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El primer día (2: Sintiéndonos)

en Hetero: Infidelidad

EL PRIMER DÍA (2º PARTE. SINTIÉNDONOS).

Pasé la noche pensando en él, daba vueltas y más vueltas en la cama y repasaba una y otra vez lo sucedido. Veía su cara de excitación mirándome y el deseo de sus ojos mientras me hacía el amor, y no podía dejar de pensar que había disfrutado más de lo que jamás lo había hecho. Y lo peor de todo es que me moría de ganas por repetir, por estar otra vez entre los brazos de Pierre y ser suya otra vez. Aquello era una locura, sentirme tan atraída y enamorada de alguien que tenía 13 años menos que yo, me sorprendía enormemente, pero también me halagaba que aquel jovencito se hubiera fijado en mí y me deseara tanto como yo a él. Cuando desperté; bueno en realidad, dormí muy poco, así que cuando sonó el despertador ya estaba despierta, por lo que lo apagué enseguida. Encendí la luz de la lamparita, como hacía cada día y me giré hacía mi marido abrazándolo.

-          Cariño, es la hora – le dije.

Se hizo el remolón durante un par de minutos y finalmente se levantó y se vistió, mientras yo seguía acostada en la cama, simulando que dormitaba, pero pensando en Marlon. No podía quitármelo de la cabeza, había pegado fuerte en mi mente y no lograba pensar en otra cosa que no fuera él. Cuando mi marido se hubo vestido se acercó a mí, y me dio un beso suave en los labios.

-          Hasta luego, cariño. – dijo.

-          Hasta luego.

Salió de la habitación y cerré la luz de la lamparita, acurrucándome sobre mi misma.

¿Por qué no sentía ningún remordimiento por lo que había hecho? ¿Por qué deseaba tanto volver a ver a aquel chico guapo? ¿Por qué deseaba tanto sentirle otra vez dentro de mí? Ninguna de aquellas preguntas parecía tener una respuesta lógica, pero me sentía feliz, y eso era lo importante para mí.

Medía hora después de que mi marido marchara, me levanté, me duché y mientras lo hacía no dejaba de pensar en Pierre, en como me había hecho el amor, en lo que había sentido en cada una de sus embestidas, sus caricias, sus besos. Mi cuerpo empezó a excitarse de nuevo y empecé a acariciarme el clítoris, mientras recordaba los acontecimientos del día anterior. Con la otra mano me acariciaba las tetas, y cerrando los ojos, veía a Pierre acariciando mi culo. La mano que tenía en mi clítoris, se movió hasta mi culito, busqué mi ano, lo acaricié con suavidad con uno de mis dedos, mientras el agua resbalaba por él, y muy despacio empecé a introducirme el dedo, gemí excitada, la otra mano estaba ahora en mí clítoris, acariciándolo. Empecé a mover el dedo que tenía en el culo dentro y fuera, mientras me acariciaba el clítoris con suavidad, y en mi cabeza las manos de Pierre estrujaban mis nalgas. Me corrí entre espasmos y gemidos de placer. Jamás en mi vida había sentido tanto deseo por alguien que no fuera mi marido. Ansiaba que Pierre me hiciera el amor otra vez.

Me vestí, me puse un vestido estrecho  de tirantes que marcaba perfectamente mis caderas y mi culo y dejaba al descubierto mi espalda y mis hombros. Me peine, me maquillé y me perfumé. Quería estar perfecta, impresionar a Pierre y  que no pudiera resistirse a mis encantos de mujer.

Una vez lista, cogí mi bolso y salí a la calle. Primero fui al mecánico a buscar mi coche que por fin estaba reparado. Mientras caminaba hacía el taller, los hombres me miraban con deseo y eso me gustaba, pensaba que si causaba aquella impresión en un desconocido, en Pierre sería aún más intensa la impresión. Al entrar en el taller, el mecánico, un hombre unos 5 años mayor que yo, se quedó embobado mirándome.

-          ¡Hola, venía a por el coche! Me llamaste ayer. – le dije.

-          Sí, claro, pasa. ¿Estás muy guapa hoy? – se atrevió a decirme. Nos conocíamos de hacía algún tiempo, porque siempre le llevábamos el coche para reparar, pero aquella era la primera vez que se atrevía a decirme algo así.

-          Gracias. – le respondí.

Me dio las llaves del coche y me indicó lo que había hecho, luego me dio la factura.

-          Ya pasaré a pagarte. – le dije

-          El coche está fuera, un poco más arriba.

-          Ya, gracias. Adiós.

Me dirigí al coche y con él me fui hasta la universidad. Aparqué y al dirigirme a la puerta de entrada ví a Pierre esperándome. Estaba guapísimo y al verme su cara se alegró mostrando una sincera sonrisa. No pude resistirme a aquel hombre tan encantador y corrí hacía él. Le abracé, y le planté un beso en sus rojos y carnosos labios.

-          ¡Hola cielo! – le dije al separarme.

-          ¡Hola amor! – me dijo sorprendido. - ¿Cómo estás?

-          Ahora bien. He pasado la noche pensando en ti, echándote de menos y deseando volver a verte.

Su cara se iluminó al oír aquellas palabras. Me miró de arriba abajo y luego me dijo:

-          Estas preciosa.

-          ¿Te gusta? Me puesto este vestido para ti.

Me estrechó, entonces, entre sus brazos y me susurró al oído:

-          Me encanta y me provoca hacerte el amor ahora mismo.

Sentí su verga hinchándose entre mi cuerpo y el suyo y eso hizo que también yo me excitara, mojando mis braguitas.

-          Entonces, vamos a algún lugar donde podamos estar a solas ¿hay algún hotel por aquí cerca? – Le propuse.

-          Sí, hay uno a cuatro calles de aquí.

-          Pues vamos. – Le dije sin querer esperar más.

En aquel momento lo demás no me importaba, ni las clases, ni mi marido, ni nada. Sólo me importaba él y esas irrefrenables ganas que tenía de sentirle dentro de mí.

Caminamos por las calles, cogidos de la mano, besándonos cada 6 o 7 pasos, hasta que llegamos al hotel. Pedimos una habitación y subimos corriendo. Ambos estabamos ansiosos por estar juntos. Nada más entrar, nos abrazamos con fuerza, sintiéndonos el uno al otro, cuerpo contra cuerpo. Estaba dispuesta a pasar la mañana más erótica de toda mi vida, con el hombre más guapo que jamás hubiera conocido, y eso me excitaba con sólo pensarlo.

Sentía mis bragas mojadas, mientras besaba a Pierre. Nuestras lenguas se buscaban, mientras sus manos acariciaban mis hombros y mis brazos con mucha suavidad. No sé como, pero logré apartarme de él. Y entré en la habitación, acostándome sobre la cama. Él se puso sobre mí y seguimos besándonos. Mientras sus manos acariciaban mis hombros y podía sentir su sexo creciendo entre mis piernas.

Me miró a los ojos y me dijo:

-          Te amo.

-          Yo a ti también – repetí yo.

Entonces me hizo poner de costado, para desabrocharme la cremallera del vestido. Me quitó un tirante, luego el otro, y muy despacio me quitó el vestido, dejándolo sobre una silla. Acarició mi cuerpo, desde los pies ascendiendo por mis piernas, evitando mi sexo y recalando en mis caderas, siguiendo hasta mis senos que apretó con suavidad, por encima del sujetador y terminó acariciando mis brazos, hasta que sus manos llegaron a las mías y se unieron en un fuerte apretón, entrelazando los dedos, mientras nuestros labios se sentía mutuamente. A continuación, le quité la camiseta y él me desabrochó el sujetador y me lo quitó. Se quedó embobado contemplando mis pechos, era la primera vez que los veía, los acarició suavemente con las manos y dijo:

-          Me encantan, son perfectos.

Sonreí, me sentía feliz al saber que le gustaba mi cuerpo, que le excitaba de aquella manera. Su sexo seguía erecto entre mis piernas y cada vez estaba más hinchado, más ansioso de deseo. Le desabroché el pantalón y poniéndose en pie se lo quitó, también se quitó el slip dejando al descubierto un magnifico pene que sólo con verlo me provocó el más grande de los deseos. Se arrodillo frente a mis piernas, que las tenía dobladas hacía abajo en el borde de la cama, y metiendo los dedos por la goma de las braguitas, empezó a bajarlas con suavidad por mis piernas, dejando al descubierto mi sexo. Sus ojos se encendieron como dos lamparas. En su cara la excitación era evidente. Me deseaba como nunca me había deseado ningún hombre.

Acercó un par de dedos a mi sexo y lo acarició con mucha suavidad.

-          ¡Uhmmm, estás tan húmeda, mi amor!

-          ¡Síiiii, porque te deseo tanto! – exclamé yo con voz dulce y excitada.

Deseaba tenerle entre mis piernas, sentirle, amarle, que me poseyera y me hiciera suya de todas las maneras posibles, hasta que mi cuerpo ya no pudiera sentir más placer. Quería derretirme de gusto entre sus brazos y que nunca olvidáramos aquel momento.

Pierre me abrió las piernas, acercó su lengua a mi sexo y lo lamió. Empezó lamiendo el clítoris muy suavemente, dando pequeños lametones. Luego descendió hasta mi vagina e introdujo su lengua empezando un enloquecedor movimientos de mete-saca, que me enajenaba y hacía que gimiera irremediablemente de placer y deseo. Mi cuerpo se convulsionaba y mi sexo se llenaba con mis jugos alimentando a mi amante de mi placer. En cada embestida de su lengua contra mi vagina, un espasmo recorría mi cuerpo y era acompañado por un gemido. Sentía que iba a correrme así que le supliqué a mi amante.

-          ¡Hazme tuya!

Pierre me miró a los ojos con ese inconfundible deseo que ardía en sus pupilas. Se puso sobre mí, me besó haciéndome sentir el sabor de mi sexo en los labios y sin dejar de besarme, sentí como guiaba su pene hasta mi excitada cueva y me penetraba despacio y con mucha calma. Cuando le tuve completamente dentro de mí, me sentí la mujer más feliz de mundo. Le rodeé con mis piernas apretándolo contra mí y le susurré al oído:

-          ¡Dame fuerte, cariño!

No se hizo derogar y poniendo sus manos en mis caderas empezó a moverse dentro y fuera de mí, haciendo que mi cuerpo se estremeciera de placer. Comencé a gemir mientras mi amante decía guarradas que me excitaban cada vez más. Me decía cosas como:

-          ¡Toma perrita, toma mi polla! ¿Te gusta, eh, perrita?

-          ¡Sí, dame fuerte, cabrón!

Aquello aún me excitaba más, a ambos nos excitaba y  yo empujaba enloquecida hacía él tratando de sentirle más y más adentro. Su respiración entrecortada en mi oído, su voz, su sexo entrando en mí una y otra vez, me ponían a mil. Pierre se movía cada vez con más rapidez, empujando con fuerza y haciéndome estremecer y gemir sin parar, hasta que el orgasmo se desencadenó en mí. Él siguió empujando con fuerza, hasta que sintió que iba a correrse, sacó su polla de mí y acercándola a mi boca me dijo sujetándome por el pelo:

-          ¡Ven aquí, perrita!

La colocó frente a mi boca y yo empecé a lamerla y chuparla, hasta que sentí su semen llenando mi boca y empecé a tragar hasta que terminó. Tras eso nos tumbamos en la cama, acurrucados y pegados el uno al otro.

Estuvimos hablando un rato, hasta que me puse de espaldas a él y empezó a acariciarme el culo con suavidad.

-          ¡Me encanta tu culito! – Me dijo.

-          Ya lo sé.

-          ¿Sabes? Me gustaría follártelo. – Indicó.

-          Y a mí me encantaría que lo hicieras. Nunca nadie lo ha hecho, pero a ti te dejaría.

-          ¿De veras? – Me preguntó inocentemente.

-          Sí, es más, lo estoy deseando. A ti no puedo negarte nada, cielo, no sé porque, pero no puedo negarte nada.

Entretanto uno de sus dedos hurgaba entre mis nalgas, buscando el estrecho agujero y tratando de comprobar la estrechez, además de ponerme a mil. Cuando sentí como su dedo entraba en el agujero, gemí.

-          ¿Te he hecho daño? – Preguntó un poco asustado.

-          No, no, me gusta, sigue, acaríciame.

Y lo hizo, empezó a mover su dedo, acariciando el agujero con suavidad, haciendo que su dedo entrara y saliera de él para que el orificio se acostumbrara a la invasión. Con la otra mano acariciaba mi clítoris y a veces movía el dedo que tenía en el ano hasta mi, aún húmeda vagina, para humedecerlo y facilitar la penetración en el culo. Empecé a excitarme, me gustaban aquellas caricias, y cada vez deseaba más que poseyera la única parte de mí, que ningún hombre había poseído antes. Él también estaba excitado, podía sentir su pene hinchándose cerca de mis nalgas. Su deseo hacía mí, había vuelto a crecer entre sus piernas. 

-          Ponte en cuatro – me ordenó – Será más fácil.

Le obedecí y me puse en cuatro sobre la cama, él se situó tras de mí. Sentí como me abría las nalgas y acercaba su lengua a mi agujero trasero que empezó a lamer suavemente primero, luego trató de introducir su lengua con cierta dificultad, pero haciéndome estremecer como nunca. Estuvo así como unos diez minutos, lamiendo mi ano y mi sexo sin descanso, hasta que volvió a meter un dedo y al ver que entraba con bastante facilidad, lo intentó con otro. El comprobar que mi ano estaba bastante relajado y abierto lo animó a acercar su sexo, y muy despacio empezar a introducir el glande. Al sentir como entraba sentí un leve dolor y gemí:

-          ¡Ay!

Entonces él se detuvo y espero unos segundos, acariciándome las nalgas. Cuando creyó que mi ano ya se había acomodado a su glande, empujó metiendo un poco más. Yo sentía como mi culo se iba abriendo a una nueva experiencia y empujé hacía él para que me penetrara un poco más, finalmente fue él, el que dio el último empujón al comprobar lo relajada y deseosa que estaba de sentirle. Y cuando estuvo totalmente dentro de mí, se recostó sobre mi espalda y me abrazó con fuerza susurrándome al oído:

-          ¡Te amo!

Luego volvió a incorporarse y empezó a moverse despacio tratando de no hacerme daño, hasta que le pedí:

-          ¡Dame fuerte, cariño, no temas, dame fuerte, la quiero fuerte!

Aquellas palabras le excitaron sobremanera y empezó a empujar cada vez con más fuerza, y al poco rato volvió gritar palabras como:

-          ¿Te gusta que te folle el culito, eh, Perrita?

-          Sí, sí, dame más, sigue. – Gemía yo extasiada, sintiendo aquel nuevo placer que me gustaba tanto o más que los que había experimentado hasta aquel momento.

Nuestros cuerpos se acompasaban al ritmo del deseo y el placer. Su polla entraba y salía de mí, cada vez con más facilidad, y eso le animaba a empujar cada vez con más fuerza, comportándose como un auténtico semental. A mí me excitaba ser follada de aquella manera tan salvaje. Me miré en el espejo del armario que quedaba a nuestra derecha, le ví a él empujando a gran velocidad, con aquella expresión de placer, y aquello terminó por excitarme hasta el punto de que empecé a correrme empujando hacía él y sintiendo como todo mi cuerpo se deshacía en un maravilloso éxtasis. Mis estremecimientos provocaron que también Pierre se excitara y su verga se hinchara dentro de mí, y en pocos segundos me llenara con su semen.

Tras lo cual ambos caímos rendidos sobre la cama y nos quedamos dormidos.

Cuando desperté ya era mediodía. Pierre seguía a mi lado, dormido y con una cara de paz y tranquilidad que me volvían loca. Le hubiera hecho el amor otra vez, pero tenía que irme a casa, tenía una vida fuera de aquellas cuatro paredes y lejos de los brazos que aquel encanto de chico. Acerqué mis labios a los de él y le besé con suavidad, entonces despertó.

-          Cielo, debo irme. – le dije.

-          ¿Ya? No, por favor, quédate. – Me rogó con voz tierna.

-          No puedo, lo sabes, tengo una vida más allá de ti y de todo esto.

-          Lo sé, pero me encanta que estés conmigo.

-          Y a mí estar contigo, pero no puedo quedarme, lo haría encantada, pero no puedo.

Empecé a vestirme, buscando mi ropa por la habitación.

-          ¿Cuándo volveremos a vernos, a estar así? – Me preguntó.

-          Mañana y vístete, tenemos que irnos.

Se levantó y empezó a vestirse. Cuando terminamos salimos de la habitación, bajamos al vestíbulo, pagamos la habitación y luego me acompañó hasta mi coche. Nos despedimos con mucha pasión y apenados por tener que separarnos.

En casa me esperaba mi vida, y mi marido. Mientras regresaba a casa en el coche, iba pensando en él, en si lo que sentía por él había cambiado, si la razón por la que me había casado con él diez años atrás aún seguía allí. Y sí, le amaba, le seguía amando y ni siquiera pensaba en la posibilidad de dejarlo, no sólo porque dependía económicamente de él, sino porque le amaba y no quería perderle, él me había dado muchas cosas que otros hombres jamás me habían podido dar. Pero a la vez me preguntaba ¿por qué aquel sentimiento tan fuerte hacía Pierre? ¿Por qué aquellas ganas  permanentes de verle, de que me hiciera el amor y de ser suya? ¿Por qué? Mi cabeza daba vueltas sin encontrar una razón para todo aquello, pero sintiéndome feliz porque lo que hacía me gustaba, me daba felicidad y no quería perderlo.

 

 

Erotikakarenc (del grupo de autores de TR) 15 de octubre de 2005

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