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Antecedentes y Sucesiones - 15

en Lésbicos

¿Describir o no describir? Ah, ése es el dilema. Decisions, decisions.

 

Era tarde, o quizás sólo había sido un día horriblemente largo y difícil y, por eso, las seis de la tarde parecían ser las mil y una de la madrugada del primer día del mes siguiente. No tenía nada que ver con el sol, o la falta de, no tenía nada que ver con las nubes grises que habían cubierto más su tranquilidad, su zen, que lo que realmente debían cubrir, o sea el cielo. No tenía nada que ver con que había tenido que escuchar horas, y horas, y horas, e interminables horas del mismo mantra que había inundado su oficina por el simple hecho de que no tenía puerta de manera temporal al haber sufrido un accidente por culpa de los juegos de Segrate con Selvidge, el dueño de los mantras, el dueño de la que alguna vez fue la oficina de Sophia. Y ni hablar del primer problema del día, el problema que la recibió al teléfono en ayunas y sin té, sólo para reclamarle de manera pacífica; que Selvidge tenía toda la culpa, pues trataba sobre los cinco robles que había decidido plantarle a la Señora Talbert en su jardín, cinco robles que debían haber sido doce eucaliptos. ¿Por qué no fueron eucaliptos? Simple y sencillamente porque a Selvidge le pareció que los robles se verían mejor, y eso había implicado una pérdida de doce mil dólares, una pérdida pequeña para el Estudio, pero era una pérdida grande por ser árboles y porque se debía a un tipo de negligencia que hacía que Emma sonriera a lo largo de toda la llamada, con vergüenza, y, cuando terminaba la llamaba, colgaba pacíficamente pero recogía nuevamente el teléfono para reventarlo contra la base, para luego respirar con pesadez y que Gaby se materializara para saber a quién tenía que buscar para hacía diez minutos y Moses para llevarle su té, sus mentas, y su vaso de Pellegrino.  

 

Luego estaba el problema de Junior. Ay, Junior. Había llegado a las once de la mañana para revisar los planos preliminares de Los Ángeles, y habían estado hasta hacía dos horas haciendo notas sobre cambios polares y modificaciones mínimas, aunque el parto doloroso, por crítica, regaño y frustración, había sido el problema de la fachada, que Selvidge tampoco había hecho ningún cambio porque no le parecía adecuado. Vaya Paisajista. Y Emma que nunca había conocido a alguien con mayor gusto sin fundamento o con un Ego más grande que el suyo. Quizás porque era el sobrino, con epíteto censurado, de Flavio Pensabene. Entre mierda y mierda, porque así lo había pensado ella, el proyecto más grande que había tenido hasta esa fecha, o sea Los Ángeles, lo habían colocado en stand by aun después de la revisión de los planos y de los diseños preliminares. Stand by no era tan grave como que ya no iban a colocar ni la primera roca, pero podían estirar el proyecto hasta los veinticuatro meses reglamentarios, por contrato, para meter la excavadora, sino el Estudio estaba en todo su derecho de vender o reproducir los planos y diseños ya concebidos. Todo el día para que terminara en un desgraciado stand by, y, con esa hazaña que no era tan mala, habían caído las que sí eran malas o las que le daban pereza, pues, a partir de ese proyecto, había logrado hacer la jugarreta de rotar los proyectos que ya tenía: Newport que ya estaba prácticamente construido y sólo se encargaría de ambientarlo en-un-dos-por-tres, Providence que se lo había dado a Hayek para que tuviera vacaciones de sus hijos, por muy feo que se escuchara, y se había quedado únicamente con Malibú. A partir de la desaparición, o el stand by, Hayek le había regresado Providence y, como si los planetas se estuvieran alineando en su contra, der Bosse quería su Condominio terminado para finales de marzo y no para finales de mayo, así como en un principio habían pronosticado.

 

Aparte de eso, TO había pedido que se hiciera una auditoría durante el mes de marzo. ¿Qué significaba eso? Phillip no tenía tiempo para vacaciones al ser el asesor financiero del Estudio, Emma no tenía tiempo para vacaciones por tener a Lady der Bosse respirándole fuego en la nuca y porque Alec, sin saberlo todavía, le había planteado la idea de darle un mes de vacaciones si no se tomaba las dos semanas de Springbreak porque necesitaban ver lo del tercer socio antes de que el año fiscal terminara, y, durante la auditoría, o antes, o después, quizás era buen momento para hablar sobre ello, pues Natasha no podía ser el socio fantasma por siempre y para siempre; esas jugadas eran temporales y únicas. Y así, entre dinero, favores, trabajo y un “ay, me van a matar cuando llegue a la casa porque no habrá vacaciones”, Emma recogió sus ovarios del suelo de su oficina, pues lágrimas de estrés jamás habrían, y Phillip contempló una cariñosa compra de llamado de piedad en Harry Winston para su esposa mientras se recogía lo mismo que Emma, pues ambos habían recibido la noticia del futuro financiero hacía no más de una hora. Para inventar mierdas eran profesionales. Phillip que no iba a dejar sola a Emma, Emma que no iba a dejar solo a Phillip, trabajo era trabajo y, al trabajar de la mano, quizás el enojo de sus respectivas mujeres sin vacaciones se disiparía un poco y caería repartido entre los dos. ¿Fatalistas? Ya lo creo.

 

Si tan sólo el día hubiera sido tan bueno como Emma se había sentido en la mañana mientras, sentada sobre el diván de su clóset, enfundaba sus piernas con pantyhose negras. Lento, sensual, consciente, muy consciente de que Sophia la veía desde la cama con sus brazos cruzados y con la mirada divertida. Esa imagen era para fascinarla. Luego de sus piernas, que se puso de pie y, con la misma lascivia entretenedora con la que se había puesto sus medias, le había dado la espalda para que viera su trasero, y, con la misma lentitud, había asegurado el borde de sus medias al garter. Luego vino el sostén. Juguetón striptease a la inversa, muy entretenido, muy sensual. Una camisa desmangada negra, muy ajustada, una pencil skirt de cuero negro que la cubría desde la cintura hasta media rodilla, se subió a unos Manolos de doce centímetros de patrón de leopardo en blanco y negro, se arrojó un tuxedo blazer negro, toda de negro como si anticipara el luto de su sonriente T.G.I.F, y, con un beso prolongado de labios, acarició la mejilla de Sophia mientras la veía con derretimiento visual. Le susurró un “happy valentine’s day, enjoy your present”, le dio un beso en la frente, se puso de pie y había pretendido caminar hacia su trabajo, pero se detuvo antes de dar el primer paso y le plantó un último beso en los labios a su prometida, un beso que Sophia se aseguró que le durara hasta la hora en la que regresara. Y encima cayó su Altuzarra negro. Fácil, sencillo.

 

Emma no le había dado rosas, ni la había llenado de chocolates por más que Natasha le insistiera que los chocolates eran parte de una ensalada porque venía del cacao y el cacao de un árbol, o algo así, tampoco había preparado una cena de exceso romanticismo y miel, ni siquiera le había dado un regalo físico de esos que cualquiera podía alardear tangiblemente frente a las amistades. Instead, Emma le había regalado, a plenas seis de la mañana, que Sophia se había despertado, una caja de cartón con un papel que decía un romántico, aun exhortativo, “Tómate el día libre. Es una orden.”. Le había dado el día libre porque recién el día anterior había entregado la versión híbrida de “Extreme Makeover: Home Edition” y “Home: Impossible”, proyecto que le había robado dieciséis horas al día, sino es porque dieciocho, y eso había contado tanto para los días hábiles laborales, de lunes a viernes, como para el resto; sábado y domingo. Pero había valido la pena, una paga así definitivamente había valido la pena, pues era el primer proyecto que le dejaba tanto dinero como para poder decir que se cruzaría de brazos por el resto del año para poder disfrutar de Emma, pero no había nada mejor que verla todo el tiempo, sentada en su escritorio o en su mesa de dibujo. Ah, y volviendo al regalo, Emma, como su jefa, le había ordenado un día de descanso por haber tenido “n” cantidad de días de cansancio consecutivos, pero, como su novia, había abusado de su poder de jefa para regalarle un día de cama y sueño, y, lo mejor de todo, de fin de semana largo. No era exactamente el regalo más romántico, ni el más esperado, pero era perfecto, inesperado y único.

 

Entró en silencio al apartamento, que se dio cuenta de que Sophia quizás ni había podido ponerse de pie en todo el día, quizás y con suerte se había logrado duchar porque eso era algo que no la dejaba vivir, un día sin bañarse era peor que pegarle a su mamá. No había rastros de luces encendidas, o el típico vaso que dejaba sobre la barra, el vaso en el que se servía agua y bebía enteramente en ese lugar. Emma, ante las ganas de entrar en modo “fin de semana” y sintiéndose acompañada en soledad espacial, hizo una breve escala en la cocina para abrir el congelador y llenar un vaso alto con hielo y Grey Goose; pero no muchos hielos porque incomodarían al no querer llenar el vaso con él sino con Grey Goose, pues lo bebió así como Sophia bebía su agua. Entre lo extremadamente frío del líquido y el hielo, el fuerte pero sedoso sabor, y el ardor en su esófago, no supo por qué pero recurrió al refill. Y, con el vaso en la mano, la botella en el bolso, y taconeando por el piso de madera lo más callado que se podía, llegó a su habitación, ¿cómo decirle a Sophia, ese día, que ya no habría vacaciones porque no podía? ¿Cómo decirle a Sophia, ese día, que el proyecto más grande que habían tenido, tanto juntas como por separado, había sido colocado en stand by porque decidieron ir en contra de la proyección financiera? Todas las frustraciones, todo el estrés, todas las preocupaciones, todo en lo que no podía ver algo bueno o con armonía, todo eso se le olvidó en cuanto la vio dormida en la cama. Se sintió así como alguna vez vio a Franco al llegar a casa; cansado, que llegaba directo a la cama, o al sofá, y que se aflojaba la corbata mientras suspiraba la resaca de del trabajo y se olvidaba de ese mundo desde ese momento hasta el lunes a las siete de la mañana. Y así lo hizo, sólo que, en vez de aflojarse la corbata, porque no tenía, simplemente bebió más de su vaso mientras sentía cómo el ardor le corría por las venas y le calentaba el poco frío que le quedaba a lo que ella todavía llamaba invierno y nada de primavera o transición de invierno a primavera, eso era febrero, y, en vez de sentarse en la cama, volvió a cerrar la puerta para dejar a Sophia dormir y, contrario a su papá, se dirigió a la habitación del piano.

 

Cerró la puerta tras ella, así como si se estuviera escondiendo, y, contra todo lo que ella sabía y conocía de sí misma, se acercó al piano y deslizó sus dedos a lo largo del teclado cubierto, así como con nostalgia a pesar de que no tenía esa sensación. Dio dos sorbos generosos al líquido que a cualquiera le podía saber denso y demasiado dulce entre lo amargo, tanto hasta crear el reflejo de asco esofágico. Colocó la botella y el vaso sobre la mesa de café, esa, en la que solía armar sus rompecabezas a pesar de que tenía ya más de seis meses de no saber qué era uno, quizás más, quizás desde que Sophia había llegado a su vida porque, con su llegada, se había dado cuenta que tenía mejores cosas que hacer. Quizás y no tenía tanto de armar un rompecabezas, quizás y sólo era la sensación. Dejó que su blazer se saliera de su torso y, con un movimiento extraño pero preciso, lo dobló por la mitad vertical, dejando las solapas hacia el exterior, y, con puntería, lo arrojó suavemente sobre el respaldo del sillón que le daba la espalda al escritorio.

 

Abrió el piano como si tuviera todo el tiempo del mundo, porque lo tenía, y lo hacía así de despacio porque lo disfrutaba; le gustaba abrir la caja y ver el arpa y las llaves de afinación que tanto le había costado manipular, menos mal se había rendido y había terminado por contratar a alguien que lo hiciera por ella. A tanto no había llegado en sus años de tocarlo. Se sentó en el banquillo y admiró las teclas; pristine, y, dándole un último sorbo al vaso, para luego colocarlo sobre el suelo, igual que la botella, en el lado interior de la pata izquierda trasera del banquillo, paseó sus dedos a lo largo del teclado como si estuviera esperando a que sus dedos le dijeran qué tecla presionar.

 

¿Qué sería de esa pieza sin los pedales? No lo sabía, pues en realidad, a pesar de que notara la diferencia de cuando había pedales y cuando no, no sabía exactamente por qué existían aparte de la función que desempeñaban, y tampoco quería saber qué sería de esa pieza sin ellos. Esa pieza le había costado aprenderla, más por los pedales, pues ella realmente nunca la había tocado, sólo la había escuchado incontables veces cuando era pequeña, y sólo la había tocado únicas veces en su intento de experimentación. Sólo quería saber si podía tocarla, y no fue hasta que logró alcanzar los pedales que su experimentación cesó.

 

Había tres cosas que reconfortaban a Emma; esa pieza de Rachmaninoff, el olor a su casa, no a Manhattan, que tendía a oler a eucalipto, sino ese olor característico de la ropa que se lavaba en casa de su mamá, un olor a té verde que estaba impregnado hasta en la tierra, y, sorpresivamente, estar entre los brazos de Sophia, pero estar realmente envuelta; aprisionada, más si era mientras dormían. Eran esas tres cosas las que tendían a hacer cierto tipo de borrón y cuenta nueva, esas cosas que la hacían cambiar de la noche a la mañana, de un segundo a otro.

 

Y Sophia, que se había despertado al sentir que ya no estaba sola en casa, y que la habían visitado pero que se habían compadecido de su sueño, había entrado a ese espacio que le pertenecía a Emma desde el momento en el que hacía sonar la primera nota. Se había quedado de pie, recostada, con su antebrazo derecho, del marco de la puerta, con sus brazos cruzados, su melena alborotada, con una sonrisa de ebriedad de sueño y emociones conmovedoras al ver la lentitud y el silencio en el que la intensidad de la pieza se desarrollaba. No era momento para hablar, no era momento para acercarse e interrumpir el momento de qi interno que se estaba sanando conforme la melodía tomaba cuerpo y forma de una nostalgia a la que le gustaría volver pero que pensaba que era mejor ya no tenerla, que era mejor para ella, y para el mundo, tenerla veintitantos años atrás. Sophia sabía que significaba algo más que sólo un recuerdo, pero no sabía qué recuerdo, pues tampoco se atrevía a preguntar por si era un tema delicado. Quizás era la manera en cómo arqueaba su espalda durante los seis minutos y veinte segundos de duración, quizás era la suavidad con la que sus manos se deslizaban por el teclado, quizás eran sus pies al presionar los pedales, quizás y no era nada, quizás y ese nada era todo. Ella sabía muy bien eso, más porque esa pieza tuvo un impacto demasiado grande la primera vez que la escuchó, que en ese momento no le vio y no le escuchó nada en especial, pero luego se dio cuenta de que era de las favoritas de Emma a pesar de que nunca antes se la había escuchado, no hasta después de que Sara había llegado hacía casi un año. Antes de eso, las piezas que más le escuchaba, eran básicamente las de Chopin, ese trío de piezas que no sabía qué tenían pero que sonaban tan Emma.

 

Ahora, después de que se le notaba que le había retomado cariño al piano, pues ya no sólo lo utilizaba para desempolvar las teclas, sino que lo utilizaba como cierto modo de escape y reencuentro, y, a veces empezaba a tocar teclas sin sentido hasta transformarlas en “Summertime Sadness”, canción que era perfectamente sencilla, ya sólo se trataba de ella y el piano. A veces comenzaba tocando una tecla, la primera E, la más aguda, quizás porque era rara y a nadie le gustaba, y la tocaba un par de veces hasta desviarse por una E más baja, y luego tres D#, una D# más baja, tres C#, una C# más baja, A, A, G#, E de nuevo, y eso lo repetía entre una máscara de acordes que no sabía de dónde los había sacado pero que hacía de aquello, de ese “let’s have a toast for the douchebags, let’s have a toast for the assholes, let’s have a toast for the scumbags, every one of them that I know. Let’s have a toast for the jerk-offs that’ll never take the work off. Baby, I got a plan: run away as fast as you can. Run away from me, baby, run away. Run away from me baby, run away. It’s about to get crazy, why can’t she just run away?”, algo menos soez, menos obsceno, así como si la melodía original y la letra se anularan y sólo quedara la traducción al piano; algo que ella sólo podía definir como algún tipo de “saudade”; un término tan intenso que no tenía traducción exacta en ningún idioma y que tampoco se podía explicar en su propio medio lingüístico con precisión. Y, al mezclar “Runaway” con “Latitude”, que no sabía cómo había llegado a ese híbrido, pues tampoco era amante del hip-hop, hacía de aquello una perfecta y conmovedora melodía a pesar de que, sin tipificar, el lenguaje verbal, que se anulaba con el piano, no era ni el más conmovedor, ni el más doloroso, o quizás doloroso sí era pero por cuestiones de semántica y semiótica. Prefería escuchar la letra de “Latitude” en “Touch The Sky”, aunque, si de preferencias se trataba, prefería mil veces la versión original de “Touch The Sky”, o sea “Move On Up”, pero canciones tan alegres, o movidas, no eran de su agrado en cuanto a traducirlas al piano se refería.

 

Si no sabía qué tocar y no alcanzaba la primera tecla, y quería algo intenso, no le quedaba otra opción que disfrutar “Duel Of Fates”, porque le acordaba a cierta parte de su niñez, pues Marco había sido siempre fanático de Star Wars, y era por eso que Emma sabía más que sólo el nivel 2.1 de conocedores de la materia. Era intensa, no movida, no como la única que sabía tocar y que le divertía porque era risible; “Uptown Girl” y que le había gustado a partir de los BRIT Awards del dos mil uno. Sino sólo tocaba la melodía de fondo de “Clown”, también a partir de los BRIT del año anterior, y a Sophia que, para ponerle una sonrisa, le tocaba el estribillo de “Suit & Tie”, aunque también funcionaba “Mirrors”, pero esa ya era más de su agrado para tratarla con el piano. Y, si quería seducirla, lanzaba el As bajo la manga y optaba por algo intenso y, desde su punto de vista, erótico; “Cry Me A River”, pero la versión del Señor Bublé. Seducción, despecho, tristeza, saudade, tensión, enojo, frustración, conmoción, misterio, miedo, estrés, y de esos términos para abajo. O simplemente que no fuera una traducción de “Don’t Stop Believin’”, o de “A Thousand Miles”, o de “Fuck You”, pero tampoco de “Imagine” de John Lennon, o cualquier cosa de los Beatles, pero sí “Apologize” y “Diamonds”, Beyonce estaba prohibida, al igual que Bruno Mars pero con excepción de “Treasure” y en su iPod. “Rolling In The Deep” si estaba de humor para mover rápido las manos. “Stars” de Simply Red, pero esa sólo la tocaba en su cabeza al no conseguir animarse a tocarla porque no encontraba manera coherente para hacerlo en teclas.

 

Presionó el último “La” con Fermata, que se tomó el tiempo que duró su prolongada inhalación para quitar el pie del pedal y el dedo de la tecla. Se irguió, todavía con sus ojos cerrados, y exhaló todo el aire que sus pulmones habían tenido desde en la mañana que había tenido que ver de dónde se sacaba el dinero para solucionar el problema de los árboles de mierda porque Volterra no estaba en el Estudio. Aflojó su cuello; hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia arriba, hacia abajo, lo giró hacia la izquierda, hacia la derecha, entrelazó sus manos y sus brazos, los estiró hacia arriba y, escuchando que todo le crujía con éxito, sacudió sus hombros al mismo tiempo que soltaba sus manos para aflojarse del todo. Un verdadero T.G.I.F. Thank God It’s Friday. Dibujó una sonrisa y, aflojándose también los dedos al hacérselos crujir, dos veces por cada mano, colocó sus manos en cierta región que podía hacer sonar algo más alegre que “Vocalise”, algo como “Clair de Lune”, o podía hacer sonar la única pieza que a Sophia le partía la compostura emocional en un-dos-por-tres; “Moonlight Sonata”. Pero no, la sonrisa era de saber que estaba en su hogar. Porque una casa no era sinónimo de hogar, ni hogar de casa; porque, según Luther Vandross, “ a house is not a home when there’s no one there to hold you tight and no one there you can Kiss goodnight”.

 

- I’d enjoy the view, too- resopló Emma antes de presionar las teclas que tenía pensado presionar, pero eso tendría que esperar. Se volvió a Sophia con una sonrisa de alegría genuina por verla todavía con actitud de estar en la novena etapa de su sexto sueño, pero su mirada, al contrario de la celeste y fresca de Sophia, estaba cansada. - ¿Te desperté?- Sophia sólo sacudió la cabeza. Emma estiró su brazo y le tendió la mano para que se uniera a ella.

 

La rubia melena caminó hasta donde estaba Emma, y estaba un tanto avergonzada al estar en la bata gris carbón La Perla Baletto, esa que Natasha una vez había hecho pasar por vestido semi-formal de día al rehusarse a ir a un desayuno con las Tías, o sea con las amigas de Margaret, y Margaret la había sacado en pijama, o sea en bata, en esa bata, y sólo le había dado tiempo para subirse en unos decolleté Versace, pues se había maquillado en el auto y había intentado peinarse bajo los gustos de su mamá, esos gustos de nada de cabello en la cara, pero había fallado al no poder conseguirlo frente al reflejo de las puertas de Le Parker Meridien, y sólo había podido hacerse una trenza gruesa para luego intentar sujetarla con una banda elástica en un moño. A diferencia de Natasha, Sophia, que hacía lazas para vivir, no se tomaba la molestia de amarrarse ninguna laza más que la de los zapatos cuando tenía que hacerlo, así que, con la bata entreabierta, que dejaba ver una camiseta desmangada blanca y un shorty negro, se sentó sobre las piernas de Emma sin saber por qué, pues lo acostumbrado era que se sentara a su lado izquierdo. Pasó su brazo izquierdo por detrás de la nuca de Emma hasta abrazarla más cerca de lo que comprendía un abrazo lateral, y, con su mano derecha, ahuecó la mejilla izquierda de una Emma que cerró los ojos ante la caricia.

 

- Buenas noches, Arquitecta- susurró Sophia, todavía con voz de sueño descansado.

 

- Buenos días, Licenciada- sonrió, pasando su brazo derecho por la espalda de Sophia hasta abrazarla por la cintura y, con su mano izquierda, la aseguró sobre su regazo. Sophia acercó su rostro al de Emma y, al no tener que advertirle lo que haría, besó sus labios como para quitarse la consciente soledad en la que había dormido; que dormir era rico, y bueno, y demasiado hermoso, pero era incómodo al sentir que el lado de la cama donde dormía Emma no sólo estaba vacío sino también frío, y había sido por eso que había dormido en su lado, abrazando la almohada que siempre acomodaba la cabeza de la Arquitecta, y había procurado dejar ese espacio, en donde se impregnaba el olor de su cuello al final del día, contra su nariz. Buena táctica para sentirse parcialmente acompañada. – Hola, mi amor- sonrió con sus ojos cerrados al Sophia despegar remotamente sus labios de los suyos. Y ahí, en ese momento, estaba por fin en su hogar.

 

- Ciao…- susurró de nuevo, dándole besos cortos pero lentos y pausados en ambos labios. – Tutto bene?

 

- Perché me lo chiede?

 

- Cambiemos la pregunta…- resopló, continuando con sus besos por aquí y por acá, pero siempre alrededor de sus labios. - ¿Cómo te fue hoy?

 

- Tengo buenas y malas noticias- vomitó, pues, a mal paso había que darle prisa.

 

- Las malas primero

 

- Los Ángeles está en stand by, el lunes nos van a reunir a todos para comunicárnoslo, pero Junior dice que es un hecho

 

- ¿Malibú también te lo colocaron en stand by?- Emma se negó de manera gutural. - ¿Qué más?

 

- Phillip no puede irse de vacaciones

 

- ¿Y eso?

 

- Tiene que trabajar

 

- ¿Natasha viene o se queda?

 

- Yo tampoco puedo irme de vacaciones, y estoy casi segura que Natasha tampoco- apretó sus ojos, así como si esperara una bofetada imaginaria.

 

- ¿Qué pasó?- frunció su ceño y alejó su rostro del de Emma para verla a los ojos.

 

- Tenemos una auditoría y tenemos que ver lo del siguiente año fiscal para entregarlo con el reporte de la auditoría…

 

- Ah- resopló. – Creí que Volterra había patinado en estrógeno

 

- No, para nada- sacudió su cabeza. – Pero, aquí vienen las buenas noticias- sonrió. – Como no puedo tomarme las vacaciones en ese tiempo, Alec me dijo que me podía tomar más tiempo luego

 

- ¿Navidad?

 

- Or Honeymoon, or Summer, or all of the above

 

- Suena bien, ¿no?- apoyó su frente contra la de Emma con una sonrisa.

 

- Lo estás tomando sorprendentemente bien- frunció su ceño.

 

- ¿Por qué lo tomaría mal? – rio. – Mis vacaciones pueden ser aquí, allá, en donde sea… pero que me pueda despertar un poco tarde

 

- I swear to God que te lo voy a compensar

 

- Todo a su tiempo, Arquitecta- le dio un beso en su nariz y retiró su rostro nuevamente. - ¿Eso te tiene así de tensa?

 

- En un noventa por ciento- asintió.

 

- Si es por vacaciones… no sé, estoy segura que podemos arreglar algo de un fin de semana largo en algún lugar, ¿no crees?

 

- No es por eso- sonrió al verle el anillo de nuevo.

 

- ¿Entonces?

 

- ¿Has comido algo en todo el día?

 

- Emma- le lanzó el latigazo de mirada, ese que significaba “no me saques una tangente”.

 

- Sophia- la remedó.

 

- ¡Ay!- gruñó con una risa de por medio. – Me comí lo que me vino a dejar Hugh a eso de las dos de la tarde, y me bañé también

 

- ¿Y dormiste bastante?- asintió. – Hoy sí me sentí con una enorme necesidad de meterme veinte cigarrillos a la boca y fumarlos todos al mismo tiempo- Sophia ladeó su cabeza como si no entendiera. – Selvidge hizo una estupidez menor y estuve como mil horas con Junior, haciéndole cambios a los diseños, todo para que al final me dijera que era noventa y nueve por ciento seguro que lo ponían en stand by; me dieron ganas pegarme contra la mesa o de tirarme del edificio

 

- Ah, ¿por eso la botella?- volvió a ahuecar su mejilla y consiguió que Emma se recostara en la palma de su mano, algo que no duró mucho, pues le tomó la mano y la movió a sus labios para besarla. - ¿Qué necesitas?

 

- ¿De qué?

 

- Estás tensa, cansada, supongo que un poco enojada también… ¿qué puedo hacer?

 

- Dime que lograste recuperarte un poco hoy

 

- Sí, descansé mucho, y rico

 

- Bien- sonrió, devolviéndole la mano a su dueña. - ¿Qué quieres hacer mañana?

 

- Lo que sea que tú estés haciendo… siento que no te he visto en demasiado tiempo- sonrió, llevando su mano al vaso de Grey Goose y bebió un sorbo que le indicó que tenía el estómago vacío, demasiado vacío.

 

- Yo sólo quiero que me acompañes a la cincuenta y siete y quinta

 

- ¿A Tiffany’s?

 

- Es correcto, Licenciada- apoyó su frente contra el hombro de Sophia y la abrazó con ambos brazos. – Quiero que limpien mi anillo y me gustaría, de paso, escoger nuestras wedding bands…

 

- ¿Es una cita?- resopló divertida.

 

- Ah, Licenciada Rialto, ¿qué tiene en mente?

 

- Si vamos en la mañana, no sé, podemos almorzar por ahí…tal vez tengas ganas de asaltar Barney’s o Saks… yo qué sé

 

- Suena a que es una cita perfecta- sonrió, levantando su mirada y deteniendo sus labios del hombro de Sophia. – Pero, por ahora… ¿qué tienes ganas de cenar?

 

- ¿Sushi?

 

- Ah, cómo te cae de bien el descanso en exceso- resopló, pues Sophia siempre era de “lo que tú quieras”, a lo que Emma respondía con un “de eso no hay”, así como su mamá solía responder. Oh, no. Emma se estaba volviendo más parecida a Sara. Bah, qué importaba. - ¿California, Rainbow, Alaska?

 

- Y tus nigiri- sonrió, materializando su teléfono del bolsillo de la bata para recurrir al mesero a distancia más rápido, a GrubHub para rogarle a Kabuki que les dieran cena en un promedio de cuarenta minutos o menos. - ¿Pago yo o pagas tú? – Emma se encogió entre sus hombros mientras veía a Sophia tocar rápidamente la pantalla de su iPhone. – Pagas tú- resopló, haciendo a Emma muy feliz por ello.

 

- Ocho, Uno, Cinco, Uno – sonrió, abriendo un poco la bata de Sophia hasta desnudarle el hombro para besárselo mientras terminaba de hacer el pedido.

 

- Listo- tosió, apartando su iPhone de entre ellas dos para que no hubiera nada que pudiera distraerla. – Ahora, ¿qué?- pero Emma sólo se encogió entre sus hombros y mordisqueó su hombro. – Dame un momento, ya regreso- se puso de pie, pero Emma la detuvo y no la dejó irse.

 

- ¿Tienes que ir al baño?

 

- No que yo sepa

 

- Entonces no te vas a ninguna parte- levantó su ceja derecha.

 

- ¿Y eso por qué?- la provocó, intentando ponerse de pie nuevamente.

 

- Porque vas a tocar piano conmigo- improvisó.

 

- Pero yo no toco piano

 

- Eso es lo que crees tú- sonrió, y regresó el hombro de la bata a su lugar. – Manos sobre las mías- y Sophia se volvió sobre su cintura hacia el piano y colocó las manos sobre las de Emma. - ¿Qué quieres tocar?

 

- ¿Cuáles son mis opciones?

 

- Desde “Twinkle Twinkle Little Star” hasta el segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven… ¿cuál será?- Sophia frunció sus labios y su ceño, y ladeó la cabeza como si no supiera exactamente de qué hablaba Emma. - ¿Qué quieres sentir?

 

- Que no sea Moonlight Sonata

 

- ¿Quieres algo lento o rápido?

 

- Rápido es sinónimo de intenso y violento

 

- Ah, pero a ti te gusta- sonrió, sabiendo que tenía razón. Y le gustaba porque era como tenerla entre las piernas; así de intenso, así de profundo. – Entonces, ¿qué será?- Sophia no supo qué responder, pues no lograba encontrar una canción que fuera intensa y en la que Emma no se descompusiera en cierto nivel.

 

- Si yo te digo “pasión”, ¿qué es lo que se te viene a la mente?

 

- De color: negro. De olor: canela. De sabor: Pomerol. La pasión es elegante, tiene rectitud, no tiene orden pero tiene respeto, es intensa; como estar jugando con fuego, es erótica, es seductora… escala: va de menos a más. Es violenta pero no de agresión, sino de la calidad de la profundidad de sus matices, es peligrosa porque es steamy, es impredecible- sonrió, empezando a presionar las primeras teclas que conformaban las primeras notas de “Vocalise”. – Puede ser romántica: lenta, silenciosa, conmovedora, cansada físicamente- se detuvo y Sophia la volvió a ver. – O puede ser románticamente picante: fluctuante; rápida y luego lenta, intensa a nivel físico y emocional, ruidoso, incapaz de contenerse, sensual… traviesa, juguetona, pero ésta es más recta- irguió su espalda y movió sus manos por el teclado. – Y te deja extasiado, con ganas de más; es como catorce RedBulls en un sorbo- empezó a hacer sonar el piso de madera con su pie izquierdo, así como si estuviera haciendo el conteo, aunque eso sólo iba a marcar el ritmo por toda la canción. Presionó múltiples teclas al mismo tiempo.

 

Era algo que parecía ser más juguetón, de diversión y ridiculez, que seductor y caliente. Bueno, eso sólo aplicó para las primeras notas, pues el ritmo cambiaba constantemente, era violento de la derecha pero era picante de la izquierda, rápido de la derecha y cariñoso de la izquierda. Luego cambió, brevemente, a lo que parecía ser una pausa a tanta recreación intensa cardíaca, así como si hubiera estado diseñada para descansar, aunque estaba diseñada para gozar de la repetición de la escalación de intensidad. Intensa sin descripción de nivel, pero era por encima de diez sobre diez, y lo era no sólo por la melodía, por la aceleración de flujo sanguíneo en Sophia, sino que lo era también por cómo Emma le clavaba los dedos a las teclas, así como si quisiera quebrarlas o adherirlas a lo más bajo del teclado. El ciclo era evidente, era esa fluctuación de la que Emma hablaba, pues siempre volvía, de alguna manera, al principio calmado pero confuso, y luego volvía a despegar en múltiples tipos de clímax, pues había distintas razones. Y Sophia supo que eso era más intenso que una sesión de cama en cuanto la sensación de las manos cambió; la izquierda era repetitiva pero estática, era violenta, pero no era más violenta que la derecha, que había pasado, de ser tranquila y cariñosa toda la pieza, a ser rápida y desesperada, intensa, muy agresiva pero, por alguna razón, la misma agresión era seductora, tan seductora que Sophia había decidido quedarse con sus manos para ella sólo para ver la rapidez con la que ambas manos se movían a su modo. Emma dejó de abrazarla, pues ya el final se acercaba y, pasando sus manos por el abdomen de Sophia, terminó aquella persecución de notas violentadas pero excitantes que se acercaban cada vez más a lo más grave. Finalizó con un acorde que parecía no pertenecer, pero no era más que la sensación y la actitud post-clímax, esa que era el acabose y que implicaba, en términos de clímax femenino-sexual, una sonrisa, quizás una risa, y muchos músculos que se contraían en el área abdominal y vaginal.

 

- Si eso es lo que tú entiendes por “pasión”…- resopló Sophia, enrojecida de sus mejillas y de su pecho. – Fuck

 

- Too much crap?- resopló, creyendo que había sido demasiado aire el que había hablado, pero eso era exactamente lo que entendía por “pasión”. Ella sacudió la cabeza. - ¿Qué entiendes tú por “pasión”?

 

- Te vas a reír si te digo

 

- No creo

 

- Bene, bene…- murmuró, volviendo a abrazarla por sus hombros. – L’italiano è passione… e la mia ragazza è appassionata, ma, forse, la mia ragazza è italiana e ha il sapore di la passione che viene dal perizoma nero, la sua voce, il suo tocco, la seduzione nei suoi occhi… è la donna più perfetta; sapore, profumo, aspetto… tutto urla “passione” nella mia ragazza, ma anche erotismo, seduzione, amore, eleganza e bellezza, quindi posso dire che lei non solo è appassionata, ma anche la passione per sé- Emma no dijo nada, ni siquiera pudo colorear sus mejillas del “rosso passione” coloquial, simplemente se quedó en silencio con una sonrisa que gritaba incredulidad. – Too full of shit? – resopló.

 

- Dios mío… you’re so beautiful- susurró.

 

- “The most” beautiful- la corrigió, haciendo que dibujara una sonrisa kilométrica. – Ésa es la sonrisa que quiero ver- sonrió, presionándole suavemente la punta de su nariz con juguetonería, y entonces Emma sí se sonrojó. – Nunca te había escuchado tocar esa canción

 

- Escuchado no- sacudió su cabeza. – Pero varias veces te he hecho cosas con esa canción en la cabeza- a Sophia se le cayó la quijada, pero la recogió para tensarla en una carcajada nerviosa. – “Libertango”… de Piazzolla

 

- Ah, ¿italiano?

 

- Argentino- sonrió. – Pero la pasión del italiano, según tú, la llevaba en la sangre- guiñó su ojo.

 

- ¿Y me has “hecho cosas” con esa canción en la cabeza?

 

- En múltiples ocasiones- sonrió con falsa inocencia y falta de culpa.

 

- ¿Con qué otras canciones?- preguntó con curiosidad.

 

- “Eu Tiro A Sua Ropa” fue la más utilizada en las vacaciones en altamar, “Cry Me A River” de Bublé, “Inevitabile”, el Segundo Movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven, y “Vocalise”…

 

- ¿”Vocalise”?- eso no podía ser nada bueno.

 

- En sinfónica, en violín, en cello, en piano, en saxofón, en clarinete, en voz…

 

- ¿Hay alguna diferencia?- preguntó con un poco de vergüenza, pues la ignorancia le daba vergüenza.

 

- La profundidad de la emoción, supongo- se encogió entre sus hombros. - ¿Por qué tienes esa cara?

 

- Es la única que tengo- bromeó, intentando sacudirse la pregunta de encima. Emma sólo levantó la ceja derecha. – ¿Te sientes mal cuando estás conmigo?

 

- ¿Qué?- ensanchó la mirada con preocupación.

 

- Es que esa canción es tan… triste- susurró, como si no quisiera que nadie escuchara su opinión.

 

- ¿Te parece triste?- preguntó con suavidad en su mirada.

 

- Al extremo, por eso pregunto si te sientes mal cuando estás conmigo… digo, si piensas en algo así de triste cuando estás conmigo, no sé, como que no encaja

 

- Es sentimentalismo- le dijo, pero eso no borró la preocupación del rostro de Sophia. – Te explico- sonrió, sentándola a su lado, pues su pierna derecha ya se había empezado a adormecer. – Pero tienes que escucharme hasta el final, ¿de acuerdo?- ella asintió. – Es un tipo de decepcionante melancolía, o de melancólica decepción, quizás y es ambas. No es algo que te obliga a entrar al mundo de la miseria, no es que te haga sentir miserable, aunque eso dependerá de tu interpretación. Pero esa melancolía, esa saudade- suspiró, como si fuera la única palabra que pudiera describir esa emoción. – Sí, esa saudade es mía. Y es una melodía simple, tan simple que seduce, que idiotiza. Es de esas melodías que basta con que la escuches una vez para acordarte de ella toda tu vida, y, lo mejor de todo, es que es una melodía versátil, que su interpretación depende del recuerdo que te evoque. Es difícil que una pieza no tenga tiempo, que sea apta para la eternidad, porque lo que te provoca siempre te lo va a provocar. Para mí no sólo es la saudade, son varios recuerdos, recuerdos que son todos muy distintos, y por eso voy de forma en forma, de saxofón a clarinete, de piano a violín, de soprano a cello, porque cada uno me acuerda a algo distinto. Es algo amargamente intenso, porque una sola melodía te evoca muchas cosas, pero es increíblemente bonito que algo tan sencillo contenga tanto y tengas de dónde escoger a la hora de evocar algo- hizo una pausa y la tomó de la mano para colocarla sobre la suya, pues empezaría a presionar las primeras teclas para hacer sonar esa tan temida canción. – Es triste, es melancólica, está llena de frustración, de muerte en vida; eso es muy cierto… no lo discuto

 

- Es sólo que lo asocio con que algo está mal- susurró, interrumpiéndola, aunque, por la pausa que había hecho, no contaba como interrupción.

 

- ¿Sabes por qué me gusta en realidad?

 

- Espero que no sea porque estás triste y te sientes identificada

 

- Ni siquiera “Tristesse”- rio nasalmente. – Cuando era pequeña, y hablo de hace una eternidad… que tenía, quizás y con suerte tres o cuatro años… no sé, creo que mi primer recuerdo fue exactamente ese- sonrió ante la evocación del recuerdo y dejó de tocar las teclas. – La casa en la que vivíamos era de tres pisos; en el primero estaba la cocina y el comedor, la sala de estar, el estudio, y, justo frente a las puertas, que daban hacia la terraza y al jardín, mi mamá tenía su Yamaha G. Mi casa se dividía en dos cosas: arte y deporte. Amor por la Roma, amor por Kandinsky, Matisse, Monet, Pavarotti, Chopin y Mozart. Mi papá se encargaba de los deportes, que lo dejaba a nuestra discreción, y mi mamá del arte, también a nuestra discreción. Mi hermano jugaba il calcio y tocaba la guitarra, mi hermana con el Ballet mató dos pájaros de un tiro, y yo en tenis y el piano. El punto es por qué escogí el piano- aflojó su cuello, como si esa razón le provocara cierta tensión indeseada. – Esa noche que no estaba dormida, busqué a mi mamá pero no estaba en su habitación y, cuando bajé a la cocina, porque si no estaba en su habitación estaba en la cocina, vi que estaba tocando el piano. Y es ése momento en el que dices “quiero ser como mi mamá”. No me acuerdo qué estaba tocando, probablemente Liszt o Rachmaninoff, son sus favoritos hasta la fecha, y, no sé, simplemente vi lo rápido que movía las manos, que movía las manos y salía música del piano que estaba prohibido tocar, y movía los pies, se movía ella- Sophia sólo sonrió ante la sonrisa que apenas se le dibujaba a Emma, y le fascinaba cómo revivía el momento en su mente con los ojos cerrados.

 

 

- Emma, Tesoro- sonrió Sara al notar que Emma estaba bajo el marco de la puerta a su derecha. - ¿Por qué no estás durmiendo? ¿No tienes sueño?- vio hacia arriba para ver la hora en el reloj que colgaba sobre la puerta. No era tarde, eran apenas las nueve de la noche. Emma sacudió la cabeza. - ¿Quieres que me acueste contigo?- pero Emma sólo se acercó, así como si el piano la estuviera seduciendo. Se plantó al lado derecho del piano, entre el teclado y Sara, y veía las relucientes teclas y luego veía a su mamá, así como si les estuviera pidiendo permiso. - ¿Quieres tocarlo?- sonrió, y a Emma se le iluminó la mirada. – Ven- la tomó por la cintura y la sentó a su lado. – Toca la que quieras- Emma colocó su mano, demasiado pequeña en aquel entonces, y presionó la primera E de todo el teclado. Apenas sonó, pues la falta de fuerza no permitía un mayor volumen y, con una sonrisa, volvió a ver a una sonriente Sara que se divertía y se entretenía al ver con la cautela y la emoción con la que Emma se encargaba de tocar la tecla menos esperada. – Otra vez- le dio permiso, y Emma la volvió a presionar. Una sonrisa se le dibujó en el rostro. – Otra vez- y la sonrisa se hizo más amplia. – Otra vez- repitió, y, cuando Emma hizo sonar la tecla, emitió una risa nasal, haciendo que Emma riera de la misma manera. - ¿Quieres tocar otra o quieres tocar una canción?

 

- ¿Una canción?- se volvió a ella con miedo. Sara asintió.

 

- Yo te enseño- sonrió. - ¿Quieres?- Emma asintió y, siendo levantada para caer sobre el regazo de Sara, se sintió en la gloria por haberse quitado la curiosidad del piano. – Pon tus manos sobre las mías y vamos a tocar algo tranquilo, ¿sí?- Emma asintió de nuevo.

 

 

- Me acuerdo demasiado bien, era “Vocalise”- sonrió, abriendo los ojos y viendo a Sophia sonreír de la misma manera en la que ella había sonreído aquel día. – Todas las noches, mi mamá la tocaba conmigo en sus piernas, y la tocaba hasta que me quedaba dormida. Cuando tenía seis, ya la tocaba con ella… las dos al piano, cada quien tocando su parte, claro, simplificada y más lenta que de costumbre… terminé de aprender a tocarla cuando tenía once o doce, pero, cuando aprendí a tocarla sola, fue que mis papás se divorciaron y yo me divorcié del piano- resopló. – La pieza no es triste para mí… me hace sentir bien, aunque sea raro. Me hace sentir…

 

- Especial- sonrió.

 

- Sí- arrastró la palabra aireadamente, como si hubiera sido la epifanía más relevante de su vida, aunque la epifanía más relevante había sido ese momento en el que había decidido que quería a Sophia para ella, y sólo para ella. – Y, cuando la pienso y estoy contigo, no sé… me siento especial, supongo

 

- Ahora entiendo por qué es tan importante para ti

 

- ¿Por qué no preguntaste antes?

 

- Porque sabía que era algo demasiado personal

 

- Entre tú y yo no hay nada personal- guiñó su ojo. – Puedes preguntar y saber lo que quieras y necesites

 

- ¿Por qué creías que iba a tomar tan mal lo de las vacaciones?

 

- Porque íbamos a celebrar tu cumpleaños, ¿o se te olvidó tu cumpleaños?

 

- Mi cumpleaños pasado lo celebramos aquí- sonrió. – No es motivo de enojo repetir el lugar

 

- ¿Y qué quieres hacer?- suspiró, cubriendo el teclado al mismo tiempo que se ponía de pie. – Digo, ¿quieres hacer algo en especial? ¿Quieres algo en especial?... ¿Quieres que te haga algo en especial?

 

- No lo he pensado- tosió, viendo a Emma estirar el cuero de su falda al agacharse para recoger el vaso y la botella del suelo.

 

- ¿Y de regalo?- se volvió a ella con una sonrisa traviesa. - ¿Parecido al año pasado?

 

- Encontrarás la manera de superarte- guiñó su ojo, pero ella no era tan mala. – Llévame a cenar, unas copas y una buena cogida- Emma sólo la volvió a ver con la mirada cuadrada, eso nunca dejaba de tomarla por sorpresa.

 

- “Buena cogida”- resopló. – Got it- guiñó su ojo y se sentó en el sofá, más bien se dejó caer y, cruzando su pierna derecha sobre la izquierda admiró la manera en cómo Sophia se movía hasta llegar donde ella estaba. Agradeció, de paso, a Luigi Bormioli por haber diseñado la línea Michelangelo, en especial por haber tenido la decencia humana de hacer un vaso de veinte onzas y no sólo de catorce. - ¿Algo más?- preguntó, siguiéndola con la mirada de completo entretenimiento. Cómo le fascinaba observarla.

 

- ¿White chocolate Cheesecake? – se dejó caer a su lado y la vio beber de aquello tan puro que ardía.

 

- ¿Con veintinueve velitas o sólo con una? – Sophia levantó su dedo índice. – Una será. ¿Con canción o sin canción?

 

- Con tal que no sea la tropa de DragQueens a media reunión, I’m up for anything less embarrassing

 

- Nunca te haría eso- sacudió su cabeza. – Ese momento de no saber qué hacer o qué decir, y de no saber dónde esconderse, no se lo deseo a nadie… mucho menos a ti

 

- Muchas gracias- Emma ladeó su cabeza, así como si le estuviera diciendo “no hay de qué”, y bebió su Grey Goose hasta el fondo. - ¿Puedo preguntarte algo? – Emma asintió al todavía tener el último sorbo en su boca y, en vez de colocar el vaso en la palma de su mano, así como solía hacerlo cuando no tenía portavasos al alcance como en esa ocasión, lo colocó porque sí sobre la edición de la “Cosmopolitan” que nunca debió haber recibido, mucho menos de las manos de Selvidge, de ese personaje que entendía, por “moda”, algo parecido a la revista más vacía e inadecuada para encerrar ese mundo, pero había sido un bonito gesto, al menos uno hasta cierto punto desinteresado, pues ya estaba muy consciente de que Emma no lo soportaba, y era por eso que se esforzaba tanto en caerle bien. - ¿Tenis?- rio, recostándose sobre el sofá, con su nuca sobre el brazo de este, y abrió sus piernas para que Emma se recostara sobre ella.

 

- Como dije; deportes y arte- suspiró, recostándose sobre el pecho de Sophia mientras dejaba que sus Manolos cayeran sobre el suelo de un golpe sin cuidado y sin cariño. – Aunque creo que era más bien deportes y música, porque ninguno de nosotros nos inclinamos nunca a la pintura, o a la actuación

 

- ¿Estás segura?- la abrazó, más bien la aprisionó con sus brazos y sus piernas. – Porque, hasta donde yo sé, no se necesita ser Monet para considerarse artista plástico de lienzo- rio suavemente a su oído. – Lienzo, acrílico, acuarela… llámale como quieras, pero tú tienes un plano y un portaminas; mismo concepto, mismos aires de grandeza y lapsos de delirio y demencia teatral y artística, bueno… tú me entiendes- le dio un beso en su sien y clavó su nariz entre el cabello flojo que terminaba en el moño.

 

- Muy cierto, Licenciada Rialto- sonrió, levantando su trasero para recoger su falda, pues los elásticos de las medias ya le habían caído en la percepción física y, por motivo psicológico, le apretaban en sus muslos, o quizás eran los broches del garter los que se le estaban clavando en la piel; o quizás ambas cosas. - Pero de mi mutación de gustos hablaremos luego- gruñó, dándose por vencida al no poder subirse la falda, y fue por eso que llevó sus manos al costado para bajar la cremallera y sacársela, que la arrojó sin la mayor delicadeza al sillón donde estaba su chaqueta también. – También me divorcié del Tenis a los doce

 

- ¿Puedo saber por qué te divorciaste?

 

- Mi mamá veía esas habilidades adquiridas como algo positivo para nosotros, que quizás nunca lo íbamos a utilizar, pero nunca estaba mal saber un par de cosas más- sonrió ante la libertad de broches de su muslo izquierdo. – Mi papá, por el otro lado, lo veía más como algo de diferenciación con los demás; si éramos economistas, no seríamos cualquier economista al ser integrales en otras áreas y no sólo en algo tan académico… mi mamá era de “si no te gusta, no lo hagas”, mi papá era de “si ya lo empezaste, termínalo”; dos opiniones totalmente distintas. El problema es que a mí me gustaba el piano, pero la idea del piano, la idea de “Vocalise” que giraba alrededor de él, pero yo no quería ser una versión actualizada y mejorada de Wilhelm Kempff

 

- No sé quién es él- susurró, pasando sus manos hacia el broche que, aparentemente, le estaba ganando a Emma.

 

- Un pianista increíble- sonrió, volviéndola a ver, que la sien de Sophia quedó directamente ante sus ojos y su mejilla rozó su nariz. Ella asintió en entendimiento. – Mi vida habría estado completa si Carlotta De Fiore me hubiera enseñado “Vocalise” aparte de la Ninna Nanna de Brahms

 

- Y asumo que no fue así- frunció su ceño al no poder desabrocharle la última banda del garter, no podía ganarle a las dos.

 

- No- rio ante la evidente frustración de los dedos de Sophia, los cuales no veía por estar viendo su pómulo de cerca. – Empezamos con “ABC”, luego el “Happy Birthday” y “Chopsticks”. La primera canción que aprendí a oído, que fue directamente después de “Chopsticks”, fue “Linus and Lucy”. A los seis, después de que todo había sido Brahms, Liszt y Tchaikovsy, pasamos a Chopin. Después vino Beethoven, Mozart, más Liszt, más Tchaikovsky, menos Chopin y nada de Rachmaninoff. A los ocho aprendí la versión principiante de “Vocalise” y sólo por oído y por mi mamá, a los doce terminé de aprenderla. Cuando mis papás se divorciaron, como yo ya sabía tocar “Vocalise” y mi vida con el piano estaba resuelta y completa y ya podía morir tranquila en ese aspecto, simplemente me divorcié yo también, y, como mi mamá era de “si no te gusta, no lo hagas”, dejé el piano; pero, al vivir con ella, ella, muy inteligentemente, siguió tocándola todas las noches- hizo una breve pausa, no porque la posición fuera incómoda para ambas al Sophia no poder desabrocharle el garter de las medias, sino que tuvo que darle un beso y un mordisco en la parte exterior de su mejilla, ahí en donde se fundía con su quijada. – Yo no volví a tocar un piano hasta que conocí a Margaret- sonrió contra su mejilla, que Sophia ahora sonreía por haber podido desabrochar el **** garter.

 

- A Margaret ya vamos a llegar; el punto es el divorcio con el piano y el Tenis- chocó suavemente su frente contra la suya, así como si le hubiera ganado al borrarle la Tangente.

 

- Todos los días tenía clases de piano, menos el domingo, de Tenis tenía de lunes a viernes. Siempre, todos los días después de mi clase de piano, mi papá me sentaba y me decía que le enseñara lo que estaba aprendiendo; si lo hacía bien podía ir a hacer de mi culo un florero por el resto de la tarde si así lo quería, pero, si lo hacía mal, me quedaba en el piano hasta que lo hiciera bien o mi mamá llegara- suspiró, que de eso no iba a hablar a un nivel más profundo por intentar recordar a Franco con más cariño que con resentimiento. – Cuando aprendí a tocar el “Cascanueces”, las primeras tres piezas se convirtieron en lo de todos los días de la semana, de lunes a viernes, porque a mí papá le encantaba Pyotr- dijo, como si hubieran sido amigos, como si hubieran sido familia, con ese abuso de confianza. – De ahí que no me gusten sus composiciones, aparte de que me parece demasiado aburrido. La única que me gusta es la “Obertura 1812” pero con los cañones porque lo asocio con la explosión del Parlamento en “V for Vendetta”; y porque tiene de todo

 

- Sabes, es cierto, nunca te he escuchado pero ni la “C” del “Cascanueces”- si Emma habría podido mutar su cara a una smiley cibernética, habría colocado una verde, una a punto de vomitar, o una vomitando. A Sophia le dio risa.

 

- Demasiado juguetón para mi gusto- se sacudió en un escalofrío mientras tomaba el primer borde de encaje elástico para quitarse sus medias. – De “Obertura 1812” me gusta que es intensa en todo sentido; puede aplicar para quince minutos de destrucción masiva, quince minutos de sexo oral lento e intenso que terminen en un orgasmo explosivo, puede ser un sueño, una pesadilla, puede serlo todo. Tiene suspenso, tiene romance, tiene peligro, tiene miedo, tiene risa; entretiene, ¡y los cañones!- abrió sus manos junto con su gruñido para simular una explosión remota. – En fin, ¿en dónde estaba?- resopló, regresando sus manos a su media derecha para seguirla doblando a lo largo de su muslo.

 

- En que Don Tchaikosvky no te gusta- murmuró entre una risita aireada.

 

- Ah, sí. Entonces…no sé, la cosa es que, como ya te dije, yo no quería ser pianista profesional… y, como ya podía tocar canciones en piano con sólo escucharlas y experimentar un poco, tenía la imbécil manía de querer tocar hasta “Turn The Beat Around” de Gloria Estefan

 

- ¡No me digas que te gustaba esa canción!- se carcajeó.

 

- Nadie dijo que los noventas fueron elegantes- se sonrojó, pero no pudo darle ese latigazo con la mirada de “no me molestes” que sonaba más a plegaria que a reclamo, en cambio, sólo siguió doblando su media, que ya iba por debajo de la rodilla al ir con toda la paciencia que sólo Segrate en sus mejores días sabía robarle. – Como sea, cuando mi papá veía que yo tenía la brillante idea de tocar alguna estupidez de esas en piano, me decía que no, que eso lo hacía la gente ordinaria… y, bueno, quizás antes no te lo dije, pero como había cosas y actitudes en mi papá que eran inevitables, años después me di cuenta que hacía cosas, que sabía que lo iban a enojar, sólo por el hobby de llevarle la contraria; como que la pubertad rebelde me llegó a los nueve o diez y no con el fin de mi vida con tampones. Cabe mencionar que no lo disfrutaba, porque el resultado no era chistoso, pero ese momento de libertad, o de rebeldía, supongo que tuvo que haber valido la pena…

 

- No hablemos de eso, mejor, ¿te parece?- sonrió, abrazándola significantemente más fuerte, pero Emma no tenía mayor problema con eso, quizás porque entre ellas, definitivamente, ya no había nada personal.

 

- No es nada, mi amor- vio hacia arriba, y sólo recibió un beso en su frente. – Mi papá quería que fuéramos los mejores en todo; decía que una persona integral debía ser integral en todo sentido y que, para que nadie nos pisoteara en la vida, teníamos que tomar la vida como un juego de ajedrez; con doce pasos de ventaja sobre el contrincante. Para él, la formación de las tres áreas; física, académica-intelectual, y artística, realmente hacían, de una persona, un ser humano completo. Por eso nos quería perfectos en lo que sea que íbamos o queríamos hacer. Si iba a tocar el piano, no sólo lo iba a tocar, lo tenía que estudiar y tenía que ser pianista. Si iba a jugar Tenis, no sólo tenía que jugarlo, tenía que vivirlo, tenía que ser tenista. Los sábados no iba a clases de Tenis, por eso, los sábados, jugaba contra mi papá. Nunca aborrecí el deporte, no lo aborrezco todavía, pero el día en el que me dijo que iba a competir, y no municipales o regionales…- rio nerviosamente y sacudió su cabeza. – I chickened out y ya no me gustó

 

- ¿Cuántos años tenías?

 

- Los primeros regionales los jugué cuando tenía ocho, cuando me quiso meter a los nacionales… ¡pf!- rio, arrojando la primera media al mismo sillón que estaba sirviendo de perchero. – Soy competitiva pero no tanto. Menos mal que dos semanas antes de los nacionales me “estropeé” la muñeca derecha- resopló, comenzando a doblar la media que le quedaba.

 

- No sabía que te habías fracturado

 

- No, no me fracturé. En realidad no tenía nada- rio. – El hijo de uno de los que trabajaba con mi mamá era ortopeda; nada que un favor no pudiera hacer- sonrió. – Hasta tenía placas de rayos-X falsas y todo; la mejor mentira que ha sacado mi mamá hasta la fecha

 

- ¿Ves? Tu mamá es muy cool

 

- Estoy segura que la tuya también lo era, al menos con esas veces en las que te llegaba a despertar para ir al colegio y sólo le decías “no tengo ganas de ir”, y no ibas- sonrió, volviéndose a Sophia para ver su reacción.

 

- ¿Y tú cómo sabes eso?- se sonrojó.

 

- Yo lo sé todo- guiñó su ojo.

 

- ¿Tú hacías lo mismo?

 

- No, yo sólo faltaba cuando estaba realmente enferma- se acercó a su mejilla y le dio un beso. – Eres una consentida… y te gusta que te consientan

 

- I do- susurró con una sonrisa, que se acercó a su rostro pero no le dio un beso de comprensión mundial, sino uno que pasaba tanto por esquimal como por provocación, pues parecía que la besaría por cómo abría y buscaba sus labios, pero no la besó, sólo jugó con su nariz. – Pero tú no te quedas atrás- susurró de nuevo, ahora contra sus labios, y se despegó de su rostro para dejarla en stand by.

 

- Si buscas la palabra “consentido/consentida” en un diccionario, en vez de una definición, saldrá mi nombre- se estiró con su cuello y le arrebató un beso fugaz. – En fin…

 

- ¿Qué dijo tu papá de esa vez? ¿Nunca las descubrió?

 

- Después de que me tuvo entrenando dos meses, tres horas al día, asumió que podía ser cierto porque mi entrenador le había dicho que me había caído

 

- ¿Y fue cierto eso?

 

- Hasta arruiné mi reloj- dijo, como si eso hubiera sido lo peor de la caída, pues cualquiera habría esperado que el orgullo hubiera sido lo más lastimado o lo más doloroso.

 

- ¿Tú de verdad esperas que crea que desde los diez-once-doce usabas reloj?

 

- El primer reloj que tuve, y que no me lo dieron en ninguna Cajita Feliz del McDonald’s, fue cuando tenía siete, cuando logré convencer a mis papás de que leer la hora era tan fácil como sumar todos los números del uno al cien y sin saber nada de Gauss- arrojó la segunda media y respiró tranquilamente al sentirse relativamente libre. Esperaría unos segundos para sacarse el garter de la cadera. – Mi primer reloj fue un Swatch azul oscuro, que me duró dos años hasta que Prometeo se lo comió

 

- ¿Quién es Prometeo?- rio.

 

- El Gran Danés que teníamos- levantó su trasero y se quitó el garter, ahora ya sólo quedaba en ropas casi menores pero definitivamente más cómodas. – Cuando cumplí quince, mi mamá me regaló mi primer Cartier

 

- Y a ese, ¿qué le pasó? ¿Se lo comió Prometeo también?

 

- No- sacudió su cabeza con una risa nasal. – Lo cambié por el Patek que me regaló mi mamá al terminar la escuela; un Calatrava azul oscuro. Cuando me gradué de Arquitectura, mi papá me regaló un Rolex, uno como el que le había regalado a mi hermano cuando se había graduado de Economía, uno como el que le habría regalado a mi hermana si se hubiera graduado de algo algún día- resopló. – Ese reloj nunca lo usé, lo dejé en la caja y, hasta el día de hoy, no lo he sacado nunca. Cuando me gradué de Diseño de Interiores, mi mamá me regaló el Patek que usaba ella, que lo acababa de arreglar y pulir, y que había sido de mi abuela

 

- ¿Y éste?- le dio un golpe al vidrio del reloj con su dedo.

 

- Lo compré el año que vine a Manhattan

 

- ¿Se te arruinó el de tu abuela?

 

- No. Cuando vine, vine con un reloj que no me traía buenos recuerdos… supongo que, en mi búsqueda de realmente “empezar de nuevo”, hasta el reloj tenía que ver. Ese Omega se lo di a Rebecca

 

- ¿Por qué a Rebecca?

 

- Me dijo que le gustaba, le dije que se lo quedara si quería- rio, encogiéndose entre sus hombros. – Me pareció mejor que simplemente botarlo en algún basurero en el trayecto del sofá de Rebecca a la oficina, y viceversa

 

- ¿Ferrazzano?- Emma asintió. – Entonces, volvamos al Tenis, mejor- sonrió Sophia, llevando sus manos al moño de Emma para deshacerlo y, así, poder enterrar sus dedos entre las ondas flojas que comprendían ese caótico pero ordenado moño improvisado.

 

- Mis papás se divorciaron, mi mamá me dijo, que si ya no quería ir a Tenis, que no fuera; así como con el piano… dejé de ir, y nada más- rio nasalmente, pues otra explicación no había.

 

- ¿Y esgrima?

 

- No sé, me llamó la atención y eso hice- se volvió a encoger entre sus hombros.

 

- ¿Y cómo fue que volviste a tocar piano? Digo, ¿por qué fue culpa de Margaret?

 

 

- Señora Robinson- sonrió Emma al Margaret aparecer en la sala de estar en donde la esperaba.

 

- Emma, deja las formalidades- sonrió Margaret, acercándose a ella como si tuviera una vida entera de conocerla a pesar de que era segunda vez que la veía, pues, la primera vez, había sido en su oficina, y había sido por recomendación de Natasha que nunca, bajo ninguna circunstancia, la llamara “Señora Roberts” en su presencia, pues entonces la respuesta sería una corrección de apellido y una explicación de cómo ella no era propiedad de Romeo, eso y una sonrisa fingida; de ahí, en adelante, todo iría hacia abajo. - ¿Cómo estás?- le tomó ambas manos en las suyas y la haló hacia un beso en cada mejilla, más bien mejilla con mejilla.

 

- Muy bien, ¿y usted?- sonrió, agradeciéndole a todos los Santos que había bajado del cielo por haber conspirado para que no la abrazara.

 

- Muy bien. ¿Todo bien con el camino?- sonrió de regreso, apretujándole un poco más las manos para luego soltárselas, que fue cuando Emma, igual que la vez anterior, no pudo evitar dejar caer su quijada hasta el núcleo del planeta al ver su anillo en el dedo anular izquierdo, ese que no sabía si era de compromiso o de matrimonio; ese anillo plateado, grueso por delante al tener un rubí rectangularmente ovalado, ese rubí que tendía más a ser violeta que rojo y que estaba rodeado por “n” cantidad de diamantes transparentes en una cúpula baja que sostenía el bisel, anillo que hacía constar que Romeo había sido el primer cliente de Fred Leighton, el cliente que le había dado el dinero, por el anillo, para que abriera su siguiente posición en Madison Avenue.

 

- Sí, todo bien. Muchas gracias por traerme- cerró su boca y se cruzó de brazos, así como si quisiera esconder el sencillo anillo que ella tenía en su dedo anular derecho, ese que podría haber sido el tataranieto bastardo del anillo de Margaret, que, a pesar de que era un Van Cleef & Arpels, no se comparaba con tanto brillo que era llevado con tanta ligereza en una manicura que no tenía nada de apoteósico ni espectacular; una vil manicura de mantenimiento, sin laca, sin brillo, simplemente era. – Bueno, usted me dice por dónde empezamos- sonrió, tomando su agenda para tomar nota de lo que sea que fuera a salir de esa literaria y pepperónica boca.

 

- No sé- rio, como si fuera algo ligero y sin importancia lo que había decidido con Romeo: demoler para levantar. - ¿Por dónde te gustaría empezar?

 

- ¿Qué le parece si empezamos por los lugares en los que suele pasar más tiempo? Así nos aseguramos que sea adecuado para sus necesidades y sus gustos- se encogió entre hombros; no podía negar que Margaret, entre sus arrugas alrededor de los ojos, unas muy bien ganadas arrugas, le intimidaba.

 

- Eso sería la cocina, la terraza y el jardín, mi habitación y mi oficina- dijo con esa sonrisa que no necesitaba ser ni blanquísima ni rectísima para ser perfecta o seductora pero no en el sentido sexual, sino que era imposible no prestarle atención.

 

- Usted me guía- sonrió, notando cómo Margaret la analizaba de pies a cabeza y de cabeza a pies. Le daba miedo. – Si quiere empecemos por la habitación- opinó, tal vez así la dejaría de analizar, aunque la mirada de Margaret se suavizó en cuanto la vio en esos Fendi de encaje y laza.

 

- Mejor por mi oficina- la contradijo suavemente, tomándola del hombro izquierdo para guiarla por las escaleras hasta el segundo piso. – Luego podemos ir en orden, mi oficina es lo que más importa

 

- ¿Qué tan espaciosa le gusta?

 

- No es tanto el espacio que necesito para moverme como el espacio que necesito- respondió, tomando la delantera en las escaleras mientras notaba, de reojo maternal, que Emma sufría del mismo mal de Natasha; no podía ver un pasamanos sin ponerle la mano encima. – Necesito paredes que sean libreras pero sin que sean invasoras, así como las que tengo ahora

 

- ¿Cuántas libreras tiene ahora?

 

- Se podría decir que es una nada más- frunció su ceño. – Pero necesito más espacio, supongo que por eso quiero paredes que sean libreras, porque ahora no tengo de esas

 

- Todo espacio se puede aprovechar, Señora Robinson, sólo es cuestión de cómo se organice para que se puede aprovechar al máximo- dijo al terminar de subir las escaleras, que había contado trece escalones, lo que significaba que había una altura de, más o menos, tres metros y medio, si y sólo si la altura de cada escalón estaba alrededor de los veinticinco centímetros.

 

- Llámame “Margaret”- la corrigió sin darle tiempo para hacerlo ella. – Cuando me acabé el espacio, supongo que tomé una mala decisión con las otras libreras- sonrió, llegando a la puerta de madera oscura, que giró la perilla y la dejó ir hasta que se detuviera contra el tope. – Por favor- le dio espacio para que entrara.

 

Era un espacio rectangular que, en un principio, debió haber tenido tan buena luz como tan buena capacidad de espacio para moverse. Medía unos tacaños siete metros de longitud y unos asquerosos tres de ancho; el techo era más bajo en proporción con la altura que había del primer al segundo piso. El piso era de madera, y estaba increíblemente bien cuidado, tan bien cuidado que podía reusarse, más porque era un exquisito Macassar Ebony que recubría, sin tanto gusto, hasta las paredes. La habitación corría de manera horizontal y tenía una vista relativamente paupérrima del mar, algo que Emma, en lo personal, consideraba que debía ser pecado capital. El primer obstáculo era que la puerta no estaba centrada, sino que más hacia la izquierda, lo que daba, de la proporción psicológica y visual del espacio, una verdadera sensación de incomodidad. Luego estaba la sensación de la invasión que Margaret había mencionado. Era un pasillo, igualmente horizontal, hecho de libreras contiguas que estaban a una corta distancia de la pared, que también estaba hecha de libreras; eso no sólo daba la sensación de esa prisión temporal, sino que, para buscar un libro, o una revista, el tiempo sería realmente demasiado y de manera exponencial al crear sombra a causa de las posiciones de las libreras contra la luz natural del día, y era una lástima, pues la luz natural se aprovechaba de una hermosa manera al tener ventanas tan grandes y sin persianas o cortinas que pudieran obstaculizarla.

 

- Hmmm…- suspiró Emma, viendo hacia todos lados mientras pensaba en qué clase de humor viviera ella si su oficina fuera así de mal organizada. Colocó su mano contra el grosor de la librera, sólo para calcular una medida aproximada, quince centímetros, y las revistas se veían espantosas al estar guardadas de manera horizontal y no vertical, aunque eso era cosa de gustos y de su Trastorno Obsesivo-Compulsivo, pues, por el ancho de la librera, seguramente, al ponerlas verticales, se les saldría la quinta parte. – Es una buena idea hacer paredes con libreras- dijo, sabiendo que sí lo era, pues así era en su apartamento también. - ¿Qué tanto espacio le hace falta?

 

- Demasiado- suspiró. – Esto sólo es del setenta al ochenta, en la habitación de huéspedes del ochenta y uno al ochenta y cinco, en mi habitación del ochenta y seis al noventa y, en Manhattan, del noventa y uno hasta ayer- sonrió.

 

- Bueno, ya me dijo que quiere ver las dos opciones entre segundo y un posible tercer piso- dijo, abriendo su agenda y destapando su pluma fuente para apuntar sabía Dios quién con esos jeroglíficos a medias y en tres idiomas distintos. – Podríamos hacerlo hacia arriba, así aprovechamos el espacio. En el caso de que sean sólo dos pisos, que el techo sea más alto, ya sea para toda la casa o sólo para esta habitación. Si es de tres pisos… podríamos hacerlo de segundo a tercer piso, así tener dos pisos dentro de su oficina- y le notó la sonrisa de emoción y de aprobación. Tres pisos serían, entonces. – Pero le voy a enseñar las dos opciones- resopló, pues no podía basarse sólo en su oficina, aunque, de ser ella, su casa y su oficina, quizás sí lo haría. – Podemos calcular el espacio que le hace falta y podemos dejar espacio para que lo llene con lo que está por venirle en literatura- sonrió. – Y podemos hacerlo hacia arriba, con espacio para caminar o un verdadero segundo piso interno… pero eso va más adelante. ¿Qué me dice de la ambientación? ¿Le gusta que sea todo de madera oscura?

 

- Para mi oficina sí, para el resto de la casa, al menos para los pasillos y las áreas comunes, prefiero el blanco, al menos en las paredes; el piso me da igual- Emma asintió. – Las libreras me gustarían de madera, no me agrada el metal para poner libros- Emma sonrió, pues ya eran dos cosas en las que se parecían. Y nada como el nogal para albergar literatura valiosa. Ah, Emma y su fijación con el nogal, como si la palabra misma le excitara.

 

- Vamos a ver qué más hay aquí- sonrió, caminando hacia adelante y dejando atrás las libreras que tanto le habían impresionado, no por feas, sino porque no estaban bien, simplemente no lo estaban. Y su mirada se iluminó, hasta sintió que levitaba y que el mundo se detenía, que el tiempo era inexistente. – Tiene un Steinway- murmuró, no dándose cuenta que caminaba como por atracción magnética hacia el piano que se mantenía abierto de la caja pero no de las teclas. – Un Henry Z. Steinway- dijo como si no pudiera creerlo, y no pudo contenerse a tocarlo, no a hacerlo sonar, sino a tocarlo, a ponerle las manos encima.

 

- ¿Perdón?- resopló Margaret al verla tan perdida e impactada.

 

- Sólo hicieron noventa y un pianos de estos… en conmemoración al cumpleaños número noventa y uno de Henry Z. Steinway- y pensó en el precio. Cuál Yamaha, cuál Fazioli, cuál Bosendorfer. Un Steinway & Sons y edición limitada. – Usted tiene una joya- se volvió a ella con una sonrisa kilométrica, y retiró la mano al volver a caer de golpe en la tierra por la sonrisa burlona que tenía Margaret.

 

- No cualquiera sabe qué es un Steinway, mucho menos qué es uno de éstos- murmuró, acercándose a ella con una sonrisa que le acordaba a Sara. - ¿Tocas el piano?

 

- Tocaba… de pequeña- balbuceó.

 

- Tocar el piano es como andar en bicicleta: nunca se olvida- guiñó su ojo. – Adelante- sonrió, descubriendo el teclado. – Tócalo- y Emma tuvo un flashback muy conmovedor a aquella vez que Sara la había invitado a tocar un vil Yamaha.

 

- No, no podría- intentó evadirlo, pues, al ver las teclas, las relucientes teclas, se acordó de la última vez que había tenido las manos sobre un piano, esa vez que había querido arruinarlo para nunca más tener que tocarlo, y menos mal que Sara le pidió el divorcio a Franco.

 

- ¿Qué sabes tocar?

 

- Lo normal- sonrió defensivamente. – No sabía que usted tocara piano

 

- No, no lo toco- resopló divertidamente. – Romeo sabe tocarlo, fue un regalo- Emma sólo dibujó una “ah” muy suave y aireada con sus labios. – Vamos, tócalo… yo sé que sí quieres

 

- No sabría qué tocar

 

- ¿Qué sabes tocar?- repitió, sacándole el banquillo a Emma para que tomara asiento.

 

- Varias cosas- se ahogó, pero logró caer con indiferencia falsa sobre su trasero.

 

- ¿Qué te gusta tocar?

 

- Chopin- suspiró, deslizando sus dedos a lo largo del teclado ya descubierto. – Rachmaninoff, Liszt

 

- ¿Tchaikovsky?- sonrió.

 

- Una que otra- dijo, refiriéndose a que sabía tocarlo pero que no le gustaba, e hizo sonar la primera tecla, así como aquella vez hacía veinte años.

 

- Me fascina Tchaikovsky- y rogó mentalmente que no le preguntara si sabía tocar alguna del “Cascanueces”.

 

- A ver si me acuerdo bien de alguna…- resopló nerviosamente, viendo hacia abajo para ver la posición de sus pies al mismo tiempo que hacía crujir sus dedos y sus muñecas para aflojarlos. Hizo sonar las primeras notas, pero las hizo sonar mal, y se detuvo con el corazón en la boca. – Lo siento- Margaret sólo frunció su ceño y sacudió su cabeza con una sonrisa.

 

- Yo entiendo que los primeros metros en bicicleta, después de tanto tiempo, no son tan fáciles- sonrió.

 

Emma respiró hondo y, arqueando su espalda y sus dedos, empezó a apretar teclas con sus ojos cerrados. Era, de todo lo dulce que alguna vez le había gustado, y de Tchaikovsky, “Romance en F Menor”, todo porque le acordaba a los viajes que hacía en tren de Milán a Roma, pues, usualmente, esa pieza era la que tendía a sonarle en sus audífonos y no sabía por qué. Pero, una vez alcanzaba a la parte risible y alegre, como si fuera una fiesta, la quitaba, pues dejaba de gustarle, y por eso era el común denominador el disgusto. Margaret le vio ese no-sé-qué, ese respeto completo en cuanto al instrumento, a la pieza, al sentimiento, ese respeto que Romeo solía sólo tenerlo a medias, pues él no era enseñado sino que había aprendido básicamente solo, y, para él, el piano, aparte de ser un instrumento muy hermoso e intricado, no tenía mayor valor sentimental, pues nunca se le había plantado un recuerdo con una conexión parecida a la de Emma.

 

 

- Después, cuando le entregué la casa, ya ambientada y todo, como diez vidas después… vengo un día a la casa y, en búsqueda de mi rompecabezas, me encuentro con ese piano- apuntó al Steinway A que tenía a su lado derecho. – Natasha tenía llave de mi apartamento, todavía tiene, y fue así como pudieron meter el piano. No me preguntes cómo lo metieron porque no sé

 

- Pero, ¿por qué te regaló un piano?- resopló.

 

- Ya me habían pagado, que no era poco, y, encima de eso, me dan un piano. Sinceramente, creí que era una broma… porque ese piano no es barato, y es algo que ni yo en mis más destellos de locura y delirio me compraría, mucho menos a alguien más. Le llamé a Margaret para agradecerle los noventa mil detallitos que había colocado en esta habitación, pero le dije que no podía aceptarlo

 

- ¿Qué te dijo? ¿Se enojó?

 

- Me dijo que, así como a ella le habían regalado un Henry Z. Steinway, que así tenía que aprender yo a aceptar lo que viniera de buena fe- se encogió entre sus hombros y se volvió un poco con su cuerpo hacia Sophia. – Dijo que había visto la “pasión” con la que había tocado esa pieza, una pieza que ella todavía no sabe que no me gusta, y que, una pasión así, merecía tener un instrumento para vivirla. Que reconstruyera mi relación averiada con el piano, que era de aprovecharla así como había aprovechado yo el espacio con su oficina/biblioteca- resopló. – Y, así, es como ese piano está aquí. Esporádicamente lo tocaba sólo para asegurarme que, por no usarlo, las cuerdas no estuvieran averiadas… pero nunca logré el cariño completo

 

- ¿Y ahora?- ahuecó su mejilla derecha. - ¿Son amigos o no?

 

- Encontré otra función para él- sonrió, volviéndose totalmente hacia Sophia con su cuerpo, que se colocó de rodillas entre sus piernas y se detuvo del brazo en el que Sophia posaba su espalda. – Ayuda, no sé si ayuda a que me desahogue, a que me calme, a que me contente, a que me acuerde quién soy y por qué soy así… no sé a qué ayuda, pero ayuda

 

- ¿Ayudo?- preguntó suavemente, cerrando sus ojos al sentir la frente de Emma contra la suya.

 

- El piano todavía no me hace reír, ya sea por chiste o porque me está haciendo cosquillas. El piano todavía no me abraza en la noche y tampoco puedo abrazarlo. El piano no me hace el amor, no le puedo hacer el amor al piano. El piano ahí está, y ahí estará, al piano lo doy por sentado a menos de que le salgan piernas y decida arrojarse por la ventana, pero tú… a ti te tengo que cuidar porque no quiero conocer el día en el que te dé por sentada o ni siquiera pueda tenerte

 

- Mi amor…- la calló amablemente, ahuecando ambas mejillas con sus manos. 

 

- Sophia…- abrió sus ojos y retiró un poco su rostro del de ella para poder verla a los ojos. – Yo sé que no soy precisamente la persona más sencilla y simple que vas a conocer en tu vida, yo sé que hasta mis simplezas son complejas, yo sé que no soy fácil de entender, de entretener y de soportar… yo sé que tengo muchísimas cosas que llevarían a cualquiera a pensar que soy medio sociópata, hasta psicópata…

 

- Shhh…- colocó la punta de sus dedos de la mano derecha sobre sus labios, callándola nuevamente.

 

- Sólo…- susurró.

 

- No lo digas- susurró de regreso.

 

- Soy demasiado feliz- sonrió con el claro nudo en la garganta. – Y soy feliz contigo, y estoy feliz contigo… y me hace feliz verte feliz; que si tengo que hacer que me guste Tchaikovsky y volver al Tenis porque eso te hace feliz, créeme que lo voy a hacer

 

- La condescendencia tampoco es tu estilo- sonrió mínimamente. – Y no sé por qué me estás diciendo esas cosas… yo no quiero que cambies, porque la Emma que conocí es la que me hace reír, la que me hace aprender, la que me hace estar bien, la que me hace feliz… Emma con su Ego, Emma con comentarios como “Puh-lease, si esto parece que lo diseñé desmayada por alcohol y con la mano izquierda” cuando Selvidge te lleva algo que no te gusta, Emma con su clóset más grande que su habitación, Emma con sus manías y sus rituales, Emma con su té de vainilla y durazno y las dos mentas, Emma que mide uno ochenta y siete o uno setenta y cuatro, la Emma que me despierta todos los días, la Emma que me deja verla ducharse, vestirse y desvestirse, la Emma que me acuerda que soy impuntual, la Emma que levanta la ceja derecha y a la pobre Estatua de la Libertad se le cae la toga y se le paga la llama, la Emma que adora las canciones intensas en ritmo y que le importa un pepino y un melón si hablan de penes y vaginas, la Emma que suele repudiar a Bruno Mars con excepción de “Treasure” porque es demasiado sexy, la Emma que odia comer con las manos porque se muere si tiene olor a comida en ellas, la Emma que se murió cuando “Blurred Lines” resultó ser un hit adolescente y gritó que eso era invención de Marvin Gaye, la Emma que me canta para hacerme reír o para seducirme, la Emma a la que no le importa si al resto no nos gusta su modo de ser, su carácter o su personalidad, pues “para los gustos están los colores”- sonrió, y Emma que estaba probablemente del mismo color de la suela del setenta por ciento de sus Stilettos. – La Emma que pelea con los términos de la moda, la Emma que me besó con curiosidad disfrazada de miedo en el balcón de la casa de Margaret, la misma Emma a la que se le ocurrió redefinir todos mis términos sexuales, la Emma que me ha complacido sin dejar de respetarse, la Emma que me ha dicho “no” cuando no quiere o no le gusta, la Emma que me ha enseñado que no tiene que decirme que me ama para yo saberlo- sonrió. - Esta Emma que me deja estar enojada, que me deja ser dominante, que me deja restringirla y atarla- guiñó su ojo y rio nasalmente, que Emma ya no pudo más y sólo rio al no poder colorearse más de rojo.

 

- I just… - bajó la mirada, y luego resignó su cabeza.

 

- You just…?- levantó su rostro con su mano por su quijada.

 

- No sé- cerró sus ojos. – Sólo quiero saber que no te estoy ahuyentando con todo lo que te estoy diciendo

 

- Lo que me estás diciendo no es nada malo- sonrió, trayéndola a su pecho para volverse a recostar.

 

- No sé, supongo que en mi cabeza suena un poco loco… demasiado loco- resopló, abrazándola y dejando que su peso cayera suavemente sobre el suyo.

 

- Está más loco el que se cree cuerdo que el que cree que está loco- sonrió, que terminó por acomodarse sobre su costado izquierdo para que Emma cayera entre ella y el respaldo del sofá pero todavía sobre su brazo. – Y créetelo como que fuera la palabra de Dios porque esa es la verdad absoluta de mi tesis de doctorado en Psiquiatría- frunció sus labios ridículamente para contenerse la risa. – Y es dato empírico

 

- Psiquiatría… empirismo… palabra de Dios- resopló. – Suena convincente- y se dejó atacar por el beso que le esperaba desde hace un rato, ese beso que normalmente sucedía en la cama y que, usualmente, era de buenas noches, de buenos días, de cierre al momento sexual, o, también, cuando simplemente la cursilería y el romance las tomaba por sorpresa.

 

*

 

- Bueno, como dijo el Presidente más controversial, pero el más efectivo de este país, “All great change in America begins at the dinner table”- levantó Thomas su escocés al ver que Emma llegaba a la mesa en donde ya la esperaba un platillo; mitad con hielo contenido en una caja metálica y cinco ostras pequeñas, una con una pizca de roe, otra con crocante trozos pequeños de tocino, y, las tres restantes, cada una con un cítrico finamente picado, pomelo, toronja y naranja, y, la otra mitad, se resumía a un carpaccio de salmón que se había colocado de tal manera que cada meticuloso doblez tuviera, por base, un gajo de algún cítrico y una microscópica varita de eneldo que se cruzaba. – Porque yo digo que todas las cosas buenas de su vida empiecen en esta mesa y sobre esta cena- sonrió, refiriéndose a Sophia y a Emma, y elevó un poco más su vaso para concluir el primer gesto de buen deseo verbalizado para con alguien más que no fuera él o una conquista. – Cin Cin!- concluyó.

 

- Cin Cin, Tommy- sonrió Emma, elevando su Grey Goose para chocar imaginariamente su vaso contra el suyo, y luego se volvió a Sophia para hacerlo verdaderamente con un guiño de ojo. – Hola- susurró para Sophia, tomándola de la mano mientras se sentaba a su lado para comer; tenía hambre. - Missed me?- sonrió suavemente.

 

- Tú sabes que sí- resopló, dejando que Emma recuperara su mano para que pudiera comer.

 

- Oh my God…- balbuceó James ante la primera ostra que se le deslizaba por la garganta. – ¿Nos podemos repetir?- sonrió para Emma.

 

- Lo que sea que se te antoje, pídelo- sonrió, pasando su brazo tras la espalda de Sophia, pues ya se sentía con el completo derecho legal de declarar, con su lenguaje corporal, que Sophia era suya, ¡y de nadie más!

 

- Aunque quizás quieras esperar porque viene el Beef Tenderloin con Portobello y más sorpresas- dijo Natasha, que veía a Luca con ganas de matarlo por saber exactamente lo que pensaba pero, si Emma no decía nada, ella tampoco.

 

- ¡Me espero!- dijo con la boca llena de la segunda ostra.

 

- Van a disculpar mi ignorancia en esto de las bodas y esas cosas cursis y de adultos mayores y responsables- dijo Thomas, que le pasaba sus ostras a James para que James le diera el salmón, porque si el pudiera comer una tan sola cosa, por el resto de su vida, no titubearía en nombrar al salmón. – Pero… ¿soy yo o no hay torta?

 

- Buen ojo, marica- lo molestó James.

 

- Ay, es que Nate y Phillip si tienen la fotografía cursi de cuando están cortando la maldita torta- le gruñó.

 

- Pues no, nosotros no tenemos la maldita torta- rio Sophia. – Al menos no para cortarla con el público presente

 

- Yo sólo realmente espero que los huéspedes vecinos no se quejen más tarde- se carcajeó Thomas, que cualquiera habría esperado un latigazo por impertinente, pero, en vez de eso, todos se carcajearon, y se carcajearon tan fuerte que llamaron la atención de la mesa de al lado por sobre la suave música de fondo, por sobre el piano de las Nocturnes de Chopin.

 

- No creo que puedan tirar la casa por la ventana porque sus mamás están en el hotel- las defendió Julie, como si eso fuera motivo de represión de ganas.

 

- Sí, como nuestras mamás están en completa omisión de lo que hacemos- resopló Emma con una mirada de ridiculización a terceros.

 

- Por cierto, Em- dijo James. - ¿Quién es el Señor que está sentado al lado de tu mamá?

 

- ¿Tu futuro padrastro?- rio Julie.

 

- Quién sabe- se encogió entre sus hombros y llevó su Grey Goose a sus labios. – Di Benedetto es el novio oficial de mi mamá, pero no creo que deba considerarlo como padrastro todavía

 

- ¿Cuánto tiempo tienen de ser novios?- le preguntó Luca.

 

- Un año, un poco más… no estoy segura- sonrió, volviéndose hacia todos lados para buscar un diligente y gentil mesero que le llevara un Martini y una copa de champán.

 

- ¿Un poco más de un año y vino a tu boda?- se ahogó Julie. Emma sólo se encogió de brazos con una sonrisa, pues ya veía al ángel que le llevaría lo que le pidiera.

 

- Debe ser serio como para que lo hayas invitado- opinó Thomas.

 

- Tú no eres serio y estás invitado- rio Phillip, que para eso, para molestar a Thomas, se pintaba de todos los colores habidos y por haber en la base de datos de Pantone. – Sólo digo- se defendió ante las risas con sus manos a la altura de su cabeza, así como si lo hubiese detenido la policía con las manos en la masa.

 

- Es mi mamá, puede traer a quien quiera y será bienvenido, así como tú podías traer a una de tus conquistas- sonrió suavemente luego de haberle acordado al mesero, por segunda vez, que no quería ver ni aceitunas ni la más mínima cáscara de limón.

 

- Entonces, ¿ya lo conocías?- le preguntó Luca.

 

- No- sacudió la cabeza. – Sólo de lo que mi mamá me contaba

 

- ¿Y se está quedando aquí con tu mamá?- rio Thomas.

 

- Supongo, no sé- rio Emma un tanto incómoda. – Acaba de venir del aeropuerto, eso sí sé

 

- Cuidado y les hacen competencia más tarde- se carcajeó, creyendo que era gracioso, pero nadie más rio.

 

- Shit wasn’t funny- lo regañó Natasha.

 

- Sorry- se escondió él entre sus hombros.

 

- Como sea- diluyó Sophia el momento incómodo. – Mi suegra espera que la saques a bailar de nuevo

 

- Tu suegra tiene alguien con quién bailar- sonrió. – Pensaba más en tu hermana

 

- Te prohíbo terminantemente que te metas con Irene- le advirtió Emma.

 

- Puedes bailar y hablar con ella si quieres- le dijo Sophia, no sabiendo de dónde le salía tal agresividad a su esposa.

 

- Pero no puedes meterte con Irene- repitió Emma.

 

- Está claro que Emma no quiere tener parentesco contigo- sonrió Phillip, que, en su plan de siempre molestar, dijo exactamente lo que Emma quería decirle. – Ni siquiera de índole política- resopló, que recibió una telepática palmada en el hombro por parte de Emma, pues, por parte de Sophia, recibió un beso y un abrazo por la misma razón.

 

*

 

“Red” sonaba en el fondo, y, pretendiendo guardar el tarro de Ben & Jerry’s en el congelador, decidió darle cuatro cucharadas más al Peach Cobbler mientras disfrutaba de la canción que no sabía si le pertenecía o no, pues podía ser tan suya como de Emma, o podía ser de ambas; quizás una la había adoptado. Guardó el tarro en el congelador y, agachándose para sacar una pastilla de jabón del gabinete bajo el lavabo, dejó ir la cuchara en la lavadora de platos junto con la pastilla. Apagó las luces que estaban a su paso mientras se empinaba la botella de agua y dejaba la cena, y la escena de la cena, tras ella con una sonrisa interna por estarse acordando de las interminables risas que las historias de Emma le habían provocado, esas historias oscuras y vergonzosas que sólo el alcohol podía ocasionar en la adolescencia de una persona. No debía ser tan tarde, pues la noción del tiempo la había perdido a partir de tanto dormir, y las ganas de meterse nuevamente a la cama eran demasiado golosas hasta para su gusto, pero ahí había una expresión que la cubría y la protegía de todo: “No se vale juzgar”, expresión verbalizada por la misma Emma después de la última ebriedad de la que sufrió en su cumpleaños. Llegó a la habitación y, cerrando la puerta tras ella, vio hacia el interior del baño al estar la puerta abierta y la luz encendida.

 

Emma estaba frente al espejo y masajeaba su rostro con la espuma jabonosa con sus dedos. Marcaba el ritmo que “Tanguera” le provocaba, y, con sus cuerdas vocales y su boca cerrada, tarareaba el ritmo mismo, pues el ritmo sensual y apasionado la hacía perder el control y la consumía. Creo que a Emma, muy en el fondo, le gustaba todo lo que partía individualmente de la esencia del tango, algo que implicara pasión, erotismo, tensión sexual y seducción. Sophia sonrió al verla tan perdida entre la vanidad y la música, le parecía algo muy Vogue. No vestía como si Tom Ford le hubiera dado la vuelta, simplemente estaba en lo que nadie sabía si era ropa sencilla o pijama elegante, pues no era nada más que la típica tanga negra, una Chantal Thomass que no tenía nada en especial más que una franja gruesa de seda elástica que abrazaba su cadera para luego lanzarse a la fama con una fina capa de encaje negro sobre seda gris, y ni hablar del toque femenino y cursi de la laza, algo que a Emma, en lo personal, no le gustaba, pues ella no era regalo, y, como si le costara trabajo, abultaba su trasero de una extraña pero exitosa manera al no tener soporte inferior que lo recogiera. Su torso no tenía nada más que el sostén negro que no se veía, pues encima tenía la camisa desmangada negra.

 

La vio recoger agua entre sus manos para quitarse la espuma, y volvió a sonreír al ver cómo, meticulosamente, quitaba la espuma más cercana a la línea de su cabello, pues no le gustaba humedecerlo porque luego tenía que secarlo y nunca quedaba completamente seco de inmediato; incomodidades personales. Entró al baño en silencio para no interrumpir la conexión que tenía con la música, y, en el mismo silencio, salió de ahí para cepillarse los dientes mientras se paseaba por ahí y por allá, pues pretendía decidir hacer algo que podía ser bueno o mejor, dependiendo de cómo se veía la situación y de si resultaba así de difícil como lo había previsto, que, de resultar ser así, sería un éxito total, al menos para ella. Mantuvo la espuma en su boca, con la manía de morder el cepillo sólo porque sí, y abrió la gaveta inferior de su mesa de noche para sacar aquel cubo que había tenido por más de cuatro días y que no había podido traerlo al oxígeno. Sólo lo colocó sobre la mesa de noche de Emma, entre la lámpara y el teléfono, no sin antes mover un poco ese rectángulo de madera de nogal que contenía tres tipos de cactus pequeños. Sí, a Emma le gustaba dormir con espinas al lado. Pero no era más que la costumbre, pues desde que era pequeña siempre tuvo cactus.

 

Y se detuvo para sonreírle al marco que contenía las siete fotografías en la pared. Estaba la reglamentaria, esa que era con Sara y que era, probablemente, de cuando Emma tenía dos años, pues Sara la cargaba contra su pecho, con sus brazos bajo sus muslos, y ambas daban la espalda a la cámara por estar viendo hacia arriba, que Sara le señalaba “La Creación de Adán” dentro de la Capilla Sixtina. Estaba la segunda reglamentaria, esa que era también con Sara y que se comprendía a un abrazo asfixiante de Emma por la espalda, ambas sonriéndole a la cámara aunque con los ojos cerrados, así como si hubiera sido algo fortuito, porque así había sido, y esa era más reciente, de hacía dos o tres años. La tercera era de alturas; pies descalzos pequeños sobre los típicos Oxford Gucci negros, que Emma veía hacia arriba, Franco se encorvaba hasta casi cuarenta y cinco grados, y se notaba que le sonreía mientras le tenía tomadas ambas manos; estaban bailando. La cuarta era con Natasha, ambas riéndose mutuamente, tomadas de la mano libre al tener una copa de champán en la otra, y vestían como para uno de esos Brunch que Margaret solía hacer y que Natasha no podía ir sola desde que había conocido a Emma. La quinta era de ellas dos en Mýkonos; Emma sentada a la orilla de la piscina, Sophia entre sus piernas pero en el agua, tomadas de las manos, Emma apoyando su mejilla en la sien de Sophia, ambas sonriendo. La sexta era de ella, aquella fotografía en la que parecía haber tenido un día entretenido pero no miserable ni ajetreado a pesar de las mangas recogidas y las gafas, esa en la que estaba con sus brazos estirados y tensos sobre la mesa para apoyarse, que sus hombros se saltaban por debajo de la camisa blanca, y su sonrisa embriagaba mientras que sus camanances provocaban ese “aw”. La séptima era la más reciente; eran ellas dos de nuevo, y había sido la fotografía más in fraganti que a Emma alguna vez le habían podido tomar: con resolución del iPhone de Natasha, Emma abrazándola por los hombros con su brazo izquierdo, ambas compartiendo un beso de ojos cerrados porque habrían podido jurar que nadie las estaba viendo, ni siquiera Natasha que tenía ojos en la espalda, y ella ahuecaba la mejilla de Emma con su mano izquierda, que el anillo era lo que a Emma más le gustaba.

 

Se volvió al cubo y sonrió sólo porque sí, y, sintiendo que ya la boca se le quemaba por la espuma que había mantenido por tanto tiempo, se dirigió al baño para terminar su limpieza dental y su rápido enjuague facial. Emma seguía con su rostro, culpa del maquillaje. Roció dos veces su rostro con el Omorovicza y se dio aire hasta que su piel lo absorbió al compás de “Tolling Bells” de Chopin. Para el momento en el que terminó, Sophia ya la esperaba en la cama, apenas recostada sobre la pila de almohadas que casi siempre terminaban en el suelo porque estorbaban. Aplaudió para que la música se callara, pues no estaba precisamente del mejor humor para que Depeche Mode le robara la buena vibra de su comodidad musical. Pasó de largo hacia el clóset, en donde, como por la mañana, le dio un espectáculo de sensualidad a la rubia que la esperaba entre las sábanas azul marino. Arrojó la camisa al cesto de la ropa sucia, que se encargaba en dividirla entre el cesto blanco era para la ropa blanca, el cesto rojo para la ropa de colores, el cesto negro para la ropa negra y el cesto gris para las ropas menores que, a veces, eran más caras que algo que cubría todo el torso o que un wetsuit para bucear, quizás cobraban por ausencia de tela. Llevó sus manos hacia su espalda y, sabiendo que Sophia la veía, desabrochó su típico sostén negro pero no lo sacó de inmediato, sino que se colocó de perfil y lo sacó como si estuviera en completa omisión del acoso visual, que, al sacarlo, su busto se transformó a la escala real de lo que realmente era, pues aquel sacrilegio era no sólo reductor sino aburrido al no tener ni encaje, ni nada sensual. Al liberar aquel par de Cs, sólo supo acariciarlas hacia abajo para luego recogerlas suave y rápidamente hasta que, al soltarlas, hicieran ese minúsculo rebote sensual que a Sophia tanto la mataba. Se volvió a la gaveta de las pijamas, sacó un Babydoll Fieldwalker negro y lo arrojó, temporalmente, al brazo del diván. Con una sabia sonrisa, tomó la banda elástica de su Chantal Thomass y, sólo agachándose con su espalda mientras la deslizaba hacia afuera por sus muslos, asesinó a Sophia con las más traviesas intenciones, que Sophia hasta apuñó las sábanas de la provocación.

 

- Ay…- suspiró Emma, pues no logró los tres puntos al no haber encestado aquel retazo de tela negra. - ¿Entretenida, Licenciada Rialto?- resopló al ver que Sophia ni siquiera podía pestañear, pues no quería perderse de nada.

 

- Demasiado- sacudió su cabeza en ese sentido de que era algo increíble.

 

- ¿Ah, sí?- levantó su ceja derecha con una sonrisa que gritaba lascivia.

 

- Non potete immaginare quanto mi piacerebbe conservare momento come questi… sai, come in un pen drive - Emma sólo rio nasalmente y se coloreó de un rojo que no era tan rojo. – Sí, así lo reviviría cuando quisiera; en una reunión, mientras me cortan el cabello, mientras estoy sola…

 

- ¿De verdad?- sonrió, apoyándose del marco de la puerta del clóset.

 

- Y me acabo de dar cuenta que eso suena demasiado pervertido- se tapó el rostro con ambas manos, como si pudiera hacer que con eso la vergüenza se esfumara.

 

- Mmm…- se saboreó con una sonrisa, que apagó la luz del clóset y dejó en el olvido su intento de ponerse pijama. Ya qué. – ¿De verdad te gustaría tener una especie de Flash Drive para verme una y otra vez?- resopló, pues la idea era tan rebuscada y tan remota que era demasiado normal. Se hizo camino hacia ella y se sentó sobre la cama; su pierna derecha sobre la cama y descansando flexionadamente sobre su costado, la pierna izquierda caía de la cama hasta que su pie se detenía del suelo, mientras Sophia no respondía con palabras sino con la mirada. – Tienes razón… suena un poco pervertido- guiñó su ojo con una risa interna, pues no pensaba que lo era, simplemente era una broma con pokerface.

 

- I’m sorry- murmuró muy bajo y con el rojo que la invadía ante la nerviosa vergüenza.

 

- Don’t be- se acercó a ella y le dio un beso en la frente. – Que sea pervertido no quiere decir que no me…- hizo una pausa para pensar bien la palabra. – Que no sea amusing- sonrió con esa sonrisa que era un poco más tirada hacia la derecha.

 

- ¿Qué es amusing; la idea o yo?- Emma sólo levantó su mano derecha, pero sólo su dedo del medio y el anular estaban erguidos y tensos. Oh, Emma. – Y tú que vives para provocarme- entrecerró sus ojos con una verdadera sensación de buen gusto por ese “dos” que no era normal si no estaban en la cama y las intenciones de eyacular no estaban en el plan de lo fortuito.

 

- Oh, well, Mrs.-soon-to-be-my-wife – frunció su ceño y se puso de pie, que haló las sábanas hacia el final de la cama. – Digamos que es recíproco- la tomó de los tobillos y la haló hacia ella, que ella ya caminaba alrededor de la cama para llegar a su lado. Sophia que se había desecho en una risa de goce infantil. – Yo provoco para que me provoquen de regreso- la tomó de las muñecas y la haló hacia ella hasta que quedara sentada sobre la cama, y la mantuvo tomada de sus muñecas con fuerza, como si no quisiera que se le escapara. – La diferencia está en si utilizas el término “provocativo”- susurró a su oído izquierdo y besó su cuello para luego remitirse a su otro oído. – O si utilizas el término “provocador”- mordisqueó su lóbulo.

 

- ¿Pijama?- dijo nada más.

 

- Exacto- sonrió. - ¿Por qué la sigues teniendo puesta?- resopló, tomándola por la cintura para empujarla un poco más al centro, o quizás hasta que ella pudiera poner cómodamente las rodillas sobre la cama y no sobre la orilla.

 

- ¿Por qué no me la quitas tú?- mordió su lengua como para reprimirse la sonrisa y aseverar la provocación, esa cuyo término apropiado era “provocativo” y no “provocador”.

 

- Yo no voy a hacer nada que tú no quieras que te haga- sonrió, que a Sophia la expresión facial se le transformó en una especie de potencial manipulación celeste. - ¿Quieres dormir?- le preguntó a su oído, que no esperó ninguna respuesta y se dedicó a besar su cuello.

 

- No tengo sueño

 

- ¿Quieres ver una película?- resopló contra su cuello, haciéndole cosquillas internas a Sophia, pero no de esas cosquillas que daban risa.

 

- No, no quiero

 

- ¿Quieres hablar mierda?

 

- Eso más tarde- resopló ante la naturalidad del tono de la pregunta, y, ante la incomodidad de sentirse aprisionada por las piernas de Emma, las sacó hasta poder abrirlas y hacer que fueran las piernas de Emma las que estuvieran entre las suyas.

 

- Mmm…- paseó su lengua desde su tráquea hasta su mentón, en donde la guardó y le clavó la mirada en la suya. - ¿Qué quieres hacer, entonces?

 

- ¿No lo sabes?- recogió sus piernas hasta elevar sus rodillas y, ante la negación de Emma, la tomó por la cadera con sus piernas hasta hacer que cayera completamente sobre ella. - ¿De verdad no lo sabes?

 

- No- susurró contra sus labios y, tomándola por sorpresa, embistió su entrepierna con su pelvis. - ¿Qué quieres hacer?- le preguntó, rozándole sus labios con sabor a Burt’s Bees Wax de menta, y arremetió de nuevo. Sophia sólo suspiró y cerró sus ojos. – Dimmi- y de nuevo. Sophia llevó sus manos al shorty y, con prisa y ayuda de Emma, aquella seda negra desapareció de la cama para caer sobre el suelo. Emma sólo sonreía en el proceso, y sonreía porque había sido más fácil de lo que había creído. – Todavía no me dices- arremetió de nuevo, que ahora si chocó su piel contra la de Sophia, y se sintió tan celestial que parecía ser la primera vez que hacía eso; lo que tres semanas sin roce podían hacer.

 

- Sigue haciendo lo que estás haciendo- susurró, colocando sus manos en el trasero de Emma con una nalgada que hizo a Emma sonreír y luego gruñir al sentirse ricamente apretujada mientras la obligaba a embestirla de nuevo.

 

- ¿Te gusta?- la embistió de nuevo, y fue más fuerte que las veces anteriores, tanto que Sophia sintió como si realmente la estuviera penetrando con la sola intención de no hacerlo. – Naughty, naughty, naughty…- canturreó a su oído y la embistió una vez más, que ahogó a Sophia en sabrá Dios qué palabra sexual en griego, esa palabra que se tradujo a nivel físico al apretujarle su trasero más fuerte para traerla de nuevo contra ella.

 

Emma la embistió una, y otra, y otra, y otra vez, que nunca deseó ni pretendió tener un falo para potencializar los ahogos de la rubia de quien abusaba, simplemente necesitaba roce, o golpe, algo intenso, algo quizás un poco agresivo, algo como esos apretujones de trasero, algo como esas embestidas, algo que le comprara tiempo para incrementar la paciencia y no ceder a algo que ella consideraba una verdadera violación. Tres semanas sin nada era demasiado, y, en ese momento, era como querer hacerle de todo y muchas veces en un segundo por echarlo de menos. Tres semanas para ese par de ninfómanas, aunque ninfómanas diferentes según Natasha, pues Sophia era del tipo de ninfómana coloquial, usual y común, del tipo que le gustaba el placer a cualquier hora y en cualquier lugar y numerosas veces al día de ser posible, pero era ninfómana de “poder” y no de “necesitar”: “si se puede se hace, si no se pude no se hace… que no es el fin del mundo”. Contrario a Sophia, Emma era del tipo incomprendido, sufría de ese tipo de ninfomanía que se reducía a una simple expresión: “no es lo mismo coger con alguien que cogerse a alguien”. Sí, Emma no necesitaba tanto ella su placer sexual, ese de gemidos, gruñidos y demás tanto como Sophia, ella necesitaba esa sensación y esa satisfacción de saber que estaba dándole placer sexual a Sophia, ella necesitaba su premio: los gemidos y el descontrol de Sophia. Aunque quizás tampoco podía negar que la teoría de la neo-ninfomanía se le caía en cuanto tenía antojo severo de Sophia en ambos sentidos, o como cuando se dejaba hacer “A”, “B”, “C” y todas las letras del alfabeto porque le gustaba que fuera Sophia, o quizás era porque a Sophia le gustaba también. Llámenle condescendiente, complaciente, consentidora, etc., como quieran, pero Phillip estaba del lado de Emma; que no había mejor premio que ver a su víctima en descontrol total.

 

Emma, a pesar de que Sophia no era capaz de mantener sus ojos abiertos, le clavaba la mirada en la suya porque eso era lo que le gustaba, eso y no sólo escuchar los ahogos o los potenciales y futuros gemidos, sino que le gustaba sentirlos chocar en forma de exhalación golpeada contra sus labios.

 

- No…- musitó la rubia, abriendo sus ojos al no recibir otro empujón de aquellos. Emma le sonreía con esa sonrisa de ojos entrecerrados a nivel sensual conmovedor y sólo pudo sonrojarse sin poder contenerse. – Esa sonrisa…

 

Se acercó con lentitud a sus labios para atacarlos con la suavidad que compensaba la rudeza con la que la había atacado en un principio. Poco a poco, Sophia fue aflojando sus manos hasta que liberó su trasero, como si el beso la relajara y la tranquilizara para no quedarse sin amortiguador para las horas que debía estar sentada. Llevó sus manos a la espalda de Emma y se dedicó a acariciarla, a repasar cada vértebra con sus dedos índice y medio de la mano izquierda mientras que, con la mano derecha, hacía un imposible e inconsciente recuento de cada peca. Aquello no le incomodaba a ninguna de las dos, simplemente a Emma le daba cosquillas que la hacían sacudirse en un escalofrío de hombros. Le tomó las manos a Sophia y las colocó sobre su cabeza, contra la cama, y ahí las mantuvo mientras dejaba de pensar cuántos besos serían suficientes, pues nunca eran suficientes, nunca sobrarían. Se moría por ser la autora de su descontrol orgásmico, pero sabía que, después de tanto tiempo de no tener acción, considerando que no había habido ni acción individual y solitaria, si iba a por el orgasmo agresivo, que se construía en poco tiempo por la velocidad y la intensidad de su boca en la región sur, sólo haría que Sophia se irritara antes de tiempo, lo cual significaba un único orgasmo. Por eso prefería tomar las cosas con calma a pesar de tener más que sólo la cabeza caliente, pues, en caso de que fuera sólo uno, que fuera así de grande y apoteósico como la final de la UEFA Champions League del dos mil cinco.

 

Eran besos como para censurar si se daban en público, y eran para censurar porque nadie tenía que verlos ni que presenciarlos sino ellas, pues nadie más entendería exactamente qué era lo que estaba pasando entre ellas en ese momento; quizás podían imaginárselo, podían creer, asumir, pero no podían saberlo con exactitud. Quizás serían censurados por la profundidad sin lengua, quizás por cómo se retorcían los labios contrariamente, quizás por los tirones, quizás por las sonrisas, quizás por los ruidos que eran imposibles evitar y que tampoco querían evitar, quizás era por cómo Emma le succionaba la lengua a Sophia con suavidad, que su punto de detenimiento era hasta donde los labios abiertos de Sophia la dejaban llegar, quizás eran los juegos de narices, quizás era la declaración de que sí sabían para lo que servía la boca. Y era en ocasiones como esas a las que Sophia misma llamaba “some bipolar sexual intercourse”, pues cambiaba de intenso-agresivo a intenso-romántico, y era como si la intensidad fuera la variable independiente para que lo romántico fuera negativo y lo agresivo positivo, por así decirlo, pues podía ser al revés y no sólo “positivo” o “negativo” de valores numéricos representativos. Bastó con el tirón de labio inferior que Emma hizo como para que Sophia sacara fuerzas de donde era imposible sacar y la tumbó sobre la cama, piernas entrelazadas, o quizás sólo intercaladas, Emma que había perdido el poder para mantenerle las manos fuera de alcance, y Sophia que aprovechaba tener sus manos de regreso; no para violarla con el paseo de sus manos sino para aferrarse a ella a pesar de no necesitarlo. Detuvo el beso eterno y abrió sus ojos, dibujó una sonrisa para Emma, sonrisa que Emma supo adoptar porque sentía exactamente lo mismo. Empujó su nariz con la punta de la suya, hacia un lado y hacia el otro, intentando mordisquearle arrancadamente los labios pero no pudiendo por la distancia que provocaba el choque de sus narices, y eso lo sabía, pero le daba risa, y Emma que aprovechaba el momento para regresarle la caricia en la espalda al deslizar sus manos por debajo de su camisa.

 

Sophia se irguió, pues creyó que la intención de Emma era únicamente arrancarle la camisa, y no iba a dejar que la estirara o la rompiera, o atentara mortalmente contra ella, porque era de las camisas que tenían sabor a una Roma post-desempleo milanés, se la quitó, y Emma que fue directamente a sus senos como si fuera atracción magnética, porque quizás eso era. Tomó su seno izquierdo en su mano mientras atacaba suavemente al pezón derecho, que sólo quería comérselo, pero la paciencia le dio una bofetada doble y la hizo entrar en razón; terminó atrapándolo entre sus labios, luego de haber rodeado su areola con su lengua, lo tiró suavemente hasta que se le escapara, lo lamió de arriba abajo, lo volvió a atrapar, le dio un besito, en diminutivo, y entonces sí lo mordisqueó. Luego le calmaría el suave hormigueo con otra suave succión y otro besito. Su otro pezón fue víctima del mismo proceso. El agradecimiento era recíproco; Emma por dejarla hacerlo, Sophia por recibirlo. Se volvieron a reunir en un beso, que Emma le pagó con la misma moneda pero más al norte y al frente; con sus manos en sus senos, y Sophia que no se quejaba en lo absoluto y aprovechaba para detenerla por el cuello y las mejillas mientras empezaba un vaivén más vertical que horizontal que duraría poco.

 

- Todavía no me has dicho qué quieres…- le dijo Emma contra sus labios.

 

- Lo que tú quieras- sonrió, trayéndola consigo hasta recostarse sobre las almohadas.

 

- Mmm… no me digas eso- sacudió su cabeza.

 

- ¿Qué quisieras hacer?- le preguntó, repasando su labio inferior con su pulgar, pues estaba enrojecido ante las succiones que recién cesaban, enrojecimiento del que ella declaraba mea culpa.

 

- Es secreto- susurró, que no era secreto, sólo quería provocarla.

 

- Peíte mou- hizo un puchero gracioso, y Emma sólo la trajo con ella hasta erguirla, que luego, cuidando mucho el tono del empujón, Sophia cayó sobre sus rodillas y sus manos sobre la cama. – ¡En cuatro!- siseó falsamente escandalizada, eso ya se ponía interesante.

 

- A la mitad- resopló, trayéndola a ella por la cintura para que su espalda quedara contra su pecho y su trasero en perfecto encaje con su pelvis muy al ras de la cama.

 

- ¡En dos!- se corrigió con una risa nasal mientras se dedicaba a sentir cómo los brazos de Emma la envolvía por entre sus brazos; su mano izquierda se dirigió hacia su seno derecho y su mano izquierda hacia ahí, hacia donde probablemente podían ahogar cualquier reactor nuclear.

 

- Dirty Dancing: Havana Nights- susurró a su oído al mismo tiempo que empezaba el contoneo de su cadera, por consiguiente, obligando a la de Sophia a imitarla. – “Represent Cuba”- mordisqueó su hombro derecho. – Sólo para que sepas la canción y el nivel de perversión con la que te voy a…- pero Sophia la interrumpió al suspirar.

 

- ¿A qué?- cerró sus ojos y se dejó ir, que, inconscientemente, la canción tocaba en el fondo mental de cada una. Steamy. – Are you gonna fuck me?- sonrió con travesura retadora.

 

- No sé, no me has dicho qué es lo que quieres- su dedo viajó precisamente entre su vagina y su clítoris, pues dependía mucho de lo que Sophia quisiera si su dedo terminaría en su vagina o en su clítoris.

 

- Me estás torturando

 

- ¿Yo?- resopló a su oído, volviendo a recorrer esa zona lisa y empapada que aparentemente tenía efecto en la rubia víctima. – No… tú te torturas solita al no decirme

 

- Non mi importa se mi stupri o mi humpi…  finchè lo fai con delicatezza

 

- Entonces sí- le dio un beso en su cuello. – En cuatro- y Sophia cayó con sus manos nuevamente sobre la cama, que Emma sólo le dejó ir una nalgada picante para que se recostara.

 

- ¡Mi amor!- rio totalmente divertidaand excitada.

 

Emma se recostó parcialmente sobre ella, a su lado izquierdo, y, llevando su mano a su trasero, abrió sus piernas para poder tener acceso desde atrás mientras besaba sus hombros y, al mismo tiempo, hacía aquella acción que Sophia había pretendido italianizar. “Humpi”, del inglés “hump me”, del castellano no-tengo-traducción-exacta-o-coherente. Introdujo sus dedos superficialmente, únicamente entre sus labios mayores para revivir su conocimiento topográfico de aquella ranura rosado pálido que estaba lo más encandecida que podía estar ante el ir y venir frotado que los dedos de Emma le hacían. Expulsó ese callado y agudo “’¡Ah!” ante la mezcla de los mordiscos que Emma le daba a su hombro y el roce vertical que la recorría desde su clítoris hasta el último de sus agujeros del punto sur. Ahora, con Emma un poco más sobre ella, manteniendo el humpi activo, se veía obligada a resignar su frente contra la cama, pues Emma había pasado su brazo por su cintura hasta envolverla y alcanzar su clítoris para ejercer la tortuosa caricia política: engañosa, lenta, complicada, y fácilmente corrupta, que en este caso era sinónimo de “interrumpible”. Clavándole sus erectos pezones en su espalda, Emma aprovechó para crear la base perfecta de una estrategia que dictaba éxito con más de un orgasmo. Dejó su clítoris a un lado para inspeccionar el nivel de hinchazón en sus labios mayores, y, a su juicio, estaban listos para la segunda etapa; empapados y a dos tercios de lo que su máxima capacidad de hinchazón natural implicaba. Sacó su mano de ahí, dejando a Sophia en completo extravío por no saber qué pasaba si lo estaba haciendo tan bien, y, dibujándole besos en la espalda, fue bajando hasta que pudo mordisquear y besar lo que normalmente se escondía bajo una talla Small y bajo el dos de pantalón.

 

Recogiendo una pierna para flexionarla y levantando un poco su trasero, Emma se clavó sin asco y sin restricciones entre sus piernas para, con su lengua, probar al fin lo único que realmente tenía aroma a Sophia y no a una invención de Nina Ricci. De abajo hacia arriba, desde su clítoris hasta su vagina, para luego clavarse todavía más y succionar su labio mayor derecho, o izquierdo, depende del punto de vista, soltarlo y luego succionar el otro. Seguir lamiendo, succionado, lamiendo, succionando. Se concentró en su clítoris, pues la dirección del lengüetazo no era el usual, algo que era arma de doble filo porque podía provocar incomodidad o provocar una curiosidad nerviosa por descubrir, o redescubrir, la sensación. En el caso de Sophia era goce seguro. Alcanzó a succionarlo una tan sola vez, pues su posición no era la mejor para succionar algo que estaba, en ese momento, tan abajo y tan escondido, por lo cual decidió dejarlo en eso, en una provocación de segunda etapa al regresar a lo que quedaba con mejor acceso para sus labios y para su lengua. Además, Emma sabía muy bien que Sophia era como ella en ese sentido; más clitoriana que vaginal y, de concentrarse demasiado en su clítoris, sólo estropearía su propia estrategia.

 

Separó sus labios mayores para ver sus adentros, los penetró con la mirada a manera de gloriosa y glorificadora inspección al ver sus tensos labios menores que, por la posición, se habían logrado esconder bajo los mayores. Mantuvo los mayores separados y se dedicó a saludar a los menores con un generoso beso francés que hizo que Sophia gimiera abiertamente por primera vez. La rubia llevó su mano a su glúteo izquierdo para separarlo un poco del derecho, y Emma, conociendo muy bien su lenguaje corporal sexual, supo lo que quería con tanta urgencia. Empujó su lengua contra ella hasta introducirla delicadamente en el rosado y ajustado agujero que cuidaban sus labios menores. La penetró así por lo que pareció ser suficiente tiempo como para que Sophia reconociera los componentes de su excitación genital; con cada penetración interlabial, el labio superior de Emma chocaba contra su perineo y su nariz, extrañamente fría de la punta, contra su otro agujerito y, ocasionalmente, su mentón rozaba apenas su clítoris. Emma se detuvo un momento para respirar apropiadamente pero Sophia, al no sentir la continuidad, llevó su mano a la cabeza de Emma para traerla hacia ella, pues necesitaba más, y fue entonces que la condescendencia de Emma entró a la escena y la obligó a hacerle caso a Sophia, aunque, quizás, “obligar” suena muy fuerte, pues lo hizo con la sonrisa más gustosa que tenía en su repertorio. Sedujo a su vagina con las cosquillas que prefirió no adentrar para poder darle un descanso y, así, poder saltar a la tercera etapa.

 

- ¡No!- rio con cierta angustia al sentir que Emma se le escapaba de su mano.

 

- ¡Licenciada!- siseó con una sonrisa, tomándola por la cadera para tumbarla sobre su espalda, que cayó casi sobre las almohadas, pero eso no importaba.

 

- ¡Arquitecta!- la imitó, que Emma ya le abría más las piernas y colocaba su pierna izquierda sobre su almohada, pero eso no importaba tampoco, y Sophia que se acomodaba con una almohada bajo su cabeza, pues eso de ver cómo Emma haría lo que estaba a punto de hacerle era para sit back and enjoy de manera literal.

 

- Ya te humpeé- dijo, hispanizando el “humping”. – Supongo que sólo queda violarte con delicadeza- sonrió, que era una media burla por lo que le había dicho, aunque no era burla del qué sino del cómo, y se acercó a su entrepierna y abrazó sus muslos para acomodarse en espacio.

 

- Then shut the fuck up and do it- rio, tomando a Emma de la cabeza para hundirla entre sus piernas.

 

- Yes, Ma’am- dijo en ese tono de acatar órdenes militares.

 

Empezó por besar sus labios mayores sin presión alguna de su parte, uno que otro lengüetazo para no desperdiciar nada del sabor de Sophia. Paseó su nariz a lo largo de cada labio mayor, lo que implicaba cosquillas para Sophia, pero era una provocación tan perfecta que simplemente se dejaba de ella para disfrutarla mejor. Con lentitud y paciencia, colocó su lengua sobre su clítoris y sus labios alrededor de él; labio superior cubriendo desde un poco más arriba del yacimiento de sus labios mayores, labio inferior hasta un poco antes de su vagina. Trazó uno que otro círculo con lo plano de su lengua, pues sino, de usar la punta, sería irritación segura. Cerró sus labios en un beso para luego volver a la posición labial anterior y esta vez, en vez de hacer círculos o trazos rectos, se dedicó a jugar un poco con el alfabeto. Sí, se dispuso a dibujar cada letra del alfabeto sólo por diversión propia, pues sabía que era una cruel tortura, pero no quería ir directamente a lo que sabía que hacía que Sophia perdiera el control ante un orgasmo, sino que, en vez de eso, quería ir más por las ramas para jugar un estratégico Jenga sin ningún riesgo. Justo cuando llegó a la “M”, llevó su mano izquierda al vientre de Sophia para tirar un poco de sus labios mayores con el tirar de su monte de Venus y, con su mano izquierda, dejó libre el muslo de Sophia, pues llevó su dedo índice a la entrada de su vagina para empezar a coquetearle; quería que Sophia estuviera en la posición en la que le tuviera que rogar que lo introdujera, quería que se lo pidiera así como le pedía todo en esos momentos de sonidos húmedos y gemidos mudos que eran sólo respiraciones agudas: con su cuerpo.

 

Le clavó la mirada en el momento justo, pues Sophia la veía trabajar sensualmente, y logró colocarla al borde del colapso orgásmico mental por la lascivia egocéntrica, ególatra y arrogante que gritaban los ojos de Emma, esa mirada de orgullo al ser dueña del placer de Sophia, pues ella lo manipulaba a su gusto. Para la “P”, Sophia se contrajo internamente con toda la intención de querer succionar el dedo de Emma hacia el interior de su vagina, pero eso se lo dejaba a su imaginación y a la ciencia ficción, y fue suficiente plegaria y señal vaginal para Emma. Lentamente introdujo su dedo hasta la mitad, ocasionándole un gemido en volumen normal, y, sabiendo muy bien cómo funcionaban las penetraciones con Sophia, simplemente dejó que su dedo presionara aquel canal hacia abajo. Había ocasiones en las que Sophia pedía penetración vertical, esa que era básicamente la que la hacía eyacular, a veces pedía la horizontal, esa de entrar y salir, a veces era la que Emma muy elocuentemente llamaba “Cosine-Fuck”, pues simulaba las curvas periódicas del coseno; con sus nudillos golpeaba suavemente el GSpot y con la yema de sus dedos presionaba el fondo bajo. Ahora sólo presionaba por la duración de una blanca, dos tiempos, y luego sólo dejaba que el músculo se relajara y volviera a su elasticidad normal, esto en un silencio de cuatro tiempos. Hermosa, hermosa movida que obligó a Sophia a detenerse de algo, que de haber habido sábanas bajo ella habría sido perfecto pero, como estaban hasta al final de la cama, sólo logró apuñar la esquina de una de las almohadas y su seno derecho con fuerzas.

 

Emma volvió a cerrar sus ojos y, cuando terminó el alfabeto, introdujo un segundo dedo y succionó todo el área que sus labios encerraban para crear cierto vacío entre su boca, sus dedos y el conducto que invadía con ellos. Soltó la succión de sus labios y, con el gemido de luz verde, sacó sus dedos, los giró, y los volvió a meter para volver a succionar todo el aire que quedaba en el área. Su lengua se paseaba ligeramente de un lado a otro, que ya podía sentir la rigidez de su clítoris, y, dentro de ella, tiraba sus dedos hacia abajo al ritmo de “Taper Jean Girl” para, con ayuda del vacío, hinchar el rubio GSpot. Sophia ya no pudo mantener sus caderas bajo control y empezó a contonearse, a rozarse contra la cama, a mecerse contra Emma y a sentir sus dedos todavía más adentro a pesar de que estaban hasta el fondo. Emma, al presenciar la divinidad de aquello, se compadeció de Sophia, más por cómo apretujaba ya ambos senos. Anuló el vacío, llevó sus dedos a su GSpot y, con la gentileza que le había pedido, lo frotó circularmente al mismo tiempo que mantenía su boca abierta para recibir lo que ese entrecortado gemido se traslapaba con un gruñido que hacía que se sacudiera alocadamente dentro de los límites que el brazo de Emma le marcaba. Emma supo que eso sería intenso porque quiso detenerla, o eso le dijeron las manos de Sophia, pero no le hizo caso y succionó su clítoris para obligarla a terminar lo que ambas habían empezado. Se contrajo, creó el vacío que apretujó los dedos de Emma, que no tuvieron más remedio que luchar contra la contracción, y, exhalando tan fuerte que fue en volumen nulo, se dejó ir.

 

- Stop! Stop! Stop!- gimió, que Emma dejó sus dedos en modo muerto y se despegó de Sophia mientras tragaba los frutos de su travesura y de su placer.

 

Su tiempo se volvió lento, como si todo sucediera en cámara lenta alrededor suyo y el European Jazz le tocara “Clair De Lune” en vivo. Observó todo: la luz, que era poca porque sólo estaba encendida la lámpara de la mesa de noche de Sophia, la tranquilidad de todo lo que no involucraba la cama, la cama que era evidencia de la escena del crimen; Emma había asesinado a la Abstinencia-obligada-por-trabajo-alias-castigo-de-la-vida. Sophia estaba ahí, sobre la cama, sin aliento. Su abdomen se hundía y se inflaba, tensaba la mandíbula con cada espasmo post-orgásmico que tenía, algo que no sucedía con frecuencia. Sus ojos estaban cerrados, su labio inferior estaba tenso y tirado hacia abajo, pues no podía respirar por la nariz sino sólo por la boca y, al tener su mandíbula tensada, respiraba entre dientes. Jadeante. Así estaba. Así como si hubiera corrido como histérica por todo Central Park, aunque se había corrido menos de una onza, pero una onza de tres semanas de concentración y mucha glucosa de por medio. Sus piernas seguían flexionadas sobre la cama, apenas y podían sostenerse con los pies, pues estaban rendidas, y se notaban así al estar cansadamente unidas por el choque de sus rodillas. El olor, era una mezcla que ya extrañaba. Podía oler lo que acababa de hacer, podía oler a Sophia de dos formas; de ella misma y de sus dedos o de su nariz y su boca.

 

Había manera de arreglar las cosas, y su familia se caracterizaba por eso. Su abuela materna todo lo arreglaba con una coca cola, su abuelo paterno con decir “pero la Roma es el mejor equipo de Italia y siempre lo será”, su mamá con la comida, ergo la cocina. Franco había adoptado esa manía también, y todo lo arreglaba con un Gelato. Laura, su hermana, todo lo arreglaba con sol, playa, arena y sus gafas oscuras Bvlgari, pues no importaba si era playa nudista o no. Marco, su hermano, lo solucionaba todo con culpar a Berlusconi. Así que ella, ante aquello, podía escoger desde una coca cola hasta a Berlusconi. Pero no. Ella solucionaba las cosas con audífonos Bose que le llegaran hasta al cerebro, o con Grey Goose, o con dinero, o con una sesión terapéutica en BBS (Bergdorf’s, Barney’s, Saks). Pero, para con Sophia, todo, o la mayoría de cosas, sucesos y demás, lo solucionaba con besos. Y eso hizo. Abrió sus piernas con un beso en cada rodilla, que pretendió reposarlas sobre la cama pero se desplomaron hacia los lados. Dio un beso al yacimiento de sus labios mayores, a su monte de Venus, a su vientre, a su inquieto abdomen mientras tomaba las manos de Sophia en las suyas y les brindaba confort con sólo su tacto. Las colocó en su nuca para poder seguir subiendo con besos por su abdomen, siguiendo el valle de Bs, sus clavículas, su tráquea, ambos lados de su cuello, el centro de su cuello, su mentón y, por fin, sus labios, los cuales estaban resecos de tanto jadear. Humedeció sus labios con los suyos y, justo al final de lo que sonaba en su cabeza, se dejó caer lentamente sobre Sophia hasta proyectarle su tranquila respiración al tener su pecho sobre el suyo. Y la abrazó. Se quedó en silencio, inhalando el perfume de las ondas rubias mientras Sophia terminaba de bajarse de la nube en la que estaba, y sólo esperó, sabiamente esperó a que reaccionara con la señal más mínima.

 

- You are so beautiful…- susurró aireadamente a su oído en cuanto la escuchó tragar saliva. – And you taste so beautifully…

 

- Mmm…- rio nasalmente, intentando no reír con el abdomen por tenerle miedo a contraer demasiado la zona.

 

- ¿Rico?- ella asintió, y Emma sólo se dedicó a darle besos en su cuello mientras la tomaba por debajo de sus hombros hasta aferrarse a ella.

 

- My clit is still throbbing- susurró, que ya recuperaba un poco el aliento.

 

- ¿Eso es bueno?- mordisqueó su hombro con una sonrisa.

 

- Se siente rico

 

- ¿Pero?

 

- No hay ningún “pero”- la tomó de la cabeza para elevarla y poder verla a los ojos. – Gracias

 

- Literalmente, fue un placer- guiñó su ojo con una sonrisa. - ¿Fui lo suficientemente gentil?

 

- Frustrante por ratos, pero el resultado fue excelente- sonrió, notándose ya más recuperada, pues recogió sus piernas y no le temblaron ni se desplomaron hacia los lados. – Por favor, dime que tus días no están a la vuelta de la esquina

 

- Ante el estrés de Lady der Bosse, no- sacudió su cabeza. – No sé cómo hizo, ni qué me hizo, que me la adelantó como diez días y acabo de terminarlos hace dos días

 

- ¿Eso es normal?

 

- Eso mismo le pregunté al gyno- sonrió. – Pero estoy bien, por eso no dije nada

 

- ¿Y qué te dijo él?

 

- Me diagnosticó que sufría del fenómeno de McClintock

 

- Cuando un doctor, de la especialidad que sea, incluye términos como “síndrome”, “fenómeno”, “complejo”… y esas cosas… no puede ser nada bueno- frunció su ceño.

 

- Mi período solía ser de veintiocho días. Me preguntó si desde hace algunos meses venía cambiando, que un día más, un día menos, o más días

 

- ¿Y?

 

- Bueno, para tu cumpleaños del año pasado, la hemorragia me duró como diez días; cosa que no pasa conmigo. Luego se me redujo a veintisiete días, a veintiséis, a veinticinco, pero en proporción a los veintiocho que tenía; o sea, se me adelantó tres días. Me preguntó si vivía con otras mujeres

 

- No, sólo conmigo- la interrumpió.

 

- Exacto- sonrió, y le dio un beso corto en sus labios. – Seguramente a ti se te ha atrasado un par de días y, a la larga, las dos estamos al mismo tiempo

 

- ¿O sea… estamos sincronizadas?- rio.

 

- Algo así

 

- Bullshit!- siseó ridículamente. - ¿En serio?

 

- Me explicó, pero creo que, cuando me dijo que no era nada malo, dejé de ponerle atención- sonrió inocentemente para librarse de toda culpa.

 

- Pero el mes pasado todavía teníamos días de diferencia

 

- Hace un mes no tenía a fucking-Victoria-der-Bosse como cliente- sonrió. – El estrés me la adelanta

 

- Y a mí me la atrasa

 

- ¿Ves?- sonrió, trayéndola consigo para quedar ella sobre la cama y Sophia encima suyo. – Todo está bien y tenemos básicamente tres semanas al mes para no preocuparnos por tener reserva de regulares y super

 

- Entonces no hablemos de eso- sonrió. – Y empieza a prepararte mentalmente para el fuck fest que vamos a tener tú y yo

 

- F-fuck fest?- tartamudeó asombrada ante tal término. Sophia sólo sonrió y guiñó su ojo, estirándose sobre Emma, pretendiendo ahogarla con sus Bs. – A veces eres tan plana

 

- ¿Plana?- resopló, logrando abrir la gaveta del medio. – Son copa B, eso no es ser plana- sacudió su torso suavemente para provocar a Emma, quien tomó la provocación como una invitación, pues elevó su cabeza hasta atrapar su pezón izquierdo con sus labios.

 

- Me refería a que dices las cosas como si no fueran nada- dijo con la boca llena, que le costaba mantener el pezón aprisionado por cómo Sophia se movía al estar moviendo su brazo y su espalda por estar buscando sabía Dios qué.

 

- Yo sólo te estoy avisando que, después de Tiffany’s, no vamos a salir de la cama hasta el lunes por la mañana

 

- ¿Ni para ir al baño?

 

- Excepciones aplican- rio, al fin devolviéndose con su espalda, que se irguió sobre Emma y, con la sonrisa picante, levantó su mano para mostrarle a Emma lo que tenía. – Comida y baño nada más- agitó el falo inofensivo y siempre erecto, así como Emma haría su seña para establecer el “solamente” y sus sinónimos.

 

- Capisco- asintió una Emma incapaz de cerrar su boca por estar a la expectativa de qué haría Sophia con la invención de Lelo; ¿sería para ella misma o sería para ella? Sophia movió el falo de lado a lado y rio ante lo que parecía ser una idiotización suprema, pues Emma lo seguía con la mirada a donde fuera que estuviera, y le gustaba saber que nada era seguro ni nada era predecible. – Me estás matando de la curiosidad- gruñó, tomándola por la cadera hasta tumbarla sobre la cama y quedar ella encima, a horcajadas sobre ella, su entrepierna sobre la suya. - ¿Es para mí o para ti?

 

- Sí te das cuenta de que no hay respuesta para tu pregunta, ¿verdad?

 

- ¿Ah?- sacudió su cabeza con incredulidad y confusión.

 

- Si es para mí; puede ser que lo haga sola frente a ti o que te diga que me lo hagas. Si es para ti, lo mismo. De cualquier modo, es para las dos… porque nos gusta ver- sonrió, colocando la punta del falo sobre sus labios, así como cuando lo hacía con un bolígrafo al estar esperando que la información fuera procesada correctamente en el cerebro de Emma. – Al menos yo soy súper voyerista si se trata de ti- dijo, como si en la conversación no hubiera un elefante rosado y enorme, no, perdón, un dildo negro que tenía la capacidad de demoler el edificio con su vibración. Tampoco, sólo bromeo. Emma frunció su ceño, así como si todavía no entendía completamente, pues el dildo la distraía demasiado. – Está bien, está bien- resopló. – Supongo que podemos compartirlo un momento- lo introdujo lentamente entre ambas entrepiernas, que dio gracias a los inventores por crear esa curva que era apta para el momento, pues lo había deslizado entre ambos pares de labios mayores, haciendo, con esto, que el desliz del silicón empujara ambos clítoris hacia arriba.

 

Ni en sus más alocados sueños y desvaríos se imaginó Emma que un vibrador podía compartirse de esa manera. Más humping pero con un vibrador de por medio, el vibrador que cualquiera, después de probarlo, lo describiría como el Aston Martin de los vibradores. Ah, eso debía ser interesante, y la sonrisa era imposible esconderla. Pero, ¿qué era de un vibrador si no vibraba? Emma llevó su mano a su trasero para buscar el control, pues Sophia había decidido simplemente tomarla por la cadera al imaginarse lo que se vendría. Empezó con la vibración más suave de las diez y, progresivamente, mientras se mantenían estáticas una sobre la otra, hizo que la vibración llegara a seis, nivel en el que ya se empezaba a sentir algo que tenía potencial. El nivel siete le sacó una risa a Sophia, el ocho provocó un ahogo que ambas sincronizaron sin la intención de hacerlo. El noveno nivel provocó un respingo en Emma y un gemido más agudo y mudo que existente en Sophia. El décimo, el máximo, ah, con eso sí que se podía trabajar siempre. Emma regresó sus manos hacia el frente, que colocó su pulgar derecho sobre la punta para mantenerlo en su lugar, pegado al monte de Venus de Sophia, y su mano izquierda buscó la mano de Sophia en su cadera para entrelazar sus dedos con los suyos.

 

No supieron en qué momento sucedió, pero Emma empezó un vaivén corto y despacio sobre la longitud que se alargaba entre sus labios mayores, que seducía a sus labios menores para que no se resintieran de la atención que le daba a su clítoris. El vaivén era con presión, pues empujaba el dildo hacia abajo, que sólo hacía que a Sophia le taladrara paradisíacamente, a modo de masaje, la más sensible de sus zonas erógenas. Era mejor que Disney, mejor que cualquier Louboutin, mejor que cualquier copa de champán. Emma mordía su labio inferior como si quisiera guardarse los gemidos que se le escapaban en forma de exhalaciones pesadas, su ceño estaba invertidamente fruncido, sus ojos cerrados, sus caderas iban de adelante hacia atrás con mayor presión, con mayor longitud, con mayor velocidad, y sus dedos permanecían entre los de Sophia y manteniendo el dildo en su lugar. Sophia era la esencia de la misma historia; ella tensaba sus pantorrillas al no poder moverse con el mismo vaivén, encogía los dedos de sus pies por el simple hecho de tener las piernas cerradas, lo que provocaba un placer corto punzante al no ser como siempre con sus piernas abiertas, sus manos permanecían a la cadera de Emma y sus ojos clavados en Emma a pesar de querer cerrarlos para disfrutarlo completamente, pero no había nada mejor que ver ese placer en combinación con lo que sus manos sentían alrededor de su cadera, que a veces parecía que era ella quien traía y empujaba a Emma sobre aquel silicón que nunca había conocido tanta humedad como para no poder evaporarla. Veía sus senos moverse con y en consecuencia del movimiento de caderas, que sólo quería poder tomarlos en sus manos, apretujarlos, llevar sus pezones a su boca, más cuando sabía que Emma era particularmente hipersensible de ambas circulares áreas a la humedad de sus labios, y a lo que ellos comprendían.

 

- Theé mou!- jadeó Sophia bastante de la nada, pues, de un momento a otro, sintió ese cambio fisiológico en su interior nervioso. 

 

- ¡No!- gimió Emma, pues no podía ser posible que ella, con vaivén, no estuviera tan próxima al clímax como Sophia. - ¡Todavía no!- gruñó.

 

Sophia le clavó las uñas en la cadera y desaceleró el vaivén mientras se disponía a recitar la tabla periódica para comprarle a Emma un poco de tiempo, que quizás sólo le compraría un minuto, quizás menos, pero, en ese tiempo, Emma tenía que arreglárselas para correrse al mismo tiempo que Sophia; ésa era su meta. Contrajo todo lo que pudo, relajó todo lo que contrajo, y repitió el proceso mil veces en veinte segundos que, cuando se contraía, sentía cómo su clítoris se escondía entre el capuchón y, cuando se relajaba, volvía a salir para recibir el vaivén en dirección hacia la vagina, que se le debilitaban los colores cuando sentía el sabor de la vibración. Sophia iba por Prometio, al principio de los lantánidos, cuando se dio cuenta de que, quizás, no alcanzaría a llegar a Lawrencio, al final de los actínidos, al final de la tabla.

 

- Holy shit!- gruñó, ya no pudiendo aguantar más, que alcanzó a llegar a Lutencio.

 

Pero Emma todavía no podía hacer milagros.

 

Sophia se sacudió bajo Emma, que nuevamente le limitaba el espacio para hacerlo y eso lo hacía más intenso. Sus piernas se abrían y se cerraban mientras se frotaban fuertemente contra la cama, sus dedos se incrustaban en Emma, y su gruñido salió como salió; fuerte, intenso, entrecortado, entre dientes, todo mientras su cabeza se levantaba si su torso estaba sobre la cama y se recostaba si su torso estaba arqueándose por el aire. Emma sonrió con frustración, pues cómo le habría gustado correrse al mismo tiempo; no podía negar que tenía algo de magia el descontrol mutuo.

 

- ¿Rico?- le preguntó con una sonrisa sincera mientras retiraba el vibrador de entre ellas, pues su idea seguía siendo no irritarla, más después de que Sophia tenía planeado un fuck fest.

 

- No he terminado- gruñó. Tumbó a Emma sobre la cama, tomando el dildo en el movimiento y, con la agresividad que a veces la poseía y que a Emma la enloquecía si no tenía enojo por antecedente, frotó nuevamente el vibrador contra su clítoris.

 

- ¡Sophia!- jadeó, abriendo sus piernas lo más que pudo para sentir aquella vibración en su plenitud y sin limitaciones de espacio por encierro de sus labios mayores, los cuales estaban demasiado hinchados y perfectos para el gusto de Sophia.

 

Sus entrañas todavía palpitaban al no haber tenido tiempo para estar en completa consciencia de su orgasmo, el cual, tras la definición del mismo, no terminaba. Ah, quizás a eso se refería con “no he terminado”, o quizás a que no había terminado con Emma. Pudo haber ido directamente a sus labios para saborear sus gemidos, esos que sabía que en cualquier momento empezarían a salir, más agudos y más fuertes en cuanto el orgasmo se acercara y fuera una inminente eminencia al haber sido cortado, pero, de haber ido a sus labios, la habría asfixiado sin intenciones de hacerlo y no pretendía enviudar antes de tiempo, mucho menos ser ella la autora del crimen. Fue a su areola derecha, que la succionó y, manteniéndola así, tuvo una sesión de juegos húmedos e íntimos con el pezón que ya no conocía una mayor rigidez ni una mayor erección. Emma la tomó por los puntos de abuso, una mano a su cabeza, en donde enterró sus dedos entre su cabello, y la otra fue a la mano que deslizaba la vibratoria lujuria por su clítoris sólo porque necesitaba marcarle el ritmo adecuado. Sophia adecuó el ritmo de ambas cosas y, moderando la vibración, pues si la mantenía continua no lograría nada en Emma, la colocó en una vibración que nadie entendía y que no necesitaban entender, pues simple y sencillamente era tan al azar que era placentera; vibración corta, larga, creciente y decreciente en intensidad, alternando ambos motores, que el de la punta era más preciso que el del cuerpo fálico, pero ambas se sentían bien.

 

Era como revivir dos momentos en uno; la primera vez de todas, pues se había acordado del ahogo sincero y puro de Emma al ella mordisquear su pezón izquierdo, así como en ese momento que hacía lo mismo y tenía la misma reacción, esa vez y la primera vez que habían tenido un vibrador con el cual jugaron de manera improvisada.

 

- Don’t stop, don’t stop…- jadeó, así como la primera vez, y Sophia sonrió, clavándole la mirada en la suya mientras mantenía su pezón izquierdo entre sus labios. – Me voy a correr…- susurró, atrapando aire en su diafragma, echando su cabeza hacia atrás y retirando su mano del cabello de Sophia para poder apuñar lo que fuera menos su cabello porque la lastimaría.

 

Sophia liberó su pezón de entre sus labios y, arrojando a ciegas el vibrador, tomó ambas piernas de Emma en sus manos para abrirlas y elevarlas un poco. Cuatro segundos después, dándole tiempo a Emma para tener la idea de la frustración de un orgasmo que no había podido alcanzar, se hundió entre sus labios mayores con la única intención de jugar al borde del colapso sexual. Emma apoyó sus pies en sus hombros para mantenerse en la misma posición mientras Sophia la devoraba suave y lentamente en una leve y agradable succión que, internamente, traía pinceladas circulares de su lengua. Sophia estiró sus brazos para tomarla de sus senos, lugar del que Emma ya se tomaba a sí misma y jugaba con sus pezones al pellizcarlos delicadamente con sus pulgares y sus dedos índice y medio. Con esto sólo logró compactar la posición y sentirse todavía más cerca de Emma, y Emma de ella. Emma volvió a respirar de la misma cortada manera, atrapando suficiente aire como para ya no necesitar más oxígeno nunca en su vida, y, en cuanto Sophia succionó fuertemente de sus labios menores y su clítoris, y los tiró sin liberarlos, sus caderas se levantaron de la cama para volver a caer de golpe, y para repetir esa convulsión que tenía, de fondo, una respiración profunda y densa que no permitía la salida de ningún gemido, ni gruñido, ni jadeo, ni risa. Así de intenso y desubicante era hasta para la inconsciencia.

 

- ¿Rico?- imitó su tono de voz, y Emma sólo asintió son una sonrisa que estaba sonrojada por encima de lo enrojecido que el sexo le provocaba a sus mejillas, su cuello y su pecho. – Así se vio- resopló, dándole besos a su ingle, a sus hinchados labios menores, y uno a su clítoris sólo para saber si estaba o no irritada, pues también formaba parte de sus miedos. - ¿Puedo?- preguntó con una pizca de vergüenza.

 

- ¿Quieres?- rio nasalmente, apoyándose con sus codos de la cama para elevar su vista, pues aquello sí que quería verlo.

 

- Necesito- dijo en ese tono de adicción.

 

- Be my guest- sonrió, dándole el permiso que no necesitaba para volver a hundirse entre sus piernas con el objetivo de catar aquello que evidenciaba un orgasmo de verdad. – Ah…- gimió agudamente ante el reflejo de contracción que le provocaba la lengua de Sophia al introducirse superficialmente en su agujerito inferior para recoger aquel minúsculo y transparente líquido blancuzco que era más denso que su lubricación y que, por lo mismo, se había logrado detener en ese agujerito que no había sido ni siquiera visto por el día de hoy. – Sophie…- suspiró al sentir el recorrido que hacía su lengua al ir recogiendo su orgasmo; su ano, su perineo, su vagina y el interior de su vagina.

 

- ¿Más?- sonrió, deteniendo la punta de su lengua antes de rozar su clítoris.

 

- ¿Para mí o para ti?- rio nasalmente, teniendo un improvisado espasmo que contrajo cada agujero superficial, cosa que trajo a Sophia a una risa.

 

- Estás un poco sensible- sonrió.

 

- “Poco” es halago- dijo en ese tono de indignación ante la infravaloración de su estado. Otra risa para Sophia.

 

- Está bien, me corrijo y digo dos puntos: “estás hipersensible”

 

- Eso sería exageración- corearon las dos al mismo tiempo con una risa nasal al final.

 

- ¡Hey!- refunfuñó Emma sin la más mínima señal de molestia sino de regocijo al ser un tanto predecible.

 

- ¿Qué?- levantó su ceja derecha con esa mirada de estar conteniendo una demasiado buena. - ¿Le vas a decir a mi mamá que te estoy molestando?- rio, no pudiendo guardarse absolutamente nada, y rio tanto que cayó sobre su espalda.

 

- ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!- se arrojó sobre ella con una risa. – No me retes que llevas las de perder- rio, tomándola de las muñecas, así como al principio, y las llevó sobre su cabeza mientras reanudaba el humping.

 

- ¿Y qué perdería yo?- resopló contra el rostro de Emma, pues Emma ya había colocado su nariz contra la suya.

 

- Cuando tu mamá me pregunté qué me dijiste, y por qué me lo dijiste, no creo que quieras que sepa que estabas comiéndote mi corrida, ¿o sí?- Sophia gruñó ante lo sucio y travieso, pero lindo, que ese “comiéndote mi corrida” se le había escuchado a Emma, o tal vez gruñó por la embestida que Emma le daba.

 

- Así ya no me gusta jugar- bromeó.

 

- ¿Te gusta jugar con tu clítoris?

 

- ¡Emma!- gruñó ante la sensualidad con la que había rematado esa pregunta.

 

- Dimmi, ti piace?

 

- Troppo- susurró, buscando sus labios con los suyos, pero sólo alcanzaba a rozarlos con sus dientes, pues ya, ante lo inalcanzable, sólo quería halarlos hacia ella con sus dientes.

 

- ¿Quieres jugar?- la embistió otra vez, que, a su paso, rozó su torso, sus erectos pezones contra los de Sophia. Ella sólo suspiró ante la otra embestida. ¿Qué tenía aquello que le gustaba tanto? Erotismo, eso era todo. - ¿No?

 

- ¡Sí!- movió sus caderas para que la embistiera más. – Hoy… mañana… y pasado mañana… y todo el mes… y todo el año… y toda mi vida- gruñó, pues, entre tiempo mencionado y tiempo mencionado, Emma la había embestido.

 

- ¿Y me vas a dejar jugar con él?- cesó las embestidas.

 

- El hecho de que yo lo tenga pegado al cuerpo no significa que no sea tuyo- sonrió cariñosamente, así como si estuviera ahuecándole la mejilla con la mirada.

 

- Te amo- susurró, tan bajo que parecía como si no quisiera que nadie más que Sophia le escuchara, pues algo así sólo era para ella, era algo especial y demasiado íntimo como para que lo escuchara su cama. – Te amo…- soltó sus muñecas y llevó su mano derecha a la mejilla de Sophia para traerla a un beso tranquilo y cálido. Sophia la tomó por ambas mejillas y la trajo todavía más hacia ella, más en ella, más entre sus labios. – Just say yes…- le susurró, abrazándola para sentirla cerca. Cómo la había extrañado.

 

- Siempre te voy a decir que sí- susurró con una sonrisa, sabiendo exactamente a qué se refería Emma con esas tres palabras; tanto a la canción de “Snow Patrol” como a la pregunta que le venía haciendo desde octubre, pregunta que daba a conocer la remota inseguridad en sí misma al no creerse suficientemente buena para merecerse a Sophia, pero eso era algo que nunca diría en voz alta, que ni siquiera lo pensaría así de concreto, pero Sophia lo sabía, y, aunque no lo entendiera completamente, no necesitaba preguntar ni cuestionarlo, simplemente no dejaba de ser ella misma en toda respuesta. Pero esa pregunta era motivo de nervios para Sophia, aunque por otra razón. – Sin arrepentimientos, mi amor

 

- Tú sabes que, si me porto mal, puedes amarrarme- guiñó su ojo.

 

- Y no sólo cuando te portas mal- resopló. - ¿O es que me estás insinuando que quieres que lo haga?

 

- No, hoy no- sonrió suavemente con cierta incomodidad ante la idea de que podía pasar y que sabía que no protestaría aunque no quería que lo hiciera. – Pero, volviendo al tema, ¡a jugar con tu clítoris!

 

- Juguemos- resopló.

 

- ¿”Juguemos”?- levantó la ceja derecha, la cual acompañó con esa sonrisa ladeada que provocaba pequeños orgasmos visuales. – Eso suena a Orquesta, Principessa- le dio un beso a sus sorprendidos y confundidos labios y se dedicó a bajar, por su cuello y su pecho hasta llegar a su entrepierna, sólo con el roce de la punta de su nariz.

 

- What? – Emma sólo rio contra su vientre, que no se contuvo las ganas y le hizo cosquillas a su ombelico con su lengua. - ¡Ah!- rio al creer haber entendido, y también por la cosquilla. – Emma Voyerista quiere ver cómo me masturbo, ¿verdad?- atrapó su cabeza entre sus muslos, pues ya estaba frente a sus labios mayores.

 

- Pensaba más en que te masturbaras y yo te ayudo- sonrió, volviéndose a su muslo izquierdo para darle un beso junto con una caricia con su mano por la parte exterior. Sophia se sonrojó, y sonrió, trayendo la almohada de Emma bajo su cabeza y librando a Emma de entre sus muslos. - ¿Qué quieres?

 

- Tú sabes lo que quiero- sonrió.

 

Emma rio nasalmente, pues sabía lo que quería y lo sabía demasiado bien. Besó sus labios mayores y su ingle mientras disfrutaba del aroma que también había extrañado, de ese que, por si las dudas, inhalaría cual cocaína para que le durara hasta el día siguiente. Sophia abrió sus labios mayores para que Emma hundiera sus labios y su lengua entre ellos, que, al soltarlos, sus labios besaron y envolvieron los de Emma. Besó su clítoris así como si se tratara de una adoración, porque eso era. Tiraba suavemente de sus labios menores con leves succiones pero no se salía de los límites de los labios mayores, así como si no se saliera de las líneas cuando coloreaba, y, con su dedo índice de la mano derecha, empezó a relajar su vagina con penetraciones que sólo comprendían el recorrido interno hasta cubrir su uña y nada más; algo muy superficial y muy suave, sólo para relajar y para empezar a construir de nuevo. Succionó su clítoris y sus labios mayores, y tiró de ellos hasta dejar sus labios mayores, los masajeó con su lengua y con el movimiento sensual de sus labios, así como cuando, de pequeña, le decían que imitara a un pez, los soltó en cuanto Sophia se ahogó. Continuó penetrándola, ahora hasta medio dedo y presionando hacia arriba, girándolo, y presionando hacia arriba para estimular su GSpot, mientras tanto le daba besos a la parte interior de sus muslos.

 

- Tócate- dijo suavemente, apoyando su mejilla y su oreja izquierda contra su muslo, pues quería asientos de primera fila y no dejaría de penetrarla.

 

- ¿Cómo quieres que me toque?- le preguntó, pensando que Emma tenía algo concreto en mente, así como la última vez que Emma se había masturbado para ella, pero no, Emma no tenía nada; ella improvisaría.

 

- De la manera en la que te disfrutes más, mi amor- le dio un beso a su muslo y se volvió a recostar sobre él.

 

Sophia llevó su mano derecha a su entrepierna sólo para darse cuenta de lo exageradamente mojada e hinchada que estaba. Acarició sus labios mayores sin estrategia alguna, sólo le gustaba sentir la hinchazón, y le gustaba saber que Emma veía sus dedos ir de arriba hacia abajo sin la intención de presionarlos, simplemente de tease them. Emma veía sus dedos ya más recuperados, pues había tenido sabía-Dios-y-ella-qué-percance que había parecido, por casi diez días, como si Sophia había decidido meter ambas manos en una licuadora; los tenía destrozados, con las cutículas levantadas y laceradas, sin laca, uno que otro corte fino o raspadura en sus nudillos o en sus dedos. Presionó sus labios menores, según Emma para abrirlos y dejarla ver nuevamente su clítoris, pero no, los masajeó para su propia tortura, los abría y los cerraba a su gusto, estirando y relajando sus labios menores, escondiéndolos y enseñándolos. Pasó de sus labios mayores a su USpot, olvidándose de su clítoris, por un momento, para poder disfrutarse al máximo; lo acariciaba de arriba abajo con su dedo índice mientras le aplicaba suavidad y parsimonia. Emma seguía con su dedo dentro de ella, alternaba las caricias en su GSpot y en su ASpot para estimularla completamente, y, en cuanto esto llegó a la atención de Sophia, sabía que, el orgasmo que le esperaba, sería de nivel atómico hacia arriba y hacia más intenso. Introdujo dos dedos en ella para hacerla sentir repleta, algo que a las dos les gustaba sentir. Había dejado de penetrarla, sólo masajeaba ambos puntos y observaba y apreciaba las reacciones ante tal delicado masaje.

 

- Mi amor…- jadeó Sophia un tanto agitada, que retiró su mano del área y se aferró a sus senos.

 

- Dimmi- sonrió, despegándose de su muslo para volver a darle besos en sus labios mayores.

 

- ¿Podrías…?- y calló, sonrojándose por sobre la abundante circulación acelerada de sangre que fluía por su cuerpo y que se evidenciaba en su pecho y en sus mejillas.

 

- Quiero- sonrió de nuevo, tomando ambos muslos en sus manos para recogerlos y llevarlos un poco hacia arriba, pero Sophia los cerró y dejó que Emma salivara ante la imagen de esa entrepierna al ser comprimida por ambos muslos. – Dios…- suspiró al ver aquello tan majestuoso.

 

- ¿Me quedo así?- le preguntó al aire al no poder verla.

 

Emma sólo detuvo sus muslos con mayor firmeza, dándole el “sí” que no decía, y Sophia colocó sus manos sobre las de Emma para sentirse acompañada y parte de lo que estaba a punto de suceder. Empujó sus muslos hasta hacerlos tocar su abdomen y, así, cedió a la tentación de no sólo besar y darle uno que otro lengüetazo, sino que mordisqueó ambos labios juntos al ladear su rostro, los succionó, y se preguntaron ambas cómo no se les había ocurrido hacer eso antes, más cuando succionaba sus labios mayores y se le escapaba uno primero y el otro después. Quizás era el sonido que se creaba entre esa acción y la siguiente, quizás era la novedad, lo innovador que podía estar tachado de básico y anticuado en cualquier libro de kamasutra, o de lo que fuera. Acarició la compresión con sus tres dedos; su dedo índice sobre el labio mayor izquierdo, el dedo anular sobre el derecho y, el de en medio, sobre la ranura que ambos creaban entre su hinchazón. De arriba hacia abajo, de arriba hacia abajo, disfrutando de cuando su dedo de en medio rozaba la parte, de sus labios menores, que apenas se salía por entre los mayores. Sophia estaba tan mojada que no había necesidad de un anilingus al haber derramado lubricante hasta en la cama y por cuestiones de canales y gravedad, pero la no-necesidad no opacaba al deseo. Emma se acercó a su perineo y le dio dos besos suaves que hicieron que Sophia se contrajera, y, con el mayor de los respetos, le dio un beso a su otro agujerito mientras Sophia trituraba sus dedos en sus muslos como si gimiera con ellos. Paseó su lengua por el agujerito, de manera uniforme y lenta. Paseaba su lengua sin involucrar la punta de ésta, alternaba las caricias con besos y con succiones o mordiscos a las tangentes que su cabeza trazaba en el yacimiento de sus glúteos, y luego continuaba con su lengua. Círculos lentos, presiones intencionales, rectitudes linguales, y sus exhalaciones que, gloriosamente, aterrizaban en su perineo.

 

Sophia soltó las manos de Emma y las llevó hacia la perdición del espacio al no saber dónde colocarlas para no violarse a sí misma, pues sabía que, de hacerlo, no se disfrutaría tanto como lo estaba haciendo en ese momento. Emma concluyó sus cariñitos con un beso que marcó un claro final lingual, dejó que Sophia abriera lenta y sensualmente sus piernas, que las mantuvo sin su ayuda en el aire, aunque simplemente las posaría con lentitud sobre la cama. Emma se volvió a recostar contra su muslo derecho y, adorando en cámara lenta cómo Sophia llevaba su dedo de en medio a su clítoris, por fin, sonrió de satisfacción, pues sabía que el placer que compartían no se limitaba a meter-sacar-lamer, o lamer-meter-sacar, y correrse, sino que era más que sólo el hecho del placer; era la diversión, el momento en pareja, en complicidad, en equipo, y, por la manera en la que lo hacían, ninguna de las dos necesitaba escuchar eso que no se decían; ese “te amo” que gemían, respiraban y transpiraban y que las hacía sacudirse para luego gritárselo entre besos y caricias, y el eventual abrazo en el que caerían bajo las sábanas.

 

- ¿Rico?- sonrió con su labio inferior entre sus dientes al ver ese contoneo anónimo y subliminal que invadía y poseía a Sophia, ese que tenía sabor a “Do You Only Wanna Dance”.

 

La rubia excitación emitió un sensual y mimado “mjm”, acompañado con esa mirada de resignación, de rodillas ante el placer y la consciencia de sí misma al sentirse y saberse sensualmente erótica. Resignación y Rendición. Emma se derritió. Y, ¿por qué no? El dildo seguía vibrando en el olvido, que a la cama no le daba ningún placer y sólo ganaba gastar la batería. Lo tomó en su mano derecha, pues le quedaba al alcance de una contorsión y media, y, yendo de menos a más, porque así se disfrutaba más y se lastimaba menos, lo colocó sobre la vagina de Sophia, quien ahogó un grito al sentir que la vibración le llegaba más allá de la superficialidad que apenas rozaba. Empezó a empujar contra su vagina, pues no era lo mismo dos dedos que una circunferencia de ese calibre, y Sophia, pidiendo sentirlo adentro, relajó su vagina para, al sacudir su cadera, la punta se le alcanzara a deslizar hacia adentro con la remota ayuda de un empujoncito de Emma. La empezó a penetrar sólo con esos tres-cuatro centímetros, pues quería estimular la entrada de lo que, en un futuro, se contraería y apretujaría sus dedos o el dildo, pero algo trituraría. Fue haciendo de la penetración algo más profundo pero mantuvo la lentitud, dejando así espacio y tiempo para que disfrutara de la presencia y la ausencia de la mezcla del grosor y la vibración.

 

- Por favor- gimió Sophia, estando ya al máximo de sus posibles niveles de excitación y lujuria, que Emma sacó el vibrador de su vagina. – No…- dijo en ese tono avergonzado.

 

- You’re so beautiful- susurró Emma, introduciendo su dedo en ella sólo para lubricarlo, que esa era su intención desde el principio. – And you look so damn beautiful right now…- le dio un beso a su muslo y, lentamente, empujó su dedo en aquel agujerito que se había llevado la vergüenza y el “por favor” para ser complacido. Sophia gimió, y se contrajo intencionalmente al sentirse repleta de aquellos lugares de los que disfrutaba en secreto y en complicidad con Emma, pues era como disfrutar a Emma de otro modo.

 

No se dejó de frotar su clítoris, que alternaba el frote de suave y circular concéntrica presión con el frote vertical que hacían sus dedos anular y medio al atraparlo entre ellos. Y, sabiendo que podía dejarse ir en ese momento, decidió no hacerlo al ver la última oportunidad de poderse disfrutar más en cuanto Emma giró su dedo dentro de ella, pues se acomodaba para volverle a colocar la vibración sobre su vagina. No se leían las mentes, al menos no de manera oficial, pero el deseo de una lo intuía la otra, y así fue como Emma intuyó que debía introducir la vibración hasta donde las proporciones de Sophia la dejaran, e intuyó que debía dejarla dentro, sin hacer ningún tipo de rotación ni penetración, sólo debía dejarlo dentro, porque lo que sí debía activar, en modo penetración, era su dedo. Mínima, ajustada y ligera, así era la manera en cómo la penetraba, así como si acariciara cada milímetro de lo que corrompía. Sophia no avisó, simplemente no pudo al ceder a ese momento crítico de aceptar o no el orgasmo, decisión positiva que apagó el resto de sus funciones: el habla, la respiración, el control de su cuerpo, la vista, la rectitud mental. Sólo pujó, o gruñó sin gruñir, y dejó que su mano frotara horizontalmente su clítoris a la velocidad que más se le acercaba al valor de 299 792 458 m/s, y soltó un quejido que sonó a un “¡Ya!” con aguda potencia que repitió con cada contracción interna que la obligaba a elevar sus caderas. Emma sólo supo contemplarla maravillada mientras intentaba mantener su ritmo de descontrol al mantener su dedo y el vibrador dentro de ella, pues, si soltaba el vibrador, probablemente Sophia lo expulsaría con tanta fuerza que la golpearía en la cabeza y quedaría desmayada.

 

- Fuck…- rio un poco, todavía extasiada y perdida entre ese orgasmo. Emma sólo apagó el vibrador y esperó a que Sophia lo sacara, ya fuera con su mano o con sus músculos vaginales, pues, al ya no tenerlo adentro, ella sacaría su dedo con la mayor de las lentitudes.

 

- You are, without doubt, the most beautiful creature I’ve ever seen- susurró, notando que, al sacarse el dildo con su mano, dejó que su premio saliera de sus adentros, el cual recogió con su dedo para saborearlo. – And the most tasty, too- sonrió, sacando su dedo de su agujerito para saborearlo también. – Sip, too tasty

 

- Dios…- suspiró nada más, cerrando sus piernas y recostándose sobre su costado.

 

- ¿Sí? ¿Qué se te ofrece, Sophie?- bromeó Emma, que la broma le quedó bien, pues hizo reír a Sophia.

 

- Tú eres Dios, deberías saber lo que quiero- sonrió, y Emma que, no sabiendo, sólo siguió su instinto.

 

- Ven- le alcanzó ambas manos, que Sophia se las tomó sin preguntarle a dónde iban o a qué iban a ese dónde.

 

Ella simplemente se dejó ir, y la otra la guio.

 

- Y, no me lo tomes a mal, es sólo que es algo que me preocupa- sonrió falsamente, que le quedaba mejor no sonreír; era horrible cuando sonreía.

 

- No, no se preocupe- sonrió con la misma falsedad, sólo que, a Natasha, la sonrisa la había ensayado demasiado bien a lo largo de los años y era por eso que se le notaba natural y sin esfuerzo. – No lo tomo a mal- volvió a ver su iPhone y todavía, para ese momento, después de tantas llamadas directo al buzón de voz, no había señales de vida de Phillip, la potencial víctima de asesinato.

 

- Sólo es para que no existan malos entendidos entre nosotros- dijo, que Natasha se carcajeó en sus adentros pero, como si tuviera algún tipo de propulsión en su trasero, se puso de pie al escuchar el timbre del ascensor.

 

- ¡Nate!- la llamó, así como todos los días, y, esperando que, como todos los días, Natasha se tomara un par de segundos en emerger, se asombró al ver que ya lo esperaba frente al ascensor; de brazos cruzados y con mirada de realmente querer asesinarlo. – Mi amor- sonrió, abriendo sus brazos con la intención de abrazarla, pero Natasha sólo se hizo a un lado para revelar a la sorpresa que tenía hundido su culo en su sofá, sofá que probablemente retapizaría sólo por el hecho de haber albergado su no-bienvenido-culo. - ¿Mamá?- el arcoíris tuvo la decencia de abstenerse a colorear su rostro por etapas, o quizás sólo le tuvo miedo a la reacción.

 

- Ah, ya veo que no tienes Alzheimer, Phillip Charles- se puso de pie, aplanando el regazo de su falda roja que no necesitaba ser aplanada por ser de un grueso tweed. – Creí que se te olvidaba responderme el teléfono

 

 - Ah, ¡mal de familia!- siseó Natasha para Phillip, quien, sólo con eso, supo que su noche sería tan fea como la vez en la que Natasha le había dicho, cuando la estaba acosando, que se comprara un Atlas y que hiciera una lista de todos los lugares a los que quería ir, y que, aparte de esa lista, hiciera una de los lugares a los que no iba a ir nunca y, que en esa lista, la incluyera a ella.

 

- Exactamente, ¿qué está pasando aquí?- balbuceó Phillip, dejando caer su portafolio contra la esquina mientras se aflojaba la corbata.

 

- Esperaba más un beso y un abrazo- dijo Katherine, acercándose a él con la misma mirada asesina de Natasha. Clusterfuck y en su casa. Phillip sólo sonrió, así como si se estuviera ahogando, porque eso estaba pasando, y, en su intento de rezar en lenguaje primitivo, se dejó abrazar por su mamá, que, por darle la mejilla, simplemente recibió un beso mal colocado en la comisura de sus labios. – Así me gusta- pareció ladrar, y Natasha no supo qué le enojó más; a) el hecho de que Phillip no le diera un beso y un abrazo a ella primero, sino a su mamá, b) que había llegado demasiado tarde y había decidido no contestarle ningún método de comunicación, o, c), la marca del lápiz labial rojo de “cheap skank” que le había dejado en la comisura de sus labios. Definitivamente era la última opción, eso y que Phillip, al ver su descontento, intentó darle un beso, pero ella no besaría ningún Tarte Amazonian de felaciones por $20.

 

- Entonces… mamá- sonrió nerviosamente ante el rechazo de Natasha y los primeros indicios de su frío sudor. – Supongo que estabas por aquí…- resopló con el toque de sarcasmo que sabía que suavizaría, poco a poco, el mal humor de su esposa.

 

- Bueno, tomando en cuenta de que mi hijo no se ha dignado en contestarme el teléfono en más de cuatro meses, supuse que estaba en orden si le daba una sorpresa a ti y a tu esposa- sonrió, que Natasha de verdad casi vomita de lo asquerosa que era la sonrisa falsa de su suegra, pero era más fuerte su poder Hollywoodense de meter pokerface cuando tenía que meterla en juego. - ¡Sorpresa!- murmuró con cierta fallida gracia mientras le arreglaba la corbata. Y ese era el momento para que Phillip brillara.

 

- Ah…- sonrió, casi asfixiándose por cómo había quedado de apretada su corbata. - ¿Hace cuánto viniste?- respiró hondo, aflojándose de nuevo la corbata en cuanto vio que su mamá se dio la vuelta para buscar asiento. Así como Pedro por su casa.

 

- Recién vengo del aeropuerto- respondió, y Natasha le apuntó a la esquina, pues ahí estaba su equipaje. No. No. No. Natasha no tenía invitados nunca, no que se quedaran a dormir en su casa, y, bajo ninguna circunstancia, permitiría que fuera la mujer que la acusó de “tener algo malo como para que un embrión no pudiera pegársele bien al útero”; y tecnicidades y términos apropiados ni quería discutirlos por ser totalmente… en fin, ella no permitiría que fuera ella la que estrenara la cama de la habitación de huéspedes. – Hace dos horas, en realidad- se volvió a él. – Phillip, ¿qué tienes ahí?- le tomó la mano izquierda, esa que se aferraba con miedo a la bolsa de Tiffany’s. Él sólo se volvió hacia Natasha, quien fruncía sus labios y levantaba su ceja derecha. – Eres todo un caballero, muy romántico también. Feliz día de San Valentín para los dos- sonrió, provocándole otro gag reflex a Natasha, mientras sacaba la caja de la bolsa para abrirla. - ¡Natasha!- suspiró. - ¿Y tú qué le compraste a Phillip?- le mostró el par de aretes, que no eran por el hecho de ser San Valentín sino porque iba a sufrir por el fortuito evento de las no-vacaciones.

 

- Mamá… uhm…- cerró Phillip la caja de golpe y se la arrebató sin el tono de lo que implicaba. - ¿Por qué no te sientas un momento?

 

- Nonsense!- tiró su mano hacia atrás. – He estado sentada por demasiado tiempo

 

- Está bien…- suspiró, sintiendo el latigazo de Natasha en su mejilla; bofetada visual. – En ese caso, no sé… acabo de salir de una reunión…

 

- ¿Ya cenaste, Phillip?- lo interrumpió Katherine.

 

- No, todavía no- se aplanó el abdomen por sobre la camisa, como si repasara su abdomen para revisar su nivel de hambre. - ¿Qué hay de comer, Nate?- se volvió a Natasha, y, sólo con verla se acordó que tenían reservaciones en Gramercy Tavern, y reservaciones para DOS. Tragó grueso, sabía que de haber un premio a las peores cagadas, él tendría el primer lugar por los próximos diez años y sólo por esa cagada.

 

- Creo que quedamos en que íbamos a salir a cenar, Phillip- entrecerró sus ojos con una sonrisa de “estás más que muerto” y empezó a sacudir lentamente su cabeza en desaprobación.

 

- Ah, ¡perfecto!- suspiró Katherine. – Vamos los tres, entonces- ahondó la tumba de Phillip, que Phillip sólo pudo estirar el cuello de su camisa para poder tragar bien.

 

- Podemos ir los tres- sonrió Natasha. – Espero que le guste Gramercy Tavern- suspiró con esa sonrisa de estar exhalando un ahorque de esposa neurótica a través de él.

 

- Nunca he ido- colocó su mano sobre el hombro derecho de Natasha.

 

- Ahora irá… y, supongo yo que, después de la cena, la llevamos a su hotel- se volvió hacia Phillip con toda la intención de ponerlo entre la espada y la pared, o entre ella y la pared. Que espadas tenía, no sólo tenía floretes, sino también espadas y sables.

 

- ¿Hotel?- resopló Katherine.

 

- Sí, mamá… yo creo que estarías más cómoda en un hotel- y yo también estaré más cómodo.

 

- Nonsense, Phillip!- dijo con esa risa de diva fallida mientras agitaba su cabello hacia un lado. - ¿Qué más comodidad que estar invitada a la casa de mi hijo?- el silencio atacó luego de la risita de “fuck my life” de Phillip. – Bueno, supongo que no tienes tanta hambre que no veo movimiento

 

- Yo estoy listo para irnos- se encogió de hombros.

 

- Bueno, entonces esperaremos a que Natasha se arregle- sonrió para Natasha, que Natasha frunció su ceño al no entender, si ya estaba lista ella también. – Ve- la despidió con ese gesto de mano que tanto asesinaba las entrañas de Natasha.

 

- No me demoraré mucho- entrecerró sus ojos para Phillip y, así como el gesto de Katherine, así se retiró a su clóset, en donde empezó a fantasear sobre los argumentos que defenderían su posición en la discusión de más tarde, pues no pensaba darle el placer, a Katherine, de presenciar una pelea, no cuando no quería que tuviera armas contra ella o contra su matrimonio.

 

- Phillip- sonrió Katherine, tomándolo por la nuca, una caricia maternal que nunca había tenido con él desde nunca y para siempre, por eso quizás se le veía tan mal el sobreesfuerzo. - ¿Cómo has estado?

 

- Ocupado en el trabajo- suspiró, apartando la bolsa de Tiffany’s, que ya sabía que mejor ni intentaría regalárselo a Natasha y que era mejor devolverlo, quizás ni le convenía cambiarlo.

 

- ¿Todo bien en el trabajo?- intentó buscar su evasiva mirada, y Phillip sólo se acordó de cuando su Nana lo hacía con él.

 

- Todo bien- sonrió, introduciendo sus manos a los bolsillos de su pantalón.

 

- Estás muy guapo, Phillip Charles… pero ese corte de cabello te sienta demasiado mal- pues apenas y le estaba tomando forma, apenas y empezaban a notársele los rizos anchos y flojos pero lo tenía todo de un mismo largo por efectos de uniformidad.

 

- Mamá- rio pesadamente. - ¿Qué te trae por aquí? Como que Corpus Cristi no queda a la vuelta de la esquina…

 

- Vamos, Phillip Charles, ya te lo dije; no contestabas mis llamadas, ¿qué otra opción me quedaba?- se cruzó de brazos. – Si la montaña no viene a mí, yo voy a la montaña

 

- Supongo- se encogió de brazos y agradeció que lo llamaran por teléfono, pues no tenía nada que hablar con su mamá, todo lo que quería era una disculpa, y no para él sino para Natasha.

 

Ella no entendía cómo no podía haber estado lista, ¿qué tenía de no-listo su pantalón de cuero y su camisa azul marino? Es más, si sólo hubiera caminado en sus Valentino rojos, y sin ropa, habría tenido mejor estilo que su propia suegra, que quizás era ella quien debía arreglarse más y no parecer personaje sacado de algún diario de la realeza inglesa. ¿Quería guerra? Guerra fría le daría y, se la daría de la mejor forma que sabía al tener, de alguna forma y en sólo tres grados de separación, la sangre de Ronald Reagan. Sí, Señor: Carrera Nuclear 2.0. Y la iba a outgrow, de eso estaba segura, pues le exigiría tanto, a nivel del inconsciente y del subconsciente, que terminaría dándose por vencida sin siquiera atentar con fármacos en una copa de vino blanco. ¿Quería guerra? Podía darle guerra a nivel del complejo de Edipo al que Phillip le había huido con tanto éxito, podía meterse en el vestido ese, en ese Oscar de la Renta de seda rosado-más-aburrido a líneas verticales de encaje negro; algo que probablemente sería de la aprobación de su suegra, pero que era un vestido que estaba diseñado y que había sido utilizado para los desayunos aburridos de Margaret. Sí, “aburrido” era lo que la describía. Pero como la guerra se peleaba con provocaciones, porque pelearía sucio, se metió en el Dolce negro morboso que, por ser traslapado del pecho, dejaba un tentador escote que no era apto para la aprobación de ninguna vieja ridícula-conservadora. Nada que unos Pigalle Spikes rojos no lograran arrebatar una cordura o una aprobación. Recogió su cabello en un moño ordenado pero flojo, de esos que eran precisamente para recoger la atención y depositarla, aparte de en su escote, aunque sólo sería de su perturbada suegra, en sus gruesas argollas Piaget.

 

- Phillip- emergió Natasha en la sala de estar, con el abrigo Armani gris carbón en su brazo, que su mano sostenía su borsetta Lanvin roja. Phillip sólo colgó sin previo aviso e intentó no dejar caer su mandíbula hasta el Lobby. – Necesito que me ayudes…- sonrió, dándose la vuelta para mostrarle su espalda completamente desnuda para que le subiera la cremallera.

 

- You look so breathtakingly beautiful- susurró a su oído mientras se aprovechaba de la desnudez de su espalda para acariciar su cintura con sus manos.

 

- Gracias, mi amor- sonrió, notando que su suegra estaba en plan de acosadora al estarle viendo la espalda, que quizás juzgaba la falta de sostén, o quizás que la espalda del vestido no llegaba ni a media espalda, o quizás la mezcla de ambas, o quizás, también, que se alcanzaba a ver, por la profundidad de la cremallera, el elástico superior de su Kiki de Montparnasse que era básicamente encaje, encaje, y más encaje, pero era transparente y con un agujero juguetón que dejaba ver el principio de separación trasera. Efecto: escandalizada. – Gracias- repitió, agradeciéndole su ayuda, que Phillip, inmediatamente, tomó el abrigo de su brazo y lo sostuvo en el aire para que Natasha sólo enfundara sus brazos.

 

- Es un placer- sonrió antes de que le agradeciera de nuevo, y le tendió la mano para tomársela. Bueno, tal vez se libraba de la intensidad de la discusión de más tarde, quizás y había quitado ya los elevados tonos de voz. - ¿Nos vamos?- preguntó con una sonrisa, que Natasha había rechazado su mano sólo para abrazarlo por la espalda, a la altura de su cintura, e inhalaba el Aqua Di Gio de las solapas de su Cucinelli negro, o quizás era que se desprendía del cuello de su camisa celeste, o quizás era todo él. – Entonces, mamá, ¿en qué hotel te gustaría quedarte?- sonrió, tomando su equipaje en la mano que le quedaba libre mientras ella se colocaba su abrigo sin ayuda de nadie.

 

- No sé, ¿cuál me recomiendan ustedes?- dijo entre la dificultad que estaba teniendo al no poder doblar las solapas por el cuello.

 

- Mi amor- sonrió Natasha, sacando el lápiz labial rojo que le haría la competencia al cheap skank de Katherine, un Rouge G de Guerlain de un rojo que no implicaba promiscuidad, o quizás de una muy cara y refinada, con gusto. – Yo creo que tu mamá se puede quedar con nosotros- sonrió ampliamente para Katherine, quien se notó asombrada ante la bienvenida.

 

- ¿Mamá?- preguntó Phillip, también asombrado. Ah, pero Phillip no entendería la guerra. - ¿Te gustaría quedarte con nosotros?

 

- ¿Están seguros de que no hay problema?- dijo con la mirada extraviada, como si los ojos no hubieran seguido el curso de la bofetada triunfal primeriza de Natasha.

 

- Yo, por mí, no hay ningún problema- dijo Phillip, pues Natasha estaba ocupada en delinear sus labios con su segunda bofetada triunfal.

 

- El tiempo que necesite- se encogió Natasha entre sus hombros, que, al hacerlo, su escote se tensó y se abultó.

 

- Igual, sólo vengo un par de días- rio, intentando no ceder al llamativo-y-especialmente-provocador-para-ella-escote-de-su-nuera, pues ni Phillip lo encontraba tan provocativo; él estaba acostumbrado y había crecido de una manera más… actual. – Tengo unas cuantas reuniones, y luego me voy-  así que, dentro de todo, no era ni visita voluntaria.

 

- Quédate el tiempo que necesites, entonces- sonrió Phillip, presionando el botón del ascensor mientras Natasha se le enrollaba más entre su brazo.

 

Phillip cenaría cordero, Katherine se haría de estómago pequeño con un pescado, Natasha cenaría suegra al carbón.

 

- Mmm…- se saboreó con una sonrisa al despegar sus labios de los de Sophia, y mordisqueó su propio labio inferior, como si quisiera frenarse a sí misma para no arrancarle otro beso. – La vita è bella… sopratutto quando sto con te- y entonces sí le robó un beso que pasaba por “besito”.

 

- Eso lo debería estar diciendo yo- resopló, dejándose envolver por los brazos de Emma y sintiendo la sonrisa de ojos cerrados que se posaba sobre su hombro derecho.

 

- ¿Te ha gustado la manera en cómo hemos pasado nuestro Valentine’s?

 

- Ni tan en omisión, ni tan convencional- sonrió, cerrando sus ojos ante el roce de la esponja sobre su pecho. – Es muy… nosotros- rio nasalmente, sintiendo la risa nasal de Emma aterrizarle en su cuello.

 

- “Nosotros”- susurró, apretujando la esponja para escabullirla por debajo de los senos de Sophia. - Suena demasiado bien, ¿no crees?

 

- I do- sonrió en ese tono de ceremonia de matrimonio, y Emma sólo se sonrojó ante esas dos insignificante palabras que tanto la emocionaban.

 

- Veux-tu m’épouser?- colocó la esponja sobre uno de los estantes.

 

- Mmm…- sonrió, dándose la vuelta para encarar a Emma, que dejo que sus brazos quedaran entre ambos pechos, así como si estuviera resguardándose entre Emma y sus brazos. – Oui- le arrancó el beso que le había arrancado Emma hacía unos pocos segundos. – Oui- le arrancó otro beso corto. – Oui- y otro. – Oui- y otro. – Oui- y el último, que Emma ya la tenía abrazada y ella sólo recostó su cabeza sobre el hombro de Emma.

 

- Te amo- susurró, y le dio un beso en la cabeza mientras abrazaba el momento, que el agua caía frente a ella y sólo se escuchaba eso, pero le gustaba sentir a Sophia tan cerca, que no era sólo por cercanía sino porque estaba así, recostada en ella.

 

- Yo más- resopló, sabiendo exactamente lo que se le venía encima.

 

- ¡Ah!- inhaló hacia adentro en falsa indignación, pues no podía negar que le gustaba que la quisiera tanto también. – No es cierto

 

- Sí lo es- se irguió y la vio a los ojos.

 

- No, yo te amo más a ti

 

- No creo- sonrió, tomándola por la cintura.

 

- Créelo- levantó Emma su ceja derecha.

 

- ¡Uy!- ronroneó ante la convincente ceja.

 

- Me basta con saber que me quieres- sonrió.

 

- ¿Te rebalsa con saber que quiero casarme contigo?- subió sus manos a su cuello y la abrazó con sus muñecas mientras Emma la tomaba por la cintura hasta acercarla completamente a ella.

 

- Ese es el comienzo del clímax de mi vida- le dijo con una mirada ruborizada. – De entonces, en adelante, es un clímax de índole tántrica

 

- ¿Qué?- rio.

 

- Sí, los orgasmos más largos de tu vida…

 

- Espero que sea algo bueno

 

- ¿Te imaginas un orgasmo de, qué se yo, nueve horas?- rio, haciendo, quizás, una exageración, pues de sexo tántrico sabía absolutamente nada. Sophia sólo se sonrojó. – Estíralo al resto de mi vida, y así será

 

- ¿Cómo puedes estar segura?

 

- No lo estoy, pero tengo fe- sonrió. – Sé que si algo no funciona, lo vamos a solucionar y, que si te cansas, te dejaré respirar

 

- Lo peor que puede pasar es que tu Ego tenga que dormir en el sofá

 

- Supongo que será en las noches en las que me amarres a la cama- levantó su ceja y sonrió con picardía.

 

- Es correcto, Arquitecta- resopló, dando un paso hacia atrás para dejar que el agua le cayera sobre los hombros.

 

- ¿Te molesta mi Ego?

 

- It amuses me- dijo, llevando sus manos a su pecho para quitarse los restos de jabón. – No deja que el aburrimiento inunde las cuatro paredes en las que estés

 

- Me alegra entretenerte, ya lo he dicho- sonrió, observando cómo, con rapidez, Sophia se quitaba los restos de jabón que ella podría haberle quitado en el mismo tiempo, pero a la octava potencia.

 

- Yo sé que yo también te entretengo- rio.

 

- You happen to be pretty interesting- guiñó su ojo, que hizo que Sophia se sonrojara. – Pero también entretienes

 

- Espero que sea para entretenimiento propio y privado- sacó su lengua y apagó el agua.

 

- No comparto mis excitaciones laborales con el mundo, Signorina- abrió la puerta y la dejó pasar, que Sophia sólo sonrió ante su amabilidad, pero se vio en la situación de víctima al recibir una nalgada que le ocasionó un respingo para caer en la alfombra.

 

- A-auch- resopló, volviéndola a ver, que sólo se encontró con una sonrisa desafiante de saber que no le había dolido por muy fuerte que se hubiera escuchado. – No olvides a tu amigo- le señaló el estante.

 

- Yes, ma’am- rio Emma, tomando el vibrador en su mano, pues, si había que lavarlo y tenían que ducharse ellas, ¿por qué no matar dos pájaros de un tiro? - ¡Sophia!- rio, que Sophia le había arrojado la toalla a la cabeza. Pero no sabía por qué eso le sacaba las carcajadas.

 

- ¡Emma!- la remedó mientras se secaba la espalda.

 

- ¿Sabes?- se acercó a ella, colocando la toalla y el vibrador en el mueble de los lavamanos. – Yo creo que no es necesario- colocó su mano sobre las suyas y detuvo la toalla, que la tomó con la otra mano para luego tomar a Sophia de la cintura.

 

- ¿No es necesario?- susurró con una sonrisa, viendo a Emma arrojar la toalla contra la pared para que, si tenía suerte, aterrizara sobre los ganchos. Tenía suerte pero no puntería. – Mmm…- entrecerró sus ojos y la volvió a abrazar por el cuello con sus muñecas. - ¿En qué piensas?

 

- No lo sé- la tomó por los muslos hasta cargarla, que Sophia abrazó su cadera con sus piernas mientras Emma se abría camino hacia la cama.

 

- Me arriesgaría a decir que definitivamente no estás pensando en ponerme alguna película de mal gusto- rio nasalmente, alcanzando a apagar la luz del baño con su pie.

 

- Yo jamás te he puesto una película de mal gusto- frunció su ceño con ridiculización.

 

- No, nunca- rio. – Sólo vas desde “Van Helsing” hasta “Batman & Robin”, desde “The Happening” hasta “Catwoman”

 

- Vamos, Sophie- sonrió, recostándola sobre la cama y dejándose ir sobre ella. – Hollywood también se equivoca- guiñó su ojo. – Y yo sólo me rio de sus… misfortunes

 

- Con gouda panini que puedes sumergir en salsa marinara

 

- Yo no fui hecha para esas películas raras y elevadas de “Life of Pi”, o para llorar a moco tendido con alguna película como “Marley & Me”

 

- Ah, pero sí te he visto llorar- rio Sophia. – Y como a nadie había visto llorar antes

 

- El “Lorax” y “Wall-E” son la excepción- dijo con su mirada de potencial pero imposible resentimiento.

 

- Y “Toy Story”, y “Schindler’s List”, y “The Help”… y la última escena de “The Curious Case of Benjamin Button”- rio.

 

- ¿Y sabes qué es lo mejor de todo?

 

- Tú dirás- se irguió, haciendo que Emma se irguiera con ella también, pues sólo quería acostarla sobre las almohadas, quería enrollarse entre su brazo y su costado para acostarse sobre su pecho.

 

- Tú lloras conmigo y terminamos ahogando las penas en Ben & Jerry’s- rio.

 

- Muy cierto- sonrió, observando a Emma quitarse sus perlas de sus lóbulos.

 

- ¿Y esto?- sonrió, tomando aquel paquete que Sophia había colocado antes de los gemidos y de la ducha.

 

- No sé- suspiró Sophia, enterrándose entre sus hombros al mismo tiempo que decidía colocarse entre sus piernas para recostar su cabeza sobre su abdomen. Una almohada así a quién no le gustaba. – Lee la tarjeta

 

- Cause lately I’ve been craving more- leyó en voz alta la que Emma creía que era la caligrafía más ordenada y legible de todo el Estudio, pues no era la natural al ser esa la griega. – S.

 

- Y me acabo de dar cuenta de que es Valentine’s- frunció su ceño, como si no fuera su intención, porque no lo era.

 

- ¿Es para mí?- sostuvo el paquete sobre la punta de sus dedos.

 

- Y supongo que se me olvidó escribirle que era para ti- rio.

 

- Entonces sí es para mí- levantó su ceja derecha con una sonrisa curiosa.

 

- Es correcto- le dio un beso en su abdomen y, colocando sus manos sobre él, reposó su mentón sobre ellas.

 

- ¿Puedo abrirlo?

 

- Es tuyo, puedes abrirlo cuando quieras- se extrañó ante la pregunta.

 

- ¿Estás segura que es mío?- frunció su ceño.

 

- Como que me llamo “Sophia”

 

- Mmm…- frunció su ceño todavía más.

 

- ¿Qué pasa?

 

- Aparte de que no esperaba un regalo…- entrecerró sus ojos mientras recorría el listón azul marino con sus dedos y sentía las angostas canaletas por la longitud de una pulgada. – Se ve extremadamente elaborado- desvió su mirada hacia la de Sophia.  

 

- Sure it is, significó mis dedos hacértelo, así que disfrútalo- rio.

 

- Ah, ¿esta es la licuadora de dedos?- preguntó sin mucho interés aparente, pues estaba más concentrada en la forma en la que el listón se convertía en una laza de perfectas proporciones en los aros. Sophia asintió. – Déjame preguntarte una cosa- agitó el paquete para saber si era una especie de piezas o lo que sea que hubiera dentro, pero nada se movió y nada ocasionó ningún ruido. – En escala del uno al diez, ¿qué tanta mano tuya hay envuelta en este papel?

 

- ¿Del uno al diez?- resopló, y Emma asintió mientras sacaba el listón del camino para poder apreciar el papel, que no era un simple papel que se le había ocurrido comprar en Papyrus, o que había decidido sacar de alguna papelería extraviada en Brooklyn, o en Jersey que sólo ella conocía. – Armadura medieval, de herrero, a la medida

 

- ¿Tanta?- se sorprendió. Ella sólo asintió. - ¿El papel?

 

- El noventa por ciento lo hice yo; yo lo diseñé, lo corté, lo moldeé, lo pulí, lo armé, lo volví a pulir, lo desarmé y armé para cerciorarme que funcionara, lo guardé, hice el papel, y lo envolví- sonrió. – Lo único que no hice fue el listón, ni algunas de las cosas que hay adentro- Emma sólo frunció su ceño y buscó el borde del papel; blanco con pequeños pétalos azules, probablemente hydrangea, y era artesanal a un nivel de grosor fino que ni Emma en su mejor intento de hacer papel artesanal pudo lograr, los bordes eran perfectos y la superficie era como un anticonceptivo: noventa y nueve punto nueve-nueve por ciento seguro, pero, en este caso, era uniforme y sin grumos, sin imperfecciones. Y, por si fuera poco, no tenía ese olor que tanto caracterizaba al papel reciclado, o artesanal, pues tenía ese olor a vainilla y durazno, como si Sophia había logrado capturar la esencia del té matutino de Emma y de manera transparente. Ah, viva la química. – Realmente espero que lo disfrutes…

 

- Estoy segura de que lo disfrutaré- sonrió.

 

- Y, bueno… espero que no te frustres- resopló, y decidió dejar de verla para evitarse el contacto visual por su comentario.

 

- ¿Por qué me frustraría?- resopló, pudiendo ya sentir algo como un maldito cubo rubik, que no era que le estresaran o que no pudiera resolverlos, aunque quizás no podía resolverlos si no era por que sabía los algoritmos de memoria.

 

- Sólo digo- rio nasalmente contra su abdomen y se dedicó a darle besos que, quizás, podían implicar uno “rápido” que no era por corta duración sino por rápida planeación.

 

- ¿Es venganza por algo?- resopló, sintiendo cosquillas por los besos y los mordiscos que Sophia le daba.

 

- Revenge is a strong word- rio. – Maybe… to get even- sonrió para ella y guiñó su ojo, sólo para ver que Emma ya depositaba la caja de madera en su mano al haber quitado el papel con el cuidado de no romperlo.

 

- Es un… - dijo como si estuviera decepcionada, como si esperara algo más. – Es un cubo- frunció su ceño, que le daba vueltas para apreciar las seis caras de la figura. - ¿Qué se supone que voy a hacer con un cubo de madera?

 

- Detener un plano cuando lo desenrollas- murmuró con una sonrisa extraña, pero Emma le lanzó la mirada de “¿en serio?”, y no le quedó más remedio que quemarse un poco. – Esa caja la hice yo, para ti

 

- Ah, no es un cubo, es una caja- sonrió un poco más complacida.

 

- Bueno, es un cubo que es una caja- rio.

 

- ¿Y cómo abres esta caja?- frunció su ceño, que tuvo que encender la luz de su lámpara para notar que no había forma aparente de abrirla como una caja convencional. Sophia permaneció en silencio, sólo quería saber si había hecho un buen trabajo… o uno excelente. – No se puede abrir- levantó sus cejas y frunció sus labios, que le buscaba bordes que pudiera levantar.

 

- Sí se puede abrir, yo la abrí y la cerré diecisiete veces para cerciorarme de que se podía abrir y cerrar- resopló, irguiéndose para recoger las sábanas, pues el frío ya le estaba empezando a penetrar la piel, y no habían sido diecisiete veces sino siete, aunque diecisiete era sólo una pista subliminal que implicaba el número de pasos que se requerían para abrir la caja. – Es de nogal

 

- I can see that- murmuró, todavía intentando descifrar cómo abrir la caja.

 

- Y abrirla con un martillo… te juro que me enojo de por vida, Emma- le advirtió al ver esa mirada de solución inmediata. – Yo no licué mis dedos para que los aplastaras con un martillo luego

 

- ¿Y cómo se supone que voy a abrirla si no tiene tapadera?- preguntó con esa mirada que imploraba un rescate.

 

- Sí tiene

 

- ¿En dónde?- le mostró el cubo, quizás le ayudaría. Pero no.

 

- Vamos, Em… si te digo por dónde comenzar… mejor te la abro de una vez- sonrió, halando las sábanas y enrollándose contra el costado derecho de Emma.

 

- Dame una pista, al menos- la abrazó con su brazo para que Sophia pudiera recostar su cabeza sobre su pecho y la pudiera abrazar a ella. – Sólo una

 

- No es un cubo rubik- sonrió, sabiendo que no era esa la pista que Emma quería, es más, ni sabía que esa podía ser pista.

 

- ¡Ajá!- rio, asustando a Sophia, pues ella habría esperado que le tomara más tiempo descifrar el mecanismo de la caja.

 

- Holy shit…- gruñó Sophia. – No me digas que ya sabes cómo abrirla

 

- No- rio, y Sophia respiró de alivio. – ¡Veo unas líneas!- susurró emocionada, como si hubiera redescubierto América.

 

- Sí, mi amor, las líneas son importantes- resopló, deshaciéndose el moño para poder estar más cómoda.

 

- ¿Hay algo adentro?- la volvió a agitar, que Sophia se ahogó, pues no sabía si lo que había adentro se saldría de donde estaba.

 

- No lo sé- sonrió, volviendo a abrazarla, aunque el abrazo le duró poco, pues su mano iba de aquí hacia allá con suavidad, repasando las gotas restantes que quedaban de la negligencia de secarse. - ¿Tú qué crees?

 

- No lo sé- levantó su ceja derecha y desvió su mirada de la caja hacia la mano de Sophia que tomaba su seno izquierdo. Estrategia distractora. – Por eso pregunto

 

- ¿Te gustaría que hubiera algo adentro?- lo apretujó un poco, y la estrategia era porque ya temía por el tiempo que sabía que le tomaría a Emma descifrarlo todo; no llegaría ni al domingo por la noche cuando esa caja ya estaría abierta. – Cambiemos la pregunta, mejor. ¿Qué te gustaría que hubiera adentro?

 

- One of your already-worn-thongs- sonrió pícaramente.

 

- One can only hope that, that what’s inside, is way much better than an already-worn-thong- guiñó su ojo con una sonrisa y soltó su seno para simplemente abrazarla.

 

Y fue como darle un juguete nuevo a un niño, un juguete que no conocía pero que quería conocer. Exactamente el objetivo de Sophia, quien se durmió y dejó a Emma analizando la caja. Si no se podía abrir con martillo, ni tenía tapadera evidente, si no era un cubo rubik y tenía líneas de finas incisiones o separaciones, ¿cómo carajos se abría la caja?

 

- Phillip, ¿por qué no le ayudas a tu mamá con el equipaje?- sonrió, acariciándole la mejilla mientras esperaban que las puertas del ascensor se abrieran.

 

- ¿De verdad no hay ningún problema con que me quede?- preguntó Katherine, pues no se tragaba la amabilidad de Natasha. Y no debía.

 

- Mi casa, su casa- sonrió Natasha, saliendo del ascensor.

 

- Gracias- dijo secamente, viendo a Phillip tomar su equipaje mientras Natasha se alejaba un par de pasos más para adquirir distancia entre ellas dos. – Gracias por la cena, estuvo muy rico

 

- ¿Ya te duermes?- murmuró Phillip.

 

- Sí, tuve un día ajetreado- acarició su brazo.

 

- Buenas noches, Katherine- sonrió Natasha, manteniendo la distancia, que relevó el abrazo, o el beso, con una cabeza baja que implicaba reverencia pero distante. Katherine respondió su reverencia y observó cómo Natasha desaparecía por el pasillo.

 

- ¿Todo bien entre Natasha y tú?- le preguntó mientras se acercaban a la habitación de huéspedes.

 

- Sí, todo bien- sonrió, abriendo la puerta y encendiendo la luz para que viera otra de las creaciones de Emma. Quizás Katherine tenía que considerar remodelar, o reambientar su casa, aunque era raro el diseñador de interiores que se encargara de esculpir todo en hielo. - ¿Por qué?

 

- Estuvo muy callada durante la cena

 

- A veces es de pocas palabras- dijo nada más. – Aquí hay toallas y, lo que sea que necesites, pídeselo a Natasha o a Agnieszka, ¿de acuerdo?

 

- Tú también estás de pocas palabras, ése no eres tú

 

- Mamá, no tuve un buen día. Lo único que quiero hacer es ir a dormirme… hablaremos mañana- y entonces lo invadió la pesadez de la sensación de tener que despertarse a una hora mortal, o al menos que tenía que levantarse, y no podía quedarse en la cama con Natasha. A eso tenía que agregarle la noticia de las vacaciones, y la ausencia de Emma en su vida por el fin de semana; pues Emma ya había avisado con demasiada anticipación que ese fin de semana lo pasaría sólo con Sophia, y por eso ni desayuno, ni brunch, ni nada. - ¿Tienes todo lo que necesitas?

 

- Hablaremos mañana, ¿cierto?

 

- Sí- se acercó a ella y, sin la fuerza para negárselo, la abrazó y le dio un beso en su cabeza. Después de todo era su mamá. – Buenas noches- dijo un poco incómodo, pues no sabía si era correcto ir a la guerra sin saber a qué se estaba metiendo, si era correcto perdonar una ofensa de la mujer que le dio la vida, una ofensa que no tenía una disculpa de por medio.

 

- Buenas noches, Phillip- murmuró, encontrándose sola en la habitación en la que ahora Phillip la encerraba porque tenía mejores cosas que hacer que soportarla, y sólo supo caer de golpe sobre la cama.

 

- ¿Nate?- preguntó al aire oscuro de su habitación. Ni una luz encendida, al menos no del interior de esta, y sólo se le ocurrió ver hacia la terraza, en donde la vio sentada, que sólo se acordó de cuando solía dormir en el apartamento de Kips Bay y salía a fumar un cigarrillo. – Aquí estás…- sonrió al abrir la puerta. Natasha sólo lo volvió a ver con una minúscula sonrisa y asintió. – Está haciendo frío, vamos adentro, ¿sí?- le tendió la mano, que Natasha se la tomó y, en cuanto estuvo dentro de la habitación, Phillip la cargó entre sus brazos con buenas intenciones.

 

- Bájame, por favor- murmuró en tono más molesto que neutral, y Phillip obedeció. - ¿Tú de verdad no sabías que tu mamá iba a venir?

 

- Tú sabes que no contesto llamadas de teléfono que no conozco- sonrió, acariciándole la mejilla mientras ella se quitaba su abrigo.

 

- ¿Y las mías?- ladeó su cabeza con esa mirada de “entonces soy desconocida”.

 

- Lo siento, mi amor. Tenía el teléfono en silencio desde una reunión y no me di cuenta

 

- It’s ok- sonrió, que le ahuecó rápidamente la mejilla y se retiró de su vista hacia el clóset. Phillip frunció su ceño, ¿en dónde estaba la pelea que tanto había anticipado?

 

- De verdad lo siento- repitió, no sabiendo exactamente qué esperar.

 

- Lo sé, y no te preocupes… ya pasó- repuso de espaldas a él mientras se quitaba los aretes y los colocaba sobre su mesa de noche.

 

- Hey…- susurró preocupado y le tocó el hombro, que sintió un minúsculo y fugaz rechazo porque Natasha apartó su hombro pero se dejó tocar. - ¿Qué te dijo?

 

- Nada en especial- dijo en el mismo tono de voz.

 

- Nate, ¿qué te dijo?

 

- Nada, Phillip. No me dijo nada- se volvió a él con una sonrisa.

 

- Natasha- ladró suavemente. – El hecho de que no hable mujer no significa que no tenga una vida entera de conocerte

 

- ¿Y eso qué tiene que ver?- resopló como si de verdad le diera risa, pero era sólo para evadir lo inevitable.

 

- Que sé cuándo tienes cara de arsénico- y Natasha sólo cayó sentada sobre la cama, que Phillip se agachó frente a ella y esperó a que le dijera algo; un gesto, una palabra, lo que fuera. Pero, en vez de eso, obtuvo dos manos al rostro y un suspiro de dolor emocional. – No puedo ayudarte si no me dices qué te dijo, no puedo defenderte si no me dices qué hizo

 

- Cuando vine de cortarme el cabello tu mamá ya estaba aquí, y no estaba como toda persona normal, no estaba en la sala de estar… - Phillip ahogó un gruñido, pues ya sabía en dónde había estado.

 

- ¿Por qué no te dijo nada Agnieszka que aquí estaba?

 

- Porque le dijo que la estábamos esperando, que no nos molestara ni nada- dejó caer sus brazos cruzados sobre su regazo al sentir que Phillip le quitaba los Stilettos. – Y ese no es el punto, a la larga eso no me importa, supongo que así como mi mamá invade tu casa, así puede tu mamá invadir la mía

 

- ¿Qué fue lo que realmente te molestó?

 

- Me comenzó a decir que había leído en no-me-acuerdo-dónde que un aborto natural era normal, que una de seis mujeres lo tenían. Luego me comenzó a bombardear con preguntas de si estaba yendo regularmente al ginecólogo, que si estábamos intentando lo suficiente, que si estábamos intentando al menos… que si habíamos pensado en otras opciones; adoption, surrogate, in vitro- Phillip frunció su ceño, pero eso no era lo peor. – And she kept talking, and talking, and talking… y, de la nada, me está diciendo que, con el perdón que le debo y que necesita, ella no cree que, dentro de todo, traer a su nieto entre mis amistades sea lo más adecuado, que si era por eso que no habíamos intentado de nuevo, que si era porque mis amistades serían una mala influencia en su nieto. Ah, porque quiere nieto y no nieta; dice que las mujeres, en la sociedad de hoy, están condenadas al fracaso

 

- ¿Qué?- dijo con mirada de confusión total.

 

- Su problema, aparte de que soy incapaz de compartirme con un cigoto, es que mi mejor amiga es lesbiana…- sólo señaló a la mesa de noche de Phillip y había un archivo. – Y que sigue estancada en los cincuentas y sesentas

 

- ¿Es eso lo que creo que es?- Natasha sólo asintió. – Tú sí sabes que no voy a firmar esos papeles, ¿verdad?

 

- No importa si los firmas o no, yo no los voy a firmar; eso desde ya te lo digo- Phillip tomó el archivo en sus manos, lo abrió, hojeó el documento y lo volvió a cerrar con una risa nasal de indignación. – Prefiero firmarte el divorcio y vivir en unión libre para siempre… porque, digo, todo el problema es que me casé con su bebé

 

- Yo no soy su bebé- rio, y partió el archivo en dos partes desiguales que arrojó por sobre su hombro con cierto regocijo. – Si lo fuera…- sacudió su cabeza y se volvió a sentar a su lado. – I bet you wouldn’t like me- sonrió, acariciándole el cabello con suavidad.

 

- Sólo estoy un poco indignada, seguramente en dos semanas me va a dar risa… y, cuando le cuente a Emma, seguramente me voy a partir en mil de las carcajadas que me van a dar. It just hurts…

 

- Lo siento, ¿qué puedo hacer para hacerte sentir mejor?- ella sólo se subió a su regazo y se enrolló sobre él mientras él le acariciaba la espalda y el cabello. – Debo decir que te ves… sin palabras- la halagó por cuarta vez en la noche.

 

- Creí que habíamos acordado que nada de regalos- murmuró Natasha, que le aflojaba el nudo de la corbata y le desabotonaba la camisa.

 

- Y lo cumplí, ¿o no?- resopló, rozando su nariz contra su mejilla.

 

- Entonces, ¿los Tiffany eran para tu mamá?- rio nasalmente.

 

- Ah- suspiró. – Quise que fueran Winston pero no encontré unos que me gustaran tanto como esos

 

- ¿Qué quieres comprarme?

 

- Tengo malas noticias- cerró sus ojos, así como Emma, que esperaba una bofetada de alguna índole.

 

- ¿Más?- rio. – Imposible- Phillip permaneció en silencio. - ¿Qué pasó?

 

- Springbreak- murmuró.

 

- Fuck…- rio. – Asumo que es algo bueno que no habíamos pagado todo

 

- Te lo voy a compensar, lo prometo

 

- Handsome, no lo digo por mí- rio. – Yo vivo en vacación eterna, el que necesita vacaciones eres tú

 

- ¿De verdad me veo tan tenso?

 

- No tanto, pues, al menos no antes de que vieras a tu mamá- rio nasalmente.

 

- Mmm…- frunció su ceño. - ¿Qué te parece si te invito a un Martini?

 

- Tendría que ver cuándo tengo tiempo en mi ajetreada agenda- sonrió. – Tal vez mañana- le dio un beso en su mejilla.

 

- Qué rico- sonrió ante el beso.

 

- ¿Otro?- él asintió y recibió otro. - ¿Otro?

 

- ¿Tú no quieres uno?

 

- I’m always up for hugs and kisses, Handsome- guiñó su ojo. Ya, ya era una Natasha más normal. - ¿Me das uno?

 

- ¿Sólo uno?- entristeció su rostro.

 

- Oh, Handsome- susurró y le dio un beso en sus labios, un beso que probablemente estaba destinado a ser inocente y sonriente pero que se volvió sinónimo de la palabra “perdición”.

 

Y después de tanto tiempo, de meses que parecieron vidas que parecieron eternidades, una tras la otra, con la presencia de Katherine a sólo dos habitaciones de por medio y a puertas abiertas porque, después de todo, era su casa y su hogar, sí, después de tanto tiempo, Natasha cayó sobre Phillip y no como todas las noches, que recostaba su cabeza sobre su pecho y lo abrazaba por el cuello mientras escabullía sus piernas entre las suyas. No, hoy le cayó encima, literalmente, pecho sobre pecho, piernas entrelazadas, que literalmente lo detenía contra la cama. Y Phillip que no protestaba, no, él era un Santo de su propia devoción en ese momento, pues pensaba y esperaba que, ojalá sucediera algo. ¿Necesitaría Natasha enojarse tanto como para “aflojarse” un poco? Él no sabía, y yo tampoco, pero él no haría nada, absolutamente nada, para detener el momento o para influenciarlo ni en lo más mínimo. Bueno, había cosas que no podía evitar, pero sólo podía esperar que no fuera sólo un beso de “buenas noches” que había sido dado antes de tiempo y por el doble, triple, cuádruple de tiempo y con algo que él llamó alguna vez “hambre”. Y quizás le gustó esperar que no lo fueran a dejar, otra vez, con algo inconcluso; algo que no reprochaba pero que tampoco le hacía precisamente cosquillas para que riera.

 

Natasha dejó de besarlo, frenó la continuidad del beso al suspirar con su labio inferior entre sus dientes y mantuvo cerrados sus ojos. Quiso decirle algo, algo como “tengo demasiadas ganas”, pero eso sonaba demasiado desesperado, o quizás algo como “let us fuck”, pero eso sonaba demasiado crudo e impersonal y con déficit de suavidad romántica, o quizás le quiso decir la verdad; algo que implicaba sus ganas hérmeticamente comprimidas por tantos meses de abstinencia y pánico por paranoia, algo que implicaba el pánico mismo, la vergüenza por sus repentinas inseguridades sexuales porque corporales no tenía, y la impotencia. Tampoco sabía cómo pedirle que le tuviera paciencia, más en ese momento porque se estaba rebalsando de ganas y de miedo de manera simultánea, tampoco sabía cómo sabía que tenía ganas, tampoco sabía por qué, y todo lo resumió en que una mujer también tiene necesidades, a veces extremas necesidades. Ah, y, por si fuera poco, como que, de tanto tiempo sin estar al tanto de su propia sexualidad, se había “oxidado”, por así decirlo; no se acordaba qué seguía; si el control le pertenecía a él o a ella. Pero no era que no se acordaba, era un simple ataque de ansiedad, en términos coloquiales y malinterpretados. Él se quedó estático, o parcialmente estático, pues no le arrebató ningún beso, sólo observó lo que probablemente pasaba por su cabeza mientras acariciaba su espalda y peinaba uno que otro cabello rebelde, que se había salido del moño, tras su oreja. ¿Qué vio? Nunca estuvo más en lo correcto que esa vez, pues no pudo descifrar qué era esa nube difusa de contaminación mental, algo que ni la dueña de dicha contaminación podía lograr categorizar.

 

- Mmm…- suspiró con pesadez, que se irguió y Phillip, en su atracción magnética, la siguió hasta erguirse con ella. - ¿Me ayudas con la cremallera?- susurró, manteniendo sus ojos cerrados y su respiración continua y profunda para relajarse.

 

Phillip llevó sus manos a su cadera, ella sintió el calor que la recorría suave y a paso milimétrico hacia la cintura para luego desviarse hacia su espalda. En cuanto tomó la cremallera entre su dedo índice y su pulgar izquierdo, Natasha apuñó el poco cabello negro que tenía él en su cabeza después de que lo había dejado con dos milímetros el primer día del mes del presente año. Phillip no gruñó aunque debía aceptar que dolía, pero nunca lo había tratado de esa manera, y no era del tipo de tirarlo del cabello para provocarlo, era de nervios, de simple y pura reacción nerviosa. La bajó lentamente y notó cómo recuperaba su cabello al no abusar de la piel que había abusado cuando la había subido hacía unas horas. De repente, Phillip se volvió a sentir en aquel momento en el que una mujer se había desvestido frente a él por primera vez, con ese pudor, con esa vergüenza, que se retiraba una manga para luego retirarse la otra mientras sus ojos permanecían cerrados y se cubría sus senos con sus manos como si se hubiera arrepentido de la intimidad del momento. Y se sintió igual que la primera vez que él había visto a una mujer desnudarse frente a él, como en un parque de diversiones, como en una confitería, como fucking Charlie at the Chocolate Factory.

 

- Hey…- susurró Phillip, ahuecándole la mejilla derecha y sonriéndole conmovedoramente. – Don’t beat yourself up- susurró de nuevo, haciendo que Natasha abriera los ojos.

 

- ¿No quieres?- preguntó en esa pequeñísima voz.

 

No respondió, pues no era decisión suya si iba a suceder o no, era decisión de ella y de nadie más. Él sólo la abrazó, dejando que su sien reposara sobre su hombro, y no le importó nada porque no lograba ponerse en sus zapatos, por eso no podía enojarse, porque su ignorancia, que no era falta de empatía, no lo dejaba.

 

- Vamos- sonrió, poniéndose de pie con Natasha alrededor de su cintura.

 

- ¿A dónde?

 

- A… no sé, ¿a dónde quieres ir?

 

- ¿Es en serio?

 

- Cien por ciento… ¿a dónde quieres ir?

 

- No quiero ir a ningún lugar- frunció su ceño. – Sólo quiero meterme en la cama, supongo- suspiró con un poco de frustración

 

- Entonces nos vamos a meter en la cama- sonrió, recostándola sobre la cama para luego alejarse e ir al clóset.

 

- No estoy entendiendo- murmuró, irguiéndose y volviéndose a Phillip, que sacaba algo de las gavetas de las pijamas de Natasha y luego se metía al baño para luego regresar con algodones y una botella en su mano. – De verdad que no te estoy entendiendo- lo siguió con la mirada, todavía con sus brazos cruzados sobre su pecho para cubrirse las evidencias de su feminidad.

 

- No hay mucho que entender- sonrió, arrojando la botella y los algodones sobre la cama para luego enrollar la seda y deslizársela a Natasha sobre la cabeza. – De pie- murmuró, y, dejando que la seda la cubriera hasta medio muslo, sacó el vestido por debajo de ella. – Step- y Natasha se salió de él al verlo en el suelo. – Sit- sonrió, agitando la botella, que ya los líquidos celestes se mezclaban de manera uniforme. – Cierra los ojos- y obedeció. Nunca había desmaquillado a una mujer, nunca había desmaquillado a nadie, pero sabía la teoría por ver, noche tras noche, cómo su esposa desmaquillaba sus ojos frente al espejo, y la fuerza aplicada era calculable; primero el párpado inferior, luego el superior, siempre en la misma dirección, luego las pestañas hacia abajo y hacia afuera. – Ya…- susurró al terminar su ojo izquierdo. – Hola- sonrió al ver sus ojos, y Natasha sólo se sonrojó.

 

- Sabes… de verdad no estoy enojada por lo de las vacaciones- susurró, observando a Phillip colocar la botella en una repisa y los algodones sucios en el basurero.

 

- Lo sé- sonrió, quitándose su abrigo y su saco al mismo tiempo. - ¿Cuántas horas te he visto esta semana?- murmuró, sentándose a su lado para quitarse los zapatos luego de haber arrojado su saco y su abrigo sobre el respaldo de una de las sillas. – No, ¿cuántas horas he podido estar contigo esta semana? Y, con “estar”, me refiero a una conversación que no sea sobre cómo me fue en el trabajo, o sobre qué se yo- se hundió entre sus hombros mientras colocaba sus zapatos, uno junto al otro, al lado de la esquina de la cama. – Me has faltado- Natasha ensanchó la mirada, pues tenía demasiado tiempo de no escuchar aquello. – Supongo que te he estado dando por sentada… y lo siento- suspiró, tomándole la mano.

 

- No entiendo- dijo con tono escéptico.

 

- Creo que no he estado muy al pendiente de ti- ladeó su cabeza. – Creo que, en las últimas semanas, todo ha sido trabajo, trabajo, y más trabajo y no te he dejado hablar… al menos, de lo que hablamos cuando nos vemos, es de mi trabajo, y de que te cuente qué estoy haciendo, y de que me desahogue de Whittaker y Bowen- suspiró, perdiendo su mano ante la de Natasha, pues ella ya le desanudaba la corbata y le desabotonaba el resto de su camisa, y él se dejaba.

 

- Mi vida, últimamente, no es tan interesante como la tuya, Phillip. Mi vida se ha resumido a mis sesiones de gimnasio con Thomas, a desayunar con mi mamá para ver su columna impresa, a mi mamá y a sus amigas; con esos desayunos o almuerzos que siento que dejo años gloriosos de mi vida entre las mimosas y las risas de gente opulenta, a planear la boda de Emma de principio a fin, y luego estás tú: te veo despertar cuando todavía está oscuro, te veo entrar y salir a la habitación, te veo entrar al baño y salir ya listo para trabajar, recibo mi beso en la frente, una sonrisa, una caricia en la cabeza o en la mejilla, y veo que te vas, luego no vuelvo a verte hasta que vienes a la hora de la cena. No contestas mis llamas, que ya sé que estuviste en una reunión y se te olvidó quitarle el silencio, estoy aquí con tu mamá, que me da una cátedra de alternativas para darle un nieto, porque nietas no quiere, y luego que no quiere que ni su nieta sea tocada por las manos de Emma. ¿Sabes lo increíblemente difícil que es no ahorcar a alguien que te dice que tu mejor amiga es como una enfermedad? Digo, peor aún luego de que me dijo que tenía un claro desperfecto por mis años de locura y promiscuidad en la universidad, porque eso es lo que se hace en una Sorority en Brown, ¿sabes? No sólo soy puta, porque once a hooker, always a hooker, sino que también estoy contaminada, por tantos hombres, que ningún cigoto va a querer convertirse en embrión adentro de mí, y, por si fuera poco, mi mejor amiga es el Anticristo. ¿Cómo estoy?- resopló ya histérica, y Phillip que sonreía como imbécil porque eso quería que sucediera, que se desahogara. – Te lo diré así como me lo dijo tu mamá- sonrió. – Sin ofender, I don’t give a single fuck sobre tu mamá y lo que piense ella de mí, de mis amigas, o de nosotros- y suspiró en completo desahogo.

 

- ¿Más tranquila?- sonrió, tomándola nuevamente de la mano.

 

- Bastante- se sonrojó.

 

- Gracias por decirme lo que te dijo con exactitud- se acercó a su sien y le dio un beso.

 

- Es sólo que no quiero que mañana vayas y le reclames por lo que me dijo, quedaré como la big wimp que se quejó contigo y que necesita que la defiendan

 

- No te defiendo porque creo que seas débil, te defiendo porque te mereces respeto- frunció su ceño. – Y lo hago por mí también, porque detesto ver que alguien puede llegar a lastimarte tanto con dos o tres palabras, algo que no hace casi nadie y que mi mamá es de las excepciones; eso me molesta, y me molesta por ella, porque no puede entender que no hay nada que pueda hacer para que yo me ponga de su lado y te trate como ella quiere que te trate, como que se le olvida que tus amigos son mis amigos y que, ante todo y sobre todo, vas primero… porque mi mamá no va a ser quién me consuele si me toca firmar el divorcio, porque mi mamá no va a ser lo primero y lo último que vea en el día, Dios me libre si es ella lo primero y lo último que veo en el día- sacudió su cabeza. – Mi mamá es mi mamá, y cualquiera puede criticarme por no darle el lugar de Santidad que se merece, porque ni es Santa ni parió a un Santo. Nunca va a dejar de ser mi mamá, pero mamá de parto, porque mamá de lazo maternal…- volvió a sacudir la cabeza. - ¿Qué mamá no intenta convencer a su hijo de catorce años de irse con ella a otra ciudad? ¿Qué mamá deja a su hijo de catorce años con un chofer, una cocinera y una Nana? Ella no estuvo ahí para muchas cosas, cosas hasta para las que tu mamá sí ha estado, ¿cómo va a ser eso posible? Si ella no estuvo ahí para cuando me gradué del colegio, de la universidad, si ni siquiera me llamó para felicitarme por conseguir un trabajo de asistente en Watch, ni para cuando me convertí en associate, ni cuando me convertí en partner, ni cuando me convertí en senior partner… si nunca me ha felicitado para mi cumpleaños pero se ha encargado de celebrarme a lo grande como si fuera una fiesta de cumpleaños de Preschool, si no me felicitó cuando me comprometí contigo, ni cuando me casé contigo, ni cuando…- sólo suspiró y suprimió el tema. – Ella no ha estado como mi mamá, el poder que quiere tener no lo tiene, y no se lo voy a dar, mucho menos si anda por mi vida, y por la tuya, ofendiéndote o poniéndote condiciones, mucho menos poniéndole condiciones a alguien que está más presente que ella en mi familia

 

- No… no sé qué decir- balbuceó.

 

- Sólo dime que estás más tranquila y que no le vas a hacer caso a mi mamá

 

- Lo prometo- sonrió.

 

- Así me gusta- se puso de pie y se quitó la camisa y el pantalón sólo para arrojarlos al respaldo de la silla.

 

- ¿A dónde vas?- lo detuvo antes de que fuera hacia el baño.

 

- A lavarme los dientes- resopló.

 

- No, no. Ven aquí- lo haló de la mano. – Creí que íbamos a ir a la cama… íbamos, plural de tú y yo

 

- Toda la razón- la haló de la mano y la trajo hacia él para él poder retirar las sábanas. - ¿De verdad te sientes mejor?- le hizo un espacio entre su costado y su brazo, que Natasha, muy complacida y muy sonriente, se acostó a su lado, apoyando su cabeza de su mano que tenía soporte del codo sobre la cama. Ella asintió. – Sabes… hoy, entre que estaba viendo cómo sobrevivía la noticia de las vacaciones fallidas… no sé, me puse a pensar en qué podríamos hacer después de que termine de hacer lo que tengo que hacer, o en los fines de semana que tengo el otro mes, o después, no sé

 

- ¿Y a qué conclusión llegaste?

 

- Bueno, sé que no puedo traer el mediterráneo al atlántico y que no puedo llevarte a Brasil- frunció su ceño, pero relajó su rostro al ver que Natasha apoyaba su mejilla sobre su pecho y se acomodaba en posición fetal, para verlo a los ojos, por falta de espacio entre Phillip y la orilla de la cama. – Y me puse a pensar en que no tenía exactamente a dónde llevarte impromptu

 

- ¿Entonces…?

 

- Hamptons, ¿no te parece?

 

- ¿Y convivir con mi familia?- rio. – Yo sé que yo no quiero

 

- Pensaba más en… no sé, tu tío fue un hombre muy generoso- sonrió.

 

- Ah…- resopló. - ¿Qué pasa con ese terreno?

 

- De nada nos sirve tenerlo si sólo hay césped, ¿o sí?

 

- ¿De qué estás hablando?

 

- ¿No crees que una casa se vería bien en un terreno como ese?- levantó sus cejas y acarició la mejilla de Natasha con su mano. – No necesitamos un castillo, así como parecen ser todas las casas allí, simplemente digo que podemos tener, por lo menos, un baño, una cocina, y una cama… y una piscina

 

- ¿Y esto sólo se te ocurrió?

 

- ¡Pop!- rio. – Sólo se me ocurrió

 

- Creo que es una inversión bastante grande- suspiró. – Pero también creo que, si es algo que tú quieres hacer, no veo por qué no… aunque la casa de mis papás siempre está a nuestra disposición, eso lo sabes- se volvió a su pecho y le dio un beso. – Lo mejor de ser nosotros es que no necesitamos de una casa en la playa, mucho menos en los Hamptons- sonrió, y volvió a besar su pecho. – Podemos decidir si queremos amanecer bajo cero en Siberia, si queremos amanecer en desnudos, en una hamaca y con una caipirinha en la mano en Trancoso, o si queremos tomarnos una fotografía en el Partenón al atardecer, o si queremos dormir en altamar… eso hacemos- sonrió y le volvió a dar otro beso. – Eso es porque podemos, porque queremos, y porque no tenemos la obligación de explotar lo que tenemos aquí para vacacionar

 

- Está bien- sonrió con sinceridad. – Y… otra cosa que se me ocurrió

 

- Tú dirás

 

- ¿Qué te parece si, de mis cincuenta horas a la semana, empiezo a trabajar sólo cuarenta?

 

- ¿Cómo piensas hacer eso?

 

- Ningún Senior Partner trabaja cuarenta horas, trabajan veinticinco o treinta y sólo para uno o dos clientes, y Whittaker y Bowen los dos trabajan para Bank of America y para el Deutsche Bank, Webb tiene sólo a NBC, y Schmidt a Apple. Yo tengo BNP, Citi, JPMorgan Chase y Wells Fargo… BNP se terminó, se lo voy a dar a tres Juniors, Citi y JP son míos, Wells Fargo se lo van a dar al sobrino de I-don’t-give-a-fuck-who que acaba de salir de la universidad.

 

- ¿Y te dejan hacer eso?

 

- Como el Estudio está bajo Trump, ese es mi comodín

 

- Pero el Estudio es personal

 

- Pero Trump no- sonrió. – Y Whittaker y Bowen dijeron que no había ningún problema siempre y cuando mantuviera las dos cuentas seguras

 

- Cuarenta horas…- murmuró.

 

- Treinta y cinco, en realidad- sonrió. – Puedo llegar a la misma hora e irme antes, pero puedo llegar después e irme a la misma hora, o puedo trabajar como imbécil tres días y no ir a trabajar el resto así como hace Whittaker. Amanecer contigo, desayunar contigo, ir a Central Park por la tarde a darle de comer a los patos, o poder ir yo a comprar ropa contigo y no pedirte que me compres algo, o poder acompañarte a reírme de lo que hablan las amigas de tu mamá- sonrió de nuevo. – O simplemente para ver una película contigo, o ir a Broadway a encontrar una obra que podamos ver veinte, treinta, cuarenta veces…

 

- ¿Y si regreso a trabajar?

 

- Regulo mi horario al tuyo, no es ningún problema. ¿Piensas volver a trabajar any time soon?

 

- Lo pienso, sí- le dio otro beso en su pecho y subió a su rostro, que se colocó sobre él con todo su cuerpo y los abrazó por los costados. – Aunt Donna me ha preguntado si quiero hacer un par de cosas con ella

 

- ¿Y?

 

- No es en los próximos meses, sería después de Fashion Week

 

- Pero acaba de ser Fashion Week- frunció su ceño.

 

- La siguiente- resopló. – Pero no es nada seguro

 

- Bueno, lo veremos cuando venga- sonrió, levantando sus brazos para quitarse su reloj, pues sino se lo tenía que quitar tras la espalda de Natasha y no sabía por qué eso no le agradaba, quizás porque le causaría escalofríos.

 

- Mi amor…- murmuró sonrojada al moverse un poco sobre él y notar la resaca de una media erección no resuelta.

 

- No te preocupes- sonrió, colocando su reloj sobre la mesa de noche. Vio a Natasha a los ojos y notó una convicción extraña que la hizo erguirse con su torso sobre él, quedando a horcajadas a la altura de su cadera. - ¿Qué haces?- frunció su ceño al ver cómo jugaba indecisamente con sus dedos en lso bordes de la seda de su babydoll.

 

- Haciendo…- susurró, y cruzó sus brazos para tomar los bordes contrarios y, así, retirar la seda hacia afuera. – Dejando de intentar- suspiró, y llevó sus manos a su moño para deshacerlo y dejar caer su cabello por sus hombros. – Supongo- concluyó con esa pizca de duda que nunca se esfumaba por completo.

 

- No es necesario…- balbuceó entre un susurro, pero había partes de su cuerpo que gritaban la necesidad rezagada.

 

- Shhh…- cerró sus ojos, como si quisiera ser invisible en ese momento de falta de confianza y convicción en sí misma, y llevó su mano hacia el interior de la Kiki de Montparnasse.

 

Phillip observó la escena sin la más mínima cantidad de éxtasis, sólo observaba como si le maravillara su falta de entendimiento de qué estaba sucediendo en realidad. Sus manos se posaron, sin su control directo, sobre sus muslos y los acarició lentamente de arriba hacia abajo mientras examinaba su rostro; limpio y puro, sin maquillaje que pudiera ocultar el miedo de la mirada cerrada, su mandíbula estaba tensa. Sus clavículas estaban saltadas, su pecho no estaba coloreado de ningún rojo aparente pero si invisible, sus senos eran motivo de saber que los había extrañado de esa manera, pues no era lo mismo en la ducha, que Natasha procuraba salirse en cuando él se metía, y que las veces que la había visto desnuda, desde aquel entonces, había sido únicamente de espaldas o uno que otro nip slip del que no tenía control por las ropas nocturnas. Estaban dilatados, tanto la areola como el pezón, ambos muy suaves a simple vista. Su abdomen respiraba hacia arriba y hacia abajo con lentitud, como si cada círculo que ella trazaba sobre su clítoris era una exhalación o una inhalación. Sus antebrazos estaban adheridos a sus costados, su mano izquierda se posaba abierta sobre su abdomen, como si abrazara su cintura, y su mano derecha se movía dentro de las capas de encaje que ofrecían cierta transparencia.

 

- ¿Está todo bien?- preguntó con un poco de miedo al ver que sacaba su mano y abría sus ojos pero no se los regalaba a él.

 

Ella asintió y sólo introdujo su mano derecha en sus bóxers para sacudirse en un escalofrío de hombros y estiramiento de cuello al sentir la calidez y le rigidez de lo que apenas tocaba. Agradeció silenciosamente, en el fondo de su psique, a Hugo Boss por hacerlos elásticos de todo milímetro, pues dejó que aquella longitud saltara entre sus piernas pero no para rozarla contra ella, pues simplemente pareció adherirse al vientre de Phillip con ese sonido de golpe suave. Llevó su mano a su entrepierna, que Phillip creyó que lo tocaría a él, pero no, simplemente deslizó el encaje hacia un lado, lo detuvo con su mano izquierda y, tomando a Phillip con la derecha, simplemente lo lubricó con lo que recién producía en su exhaustivo intento de querer sentirse capaz, poderosa, mujer, de sentirse nuevamente lo que apenas hacía algunos meses había sido. Phillip no se atrevió a tocarla, sólo podía apretar los dedos de sus pies y tensar su quijada con cada frote que sentía tan extraño pero tan perfecto. No se atrevió a permitirse un gemido, o un gruñido, ni un ahogo, ni un suspiro, simplemente se proclamó en volumen mudo para no asustarla o distraerla, para no cohibirla, para no interrumpirla, pues claramente eso estaba siendo de ella y no de él, aunque él no se quejaba en lo absoluto.

 

No era un vaivén sensual y lujurioso, no, más bien era temeroso y tímido, como si se estuviera redescubriendo, como si intentara activar aquellos puntos en los que sabía que le gustaba y que ahora desconocía. Se irguió un poco más, más bien estiró sus muslos para obtener una mayor distancia entre ella y Phillip, y, con un suspiro que dejó que un gemido agudo y de medio dolor se le uniera, intentó introducirse la punta de Phillip. No pudo. Respiró hondo y lo volvió a intentar, pero no quería ceder, y Phillip no quería estropearlo todo con pasar sus manos más allá de sus muslos para sugerir que utilizara su dedo primero.

 

- I’m sorry- suspiró con su voz entrecortada al darse por vencida, que dejó que su cabeza cayera en resignación hasta que su mentón se fusionó con su pecho.

 

- Hey…- susurró Phillip, levantando su rostro con su mano por su mejilla. Y momento de la verdad para Phillip, o se arriesgaba y se ganaba un llanto que le incomodaría por el resto de sus días, o no se arriesgaba y se ganaba un llanto que le incomodaría por el resto de sus días. La ganancia era la misma, ¿por qué no? Suspiró. – No uses eso- sonrió. – Puedes usar esto si quieres- dijo, esperando una bofetada del destino con tan sólo enseñarle su dedo índice. – Puedes hacerlo tú o puedo hacerlo yo, como quieras- dijo, por si lo anterior no hubiera sido suficiente tumba.

 

Natasha tomó su dedo en sus manos y, guiándolo a su entrepierna, lo sumergió con cierto pánico entre sus labios mayores y menores, haciendo que Phillip tosiera sólo para ahogar el gruñido por la inundación que había ahí. Frotó su dedo desde su vagina hasta su clítoris, lo frotó una, dos, cuatro, diez veces contra su clítoris, y luego, cuando le tuvo confianza a su dedo, lo guio a su vagina, en donde empezó a empujar con un gemido de repletitud que le acordó que le gustaba sentirse así. Lo dejó ahí adentro unos segundos y luego lo introdujo por completo, hasta donde pudiera el dedo alcanzar. Liberó la mano de Phillip, dejando su dedo estático dentro de ella y, volviendo a apoyarse con su mano izquierda de él, se recorrió lentamente con su mano derecha. Siempre con sus ojos cerrados.

 

- Ayúdame- abrió sus ojos para Phillip, que a él le enterneció que le pidiera ayuda, algo que nunca sucedía, mucho menos en ese ámbito.

 

- A lo que sea- sonrió. - ¿Qué hago?

 

- No sé, por eso te pido ayuda- se sonrojó.

 

- Lo voy a sacar, ¿de acuerdo?- le avisó, pues no quería sacarlo intempestivamente y causar algún tipo de herida o lo que sea, pues nada era imposible para él. Ella asintió y, lentamente, se fue sintiendo vacía conforme el dedo de Phillip la dejaba. - ¿Te puedo acostar?- ella volvió a asentir. Phillip se irguió, y, con delicadeza, la recostó sobre las almohadas y la acomodó hasta que se notara que estaba cómoda. - ¿Puedo?- señaló desde lo lejos su Kiki de Montparnasse mientras subía su bóxer a su cadera para no ponerle más presión de la que ya creía él que tenía ella. Con un suspiro, volvió a asentir y se sintió completamente desnuda hasta el punto de sonrojarse de sobrehumana manera, que se cubrió los ojos con su brazo para no ver, para no saber si Phillip se concentraba visualmente en su entrepierna, pues no había cerrado sus piernas, eso sería demasiado. - ¿Me vas a decir si cambias de opinión?- asintió. – Por favor, dime que me vas a decir

 

- Lo prometo- dijo en su pequeñita vocecita.

 

Se colocó parcialmente sobre ella pero sin dejar caer su peso, simplemente se apoyó de sus brazos para dejar el mínimo roce de su pecho contra el suyo, sólo para que sintiera por dónde estaba y por dónde iban sus intenciones. Le dio un beso en la frente, el beso más respetuoso que conocía, y bajó a sus labios para besarla muy, muy, muy despacio. Sin lengua, sin tirones, simplemente labios que se entrelazaban sin por qué ni para qué a pesar de que las razones y los objetivos eran tremendamente aparentes. Natasha lo tomó por la espalda alta, por los omóplatos que se le marcaban al estar apoyado de esa manera, y, en cuanto se movió hacia su cuello, reaccionó de la misma manera en la que había reaccionado con su cabello y la cremallera, sólo que ahora le clavó las uñas. A él no le importó a pesar de que aceptaba que ardía un poco. Supo que iba por buen camino porque ella estiraba su cuello para que la siguiera besando, y le estiraba el lado contrario para que lo besara. Regresó a sus labios para no presionarla, para no acorralarla ante la idea que iría directamente a sus senos, y, para ese entonces, las uñas se habían escapado un poco de su piel y se habían vuelto en caricias de palmas de manos que recorrían sus hombros y su nuca hasta terminar en su cabello pero sin apuñarlo.

 

Besó sus clavículas, del exterior al interior hasta llegar a su esternón, y luego bajó verticalmente, pasó por en medio de sus senos, que no fue que los omitiera o los ignorara, simplemente no quiso abusar de la confianza que le estaba regalando Natasha en ese momento, pues cuántas veces su confianza no se había derrumbado en segundos, que no era confianza en él, sino la confianza en sí misma y que le proyectaba a él. Besó su abdomen, que se salió de la línea recta que llevaba y simplemente la llenó de besos por aquí y por allá con la lentitud que llevaba para darle tiempo de aceptar, procesar, asimilar, prepararse y aceptar de nuevo. Llegó a la zona peligrosa, esa que siempre se marcaba por el elástico superior de cualquier tipo de ropa interior inferior, y le dieron el visto bueno al no sólo abrir más sus piernas para él, sino también al recogerlas para apoyarlas con sus pies sobre la cama. Besó el “infinito” que apenas se le veía, ese que él mismo le había dibujado ante el ocio y las risas postcoitales de celebración de compromiso privado. Intentó no sonreír ante la corta franja de vellos, pero no pudo y sonrió, y la llenó de besos porque había extrañado tenerla tan cerca. Se dejó caer sobre su abdomen sobre la cama y abrazó sus caderas por sus muslos, que, en el proceso, le tomó las manos a Natasha y entrelazó sus dedos, pues no había nada que sus manos no le dijeran; eran lo que la delataban siempre.

 

No fue directo a ceder a sus ganas de acordarse a qué sabía su esposa, sino que se desvió por el interior de sus muslos, iba y venía como quería pero se aguantaba los mordiscos, que en otro momento le habrían sacado una risa por cosquillas, o quizás un gruñido que no era capaz de sacar en ese momento. Y, justo cuando estuvo frente a frente con lo que estaba evidentemente coloreado de un rosado brillante y tenso, detuvo todas sus intenciones porque Natasha casi le fracturó los dedos.

 

- ¿Sigo?- le preguntó, viéndola directamente a los ojos.

 

- ¿Qué me vas a hacer?- preguntó sonrojada, que voy a dejar de decir que estaba sonrojada porque le duró toda la noche y parte del día siguiente.

 

- ¿Qué quieres que te haga?- sonrió, que cabe mencionar el hecho de que se sonrojó más. - ¿Quieres que me detenga?

 

- I have a full bladder- entrecerró su ojo derecho con una expresión de “mala suerte”.

 

- ¿De verdad?- le dio un beso a ese punto en el que sus labios mayores se partían en dos. Ella se negó con la cabeza. - ¿Quieres que me detenga?- repitió.

 

Tuvo que aceptar que el pudor nunca le había sentado mejor, bueno, eso creía Phillip, porque a ella le avergonzaba demasiado. Antes, antes de lo que ella se había diagnosticado con múltiples nombres, entre los cuales estaba “impotencia sexual”, antes, ante esa pregunta, habría levantado su ceja derecha, habría sonreído con su labio inferior entre sus dientes, habría reído nasalmente y lo habría tomado de la cabeza para que se lanzara de clavado hasta que la boca le doliera. Pero hoy no, hoy no pudo emitir respuesta convincente, era afirmativa pero negativa, era negativa pero positiva, sólo suspiró y cerró los ojos. Así de difícilmente fácil.

 

Quizás era por eso que Phillip y Emma no tenían ningún problema con el otro, con la invasión o intromisión del otro, o con los comentarios, opiniones, o lo que sea, pues eran tan parecidos que hasta les daba vergüenza aceptarlo. Quizás era el orgullo, o el Ego, quien les hacía sombra y no dejaban que esa semejanza se viera en la vida diaria o en el ojo público, pero, en cuestiones íntimas y en las que una cama, o la implicación de esta, tenía algo que ver, y que implicaba a la mujer, Natasha o Sophia fuera el caso correspondiente a cada uno, los dos se resumían a la adoración misma. Quizás y tenían el potencial para hacer el amor de la misma manera, con la diferencia de que Emma no tenía ningún problema con no tener problemas de erección que no fuera disimulada por un buen sostén y que Phillip estaba muy orgulloso de sus papás por haberle dado una buena educación y alimentación, y una buena dotación fálica.

 

En fin. Así como Emma hacía un momento, o en ese momento, pues las cosas corrían de manera paralela, él la besó con tal delicadeza que el término “violación gentil” nunca se le cruzó por la cabeza, que simplemente buscaba aceptación o aprobación para que siguiera adelante con sus besos, quería sentirse bienvenido de manera segura, sin titubeos físicos, psicológicos, emocionales, y todo lo que podía significar. Besó la superficie por lo mismo, y los besó una, y otra, y otra, y otra vez, y otra vez hasta que consiguió que lo dejaran pasar a un nivel más profundo y que no era precisamente su lengua. No utilizó ningún recurso más que sus labios para besar su clítoris, difícil por ser muy pequeño, pero nada era imposible para él. Con sólo un beso logró uno de esos gemidos que raras veces le había escuchado, pues era de esos pequeñitos de rebalse de excitación y necesidad, pues nunca antes había tenido tanta necesidad, sólo ganas. Se sacudió suave y rápidamente, como un escalofrío, y fue suficiente luz verde.

 

No eran precisamente besos, eran mordiscos labiales que terminaban en besos, succiones lentas y sin la intención de tirar de él o de sus labios menores, o de sus labios mayores, simplemente estaba tratándola, de allá abajo, como la trataría allá arriba. No sé cuántos tomaron, pues como pudieron haber sido cinco también pudieron haber sido seis, o siete, o diez, pero fueron los suficientes como para acordarle a Natasha lo que se sentía tener una primera vez a pesar de que no lo fuera, y había tenido varias primeras-veces-después-de-cierto-tiempo en su vida, y le gustaba porque no necesitaba de nada y necesitaba todo, en dosis intensas pero cariñosas, para ahogarse la primera vez, para emitir un gruñido junto con la exhalación, para experimentar la independencia de sus caderas. Y el miedo lo superó en un cincuenta por ciento ante la emoción de saberse para nada impotente.

 

- ¿Estás bien?- tuvo que preguntar ante el silencio extraño, que si no hubiera sido por el ahogo no se hubiera dado cuenta que había alcanzado el clímax de su sexualidad, aunque, por su expresión facial, ya no sabía si era clímax o una molestia por incomodidad.  

 

- Me corrí- susurró entrecortadamente, y estaba sorprendida por ello.

 

- ¿En serio?- resopló con una sonrisa, dándose cuenta, inmediatamente, que la risa quizás no era buena por prestarse a parecer una burla inocente y sin malas intenciones. Ella asintió así como si le diera vergüenza la sensación. - ¿Suficiente… o… sigo?- preguntó sonrientemente.

 

- Take them boxers off- sonrió, con una clara convicción en sí misma. – And be gentle

 

 

 

_________________________________________

 

Me disculpo por la tardanza y la ausencia, me estaré tardando un poco más de lo usual por no tener tanto tiempo libre. 

Saludos ;)

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