Los días siguientes pasaron sin novedad. Me interesaba por Marta, la esclava. El capataz me informo que la había puesto a trabajar en lo más bajo y degradante que era la limpieza de las cuadras y porquerizas. Le indique que todas las noches antes de dormir la obligara a satisfacer a dos o tres esclavos con una mamada, diciéndole que servía solo para dar gusto a los perros. También le indique que le pusiera un cinturón de castidad, para evitar las tentaciones, no de ella, si no de los hombres de la hacienda.
Yo la vigilaba cuando tenía ocasión, pero procurando que no se diera cuenta o que fuera como de forma casual.
A Luisa, la criada a la que había desvirgado y casi violado, la deje tranquila para que asumiera lo que había pasado y lo que posiblemente la esperaba.
Pasada una semana, me encamine a las porquerizas. Sabía que Marta estaría sola en esos momentos. La encontré con una pala en la mano sacando la porquería de los cerdos.
-Hola esclava –la salude-
Paro su actividad y mirándome de arriba abajo dijo un seco hola.
-Estas muy sucia –dije- te pareces a los animales a los que cuidas.
-¿Cómo quieres que este después de una semana limpiando esto y sin poder ducharme?
Sus palabras sonaron a reproche, desafío y poco humillada.
Pero la quería más humillada.
-Sígueme –la ordene-
Salimos al exterior. La deje en el centro de la explanada donde se centralizaban las dependencias agrícolas y barracones.
Llame a voces a la gente que andaba por allí. Acudieron el capataz, algunos hombre más y varios esclavos.
-Capataz –dije- Esa esclava está muy sucia. Dice que no se ha lavado en el tiempo que lleva aquí. Sé que en su vida anterior era muy cuidadosa con su aseo personal.
-Pero –proseguí- está acostumbrada a que la ayudaran y la prepararan el baño. Porque no la ayudas a que se limpie.
Vi una sonrisa en la cara del capataz. Fue hacia Marta y le quito la especie de bata de ropa basta que llevaba. Quedo desnuda delante de todos. Su cara se puso roja, estaba avergonzada. Con las manos trataba de tapar sus pechos y coño.
El capataz cogió una manguera, abrió el grifo al máximo. El chorro de agua impacto sobre su cuerpo y casi la hizo caer. El hombre la “ducho” bien. Al final cayó de rodillas. Hice una seña al capataz para que cerrara el grifo.
Me acerque a la esclava y la pregunte si era suficiente y si ya estaba limpia.
Contesto en un susurro. Dije que no la había oído. Subió el tono, pero insistí en que no la oía. Al final grito un sonoro sí.
Le agarre de un brazo y de un tirón la puse de pie. Mi capataz se había acercado.
-Juan –dije- parece que esta falta de forma. Desde mañana dale otra labor para que se ponga más fuerte.
-Desde luego señor –contesto- El sabía a lo que me refería, porque lo habíamos hablado.
La condujo hasta la herrería. Fui detrás de ellos. El capataz indico al herrero que debía anillarla. El hombre la ato a un poste de madera, manos detrás, luego con unas correas, fijo el cuerpo a la madera para que estuviera inmovilizada.
Entregó unas pinzas a Juan. Este pillo uno de los pezones de la esclava, estirándolo. El herrero perforo con una aguja candente el pezón. El grito de Marta fue muy fuerte y las lágrimas corrieron por su cara. Luego procedió de la misma manera con el otro pezón. A continuación introdujo las anillas.
Me pareció que la mujer me miro con odio al ver una sonrisa en mis labios. Cabrón, oí que decía.
Me acerque y la abofeteé varias veces. Luego retorcí sus doloridos pezones. Grito y lloro suplicando perdón. Por primera vez había conseguido que lo hiciera, me sentí bien.
-Déjala descansar el resto del día así mañana estará más fresca –indique al capataz-
Dicho esto me retire.