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El pirata y la princesa

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EL PIRATA Y LA PRINCESA.

El barco avanzaba lento sobre el agua, movido por los remos de los esclavos, el rumor que estos causaban al chocar contra el agua la tranquilizaban. Sara sobre la cubierta, contemplaba el horizonte, la luz de la luna reflejándose en el agua, las estrellas del cielo brillando. Se sentía feliz, por fin iba a reunirse con su prometido, el Príncipe de Anjou. Sólo le había un par de veces, pero lo amaba más que a nada en el mundo. Después de aquel viaje, estarían juntos para siempre.

¿En que pensáis? – le preguntó su hermana acercándose a ella por la espalda y sacándola de sus pensamiento.

En Francisco, en que quieres que piense.

Claro, desde que le conocisteis todos vuestros pensamientos son para él.

Efectivamente, hermanita y vos tenéis envidia.

¿Envidia yo? ¿de vos? Nunca, jamás. Si solo sois un par de tristes enamorados.

Por eso nos envidiáis.

No digáis tonterías, hermanita – protestó María – Sabéis de sobras que estoy enamorada.

Sí, claro de un pobre y desgraciado pirata que ni siquiera se ha fijado en vos.

Claro que se ha fijado en mi, y te aseguro que antes de que lleguemos a puerto vendrá a buscarme.

Ja, ja, ja, ja – se rió estruendosamente Sara – vendrá a buscaros, no me hagáis reír, hermanita.

Ya lo veréis.

Bueno, me voy a dormir. Buenas noches hermanita. – se despidió Sara, dejando a María sola en la cubierta.

Era ya de día cuando Sara se despertó, se oían golpes y gritos por todas partes. Maria dormía en la litera de al lado.

María despierta – trató de despertar a su hermana.

De repente, la puerta se abrió con un gran estruendo, apareció un hombre de unos 50 años con barba y un solo diente que gritó:

Señor están aquí.

Enseguida apareció otro hombre de unos 30 años, con el pelo largo, barba y bigote. Era moreno y con unos intensos ojos negros. Al verlo María se echó en sus brazos:

Sabía que vendrías.

El pirata ni siquiera le hizo el mejor gesto a la pequeña de las hermanas, se dejó abrazar por ella, mientras miraba intensamente a Sara.

Buenos días, señorita. Siento decirle que su amado tendrá que esperar.

Sara lo miró fijamente sin decirle nada.

Llévalas a nuestro barco, James. – le ordenó el joven pirata a su lacayo.

Si, Capitán Hawkins, enseguida.

Las chicas fueron atadas la una a la otra por la muñeca y llevadas hasta el barco pirata. El tal James, las llevó hasta una habitación que parecía ser la del capitán. Tenía una mesa justo enfrente de la puerta, llena de mapas, y un camastro a su derecha. Por todas partes había botellas de ron. James las dejó allí, solas. A los pocos segundos apareció otro de los piratas. Era un muchacho que se parecía un montón al capitán Hawkins, pero era más joven.

Buenos días, señoritas. Soy Alfred Hawkins, segundo de abordo y hermano del capitán. Espero que su estancia entre nosotros sea grata.

No creo que pueda ser muy grata. No olvidemos que nos habéis traído en contra de nuestra voluntad. – le hizo notar Sara.

¡Calla! – trató de callarla su hermana.

Si necesitáis algo sólo tenéis que decírmelo – se ofreció el pirata, acercándose a Sara.

Lo único que necesitamos es que nos devuelvan a nuestro barco y nos dejen seguir nuestro viaje.

Alfred acarició la blanca y suave piel de la cara de Sara mientras le decía:

Ese deseo no os lo puedo conceder.

Sara, le apartó la mano de un manotazo y dijo:

Entonces, no necesitamos nada.

¡Uy, la princesita tiene genio! – exclamó Alfred divertido.

Entonces la rodeó por la cintura, la atrajo con fuerza hacía él y la besó. Cuando la soltó Sara le propinó una bofetada que sonó estruendosamente en el camarote. Justo en ese momento entró el capitán.

¿Qué haces, hermano? No debes tratar mal a nuestras invitadas.

Si sólo les estaba dando la bienvenida. – respondió Alfred.

Bueno, de todos modos, debes tratarlas bien.

El capitán se acercó a María la rodeó por la cintura y la besó, mientras esta gustosa se dejaba. La mano del pirata, se posó sobre le culo de María y poco a poco fue subiendo la falda del vestido mientras la besaba.

Sara y Alfred los observaban. Alfred intentó hacer lo mismo con Sara, pero esta le propinó una nueva bofetada al sentir que se acercaba a ella y luego le dio un pisotón con el tacón de zapato en medio del pie.

¡Aaaaayyy! – se quejó el torpe pretendiente.

¡Ja, ja, ja! – se rió su hermano que le estaba tocando el culo ya desnudo a María – Tienes que aprender a tratar a las damas, hermanito. Un princesa como esta hay que tratarla con delicadeza, verás. – le indicó acercándose a Sara.

La cogió por la cintura, la atrajo hacía él y la besó. El primer impulso de Sara, fue empujar al capitán, pero este la apretaba tan fuerte que no pudo, además empezó a introducir su lengua húmeda en la boca de la princesa y eso desarmó a la muchacha, que se dejó besar y terminó correspondiendo el beso.

¡Ey, hermanita! ¡Qué este pirata es mío! – protestó María con cierto enojo.

No te preocupes, yo también puedo ser tuyo – le indicó Alfred acercándose a ella.

María no estaba convencida de dejar que Alfred la abrazara, pero viendo como su hermana era sobada por su capitán dejó que Alfred la estrujara entre sus brazos y la besara. Entre tanto, Sara estaba ya medio desnuda, el capitán le había quitado el corpiño y besaba sus senos con dulzura. María se excitó al ver a su hermana y a su capitán en aquella postura. Sara se dejaba llevar por las sensaciones que aquella boca le producía al besar y lamer sus senos como ningún hombre lo había echo nunca, pues era virgen. Su amado príncipe Francisco no había pasado de los castos besos que le daba en la mejilla cada vez que la saludaba. Por eso sentía un calor inexplicable en su cuerpo y aquella humedad en su sexo, mientras el Capitán le iba subiendo la falda con lentitud.

María dejaba que Alfred se metiera bajo sus falda y hurgara en su húmedo sexo, mientras trataba de no perder detalle de lo que el Capitán hacía con su hermana. Sara empezó a suspirar cuando sintió la mano del Capitán acercándose a su sexo. Luego sintió uno de sus dedos rozando su clítoris y su cuerpo empezó a convulsionarse placenteramente.

María también se convulsionaba al sentir la lengua de Alfred moverse frenéticamente sobre su sexo. Suspiró y su hermana la miró con cara de satisfacción. El capitán estaba ahora metiendo uno de sus dedos en la vagina de la muchacha, moviéndolo dentro y fuera. Esta suspiraba y gemía, sintiendo un placer que nunca antes había sentido. Cerró los ojos y la sensación se intensificó. María sin saber porque sentía excitación al ver como su hermana era excitada por su querido pirata. Este también estaba excitado y deseaba más que nada en el mundo poseer a aquella bella dama, de piel blanca, pelo castaño y ojos color miel.

Entre tanto Alfred se había puesto en pie, le había quitado el vestido a su hermosa dama y muy cuidadosamente la llevó hasta el frío camastro sobre el cual, la acostó. María se dejó hacer. Alfred se bajó el pantalón y dejó libre el erecto pene. María excitada abrió los ojos como platos al contemplando aquella belleza. Alfred acercó el erecto instrumento al húmedo sexo de la muchacha y muy despacio la penetró.

El capitán besaba sin cesar a su princesa, que excitada correspondía a sus besos. El pirata cogió a Sara por la cintura y la sentó sobre la mesa, a continuación le subió la falda hasta la cintura y se agachó frente al húmedo sexo femenino, mientras Sara abría las piernas para recibirlo. Enseguida sintió la húmeda lengua del pirata, sobre su deseoso clítoris y dio un pequeño respingo. El capitán empezó a lamer aquel dulce manjar de mujer, con suavidad y ternura, haciendo que la muchacha se estremeciera y excitara.

María desde la cama observaba a su Capitán y su hermana, mientras Alfred la penetraba una y otra vez, despacio, en un baile imparable de placer y deseo que unía sus cuerpos.

Sara excitada había perdido, ya la noción del tiempo y del espacio y se dejaba lleva por las sensaciones que le producía aquel hombre. Ya no recordaba a su príncipe, sólo podía pensar en el Capitán pirata y el placer que le estaba proporcionando. En pocos segundos Sara alcanzó el primer orgasmo de su vida en una explosión de placer inacabable. Cuando dejó de convulsionarse, atrajo al guapo pirata hacía sí, tirándole del pelo, y le suplicó:

¡Hazme tuya!

El Capitán no se lo pensó ni dos veces, se puso en pie, encajándose entre las piernas de la muchacha.

María desde la cama se sentía cada vez más excitada al ver como su hermana iba a ser poseída por su amado Capitán, lo que hizo que sus piernas rodearan a su amante que la penetró más profundamente y así ambos alcanzaron el orgasmo final que liberó sus cuerpos.

Entretanto, el Capitán se había despojado de su pantalón, guió el erecto pene hacía la húmeda vagina y muy suavemente la penetró. Sara casi no sintió el pequeño dolor que le causó al romper su virginidad, estaba tan excitada y tan deseosa de sentirlo. Sintió como aquel caliente y erguido instrumento la llenaba por completo y como al empezar a moverse entrando y saliendo de ella, le producía un agradable placer, que iba aumentando poco a poco. También el Capitán podía sentir la humedad y calentura del inexplorado agujero femenino. Se recostó sobre su amante y la besó con ternura, mientras la penetraba muy despacio una y otra vez. Y así despacio y poco a poco ambos cuerpos encontraron la compenetración necesaria, que hizo que sus cuerpos se convirtieran en uno solo y lograran el placer al unísono. Cuando dejaron de convulsionarse se abrazaron en un interminable y apasionado beso.

Luego, el Capitán se incorporó y miró a su alrededor. Se habían quedado a solas. Alfred y María habían desaparecido.

¿Quieres ahora volver a tu barco? – le preguntó el Capitán a Sara que se estaba arreglando las ropas.

No, prefiero quedarme contigo. – respondió ella.

Desde aquel día Sara acompañó al Capitán Hawkins en todos sus viajes por el Caribe, olvidándose por completo de su príncipe.

 

Dedicado a Mi Pirata. Un beso.

Erótika. (Karenc) del grupo de Autores de TR.

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