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Humillaciones (5)

en Dominación

Al regreso de las compras dije a Luisa que se vistiera para la cena. Cuando bajo vi que se había puesto un vestido por encima  de las rodillas. Se había peinado y maquillado. Estaba guapa, muy guapa. Nada más verla tuve una erección. La condenada cría me excitaba y mucho.

Después de cenar, atendí unos asuntos y nos fuimos al dormitorio.  El trayecto fue entre besos y caricias. Tras cerrar la puerta y notando mi erección, se separo.

-Espera –dijo-

Fue al centro de la estancia y se quito lentamente el vestido.  Fue apareciendo un bonito conjunto de lencería de encaje, negro que contrastaba con su piel. Dio un par de vueltas sobre si misma, exhibiéndose. Estaba espectacular y ella lo sabía.

Me hizo señas para que me acercara. Nos besamos y así fuimos a la cama. Me desnudo, me sentó. Se arrodillo  y comenzó a hacerme una mamada. Lenta, muy lenta, como sabia que me gustaba. Después de un buen rato y llevarme un par de veces al punto de no retorno hizo que me acostara.

Se quito la lencería, subió a la cama y comenzó a lamer mi cuerpo, como si me hiciera  un pijama de saliva. El contacto con su suave piel termino por encenderme.

Cuando llego a mi boca, le gire y posicione a cuatro patas. Pase mis dedos por su vagina y como esperaba, estaba empapada. Metí mis dedos comenzando a masturbarla. Comenzó a gemir como una perra caliente. Alternaba mis dedos entre su coño y el ano. Tenia ganas de correrme dentro de ella, pero aun no le había llevado al médico para tomar medias, ya que no deseaba preñarla, era muy joven.

Hice que se corriera. Una vez que termino, la penetre. Su vagina era como una pista de patinaje lubrificada. Moje un dedo y lo introduje en su culo. Me quede quieto y deje que fuera ella la que se deslizara por mi polla. Me ti dos dedos en su ano.

Comenzó a gemir. Yo inicie movimientos acompasados con su ritmo y meter y sacar los dedos de culo. Los gemidos aumentaron de intensidad. Los dedos que metía en su ano, los mojaba en los jugos que salían de su vagina.

Estábamos a punto de corrernos, cuando se me ocurrió metérsela por su virginal culo. Me pare en seco y saque mi polla.

-¿Por qué paras? –me pregunto con voz decepcionada.

-Quiero follarte el culo, Luisa –respondí-

-Soy tu puta –dijo-haz lo que te apetezca.

Le explique las consecuencias dolorosas que posiblemente tendría dicha acción.

-Soy tu puta –repitió- estoy a tu disposición y si duele me aguanto.

Le volví a introducir un dedo, en seguida un segundo, eso la entraba con bastante facilidad. Le indique que se masturbara al mismo tiempo.

-Relájate –dije- sobre todo el esfínter.

Luego con cuidado introduje un tercero y comencé a follarla de esa manera. Volvió a gemir. Al rato saque los dedos y apoye la punta de mi polla en el estrecho ano. Ella se estremeció.

-Sentirás molestias, son inevitables –le indique- pero si te duele dímelo para que pare.

Comencé a penetrarla lentamente, empujaba un poco y paraba para que su culo se fuera acostumbrando a la dilatación que provocaba mi pene. De vez en cuando emitía pequeños gruñidos, suspiros y gemidos en una mezcla que me excito mucho.

Tarde bastante hasta que toda mi polla entro en su recto. Nos quedamos un rato quietos.

Inicie unos movimientos lentos. Tenía tan apretado mi pene con la presión de su ano que me costaba trabajo el mete-saca.

Poco a poco comencé a entrar con mayor facilidad. Fui aumentando la velocidad. Luisa seguía masturbándose, termino por correrse mientras que yo seguía follándole el culo.

Mis testículos empezaron a pegar en las nalgas de la chica. Eso fue como un acicate para ella que comenzó a mover las caderas. Yo trataba de controlar mi corrida para alargar el momento de tan intenso placer.

No sé si encadeno varios orgasmos o fue uno continuado, pero estaba frenética, se movía como una loca.

Por fin me corrí dentro de ella. Fueron unos orgasmos muy intensos y caímos derrengados en la cama.

oooOooo

Pasaron algunos meses. Las cosas seguían su curso habitual, es decir, Luisa y yo follando como conejos, a la menor ocasión que teníamos y cada vez haciéndose más la señora de mi hacienda. Sin estar enamorado de ella, la verdad, me gustaba mucho la chica y creo que ella comenzó a quererme. Marta, la esclava, seguía como pony de carro. Me había olvidado de ella y de mi desprecio hacia su persona. La veía de vez en cuando tirando de su carrito y con su cinturón de castidad puesto, ya casi un año sin sexo.

Luisa me pregunto alguna vez por la perra y el motivo de haberla comprado cuando se arruino su padre. Le conté algunas cosas sobre ella y de los desaires que me dedico.

El capataz me conto que Luisa le había rogado que si era posible que sometieran a mucha carga de trabajo a Marta, ya que había observado que su lindo cuerpo de veinteañera se estaba musculando mucho. Le dije a Juan que le aliviara de cargas pesadas, más que nada por complacer a mi niña.

Se acercaba el cumpleaños de mi amante. Decidí dar una fiesta en su honor, invitando a los amigos y vecinos para presentarla en sociedad, aunque algunos de ellos ya la conocían.

Llego el día señalado. Cuando nos despertamos la felicite y le di el regalo de cumpleaños, un juego de anillo, pendientes y pulsera.

El día pasó de forma habitual. Llego la tarde-noche y comenzaron a llegar los invitados. Fue una fiesta magnifica. Luisa lucia esplendida con un vestido de fiesta y el regalo que le hice. Hice un pequeño brindis. En ese momento apareció un peón que traía a Marta. Llame a mi joven amante y comencé a decir:

-Luisa, ahora delante de todos los amigos y empleados de la hacienda te voy a entregar el regalo por tu cumpleaños.

El peón acerco a la esclava hasta donde estábamos.

-Mi regalo –proseguí- es esta esclava. Aquí tengo la documentación que te acredita como única dueña de la esclava conocida como Marta.

Le di los papeles. Luisa se puso roja, supongo que por  vergüenza. Por el contrario, Marta estaba blanca y con una mala cara, conociéndola seguro que pensó otra humillación, ahora propiedad de una cría de 16 años.

A la mañana siguiente hablamos de su nueva propiedad, le dije que como era de ella, podía hacer lo que deseara con ella, sin contar con nadie, ni siquiera conmigo. Que si en algún momento quería consejo o ayuda que me lo dijera a mi o a Juan, el capataz. La conmine que fuera a verla y tomara posesión de la esclava, el capataz estaría con ella. Yo no me quería perder el momento por lo que me acerque a los establos y escondido vi la escena.

Cuando Luisa entro, Juan estaba terminando de supervisar la salida del último carro.

-Buenos días, señora –saludo-

-Buenos días, Juan –respondió- pero no me llames así, yo soy la misma, trátame como siempre.

Esa actitud por parte de Luisa me gusto.

-Ahora es la señora, la ama y así debe ser tratada, que pensarían los peones en caso contrario no la respetarían.

-Yo sigo siendo la misma –repuso- para ti soy Luisa.

-Bueno, cuando estemos solos o con el amo, te llamare así, ya que es tu deseo, pero delante de otras gentes, serás la señora.

-Vale, me parece bien, Juan.

Anduvieron hacia el habitáculo donde espera la esclava. Estaba tumbada sobre la paja.

-Levanta y saluda a tu ama –dijo el capataz-

-Buenos días señora –contesto la mujer-

-¿Tienes nombre? Pregunto Luisa.

-Marta.

En esto el capataz le dio un fustazo en el costado. No hizo falta decir nada.

-Marta, ama.

-No está mal, seguirás usándolo, si no me ocurre cambiártelo. No sé qué hacer contigo, perra.

Antes de que siguiera, Juan intervino para que metiera la pata con la esclava, aunque no importaba dada su condición.

-Puedes hacer lo que quieras, incluso venderla, lo que sea.

-Ya me lo dijo el amo –respondió Luisa- Sacaría un dinero por ella.

-Para eso lo mejor es venderla como puta a un burdel del puerto, es donde más pagan y vista la esclava te darían una buena cantidad de billetes.

Por la cara de Marta supe que la horrorizaba esa posibilidad.

Comenzaron a caminar hacia la salida dejando a la eslava en su cubículo.

-Juan –dijo Luisa- esta demasiado musculada para mi gusto. Que no siga como pony de carro. Para hoy dale tareas desagradables, que lo pase mal y además que no le dé tiempo a terminarlas.

-Eso es fácil –repuso- Imagino que tienes algo en mente.

El resto de día pasó sin novedad aunque Luisa se pasó todo el rato en el ordenador. No sabía que estaba viendo, pero seguro que me enteraría.

El resto de la jornada paso sin novedad. Ya por la tarde, fue informada por el capataz de que la esclava no había cumplido con su trabajo, como estaba previsto.

Yo tenía curiosidad por saber lo que pasaba por la mente de mi amante, así que volví a mi escondite para ver lo que iba a ocurrir.

Luisa llego acompañada por Juan que se quedo en la puerta y oí que le decía:

-Si ves que me excedo o hago mal alguna cosa, entra.

-No te preocupes –respondió el hombre-

Fue directamente al cubículo donde estaba Marta. Al ver a su ama, se puso en pie.

-Estoy muy disgustada –empezó a decir la nueva señora- Por tu culpa me han puesto la cara colorada.

-Ama, yo  –empezó a decir la esclava-

-Silencio –ordeno con voz autoritaria- solo hablaras cuando te pregunte alguna cosa. No has cumplido con la tarea encomendada. Recibirás un castigo por ello y otro más por avergonzarme.

Cogió una tabla, con forma de regla. Le ordeno extender las manos con las palmas hacia arriba. Le aplico diez reglazos en cada mano, alternándolas y dando un tiempo para que recompusiera la figura después de los gritos. Marta lloraba, pero no pidió clemencia, no sé si por miedo a enfadar mas a su ama o por orgullo.

-Este ha sido el castigo por no cumplir con tu trabajo, perra-dijo Luisa-

Observe un cierto rasgo de piedad o ternura cuando se acerco y le acaricio el pelo y la cara o quizás  solo era  estrategia.

Una vez tranquilizada Marta, su ama le pregunto:

-Te queda el castigo por dejarme mal ante los demás ¿crees que tendría que ser más duro que el que has recibido?

-Supongo que para usted eso será más importante que no haber cumplido con el trabajo –respondió-

-No dudes –dijo Luisa-

Con una cuerda trabo los tobillos de Marta y la sujeto en un poste de madera. 

A continuación  cogió una fina cuerda. Ato un extremo en una argolla de la pared, luego paso el cordel por las anillas que pendían de los pezones de la esclava y la otra punta la ato a la argolla. Tenso todo lo que puedo la cuerda. Los pechos de la mujer se estiraron, yo creo que todo lo que daban de si. Era una posición incómoda.

Con una de las muchas fustas que había en los establos, Luisa, comenzó a azotar los pechos de la esclava. No sé cuantos fueron, pero vi que el capataz iba a entrar cuando paro. Se quedo esperando.

Luisa le dio un par de minutos de descanso y comenzó a azotar las nalgas. Lo hacía despacio, separando los golpes, recreándose. En esta ocasión Marta pidió clemencia.

-Por cada vez que hables, recibirás dos fustazos extras –fue su respuesta a la suplica-

En total fueron veintidós.

-Espero no tener que castigarte de nuevo –le dijo mientras que le acariciaba de nuevo.

Luisa salió del establo dejándola atada. Así permaneció hasta la hora de la cena.

Esa noche note que Luisa más activa en la cama, me dijo que estaba muy excitada.

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