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El hombre de mi vida (4)

en Grandes Series

EL HOMBRE DE MI VIDA

Cap. 4

Cuando desperté un par de horas más tarde estaba muerta de hambre, así que me calenté lo que había echo para comer, comí y luego estuve viendo la tele un rato. A las siete y media empecé a prepararme para la cita con Roberto.

Tras la conversación con Antonio había decidido que no volvería a pensar más en él y que pondría todo de mi parte para que mi relación con Roberto funcionara al cien por cien.

A las ocho y media en punto llegó Roberto y nos fuimos a cenar. Durante la cena estuvimos hablando de nosotros:

Cuéntame - empezó él - ¿cómo has venido a parar a esta ciudad?

Verás – empecé a explicar – al terminar la carrera empecé a estudiar las oposiciones y después de 2 años lo conseguí, pero como no obtuve la puntuación máxima no puede elegir destina y me enviaron aquí.

Pues me alegro, así hemos podido conocernos. ¿Tienes hermanos?

Si, una hermana ¿y tú? – le pregunté curiosa.

Si, dos hermanos mayores.

Así que eres el pequeño.

Si.

Cuando terminamos de cenar fuimos a bailar y a las tres de la madrugada Roberto me acompañó a casa. Cuando paró el coche se acercó a mi para darme un beso, pasando su brazo por detrás de mis hombros. Mientras me besaba sentí su mano acariciar mi rodilla y luego subir despacio por mi entrepierna hasta alcanzar mi sexo. Cuando nos separamos le pregunté:

¿Quieres subir a mi casa?

Él me besaba la oreja haciendo que mi piel se erizara.

No – me respondió al oído – quiero hacértelo aquí.

Uhm – musité – bueno, como quieras – acepté. Mi piel se erizaba con cada beso y cada caricia que él me daba.

Vamos al asiento de atrás – me sugirió mi amante.

Entonces él se trasladó al asiento de atrás pasando por entre los dos asientos y luego lo hice yo, sentándome a su lado. Continuamos besándonos mientras la mano de Roberto me bajaba la cremallera del vestido y yo trataba de desabrocharle la camisa. Cuando Roberto me quitó el vestido se puso a acariciarme los pechos por encima del sujetador mientras yo le desabrochaba el pantalón. Sentí como una de sus manos se deslizaba por mi vientre, introduciéndose luego por mis bragas en busca de mi sexo, a la vez que mis manos buscaban su sexo ya erecto por la excitación, comencé a acariciarlo de arriba abajo mientras su mano acariciaba mi clítoris. En pocos segundos nuestros cuerpos vibraban de placer y deseo. Yo sentía como su dedo se movía diestramente por mi sexo, sentía como entraba en mi vagina y paseaba húmedo por mi clítoris arrancándome gemidos de placer. Yo entretanto le acariciaba los huevos y el falo cuidadosamente.

¡Uhm! ¡Oh! – gimoteó él.

¡Aah! ¡ah! – gemí yo.

Gemíamos ambos entre beso y beso. Entonces Roberto me quitó el sujetador dejando libres mis senos y empezó a chuparlos y lamerlos haciendo que mi cuerpo se erizara. Chupó primero un pezón, lo lamió muy despacio y volvió a chuparlo; a continuación se dirigió al otro pecho y repitió la operación provocando que mis pezones se erizaran.

Acto seguido me quitó las bragas y también él se quitó los calzoncillos, dejando libre su erecto pene. Acerqué mi boca a él y lamí la punta introduciéndomela luego en la boca, la chupé con suavidad metiéndomela hasta la mitad. Luego empecé a chuparla más rápidamente haciendo que entrara y saliera de mi boca con más rapidez. Roberto gemía y me animaba:

¡Oh, si, chúpala así, así!

Mientras yo seguía mamando, de vez en cuando me la sacaba de la boca y lamía el glande y volvía a metérmela en la boca para continuar chupeteándola.

¡Oh, nena, oh, oh! – gemía él - ¡oh, me vuelves loco! ¡ oh, si!

Cada vez gemía más en señal de aprobación.

¡Oh, que gusto, oooohhh! ¡Si, sigue!.

Yo seguía chupando sin parar, casi sin respirar.

¡Oh, venga siéntate en mi polla! – me ordenó.

Dejé de chupar su sexo erecto e hice lo que me ordenaba, me puse sobre él, cogí su sexo erecto y lo guié hasta el mío que estaba húmedo y deseoso de sentir aquella verga dentro.

¡Oh, si, eso es! – gimió Roberto. - ¡oh, oh! – repitió cuando su pene entró por completo en mi.

Roberto llevó sus manos hasta mis caderas y comencé a subir y bajar sobre aquel sexo.

¡Ah, ah, ah! – empecé a gemir al sentir su erecto falo rozando las paredes de mi vagina. Seguí cabalgando sobre aquel sexo una y otra vez, mis pechos se balanceaban a cada golpe frente a la cara de Roberto, por lo que este abría la boca tratando de apresar uno de mis pezones, pero lo único que conseguía era lamerlos, lo que me divertía a la vez que me excitaba.

¡Oh, Dios, que excitante! – exclamó Roberto.

Yo continué moviéndome, sintiendo aquel instrumento dentro de mí una y otra vez. Ambos gemíamos cada vez más fuerte.

¡Oh, si, si! – gemía yo.

¡Oh, ah! ¡Así, así! – gimoteaba Roberto.

Hasta que ambos estallamos en un éxtasis maravilloso en el mismo instante, Roberto me abrazó descargándose en mi, mientras yo me convulsionaba de placer. Cuando terminamos nos vestimos y Roberto me acompañó hasta mi piso y luego nos despedimos.

Durante los siguientes días, mi relación con Roberto se fue consolidando, poco a poco fui olvidando a Antonio o por lo menos guardé en mi memoria nuestra relación como un bello recuerdo.

Con Roberto solíamos vernos cada día tanto en el trabajo como fuera de él. Un día en que cenamos juntos Roberto me dijo:

He estado pensando que ahora que lo nuestro va bien podríamos quedar con mis hermanos y así los conocerías, tienen muchas ganas de conocerte.

Bueno, vale – acepté.

¿Qué tal si quedamos para el sábado? – propuso.

Vale.

Así pues aquel sábado Roberto y yo acudimos al pub donde habíamos quedado con sus hermanos.

Nada más entrar vi a Antonio con Juan y un par de chicas, me quedé sorprendida al verles y más cuando nos miraron y se acercaron.

Mira, allí están – dijo Roberto conduciéndome hacía ellos.

Entonces me di cuenta que Antonio y Juan eran los hermanos de Roberto.

Estos son mis hermanos Antonio y Juan y sus respectivas, Nines y Amelia.

Esta es Sabrina.

Traté de disimular que conocía a Antonio, pero supongo que no lo hice bien porque Roberto preguntó:

¿Os conocéis?

Si, nos conocimos en un pub el día de la despedida de Luís – explicó Antonio – nos tropezamos en el pub y yo le tiré, sin querer, todo el cubata por encima – mintió - ¿verdad?.

Sí – afirmé yo.

Y tuve que invitarla a tomar algo para disculparme – terminó de explicar.

Bueno ¿qué tal si vamos a la terraza? – propuso Roberto.

Nos dirigimos todos hacía la terraza del local y nos sentamos en una de las mesas que allí había.

Así que trabajas con Roberto en el colegio – me preguntó Nines, la mujer de Juan.

Sí.

¿Y que asignatura das? – se interesó Amelia, la novia de Antonio.

Literatura – respondí.

Así fueron haciéndome preguntas unos y otros, excepto Antonio que permanecía callado e incómodo ante la situación.

Repentinamente decidí ir al lavabo así que se lo dije a Roberto y me dirigí hacía el lavabo. Cuando salí me encontré a Antonio esperándome.

Pero ¿se puede saber que pretendes? – me preguntó como si yo hubiera cometido un terrible error.

Y no pretendo nada. Hoy mismo he descubierto que Roberto era tu hermano, no sabía nada.

Bueno, vale – aceptó – Supongo que quieres a mi hermano.

Sí, sino no hubiera dado este paso.

Entonces tendré que adaptarme a esa nueva situación.

SÍ, supongo que sí – aseguré.

No sé si podré – se quedó Antonio – Hoy al verte de nuevo me he dado cuenta que aún siento algo por ti.

No dije nada ante su confesión, sólo le miré fijamente a los ojos y entonces no sé como pero nuestros labios se acercaron y nos besamos. Cuando nos separamos Antonio se disculpó.

Perdóname.

No, yo he tenido tanta culpa como tú – me justifiqué y volviendo a acercar mi boca a la de Antonio volví a besarle apasionadamente y sentí como su sexo se ponía duro. Cuando nos separamos Antonio protestó:

Nos están esperando.

A lo que yo alegué:

Y que importa – cogí a Antonio de la mano y le hice entrar en el lavabo tras de mí. Busqué un baño que estuviera vacío y nos metimos dentro. Y arrinconando a Antonio contra la pared lo besé con pasión e inmediatamente nuestras manos empezaron a recorrer nuestros cuerpos en un imparable frenesí, mientras nos besábamos sin parar.

Esto es una locura – musitó Antonio subiéndome la minifalda, mientras yo le desabrochaba el pantalón.

No, es amor. – le susurré al oído.

Cuando me quitó las bragas y empezó a masajear mi clítoris mi sexo ya estaba húmedo.

¿Y si vienen a buscarnos? – preguntó nervioso.

Olvídales – le dije yo agachándome frente a su sexo aún un poco fláccido y cogiéndoselo suavemente empecé a acariciarlo para ponerlo a tono. Cuando estuvo totalmente erecto comencé a chuparlo y oí a Antonio gemir:

¡Oh, Dios!

Así que continué chupando, luego lamí el tronco, masajeé los huevos y luego me puse en pie.

Entonces Antonio me cogió en brazos, yo abrí las piernas mientras él me apoyaba en la pared e inmediatamente sentí tu pene entrando en mi.

¡Oh, ah! – suspiré al sentir aquel maravilloso instrumento dentro de mí, Antonio puso sus manos sobre mi culo para sujetarme mejor y yo empecé a moverme sobre aquel instrumento en un frenético vaivén.

¡Uhm, ah, ah, uhm!

¡Oh, oh! ¡Aaaahhh!

Gemíamos ambos sin dejar de movernos. Yo sentía su sexo penetrándome una y otra vez, haciendo que el placer creciera en mí.

¡Oh, sí, sí! – musitaba él empujando con fuerza.

En pocos segundos alcancé el orgasmo y comencé a convulsionarme de placer, entonces Antonio se sacudió contra mí con más fuerza un par de veces e inmediatamente sentí como se corría.

Cuando ambos dejamos de estremecernos nos separamos, nos vestimos y Antonio salió del lavabo. Dos minutos más tarde salí yo.

Al llegar junto a Roberto este me preguntó:

¿Cómo es que has tardado tanto?

Es que me he encontrado con una vecina y hemos estado hablando un rato – mentí.

Roberto pareció tragarse la mentira.

Durante el resto de la velada Antonio y yo sólo cruzamos un par de palabras y a las tres de la madrugada todos decidimos irnos a casa.

Así en el aparcamiento nos despedimos todos.

Bueno nos alegramos mucho de haberte conocido – dijo Amelia amablemente.

Yo también a vosotros – respondí.

Espero verte en la fiesta de pedido que Antonio y yo haremos el próximo sábado ¿vale?

De acuerdo, allí estaré.

Luego Roberto me acompañó hasta mi casa y nos despedimos;

¿No me invitas a subir? – preguntó Roberto extrañado cuando me despedía de él en el coche.

No, hoy no, me duele la cabeza y estoy muy cansada.

Esta bien – aceptó dándome un suave beso en la boca.

Bajé del coche y subí a mi casa.

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