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Humillaciones (6)

en Dominación

El día siguiente pasó sin novedad. A la hora de recogida de los esclavos, Luisa fue a esperar la llegada de su propiedad. Mientras que llegaba, el capataz le informo del comportamiento de Marta.

Cuando llego fue llevada a una zona de los establos algo alejada de las cuadras. Fue atada a un poste donde quedo esperando a su ama. Luisa se demoro un poco a propósito.

  • Como te ha ido el día, perra –le preguntó-
  • Bien ama, como todos –respondió-
  • ¿Has cumplido con tus tareas?
  • Si ama –dijo Marta- aunque me faltaron cuatro o cinco minutos.
  • Eso no me vale y tendrás tu castigo, lo sabes.
  • Sí, señora, lo sé.
  • Bien. Tu sinceridad tendrá una recompensa pero cuando me parezca bien a mí.

Marta calló.

  • Ahora vamos con tu castigo –dijo Luisa- Confió en que lo aguantes y no tenga que atarte.
  • Lo intentare, ama -contesto la esclava-

Luisa busco por el establo una tabla de madera de unos 60 cms de longitud.

  • Arrodíllate –ordeno con una fría voz que yo no había escuchado antes-Marta obedeció.  Extiende las manos con las palmas hacia arriba.
  • Vas a contar los reglazos y después de cada uno me darás las gracias por corregirte y no pierdas la cuenta por que volveremos a empezar.
  • Si, ama –contesto Marta-

El primer golpe fue en la mano derecha. La esclava lo aguanto bien y dijo lo que tenía que decir. El segundo fue a la izquierda.

Después de seis o siete reglazos, Marta aullaba de dolor, lloraba y bajaba y se frotaba las manos pero su ama no tuvo que ordenarle que cogiera de nuevo la postura.

Fueron veinte palmetazos en cada mano.

  • Ponte en pie –ordeno-

Se acerco a la esclava, la desato y la llevo a su establo.  Una vez allí, paso una cuerda por las anillas de los pezones, luego ató los extremos a una argolla de la pared.

Le acaricio el pelo y seco alguna lagrima de su cara.

  • Espero no tener que castigarte mañana –dijo Luisa-Dicho esto, salió de los establos.  Marta guardo silencio, esperando su cena.

Una vez en nuestro cuarto y cuando comenzamos a follar, note que Luisa estaba mojada. Se lo dije.

  • Es que me excita mucho cuando castigo a Marta –fue su respuesta-Eso ya lo había yo notado en su cara.
  • Pienso en las veces que te humillo cuando la azoto y me pone mucho verla así.
  • Vale –repuse- pero no abuses, no la castigues sin motivo y si es por placer díselo, quizás se sienta humillada pensando en que su dolor te place.
  • O quizás le guste ser tratada así –dijo con una sonrisa picarona- No te preocupes, así lo hare.

Los polvos de esa noche fueron geniales.

000O000

El día siguiente Marta cumplió con sus tareas en tiempo. Luisa estaba esperándola ya había sido informada por el capataz.

  • Como te fue, esclava –le pregunto-
  • Muy bien, ama. He terminado a tiempo.
  • Lo sé. Es genial.

Luisa saco una chocolatina y comenzó a comerla. Miro a Marta y le dio un trozo.

  • Voy a ordenar que te laven.
  • Sí ama.
  • Mejor aun, perra. Te vas a lavar tu sola –dijo Luisa- Espero que no me decepciones y te masturbes a pesar del tiempo que llevas sin tener un orgasmo. Si lo haces lo sabré.
  • Gracias, señora –contesto la esclava-Cuando ya salía se volvió y le pregunto:
  • Marta –era la primera que vez oía que le llamara por su nombre- Quieres te traigan un par de esclavos para que les chupes las pollas.
  • Lo que usted quiera, señora –contesto-
  • Eso ya lo sé –repuso Luisa- ahora quiero saber si te apetece o no.
  • Aunque me ponga mala, me apetece ama, hace ya mucho que no toco un pene.

Luisa salió de los establos. Busco al capataz, estaba con unos peones. Después de los saludos le dijo:

  • Juan, mañana deja a la perra en su establo hasta que yo venga.
  • Desde luego, señora.
  • También llévale a que se lave, que lo haga ella sola, pero vigila. Ah y tráele dos esclavos jóvenes para que les coma las pollas todas las veces que ella quiera, díselo de mi parte.

Descuide señora.

000O000

 

La mañana siguiente, Luisa, se demoro en salir a los establos. Una vez en ellos ordeno al peón de las cuadras que prepara el cabriole y a su esclava la pusiera los correajes.

Mientras que sus órdenes eran cumplidas, dio una vuelta por la estancia. Yo la observaba desde mi despacho. Realmente parecía una dama de alta cuna, vigilando sus posesiones. Creo que en ese momento decidí que sería la madre de mis hijos, pero eso no es cuestión de esta historia.

Cuando le avisaron, Luisa despidió al peón y entro al establo.

-¿Te gusto el regalo de anoche?-pregunto a la esclava-

Como con el bocado no podía contestar, Marta, afirmo con la cabeza.

-Ya sé que te portarte bien en la ducha. Ahora voy al pueblo, necesito hacer unas compras.

La perra quiso hablar y emito unos sonidos guturales. Luisa la miro. Estaba roja y las lágrimas asomaban a sus ojos.

-Te da vergüenza y no quieres ir –le dijo Luisa- Eso a mí no me importa. Eres una esclava y solo debes obedecer sin rechistar. Además algunos de tus antiguos conocidos ya te han visto en la hacienda y resto saben lo que eres actualmente. Ya deberías estar acostumbrada.

Se montó en el carricoche y con el látigo corto arreo a la yegua. Vi como enfilaba el camino hacia el pueblo.

La noche anterior Luisa me informo de lo que pensaba hacer, deseaba comprar algunas cosas. Me pregunto si era correcto ir con el cabriole y una yegua.

-Es tu esclava, puedes hacer lo que desees-respondí-

Conociendo sus intenciones, me había preparado para seguirla ya que tenía mucha curiosidad por lo que pudiera ocurrir.

La excursión al pueblo trascurrió sin incidentes, salvo los malos ratos que pasó Marta cuando se cruzaban con algún conocido. Eso me gusto, así la puta sabría lo que yo sentí cuando ella me humillaba en público y en privado. Había hecho muy bien regalándosela a Luisa. Sabía humillarla mejor que yo.

Una vez que Luisa terminó sus compras, tomaron el camino de regreso. Dentro de las tierras de la hacienda en lugar de ir a la casa, se dirigió hacia una zona alta, donde no se cultivaba nada porque era casi todo terreno de rocas.

Vi como a la yegua le costaba trabajo trotar por el camino. Su ama necesito usar el látigo en varias ocasiones. Paro el carricoche entre unos árboles y Luisa se bajo. Yo pare y escondí mi todo terreno para que no lo vieran cuando bajaran y me acerque todo lo que pude.

Lo primero que vi fue a Luisa acariciando a la pony y diciéndole lo bien que se había portado. Luego le quito el bocado y le dio de beber. Marta estaba sudando y se tomo el agua con avidez. Luego le metió algo en la boca. Debía ser chocolate o alguna barrita energética.

El siguiente trozo, Luisa, se lo puso en la mano y se lo ofreció a la esclava. Esta debió bajar la cabeza para poder cogerlo con su boca. Para el tercero debió doblar una rodilla, cosa nada fácil estando enganchada al cabriole.

Le dio algún trozo más y también un poco de agua. Luego le ordeno ponerse de pie. Volvió a acariciarla, los muslos, la grupa, la espalda, incluso los pechos. No era nada erótico. Marta comenzó a gemir, la puta se estaba excitando. No sé si Luisa se dio cuenta pero persistió durante un buen rato con las caricias. Nunca lo supe ya que no podía preguntarle sin delatar que las había espiado.

-He venido hasta aquí para que hablemos –dijo Luisa- Creo que en el rancho las paredes oyen.

Joder con la chiquilla, era lista. Creo que yo no había cometido ningún error en vigilarla.

-Ya sabes que en estas tierras se valora más a un animal que a un esclavo. Quiero una yegua y tú eres mi esclava por lo que te podría usar como tal sin cambiar tu estatus.

Hizo una pausa  y prosiguió.

-Pero deseo que mi animal lo sea de forma voluntaria. Tu vida cambiaria de nuevo, pero ya serias algo más que una esclava. Tendrías un entrenamiento duro. Piénsalo y mañana me respondes.

Le coloco de nuevo el bocado y se subió al cabriole. Antes de arrearla le dijo:

-Si decides ser mi pony y me fallas, te vendería a algún burdel del puerto. Sopesa las ventajas y el riesgo.

Con las cinchas en las manos arreo a Marta iniciando el regreso a la casa.

000O000

Cuando nos fuimos a la cama y comencé a desnudarla, vi que llevaba puesto el corpiño que me había dicho que se había comprado.

Le apretaba y subía los pechos. Era de encaje negro, semitransparente, se adivinaba más que lo que  enseñaba.  Estaba realmente bella.

Era ardiente, le gustaba mucho el sexo. Me hizo una buena mamada y luego la folle. Al rato comenzó nuevamente a comerme la polla. Lo hacía lentamente. Cuando me la puso dura, me dijo:

-Quiero que me la metas por el culo. Pero no tomes tantas precauciones. Si me duele me aguanto.

-¿Por qué lo quieres así? –le pregunte-

-La otra noche, con las molestias, me puse loca de excitación –contesto- Quiero probar a ver lo que pasa.

La bese. Ella se puso a cuatro patas. Moje mis dedos con saliva y se los fui introduciendo para abrir ese cerrado culito. Cuando los saque, comprobé que su vagina se estaba llenando nuevamente de jugos. Lo aproveche para mojar mis dedos de nuevo y le eche saliva en el ano.

Estuve así un rato, Luisa comenzó a gemir. Puse mi pene en la entrada de su culo y comencé a penetrarla. Despacio pero con menos consideración que la primera vez.

Dejo gemir. Suspiraba y daba pequeños gritos. Yo me paraba.

-No pares –me dijo-

Ya tenía más de media polla dentro de su culo. De un solo golpe de riñones se la metí entera. Eso sí que le dolió.

Paré para que su dilatado ano se acomodara. Al rato la oi decir:

-Ya puede seguir.

Comencé con el bombeo. Luisa daba grititos y suspiros. Entre ellos me decía sigue, sigue, no pares.

La complací, no volví a parar. Por su parte comenzó a gemir de nuevo. Con una mano comenzó a tocarse el clítoris.

Los gemidos se transformaron en gritos de placer. Disfrutaba como una perra, yo también lo hacía, comencé a ir más lento para disfrutar más.

Empezó a tener el orgasmo. Primero lento pero luego fue una explosión cuando sintió mí semen inundar sus entrañas.

Caímos sobre la cama y así nos quedamos dormidos.

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