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Angel

en Transexuales

ANGEL

Ángel lo es todo para mí, sin él no podría vivir. Hace una año que le conocí y desde entonces, no nos hemos separado. Somos tal para cual. Nuestra relación siempre fue más o menos bien, pero había algo que a él le incomodaba y tardé mucho en descubrir lo que era, precisamente hace sólo unos días que lo he descubierto. Pero a pesar de eso yo le sigo queriendo y no me puedo imaginar mi vida sin él.

La primera vez que le ví me pareció el hombre más guapo del mundo. Era alto, de pelo castaño y rizado, ojos grises y cara de niño bueno. Aquel sábado, mi amiga Elvira y yo fuimos a la discoteca como cada sábado. Y mientras bailábamos alocadas en la pista le ví. Iba con un grupo de chicos que tendrían su misma edad (unos 20 a 25, calculé, como Elvira y yo que teníamos 22). Creo que él también se fijo en mí. Pero aquella noche no pasó nada más.

Fue al siguiente sábado, mientras yo estaba en la barra pidiendo una coca-cola, cuando él se puso junto a mi y le dije:

¡Hola!

¡Hola! – me contestó él tímidamente.

¿Vienes mucho por aquí? – le pregunté para romper el hielo.

Cada fin de semana ¿y tú?

También – le respondí.

Nos quedamos callados, mientras esperábamos que nos sirvieran las bebidas. Él parecía un poco cortado, por eso decidí lanzarme:

¿Te gusta bailar? – le pregunté.

Si, claro. – contestó escuetamente.

La camarera puso la coca-cola frente a mi, la cogí, la pagué y le pregunté:

¿Bailamos?

Le costó decidirse, pero finalmente me respondió:

Vale.

Dejé el vaso sobre la barra y nos encaminamos hacía la pista que estaba llena a rebosar. Empezamos a bailar y entonces él me preguntó:

¿Cómo te llamas?

Candela, ¿y tú?

Angel.

Nos dimos un beso en cada mejilla, y sentí el varonil olor de su perfume entrando por mi nariz, y aquello aún me enamoró más. Estuvimos bailando un buen rato, hasta que cansado decidimos sentarnos en un banco. Nos pusimos a hablar de nosotros y no paramos hasta que Elvira vino a buscarme, puesto que ya era la hora de marcharse. Nos despedimos, no sin antes intercambiarnos los teléfonos.

Al día siguiente me llamó y así, poco a poco, empezamos a quedar, y a salir, y una cosa llevó a la otra. Tardó dos meses en decirme cuales eran sus sentimientos hacía mí, pero fue tan tierno aquel día, que acabó de enamorarme y evidentemente no pude decirle que no.

Así empezamos a salir juntos, pero había algo que fallaba entre nosotros, cuando yo trataba de buscar algo más de intimidad en nuestra relación, y buscaba algo más que besos, él siempre me detenía con la excusa de que necesitaba tiempo, que no estaba preparado para aquello. Yo no entendía lo que le pasaba y porque actuaba así, pero a pesar de eso, y porque le quería aguanté, le di el tiempo que necesitaba.

Hasta que este fin de semana pasado llegó el momento. Vino a buscarme a mi casa (hacía ya un mes que mis padres le conocían) y cuando salíamos por la puerta me dijo:

Hoy quiero llevarte a mi casa.

¿Me vas a presentar a tus padres? – le pregunté sorpendida y asustada a la vez – Creo que aún no estoy preparada.

No, no. Ellos no están. Es que quiero contarte algo muy importante y necesito que estemos a solas.

¡Ah, bueno! – dije respirando profundamente, recuperando la tranquilidad.

Bajamos a la calle en el ascensor, abrazados y al salir nos dirigimos a su coche. Subimos a él y arrancó, en menos de media hora estabamos frente a su casa. Yo estaba muy nerviosa, trataba de imaginar lo que quería decirme. Entramos en su bloque, nos metimos en el ascensor y mientras subíamos, él me cogió fuerte la mano. Llegamos a su piso, me dio un escueto beso en los labios y salimos del ascensor, justo en frente estaba la puerta de su casa, abrió y me hizo entrar. Luego cerró la puerta con llave y seguidamente cogiéndome de la mano me dijo:

Ven.

Me llevó hasta su habitación. Era la típica habitación de chico, con una cama sencilla, una mesa de estudio con su ordenador, un armario junto a ella, con un par de pósters de actrices o cantantes colgadas y poco más. Me hizo sentar sobre la cama y empezó a hablar:

Verás no es fácil contar esto, pero te quiero mucho, creo que eres la mujer de mi vida y quiero pasar contigo el resto de ella. Por eso, tienes que saberlo. Si cuando por fin lo sepas, decides irte y no volver a verme nunca más, lo entenderé, pero antes de que esto nuestro vaya más lejos, creo que tienes que saberlo.

Aquellas palabras me tenían un poco asustada. ¿Por qué se suponía que podía dejarle después de oírle lo que me iba a contar?. No lo entendía, pero le quería y pensé que fuera lo que fuera lo iba a aceptar.

Yo.... – se detuvo un momento en su discurso, y respiró hondo – aunque tú.....- volvió a suspirar nervioso – no soy... no he sido siempre un hombre.

Ya, algún día fuiste un niño – dije sin entenderle.

No, quiero decir, que aunque tú me veas con este aspecto, con mi pelo corto, no siempre ha sido así. Yo... un día, hace tiempo fui una mujer como tú.

Aquella noticia estalló como una bomba en mi cabeza. Mujer, había sido mujer, como yo. Cerré los ojos, respiré hondo, pensé un segundo.

Bueno, vale ¿y qué?. Te quiero, seas lo que seas y lo que hayas sido, te quiero a ti, así tal como eres ahora, por lo que eres ahora y porque me has robado el corazón, tú, Angel, tú como hombre serás parte de mí para siempre y compartiré contigo el resto de mi vida, porque te quiero y no quiero vivir sin ti.

Angel, respiró hondo, sonrió, se acercó a mi, me abrazó con fuerza, como si quisiera sentir que aún estaba allí. Me besó con pasión y cuando volvió a separarse de mí continuó diciendo:

Pero hay algo más. Aunque parezca un hombre, aunque me haya quitado los pechos y tome hormonas, hay algo que aún.... – le tapé la boca haciéndole callar.

Ya, no digas más. No importa, lo solucionaremos, no te preocupes. – le dije tratando de tranquilizarlo.

Pero yo sé que tú quieres hacer el amor conmigo y yo.... – bajó su cabeza al suelo, avergonzado, preocupado, impotente.

No te preocupes – le dije, cogiéndolo por la barbilla y haciéndole subir la cabeza.

Le besé en los labios con todo el cariño de mi alma. Para mi era mi hombre, mi sol, mi vida. Y aunque sabía que sería diferente, no iba a dejar que nuestros cuerpos no se expresaran lo que sentía él uno por el otro.

Así que sin dejar de besarle, empecé a desabrocharle la camisa.

No, no – trató de resistirse él, nervioso.

Déjame a mi, déjate llevar, cariño. – Traté de tranquilizarlo y seguí besándolo.

Le quité la camisa, su torso era suave y tenía dos cicatrices en los pechos, que besé y lamí con sensualidad. Le empujé levemente para que se tumbara sobre la cama, y seguí lamiendo su torso, descendí hasta su cintura. Despacio y con calma, le desabroché el cinturón, luego el pantalón, bajándole la cremallera lentamente y desabotonando el botón. Tiré del pantalón hacía abajo, y se lo quité, dejándolo sobre una silla. Luego me arrodillé entre sus piernas y empecé a besarlas, primero la derecha, desde la rodilla subiendo poco a poco, beso a beso hasta la ingle. Repetí la operación en su pierna izquierda. Angel empezaba a excitarse, oí su respiración sonando agitada, era la señal de que se estaba dejando llevar por las sensaciones y los sentimientos. Muy despacio, introduje mis dedos en la goma de su calzoncillo unisex y se los bajé lentamente, dejando al descubierto su sexo, la única parte de su cuerpo que me daba la certeza de que alguna vez había sido una mujer. Le miré a los ojos y por un minuto pareció avergonzarse, se tapó con su masculinas manos al mirarme a los ojos, pero yo con delicadeza se las quité. Besé su sexo, y luego empecé a lamerlo suavemente, busqué el clítoris con la lengua y enseguida lo hallé. Durante unos minutos me dediqué a la labor de lamerlo, besarlo y morderlo, haciendo que Angel se excitara. Cuando decidí introducir uno de mis dedos en su vagina, esta estaba húmeda como probablemente pocas veces lo habría estado. Angel empezó a gemir al sentir mis dedos masajeando las paredes de su cueva. Era extraño amar así aún hombre, pero no dejaba de ser amor. Le amaba y quería darle lo mejor de mí. Por eso poco a poco fui excitándole, amándole, sintiéndole, dándole placer. Introduje mi lengua en su vagina, la moví como un pene, dentro y fuera de ella, varias veces, hasta que finalmente Angel alcanzó el orgasmo. Yo estaba muy excitada y necesitaba ser amada también. Me acosté a su lado y nos besamos en los labios.

Gracias – me dijo.

No tienes porque dármelas, te quiero, te quiero así como eres.

Espera – me indicó levantándose de la cama y acercándose al armario.

Lo abrió, abrió uno de los cajones y sacó algo. No pude ver lo que era, pero se lo ató con un arnés, luego se dio la vuelta diciendo:

¡Tachan!

Ante mí y entre sus piernas, apareció una verga de silicona, casi perfecta, hermosa y grácil. Nada más verla deseé tenerla entre mis piernas. Era perfecta.

Ahora me toca a mi darte placer – dijo seriamente, acercándose a mí.

Se acostó junto a mi, y volvimos a besarnos. Era el hombre de mi vida, sin duda y quería compartir el resto de mi vida con él. Poco me importaba que en algún momento de su vida hubiera sido mujer, ahora era hombre, mi hombre. Acaricié su erguida y dura verga y él me preguntó:

¿Te gusta?

Si – le respondí.

¿La deseas?

Si.

Su mano se deslizó hasta mi húmedo sexo, que deseoso pedía a gritos sentir placer. Lo acarició muy tiernamente con un solo dedo, haciendo estremecer todo mi cuerpo, sentí como otro dedo se unía a ese y empezaban a masajear mi clítoris. Suspiré excitada, mientras Angel me miraba a los ojos y de vez en cuando me besaba. Sus ojos estaban llenos de felicidad, brillaban como nunca. Sus dedos hurgaban en mi sexo, se movían lujuriosos de mi clítoris a mi vagina, se introducían en ella, masajeaban mi punto G con gran maestría y hacían que mi sexo se excitara y mi cuerpo se estremeciera. Mi respiración se agitaba cada vez más, mi sexo estaba cada vez más húmedo y más deseoso de sentir a mi hombre.

¡Vamos, cariño! – le incité.

¿Estás segura? – dudó.

Claro.

Se puso sobre mí, guió el erecto falo hacía mi húmedo sexo y me penetró. Sentí como entraba en mi, y entonces nos miramos a los ojos. Cuando estuvo totalmente en mi, nos abrazamos con fuerza, su voz temblorosa sonó en mi oído:

¡Te quiero!

Volvimos a mirarnos y sus ojos estaban húmedos, llenos de felicidad, y un par de lágrimas empezaron a brotar.

¡Qué feliz soy! – exclamó y me abrazó con fuerza.

Le rodeé con mis piernas y sentí como el falo se introducía aún más en mí. La felicidad era completa, ya no existía nadie más en el mundo, sólo él y yo.

Unos segundos más tarde, Angel empezó a moverse despacio, haciendo que el instrumento entrara y saliera de mí, rozando las paredes de mi vagina. Poco a poco fue acelerando sus movimientos, mi cuerpo empezó a sentir el placer que él me proporcionaba, en ese momento éramos un hombre y una mujer amándose, unidos por el amor verdadero. Para mí aquel sexo de látex que entraba y salía de mi, era el sexo de Angel, el sexo de mi hombre y me estaba dando el placer que tanto había deseado. Sentía como un maravilloso cosquilleo empezaba a llenar mi sexo, extendiéndose por todo mi cuerpo que se convulsionaba, sintiendo el goce que mi hombre me proporcionaba. En pocos segundos mi respiración se hizo más agitada y mi cuerpo empezó a estremecerse. Grité de placer cuando por fin, el orgasmo me alcanzó. Cuando dejé de convulsionarme, Angel sacó el aparato de mi y nos quedamos un rato tumbados, abrazados.

¡Ha sido maravilloso! – musitó Angel.

Decidí entonces ponerme de espaldas a él, acoplando mi cuerpo al suyo y el frío instrumento quedó entonces entre mis piernas. Lo apresé con ellas y sentí como Angel se movía, por lo que el aparato se restregó contra mis labios vaginales.

¡Uhm, cariño, que cosquilleo más placentero! – exclamé.

¡Perdona! – trató de disculparse él, intentando sacarlo de entre mis piernas, pero se lo impedí atrapándolo con ellas.

¡No, sigue, me gusta! – le propuse.

La verdad es que siempre he soñado hacerlo así, metiéndola desde atrás – me confesó.

¡Pues hazlo! – le insté con sensualidad.

Mi sexo volvía a estar húmedo por el roce y deseoso de sentir placer. Primero, mi hombre dudó unos segundos, después dirigió el duro aparato hacía mi empapado agujero y con lentitud comenzó a introducirlo de nuevo. Aquella languidez me torturaba, por eso, retrocedí hacía mi amante, haciendo que el instrumento me penetrara por completo. Llena de nuevo de él, cerré los ojos. Angel posó su mano sobre mi cadera y cadenciosamente empezó a moverse, haciendo que el pene entrara y saliera de mi, un vez y otra, en un glorioso vaivén que me llenaba de placer. Me sentía más excitada de lo que nunca antes había estado. Angel movió su mano, desde mi cadera, mesuradamente, hasta mi pubis, enredó sus dedos en mi corto bello púbico y buscó mi clítoris, que expectante aguardaba aquella caricia. Dos de sus dedos se dedicaron a darle atención a mi pequeño botón, masajeándolo, acariciándolo en círculos, haciendo que mi cuerpo se erizara. Sus labios sobre mi cuello, iban dándome pequeños y suaves besos, mientras yo con los ojos cerrados, retrocedía hacía él, sintiéndole dentro de mí. Eramos dos cuerpos, hombre y mujer, dándose a amor. Amado amor, amor amado, amor eterno. Amor sin condición, sin razón, sin miedo, sin reproches, amor verdadero. Mi cuerpo se llenó de su amor y estalló ansioso sobre su cuerpo en un demoledor orgasmo.

Luego nos quedamos abrazados y dormidos.

Desde entonces hemos vuelto a hacerlo muchas veces y todas satisfactoriamente. ¿Qué importa que antes fuera mujer? Yo le quiero por lo que es ahora y es lo único que me importa. Pronto iremos a vivir juntos y estamos ahorrando para que él pueda realizarse una operación de cambio de sexo, aunque para mí eso no importa, soy feliz con él tal y como es, porque su corazón es el corazón de un hombre, mi hombre.

Erótika (Karenc) del grupo de autores de TR.

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