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El sexo a través de la historia

en Textos educativos

EL SEXO A TRAVÉS DE LA HISTORIA.

El sexo no siempre ha sido igual, no siempre se ha mantenido oculto como un tema tabú, hubo una época en la historia del hombre en la que fue algo normal, libre y sin prejuicios.

Por ejemplo, en civilizaciones como la mesopotámica, el sexo era una religión que debía practicarse en el templo, donde cientos de sacerdotisas de la diosa Belit-Ishtar se entregaban a los fieles. Estos acercándose a las sacerdotisas, les formulaban el deseo y la cópula tenía lugar ante la vista de todos ya que no existía el pudor. El coito se consideraba un gesto sagrado y el orgasmo el medio más rápido para estar cerca de los dioses.

Entre los babilonios era costumbre reunir a todas las chicas casaderas desnudas en una plaza del pueblo y ponerlas a subasta. Cualquier hombre que pujara, tenía el derecho de "catarlas" allí mismo a la vista del público. El dinero recaudado en esta especie de subasta, se destinaba a engrosar la dote de las más feas y las tullidas, para que ninguna quedara soltera.

En el antiguo Egipto, el amor físico era algo natural, no había ningún tipo de prejuicios ni sentimiento de culpa. La desnudez era algo normal, hasta el punto de que la mayoría de mujeres iba ligera de ropa o con tejidos semitransparentes que dejaban poco margen a la imaginación. Quizás por eso las egipcias, cuando se preparaban para el amor, en vez de desnudarse se adornaban, cubriendo sus cabellos con una sofisticada peluca, se pintaban los pezones e incluso se rociaban el bello púbico con ungüentos y sustancias afrodisiacas. Su posición favorita para el coito era de pie, ya que la cama se inventó algunos siglos más tarde y la postura del misionero resultaba incómoda sobre el duro suelo. Cabe destacar que en una sociedad tan abierta al sexo como era la egipcia, los afrodisiacos y anticonceptivos tenían mucha difusión. No faltaban los consejos para que la mujer disfrutase más del coito, como la de untar previamente el pene de su compañero con babas de caballo o con una mezcla de miel y extracto de acacia. Para evitar embarazos no deseados usaban preservativos perfumados hechos con intestinos de animales y otros tejidos como el lino que se ataban a la base del pene.

En la Grecia clásica, el sexo estaba muy organizado: había prostitutas, hetarias – una especie de cortesanas- y esposas, cuyo principal cometido era la procreación. El gobierno de Atenas proporcionaba centenares de esclavas jóvenes a sus ciudadanos con el fin de preservar la castidad de las mujeres libres. Los griegos de la buena sociedad también eran aficionados a los simposios, banquetes rematados con espectáculos "a media luz" en que auténticas pornostars de la época interpretaban escenas de la mitología.

Antes de asimilar las costumbres griegas, los romanos eran más bien puritanos en sus prácticas sexuales. Incluso en tiempos de Augusto (siglo I a. de C.) se consideraba indecente hacer el amor en una estancia iluminada o que una mujer enseñase los senos.

Mirar a una matrona casas era un acto similar al estupro. Un marido celoso era capaz de pasar a cuchillo al amante de su consorte o cuando menos de hacer que sus esclavos le orinasen y defecasen encima antes de sodomizarle. Esto no quita que los ricos romanos fuesen aficionados a los espectáculos picantes al final de los banquetes.

La Roma de los últimos tiempos del Imperio dio comienzo a una época de represión sexual que el cristianismo llevó hasta sus últimas consecuencias. Amparándose en el Derecho natural, está religión convirtió la negación del placer el ley universal, prohibiendo la bisexualidad y todo lo que tuviera que ver con disfrutar del cuerpo. Los médicos sostenían que la eyaculación suponía un enorme desgaste físico para el hombre y que había que limitar al máximo el derroche de esperma. Quien abusaba de coito, se decía, corría peligro de debilitar su organismo, perder la vista y vivir menos años. Además, el hombre tenía que controlar a la mujer, considerada más expuesta al deseo sexual por su capacidad de tener orgasmos múltiples. Así que nada de caricias que pudieran excitar a la esposa hasta un punto sin retorno. Lo mejor era preñarla procurando disfrutar lo menos posible. Los cónyuges que copularan por detrás, como los perros, tenían que cumplir una penitencia de diez días a pan y agua. Hacerlo durante la menstruación (un castigo para la mujer) suponía otros diez días de ayuno.

Estas prohibiciones no evitaron la proliferación de burdeles durante el medievo. Las casas de citas se disfrazaban de baños públicos, en cuyas piscinas de agua caliente se concretaba el encuentro con la prostituta para consumarlo después en lechos camuflados con espesas cortinas.

La reforma protestante y la consiguiente Contrarreforma católica en el siglo XVI pusieron el sexo aún más difícil, al considerarlo pecado mortal. La belleza femenina se veía como algo diabólico y la desnudez debía evitarse a toda costa, incluso durante le acto sexual, que convenía practicar vestidos, en la posición del misionero y los más ásperamente posible, en forma de penetración violenta con eyaculación ultrarrápida. Las demás posturas, consideradas contranatura y peligrosas, podían provocar la cólera divina y dar lugar a engendrar hijos deformes.

Después, las revoluciones del siglo XVIII (americana, francesa e industrial), impusieron la razón y la ciencia sobre la superstición en muchos ámbitos de la vida, pero no lograron desterrar los prejuicios sobre el sexo, que siguieron vigentes en la sociedad burguesa. La prostitución alcanzó en Europa niveles alarmantes. Sólo a partir de la erradicación de las enfermedades venéreas, la revolución sexual y mental de Mayo del 68 y el feminismo se empezaron a ventilar las habitaciones del erotismo, contaminadas de tabús, represión y machismo durante milenios.

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