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En el metro

en Confesiones

Me llamo Lorena, tengo 19 años y estoy en el primer curso de universidad. No tengo novio. Vivo bastante lejos del campus, tengo casi una hora de metro y  luego debo tomar una autobús pero la carrera que deseaba estudiar solo tenía facultad en esa universidad.

Por la mañana me pilla la hora punta de trasporte por lo que los trenes van muy a tope, llenos de verdad pero ese día íbamos mas apretados que de costumbre ya que había habido una avería y estaba todo retrasado.

Me coloque donde pude, agarrada a la barra del techo aunque no hacía falta, con la presión de la gente no me cairina. Al rato del iniciar el viaje note que me rozaban el culo, como al descuido. Supongo que esto nos habrá pasado a casi todas las chicas alguna vez.

Gire la cabeza a derecha e izquierda con la esperanza de descubrir al tipo, pero que va, no vi nadie sospechoso. Al poco de nuevo me rozaron, volví a mirar y nada, esto se repitió unas cuantas veces.

Subía más gente que bajaba del vagón por lo que nos apretamos aun más. En ese momento mi “tocador” se mostro más atrevido y comenzó a palparme las cachas del culo y se hizo una caricia como es natural por encima del pantalón.

Pensé en montar un escándalo pero no sabía a quién y encima note que me estaba gustando y excitando. Soy bastante caliente y me pongo a tono enseguida, así que calle y deje hacer.

Esperando llegar a una estación que baja mucha gente y tratar de averiguar qué tipo me había puesto tanto. Pero nada.

Cuando llegue a la facultad fui directamente a los baños para masturbarme. Me tranquile pero la verdad no aproveche nada las clases ya que no podía quitarme de la cabeza lo sucedido.

Antes de volver a casa hice una parada en los baños y de nuevo me masturbe, joder estaba súper salida.

Los dos o tres días siguientes en cuanto tenia oportunidad me acomodaba en una pared del vagón del metro para evitar que me tocaran de nuevo el culo y me fijaba en los hombres que iban, no sé por qué ya que era claro que no podía identificar a nadie.

El lunes de la semana siguiente no pude elegir un sitio protegido. El vagón se fue llenando y los pasajeros  apretarnos.

Al rato note como me tocaban el culo. Supe que era el mismo tío que la otra vez, las caricias eran iguales. Quise apartarme pero la humedad en mi vagina fue rápida. Otra vez.

Durante el trayecto entre dos o tres estaciones no dejo tocarme el trasero. Yo estaba como una moto. No sé si se dio cuenta o simplemente era su plan, paso un brazo por mi cintura y lo dejo unos segundos sobre el botón de mis vaqueros.

Ante mi pasividad, metió la mano, acariciándome todos los sitios que quedaban libres de los pantalones. Suspire. Estaba yo muy a gusto, disfrutando, menuda puta.

Aparto un poco el tanga y paso a tocarme los labios vaginales. Notó la humedad que rezumaba mi coño. Abrió los labios y metió un dedo. Me mordí el labio para acallar el gemido. Comenzó a masturbarme, jugaba con mi clítoris, me daba como pequeñitos pellizcos. El tipo sabía lo que hacía.

Me llevo al clímax en pocos minutos. Me lleve una mano a la boca para no gritar del intenso orgasmo que disfrute y me apoyo contra su cuerpo porque se me doblaban las piernas. Cuando quise reaccionar me fue imposible localizar al hombre.

Estaba segura de que era un hombre y no un joven, dado que sabía muy bien como tocar a una mujer.

Pasaron los días sin tener otro encuentro, pensaba que ya había obtenido lo que deseaba y que buscaría otra víctima. Cada vez rememoraba lo ocurrido me mojaba y llegue a masturbarme varias veces.

Me estaba mentalizando que de no iba a volver a suceder cuando un día note como se apretaba un tío por mi retaguardia. Mil ideas pasaron por mi cabeza, pero enseguida las deseche, era él, el mismo que me había hecho la mejor masturbación de mi vida, morbosa, delante de mucha gente que ni se entero de lo que sucedía.

Repitió los mismos movimientos que la otra vez. Temblé cuando su mano toco mi clítoris. Alce la carpeta que llevaba y me la puse delante de los pechos. Metió la otra mano y la llevo a mis tetas, las saco del sujetador y me las toco, me las sobo.

Se apretó más junto a mí. Note en mis nalgas su pene, duro. Comenzó a frotarlo. Yo estaba fuera de mí, decir excitada era poco. Una mano tocándome los pechos, otra masturbándome, una polla dura restregándose en mi culo y rodeada de gente que no se imaginaba lo que pasaba.

No tarde mucho en llegar al orgasmo, yo misma me ocupe de no gritar. El tipo saco las manos de mi cuerpo y como siempre desapareció o se hizo el loco, no supe quien era.

El curso seguía avanzando, la situación se repitió no con la frecuencia que yo hubiera deseado. El hombre no debía viajar todos los días o quizás regulaba y así me pillaba más caliente o simplemente no le apetecía. No sé.

 Llego la primavera y con ella aligere la ropa, ese día me puse una falda, he de confesar que me gusta mucho usar faldas. Hacia calorcillo.

En una ocasión me puse una falda por encima de la rodilla, no llegaba a ser una minifalda pero si tenía cierto vuelo. No esperaba nada ya que el día anterior había tenido mi sesión orgásmica.

Supongo que al verme con falda se le alegro algo por lo que se me arrimo nada más subir al vagón.

Directamente metió sus manos debajo de la falda. Se tomo su tiempo con mis nalgas y yo suspirando. Luego comenzó con el ritual de apartarme el tanga, abrirme los labios, meter un dedo en mi vagina para mojarlo y jugar con mi clítoris. Le notaba algo distinto, como más activo, no era eso, iba más rápido.

Dejo de tocarme el culo. Mejor, pensé, así sentiré su polla. Pero no, por mucho que me juntaba no conseguía sentirla.

Me levanto un poco la falda y se aproximo. Allí tenía su verga, fuera del pantalón, restregándose nuestras carnes sin impedimentos. Grite, pero flojito, no sé cómo me podía controlar.

No tuve dudas, eche una mano para atrás y agarre aquella polla, le masturbe lentamente ya que tampoco podía hacerlo rápido.

Nos corrimos casi a la vez, él primero. Cuando yo estaba en pleno orgasmo hizo una cosa por primera vez, me dio un beso en el cuello. Un dulce beso.

-¿Cuándo me vas a follar? –le pregunte, en un arrebato y en un susurro-

-Nunca –respondió-

Nos arreglamos las ropa y cuando quise girarme para verle tenia detrás de mí a una señora.

Desde ese día no se volvió a repetir nuestros juegos en el metro y nunca supe quien era el hombre ni ponerle cara.

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