A veces pienso que existe la justicia. Vivo en un lugar en que las costumbres son muy diferentes a las del resto del mundo. Arcaicas, enraizadas en la población que no las cuestiona. Es un universo cerrado, odioso y maravilloso.
Alguna de esas costumbres son: el total desprecio por las mujeres y la esclavitud de ambos sexos. En algunos círculos las féminas no son consideradas como seres humanos.
Yo era el único representante de mi familia que quedaba. No era de los más poderosos, por lo que me despreciaban, lo que podíamos llamar, las fuerzas vivas del lugar. Pero una buena gestión de los negocios hacia que disfrutara de una magnifica posición financiera.
Para mi desgracia me enamore de la hija de uno de los mayores terratenientes de la zona. Intente acercarme a ella, pero su respuesta fue el mayor de los desprecios y cada vez que tenia ocasión, la humillación pública. Pase del amor al odio. Pero dado de quien era hija, era imposible tomar venganza.
Pero como decía al principio a veces se hace justicia. Por malas inversiones de su familia, ésta se vio abocada a la banca rota. La norma no escrita decía que los acreedores para recuperar su dinero podían disponer de todo el patrimonio del deudor que incluía las tierras, casas, animales, esclavos y si con esto no era suficiente los mismos deudores pasaban a ser esclavos de los acreedores o ser vendidos en pública subasta, aunque esto último pocas veces había sucedido por una mera cuestión de honor. La ruina económica era suficiente.
Me entere que el grupo al que le debían tanto dinero había decidido quedarse con todo y vender a los miembros de la familia como esclavos y según decían aun no cubrían toda la deuda.
Esto fue una conmoción en nuestra sociedad. Los padres de mi odiada vecina murieron repentinamente y no se aclaro lo que había ocurrido.
Fui informado del día de la subasta de los bienes expropiados y esclavos. No falte a la cita, aunque solo había una cosa que me interesaba.
Además de comprar a la perra que había humillado tanto, compre otros dos esclavos jóvenes para usarlos como animales de tiro en los carros de mi explotación agrícola.
Marta, que así se llamaba mi nueva esclava, en la subasta me miro con desprecio en la puja. Mirado que cambio a temor cuando no hubo más ofertas y veía que iba a ser mía. La oí llorar en la parte trasera de la furgoneta en que nos trasladábamos a casa.
Ya en la finca, me miro directamente a la cara. Vi temor en sus ojos además de odio. Me daba igual, pagaría por sus formas y desdenes. Con un simple hubiera bastado, pero se regodeaba riéndose de mí a la menor oportunidad que había tenido.
Recibió una bofetada del capataz, mientras le decía que al amo no se le miraba así, que era una falta de respeto. Sonreí.
-Llevarlos al herrero –dije-
El herrero no haría nada mientras que yo no fuera. Me demore a propósito para que Marta se pusiera más nerviosa.
Me encontré al hombre de los hierros preparado y los tres esclavos atados a un poste ya desnudos. Sorprendido vi que los dos animales no tenían la marca de su anterior propietario, era lo único que les faltaba.
Ordene que les pusieran mi marca. Sus gritos al recibir el hierro candente hicieron que la perra sufriera casi un ataque de nervios. Sabía que luego le tocaba a ella.
Mande al herrero que los llevara a las cuadras y me asolas con ella.
Me rogo que no la marcara, que si tal que si cual, su miedo se notaba. Sus suplicas hicieron que tuviera yo más ganas de márcala.
La ate mirando al poste donde estaba, abrazándolo, luego ate su cintura, muslos y tobillos, quedo completamente estirada y como en paralelo al palo. La mujer estaba llorando.
Cuando el hierro estuvo bien caliente, se lo acerque a la piel. Sintió el calor y comenzó de nuevo a suplicarme. Esta operación la repetí varias veces, dejando un tiempo entre una y otra, más de lo que necesitaba el hierro en calentarse de nuevo. Mientras le daba flojo azotes con la mano para que relajara los músculos.
Cogí la marca y cuando estaba desprevenida, se la aplique sobre su nalga derecha, un poco arriba. Su alarido fue terrible. Mantuve el hiero uno segundos, apretándolo. Conseguí una marca profunda y me gusto como quedo. Marta perdió el conocimiento.
En ese momento decidí, cambiando la estrategia que había pensado, dejarla tranquila en su primer día de esclavitud y que el resto del trabajo herrería se hiciera en otro momento, así sufriría mas.
Di instrucciones al capataz para que le encomendara las tareas más desagradables y me fui a cenar con una buena calentura.
Cuando termine de cenar seguía con la polla dura. Entre el personal de la casa había una jovencita, mujer libre, ya que no quería esclavas en el servicio. Los esclavos eran poco menos que animales así que me servían como criados.
Vino a recoger los últimos platos. Le hable de temas triviales y le pregunte si estaba a gusto en la casa. Se puso algo nerviosa ya que era la primera vez que yo la trataba de esa forma.
Me prepare una copa y otra para ella. Hice que se sentara junto a mi le ofrecí la copa, que por supuesto rechazo. Insistí hasta que la tomo. Debía ser la primera vez que tomaba algo de alcohol.
La dije la necesitaba para un servicio especial. Me pregunto de qué se trataba.
-Quiero que me hagas una comida de polla.
Se levanto y corriendo se dirigió a la puerta. Me interpuse en su camino.
-Mira –la dije- Esto lo puedes hacer por las buenas o por las malas, pero lo vas hacer. Tú elijes.
-Por favor, señor, no sé cómo se hace –contesto- Nunca he estado con un hombre, soy demasiado joven. Déjeme por favor.
-De rodillas –ordene-
Se arrodillo, yo me acerque y saque mi pene morcillón. Le cogí una mano y le lleve a mi polla moviéndole su mano sobre mi miembro que empezó a crecer.
-Ahora mételo en tu boca –dije-
-Por favor, señor –me suplico-
La di una bofetada mientras que la decía que obedeciera.
La joven se introdujo mi pene en la boca. No sabía que hacer con aquello en la boca.
-Chúpalo como si fuera un caramelo.
Lo hizo, pero mal. Comencé a moverme follándole la boca.
Al rato me separe de ella y con cierta suavidad le agarre de los hombros poniéndola de pie.
-¿Te desnudas tu sola o lo hago yo?
-Por favor, por favor –decía-
Agarre de la parte alta de la bata que llevaba como uniforme de trabajo. Los botones comenzaron a saltar.
-Te quiero desnuda ya –dije-
Ella se quito la bata rota y la fea ropa interior que llevaba.
Tenía un bonito y juvenil cuerpo, muy peludo el coño, no se lo arreglaba, algo propio de la gente de su clase.
La empuje contra la mesa, sujetando su cabeza contra la madera. Con el pie separe sus piernas todo lo que pude. Con la otra mano toque su sexo, estaba seco. La masturbe hasta que note que mis dedos se humedecían un poco.
Con saliva me moje la polla y apoye en la entrada de su vagina. La criada no dejaba de gimotear y de suplicar que la dejara. La fui penetrando poco a poco hasta que note cierta resistencia. Había topado con su himen.
Pare un poco, para que su coño se adaptara a la penetración y de un golpe de riñones destroce su virginidad. Estaba muy excitado, creo que por la mezcla de una jovencita virgen y por Marta. Fui rápido, solo me preocupe de correrme lo antes posible.
Cuando estaba a punto de llegar, la saque y la puse de rodillas. Se la metí de nuevo en la boca y allí me corrí obligándola a tragarse todo mi semen.
Se quedo llorando en el suelo mientras que yo salía del comedor. Desde la puerta la dije:
-La próxima vez quiero tu coño depilado, sin un solo pelo. Si no esta así, me ocupare yo mismo de hacerlo.
CONTINUARA