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Mousse de chocolate

en Confesiones

MOUSSE DE CHOCOLATE.

Confieso que me encanta el chocolate, me vuelve loca. Soy feliz comiendo una simple tableta, y también me encantan los hombres, pero sobre todo me gustas tú. Se me da bien saborear cosas, así que la otra noche, lo preparé todo a conciencia, para saborear lo que más me gusta de ti. Te invité a cenar a mi casa, así que preparé algo de comida afrodisiaca, para que al terminar no salieras corriendo y me dejaras con las ganas. El menú estaba compuesto por Ostras, langostinos a la plancha y mi especialidad, Mousse de chocolate con nata.

Llegaste a las nueve, como habíamos acordado, estabas guapísimo con ese traje gris que te sienta tan bien. Olías a Boston man, mi colonia favorita, sabías que me encantaba y por eso te la pusiste, en ese momento supe que no te ibas a escapar. Te di un beso apasionado en los labios, y aspiré el aroma de tu cuerpo. Me dijiste que estaba muy guapa, la ocasión lo merecía, por eso me puse el vestido negro de tirantes, el del escote en la espalda, que llega hasta donde esta pierde su insigne nombre. Me diste el ramo de rosas rojas que llevabas en la mano, son mis preferidas y tú lo sabes. Entramos hasta el comedor. Cogí un jarrón del armario y al estirarme para alcanzarlo, tú te situaste detrás de mí, besaste mi cuello y apretaste mi culo y debo confesar que me encanto, a pesar de que te recriminé porque se me podía caer el jarrón en la cabeza y terminaríamos en el hospital. Me ayudaste a bajar el jarrón y nos dirigimos hacía la cocina. Llené el jarrón de agua y mientras lo tenía debajo del grifo, volviste a pegarte a mí, acariciaste mi espalda suavemente e incluso te atreviste a meter tu mano entre el vestido y mis bragas, y me apretaste el culo. Se me escapó un suspiro. Estaba deseosa de sentirte en mi interior. Te recriminé de nuevo, a pesar de que mi cuerpo me pedía que dejara el jarrón, me girara y te abrazara, pero debía resistirme. Todavía teníamos que cenar.

Mientras ponía las rosas en el jarrón, te dije que estabas muy guapo y que me encantaba que te pusieras guapo para mí. Entonces me giré hacía ti, pasé mi brazo derecho por tu cuello, acerqué mi boca a la tuya y comencé a besarte, introduciendo mi lengua en tu boca, sentí tu lengua chocando con la mía, en un baile imparable. Me separé de ti y te di un pico. Me giré de nuevo, cogí el jarrón y salimos de la cocina, hacia el comedor. Dejé el jarrón sobre la mesa y te propuse que empezáramos a comer. Te sentaste en la mesa, mientras yo iba a por las ostras, las serví y empezamos a comer. Cuando terminamos con las ostras, dijiste que estaban muy buenas y me preguntaste cuál era el siguiente plato. Volví a la cocina y regresé con el plato de langostinos, los serví, y mientras te los ponía en el plato, deslizaste tu mano por mi pierna en una lenta ascensión, haciéndome cosquillas, hasta que alcanzaste mi culo y lo apretaste. Te dije que debías tener paciencia y me dijiste que era difícil tener paciencia con una mujer como yo a tu lado. Repentinamente recordé que aún no había sacado el cava de la nevera y fui a por él. Confieso que me encanta el cava y que en lo más recóndito de mi imaginación mi mente imagina cosas que no debería.

Volví al comedor y te di la botella para que la abrieras, nos dimos un beso en los labios y me senté, mientras tú empezabas a descorchar la botella. Serviste el cava y seguimos cenando mientras hablábamos de como nos ha ido el día. Cuando terminamos cogí los platos y los llevé a la cocina, saqué la mousse de la nevera y regresé al comedor, puse la copa frente a ti y te miré con picardía. Al darte la espalda para ir a sentarme en mi silla, me cogiste por la cintura, tiraste de mí hacía ti haciéndome sentar sobre tus piernas y cogiendo tu cucharilla la clavaste en mi mousse y sacándola la llevaste hasta mi boca. La comí golosamente, mirándose fijamente a los ojos y me dijiste que te encantaba verme comer la mousse, me diste otra cucharada e inmediatamente acercaste tu boca a la mía e introduciendo tu lengua, lamiste la mía, sentí tu sexo bajo mi culo empezando a erguirse. Cuando te separaste dijiste:

¡Uhhhmmmm, deliciosa!.

Me levanté y me fui a mi silla para terminar de comer. Y me comí la mousse lascivamente, mirándote a los ojos, tratando de provocarte, porque confieso que sé que eso te encanta y aunque luego digas que soy mala, confieso que me encanta ser mala para ti. ¡Es tan excitante!. Cuando terminé de comer el postre, bebí un sorbo de cava y luego me levanté para quitar la mesa. Tu también te levantaste para ayudarme. Llevamos nuestros platos a la cocina, yo empecé a ponerlos en el lavavajillas, mientras tú terminabas de quitar la mesa. Trajiste las copas y el cava. Llenaste las copas y me ofreciste una. Bebimos y vi que me mirabas con esa mirada de malicia que a veces tienes y confieso que me encantó, por eso te pregunté:

¿Qué estás pensando? – sabía lo que estabas pensando, lo habíamos hablado hacía sólo un par de días.

Así, que sin soltar la copa, me estrechaste por la cintura con tu brazo izquierdo y me besaste otra vez. Sentí en tu boca el sabor del cava, mezclado con el sabor del chocolate de la mousse, y me encantó. Dejaste la copa sobre la mesa de la cocina que estaba detrás de mí, y me bajaste un tirante del vestido, mientras me besabas en el cuello; otro beso en el cuello, y otro tirante bajado. El vestido cayó al suelo y me quedé sólo con las bragas, muy despacio empezaste a descender por mi cuello beso a beso hasta alcanzar mis senos, mojaste tus dedos en tu copa de cava y marcaste un circulo alrededor de mis pezones que se erizaron ante aquella agradable caricia. Luego con la lengua borraste el circulo marcado lamiendo el cava, aquello me excitó y sentí como mi sexo se humedecía, la comida afrodisiaca había echo su efecto. Continuaste el camino hacía abajo, besando mi tórax, descendiendo hasta mi vientre y de nuevo, volviste a mojar tus dedos en el cava, marcaste un circulo alrededor de mi ombligo y con la lengua los borraste lamiendo el frío liquido. Suspiré excitada y me dejé llevar por las sensaciones. Me hiciste tumbar sobre la mesa de la cocina, y cogiendo las bragas por la goma empezaste a quitármelas con lentitud, bajándolas por mis piernas tan despacio que el camino se me hizo interminable. Te las guardaste en el bolsillo del pantalón, cogiste la copa de cava y echaste un poco del frío líquido en mi ombligo. Al sentirlo suspiré excitada y sentí tu boca alrededor de mi ombligo bebiendo. Echaste un nuevo sorbo y volviste a sorberlo. Otro sorbo más, está vez se escaparon unas gotas descendiendo hacía mi sexo, produciéndome una agradable sensación. Sorbiste el jugo y luego con la lengua reseguiste la gota que había resbalado hasta llegar a mi sexo. Sentí tu lengua rozar mi clítoris, y me estremecí. Te arrodillaste entre mis piernas y dejaste que apoyara las piernas sobre tus hombros. Echaste un nuevo sorbo de cava sobre mi pubis y descendió hasta mi clítoris, su frescor me excitó, tenía fuego entre las piernas pero el húmedo líquido no lo iba a apagar. Acercaste tu boca a mi clítoris y lamiste el jugo, gemí excitada y continuaste lamiendo mi clítoris, lo mordisqueaste y lo chupaste. Empecé a estremecerme, mientras tú lamías y mimabas mi clítoris. Seguiste hasta mis labios mayores, y los lamiste, luego lamiste mis labios menores y sentí como tu lengua húmeda se introducía en mi vagina, lo que me produjo un nuevo espasmo de placer. Tu lengua comenzó a moverse como un pequeño pene, dentro y fuera, fuera y dentro, produciéndome oleadas de placer, llenando mi sexo de esa maravillosa sensación que poco a poco se esparce por mi cuerpo, de ese calor que sólo tú sabes calmar. Estaba a punto de correrme, cuando te detuviste, te pusiste en pie, acercaste tu boca a la mía y te abracé, nos besamos y abrazados nos incorporamos. Seguimos besándonos, jugueteando con nuestras lenguas, chupeteé tus labios, los mordí, me vuelven loca, lo confieso.

Descendí entonces hacía tu sexo frente al que me arrodillé, te desabroché el cinturón del pantalón, luego el botón, la cremallera y te quité los pantalones. Tiré de los calzoncillos y también te los quité. Tu pene se mostró altivo y erecto frente a mi cara, lo cogí por la base y lamí el glande, te miré a los ojos y tu también me miraste. Había una copa de mousse sobre el mármol así que me levanté y la cogí acercándola, introduje dos dedos en ella extrayendo un poco, que unté sobre tu pene por completo, embadurnándolo todo. Acerqué mi boca a tu polla y empecé a chuparla, lamiendo la mousse de chocolate, sabía deliciosamente sobre aquel original recipiente, así que lamí con esmero de arriba abajo y de abajo arriba, sin dejar un solo centímetro sin lamer. Era delicioso. Cuando terminé cogí otro poco de mousse y repetí la operación embadurnando de nuevo el erecto miembro, y de nuevo procedí a lamerlo milímetro a milímetro, sin dejar rastro del sabroso manjar. Te miré y vi la expresión de placer dibujada en tu cara, te estaba gustando. Confieso que me sentí más mala que nunca, pero me encanta verte disfrutar y sobre todo me encanta hacerte disfrutar. Saqué tu sexo de mi boca y me miraste, me puse en pie, te abracé y te susurré al oído:

Quiero sentirte.

Volvimos a besarnos apasionadamente. Subí mi pierna derecha hasta tu cintura, me tenías abrazada para que no cayera, sentí tu sexo en las puertas de mi vagina, lo rozaste suavemente haciéndome gemir una vez más. Estaba deseosa de sentirte dentro, pero tu decidiste alargar la tortura. Nos besamos, sentí tus dedos acariciando mi sexo, introdujiste uno que resbaló suavemente gracias a la humedad, luego introdujiste otro, los moviste en sentido rotatorio hacía un lado y hacía otro. Yo con mi mano busqué tu sexo, lo acaricié y mirándote a los ojos te supliqué:

Venga, cariño.

Pero decidiste ser malo conmigo, y confieso que me encanta que lo seas. Acariciaste mi seno con delicadeza, mientras dejabas que tu pene descansara a la entrada de mi sexo. Te deseaba tanto, pero dejaba que me torturaras, porque me encanta. Entonces, sentí tu sexo pujando por penetrarme, sentí como introducías el glande, pero sólo fue un momento, antes de que pudiera empezar a gemir de placer, lo sacaste.

- ¡Qué canalla eres! – te dije mirándote a los ojos, acercaste tus labios a los míos y me besaste, introdujiste tu lengua en mi boca y lamiste todos mis dientes. Yo me sentía a cien, el fuego ardía cada vez más fuerte en mi interior.

Otra vez, me hiciste el mismo juego, introdujiste el glande apenas unos segundos y los sacaste, yo me impacientaba. Con mi pierna te rodee por el culo, volviste a introducir tu glande y yo te apreté, para que esta vez no lo sacaras. Comprendiste lo que deseaba y empezaste el vaivén, despacio y con calma, haciendo que tu sexo entrara y saliera de mí lentamente. Enseguida empecé a sentir esa sensación de placer que sólo tú me sabes provocar, un cosquilleo maravilloso, que llena todo mi cuerpo, y me llena de ti. Te sentí en todos los poros de mi piel y sentí como mi cuerpo bailaba con el tuyo este baile de placer. Nos besamos, nos abrazamos, nos sentimos. Sentí tu sexo entrando y saliendo, hinchándose de placer dentro de mí. Pero repentinamente lo sacaste.

¿Qué haces?.

Espera – me cogiste en brazos y me llevaste hasta la habitación.

Me echaste sobre la cama con cuidado, te quitaste la camisa que aún llevabas puesta, mientras yo me acostaba, luego te acercaste a mí y empezaste a besar mi cuerpo muy despacio, primero un pie y luego el otro, ascendiendo por mi espinilla hasta la rodilla e hiciste lo mismo con la otra pierna. Suspiré sintiendo tus besos sobre mi piel que se erizaba con cada uno de ellos. Seguiste ascendiendo desde mi rodilla, por mi muslo beso a beso, hasta alcanzar la ingle, repetiste la operación con la otra pierna, mi cuerpo se tensó de deseo. Esquivaste mi sexo y continuaste tu camino ascendente por mi vientre, hasta alcanzar mis senos que lamiste y chupaste a tu antojo. Te detuviste largo rato a chupetear y morder mis tetillas, arrancando gemidos de placer de mi garganta, haciendo que me estremeciera de placer al sentir tu lengua y tus dientes alrededor de mis sensibles pezones. Estuve a punto de tener un orgasmo, pero tu supiste parar a tiempo. Confieso que a veces conoces mejor mi cuerpo que yo misma.

Me besaste entonces y te arrodillaste sobre mi cara, apuntando con tu verga a mi boca. Cogí el erecto pene con mis manos y empecé a lamerlo, primero chupé el glande pasando mi lengua sobre él como si fuera un helado, después descendí por el tronco hasta los huevos, que también lamí y chupeteé. Los besé con ternura y volví a lamerlos para ascender de nuevo por el tronco hasta el glande y así meterme gran parte de tu erecto aparato en la boca. Empecé a chuparlo como si fuera un caramelo, mientras te miraba a los ojos fijamente, tú también me mirabas. Sé que te encanta mirarme a los ojos cuando te la chupo, y debo confesar que es en ese momento cuando me siento más mala. Me encanta chupar tu sexo hasta llegar a ese límite en que estás a punto de perder el control, y por eso lo hice, una vez más. Entonces me detuve. Te recostaste junto a mí aún convulsionado por el placer. Nos abrazamos deseosos de sentir nuestro mutuo calor.

Seguidamente, me puse de espaldas a ti; sé que te gusta ver mi espalda y mi culo cuando lo hacemos y por eso lo hice, tú te acercaste a mí. Sentí tu sexo entre mis piernas, erguido, alzado, tieso. Mi sexo se humedeció algo más al sentir el tuyo tan cerca, doblé mi pierna derecha para facilitar la penetración y tu guiaste tu sexo hasta mi cueva y me penetraste, de nuevo te tenía dentro y de nuevo aquel calor inundaba mi cuerpo. Empezaste a moverte muy despacio, mientras me sujetabas por la cintura, te acercabas y te alejabas de mí lentamente, pero enseguida empezaste a acelerar tus movimientos, la visión de mi culo te había causado el efecto deseado. Yo también me movía hacía ti, para sentirte más profundamente, nuestros gemidos empezaron a sonar al unísono, nuestro placer llenaba la habitación y a cada embestida sentía tus huevos chocando contra mis labios vaginales, te sentía tan dentro de mí. Y deseaba sentirte para siempre dentro de mí, lo confieso. El placer volvió a llenarme, a quemar mi cuerpo y en pocos segundos alcancé mi primer orgasmo.

Fabuloso – me susurraste al oído cuando dejé de convulsionarme.

Me besaste en el cuello, y sacaste tu sexo de mí, lo acercaste a mi ano y con mucha delicadeza, me penetraste. Confieso que sólo tú has poseído ese agujero, y sólo tú lo harás, me encanta. Con la misma delicadeza que me habías penetrado, empezaste el lento vaivén, balanceándote muy cuidadosamente. Me abrazaste, y permanecimos inmóviles un rato, sintiéndonos, mientras me mordisqueabas la oreja volviéndome loca, porque confieso que esa es mi zona más erógena, me vuelve loca que me muerdas la oreja y tú lo sabes. Me relajé tanto con aquella placentera caricia, que cuando reemprendiste el balanceo, tu polla resbalaba con facilidad hacía el interior de mi ano, sentí como se hinchaba y como poco a poco te excitabas, haciendo que también yo me excitara. De nuevo nuestros cuerpos bailaban al compás del deseo y el placer y en pocos segundos ambos llegamos a la culminación del éxtasis. Cuando nos relajamos, sacaste tu sexo de mí y me abrazaste con fuerza.

Confieso que no me puedo resistir a tus encantos. Lo confieso y eso me hace esclava del placer que tú me das.

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