes todo el tiempo, como antes… y eres capaz de apartar tus recuerdos, de apagarlos, pero de manera inconsciente

 

- I don’t wanna be a sad story, you know?

 

- You’re not a sad story, Em… those are just stories, back then, they were moments, they were your reality- la abrazó, y Emma se dejó abrazar, algo no muy normal en ella. – Tus sueños… ¿quieres saber la conexión?

 

- Sólo ilumíname, que la razón ya la tengo… ¿cómo llegas a eso?

 

- Estás huyendo de algo, no sabes de qué, de algo intangible, que a veces te atrapa, como cuando sales del edificio, y a veces no, porque te despiertas…dijiste que la voz era de un hombre, que no reconocías el idioma… pero luego hablaste de Bratislava, mi suposición es que era eslovaco, y que el olor de la cocina eran esos panes que enrollan en una barra de madera y los ruedan en azúcar y canela, que eran tus papás discutiendo, manteniendo la fachada para tus hermanos y para ti, pues eras una niña nada más, y lo sé porque cerraste los ojos, como si te estuvieras escondiendo del monstruo bajo las sábanas, es un mecanismo de defensa, y tu papá no te toca porque ya no puede tocarte… seguramente tienes algo que te acuerda a tu papá, y mucho, en tu apartamento, que no lo ves todos los días, pero, cuando lo ves, empiezas a tener esos sueños…

 

- La glock…- suspiró, como si fuera la revelación más grande del mundo.

 

- ¿Tienes una pistola en tu apartamento?- murmuró escandalizada Natasha, viendo a Emma a los ojos.

 

- En la caja fuerte… no sé, así crecí en la familia…

 

- Deshazte de ella y verás cómo te sucede menos, cada vez menos…si no sabes cómo deshacerte de ella, seguramente mi papá te la compra- Emma sólo sonrió. – Gracias

 

- ¿Por qué?

 

- Por compartir algo tan personal conmigo

 

- There’s more to me than meets the eye

 

- Sabes… yo toda la vida quise ser perfecta, perfecta para mi papá, para mi mamá, y eso es como ser dos personas distintas, porque ambos esperan cosas distintas…quise ser perfecta para mí, que eso es más complicado porque nunca estás satisfecha… y había cosas que yo no entendía, por cosas de la inmadurez, de la falta de realidad, no entendía por qué mis parejas me engañaban, por qué los tres novios que tuve antes de Phillip me habían engañado, por qué no terminarme, por qué no darme la cara, y por qué engañarme…y son cosas que hasta ahora entiendo, dos puntos: Ben fue mi novio, el primero de toda mi vida, al que le di mi primer beso, estábamos en octavo quizás, o noveno, y me engañó con una de una clase abajo, que con ella si se fue a la cama, luego fue Garreth, mi novio oficial, el primero, porque fue con el que me consagré…pero me engañó una navidad, porque no me quise ir con él a Las Vegas, y luego Enzo, que no le quise dar el culo y me engañó con quien creí que era mi mejor amiga, con Ava…

 

- Claramente no eran para ti, pues a Phillip mira cómo lo tuviste toda una eternidad y ahí sigue, porque él si te ama- sonrió Emma, apagando su cigarrillo.

 

- Sí, pero te imaginas a mis diecinueve años, en primer año en la universidad, frustrada amorosamente, no entendiendo que mi “maldición” era en realidad mi “bendición”… estaba feliz pero a la vez triste, y me tardé hasta ahora para saber cómo eso puede ser posible, estar así, en ese contraste tan grande… y llegué al punto en el que toqué fondo, nada de que me iba a suicidar ni cosas así…pero estaba en una fiesta con Julie y Ava, fue la fiesta en la que conocí a Enzo, tenían una mesa repleta de líneas de cocaína…una línea bastante larga y gruesa, y estaba dispuesta a probarlo, por masoquismo, pero Enzo me vio, vio que estuve viendo aquella línea por diez minutos, como si dudaba…y se me acercó y me dijo que no lo hiciera, que no era sano y que blah, blah, blah…terminé en la cama con él esa noche, y nos quedamos así, a tal grado que Enzo y yo nunca tuvimos un punto de partida de noviazgo, simplemente creamos una relación amorosa alrededor del acostón y de los siguientes acostones y ya…y no sé a quién le tengo que agradecer que siempre quise ser perfecta, porque de no haber querido serlo, no fuera tan complicada con los hombres, fuera más floja para ceder, y no estaría con Phillip…

 

- So…you’re saying that everything happens for a reason?- rió Emma, Natasha asintió. – Tal vez nunca averigüe el por qué de lo mío…de muchas cosas…

 

- Tal vez sí lo sabes y no lo quieres aceptar…

 

- You know…I had this boyfriend…

 

- “The” Boyfriend?

 

- Ese mismo… fue como la reafirmación de que no puedo confiar en un hombre… confío en Phillip, en tu papá, en Volterra…en cualquier hombre que no se meta conmigo sentimentalmente…me cuesta confiar

 

- ¿Y Fred?

 

- We’re just having fun…no somos nada serio…no tiene la capacidad para romperme el corazón porque no lo he dejado entrar…es más físico…

 

- Supongo que está bien tener un poco de diversión, siempre y cuando sea con protección, ¿Verdad?- rió, acordándose del episodio de “Eso”.

 

- “Eso” no me va a pasar a mí

 

- Oye, tú sí que tienes Síndrome de Peter Pan, en el sentido de que crees que esas cosas no te van a pasar, pues eso creí yo…y vaya susto…

 

- No me va a pasar porque no me puede pasar, Nate… defecto de fábrica- guiñó su ojo.

 

- Oh, sorry, sorry, sorry…- balbuceó.

 

- It’s ok… lo sé desde hace años ya…

 

- Supongo que sí ya has considerado otras opciones- sonrió, tratando el tema como todos los demás.

 

- No, me apego a mi naturaleza…no estoy diseñada para ser mamá, no tengo el gen, no tengo la habilidad, ni la vocación

 

- Creo que la explicación más válida es la que no dices, pues, al menos yo la aceptaría mucho más que una explicación débil sobre “no me gustan los niños”…- sonrió, echando su cabeza hacia atrás. – Y puedes escoger ser como tu mamá o como tu papá, pero el miedo es un mecanismo de defensa natural, que justifica tus razones débiles

 

Agosto dos mil once. Era lunes ocho a las dos y treinta y nueve de la tarde en el Estudio de Ingenieros y Arquitectos “Volterra-Pensabene”, Emma acababa de entrar a un tipo de concurso bastante peculiar, pues podían concursar básicamente todos los del gremio del diseño; fueran diseñadores de moda, gráficos, artesanales, de interiores, Arquitectos, Ingenieros, etc. ¿El premio? No era exactamente una suculenta paga, eso también, pero, lo que más pesaba, era que, el diseño ganador, con sus respectivos ajustes, sería materializado en la vitrina de Louis Vuitton de la Quinta Avenida, que significaban dos diseños distintos, pues había un local en Rockefeller Center y otro sobre la Cincuenta y Siete, con el motivo de Halloween, pero no del presente año, sino del siguiente, o sea dos mil doce. El “concurso”, porque no cualquiera podía entrar, sino más bien Louis Vuitton Marketing Image los contactaba, y tenían que impresionar, tenían que darle el Mojo adecuado a “Dress to impress your memories”, y Emma, pensando totalmente fuera de la caja con Halloween porque no era una fiesta que ella celebraba, pues no la entendía y le daba igual, hacía, en ese momento, a esa hora, de espaldas a la puerta, sentada sobre un banquillo a su mesa de dibujo, el modelo físico de la vitrina del local de Rockefeller Center, y no era un modelo como los que siempre hacía en un octavo de plywood, sino que este era en papel, que era lo que la Arquitectura le permitía hacer con naturaleza, pero era lo que más se tardaba, alrededor de dos días por modelos, pues eran dos y ya estaba contra el reloj.

 

- Adelante- respondió al llamado a la puerta, sin volverse, pues, juzgando por cómo habían llamado a la puerta, dedujo que era Volterra.

 

- Si supieras lo hermosa que te ves haciendo manualidades- dijo David, viendo la espalda de Emma, ya con la camisa por fuera y, al estar sentada de esa manera, su pantalón se bajaba un poco y dejaba ver, por entre el borde de la camisa y el borde del pantalón, los indicios de una sensual tanga negra.

 

- David, ¿en qué te puedo ayudar?- suspiró con pesadez, pues David no era su persona favorita.

 

- Siempre al grano, ¿no?

 

- El tiempo perdido hasta los Santos lo lloran- dijo a secas.

 

- Bueno, bueno…sólo te quería preguntar algo, desde un punto de vista femenino

 

- Aja…

 

- Quiero invitar a una mujer a un juego de los Knicks

 

- Pero la temporada no empieza hasta en octubre, David, y apenas estamos en agosto

 

- Si, lo sé, por eso te quería invitar, porque queda tiempo, así puedes organizarte con tu tiempo y podemos salir, tengo asientos al borde del juego, detrás del banquillo, ¿qué dices?

 

- David, de verdad, no me invites a salir, que nunca voy a aceptar, tengo novio

 

- ¿Cómo se llama el afortunado?- preguntó a su oído, deteniéndose con sus brazos de la mesa de dibujo, encerrando a Emma entre ellos.

 

- Se llama Fred

 

- Fred, ¿Alfred o Frederick?

 

- Como sea, David, no quiero salir contigo, nunca…

 

Emma entró a su apartamento ese lunes por la noche, estaba demasiado cansada, se empezaba a sentir débil, mal de salud, hasta le dolía el alma al caminar en sus Stilettos. Se bebió cinco tragos de Gin sin parar, sin explicarse por qué o para qué, pero le calentó el cuerpo, y alcanzó a meterse en la cama en medio de su terrible fiebre, en la que alucinaría, sí, algo sobre gaviotas picoteándola. Y se enrolló en la cama, en posición fetal, creyendo, como todo adolescente, que se iba a morir y que era su despedida al mundo tal y como lo conocía, se acobijó en el transcurso de la noche, sólo para que, al despertar, se encontrara con Alfred, que la veía fijamente desde la puerta.

 

- Buenos días, Nena- dijo en su voz grave. – Son las doce de la noche

 

– Leave me alone- le ordenó, pero él no entendió, ella se dio la vuelta y se escondió bajo una almohada.

 

- Es que tengo un problema

 

- Mmm…- se quejó, quedándose dormida de nuevo, o empezando a quedarse dormida, pues escuchó que Fred bordeaba la cama y se colocaba frente a ella. – No me gusta que me veas dormir, vete- le dijo, levantando su mano para hacer la típica señal de “vete”.

 

- Nena, abre los ojos, por favor- Emma los abrió un poco y vio, por entre sus dedos, a Fred, con los pantalones abajo, deteniendo su bulto entre sus manos.

 

- No tengo ganas de coger, Fred- se quejó de nuevo, viéndolo a los ojos con expresión de “o te vas, o te mato”.

 

- Nena, por favor…estoy que ardo- dijo, quitando sus manos para que Emma viera su enorme erección.

 

- What the fuck are you wearing?- gimió, irguiendo su cuello mientras intentaba enfocar aquella imagen. - ¿Estás usando mi Kiki de Montparnasse?- murmuró, tratando de enfocar todavía.

 

- Es muy cómoda, Nena

 

- Mastúrbate en otro lado, Alfred…y deja de robarme mis tangas que son caras

 

- Nena, ya me masturbé, tres veces, y no se me baja- gruñó, quitándose la tanga de Emma.

 

- Como quien dice que estás mal- rió, cerrando sus ojos y enrollándose de nuevo en las sábanas.

 

- Se me olvidó que me había tomado una dosis ya, y me tomé doble sin querer

 

- ¿Dosis de qué?- balbuceó, ya entrando en etapa de sueño.

 

- De viagra, Nena…la he usado toda mi vida, pero ahora se me ha pasado la mano

 

- Pues ve a pasarte la mano a otro lado que no sea en mi casa- espetó, todavía con sus ojos cerrados. – Me siento demasiado mal, porque no puedo ni parártelo, y porque estoy enferma…now, take it home- dijo, refiriéndose a su erección.

 

- Nena, por favor, haré lo que sea- sollozó, como si estuviera en un verdadero problema. - ¿Qué quieres que haga?- Emma abrió los ojos y retiró sus sábanas.

 

- Quiero que me entregues mis llaves y que, de ahora en adelante, nos veamos en tu apartamento, sin viagra, y que dejes de robarte mis tangas, por Dios…- Alfred se agachó, buscó las llaves en el bolsillo de su pantalón y colocó las llaves en la mesa de noche. – Y me dejarás a mí hacerlo, porque no me imagino lo que me dolería si me follas como siempre…

 

- Está bien, Nena, ¿algo más?

 

- Llévate tu Play Station- murmuró, quitándose su tanga roja, porque ya no tenía negras, para que Alfred se hundiera en su entrepierna.

 

Y, lo único que Emma podía pensar era en lo mal que eso estaba, pero al menos ya no entraría a su apartamento cuando se le diera la gana, Emma sabía que era el primer paso para el fin de una relación, pero no tenían una relación, era básicamente sexo, pues cuando no había sexo Emma no podía ni verlo, se desesperaba demasiado. Abrió sus piernas para él y Fred se encargó de lubricarla, con sus dedos y con su lengua, eso sí lo sabía hacer demasiado bien, tan bien que, cuando ella se corrió, le dolieron hasta los huesos. Tenía que aceptarlo, había algo bueno de Fred, no sólo su torpeza natural que hacía reír a Emma pero que al mismo tiempo le enojaba, y nada más, bueno, sólo el sexo oral, Dios, sí que era bueno el señor de treinta y un años, era lo único que a Emma le gustaba con él, le gustaba más cuando Alfred le decía que sentara en su cara, y, aunque a ella no le gustaba mucho cabalgar la cara de nadie, Alfred la obligaba, y ella, pues, no era tan difícil cuando ya estaba excitada, y lo cabalgaba suavemente, más bien se mecía corta y suavemente sobre él, tomándolo del cabello y de la cabeza mientras él pellizcaba sus pezones o apretujaba sus senos.

 

- Gime, por favor- le gruñó Alfred en cuanto Emma introdujo aquel miembro en su vagina, que iba a cabalgarlo ella a su ritmo, a su adolorido ritmo. Emma no gemía porque no se sentía cómoda gimiendo, sino confundía su vida con la pornografía. – Gime, por favor- le repitió, y Emma se rindió. ¿Por qué no? De igual forma, eso ya era pornográfico, no había mucho sentimiento de por medio, al menos no de su parte, pues Alfred podía llegar al punto en el que lo despreciaba porque la desesperaba.

 

- Ni se te ocurra cogerme- le advirtió. – Sino, dejo de gemir y te dejo de coger- porque eso era lo que hacían, “cogían”, ahí no había tales de “hacer el amor”, aunque eso era lo que Emma iba a intentar esa vez.

 

Emma pasó sus piernas a los costados del torso de Alfred y se echó hacia atrás, dejándolo ver todo su lado frontal, con su miembro en ella, y Emma empezó a cabalgarlo, de arriba abajo, suave y lentamente, que así debería ser el sexo, suave, para el goce de la mujer, qué egoísmo. Y gemía, fingía los gemidos, pues no terminaba de sentirse capaz de gemir, pero la sensación suave le gustaba, pero, por estar fingiendo, no podía gozarla, pues tenía que dividir su concentración entre gozar y gemir, y, en su fiebre de treinta y ocho grados centígrados, no le era posible ser policrónica. Se dejó caer sobre su pecho, cabalgándolo sólo con su trasero, de arriba abajo, cada vez más rápido, ambos gemían.

 

- Córrete para mí- gruñó Fred, creyendo que Emma era capaz de llegar al orgasmo con la penetración, pues no sabía distinguir exactamente entre cuándo se corría y cuándo no.

 

Emma lamió sus dedos derechos y los llevó a su clítoris, que sabía que no tendría un orgasmo, pero era parte de la actuación, hizo como si se tocaba, pero ni siquiera frotaba su clítoris, simplemente dejaba que el dorso de sus dedos rozaran el vientre de aquel hombre, para que sintiera como si se estaba tocando, y gimió lo más falso que pudo, fingió su primer orgasmo, que quizás yo no se lo hubiera creído, pero Alfred si se lo creyó, y, sólo con ver esa terrible actuación, se corrió dentro de Emma por tercera vez en su sobredosis de viagra, algo que a Emma no le gustaba, pues no le gustaba sentir que algo andaba dentro de ella.

 

*

 

Sophia le puso el collar a Darth Vader, el Bottega Veneta negro y le sirvió un poco de leche, que había descubierto que le gustaba, pero no se la tomaba toda, por lo que sólo le servía dos onzas, lo suficiente para mantenerlo ocupado mientras se vestía. Desenfundó el Oscar de la Renta rojo, y notó, por el espejo, que el Elie Saab colgaba ahí también, y dudó si debía darle gusto a Emma o no, sólo era un vestido. Sacudió su cabeza. Sonrió. Sacó la correa y la encajó a la cremallera del vestido, método para subirse sola la cremallera. Se quitó la ropa, colocándola en el cesto de la ropa sucia y salió, desnuda, hacia el baño, a rociarse un par de veces su nuevo descubrimiento, el Hermés’ 24 Faubourg. Tomó el double-tape, dos tiras y se dirigió al clóset nuevamente para pegarlas del lado del busto del vestido, siempre sobre el vestido y no sobre la piel. Abrió el envoltorio de su tanga, una Argentovivo negra que no dejaba ninguna marca, ni sobre la piel ni se ceñía bajo el vestido, se deslizó en ella y descolgó el vestido rojo, bajó la cremallera se metió en el, tomó la correa y la tiró hacia arriba, subiendo así su cremallera; acto seguido, aseguró el busto de su vestido a su piel con la cinta adhesiva doble y retiró la correa. Tomó su bolso compacto, un Belstaff de metal, las barbaridades de la moda, arrojó su teléfono, un paquete de goma de mascar, su cartera Valextra de cuero negro, en donde sólo había espacio para dinero y cinco tarjetas, que una era su identificación, tanto la italiana como la norteamericana, una que Emma no tenía, y su Visa Infinite, su Debit Card y su American Express, y cerró su bolso. Abrió el panel y sacó el tramo de las joyas; buscando los aretes que Natasha le había regalado para la ocasión; de base de cuatro perlas grandes, en el centro, una quinta y sobre las de la base. Abrió la cadena Tiffany que Emma le había regalado y se quitó su anillo del dedo izquierdo, acordándose de cómo Emma se lo había propuesto, que fue romántico, o quizás inesperado, ¿pero qué mujer no quiere algo así? Había que aceptarlo, todas esperaban algo romántico, todas están a la expectativa de cómo, cuándo y con qué. Lo deslizó en la cadena y se la puso al cuello, cayendo aquel anillo que le daba una idea muy concreta de lo que Emma gastaría por ella, pues, sobre su corazón, descansaban seiscientos setenta y cinco mil dólares que podía haber utilizado para otra cosa. ¿Cómo una cosita podía costar tanto? Si ni pulverizando billetes de cien dólares se comprimían en algo tan pequeño y brilloso. Se subió a sus Jimmy Choo, un vistazo al espejo, y no se sintió guapa, no se sintió de acuerdo, pero quizás eran los nervios. Tomó el vehículo de transporte de Darth Vader, marca Sophia Rialto, y le daba risa siempre que pensaba eso, pues no era marca, era simplemente amor al perro por que estuviera cómodo, y sólo era para transportarlo al edificio de Natasha, pues pasaría el fin de semana con su primo, Papi.

 

*

 

Segunda semana de septiembre, dos mil once. Concierto de los Rolling Stones en Times Square, cuestión de dos horas atrás. Emma estaba borracha, como nunca antes, de esas veces que ni caminaba recto, ni siquiera en sus Converse que había bañado en cerveza. Estaba en el apartamento de Alfred, bueno, apenas llegaban, y Emma y Alfred se besaban arrancadamente, arrebatado, salvaje, Alfred cargando a Emma en el ascensor, apretujando su trasero sobre el jeans, su respiración era pesada, y tenía aquel olor a pan agrio, a humo que no era de cigarrillo, con sus ojos rojos, que a Emma, en su ebriedad, no le importaba, pues estaba caliente, el alcohol la había puesto así, o quizás algo que Alfred le había puesto a las cervezas, no importaba. Entraron al apartamento, rebotando en las paredes, quitándose la ropa, Alfred con una media erección.

 

- No puedo trabajar con eso, Nene- rió, señalando aquel miembro sin circuncidar un tanto cabizbajo. – Tómate una azul- le ordenó. – Que ahora vamos a reventar la cama- gruñó en su inmensa ebriedad, y Fred materializó aquella pastillita y la bebió figuradamente, pues no tenía agua, sólo saliva. - ¿Cuánto se tarda?

 

- Cinco minutos…- balbuceó, viendo a Emma en varios planos, moverse lento, entre su marihuana. La pastillita era psicológica.

 

- Oh, you’ve been a bad boy- dijo Emma, hablándole sexy, acostándolo de golpe sobre la cama. – How bad have you been?- se subió sobre él, desnuda, tomando su pene para colocarlo sobre su vientre y mecerse sobre él, atrapándolo entre sus labios mayores.

 

- Very bad…the baddest of them all…

 

- Tell me…bad boy- susurró a su oído, clavándole sus pezones, que le hizo cosquillas por los varoniles vellos que cubrían el pecho de aquel ahora en potencial engorde adulto. - ¿Por qué te gusta cogerme?

 

- Porque eres sexy…estás más buena que el pan…

 

- ¿Y qué más?- siseó suavemente, bajando con su pecho por el suyo hasta llegar a atrapar su miembro entre sus senos.

 

- Porque eres una fiera en la cama…

 

- ¿Por qué yo y por qué no otra?

 

- Porque me gustas tú- gruñó, sintiendo la lengua de Emma rozarle su glande, que Emma lo había descubierto, sintiendo aquel miembro ya más erecto, que no era que Fred era impotente, era algo psicológico. Y volvió a subir, con algo así ya se podía trabajar, y lo introdujo con dificultad en su vagina, era como un dildo flojo, pero daba placer igual.

 

- ¿Y por qué te gusto, Nene?- dijo agitada, empezando a cabalgarlo, que fue cuando él la tomó fuertemente de su trasero, tanto que fue una nalgada fuerte, y la empezó a penetrar sin piedad, haciéndola gritar, y no de placer, sino de dolor, y de rabia.

 

- Don’t know, you look a lot like my mother- gimió, viendo los senos de Emma subir y bajar con una impresionante velocidad.

 

- Stop, stop, stop…- gritó. – What the fuck is your problem?- siseó, sacándose su miembro de ella y empezando a buscar su ropa con la mirada. 

 

- ¿Qué dije?- sollozó.

 

- Dude, you need fucking therapy- se deslizó en su jeans.

 

- ¿De qué hablas, Emma?

 

- Ve a rehabilitación, carajo, ve a un psicólogo a que te trate el complejo de Edipo…haz lo que quieras, a mí no me tomes en cuenta, yo me voy, esto se acabó

 

- Oh, come on, Emma!- gritó, viendo a Emma salir con su camisa a medias poner, con los zapatos en la mano y el bolso en la otra, dejando su sostén y su tanga ahí tirados.

 

*

 

Emma, al igual que Sophia, se desnudaba para meterse en su Kiki de Montparnasse, una tanga, negra como siempre, que, como su nombre lo decía, era como andar sin nada, totalmente seamless, igual que la de Sophia. Descolgó la funda del vestido y lo arrojó sobre la cama, desabotonó aquellos botones recubiertos de seda blanca, descubriendo su perfecto y apropiado vestido, que no era quizás hecho a la medida, pero era estilo único por las plumas, y había sido ajustado especialmente para Emma. Tomó, antes de deslizarse y estropear su perfecto vestido negro, su barra y sus polvos antifricción, se sentó a la cama y frotó la brocha de los polvos sobre la unión de la falange y el metatarsiano pulgar e índice, para luego frotar aquel ungüento sólido sobre el área y volver a polvearse. Técnica aprendida de Natasha, quien era como la cajita de Pandora en cuanto a los secretos de la comodidad para evitar el lema de “La Belleza Duele”, era por la altura de sus Stilettos y porque eran nuevos, sólo para que no se lastimara y pudiera caminar cómodamente sobre ellos. Se subió a sus Stilettos y, así, se deslizó en su vestido negro, que según yo le quedaba perfecto, según Natasha era la octava Maravilla construida por el hombre. Subió la cremallera lateral, invisible, tal y como Emma lo había pedido, y, para esconderla aún más, botones planos y cómodos, que terminaban por cerrar la complexión del vestido; una obra maestra.

 

Caminó hacia la mesa de noche, tomó sus aretes Piaget y los fijó a sus orejas, tomó su Patek Twenty-4, dándole un poco más de elegancia al asunto, pues su reloj de todos los días, el otro Patek, tenía muñeca de cuero marrón quemado y era de oro rosado, y sabía que un reloj no se usaba con un vestido, pero sin reloj se sentía extraña. Roció, a distancia de medio brazo, el Guerlain Insolence a cada lado de su cuello, sobre su pecho vestido, sobre la parte interior de sus brazos y, habiendo colocado el frasco sobre la mesa, vio su mano izquierda, y sonrió. Tomó el anillo entre sus dedos índice, medio y pulgar de la mano derecha y lo sacó lentamente, y lo admiró, sonriendo, no había un anillo más chic, al menos eso pensaba Emma, había sido lo que probaba la seguridad de Sophia, y se lo cambió de mano, enfundando su dedo anular derecho con aquel anillo, sintiéndolo extraño, pero parte de sí, lo que la hizo sentir segura en aquel momento de nervios. Respiró hondo, tres veces, y, tomó su bolso compacto, Fendi ocre, llevándole un poco de descaro al asunto, pues no estaba en contra de aquello, más porque no vería su bolso muchas veces por la noche; pues sólo llevaba su cartera, goma de mascar, y su teléfono, una cajita, ah, y un Lipgloss.

 

*

 

Noviembre dos mil once.

 

- Gaby, ¿puedes venir un momento, por favor?- dijo Emma por el intercomunicador, reanudando su tercera propuesta para los Hatcher.

 

- Dígame, Arquitecta- emergió, con su libreta ya en una página en blanco, lista para tomar nota, pero su voz era quebradiza, y sus ojos estaban agachados.

 

- Siéntate, por favor- sonrió, apartando el teclado y el mouse, apoyándose con sus codos, recubiertos en un suéter Donna Karan de lana, en una mezcla de tonos celestes y turquesas, con un poco de blanco. - ¿Qué pasa?

 

- Nada, Arquitecta- intentó sonreír, pero fue demasiado falso.

 

- Gaby, no te voy a regañar, yo no soy tu mamá- murmuró, intentando buscar la mirada de Gaby, pero seguía sin verla. - ¿Qué pasa?

 

- Tengo problemas personales, Arquitecta, nada de qué preocuparse. Dígame, ¿qué puedo hacer por usted?- inhaló su congestión nasal para evitar que saliera huyendo de su nariz.

 

- Gaby, ¿cuánto tiempo tienes de trabajar para mí?

 

- Un poco más de un año

 

- ¿No confías en mí?- murmuró, no por curiosidad, sino porque detestaba ver a una mujer llorar, pues siempre lo asociaba con violencia, y porque Phillip se lo había dicho muchas veces, más cuando Natasha tenía sus colapsos de cinco minutos por el estrés en el trabajo, además, si Gaby estaba mal, no era tan efectiva como el resto del tiempo. – Pretendamos que no soy tu jefa, sino que tu amiga, ¿está bien?- dijo al sentir que Gaby estaría a punto de evadirla de nuevo, y no iba a descansar mientras no viera que se recomponía. Necesitaba que hiciera cosas por ella.

 

- Vivo en Brooklyn con mis papás, y mi hermano, con su esposa y su hijo…- Emma emitió un “mjm”. – Hace dos meses llegó el hermano de mi cuñada…- y empezó a quebrarse en lágrimas.

 

- Gaby, háblame con confianza…yo no diré nada a nadie, esto se queda entre nosotras, ¿está bien?- ella asintió, no sabiendo por qué el tono de Emma le parecía tan reconfortante.

 

- Es mayor que yo, tiene veintiocho…y se quedaba a dormir en la casa…

 

- ¿Te hizo algo?- pero Gaby no respondió. – Gaby, ¿te hizo algo?- repitió, poniéndose de pie y bordeando el escritorio.

 

- Arquitecta, yo le juro…- sollozó, tapándose el rostro con ambas manos.

 

- Gaby…Gaby…- murmuró Emma, sentándose en el sillón de al lado. – Tranquilízate…háblame- murmuró con aire a consuelo, alcanzándole un Kleenex de la caja que tenía arrojada, por cosa del destino, sobre el escritorio.

 

- Es que tengo miedo de que me cueste el trabajo, Arquitecta- dijo entre sus sollozos y su congestión nasal.

 

- Gaby, ¿has vendido propiedad intelectual de la oficina?- ella se negó con la cabeza. – Entonces no tengo por qué quitarte el trabajo…háblame, por favor

 

- Tengo ocho semanas de embarazo- dijo, tan callada que Emma apenas le escuchó.

 

- Gaby, ¿fue sin tu consentimiento?- se negó con la cabeza.

 

- Sólo pasó, Arquitecta…se lo juro

 

- Gaby, no tienes por qué darme tantas explicaciones…pero, dime, ¿por qué lloras exactamente? Seguramente podemos encontrar una solución- sonrió, poniéndose de pie para dirigirse a la micro-estación de vasos y botellas de Pellegrino que tenía, que, por cuestiones del destino, tenía una botella de agua sin gas, la que abrió y vertió en un vaso. – Gaby… ¿qué tan malo puede ser?

 

- Mis papás me van a echar a patadas de la casa, él no se va a hacer cargo… ¿qué voy a hacer?- rezongó, y con justa razón.

 

- Vamos por partes… ¿por qué te van a echar de la casa?

 

- Es la reacción que espero, Arquitecta

 

- ¿Cuándo les vas a decir?

 

- Ahora que llegue a casa

 

- Hagamos una cosa, si es que te parece…- suspiró, no estando segura de lo que estaba haciendo, pero si en sus manos estaba tranquilizar a una mujer desesperada, lo haría, más cuando era tan buena en su trabajo. – Yo estoy dispuesta a ayudarte siempre y cuando no decidas abortarlo, ¿entiendes?- Gaby asintió. – Si las cosas en tu casa salen mal, yo te daré un lugar para vivir mientras encuentras algo tú, pero, pase lo que pase…te subiré el sueldo…y me encargaré de que a tu hijo no le falte una buena niñera, ni a ti los tratamientos prenatales necesarios- y todo era porque Emma no podía pasar por lo que Gaby estaba pasando, pero era algo raro, no podía pero tampoco quería, aunque siempre fue de apoyar a los niños; casi siempre, sus donaciones, iban a hogares de niños huérfanos.

 

- Arquitecta…yo no podría aceptar eso…

 

- No es una pregunta, es una orden…si tus papás te dan la espalda, ten por seguro que yo no…porque no sé qué es tener veintiún años y estar sola…pero sé que una mano amiga no te caería mal, todos necesitamos ayuda de vez en cuando… ¿de acuerdo?

 

- Está bien, muchísimas gracias, Arquitecta…- suspiró, tomando el vaso con agua que Emma le alcanzaba. – Sólo tengo miedo…

 

- A mal paso…

 

- Darle prisa- lo completó, secándose las lágrimas y soplándose la nariz.

 

- Exacto- sonrió Emma. – Pero ya no llores, ¿sí? Soluciones hay, y muchas- dijo en aquel tono comprensivo mientras se devolvía al otro lado del escritorio, volviendo a levantar la barrera entre jefe y empleado.

 

- Gracias, Arquitecta…- se recompuso. - ¿Qué puedo hacer por usted?

 

- Necesito que me compres un boleto de avión, para el diez de diciembre, saliendo de JFK por la mañana, para llegar al Fiumicino, el aeropuerto de Roma…

 

- ¿Qué tan en la mañana? ¿Alguna aerolínea en especial? ¿Qué clase?

 

- Saliendo a eso de las ocho de la mañana, la aerolínea no importa, que sea directo o, si tiene escalas, que no tenga que bajarme del avión, por favor…cómpralo en Primera Clase, por favor…entre menos dure el vuelo, mejor- suspiró, trayendo de nuevo el teclado del ordenador hacia ella.

 

- ¿Qué más?

 

- Necesito que llames al Señor este de Little Wolf…se me ha olvidado el apellido, se llamaba Manuel o Manolo, no me acuerdo, pero necesito que le preguntes si ya están las encimeras de mármol negro, si están, dile que las venga a dejar, contra pago, y si no están, quiero que le llames tres veces al día para presionarlo, acordándole que tiene “x” días de atraso, amenázalo con nunca trabajar con él de nuevo- Gaby emitió un “mjm”. – Llámale a Jaime Gonzalez, el plomero de Aaron, y dile que se me sale el agua de la ducha, que necesito que vaya a verla, que cotice y que me diga qué carajos hay que cambiarle de una buena vez, que es tercera vez que pasa eso…

 

- ¿Algo más?

 

- Avísame cuando Volterra esté libre, por favor- sonrió, dando por terminada la sesión de labores en su oficina, en lo que a Gaby se refería, pues eran apenas las diez de la mañana. Tomó el teléfono y presionó el acceso directo número dos, pues el primero era el de Volterra.

 

- Centro de Recursos Humanos, Project Runway para Lifetime, buenos días- dijo aquella mujer que parecía tener voz de pregrabación.

 

- Buenos días, con Natasha Roberts, por favor

 

- ¿Quién desea hablar con ella?

 

- Emma Pavlovic- sonrió, intentando aguantarse una risa por querer decirle “El Coño de Atenea”, que era una simple burla a un comentario reciente de Natasha, pues había catalogado la vagina de Atenea como mágica, como su vagina, pues una vez atrapaba un pene, no lo dejaba ir. Un comentario al azar, estúpido pero al azar.

 

- Please tell me that you need me- gimió Natasha al contestar la llamada.

 

- I always need you, ma Chérie

 

- Tan linda que eres- rió.

 

- Lo sé, soy la más hermosa y la mejor amiga del mundo

 

- ¿Y ese salto de confianza?

 

- ¿Qué vas a hacer ahora por la noche?

 

- Mi vagina necesita descanso…he tenido demasiada acción desde el lunes

 

- Hoy es martes- rió Emma a carcajadas.

 

- Pues imagínate el abuso del uso…- rió, y qué bien se sentía reír así de fuerte. – En fin, estoy en incapacidad autorecetada, ¿qué tenías en mente, oh, gran Emma?

 

- Oh, gran Nathaniel- bromeó. – ¿Qué dices si vamos al cine a ver cómo Cullen revienta la cama con Bella?

 

- Tienes mi atención- sonrió. – Si yo no puedo tener sexo, que lo tengan ellos…aunque seguramente me dará risa… vomita tu plan

 

- Tickets centrales para “Breaking Dawn”…y luego una Lady Gluttony en Olive Garden…Ravioli di Portobello, con ensalada y Breadsticks…luego de una Smoked Mozzarella Fonduta…

 

- Unos cuantos Venetian Sunsets…

 

- Y, de postre, Zeppoli

 

- ¡Ah!- gimió suavemente al teléfono, cuidando que nadie la escuchara. – Me acabo de correr- rió Natasha, levantando sus lentes por encima de su cabeza.

 

- Phillip puede venir también

 

- ¿Qué parte de “Incapacidad” no entendiste?

 

- Ay, ni que te haya abusado de la puerta trasera- rió Emma, viento que Gaby se acercaba a su oficina.

 

- Ay…no, nada que ver…es sólo que necesito un descanso…

 

- Como tú digas…

 

- ¿A qué hora es el chiste?- Natasha se negaba rotundamente a aceptar que la Saga le gustaba, que le encantaba, a Emma le daba igual, pero había visto las películas anteriores con Natasha, había que mantener la tradición.

 

- A las siete y media en el de siempre

 

- ¿Nos vemos a las seis frente a las escaleras?

 

- Me parece perfecto, mi amor- sonrió Emma, ruborizándose por haberla llamado así frente a Gaby, pero, a fin de cuentas, ¿Gaby qué sabía? Nada.

 

- Go, Team Edward!- gritó, y luego colgó.

 

- ¿Ya está libre Volterra?- Gaby asintió. - ¿Alguna novedad?- preguntó, sacando su tarjeta de crédito, pues su vuelo no se iba a comprar con imaginación o suspiros.

 

- Hay un problema…- Emma le alcanzó la tarjeta.

 

- ¿Qué pasó?- se puso de pie y empezó a caminar hacia el exterior de su oficina, para atravesar longitudinalmente el Estudio para llegar a la oficina del Jefe.

 

- Hay sólo dos aerolíneas que vuelan directo, Alitalia y Delta, pero ambos vuelan de noche, y no hay de Primera Clase, sólo de Clase Ejecutiva…

 

- ¿Cuál dura menos?- pasó de largo por los cubículos de la Trifecta, en donde David siempre hacía la jugada del Exorcista al darle una vuelta de 360° a su cuello para seguir el trasero de Emma desde el punto en el que estuviera, Dios, era al único al que le gustaba que las oficinas fueran con paredes internas de vidrio.

 

- Alitalia, saliendo a las once de la noche de JFK…dura ocho horas y quince minutos, sin escalas, en Clase Ejecutiva

 

- ¿Expedia?- Gaby y su “mjm”, el que había aprendido de Emma. – Alitalia opera con Delta, llama a las oficinas de Delta y, si no consigues para el diez, que sea el once, pero en Primera Clase…no importa salir de noche de aquí- se detuvo ante la puerta. – Los de Clase Ejecutiva… ¿superan los ocho mil?

 

- No, no pasan de seis mil

 

- Entonces sí, compra uno de Primera Clase, por favor- y llamó a la puerta de su jefe, justo para que, cuando diera aviso de aprobación de paso, Gaby se retirara. - ¿Querías hablar conmigo?- entró a la oficina.

 

- ¿Ferrero?- le ofreció de su recipiente de dulces y chocolates.

 

- Toda la vida, Arquitecto- rió Emma, sentándose en el sillón rojo del lado izquierdo y metiendo su mano en el recipiente. - ¿Qué clase de trabajo sucio quieres que haga?- pues era la única razón que le encontraba a su ofrecimiento de Ferrero.

 

- No es un trabajo sucio, es un favor- dijo, entrelazando sus dedos y echándose hacia atrás sobre su silla de cuero. – Y sí, puedes considerar tus opciones

 

- Tú dirás…

 

- ¿Cuándo te vas a Roma?

 

- No te sabría decir si el diez o el once, Gaby está haciendo el milagro, ¿por qué?

 

- ¿Puedo mandar un paquete contigo?

 

- ¿Un paquete?

 

- Sí, no es nada ilícito, son papeles que necesito que lleguen a su destinatario lo más pronto posible, y no quisiera mandarlo por Courier

 

- ¿Quieres que se lo entregue personalmente?

 

- Sí…vive cerca del centro

 

- Está bien, sólo dame el paquete y yo se lo entrego, con muchísimo gusto- sonrió Emma, pero Volterra le acercó el recipiente de Ferrero de nuevo. - ¿Qué más?- rió.

 

- Necesito que hagas un depósito en una cuenta del Banco di Brescia

 

- Está… ¿bien?- dijo lentamente, no entendiendo del todo, pues no debía entender.

 

- ¿Cómo prefieres?- pero Emma lo vio con incógnita. – ¿Quieres que te dé el dinero líquido, que te lo deposite en una cuenta, o qué?

 

- ¿De cuánto estamos hablando? Digo, para saber qué tan seguro es llevarlo a bordo. Volterra abrió sus manos, las cerró, las volvió a abrir, cerró su mano izquierda y la volvió a abrir, sí, veinticinco.

- Euros

 

- Mmm…- pensó Emma, desenvolviendo el tercer Ferrero.

 

- No preguntes- levantó las manos en evasión rotunda.

 

- No iba a preguntar…mmm…- introdujo el Ferrero en su boca. – Es mucho dinero…estoy pensando en cómo llevarlo al otro lado, ¿por qué no sólo lo transfieres?- pero Volterra levantó una ceja, diciéndole “esa no es una opción”, y Emma supo que no era ilícito, pero Volterra estaba haciendo algo sin el consentimiento del dueño de dicha cuenta.

 

- Lo que no quieres es que se den cuenta de que has sido tú, ¿no?

 

- Por eso te contraté, por inteligente- rió. – Sí, es por eso

 

- Deposito el dinero a la antigua; saco el dinero de mi cuenta en Roma, tú me lo repones aquí contra la entrega de la copia del registro del depósito, ¿te parece?

 

- Como dije, por eso te contraté, por inteligente- sacó una página impresa de entre su carpeta. – Es para hacerlo transparente, sin trampas

 

- No planeo robarte tu dinero- rió Emma, tomando la página y empezando a leerla.

 

- No creo que lo vas a robar, pero es para que quede una constancia legal, por cualquier cosa- Emma terminó de leer aquel contrato, que no tenía nada de extraño, y, con el bolígrafo de Volterra, dibujó aquella “E” que era torcida, unas montañas a la ligera, un círculo sin completarse, una “P” más alta que el resto de letras, haciendo énfasis en que era mayúscula, como la “E”, que parecía la “D” de Disney pero transformada a “P” , y luego aquella composición de garabatos que pretendían ser el resto de su apellido, que terminaba con un punto. 

 

- Sí sabes que voy a necesitar los datos de esa persona, ¿verdad?- Volterra asintió y le alcanzó un pedazo de papel de tamaño promedio.

 

- Cuídalo con tu vida, por favor- Emma asintió, se puso de pie y abrió el dichoso papel:

 

Allegra C. Rialto

88 Via dei Foraggi, Roma

Banco Di Brescia  050536

No. 940-8162-8482

 

Víspera navideña del dos mil once. Era la primera navidad que Sophia no celebraría en Atenas. El divorcio de sus papás había sido demasiado rápido y fácil, como si Talos quisiera deshacerse de Camilla y como si Camilla quería que Talos se deshiciera de ella, era como una desesperación tan grande que, a pesar de haberla dejado, literalmente, sin nada, pues le dio dinero, sí, pero Camilla no tuvo la oportunidad siquiera de sacar su ropa de aquella casa, lo que significaba que había salido de ahí cual prófugo de la justicia; sólo con lo que tenía puesto, su bolso, y fotografías sin marcos. No sabría decir si Talos era o no un mal hombre, porque mal papá no era, o quizás sí, pues esa navidad, se había llevado a Irene y a Maia, juntando hija menor con amante, por un crucero, desde antes de navidad hasta después de año nuevo, por lo que Irene no había podido ir a Roma, aunque Camilla sabía que Talos no quería que Irene pasara tiempo con ella, mucho menos con Sophia, pues la creía mala influencia; decía que tenía una actitud bastante frondosa en una irrelevancia en cuanto a todo, que no era digno de un ganador, pero era simplemente que Sophia había tomado la sabia decisión de no tomarse las cosas muy en serio, que las raíces no le crecieran hacia el suelo, pues todo era pasajero, pero estaba muy consciente que llegaría el momento de dejar que esas raíces crecieran, simplemente esperaba. Dentro de todo, del estrés del trabajo, que se rumoraba que habría recorte de personal muy pronto, estaba muy contenta al estar con Camilla, pues su relación no era nada mala, Camilla era muy cariñosa con Sophia, era de las que la abrazaba por las noches cuando veían la televisión, la mimaba, y Sophia estaba doblemente contenta porque Camilla había conseguido trabajo en la Sapienza tras haberse encontrado con un viejo amigo de la universidad, Alessio Perlotta, que daba la casualidad que su esposa era la jefe de Recursos Humanos y necesitaban a un jefe de Organización de Seminarios, para lo que contrataron a Camilla. Y fue entonces, tras una breve plática, que Alessio Perlotta se enteró que Camilla estaba divorciada tras veintisiete años de matrimonio, y, siendo amigo, muy buen amigo de Alec Volterra, no encontró más remedio que hacerle saber que Camilla estaba soltera y trabajando en la Sapienza.

 

Emma, al mismo tiempo, pasaba el cumpleaños de Sara con ella, como siempre, sólo eran ella, Sara y Piccolo, el fiel amigo, que nunca decepcionaba. A veces llegaba Franco, pero Emma le huía, subía corriendo a su habitación cuando escuchaba el auto de su papá aparcarse, y se tiraba a la cama, haciéndose la dormida, pues a veces Franco subía, y Emma lo podía sentir de pie a su lado, observándola, que su tono cambiaba, entre sonrisa y enojo, cambios muy rápidos y muy violentos, pero se iba, siempre se iba. Pero aquel día lo pasaba con su mamá, comiendo salmón ahumado y risotto con langosta, unas buenas copas de vino blanco muy frío, entre risas, carcajadas más bien, Emma contándole a Sara de las aventuras con Natasha, los problemas existenciales que surgían entre ellas, los desvaríos que tenían, cosas del trabajo, de Alfred le contaba las cosas que debía saber, pues Alfred, en cierto momento, tomó el teléfono de Emma y, según él, por hacer las cosas bien, llamó a Sara y se presentó, cosa que a Emma le había enojado hasta el fin del mundo. Sara le contaba lo de siempre, novedades sobre Laura, pues Emma no lograba compaginar del todo con ella a pesar de que se llevara mejor con ella que con Marco, que de él no tenía muchas noticias; lo último que supo fue que se había ido a vivir con su novia a Livorno, en donde aparentemente trabajaba con su futuro suegro, aunque nada era cierto para Sara, no desde que Marco le había dicho y vuelto a decir que no quería saber de ella nunca más, que hiciera de cuenta y caso que él estaba muerto para ella pues, para él, ella ya lo estaba. Emma no odiaba a Marco, simplemente no lo comprendía, y tampoco quería comprenderlo, no quería acercamientos con él, pues siempre tuvo muy presente que, por su culpa, ella terminó pagando los platos, literalmente, rotos; cosas de la niñez y rencores ya sanados, pero las actitudes presentes pesaban más.

 

Sophia caminaba hacia su casa, entre el frío suave romano, en su ya pasado de moda abrigo negro, para fríos medios, de no menos de cero grados, lo suficiente para sobrevivir en Milán y en Roma en aquella época. Caminaba con sus manos en sus bolsillos, viendo hacia el suelo, caminando sobre el adoquín de las callecitas laterales y escondidas de Roma, venía de la Piazza della Rotonda, así había venido caminando, cabizbaja, viendo sus converse de cuero café aplanar sus futuros pasos, con su mala postura, echando sus hombros hacia adelante y formando una concavidad con su pecho, escuchaba música con ambos audífonos en sus oídos. Eran sólo veinticinco minutos caminando, a paso en tempo promedio, pero, al ritmo que llevaba se había tardado más de lo normal que, si se hubiera tardado menos no habría visto aquello. “Più Bella Cosa” empezaba a sonar, a retumbarle en los oídos, y caminaba por la acera, todavía viendo hacia abajo, arrastrando y pateando su jeans, son la leve brisa que se escabullía por las calles que le soplaba la melena rubia que llevaba abajo para cubrir sus orejas, iba de mal humor, tal vez pensativa, pues había salido huyendo de aquella taza de café con su mamá y una de sus amigas de aquella época perdida, de la misma que era Perlotta y Volterra, y, cruzando hacia la derecha para entrar al callejón de la vivienda de su mamá, vio un auto, sedán, de color suave, color champán, un Jaguar, aparcado frente a la puerta de la casa, pues no era edificio, sino dos apartamentos por piso. Y había una mujer, un tanto alta, que tocaba el timbre, tenía un paquete en la mano, pero era un paquete que fácilmente cabía por la escotilla del correo. Se cruzaba de brazos, y Sophia no se explicaba por qué se había quedado ahí, viéndola, tal vez le daba risa la desesperación de aquella mujer, por cómo temblaba intencionalmente su pierna izquierda, que estaba enfundada en un jeans ajustado, que parecía triturarle las piernas. “Piú Che Puoi” sonaba cuando Sophia vio que aquella mujer, en aquel abrigo gris, abierto, como si no tuviera frío en lo absoluto, fumaba un cigarrillo mientras intentaba introducir el paquete en la escotilla del correo, en la escotilla del correo del apartamento de su mamá pero, justo cuando Sophia reanudó la marcha, la mujer terminó por empujar el paquete, sin dañarlo y se agachó, estrujando la colilla de su cigarrillo contra el adoquinado, pero no dejó la colilla tirada, sino que se la llevó a la mano y abrió la puerta del auto para sacar una lata de Aranciata, dejar ir la colilla allí dentro y botar la lata en el basurero más cercano, que fue cuando Sophia le alcanzó a ver el rostro, que se le hizo conocido, pero no le hizo caso, pues aquella mujer se subió al auto y se marchó.

 

*

 

- ¿Lista?- se asomó Phillip por la puerta, viendo a Emma contemplar su anillo, que ahora residía en su dedo anular derecho; un anillo de base de oro blanco, con un montaje de madera de nogal que, en medio, guardaba un diamante color cognac; un anillo bastante extraño, pero que le habían halagado varias personas ya y en distintas ocasiones.

 

- Como nunca- sonrió, volviéndose hacia él. – Qué guapo, Felipe- rió, viéndolo ahí, de pie, bajo el marco de la puerta, adornando perfectamente un traje negro Fioravanti de solapa redonda, como a él tanto le gustaba, que se ajustaba a su pecho y a sus piernas, sin dejar de ser masculino, tallado, de camisa negra que la decoraban unas mancuernillas negras y plateadas Paul Longmire, corbata Lanvin negra y Ferragamo negros.

 

- Lo mismo quisiera decir, Emma María…pero “guapa” no es la palabra que encaja- sonrió, sacando sus manos de sus bolsillos.

 

- Mi amor…- llegó Natasha, con su vestido simplemente puesto, pues no podía subirse la cremallera ella sola, se ponía sus aretes Sidney Garber, que eran unas perlas que estaban parcialmente envueltas en una disimulada serpiente de diamantes, cuyos ojos eran rubíes. - ¿Me ayudas?- y Phillip, con todo el placer del mundo, subió la cremallera de su esposa, acordándose de la primera vez que estuvo con ella, pues, en vez de subírsela, se la había bajado, por órdenes de ella. Natasha levantó la mirada y vio a Emma de pie, aferrándose a su bolso amarillo, y sonrió ampliamente; no pudo decirle un halago, no le salían las palabras, sólo la sonrisa era suficiente para hacerle saber a Emma que estaba perfecta.

 

- Phillip.- contestó aquel hombre su teléfono, viendo que era Sophia, por lo que no le dijo su nombre, para no alarmar a Emma, por cualquier cosa.

 

- Pipe… ¿dónde están?

 

- En el apartamento todavía, ya en un momento salimos, Natasha se está poniendo las chanclas nada más- y Natasha le soltó una palmada de “no sea grosero, no son chanclas, son Christian Louboutin”.

 

- ¿Me pones a Emma, por favor?

 

- Te habla Sophia, Em- sonrió, alcanzándole el su iPhone.

 

- Mi amor- murmuró Emma, con una sonrisa demasiado grande.

 

- ¿Cómo estás?

 

- Bien, ¿y tú?

 

- I’m fine… te quería decir algo- resopló.

- Dime

- I was wondering if you had any plans for later?- rió Sophia, alistando las cosas de Darth Vader en un bolso adicional.

 

- Tengo una boda en el Plaza… ¿y tú?- bromeó, sabiendo que era lo que Sophia buscaba.

 

- ¡Yo también!- siseó ridículamente. – Quizás puedes ausentarte unos minutos para tomarte una copa conmigo

 

- Suena bien, ¿a qué hora?

 

- ¿Te parece si nos vemos en el Champagne Bar en quince minutos? I’ll be the one in red- le acordó, preparándola mentalmente para que la viera en el Oscar de la Renta y no en el Elie Saab, aunque Emma ni sabía que Natasha había comprado el otro vestido. - ¿Me esperas con un Whisky?

 

- Está bien, te veo ahí, mi amor

 

- Te amo- murmuró Sophia, un tanto sonrojada.

 

- Yo también- y colgó.

 

- ¿Qué pasó?- preguntó Natasha un tanto asustada.

 

- We’ll have a drink before the wedding- sonrió.

 

*

 

Enero dos mil doce. Era un día común y corriente en el estudio Volterra-Pensabene, Emma tenía su desacuerdo semanal con David Segrate, que lo había reprendido por haberle mandado una docena de tangas negras, pero Segrate se defendió, diciéndole que sólo era un detallito pequeñito para con ella, que tal vez, estando cómoda de esos lados, aceptaría a ver cómo ganaba la carrera de veleros en Central Park en marzo, y no, no, no, y por enésima vez, no, Emma no quería, no sabía por qué de Segrate, lo único que le gustaba, era su ausencia, tal vez porque le acordaba a Franco, con esa actitud de gallito de pecho ancho, pretensioso, eso es, como si supiera exactamente cómo manejar todo a su gusto, manipulador y arrogante, ¿había acaso algún hombre que a Emma le gustara? Pues Fred no le gustaba, en lo absoluto, le tenía cariño, un cariño raro, pero se lo tenía, sin duda alguna, pero eso era cosa del pasado. Phillip, Romeo y Volterra, eran a los únicos tres hombres que Emma podía decir que les tenía un inmenso respeto, que podía decir que los apreciaba mucho, quizás a Phillip más que a los otros dos, porque la barrera de socios entre ella y Volterra no era tan flexible, aunque Volterra sabía que Emma necesitaba, entre Segrate y Bellano, que Segrate era más intenso, un poco de protección paternal, y que se notaba que la figura paterna le había faltado, aunque nunca quiso ahondar en el tema. Y luego, sólo Pennington le agradaba, porque mantenía su distancia personal, estando soltero no se le acercaba, era estrictamente una relación profesional, lo que lo hacía la adoración ingeniera de Emma.

 

-  Volterra- contestó el teléfono de la oficina, que sabía que era una llamada directa, quizás de Emma, pero no.

 

- Ciao, Alec- dijo aquella melodiosa pero ronca voz, menos la efusividad de hacía veintitantos años, todavía menos desde la última vez que habían hablado, antes de que Sophia lo visitara aquel verano.

 

- ¿Camilla?

 

- Si

 

- ¿Cómo estás? Tanto tiempo sin saber de ti- sonreía, dándole la espalda a la puerta de su oficina, de las pocas veces que le gustaba hablar por teléfono.

 

- Pues, estoy muy bien, ¿y tú?

 

- Muy bien, también, ¿cómo va todo en Atenas?- disimuló, según él para hacerse el desentendido.

 

- ¿En Atenas? Vamos, Alec, yo sé que ya sabes que no estoy en Atenas…

 

- Lo siento, es que no soy muy bueno para tratar temas delicados

 

- Lo sé, siempre has sido así- rió. - ¿Estás ocupado?

 

- En lo absoluto, Camilla, ¿cómo estás, cómo están tus hijas?

 

- Yo estoy bien, todas estamos bien, Irene se quedó en Atenas, con Talos

 

- ¿Sophia está bien? Me encariñé con ella cuando vino, muy simpática, seguramente con Irene también, si la conociera, claro

 

- Tenemos que hablar de tantas cosas, Alec… ¿tienes planes de venir pronto?

 

- No, pero podría arreglar un viaje de unos pocos días, ¿por qué?

 

- Necesito hablar contigo, en persona si se pudiera…sino, por teléfono será

 

- ¿Estás bien? ¿Estás segura que tus hijas están bien?

 

- Sí, Alec, tenemos que hablar de muchas cosas, nada más- repitió, intentando evitar caer en el tema a tratar.

 

- ¿Qué tan urgente es?

 

- Entre más pronto, mejor

 

- Puedo llegar a finales de febrero, ¿está bien?

 

- Tú dime cuándo vienes, te mandaré un correo electrónico para que tengas mi dirección

 

- Gracias, yo te aviso al tener la fecha definida… siempre es un gusto escucharte, Camilla

 

- El gusto siempre es mío, Alec

 

- Cuídate mucho, ¿sí?

 

- Tú también- sonrió, acordándose de cómo solían despedirse en aquella época. – Alec…no tenías que hacer lo del dinero

 

- Tú hiciste lo mismo por mí, úsalo para lo que necesites

 

- Sabes que te lo pagaré, ¿verdad?

 

- Camilla, yo nunca te lo pagué, eso no es más que lo que te debía- sonrió, sabiendo que era una excusa de la que se valdría en caso que Camilla le reclamara algo.

 

- En aquel entonces eran tres mil liras, Alessandro- rió, intentando no hablar muy fuerte, pues todavía estaba en la oficina, pero le hablaba de su móvil.

 

- Y eso me hizo lo que soy, úsalo nada más…

 

- Está bien…gracias por el pago y por las fotografías y por acordarme de hace tantos años

 

- Con todo mi cariño, Ca- que “Ca” era tanto para “Camilla” como para “Cara mia”.

 

- Te mando un beso…y un abrazo

 

- Cuídate mucho, por favor…y, cualquier cosa, no dudes en llamarme, por favor

 

Diez de Febrero dos mil doce. Era el cumpleaños de Phillip, aunque había cumplido realmente el ocho, una celebración en grande, como siempre, pero a Phillip simplemente no le gustaba, no era ni que le diera igual, es que no le gustaba, punto. Le daba igual cumplir años, en realidad le gustaba, pues un año más pasaba, lo que significaba, para él, que estaba cada vez más cerca de casarse con Natasha, que ese era, por fin, el año en que Natasha cumpliría los veintiocho, pero sabía que, de proponérselo el día de su cumpleaños, caería en eterna desgracia con sus suegros, que, por el momento, los tenía en el bolsillo, pues vieron que no era simplemente un playboy que andaba detrás de su hija, ya tantos años de relación era de respetar, y no se engañaban, había algo más que sólo tomarse de la mano, más cuando había sido bastante presente y comprensivo con Natasha en la época en la que Margaret había tenido aquel episodio, del que al principio sólo era de un lado, luego de ambos. Pero, de que le proponía matrimonio, quizás no sobre una rodilla, se lo proponía, y lo haría especial, no como la primera vez, pero llevaría trabajo, no quería forzarlo, y quería el anillo perfecto, no un anillo cualquiera, uno que gritara “Natasha”, el que llevaría con orgullo en su dedo anular izquierdo.

 

La fiesta era aburridamente entretenida, pues, era aburrida para Phillip y para Natasha, pero, para el resto de los invitados, era entretenida: alcohol, música, hombres y mujeres que se encargaban de animar el ambiente, mientras Phillip intentaba poner su mejor cara para sus invitados, para sus amigos de las distintas etapas de su vida, presentando a Natasha como su novia mientras recibía comentarios como: “Noltenius, y yo que siempre te creí marica” o “Noltenius, excelente gol”. Phillip tenía un grupo muy cerrado de amigos, a Natasha le cabían en ambas manos, y, por hacer la fiesta grande, tal y como a Katherine le gustaba, utilizaba el recurso de “plus one” por cada invitado, y así se hacía la cadena y la masa popular; esta vez era en el sótano del Archstone de Kips Bay, edificio donde vivía Natasha. Eso del “plus one” terminó siendo lo que para Emma sería la cobardía total, pues estaba platicando con James y Julie, estaban viendo a Thomas, quien ya residía en Nueva York, bailar con su nueva novia, una diva de piernas flacas, de cabello voluminoso, muy bonita, pero simplemente no se veía muy enamorada de Thomas, y pasó aquello.

 

- Nena, qué sorpresa- gritó Alfred a su oído, abrazándola, botándole su Hot Latina Cocktail sobre el hombro de James.

 

- ¡Ten cuidado, imbécil!- gritó Julie.

 

- Perdón, perdón- dijo, sacando una servilleta que, al sacudirla, salió un polco blanco al aire, que Emma se decepcionó porque sabía lo que era. – Ten, límpiate- se lo alcanzó a James.

 

- Vamos afuera- gruñó Emma, tomándolo del brazo, de un brazo flácido y regordete ya, o quizás sólo flácido.

 

- Nena…no sabes la alegría que me da verte- balbuceó, saliendo a la luz del Lobby, que Emma lo llevaba hacia afuera.

 

- Fred, ¿qué te metiste?

 

- Polvos mágicos, ¿quieres?- le ofreció, pero no, Emma sólo tenía ganas de pegarle. – Ah, no, se me escaparon en el pañuelo que le di al que te botó el trago… ¡Libertad!- gritó sin sentido. Emma no logró encontrar un adjetivo que se le ajustara a aquel estado de… pues, es que no sabía ni describir el estado, pues “drogado” era muy poco.

 

- Vamos, tienes que comer algo- salieron en aquel frío de febrero, sin abrigo, sin nada, pero caminaron a lo largo de la trigésima tercera calle, sólo dos avenidas arriba para llegar a McDonald’s. - ¿Por qué lo haces?

 

- Nena… ¿por qué hago qué?

 

- La cocaína, la marihuana… estás fuera de forma, ¿qué pasa?

 

- Nena, no es tu culpa…pero no todos los días me rompen el corazón- suspiró, todavía siendo arrastrado por Emma.

 

- ¿Te rompí el corazón?- se sorprendió, pues no era posible. Pues, es que ella estaba bien, ella no estaba sufriendo, sólo enojada por su complejo de Edipo, o porque le robaba sus tangas, o porque simplemente estaba enojada con él, por lo que fuera, pero le sorprendió el hecho de que podía romperle el corazón a alguien sin ella darse cuenta. Sí, era la genial señal de que no lo había dejado entrar más allá que a su vagina, pues, ni a su cerebro, pues nunca tuvo una escena de sexo imaginada.

 

- Fuiste mi primera relación seria

 

- Fred, lo de nosotros no era serio… we just…fucked, alright?- murmuró, pasando la calle.

 

- We didn’t just fuck- gimió. Aquel toro era sensible. – I made love to you

 

- Nene…mi definición de hacer el amor es distinta, es parecido a lo que hicimos cuando me sentía mal

 

- ¿Y no te hacía yo el amor al tratarte con cariño tu conchita?- Emma no sabía si reírse o asquearse por la referencia, pero no le gustaba.

 

- No le digas así, por favor- suspiró Emma un tanto frustrada.

 

- ¿Qué? Si parece concha…

 

- Como sea, el punto es que no era mi intención romperte el corazón

 

- Nena, tú puedes arreglarlo

 

- Nene, hay cosas que no vas a cambiar por mí…como tus polvos mágicos, o tus nebulizaciones de marihuana… yo no quiero eso ni para ti, ni para mi, para nadie… está mal

 

- Nadie me quiere, Nena- rezongó, oh, aquel hombre se sentía miserable, eso era todo: solo, ebrio, drogado y con un pasado del cual se arrepentía cada vez que su papá se lo echaba en cara, que era cada vez que lo veía frente a frente, y eso era todos los lunes: la dosis de la semana, para empezarla con pie izquierdo y con esguince.

 

- ¿Por qué lo dices?- Emma taconeaba ya la última avenida, veía el McDonald’s al fin.

 

- Creen que soy malo…una mala persona, les doy miedo, asco…peor, lástima…las mujeres no quieren nada conmigo si no es por mi dinero, no me respetan…la primera que me ha respetado, hasta demasiado, has sido tú…y te he ahuyentado

 

- Fred…- suspiró. – Para que algo no funcione, es porque las dos partes no funcionaron en algo, y yo también tengo culpa...en distintas etapas de lo que pasó entre nosotros

 

- Emma, por favor…no me dejes, sólo déjame estar alrededor tuyo…

 

- Pero no puedo tratarte como novio…sería engañarte si accediera… no es que no te quiera, es sólo que no funcionamos porque somos demasiado diferentes; pensamos diferente, queremos cosas diferentes, esperamos cosas diferentes… lo único que tenemos en común es que nos gusta el Sushi, y eso no creo que tenga peso suficiente como para que lo de nosotros siga. Yo no te satisfago, tú no me satisfaces… en sentidos más allá del sexual- dijo antes de que Fred pudiera lanzar un comentario de aquellos.

 

- ¿Entonces? ¿Qué tengo que hacer?

 

- Primero come algo- sonrió, abriendo la puerta del McDonald’s y dirigiéndose a la caja, mandando a Fred a sentarse por ahí. – Supersized Big Mac Combo, extra pickles, coke, no ice…and a Cheeseburger Kid’s Meal, no Ketchup, no pickles, and sparkling water- sacó un billete de diez dólares y esperó a por la orden, que, al tenerla, la llevó hacia Fred, quien la veía, no sabía si por efecto y defecto de la cocaína, con una enorme sonrisa.

 

- Te ves hermosa, Nena

 

- Gracias…pero concéntrate, come, por favor- quitó la cajita feliz y el agua con gas para ella.

 

- No me saques de tu vida, por favor…cerca pero lejos, sólo dame el placer de poder decir que eres mi novia aunque no lo seas…

 

- Lo que te puedo ofrecer es una amistad, Fred…eso no te lo podría negar

 

- Por favor, no te besaría, no te tocaría de nuevo, iría a consejería psicológica si aceptas- y era un chantaje, pero Emma, ante tal oportunidad de ayudarle, asintió.

 

- Está bien…

 

- ¿Cine y comidas?- sonrió.

 

- Pero no muy seguido…dame mi espacio también

 

- Sabes…tengo que pedirte perdón por lo que te dije la última vez

 

- No te preocupes, eso ya es cosa del pasado- sonrió Emma, mordiendo luego su quesoburguesa.

 

- No, es que tengo que explicártelo…- Emma se encogió de hombros, diciéndole “adelante”. – Mi madrastra es de las que le gusta calentarme las pelotas y, con mi disfunción, me ha denigrado muchas veces… mi madrastra es un poco mayor que tú, y te pareces a ella, con la diferencia que eres más humana, más cariñosa, no me insultas…

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