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El triángulo (3: Pablo)

en Hetero: Infidelidad

EL TRIANGULO (CAP. 3 PABLO)

Aquel sábado me desperté un tanto inquieta, llevaba una semana sin tener sexo con Juan y eso era muy extraño. Sobre todo porque en las tres últimas veces que me había insinuado él me había rechazado, algo bastante raro en él, ya que hasta aquel momento siempre había sido él el que me había propuesto sexo abiertamente. Así que me desperté con una ganas tremendas de hacer algo. Como hacía calor, ya que era verano, no llevaba ropa, dormía totalmente desnuda con una ligera sábana para taparme si me molestaba el fresco de la mañana. Dirigí mis manos hacía mi sexo y muy suavemente empecé a masajearrme el clítoris, pero enseguida una serie de ruidos empezaron a desconcentrarme. Oí a mamá duchándose y unos fuertes golpes en el piso superior, supuse que sería Carlitos, el hijo de 4 años de mis vecinos. Así que ante aquel panorama decidí levantarme. Me puse mis tejanos y una simple camiseta y me dirigí a la cocina. Mi madre estaba preparando el desayuno, y extrañamente en ella, canturreaba una canción. En realidad en la última semana, mi madre había estado más alegre que de costumbre, supuse que sería a causa de algún hombre y por enésima vez traté de averiguar algo:

- ¡Buenos días, mamá! Qué alegre estás hoy ¿no?.

- ¿Yo? – Me preguntó como si le hubiera hecho la pregunta más rara del mundo – no, estoy como siempre, hija mía.

- No, yo te noto diferente desde hace una semana mamá. Seguro que hay algún hombre por ahí que te causa ese estado de ánimo.

- No hija, no hay ningún hombre, de verdad. Es sólo que me alegro de estar viva – t erminó diciendo por enésima vez mientras me ponía una taza de café.

Preferí no seguir insistiendo en el tema porque sabía que no lograría averiguar nada y además tenía cierta prisa, ya que a las nueve en punto debía estar en la peluquería para hacerme el peinado para la boda de Piluca.

Una vez en la peluquería no pude evitar pensar y recordar que en la última semana tanto mamá como Juan habían estado extrañamente felices y diferentes, o por lo menos a mí me daba esa sensación. Y no sólo eso, también entre ellos la relación era extrañamente fantástica, sobre todo si la comparaba con la relación de casi "odio" que mi madre había tenido con mi anterior novio Pablo. Aunque evidentemente me hacía feliz ver que Juan y ella se llevaban bien.

Tras la sesión de peluquería volví a casa y comí con mi madre, luego me vestí para la boda con el vestido que me había comprado un mes antes. Era un vestido con una falda larga y una blusa de manga tres cuartos de color negro, con un sugerente escote que dejaba entrever el nacimiento de mis senos.

A las cuatro en punto llegó Juan. Como siempre se mostró muy amable con mi madre, le dijo lo guapa que estaba, lo bien que se conservaba; aunque por supuesto también tuvo halagos para mí. Nos fuimos hacía la iglesia, ya que la ceremonia sería a las cinco. Cuando llegamos los novios aún no habían llegado y mucha gente les esperaba fuera. Saludamos a nuestros amigos y entonces le ví. Pablo, mi exnovio, estaba allí. Me sorprendió bastante verle, aunque por otra parte también era lógico que estuviera allí, ya que era el primo de Piluca. Durante unos segundos nuestras miradas se cruzaron pero ninguno de los dos se acercó al otro para saludarnos.

En el interior de la Iglesia y mientras duró la ceremonia estuve bastante ausente, debo confesarlo, pensando en Pablo y en porqué nuestra relación había terminado. Volver a verle había hecho renacer mis sentimientos hacía él, y aunque hacía poco más de un año que lo nuestro había terminado (muy mal, por cierto) sentía que aún quedaba algo de aquel sentimiento de amor que le había profesado. Recordé nuestros tres años juntos, y sobre todo el descubrimiento del sexo, de nuestros cuerpos, del deseo. Con Pablo no sólo descubrí el sexo y el placer que este producía, sino que además disfruté como nunca he vuelto a hacerlo. Con Juan el sexo era tan... mecánico, desapasionado, soso; pero con Pablo era puro fuego quemándome por dentro. No pude evitar sentirme excitada al recordarlo y noté como mis bragas se humedecían por el deseo. Inmersa en aquellos pensamientos oí una voz a mi lado preguntándome:

- ¿Te encuentras bien? – Era Juan.

- Sí, tengo un poco de calor, nada más – me excusé – voy a salir a tomar el aire.

Salí a la calle y respiré profundamente, y entonces escuché su voz:

- Sigues tan preciosa como siempre – me giré hacía él.

- Tú también estás muy bien – le dije – pensé que no vendrías, Piluca me dijo...

- Sí, sé lo que te dijo, yo le dije que lo hiciera así, quería ver tu cara de sorpresa cuando me vieras – justificó Pablo con una perversa sonrisa.

- Sigues siendo tan cabrón como siempre – le recriminé.

- Por supuesto, querida.

En ese momento empezó a salir la gente de la iglesia.

- Bueno, supongo que luego nos veremos, en el restaurante – propuso Pablo – tengo que hablar contigo.

- Claro.

Pablo entró en la iglesia y yo me quedé allí, a los pocos segundos apareció Juan y tras acercarse a mí me preguntó:

- ¿Cómo va ese calor? ¿Se te ha pasado?

- Sí, ya estoy mejor.

Nos hicimos las consabidas fotos con los novios y luego fuimos al restaurante. Mientras comía no podía dejar de mirar a Pablo, que estaba sentado dos mesas más allá. Él tampoco dejaba de mirarme y, además, lo hacía con deseo. Un deseo que despertó en mí el ansia que poseerle y de ser poseída por él y me hizo olvidar que estaba allí con mi novio.

Tras la cena empezó el baile, y entonces Pablo se acercó a mí, yo estaba bailando con Juan.

- ¡Hola! – Me saludó como si nos hubiéramos visto el día anterior.

- ¡Hola! – Le respondí yo y presentándoselo a Juan le dije: - Este es Pablo, mi ex, este es Juan, mi novio.

Muy correctamente ambos se saludaron y entonces Pablo con cierto descaro le preguntó a Juan:
- ¿Me dejas bailar con esta preciosidad para recordar viejos tiempos?

- Por supuesto – aceptó Juan y se alejó de nosotros en dirección a la barra.

Pablo me tomó por la cintura y empezamos a bailar. Noté como pegaba su cuerpo al mío y como se movía para colocar su sexo erguido estratégicamente, para que yo pudiera sentir su erección. Con aquellos movimientos me estaba poniendo a cien, cada vez estaba más excitada y no dejaba de imaginarme en sus brazos mientras me hacía el amor. Para colmo cada vez me estrujaba más contra él, y acercaba sus labios a mi cuello haciéndome sentir su respiración en mi oído, algo que él sabía sobradamente que me ponía a mil. Empecé a sentir calor y entonces oí su voz preguntándome:

- ¿Por qué lo dejamos?

- Porque... – No supe que responderle y justo en aquel momento me dí cuenta de que había empezado a salir con Juan para olvidar a Pablo, pero irónicamente, no lo había logrado.

- ¿Por qué no vamos a un lugar más tranquilo? – Me propuso.

Sin contestarle, busqué a Juan en la barra.

- No te preocupes por tu novio, está bastante ocupado por lo que veo y no creo que sé de cuenta de tu ausencia.

Siempre tan creído y autosuficiente, esa era una de las cosas que más me molestaba de Pablo, pero a la vez me encantaba. Eso y el hecho de que siempre diera por hecho que estaba a su entera disposición.

Nos alejamos del bullicio y salimos del salón. Y con la misma seguridad que había mostrado hasta aquel momento, Pablo me llevó hasta los baños. Me hizo entrar en uno de ellos y tras cerrar la puerta, me besó apasionadamente. Primero intenté apartarle de mí, resistirme, pero a medida que su lengua se adentraba en mi boca y sus manos acariciaban mi cuerpo, me dejé llevar por aquella sensación que tanto había ansiado durante todo aquel año.

- Estas preciosa con este vestido – me susurró al oído, mientras adentraba una mano por mi escote – y te hace muy sexy y deseable.

- Pablo – protesté aunque me moría de ganas por hacer aquello.

- Sé que lo estás deseando, sé que quieres sentir mi verga entre tus piernas, lo veo en tus ojos.

Sí – musité abrazándolo con fuerza y besándolo apasionadamente.

Su cuerpo se pegó al mío y pude sentir su pene erecto, ese magnifico pene que tan buenos momentos me había dado. Seguidamente Pablo me desabrochó la blusa dejando libres mis desnudos senos. Y se dedicó a mimarlos, besarlos, chupetearlos, haciéndome estremecer una y otra vez, haciendo que cada vez le deseara más. Luego me subió la falda hasta la cintura y cogiendo las braguitas por la goma me las quitó con extrema lentitud y sensualidad, mi sexo palpitaba deseando que su boca se posara sobre él. Pero en lugar de eso, puso un dedo sobre mi clítoris y comenzó a masajearlo con mucha suavidad, mientras besaba mi vientre y con la otra mano cogía mis braguitas y se las guardaba en el bolsillo del pantalón. Mi respiración sonada cada vez más acelerada, y en mi cabeza sólo existía una idea, sentirle dentro de mí como antaño.

- ¿Me deseas, verdad, preciosa? – Me preguntó sabiendo de antemano cual sería mi respuesta.

- Sí – murmuré en un suspiro de placer.

- ¿Quieres sentir mi verga dentro de ti, haciéndote morir de placer, como antes, verdad? – Volvió a preguntarme mientras introducía un par de dedos en mi vagina. Mi cuerpo se estremeció por completo y respondí:

- Síiiiii.

Me conocía muy bien, sabía que su modo de tratarme me excitaba más que cualquier otra cosa, y sabía que nadie lograba encenderme como él.

- ¿Tu novio no te excita como yo, verdad?

- No – respondí dándole la razón.

En realidad Juan era muy soso en la cama, se limitaba a colocarse sobre mí y hacérmelo sin más, sin preocuparse de si yo estaba o no excitada.

Pero con Pablo era distinto, él sabía como excitarme hasta el límite para hacerme luego el amor y llevarme a la cumbre del más maravilloso de los placeres.

- Anda, ven aquí – me dijo cogiéndome del brazo y haciéndome apoyar sobre el depósito de agua del wc, dándole la espalda.

Me hizo separar las piernas y sentí su lengua acariciando suavemente todo mi sexo. Con sus manos, abría mis nalgas y lamía también mi ano. Durante unos minutos se entretuvo en lamer mi sexo, introduciendo su lengua unas veces en mi vagina y otras en mi ano. Yo gemía sin cesar, me convulsionaba sintiendo aquel placer, sintiendo como escapaban los jugos del goce, de mi sexo. Se puso en pie y preguntándome:

- ¿Quieres que te la meta ya, putita? – Restregó su glande por mi húmeda vulva.

- Sí, la quiero – balbuceé, mientras empujaba hacía él buscando su verga.

- Esta bien – aceptó acercando su polla a mi agujero y penetrándome muy despacio.

Me sujetó por las caderas y cuando la tuvo totalmente dentro de mí, me dio una palmadita en la nalga y añadió:

- Vamos allá, zorrita.

Comenzó a moverse, haciendo que su gruesa verga entrara y saliera de mí. Los gemidos de ambos se confundían en una música de placer que inundaba el baño y resonaba en sus paredes. Me sujetaba por las caderas y empujaba una y otra vez, y otra, cada vez más rápida y profundamente.

Repentinamente se detuvo. Pegó su cuerpo al mío, acarició mis senos, me besó en el cuello y con su lengua ascendió hasta mi oído. A la vez, llevó una de sus manos hasta mi sexo y hurgó buscando mi clítoris que empezó a masajear, mientras chupeteaba el lóbulo de mi oreja. Empecé a estremecerte. Pablo sabía que aquello me volvía loca y se deleitaba en mi placer.

- Seguro que tu novio no sabe ponerte a cien como yo – me susurró al oído.

- No – confirmé.

- Y seguro que con él nunca te has sentido tan excitada y satisfecha ¿verdad?

- No – repetí.

Y era cierto, con Juan jamás me había sentido tan excitada, en realidad el sexo con Juan no tenía ni punto de comparación con lo que Pablo me estaba haciendo sentir, y ese momento me dí cuenta de cual era la razón. Seguía enamorada de Pablo y Juan había sido sólo una excusa para tratar de olvidarle, pero era obvio que no lo había conseguido.

Pablo seguía follándome, empujando suavemente hacía mí, mientras acariciaba mi clítoris con movimientos circulares. Comenzó a acelerar sus movimientos, empujando cada vez con más fuerza, lo que hizo que mi placer fuera aumentando gradualmente, hasta que a punto de alcanzar el orgasmo Pablo se detuvo.

- Anda, putita, vamos a cambiar – me ordenó. A Pablo le gustaba mucho cambiar de posición cuando lo hacíamos, alargar el momento de cualquier manera para lograr que cada vez estuviera más excitada y deseara más.

Y sin despegarse de mí, abrazándome con fuerza contra él, nos dimos media vuelta y él se sentó sobre la taza del wc, quedando yo sentada sobre él. Eso hizo que su polla me penetrara más profundamente. Nos acomodamos, yo me apoyé en la pared y empecé a subir y bajar sobre aquel erecto instrumento que me estaba dando tanto placer. Pablo movía sus manos, unas veces acariciando mis senos, pellizcando los pezones, otras sujetándome por las caderas para impulsarme al ritmo que él deseaba o acariciando mi clítoris para que mi placer aumentara y así logró que me corriera por fin, en un maravilloso orgasmo. Cuando dejé de convulsionarme me ordenó:

- Ahora chúpamela como tú sabes, zorrita – su tono de voz era perverso y persuasivo, así que me arrodillé entre sus piernas.

Obedientemente cogí la verga entre mis manos, la sujeté por la base, acerqué mi lengua y lamí el glande, luego el tronco con mucha suavidad de arriba abajo. Sabía perfectamente como le gustaba que lo hiciera. Volví a ascender por el tronco hasta el glande y finalmente me lo introduje en la boca y miré a Pablo. Su cara era el perfecto dibujo del placer; tenía la boca abierta, gemía y sus ojos estaban medio cerrados tratando de mirarme, mientras yo hacía de su pene resbalara por el interior de mi boca una y otra vez, rodeaba el glande con mi lengua, lo saboreaba y volvía a hacer que resbalara hacía dentro y hacia fuera. Sentí como poco a poco el miembro se hinchaba anunciando la llegada del máximo placer y oí que Pablo me suplicaba:

- Tómate toda mi leche, no desperdicies ni una sola gota.

Y así lo hice, tragué el caliente líquido tratando de que no se me escapara nada. Me sentía feliz, feliz por proporcionarle aquel placer a mi amado, feliz por haberle sentido dentro de mí, feliz por todo y porque en mi corazón la esperanza de recuperarle estaba ahora más cerca que unas horas antes. Cuando se quedó quieto, me limpié los labios y me puse en pie. Él se acercó a mí y me abrazó, reposando su cabeza sobre mi vientre.

- Deberíamos volver – musitó.

- No sé si sería buena idea, Pablo. ¿Recuerdas por qué lo dejamos? Estuviste a punto de entregarme a otro hombre. No estoy dispuesta a ser tu pelele.

- Ángela, yo te amo y sé que tú también a mí, y prometo que no haremos nada que tú no quieras.

- Pablo, nuestra relación no es un juego, si quieres que volvamos tendrás que entender eso y aceptar las condiciones que yo imponga.

- Haré lo que quieras, pero no te vayas otra vez, por favor – me suplicó mirándome a los ojos

Sus palabras me parecieron sinceras y sus ojos también.

- Esta bien, lo intentaremos. Ahora deberíamos regresar a la fiesta, seguro que nos están buscando.

- Vale – aceptó – pero prométeme que mañana nos veremos.

- De acuerdo.

Nos arreglamos la ropa y salimos de aquel baño tratando de disimular, como si nada hubiera sucedido.

Cuando entré en el salón, Juan al verme vino corriendo hacía mí.

- ¿Dónde te has metido? Llevo un cuarto de hora buscándote.

- Perdona, es que salí a tomar el aire me encontré a Luisa y nos hemos entretenido hablando – le mentí - ¿Nos vamos a casa?

- Sí, será lo mejor. Estoy muy cansado.

Entramos en el coche y al sentarme y sentir la fría tela de la falda sobre mi sexo recordé que Pablo se había quedado mis braguitas y me excité recordando aquel momento. Durante el trayecto hacía casa, tanto Juan como yo permanecimos callados. Yo no hacía más que pensar en como iba plantearle a Juan que debíamos dejar lo nuestro porque había decidido volver con Pablo.

Al llegar a casa, y con el mismo silencio que había habido entre nosotros durante el trayecto, subimos en el ascensor, entramos en mi casa sin hacer ruido y cada uno se fue a su habitación. Me desnudé y me metí en la cama. Traté de dormir, pero no pude. El recuerdo de lo sucedido con Pablo no me dejaba, no hacía más que darle vueltas a la idea y preguntarme si hacía bien o no volviendo con él. Inmersa en esos pensamientos oí ruido en la habitación de mi madre. Me pareció que hablaba con alguien, así que me levanté para averiguar si estaba acompañada. Me acerqué a la puerta de su habitación, oí gemidos y risas, la puerta estaba un poco entreabierta, así que me acerqué un poco más a ella. Observé y lo que ví me dejó estupefacta, no podía creerlo. Como imaginaba mamá no estaba sola, estaba con Juan, sentada sobre su sexo de espaldas a él, cabalgándole. En un segundo comprendí muchas cosas. Sentí una especie de pinchazo en el corazón al ver aquello y a la vez cierta excitación por ver como disfrutaba mi madre. Vi como Juan abrazaba a mi madre con fuerza y le decía:

- Te quiero.

Mi madre le respondió:

- Yo también te quiero.

Un par de lágrimas nacieron de mis ojos y empezaron a rodar por mis mejillas al sentir lo sinceras que sonaban aquellas palabras entre ellos. Me sentía herida, pero también liberada, ahora se me haría menos duro decirle a Juan que quería dejarle para volver con Pablo. Volví a mi habitación y me acosté en mi cama, traté de volver a dormir...

Por la mañana fui la primera en levantarme. Había dormido fatal, despertándome cada dos por tres. Preparé el desayuno y cuando salieron Juan y mi madre le dije a Juan:

- Tengo algo que decirte: He decidido que voy a volver con Pablo.

- ¿Qué? – Preguntó mi madre sumamente sorprendida – ¿Estás dejando a Juan?

- Sí, mamá, creo que es lo mejor para todos. Yo aún sigo enamorada de Pablo y sé que Juan está enamorado de otra – le respondí y levantándome de la mesa volví a mi habitación. Tenía que llamar a Pablo y quedar con él...

Erotikakarenc (Autora TR de TR)

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