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Muerte

en Hetero: General

MUERTE

Vivo rodeada de muerte, pero la muerte es mi vida y sólo por ella y para ella vivo. La muerte es mi noche y la noche se envuelve en mi vida cada día, dándome una razón más para seguir, para andar sobre el filo de la navaja desafiando a la muerte y convirtiéndola en mi vida cada noche. La luna llena es la única luz que alumbra esa muerte, que tras de mí deja un reguero de sangre.

Muerte y sólo muerte, pero vida a la vez, mi vida, mi razón para existir, para seguir aquí.

Aquella noche, como tantas otras, busqué en los más oscuros rincones de la ciudad, alguien con quien pasar las largas horas que precedían al amanecer. Escruté miles de rostros de jóvenes hombres, guapos, atractivos, morenos, rubios, altos, bajos, hasta que lo encontré a él. Aquel que por una noche me daría esa vida que buscaba, que ansiaba, esa vida de la que me sentía sedienta.

Era moreno, alto, de intensos ojos color miel, el pelo rapado al cero, la barba recién afeitada que me trajo el olor de su aftershave a mi nariz. Caminaba con paso seguro hacía ningún lugar, yo iba tras él, y le ví sentarse en un banco del parque debajo de una farola. La luna estaba llena, perfecta para aquella noche.

Me acerqué a él, me senté a su lado, dejando un espacio de un metro entre ambos. Saqué un paquete de cigarrillos del bolsillo de mi abrigo, en realidad no fumaba, lo aborrecía, pero con frecuencia era la excusa perfecta para entablar una conversación con un hombre. Me puse el cigarrillo en la boca, traté de buscar el encendedor, sabiendo sobradamente que no tenía, y luego con voz suave le pregunté:

¿Tienes un mechero?

El hombre se giró hacía mí.

Sí, espera. – Me respondió rebuscando en el bolsillo de su pantalón.

Sacó un encendedor rojo, lo acercó a mi cigarrillo y lo encendió, aspiré y el cigarro se prendió.

Gracias – le dije tras sacar el cigarro de mi boca.

Le miré a los ojos y él también me miró. Luego le pregunté:

¿Qué haces sólo en este banco, a estas horas?

Y ¿tú? – Me respondió preguntándome.

Nada – le respondí – Sólo buscaba.

¿Y qué buscabas? – Volvió a interrogarme.

No sé, quizás a ti.

Vaya, que honor. ¿Cómo te llamas?

Beth, ¿y tú?.

Oscar.

En ese momento y tras haber roto el hielo se acercó a mí un poco. Le miré a los ojos, deseaba besarlo, por eso él acercó su boca a la mía, posó su mano derecha en mi mejilla izquierda y me besó. Nuestras lenguas se unieron en un baile imparable. Su mano descendió hasta mi cuello y la mía se posó sobre su rodilla, le deseaba y al separarnos él me miró con un brillo especial en los ojos y me dijo:

¿Por qué no vamos a mi casa?

No – le respondí – Vamos a la mía.

De acuerdo – aceptó.

Nos levantamos del banco y empezamos a andar en dirección a la salida del parque. Él me cogió de la mano, y la estrechó fuertemente al notarla fría, casi helada.

¿Vives cerca de aquí?

Sí, a dos calles.

Caminamos en silencio. De vez en cuando nuestros ojos se cruzaban, y entonces nos deteníamos el uno frente al otro, y como si tuvieran un imán nuestros labios volvían a juntarse en un cálido beso. Sentí su sexo erecto rozando mi vientre, y con cada beso, su pene estaba cada vez más erecto, lo que me hacía sentir feliz, ya que eso presagiaba una placentera noche de vida. Llegamos a mi casa y subí las escaleras delante de él, por la angosta escalera. Sus ojos se posaron sobre mis nalgas, lo sé, presiento esas cosas. Además sentía sus ojos clavándose en ellas. Llegamos frente a mi puerta, abrí y le hice entrar diciendo.

Bienvenido a mi cálido hogar.

Oscar entró delante de mí, cerré la puerta y le hice pasar al salón, a pesar de que lo que más deseaba era ir a la habitación, pero cada cosa a su tiempo. Primero tenía que ofrecerle una copa, conversar con él unos segundos, tratar de ganarme su confianza. Nos quitamos los abrigos y los dejé sobre una silla.

Le hice sentar en el sofá y le pregunté:

¿Quieres tomar algo?

Un tequila – me pidió.

Me acerqué al mueble-bar, junto al que estaba la cadena de música, la encendí y luego abrí el mueble-bar, saqué un par de copas pequeñas, y las llené de tequila. Las cogí y volví junto a él, le dí una y me senté a su lado.

Brindamos, y de un solo trago nos bebimos el tequila. Sus ojos vidriosos volvieron a mirarme y la chispa del deseo volvió a saltar, dejamos los vasos sobre la mesita y él me abrazó acercándose a mí, sus labios volvieron a posarse sobre los míos. Una de sus manos acarició mi muslo sobre el tejano que llevaba, y empujándome levemente, me tendió sobre el sofá. Nos comíamos la boca mutuamente, encendiéndonos de deseo poco a poco, hasta que nos separamos para respirar y él me preguntó:

¿Vamos a la habitación?

Vale – acepté, ya que era lo que más deseaba en aquel momento.

Nos levantamos del sofá, y cogido de la mano lo llevé hasta la habitación. Una vez allí, él volvió a besarme apasionadamente, empujándome sobre la cama. Su mano nerviosa desabrochó mi pantalón, mientras las mías desabrochaban su camisa. Se la quité y él empezó a bajarme el tejano, me tumbé en la cama para que le fuera más fácil quitármelo. Lo deslizó por mis piernas suavemente, hasta hacer que saliera por mis pies. Lo tiró sobre la silla que había tras él y se echó sobre mí. Volvimos a besarnos, mientras nuestras manos caminaban ansiosas por nuestros cuerpos. Nos desnudamos mutuamente y cuando estuvimos desnudos le rodeé con mis piernas, él seguía sobre mí. Sus manos acariciaban mis senos desnudos, que con poco a poco se iban poniendo duros por la excitación. Le empujé levemente para ponerme sobre él y él se dejó hacer. Me senté sobre su vientre, mientras seguíamos besándonos. Sus manos descendieron hacía mis caderas, hasta alcanzar mis nalgas, que apretó con fuerza. Me estremecí al sentir sus fuertes manos en mi culo. Mi sexo estaba cada vez más húmedo, más deseoso de sentirle dentro de mí, de que me diera su vida.

Abandoné su boca y lamiéndolo llegué hasta su cuello, lo mordí y chupé con vehemencia, tratando de controlar mis verdaderos impulsos, mi ansia. Continué descendiendo por su pecho, chupé un pezón y luego el otro, y seguí el camino descendente por su vientre. Su sexo estaba ya erecto, altivo entre sus piernas. Lo así con una mano y cerré mi boca sobre él. Empecé a lamerlo e inmediatamente Oscar comenzó a gemir. Devoré aquel manjar, deleitándome en cada uno de sus recovecos, en cada palmo de su piel, sintiendo como el glande chocaba contra mi paladar, presioné con los dientes sobre él, mientras Oscar se convulsionaba, a punto de alcanzar el orgasmo, por lo que me detuve. Volví a besarle en los labios y me coloqué sobre él con su pene rozando mi vagina. Sus manos volvieron a posarse sobre mis nalgas, sentí como las separaba e intentaba alcanzar mi ano con uno de sus dedos. Pero me incorporé sobre él. Cogí el erecto falo y muy despacio descendí, haciendo que entrara en mí. Cuando lo sentí llenándome por completo, suspiré. Me recosté sobre el pecho de Oscar y empecé a moverme despacio primero, mientras le rodeaba el cuello con mis brazos y posaba mis labios sobre este. Sus manos volvieron a posarse sobre mis ancas y de nuevo alargó uno de sus dedos intentando penetrar en mi ano. Dejé que lo hiciera, mientras seguía cabalgando despacio sobre su verga. Su dedo venció la inicial resistencia de mi ano y entró en mi. Lo movió a un lado y otro, acarició el borde del agujero con él y lo introdujo casi por completo unas cuantas veces, haciéndome gemir de placer. Ambos gemíamos, nos movíamos el uno contra el otro sintiéndonos, bailando al imparable ritmo del placer.

Empecé a acelerar mis movimientos, mientras él también empujaba contra mí. Me alcé quedándome sentada sobre su verga y seguí cabalgándolo, mientras él me observaba. Su cara estaba llena de deseo. Yo sentía su pene entrando y saliendo de mí, produciéndome aquella agradable sensación de placer, sintiendo como rozaba las paredes de mi vagina, como se hinchaba en mí. Eran una maravillosa sensación que hacía que la sangre corriera veloz por mis venas. Empecé a sentir el agradable cosquilleo del orgasmo naciendo en mi sexo y poco a poco se fue extendiendo por mi cuerpo, haciéndome explotar en un maravilloso éxtasis, que hizo que los músculos de mi vagina apresaran su pene con fuerza, desencadenando su orgasmo, haciendo que su pene se hinchara y finalmente explotara en mí, llenándome con su esencia. Eso me hizo sentir aún más viva y cuando por fin dejó de convulsionarse pensé: "Este es el momento".

Abrí mi boca, mostrándole mis afilados colmillos, me lancé sobre su cuello, mientras lo apresaba con fuerza con mi cuerpo. Y hundí mis dientes en su yugular, entonces empecé a beber su sangre, a sentir su vida llenando la mía. Los latidos de su corazón palpitaban en mis labios e iban entrando dentro de mí, saciando mi sed, mientras él trataba de oponer resistencia sin conseguirlo, sintiendo que su vida se escapa. Y justo antes de que su vida se apagara definitivamente me aparté de él. Me tumbé a su lado y le dije:

Gracias Oscar, ha sido maravilloso.

Después descansé unos minutos, esperando que su vida se extinguiera por completo, mientras su sangre llenaba de vida todos los poros de mi piel. Finalmente me levanté, me vestí y tras eso, situándome a los pies de la cama le observé, inerte sobre la cama. Uno más entre los miles que habían pasado por ella en los últimos meses. Este había sido el más dulce manjar de los últimos días, fogoso en el sexo y de sangre sabrosa, la golosina perfecta.

Era hora de deshacerse del cuerpo. Me concentré como me había enseñado mi creador y alcé la mano. El cuerpo empezó a arder y en menos de diez segundos se había disipado por completo. Perfecto, pensé. Ya era casi la hora de irse a la cama, en unos minutos el sol empezaría a despuntar por el horizonte. Cerré todas las ventanas, la puerta y me eché en la cama.

Empecé a pensar para tratar de conciliar el sueño. ¿Me importaba la muerte de aquel hombre que acaba de morir en mis brazos? ¿Me dolía? No, en realidad no, la muerte que me importaba y me dolía en el alma más que otra cosa, la que me empujaba a matar a aquellos hombres sobre los que descargaba toda mi rabia, era la de él, la de mi amor, ese tan imposible y lejano, ese que no podía arrancarme del corazón aunque lo intentará. Sí, esa sí me dolía hasta lo más profundo de mi corazón, porque le amaba, porque aunque lo entendía, no era fácil olvidar, porque pensaba que el mundo había sido cruel conmigo por traerle hasta mi vida y arrancarle de mis brazos después, esa muerte sí me dolía y para mí era la más cruel de las muertes. La muerte que me mataba.

Erotika (Karenc) del grupo de autores de TR.

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