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La escuela (1) la entrevista

en Dominación

Me llamo Julia, tengo 28 años, aunque cuando empezó esta historia tenía dos menos. Físicamente soy del montón, quizás por destacar alguna cosa tengo una cara bastante agradable. Trabajaba como periodista, soltera, sin grandes cargas familiares.

Desde que me licencie empecé a trabajar como becaria en un periódico de mi ciudad, luego de unos meses pase a ser de plantilla. Ganaba lo suficiente para vivir medianamente bien. Dentro de los diferentes apartados del periódico está adscrita a la sección de local. Eso no quería decir que no hiciera otras informaciones y algunos reportajes para el dominical por encargo del director.

Un lunes, cuando termino la reunión de redacción, el director me dijo que esperara.

-Mira Julia quiero que hagas un reportaje sobre una cosa que se llama “La escuela”. Es un tanto especial ya que es una escuela de sumisas, donde se enseña a chicas y mujeres a ser sumisas. ¿Te crea algún problema el tema?

No me gustaba nada, pero evidentemente acepte el encargo.

-Tengo concertada una cita con el director para el próximo jueves. Le llamare para confirmarle la visita y darle tu nombre.

En los días que disponía me informe todo lo que pude sobre el tema y vi algunos videos en la red. Debo confesar que no me gustó nada de lo que leí y mucho menos lo que vi.

Llegado el día me persone en la dirección acompañada por el chofer del periódico. Era una amplia casa en medio del campo con altas tapias de ladrillo. Nos identificamos y nos dijeron que siguiéramos el camino hasta la puerta de la mansión. Vi unos grandes jardines y terrenos adyacentes a la construcción.

Nos recibió una mujer de unos 35 años, vestida con un traje sastre y peinada con un moño. Nos pasó directamente al despacho del propietario, el señor Mendoza.

Estaba sentado en su mesa de trabajo, inmediatamente se puso de pie, nos saludó y se presentó como Alberto Mendoza. Debía tener unos 55 años, algo pasado de peso pero se le veía bien.

Empezamos a hablar de temas generales, como para romper el hielo, poco a poco fuimos derivando hacia lo que hacía que yo estuviera allí.

-Mire usted, señorita, creo que lo mejor es que me pregunte lo que quiera –dijo el hombre-

-¿Por qué crea una escuela como esta?

-Evidentemente porque había demanda –respondió entre risas- Yo siempre me he movido por este mundillo del bdsm, vi las carencias que había y me decidí.

-Y ¿Cómo recluta a sus pupilas?

-Yo no las recluto, solo hay dos formas de que entren en la escuela. Todas lo hacen voluntariamente, la mayoría de los casos son por querer aprender a ser unas buenas esclavas y en otros casos, minoritarios, son mujeres que ya tienen un amo y que de muto acuerdo entre ellos ingresan para aprender y avanzar en su esclavitud.

-Supongo que serán chicas jóvenes, bellas y guapas ¿no?

-Se equivoca Julia, evidentemente hay chicas jóvenes y pero otras no lo son tanto, desde los 18 años son admitidas pero también tenemos o hemos tenido hasta los cuarenta y tantos –respondió- En cuanto a la belleza le diré que en el mundo del bdsm no es fundamental, desde luego es un aliciente, pero el verdadero dominador aprecia más otras características que la belleza en una sumisa.

-¿Cuánto tiempo están aquí, Sr. Mendoza?

-El tiempo mínimo es de dos semanas y el máximo de doce. Por ambas partes se firma un contrato al respecto.

-Ese tiempo ¿es suficiente?-pregunto la periodista-

-Normalmente sí, pero hay casos en que repiten, ampliando su estancia en la escuela pero nunca por periodos superiores a las doce semanas, pero si pueden venir las veces que lo deseen.

-Supongo que de sus métodos no me comentara nada.

-Evidentemente, Julia, no es conveniente, espero que lo comprenda.

-Y de la financiación que me puede decir, ya que visto lo visto, no será barato mantener el complejo.

-Las mujeres que voluntariamente quieren adiestrarse no tienen gastos por su estancia. Las que tienen amo, son estos los que abonan la cuota según el tiempo que vayan a estar con nosotros –respondió el hombre-

-Ya que me ha dicho que esos son casos minoritarios, creo que no será suficiente.

-La otra financiación que disponemos son amos sin esclava que practican con nuestras pupilas pero dada su curiosidad le diré que alguna de las voluntarias que han pasado por aquí y no encuentran un dueño, vienen para que la escuela las venda como esclavas al mejor postor.

-¿En subasta?

-De eso no le voy a dar detalles –contesto con su mejor sonrisa-

Se incorporó dando terminada la entrevista. No sé qué había pasado o que le había molestado, iba todo muy bien.

Cuando llegue a la redacción hable con el director y llegamos a la conclusión que no había suficiente materia para un reportaje. Necesitábamos más, alguna entrevista con las mujeres de la escuela o algún amo, pero pensamos que eso iba a ser muy complicado.

Pasaron unos cuantos días. Yo sabía que tenía una buena, buenísima historia, pero me faltaban datos y no valía especular.

Entonces tome una decisión que no intuía lo trascendental que iba a ser para mi vida. Se lo dije a mi director y me concedió el permiso.

A la mañana siguiente llame al Sr. Mendoza para concertar una nueva cita. Curiosamente no puso ninguna pega, cosa que yo no esperaba.

Me presente a la hora convenida. Me recibió en su despacho. Tras los saludos de rigor me pregunto:

-Señorita Julia ¿a qué debo el placer de su visita?

-No sé, D. Alberto, no sé si ha notado  que no ha salido ningún reportaje sobre su escuela.

-Me he dado cuenta, sí.

-Con los datos que tengo no puedo hacerlo. Me falta información.

-A usted se le ha ocurrido alguna solución para eso –era listo, muy listo-

-Pues sí.

-Dígame, dígame.

-Desearía ver lo que hacen aquí desde dentro y había pensado que tal vez podría ingresar por un periodo de dos semanas en su establecimiento.

-Como esclava –lo dijo más como afirmación que como pregunta-

-Desde luego, como una más de las mujeres que ingresan.

-Mire, me va a dejar que lo piense, deme su número de móvil y el viernes la llamare con lo que decida.

Salí de allí. Me decía estás loca, como se te ocurre semejante idea, con lo que has leído y visto en los videos. Loca, definitivamente loca, aunque siempre podía echarme para atrás.

De vuelta a la redacción le conté todo a mi director y quede a la espera del viernes.

Llego el día, fueron pasando las horas y no me llamaba, pensé de todo, que no le interesaba la propuesta, que me había tomado por loca, yo que sé.

Cuando estaba comiendo en el restaurante del periódico sonó el móvil. Era D. Alberto.

-Buenos días o tardes, Julia.

-Ah, hola, ¿qué tal?

-Bien, ¿sigue interesada en su idea?

Dude, pero armándome de valor le dije que sí.

-Bien, el lunes a las nueve de la mañana le espero en mi despacho.

El fin de semana fue frenético. Arregle algunos asuntos que tenía pendientes tanto personales como de trabajo, comí con el director del periódico que me confeso que no sabía que decirme.

El lunes a la hora citada estaba yo en la escuela. El sr. Mendoza no me hizo esperar. Después de saludarnos comenzamos a hablar y me dio el contrato que debía firmar.

-Léalo atentamente, cualquier duda pregúntela y si está de acuerdo firme.

Lo leí y más o menos era lo yo esperaba. Solo había una cosa que me llamo la atención y era una palabra clave que podría usar para terminar anticipadamente el contrato y salir de la escuela. Le pedí que me lo aclarara.

-Hay casos que las alumnas no son capaces de soportar su estancia por ese motivo esta esa cláusula pero le diré que solo es para la primera vez que están aquí, a las repetidoras no se les incluye porque ya saben de qué va el tema.

Armada de valor me dispuse a firmar el contrato.

-Antes de que firme –me dijo-  de explicare alguna cosa. Las pupilas tienen prohibido hablar salvo en los ratos de descanso que lo pueden hacer con sus compañeras, pedir explicaciones, etc., esa prohibición también es para usted, pero dado el carácter de su estancia daré las órdenes para que le expliquen algunos aspectos, pero recuerde que no puede preguntar a los instructores.

Sin decir nada, firme. A los pocos segundos apareció la mujer que hacía de portera, algún timbre que debía tener en la mesa, supongo, fue apretado por el director.

-Acompañe a Julia a la zona de recepción de alumnas.

-Si señor –respondió la mujer-

Me llevo por un largo pasillo y entramos a una habitación donde vi varias taquillas.

-Desnúdese completamente y deje todo lo que lleva en una taquilla, póngase la ropa que encuentre en ella y cierre con llave. Salga por la otra puerta llevándose la llave.

Sin decir nada más, salió cerrando la puerta.

Me quede pensativa, pero bueno ya lo había hecho y debía seguir adelante con mi plan. Cada vez estaba más arrepentida de mi idea.

Me desnude rápidamente, doblando la ropa. La metí en una taquilla y me puse la “ropa” que consistía en una especie túnica que iba atada por cintas en los hombros y unas chancletas.

Salí por la puerta que me había indicado la portera. Me encontré en una pequeña estancia donde había un hombre sentado ante un escritorio. Al sentirme no levanto la vista del periódico que estaba leyendo. Me tendió un sobre.

-Mete la llave en sobre y ciérrelo.

Así lo hice y le devolví el sobre. Lo puso en la mesa por donde estaba el auto-cierre.

-Firma y has las marcas que quieras, eso te garantizara que nadie mirara lo que has dejado en la taquilla.

Cuando vio que había terminado, guardo el sobre, se levantó y me acompaño a la otra puerta. Pensé que todas las habitaciones tenían dos puertas. Creo que lo hice para animarme ya que estaba aterrada.

Abriéndola, grito:

-Una nueva.

Vino un hombre de unos 40 años bastante robusto, grandote que no gordo. Me agarro del brazo y me llevo ante un panel donde cogió una ficha.

-Eres el numero veinticinco –dijo-

Relleno la ficha y me pregunto:

-¿Cómo te llamas?

-Julia –respondí-

Me dio una bofetada que hizo que me tambaleara. Le mire arrepentida de haberme metido en la escuela.

-Eres veinticinco, ese es tu nombre –me dijo- que no haya que repetírtelo.

-¿Cómo te llamas?

-Veinticinco –respondí en voz baja-

Me agarro de nuevo del brazo y me llevo a lo que se suponía que era una clínica. Solo había una camilla y un sillón ginecológico.

-Una nueva para revisión –anuncio y entrego la ficha-

Un hombre y una mujer se acercaron. El varón me desato la túnica y quede desnuda. Sentí vergüenza, era la primera vez que estaba desnuda ante desconocidos y sin mi consentimiento.

Lo primero que hicieron fue tatuarme con henna mi número sobre el seno izquierdo .

Tocaron todo mi cuerpo, evaluaron mis senos, aureolas y pezones. Probaron la firmeza de mi vientre y músculos. Luego me hicieron poner de rodillas en la camilla. Examinaron mis nalgas, duras les oí comentar. Luego el hombre me las separo. Al momento sentí algo frio en mi ano. Era gel lubrificante y la mujer introdujo un dedo.

-No me lo puedo creer –dijo- una mujer de casi treinta años y con el culo virgen.

Me ruborice y luego me asuste cuando oí comentar al hombre:

-Lo pasaremos bien cuando la sodomicemos.

Después del primer susto, comencé a sentirme rara, recordando lo que había oído. Note cierta humedad en mi sexo. Me ordenaron que me sentara en la silla y que apoyara las piernas en los soportes.

Estaba muy avergonzada, aunque mi ginecólogo me hacía revisiones periódicas en una silla similar, lo que iba a suceder no era lo mismo.

La mujer empezó a mirarme los labios vaginales, los tocaba, también toco mi clítoris, metió un dedo y luego otro más.

-Solo se arregla el vello púbico, buenos labios y aunque no es virgen no está muy usada, ha jodido poco –comento la mujer-

Como podía hablar así, me dio sensación que lo hacía fríamente como una profesional. Quería que me tragara la tierra mientras que me decía estás loca, Julia.

-Además esta mojada –concluyo-

-Mejor para todos –dijo el hombre- Voy a rasurarla entera.

Me puso crema de afeitar y con una cuchilla me afeito todo el monte de venus, inglés, llego hasta mi ano. Cuando termino no tenía un solo pelo en la zona.

Me pusieron un collar de cuero. Símbolo de esclavitud.

Llamaron y apareció un tipo alto, fuerte.

-Lleva a veinticinco a su cubículo para la comida. Según las ordenes su entrenamiento empezara mañana.

-Sígueme esclava –me dijo-

Me llevo a una gran estancia, donde observe que había varias filas de jaulas, numeradas hasta el treinta. Se detuvo como es evidente en la que tenía el numero veinticinco. Abrió la puerta y me ordeno que entrara. Obedecí, no tenía otra.

-Te voy a informar un poco. En los cuencos tienes agua y comida, se reponen dos veces al día.

Mire los cuencos y al ver mi cara de asco, agrego:

-El día que te lo ganes tendrás mejor comida y quizás dormirás en un camastro de las celdas del fondo.

Comenzó a marcharse, pero dio media vuelta.

-Se me olvidaba, no te orines en la jaula o serás castigada. Las esclavas tenéis unas horas determinadas para hacer vuestras necesidades.

Debió ver mi cara de angustia que agrego:

-Piensa que una buena perra debe estar preparada para complacer a su amo y a estos les gusta mucho no tener sorpresas por lo que marcan un horario para que las esclavas hagan sus cosas.

Se marchó dejándome con mis pensamientos. Aun no era consciente de donde me había metido.

La jaula era muy incómoda, solo se podía estar de rodillas, en cuclillas o sentada, pero en cualquier caso los alambres del suelo se clavaban en mis carnes. Los cuencos con la comida están situados de tal manera que no se podían usar las manos. Tendría que comer y beber como los animales.

No había ventanas por lo que no sabría si era de día o de noche, pero tampoco importaba mucho. De todo lo que había sucedido desde mi llegada lo peor era estar desnuda. Ni si quiera la revisión “ginecológica” me había avergonzado tanto. Loca, estas locas, me repetía.

Ensimismada en mis pensamientos no oí llegar al director.

-Veo que ya está instalada la numero veinticinco.

Levante la cabeza y le vi delante de la jaula acompañado por uno de guardianes que me habían llevado allí. Le tendió una tabilla que leyó.

-Interesante ejemplar –dijo mientras que le devolvía el informe, mi informe-

-Ya has comenzado con tu adiestramiento. Aunque tus fines son otros, creo que de aquí saldrás hecha una sumisa.

Le miraba atentamente esperando que me autorizara a hablar, pero no lo hizo.

-Señor director –comencé a decir-

De repente sentí un breve pero profundo dolor. El vigilante me había tocado con una picana eléctrica.

-No hables sin autorización y no la pidas nuca –dijo el hombre-

-Sabias palabras –comento el director, entre risas- He dado órdenes para que los instructores te comenten algunos aspectos del entrenamiento.

Comenzó a marcharse cuando se dio la vuelta.

-Por cierto, espero gozar sodomizándote, tienes un bonito culo –me dijo-

Se marcharon los dos hombres y yo quede de nuevo sumida en mis pensamientos, pero había uno que volvía una vez y otra y otra. Dos veces había oído que me iban a sodomizar, yo no quería, nunca me lo había planteado, lo consideraba asqueroso y sumamente doloroso. Rechazaba la idea pero volvía a mi mente y cada vez me mojaba más. Como estaba sola en la sala de jaulas, intente masturbarme pero por la forma que tenían las jaulas no era nada fácil que mis dedos llegaran al clítoris.

Se empezaron a oír ruidos y al poco voces. Observe que traían a las internas y las metían en las jaulas. Solo una mujer fue llevada a una de las celdas. Al rato vi que le traían una bandeja con la cena. Era verdad lo que me dijeron.

No sé cuánto tiempo paso hasta que apagaron las luces pero antes de hacerlo los guardias sacaron a dos chicas de las jaulas y se las llevaron. Una de mis vecinas dijo que ya iban a divertirse los tipos y ante mi cara  me aclaro que todas las noches se llevaba dos o tres alumnas para hacer más placentera la guardia.

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